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Este concepto se aplica, en el caso peninsular, a la entidad política que englobó a las
Coronas de Castilla y de Aragón. En los siglos XVI y XVII esta recibió la denominación de
Monarquía Hispánica, donde cada reino mantuvo sus propias instituciones hasta la
aprobación de los Decretos de Nueva Planta que siguieron a la Guerra de Sucesión
(1701-1713).
Una vez asegurada su posición en Castilla y Aragón, los Reyes Católicos procedieron a
reorganizar políticamente sus reinos con el objetivo de reforzar el poder de la monarquía y
establecer la uniformidad religiosa. Este último aspecto se concretó, fundamentalmente, en
dos medidas:
● Con permiso papal crearon, en 1478, el Santo Oficio o Inquisición para controlar la
uniformidad religiosa.
● Con el fin de controlar el nombramiento de los obispos (Patronato Regio),
fomentaron las regalías.
Además, durante su reinado los Reyes Católicos crearon otros instrumentos para aumentar
su poder. Entre ellos cabe destacar el reclutamiento de un ejército permanente pagado por
el Estado y un cuerpo de funcionarios reales. La política institucional se orientó al fin de
establecer una monarquía autoritaria y fuerte. Isabel y Fernando trataron de socavar los
privilegios políticos de la nobleza, la Iglesia y las ciudades con el objetivo de reforzar el
poder central. Para ello reformaron instituciones ya existentes, especialmente en Castilla:
Los dos primeros acontecimientos están estrechamente relacionados, pues formaban parte
de la política de uniformidad religiosa emprendida por Isabel y Fernando. Esto respondía a
la idea de que la fe cristiana era el fundamento espiritual y político de la unidad de los
reinos. Al mismo tiempo, que se consideraba la homogeneidad religiosa condición sine qua
non para la prosperidad y la paz interior.
Sin embargo, otra causa no menos importante de ambos procesos históricos tiene que ver
con la conveniencia de obtener nuevas posesiones, ya sea en tierras, rentas o súbditos.
Esto se logró, como es evidente, a costa del reino granadino y de los numerosos bienes
incautados o comprados a bajo precio a los judíos expulsados. Por último, otro factor a
tener en cuenta en el caso de estos últimos es la animadversión hacia ellos de buena parte
de la población castellana y aragonesa.
Comentadas las tres causas principales de esos sucesos, se procederá a resumir las
consecuencias más significativas. En primer término, se cumplió, al menos nominalmente,
el principio de uniformidad religiosa citado en los párrafos anteriores. Ahora bien, al abundar
en el caso de los musulmanes numerosas conversiones falsas, se generó el caldo de cultivo
para una serie de revueltas que jalonaron la siguiente centuria. Conflictos que no tocaron a
su fin hasta su expulsión a comienzos del siglo XVII. En definitiva, las restantes
consecuencias se circunscriben al caso de los moriscos, nombre que recibían los
musulmanes bautizados.
Por el tratado de los Toros de Guisando en 1468, Enrique IV, reconocía a su hermanastra
Isabel como reina, pero la boda de esta, en secreto, con el heredero de Aragón, contrarió al
rey. En el testamento real definitivo reconoció la legitimidad de su hija Juana, la Beltraneja.
Habrá una guerra civil en Castilla entre los partidarios de Isabel-Fernando y los partidarios
de Juana la Beltraneja, recientemente casada a la edad de 13 años con el rey de Portugal,
su tío Alfonso V. En esta guerra y en este conflicto sucesorio, Portugal tendrá un papel
fundamental.
Portugal invadió Castilla y obtuvo una serie de éxitos iniciales, pero finalmente vence
Castilla en las batallas de Toro (1476) y Albuera (1479). Se firmó la paz en el tratado de
Alcaçovas, que vino a ser un conjunto de estipulaciones que pretendían resolver los
problemas pendientes entre Castilla y Portugal.
Entre otras cuestiones se acuerdan el matrimonio del heredero del trono de Portugal con
una de las hijas de los RRCC; Se fijan también los límites de navegación hacia el sur del
Atlántico de las naves castellanas (cabo Bojador, un poco más al sur de las Canarias).
Aparte, los descubrimientos de Colón habían hecho resurgir las tensiones nuevamente con
el país luso por el control de las nuevas tierras. Las desavenencias se solucionaron con el
Tratado de Tordesillas (1494), por el cual se trazó una línea divisoria entre las zonas de
influencia de cada reino, (370 leguas (5,5 kms) al oeste de las islas de Cabo Verde), que
dejó involuntariamente Brasil, aún ignoto, para Portugal.
Los objetivos que pretendían en un primer momento era afianzar su reinado en Castilla, reto
que no lograron hasta que no vencieron militarmente a sus adversarios castellanos aliados
a los portugueses. Una vez logrado este afianzamiento, con la política matrimonial,
pretendían bien consolidar la amistad con ese reino mediante matrimonios, o terminar
uniéndose también a la Monarquía Hispánica. Los Reyes Católicos casaron a su hija Isabel
con el infante Alfonso de Portugal y después con Manuel de Portugal, primo de su primer
esposo y con quien volverán a casar con otra de sus hijas, María, al morir su hermana
Isabel. De momento esta política no dio resultado, pero preparó el camino para que Felipe II
pudiera ser rey de Portugal por ser hijo de Isabel de Portugal (hija de María de Aragón y
Manuel de Portugal)
Al iniciar su reinado en 1516, Carlos I heredó los siguientes territorios: de sus abuelos
maternos –los Reyes Católicos-, las Coronas de Castilla y Aragón con sus posesiones en
Italia, el norte de África y las tierras descubiertas en el continente americano. De su abuela
materna, María de Borgoña, recibió el Franco Condado, los Países Bajos y Borgoña.
Además, a la muerte de su abuelo paterno, Maximiliano de Austria, heredó también sus
posesiones en Alemania y Austria, así como los derechos al título de emperador del Sacro
Imperio Germánico.
Al final de su reinado, tras las firma de la Paz de Augsburgo (1555) con los príncipes
protestantes, Carlos I decidió renunciar al poder y vivir sus últimos años retirado en el
monasterio de Yuste. De esta manera, dividió sus posesiones entre su hermano Fernando,
a quien cedió el título imperial y los Estados alemanes, y su hijo Felipe, a quien traspasó la
Monarquía Hispánica, a los que sumó los territorios borgoñones en los Países Bajos.
Aunque al comienzo de su reinado Felipe II (1556) Felipe II era, tanto en territorios como en
fuerza militar, el rey más poderoso del continente europeo, logró aumentar sus posesiones a
lo largo de las tres décadas siguientes. A la expansión en América y en Asia, donde hemos
de destacar la conquista de las islas Filipinas, hay que añadir la anexión del reino de
Portugal, la llamada Unión Ibérica de 1580.
Por su parte, Felipe II le concedió más importancia a los reinos hispánicos. Ahora bien,
como hemos referido, siguieron prevaleciendo los intereses dinásticos sobre los
propiamente españoles. Su objetivo de mantener la hegemonía en Europa generó también
constantes focos de conflictos: enfrentamientos con el Imperio Otomano (batalla de
Lepanto, 1571), con Provincias Unidas (1568) e Inglaterra (1588).
El objetivo de la política exterior de Carlos I estuvo marcada por los intereses dinásticos de
los Austrias y no tanto por los intereses de los reinos hispánicos. Tanto en el caso de Carlos
I como de Felipe II, los problemas que padecieron por su legado territorial se debieron a
tener como primer objetivo mantener los territorios recibidos de su familia, costase lo que
costase, así como por intentar mantener una hegemonía en Europa con la religión católica.
● Guerras con Francia por el dominio europeo. Hubo cuatro guerras entre las dos
potencias, todas favorables a Carlos, destacando la batalla de Pavía (1525), en la
que Francisco I fue hecho prisionero.
● Guerras con el Imperio otomano, que era la principal potencia musulmana en aquel
tiempo. Estaban expandiéndose por el norte de África y Europa Oriental, por lo que
los territorios austriacos estaban en peligro. Además, la piratería practicada por
barcos turcos era un serio problema para la navegación por el Mediterráneo.
● Aparición del protestantismo en Alemania. A pesar de sus intentos, Carlos no
consiguió restablecer la unidad política ni religiosa de Europa. En 1555 se acordó la
llamada Paz de Augsburgo, por medio de la cual se reconocía la división religiosa
dentro de los territorios imperiales.
En el caso de Felipe II, le concedió más importancia que su padre a los reinos hispánicos,
aunque como hemos referido, siguieron prevaleciendo los intereses dinásticos sobre los
propiamente españoles. Su objetivo de mantener la hegemonía en Europa supuso también
un foco de conflictos constante: enfrentamientos con el Imperio Otomano (Lepanto),
Holanda o Provincias Unidas e Inglaterra (1588).
● La sublevación de los Países Bajos. La revuelta de los Países Bajos tiene su origen
en la difusión del protestantismo y el rechazo de las elites flamencas a la presión
fiscal y el autoritarismo del rey. La persecución que desata Felipe II contra los
protestantes desató la rebelión general en 1566. Finalmente, y tras una dura
represión, los Países Bajos quedan divididos en dos zonas:
○ Las Provincias Unidas al norte, donde el protestantismo era mayoritario, y
que mantendrán una larga guerra de 80 años por su independencia.
○ Las provincias católicas del sur, que llegaron finalmente a un acuerdo y
volvieron a la obediencia de Felipe II.
● La Guerra contra los turcos a los que, en una alianza con Venecia y el Papa, se
derrotó en 1571 en la batalla de Lepanto. Lepanto supuso un freno a la expansión
turca, aunque no se acabó con la piratería mediterránea.
● La Guerra contra Inglaterra: los motivos de discordia arrancaban de la adopción del
protestantismo por la reina Isabel I, a lo que se sumó el apoyo que Inglaterra
prestaba a los rebeldes de los Países Bajos y los actos de piratería inglesa contra
los barcos que venían de América. En 1588 Felipe II decidió preparar la invasión de
Inglaterra con una Gran Armada (Armada Invencible) pero, finalmente, ésta fracasó
estrepitosamente y acabó destrozada por las tormentas.
En lo que se refiere a la población indígena, cabe destacar que, para el trabajo de las
minas, los españoles emplearon a los autóctonos mediante la mita. Este sistema de origen
incaico les obligaba a trabajar en ellas a cambio de un salario paupérrimo. A esto hemos de
añadir que, la necesidad creciente de mano de obra, unida al descenso demográfico de los
nativos, endureció estas labores. La consecuencia más grave de todo esto es la
disminución de la esperanza de vida para este grupo de población.
Otro efecto de la colonización para la población americana fue el enrolamiento obligatorio
en plantaciones agrícolas, las llamadas encomiendas. Ahora bien, los altos niveles de
mortandad que afectaron a la zona del Caribe, llevó a que los españoles optaran por
trasladar africanos a América con el fin de sustituir a los indígenas ya fallecidos en las
mencionadas plantaciones.
El valido de Felipe III fue el duque de Lerma, político de gran ambición que se aprovechó de
su poder para colocar en los principales cargos a sus parientes y amigos -creándose un
clientela política afín- y para enriquecerse. El gobierno de Lerma coincidió con un periodo
de gran penuria económica y de bancarrota de la monarquía que condujo a una política de
paz en el exterior ya que no había fondos para sufragar los gastos militares; así, se firmó la
Tregua de los Doce Años con Holanda (1609-1621), y, previamente, en 1604 se había
firmado la paz con Inglaterra, favorecida también por la muerte de Isabel I. Sin embargo, no
se aprovechó el cese de las guerras para la recuperación económica debido, en gran parte,
a los gastos de la Corte y a la corrupción del valido.
A Felipe III, le sucedió Felipe IV, que continuó con la práctica del valimiento. Sin embargo,
había diferencias con respecto a la etapa anterior, Felipe IV mostraba mayor interés por las
tareas de gobierno, y su valido el conde duque de Olivares tenía una gran inteligencia
política y una sincera voluntad de reforma.
Carlos II fue el último monarca hispánico del siglo XVII y también el último de la dinastía de
los Austrias o Habsburgo. Su incapacidad para gobernar llevó de nuevo a que otros
personajes ejercieran esas funciones, se sucedieron los validos con diferentes intereses y
capacidades. Cuando heredó el trono, con sólo cuatro años de edad, asumió el gobierno su
madre Mariana de Austria que pronto prescindió del Consejo de Regencia designado por
Felipe IV, apoyándose en consejeros o validos poco preparados y corruptos como su
confesor, el jesuita austríaco Nithard, o Fernando de Valenzuela.
El acontecimiento que marcó la política exterior de Olivares fue la Guerra de los Treinta
Años (1618-1648), que exigió un gran esfuerzo militar y económico que difícilmente podía
afrontarse sin reformar las estructuras del Estado. Después del relativamente pacífico
reinado de Felipe III, la reanudación de la política exterior ofensiva en Europa exigía la
aportación de importantes sumas de dinero a una Hacienda Real en crisis crónica. Para
paliar esta situación, Olivares planteó una reforma financiera y militar.
Estas reformas se inscribían en un plan más amplio, el Gran Memorial (1624), que
pretendía unificar políticamente la Monarquía Hispánica. Esto suponía suprimir las
diferencias forales y repartir por igual cargas y beneficios entre todos los territorios de la
Corona. En definitiva, se buscaba crear una estructura centralizada del Estado que facilitara
las tareas de gobierno. Ahora bien, tanto por las dificultades económicas como por la
oposición de los distintos reinos, su aplicación no fue posible. A pesar de las reformas
planteadas por el conde-duque, a lo largo del periodo se sucedieron hasta cuatro
bancarrotas, siendo los gastos militares la principal causa de ellas.
Al margen de las consecuencias que tuvo para la Monarquía Hispánica, la Guerra de los
Treinta Años puso fin a la idea imperial o de monarquía universal, inaugurando el largo
periodo de hegemonía de los estados. A su vez, sirvió para establecer la libertad e igualdad
religiosa en Europa y dar forma definitiva a la fórmula política de la monarquía absoluta.
En Cataluña, los sucesivos intentos de la Corona por lograr la aprobación de las Cortes del
proyecto de la Unión de Armas fracasaron. El problema fiscal fue transformándose en una
cuestión política que se agravó aún más por la guerra con Francia (1635-1659), ya que
Cataluña se convirtió en frente de batalla. Como consecuencia, Olivares exigió al reino
pagar la manutención de las tropas que luchaban en la frontera contra los franceses.
En paralelo, en 1640 se produjo otra rebelión en Portugal en contra del proyecto de Unión
de Armas. En ese reino se añadían también las dificultades de Felipe IV para proteger el
Imperio luso de ultramar (Brasil) de los ataques holandeses. La nobleza y la alta burguesía
promovieron la rebelión dirigida por el duque de Braganza, quien se proclamó rey de
Portugal en ese año. Los intentos de Felipe IV por recuperar Portugal fracasaron, de tal
modo que su independencia terminó por consolidarse en los siguientes años.
Desde finales del siglo XVI y durante todo el XVII, tuvo lugar en los reinos peninsulares una
acusada crisis demográfica. Esto condujo a un estancamiento del crecimiento de la
población que, incluso en algunos territorios, experimentó un notable descenso. Al término
de ese periodo, la Monarquía Hispánica había perdido casi un millón de habitantes: de los
ocho millones de la centuria anterior, la cifra se había reducido a poco más de siete.
En todo ese proceso de crisis demográfica cabe destacar tres causas fundamentales: