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Abstract. – This article is based on the texts about the concept of “liberal/liberalism”
within the project “Iberconceptos”. It presents a comparative reflection on the birth and
the early development of this concept in nine countries of the Iberian Atlantic world be-
tween 1750 and 1850. After some methodological preliminaries, explaining our own
way of dealing with a comparative conceptual history of liberalism, some lexico-semantical
data concerning the rise of modern meanings of the word “liberal” and the coinage of
“liberalism” are presented. The process of gradual diffusion, “densification”, and “tem-
poralization” of the concept is also sketched. Lastly, the sources allow us to show how
the “historicization” of Ibero-American liberalisms and its conversion into a kind of
key-concept of modernity lead to the rise of different political parties calling themselves
“progressives” and “conservatives”. These nouns evidence that the modern philosophies
of history were assumed by political agents in order to understand themselves and their
political actions.
Nota preliminar
esfuerzo por dejar a un lado la mayoría de los usos que de las voces
“liberal”, “liberales” y “liberalismo” nos ha legado la historiografía.
Lo que aquí nos interesa no es lo mucho que dijeron los historiadores
del siglo XX y de estos comienzos del siglo XXI sobre el liberalismo,
ni las disputas historiográficas entre ellos – acerca, por ejemplo, de los
orígenes ideológicos del liberalismo, de su supuesta inadecuación o
fracaso en la región, de las causas de ese fracaso, del encaje de nues-
tros liberalismos en los “modelos canónicos” de liberalismo, etc. –,
sino los usos polémicos que los agentes históricos hicieron de ese con-
cepto a lo largo de la primera mitad del XIX.
Ahora bien, cuando se examinan tales usos, una primera constata-
ción se impone: pese a que desde una perspectiva lexicográfica los tér-
minos liberal y liberalismo – en español y en portugués – tuvieron una
gama de significados grosso modo similares en toda el área iberoame-
ricana – una vez más salta a la vista que nos movemos en un ámbito
cultural que comparte no pocos referentes comunes –, lo cierto es que
los usos del concepto fueron muy diferentes en unos y otros lugares,
momentos y circunstancias – y según los diferentes agentes involu-
crados. De hecho, en unos cuantos países – Brasil, Colombia, España
y Portugal, así como probablemente México, pero este último caso
requeriría de ulteriores matizaciones – el concepto parece haber tenido
una presencia bastante mayor que en otros – Argentina, Perú –, situán-
dose los casos de Chile y Venezuela en un término medio entre ambos
extremos. El desafío para el historiador de los conceptos consiste en
buscar una interpretación plausible para tales diferencias, teniendo en
cuenta que finalmente “liberal/liberalismo” fue perfilándose en todo
el mundo occidental como un macroconcepto legitimador de las nue-
vas instituciones, equivalente en gran medida a modernidad política.
O, dicho de otro modo, bajo esta palabra culta y prestigiosa – en el
siglo XVIIII, “liberal” era un adjetivo de uso poco frecuente, alusivo a
cierta virtud o cualidad propia de las gentes de viso – fue poco a poco
encapsulándose todo un conjunto de prácticas, valores, conceptos e
instituciones interrelacionadas – gobierno representativo y economía
comercial; constitución, derechos individuales y separación de pode-
res; soberanía nacional y opinión pública – hasta constituir un hipe-
rónimo, un verdadero cluster-concept internamente temporalizado,
referido al supuesto avance de la sociedad hacia el logro de determi-
nadas metas de perfeccionamiento político. Pero, por seguir con el
símil, los distintos rasgos semánticos de ese concepto plural, como las
152 Javier Fernández Sebastián
1
Me extiendo sobre esta cuestión en Javier Fernández Sebastián, “The Rise of the
Concept of ‘Liberalism’. A Challenge to the Centre/Periphery Model?”: 10th Annual
International Conference on Conceptual History: Transnational Concepts, Transfers
and the Challenge of the Peripheries, Maslak, Estambul, Istanbul Technical University,
30 de agosto-1 de septiembre 2007 (pendiente de publicación).
Liberalismos nacientes en el Atlántico iberoamericano 153
sentido, hay poderosas razones para sostener que, sin desdeñar las sus-
tanciales aportaciones teóricas procedentes de otros espacios políticos
y culturales adyacentes del Atlántico norte, el primer liberalismo así
denominado es en buena medida un producto del febril laboratorio
político abierto en el mundo iberoamericano a partir de 1808.
Un segundo caveat metodológico que conviene plantear de entrada
es que, desde nuestra perspectiva, las “ideas políticas” no “influyen”
unas sobre otras. Para nosotros, las “ideas” carecen de toda capaci-
dad de acción. Quienes, digamos, “hacen cosas” con las “ideas” – o
más bien con sus palabras y discursos – son los hablantes y agentes
sociales, sirviéndose de los recursos que la lengua pone a su alcance,
y también de los textos de los que extraen argumentos para ponerlos
al servicio de sus objetivos políticos – a través de un amplio repertorio
de dispositivos culturales: prensa, conversación, lugares de sociabi-
lidad, acción política ritualizada, etc., y también, eventualmente, de
la legislación y de la acción gubernativa. Consecuentemente, aunque
para la historia tradicional de las ideas está fuera de dudas que existió
una especie de “liberalismo antes del liberalismo”, esto es, que el libe-
ralismo no nació a principios del siglo XIX sino cuando menos uno,
dos o tres siglos antes (dependiendo de la interpretación particular de
cada historiador de las ideas, aunque la mayoría de ellos suelen retro-
traer el liberalismo al pensamiento de John Locke, a finales del siglo
XVII), nosotros aquí dejaremos a un lado tales premisas legadas por
la historiografía. Desde nuestros supuestos metodológicos, el conte-
nido atribuible a los “principios liberales”, el “gobierno liberal”, una
“constitución liberal”, el “partido liberal” o el “liberalismo” en gene-
ral, serían simplemente en cada caso las realidades así denominadas
por quienes hacían uso de tales expresiones en contextos concretos –
alusiones que, en conjunto, fueron poco a poco delimitando un rango
de significados de amplitud y politización creciente. Algunos de esos
actores podían ciertamente referirse a un canon de autores del pasado
que supuestamente les precedieron, temporalizando e historizando
así el concepto para reforzar su legitimidad como corriente política
y dotarlo de antecedentes respetables; pero lo que aquí nos interesa
no es evaluar hasta qué punto esa “genealogía ideológica” es (o no)
verosímil sino analizar dicha “temporalización” como un medio muy
eficaz de fortalecer el concepto, inscribirlo en el tiempo e insertar así sus
propias actuaciones y expectativas en el marco teleológico de una nueva
filosofía de la historia que venía a darles la razón por anticipado.
Liberalismos nacientes en el Atlántico iberoamericano 155
primeros
País “liberales” “liberalismo” “partido liberal”
periódicos
Argentina 1823 1823 1827 1828
Brasil 1826 1821 1837 1826
Chile 1820 1814 1827 1823
Colombia 1816 1816 1830 1830
2
Los títulos de los periódicos a que se refieren las fechas reseñadas en el cua-
dro son los siguientes: El Liberal (Cádiz 1811); El Satélite del Peruano, o Redacción
política liberal e instructiva por una sociedad filantrópica (Lima 1812); El Peruano
Liberal (Lima 1813); O Liberal (Lisboa 1820–1821); El Liberal (México, D. F. 1820);
El Filósofo Liberal (Puebla 1822); El Liberal (Santiago de Chile 1823–1824); O Ver-
dadeiro Liberal (Río de Janeiro 1826); El Verdadero Liberal (Valparaíso 1827); El Libe-
ral. Diario político y mercantil (Buenos Aires 1828); El Cartagenero Liberal (Cartagena
de Indias 1830); El Liberal (Tunja 1836); El Liberal (Bogotá 1850); El Liberal (Caracas
1833, 1836 y 1841–1848). Poco después se publicó en Cuba un periódico titulado El
Liberal Habanero (La Habana 1823), que no aparece en el cuadro por no haber reco-
gido en esta ocasión el primer liberalismo en las Antillas hispanas. A título meramente
informativo del contexto internacional recogemos a continuación los primeros periódi-
cos que conocemos con títulos similares en otras lenguas, tanto en Europa como en la
América anglófona: Le Libéral (Bruselas 1816–1817); Le Libéral (París 1819) – en la
capital francesa hay al menos un otro periódico con el mismo título en 1849 –; Il Libe-
rale Italiano (Madrid 1822); The Liberal y The London Liberal (Londres 1822–1823);
The Liberal Christian (Brooklyn, CT 1823–1824) y The Liberal Preacher (Keen, NH
1828–1830), ambas publicaciones vinculadas a la Iglesia unitaria; Das Liberale Deutsch-
land (Munich 1831–1832); The Liberal (St. Thomas, Ontario 1832–1837); The Liberal
(Bridgetown 1839); The Liberal (Boston, MA 1839); Der Liberale (Viena 1848).
Liberalismos nacientes en el Atlántico iberoamericano 157
3
La fecha registrada en esta casilla no se corresponde necesariamente, por lo tanto,
con la aparición en dicho espacio de una facción o corriente de opinión organizada
llamada “partido liberal”. Así, en el caso del Perú, según nos informa Víctor Samuel
Rivera, hasta 1858 no existió un partido con ese nombre. Sin embargo, el sintagma
“partido liberal” fue ya usado por Luna Pizarro desde finales de la década de 1820 para
referirse a cierto colectivo, en el que se incluía a sí mismo, contrapuesto al “partido de
la fuerza” o “del despotismo”. Para la aproximación lexicográfica que aquí nos interesa,
retenemos este primer uso polémico.
158 Javier Fernández Sebastián
4
Hacia 1814, el clérigo realista Torres y Peña, al considerar en retrospectiva los
comienzos de la revolución, señalaba con ironía que los americanos “alucinaron bas-
tante con la novedad de las voces y términos de que los surtía el sistema de nueva caba-
llería andante; y los derechos imprescriptibles, la soberanía del pueblo, la constitución
liberal, la libertad, la independencia, la emancipación política, en vez de las aventuras de
los romances, entretuvieron demasiado tiempo la credulidad y la ignorancia”. Antonio
Torres y Peña, Memorias sobre la revolución y sucesos de Santafé de Bogotá, en el tras-
torno de la Nueva Granada y Venezuela (Bogotá 1814), reproducido como Memorias
sobre los orígenes de la independencia nacional (Bogotá 1960). Me he ocupado de
algunos aspectos lingüísticos y conceptuales de la Revolución española en el documento
de trabajo inédito Javier Fernández Sebastián, “Construir el ‘idioma de la libertad’.
El debate político-lingüístico en los umbrales de la España contemporánea”: presentado
en el Seminario de Historia de la Fundación José Ortega y Gasset, Madrid 2002.
Liberalismos nacientes en el Atlántico iberoamericano 159
5
Cuando alguien pretende buscar “precedentes”, o hacer acopio de “antecedentes”
históricos de cualquier fenómeno – del liberalismo, en este caso – con el fin de reforzar
su legitimidad, sin duda ha de resultarle muy tentador proyectar hacia atrás algunos
aspectos y significados del fenómeno en cuestión, dotando así de un sentido adven-
ticio a determinados datos seleccionados del pasado que parecen coincidir a grandes
rasgos con sus presentes posiciones políticas. Los autores suelen incurrir entonces en
esa clase especial de anacronismo que en historia intelectual solemos llamar prolepsis,
atribuyendo – deliberada o indeliberadamente – a ciertas figuras e ideas la condición
de precursores y atisbos de la corriente política o de pensamiento de cuyos orígenes se
trata.
160 Javier Fernández Sebastián
6
La virtud de la liberalidad estuvo desde antiguo tan asociada a la nobleza que esta
última era casi sinónimo de liberalidad y “generosía”. En una “Letra para don Yñigo
de Velasco, condestable de Castilla” fechada en Valladolid el 8-X-1525, fray Antonio
de Guevara glosa las cualidades y prendas del estamento nobiliario con estas palabras:
“Ánimo para no huyr, generosidad en el dar, criança en el hablar, coraçon para osar,
y clemencia para perdonar, gracias y virtudes son estas que pocas vezes se hallan en
hombres de baxos suelos y muchas en los que descienden de linages antiguos”. “Epis-
tolas familiares del ilustre señor don Antonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo, pre-
dicador y chronista y del Consejo del Emperador y Rey Nuestro Señor”: Antonio de
Guevara, Obras completas, vol. 3 (Madrid 2004), p. 68.
7
Maquiavelo, El Príncipe, cap. XV–XVI.
Liberalismos nacientes en el Atlántico iberoamericano 161
8
Abecedario regio dirigido a S. A., en que se pone en cada letra una virtud, que
desde la perfección cristiana haga paso a la política (manuscrito, s.f. [siglo XVIII]), s.v.
“Liberalidad”, fols. 35v–39v.
9
Monarca más liberal [...] Carlos III Borbón [...]. Oración panegyrica que predicó
el R. P. Fr. Domingo García de la orden de San Agustín [...] el día 4 de noviembre de
este año de 1759 en la [...] villa de Bilbao, en su Iglesia de Santiago Apóstol (Bilbao s.f.
[1759]).
10
Así, según nos informa Nuno Monteiro, en cierto debate parlamentario el diputado
portugués Barreto Feio afirmaba lo siguiente: “A nação (como todos sabemos) acha-se
dividida em dois partidos, liberaes e servis, e sendo os commerciantes e artistas uma
grande e mui digna parte dos que formão o partido liberal, se estes deixarem de votar, o
campo fica de todo quasi abandonado aos servis; estes farão exclusivamente a eleição,
e nós teremos uma má representação nacional, o que nas actuaes circunstancias será o
maior mal que nos possa sobrevir”. Sesión del 7-IX-1822: http://debates.parlamento.pt/.
162 Javier Fernández Sebastián
de Venezuela de 1830 era definida como una constitución liberal, al igual que anterior-
mente lo fueran el Estatuto de Bayona (1808) y la Constitución de 1812, en España, o la
Constitución de Cundinamarca de 1813, entre otras.
14
El Censor (Madrid) 80, 9-II-1822.
15
Nuno Monteiro, “Liberal/Liberalismo (Portugal)”: Javier Fernández Sebastián
(dir.), Diccionario político y social del mundo iberoamericano. Conceptos políticos en
la era de las revoluciones (Madrid, en prensa).
164 Javier Fernández Sebastián
16
Véase, por ejemplo, la Gaceta de Buenos Aires, 13-XI-1810 y 8-XII-1810. Ya en
el primero de estos artículos opone Moreno “el despotismo” a “la liberalidad y la justicia
de los primeros movimientos de España” y señala que “por todos los pueblos de España
pulularon escritos llenos de ideas liberales”. Noemí Goldman, Historia y Lenguaje. Los
discursos de la Revolución de Mayo (Buenos Aires 2000), p. 104, énfasis en el origi-
nal.
17
Fray Melchor Martínez, Memoria histórica sobre la revolución de Chile (s. l.,
1814), cap. 2: Causas parciales que influyeron en la Revolución de Chile, en línea:
http://www.historia.uchile.cl/CDA/fh_complex/0,1393,SCID %253D12980 %2526ISI
D %253D405 %2526JNID %253D12,00.html .
Liberalismos nacientes en el Atlántico iberoamericano 165
Américas, pudo ser percibido por los lectores como una doctrina más
o menos coherente. Así, los artículos doctrinales de Quintana, Blanco
y su grupo desde 1808 en las páginas del Semanario Patriótico, o los
de A. Lista en El Espectador Sevillano un poco después conformaron
un corpus teórico, que – aunque nutrido de diversos autores y fuentes,
tanto españolas como extranjeras – en cierto modo podía ser visto como
una suerte de “embrión” del “liberalismo”, entendido como un conjunto
estructurado de ideas.
Lo cierto, sin embargo, es que se trataba de materiales doctrinal-
mente heteróclitos, puestos al servicio de las necesidades argumenta-
tivas del momento, y de una dudosa coherencia interna (más allá de
un puñado de lugares comunes acerca del poder de la opinión pública,
la representación, la soberanía nacional, etc.). Además, en tales artícu-
los no es difícil discernir una línea más radical, más próxima al jacobi-
nismo, en el caso del Semanario y otra bastante más moderada y tibia
en el caso de El Espectador.
Tal vez en esa dualidad de discursos se encuentre una de las claves
de futuras escisiones en el seno de los liberales, cuando estos se divi-
dan en dos sectores enfrentados. A ello habría que añadir el contraste
entre unas teorías a menudo de inspiración radical, muy apegadas a los
esquemas de las grandes revoluciones constitucionales de finales del
siglo XVIII, y una práctica política moderada y escasamente revolucio-
naria, pues es obvio que en tiempos de las Cortes de Cádiz no se daban
las condiciones para un enfrentamiento agudo de los diputados docea-
ñistas con el rey (ausente) o con los estamentos privilegiados, como
sí se produjo durante la Revolución francesa. La palabra liberal podía,
por lo tanto, cobijar a la vez un conjunto de principios doctrinalmente
“avanzados” y unos comportamientos nada violentos y altamente res-
petuosos con la tradición y con la historia nacional, al menos hasta el
trienio 1820–1823. Y tal vez por eso veremos que en los años siguientes
tanto los “exaltados” como los “moderados” podían reivindicar su dere-
cho a ser considerados los “verdaderos liberales”, apelando los prime-
ros a la pureza de sus principios y los segundos a la templanza de sus
actuaciones.
Además, la relectura de un puñado de clásicos – desde Santo Tomás y
Suárez hasta Montesquieu y Rousseau – a la luz de los nuevos desafíos
para hacerlos encajar con sus propósitos reformistas permitió a algunos
autores transitar desde el absolutismo declinante hasta el liberalismo
naciente casi sin solución de continuidad. Así, Joaquín Lorenzo Villa-
166 Javier Fernández Sebastián
18
Joaquín Lorenzo Villanueva, Catecismo del Estado según los principios de la reli-
gión (Madrid 1793).
19
Joaquín Lorenzo Villanueva, Las angélicas fuentes o El tomista en las Cortes
(Cádiz 1811).
20
Aurora de Chile 18, 11-VI-1812, pp. 3–4. En ambos hemisferios se multiplican
en esos años y los siguientes los testimonios de la aguda conciencia de estar asistiendo
a los primeros fulgores de una nova aetas. Repárese, por ejemplo, en el lema elegido
por el periódico Iris de Venezuela en 1822: “En nova nascitur aetas”; citado en Carolina
Guerrero, Republicanismo y Liberalismo en Bolívar, 1819–1830. Usos de Constant por
el padre fundador (Caracas 2005), p. 380.
21
Me refiero sobre todo a una serie de folletos que vieron la luz en Filadelfia en 1812,
entre los que se cuentan los titulados Diálogo sobre la independencia de la América
española, entre un entusiasta liberal y un filósofo rancio y Contestación a la carta del
Indio Patriota, con algunas reflexiones sobre el diálogo entre el Entusiasta Liberal, y el
Filosofo Rancio y sobre las notas anónimas con que ha salido reimpreso el Manifiesto
Liberalismos nacientes en el Atlántico iberoamericano 167
22
El Censor (Buenos Aires), 19-IX-1816; citado por John Lynch, Las revoluciones
hispanoamericanas, 1808–1826 (Barcelona 1976), pp. 68–69.
23
Juan Germán Roscio, El triunfo de la libertad sobre el despotismo (Filadelfia
1817), prólogo, p. III. Pocos años después, y en referencia ya al segundo periodo cons-
titucional en la Península, leemos en un número de El Editor Constitucional de Guate-
mala (entre el 24-VII-1820 y el 20-VIII-1821): “No. Los mismos representantes euro-
peos que fueron liberales para sí, no lo fueron para nosotros”. Virgilio Rodríguez Beteta,
Ideologías de la independencia (San José de Costa Rica 1971, 1a ed. 1926), p. 57.
Ya durante las sesiones de Cortes, como hace notar Roberto Breña en su ensayo, el
diputado por Galicia J. B. Quiroga y Uría expresó su sorpresa ante el hecho de que
la comisión de constitución, “tan ilustrada y liberal”, mostrase su “mezquindad” en lo
relativo a la concesión de la ciudadanía a las castas (Diario de Sesiones de Cortes,
4-IX-1811). Tras el retorno de Fernando VII, los patriotas chilenos emplazaron a los
liberales españoles en Chile a tomar partido y sumarse a sus filas: “Ya no aceptamos
el dictado de liberal como un título de egoísmo que os autorice en la clase de meros
espectadores”. Viva la Patria. Gazeta del Supremo Gobierno de Chile, 7-V-1817, citado
en Francisco Colom González, “Ex uno plures. La imaginación liberal y la fragmenta-
ción del demos constitucional hispánico”: Araucaria 6 (2001), p. 28. Tres lustros más
tarde, cierto periódico argentino seguía viendo un peligro para la patria en las “logias
de españoles constitucionales”: “Nos rodean peninsulares a montones, de esos que se
denominan liberales, y que, sin dejar tal vez de serlo en orden a los negocios de su Pa-
tria, son sin embargo los más empecinados antagonistas de la emancipación americana”.
El Clasificador (Buenos Aires), 28-VII-1830; citado en Jorge Myers, Orden y virtud.
El discurso republicano en el régimen rosista (2a ed., Buenos Aires 2002), p. 211.
Los ejemplos podrían multiplicarse fácilmente.
Liberalismos nacientes en el Atlántico iberoamericano 169
24
En el caso de España, desde mediados de los años 1830 el liberalismo triunfante
se consolida como un entramado de nuevas costumbres y prácticas políticas, leyes e
instituciones de gobierno.
25
Hemos enumerado en la nota 2 algunas cabeceras representativas de esta primera
hornada de periódicos liberales en el mundo iberoamericano. Una relación exhaustiva
de todos ellos abarcaría alrededor de medio centenar de títulos en la primera mitad del
siglo XIX, la mayoría de ellos publicados en España, Portugal y Brasil.
26
En el caso de México conocemos al menos un documento, el llamado Plan de
Villa Austin, de 26-VII-1832, en donde se alude al “buen suceso del partido liberal
encabezado por Santa Anna”. Román Iglesias González (comp.), Planes políticos,
proclamas, manifiestos y otros documentos, de la independencia al México moderno,
1812–1940 (México, D. F. 1998), pp. 53–54, en línea: http://www.bibliojuridica.org/lib
ros/libro.htm?l=121. A mi juicio, sin embargo, es altamente probable que una búsqueda
documental más afinada arrojaría resultados positivos cronológicamente muy anteriores.
Mientras tanto, en varios países de la Europa occidental algunos grupos políticos habían
hecho suya la nueva denominación, y en los medios parlamentarios y periodísticos se
oía cada vez más la expresión “partido liberal”. No deja de ser revelador, al respecto,
que en el Reino Unido, la reconversión del viejo partido whig en una formación política
más abierta a las clases medias estuviera dando como resultado la emergencia – per-
ceptible ya a finales de la década de los 1820 – del nuevo casting político “liberales”
vs. “conservadores”, alternativo al viejo esquema whigs–tories. Jörn Leonhard, “A new
casting of political sects. Los orígenes de liberal en el discurso político inglés y europeo,
una comparación”: Historia Contemporánea 28 (2004), pp. 9–31.
Liberalismos nacientes en el Atlántico iberoamericano 171
27
Destutt de Tracy, en una carta dirigida a Bernardino Rivadavia (10-III-1823),
comenta de pasada la conveniencia de la publicación de cierto libro “en un país en que,
cosa poco común, el gobierno es más liberal que los gobernados”. Ricardo Piccirilli,
Rivadavia y su tiempo, 2 tomos (Buenos Aires 1960), t. II, p. 451.
28
Simón Bolívar, Manifiesto de Cartagena (Cartagena de Indias, 5-XII-1812)
(reproducido en distintos libros y compilaciones, ahora puede consultarse también en
línea: http://www.ensayistas.org/antologia/XIXA/bolivar/bolivar4.htm. En los escritos
del “Libertador”, el adjetivo “liberal” tiene a menudo el sentido de moderado, clemente,
generoso y tolerante. Véase, por ejemplo, Nikita Harwitz Vallenilla (ed.), Simón Bolí-
var. Estado ilustrado, nación inconclusa: la contradicción bolivariana (Madrid 2004),
pp. 81, 84, 109–110 y 123–124.
172 Javier Fernández Sebastián
29
M. Lorenzo de Vidaurre, “Justificación motivada por las acusaciones en torno
a la conducta seguida en Cuzco” (1814): Colección documental de la independencia
de Perú, t. 1: Los Ideólogos, vol. 5: Plan del Perú y otros escritos, Alberto Tauro (ed.)
(Lima 1971), pp. 262–265.
30
La ruptura interna del liberalismo – “moderados” vs. “exaltados” – se produjo
en España de manera explosiva durante el trienio 1820–1823, y luego en otras par-
tes. “Entre los liberales no son unos los sentimientos, no, son bien distintos”, escribe,
por ejemplo, el mexicano Fernández de Lizardi, recién obtenida la independencia.
“Se matan los amigos con amigos”, añade, “ya todo es confusión”. José Joaquín Fernán-
dez de Lizardi, “El sueño de la anarquía” (1823): Obras: Periódicos, tomo 5 (México,
D. F. 1973), p. 277; citado por Elías José Palti, La invención de una legitimidad. Razón
y retórica en el pensamiento mexicano del siglo XIX. Un estudio sobre las formas del
discurso político (México, D. F. 2005), pp. 65–66. En varios textos se observa que las
fuentes distinguen habitualmente al menos entre dos liberalismos, o dos versiones del
Liberalismos nacientes en el Atlántico iberoamericano 173
De hecho, cuando se ponen sobre la mesa las piezas del puzzle y sal-
tan a la vista los lazos personales entre los líderes y, sobre todo, los
intercambios intelectuales e interacciones entre ellos, el historiador
de los lenguajes y discursos no puede evitar la impresión de estar
– sobre todo en el periodo crítico de las independencias – ante un gran
debate político bicontinental. Algunos nombres están en la mente de
todos – digamos los Blanco White, Bello, Sarmiento, etc. –, pero sería
muy interesante seguir los pasos de varias decenas de personajes no tan
conocidos cuyo papel parece haber sido capital en esa primera “siembra
de liberalismo”. Lejos de sus lugares de origen, muchos de los actores
principales o secundarios de esta historia se movieron con desenvoltura
entre México, Veracruz, La Habana y Madrid; Caracas, Cádiz y Sevilla;
Lisboa y Río de Janeiro; Buenos Aires, Montevideo, Santiago de Chile,
Guayaquil, Quito, Lima, Bogotá y muchas otras ciudades de ambos
lados del Atlántico, incluyendo por supuesto de manera destacada Lon-
dres, París y Filadelfia.31
No es posible detenernos aquí en el análisis de estas redes, migracio-
nes políticas y trayectorias personales. Mencionaremos simplemente,
a título de muestra, unas pocas referencias cruzadas indicativas de esa
suerte de “internacionalismo” liberal vivido y teorizado por tantos
revolucionarios de primera hora. Durante el segundo periodo absolu-
tista fernandino, el ex-guerrillero navarro Javier Mina desembarca en
el golfo de México y lanza una Proclama a los españoles y americanos
donde sostiene que “la emancipación de América es útil y conveniente
a la mayoría del pueblo español” y clama por el establecimiento de
“gobiernos liberales” en ambos lados del Atlántico. “Es indispensable”,
añade, “que todos los pueblos donde se habla el castellano aprendan
a ser libres y a conocer y a hacer valer sus derechos”.32 Pocos años
después, el veracruzano Manuel E. de Gorostiza se enorgullece en
una carta enviada desde Londres a Lucas Alamán, de haber servido “a
la causa de la Libertad europea” en la “Guerra de la Independencia”
31
Además de las pocas biografías disponibles de algunos de estos individuos, en la
bibliografía más reciente sobre los procesos de emancipación pueden encontrarse valio-
sas pistas para reconstruir fragmentariamente algunas de esas redes. Véase, por ejemplo,
José María Portillo Valdés, Crisis atlántica. Autonomía e independencia en la crisis de
la monarquía hispana (Madrid 2006).
32
Dicha proclama, fechada en Soto de la Marina, el 25-IV-1817, puede consultarse
en línea: http://www.biblioteca.tv/artman2/publish/1817_108/Proclama_de_Francisco_
Xavier_Mina_en_la_que_inform_161.shtml .
Liberalismos nacientes en el Atlántico iberoamericano 175
33
Carta de Manuel de Gorostiza a Lucas Alamán, 10-VII-1824. Alfonso Lujambio,
“Nota biográfica. Gorostiza, el político”: Manuel Eduardo Gorostiza, Cartilla Política
(Toluca 1999, original de 1833), p. XV.
34
El Verdadero Liberal (Valparaíso), 4-I-1827.
176 Javier Fernández Sebastián
36
La oposición asimétrica liberal/servil presenta fuertes reminiscencias del imagi-
nario tradicional, en la medida que está axiológicamente cargada de connotaciones posi-
tivas asociadas a la nobleza (“liberal”), que se contraponen a la calificación peyorativa
de la sujeción y la servidumbre (sobre todo cuando la condición de siervo es asumida
y voluntariamente aceptada, como sucede con “servil”. Para los liberales peninsulares,
los serviles serían gentes carentes de “virtud”, en el sentido patriótico republicano: “los
serviles son hombres que no tienen bastante liberalidad de alma para sacrificar sus pro-
pios intereses por el bien de la patria” (Diario de Madrid, 20-VI-1813, p. 685). Todo
parece indicar que la polarización extrema entre “liberales” y “serviles”, que tan decis-
iva resultó en la España peninsular desde los tiempos de las Cortes de Cádiz en orden
a la cristalización del “partido liberal”, no se vivió de la misma manera en otras partes
(al menos, con ese grado de animadversión mutua asociado a esos dos nombres). Véase
al respecto Fernández Sebastián, “Liberales y liberalismo en España” (nota 21). Por
supuesto, no faltan ecos de la oposición entre “liberales” y “serviles” en muchos lugares
del Viejo y del Nuevo Mundo, pero no parece que llegaran a dar pie a la cristalización
de grupos políticos más o menos estables y definidos fuera de la Península. El Editor
Constitucional de Guatemala, por ejemplo, dedica un artículo en agosto de 1820 a com-
parar al “liberal” con el “servil”, y atribuye a los primeros “un notable ardor por el bien
general” y por “que todos los hombres sean libres”, tanto los de España como los de
América; citado en Víctor H. Acuña Ortega, “Las concepciones de la comunidad política
en Centroamérica en tiempos de la independencia, 1820–1823” (manuscrito inédito),
p. 10. Poco después cierto periódico rivadaviano de Buenos Aires analiza una confron-
tación electoral bajo los términos de un enfrentamiento literal entre “liberalismo” y “ser-
vilismo”: El Centinela (Buenos Aires), 26-I-1823. También en México, a juzgar por la
publicística de esos años, tales denominaciones faccionales parecen haber sido bastante
populares. En todo caso, prueba de que el enfrentamiento entre liberales y serviles dejó
una huella profunda en el imaginario colectivo es que muchos años después esa grosera
polarización todavía podía ser usada ocasionalmente en la prensa mexicana. “Partidos.
Liberalismo–Servilismo”: El Universal (México, D.F.), 8-IX-1849; citado en Palti, La
invención de una legitimidad (nota 30), p. 267. Desde el periódico El Chili, de Arequipa,
se acusa a los clericales de “serviles”, mientras que estos reaccionan irónicamente lla-
mando “sabios, santos y libres” a sus oponentes; El Pensador (Arequipa) 4, 1-XI-1834.
La misma denominación, “servil”, se aplicaba igualmente para referirse al partido “con-
servador” de la Nueva Granada en la época de la guerra de los Supremos, a finales de los
treinta y comienzos de los cuarenta del siglo XIX. También en Portugal y en Brasil uno
de los contra-conceptos de liberalismo fue “servilismo”, si bien los términos “corcunda”
y “corcundismo” como antónimos de “constitucional” y “constitucionalismo” parecen
haber tenido mucha mayor difusión. Así y todo, es curioso que el Dicionário de Morais,
en sus ediciones de 1844 y 1858, respectivamente, definiese liberal y liberalismo por
oposición a servil y servilismo.
178 Javier Fernández Sebastián
37
A falta de una palabra tan específica como “liberal” (y de su opuesto, “antilibe-
ral”, “servil” o “absolutista”), el par “realista”/“antirrealista” parecía dibujar una suerte
de eje o “antítesis natural” para aquellos philosophes que, desde los años setenta del
siglo XVIII, empezaban a barruntar la posibilidad de una gran crisis revolucionaria en
ciernes. Así, según pronostica Diderot, en caso de producirse esa gran conmoción, la
sociedad quedaría inmediatamente escindida en “dos partidos” cuyos nombres, quien-
quiera “sea el que se oculte detrás, sólo pueden ser ‘realistas’ y ‘antirrealistas’”. Dide-
rot, en la Histoire des deux Indes de Raynal, en 1772, citado en Reinhart Koselleck,
Aceleración, prognosis y secularización, Faustino Oncina Coves (ed./trad.) (Valencia
2003), pp. 82–83. Según cierto informe firmado por un militar español en Montevi-
deo (1818), entre “las clases de gentes que tienen opinión en América”, en particular
en el seno de los “españoles americanos”, podían distinguirse tres grupos: “realistas”
(los menos numerosos), “rebeldes” e “indiferentes” (los más numerosos). Fernando
Cacho, “Reflexiones políticas sobre el gobierno de las provincias del Sur de América”:
Archivo General de Indias, Estado 86A/35; citado en Colom, “Ex uno plures” (nota 23),
pp. 28–29.
38
En el variado repertorio de identidades políticas enfrentadas y asimétricas que
entran en acción a partir de 1810 hay algunas denominaciones relativamente insóli-
tas. Así, Bolívar, quien en otras ocasiones contrapone simplemente “americanos” y
“españoles”, o “patriotas” y “godos”, en la Carta de Jamaica (1815) utiliza la dico-
tomía “reformadores” contra “conservadores”, en lugar de la habitual en la Península,
“liberales”/“serviles”. Es evidente que la denominación de reformadores podía convenir
tanto a los diputados liberales de las Cortes de Cádiz como a los protagonistas de la
insurrección americana. Casi todos ellos se veían a sí mismos como reformistas – o
reformadores, o regeneradores –, pero no como revolucionarios. Véase Javier Fernández
Sebastián, “Revolucionarios y liberales. Conceptos e identidades políticas en el mundo
atlántico”: María Teresa Calderón/Clément Thibaud (coords.), Las revoluciones en el
mundo atlántico (Bogotá 2006), pp. 215–250. Con respecto a las denominaciones de
los dos bandos combatientes en Venezuela y Nueva Granada, escribe Clément Thibaud
que “los partidos se llamaron ‘americanos’ y ‘españoles europeos’, luego ‘republicanos’
y ‘realistas’ durante y después de la derrota bolivariana de 1814, y finalmente ‘colom-
bianos’ y ‘españoles’, oficialmente después del armisticio de 1820”. Clément Thibaud,
Repúblicas en armas. Los ejércitos bolivarianos en la guerra de Independencia en
Colombia y Venezuela (Bogotá 2003), p. 12.
Liberalismos nacientes en el Atlántico iberoamericano 179
39
Ver arriba, nota 26.
180 Javier Fernández Sebastián
del término se contenía ya ese matiz de liberación: “siendo la voz libre el término opues-
to a la voz esclavo, creemos que la palabra liberal no se usó primitivamente sino con
relación al sujeto que libertaba. Un hombre tenía un esclavo, por ejemplo, y le daba
la libertad; ese hombre fue denominado liberal; ese hombre era el liberal de aquella
época”. Roque Barcia, Primer Diccionario general etimológico de la lengua castellana,
5 vols. (Madrid 1880–1883), vol. 3, pp. 400–401, cursivas en el original. En todo caso,
como nos sugiere Christian Lynch, parece bastante plausible que el sentido político de
liberal se desprendiera de un modo “natural” de su sentido moral, a través de una serie
de pequeños desplazamientos semánticos. Así, poco a poco la “generosidad” o “libera-
lidad” de un gobierno podría haber sido entendida como una actitud de magnanimidad
hacia los súbditos, en el sentido de darles la posibilidad de actuar por sí mismos de
manera más desembarazada, menos sujeta a impedimentos, constricciones y reglamen-
taciones. Habría que examinar con más cuidado las fuentes para comprobar si efectiva-
mente se produjo ese tipo de evolución.
42
Simón Rodríguez, El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de
armas, defendidos por un amigo de la causa social (Arequipa 1830).
43
José María Luis Mora, “Discurso sobre las aversiones políticas”: El Observador
(México, D. F.), 24-III-1830; citado en Palti, La invención de una legitimidad (nota 30),
p. 97.
182 Javier Fernández Sebastián
44
“Origen del liberalismo europeo”: El Censor (Madrid) 35, 31-III-1821,
pp. 321–341.
45
Desde W. T. Krug hasta A. Arblaster, pasando por B. Croce, G. de Ruggiero,
H. Laski o F. Watkins, un amplísimo plantel de autores suscribirían esta visión clásica
del liberalismo como “la doctrina por excelencia de la civilización occidental”. El ori-
gen del tópico se sitúa inequívocamente en los años veinte del siglo XIX.
46
J. L. Talmon, Political Messianism. The Romantic Phase (Londres 1960).
Liberalismos nacientes en el Atlántico iberoamericano 183
47
Javier Fernández Sebastián, “Una insólita celeridad. Experiencia de la historia y
compresión temporal en las revoluciones hispánicas”: Javier Fernández Sebastián/João
Feres Jr. (eds.), Tiempo e Historia. Homenaje a Reinhart Koselleck (Santander, en pre-
paración).
48
Juan de Olavarría, “Plan ‘Junio’. Memorias remitidas a Fernando VII en 1826”:
Claude Morange (ed.), Reflexiones a las Cortes y otros escritos políticos (Bilbao 2007),
p. 314.
49
Dos décadas más tarde, en 1845, hablando de “la nueva época revolucionaria”
en que se imponían por todas partes los gobiernos representativos, el jurista español
Joaquín Francisco Pacheco se refería a los últimos sesenta años, “desde que la teoría
liberal, haciéndose omnipotente, modificó los antiguos gobiernos, elevando a los repre-
sentantes de las naciones casi al nivel de las cabezas coronadas”. Francisco Tomás y
Valiente (ed.), Lecciones de Derecho Político (Madrid 1984), p. 95.
50
Fermín Toro, “Europa y América”: El Correo de Caracas (Caracas) 17,
30-IV-1839.
184 Javier Fernández Sebastián
51
“El grito de la independencia es el principio de una regeneración política y, como
tal, la brillante aurora de siglos de libertad. Pero no hay bien en lo humano sin mayor
o menor contrapeso. El 19 de abril, mañana de la libertad, debía ser y fue la tarde del
trabajo y de la industria. Tras la noche de una guerra tenaz y sangrienta, había de rea-
parecer este sol que nos vivifica, que nos encuentra libres, y que alumbra un magnífico
porvenir. Pero aquella noche de largos y terribles años no podía ser sino tempestuosa y
asoladora; y, en la aurora de la libertad, tras de tantos desastres, nosotros mismos debi-
mos librar aquellos decretos de Angostura y de Cúcuta, que extinguiendo gradualmente
la esclavitud, habían de dejar a Venezuela con las necesidades de su agricultura y sin su
base primitiva”. Antonio Leocadio Guzmán, “Cuestión económico-política”: El Venezo-
lano (Caracas), 29-III-1845, 9-IV-1845 y 26-IV-1845.
Liberalismos nacientes en el Atlántico iberoamericano 185
52
Entre las expresiones más pesimistas se encuentran aquellas que comparan des-
favorablemente la evolución de los países de la antigua América española con la de sus
vecinos norteamericanos. Así, Sarmiento, en un largo artículo publicado en El Nacional
de Santiago de Chile, en 1841, constata con melancolía que la adopción generalizada del
“sistema de gobiernos representativos” en Europa y en América, acorde con “la marcha
del siglo”, no ha permitido sin embargo asentar regímenes estables en América del Sur;
citado en José Carlos Chiaramonte, “La comparación de las independencias ibero y an-
gloamericanas y el caso rioplatense”: María Teresa Calderón/Clément Thibaud (coords.),
Las revoluciones del mundo atlántico (Bogotá 2006), p. 122.
53
Vicente Rocafuerte, Bosquejo ligerísimo de la revolución de México, desde el
grito de Iguala hasta la proclamación imperial de Iturbide (Filadelfia 1822), p. VII;
citado por José Antonio Aguilar/Rafael Rojas (coords.), El republicanismo en Hispano-
américa. Ensayos de historia intelectual y política (México, D. F. 2002), p. 365.
186 Javier Fernández Sebastián
54
Mariano Otero, Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política
que se agita en la República Mexicana (México, D. F. 1842).
55
“Actualmente hay en España varios partidos: los carlistas quieren recobrar lo que
han perdido; los moderados, conservar lo que tienen; los progresistas, alcanzar lo que
esperan”; Semanario Pintoresco Español (Madrid 1845), p. 272. Aunque en la batalla
ideológica por la opinión entre estas tres formaciones cada uno de los partidos extremos
suele asimilar a los dos grupos rivales, como si en el fondo constituyesen uno solo, los
observadores más templados (o más neutrales) son capaces de captar perfectamente los
matices que los separan. Así, para Juan Rico y Amat, el partido moderado – tendencia
Liberalismos nacientes en el Atlántico iberoamericano 187
política liberal que se sitúa a sí misma a mitad de camino entre progresistas y absolu-
tistas – sostiene un proyecto “conservador, pero no reaccionario”; Juan Rico y Amat,
Historia política y parlamentaria de España, 3 tomos (Madrid 1860–1861), tomo III,
pp. 458–460.
56
El Eco del Comercio (Madrid), 20-IV-1839.
57
“Retrógrados–Liberales”: El Universal (México, D.F.), 3-I-1849; citado en Palti,
La invención de una legitimidad (nota 30), pp. 251 y ss. Lucas Alemán exponía en la
prensa y en la Cámara de Diputados el credo “conservador” de su partido, afirmando
que tal nombre obedece a que su pretensión es “conservar”, y no destruir, la República
(ibidem, p. 272).
58
La Civilización (Bogotá) 17, 29-XI-1840. Gustavo Humberto Rodríguez R.,
Ezequiel Rojas y la primera República liberal (Bogotá 1970), p. 173, nota. Según el
periódico liberal bogotano El Neo-Granadino, en 1849 se produjo cierto embrollo en
la denominación de los partidos colombianos; el partido “conservador” era también
llamado por algunos “estacionario” o incluso “retrógrado” (ibidem, pp. 176–178).
188 Javier Fernández Sebastián
62
Ver arriba, nota 38.
190 Javier Fernández Sebastián
Reflexiones finales
siendo polémica, ha terminado por verse como algo natural, casi axio-
mático. Hoy, sin embargo, al desvelarse el mecanismo ideológico de
su formación, inevitablemente empieza a ser percibida como anacró-
nica cuando se aplica a sujetos que no podrían reconocerse a sí mis-
mos desde esos esquemas.
Precisamente, uno de los propósitos de nuestra historia conceptual
es ayudarnos a distinguir con la mayor nitidez posible las voces (de
los agentes) de los ecos (las interpretaciones de los historiadores); y,
dentro de estos últimos, es decir, de las explicaciones de los autores, la
voz del “historiador conceptual” de las de los numerosos historiado-
res que durante casi dos siglos se han ocupado del liberalismo, pero,
sobre todo, de las voces “originales” de las élites de la primera mitad
del siglo XIX, que aquí han constituido nuestro objeto de estudio. Es
necesario instaurar esa doble distancia, y esforzarnos por mantenerla,
para que podamos distinguir permanentemente nuestro propio dis-
curso – que, en una primera instancia trata de acercarse todo lo posible
a la conceptualidad de los historiados, a sabiendas de que nunca será
posible su recuperación total – del de los historiadores que nos han
precedido.
De la lectura de los nueve ensayos que están en la base de este
artículo se deduce que, con las excepciones que enseguida se dirán, la
identidad política de los liberales fue en muchos casos bastante débil
y difusa durante el periodo estudiado, y en algunos de los espacios
americanos ni siquiera es fácil señalar cuándo el liberalismo entró en
acción como un grupo político organizado y claramente identificable.
En el Río de la Plata, por ejemplo – como sugiere Fabio Wasserman –,
no es factible identificar un lenguaje propiamente liberal, integrándose
más bien algunos de sus elementos en otros lenguajes, como el repu-
blicano o el iusnaturalista.
La alternativa entre monarquía o república parece haber sido deter-
minante en algunos casos. No deja de ser revelador al respecto que,
en una carta de Bolívar a Santander fechada el 9-IX-1821 – citada
por las autoras del ensayo correspondiente a Venezuela –, cuando esa
disyuntiva no estaba todavía del todo resuelta, el Libertador expresara
su esperanza de “que la experiencia nos acabe de ilustrar en el punto
espinoso de si somos para ser [sic] republicanos o monárquico libera-
les”. Todo parece indicar que a mayor énfasis en la república, menos
“liberalismo”, y viceversa. El sorprendente peso que el discurso libe-
ral tuvo en Brasil, único país de ultramar en el que el régimen monár-
192 Javier Fernández Sebastián
64
Desde hace ya algún tiempo, la oposición liberalismo–republicanismo constituye,
como es bien sabido, un tópico del que se han venido ocupando algunos de los más
reconocidos especialistas mundiales en historia del pensamiento político. En especial, la
abultada literatura sobre el republicanismo de los Pocock, Skinner y demás ha ido deli-
mitando una noción tan amplia de los llamados “lenguajes republicanos” que, al volver
una vez más sobre estos asuntos, parece muy aconsejable hacerlo con todo tipo de pre-
cauciones y de cautelas. No podemos entrar aquí a discutir sobre la utilidad del “repu-
blicanismo” como concepto analítico para el estudio de la historia político-conceptual
de nuestros países (en los cuales, por cierto, no pocos “republicanos” se consideraban
“liberales”, y viceversa, si bien estos últimos eran mucho menos proclives a tal identi-
ficación). Sí me parece necesario advertir al lector que ninguna de las dos nociones a
las que hacemos referencia en este párrafo – “liberalismo” y “republicanismo” – se cor-
responden con el valor arquetípico que suele dársele a tales expresiones en los debates
referentes al mundo anglófono.