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Ofrecemos unas líneas sobre la identidad, historia y fórmulas de esta hermosísima oración
cristiana, que actualmente presenta dos grandes modelos de enunciados y de recorridos: el Vía
Crucis tradicional o clásico y el Vía Crucis creado por el Papa Juan Pablo II en el año 1991.
Definición descriptiva
El Vía Crucis es quizás la más bella y antigua devoción, que ha brotado del pueblo santo
de Dios en su afán de reproducir los misterios de la pasión y muerte de Jesucristo. Es hacer
memoria del camino de la cruz -la palabra latina "vía crucis" se traduce por la española "camino
de la cruz"- de Jesucristo. Es acompañar al Señor en las intensas horas del dolor y del amor más
grandes. Es compartir y completar en nosotros lo que le falta a la pasión del Salvador.
Orígenes
Nacen así las "estaciones", las "paradas" en el camino de Jesús, por la Vía Dolorosa
jerosolimitana, hacia el Calvario, el lugar de la crucifixión del Redentor.
A partir del siglo XIII, los Franciscanos, imitando a su fundador San Francisco de Asís,
peregrinó en el País de Jesús, se establecen en la "custodia" de estos Santos Lugares y divulgan
el rezo y la praxis itinerante del Vía Crucis, que cautivó pronto al pueblo cristiano.
Junto al rezo del Vía Crucis en las peregrinaciones a Jerusalén, la Iglesia adopta también
esta praxis y la inserta en todos los demás lugares dentro de las prácticas cuaresmales,
particularmente durante los viernes de cuaresma y de una manera especialmente significativa el
viernes santo, el día del Vía Crucis.
Desde tiempo, pues, inmemorial el pueblo cristiano ha recordado -esto es, ha vuelto a
traer al corazón- los misterios de la pasión y muerte del Señor mediante el rezo del Vía Crucis.
Para ello se crearon catorce estaciones, la mayoría de ellas basadas en los relatos bíblicos y otras
muy apegadas a la tradición popular.
Consta que el llamado Vía Crucis tradicional, las catorce estaciones clásicas de esta
oración y ejercicio, tuvieron su origen en España en el siglo XVII. Con todo, junto a este Vía
Crucis, la Iglesia, sus pastores y fieles, ha seguido también el camino de la cruz con otras
estaciones, más o menos a elección libre y ocasional, pero siempre dentro del mismo espíritu y
contexto de la pasión del Señor.
Las catorce estaciones tradicionales o clásicas del Vía Crucis tienen el siguiente enunciado:
En distintas y numerosas celebraciones del rezo del Vía Crucis se ha añadido además una
decimoquinta estación: La Resurrección del Señor.
Para el viernes santo del año 1991, el Papa Juan Pablo II propuso a los fieles un nuevo Vía
Crucis, estrictamente evangélico y arrancando de Getsemaní. El mismo lo inauguraba en el
ejercicio solemne del Vía Crucis del Coliseo Romano de aquel año.
Este Vía Crucis de Juan Pablo II no pretendía suplir al anterior sino complementarlo. Como
afirmara entonces el Maestro de Ceremonias Pontificias, Mons. Piero Marini, "este Vía Crucis es
una alternativa; al igual que en la Misa hay varias plegarias eucarísticas, también ahora existe
otra posibilidad de rezar el Vía Crucis". De hecho, el mismo Santo Padre, en el rezo del Vía Crucis
de los viernes santos en el Coliseo Romano, a veces sigue este nuevo modelo y a veces retorna al
tradicional.
Las catorce estaciones del nuevo Vía Crucis o Vía Crucis del Papa Juan Pablo II son las
siguientes:
1ª Estación: Jesús en el huerto de los olivos.
2ª Estación: Jesús es traicionado por Judas y es arrestado.
3ª Estación: Jesús es condenado por el Sanedrín.
4ª Estación: Jesús es negado por Pedro.
5ª Estación: Jesús es juzgado por Pilatos.
6ª Estación: Jesús es flagelado y coronado de espinas.
7ª Estación: Jesús carga con la cruz.
8ª Estación: Jesús es ayudado por el Cirineo.
9ª Estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén.
10ª Estación: Jesús es crucificado.
11ª Estación: Jesús promete el Reino al buen ladrón.
12ª Estación: Jesús crucificado, la madre y el discípulo.
13ª Estación: Jesús muere en la cruz.
14ª Estación: Jesús es depositado en el sepulcro.
Convergencias y substancias
En cualquier, tanto en un modelo como en otro, que son muy convergentes, como no
podía ser de otra manera, la clave de este ejercicio piadoso, de esta hermosísima praxis, es la
contemplación y seguimiento del Señor en su camino de dolor, de amor y de redención.
El Vía Crucis ha sido, es y seguirá siendo, por todo ello, memoria viva y orante de las más
apasionantes y decisivas horas de la historia de la salvación y de la historia de la humanidad. Es
escuela de arrepentimiento y de conversión. Es escuela de vida y de compromiso. Es escuela de
meditación y de oración. El Vía Crucis es, por todo ello, es un extraordinario, oportuno y
fecundísimo camino de cuaresma y de pascua.