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De acuerdo a Donald Shaw, existe una línea divisoria entre los críticos de Cien
años… que separa a los que interpretan la novela como una metáfora de la condición
humana, de los que la ven, ante todo, como una exploración de la situación histórica de
Latinoamérica. La circularidad del tiempo en Macondo, el determinismo que rige la vida
de los macondinos, la soledad, la violencia, la maldición que pesa sobre los Buendía, etc,
expresan el hondo pesimismo existencial de García Márquez y su visión trágica de la
vida humana. Mientras, para los segundos, lo más importante es la presentación en la
novela de los problemas sociales y políticos, las guerras, el imperialismo económico, las
matanzas; es decir, el elemento de denuncia.
Es más acorde, dice el autor, entender la obra desde el sentido universal. La idea
del tiempo circular, aquello que se repite de generación en generación en los Buendía,
como por ejemplo la violencia (Aureliano Buendía, Arcadio y Aureliano José
pertenecientes a distintas generaciones, pero que tienen en común el hecho de que todos
han sido implicados en la guerra civil, formando parte de los rebeldes), la soledad (todos
los personajes están sometidos a una soledad ineludible y a frustrarse siempre por el
incumplimiento de sus deseos) o el incesto (la obra comienza y culmina con uno)
también por la repetición de los nombres que contribuyen a la idea de lo cíclico
corresponden a un determinismo que reflejan la falta de fe, por parte de García Márquez,
en la posibilidad de cambiar el curso de la historia mediante esfuerzos humanos. Ese
determinismo, en la novela, implica la idea de una maldición donde todo está
determinado por sus orígenes, es por eso que el pergamino de Melquíades expresa en su
última frase Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda
oportunidad sobre la tierra.
Apuntes.
La obra narra la historia de la familia Buendía a lo largo de cien años, así como
la fundación, apogeo y decadencia de Macondo.
José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, primos y esposos, inician una estirpe
donde el incesto es constitutivo de un medio ancestral: la posibilidad de engendrar un
niño con cola de cerdo aunque este temor se transmite de generación en generación, el
incesto se convierte en una atracción en la que algunos miembros de los Buendía no
pueden huír. Durante cien años los Buendía determinan cíclicamente los cambios en
Macondo, la decadencia que le sucede al apogeo continuamente. Pero el fin de Macondo
está predestinado y se concretará en el incesto de Amaranta Úrsula y Aureliano Babilonia
del que nacerá el temido engendro con cola de cerdo. En ese momento se cierra el círculo
pues el incesto final remite al incesto inicial y un huracán sepulta a Macondo, porque las
estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad en la
tierra.
Vargas Llosa nació en Arequipa, ciudad al sur del Perú. Pasó los primeros años
de su niñez en Cochabamba (BOL), Piura y Lima, siguiendo los azares de un hogar
fracturado; en ese último lugar, estudió dos años en el colegio militar Leoncio Prado,
experiencia que se convertiría en materia de su primera obra, La ciudad y los perros. A
los dieciocho años se casó con su tía política, Julia Urquidi, lo que causaría un gran
escándalo en su familia; esta historia y la de su propia formación literaria serían la
materia de otra de sus novelas, La tía Julia y el escribidor. Por lo tanto, vemos cómo
aflora la fantasía del autor sólo si tiene apoyo de una concreta experiencia personal, con
personajes y ambientes reales y a veces hasta con nombres propios.
Por otro lado, es evidente que su proyecto literario era radicalmente distinto. La
novedad que introduce su obra es la ruptura del modelo de representación naturalista.
Decimos pues que posee un primer periodo creador que incluyen novelas de
crítica social y denuncia como La Casa Verde y La ciudad y los perros.
Pero cuenta con un segundo periodo donde está incluida su obra La tía Julia y el
escribidor. Por un lado, tenemos novelas cuyo tema es esencialmente político (La guerra
del fin del mundo e Historia de Mayta) por otro lado, las que reelaboran vivencias de tipo
más privado, su propia experiencia de escritor. Esta obra (La tía Julia) pertenece al
segundo periodo de la escritura del autor que consistió en introducir el humor a sus textos
ya que hasta ese momento sus novelas se caracterizaban por la solemnidad inherente de
la narrativa de protesta social.
Sin dejar de ser un realista, es evidente que es esta época él mismo se cuestiona
si es posible usar la expresión “ficción realista” sin caer en una insostenible
contradicción: todo lenguaje artístico es forzosamente una traición de la experiencia real.
El problema se le presentó de modo vívido cuando escribía La tía Julia…, al tratar de ser
fiel a ciertos pasajes que queriendo ser autobiográficos se convertían inevitablemente en
novelísticos. Es por eso que en el prólogo de su libro va a decir Este empeño me sirvió
para comprobar que el género novela no ha nacido para contar verdades, que éstas, al
pasar a la ficción se vuelven mentiras.
Ambos planos, el de las peripecias del romance de Mario Vargas con tía Julia y
el de los seriales radiofónicos de Pedro Camacho, comparten características.
La obra, como se dijo, tiene como objeto parodiado a un subgénero literario. Por
ese motivo se toman características de esos textos pero de forma transformada, exagerada
e irónica porque a pesar que la imitación es fundamento de la parodia, ésta siempre
obtiene una identidad textual propia. Es así que los fragmentos que Mario Vargas Llosa
nos da como escritos por Pedro Camacho se caracterizan por empezar, en cada capítulo,
con un indudable y caricaturesco estilo de folletín, de serial radiofónico. Así, por
ejemplo, el primer episodio arranca de la siguiente manera: «[...] cuando un famoso
galeno de la ciudad, el doctor Alberto Quinteros -frente ancha, nariz aguileña, mirada
penetrante, rectitud y bondad en el espíritu-, abrió los ojos...» (pág. 29) y esto se repite en
los demás fragmentos de radioteatro (ejemplo, el capítulo IV)