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Universidad de Guayaquil

Facultad de Jurisprudencia, Ciencias

Sociales y Políticas

Alumno:

Garcés Cortez Romel José

Asignatura:

DERECHO ADMINISTRATIVO I

Docente:

AB. HECTOR MOSQUERA PAZMIÑO. MGS


El Contrato Social

El Contrato Social es una de las obras de teoría política más sabias y menos

entendidas. Para algunos es un sueño político, una utopía, que el propio autor sabe

que es irrealizable. No es en modo alguno un liberalismo, porque ese sistema hace

perder la unidad del Estado y las ideas sociales roussonianas se orientan hacia una

cierta equivalencia en la propiedad y en acercar los extremos en las clases sociales,

en que no haya una distancia tan abrupta entre ricos y pobres. También su obra se

la interpreta desde una doble óptica no compatible: como un puro colectivismo,

donde se renuncia a los intereses particulares con vistas al bien común, a pesar de

que su propio autor era un individualista, un “paseante solitario”. Como un

antepasado lejano del totalitarismo, es quizás, una de las perspectivas menos

prometedoras. No es tampoco una obra revolucionaria, siendo inexactas las

palabras del poeta alemán H. Heine cuando situó a Rousseau como “la cabeza

revolucionaria de la cual Robespierre no fue más que el brazo ejecutor”. Su

contribución es más bien indirecta y no de causalidad, al haber significado una

inspiración que enriqueció el conjunto de ideas que fueron el trasfondo de la

Revolución Francesa1.

1
Echandi Gurdián, Marcela. (Agosto de 2002). «El origen y naturaleza del Contrato Social en
Juan Jacobo Rousseau». Revista de Ciencias Jurídicas, Universidad de Costa Rica
No se puede negar que el concepto de libertad roussoniana como

inalienable, en donde “renunciar a la libertad es renunciar a la cualidad de

hombre2, fue recogida por la Declaración de los Derechos del hombre y del

ciudadano en su artículo 1: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en

derechos”. Tampoco se puede dejar de ver cómo penetró la obra del filósofo

ginebrino sobre los líderes de las revoluciones y nacimientos de las repúblicas

americanas.

El contrato será, pues, expresión de la voluntad general. La voluntad general

es distinta de la simple voluntad de todos porque no es una mera totalización

numéricamente mayoritaria de las voluntades particulares y egoístas, cuya

resultante es siempre el puro interés privado. La voluntad general, en cambio, es

siempre justa y mira por el interés común, por el interés social de la comunidad,

por la utilidad pública. De esa voluntad general emana la única y legítima autoridad

del Estado.

A diferencia de toda monarquía absoluta, o de toda forma de poder

autocrático, con el ejercicio de la voluntad general la soberanía residirá en el

pueblo. Esta soberanía es, por tanto, absoluta, dado que no depende de ninguna

otra autoridad política, no estando limitada nada más que por sí misma; es

inalienable, dado que la ciudadanía atentaría contra su propia condición si

renunciara a lo que es expresión de su propio poder; y, finalmente, es indivisible, ya


que pertenece a toda la comunidad, al todo social, y no a un grupo social ni a un

estamento privilegiado.

El pueblo, partícipe de la soberanía, es también al mismo tiempo súbdito, y

debe someterse a las leyes del Estado que el mismo pueblo, en el ejercicio de su

libertad, se ha dado. Se concilian así libertad y obediencia mediante la ley, que no

es sino concreción de la voluntad general y alma del cuerpo político del Estado. La

cuestión de quién dicta las leyes la resuelve Rousseau con la figura del legislador,

que será “el mecánico que inventa la máquina”.

Los principios hasta aquí expuestos constituyen las ideas básicas de los dos

primeros libros de El contrato social. Parten de una situación histórica y sirven para

diseñar la hipótesis jurídica del tránsito del estado natural al estado civil, de forma

tal que el hombre pierde su libertad natural pero gana la libertad civil, circunscrita a

la voluntad general, y su igualdad natural no queda destruida por una sociedad

que le es impuesta, sino que es reemplazada por la igualdad moral.

En los dos últimos libros, Rousseau trata del gobierno, al que define como

un “cuerpo intermediario establecido entre súbditos y el soberano para su mutua

comunicación, a quien corresponde la ejecución de las leyes y el mantenimiento de

la libertad tanto civil como política”. Su poder ejecutivo es delegado por el único

soberano, el pueblo, y sus miembros podrán ser destituidos por ese mismo sujeto.

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