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TEXTO Nº 7: Rousseau

Montesquieu: contemporáneo y claro complemento.

Charles Louis de Secondat, Señor de la Brède y Barón de Montesquieu (1689- 1755), fue un
cronista y pensador político francés. Ha sido uno de los filósofos y ensayistas ilustrados más
relevantes, en especial por la teoría de la separación de poderes, que ha sido implementado en
muchas constituciones a lo largo del mundo. Su pensamiento debe ser enmarcado dentro del espíritu
crítico de la Ilustración francesa, patente en rasgos como la tolerancia religiosa, la aspiración de
libertad y su concepto de la felicidad en el sentido cívico.

Se encuentra influenciado por el británico Locke, desarrollando sus ideas acerca de la


división de poder. En su obra El espíritu de las leyes (1748) manifiesta admiración por las
instituciones políticas inglesas y afirmó que la ley es lo más importante del Estado. Las Cartas
Persas se publican en 1721, con 32 años; su éxito es fulminante en la sociedad francesa de la época.
Esto le permite Ingresar en la Academia Francesa en 1727 y se traslada a Inglaterra en 1729 siendo
elegido miembro de la Royal Society. Sus tres años en Inglaterra resultan cruciales para su
desarrollo intelectual. Es considerado uno de los precursores del liberalismo.

El espíritu de las leyes.

El objetivo del pensamiento político de Montesquieu, expresado en el Espíritu de las leyes, es


elaborar una física de las sociedades humanas. Adopta el análisis histórico, basado en la
comparación; arranca de los hechos, observando sus variaciones para extraer de ellas leyes.
Consideraba más bien que las leyes proceden de relaciones necesarias derivadas de la naturaleza de
las cosas y las relaciones sociales, de forma que no sólo se opuso a la separación entre ley natural y
ley positiva sino que consideraba que son complementarias.

Cada pueblo tiene las formas de gobierno y las leyes que son propias a su idiosincrasia y
trayectoria histórica, y no existe un único modelo desde el cual juzgar la bondad o maldad de sus
corpus legislativos. A cada forma de gobierno le corresponden determinadas leyes, pero tanto éstas
como aquéllas están determinadas por factores objetivos tales como el clima y las peculiaridades
geográficas que, según él, intervienen tanto como los condicionantes históricos en la formación de
las leyes. No obstante, teniendo en cuenta dichos factores, se puede tomar el conjunto del corpus
legislativo y las formas de gobierno como indicadores de los grados de libertad a los que ha llegado
un determinado pueblo. Esto hace de Montesquieu uno de los primeros pensadores perteneciente al
determinismo geográfico.

Su filosofía política  se transforma en una filosofía moral, cuando establece como ideal
político la consecución de la máxima libertad asociada a la necesaria autoridad política.  Rechaza
abiertamente las formas de gobierno despóticas, considerando imprescindible la separación de
poderes. Muy influenciado por Locke, desarrolla la concepción liberalista de éste, y además de
considerar la necesidad de separar el poder ejecutivo del poder legislativo, piensa que también es
preciso separar el poder judicial. Esta separación de los tres poderes fue asumida y aplicada por
todos los gobiernos democráticos posteriores.

Rousseau.

Jean-Jacques Rousseau (Suiza, 1712 – Francia, 1778) fue un escritor, filósofo, músico;
usualmente es definido como un ilustrado, pero parte de sus teorías prefiguran el posterior
Romanticismo. Las ideas políticas de Rousseau influyeron en gran medida en la Revolución
Francesa, el desarrollo de las teorías Republicanas, y el crecimiento del nacionalismo.

El contrato social

En 1762, la publicación de El contrato social fue causa de su expulsión de Francia,


refugiándose en Neuchatel. Uno de los temas fundamentales de la obra es la soberanía (tema
fundamental de la filosofía occidental de la modernidad). Para el autor soberanía es sinónimo de
voluntad general, en tanto que sólo la voluntad general del pueblo puede constituirse en ley. Esta es
indivisible y no puede ser representada. Por lo tanto la soberanía radica en el todo (el pueblo en su
totalidad), no puede dividirse en partes (como los poderes) y menos todavía ser representada por un
parlamento electo (porque de esta manera el hombre sería libre solo cuando elige a sus
representantes legisladores, pero después volvería a ser esclavo). Soberanía y Estado son términos
inseparables, en tanto que el Estado se mantiene en el poder soberano.

De esta manera para Rousseau el principio fundante del Estado Moderno debería ser
netamente democrático, ya que el poder soberano solo es tal, cuando es la expresión de la voluntad
general de todos los ciudadanos de un Estado. La voluntad general del pueblo es el denominador
común de todas las voluntades particulares. Esto suena algo utópico, pero el autor contesta diciendo
que si entre un grupo de hombres no hubiera ningún interés común a todos, que los pueda unir, sería
imposible pensar en la sociedad civil y menos en un contrato social fundante de un Estado.

Sólo en un Estado fundado en un principio democrático, donde el poder soberano es la


voluntad general de todos, el hombre puede ser realmente libre, existir auténticamente. Porque el
hombre de esta manera sólo se somete a la ley que él mismo se dicta. Ni en el Estado de Naturaleza
(donde está atado a sus pasiones, o bien, a las de otro) ni en otro tipo de Estado puede llegar a serlo
realmente. Sin embargo, define a la voluntad general como un principio o guía moral. De allí que
sea infalible.

Pero no hay que confundir este principio fundante del Estado (a saber que solo la votación de
todos puede crear ley) con el régimen o forma de gobierno. Una cosa es la forma de Estado y otra su
régimen político. El gobierno es el órgano encargado de ejecutar la voluntad general del pueblo. La
ley, como expresión de la voluntad general, debe también apuntar siempre al todo y nunca a un
particular. Por eso es necesario un gobierno que aplique la ley a las partes, pero éste no puede nunca
dictarla, solo el pueblo entero puede hacerlo. Para Rousseau no hay un régimen político ideal o por
excelencia, el tipo de régimen dependerá de la situación geográfica donde se asiente la sociedad
civil y su consecuente Estado. En territorios pequeños es conveniente una democracia como forma
de gobierno, en territorios medianos una Aristocracia y en un territorio grande una monarquía.

II

Es considerado un filósofo del contractualismo por la triple estructura de análisis planteada


en su obra El contrato social (Estado de Naturaleza- Contrato Social-Estado Civil). Aunque
Rousseau supera el planteo dicotómico clásico de estado de naturaleza- estado civil; Él incorpora un
segundo pacto, llamado pacto revolucionario1. Aquí aparece ya no sólo el estado de naturaleza y el
estado civil, sino una tercera instancia llamada la República

Rousseau crítica el estado de naturaleza de Hobbes, al señalar que el estado de naturaleza es


aquel en el cuál el cuidado de la conservación es el menos perjudicial, siendo el más adecuado para
la paz y seguridad del género humano. Rousseau también está en desacuerdo con el supuesto
carácter violento del hombre en estado de naturaleza que atribuye Hobbes. Rousseau plantea que el
hombre en estado de naturaleza es tímido. Y concluye el autor que parece que los hombres en tal
estado, al no existir entre ellos ninguna clase de relación moral ni deberes comunes, y no siendo la
naturaleza escasa, no pudieron los hombres ser ni buenos ni malos, como tampoco pudieron tener
ni vicios ni virtudes.
En el estado de naturaleza propuesto por Rousseau los hombres se relacionan con sus pares
(si fuese necesario) mediante dos sentimientos básicos: 1º el amor a sí mismo (relacionado con el
instinto de conservación); 2º la piedad, ante el sufrimiento ajeno (considerando al otro un igual a
mí, y su dolor es mío). Pero ese primer sentimiento puro se extrema y transforma en egoísmo
cuando los hombres comienzan a compararse y a competir entre si. Este hecho pudo haber ocurrido
para Rousseau en los inicios de la socialización, reunidos en una fogata invernal o nocturna o bien
bajo el fresco de un árbol en verano o durante el día.
Implantada la competencia, los hombres comienzan a buscar medios para superarse; este
“Progreso” (considerado negativo para el autor) abre las puertas al trabajo, la propiedad, y con ello
a la desigualdad. Con el origen de la desigualdad y la diferencia, impuesto por la propiedad, se
inicia la envidia y el egoísmo, la miseria humana. Si existe la propiedad, se define lo mío que no
puede ser quitado porque es fruto de mi trabajo. Pero el que no tiene lo querrá y el robo y desorden
hará su aparición.
Es allí cuando aparece el primer contrato social o contrato inicuo2, que dará origen al estado civil.
Este estado es para Rousseau el origen de la desigualad y la injusticia, de la desnaturalización del
hombre (oposición con Locke). Esa desigualdad es madre de una guerra permanente y no su
pacificador. Aquí, Rousseau ingresa en una clara dicotomía con Hobbes; ya que este estado civil es
en realidad en donde se deben aplicar todas las características negativas del hombre que Hobbes
incluyó en el estado de naturaleza (al que Rousseau ve como un estado idílico, y ha sido señalado
con anterioridad).
La solución a este mal sería el complemento de ambas estados: un estado de igualdad y
libertad como el natural, pero en el que ya no se puede restablecer las condiciones de aislamiento y
carencia de propiedad, vigentes en el estado civil. Para el autor, la sociedad deviene debido a la
necesidad de proteger la propiedad. Pero también porque al convertirse en miembros de la sociedad,
los hombres ganan individualmente más de lo que ganarían permaneciendo aislados. En este caso, la
sociedad sustituye al instinto por la justicia y da a las acciones de los hombres la moralidad de que
antes carecían. De allí la aparición del segundo contrato y de la república democrática.
III
Pero para concretar la idea de la república democrática, es necesario que la norma jurídica y
el derecho de naturaleza resulten complementarios, y no una cuestión dada, como se concibe en el
estado civil. De esta forma, Rousseau observa que no sólo para que la ley (norma jurídica) tenga
validez se necesita que la voluntad de aquel a quien obliga pueda someterse con conocimiento de

1
Rousseau plantea la necesidad de este segundo pacto o pacto real y soberano, en contraposición al anterior, que llama pacto
inicuo o de sumisión. Este segundo pacto permitiría llegar a una república democrática, donde se alcanzaría la verdadera
representación; ya no sólo respetándose la libertad y la propiedad, sino la igualdad.
2
Contrato inicuo o también absurdo y mentiroso, ya que propicia la defensa de una propiedad que no es natural, y despierta en el
hombre sentimientos negativos, originados por esa desigualdad impuesta y defendida legalmente en el nuevo Estado Civil.
ella, sino que es preciso también, que sea natural. Por ello, la ley debe dialogar de modo inmediato
con el derecho natural, presente en cada uno de nosotros.
Advierte Rousseau que para querer hace falta ser libre, otra dificultad no menor consiste en
asegurar a la vez la libertad pública y la autoridad del gobierno. Sabiendo que el motivo que lleva a
los hombres a permanecer unidos por sus mutuas necesidades en sociedad civil es para asegurar los
bienes, la vida y la libertad de cada miembro mediante la protección de todos. Pero para que el
gobierno sea legítimo y popular (buscando el bien del pueblo) dicho gobierno debe guiarse por la
voluntad general. El cuerpo político es también un ser moral dotado de voluntad; esa voluntad
general, tendiente siempre a la conservación y bienestar del todo y de cada parte, es el origen de las
leyes y la regla de lo justo y de lo injusto para todos los miembros del estado.
Rousseau plantea la necesidad de regresar a las pequeñas agrupaciones sociales, es decir,
reivindica el regreso a la Ciudad-Estado. Consideraba que el pueblo soberano no puede estar
representado, que no puede delegar su autoridad ni sus derechos a gobernarse. El pueblo debe
gobernar por sí mismo y directamente y, como supone que tal cosa sólo puede lograrse en una
sociedad lo bastante pequeña para que todo el pueblo pueda concurrir a la Asamblea, vuelve otra
vez a la Ciudad-Estado como la única forma en que los términos del contrato social pueden ser
cumplidos cabalmente. Rousseau estableció que la voluntad popular es el único fundamento de la
organización política.
Es defensor de la soberanía popular que considera debe ser expresada en Asambleas y niega
la representación popular a la que considera ha de llevar fatalmente al dominio de la mayoría por los
representantes populares. El orden social, según Rousseau, es un derecho sagrado que sirve de base
a todos los demás. Precisa que se trata de encontrar una forma de asociación que de protección a las
personas y a los bienes de cada asociado, y por la cual, uniéndose cada uno a todos, no obedezca
más que a sí mismo y quede tan libre como antes.
La voluntad general representa un hecho único respecto a una comunidad. Esto es que la
comunidad tiene un bien colectivo que no es lo mismo que los intereses privados de sus miembros.
En cierto sentido, vive su propia vida, realiza su propio destino y sufre su propia suerte. Para
Rousseau que el estado o la ciudad es una persona moral cuya vida consiste en la unión de sus
miembros. Es en la comunidad donde los hombres obtienen la libertad civil, que es un derecho
moral y no meramente la libertad natural.
Así como la naturaleza da a cada hombre un poder absoluto sobre todos sus miembros, el
pacto social da al cuerpo político un poder absoluto sobre todos los suyos. Señala Rousseau que
cuando cada individuo enajena su poder, sus bienes y su libertad por el pacto social hay que
convenir también que sólo el soberano es juez en cuanto al uso que da la comunidad, pero el
soberano, por su parte, no puede imponer a los súbditos ninguna cadena inútil para la comunidad.
Y agrega Rousseau que no basta con tener ciudadanos y con protegerlos; es preciso además
cuidar de su subsistencia. Satisfacer las necesidades públicas es una consecuencia evidente de la
voluntad general y el tercer debate esencial del gobierno. Esto plantea un debate concretado en el
siglo XX, entre un estado liberal (defendido por Locke y Stuart Mill) o un estado interventor
benefactor (Rousseau)

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