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J OAN B EKKER

C LAUDIA B EKKER
ÍNDICE

.
Nota de los autores
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Agradecimientos
Serie Corazón Highlander
CRÉDITOS

Título: Kendrick, el highlander solitario ©Todos los derechos reservados. Bajo


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cualquier medio o procedimiento, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por
grabación u otros, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o
préstamo público. La infracción de los derechos mencionados puede ser
constituida de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del
código penal).
©Joan Bekker, Claudia Bekker
Primera edición mayo 2020
Diseño de cubierta: Lisbeth Cavey Maquetación: Joan Francesc Bekker
Contacto: personalclaudia1@gmail.com
LA VALENTÍA FÍSICA ES UN INSTINTO ANIMAL ; LA VALENTÍA
MORAL ES MUCHO MAYOR Y UN CORAJE MÁS VERDADERO
Cuimhnich air na daoine às an tàinig u
NOTA DE LOS AUTORES

Para favorecer y agilizar la ficción, los autores nos hemos tomado algunas
licencias históricas. Ante todo es un libro de ficción y no debe tomarse como un
ensayo histórico pulcro y exacto.
La novela se sitúa a mediados del siglo XIII, en medio de intentos de
invasión y revueltas entre escoceses e ingleses.
Los lugares elegidos para la trama han sido Caithness, en las Highlands;
Argyll, una antigua región en el noroeste del país, la antigua Edimburgo y
Newcastle.
Esperamos que disfrutéis de la novela tanto como nosotros escribiéndola,
ambos tenemos sangre anglosajona en las venas y hemos querido representar
fielmente el eterno conflicto entre Escocia e Inglaterra.
PRÓLOGO

Caithness, Escocia.
Año 1230.
 

Los hombres, la mayoría de ellos heridos y sangrantes,


continuaban caminando en fila hacia el castillo Girnigoe,
mientras la brisa salina del mar irritaba todavía más sus
heridas abiertas. Los supervivientes llevaban días
arrastrándose de camino al único lugar en el que se
sentirían lo suficientemente acogidos y seguros como para
sanar. La larga caminata les provocaba otras lesiones en las
plantas de los pies y dolores de estómago por el hambre y
la sed. Tras haber salido de una batalla, no descansarían
hasta que verdaderamente se sintieran a salvo en su tierra.
Sin embargo, ningún dolor físico superaba la sensación de
pérdida en el corazón de los guerreros. La muerte y los
estragos que la lucha contra los ingleses invasores había
ocasionado —y que no era ninguna novedad para ellos—
esta vez les había causado un daño más allá de las bajas en
sus filas.
Les había quitado la esperanza.
Su líder highlander, Lachlan Sinclair, hermano del laird,
había muerto y estaban devolviendo su cuerpo a su familia.
A pesar de que tuvieron la posibilidad de quedarse en
Argyll tras la batalla, ya que habían logrado dispersar a las
tropas inglesas a fuerza de ataques relámpago y la
destrucción de las tierras, un nuevo laird ocuparía el
puesto, y no muchos estaban de acuerdo con abandonar el
clan Sinclair; por lo que tenían la excusa perfecta para
buscar refugio en el castillo de Girnigoe mientras se
recuperaban y decidían a dónde se dirigirían después.
Pero no solo estaban huyendo del futuro incierto de su
hogar. También estaban cumpliendo la voluntad de Lachlan
con respecto a su hijo y su crianza, si alguna vez perecía en
batalla él deseaba que este fuese criado como un hombre
de las tierras altas escocesas por el laird Sinclair de
Caithness, su hermano Nechtan, el único en quién confiaba
lo suficiente para formar a Kendryck, el pequeño bebé que
se mantenía oculto bajo una manta tartán, como un
pequeño guerrero highlander.
Con un gran destino, aunque nadie lo podía saber.

Siete años más tarde


A pesar de que sabía que su tío Nechtan era un buen
hombre y un estupendo padre, Kendryck tenía la sospecha
de que nunca sería igual a tener a su propio padre consigo.
Nechtan pasaba más tiempo inculcando valores y
complaciendo a su propio hijo. Decía que el futuro laird
necesitaba más dedicación, ya que sería él quien dirigiría el
clan tras su muerte. A Kendryck le afectaba mucho saber
que, aun siendo uno más de la familia y recibiendo amor y
apoyo, nunca estaría en igualdad de condiciones con su
primo.
Nunca lo amarían como le habría amado Lachlan.
A su tierna edad, ya había aprendido que el amor solo
significaba dolor si alguna vez te lo arrebataban. Por eso,
cada vez que Nechtan Sinclair se arrodillaba frente a él y lo
tomaba en sus brazos tras un golpe o caída en su
entrenamiento, sorprendiéndose con la ausencia de
lágrimas en su rostro o de quejas ante las ampollas en sus
manos, el niño no le devolvía el abrazo. Aunque sintiera
respeto y admiración por su tío, su corazón se encontraba
bajo un montón de muros de piedra maciza
extremadamente pesada. Tras una muralla irrompible e
impenetrable.
CAPÍTULO UNO

Año 1255, Thurso


 

Kendryck, como todos los domingos por la mañana se paseó


por el mercado de Thurso sosteniendo una brillante
manzana roja en su mano derecha que cada tanto llevaba a
su boca. Odiaba el sabor de la piel, así que deslizaba la
afilada hoja de su puñal tanto por la fruta como por su
tartán para limpiarlo de vez en cuando, lo cual ocasionaba
que algunos lugareños lo miraran mal. Lo hacía a sabiendas
de que nadie se atrevería a expresar sus quejas en voz alta,
pues era un hombre intimidante. Había sido entrenado
para ser el más letal de los guerreros de la guardia del clan
Sinclair durante los últimos diez años. Su misión era velar
por la seguridad de su familia, guiada ahora por su tío,
pero que, en algunos años, sería comandada por su primo.
Además de saber manejar una amplia variedad de armas,
era un experto en lo que se refería a analizar su entorno y a
detectar cualquier amenaza que se estuviese cerniendo
sobre ellos.
No obstante, el highlander sabía que ser fuerte no era
suficiente, puesto que su padre había sido uno de los
hombres más fuertes y valientes de Escocia y aun así murió
a mano de los ingleses. Para mantenerse a sí mismo y a los
suyos a salvo, debía ser inteligente, por lo que
paralelamente a su educación como guerrero, le exigió a su
tío que los sabios de su aldea le compartieran sus
conocimientos y que se le enseñaran el idioma del enemigo,
algo que el laird Sinclair había terminado permitiendo a
regañadientes.
Aunque muchas veces los sabios prácticamente
deliraban antiguas historias de druidas y seres mitológicos,
Kendryck admitía haber aprendido mucho de ellos. Gracias
a sus lecciones, había obtenido varias habilidades, entre
ellas, cómo identificar a un hombre que esconde algo: notar
detalles en la manera de caminar o mantener la mirada
gacha, esquivando a todos o moviéndose como si quisiera
desaparecer.
Cuando sus ojos azules se encontraron con el mercante,
probablemente inglés que se dirigía con prisa a su nave
anclada al muelle, Kendryck se apartó del puesto de fruta
en el que había estado más de una hora desabasteciendo al
dueño con su apetito insaciable y lo siguió mientras se
comía otra manzana más.
Resultó extremadamente fácil alcanzarlo.
El hombre, que aparentaba no menos de cincuenta años,
empujaba a los hombres y mujeres que circulaban por el
mercado, mientras se esforzaba en mantener su rostro
oculto bajo la capucha de su túnica como si tuviera miedo a
que lo identificaran, algo usual en un perpetrador.
Kendryck confirmó sus sospechas con respecto a él
cuando este, al notarlo, empezó a andar más rápido, lo que
hizo que corriera tras él e iniciaran una persecución hasta
la costa, cosa que llamó la atención de los lugareños.
Estos, sin embargo, estaban tan acostumbrados al
comportamiento extraño del sobrino del laird, que no le
dieron demasiada importancia, limitándose a apartarse
para que no se los llevara por delante durante la carrera.
A pesar de que el hombre era mucho más viejo, el hecho
de ser más delgado le permitió llegar a su barca antes de
que Kendryck lo alcanzara. Hecho que, sin embargo, no
impidió que se encontrara en el punto de mira de este,
quién se caracterizaba por tener una puntería perfecta.
Tras lanzar el corazón de su manzana al agua, tomó el
mango de su sgian dubh y lo lanzó en el aire desde el
muelle, encajando la parte superior de la capucha del
navegante con la madera del poste que sostenía la vela del
barco. Sin inmutarse por la presencia de la tripulación, ya
que otros guerreros del clan Sinclair estaban acercándose
a él, Kendryck saltó del muelle al interior de la nave.
El navegante tembló cuando, lentamente, se acercó a él.
—¿Tu nombre? —le preguntó o, más bien, le exigió.
Sorprendido por la fluidez de su idioma natal en la
lengua del escocés, después de aclararse la garganta varias
veces, consiguió una voz lo suficientemente clara como
para acatar el pedimento.
—Me llamo Spencer Lightwood —respondió. Su barbilla
temblaba al reconocer a Kendryck Sinclair, el guerrero de
ojos azules cuya reputación llegaba hasta más allá de
Escocia. Su jefe, un pirata con más años y más experiencia,
le había advertido sobre su presencia—. Este es mi primer
viaje a Caithness. Por eso no nos habíamos visto antes. Me
disculpo si mi presencia os alertó de alguna manera, joven.
Cuando se posicionó frente a él, Kendryck afirmó:
—Habéis descrito perfectamente la razón por la que
habéis llamado mi atención, Spencer Lightwood, pero no
habéis dicho por qué huisteis al verme.
El anciano se estremeció, no solo por saber ante quien
se encontraba, sino también porque su corpulencia era
imponente.
—Vuestra reputación no es la más amable —se atrevió a
decir aún con un toque vibrante en la voz.
—Cierto. —Kendryck no podía negarlo—. Pero solo con
respecto a quienes no merecen mi amabilidad. —
Entrecerró sus ojos hacia él—. Lo que me lleva a pensar
que tal vez habéis hecho algo para no merecer mi
amabilidad.
El pirata nuevamente tembló y agachó la mirada.
Las sospechas de Kendrick se confirmaron.
Tras extender su brazo para tomar su cuchillo del poste,
les hizo una seña a los otros hombres del clan para que
subieran a la nave y lo ayudaran a mantener el control de
esta. Sus labios se curvaron hacia arriba cuando descubrió
un gran cargamento agrícola recién cosechado, disfrazado
bajo cajas de pescado. Las tierras del clan Sinclair se
caracterizaban por ser fértiles y muy bien trabajadas. Ese
hombre probablemente era responsable de algunos hurtos
a las granjas de los lugareños.
—Descubrí vuestro secreto —le dijo conservando la
calma cuando volvió a subir posicionándose frente a él otra
vez—. Podréis ser un pirata temido en el mar, Spencer, pero
aquí no sois más que un débil inglés.
—¡Por favor! —rogó el ladrón mientras dos hombres del
clan lo mantenían sujeto—. No todos los ingleses tenemos
que ver con la guerra. Algunos incluso nos oponemos a ella.
¿Qué culpa tengo yo, un pirata, de que los lores de mis
tierras nativas sean ambiciosos?
—Ninguna. —La mención de los lores trajo ira al rostro
de Kendryck, una que penas pudo mantener oculta—. Pero
sí tenéis culpa de apoyar sus ideas y creeros con derecho a
tomar lo que no os corresponde. Si hubieras hablado con el
laird Sinclair, podríais haber llegado a un trato con él.
Aunque no necesitemos vuestro asqueroso pescado, él
habría aceptado hacer un intercambio u os habría dado la
mercancía a cambio de que compartieseis las ganancias
con el pueblo. —La mandíbula cuadrada de Kendryck
estaba más prominente que nunca—. Pero eso seguramente
ya lo sabíais, ¿no?
Spencer, ante esas declaraciones, no pudo más que
mirar hacia el suelo.
—Así que al final sois tan ambicioso como los lores
ingleses.
Tras unos segundos de silencio, los hombros del hombre
de cabello canoso comenzaron a sacudirse bajo la acción de
los sollozos, lo cual trajo un ceño fruncido a la frente de
Kendryck ya que opinaba que ningún hombre debería
romperse tan fácilmente.
—Lo siento.
Tras ordenar a los hombres que lo inmovilizaran a él y a
su tripulación con la cuerda disponible de su propio barco,
Kendryck le dirigió una última mirada. El navegante no
había resultado ser, ni de cerca, como lo imaginaba. En
lugar de luchar en su contra como normalmente haría un
pirata, había permitido que se impusiera sobre él e incluso
se había disculpado, algo que no había escuchado a ningún
inglés hacer jamás. No por ninguna de sus injurias.
—Debido a que mi gente se caracteriza por amar la paz,
no derramaré vuestra sangre en vano. Me limitaré a
recuperar las verduras de mi clan, quedarme con el
pescado y la nave en compensación. Puedo garantizaros
vuestra vida y la de vuestros hombres, pero será decisión
del laird Sinclair si podréis salir de Caithness o, al
contrario, os quedaréis aquí pagando por vuestros
crímenes en nuestras mazmorras —soltó antes de,
finalmente,, dirigirse de regreso al mercado dónde volvió a
atormentar al frutero tomando otra de sus manzanas. El
lote que ya se había comido estaba lejos de ser suficiente
para llenar el estómago del guerrero.

Esa misma noche el laird Sinclair preparó un festín en su


hogar, el castillo de Girnigoe, para celebrar la detección del
crimen y el encarcelamiento de los piratas ingleses.
Kendryck, como hacía durante todas las celebraciones, se
mantuvo alejado de su familia y de los invitados. Los
observaba a todos desde el piso superior del gran salón en
el que se llevaba a cabo la fiesta. Nunca se había sentido lo
suficientemente a gusto con este tipo de eventos, quizás
porque le recordaba que, aunque los éxitos eran suyos, los
lugareños siempre le darían el crédito a su laird, a quién
genuinamente admiraban porque no solo tenían su lealtad,
sino también su corazón. Su tío Nechtan ponía por encima
el bienestar de su gente absteniéndose de ir a batallas que
sabía que no ganaría. Eso era algo que su padre Lachlan no
había hecho. Algo que Kendryck, en el fondo, sabía que de
ser él el laird a cargo del clan, tampoco haría. Nunca sería
capaz de pasar por alto las fechorías cometidas a su gente.
Tampoco significaba que Nechtan no las tomara en cuenta,
sino que este se mostraba totalmente en contra en enviar a
sus hombres al campo de batalla cuando podrían no volver.
Pero para Kendryck, en cambio, asumir precisamente
ese riesgo era en lo que consistía ser un verdadero
guerrero. Defender sus tierras a toda costa sin importar si
ganarás o perecerás.
Aquello solo fue otra prueba más de que el laird Sinclair
y su hijo eran quiénes merecían el puesto como jefes del
clan Sinclair, no él, y lo sabía tanto como sabía que era
necesario respirar para vivir. Su padre había llevado a sus
hombres a la muerte. Si alguna vez Kendryck aspirara a ser
un líder, probablemente su gente también perecería bajo
sus decisiones, por lo que se resignaba con el puesto de
arquero y escudero del laird. Era un brillante estratega y
su puntería, junto con sus habilidades de combate lo hacían
perfecto para el puesto. Usaba todas sus artes y
conocimientos para mantenerlos a salvo.
Gracias a él, junto con la reputación de sus primos y de
sus guerreros, no habían tenido una disputa seria con otros
clanes en años. Los únicos a los que se enfrentaban
realmente eran a los piratas o espías ingleses, o a las
incursiones vikingas que todavía seguían llevándose a cabo,
sobre todo en el invierno.
Mientras disfrutaba de su vino, Kendryck desplazó sus
ojos a Doirin, la hermosa muchacha de la aldea que
siempre le había gustado en secreto, pero que sería la
esposa de su primo, el siguiente laird, y se enfocó en la
pequeña celda en la que el navegante se encontraba en
medio del salón siendo exhibido ante todos, quiénes tenían
prohibido lastimarlo físicamente, más no de manera verbal.
Otra razón por la que nunca aspiraría a ser el líder era
esa. Por más que le gustara la idea de gobernar, como le
gustaba esa mujer, jamás pasaría por encima de su familia
para lograrlo. Así tuviera que renunciar a sus ideas, sus
ambiciones, e incluso a Doirin.
Tras terminar la jarra de vino que se negó a compartir,
bajó los escalones y cruzó el salón. Para ese momento los
invitados ya se habían ido y tanto su tío como su primo y
los otros highlanders de confianza del clan, ya no estaban
presentes. Solo el extraño y viejo navegante enjaulado y él.
Kendryck no había visto que le dieran de comer, por lo que
empujó algunas frutas a su jaula. En Inglaterra escaseaba
la comida en esa época del año debido a las constantes
guerras y el clima hostil, y lo que quedaba de las cosechas
era reservado para la aristocracia, no para su pueblo.
En los clanes escoceses, en cambio, todos tenían
derecho a guardar sus provisiones. Las tierras eran
trabajadas y quién moría de hambre, no lo hacía por culpa
del laird, sino por su propia pereza. El laird jamás cogía
alimento de sus súbditos a la fuerza, sino que les
compensaba con oro o armas para defenderse.
Cuando el mercante pirata se dio cuenta de la presencia
de Kendryck y de la comida a sus pies, levantó la cabeza de
sus rodillas y lo miró con ojos llorosos, lo que nuevamente
lo hizo sentir extraño.
—Por favor, no permitáis que mi tripulación sufra por mi
error —le dijo mientras se arrastraba a la reja y colocaba
sus manos fuertemente en torno a las barras de hierro que
la conformaban—. Me equivoqué. Yo les dije que
viniéramos. Quería sembrar miedo en un lord insinuando
que tenía control en estas tierras y por eso vine a pesar de
las advertencias, para que dejara de molestar a mi gente.
Aunque Kendryck no debía escuchar al enemigo, no
pudo evitar acercarse, la curiosidad estaba picándolo. ¿Qué
clase de poder le daría sobre un lord robar a unos
granjeros de Caithness?
—Explicaos.
El navegante, que no había tocado siquiera la comida
que Kendryck puso en su celda presionó su enloquecido
rostro contra el metal.
—Hay algo, o alguien, a quien el lord de Newcastle, un
familiar de los Oldcoates, teme en Caithness —susurró—.
Siempre enloquece ante la mención del clan Sinclair.
Quería hacerle saber vendiendo fruta highlander, que
conozco su sucio secreto. —Se alejó desplazándose una vez
más a la esquina de la celda, y se abrazó a sus rodillas
mirando el suelo de metal oxidado con tristeza—. Pero todo
fue en vano y mi gente morirá de hambre.
A pesar de que existía la posibilidad de que el pirata
estuviera loco y delirando después de haber estado
expuesto toda su vida al agua salada, Kendryck dejó de
respirar al momento en el que mencionó a Colby Oldcoates,
el hombre que estuvo al mando de los ingleses que
asesinaron a sus padres. Debido a que su tío Nechtan había
ejecutado a quién mató a su hermano de una manera
deshonrosa durante la batalla, Kendryck nunca había
pensado llevar a cabo ningún tipo de venganza en contra
del lord, pero tampoco había escuchado su nombre en voz
alta desde que era tan solo un niño.
Ni había sentido la ciega ira que eso le ocasionaba.
—¿Qué es lo que le asusta a Oldcoates? —le preguntó
tras reorganizar sus pensamientos. Sus manos hicieron
temblar el techo de la jaula al golpearla con fuerza.
No se trataba de una información simple, Kendryck
necesitaba nutrirse de ella para sopesar la veracidad de las
palabras del pirata y de paso, no dejarse llevar por la
sensación calcinante que en ese momento corroía sus
entrañas.
El navegante de alguna manera sabía que lo que salía de
su lengua inquietaba al guerrero, por eso sonrió.
—El clan Sinclair tiene algo, o a alguien, al que el lord
de Newcastle teme —recitó con voz cantarina, meciéndose
hacia adelante y hacia atrás—. Si me liberáis a mí y a mis
hombres, os diré qué es. —La mandíbula de Kendryck
crujió debido a la fuerza con la que apretaba sus dientes—.
No os costará nada convencer a vuestro laird, ya que sois
su sangre.
—¿Por qué debería hacer un trato con vos cuando solo
tendría que torturaros para que me dierais las respuestas?
La voz de Kendryck se tornó amenazante mientras se
inclinó hacia adelante. No requería elevarla para anunciar
su poder. Era él y su exaltado porte, lo que necesitaba para
reducir a cualquiera. Su cabello negro como la noche
estaba revuelto alrededor de su rostro, su pecho de piel
pálida se agitaba con ímpetu por las grandes bocanadas de
aire que profería. Su piel clara siempre había sido el
recordatorio constante de que su madre provenía de una
raza diferente a la escocesa, nunca se bronceaba, pero
jamás nadie le había hablado de ella. Ni siquiera su tío
Nechtan ni su tía Engla, quién había sido casi una hermana
para su padre.
A pesar del miedo que sentía, Spencer volvió a sonreír.
—Porque no sois tan cruel como Oldcoates —respondió
—. Y es precisamente por eso que os teme, Kendryck
Sinclair, porque sois igual de fuerte que vuestro padre,
tenéis razones de sobra para matarlo.
Sin esperar una respuesta volvió a acurrucarse en una
esquina de la celda. Kendryck retrocedió ante sus palabras,
palabras que carecían de sentido, pero a la vez, en el fondo
de su corazón lo tenían.
Humedeció su garganta con un poco más de vino antes
de continuar con la charla, sirviéndole un poco también a
Spencer. Cuando volvió a dirigirle la palabra, su frente se
encontraba arrugada mientras se arrodillaba frente a él
para que estuvieran cara a cara.
—Ahora que me habéis dado la información, no tenéis
nada con qué negociar —le dijo con una mueca dibujada en
sus carnosos labios, todavía sin poder determinar cómo se
sentía con respecto al pirata inglés.
En realidad, de no ser por la información que le había
dado, casi se podría decir que se arrepentía de haberlo
perseguido en el mercado. Estaba, evidentemente,
desquiciado, pero su tripulación lo estaba todavía más por
seguir las órdenes de un loco lord inglés.
—No tengo un secreto únicamente —dijo el navegante,
su tono de voz era bajo y susurrante—. Tengo muchos.
¿Queréis oír otro, highlander?
Kendryck asintió, todavía sin poder creer que estuviese
dejándose llevar por las conspiraciones de un hombre
desequilibrado. Tendría que poner a prueba más de una de
sus habilidades de introspección hacía las personas.
—Sí —confirmó en voz alta cuando Spencer no habló de
inmediato, alargando la intriga—. Dime el secreto, pirata. Y
dejemos las formalidades.
Como si disfrutara del suspense que ocasionaba, él no
pronunció palabra hasta después de unos tensos minutos
de silencio, pero cuando lo hizo, Kendryck se olvidó de que
debía respirar.
—Tu padre, Lachlan Sinclair, está vivo. Ha pasado años
en una celda en el castillo del lord en Newcastle —reveló—.
Y si quieres llegar rápido a Argyll, dónde podrías obtener
respuestas que confirmen el secreto de este pirata loco, te
sugiero que consigas a mi tripulación y a mi barco de
vuelta, Kendryck Sinclair. —Finalmente, cogió una manzana
de entre la comida que el highlander le dio—. Así la fruta
de Caithness llegará más rápido a Newcastle y podré ver
miedo en la cara de Colby Oldcoates.
CAPÍTULO DOS

Kendryck sabía que tarde o temprano tendría que unirse a


pequeños batallones escoceses que fueran a combatir
contra los ingleses, esa era su manera de deshacerse de la
rabia que contenía debido a la muerte de su padre, por lo
que su tío Nechtan no vio extraño que le pidiera permiso
para marcharse de sus tierras al día siguiente. Lo que el
laird no entendió fue que le pidiera el barco y su
tripulación, junto con el pirata, puesto que su sobrino, al
igual que la mayoría de los escoceses, odiaba el agua. Sin
embargo, pensando que, después de todo, había sido leal a
su servicio más que ningún otro no intervino. Aunque tuvo
que tragarse su orgullo a la hora de soltar a los piratas
ladrones, al fin y al cabo, Kendryck consiguió que pagasen
en pescado lo que habían robado en fruta.
Tras prometerle a sus padres adoptivos, el laird y su
esposa Engla, quien había sido como una madre para él
que volvería vivo, se despidió con un frío abrazo. A la
mañana siguiente, se encontraban a bordo de la nave y de
camino a la región de Argyll, bordeando Thurso. A lo largo
de los años había ido a Oban, una de sus aldeas más
importantes un par de veces, pero odió cada uno de los
viajes. Su padre había estado al mando de esas tierras tras
derrotar al viejo laird que las comandaba debido a que este
favorecía el trato con los ingleses. De ahí que Lachlan se
convirtiera por un breve periodo de tiempo en el laird
Sinclair de Argyll.
Tras una revuelta de los ingleses con quienes el antiguo
laird comerciaba de manera asidua, Lachlan había llamado
a las tropas para sofocar el ambiente. Pero todo terminó en
una rebelión con dos reinos envueltos y una muerte
inesperada. El nuevo laird designado tras la muerte de
Lachlan, volvió a cometer el error de dejarse llevar por la
influencia de los ingleses, sobre todo del lord Oldcoates,
enriqueciéndose del trabajo de su gente a cambio de darles
los cultivos a los invasores y de tener privilegios, razón por
la que, en ese momento, Argyll estaba casi deshabitado. El
corazón de Kendryck se oprimió al ver desde la cubierta del
barco cuando se detenía finalmente junto al muelle, el
hambre y la miseria en los rostros de las personas por las
que su padre luchó.
—Tú vienes conmigo —le dijo a Spencer cuando
anclaron. Lo sujetó de la parte posterior del cuello y lo
arrastró con él mientras saltaba de su barca al muelle de
tablones de madera.
A pesar de su trato brusco, el hombre no se quejó
mientras caminaban de esa misma manera alrededor del
pueblo, solo que en lugar de sostener su cuello, Kendryck
sostenía una pesada cadena con la que lo arrastraba tras
él. No confiaría en el pirata hasta que demostrase que
decía la verdad. Hasta dónde él sabía, podría haberle
mentido en todo lo que le dijo para salvar su pellejo de la
cárcel.
Sería capaz de matarlo por ilusionarle con que su padre
pudiera estar vivo, algo que no tuvo corazón de contarle al
laird Sinclair o a su esposa. Si al final de toda su travesía
no resultaba ser así, no quería ser el responsable del daño
emocional que eso les causaría, por lo que se lo guardó
para sí mismo. Él personalmente había entrenado a los
guerreros que había dejado a cargo de la seguridad de su
clan, así que aparte de eso, la verdad era que no tenía de
qué preocuparse. No era su líder. Los ayudaba, pero su
papel no era uno que no pudiera ser ocupado por otra
persona con la preparación adecuada. Su papel era
prescindible y así lo había sentido siempre.

—Laird Fletcher —dijo con un tono lleno de falso respeto,


apenas lograba contener la recriminación hacía él.
Acababa de llegar a su castillo de piedra y había
interrumpido una reunión de su clan. Sus hombres lo
miraron con más sorpresa que molestia ya que lo
reconocían como el hijo de su anterior líder y miembro
esencial del clan enemigo. Algunos de ellos, al verlo,
empezaron a guardar la secreta esperanza de que viniera a
reclamar el viejo puesto de su padre como laird.
—Vengo en nombre del clan Sinclair a hablar con
algunos de vuestros hombres sobre la muerte de mi padre
durante la batalla de Argyll en contra de los ingleses que se
rebelaron.
Para cuando terminó de hablar, la amplia habitación se
quedó definitivamente en silencio. La expresión del laird,
quién permanecía sentado en un trono de madera en el
centro, se volvió amarga ante el recuerdo del viejo laird
Sinclair.
—Si no es una molestia para vos y para los vuestros.
Spencer, que se encontraba junto a él, tragó saliva
cuando también fue objeto de las miradas del laird Fletcher
y de sus hombres. A pesar de que Kendryck prácticamente
le había faltado el respeto al clan apareciendo con él de esa
manera en medio de una reunión, al parecer sin más
justificación que para hablar de su fallecido padre, nadie a
parte del laird se atrevió a decir una palabra en su contra y
mucho menos a hacer algo.
—No es ninguna molestia para mí atender a vuestra
petición, Kendryck Sinclair —respondió el hombre sin
ningún tipo de expresión en el rostro—. Y ya que varios de
los hombres que batallaron hace veinticinco años junto a
vuestro padre se encuentran en este salón, os aconsejo que
hagáis todas vuestras preguntas ahora mismo. Así nos
ahorramos tiempo.
Kendryck alzó la voz al momento de hablar, no solo
dirigiéndose al laird debido que al hombre que ahora los
lideraba no había ido al campo de guerra junto con su
gente. Se había quedado junto a los niños, ancianos y
mujeres, como un cobarde. A diferencia de lo que sentía
hacia su tío Nechtan, a quién respetaba por no decidir
deliberadamente sobre la sangre de su gente, aborrecía a
este laird por su cobardía ante los ingleses. Nechtan
Sinclair nunca se permitiría ser dominado por estos de
ninguna manera. Ningún Sinclair lo haría. Ningún escocés
se dejaría atemorizar por nadie, eso bien se lo había
enseñado su madre adoptiva, Engla Sinclair, quien en su
infancia había sido guerrera entre dos bandos: vikingos y
escoceses. Y tanto de ella como de su tío adoptivo Einar,
otro vikingo reconvertido a highlander, había aprendido a
no tener compasión para con el asesino o el cobarde
traidor. También a anteponer el corazón al deber. Y eso era
lo que estaba haciendo.
Las últimas palabras que había oído de su tío Einar
antes de que este muriera habían quedado grabadas a
fuego en su corazón: «No te aferres a ningún lugar, tu
hogar está donde esté tu familia, mírame a mí, muchacho,
un viejo vikingo con unos pantalones tartán, todo por amor
a mi hermana Engla, que decidió casarse con tu tío antes
que permanecer con los vikingos». Y ahora mismo su hogar
estaba en Argyll, si es que había esperanza de que Lachlan
estuviese vivo.
—Como todos sabéis, mi padre murió durante la rebelión
—Su voz atronadora hizo eco entre las paredes—. Necesito
saber si alguien, entre los presentes, vio con sus propios
ojos su cuerpo sin vida.
Ante el silencio que le siguió a sus palabras, el ritmo del
corazón de Kendryck, que se había mantenido en calma y
en segundo plano a lo largo de los años, se aceleró.
Laird Fletcher tampoco pudo evitar sentirse nervioso
ante lo que dijo, pues no se lo esperaba en lo absoluto.
Si Lachlan Sinclair continuaba con vida, eso podría
significar el destierro de su posición como laird. Después
de veinticinco años su gente continuaba amando y
añorando ser comandados por el menor de los viejos
hermanos Sinclair, ya que, durante su mandato sobre ellos,
Argyll había sido una región próspera y feliz. Aterrorizado
ante la idea de perder su puesto, no le quedó más remedio
que levantarse y dirigirse hacia Kendryck; su ambición
venciendo cualquier tipo de miedo que pudiera sentir hacia
el hombre con la reputación más temida de todos los
Sinclair. Se le conocía por ser un guerrero letal, entrenado
por escoceses y por vikingos: su tío Einar y su madre
adoptiva Engla. También por ser sumamente inteligente
cuando tenía que serlo.
Eso, junto al amor de su pueblo, era una amenaza que
no podía permitirse tener sobre sus hombros. Sabía que a
su lado no había ninguna posibilidad de salir ganador, no a
menos que jugara sucio.
—Yo mismo enterré a tu padre, Kendryck, ¿puedo
tutearte? —le reveló colocándole una mano sobre el
musculoso hombro, lo que originó que Spencer soltara un
sonido de burla al que Kendryck no le prestó atención.
A pesar de que el laird Fletcher parecía sumamente
sincero al hablar, probablemente este no tenía ni idea de
cuánto sabía Kendryck sobre la batalla de Argyll. Si laird
Fletcher no había peleado con los suyos, ciertamente
dudaba que hubiera ido a enterrar a su padre. No cuando
tenía pensado usurpar su puesto.
—¿Se puede saber cómo fue que lo enterraste... si su
cuerpo sin vida llegó a Caithness y está enterrado en la
bahía de Rackwick? —Por un momento, la esperanza de
Kendryck se tornó tan real que estaba a un palmo de
tocarla. El laird Fletcher estaba mintiendo.
Laird Fletcher puso los ojos como platos y comenzó a
tartamudear.
—Cla… claramente sus hombres no que… querían que
su cuerpo permaneciese en territorio enemigo. Debieron
exhumarlo y llevarlo a tu tierra.
Asintiendo, se dio la vuelta fingiendo decepción y salió
del castillo con el corazón latiéndole con más fuerza. A
pesar de que todavía no lo había visto con sus propios ojos,
la esperanza de que su padre estuviera vivo lo había
devuelto a la vida en más de un sentido. No solo sentía
felicidad, sino también una insaciable ira que lo cegaba. Ira
hacia el lord de Newcastle e ira hacia el laird Fletcher,
quién claramente le estaba mintiendo.
Tras salir de la fortaleza highlander, la cual estaba
mucho más deteriorada que el castillo en el que se crio en
Caithness, tomó a Spencer de los hombros y lo estampó
contra una de sus paredes.
—¿Cómo es que sabes que mi padre está vivo, pirata?
Spencer, quién había estado esperando esta pregunta
desde que partieron de Caithness, le sonrío tristemente
antes de responder con su habitual y extraña mirada
enloquecida en sus ojos arrugados.
—Lachlan Sinclair y el pirata se conocen —canturreó—,
porque ambos compartieron celda en el castillo de
Newcastle.
Para probar sus palabras, se levantó levemente la
camisa sucia y rota que llevaba y le enseñó las horribles
cicatrices de tortura que deformaban cada centímetro de
su anciana piel.
—Hace un año el pirata logró escapar. Ha estado
buscando fruta escocesa para Oldcoates desde entonces.
Tras hacer una mueca, Kendryck lo soltó. Aunque ver las
cicatrices en su piel podría haberles evitado detenerse en
Argyll, la verdad era que necesitaba que una información
que no proviniera del navegante inglés llenara sus oídos.
Ahora que la tenía, sin embargo, no podía marcharse del
pueblo como si nada. Debía hacer algo antes.
—Consigamos algo de comer —gruñó mientras se daba
la vuelta y arrastraba al anciano tras él alrededor del
pueblo.
A pesar de que habían llenado su barca con provisiones,
solo tenían pescado y la mitad de la mercancía agrícola que
el pirata había extraído inicialmente de su hogar. Pero
antes de continuar con su travesía, Kendryck necesitaba
encontrar algo más que eso para llenar su estómago, y,
sobre todo, necesitaba manzanas. Algo que le diera el
combustible necesario para terminar con sus asuntos en
Argyll y dirigirse hacia Newcastle, travesía que haría a
caballo. Tardaría más que navegando, pero también lo
agotaría menos. Acostumbrado a tener siempre los pies
sobre la tierra, a los bosques y al espeso barro del suelo,
realmente odiaba navegar. Si su padre estaba vivo,
necesitaría encontrarse en las mejores condiciones para
rescatarlo.
Mientras atardecía, se dirigió con el anciano a un puesto
de comida en el mercado de Argyll. Aunque no era muy
bueno y no contenía ningún tipo de carne sirvió para su
propósito. Después de cuatro tazones de caldo y una
decena de manzanas se sintió satisfecho. El pirata solo
había necesitado de uno para abastecerse, por lo que se
había limitado a mirarlo con la expresión en blanco
mientras comía. Si antes no había sentido temor de
Kendryck, ahora sí lo hacía. El escocés tenía el apetito de
una bestia, pero realmente no podía ser de otra manera.
Medía alrededor de un metro noventa, algo inusual para los
de su clase, sacándole unas dos cabezas al pirata, y era
ancho de hombros, con unos brazos musculados que
parecían rocas cuando se tensaban. Aunque los ingleses
solían burlarse de su plaid tartán, la verdad era que lo
menos despertaba Kendryck Sinclair al mirarlo eran ganas
de reír ya que esa vestimenta lo único que hacía era
enseñar sus gruesas y fuertes piernas.
—No te atrevas siquiera a considerar el escapar —
advirtió al pirata cuando, al caer la noche lo ató al tronco
de un árbol a unos cuantos metros de profundidad del
bosque que rodeaba la fortaleza.
La verdad era que ya no lo consideraba un prisionero. Si
al final todo lo que decía resultaba ser una mentira, se
odiaría a sí mismo por haber caído en el juego de un
demente. De ser verdad, siempre estaría agradecido con el
pirata, aunque sospechaba que este solo lo había buscado
para vengarse de Colby Oldcoates. Fuera cual fuera el
escenario, no permitiría que los escoceses pusieran sus
manos sobre él. Su piel pálida, sus pecas... rasgos que
indicaban claramente que era un inglés, por lo que lo mejor
para Spencer era que siguiera encadenado, simulando ser
su esclavo, mientras continuaran en tierras escocesas. El
hecho de que laird Fletcher, prácticamente un tirano
vendiera a su pueblo, no significaba que todos los hombres
en su clan pensaran de la misma manera.
Una vez se alejó de Spencer dejándolo solo y
amordazado, —esto último por si acaso lo descubrían y
decía algo que pudiera delatarlos—, se dirigió al interior de
la fortaleza de Argyll a través de un pasadizo secreto que
conocía debido a las visitas que había hecho durante su
juventud. Dicho pasadizo conducía directamente a la alcoba
del laird, puesto que estaba hecho para que este y su
familia pudieran escapar en caso de ataque.
La joven mujer que dormía junto al laird Fletcher,
pelirrojo y barrigudo, fue la primera en notarlo. Cuando
esta hizo ademán de gritar a la par que cubría su desnudez
con una manta, Kendryck negó mientras la apuntaba con su
puñal. Al darse cuenta de que no tendría otra opción que
guardar silencio mientras presenciaba el asesinato de su
esposo, puesto que el hombre frente a ella se veía más
peligroso que cualquier guerrero highlander que hubiera
visto antes, cerró sus labios, lo que hizo que Kendryck
asintiera con aprobación. Debido a que quería obtener
respuestas del laird antes de asesinarlo, cosa que haría
tanto por haber escondido la verdad sobre su padre como
por la miseria a la que había arrastrado a su pueblo, lo
despertó con un golpe en su mandíbula que trajo sangre al
interior de su boca cuando se incorporó abruptamente.
Cuando este vio a Kendryck de pie junto a él, supo que su
muerte había llegado.
Ya que el highlander del clan Sinclair no estaba de
acuerdo con asesinarlo frente a su esposa, la miró e inclinó
la cabeza hacia la puerta. Esta no necesitó de ninguna otra
señal a parte de esa. Se levantó y corrió hacia el exterior,
probablemente alertaría a los otros miembros del clan de
su presencia y de lo que se derivaría de la misma, pero eso
no le importaba. Se enfrentaría a ellos uno por uno. Que
hubieran permitido que el patético ser frente a él los
gobernara por tanto tiempo, no los hacía ver como
oponentes dignos a sus ojos.
—Algunos de mis hombres me son leales. Los he
recompensado bien a lo largo de los años —dijo sin poder
ser capaz de ocultar tanto los nervios como el miedo que se
arrastraba bajo su piel—. Y te matarán antes de que puedas
salir de Argyll, Kendryck Sinclair.
—Pueden intentarlo.
Al ver que el highlander ni siquiera intentaba esconder
sus intenciones, asesinarlo, laird Fletcher hizo un último
intento por hacerlo entrar en razón o, más bien, que le
perdonara la vida.
—Si no me matas, te diré el nombre del inglés que se
llevó a tu padre del campo de batalla. —Tragó sonoramente
cuando Kendryck se limitó a verlo con intensidad—. Te daré
los hombres que necesitas para encontrarlo. —Los ojos
negros del laird Fletcher se llenaron de pánico cuando el
highlander presionó la punta de metal de su puñal contra
su cuello—. Incluso, si quieres, te dejaré ser el laird sin
ninguna pelea. Te daré lo que sea que desees, Kendryck
Sinclair. Dinero, poder, mujeres, gloria. Todo lo que nunca
podrás tener junto a tu tío.
A pesar de que lo que dijo Fletcher era verdad, que
nunca habría sido reconocido como algo más que un
guerrero de haberse quedado en casa, nada de eso había
agitado tanto su alma como el deseo de ver a su padre
nuevamente con vida. Eso estaba ahora por encima de todo
y siempre lo estaría.
—¿Me puedes devolver todo el tiempo que he perdido
junto a mi padre debido a tu mentira? —le preguntó
mientras ejercía más presión contra su piel, haciéndolo
sangrar—. ¿Lo librarás de todo lo que probablemente ha
sufrido a manos de Colby Oldcoates, lord de Newcastle?
Al ver la desesperación en los ojos de laird Fletcher,
pues acababa de perder la única carta que tenía para jugar
a su favor, el highlander sonrió de manera un tanto cruel
como justiciera.
—Has vendido a tu gente por demasiado tiempo a los
ingleses burlándote de su miseria con el pretexto de
mantener la paz. El hambre, al igual que la guerra, no
genera paz, laird. Solo has sido una garrapata para Argyll.
Muere sabiendo que nadie te extrañará, laird Fletcher.
Una vez terminó de pronunciar sus duras, pero veraces
palabras, Kendryck apuñaló su cuello con fuerza,
traspasando también el cabezal de la cama. A pesar de que
su muerte no le generó nada más que satisfacción tras
haberse deshecho de un posible aliado de Colby Oldcoates,
sintió deshonra debido a que no hubo una pelea justa, lo
habría sido en un duelo. De igual modo, Kendryck no se
arrepintió de haberlo matado de la manera en la que lo
hizo. El laird era un mal del que alguien debía haberse
deshecho desde hacía mucho tiempo.
Laird Fletcher había mantenido su figura regordeta y
deforme a base de la traición hacia su pueblo provocando
hambruna y pobreza; a pesar de que algunos, como dijo,
habían sido recompensados para ganar su lealtad.
Aunque Kendryck era inteligente, no había sospechado
ni siquiera la magnitud de esa lealtad, cuando, después de
dejar el castillo y volvía de regreso al lugar en el que había
dejado a Spencer una flecha atravesara su pecho
haciéndolo caer de rodillas al suelo cuando estuvo a punto
de llegar a él.
Lo último que Kendryck vio antes de caer sobre la tierra,
fue a la esposa del laird junto a un grupo de hombres del
clan.
Cometiendo el mismo error que cometieron con su
padre, estos se dieron la vuelta según vieron que el
highlander no se levantaba. Sus atacantes habían preferido
sufrir a manos del laird Fletcher durante años, que
enfrentarse a él o a los ingleses, lo cual siempre había
llenado de una profunda tristeza a los pocos habitantes de
la región de Argyll, que todavía tenían esperanza y valor.
Pero no querían abandonar sus tierras pues aún mantenían
la esperanza de que alguien por fin los liberase.
Pero en contra de sus deseos, algunos de esos
habitantes merecieron el líder que habían tenido durante
años.
CAPÍTULO TRES

Lorna se encontraba recolectando plantas y hierbas en las


profundidades del bosque que bordeaba las tierras
escocesas de Oban, donde se encontraba su pequeña
cabaña de piedra. Al dirigirse hacia el pueblo donde vendía
sus ungüentos sanadores en el mercado mientras
preparaba otros, la cesta
que sostenía se deslizó de
sus manos desparramando todo
lo que contenía sobre el suelo.
Cerca de ella había un anciano
atado al tronco de un grueso
árbol, desmayado. El hombre
parecía sumamente débil y
vulnerable. Sus ropas estaban
rasgadas y sucias. A pesar de su
aspecto físico y de sus rasgos
anglosajones a la vista, trotó
hacia él tan rápido como la
falda de su vestido le permitió.
A pesar de que la prenda era vieja y presentaba varios
diminutos agujeros en diversas partes, Lorna lo mantenía
limpio, por lo que aún se veía blanco. El color de su ropa en
conjunto con su rostro de facciones angelicales y piel suave
ocasionó que Spencer creyera que se encontraba en el
cielo. Cuando ella presionó el borde de un cuenco de
madera contra sus labios, el cual fue a buscar a su cabaña,
logró despertarlo mientras bebía viéndola antes sus
ancianos ojos como su ángel salvador.
A pesar de que se trataba de un hombre inglés, la
manera en la que el laird había llevado la hambruna y la
miseria a su pueblo, había hecho que Lorna no calificara a
un hombre como malo debido a su procedencia. El enemigo
también podía habitar entre ellos y no tenía por qué ser
necesariamente violento para destruirlos. Y para prueba
estaba Laird Fletcher, al cual aún presumía vivo.
—La fruta… —empezó a murmurar el hombre. Algo de
agua se derramó por las comisuras de sus labios cuando
Lorna separó el cuenco de estos después de que se lo
hubiera bebido todo—. La fruta está herida.
—¿La fruta? —preguntó Lorna con el ceño fruncido, pero
sin perder el dulce tono en su voz, que no hacía más que
confirmarle al anciano pirata que se encontraba delante de
un ser celestial.
El hombre de aspecto deplorable asintió y cabeceó
repetidas veces hacia adelante, movimiento que detuvo
cuando Lorna se dio cuenta de que intentaba señalarle algo
de la única manera que podía. En el instante en el que puso
sus ojos sobre lo que él le señalaba, su respiración se
detuvo.
Aproximadamente a treinta metros de ellos, se
encontraba un hombre tumbado entre los árboles y la
hierba. Era un hombre con un tartán azul. A pesar de la
palidez de su piel, una sola palabra venía a su mente
mientras lo veía.
Highlander.
—¡Desátame! —insistió el viejo recobrando algo de
vitalidad—. La fruta ha asesinado al Laird Fletcher y
necesita mi ayuda. Podría estar vivo todavía. Me necesita.
La fruta, se dio cuenta Lorna, el highlander era la fruta.
Aunque lo habría ayudado de todas formas debido a sus
instintos como sanadora, escucharle decir que el laird
Fletcher había muerto debido al highlander, hizo que
apresurara sus movimientos mientras desataba los nudos
que lo mantenían sujetos al tronco. Una vez el anciano
estuvo libre, tanto ella como él, corrieron en dirección a
Kendryck. A pesar de que este no se movía, Lorna encontró
pulso en su muñeca cuando se arrodilló junto a él. Con la
garganta repentinamente seca ante la visión de la flecha
que atravesaba su torso superior, tomó uno de sus brazos e
inclinó la cabeza hacia el otro.
—Cógelo y ayúdame a arrastrarlo a mi cabaña. Puedo
ayudar.
El viejo, de quién Lorna empezaba a sospechar que no
estaba del todo en sus cabales, negó sin cesar con
expresión desesperada.
—La fruta necesita un sanador.
No podían permitirse el privilegio de perder el tiempo,
por lo que Lorna sostuvo su mano y la presionó con fuerza
para obligarlo a mirarla.
—Soy una sanadora. Estaba buscando plantas para mis
curas cuando te encontré. ¿Por qué otra razón viviría en
medio de la nada?
A pesar de que el hombre estaba desquiciado, su mente
debió encontrarle sentido a lo que decía Lorna. Con mucho
esfuerzo, pues el guerrero herido era sumamente pesado,
lograron arrastrarlo hacia la cabaña de piedra que no
quedaba muy lejos del lugar donde Kendryck resultó
herido, pero les fue imposible el no dañarlo un poco y no
atender a sus quejidos inconscientes ya que les resultaba
prácticamente imposible cargarlo.
Cuando consiguieron llegar, lo depositaron sobre el
suave pajar en el que dormía Lorna, pero esta no permitió
que el anciano lo acostara.
—Mantenlo sentado, por favor.
Tras asegurarse de que lo sostenía como quería, Lorna
se acercó a la chimenea de su cabaña y pasó los
instrumentos que usaría por el fuego, pues eso disminuiría
el riesgo a que el escocés contrajera una infección. Una vez
regresó a su lado con ellos y un cuenco de agua, le dedicó
una mirada seria al anciano. Lo que iba a hacer no era
bonito.
—Sostenlo con fuerza.
Tras obtener un asentimiento de su parte, cortó su plaid
y la parte posterior de la flecha, la cual sobresalía, y tiró de
ella hacia adelante a través de la punta. El highlander
había tenido suerte. Si hubiese perforado un pulmón o el
corazón, ya estaría muerto. Su ayuda ahora no significaba
que se salvaría, pero sí que al menos tendría una
posibilidad. En el momento en el que el objeto se movió a
través de él, los ojos del guerrero se abrieron de par en par
y este rugió de una manera que hizo estremecer a Spencer,
pero que Lorna ni siquiera notó ya que se quedó extasiada
al ver sus ojos azules. Unos ojos azul oscuro, intensos y
furiosos.
—Cálmate —le susurró mientras presionaba un pañuelo
sobre su pecho expuesto, instando al anciano a hacer lo
mismo sobre su espalda—. Tuviste suerte. La flecha no
atravesó nada importante, pero perdiste mucha sangre.
Todavía podrías contraer una infección debido al tiempo
que pasó la herida expuesta, pero si puedes gritar así, tu
pronóstico no es tan malo. —Le sonrió con ternura y, en un
intento por tranquilizarlo, le dijo:
—Deja que cuide de ti.
El hombre más hermoso que había visto a lo largo de sus
dieciocho años le dirigió una mirada fulminante, pero al
notar al anciano junto a ella se relajó. Casi como si esa
fuera una decisión que pudiera elegir por sí mismo, se
desmayó una vez lo vio. Probablemente el verlo lo hizo
sentirse cómodo con la situación.
Mientras su ayudante lo mantenía sentado ella lavó su
herida. Luego tomó un hierro que había dejado ardiendo en
el fuego y miró a Spencer con pesar.
—Sostenlo.
A pesar de que palideció ante su orden, lo hizo, mientras
Lorna, sin que le temblara la mano, lo presionó contra su
piel pálida, blanca y pecosa. Esto ocasionó que nuevamente
los ojos del highlander se abrieran de par en par y rugiera
como una autentica bestia siendo lastimada. La sanadora
esta vez se estremeció; el grito había sido desgarrador, el
olor a sangre y a piel quemada inundó todo el habitáculo.
—¡Estás loca, mujer! —le gritó mientras empujaba a
Spencer con el brazo en un acto reflejo, arrojando al
anciano al otro lado de la cabaña. El pirata jadeó de dolor
cuando su espalda chocó contra la pared hecha de gruesos
troncos—. ¡Aléjate de mí! ¡He muerto y estoy siendo
torturado por una bonita pelirroja en el Tech Duinn!
A pesar de su comportamiento, Lorna no pudo evitar reír
mientras lo rodeaba, pocos quedaban ya que creyesen en la
antigua mitología highlander, pero aquel hombre acababa
de nombrar al mundo de los muertos en su idioma natal.
Aprovechando su debilidad y distracción apuntó a su
pecho con el hierro ardiendo. Ahora no tenía dudas. Si
podía gritar así, el highlander sobreviviría.
Al ver sus intenciones y lo cerca que estaba el hierro de
su piel, este se echó hacia atrás y la maldijo por lo bajo.
Había visto cómo los sanadores quemaban las heridas de
los guerreros tras una batalla con anterioridad, pero vivirlo
era completamente distinto a verlo. En el momento en el
que el calor entró en contacto con su piel, apretó
fuertemente los dientes. Cada músculo de su cuerpo se
tensó mientras aceptaba voluntariamente los segundos de
abrasión.
—Listo —susurró suavemente ella, instándolo a
recostarse después de cubrir su piel quemada con una
serie de hierbas tanto por la herida de entrada como de
salida de la flecha—. Puedes descansar ahora.
A pesar de que Kendryck no solía seguir órdenes de
nadie, no a menos que se tratara de su tío; cerró los ojos
cuando la mujer de aspecto suave y frágil, pero claramente
lo suficientemente valiente y enérgica como para hacer lo
que acababa de hacer, posicionó su mano con olor a flores
silvestres sobre sus ojos. Animó a sus parpados a cerrarse.
Una vez la oscuridad lo engulló, no pudo deshacerse de
ella. Se permitió a sí mismo y a su cuerpo descansar de la
pérdida de sangre.
Mientras veía cómo su pecho desnudo subía y bajaba al
ritmo de sus respiraciones, el anciano finalmente se acercó
a Lorna cojeando. Después de pasar toda la noche atado a
un árbol, de arrastrar a Kendryck por el bosque y de que
este lo golpeara, temía tener que usar un bastón pronto.
Llevar la fruta a Newcastle estaba resultando mucho más
complicado de lo que en un principio pensó que sería.
—Me llamo Spencer —dijo el hombre cuando llegó a su
lado, ofreciéndole la mano, la cual Lorna aceptó—. Puedo
sonar como un inglés, pero te aseguro que no soy como
piensas que es todo el resto.
Lorna afirmó.
—Lorna. —Inclinó la cabeza hacia el anciano—. ¿Cómo
es que un hombre como él termina relacionándose con
alguien como tú? ¿Por qué terminaste atado a ese árbol en
medio del bosque?
Las dudas asaltaban a Lorna, pese a que estaba
habituada a mirar y callar, no podía evitar que su
curiosidad despertara de vez en cuando, y más en una
situación como aquella. Se trataba de un par de hombres
que había encontrado desvalidos, nada menos que un
escocés portador de los ojos más impactantes que hubiera
visto jamás, y un inglés un tanto desquiciado. Pero lo más
asombroso era que tal inglés mostrara tanto interés por
mantener a salvo al que insistía en llamar Fruta.
El pirata hizo una mueca de evidente disgusto.
—Fue la fruta quién me ató. —Al ver la mirada de
incredulidad en el rostro de la sanadora, Spencer se explicó
—. Fui esclavo de un lord en Newcastle. Mi compañero de
celda era el padre de Kendryck, el hombre que duerme a tu
lado. Durante todos estos años le hicieron creer que su
padre, el laird Sinclair de Argyll estaba muerto, pero está
vivo. Y yo lo llevaré con él —inquirió orgulloso, incluso,
enderezó la espalda ignorando los achaques.
Ante la revelación de tanta información, Lorna sintió un
repentino dolor de cabeza. No solo acababan de decirle que
su viejo laird, un hombre que había gobernado de manera
correcta y noble sus tierras y que había tratado con mucho
respeto a sus habitantes, estaba vivo, sino que se
encontraba frente a su hijo herido, lastimado
probablemente por la gente que había salido ganando ante
la muerte del laird Fletcher.
Una vez más, la decepción hacia su propio pueblo la
golpeó. De no ser porque su cabaña se encontraba lo
suficientemente lejos de Argyll y de los intereses del laird,
se habría ido de allí hacía mucho tiempo, pero ahora le
alegraba no haberlo hecho nunca. De no ser por ella,
probablemente Kendryck, un hombre con una terrible a la
par de honorable reputación, habría muerto. Y Spencer
también.
Y sus muertes significarían que el padre de Kendryck,
un hombre que adoraba por las historias que se contaban
de él sobre su bondad y corazón, seguiría preso en las
mazmorras de Oldcoates, cuyo nombre conocía debido a
que era el lord inglés que anteriormente había asaltado
Argyll, y con quién el laird Fletcher había acordado una
tregua que lo había favorecido a él y a sus hombres más
cercanos, pero había llevado a la esclavitud y al hambre al
resto.
—Tengo que ir al pueblo a por más comida. Kendryck
deberá permanecer unos días aquí, como mínimo una
semana hasta curarse —afirmó, mirando el lecho en el que,
por ahora, su protegido descansaba envuelto en un sueño
que, esperaba, fuera tan sanador como sus hierbas.
Tras permanecer unos segundos en silencio, Spencer
asintió.
—Tengo pescado y verduras en mi barco, siguen frescos.
—Sin esperar una respuesta de la chica, del ángel pelirrojo,
el anciano salió de la cabaña cojeando.
Ya que su vestido se había llenado de la sangre del
highlander, y que, con seguridad, se había arruinado para
siempre, tomó una capa antes de dirigirle una última
mirada a su huésped y siguió a Spencer hacia el pueblo.
Había mencionado un barco y no se sorprendió cuando no
se dirigieron al mercado, sino al muelle. Tal y como había
dicho, todos los susurros que llegaban a sus oídos entre los
aldeanos trataban de la muerte de laird Fletcher a manos
del hijo de Lachlan Sinclair, quién también había muerto.
Había también mucho alboroto, pues esa misma noche
se decidiría quién sería el nuevo laird. Una chispa de
esperanza apareció en el pecho de Lorna al ver destellos de
decepción en la mirada de las personas, cuando le
informaban de la muerte de Kendryck, puesto que habían
esperado que fuera él quién los comandara. A pesar de que
eran cobardes, que esperaban que alguien los salvara,
seguían ansiando libertad y bienestar.
Eso era algo.
—Aquí está. Una cesta de pescado y otra de verduras.
Las manzanas son para el escocés, son parte esencial de su
dieta ¿Necesitas ayuda para llevarlo a la cabaña? —le
preguntó el anciano desde el interior de su barca—. Puedo
decirle a la tripulación que lo lleve.
Lorna negó con sus manos llenas de comida, más comida
de la que había tenido en su poder a pesar de sus cultivos
ocultos y de las provisiones que compraba con el dinero
que obtenía con su oficio como sanadora; el cual era poco.
Pero para la semana que probablemente pasaría
Kendryck en su casa, era simplemente demasiado. No eran
dos elefantes.
—No, está bien, yo puedo, es solo que… es mucho —
pronunció.
Spencer la miró como si se hubiera vuelto loca.
—Cuando veas a la fruta comer lo entenderás.
A pesar de que Lorna todavía no terminaba de creer que
hubiera terminado inmersa en la situación en la que se
encontraba ahora, dentro de una especie de conspiración,
no pudo contener una sonrisa ante el apodo de Kendryck.
Ciertamente cuando lo veía lo último en lo que pensaba era
en una fruta. En muerte, peligro y miedo, sí. Otra cosa
sorprendente, era que Spencer podía ser tan ecuánime
como disparatado.
—Supongo que eso tiene sentido. —Entrecerró los ojos
hacia Spencer, a quién ahora identificaba como un pirata,
al escucharle ordenarle a sus hombres desanclar la nave.
Su profesión explicaba por qué pudo haber pasado un
tiempo en las mazmorras de Oldcoates. Los ingleses no
estaban muy felices con ellos—. ¿Te vas?
Tras hablar un poco más con su tripulación, el anciano
la miró y asintió firmemente.
Lo dicho, tenía la capacidad de verse serio a momentos.
Sintiendo el tablón del muelle empezando a ceder bajo su
peso, Lorna se movió mientras lo escuchaba hablar con
atención.
—Cuando la fruta despierte, dile que nos veremos
pronto.
Lorna frunció el ceño.
—Pensé que tu misión era llevarlo a Newcastle.
Spencer asintió y sin dejar de moverse y de gritar
órdenes a su gente ya que estaba muy metido en su papel,
explicó:
—Sí, pero tengo asuntos en el mar que no puedo aplazar.
La fruta puede llegar a Newcastle a caballo. Encárgate de
asegurarle que nos veremos pronto.
Ya que no veía cómo un anciano, la mayor parte del
tiempo demente, y su tripulación, la cual estaba
conformada por otros ancianos, podía ayudar a Kendryck
de alguna manera, Lorna terminó por darse la vuelta y
alejarse de la costa. En lugar de entrar en el pueblo, lo
bordeó por el bosque y se dirigió directamente a su cabaña.
No sabía si las antiguas normas quisquillosas del laird
Fletcher con respecto a la comida habían quedado atrás, y
no quería que nadie la molestara por lo que llevaba.
Normalmente, nadie se acercaría a ella incluso si el laird
siguiera con vida, pero no quería tentar a la suerte, y
mucho menos, hacer sospechar a los lugareños que tenía
un huésped en su cabaña.
Sin haber hecho nada más que asesinar al laird,
Kendryck se había ganado su lealtad. Lo ayudaría a
sobrevivir para que pudiera recuperar a su padre. Lo
ocultaría y protegería como su más preciado tesoro.
Esperaba con todo su corazón que las intenciones a largo
plazo del hombre del clan Sinclair fuera retomar el control
de Argyll, su gente necesitaba un líder, lo necesitaban a él
para que los guiara nuevamente a la prosperidad. Ella
misma había intentado que eso sucediera, pero nunca la
tomaban en serio por ser mujer. Mantenían sus
indiscreciones en secreto debido a la vieja reputación de su
madre y la suya propia, pero no se animaban con sus
palabras. No eran dichas con la suficiente fuerza.
Por eso, Kendryck tenía que vivir.
Aunque todos lo miraban como si fuera el mal
encarnado, intimidados por sus habilidades y gran tamaño,
no podía ser tan malo si su padre había sido Lachlan
Sinclair. Sin conocerlo tenía fe ciega en él. Su instinto le
decía que el hombre era el futuro de su gente y sus
acciones solo lo demostraban. No llevaba ni un día con
ellos y ya había hecho lo que nadie se había atrevido a
hacer en años y no precisamente porque no pudieran, que
era lo que más tristeza le causaba a Lorna, sino porque no
querían ver más allá de sus sueños y esperanzas. De la
falsa seguridad que el laird Fletcher y sus secuaces les
habían ofrecido. Solo esperaba que no terminara
decepcionándola.
Tristemente, las mujeres de su familia sufrían esa
maldición. Su abuela se había enamorado del laird de un
clan, pero este ya tenía una esposa. Tras embarazarse de
su madre, se había mudado de su pueblo natal al darse
cuenta de que nunca le daría su lugar. Su madre, en
cambio, le había abierto su corazón a un inmigrante persa
que la ayudó a perfeccionar sus dones de sanación, por lo
que la llamaron bruja. Él la dejó unos años después de que
Lorna naciera, aburrido de Escocia y con el paso del tiempo
su madre murió de tristeza. Dejó de comer hasta que
eventualmente solo no lo hizo más, pero antes de
desfallecer se aseguró de que Lorna fuera lo
suficientemente fuerte para sobrevivir por su cuenta.
Ese era el motivo por el que a sus dieciocho años
todavía no se había casado, edad en la que muchas jóvenes
escocesas ya se encontraban establecidas con un hombre y
formando su propio hogar. Había tenido pretendientes,
entre ellos los hijos de importantes highlanders debido a
que su belleza, la cual, junto con sus dones, eran difíciles
de ignorar; pero hasta el momento no había sucumbido a la
necesidad de aceptar irse con alguno de ellos. No negaba
que deseara tener una familia, pero de llegar a tenerla,
debía de ser con alguien a quién no amara o acabaría
destruida como lo acabaron su abuela y su madre.
Ante el dolor que le produjo pensar en el pasado de las
mujeres de su familia, se obligó a sí misma a recordar que
ella no tenía intenciones de enamorarse del guerrero
highlander en su cabaña. Solo quería sanarlo, sanarlo y
favorecer así las posibilidades de que el destino de la gente
que veía consumirse diariamente en la miseria fuera bueno,
puesto que sentía que toda su vida hasta ahora la había
preparado para saber cómo atender las heridas de
Kendryck Sinclair, el highlander más temido de Caithness.
Lo que Lorna no sabía en ese momento, sin embargo,
era que no solo se trataban de heridas físicas.
CAPÍTULO CUATRO

Nada más entrar en la cabaña y dejar las provisiones sobre


una vieja e inestable mesa de madera, lo primero que hizo
fue revisar la herida en el pecho de Kendryck. A pesar de la
manipulación, él no despertó por lo que Lorna aprovechó
esa oportunidad para examinarlo. No solo era un hombre
grande e intimidante cuyos pies sobresalían de su
camastro, sino que también era sorpresivamente hermoso.
Su pálida piel hacía que su cabello oscuro como la noche
destacara. A pesar de que lo mantenía largo, tenía la parte
superior de este atado tras su cabeza, por lo que los
mechones no entorpecían la visión de su rostro. Tenía
facciones duras y cuadradas, pero había algo en él que lo
hacía hermoso en medio de toda la brutalidad que
representaba.
Soltando un suspiro ante el hormigueo en sus dedos,
puesto que quería continuar tocándolo, se obligó a sí
misma a relajarse y se dirigió hacia la mesa en la que había
dejado la comida. Tras picar el pescado y los vegetales
necesarios, montó una cacerola con los ingredientes en el
fuego de una improvisada fogata en su jardín. No usaba su
chimenea para cocinar porque odiaba la manera en la que
el olor impregnaba el interior de su cabaña después. Una
vez estuvo listo, lo dejó reposar mientras se desnudaba y se
daba un baño en un riachuelo cercano.
Tras unos minutos de estar sumergida en el agua, se
estremeció al escuchar el sonido de los caballos
acercándose.
Ya que sabía que probablemente se trataría de los
amigos del fallecido laird, no se vistió. En su lugar decidió
sacar provecho de su desnudez para distraerlos. Los
hombres no entrarían a su cabaña, un lugar que muchos
consideraban sagrado, a menos que les diera motivos para
hacerlo. Que sospechasen que ocultaba algo, o a alguien.
—Lorna… —susurró el más joven de ellos, Orcen, al
verla aparecer al frente de la cabaña con el cabello mojado
y el cuerpo desnudo goteando agua del río—. Lamentamos
importunarte, Lorna, pero nuestro laird fue asesinado
anoche y uno de nuestros arqueros mató a su asesino cerca
de aquí. —Con los ojos verdes puestos en su anatomía
expuesta, tragó saliva, no se veía capaz de desanclarlos,
incluso su voz sonaba patética y aguda—. Aunque estoy
seguro de que no es así, su cuerpo ha desaparecido y me
preguntaba si podías haber visto algo. Ya que nadie se
aseguró de que estuviera genuinamente muerto, podría
estar vivo.
Lorna puso una falsa expresión de tristeza en su rostro.
—Lamento mucho oír sobre la muerte de tu padre,
Orcen, pero no he visto a nadie cerca de mi cabaña. Ni
siquiera había salido de ella hasta ahora. —Arrugó su
frente y negó con ligeros movimientos de cabeza para
resultar creíble, como si no tuviera ni idea de lo que el hijo
del fallecido laird Fletcher estuviera hablando.
Debido a que Lorna se mantenía lejos de Argyll, los
habitantes de sus tierras lo hacían también de ella a menos
que quisieran un favor o que los ayudara a sanar a uno de
los suyos. La mayoría de las veces, los enfermos a los que
sanaba, se curaban casi por arte de magia.
Por eso era considerada sagrada por los habitantes de
Argyll y había gozado de cierta inmunidad.
—Lo supuse —dijo Orcen mientras tomaba las riendas
de su caballo—. Lamento haberte importunado, bruja. Pido
disculpas.
A pesar de que era una sanadora y no una bruja, Lorna
asintió. Había dejado de intentar corregir a las personas
que la llamaban así cuando se dio cuenta de que el miedo
era una ventaja que podía usar a su favor.
—No te preocupes, Orcen. Si un hombre herido por una
flecha aparece por aquí me ocuparé yo misma de matarlo.
El muchacho, quién todavía no podía dejar de ver su
desnudez, asintió antes de darse la vuelta y dirigirse de
regreso a su pueblo. Confiaba en lo que le había dicho,
pues que Lorna nunca le había dado motivos para que
desconfiara de ella. Era dos años menor que la pelirroja y
esta lo había curado de una grave enfermedad cuando
ambos eran tan solo unos niños. Incluso si estuviera
escondiendo al asesino de su padre, le habría perdonado la
vida debido a que ella se la salvó a él. Orcen no era como
su padre, lo consideraba tan monstruoso como la mayoría
de los habitantes de Argyll, pero había sido su padre, y le
tocaba atrapar y asegurarse de que el culpable de su
muerte corriera la misma suerte.
Una vez Orcen se alejó con sus hombres, Lorna soltó el
aire que había estado conteniendo y se dirigió al interior de
la cabaña. Mientras entraba en ella, se llevó una sorpresa
al encontrar el camastro en el que había dejado a Kendryck
vacío. La verdadera impresión, sin embargo, se la llevó
cuando el highlander salió de la nada y se posicionó tras su
espalda. Había escuchado a los caballos dirigirse a la
cabaña y se había posicionado tras la puerta con su espada
en mano.
Sin embargo, no habían sido hombres escoceses los que
habían entrado, sino la sanadora sin escrúpulos. Ella los
había distraído con su desnudez. Sin saber por qué, el
hecho de que se mostrara de esa manera ante otros
hombres le molestó, lo que inmediatamente asoció a que no
le gustaría que ninguna mujer tuviera que usar su cuerpo
de esa manera. Antes de que se dejara llevar por el impulso
de mirarla con más detenimiento o de sucumbir al deseo de
tocarla, pues su piel se veía tan suave y lisa que no podía
pensar en nada más a pesar de su estado, tomó una capa
que encontró en el suelo y se la echó por los hombros.
Ella se dio la vuelta al sentir la tela sobre su piel. Se
quedaron mirando fijamente por un largo instante,
entreabriendo los labios como si ambos quisieran decir
algo, por ejemplo, que ella nunca lo amaría; pero fue el
estómago del highlander quién habló. Rugió tan alto que
Lorna fue capaz de escucharlo.
Tras dirigirle una sonrisa torcida que movió algo en el
interior de Kendryck, puesto que nunca nadie le había
sonreído así, susurró:
—Preparé un caldo. Tu cuerpo necesita la comida para
recuperarse de la debilidad que causó la pérdida de sangre.
Tranquilo, también hay manzanas.
Parecía que la desnudez de Lorna solo lo había afectado
a él, pues ella, sin más, se arropó con la capa, y tras
obtener un gruñido de él como respuesta, se dio la vuelta y
se dirigió al patio tras su cabaña con dos cuencos que llenó
con el caldo de pescado.
—Espero que no esté podrido —soltó cuando, en contra
de los deseos de Lorna, apareció trastabillando junto a ella
en el exterior.
Sus pasos eran inestables, por lo que lo animó a
sentarse en el escalón que conectaba el suelo de su cabaña
con la tierra y él lo hizo con un bufido de protesta. Al
parecer realmente le costaba obedecer las sugerencias de
alguien más y no le importaba si eran por su propio bien.
—Mejor morir así, envenenado, que atravesado por una
flecha de la gente que ayudaste —respondió ella
inconscientemente. Sus mejillas se sonrojaron al darse
cuenta de que había dejado ver su odio por algunos
habitantes de su pueblo, específicamente los más prósperos
—. Lo siento por eso.
Kendryck, que entendía sus emociones, ya que él se
sentía igualmente decepcionado, se obligó a sí mismo a
suavizar su tono de voz al hablarle. No entendía por qué lo
estaba ayudando, por qué no lo había traicionado con el
hijo del laird, pero no lo iba a cuestionar. Ella lo había
salvado dos veces ya. A pesar de que era un hombre
desconfiado, ni siquiera él podía evitar sentirse agradecido
o seguro a su lado. La pelirroja era la primera mujer que lo
desconcertaba.
Era sumamente hermosa. Su cuerpo era una tentación y
su rostro era precioso. Redondeado, de nariz pequeña y
cejas con la curva perfecta sobre un par de hermosos ojos
negros. Estaba llena de pecas y su piel se sonrojaba donde
el sol la tocaba. Lucía como una ninfa del bosque. Pese a
eso, sin embargo, lo que hasta el momento le había llamado
más la atención, fueron sus acciones. Cuán sencillamente lo
había quemado. Cómo había reído mientras le gritaba, lo
cual había aterrorizado a Spencer. La manera en la que no
había dudado al llevarlo a su casa y ofrecerle refugio, como
si no le temiera.
Aunque pareciera frágil, sospechaba que era sumamente
fuerte.
—No es tu culpa —le dijo mientras aceptaba el cuenco
que le ofrecía y el dolor asaltaba su pecho herido mientras
hablaba—. Tampoco de ellos. Solo están sobreviviendo
como el laird Fletcher les enseñó. Después de la
destrucción que causó la batalla de mi padre contra los
ingleses, probablemente los hizo temer las consecuencias
de una pelea. Ya han perdido demasiado. No quieren decir
adiós a lo último que les queda. Es conformista, pero es
estable y seguro.
Los labios de la ninfa se curvaron hacia arriba al
escucharlo. Su timbre de voz era especial, grueso e
intimidante, pero constante, aportaba refugio, seguridad.
—Es cierto lo que dicen de ti, Kendryck Sinclair —
aseguró contenta.
Se decían muchas cosas de él, pero quería oír qué era lo
que había escuchado ella en particular, por lo que cabeceó,
animándola a continuar. Pero al ver que ella no captó la
señal, le pidió que lo hiciera.
—¿Qué es lo que se dice de mí?
—Que eres el highlander más fuerte del clan Sinclair —
susurró con evidente apreciación—. Pero que tu fuerza es
opacada por tu inteligencia. Algunos incluso se atreven a
mencionar que, si lideraras el clan Sinclair, serías mejor
laird que tu primo… y tu tío.
Ante lo último, Kendryck no pudo evitar arrugar el
rostro con ira.
—Eso no es así. En primer lugar, nunca aspiraría el
puesto de laird de mi clan, no traicionaría a mi primo. Y
segundo, no sería un buen laird. Probablemente sería como
mi padre y lo llevaría todo a la destrucción por mis
impulsos.
—Aunque entiendo los motivos de mi pueblo para
quedarse callado ante las injusticias como tú lo haces,
también los odio —le dijo ella cuando escuchó a Kendryck
insinuar que su padre no había sido un buen guerrero—.
Antes de que los ingleses nos asaltaran, Argyll era feliz y
próspero, Kendryck Sinclair. Tu padre fue un buen laird.
Aunque rebajes su sacrificio a hacerlo parecer impulsivo y
torpe, en realidad fue un hombre valiente y honorable que
prefirió morir a someterse a los ingleses, y ver a su pueblo
viviendo bajo las suelas de sus zapatos.
Aunque estaba contradiciéndolo de la misma manera
que su tío lo había hecho desde que era un niño, Kendryck
no pudo evitar prestarle atención seriamente a sus
palabras por varios motivos, entre ellos, el hecho de que no
estuviera disfrazando la verdad debido a su amor fraternal
por Lachlan Sinclair, y el que ella viviera en Argyll. ¿Era
cierto lo que decía?
Y se preguntó internamente porque le agradó tanto que
ella pensara así de su padre y de él mismo.
Viendo cómo habían terminado estas tierras escocesas
tras años de mantener una tregua con los ingleses, no
podía evitar sospechar que sí, que quizá su padre había
estado en lo correcto al atacarlos, pero todavía eso no lo
hacía un buen líder a sus ojos. Ni a él en concreto. Seguía
considerando que su tío Nechtan y su sucesor eran
infinitamente mejores a él, a ellos dos.
—Gracias por la comida —musitó, deseando cambiar de
tema porque hablar de su padre siempre lo dejaba en una
posición vulnerable y él, un guerrero highlander, lo odiaba
—. Esta buena.
Presintiendo que la conversación lo afectaba, la
expresión en el rostro de Lorna se volvió cálida. No era que
la voz del guerrero se hubiera ablandado, pero denotaba
otra cadencia, más pausada. Al igual que ella lo había
hecho, sospechaba que Kendryck había construido barreras
a su alrededor para que las personas ni siquiera pensaran
que podrían herirlo.
—Hay más, si quieres.
Tras obtener un asentimiento de su parte, tomó el
cuenco vacío de entre sus dedos y se levantó para servirle
más, pero no se sentó a su lado. En su lugar, extendió la
mano para que Kendryck la tomara. Había notado la
pesadez de sus parpados y sus gestos de dolor al hablar.
Necesitaba descansar. Tan solo la noche anterior su pecho
había sido atravesado por una flecha, salvándole por
centímetros de ser una herida mortal. Su recuperación no
debía ser tomada a la ligera.
—Puedes continuar recostado.
Aunque detestaba verse débil, era ilógico que protestara
ya que la joven veía su sufrimiento. A pesar de que no tomó
su mano, sí aceptó su invitación a volver a entrar en la
cabaña. Se levantó con un quejido y prácticamente se
arrastró hacia el camastro en el que había despertado.
Afortunadamente para Lorna, tampoco se quejó cuando
esta dirigió una cucharada de caldo de pescado a sus
labios. Probablemente también le era incómodo comer,
pero su cuerpo lo requería para mantenerse fuerte.
—Eres muy amable conmigo —le dijo Kendryck cuando
terminó de alimentarlo con el tercer tazón. Durante todo
ese tiempo, se habían observado mutuamente como si se
analizaran—. ¿Cómo te llamas?
—Lorna.
Los labios de Kendryck se curvaron involuntariamente
hacia arriba. A pesar de que tenía un montón de cosas en
las que pensar, no podía evitar enfrascarse en el
pensamiento de que ese nombre le quedaba bien a la ninfa
junto a él. Hermoso, corto y fácil de pronunciar.
—Es un nombre hermoso. —Su frente se arrugó al no
encontrarle ningún tipo de significado en su cultura—.
¿Significa victoria?
Lorna negó.
—No, significa zorro.
Lorna se incorporó de la posición en la que se había
colocado para alimentarlo y antes de responderle, le sonrío.
—¿En qué idioma? —preguntó, con curiosidad,
suavizando de nuevo su tono de voz grave y profundo, como
la del noble escocés que era.
A Lorna verdaderamente le costaba creer que por la
mente de Kendryck nunca hubiera pasado la idea de ser
laird. No solamente se veía, actuaba y hablaba como uno,
sino que también había algo en él que la invitaba a
obedecerla en todo lo que pidiera. Desafortunadamente
para Kendryck, la personalidad de Lorna era imprevisible.
—En el antiguo idioma de los sajones. No hablo gaélico
—respondió en voz baja, mirando hacia sus manos al no
poder soportar la intensidad con la que la observaba, la
cual hacía retorcer todo su interior. Desplegaba sonrisas
que parecían naturales, pero en realidad, eran a causa de
los nervios que sentía.
—Sí que lo hablas, solo que te da miedo hacerlo. ¿Y tus
padres?
A pesar de que normalmente se sentiría incómoda
hablando de sus padres, ella la había forzado a hablar del
suyo. Los pasados de ambos eran dolorosos. Kendryck
merecía que le respondiera después de que lo obligara a
viajar a los recuerdos que evidentemente lo herían.
Quizás más que la flecha que lo había atravesado.
—Mi padre era un sanador persa que pasó por Argyll —
dijo sin mucho afán en proseguir, y ya que había observado
dolor e incomodidad en su tono de voz al hablar, Kendryck
no fue en búsqueda de más información, decisión que
también tomó debido a que sus párpados se estaban
cerrando. Levantarse y hablar eran esfuerzos que en este
momento le resultaban sobre humanos. Aún al borde del
sueño, escuchó a Lorna hablarle—. En tu caso supongo que
tu madre era la inglesa. Lachlan Sinclair era escocés.
La frente de Kendryck se contrajo mientras negaba,
pero aun así estaba tan débil que no pudo abrir los ojos. El
golpe de emoción que había asaltado a su cuerpo,
empujándolo a despertar al escuchar el sonido de los
caballos acercándose a la cabaña, había pasado.
—Todo el mundo supone eso, pero mi madre era una
escocesa que los ingleses tenían como rehén —contestó, su
voz se desvanecía poco a poco—. Mi padre la salvó del lord
de Newcastle que hubo antes de Oldcoates. Se enamoró a
primera vista de ella.
A pesar de que no se sabía mucho sobre la esposa del
que ahora no era un tan fallecido laird Sinclair de Argyll,
Lorna estaba casi segura de que la madre del highlander
era una inglesa contraria a la rebelión que había muerto al
dar a luz. Lo percibió tan contrariado que no pudo evitar
que su corazón se ablandara y cedió al impulso de apartar
un mechón de cabello oscuro de su frente. Cuando sus
dedos entraron en contacto con su piel sintió emoción, sin
embargo, se impresionó al hallarla caliente. Hirviendo, en
realidad.
Kendryck no debió haberse levantado del camastro y
mucho menos caminar, pero lo había hecho y eso había
representado demasiado esfuerzo. Aunque lo más probable
era que su fiebre se debiera a que su herida se había
infectado, Lorna ni siquiera quería pensar en ello. Había
hecho todo lo posible por disminuir los riesgos al quemarla.
La verdad era que no podía hacer más que preparar
ungüentos y brebajes que le dio a Kendryck a lo largo de la
noche. Lorna la pasó en vela, viendo como este solo tenía
fuerzas para entreabrir los labios cuando le daba de beber
sus medicinas, o pequeños tragos de agua.
Sus mejillas estaban fuertemente enrojecidas y la palma
de la mano de Lorna ardía cuando la ponía en contacto con
su piel. Era como si el guerrero se estuviera incendiando
por dentro. Desesperada, después del paso de las horas y
de ver que la fiebre no remitía, finalmente,, hizo lo que se
prometió a sí misma no hacer jamás: esparcir savia por su
cabaña y aplicar los viejos trucos de sus padres, el motivo
por el que su pueblo la temía tanto o más de lo que temían
al hombre inconsciente y desfallecido frente a ella.
Las razones por la que la llamaban bruja.
Porque mientras se arrodillaba a su lado con las velas
dispuestas a su alrededor, y colocaba sus manos sobre su
pecho, no rezaba al Dios que los hombres ahora adoraban,
sino a otros. Otros con los que se sentía extrañamente
familiarizada, como si hubiera nacido en otra época, en
otro tiempo anterior a este, a pesar de su antigüedad.
Dioses que esperaba que la escucharan a pesar de que
les había dado la espalda desde que su madre hubiera
decidido entregarles su vida a ellos, motivo por el que
Lorna sentía que le debían al menos un favor sin que
tuviera que entregar su alma a cambio.
A pesar de las lágrimas de culpa deslizándose por sus
ojos, Lorna se alejó con una sonrisa de alivio en su rostro
cuando sintió por debajo de sus manos extendidas, cómo la
temperatura del cuerpo de Kendryck se normalizaba tras
unas horas de rituales ocultos. Tras ello se apresuró a ir
por un pañuelo, lo mojó y lo volvió a presionar varias veces
contra su piel desnuda. Aunque en otro sitio la hubieran
quemado por lo que acababa de hacer, por provenir del
vientre de una reconocida bruja, en Argyll nadie lo habría
hecho. Allí podía mantenerse oculta. El hambre y la miseria
habían sido su camuflaje durante todos esos años. Por eso
no se había ido.
Estaba atada a esas tierras escocesas con su vida.
CAPÍTULO CINCO

Kendryck pasó días en el limbo entre la consciencia y la


inconsciencia, pero como su fiebre no volvió a ser tan alta,
Lorna pudo controlarla cada vez que ascendía. A pesar de
que estaba fuerte a momentos, los cuales aprovechaba para
comer y darse un baño en el río, a los siguientes desfallecía
como si sus piernas no fueran capaces de sostenerlo bajo
su propio peso. Ya no llevaba su tartán, sino un par de
pantalones de piel que lo hacían sentir incómodo, pero
Lorna había insistido en que los usara debido a que, si
tenía pensado dirigirse a territorio inglés y pasar
desapercibido, debía habituarse a ellos.
Durante el tiempo que pasaba adormecido, sin embargo,
Kendryck recordaba ciertas cosas que pasaban a su
alrededor. Entre ellas las palabras susurradas por Lorna en
un idioma que sonaba viejo y olvidado. Cuando notó las
velas encendidas rodeándolo y el característico olor de la
savia, se dio cuenta de la razón por la cual los aliados del
laird Fletcher no habían insistido en entrar a su cabaña el
día que habían venido. Su ninfa pelirroja no solo era una
sanadora.
Era la bruja del pueblo.
Una mujer a la que nunca habría mirado de saber su
profesión, puesto que sentía una antinatural aversión hacia
las costumbres paganas. Esto no era porque Kendryck
fuera particularmente religioso como los ingleses, sino
porque consideraba sus prácticas una estafa. Hasta Lorna
no había conocido ni a una sola bruja que hiciera magia.
Pero ella la había hecho.
Y lo complicado del asunto era que, aunque no lo
hubiera salvado por tercera vez, haciéndolo sentir de nuevo
vez indefenso, todavía no habría podido reclamarle nada
porque le debía la vida. Lo había curado y con ello hecho
posible que sus planes de salvar a su padre de las garras de
Oldcoates continuaran, por lo que no solo lo había
favorecido a él, sino también a Lachlan. Le debía más de lo
que alguna vez podría pagarle. Pero, a pesar de eso, no
pudo evitar ocultar cierto deje de recriminación en su voz
cuando tuvo la fuerza suficiente como para levantarse y
aguantar más de unos minutos en una posición que no
fuera acostado. La alcanzó en el río al que solía dirigirse
cada mañana a lavar su ropa. A pesar de que la tela de su
vestido se transparentaba debido al agua que salpicaba
sobre él, mostrando el contorno de sus pezones, Kendryck
se obligó a sí mismo a mantenerse enfocado.
—Eres una bruja —dijo—. Eres la temida bruja de Argyll.
La historia de una poderosa mujer habitando estas
tierras en las profundidades del bosque se había dejado de
oír desde hacía unos cuantos años, pero Kendryck la
recordaba. Apenas, pero lo hacía.
—Su hija —corrigió Lorna, todavía sin mirarlo mientras
lavaba uno de sus vestidos favoritos con sus manos—. Mi
madre era la temida bruja de Argyll, yo solo soy su hija, una
simple sanadora —intentó lucir despreocupada, que no le
afectara el atisbo de reclamación, el mote que resultaba
peyorativo, ni la voz de quién salían esas palabras más que
a nada.
—Todos estos días no ha parecido así.
Cuando levantó la mirada y lo observó de manera
exasperada, Kendryck se dio cuenta de cuán negros y
grandes eran sus ojos, y de cuánto le gustaba sentirlos
sobre él.
—Todos estos días han sido una excepción.
Kendryck tenía el don de saber cuándo alguien estaba
mintiéndole. Su instinto siempre se lo decía y nunca se
había equivocado, al menos no de adulto, puesto que de
niño claramente se había dejado llevar por lo que habían
dicho de su padre. Que habían atravesado su corazón con
una espada y su cuello con una flecha. Así que, cuando vio
la expresión de Lorna sus hombros se relajaron. Ella no
estaba mintiéndole al respecto. No era una bruja o no lo
había sido hasta estos días.
Arrodillándose frente a ella, la insto a que lo mirara
colocándole los dedos bajo su barbilla cuando iba a dejar
de hacerlo.
—¿Por qué hiciste la excepción conmigo, Lorna?
Con la barbilla temblando, gesto que le pareció adorable
al guerrero highlander, Lorna se obligó a sí misma a
mirarlo fijamente cuando muy bien pudo haber desviado el
rostro para no hacerlo. A pesar de que ya se había
habituado a su compañía durante los cuatro días que
habían estado juntos en su cabaña, su cercanía la seguía
poniendo nerviosa.
—Porque debes vivir, Kendryck Sinclair, a cualquier
precio —respondió con tono de voz inestable, pero al
mismo tiempo firme—. Mi pueblo te necesita para salir
adelante, tu padre y yo también.
—No te olvides de mi madre, ella, tal vez… no sé…
—Ella murió, Kendryck, mi madre la asistió en tu
nacimiento; aunque no lo sé con certeza, pues eres mayor
que yo. Tu madre era una aristócrata inglesa contraria a la
guerra. Se llamaba Hilda, y era tan pálida como tú, o algo
así he escuchado. Cuentan que era más alta que tu padre.
—¿Mi madre murió? —Kendryck tenía una leve
esperanza de encontrarla viva, pero confiaba en Lorna y si
ella lo aseguraba, no pensaba contradecirla—. ¿Soy medio
inglés?
—Sí. Y por lo que llegué a oír de ella, era una mujer
extraordinaria y muy afín al pueblo escocés. Era
disciplinada, valiente y muy culta. Aprendió tu lengua por
si algún día podía visitar a tu familia en Caithness.
—Me dijeron que era escocesa...
—Era escocesa de corazón, Kendryck.
—Supongo que... gracias por decirme la verdad.
Kendryck se apartó de ella y se giró, se limpió las
lágrimas que caían por sus ojos y miró al cielo. Salvaría a
su padre por ella, por Hilda Sinclair.

Unas semanas después…


—Dime, Kendryck, ¿por qué me miras tanto? ¿Acaso no
has visto una mujer desnuda? —preguntó Lorna al
percatarse de que cada vez que cumplían con su rutina
diaria en el río, el guerrero highlander la miraba con más y
más deseo.
Sin esperar una respuesta, tomó las prendas que había
lavado en el río y se acercó a las rocas para tenderlas allí.
En el mimo momento en que se dio la vuelta, Kendryck fue
capaz de apreciar a solo unos centímetros de distancia,
cómo su vestido mojado también dejaba ver cada línea y
lunar de su espalda. Lorna era una mujer de estatura
promedio, pero sus curvas no lo eran. Su cintura era
minúscula y sus atributos abundantes. Bruja o no, podía
hacer que cualquier hombre perdiera la cabeza estando a
su alrededor.
Incluyéndolo a él. A él, que aún soñaba con Doirin.
Sin pensar demasiado en ello, la siguió y presionó su
cuerpo contra su espalda. Los vellos de Lorna se erizaron al
sentir la cercanía bruta y posesiva del highlander. La razón
por la que no había estado del todo nerviosa a su alrededor
hasta ahora se hizo entonces más que evidente. Hasta hoy
el hombre no había representado una amenaza.
Anteriormente no había podido levantarse de su camastro
salvo para comer y asearse, pero ahora podía hacer más
que caminar. Podía ponerla, por ejemplo, bajo él.
Sus muslos se juntaron con necesidad cuando sintió su
erección contra la parte baja de su espalda y su mano
ejerció presión contra su vientre empujándola en su contra.
Él gruñó y ella jadeó cuando se sintieron mutuamente. El
aire en sus pulmones se había hecho espeso y su piel
quemaba y se contraía dónde él la tocaba.
—¿Has visto lo que causas en mí, bruja?
A pesar de que estaba llamándola como odiaba que lo
hicieran, Lorna no pudo hacer más que jadear y poner sus
manos sobre la roca que se encontraba frente a ellos
cuando Kendryck la hizo inclinarse hacia adelante. Era
capaz de sentir cada centímetro de su amenazante
longitud, aunque esta se encontrase debajo de la ropa. Era
intimidante.
—Responde —gruñó él—. ¿Te gustaría sentir esto
dentro?
A pesar de su inexperiencia, algo le susurró al oído a
Lorna que lo que fuese que el guerrero tenía pensado darle
sería mucho más que bueno. Terminó por asentir cuando
este subió la tela de su vestido hacia arriba,
arremolinándola sobre sus caderas. Llevó sus manos a su
centro y Kendryck inspiró con fuerza cuando sus dedos
encontraron sus rizos rojos, bajo ellos y la piel
increíblemente caliente, húmeda y suave. Tomó un poco del
líquido que salía de entre sus pliegues y lo llevó a sus
labios; gruñó con aprobación ante lo dulce que sabía, y dejó
caer el vestido nuevamente en su sitio. Todo en él le gritaba
que la tomara en ese mismo momento, su cuerpo dolía con
hambre debido a la necesidad de hacerlo, pero en este
momento no se encontraba siendo él mismo. Seguía débil y
no quería quedar mal ante ella.
También había notado la inocencia de su ninfa. Le debía
la vida. Aunque había estado con varias mujeres de su clan
sin ningún tipo de compromiso más allá del placer mientras
crecía, no la deshonraría de esa manera. Lorna merecía
estar con un hombre que amara, no con un loco que
acababa de conocer y que le había causado tantas
molestias.
Mi pueblo te necesita para salir adelante, tu padre, y yo
también.
Ante el recuerdo de sus palabras, cerró los ojos con
fuerza y se obligó a apartarse. Había sido lo que le había
dicho lo que lo llevó al límite, no su cuerpo. Nadie nunca le
había hablado de esa manera.
Se había sentido querido, pero nunca nadie lo había
necesitado.
Ella también se arrepintió, lo admiraba, lo necesitaba,
pero sabía que lo perdería. No quería acabar maldita por
culpa del amor.
—Tengo que ser fiel a mis principios, Sinclair. —Lo
apartó totalmente, no quería dejarse convencer y que él
tampoco se mostrara del todo dispuesto ayudó a ello—. El
día que encuentre un hombre al que no ame, ni admire, ni
me parezca atractivo, pero que sea bueno conmigo... a él se
lo pediré.
—Gracias por el cumplido —le dijo cuando esta se dio la
vuelta con aspecto confuso, abochornado y molesto, a lo
que Kendryck no hizo más que encogerse de hombros con
indiferencia, a pesar de que lo que más quería en el mundo
era entrar con ella en el río para bañarse los dos desnudos
y poder sentir su piel junto a la de ella. Necesitaba sentir
su cuerpo bien pegado al suyo. —¿Hay algo de comer?
Lorna, tras quedarse un rato mirándolo como si no
terminara de entender lo que acabara de pasar, negó.
Kendryck la había tocado, la había probado, y luego la
había dejado ardiendo de necesidad. Además de anonadada
y avergonzada, estaba profundamente molesta con él y no
entendió porque aceptó en un principio a lo que él le pidió.
Pero el problema era que quería más. A él no lo amaba.
Podría casarse con él y tener la vida resuelta. Solo
necesitaba detestarle un poco más.

—Tengo que ir al mercado a por comida. Estaba esperando


a que despertaras para decírtelo. Las provisiones que
Spencer me dio se han agotado. —Lorna frunció el ceño—.
Comes demasiado, highlander, y estás muy obsesionado
con las manzanas.
La expresión del highlander se volvió seria.
—Podemos ir a por más al barco de Spencer —dijo, pues
lo último que quería era que Lorna gastara su dinero
alimentándolo.
Había invadido su cabaña, lo había cuidado durante
días, lo había alimentado y se había dado cuenta de que
estaba actuando como si fuera un vividor. Ninguno de los
hombres que conocía se habría sentido orgulloso de revelar
una relación entre ellos en este momento. No estaba
honrando la educación que recibió de su tío, la cual dictaba
que había que ser agradecido y devolver la gratitud de los
demás.
Él también quería dar tanto comida como seguridad.
Lorna, sin embargo, había sido quién había dado ambas
cosas desde que lo había encontrado en el bosque. Cuando
habló esta lo miró por debajo de sus pestañas con algo
parecido a la incertidumbre. Continuaban fuera de su
cabaña, por lo que oían tanto el agua correr por el río como
el piar de los pájaros. Sin embargo, tanto ella como
Kendryck estaban tan concentrados el uno en el otro, que,
de haber estallado una tormenta en ese preciso instante,
ninguno de ellos se habría percatado. El magnetismo entre
ambos era tan intenso, que decidieron no ignorarlo.
—Kendryck, Spencer se fue a Newcastle —susurró.
Ante la noticia él retrocedió luciendo desconcertado.
Había previsto que sus caminos se separarían, pero no que
lo harían de esa manera. Había dejado su equipaje en su
barca. Trajo dinero suficiente en la funda de su espada y en
la bolsa que había estado atada al cinturón de su tartán,
pero no llevaba encima una fortuna. No como el oro que
había dejado al cuidado de la tripulación.
—Ese demente… —gruñó, dándole la espalda—. ¡Se
llevó todo!
—Me dijo que te esperaría en Newcastle. Que no podía
aplazar sus asuntos con el mar —le explicó Lorna mientras
corría tras él en dirección a la cabaña, su íntimo momento
había quedado en el olvido—. No te preocupes por la
comida, puedo cubrir nuestros gastos hasta que…
Cuando se giró de golpe para mirarla, Lorna tragó al ver
sus fosas nasales expandidas ampliamente. Su expresión
era furibunda y a pesar de que Lorna sabía que su curación
no se había completado, ya no se veía débil o enfermo, sino
como la personificación de lo que significa ser un
highlander. Duro, sumamente impenetrable y letal para
todos.
Lo que la incluía a ella.
—No vas a pagar nada. Ya has hecho suficiente por mí —
declaró—. En la funda de mi espada y en mi cinturón hay
algunas monedas. Toma lo que necesites para ir a por
comida al mercado.
Aunque odiaba la idea de que fuera sola y de que
cargara con los alimentos, no podía arriesgarse a ser
reconocido por los aliados del viejo laird. No permitiría que
los nuevos enemigos que se había hecho en Argyll
frustraran sus planes de ir a Newcastle a rescatar a su
padre.
Al entrar en la cabaña, ambos se dirigieron a lugares
diferentes. Lorna había empezado a tener hambre y quería
apresurarse al mercado, por lo que tomó su túnica oscura y
se envolvió con ella. Al ver que no había ido en búsqueda
de su dinero, sino que había tomado una bolsa de
terciopelo con el suyo, la alcanzó antes de que saliera y
tomó una de sus pequeñas y frágiles manos entre las suyas,
obligándola a recibir lo que le estaba dando. Aunque nunca
podría devolverle todo lo que hizo por él sin razón alguna,
no permitir que pagara por sus comidas era un buen
comienzo. Se sentía sumamente humillado por ello.
—Kendryck…
Él cerró sus dedos en torno a las monedas.
—Solo acéptalo, Lorna, por favor. No me hagas suplicar.
Cógelo y tráeme manzanas.
Cuando no se las devolvió al instante debido a que
entendía la frustración que debía estar sintiendo el
guerrero, él se alejó. Sin embargo, Lorna negó al abrir la
palma de su mano y ver las pequeñas piezas doradas en
ella. Oro. Kendryck le había dado oro.
—Con esto compraría todo el mercado y necesitas dinero
para el viaje a Newcastle. —Repitió los mismos
movimientos del highlander tomando y separando sus
dedos, los cuales al principio mostraron resistencia, para
depositar las monedas en su palma—. Caballos, comida,
quizás sobornos o pagar a otros hombres para que te
ayuden a traer de regreso a tu padre. No desperdicies tu
dinero, Kendryck. No cuando probablemente es uno de los
tantos recursos que necesitarás para salvarlo. Si te molesta
que haga esto por ti, no lo veas como una acción
desinteresada. —Lorna le dedicó una sonrisa que hizo que
el corazón de Kendryck latiera con fuerza—. Creo en ti
como creía en tu padre.
A pesar de que debería contradecirla y obligarla a tomar
el oro, Kendryck no lo hizo. En su lugar se dedicó a mirarla
sintiéndose humillado, mientras la veía salir de la cabaña.
Luego se apoyó en el marco de la puerta y la observó partir
a través del bosque. Su pecho se oprimió cuando ella giró
el rostro hacia él y le sonrió. Era tan hermosa que casi le
resultaba doloroso mirarla.
Solo cuando la perdió de vista, se dirigió a su camastro y
se dedicó a hojear uno de los libros que se mantenían
abiertos sobre la mesa en la que la sanadora preparaba sus
ungüentos. Todo lo que contenía eran recetas sobre
medicinas, por lo que confirmó que no le había estado
mintiendo cuando le dijo que había sido una excepción. La
pelirroja no solía practicar la brujería. A pesar de que una
parte de él seguía pensando que esta no había tenido
ningún tipo de responsabilidad sobre su sanación, no podía
dejar pasar el hecho de que la había practicado por él. Para
salvarlo. Lo que Kendryck no terminaba de entender era
por qué. No le convencía la idea de que hubiera sido debido
a su pueblo, no importaba cuánto quisiera a su gente, debía
haber algo más.
 
Por su parte, de camino al mercado y de regreso de él,
Lorna no pudo dejar de pensar en la manera que la había
tocado junto al río. Esa había sido la primera vez que había
permitido que un hombre pusiera sus manos sobre ella.
Muchos lo habían intentado, tanto tomando en
consideración si quería ser tocada como si no, y a todos
ellos los había alejado con la amenaza de una maldición. Lo
que se repetía a sí misma una y otra vez era por qué no
había hecho lo mismo con Kendryck. ¿Por qué cuando el
highlander había puesto sus manos sobre ella de esa
manera tan brusca y tosca, no lo había apartado? Y en un
lugar tan íntimo. Con solo evocar en ese preciso instante,
los músculos involucrados se contrajeron de manera
involuntaria.
Era un hombre sumamente hermoso y atractivo, el
príncipe escocés ideal, pero Lorna tenía la sospecha de que
resultaría ser sorprendentemente torpe si intentara ser
gentil.
Pero eso tampoco significaba que su brusquedad le
hubiera disgustado, sino todo lo contrario. Le había
gustado la posesividad con la que había puesto sus grandes
manos alrededor de su cuerpo. Cómo la había reclamado la
hizo sentirse más mujer, una muy deseada, como nunca se
había sentido. A pesar de que eso iba totalmente en contra
de sus pensamientos, los que siempre habían estado un
poco avanzados para la gente de su pueblo, lo había dejado
tocarla como si le perteneciera.
Y no se sentía mal al respecto, eso era lo que
verdaderamente más le preocupaba. El querer que volviera
a hacerlo antes que desear que no volviera a poner sus
manos sobre ella jamás.
Como eso era lo que pensaba para el momento en el que
se acercó nuevamente a la cabaña, no pudo evitar que sus
mejillas se sonrojasen con violencia cuando Kendryck se
acercó para ayudarla con el canasto que llevaba lleno de
comida. Había gastado la mitad de sus ahorros, pero no le
importaba. Genuinamente pensaba lo que decía. Veía a
Kendryck Sinclair como la mejor oportunidad de su pueblo,
y ayudarle era la misión más significativa de su vida a
pesar de que adoraba cuidar de los enfermos.
—Gracias —le dijo cuando cogió el canasto en sus
manos.
—No me molestes más de lo que ya lo estoy — gruño en
respuesta, lo que trajo una sonrisita al rostro de Lorna.
No sabía si esto se debía a que indicaba que la
recuperación del highlander estaba siendo exitosa, pero
Lorna realmente estaba empezando a adorar verlo enojar.
Le gustaba la manera en la que su cuerpo se tensaba
resaltando sus músculos, y cómo los rasgos de su
masculino y hermoso rostro se afilaban. Era algo
verdaderamente bonito de ver. Una vez se encontraron en
el interior de la cabaña, ambos se pusieron a trabajar en
desplumar al pollo que había encontrado, casi por arte de
magia, en el mercado. Después de días comiendo caldo de
pescado y de verduras, ambos se sintieron aliviados al
probar un sabor diferente. Lorna había tardado, por lo que
ya era el atardecer para cuando se sentaron en el exterior a
asar las piezas en una fogata que Kendryck montó con
suma facilidad.
—No quiero menospreciar el pescado de Spencer, pero
estaba extrañando el sabor de la carne real —dijo Lorna
con una pieza en las manos, hecha un desastre, lo que hizo
sonreír a Kendryck.
A pesar de que era hermosa, cualquier persona
acostumbrada a sentarse una mesa, como los líderes de un
clan, la verían de manera extraña. Comía con las manos
como cualquier otra persona criada en el campo. Kendryck
no tenía que preguntarle para saber que toda su vida la
había pasado en esa cabaña en medio del bosque. La tierna
inocencia que poseía y la manera en la que se movía en la
naturaleza, como si estuviera completamente habituada a
ella, se lo decía.
Pero no se atrevía a pensar que fuera ingenua.
Aunque vivía alejada, Lorna claramente tenía una idea
de lo que significaba habitar entre humanos.
—Esto no es carne real —le dijo Kendryck tras borrar la
sonrisa que Lorna no entendía de su rostro—. Un filete sí lo
es.
Lorna puso una expresión de asco en su rostro.
—Odio la carne roja.
La expresión de Kendryck se tornó en blanco. Nunca
había hablado tanto con una mujer, exceptuando a su tía
Engla, como lo había hecho con Lorna. A pesar de que se
mostraba indispuesto a dejarse llevar por los sentimientos
que empezaban a arremolinarse en su pecho al verla,
admitía que lo disfrutaba más de lo que debería.
—¿Por qué?
—Me recuerda a los sacrificios que mi madre solía
hacer. —Se estremeció—. Siempre la temí cuando ponía en
práctica su profesión.
A pesar de que no estaba seguro de qué hacer con esa
información, si seguir insistiendo en busca de más o
hablarle de otra cosa, finalmente, optó por hacer lo
primero, ya que fue ella la que la inició.
—¿Por qué lo practicaste conmigo si lo odias, Lorna? —
le preguntó mientras la miraba por encima del fuego de la
fogata que había encendido para ellos con la leña que se
había dedicado a recolectar mientras Lorna no estaba,
arriesgándose a desfallecer nuevamente, pero cansado de
no estar haciendo absolutamente nada por su padre o por
la joven que lo había salvado—. ¿Y por qué lo odias tanto?
—Porque sentí que era la única manera en la que podía
ayudarte —le respondió lo primero mirándolo fijamente,
pero para lo segundo agachó la mirada—. Y lo odio, porque
mientras crecía tuve que ver cómo las mismas personas
que aparecían diariamente en nuestra cabaña a pedir
favores o milagros, nos ofrecían miradas llenas de miedo y
asco cuando nos dirigíamos al pueblo. Por eso.
A pesar de que no estaba contestando ninguna de las
dos preguntas de manera correcta, reservándole algunos
detalles y otras razones sumamente importantes,
nuevamente Kendryck notó que no le mentía.
Cuando ambos habían terminado de comer y se fijó en
que estaban sucios, extendió su mano hacia ella cuando
terminó con la pieza de pollo que tenía arrojando los
huesos al fuego. Sus palabras lo habían conmovido y solo
quería hacerla sentir mejor.
—Báñate en el río conmigo, bruja —le dijo mirándola con
tanta intensidad en sus ojos azules, que la hizo
estremecerse completamente—. Te prometo que no te
miraré mal si me hechizas más de lo que ya lo estoy.
Y aunque debería rechazarlo, Lorna tomó su mano.
CAPÍTULO SEIS

El agua del río tras la cabaña de Lorna se encontraba


sumamente fría para el momento en el que ambos
sumergieron sus pies en ella. Ya que quería verla, Kendryck
dejó que caminara por delante de él mientras, poco a poco,
su cuerpo iba desapareciendo en el río, apreciando la vista
de su espalda y de sus hermosos glúteos. La siguió cuando
solamente su cabeza fue lo único que pudo ver. El rostro de
Lorna enrojeció cuando la curiosidad la llevó a girar el
rostro hacia él. Había visto cada centímetro de su anatomía
escocesa y no estaba en absoluto decepcionada, sino todo
lo contrario, estaba impresionada.
El físico del highlander era perfecto, por lo que la
decepción llegó después cuando no la tocó y se limitó a
nadar de ida y vuelta hacia ella varias veces, lo que hizo
que Lorna se cansara y se dirigiera al interior de la cabaña
con una mueca de disgusto en el rostro. En ella se dedicó a
secarse y a vestirse mientras el highlander continuaba con
su baño. Estuvo tanto tiempo en el río después de que ella
se fuera que para el momento en el que regresó su enfado
injustificado había pasado.
¿Qué había esperado que sucediera?
¿Qué la besara y la hiciera suya bajo la luz de la luna?
Kendryck no era un hombre para ella. Lo apreciaba. No
quería encariñarse. Solo se dejaría amar por aquel a quien
no amase.
Sus hombros descendieron al verlo y se dio cuenta de
que exactamente eso era lo que había estado esperando.
Un beso o mucho más que eso.
Después de que Kendryck hubiera cubierto su desnudez
con el nuevo par de pantalones que había comprado para
él, se dirigió a la cesta que había traído del mercado y se
acercó a él sosteniendo la hoja afilada de una navaja y un
recipiente de vidrio con aceite de almendras. El escocés
alzó las cejas al verla.
—Si vas a ir a Inglaterra no puedes hacerlo pareciendo
un hombre de las cavernas —le susurró—. Debes afeitarte y
cortarte el cabello, de lo contrario llamarás la atención y es
probable que terminen descubriendo que eres escocés. Si
es que no lo hacen por el acento.
Kendryck permitió que lo guiara a un asiento que se
encontraba frente a un espejo. No estaba apegado ni a su
barba ni a su cabello, solo a su familia, por lo que no sintió
ninguna pérdida cuando Lorna tomó con suavidad los
mechones oscuros y empezó a cortarlos con aún más
delicadeza, lo que originó que frunciera el ceño.
Para el momento en el que finalmente acabó de hacerle
un corte que resultó mejor de lo que esperaba, cubrió la
vista que el espejo de cobre le ofrecía a Kendryck de sí
mismo y se inclinó sobre él para deshacerse de su barba.
No era excesiva, por lo que probablemente debía cortarla
de vez en cuando, pero verlo sin ella fue como si lo viera
por primera vez.
Una vez terminó soltó la hoja dejándola caer con un
sonido seco en el suelo de su cabaña y tomó su rostro entre
sus manos. Apreció la suavidad de sus mejillas con los
pulgares, caricias que hicieron estremecer a Kendryck en
contra de su voluntad.
Lorna estaba sumamente sorprendida con lo aristócrata
que parecía sin su barba y sin su cabello largo. Sus
facciones, en conjunto con la palidez de su piel sin duda
reforzaron los rasgos ingleses de su madre, pero no se
atrevió a decirlo nuevamente en voz alta. Sabía que hablar
de ella causaba un dolor inmenso en él, uno que no se
atrevía a exteriorizar. En un acto tonto, sin embargo, le
habló de una manera que debió haberse reservado para sí
misma.
No a menos que deseara que el highlander supiera cómo
de rápido se estaba apoderando de su mente y corazón.
—¿Crees en el destino, Kendryck Sinclair?
Perdido en sus ojos oscuros, Kendryck le respondió.
—No. Creo en las personas y en su valía.
—Pues yo sí —le dijo Lorna—. Creo que alguien por
encima de nosotros, sin importar si se trata de un solo
individuo o de varios, dispone de nuestras vidas como si
fuéramos fichas en el tablero de un juego. —Nuevamente
acarició su blanquecino rostro—. Y creo que encontrarte en
el bosque y ayudarte es la misión más importante que he
tenido. —Kendryck se quedó sin aliento al oírla—. Creo que
tú, Kendryck Sinclair, eres mi destino, y aunque ya puedes
ponerte en pie por tu propia cuenta y presiento que no
hemos hecho más que empezar.
De todo lo que esperaba sentir en ese momento al estar
frente a una mujer hermosa que se dejaría llevar por sus
atenciones, lo que menos esperó sentir Kendryck fue
miedo, pero lo hizo. Miedo que se originó porque él se
sentía de la misma manera.
Tomando la iniciativa, lo cual nuevamente hizo que se
sintiera humillado por ella, Lorna juntó sus labios con los
suyos, pero hasta ahí llegó su control de la situación. Luego
fue Kendryck quien se apoderó del todo al levantarse e
instarla a que rodeara su cintura con sus piernas. Una vez
lo hizo, los llevó a ambos al pajar en el que había estado
durmiendo debido a que su ninfa no tenía una cama.
A pesar de hablar como ninguna otra mujer que hubiera
conocido, opinando en temas como si fuera un hombre más,
la pelirroja vivía como lo hacían las personas unos siglos
atrás, lo que en el fondo lo satisfacía a pesar de lo mucho
que le molestaba no contar con el lecho adecuado para
hacerla suya. Quería ser él quién le enseñara los privilegios
de estar con un hombre que pudiera respetarla y
protegerla. Quién la hiciera cambiar de opinión sobre vivir
en esa cabaña y llenarla de joyas y manzanas por las
mañanas.
Quería ser él quién apartara a quiénes la vieran como a
una bruja cuando en realidad, para Kendryck, Lorna era un
ángel que ya lo había salvado múltiples veces. Alguien a
quien venerar, cuidar y no temer.
Siempre que le habían contado la historia de cómo su
padre conoció a su madre, Kendryck se había burlado. A
pesar de que su unión lo había traído a este mundo, había
tildado a Lachlan Sinclair de loco por haber iniciado la
guerra contra los ingleses al robarle al lord de Newcastle
su posesión más preciada: su hermana pequeña.
Pero si el amor fraguándose a fuego lento que estaba
sintiendo por Lorna en este momento, algo que no había
sentido por nadie jamás, fue lo que sintió él, entonces lo
entendió.
El problema era que no pensaba arrastrarla consigo a
una misión en la que no sabía si sobreviviría, y tampoco era
tan egoísta como para prometerle que regresaría a por ella,
pero mientras ella permitía que sus labios recorrieran su
piel expuesta, Kendryck se juró que lo intentaría.
Para pagarle todo lo que había hecho por él, no solo
mataría a Oldcoates y recuperaría a su padre, sino que
volvería a Argyll y se convertiría en laird solo para
satisfacer los deseos de Lorna, porque debido a ella, a la
pasión con la que depositaba su fe en él, Kendryck había
empezado a pensar que después de todo no podía ser tan
malo como laird. Tenía veinticinco años y ya debía casarse.
Planeaba hacerlo con cualquier escocesa amable que se
cruzara en su camino, la primera que le hiciese olvidar a
Doirin, cuando finalmente decidiera que el momento había
llegado, pero prefería hacerlo con la mujer que se retorcía
debajo de él y con quién finalmente había llegado a sentir
una conexión. Solo que todavía no había llegado el
momento.
Debía recuperar a su padre y sobrevivir a ello primero.
Una vez la desnudó sobre la paja y recorrió cada
centímetro de su suave piel con los labios, se incorporó y se
quitó los pantalones ante la atenta mirada de Lorna. Su
ninfa estaba sonrojada de pies a cabeza y parecía sofocada.
Kendryck se cernió sobre ella una vez se desnudó, aun con
su miembro erecto y listo entre sus piernas desde que
había entrado en el agua con ella.
Ya que todavía la pelirroja llevaba puesto su vestido,
tomó el escote de este entre sus manos y desgarró la
prenda. A pesar de lo mucho que Lorna cuidaba sus
vestidos, puesto que se esforzaba por mantener una
apariencia pulcra a pesar de vivir en el bosque, no se quejó
de sus acciones.
Es más, estaba ansiando el sentir su piel desnuda contra
la del guerrero highlander. Una vez Kendryck se presionó
contra ella y juntó sus labios para besarla, recorrió el
interior de su boca con ansias y la sanadora empezó a
gemir al mismo tiempo que rodeó su cintura con sus
piernas. Ondeando sus caderas en busca de algo que
saciara su necesidad de ser correspondida, se sentía vacía
y hueca y sabía que el único que podía hacerlo era
Kendryck Sinclair. No se podía imaginar viviendo esto con
ningún otro hombre que no fuera él.
No lo amaba. Podía pasar algo entre ellos, quizá algo
bueno que no la dejase herida. Tal vez el destino había
querido que no amase a ese hombre, o tal vez solo quería
hacerse creer a sí misma que no lo hacía.
—Separa tus piernas, ninfa —susurró en su oído
haciéndola estremecer—. Si las cierras, te castigaré como
hice en el lago y no me tendrás.
Obedeciéndolo, Lorna extendió sus muslos casi de
manera escandalosa, lo que hizo que el highlander gruñera
con suma aprobación. Ya que contrariamente a sus
palabras, no tenía intenciones de parar y estaba seguro de
que, con lo que le haría, Lorna intentaría apartarlo.
—De todas las manzanas la que más me gusta es la
prohibida, mi ninfa. Aunque no aprecie a los cristianos,
admiro su creatividad.
Separó aún más sus piernas con sus manos y las
mantuvo así mientras sumergía la cabeza entre ellas.
Aunque no se lo hubiera dicho todavía, sabía que Lorna era
pura, lo que significaba que estaba permitiendo que él
fuera su primer amante. Kendryck tembló ante la oleada de
excitación que eso le generó, su boca se llenó del sabor
dulce de su centro. Su ninfa era suya. De nadie más.
Nunca.
Solo de él.
Mientras Kendryck se apoderó de su punto más
vulnerable, Lorna enterró los dedos en su cabello y tiró con
fuerza de él. De no haber sido por las manos de Kendryck
que la mantuvieron así, no hubiera sido capaz de cumplir la
promesa de no cerrar las piernas. La intensidad del placer
que estaba sintiendo estaba consumiéndola. Quemándola
de adentro hacia afuera. No pudo evitar entornar los ojos y
arquearse cuando él tocó con su lengua y succionó un
punto particularmente sensible de su anatomía.
Cuando las sensaciones se hicieron demasiado intensas
ella comenzó a estremecerse, su garganta dolió debido a
sus gritos y el highlander finalmente se cernió nuevamente
sobre ella con una sonrisa arrogante en los labios, labios
que estaban húmedos con su esencia.
—No he estado con muchas mujeres, pero cuando lo
hago me preocupo por dejar un buen recuerdo en ellas.
¿Dejarás que te haga mía? —preguntó con voz ronca—.
Abre tus piernas —y Lorna lo hizo al instante. No porque
quisiera complacerlo, sino porque le encantaba cuando
sacaba a relucir su lado alfa—. Seré tu primer hombre y
mía la primera semilla que recibas.
—¿Y si me dejas en estado, Kendryck? ¿Y si te pierdo?
—Volveré a por ti, Pero si no lo hago, enseña a mi hijo a
ser un buen hombre.
—Kendryck... siempre he dicho que solo acabaría con…
—Tú no me amas, ¿verdad? Porque yo a ti tampoco.
Lorna no lo negó, puesto que sospechaba que
probablemente Kendryck se había dado cuenta de que sí lo
amaba. Por más que se esforzara en parecer un salvaje y
gruñir como si no fuera más que otro guerrero highlander,
era un noble escocés bastante atractivo que probablemente
había atraído la atención de más de una pueblerina de sus
tierras. Ante la repentina oleada de celos que le causó
pensar en Kendryck, su protegido, con otra, rodeó su cuello
con sus brazos y lo besó mientras este dirigía su hombría
hacia su tierna entrada. Una vez se posicionó sobre ella,
besó más profundamente a Lorna mientras la tomaba de
una sola estocada.
Había intentado ser dulce, pero su animal interior rugía
por estar dentro de ella. Una vez la llenó por completo, se
incorporó para verla mientras se adaptaba a su gran
tamaño. Ya la había lastimado lo suficiente. A pesar de que
no se arrepentía de la manera en la que la tomó, su pecho
se oprimió ante la visión de las lágrimas en los ojos de
Lorna. A su ninfa le había dolido, a pesar de que se había
esforzado por hacerla sentir placer antes de romperla. A
partir de ahora se esforzaría porque este disminuyera y por
darle placer, pues ya el daño estaba hecho.
Una vez Lorna asintió en contra de su pecho indicándole
que podía moverse, Kendryck la tomó con movimientos
profundos y suaves que hicieron suspirar a ambos. Lorna se
abandonó al placer cuando el highlander presionó sus
dedos contra el mismo punto entre sus piernas que la había
hecho estremecer antes.
—Kendryck —suspiró ella con sus labios rosados e
hinchados entreabiertos, su expresión en blanco y con ojos
llorosos—. No pares.
Al igual que sucedió la vez anterior, Lorna empezó a
sentir cómo se quebraba mientras sus piernas empezaron a
temblar. Kendryck, que había estado conteniéndose desde
que la sintió apretada, caliente y vulnerable en torno a su
eje, lo notó, por lo que aumentó el ritmo de sus embestidas
mientras posó sus labios contra su cuello y la penetró con
más fuerza. Al escuchar su grito de placer y sentir cómo su
espalda se arqueó contra su pecho, se dejó llevar por la
misma tensión que había estado sintiendo construirse en él
desde que la vio por primera vez y sus sentimientos por ella
se ratificaron entonces.
A pesar de que no sabía si lo que sentía era amor ya que
aún era demasiado pronto para decirlo, lo que sentía por
Lorna superaba con creces lo que había sentido por Doirin.
Siempre había querido casarse con ella debido a su belleza,
pero en el caso de Lorna era todo el conjunto de su
aspecto, personalidad y calidez. Se moría por quedarse con
ella y se enfureció al pensar que alguien más pudiera
tenerla en su ausencia.
Si recuperaba a su padre y volvía a Escocia pasaría toda
la vida pagándole el haberlo salvado de la muerte y
también de una vida de absoluta soledad.
Una vez recuperaron la respiración, Kendryck tomó a
Lorna en brazos y se acostó, con ella encima sobre la paja.
Él había agrupado algunos bloques más de ella para que
ambos pudieran dormir durante su estadía, abocándose a
esa tarea mientras Lorna estaba en el mercado. Para su
vergüenza, la que ahora consideraba su mujer había estado
durmiendo en el suelo mientras él estaba demasiado débil
como para llevarle la contraria. Mientras Lorna se
acurrucaba contra él como un felino con su rostro luciendo
satisfecho y en paz, lo que trajo un sentimiento cálido al
pecho de Kendryck, se inclinó sobre ella y besó su pequeña
frente.
La idea de tener que abandonarla le resultaba dolorosa,
pero lo haría lo más pronto posible. Cuanto antes llegara a
Newcastle y recuperara a su padre, más rápido podría
volver a ella y descubrir hacia dónde se dirigirían sus
sentimientos. Nunca había tenido previsto ser laird y solo
intentaría serlo por ella, por lo que no le importaba liderar
un clan con una bruja mitad escocesa, mitad persa y sin
modales a la hora de comer. Le bastaba con que siguiera
admirándolo como si fuera su salvador. Mientras creyera en
él, Kendryck se sentiría invencible y capaz de tener todo lo
que antes no se sentía merecedor de tener.
—Me temo que sí me has hechizado, mi ninfa —
murmuró contra su piel caliente y húmeda debido al sudor
—. En solo unas semanas me has obligado a creer en el
destino y en que el mío está contigo.
Lorna le ofreció una sonrisa pequeña que terminó de
crear un acceso para ella en los muros que había
construido alrededor de su corazón. Cuando volviera a
Argyll, Kendryck trabajaría en destruir los suyos, puesto
que sospechaba que su ninfa también tenía una muralla
alrededor del suyo que se encargaría de derrumbar.
—Nunca subestimes el poder de los dioses, escocés. Y
ten por seguro que sigo sin amarte.
Había reconocido algunos nombres en sus ridículos
cánticos mientras estaba en el limbo entre la consciencia y
la inconsciencia, por lo que sabía que se refería a los
antiguos dioses celtas, considerados ahora paganos por la
Iglesia. Aunque debería importarle hacia dónde dirigía su
fe, no lo hacía en absoluto. Lorna podía creer en lo que
quisiera mientras no lo dejara de lado. A pesar de que
Kendryck dudaba de la existencia de estos, lo cierto era
que había ocurrido un milagro en la pequeña cabaña en
medio de la nada, solo que no habían sido ellos los que lo
habían obrado, sino la mujer que ahora reposaba desnuda a
su lado. La hija de la temible bruja de Argyll, quién incluso
ayudó a su padre a vengarse del lord de Newcastle un par
de veces. La mujer había creado venenos mortales para
Lachlan Sinclair antes de morir. Aparte de ello, todo lo
demás que se oía sobre sus hazañas bordeaba la absurda
fantasía. Resucitar a una mujer que murió al dar a luz,
rescatar a un mercante de la muerte, convertir al amante
de una clienta en una serpiente que convirtió en su
mascota...
Todo ello eran patrañas al lado de lo que había hecho
Lorna con él, su mujer. Con ayuda de los dioses celtas o no,
lo había salvado.
Aunque no quería hacerlo, no podía evitar estar
agradecido con ellos. De una manera u otra, poniéndola a
ella y a su madre en esa cabaña abandonada, la habían
colocado en su destino y a él en el suyo.
Ahora, sin embargo, tenía la sospecha de que lo que
sucedería a continuación quedaría únicamente en las
manos de ambos. Los dioses no tendrían nada que ver con
lo que estaba a punto de hacer, puesto que, si su padre
realmente estaba vivo y había pasado todos estos años
siendo torturado, Kendryck le haría honor a su reputación y
ningún dios de ninguna época estaría feliz de ver tanta
sangre, ni siquiera el mismísimo dios de la muerte. Es más,
sospechaba que este lloraría al verlo poner sus manos en
Oldcoates, el lord de Newcastle que había estado
atormentándolos a todos por más de una década y media.
—No puedo prometerte creer en ellos, pero sí puedo
prometer no subestimarte… y escucharte cuando sea el
momento de hacerlo. Tú eres mi diosa.
Feliz con la respuesta dada por el hombre que un día
sabría que sería su líder, y quizás alguien más importante
para ella, como su esposo, Lorna asintió antes de quedarse
profundamente dormida, lo que trajo un sentimiento de
desolación a Kendryck.
Tristemente para su ninfa, ese momento no era ahora.
Apenas amaneciera, partiría.
CAPÍTULO SIETE

Lorna se despertó ante el sonido que Kendryck no pudo


evitar hacer cuando se levantó. Había intentado ser
silencioso, pero debido a su gran tamaño resultó imposible.
El corazón de Lorna se oprimió cuando lo vio vestido con
los pantalones, la camisa y la túnica que había conseguido
para él en el mercado. También llevaba su cinturón, su
puñal, su arco y un carcaj lleno de flechas. El highlander
había planeado irse mientras dormía. Había pensado
dejarla atrás antes de que se despertara.
Todo lo que le había dicho la noche anterior había sido
una mentira. Solo la había usado y ahora que estaba listo
para irse, demostraba que ya no la necesitaba y que ni
siquiera era importante como para despedirse.
Fue inevitable que sus ojos se llenaron de lágrimas.
Kendryck Sinclair no era diferente a su padre, el persa
que había vivido de su madre hasta que la vida en Argyll lo
aburrió, dejándola con un corazón roto y una niña que
apenas podía soportar ver por lo mucho que se parecía a él.
—Lorna…
—Asegúrate de cerrar bien la puerta al salir, Kendryck
Sinclair.
—Mi padre...
—No hace falta que vuelvas. No te amo.
Dolida, volvió a acomodarse sobre la paja y le dio la
espalda. A pesar de que lo que más quería en el mundo era
consolarla, decirle que regresaría por ella apenas
recuperase a su padre, no lo hizo. Que no sobreviviera al
enfrentamiento con Colby Oldcoates era una posibilidad
que no podía ignorar. Si moría intentando recuperar a su
padre, por mucho que la idea lo atormentara, Lorna
merecía permitirse a sí misma estar con alguien más.
No la haría esperarlo.
En silencio, salió de la cabaña con un dolor profundo e
inagotable atormentándolo. A medida que se alejaba sentía
cómo se desprendía de la paz que se había permitido a sí
mismo sentir al lado de la sanadora. Las voces que Lorna
había apagado con su sonrisa y con su mirada esperanzada
volvían a atormentar su cabeza como lo habían hecho todos
estos años, diciéndole que no que nunca sería lo
suficientemente bueno como para ser el laird.
Que no merecía tener una familia que lo amara y
admirara.
Que nadie, ninguna mujer, lo haría jamás.
Debido a la tristeza en la que se encontraba, y a que
esta lo mantenía distraído, no se dio cuenta del hombre del
laird que lo miraba directamente a los ojos mientras se
detenía a solo unos metros de la cabaña de Lorna. El nuevo
laird, Orcen, otro de los pretendientes de Lorna, lo había
enviado a invitarla a un banquete donde esperaba empezar
a cortejarla. Después del espectáculo que le había ofrecido
días atrás, la quería desesperadamente y sabía que la
pelirroja no lo tomaría en cuenta si no la trataba de la
manera adecuada.
Pero apenas el chico desarmado puso sus ojos en él,
supo que se encontraba frente a Kendryck Sinclair.
Kendryck se tensó al ver la manera en la que después de
ir a la cabaña de Lorna, empezó a correr hacia el pueblo
con la clara intención de alertar a los demás sobre su
presencia. Quiso lanzarle una flecha, pero no era honorable
matar a un joven desarmado.
Tras soltar un gruñido, al highlander no le quedó más
remedio que seguir las órdenes que su corazón estaba
pidiéndole a gritos acatar, que regresara a la cabaña. No
podía dejar a Lorna atrás. No si la consideraban una
traidora por su culpa. Al momento en el que entró en su
hogar, sintió todo su cuerpo debilitarse al hallarla llorando
en su camastro, abrazada a sus rodillas, todavía desnuda.
Al oírlo entrar, Lorna se incorporó de golpe.
Kendryck tragó saliva y puso una expresión dura antes
de hablar.
—Me han visto saliendo de la cabaña. Saben que me
ocultaste. Tenemos que irnos ya. Vienen a por nosotros.
A pesar de que las esperanzas de Lorna de que hubiera
vuelto a por ella por puro amor murieron cuando Kendryck
habló, no perdió tiempo enfrascándose en ello. No cuando
podía ser arrestada y ejecutada por traición. Después de
haber pasado años huyendo de ser arrestada por brujería
no le permitiría a nadie, ni siquiera a los suyos, asesinarla
por haber ayudado a alguien que necesitaba su ayuda. Aun
si hubiera sabido que Kendryck Sinclair la usaría como a
una prostituta antes de marcharse, ilusionándola y
haciéndole creer que era importante para él por salvarlo, lo
habría curado. El hecho de que ya no tuviera fe en él como
hombre no significaba que no la tuviera como gobernante.
Cogió uno de sus vestidos y se lo pasó rápidamente por
encima de la cabeza antes de agarrar su capa oscura y
adentrar sus pies en un par de botas. Una vez estuvo lista
para salir, agarró un bolso que mantenía oculto entre la
paja de su camastro y se dirigió a la puerta tras lanzar a la
chimenea todo lo que pudiera delatar sus prácticas.
Había estado preparada para huir desde que nació.
—A unos doscientos metros de aquí vive un granjero. Él
cuida mi yegua. Si podemos llegar ahí sin que nos atrapen,
habremos salido de Argyll. Nadie sabe que tengo ese
caballo. Estaremos a salvo.
Impresionado por su manera de sobrellevar la situación,
Kendryck asintió y la siguió en silencio a través del bosque.
Apresurados, llegaron a la granja al cabo de unos minutos
de serpentear entre árboles. Justo como Lorna había dicho,
había un establo junto al rebaño de ovejas con una única
yegua dentro de él. Era una purasangre marrón que
rechinó con placer cuando Lorna puso sus manos sobre
ella.
—Su nombre es Eliza —le dijo—. Pon su montura, por
favor. Lo haría yo, pero tardaría mucho más. Es amable no
te preocupes.
Ya que era una especie de yegua de huida, Kendryck no
se sorprendió cuando encontró la montura guindada cerca
de ellos. La ensilló mientras Lorna se arrodillaba junto a un
pajar y dejaba una bolsa con unas cuantas monedas junto a
él, lo que hizo conmover a Kendryck ya que sospechaba que
eran para el granjero que había estado cuidando a Eliza. A
pesar de que no tenía ni idea de si ella lo necesitaría
después, lo cual probablemente haría, no temía
desprenderse de ellas para continuar ayudando en su
ausencia a quién la había ayudado.
No solo era valiente.
Era dulce, gentil y agradecida y a su lado, Kendryck se
sentía indigno.
Una vez estuvo sobre la yegua, la cual era
sorprendentemente mansa y fuerte, extendió su mano hacia
Lorna para ayudarla a subir y ponerla delante de él. La
yegua ni siquiera se quejó por su peso de camino hacia la
salida del establo, sino todo lo contrario, empezó a correr
como si hubiera sido entrenada para este día durante toda
su vida, alejándose con rapidez de Argyll a través de
caminos alternos entre el bosque. Había tantos que,
probablemente, los hombres del laird no los encontrarían
una vez hubiesen abandonado por completo sus tierras.
Debido a que se dirigían a Inglaterra, dónde nadie los
buscaría, sería poco probable que se metieran en
problemas.
Solo cuando dejaron atrás los bosques e ingresaron en
una pradera que se comunicaba con otro, ambos se
permitieron respirar y pensar en lo que estaba sucediendo.
A pesar de que Lorna se había criado toda la vida en esas
tierras bajo el miedo de ser cazada y enviada a la hoguera,
se sorprendía a sí misma con lo bien que se sentía dejarlas
atrás. Nunca había abandonado Argyll y no podía evitar
sentir expectación. Una maravillosa curiosidad que le
resultaba casi insana y alarmante.
Kendryck, por otro lado, no soportaba el peso de la
culpa. No solo había sacado provecho de ella irrumpiendo
en su vida, robándole la comida y tomando su cama, sino
que también la había forzado a dejarla atrás al arrastrarla
con él. Si la hubiera dejado en Argyll probablemente la
habrían matado o la habrían tomado como prisionera
debido a que lo había estado protegiendo. El solo pensar
que algo de esa magnitud pudiera pasarle a Lorna por su
culpa le revolvía el estómago.
En el mismo momento en el que vio la sospecha en los
ojos del hombre del nuevo laird, supo que no podía dejarla
atrás. Aunque no se arrepentía de haberla buscado y
salvado de una situación en la que él mismo la puso, no
negaba que sentía cierta incertidumbre hacia lo que les
deparaba.
¿Cómo afectaría la presencia de Lorna a sus planes?
No podía darle la espalda a su padre, su sangre, pero
tampoco podía irse sin ella. No si no estaba seguro de que
estaría a salvo. Con todo lo que tenía, rezó para que la
sanadora resultase ser aún más valiente y fuerte de lo que
ya sabía que era, puesto que necesitaría en exceso ambas
cualidades para que siguieran adelante.
Kendryck iría a Newcastle con ella.
Tres semanas después.
—Creo que deberíamos parar —dijo ella por encima del
viento cuando, al atardecer, se detuvieron a las afueras de
Edenesburg.
No quería arriesgarse a que alguien les reconociera
pese a su nueva apariencia, por lo que no entrarían en la
ciudad escocesa, aunque Kendryck se muriera de ganas de
ver a Lorna dormir en una cama digna de ella. Tendría
tiempo mucho más adelante para verla haciéndolo, a su
lado. La yegua llevaba horas trotando sin parar, Kendryck
la animó a bajar la velocidad mientras la conducía a un
arroyo. Se bajó de ella antes que Lorna y cuando sus pies
tocaron el suelo lo primero que hizo fue ayudarla a que
hiciera lo mismo, lo que la pelirroja no pudo detener a
pesar de sus sonidos de protestas. Lo último que
necesitaban era lidiar con uno de sus bonitos tobillos
herido.
—Cazaré algo —le dijo Kendryck mientras ataba a Eliza
a un árbol dejándola lo suficientemente cerca del agua
como para que bebiera de esta—. Toma. No creo que lo
necesites, pero si alguien viene mientras no estoy… —La
mirada azul del highlander se volvió sumamente intensa—.
Grita, no estaré lejos, y apuñálalo.
Lorna cogió el cuchillo que le ofrecía con manos
temblorosas, la realidad del peligro de la situación en la
que se encontraba la golpeó. Ya que sabía que no obtendría
una respuesta, Kendryck, que no hacía más que odiarse a sí
mismo cada vez más, se dio la vuelta y se internó en el
bosque con el objetivo de obtener una cena mínimamente
decente para ellos. Ciervo. Había visto unos cuantos de
ellos correr a sus costados mientras se acercaba a
Edenesburg. Le gustaba la carne del ciervo y esperaba que
a Lorna también.
Mientras tanto, ella se despojó de sus ropas y se dedicó
a darse un baño en el agua fría del arroyo, puesto que se
sentía increíblemente sucia y pegajosa después de pasar
tantas horas sentada contra el regazo del highlander. Se
estremeció cuando, al lavarse entre las piernas, recordó la
noche que había pasado con quien había considerado su
amante, pero que no sabía cómo llamar después de que la
hubiera traicionado.
Ya no era una virgen.
Ya no era pura.
Se sentía diferente, pero a la vez seguía sintiéndose
como Lorna, la joven que se había criado en el bosque
entre animales y plantas. Tampoco, pese al dolor que le
había ocasionado que Kendryck se hubiera pretendido ir
sin despedirse, se arrepentía de lo que había hecho.
Lo había disfrutado.
Mucho.
—¿Lorna? —murmuró Kendryck, sin aliento, cuando
regresó media hora después con un ciervo goteando sangre
guindado alrededor de su cuello. La encontró recostada
sobre el agua como si no estuviera expuesta a ningún tipo
de peligro cuando la verdad era que mientras pareciera
una divinidad, lo estaría.
Ahora más que nunca, confirmando sus sospechas de
que su ninfa tenía cierta manía con desnudarse en el
bosque, se alegraba de haberla traído consigo. De no
haberlo hecho, más hombres de Argyll podrían haber
tenido un vistazo de su cuerpo si se hubieran acercado lo
suficiente a su cabaña. La molestia que sintió cuando se
mostró ante los aliados del laird que vinieron en su
búsqueda cuando ella mintió por él, no era nada al lado de
la posesiva ira animal que se apoderó de sus sentidos al
pensar en ella volviendo a hacer lo mismo.
Él era el único que podía ver de esa manera a su ninfa.
Al escuchar al highlander, Lorna abrió los ojos y en un
acto reflejo se incorporó y elevó la mano que sostenía el
puñal que Kendryck le había dado antes de partir. Aunque
se sentía orgulloso y complacido de que en cierta manera
hubiera seguido sus instrucciones, Kendryck seguía
molesto con ella por desnudarse así en medio de la nada,
por lo que no cedió a los deseos de sus labios de dirigirle
una sonrisa.
Cualquier excursionista en el bosque habría podido
verla.
Ver lo que le pertenecía.
A pesar de que quería dejarle en claro cuál era su
posición al respecto, todavía podía ver en sus ojos cuán
disgustada se encontraba con él por haberla abandonado
en su cabaña, por lo que eso, más el recuerdo de la manera
en la que la encontró llorando cuando regresó, impidió que
se acercara a ella. En su lugar, le dio la espalda y dejó caer
el ciervo junto la zona en la que iniciaría una fogata y fue a
por leña antes de que la escasa luz del sol que quedaba
despareciera.
Ya llevaban semanas sin apenas dirigirse la palabra,
durmiendo cerca, pero con un abismo tangible entre los
dos.
Una vez volvió al punto cerca del arroyo que habían
escogido como su campamento provisional, encendió el
fuego antes de sentarse en un tronco y empezó a quitarle la
piel al animal. Por fortuna Lorna ya se había vestido y se
limitaba a mirarlo con el ceño fruncido mientras acariciaba
el lomo de Eliza.
Aunque quería odiarlo, no podía. Le había roto el
corazón al dejarla en la cabaña de la misma manera que su
padre había dejado a su madre, pero a diferencia de su
padre, Kendryck tenía cosas más importantes que hacer
aparte de ir a hacerle propagandas a sus trucos persas más
allá de las fronteras de Argyll. Tenía un padre que hasta
dónde sabía había pasado veinticinco años siendo
torturado. Lorna no pudo evitar ablandarse al pensar en
ello con más detenimiento. Si las posiciones hubieran sido
contrarias y hubiese sido la madre de Lorna quien se
encontrara prisionera, la pelirroja no hubiese esperado ni
un solo segundo de más para ir a su rescate aunque
Kendryck hubiese resultado ser el amor de su vida.
La sangre y la familia siempre iban primero, pero el
hecho de que no pudiera enfadarse del todo con él por
dejarla no hacía más que hacer que se enfureciera consigo
misma por permitirse sentir cosas hacia un absoluto
mentiroso.
Hasta donde sabía el destino lo había puesto en su
camino para que cuidara de él, no para que la reclamase
como suya.
Nunca había sentido tanto miedo de terminar como su
madre o como su abuela, destruida por un hombre, como
hasta ahora.
—Espero que el ciervo no te recuerde a los sacrificios
que hacía tu madre —le dijo Kendryck bañado en sangre
del animal.
Cuando finalmente tomó asiento junto a él, aceptó el
palillo de madera que le tendió con una pieza, el muslo de
uno de los animales que le había parecido maravilloso y
tierno de camino a Edenesburg.
El que no la humillara por nunca haber salido de Argyll,
sino que más bien le enseñara las nuevas tierras con voz
suave y delicada, había hecho aún más profunda la pena de
Lorna, pero no lo diría en voz alta. Suficiente tenía con que
la hubiera visto llorando.
Ante el recuerdo de lo patética que había sido, se sentó
lo más lejos posible de él, pero eso no impidió que sintiera
sus ojos sobre ella mientras comía, manchándose las manos
con la grasa de la carne del ciervo. Le gustaban las aves y
el pescado, pero no la carne de otro tipo de animales.
Siempre le ocasionaba náuseas, pero estaba hambrienta,
por lo que ni siquiera pensó en su madre mientras comía e
incluso lo disfrutó.
O lo hizo hasta que Kendryck soltó una carcajada de la
nada, a lo que lo observó con una molesta ceja alzada ya
que intuía de qué se estaba riendo. Podía pretender ser un
guerrero highlander todo lo que quisiera, pero había sido
criado como un príncipe por un rey, nada más y nada
menos que Nechtan Sinclair. El laird era reconocido en
toda escocia por su educación y buenos modales. Seguía
siendo tosco como todo highlander, pero era un hombre
que no se estancaba en el pasado.
—Eliza come mejor que tú, ninfa —le explicó mientras
inclinaba su cabeza hacia su yegua, la cual se encontraba
devorando pasto silenciosamente—. Necesitas
urgentemente aprender a ser una dama.
Para la completa consternación, la yegua no dejó caer ni
una sola hoja de su boca, dándole la razón a Kendryck
Sinclair. Como si su chiste cruel fuera todo lo que
necesitara para perder el control que había mantenido
sobre sus emociones desde que salieron de la cabaña hacía
semanas, sus ojos se llenaron de lágrimas de furia que se
negó a derramar.
No por ese imbécil.
Ya no le importaba el destino. Quería a Kendryck
Sinclair lo más lejos posible de ella. Tras arrojar la pieza de
cordero al fuego con desagrado, se dio la vuelta y corrió
por el bosque sin mirar atrás, sus pies descalzos
lastimándose a medida que avanzaba por él en dirección
hacia la absoluta nada. Ya lo había salvado y sanado para
que pudiera recuperar a su padre y posteriormente salvar a
su gente.
No le debía nada.
En todo caso, si alguien le debía algo al otro era él a
ella.
CAPÍTULO OCHO

—¡Lorna! —gritó Kendryck por centésima vez esa noche, su


voz se perdió con el sonido de los truenos de la tormenta
que se había desatado en las tierras bajas.
Aunque en su momento no había entendido por qué
había huido, una vez se encontró persiguiéndola alrededor
del bosque se había dado cuenta de la razón por la que lo
dejó atrás. Se había comportado como un idiota. No
solamente le había roto el corazón al irse sin decir adiós o
lo que verdaderamente sentía, sino que la había insultado
de manera torpe. Aunque solo quería bromear con ella,
había terminado hiriéndola. Debido a lo fuerte y valiente
que era Lorna, continuamente olvidaba que su interior
seguía siendo frágil, sobre todo por estar viviendo lejos de
su zona de confort. Ella no había crecido como una persona
normal, sino aislada en el bosque. Al ser pequeña y rápida,
acostumbrada a los obstáculos silvestres, le había sacado
ventaja y Kendryck estaba a punto de desesperarse debido
a ello porque aún con la improvisada antorcha que
sostenía, no la veía por ninguna parte en el bosque.
Estaba a punto de regresar a por Eliza y continuar con
la búsqueda sobre su montura, cuando el sonido de un
débil llanto captó su atención. Tras soltar un gruñido
dirigido hacia sí mismo por haber propiciado toda esta
situación, se dirigió a un ancho tronco hueco en el que
Lorna se encontraba acurrucada. No había espacio para los
dos en él, por lo que tuvo que arrodillarse frente a ella y
tomarla en brazos sin haberse molestado en pedirle su
opinión antes. Estaba temblando sin ningún tipo de control
debido al frío. Apenas podía entender lo que decía debido
al castañeo de sus dientes. Estaba absolutamente mojada,
al igual que él. La diferencia entre ambos era que Kendryck
estaba acostumbrado a los precipitados cambios de clima,
pero ella no.
Nunca había salido de su cabaña, ¡por los dioses!
—Te… te odio —le dijo con el rostro presionado contra
su pecho lo que causó que Kendryck se encogiera.
Podía soportar una batalla contra hombres de su mismo
tamaño. Podía soportar ser atravesado por una flecha y
estar al borde de la muerte debido a ello, pero no podía
soportar que la mujer que llevaba en brazos lo odiara.
Renunciando a sus planes de aguardar en el bosque
durante la noche, colocó a Lorna en el lomo de Eliza apenas
llegaron a ella y la guio hacia la ciudad de Edenesburg
tirando de sus riendas.
Media hora después estaban recorriendo las calles de
piedra de la villa escocesa. Hacía años que Kendryck no
pasaba por allí, pero recordaba la ubicación de la posada
de lujo en la que se había quedado junto a su tío Nechtan.
A pesar de que probablemente ya se había esparcido la
noticia de que había asesinado al laird Fletcher, sabía que
su vida estaba garantizada en la ciudad debido a la buena
relación de su tío con el rey. El clan Sinclair le había sido
leal a la corona escocesa, sobre todo su padre. Lachlan
Sinclair había muerto por sus tierras.
Lo único que podían hacer era arrestarlo y mantenerlo
en un calabozo hasta que su tío viniera a por él, lo que
retrasaría sus planes. Pero por más que odiara la idea de
ello no podía ver cómo Lorna dormía bajo la lluvia y
enfermaba por su culpa; por lo que se arriesgó a pedir la
lujosa habitación en la que se había quedado la última vez.
Fue una tortura para él, pero le quitó la ropa y la secó
con una toalla una vez la depositó sobre las sabanas,
recordando cómo ella lo había cuidado cuando había estado
débil y no tenía razones para hacerlo más allá del hecho de
tener un corazón bondadoso y ciega confianza en él.
A pesar de la furiosa erección que desató en sus
pantalones ver su cuerpo desnudo, se obligó a sí mismo a
darle la espalda a la tentación y a dirigirse al baño dónde
se lavó a conciencia hasta que su piel nuevamente resultó
pálida a la vista. Al verse en el espejo, sin embargo, no
pudo evitar darle la razón a Lorna. Tras haber cortado su
cabello y afeitado su barba, parecía un caballero inglés, no
un highlander salvaje.
Ya no era imposible. Su madre no había sido escocesa.
En su sangre llevaba el ADN del enemigo.
Al volver al lecho que había estado ansiando que su
ninfa probara, lo hizo desnudo. Su ropa estaba secándose
junto a la de ella sobre los muebles de la habitación. Al día
siguiente irían por algo en condiciones que les sirviera para
pasar desapercibidos en Inglaterra.
Ya a su lado, no pudo evitar sacar provecho de la luz que
emitían las velas, girándose para echar un vistazo que duró
hasta que se quedó dormido junto a ella bajo la seguridad
de pensar que había tomado la mejor decisión al ir a
Edenesburg. No habría soportado que enfermara o que se
lastimara en el bosque por su culpa.
Al día siguiente, sin embargo, no fue el cantar de los
gallos lo que lo despertó, sino el sonido de las trompetas de
la guardia real. Tras soltar un gruñido, Kendryck se levantó
y se dirigió desnudo hacia la puerta mientras Lorna se
incorporaba de manera perezosa y sin tener ni idea de
dónde se hallaba. Esta vez cuando se despertó su emoción
no se debió al hecho de que Kendryck estuviese dejándola,
se trataba de que un grupo de hombres del rey, quiénes
apenas le habían dejado vestirse estaban llevándoselo. A
pesar de la mirada que le dirigió Kendryck, que claramente
le pedía que se quedara al margen, se levantó y caminó
hacia el grupo que empezaba a salir de la habitación
manteniendo una manta de piel envuelta a su alrededor.
Estaban en una lujosa habitación de una posada de
Edenesburg, ahora podía recordar que se había vuelto un
desastre al huir por el bosque. Todo esto era, de cierta
forma, su culpa. Kendryck había sabido que la guardia real
podría venir a por él si entraban en el pueblo y aun así lo
había hecho, presentía que por ella.
—No podéis llevároslo —suplicó con los ojos llenos de
lágrimas que destrozaron a Kendryck, por lo que este hizo
caso omiso del hombre que le mantenía cautivo y se acercó
a ella—. No puedes irte con ellos, Kendryck, tenemos un
viaje que hacer y… —Las palabras murieron cuando el
guerrero puso sus manos sobre sus mejillas—. Kendryck,
por favor, explícales. Debe haber algo que podamos hacer.
Negando con la cabeza, este se inclinó y presionó sus
labios contra su frente. La preocupación en sus ojos era la
reafirmación de lo que ya sabía: le importaba. Aunque
todavía no supiera por qué y no se creyera merecedor de
eso, lo hacía.
—Espérame aquí, ninfa, volveré pronto.
De alguna forma u otra lo haría, así tuviera que pasar
por encima del mismísimo rey de Escocia, Alejandro III.
Después de ver un poco de la ansiedad dispersarse de sus
ojos negros, se dio la vuelta y siguió a los hombres a través
de la posada y luego alrededor del pueblo montañés hasta
que llegaron a una fortaleza. El Castillo de Edenesburg,
una de las construcciones más impresionantes e
intimidantes de la época. Tras ofrecerle un vistazo
completo a sus impresionantes muros de piedra, agachó la
cabeza y permitió que los hombres del rey lo empujaran
hasta que quedó arrodillado ante su majestad. Al tenerlo
frente a él, el rey hizo un gesto con los dedos desde su
trono para que todos los presentes los dejaran a solas.
Aunque sus guardias parecían reticentes a ello no lo
contradijeron y abandonaron el gran salón. La expresión
estoica del gobernante desapareció entonces dejando una
cansada y exasperada tras de sí. Se alegraba tanto como
lamentaba ver al hijo de Lachlan Sinclair frente a él. Se
había enterado del asesinato del laird Fletcher al día
siguiente de su muerte, así como también de quién había
sido el perpetrador del crimen. No estaba impresionado de
que fuera Kendryck, en realidad había estado esperando
que algún día se apoderara de la fortaleza de Sween, sede
del clan Fletcher en Argyll, y de sus tierras. Lo que no
entendía era qué hacía en Edenesburg.
Era un hombre curioso, así que lo había arrestado para
descubrirlo. No le gustaban los cabos sueltos. En su
posición, eran la mayor amenaza para un rey. Más que sus
enemigos conocidos.
—¿Qué haces en Edenesburg, Kendryck Sinclair, cuando
deberías estar autoproclamándote laird de Argyll? —le
preguntó después de levantarse del trono ondeando la capa
de su traje real tras él para que le permitiera caminar con
libertad a través del salón.
Ante su pregunta, Kendryck se sorprendió. No esperaba
esa pregunta del rey, ni su tono recriminatorio. Pensaba
que lo iba a condenar por haber asesinado al laird Fletcher,
no por no haber tomado su lugar. Tras el movimiento de
inclinación de la cabeza de Alejandro III, se levantó y se
dirigió a la mesa en la que este se sentó cerca de él,
dejando atrás cualquier formalidad de su posición al
hablarle.
—Espero que me entiendas. El nuevo laird del clan
Fletcher se habría molestado si no te hubiera arrestado
sabiendo que estabas a mi completo alcance, pero mientras
no pida que intervenga… no lo haré. Tampoco me
arriesgaré a una disputa con tu tío —le explicó—. Así que lo
único que puedo hacer es mantenerte aquí hasta que sacies
mi curiosidad y me cuentes por qué estás aquí, como un
prófugo, cuando pudiste haber reclamado lo que por
derecho te corresponde.
—No estoy interesado en ser laird, alteza —le dijo, esa
había sido la verdad hasta que conoció a Lorna y esta
empezara a hacer que lo considerara solo con la manera en
la que lo miraba—. No ahora.
Ante sus palabras el rey no pudo hacer más que alzar las
cejas.
—¿Entonces cuándo?
—Tengo una misión en Inglaterra primero.
Al darse cuenta de que el hombre frente a él hablaba en
serio, Alejandro se inclinó hacia adelante con curiosidad, su
barba se arrastraba por la superficie de madera. Entender
a Kendryck Sinclair era la tarea más complicada que había
tenido esa semana.
—¿En Inglaterra? —preguntó—. ¿Qué debes hacer en
Inglaterra?
Apenas lo preguntó en voz alta y vio la mirada en el
rostro de Kendryck, como si quisiera mantener sus
intenciones ocultas, sus peores sospechas se hicieron
realidad. El hijo de Lachlan Sinclair se dirigía a Inglaterra,
a Newcastle, a vengar la muerte de su padre, lo que podría
originar un conflicto que había estado evitando por años.
La paz entre Inglaterra y Escocia se había mantenido en las
últimas décadas debido a un compromiso entre su hermana
y un inglés, pero era sumamente frágil. Cualquier cosa
podría romperla con facilidad.
—Iré a Newcastle —dijo el guerrero al darse cuenta de
que el monarca se había percatado de sus planes,
sospechando que mentirle solo empeoraría la situación y lo
retrasaría todavía más.
—A vengar a tu padre.
Kendryck negó.
—A salvarlo.
Al escuchar las palabras salir de su boca, Alejandro se
echó hacia atrás con brusquedad. Lachlan Sinclair había
muerto veinticinco años atrás. Todos habían lamentado su
muerte. Había sido un highlander dispuesto a defender a
los escoceses por encima de todo. Él mismo había sentido
particular admiración por él. Había sido un ícono de las
tierras altas. Si hubiera tenido la sospecha de que vivía
como un esclavo, él mismo hubiera negociado su liberación
con los ingleses. Lo tenía en alta estima, por lo que negó
varias veces tras escuchar a Kendryck.
—Tu padre está muerto.
—Nadie vio su cuerpo. Dijeron que estaba enterrado en
un lugar, y, sin embargo, mi familia tiene la custodia de su
supuesto cadáver. Existe la posibilidad de que ese no sea el
caso y haya estado en las mazmorras del lord Oldcoates
durante todos estos veinticinco años —explicó—. Debo
recuperarlo, su alteza. No tendría honor de no hacerlo.
Un repentino mareo le sobrevino a la cabeza al rey
escocés. Le estaba dando demasiada información en muy
poco tiempo. El lord de Newcastle siempre era quien más
se ensañaba con los escoceses, no importaba quién llevara
el título. Siempre les convenía mantenerlo feliz, pero había
límites. Dejar que torturara a un laird que había sido tan
amado por su pueblo, que además era hermano del líder de
uno de los clanes más fuertes y prósperos de Escocia, era
uno de ellos.
Pelear con los Sinclair, que además tenían poderosos
aliados en las Islas Orcadas y en el Clan Ross, y a los que
consideraba familia, era sinónimo de una ruptura entre las
Tierras Bajas y las Highlands.
—¿Tu tío está al tanto de esto?
—No —le respondió, impresionando nuevamente al rey,
pero entendiendo al instante por qué no había un ejército
de highlanders a las afueras de Edenesburg—. No quiero
una guerra. Quiero recuperar a mi padre y sostener la
cabeza de Oldcoates en mis manos.
A pesar de sus intenciones de no generar un
derramamiento de sangre, probablemente eso es lo que
obtendría tras asesinar al lord de Newcastle. El inicio de
una inevitable guerra contra los ingleses.
—¿Alguien además de ti lo sabe?
Por mucho que odiara hacerle esa pregunta, era su
obligación como monarca de Escocia hacerlo. Debía
asegurarse de haber visto la situación desde todas las
perspectivas posibles antes de escoger la mejor opción en
el caso de que después se arrepintiera, pues eso le
brindaría consuelo. Si existía la menor posibilidad de que
pudiera retrasar el sufrimiento de su gente arrestando a
Kendryck, debía saberlo, pero lo dudaba. El hombre frente
a él, no obstante, lo entendía, por lo que no le dirigió
ningún tipo de mirada molesta.
—Sí. Mi mujer y el pirata que me dio la información.
Laird Fletcher también lo sabía, por lo que podría haber
otra persona que supiera sobre mi padre, pero también lo
dudo —gruñó, se trataba del odio hacia el fallecido escocés
cegándolo—. Era un cobarde que amaba simular lo
contrario. Prosperaba bajo la desgracia de su gente.
Aunque el rey podía localizar dicha mujer, a quiénes sus
hombres estaban trayendo en este momento a la fortaleza,
no tenía ningún tipo de control sobre el pirata y nada le
garantizaba que este después no diese problemas.
No tenía otra opción más que ayudarlo.
Una inminente guerra contra Inglaterra era inevitable,
él solo estaba atrasándola, pero una guerra interna
empeoraría la situación en demasía. Su país podría
resquebrajarse, y si le prohibía a Kendryck Sinclair
recuperar a su padre, perdería el apoyo de sus aliados en
las Tierras Altas. Con respecto a Fletcher, había sido
consciente de su manera de operar desde hacía varios
años, pero estaba tan concentrado en evitar batallas entre
clanes que había pasado por alto su crueldad y traición.
—No te preocupes por el clan Fletcher. Yo me encargo
de ellos. Eres libre de irte, pero me gustaría que tanto tu
mujer… —El rey alzó las cejas, pues sabía que Kendryck
Sinclair no se había casado aún. Conocía el estado de cada
miembro importante de los clanes—, como tú os quedéis el
día de hoy en Edenseburg. Así podréis descansar y
alimentaros debidamente antes de partir a Newcastle. —Se
frotó la sien—. Lo que te espera no será fácil.
—No, no lo será. —Kendryck estuvo de acuerdo mientras
se levantó e hizo una reverencia—. Lamento mucho
haberos involucrado, su alteza. También estoy agradecido
con vuestra hospitalidad y aceptaré vuestra oferta, pero mi
mujer está esperándome. No me lo perdonará si la
abandono.
No por segunda vez.
—Tu mujer ya se encuentra en la fortaleza —le informó
el rey, lo cual no sorprendió a Kendryck—. Escoltadlo con
su amante —les dijo a sus hombres una vez guio a
Kendryck al pasillo.
Terminaron de despedirse con un asentimiento antes de
que la pesada puerta de madera y hierro se cerrara
suavemente pero firmemente entre ellos.
Mientras recorría una multitud de pasillos hacia el ala
en la que se encontraba Lorna, no pudo evitar sentirse
aliviado y satisfecho con cómo había resultado su
encuentro con el gobernante escocés. Había temido tener
que esperar en una celda hasta que su tío viniera
personalmente a por él, lo que habría sido un retraso a sus
planes. De cualquier modo, no cambiaba el riesgo corrido
con tal de no ver a su ninfa dormir bajo la lluvia y en el
barro. Ahora, sin embargo, era libre de irse al día siguiente.
A pesar de que eso no sería más que otro día
desperdiciado, ambos necesitaban dormir correctamente y
reponerse. El viaje hacia Inglaterra no sería sencillo.
Mucho menos recuperar a su padre de una de las fortalezas
más difíciles de escalar en la nación inglesa y, que esos
dioses lo perdonaran, pero a Lorna no la iba a dejar nunca
más atrás.
Después de que sus caminos se hubieran separado dos
veces ya, cuando abandonó la cabaña de Lorna y cuando
esta escapó de él por el bosque, no la iba a perder
nuevamente de vista. Nadie protegería a su ninfa como él,
su highlander. Ahora estaban en esto juntos.
CAPÍTULO NUEVE

Lorna había logrado vestirse antes de que un par de


escoltas del rey vinieran por ella a la posada en la que
Kendryck la había dejado. Se había sentido atemorizada al
irse con ellos, incluso había pensado en escapar, pero al
pensar que probablemente la llevarían al sitio en el que el
highlander se encontraba, ni siquiera había protestado.
Necesitaba asegurarse con sus propios ojos de que
estuviera bien.
Al igual que cuando Kendryck había recorrido las calles
de Edenesburg, los ciudadanos se le quedaron mirando
fijamente mientras avanzaba por ellas, algo que no hizo
sino acentuar su miedo a ser cazada como un animal bajo el
pretexto de practicar la brujería. Allí nadie la conocía, pero
su instinto protector no le dejaba pensar otra cosa. Para el
momento en el que las puertas del castillo se abrieron para
ella, sus manos temblaron en torno al puñal de Kendryck.
El guerrero lo había dejado atrás en la posada y Lorna lo
había tomado como si el solo hecho de llevarlo consigo la
protegiera de cualquier amenaza.
Se sorprendió con lo mucho que ansió su presencia,
puesto que se había asegurado a lo largo de toda su vida de
no necesitar ni apegarse a nadie, sobre todo a un hombre.
—Por aquí, dama —le dijo
uno de los escoltas con una
mueca, aunque debía ser cortés
con los invitados del rey, no
estaba muy seguro de que la
pelirroja frente a él fuera una
dama.
Al leer su expresión, Lorna
se encogió por un momento,
pero después alzó el mentón.
Que la trataran de esa manera
significaba que no la estaban
arrestando por practicar la
brujería, sino tal vez por ser cómplice o compañía de
Kendryck; y no le habría importado nada de lo que
sucediera con ella en caso de que él estuviera muerto o
encarcelado.
La esperanza de que se encontrara bien se abrió paso en
su pecho. Caminó detrás de los escoltas a través de pasillos
y escaleras de piedra hasta que estos se detuvieron frente a
un par de puertas altas y las empujaron para que se
adentrara en la habitación, la cual era tan lujosa y
esplendida como la de la posada en la que había
despertado. A pesar de que era solo una alcoba, doblaba el
tamaño de su cabaña. El recuerdo de cuán diferente había
sido su vida a la de Kendryck, un miembro de la nobleza
escocesa, la asaltó. El castillo en el que se había criado no
podía ser muy diferente. Al escuchar el sonido de las
pisadas de los guardias alejándose, Lorna se dio la vuelta
para verlos con el gesto contrariado.
—En unos minutos alguien vendrá a asistirla —le dijo el
mismo que le había hablado con anterioridad, un hombre
viejo y arrugado, antes de darse la vuelta y cerrar la puerta
tras él.
Confundida, pero aliviada de no estar en una hoguera y
de sospechar que Kendryck se encontraba con vida, dejó su
bolso y la espada de Kendryck en la cama para dirigirse a
uno de los amplios ventanales que alumbraban la
habitación.
Desde donde estaba, el pilar de una torre, podía ver todo
Edenesburg y más allá de él. La preciosa vegetación de
Escocia, los bosques color esmeralda. Tragó ante la belleza
de sus paisajes. Si todavía se encontrara en su cabaña, no
sería más que otro elemento a la vista, pero desde donde se
encontraba era capaz de ser quién lo disfrutara. Lo mucho
que le gustaba estar donde se encontraba ahora y no allí
abajo siendo otro elemento más, la impresionó de tal
manera que no pudo evitar alejarse de la ventana con una
creciente opresión en el pecho. No podía olvidar quién era
y de dónde provenía.
Nadie.
Y de la nada.
No era más que la hija de un persa y de una temible
bruja. Aunque Kendryck la amara, lo cual no hacía, nunca
sería lo suficientemente buena como para ser la compañera
de alguien como él.
Antes de que el dolor la asaltara por completo, un suave
toque en la puerta la distrajo. Lorna se dirigió a ella de
inmediato, porque podría tratarse de Kendryck o de una
persona que pudiera darle noticias de cómo se encontraba.
Odiaba profundamente haberse perdido en el bosque
debido a la ira que le causó su comentario, el cual, a fin de
cuentas, era verdad. De no habérselo tomado tan a pecho
se podrían encontrar camino de Newcastle en este
momento.
Ahora, Lachlan Sinclair sufriría un día más de tortura a
manos de Oldcoates por su culpa y eso la hacía sentirse
como una completa egoísta.
—Buenos días, lady, el rey nos ha enviado para que os
preparemos para el almuerzo —le dijo una vieja mujer
regordeta antes de empujarla con suavidad para hacerla a
un lado y poder pasar tanto ella como el ejército de
sirvientas que le siguió—. ¿Tenéis alguna preferencia por el
color de sus vestidos? Así la costurera podría trabajar en
ellos mientras nos encargamos de su aseo y cabello.
Lorna arrugó aún más la frente. Como si no hubiera
traído ya el gesto prieto desde que Kendryck abandonara la
posada.
—¿Qué vestido?
—El que usaréis para comer con el rey, por supuesto —le
respondió con los ojos en blanco—. ¿O pensabais ir así?
Lorna descendió la vista para echarse un vistazo. Su
vestido blanco no solo estaba viejo, sino rasgado y
manchado de barro. Estaba segura de que su cabello no
lucía mucho mejor. A pesar de que no tenía ni idea de por
qué el rey de Escocia querría cenar con ella, no era quién
para contradecirlo y probablemente vería a Kendryck allí.
No quería ser un desastre.
—No… supongo que no —respondió—. Cualquier color
para un vestido, excepto el negro, estaría bien.
Tras ofrecerle una sonrisa suave, la anciana tomó su
mano y la arrastró al aseo, el cual se encontraba en un
acceso a la habitación que a Lorna no le había dado tiempo
de explorar. La bañera debía encontrarse llena para el
momento en el que entró en la habitación, pues estaba
colmada de agua tibia. Lorna se adentró suavemente en
ella una vez se deshizo de su vestido. A pesar de la tensión
inicial de su cuerpo, no pudo evitar relajarse y disfrutar
cuando las otras chicas comenzaron a restregar su cuerpo
con suavidad.
—Esto hará que oláis bien —le dijo la anciana que las
comandaba dejando caer esencias florales en el agua—. Mi
nombre es Mary. He trabajado para la familia real desde
que nací.
Después de que alguien tirara un cubo con agua sobre
ella, la cual no se encontraba tan tibia como en la que
estaba sumergida, Lorna le ofreció una sonrisa mientras se
estremecía al sentir los dedos de las chicas en su cabello.
Estas reían a su alrededor, como si prepararla las
divirtiera. La verdad era que no muchas veces se
encontraban con invitados agradables a los cuales servir,
sino todo lo contrario.
Lorna era un soplo de aire fresco en el castillo.
—Un placer, Mary, me llamo Lorna. No necesitas
hablarme con ese respeto, soy una simple mujer de Argyll.
Mary no pudo evitar sonreírle de manera cálida. A pesar
de las insinuaciones de la guardia, quiénes la tacharon de
una prostituta con la que el sobrino del legendario Nechtan
Sinclair estaba encaprichado, veía qué diferente era la
realidad a sus palabras solo con mirarla a los ojos. Tantos
años interactuando con las personas que llegaban a los
castillos de su rey le había enseñado a analizarlas. Fuera lo
que fuese lo que hubiera entre ella y Kendryck, era mucho
más profundo que la relación que sus hombres habían
llegado a describir. Muchísimo más.
—Con cuidado, jovencita —le dijo cuando salió de la tina
y resbaló torpemente sobre el agua. Sus mejillas se
sonrojaron en el acto.
Lorna estaba acostumbrada a ser rural y descuidada, no
a que la atendieran. La presencia de todas esas mujeres
interesadas en su aspecto no hacía más que ponerla
nerviosa. Una vez la secaron con suavidad, la animaron a
sentarse frente a una peinadora con un espejo de metal
pulido, por lo que Lorna disfrutó de un vistazo de su reflejo
mientras secaban su cabello con abanicos y rociaban la piel
de sus brazos y torso con aceites con aroma a flores. Una
vez terminaron, empezaron a trenzar las hebras cobrizas
con maestría. A pesar de que dejaron gran parte de sus
mechones sueltos, hicieron una corona de pequeñas flores
silvestres en la cima.
Lorna se sorprendió con el resultado, pero no
permitieron que lo apreciara por demasiado tiempo. La
hicieron levantarse y entrar en un vestido blanco que
resultaba similar al que usualmente utilizaba, solo que con
un corsé que ajustaron de manera apretada en torno a su
cintura y cubierto después por una camisola azul. Las
plantas de sus pies, las cuales contenían cortes que le
escocían por haber corrido por el bosque, fueron
protegidas por unas sandalias con abalorios que el vestido
ocultó. Una vez estuvo lista, decoraron su cuello con una
delgada cadena de oro con una cruz.
A pesar de que miraba la prenda que Mary sostenía para
ella, no se apartó cuando rodeó su cuello con la joya.
No podía.
—Un regalo del rey para la sanadora de Argyll —
susurró, lo que confirmó sus sospechas de que el rey sabía
exactamente quién era—. Por haber cuidado de Kendryck
Sinclair.
Lorna no se sintió en peligro. Si el rey de Escocia la
consideraba una bruja, estaba segura de que no le pediría
comer con él. Que le regalara una cruz, sin embargo, era
un claro mensaje subliminal de cómo podría sentirse si lo
fuera.
Justo en el momento en el que las mujeres terminaron
con ella y se alejaron para apreciar su obra maestra, las
puertas se abrieron de par en par y Kendryck atravesó el
umbral. No lucía como si hubiera sido maltratado o como si
trajera malas noticias, por lo que una oleada inmensa de
alivio la inundó cuando sus ojos se posaron sobre él. A
pesar de que todavía le tenía rencor por haberla
abandonado, y por la desagradable acotación que le había
hecho, no pudo evitar correr a sus brazos, sobre todo
porque esa mirada suya le decía cuán agradado estaba de
verla, o de verla convertida en una dama a menos en
apariencia.
Sin embargo, antes de que pudiera abrazarlo, Mary se
interpuso entre ellos con una expresión mortalmente seria.
—No arruinarás mi obra, niña. —Se giró para mirar a
Kendryck, en lo absoluto intimidada por los ojos asesinos
que le dirigía el highlander. La imprudente mujer acababa
de robarle un abrazo que prometía ser significativo—. Es tu
turno de tomar un baño, Kendryck Sinclair.
Hubiera querido apartar a la anciana por interponerse
entre él y su ninfa, que se veía como toda una princesa
escocesa ahora, el corsé resaltando todavía más sus curvas,
sin embargo, no lo hizo, Kendryck asintió dispuesto a
obedecer a la insistente mujer. A pesar de no ser tan
consciente como su tío, sabía cuándo había batallas que
ganaría y cuando había otras que definitivamente no y esta
era una de las últimas.
No se había dado un baño en condiciones desde que
abandonó el castillo del clan Sinclair. Por mucho que odiara
apartarse de Lorna un poco más, esta ya había sido
preparada para lo que sospechaba que era un almuerzo con
el rey y lamentaría arruinar lo hermosa que estaba en ese
momento.
—Cuando termine me reuniré contigo, ninfa —dijo serio,
en su papel, pero, en definitiva, con un deseo por ella
impreso en sus pupilas que era imposible de negar.
Quería besarla y abrazarla, pero para eso necesitaría un
baño, por lo que, tras dirigirle otra mirada intensa, él
mismo se desnudó de camino a él. Lorna tragó ante la
visión de su trasero, espaldas y piernas desnudas, pero
cerró los puños con ira cuando las chicas que la habían
preparado a ella lo persiguieron. Al ver y entender su
malestar, Mary intervino con una sonrisa cálida, maternal y
tranquilizadora.
—Yo también estaré presente.
Lorna soltó un bufido. Entreabrió los labios para decirle
que no le interesaba lo que hiciera o no Kendryck, para
mentirle descaradamente, cuando la puerta de su
habitación nuevamente se abrió. Mary, quién no esperaba
la visita de nadie más se encogió cuando vio a una bella
mujer, algo más mayor que ella, pero mucho mejor vestida
y con aires de nobleza.
Se presentó como Sophie Kerr, esposa del laird Kerr.
Líder de un clan de las tierras bajas del este muy afín a la
corona. Lorna no entendió a qué se debía su presencia,
pero Sophie no tardó en explicarle el motivo de esta.
Cualquier persona que hubiera conocido la tragedia que
sufría Sophie lo lamentaría. Su hijo, el primogénito del laird
que había estado visitando al rey, se había caído de un
caballo durante una carrera el día anterior, la noticia había
corrido como la pólvora por toda Escocia, el matrimonio ya
era mayor para concebir otro heredero. El problema, sin
embargo, no había sido la caída, sino el haber aterrizado
sobre un cuchillo de su cinturón. Era un adolescente de
trece años que se dejaba dominar por el encanto de las
armas, pero que no supo cómo guardarla de manera
correcta. Se hizo un corte profundo en la pierna al caer
sobre ella y desde entonces había estado desangrándose,
pese a los intentos de los curanderos en su lecho. Sus
padres ya habían mandado a llamar a los mejores
sanadores de Escocia para que le prestaran auxilio, pero
estos no habían llegado.
Al escuchar que Lorna, la hija de la bruja de Argyll se
encontraba presente en el castillo, no había podido impedir
hacerle una visita. Lorna, no obstante, se sorprendió de ser
reconocida por alguien de unas tierras tan lejanas a las
suyas.
—Soy Sophie Kerr, esposa del laird del clan Kerr.
Necesito tu ayuda. —Los ojos marrones de la mujer se
llenaron de lágrimas—. Por favor —rogó entrando en la
habitación, haciendo un alboroto del que Kendryck no fue
ajeno. Este se levantó de la bañera salpicando a las
sirvientas que lo aseaban, y se dirigió al interior de la
habitación tras entrar en una ridícula bata, por lo que
escuchó lo último que la mujer tenía que decir—. Mi hijo se
cayó ayer de su caballo y su pierna no ha dejado de
sangrar. Necesitamos tu ayuda. Sé que tu madre hizo
grandes cosas por mucha gente.
Lorna no pudo evitar la manera en la que su corazón
empezó a golpear con fuerza contra su pecho ante la
noticia. Tras dedicarle un asentimiento, miró a Kendryck,
quién se acercó a ella para besarle la frente y luego en los
labios, aturdiéndola. El highlander mojó su vestido, pero no
le importó. Sospechaba que Lorna estaba a punto de
ensuciarse demasiado. Ya no importaba si almorzaba con el
rey o no.
—Suerte, ninfa.
Lorna tragó asintiendo, puesto que sabía que la iba a
necesitar. No muchos, por no decir nadie, sobrevivían a
tanto tiempo sangrando. Una vez se separó de Kendryck
cogió su bolso y se fue. Cuando llegó a la habitación del
hijo del laird Kerr, se giró a uno de los hombres que
custodiaba su habitación. Este la miró con una ceja alzada,
reticente a creer que una prostituta de un guerrero
estuviera a punto de darle órdenes.
—Necesito agua y pañuelos, por favor.
Sin esperar ninguna respuesta de su parte, entró en la
habitación en la que lo esperaba el hijo del laird con su
padre arrodillado junto a él. Sophie se quedó tras ella para
asegurarse de que el hombre hiciera lo que Lorna le había
ordenado. Contrario a la actitud de su esposa, el laird la
veía como una amenaza para su hijo en lugar de como a
alguien podría proporcionarle ayuda. El corazón de Lorna
se encogió cuando vio al chico en la cama. Era grande para
su edad, como su padre, pero estaba tan pálido que se veía
del mismo color que las sábanas que se encontraban bajo
él. Tras echarle un vistazo a su herida, Lorna se acercó a la
chimenea y puso a calentar la vara de hierro con la que se
agitaban las cenizas. Fue entonces cuando el laird Kerr
habló.
Cogiendo a su esposa del brazo, se acercó con ella a la
puerta y a pesar de que su tono fue susurrante, Lorna fue
capaz de escucharlos.
—Una bruja no es la solución —siseó—. Estaba con el
rey cuando le llegó la noticia de que Kendryck había huido
de Argyll con ella. La bruja y un hombre que asesina a otro
mientras duerme... Ambos son unas ratas, Sophie. No le
hará ningún bien a nuestro hijo.
Su mujer, quién era consciente de la opinión de su
marido antes de ir por Lorna a su habitación, colocó una
mano sobre su mejilla.
—Es nuestra única opción, Iver.
A pesar de que Lorna normalmente se enfadaría con
ellos por hablar de ella de esa manera, lo cierto era que su
hijo estaba muriendo. Su bolso contenía frascos con las
hierbas y los componentes necesarios para curarse o a
Kendryck, en caso de necesitarlo en el viaje, pero ahora el
chico moribundo requería de sus remedios, por lo que tomó
tres frascos de ella y los alineó en la mesita junto al hijo del
laird. Este se encontraba consciente apenas, y la miró con
sus grandes ojos verdes mientras tragaba. No tenía fuerzas
para hablar, lo cual no hizo sino empeorar el pronóstico de
Lorna. Eso, y el hecho de que su pierna había sido
apuñalada en la parte frontal y media de su muslo, en un
sitio que solía sangrar mucho. Su padre se había negado a
que le cortaran la pierna, por lo que ahora estaba
desangrándose bajo la esperanza de que alguien lo salvara.
En medio de su delirio, esperaba que fuera ella. No
importaba si fuera una bruja. No quería morir.
Ella le sonrió, lo cual consideró casi mágico, antes de
inclinarse sobre él y hurgar en su herida con los dedos, lo
cual apenas sintió.
—¿Cuál es su nombre? —le preguntó a su madre.
—Murdock —respondieron tanto su madre como su
padre, apresurándose a su lado apenas la vieron acercarse.
Murdock, pensó ella, como el mar.
—Murdock —le dijo al chico, quién no dejaba de mirarla
como si fuera el ángel que Dios había enviado para que
recogiera su alma—. Te prometo que haré todo lo posible
para que tu muerte sea más impresionante que caer de un
caballo sobre tu propio cuchillo e irte de este mundo
desangrado, aunque estoy segura de que, aunque te salves
será una historia que te perseguirá por siempre. Así que
asiente si prefieres que yo, una curandera pagana puesta
en duda, incluso por tus padres, te deje morir ahora a tener
que vivir con la vergüenza de haber aterrorizado a tus
padres de esta manera. Es muy bochornoso lo que hiciste,
la verdad.
A pesar de que Murdock ni siquiera sentía que estuviera
ya en este mundo, sus labios se curvaron débilmente hacia
arriba mientras asentía haciendo uso de todas las fuerzas
que le quedaban, lo que ocasionó un sollozo de su madre.
Ante el llanto de su esposa, el laird no pudo evitar dejar sus
prejuicios de lado y realmente esperar que la mujer frente
a ellos hiciera un buen trabajo.
La hija de una temida y pagana bruja escocesa.
Una sanadora experta.
Pero no una sierva de Dios.
Tras dar la pequeña lección de humildad, rasgó por
completo el pantalón y limpió la herida con toallas y agua.
La secó todo lo que pudo antes de preparar dos infusiones
que hizo que su madre le diera mientras trabajaba. Una era
de jengibre, la cual lo ayudaría calmar el dolor, y la otra era
de diente de león para combatir una posible infección.
Mientras ejercía presión sobre el corte con una toalla
nueva, miró a su padre con suma seriedad.
—El hierro de las brasas —le pidió.
Aunque el hombre apretó la mandíbula ante la orden,
puesto que ya habían intentado cauterizar la herida y
habían fallado debido a la absurda cantidad de sangre que
habían intentado contener en su cuerpo a través de un
torniquete, se dirigió a la chimenea y tomó el mango. Se
estremeció cuando su hijo gritó mientras él llegaba. La
bruja estaba sosteniendo un frasco con un polvo de aspecto
suave en él, el cual al caer contra la piel expuesta hacía
que le ardiera de manera infrahumana, haciéndole emitir
sonidos ensordecedores. Iver logró aclarar su garganta
cuando por fin este se calló.
—¿Qué es eso?
—Polvo de plata. —Contrario a lo que el laird pensaba
que haría, extendió la mano para que le tendiera el
brasero.
—Bruja… —advirtió él mientras se lo daba—. Si a mi hijo
le sucede algo, será…
—Tu culpa —siseó ella—. Por no enseñarle a cómo
guardar correctamente un cuchillo en su cinturón, laird, no
mía. Yo solo ayudo. Y la plata no es ningún elemento
mágico, laird.
El laird retrocedió ante sus palabras, ante la potencia
que contenían y no en volumen, sino en firmeza y
significado. Tenía razón. Si a su hijo le sucedía algo era su
culpa. Le había dado demasiada libertad por estar
demasiado obsesionado con los asuntos del clan. Había
contratado a viejos héroes de batalla para que le enseñaran
a pelear, porque él no tenía tiempo para entrenarlo. Si lo
hubiera hecho él mismo, esto no hubiera pasado. Habría
sido detallista en su enseñanza y le habría dicho cómo
guardar un asqueroso cuchillo.
Se habría preocupado.
Después de que el polvo de plata hubiera hecho su
trabajo deteniendo el sangrado interno, Lorna limpió el
corte superficialmente y juntó los pliegues de su piel, la
que quemó de manera firme con el hierro mientras el laird
sostenía la piel de su hijo.
Aunque había llenado su nuevo vestido blanco de
sangre, Lorna no pudo evitar sonreír cuando se apartó y la
herida del chico permaneció limpia y seca durante los
minutos que se la quedó mirando. Hasta ahora había tenido
éxito deteniendo el sangrado, pero eso no significaba que
fuera a sobrevivir. Para entonces, ya había perdido mucha
sangre. Sin embargo, habían aumentado sus posibilidades.
Miró a sus padres, quienes no podían creer que la mujer
que todo el castillo pensaba que era una prostituta o una
bruja, acabara de hacer lo que ningún sanador de la zona
pudo. Lorna, no obstante, no les dirigió la palabra a ellos,
sino a Murdock. Presionó su frente con suavidad, feliz de
no encontrar ningún rastro de fiebre. Atender la pérdida de
sangre era suficiente. No necesitaba una infección.
—Mi parte está hecha, futuro laird, y me quedaré
contigo hasta estar segura de que no se revertirá, pero
necesito que luches y hagas una de las cosas que más
adoran hacer los hombres escoceses —le dijo, una sonrisa
en su rostro al pensar en Kendryck y en todas las veces que
se quejó sutilmente ante ella por no tener carne roja—.
Comer. —Ahora sí miró a Sophie—. Pide que preparen para
él estofado de res. Mucho. Necesitamos que se fortalezca.
—Miró al laird, quién estaba lívido y al borde del desmayo
—. Y tú, por favor, consigue que tus hombres recolecten
todo el aloe que puedan encontrar, combatirá la infección si
la hay. —El legado de su padre había sido un libro con las
propiedades curativas de al menos doscientas especies de
plantas, contenía un montón de trucos de los cuales los
demás no eran conscientes. Había esperado que alguno de
ellos se acercara alguna vez a ella por consejos, pero
debido a su dudosa reputación, nunca lo habían hecho—.
Ahora, por favor.
Tras escucharla, tanto Sophie como el laird se pusieron
en marcha, pero no pudieron evitar abrazarse apenas
llegaron al pasillo, encontrándose fuera de la vista de la
sanadora a la que, por ahora, le debían la vida de su hijo.
Esta, al encontrarse a solas con Murdock se dedicó a
prepararle un té de diversas hierbas que luego se dedicó
ella misma a hacerle tomar. Una vez el chico se tragó todo
el contenido del vaso y de otros más con agua, Murdock de
alguna manera fue capaz de hablarle. Sus ojos seguían
desviados, como si estuviera delirando, pero su voz sonaba
extrañamente clara y firme. Segura y enojada.
—No soy estúpido —susurró—. Sé cómo guardar un
cuchillo.
Lorna se congeló al entender lo que sus palabras, de ser
ciertas, dejaban con un claro mensaje: alguien había
intentado matarlo. A pesar de que le causaba curiosidad
saber quién, tenía sus propios problemas de los que
ocuparse, por lo que se limitó a acariciar su cabello oscuro
en respuesta. Murdock Kerr tenía su propio destino por
delante si sobrevivía.
—Si quieres descubrir quién fue, debes sobrevivir —le
dijo.
Murdock asintió.
—Será mi ventaja que él o ella sepan que sé que no fue
un accidente. Una vez averigüe quién fue lo destruiré como
destruyó mi reputación, sanadora, lo juro por Escocia.
Ya que Murdock sonaba más como si estuviera hablando
consigo mismo que con ella, Lorna asintió y se alejó hacia
la chimenea, donde se dedicó a hacer más infusiones y
ungüentos para el hijo del laird mientras, contraria a lo que
había querido más temprano, deseó volver a su cabaña. La
vida era más sencilla y transparente, aunque frustrante,
cuando formas parte del paisaje que otros aprecian desde
la cima de una torre. Las mentiras y los engaños siempre
están ahí.
CAPÍTULO DIEZ

El momento de la cena se acercaba y Kendryck no podía


evitar mirar múltiples veces hacia la entrada del salón en el
que el rey había preparado un repentino festín para
celebrar la sanación del hijo del laird Kerr. A pesar de que
estaba frustrado porque Lorna no se encontraba con él en
ese momento, no podía evitar sentirse orgulloso de su
ninfa. Aunque todo el mundo parecía ignorar el hecho de
que todavía el joven no se había recuperado, había
aumentado las posibilidades de que sobreviviera.
Lorna era una autentica sanadora, no importaba que
rebajaran sus habilidades haciéndola llamar bruja. El
miedo a lo desconocido generaba ese tipo de reacciones,
los sabios de su castillo se lo habían enseñado.
Mientras las personas a su alrededor bailaban y
celebraban, miembros de otros clanes y de la familia real,
Kendryck permanecía apoyado en una columna bebiendo
vino y mordisqueando una manzana. Llevaba pantalones,
no un tartán, y eso todavía lo hacía sentir extraño e
incómodo al caminar, pero estaba acostumbrándose. Sus
cejas se alzaron cuando vio a Iver Kerr alejarse de sus
hombres para acercarse a él.
—Kendryck Sinclair —le dijo, su expresión ilegible al
detenerse enfrente—. Quería agradeceros personalmente
por haber tomado a esa chica, la bruja, y haber venido con
ella a Edenesburg.
—Laird Kerr —gruñó en respuesta—. No necesitáis
agradecerme nada, y no, Lorna no es una bruja, ella es…
—Bueno, ciertamente no lo es, pero tampoco es una
sanadora común. Ninguno de los que trajimos, al menos, no
de por estos lares, fue capaz de sanar a nuestro hijo —lo
cortó—. Si no os molesta, como agradecimiento, estoy
planeando emparejarla con él. Es una joven hermosa y…
Kendryck fue quién lo interrumpió esta vez
incorporándose de golpe e intimidando al laird con la
cabeza de altura que le sacaba.
—Lorna no está disponible y vuestro hijo es mucho
menor que ella.
Iver alzó el mentón. No le gustaba que le llevaran la
contraria y menos un highlander, si había un clan que
pudiera luchar contra el clan Sinclair, era el suyo, uno de
los más fortalecidos de las Tierras Bajas. No permitiría que
ninguno de ellos le dijera qué hacer.
—Son solo cinco años de diferencia y a mi clan le
favorecería algo de variabilidad. La sanadora es joven,
inteligente y hermosa. A Murdock le vendría bien la guía de
una mujer como ella como futuro laird —le dijo de modo
prepotente, como estaba habituado a actuar—. Ser la
esposa de uno es un sueño para una mujer como ella que
nunca ha tenido nada, no rechazará a que se haga realidad.
Los dientes de Kendryck chirriaron cuando los presionó
con fuerza entre sí. La ira fue apoderándose de su cuerpo
ante la idea de Lorna con otro hombre. Perdiendo los
estribos, avanzó hacia el laird, lo que trajo la atención de
los presentes, incluso del mismísimo rey, por encima del
aura de la música y el baile que los envolvía.
Lorna, que había entrado al salón con un vestido de
Sophie, azul y vibrante con detalles dorados, se fue
acercando a ellos sin ser consciente de que hablaban de
ella y de un compromiso entre la sanadora y su paciente.
—¿Planeas casar a tu hijo con una prostituta, Kerr? ¿Con
una bruja pagana que ni siquiera sabe comer? —siseó hacia
él, afortunadamente lejos del alcance de los oídos de Lorna,
con la intención de hacerlo entrar en razón a pesar de que
la boca le sabía a ácido al hablar así de ella—. Porque te
advierto que no será lo mejor para su imagen, laird.
Suficiente tiene con haber caído sobre su cuchillo.
Ante su comentario, el laird avanzó hacia él, pero por
fortuna no fue Lorna quien los separó, al ser detenida a
cada paso por hombres y mujeres agradeciéndole su labor,
sino el mismísimo rey.
Este, consciente de los deseos del laird, lo miró.
—No casarás a tu hijo con la muchacha, por Dios, el
muchacho apenas se está desarrollando. Lo dejarás en
ridículo en su noche de bodas. Pidiéndotelo como hombre,
no como rey, no lo humilles de esa manera. Desfallecerá
apenas la vea desnuda. —Alejandro miró a Kendryck—. Y tú
no vuelvas a hablar así de la mujer que amas a menos que
quieras que te cuelgue, hijo de Lachlan Sinclair.
Antes de que alguno de los dos pudiera responder, tomó
al laird y se lo llevó pasando un brazo por sus hombros,
momento en el que Lorna apareció. Antes de que esta
llegara hasta Kendryck, el rey tomó su mano y se presentó
brevemente ante ella. Al igual que como hicieron todos los
demás, le dio las gracias por haber salvado a Murdock, lo
que le pareció un gesto muy humilde viniendo de un rey.
Casi por un momento olvidó que le había regalado una
cruz.
—Estás hermosa, Lorna, aún más que esta mañana —
dijo Kendryck sin aliento cuando se detuvo frente a él.
A diferencia de cómo se había visto más temprano,
adorable y dulce vestida de blanco, ahora se veía como la
mujer en la que realmente estaba destinada a ser: fuerte,
poderosa e intimidante, pero con un corazón noble que
creía ciegamente en él.
Al menos como líder.
—Gracias, la costurera tuvo que hacerle algunos
arreglos antes de que me lo pusiera porque era un diseño
para Sophie —le explicó con las mejillas sonrojadas—. Todo
esto es precioso, Kendryck, pero me hace sentir pequeña e
ingenua, como si fuera una niña torpe.
Al sentir un aguijón en el pecho debido a sus palabras,
Kendryck se adelantó unos pasos y colocó una mano sobre
su mejilla, dándole su vaso con vino a la primera sirvienta
que pasó por su lado.
—Nunca te sientas pequeña al lado de nadie, Lorna. No
cuando tienes al hijo de Lachlan Sinclair hechizado bajo tu
encanto —le dijo, su tono de voz intimidante sonaba
gracioso al intentar dulcificarse—. Si pudiste conmigo,
podrás con todo.
A pesar de que tenía sus dudas para creerse eso, Lorna
no pudo evitar que su corazón golpeara con fuerza contra
su pecho ante sus palabras. Tras ofrecerle una sonrisa,
tomó su mano y lo llevó a la pista de baile con ella. Al
momento en el que Kendryck la instó a poner su cabeza
sobre su pecho y a mecerse en su contra, cualquier
molestia o resentimiento que sintiera hacia él se disipó. El
olor y el tacto del hombre al que no amaba se apoderaron
de su mente y con ello también de su cordura.
Afortunadamente para sus inexistentes pasos de baile, la
música era suave y ligera, por lo que no tenía que hacer
más que mecerse recargada en su contra. Kendryck sin
embargo intentó enseñarle algunos pasos.
Lejos de como Lorna pensaba que se sentiría,
avergonzado de su compañera de baile, ambos reían
cuando se equivocaba al entrecruzar el brazo con el suyo o
al girar. Kendryck le sonrió cálidamente cuando tropezó
con sus propios pies en una oportunidad y la besó
suavemente en los labios, para la consternación de Lorna,
después de que lo pisara, reclamándola delante de los
presentes como suya tanto con sus gestos de cariño hacia
la sanadora como con la mirada intensa que le dedicaba.
Una vez Lorna aprendió a bailar aquella danza a la
perfección, o al menos a seguirle el ritmo llevando a cabo
los pasos básicos que le había enseñado, ocuparon el
centro del escenario ante el pedido del rey Alejandro III.
No estaba acostumbrada a recibir tanta atención, al
menos no de esta manera, sus mejillas se hallaban
fuertemente sonrojadas, pero Kendryck le transmitía calma
con sus ojos azules. Era curioso cómo una sola persona
podía causar tantas reacciones diferentes en ella. No solo
la hacía sentirse exasperada o dolida, sino también en paz y
feliz, por no mencionar lo mucho que había disfrutado al
entregarle su virginidad al highlander.
Una vez la ansiedad empezó a disminuir, Kendryck la
alzó en el aire y después hizo que descendiera con su torso
arrastrándose por el suyo. Tras curvar su espalda hacia
atrás, juntó su nariz con la suya e inhaló su aroma con
fuerza. Todo su cuerpo tembló debido a la necesidad que
sintió de tocarla de cualquier manera, de poseerla. Su
obsesión por su ninfa había crecido cuando el laird Kerr
insinuó que la comprometería con su hijo. Y para eso
tendría que pasar sobre su cadáver.
A pesar de la sonrisa en el bonito rostro de la mujer que
quería y de lo feliz que le causaba ser quién la había puesto
ahí, algo en Kendryck se encogió ante la idea de que él o
ninguno de ellos dos regresara de Newcastle. Eso era lo
único que le impedía pedirle al rey que organizara una
boda en ese preciso instante. El no saber si recuperaría a
su padre con éxito o perdería ante Colby Oldcoates.
No podía atarla a un hombre que podría morir, no
importaba si se trataba de sí mismo. Lorna merecía ser feliz
con o sin él.
—Vamos a sentarnos —murmuró en su oído.
Tras ocupar asiento en la mesa del rey, junto con laird
Kerr y su esposa, Lorna finalmente pudo obtener algo de
comida en todo el día. Recordando las palabras de
Kendryck, se obligó a sí misma a ser cuidadosa y discreta al
momento llevar los trozos de vegetales y carne que
dispusieron frente a ella a su boca. Una vez finalizada la
cena, en la que también brindaron por ella, Kendryck se
excusó con el rey, rechazando su oferta para beber. Ssalió
con Lorna del salón como si tuviera prisa, pero no pudo
esperar a verla en la habitación para besarla con ansias
inhumanas, apretándola contra la pared de piedra del
pasillo que se encontraba solitario.
—No quisiera compartirte con nadie, mi ninfa —gruñó
sobre sus labios antes de devorarlos con los suyos, una de
sus manos en su cintura y la otra en la parte posterior de
su cabeza.
Aunque Lorna sabía que se odiaría por ello, gimió contra
su boca y separó sus labios para él, la señal de aceptación
que Kendryck había estado esperando para tomarla en
brazos y llevarla en ellos hasta su ala en la fortaleza.
Una vez en su alcoba, agradeció que su vestido no
tuviera un corsé y la depositó en el suelo solo para poder
sacárselo por la cabeza y quitarle las botas. Aunque todavía
se encontraba vestido, Lorna no pudo evitar estremecerse
cuando la estrechó contra sí y la besó de nuevo. Lorna le
quitó el chaleco que llevaba, también desató el cordón de
su camisa, ayudándolo a retirársela antes de ir por el
cinturón de sus pantalones. Kendryck terminó de
desnudarse mientras Lorna se dirigía a la cama, donde lo
esperó con expresión ansiosa.
—No puedo sacarte de mi cabeza, ninfa —confesó
mientras caminaba hacia ella completamente desnudo—.
Ahora tienes que lidiar con las consecuencias del hechizo
que lanzaste sobre mí.
No teniendo ni idea de cuál era la naturaleza del
demonio que se le había metido dentro, Lorna se mordió el
labio inferior y asintió de manera traviesa, lo que terminó
de enloquecer a Kendryck.
—Sí, por favor.
Tras soltar un sonido profundo con su garganta, el cual
era similar a un rugido de guerra, Kendryck se cernió sobre
ella y empezó a besarla mientras una de sus manos se
dirigió a su sitio favorito entre sus piernas. La otra la
mantuvo apoyada en el colchón para asegurarse de que su
peso no la aplastara y lastimara. Una vez obtuvo lo que
quería, la humedad que ansiaba para no herirla, se dio la
vuelta y la puso sobre él. Lorna lo miró directamente a los
ojos sin entender, y Kendryck guio la punta de su miembro
a su entrada.
—Móntame, ninfa —le pidió mientras tragaba saliva,
dichoso al tenerla sobre él y por la vista privilegiada de sus
pechos que no tardaría en devorar.
Y en Lorna, no cabía la evidente necesidad en esos ojos
azules que la dejaban fuera de combate sin piedad.
Kendryck Sinclair la deseaba más de lo que había
deseado a cualquier otra mujer y no era bueno
escondiéndolo. Una vez Lorna obedeció y empezó a
descender sobre su eje, acogiéndolo en su estrechez
húmeda y caliente, tiró de su cabeza hacia atrás y jadeó.
Lorna, por su parte, no pudo evitar sentirse llena
mientras ascendía y descendía sobre él y clavó sus uñas en
sus anchos hombros. Una vez el placer empezó a parecerle
insoportable, haciéndole perder la cabeza, hizo sus
movimientos más profundos y duros, lo que comenzó a
causar que el guerrero temblara. Presintiendo que su
resistencia estaba a punto de romperse, se incorporó y
succionó uno de sus pechos mientras amasaba el otro, lo
que hizo que Lorna terminara de perderse en el placer que
le estaba proporcionando. Tirando de su cabeza hacia
atrás, se dejó llevar mientras hincaba sus uñas con fuerza
sobre su piel, haciéndolo sangrar lo que hizo el orgasmo de
Kendryck fuera muchísimo más fuerte ante la idea de que
su ninfa lo estaba marcando como suyo.
Lo cual probablemente era lo que había hecho.
A pesar de la manera en la que su pecho subía y bajaba
con fuerza y de la manera en la que la había llenado con su
semilla, Kendryck todavía se sentía duro en su interior.
Lorna, al notarlo, alzó la vista desde su pecho y le ofreció
una mirada preocupada. No entendía lo que estaba
sucediendo. Se sentía llena. Exhausta.
Era imposible que Kendryck quisiera más.
—No he terminado contigo, ninfa —le dijo él antes de
empujarla suavemente hacia atrás, hasta que su espalda
tocó el colchón y se situó encima de ella estando aún en su
interior—. Ni de cerca.
Lorna tembló cuando Kendryck salió completamente de
ella antes de sumergirse de manera dura y profunda de una
sola estocada hasta lo más hondo de su delicado cuerpo. No
pudo evitar contener los gritos que ocasionaron potentes
embestidas que siguieron a esa primera. Kendryck la
estaba arruinando para cualquier hombre, adaptándola a él
y a su fuerza.
Al ver el gesto de placer en sus ojos, se inclinó hacia
adelante y las besó mientras buscaba sus manos para
entrelazar sus dedos con los suyos. Una vez sus muslos
temblaron alrededor de él, dejó escapar un grito al mismo
tiempo que arqueaba su espalda, restregando sus pezones
duros contra su pecho, Kendryck la llenó por segunda vez,
culminando ambos al cabo de unos minutos en los que
Lorna se dedicó a apretar sus dedos y a besar su cuello,
puesto que la intensidad del highlander la estaba llevando
al mismísimo cielo.
Jamás le daría el hijo inútil del laird Kerr el mismo
placer.
—¿Sigues sin amarme, Lorna?
Desfallecida, Lorna asintió mientras se acurrucaba
contra él en la penumbra por unos minutos. Pese a que
quería quedarse a su lado y dormir, se levantó haciendo
caso omiso a los gritos de su alma. Kendryck la vio hacerlo
con la frente sumamente arrugada y al ver que se vestía, la
siguió alrededor de toda la habitación molesto.
—¿A dónde vas?
—Murdock todavía no está fuera de peligro. Le prometí
que supervisaría personalmente su recuperación, al menos
esta noche, y no quiero romper mi promesa. —Lo miró con
pena mientras se ponía un sencillo vestido blanco que sacó
del armario—. Alguien intentó asesinarlo, Kendryck. Me
dijo que no era tan estúpido como para no guardar su
cuchillo incorrectamente. Podrían sacar provecho de su
estado e intentarlo nuevamente echándome a mí la culpa
de su muerte. No permitiré que mancillen mi reputación
así. Prefiero ser llamada bruja a que maten a uno de mis
pacientes bajo mi supervisión.
Los hombros tensos de Kendryck apenas se relajaron.
No olvidaba que Iver Kerr quería desposarla con su
patético hijo y dudaba que alguien hubiera querido matar
al chico, las posibilidades de que cayera justamente sobre
su cuchillo al ser lanzado por su caballo eran remotas, pero
entendía el punto de vista de Lorna y lo respetaba. Su ninfa
era una mujer entregada a su profesión. De lo contrario, no
habría sido capaz de salvarlo y ahora no estaría aquí con
ella.
—No dejes que nadie te moleste —gruñó contra su
frente cuando la alcanzó estando a punto de salir por la
puerta—. Por favor.
—No lo haré —le prometió poniéndose de puntillas para
besar sus labios con suavidad, lo que hizo hormiguear la
piel de Kendryck—. Descansa, highlander. Necesitas
recargar tus energías.
CAPÍTULO ONCE

Murdock no presentó signos de desmejora durante toda la


noche. La piel de su pierna se mantuvo del mismo tono y no
perdió ninguna capacidad de movilidad. Tampoco volvió a
sangrar por su herida, la cual había empezado a cicatrizar
de manera adecuada generando lágrimas en los ojos de su
madre y un brillo de admiración y de arrepentimiento en
los de su padre. Esa mañana les daba un aliciente. Para
entonces los párpados de Lorna se entrecerraban solos,
puesto que no había dormido nada durante toda la noche y
su estómago rugía, pero la emoción que le causaba estar
cuidando de Murdock, ser vista como una salvadora por las
personas que la llamaron bruja y encontrarse en el castillo
de Edenesburg le impedía desfallecer. Sonrió a ambos
mientras les daba las noticias.
—Estoy casi segura de que Murdock se salvará —les dijo
—. Pero pronto me iré y estoy preocupada por su
seguridad. —Echándole un vistazo para asegurarse de que
el chico durmiera, miró directamente al laird—. Murdock
me dijo anoche que era imposible que no hubiera guardado
su cuchillo correctamente. Que alguien había intentado
asesinarlo. Por favor, descubrid quién lo ha hecho y
redoblad su seguridad. Esta persona podría aprovecharse
de su estado para intentarlo nuevamente. Proteja a su hijo,
laird Kerr.
A pesar de que el laird amaba a su hijo, no pudo evitar
negar ante las insinuaciones de la sanadora. Pensaba igual
que Kendryck. Las posibilidades de que su asesino se
tomara tantas molestias, de que dejara su asesinato casi en
manos del destino, eran casi nulas.
Si su hijo había dicho eso, quién tenía una personalidad
parecida a la suya, quizás había sido un patético intento de
cuidar su reputación.
—Dudo que un asesino se tome tantas molestias —le dijo
—. Aun así, agradezco su preocupación y me disculpo por la
mente delirante de mi hijo y por la manera en la que me
expresé sobre usted antes. No es ninguna bruja. No la vi
invocando al diablo cuando lo sanó.
Lorna le sonrió, pero su expresión se volvió preocupada.
Miró fijamente a Sophie, pero esta no dejaba de ver a su
hijo con la frente fruncida. Lorna dejó caer los hombros con
alivio. Con que uno de ellos la escuchara le bastaba. Había
cumplido con la responsabilidad de notificarles. Tras
asentir en su dirección y negarse a aceptar las monedas de
oro que aun así puso en su mano, Lorna se dio la vuelta
para irse a cambiar y pasar un rato con Kendryck antes de
bajar al comedor. Iver, sin embargo, frustró sus planes
trotando hacia ella para alcanzarla y tomar su mano con el
fin de que se girara hacia él.
—Sanadora, no sé cómo decir esto sin sonar como un
loco, pero me gustaría que realmente consideraras mi
proposición. Sophie, mi esposa, es tres años mayor que yo y
casarme con ella ha sido una de las decisiones más sabias
que he podido tomar. Ella ha sido la única mujer capaz de
ponerme en mi lugar y también ha sido buena dándome un
hijo. Él es mi viva imagen, así que me gustaría que hubiera
alguien que pusiera sus pies sobre la tierra de vez en
cuando y quién mejor que tú, una mujer con… múltiples
dones.
Intuyendo lo que le pediría el laird, las mejillas de Lorna
se sonrojaron tanto con vergüenza como con ira. No era el
primer hombre de poder que se acercaba a ella
proponiéndole ser su amante y consejera. El laird Fletcher
se lo había rogado incontables veces, al igual que sus
aliados y otros nobles que habían pasado por Argyll.
—Lo siento, laird, no sé de qué habla.
El laird frunció el ceño.
—¿Kendryck no te lo dijo? Después de ver lo cercanos
que erais durante el festín, pensé que…
—¿No me dijo qué?
El laird suspiró.
—¿No te contó que le dije? ¿que me gustaría desposarte
con Murdock? Estoy convencido de que serías una buena
esposa. Eres la única mujer, aparte de mi esposa, que me
ha ordenado algo.
Lorna se quedó sin palabras.
—Señor, yo…
¿Ella? ¿Esposa de un laird? Quizás de Kendryck, pero no
porque fuera una bruja o fuera sabia o todo lo que el laird
le estuviera diciendo, sino porque le gustaba. Porque se
sentía cómoda con él. Porque quizá lo amaba más de lo que
se atrevía a imaginar.
—Y tomando en cuenta que no eres más que una
prostituta o una bruja para Kendryck Sinclair, —sus
palabras, no las mías—, no puedo ver cómo no podrías
aceptar mi oferta y desposarte con mi primogénito.
Lorna retrocedió, sintiendo tras escuchar sus palabras
como si la hubieran apuñalado en el estómago. Al ver su
reacción, Iver casi desfalleció debido al esfuerzo de
contener su sonrisa. Siempre obtenía lo que quería. Lorna
iba a ser parte de su clan costase lo que costase.
Incluso su corazón.
—¿Kendryck le dijo eso?
El laird asintió.
—Sí. El rey lo escuchó.
Sus ojos se llenaron de lágrimas que no pudo evitar
derramar, puesto que sus palabras eran la confirmación a
las sospechas que había estado teniendo. Mientras ella lo
veía a él como su salvador y un hombre lo suficientemente
digno y autentico como para entregarle su virginidad, él
solo la veía como la bruja con la que había terminado
relacionado y como a una puta. Sin decirle nada más al
laird Kerr, se dio la vuelta y corrió lejos de él y de su
familia. Si no fuera por lo cansada que se encontraba,
también se hubiera ido del castillo.
Kendryck y Murdock, con quién no tenía pensado
casarse de todas formas, estaban fuera de peligro.
Cualquier sanador con siquiera un año de experiencia
podía continuar con su trabajo. No la necesitaban más ahí.
A pesar de su sufrimiento, sin embargo, encontró la fuerza
necesaria para dirigirse a su habitación y darse un baño
antes de tomar un nuevo vestido de su armario, esta vez
uno rojo. Kendryck no se encontraba por ninguna parte, lo
que la había aliviado pues no habría podido evitar echarle
en cara sus palabras y gritarle o golpearle. O, lo que era
todavía peor, llorar frente a él, por él, otra vez.
Afortunadamente, Mary y las chicas vinieron a ayudarla
a peinar su cabello colocando flores silvestres en él y
después se dirigió al comedor. Al igual que la noche
anterior, el rey Alejandro tomó su mano y, ante los ojos en
blanco de su esposa, la besó.
—Buenos días, sanadora —dijo complacido al notar la
cruz en su pecho, un regalo que no se había podido
contener el hacerle.
—Buenos días, su majestad —respondió ella con una
inclinación antes de tomar asiento cerca de la pareja,
momento que Kendryck eligió para aparecer sosteniendo su
Claymore.
Venía con el pecho descubierto, lo que hizo que muchas
de las presentes se le quedaran mirando embobadas. Los
hombres no parecían encantados con su conducta. Algunos
de ellos, incluso, se levantaron y se excusaron para
retirarse del salón con sus acompañantes, lo que hizo que
Kendryck sonriera mientras se inclinaba para presionar un
beso en la mejilla de Lorna y después agarrar una
manzana. Esta se esforzó sobremanera por no prestarle
atención a los cortes en su pecho. Tampoco en el ritmo
acelerado de su corazón cuando sus labios se presionaron
sobre su rostro. Se limitó a apretar el tenedor que sostenía
con fuerza, odiando a Kendryck por lo que le estaba
haciendo a su vida.
Claramente el highlander había estado entrenando, un
espectáculo que, de no ser por lo molesta que se
encontraba con él, probablemente habría disfrutado. La
idea de ver al hombre luchando la llenaba de deseo.
Adoraba cuando era bruto y masculino, aunque nunca lo
admitiría en voz alta.
Ya que no quería hacer el ridículo con sus modales, se
limitó a comer fruta y algún que otro panecillo con té que
se cuidó de no sorber. Lo último que quería era darle
motivos para humillarla. Suficientemente humillada se
sentía por haber llegado a creer que un noble como él, por
el que cientos de mujeres morirían, le correspondería.
Por su parte, Kendryck no le dio la mayor importancia al
comportamiento de Lorna. No le había devuelto la sonrisa
cuando se había acercado a ella con una en el rostro, pero
eso no significaba nada. Había pasado toda la noche
cuidando del hijo de laird Kerr. Probablemente estaría
cansada. Por mucho que quisiera ir en busca de su padre,
no se irían hasta que ella reposara adecuadamente. Por
mucho que odiara la idea de dejarlo ahí un día más, los dos
debían estar en perfectas condiciones si querían tener la
posibilidad de recuperarlo. No podían andar medio
dormidos y hambrientos, en especial ella. Kendryck podía
soportarlo, pero no su ninfa.
—Lorna, Kendryck —llamó su atención el rey escocés—.
Lo he estado pensando durante toda la noche y toda la
mañana y me gustaría extender mi cortesía a Lorna
mientras tú, Sinclair, te encargas del asunto que tienes
pendiente —les dijo a ambos mirándolos con suma seriedad
—. Te prometo que nada le pasará bajo mi cuidado.
Kendryck se tensó ante su propuesta. Aunque sonaba
como una alternativa razonable que estaba tentado a
aceptar, el recuerdo de la manera en la que había visto a
Lorna llorar cuando la dejó en la cabaña lo obligó a negar.
No se separaría de ella de nuevo le gustara o no. Abrió la
boca para responder, pero su ninfa lo cortó con sus
inesperadas palabras. Palabras que no imaginaba oír ni en
un millón de años, puesto que contradecían todo lo que
había representado hasta entonces. Todo lo que le había
prometido sin ningún uso de palabras.
No dejarlo.
—Acepto, su majestad —dijo, lo que impresionó tanto a
Kendryck como al rey, quién no había esperado que
aceptara, pero no a laird Kerr, quién se reía
disimuladamente desde el otro extremo—. Si acompaño a
Kendryck, no haré más que retrasarlo. Mejor me quedo.
El rey, todavía sorprendido, asintió.
Claramente no podía dar las cosas por sentado con
ninguno.
—Bienvenida seas en esta fortaleza todo el tiempo que
desees acompañarnos, sanadora —dijo antes de tomar un
sorbo de vino, consciente de los furiosos ojos de Kendryck
en él—. Yo no me quedaré mucho por aquí, pero mis
hombres sí.
Sin pedirle permiso para irse, Kendryck se puso de pie y
rodeó la muñeca de Lorna para obligarlo a seguirlo hasta
que llegaron a su habitación. Ya en ella, agarró fuerte la
puerta y la cerró dejando escapar toda su ira. Lorna se
estremeció, pero estaba tan furiosa con él que se obligó a
no apartar la mirada de la suya. No se merecía su miedo.
—Pensé que estábamos en esto juntos —le recriminó él.
—Yo también —replicó ella con los ojos llenos de
lágrimas, lo que hizo que Kendryck retrocediera lleno de
consternación.
—¿Entonces por qué aceptaste la propuesta del rey?
—Lo dije en la mesa. —Lorna alzó el mentón—. Solo te
retrasaré.
Estaba mintiéndole. Kendryck podía sentirlo en su tono
de voz y verlo en su mirada. Acercándose nuevamente,
gruñó por lo bajo.
—Lorna… —advirtió—. Dime por qué cambiaste de
opinión.
—Cuidado, Kendryck Sinclair, estás empezando a sonar
como si realmente te importara ser abandonado por tu
bruja… y prostituta —siseo mientras lo rodeaba para
dirigirse al ventanal más cercano permitiendo que la brisa
que entraba por este secara sus lágrimas.
Kendryck dejó caer los hombros, el arrepentimiento
cubriéndolo, cuando se dio cuenta de que alguien,
probablemente Iver Kerr, le había contado lo que había
dicho de ella durante el festín.
—No lo entiendes —susurró suavemente mientras
llegaba a ella, pero esta se dio la vuelta y lo miró con tanta
furia que Kendryck se estremeció.
—Tu padre te espera. Si es asesinado hoy o mañana,
nunca te lo perdonarás —le dijo cayendo bajo al mencionar
a Lachlan Sinclair, pero necesitando, más que respirar,
perder a Kendryck de vista—. Deberías partir a Newcastle
en este preciso instante, Kendryck. No nos amamos, no me
necesitas, tal vez no me importa tu padre ahora que puedo
casarme con el futuro laird Kerr...
Lorna era consciente de que esas palabras herirían
profundamente el ego de Kendryck, pero eran su
mecanismo de defensa. Si no lo hacía estaba segura de que
volvería a caer en su juego, uno que consistía en hacerle
creer que era importante para él antes de dejarla. Ya lo
había hecho una vez, pero no volvería a hacerlo.
Esta vez sería ella quién lo dejara.
—Como quieras, buena suerte con el niño —reprochó
desolado y molesto consigo mismo antes de asearse, tomar
un traje del armario y vestirse.
Al regresar a la habitación, no vio a Lorna por ningún
sitio, por lo que dedujo que se había ido a cuidar a
Murdock al otro extremo del castillo. Conteniendo las
ganas de dirigirse hacia allí para hacerla entrar en razón o
al menos despedirse en condiciones, besándola hasta
memorizar su sabor más profundamente de lo que ya lo
había hecho; se dirigió a la salida del castillo dónde lo
esperaba uno de los hombres del rey con una bolsa llena de
monedas de oro, su aporte a la causa, y un caballo negro
ensillado. Mientras cruzaba el puente de piedra que
conectaba la fortaleza con las calles de la ciudad, no pudo
evitar mirar hacia atrás antes de asir las riendas del
animal.
Se estremeció cuando sus ojos se toparon con los de
Lorna, quién lo observaba desde el balcón de uno de los
pasillos del castillo. Negándose a volver, lo que todo su
cuerpo le rogaba que hiciera, incluyendo su alma, se dio la
vuelta y continuó con su camino. Sería un egoísta si la
obligaba a ir con él, tal vez su futuro sería más prometedor
asentada en el clan Kerr. La intervención de Iver le había
terminado yendo como anillo al dedo. Lorna se quedaría
resentida con él, por lo que probablemente no sufriría si
moría o era tomado como prisionero de lord Oldcoates.
Por mucho que le quemara la idea, resultándole esta lo
equivalente a que bañaran sus entrañas con ácido, después
de pasar años sola en una cabaña en medio del bosque y de
ser repudiada por las mismas personas que acudían a ella
por ayuda para que los salvara, Lorna merecía formar un
hogar. Ser amada por los suyos. Venerada como una mística
diosa. Si él por alguna razón no podía ser el hombre que
cumpliese eso, Iver, garantizaría que aquello sucediera. Al
no contradecirla ni explicarle nada la había liberado de lo
que sabía que sentía por él, puesto que lo veía en sus ojos
cada vez que lo miraba con esa intensidad única cada una
de las veces que le permitió venerar su cuerpo.
No sería justo para ella.
Tras alejarse de Edenesburg, hizo que su caballo trotara
tan rápido como fuera posible en dirección a Inglaterra.
Además de su traje, también llevaba una capa negra y una
expresión sombría que alejaría a cualquiera. Si antes era
temible, cuando creía que no podía sentir nada por nadie
que no fuera su familia, el mundo estaba a punto de
conocer cuán verdaderamente temible era capaz de ser
ahora que tenía el corazón roto. Este se había destrozado
antes de que siquiera llegara a aceptar que estaba
enamorado de su ninfa, pero ahora que sentía el ardor en
su pecho, le era imposible negarlo.
La deseaba.
La admiraba.
La amaba.
Por su parte, Lorna no podía contener las lágrimas
mientras cuidaba de Murdock quién la veía con pesar. Era
extraño para él sentirse así por alguien que apenas
conocía, era igual de quisquilloso que su padre, quién solo
mostraba afecto a sus hijos y a su mujer, quizás a sus
amigos más cercanos, pero la sanadora le había salvado la
vida. Le debía mucho más que su empatía. Se lo debía todo.
Y algún día de alguna manera se lo pagaría.

—¿Qué… qué haces aquí? —le preguntó, pues conocía la


razón de su tristeza. Su padre le había contado sobre sus
planes y deseos de que se casara con ella, pero también
cómo se había desecho de su amante para favorecerlo a él.
Aunque Murdock no negaba que le gustaba la idea, veía
cuánto sufría por la partida de Kendryck Sinclair.
Cualquiera con el sentido de la visión podría hacerlo—. Tú
sitio no… no está conmigo, sanadora, tu destino está… está
con alguien más.
Mordiendo su labio, Lorna negó mientras limpiaba su
piel con un pañuelo impregnado con aloe, asegurándose de
que estuviera completamente libre de suciedad porque eso
impediría que la herida se infectara, algo que también la
mayoría de los sanadores parecían ignorar. Otra cosa que
su padre le había enseñado a su madre. Por mucho que lo
odiara, él había sido bueno en lo suyo.
—A veces nos equivocamos pensando cuál es nuestro
destino, Murdock. No siempre está con la persona que
creemos que es la indicada. Creo… creo que me equivoqué
y Kendryck no es la mía.
Ya que veía cuán afectada estaba y todavía no se sentía
lo suficientemente fuerte como para llevarle la contraria,
no le dijo nada. Guardó silencio mientras la joven sollozaba
sobre él. Sin embargo, había algo de verdad en las palabras
de Lorna. A veces las personas se equivocaban pensando
que su destino era uno cuando resultaba ser otro; pero
también acertaban y en lo que fallaban era en descubrir
cuál era su misión para llegar a ese destino. En el caso de
Lorna, Kendryck no solo la necesitaba para sanarlo. Ella lo
complementaba.
CAPÍTULO DOCE

Lorna se encontraba explorando los terrenos cercanos a la


fortaleza de Edenesburg en búsqueda de más hierbas que
pudiera usar para prepararle infusiones a Murdock. El
paisaje le recordaba mucho al de Argyll.
Sorprendentemente, no sentía un dolor demasiado amplio
en el corazón al recordar que ya no podía volver ahí, a su
cabaña, a menos que deseara que la colgaran por traición a
su clan. Al menos no sin Kendryck Sinclair acompañándola.
Lo único que sí añoraba era la seguridad que había
sentido durante toda su vida viviendo lejos de las personas.
No se quejaba de su compañía más cercana, Murdock y
Sophie, quiénes eran encantadores con ella, sino de los
otros miembros de clanes o de la corte real que la miraban
como si no fuera mejor que una rata de campo. No todos lo
hacían, pero el agradecimiento y la amabilidad que habían
mostrado hacia ella en el banquete del rey, se ausentaban
cuando este no se encontraba presente en la misma
habitación que ella. Las personas a su alrededor eran
hipócritas, como siempre había sabido que eran: si uno de
sus hijos enfermaba o ellos mismos lo hacían, acudirían en
su búsqueda, de eso estaba segura.
Sosteniendo una cesta arrastró su vestido por el césped
a medida que avanzaba entre los laberintos de plantas. Si
fuera por ella hubiera dormido bajo el amparo de la cúpula
estrellada que cubría el mundo, rodeada de naturaleza,
pero no podía dejar a Murdock todavía. No hasta que
pudiera estar segura de que este pudiera defenderse en el
caso de que su supuesto asesino viniera a por él, por lo que
solo lo abandonaba cuando estaba segura de que Sophie u
otro miembro del clan de su padre, o este mismo, se
encontraba con él.
Se hallaba inclinándose para recoger algunos dientes de
león del suelo, ya que ayudarían a Murdock a fortalecerse
tras la pérdida de sangre, cuando sintió una presencia tras
ella. Tras recoger algunos cuántos y volver al castillo, sus
labios se entreabrieron con sorpresa al ver al rey Alejandro
III con un plaid bastante elegante tras ella, aunque este no
le quedaba tan bien como le quedaría a Kendryck. A ningún
hombre, en realidad. Las anchas y tonificadas piernas del
guerrero highlander eran un placer para la vista.
—Su alteza —dijo suavemente, inclinándose hacia
adelante en una torpe reverencia que hizo sonreír al
monarca.
Lorna era lo más parecido a un soplo de aire fresco que
había pasado por su fortaleza en un tiempo. Era una
invitada que no le generaba ningún tipo de problema, por
no mencionar que el hecho de tener a una sanadora tan
habilidosa en su castillo le generaba extrema curiosidad.
Estaba seguro de que no era una bruja, pero lo cierto era
que de igual manera también hacía milagros. Apenas había
puesto un pie en su fortaleza, había mandado a uno de sus
hombres de confianza a Argyll para investigarla. La chica
era de lejos una eminencia en lo suyo, lo que había puesto
en práctica a los ojos de todos al atender a Murdock Kerr
con tanta devoción.
Pero por más que su presencia le agradara, no
terminaba de entender qué hacía ahí. Cuando había
extendido su cortesía, esto no había sido más que eso, una
cortesía que no había podido evitar hacer.
No había esperado que ella aceptara.
Sus ojos claramente gritaban lo mucho que detestaba
estar ahí sin Kendryck Sinclair, lo mucho que lo amaba, por
lo que no podía entender por qué no lo había seguido a
Inglaterra. Entendía los motivos de él para haberla dejado,
no se enfrentaría a una tarea fácil, pero no los de ella para
quedarse cuando ambos sabían que no era una mujer
común, sino que estaba acostumbrada a la vida salvaje.
Kendryck podía subestimarla, pero él no cometería el
mismo error.
—Lorna —le dijo, sonriendo—. ¿Cómo te está tratando la
vida en el castillo? ¿Lo encuentras muy diferente al
bosque?
Debido a que el rey continuó caminando hacia el frente
con ella detrás, Lorna se vio obligada a seguirlo. Tras ellos,
a una distancia prudente se encontraban algunos escoltas.
Asintió cuando llegó a su lado y este pudo verla haciéndolo.
No quería que el hecho de disgustar a un rey se sumara a
la lista de razones por las cuales podrían colgarla. Ya tenía
suficiente con las etiquetas de bruja y traidora. No quería
más problemas en su bandeja ya que demasiado llena.
—Hay muchas diferencias, su alteza, como que aquí los
animales se visten con bellas ropas y comen en la mesa —
respondió—. Y se matan por placer, no por necesidad —
añadió al recordar a Murdock.
El rey le ofreció una sonrisa triste y complacido con su
respuesta mientras asentía. A él mismo, las personas que
consideraba sus amigos lo habían intentado matar. Habían
conspirado a sus espaldas. Lo que apreciaba de hombres
como Lachlan Sinclair y su clan, incluyendo a su hermano,
era lo nobles que eran a pesar de parecer unos salvajes
anclados a antiguas tradiciones. Su pueblo se encontraba
atrasado en comparación a otras naciones, pero era leal y
mágico. Era por ellos por quién se sentía orgulloso de ser
rey.
Por personas como Lorna, quién pese a ser catalogada
como bruja por el laird Kerr, había ayudado a su hijo, y
como Kendryck Sinclair, quién estaba limitándose a
sacrificar su propia vida para salvar a su padre. Si le
hubiera pedido tropas, se las habría dado, pero no lo había
hecho porque no le apetecía arrastrar a nadie más al fango.
Ellos eran la verdadera esencia de Escocia.
—Me alegra decirte que tu percepción sobre la vida en
la fortaleza es lo bastante acertada —le dijo mientras
entrecruzaba las manos tras su espalda—. Por lo que, una
vez más, no puedo evitar preguntarme por qué aceptaste
quedarte en Edenesburg cuando querías ir con Kendryck
Sinclair, sanadora. No dejo de preguntármelo y no tengo
respuesta.
Lorna lo miró con el ceño fruncido y sorprendida con sus
palabras.
El rey de Escocia no era exactamente como pensaba que
sería. No era particularmente alto o fuerte. Era delgado y
de aspecto casi frágil. Aun así, sostenía con facilidad una
espada aún más ancha que la de Kendryck en su cinturón.
El rey probablemente sabía usarla muy bien, aunque nadie
para ella superaría a Kendryck.
No importaba que hasta el momento no lo hubiera visto
luchar.
—Con mucho respeto, su alteza, aun si quisiera cambiar
de opinión, que no lo hago, me perdería de camino a
Newcastle, además abandonar el castillo en este momento
es imposible para mí.
El rey se contrarió ante su segundo argumento.
—Nada ni nadie está reteniéndote aquí, Lorna, ¿por qué
no podrías irte si eso es lo que deseas? Te garantizo que
nadie en Escocia tiene mi permiso para molestarte, incluido
los miembros del clan Fletcher.
Los labios de Lorna se curvaron con alivio ante las
palabras del rey, lo cual significaba que, si por alguna razón
debía volver a su cabaña en Argyll no la matarían por ser
cómplice del asesino del laird. No a menos que quisieran ir
contra el rey y molestarlo.
—Muchas gracias, su majestad —le dijo antes de
responderle, puesto que su gesto había significado mucho
para ella—. La razón por la que no puedo irme… es
complicada. Murdock me necesita ahora.
El rey no pudo evitar poner los ojos en blanco.
—Murdock ya ha mejorado significativamente. Lo visité
hace unos minutos y estaba bastante bien. No veo cómo no
podría mejorar con tus indicaciones. Ya no está al borde de
la muerte, sanadora.
Lorna se mordió el labio. El rey tenía razón, pero su
conflicto con respecto al joven se debía a que no podía
dejarlo a solas con un asesino correteando a su alrededor.
No cuando podrían echarle la culpa de su muerte a su falta
de habilidades. Hasta que no lo viera caminar por la
fortaleza o empuñar una espada, no lo perdería de vista.
Se debatió en silencio, sobre si debía decirle al rey sobre
sus sospechas y las de Murdock sobre que lo que había
sucedido no fue un accidente. Ya se lo había dicho al laird y
no había obtenido buenos resultados. Este prácticamente la
había ignorado, pero el hombre era obstinado y egocéntrico
y por eso no la había escuchado.
En cambio, el rey parecía interesado en lo que sea que
tuviera que decirle y dispuesto a escucharla a ella, una
sanadora sin nombre o influencias. Apretó con fuerza el
mango del canasto antes de hablar.
—Cuando Murdock podía apenas hablar, me comentó
que alguien había intentado matarlo —le dijo al rey, lo que
causó que este se detuviera repentinamente y la mirara
fijamente con la frente fruncida—. Sé que suena poco
probable, su majestad, pero la manera en la que me
garantizó que no sería tan estúpido como para no saber
cómo guardar su cuchillo en su funda… me sonó demasiado
convincente.
—Lorna, ¿sabes que es muy difícil coordinar una caída
de un caballo con cualquier apuñalamiento con su propio
cuchillo?
Sus mejillas se sonrojaron.
—Sí, su alteza, sé que es difícil, pero no…
—Imposible —terminó por ella, pues la verdad no le
sorprendería que sus sospechas fueran ciertas, no en la
corte. Laird Kerr se encontraba en su fortaleza para
aceptar las tierras de otro clan, el clan Douglas, con las que
el rey lo estaba recompensando por sus servicios, tierras
que no eran trabajadas y se encontraban abandonadas. No
le sorprendería que los miembros de dicho clan, que se
encontraban también en Edenesburg, lo hubieran
saboteado yendo a por su hijo—. Si te garantizo que me
ocuparé personalmente de la seguridad de Murdock y de
descubrir cuál fue el responsable de su intento de
asesinato, ¿marcharías a Newcastle para perseguir a
Kendryck?
El sonrojo de Lorna se convirtió en una intensa rojez.
—Su majestad, todavía podría perderme por el camino.
Había pasado un día ya desde que Kendryck había
partido. A la velocidad que lo había visto marchar, este ya
podría encontrarse a casi la mitad del camino a Newcastle.
Aun si hiciera caso a las extrañas insistencias del rey, no lo
alcanzaría a tiempo.
—Podría asignarte a alguien que conozca el camino para
que viaje contigo. —Al ver que sus palabras no la hacían
ceder, el rey suspiró con pesadez—. Lorna, si no se trata de
Murdock o de cómo podrías llegar a Newcastle, para lo que
te estoy ofreciendo la solución, dime, ¿de qué se trata
realmente? ¿Qué es lo que impide que vayas tras él?
El corazón de Lorna se encogió dentro de su pecho al
recordar lo que le había dicho el laird Kerr, con quién no
había querido hablar desde entonces debido a la malicia
que había percibido en él al momento de decírselo. El
regocijo. También se sintió sofocada al recordar que le
había dicho que el rey había sido testigo de todo.
Al menos eso le haría más fácil explicarle.
—Creo que lo sabéis, su majestad, ya que oísteis por vos
mismo lo que Kendryck Sinclair realmente opina de mí.
Nuevamente la expresión del rey se puso en blanco,
pero después de unos segundos y ver cuán serio era su
dolor, se forzó a sí mismo a no burlarse de la manera en la
que se había dejado llevar por lo que Iver Kerr
seguramente le había dicho para apartarla del highlander y
cumplir su descabellado plan de casarla con su hijo.
—Sí, Lorna, lo escuche —aceptó, lo que hizo que los ojos
de la sanadora se llenaran de lágrimas que se negó a
derramar—. Pero también escuché lo falso que sonaba. No
pretendo defenderlo, ningún hombre debería expresarse
así de una mujer, pero estoy bastante seguro de que sus
intenciones eran alejar al laird Kerr y su idea de que te
cases con su hijo. A menos que desees formar parte del
clan Kerr, no veo motivo alguno por el cual debas estar
molesta. Confía en mí. Kendryck estaba enfurecido y
desquiciado al momento en el que habló.
Lorna le dedicó un ceño fruncido al rey, e hizo lo
imposible por ignorar cómo la esperanza empezó a
arremolinarse en su pecho, ya que ella quería creerle y
correr a los brazos de Kendryck.
—Con todo respeto, su alteza, quizás estéis equivocado.
El rey negó.
—No, Lorna, sé lo que escuché, y lo que Kendryck
Sinclair dijo... lo dijo solo para alejar al laird Kerr de ti, no
porque lo pensara de verdad. Solo hay que ser testigo de la
manera en la que te mira para saberlo. Que vas a ser su
esposa es algo que todos damos por hecho.
Ante el aumento de la seriedad en el tono del hombre,
Lorna no pudo evitar preguntarse si lo que decía podía ser
cierto, pero de ser así, ¿por qué Kendryck no lo había
aclarado antes de irse? ¿Por qué había permitido que se
quedara con esa idea de él antes de que se marchara? ¿Por
qué la había dejado atrás pensando de él de esa manera?
—¿Por qué…?
El rey, que había leído todas las preguntas que se hacía
a sí misma en su expresión, la cortó deteniéndose en medio
del jardín.
—No lo voy a suavizar, sanadora. La misión a la que se
dirige es peligrosa. Quizás te dejó pensar de esa manera de
para que no te aferraras a su recuerdo si algo malo le
sucedía, lo cual es lo más considerado que podría hacer un
hombre en su condición.
Ahora su corazón no solo latía de manera acelerada,
sino que todo su cuerpo temblaba mientras recordaba la
manera en la que la había mirado mientras bailaban en el
salón del rey. El cómo le hacía el amor. La forma en la que
se había arriesgado a que sus planes sufrieran un atraso al
traerla a Edenesburg para que pudieran descansar bajo un
techo durante la tormenta. Kendryck Sinclair le había dado
la impresión de que significaba más para él de lo que decía
y por ese mismo motivo a Lorna le había dolido tanto
pensar lo contrario.
Al darse cuenta de cuán estúpida había sido se detuvo.
—¿Cuál condición? —le preguntó al rey, temiendo su
pregunta.
—La de un guerrero highlander con un corazón
comprometido, por supuesto —le respondió dándose la
vuelta para regresar al interior de la fortaleza donde Lorna
lo siguió sin poder alcanzarlo debido a lo impresionada que
estaba con la manera en la que había cambiado su
perspectiva de la situación con una sola conversación—. Me
tomé la libertad de recoger a tu yegua de la posada y
ensillarla. Ella, junto con la persona que te acompañará a
Newcastle estará esperándote a la salida del castillo una
vez te cambies de ropa por algo más adecuado para el
viaje.
Ante sus palabras, Lorna corrió hacia él, estaba
confundida, entremetida en sentimientos mixtos, incluso las
piernas le temblaban un poco. Tenía culpa de haber
abandonado a su yegua en la posada sumándose al huracán
de sentimientos que se arremolinaban en su pecho, entre
ellos, el dolor que le ocasionaba no haber visto a Kendryck
más allá de la ira que le habían causado las palabras del
laird y no haberlo acompañado.
—¿Me estáis echando, su majestad?
Era la primera vez que Alejandro deseaba que alguien
que le agradaba estuviera fuera de uno de sus castillos y
también la primera vez que alguien a quién echaba le
preguntara si lo estaba haciendo, por lo que no pudo evitar
sonreír tras oír su voz suave dirigirse a él.
—Exactamente, sanadora, y tienes todo el día de hoy
para macharte en buenos términos. Si estás aquí mañana,
usaré la fuerza bruta y le diré a mis hombres que te saquen
de Edenesburg y te lleven esposada hasta Newcastle.
Dejándola con la palabra en la boca, el rey se unió a un
séquito de hombres que lo esperaba en el interior de la
fortaleza, por lo que Lorna tomó sus palabras como una
despedida. Ya que no le había dejado más opción, subió a
su habitación para cambiar su elaborado vestido rosa, uno
de los más hermosos que había visto; para entrar en un
sencillo modelo gris, con una capa oscura. No olvidó tomar
su bolso, el cual también contenía un cuchillo con el
emblema del clan Kerr que Murdock le había regalado.
Apretando el cordón de su bolso, recorrió el castillo en
dirección a su habitación. Debía echarle un último vistazo
antes de irse.
Sus hombros descendieron con alivio cuando entró en la
alcoba y no vio al laird en ella, sino a Sophie y a su hijo en
pie. Corrió por todo el sitio hasta llegar a su lado y lo
abrazó con felicidad. La llenaba de alegría ver lo rápido
que se había recuperado. Murdock le ofreció una sonrisa
pequeña y feliz que se desvaneció al ver su bolso colgado
en su hombro, pero nuevamente se ensanchó al darse
cuenta de que su sanadora, a quién había preocupado con
su situación, estaba haciendo caso a su corazón e iba a
dirigirse hacia lo que lo hacía feliz.
Lejos de los planes absurdos del laird de que se casara
con ella.
—Ten cuidado, sanadora —le dijo mientras besaba su
frente, puesto que a su edad ya era mucho más alto que
ella—. Mira sobre tu hombro hasta que te encuentres con
Kendryck Sinclair.
A pesar de que no había tenido la oportunidad de
conocerlo durante su estadía en la fortaleza, era consciente
de su reputación y de que la pelirroja estaría a salvo a su
lado. Sophie tomó su lugar cuando él terminó de abrazarla.
—Te debo mucho, Lorna, nunca podré pagártelo.
—Intentando convencer al laird de que alguien le hizo
esto a Murdock —le dijo ella, lo que hizo que las mejillas
del hijo del jefe del clan enrojecieran con vergüenza,
puesto que le apenaba sobremanera haberse refugiado en
ella en un momento de debilidad, pero tampoco podía
negar lo que dijo: estaba seguro de que habían intentado
matarlo—. Es necesario que comas y bebas agua con
regularidad para solventar la pérdida de sangre —le dijo al
hijo mientras se separaba de la madre—. Adiós, ha sido un
placer.
—Adiós, sanadora —dijeron ambos.
Tras asentir hacia ellos, se dio la vuelta y salió de la
habitación. Recorrió el castillo y se acercó a la salida
nuevamente feliz de no haberse cruzado con el laird Kerr o
algún otro noble odioso. Caminó al puente de piedra donde
su yegua la esperaba junto a otro caballo con su dueño
sobre él. Había pensado que Kendryck era el escocés más
arrogante de todos hasta su llegada a Edenesburg, pero en
aquel momento pensaba que quizá era el más humilde. Una
vez se montó sobre la silla, tomó las riendas y se giró para
enfrentar a su acompañante, una figura regordeta que
usaba una capa. Sus cejas se alzaron con sorpresa cuando
vio a Mary.
—Hola, Lorna —le dijo antes de coger las riendas de su
caballo y establecer un ritmo de trote bastante rápido fuera
de la fortaleza, el cual mantuvo aun al recorrer las calles de
Edenesburg.
Lorna la siguió sin poder contener una sonrisa en sus
labios. La mujer montaba a caballo como si fuera un
hombre. Al igual que ella, llevaba una capa con la que se
cubrió cuando la lluvia cayó sobre ellas de camino a
Inglaterra, en dónde supo que estaba apenas las humildes
casas de piedra y paja eran reemplazadas por
construcciones más compactas que exhibían el emblema
del señor al que sus habitantes servían.
O al menos ese era el caso del pueblo en el que se
detuvieron para comer. Lorna, a pesar de que no podía
dejar de pensar en Kendryck y en lo estúpida que se sentía
por no haberse dado cuenta de cuáles eran los verdaderos
sentimientos del guerrero, no pudo evitar reír cuando Mary
tomó un sorbo profundo de una jarra de cerveza que pidió
para acompañar la res que pidieron.
—Me afirmaste que servías a la familia real desde que
naciste —le recriminó con una sonrisa—. Me engañaste,
Mary. Eres mucho más que eso.
Ella se encogió de hombros.
—Te dije que les había servido desde que nací, pero no
cómo —le respondió con una sonrisa mientras cortaba pan
—. Soy parte, por así decirlo, del círculo de confianza del
rey. Me asigna misiones que no confía a cualquiera debido
a su importancia.
—¿Por eso sabes cómo llegar a Inglaterra?
Mary afirmó.
—Así es. No eres la primera cosa, o persona, que cruzo
por la frontera, por estas zonas hay mucho bandido suelto
—le respondió con expresión seria y orgullosa, lo que
inspiró respeto en ella hacia la mujer junto a la que se
encontraba.
Al igual que Lorna, era humilde acerca de sus
capacidades.
Tras terminar de comer, le hizo la pregunta que había
temido hacerle desde que salieron del castillo de
Edenesburg. Podía sentir los ojos de todos los ingleses en la
taberna sobre ella, puesto que su cabello rojo y salvaje
llamaba la atención y sus ojos profundos y negros
disfrazaban su cara de tristeza, como la de alguien que
necesitase compañía debido a un dolor insufrible. Pero
Lorna estaba acostumbrada a la atención no deseada y a
las miradas malintencionadas, por lo que mantuvo el
mentón en alto a pesar de la acusación en sus ojos.
—¿Crees que Kendryck estará bien, Mary? ¿Crees que
habrá llegado con éxito a Newcastle? —preguntó, pues era
inevitable que el guerrero Sinclair llamara la atención,
incluso mucho más que Lorna. Por mucho pantalón que
llevase.
Aunque se afeitara tanto la barba como la melena, lo
que Lorna había hecho por él, seguía siendo una amenaza
andante con su profundo acento escocés. Si llegaba a
Newcastle sería por su inusual apariencia atemorizante, en
la cual Lorna no podía dejar de pensar tampoco una vez
vino a su mente. Su highlander era todo un caballero a
pesar de su apariencia. Sus facciones angulosas y su
mandíbula cuadrada. Su piel pálida que nunca se
bronceaba. Sus ojos azules y profundos, los cuales bien
pudo heredar de su padre y que contenían un montón de
secretos.
Mary, al ver genuina preocupación en su rostro,
extendió la mano por encima de la mesa para apretar la
suya. Un día, años atrás, había estado en la misma posición
en la que ella se encontraba ahora, solo que en su caso
estaba preocupada por el caballero del que se había
enamorado y que ahora era su esposo.
Mary habría podido dejar su oficio apenas se casó con
él, pero la vida no hubiera sido tan aventurera y divertida
como lo había sido. Había tenido hijos con él y cumplido
sus labores como mujer, pero también había sido participe
de otras actividades para ayudar a su rey y a Escocia y no
se arrepentía de no haberlo abandonado.
Por esa misma razón admiraba tanto a Lorna, pues no
era como las otras muchachas de la corte. A pesar de que
su futuro como la esposa de alguien importante estaba
escrito, no parecía reacia a abandonar su labor como
curandera.
—Es de Kendryck Sinclair de quién estamos hablando,
Lorna, y de su padre. Un hombre como él hace hasta lo
imposible por las personas que ama —le dijo con tono
suave—. Al igual que una mujer como tú.
CAPÍTULO TRECE

Cuatro días después


 

Kendryck había llegado a Newcastle la noche anterior. Se


alojaba en una posada en Heaton a las afueras de las
imponentes murallas que rodeaban la ciudad y las tierras
del lord. La razón principal por la que no se había
adentrado en ellas aún era simple: no quería que nadie,
inclusive si era inglés saliera herido. Algo de su tío le había
transmitido mientras lo criaba. A pesar de que había
asesinado al laird Fletcher, acabar con la vida de hombres
sin previo aviso no era su estilo. En cambio, Colby
Oldcoates, el cual ya intuía que tarde o temprano iría por
él, mantenía la muralla de su fortaleza bien protegida. Y
con eso se dio cuenta de lo mucho que el lord lo temía.
Oldcoates había pasado veinticinco años con miedo en la
cabeza.

Una semana después


Kendryck se alejó de la ventana desde donde veía los
caballos ir y venir; se dirigió a la cama y peló una manzana
con un cuchillo, lo cual le hizo sonreír al recordar a
Spencer. Había estado esperando al momento oportuno y
ya lo tenía, había hablado con los dueños de la posada y se
había enterado de que esa misma noche en el castillo, el
lord iba a celebrar una fiesta en honor al cumpleaños de su
sobrino. Había invitado a varios clanes escoceses
fronterizos con los que pretendía establecer relaciones
comerciales. Por lo que toda esa gente le ayudaría a
camuflarse.
A Kendryck le causaba satisfacción el intuir que el lord
no sabría que se encontraba frente a la muerte hasta que
fuera demasiado tarde. Pretendía matarlo después de la
fiesta. Antes, sin embargo, debía aprovechar la distracción
para sacar a su padre de ahí. Si es que de verdad estaba
vivo.
Soltó un suspiro de desasosiego mientras la dificultad de
la situación espesaba el aire en sus pulmones. También
mientras su mente y corazón iban a la pelirroja que había
dejado atrás. Odiaba el haberla abandonado con esa
percepción tan lamentable de él, pero había sido necesario.
Los ataba una fuerza que apenas Kendryck comprendía. No
quería que ella renunciara a un futuro brillante en el caso
de que él no tuviera uno, además de que también se había
ido para protegerla. Estaba más a salvo en Edenesburg que
ahí, en medio del peligro con él.
Cuando empezó a atardecer se dio un baño y se afeitó la
barba nuevamente antes de entrar en un par de pantalones
oscuros y una camisa de lana. También cogió una capa de
piel y la colocó sobre sus anchos hombros. Por mucho que
odiase dejar su Claymore atrás, tomó una pequeña espada
que consiguió de un herrero nada más pisar Inglaterra.
También llevaba su inseparable arco y unas cuantas flechas
que él mismo se había encargado de afilar. Antes de salir
de su habitación, se echó un vistazo en el reflejo de una
enorme pieza de latón y asintió conforme esperando que de
verdad nadie lo reconociera.
Al verse esa noche, vestido como un inglés en tierras
inglesas, no pudo evitar pensar en aquella madre que no
conoció, de la que había heredado su sangre inglesa y tal
vez esa sed de conocimientos. En el trascurso de los años,
Kendryck apenas había notado el vacío de la ausencia de
una madre, su tía Engla se había esforzado por llenar ese
hueco. Pero con su tío siempre mostró resistencia, de ahí
que en el mismo momento en que casi se encontraba tan
cerca la oportunidad de recuperar a su padre, casi no
pudiera controlar la excitación.
Por otra parte, estaba Lorna, tenía que lograr su
cometido, salir indemne y regresar a por ella; se sentía
afortunado de al menos contar con una pequeña posibilidad
de formar su propia familia y que ella también lo hiciera a
su lado, se había criado prácticamente sola en esa cabaña
en el bosque. Mientras galopaba en el caballo que el rey
escocés le había dado de camino a las murallas, su corazón
ardió dentro de su pecho, estremeciéndose, mientras se
dirigía a la fortaleza de Oldcoates, la posibilidad de que
Lorna no lo perdonara lo tenía inquieto.
A diferencia de las anteriores mujeres con las que había
estado antes, estaba seguro de que no habría podido
impedir un embarazo, por lo que Lorna podía estar
esperando a su hijo después de tres encuentros. Al pensar
en eso apretó con más fuerza las riendas de su caballo
mientras se permitía sentir felicidad por un momento. La
idea de su ninfa cargando con su heredero lo llenaba de
calidez por dentro, pero también le daba otro motivo por el
cual lucharía por salir vivo de esto.
Ya no solo era un deseo, sino una necesidad.
Si había algo que hiciera hervir más su sangre que la
idea de Lorna estando con otro hombre, era la idea de otro
hombre criando a su hijo o hija. No podía permitírselo. No
podía permitir que el fruto de la mágica conexión que
habían compartido fuera cuidado por alguien que no fuera
él. No quería que pasara por lo mismo por lo que Lorna y él
habían pasado. Tendría un padre protector y una madre
amorosa, pero para eso tenía que recuperar a su propio
padre primero. Kendryck nunca se lo perdonaría de no
hacerlo. Era la llamada de la sangre.
Al detenerse frente a la fortaleza de Newcastle, la cual
estaba hecha de cuatro pisos de piedra maciza y oscura
repleta de maleza, se tomó un momento para mirar de
cerca la construcción. Al igual que en el castillo de
Edenesburg, solo se podía acceder a ella a través de un
puente o de la entrada del servicio en la parte posterior del
castillo. Kendryck ató el caballo oscuro que el rey le había
dado junto a los otros equinos y lo desmontó de un salto.
Los hombres y mujeres a su alrededor no pudieron evitar
mirarlo de reojo, impresionados con su tamaño y con el
aura que transmitía. Tras abrirse paso a la fortaleza con
absurda sencillez, pasó entre los invitados para dirigirse a
la mesa de bebidas. Al cabo de una hora, finalmente, se
topó de cara al lord de Newcastle. Se trataba de un hombre
con calvicie prematura, de unos cuarenta y cinco años. Si
no calculaba mal, Oldcoates había participado en la batalla
de Argyll con apenas veinte años, por lo que ya debía
empezar a mostrar signos de vejez. No obstante, su
complexión era la de un guerrero en alta forma.
Estaba hablando con un grupo de hombres de similar
tamaño en ese momento. Kendryck alzó la copa con la que
bebía vino hacia él cuando lo vio y sin saber que se trataba
de su ejecutor, Oldcoates hizo lo mismo. Oldcoates se
encontraba distraído y un tanto ebrio para la temprana
hora.
Además de un tamaño casi igual de intimidante, el inglés
tenía el rostro lleno de cicatrices. Su expresión era cruel,
sin embargo, por alguna razón no causaba el mismo
impacto que Kendryck y en absoluto se sintió en
desventaja.
Oldcoates bebió hasta que sus sentidos empezaron a
enmudecer y terminó por acercarse hasta donde el escocés
aguardaba. Kendryck se recordó a sí mismo moderar su
acento antes de abrir la boca, no era tiempo de que su
procedencia de las Tierras Altas se descubriera todavía.
—Milord —dijo cuando el hombre se posicionó frente a
él, arrastrando las palabras como si también estuviese
completamente ebrio.
Debido a ello su procedencia escocesa fue todavía más
pasada por alto. Rara vez se entendía lo que los ebrios
decían.
—Caballero —respondió Oldcoates—. ¿Por qué, con
vuestra constitución, nunca os he visto entre mis hombres?
—le preguntó con una irritante mirada marrón bañada en
sed y ansias de sangre; así vivía, buscando guerra—. Sería
bueno generando miedo entre los escoceses. Hasta el más
grande de mis hombres sentiría respeto por vos. Seáis
quién seáis, es un desperdicio para Inglaterra si no trabaja
para mí. Le pagaría muy bien.
Kendryck consiguió manejar su autocontrol para no
agarrarlo por la cabeza y aplastarla contra la pared de
piedra hasta que simplemente sus sesos bañaran su mano.
Temblando, se forzó a sí mismo a sonreír, puesto que eso
era lo que el lord esperaba que hiciera tras escucharlo
hablar de él de esa manera. Se suponía que debía sentirse
halagado.
—Eso es porque no soy un guerrero, señor. —
Nuevamente arrastró las palabras al hablar. Inclinándose
hacia él como si fuera a contarle un secreto, jugó su mejor
carta para entrar a la mazmorra—. Soy hijo de un verdugo,
pero me temo que no tengo un nombre para darle.
Manzana es mi apodo.
La mirada en el rostro del lord no hizo más que llenarse
con absoluta fascinación ante las palabras del tal Manzana.
Si había algo mejor que un guerrero para él, era un
verdugo. Tenía un montón de prisioneros en las mazmorras
subterráneas de su fortaleza a los cuales torturaba
asiduamente intentando obtener información sobre las
debilidades de los clanes escoceses que más ansiaba
derrotar. Tras inclinar la cabeza a un lado, lo que Kendryck
interpretó como una invitación a que lo siguiera, el lord de
Newcastle también captó la atención de sus amigos más
cercanos, algunos de los cuales no compartían la misma
paranoia sobre los ataques de escoceses y el supuesto
complot para tomar Newcastle sobre el cual Oldcoates
argumentaba sus acciones.
Descendió sin esperar a que lo siguiera por unas
discretas escaleras que conducían a sus mazmorras
privadas. Estas se encontraban alumbradas con antorchas.
Kendryck se estremeció al oír el llanto y los gritos de los
prisioneros en sus celdas, de algunas, sin embargo,
provenía solamente el silencio. Su corazón se detuvo en el
interior de su pecho cuando se detuvieron frente a la última
jaula de piedra y barrotes de hierro y el hombre en su
interior se levantó del camastro hecho de piedra en el que
se encontraba. A pesar de todas las heridas y cicatrices en
su torso desnudo, su semblante guerrero y su físico de
igual aspecto eran indiscutibles. La viva imagen de su tío
Nechtan: Lachlan Sinclair se puso en pie, se dirigió hacia él
y le mantuvo la mirada. Aunque no sabía que se encontraba
frente a su hijo, sabía que el hombre frente a él era
escocés. Olía a tierra, al fango de las Tierras Altas… y a
libertad. Y esos ojos azules... ¿acaso sería...?
Permitiéndose sentir esperanza, no lo delató.
—Lord —gruñó en dirección a Oldcoates —¿Traéis a
alguien más para que haga vuestro trabajo? Os hacéis
viejo.
Lachlan Sinclair podría haber estado preso veinticinco
años, pero se había mantenido fuerte y orgulloso. Había
entrenado todo lo que el espacio de la celda le había
permitido, y Kendryck estaba seguro de que sería capaz de
empuñar una de sus espadas Claymore sin titubear. Sin
embargo, no tenía modo de hacerle saber a su padre que
estaba ahí para salvarlo. Las mazmorras de Colby
Oldcoates estaban custodiadas por más hombres de los que
Kendryck podría enfrentar.
—Me fascina que no pierdas tu sentido del humor,
Sinclair. —En lugar de lucir molesto con sus palabras,
Oldcoates soltó una carcajada mientras asentía. Por más
insano que eso sonara, se había apegado a Lachlan después
de recurrir a él para apaciguar su ira a lo largo de todos los
años. La razón por la que no lo había matado todavía era
sencilla, sabía que era importante para muchos. Era su As
bajo la manga. Si alguna vez Newcastle estuviera al borde
del asedio... lo usaría como moneda de cambio.
Kendryck no salía de su estupor, había dejado de
respirar con normalidad al verlo, al entender que se trataba
de su padre… Aun con el cuerpo mancillado solo podía
sentir admiración y un profundo respeto por él.
Oldcoates ordenó que abrieran la oscura y hedionda
celda y de inmediato tiró de uno de los brazos de Lachlan y
empezó a arrastrarlo a un espacio más allá de los calabozos
individuales y ordenó a otros de los hombres que se
encargaran de sujetarlo bien. Lachlan se dirigió de manera
casi voluntaria a las cadenas que colgaban del techo de
piedra para que ataran sus manos a ellas ya estaba
acostumbrado.
A Kendryck se le rompió el corazón cuando vio su
espalda llena de marcas, ampollas y cortes. Una vez más,
agradeció profundamente el no haber traído a su tío
Nechtan con él. Ni a Lorna. Además de que sacar a su
padre del castillo era una misión casi suicida, de morir
preferiría que lo recordaran como el guerrero que había
sido. Tras aceptar las varas espinosas y hierros forjados
que Oldcoates le tendió, se tragó el nudo en su garganta y
se acercó a su padre lentamente, calculando sus próximos
pasos.
—Muéstrame tu valía, Manzana. Este es mi prisionero
más preciado. Solo te pediré que no lo mates, pero haz que
ruegue por su vida. Tortúralo.
CAPÍTULO CATORCE

Lachlan era un hombre sin escapatoria; un valiente que una


vez había dado todo por su pueblo, incluso más que su vida
porque entre estar en las mazmorras de Oldcoates y estar
muerto, tal vez muchos preferirían lo último. Estar muertos
resultaba mucho más alentador que vivir entre dolor y
soledad. No obstante, Lachlan nunca había perdido la
esperanza de poder matar a Colby Oldcoates en un despiste
de este. Aún había fuerza en esos brazos, sí.
Ahogándose en las náuseas y despreciándose a sí
mismo, Kendryck azotó a su padre unas cuantas veces
hasta hacerlo sangrar ante la mirada divertida y placentera
del lord. Cuando su padre se desmayó, el sádico captor hizo
una seña a sus amigos para que lo devolvieran a su celda.
Para entonces, no solo el corazón de Kendryck, sino
también su alma, estaban destrozados.
Había torturado a su padre, al legendario Lachlan
Sinclair.
Porque era necesario para ganar la confianza de su
carcelero.
—Aquí, donde puedes ver, mi apreciado nuevo verdugo,
este hombre es un noble escocés de las Highlands. Se le
acusa de haber violado a mi hermana pequeña, además de
haber tenido tratos con vikingos; enemigos de la corona
inglesa. Tomó posesión de Argyll tras aprovechar una
revuelta e intentó establecer lazos con el Clan Sinclair, un
clan sospechoso de albergar vikingos entre sus nobles.
Como puedes comprobar, es una escoria a la que debería
haber ejecutado años atrás, pero será mi moneda de
salvación cuando los escoceses se agrupen y ataquen
Newcastle. Sé que pasará tarde o temprano. Nuestro rey,
Enrique III está dispuesto a ceder estas tierras. Pero yo no.
De alguna manera, Kendryck pudo ocultar sus náuseas,
antes de dirigirse nuevamente al lord. Toda esa explicación
resultaba absurda y retorcida. Sus posibles palabras en
respuesta fueron interrumpidas por la presencia de
alguien… alguien extremadamente similar a sí mismo. La
sorpresa fue mayúscula a la par que inverosímil. Se trataba
de un hombre ancho de hombros un poco más bajo, pero
con sus mismas facciones. Solo el tono azul de sus ojos era
ligeramente distinto y la estructura un tanto más estilizada.
Significativamente menos imponente… Por algún motivo la
sensación de que lo había visto alguna vez lo asaltó y no
tenía ni idea de por qué.
—Manzana, este es mi sobrino, el heredero del Señorío
de Newcastle, Randall Oldcoates.
Sin ninguna formalidad extra, los presentó. Seguía
extasiado por ser espectador de la última tortura. Su nuevo
verdugo le gustaba mucho y esperaba que no despreciara
trabajar para él. De lo contrario, ya buscaría la forma de
obligarlo.
—Al igual que yo, odia todo lo que tiene que ver con
Escocia. Un detalle divertido teniendo en cuenta que somos
los anfitriones de esta celebración en la que hay escoceses
invitados, pero la verdad es que todo se trata de una
estrategia comercial.
Frente a Randall y sin poder dejar de mirarlo, Kendryck
asintió. Randall tampoco podía parar de mirar al verdugo
que esa noche había torturado a Lachlan Sinclair, el
escocés que había violado a su madre y matado a su padre
y a su hermano mellizo. Conocía a todo el mundo en
Newcastle. Nunca lo había visto por sus tierras. Pero
juraba que lo recordaba de algo.
—Será un honor serviros —dijo Kendryck antes de
rodearlo y ascender por las escaleras. Su pecho se
encontraba enmudecido ante todas las impresiones que se
había llevado a lo largo de la noche, pero que todavía no
habían terminado, pues el universo había decidido que tras
comprobar con sus propios ojos que su padre estaba vivo,
verlo, y empezar sospechar por algún motivo, que tenía un
hermano, no era suficiente.
La calamidad lo persiguió hasta el jardín de rosas
marchitas en el que se refugió para tomar aire. Lejos de
todo el gentío y del lord malévolo. ¿Hasta qué punto era
posible que su padre hubiera tenido otro hijo y él nunca lo
hubiera sabido? ¿Y por qué este, con los años, no se había
dado cuenta de su parecido con el prisionero?
Quería saber por qué su padre tampoco se había
pronunciado al respecto. Era obvio que Randall era su
hermano. Y también, que ambos eran hijos de Lachlan
Sinclair. Eran tan similares y Escocia estaba tanto en sus
rasgos, como Inglaterra lo estaba en los suyos. Y mientras
él había sido criado por un buen hombre, por su tío, su
hermano había sido educado por un monstruo.
Buscando explicaciones en su interior sin encontrar una
sola respuesta, Spencer apareció en escena, caminaba
lento pero erguido; Kendryck no terminaba de asimilar los
duros tragos amargos y la desconcertante sorpresa cuando
apareció el pirata sin que aparentara serlo: su
indumentaria no era la habitual. Vestía como un noble,
actuaba como un noble, mientras a pasos concisos se
acercaba hasta donde el highlander permanecía pasmado.
Poco en la vida lo hacía impresionaba, pero esto era
demasiado. Solo faltaba que en un acto demencial como los
que desplegaba Spencer, echara por la borda sus planes
que, además, no lograba concretar.
¿Qué demonios hacía ahí el loco que lo apodaba fruta?
—Soy Spencer Oldcoates. Tío paterno del monstruo al
que acabas de conocer. Lleva toda la vida enviándome a
misiones por toda Escocia intentando encontrarte, fruta.
Pero esperé a que fueras un guerrero formado para traerte
hasta aquí y que librases esta fortaleza del tarado de mi
sobrino.
Kendryck enfureció. Spencer no solo le había mentido y
había usado un truco muy sucio para llevarle hasta
Newcastle, sino que toda su vida pudo haberse comunicado
con cualquier miembro del clan Sinclair para dar la noticia
y que su padre pudiera haber sido rescatado. Sin
pensárselo dos veces, embistió al anciano, tirándolo al
suelo y colocó su puñal en su cuello.
—¿Y te hace digno haber tenido a un hombre veinticinco
años preso y siendo torturado, Spencer? —Apretó un poco
más el puñal—. ¡Responde!
Kendryck se encontraba tan lleno de furia que no
contempló la idea de que podrían sorprenderlo sometiendo
a un miembro importante del clan donde él se encontraba
para hacer justicia, y que tal vez sus métodos no iban a ser
precisamente apreciados. De todas formas, no podía
contenerse. Se trataba de su padre. De los terribles actos
que cometieron en su contra y que el desequilibrado
anciano, parecía tomarlos a la ligera pues en su rostro no
se desplegaban otros sentimientos. Lo curioso era que ni
siquiera sintió miedo de ponerse al descubierto de esa
forma tan descarada.
—¿Y provocar una guerra? La fruta está loca —balbuceó
como si le hablara a la nada—. Había que esperar a que mi
sobrino estuviese aún más trastornado y debilitado. No
olvides que Newcastle lleva siendo objetivo escocés desde
hace décadas, su propia paranoia es su punto débil. Lleva
preparándose toda la vida para tu visita, ¡y te ha tenido
delante y no te ha visto! ¿No crees que eso ha sido
maravilloso, fruta?
Para el escocés todo ese embrollo era de todo menos
maravilloso. Se sentía hirviendo por dentro. Pero como él
era un guerrero educado en la inteligencia, miró hacia
ambos lados para cerciorarse que nadie los observaba y al
comprobar que no había nadie alrededor, lo presionó un
poco más sobre la hierba y solo entonces lo ayudó a
colocarse de nuevo en pie de un modo bastante descortés.
—¡Maldición! Podríamos haber hecho algo —Kendryck
se recolocó las ropas y Spencer se sacudió el polvo al
mismo tiempo que se acarició la garganta. También suspiró
hondo, un poco más y lo hubiera matado antes de lograr su
cometido—. Mi tío, mi tía... mi otro tío el vikingo...
¡Habríamos hecho todo lo posible para salvar a mi padre
con honores! No tendría que haber pasado por esto ni yo
tendría que haberme sentido solo toda la vida.
Comenzando a llorar, Kendryck hincó una rodilla y dio
un fuerte puñetazo al suelo que hizo que sus nudillos
comenzaran a sangrar. En el fondo sabía que, si su tío
Nechtan se hubiera enterado del paradero de su hermano,
habría habido un gran derramamiento de sangre. Y aunque
Kendryck estaba entrenado para aceptar ese tipo de
situaciones, también pensaba en los niños que, al igual que
él, hubieran perdido a sus progenitores, sin tener tanta
suerte de pertenecer a una familia de la nobleza.
Soltó unas cuantas lágrimas llenas de frustración ante la
mirada atónita del pirata, o falso pirata. Kendryck no tardó
en recomponerse, alzó su enorme altura y se situó a dos
palmos de Spencer exigiéndole respuestas; y más le valía
hacerlo rápido si no quería acabar muerto detrás de los
arbustos que se divisaban más allá.
—¿Por qué mi hermano terminó siendo familiar de
Oldcoates? ¿Cuándo nació él?
—Tu madre también era mi sobrina —Spencer giró los
ojos como si las noticas que recién daba fueran una
estúpida obviedad—. Una joven de diecinueve años que,
según mi familia, cometió el error de enamorarse de tu
padre. Lamentablemente, un embarazo múltiple era difícil
de atender y murió en el parto. Yo quise entregaros a los
dos al clan Sinclair. Te juró que lo intenté, estaba oculto,
camuflado entre los hombres de tu clan, me conocieron
como Jarith; pero Colby no puede tener hijos por sí mismo y
con su muerte, el terror se acabaría. ¿Comprendes?
Lamentablemente, los hombres de Colby interceptaron a
Randall, pero no consiguieron hacerse contigo. Yo te
protegí. Tu hermano ha crecido pensando que Lachlan
Sinclair violó a su madre, mató a su verdadero padre y a su
hermano mellizo.
La garganta de Kendryck, se cerró cuando soltó las
siguientes palabras. Se sentía a punto de desfallecer.
—Mi hermano… ¿él no sabe quién es su verdadero
padre?... ¿Me estás tratando de decir que mi tío Nechtan
siempre estuvo al tanto de que fuimos dos?
Spencer negó.
—Creo... —Un sollozo escapó de los labios de Kendryck,
comenzaba a odiar que el desequilibrado que tenía
enfrente hiciera tantas pausas para hablar. Presentía que
se le estaba acabando el tiempo, pero no movería un paso
más hasta descubrir sus orígenes y los de su mellizo—.
Creo que en el fondo lo sabe, pero se niega a verlo, está tan
convencido de que Lachlan Sinclair dañó a su madre que se
niega a aceptar lo evidente… Y sobre lo otro, te aseguró
que Nechtan no sabe nada de esto, vosotros nacisteis en
una noche de tragedia sangrienta y solo pude proteger a
uno de los críos, el cual resultaste ser tú.
Ante las palabras de Spencer, Kendryck se alejó de él
como si el hecho de estar cerca lo incendiara por dentro.
Aunque debería estar maravillado y feliz con el hecho de
que su padre siguiera con vida, no podía soportar la
cobardía de Spencer. No cuando había permitido que
Oldcoates creyera que tuviera tanto poder sobre ellos, que
criara a su hermano como uno de los suyos y que rebajara a
su padre a una simple escoria.
En este momento, Spencer le recordaba al laird
Fletcher, quién propiciaba el sufrimiento de su gente y
apaciguaba su miedo al brindarles la falsa sensación de
seguridad. Hubiera preferido que su familia luchara y
permaneciera junta en lugar de como lo había hecho. Una
simple confesión por parte de «Jarith» habría cambiado
toda su vida. Pero también habría causado una terrible
guerra. No sabía cómo sentirse.
—Has permitido que mi padre sea visto como un
violador por su propio hijo, ¡has permitido que el mismo
hombre que lo ha tenido prisionero toda la vida, mancille la
mente de mi hermano! ¡¿Y todo para qué?! ¿Para acabar
con su legado? Sea cual sea el motivo, no ha valido la pena
porque nos ha destruido a todos. Tú me salvaste, pero eso
no te hace digno. Entérate que tus acciones posteriores son
igual de deplorables. Sigues sirviendo a un monstruo que
es conocido por capturar escoceses y alimentar con su
carne a sus perros, mi padre muy bien podría preferir estar
muerto, mi hermano podría ser igual que Colby. Y yo… yo…
yo ni siquiera sé quién soy.
Spencer entró en un estado catatónico ante la cruel pero
cierta verborrea dirigida en su contra. Aunque debía
reaccionar y prepararse para seguir incrementando la furia
del escocés al ver que las venas del rostro, del cuello y de
los brazos, cada vez se exaltaban más y más.
—Eres Kendryck Sinclair —le dijo con el rostro oculto
tras sus manos—. Hijo del laird Sinclair de Argyll y de la
única hija mujer y más preciado tesoro del anterior lord de
Newcastle: Hilda Oldcoates. Criado y preparado por
Nechtan Sinclair en Caithness para ser el legítimo
heredero del Señorío de Newcastle.
Kendryck retrocedió ante la mención de su tío.
Su traición era lo último que necesitaba para
desmoronarse.
—Acabas de decirme que Nechtan no sabía nada de
esto…
Spencer negó otra vez. Simplemente la situación iba
más allá.
—No sabe que tu padre está vivo, ni quién era yo en
realidad, hablo de Jarith, fruta, ni de la existencia de tu
hermano ya que está enterado. Te lo repito para que no te
quede duda. Pero sí supo que Argyll te pertenecía por
derecho propio. Si no te lo dijo, probablemente fue porque
nunca mostraste intenciones de ser un líder o de buscar
venganza. Y eso, Kendryck Sinclair, es exactamente lo que
te hace perfecto para esto. Laird de Argyll y de Newcastle,
el futuro líder de una Escocia libre.
—¿Qué le va a importar a un inglés eso? ¿Acaso quieres
que un highlander gobierne tus tierras?
—Inglés, escocés, irlandés... todo eso da igual... esta isla
necesita un líder preparado y humilde.
Tras decir esto, tras hablarle como si estuviera en su
derecho de pedirle algo, retrocedió y se internó en la
fortaleza. Kendryck lo vio partir como si hubieran clavado
un puñal invisible en su pecho. A duras penas logró
montarse en su caballo y dirigirse a la posada.
Había visto a su padre.
Lo había torturado.
Había descubierto que tenía un hermano, quién
probablemente era tan malo como su tutor, pero, aun así,
era de su sangre y que el pirata era su tío abuelo. Le había
dicho que esperaba que reclamara un señorío inglés para el
que no había sido educado. En todo caso podría ser un
laird, pero no un lord inglés. Nunca podría ocupar el puesto
que dejaría el hombre que tanto daño le había hecho a las
personas que amaba. Hombre que pretendía matar.
Al volver a la posada, sin embargo, todo su cuerpo
temblaba y se llevó otra impresión al encontrar a Lorna
esperándolo en su habitación. Esta se dio la vuelta hacia él
al sentir su presencia, se encontraba contemplando la
fortaleza.
—Kendryck…
—Lorna…
Sin detenerse si quiera a pensar en por qué lo había
seguido o cómo lo había encontrado en una ciudad que les
era desconocida a ambos, se fundieron en un profundo
abrazo en el que ella entendió, sin palabras, que el
guerrero se encontraba roto y desconsolado.
Y Lorna necesitaba hacer lo que se le daba mejor.
Sanarlo.
CAPÍTULO QUINCE

Aunque Lorna no tenía más experiencia con los hombres de


la que había vivido con Kendryck, supo que esta vez era
diferente a todas las demás en el momento en el que el
guerrero dejó de abrazarla para inclinar la cabeza hacia
ella y besarla con profunda veneración. Su hombre la
necesitaba y ella a él. Entre caricias lejos de la
desesperación entre quienes se ansían con locura, Lorna se
deshizo del nudo de su capa y la dejó caer al suelo
arremolinada a sus pies. Luego alzó los brazos para que
fuera Kendryck quién la liberara de su vestido y se quitó las
botas con sus propios pies mientras ella lo desnudaba. Una
vez se encontraron en la cama, se dejó hacer mientras el
highlander recorría cada centímetro de su piel con sus
labios.
En su mundo, el cual se estaba desmoronando debido a
las mentiras, la sanadora a la que adoraba con sus manos y
sus labios era lo único seguro que tenía. Lorna, quien lo
había visto galopar en la distancia cuando se retiró del
castillo del rey, la que había sabido que algo malo había
sucedido apenas lo había visto.
Pero ese no era el momento para hablar, sino para
decirse sin palabras lo que cada uno de los dos sentía. Era
el lenguaje de los toques y caricias lo importante en
aquellos aposentos. Todo en Kendryck ardió cuando
permitió que su ninfa le devolviera el favor, adorando de
igual manera cada centímetro de su cuerpo con sus labios,
incluyendo su miembro. Siseó entre dientes al sentir su
lengua sobre su sensible masculinidad, pero no la detuvo
hasta que esta hubo saciado su curiosidad acerca de su
sabor. Una vez se encontró ante ella, juntó sus labios sobre
los suyos mientras la recostaba suavemente contra el
colchón y se perdió en sus ojos a la par que su mano viajó
para situarse en el punto en el que se conectaban. Tomando
sus pliegues entre sus dedos, los abrió y se adentró en ella
suave, pero profundamente. Inició un bombeo constante y
repetitivo, pero no dejó de besarla en ningún momento,
hinchando sus labios, y Lorna no apartó las manos de su
espalda enredando sus piernas alrededor de su cadera.
Ambos culminaron al mismo tiempo en una conexión
total y absoluta, como si estuvieran sincronizados. Se giró
para que ella reposara encima de él y los cubrió con una
confortable manta de piel. Mientras trazaba círculos con
sus dedos en la piel del brazo de su amante, Kendryck le
habló de todo lo que había descubierto, al mismo tiempo
que presionaba sus labios contra la cima de su cabeza. No
quería dejar de sentirla, sin embargo, tampoco le dijo que
la amaba porque no se creía en la capacidad de soportar
más emociones intensas esa noche, pero lo haría tan pronto
como surgiera la oportunidad perfecta. Esa promesa surgió
en su pecho para sí mismo y como que se llamaba
Kendryck, que la iba a cumplir.
Y no solo eso, tan pronto como tuviera a su padre
consigo y hubiera resuelto el lío en el que Spencer y
Oldcoates los habían metido a él, a su padre y a su
hermano, se casaría con su ninfa. De eso no había duda.
Cuando terminó de resumirle lo que había sucedido,
Lorna lo miró con la frente arrugada. Sus mejillas estaban
pálidas. No podía creer lo que le decía.
—Mi madre… ella presenció tu nacimiento... Nunca supe
que fueron dos bebés.
Kendryck asintió.
—Sé que nunca me lo habrías ocultado. No dudé de ti,
ninfa.
—Jamás... yo te amo. Y pienso que es tu oportunidad
para ocupar el lugar que te mereces.
—Yo solo quiero volver a casa, con mi padre y contigo.
Mi hermano puede hacer lo que quiera con su vida de
mentira.
Kendryck no pudo evitar el impulso de besarla otra vez,
muchas veces, estaría haciéndolo toda la vida, aun
sabiendo que había interrumpido sus palabras.
Lorna, sin embargo, no se dejó llevar por ello y lo apartó
para decirle lo que tenía atravesado en su pecho.
—¿Por qué elegiste ese lugar de todo Argyll, para atar a
Spencer si no se encontraba tan cerca de la fortaleza del
laird?
Kendryck frunció el ceño.
—No lo sé, solo me dirigí ahí y…
—A pesar de que viajaste a Argyll algunas veces, ¿cómo
pudiste encontrarlo tan rápido entrada la noche? —
Kendryck se preocupó al ver las lágrimas descendiendo por
sus mejillas—. ¿Su localización en un bosque en el que
llevabas años sin estar, highlander?
—No lo sé, Lorna —respondió con voz ronca—. No lo sé,
pero lo que sea que haya sido… lo agradezco. Me llevó a ti
y doy las gracias por ello.
Lorna negó.
—Kendryck. Viniste a mí porque nuestros destinos están
entrelazados. —Tragó mientras lo veía—. Las casualidades
no existen. Estás destinado a esto. Lo llevas deseando toda
tu vida, algo te impulsó a marcharte de Caithness... era la
voz del porvenir.
—Lorna…
—Estabas obligado a cruzarte con esta bruja —Lorna se
incorporó para separarse un poco de la bruma que oprimía
su alma—. Yo te di la fuerza que necesitabas para culminar
tu misión y reclamar lo que es tuyo.
—No eres una bruja —le dijo cuando los hombros de
esta se hundieron, estrechándola con fuerza contra sí, no
quería separase de ella un solo milímetro—. Eres una
sanadora. La mujer que me salvó más de una vez. No te
menosprecies así.
Lorna se dejó abrazar por él bajo la penumbra de la luz
de la luna y de las velas, pero continuó negando
vehementemente con la cabeza.
—Soy una bruja, Kendryck Sinclair, te guste o no. La
prueba de ello es que aún estés conmigo —le dijo con plena
convicción, con su mentón en alto—. Y por primera vez
desde que tengo memoria no me siento avergonzada de
ello. Fue la herencia de mi madre y de mi padre, la caótica
unión de sus sangres lo que me llevó a ti. No me arrepiento
de haber nacido y crecido para que se cumpliera nuestro
destino. Al igual que tú te dejaste llevar al ser conducido
hasta mí, ahora que he estado fuera de Argyll me doy
cuenta de que no es tan malo como parece. Si no me fui de
ahí antes, fue por ti. —Kendryck se quedó sin aliento
cuando se giró hacia él y tomó su rostro entre sus manos,
sentir su cuerpo desnudo era gloria y paz—. Pasé toda mi
vida en esa cabaña esperándote. Todo lo que he vivido y
aprendido hasta entonces ha tenido un solo motivo… tú,
Kendryck Sinclair. No solo somos una parada en el camino
del otro. —Lo besó, atrapó sus labios con coraje envueltos
en amor y adoración. En absoluto se cansaría de esa mujer
que jugueteaba con su lengua para luego dejarlo con ganas
de continuar porque parecía que necesitaba decirle más—.
Tú eres mi destino, sea donde sea que el tuyo nos lleve,
highlander. Soy tuya. Y todo esto es nuestro.
Tras varios minutos sin reaccionar, Kendryck le devolvió
el beso mientras volvía a posicionarse sobre ella para
continuar haciéndole el amor por lo que restaba de noche,
impresionándose con la verdad que recorría su pecho.
Sanadora, bruja, cristiana o pagana, no le importaba cuáles
fueran sus creencias siempre y cuando tuviera un espacio
en sí misma para creer en él como él creía en ella.
Porque eso era lo que la diferenciaba de todas las otras
que hubiera conocido. Junto a Lorna se sentía pequeño e
insignificante a pesar de que le triplicaba en tamaño. Pero
el amor por ella era tan enorme en su pecho, que con solo
eso podía engrandecerse ante las circunstancias. Cuando
cayó dormido a su lado, Lorna se percató de su propia
importancia en la misión. Kendryck jugaba una carta que
Colby Oldcoates desconocía: ella misma.
Tras asegurarse de que Kendryck dormía plácidamente
a su lado, tomó sus ropas y se vistió antes de romper su
corazón al abandonarlo. Sin mirar atrás, salió de la posada
a hurtadillas y montó su caballo. Tras galopar durante unos
veinte minutos de manera suave, pues no quería alertar a
nadie antes de que estuviera lo suficientemente cerca, se
detuvo a las afueras de la fortaleza y desmontó su caballo.
Apenas la vieron, los ingleses en la puerta la apuntaron con
sus espadas.
Era evidente que no era uno de ellos.
—Atrás —la amenazaron—. ¿Quién osa acercarse a la
propiedad del lord sin ningún tipo de invitación?
—Mi nombre es Lorna —dijo con la barbilla alzada, su
acento escocés tan innegable como la fuerza en su tono de
voz—. Decidle a Oldcoates que una vieja amiga de los
bosques de Argyll ha venido a por él.
Tras dedicarse una mirada de recelo entre ellos, estos
hicieron exactamente lo que la mujer les decía. Sus ojos
negros eran profundos e intensos. Si lo que sospechaban
era cierto, la hija de la bruja que no pudo salvar a lady
Hilda se encontraba en sus puertas y su señor estaría
interesado en verla.
Mientras esperaba a que los guardias volvieran por ella,
le echó un vistazo a la posada como si todavía fuera capaz
de verla en la lejanía y sus rodillas temblaron ante la idea
de que Kendryck pasara por lo mismo que ella cuando la
dejó en la cabaña. Cuando ella se sintió abandonada y
usada. Entendió porque lo hizo entonces, y también cuando
permitió que prácticamente lo echara del castillo de
Edenesburg pese a no tener ningún derecho a ello. Porque
lo amaba y quería mantenerlo seguro.
Al igual que él lo hacía, aunque no se lo dijera.
Una vez los guardias volvieron junto al que supuso que
era el hermano de Kendryck, Randall, pues era una versión
más estilizada de él, se dejó guiar por ellos a lo largo y
ancho del castillo con las manos atadas tras su espalda. Por
suerte no se deshicieron de su bolso, dónde llevaba todo lo
que necesitaba.
Ella podía ser una bruja, pero Kendryck no era un
asesino y ella se iba a encargar de remediarlo.
No iniciaría su camino como líder derramando sangre.
Si aspiraba un título inglés, necesitaba el amor de su
pueblo, no su odio. Debía ser mejor que laird Fletcher y
más inteligente que lord Oldcoates.
—Cuidado —gruñó Randall cuando se tropezó con un
escalón perdida en sus pensamientos, impidiendo que se
cayera al colocar sus manos sobre sus hombros. Sus ojos se
llenaron de lágrimas que se esforzó por no derramar al
darse cuenta de lo similares que sonaban las voces de él y
de Kendryck a pesar de haber crecido en sitios diferentes.
Se habían perdido toda una vida juntos, y eso no era lo más
triste, sino que el alma de Randall probablemente estaba
envenenada sin remedio—. No queremos que te rompas el
cráneo antes de que el lord de Newcastle decida si le eres
útil o no.
Lord de Newcastle.
La manera en la que lo llamaba no pasó desapercibida
para Lorna. A pesar de que había sido criado por el
hombre, no lo llamaba abiertamente tío, lo que le decía
que, en el fondo de su corazón, Randall sabía que Lachlan
Sinclair no era tan malo como le decían. Quizá se
equivocaba… quizá no, pero ella era lo suficientemente
intuitiva.
A pesar de que este tampoco se hubiera defendido.
Ahora veía de dónde Kendryck había heredado el truco
de dejar pensar a las personas lo peor de él.
—Bruja —le dijo quién supuso que era el lord una vez
llegaron al salón que empleaba como despacho de asuntos
importantes, dónde se encontraba sorpresivamente listo
para recibirla a pesar de que era de madrugada: todos en
la fortaleza se veían como si estuvieran listos para recibir
un ataque—. ¿A qué debo este honor?
Lorna se esforzó por ocultar tanto la sorpresa como el
asco que le produjo su cercanía cuando se inclinó sobre su
mano para besarla. Oldcoates estaba tan complacido con su
presencia, que echó a los hombres que la habían traído con
él, pero no a su sobrino. Había conocido a la madre de la
joven que estaba frente a él y se percató de que eran como
dos gotas de agua.
Su muerte había sido una decepción, el propio Colby
Oldcoates había querido ir a su cabaña en Argyll para que
lo ayudara con sus problemas para concebir. Pese a sus
múltiples intentos, nunca había podido embarazar a una
mujer y con esto no se refería a que lo hubiera intentado
con su esposa, sino con sus amantes.
A quién más había amado había sido a su hermana
pequeña; y había hecho hasta lo imposible por rescatarla
del matrimonio con el escocés, pero esta solo lo había
rechazado una y otra vez, alegando que era feliz junto a su
esposo. Tras su muerte, Colby no paró de llorar hasta que
se dio cuenta de que lo único que le causaría satisfacción
sería la venganza hacia Lachlan Sinclair.
Destruir a su pueblo y sus gentes a través del laird
Fletcher. Despojarlo de su hijo.
Nadie pudo imaginar que serían dos y eso, fue el
detonante de todo. Cuando nacieron y le llegó la noticia
quiso enloquecer, habría querido quedarse con ambos,
entrenarlos y después elegir entre ellos quién lo sucedería.
Al final tuvo que conformarse con criar a uno como si
fuera el suyo propio y vivir con el temor de que, el que
educaba Nechtan, un día fuera en su búsqueda. Por eso él
quiso llevar la ventaja y encomendar a su tío Spencer la
retorcida encomienda.
Sin dejar de conseguir que el criado como su sucesor,
odiase a su propio padre.
Ahora, de cierta forma, no había nada que lo emocionara
salvo la idea de asesinar de una vez por todas a Kendryck
Sinclair delante de su progenitor. Tras veinticinco años
disfrutando de ella, su venganza había sido plena. O al
menos así había pensado hasta que sus hombres le dijeron
que la pequeña hija de la bruja que no había podido salvar
a Hilda había venido a visitarlo.
Conocía el poder de su madre.
Ella podía darle lo que más deseaba.
Un heredero.
Incluso podría matar también al propio Randall delante
de su padre y de su hermano de ser posible.
Al ver genuino anhelo en sus ojos después de que él
mismo cortara las cuerdas que mantenían atadas sus
manos, Lorna sonrió.
—Lord de Newcastle —le dijo mientras se inclinaba
hacia él con una reverencia, para la confusión de Randall.
Este esperaba que Colby quisiera agradecer a la
pequeña chica los intentos de su madre por salvar la vida
de Hilda y por haber conseguido que él mismo naciera.
Pero, por lo visto, Oldcoates quería algo de ella.
Haciéndose a un lado, pero sin resignarse a abandonar la
habitación debido a su curiosidad, Randall permaneció en
segundo plano durante el intercambio. Su presencia ahí,
sin embargo, era todo lo que Lorna necesitaba.
—¿Cuál es tu nombre, bruja?
—Lorna —respondió ella—, de Argyll. Me dirigí aquí una
vez Kendryck Sinclair asesinó a mi laird. Quería usarme,
pero no se lo permití. Hui. Sin embargo, eso me hizo
quedar como una traidora.
Ante la mención de Kendryck, los dos hombres en la
habitación se tensaron. Randall cada vez tenía más claro
que tenía un hermano, sospechaba que el verdugo volvería
a aparecer y reclamaría su herencia. Juraba que aquel
individuo que tanto se le parecía no estuvo en las
mazmorras por casualidad. Que no podría permitirle
quitarle lo que le correspondía y que tendría que matarlo,
de acuerdo con lo que le había dicho Oldcoates mientras
crecía, por lo que desde niño había rezado para que eso no
sucediera. No quería odiar a otro miembro de su familia. Ya
tenía suficiente detestando a su tío por cómo trataba a sus
vasallos y llorando desde bien pequeño la falta de su madre
y de su supuesto padre asesinado.
—¿Y Kendryck Sinclair te dejó con vida? —le preguntó
Oldcoates, reticente a creer que un guerrero de su talla se
conformara con una negativa como respuesta, empezando a
sospechar.
—Esa no es la pregunta, lord, la pregunta es si yo lo dejé
ir con vida a él —respondió Lorna, su voz sonó
sorpresivamente creíble y maliciosa a pesar de que no era
buena mintiendo. Suponía que tenía más de su madre de lo
que pensaba. Ella continuó hablando mientras miraba
atentamente a Randall, evaluó sus reacciones, pues estas le
dirían más de lo que cualquiera lo haría. Tras meter la
mano en su bolso, sacó un mechón de la larga melena de
Kendryck como prueba, el cual había tomado como
recuerdo de aquella vez que se lo cortó en el interior de su
cabaña—. Y la respuesta es no. Puedes comprobar que su
pelo es del mismo color y tacto que el de su hermano
Randall.
Randall terminó de confirmar sus sospechas con aquel
testimonio, la bruja no podía estar mintiendo, su madre
había presenciado su nacimiento, nadie más que ella podría
probar que de verdad tenía un hermano vivo hasta hace un
tiempo y no muerto junto con sus padres como le hicieron
creer. La pregunta era ¿Por qué? Pero lo que de verdad le
impresionó fue saber que su hermano había sido un noble
escocés, ¿acaso tenía que ver con el prisionero de su tío?
¿Acaso Lachlan Sinclair era... tal y como se había llegado a
plantear...? Se quitó la idea de la cabeza rápidamente.
Hermano o no, ya no tendría que quitarlo de en medio, ya
la bruja había hecho el trabajo por él y no sabía cómo
sentirse al respecto. Paradójicamente pensaba que nadie
más había tenido el derecho de poner sus manos sobre su
sangre. Que su supuesto hermano se hubiera criado en un
entorno más feliz lo llenó de angustia, de celos, también
estaba resentido con Kendryck debido a ello, pero eso no
significaba que no le doliera su potencial muerte, de ahí la
mezcla de sentimientos que lo albergaban en ese momento.
Lorna tomó una honda bocanada de aire al ver el
profundo dolor en la mirada de Randall. Afortunadamente,
Oldcoates se interpuso entre ellos antes de que la
alcanzara. Estrechó a la bruja, de cuya palabra no dudaba,
en agradecimiento, finalmente, lo había librado del mal que
siempre había temido.
—Muchas gracias, bruja, ¿qué puedo hacer para
pagártelo?
—Permitirme concederte lo que más deseas en este
mundo.
Lorna había sido deseada por varios hombres antes,
hombres que sabía que no la tomarían en serio como mujer,
no para casarse con ella, por lo que tenía conocimiento
sobre cómo manipularlos. Al ver genuino deseo en los ojos
de Oldcoates, sin embargo, se dio cuenta de lo que este
deseaba: a ella.
—Quiero un hijo, bruja, y tú vas a dármelo.
Randall dio un traspié: ¿había aguantado al diablo de su
tío para nada? ¿De qué le servía entonces la muerte de su
hermano si la bruja llegaba a quitarle lo único que siempre
lo mantuvo al lado de un ser tan despreciable como Colby?
Por un momento, mientras ellos acordaban una relación,
se sintió igual de despreciable que su tío. Por más que
rechazara sus métodos, él no parecía ser menos escoria
que él al tener como única meta el liderazgo de las tierras.
Tras asentir tragándose las ganas de vomitar, Lorna se
dirigió a la mesa más cercana y sacó un frasco con kava,
una especie de sedante, junto con algunos hongos que ella
misma cosechaba en su cabaña que eran reconocidos por
sus efectos alucinógenos. Tras preparar la mezcla en un
vaso de madera que encontró cerca de una jarra de vino, se
quitó la capa, amplió el escote de su vestido y se dio la
vuelta para acercarse a Oldcoates con el vaso tendido, el
cual aceptó con una sonrisa.
—Esto hará que estés listo para mí toda la noche. Este
brebaje, además, conseguirá llenarte de fertilidad.
Fortalecerá tus semillas, milord.
Sin considerar las consecuencias que esto le podría
traer, feliz con la idea de tener a la bruja en su poder,
Oldcoates tomó la bebida sin pensárselo dos veces.
Randall no intentó detenerlo a pesar de que algo le
decía que las intenciones de la bruja no eran tan simples
como obtener su simple protección. A él no le interesaba su
tío. Si no lo había matado antes, era porque no se sentía
preparado para lidiar con una revuelta entre los que eran
leales o no, pero no negaba que había estado tentado a
hacerlo en un par de ocasiones. Como, por ejemplo, cuando
trataba mal a los aldeanos y abusaba inhumanamente de
sus esclavos. Sus mazmorras siempre estaban llenas.
Su odio se incrementó al ver la desfachatez de su tío por
conseguir a toda costa un hijo, por su poca consideración al
tenerlo ahí parado viéndolo negociar con la bruja que decía
haberse deshecho de un hermano que él tenía por muerto.
Y eso no era lo peor. Se odiaba a sí mismo por haberse
sentido ciertamente aliviado, en principio, por la misma
razón: la muerte de sangre de su sangre.
—¿Ahora… ahora qué haré? —dijo Oldcoates,
tambaleándose sobre sus pies, lo que finalmente hizo que
Lorna retrocediera y Randall avanzara hacia ellos—. ¿Qué
me has hecho, bruja? —exclamó llevándose las manos al
rostro con desesperación—. ¡No puedo ver!
Randall miró de él a ella con curiosidad. Era la mujer
más lista y arriesgada que jamás habría imaginado tener
enfrente.
Lorna sonrió internamente al no ver molestia en sus
ojos.
—A menos que le digas la verdad a Randall sobre
Lachlan, te quedarás ciego para siempre, si sobrevives…
sigo decidiendo si debes morir o no —le dijo suavemente, a
lo que Oldcoates extendió las manos para intentar
alcanzarla, pero solo consiguió tropezarse y caer al suelo
haciéndose daño en la frente.
Tras tomar un hierro ardiendo de la chimenea, Lorna lo
presionó contra su pierna con fuerza y lo quemó sin que
Randall hiciera absolutamente nada para defenderlo de las
garras de la bruja con cara de ángel y cabellos rojos como
el fuego, que saltaba de un lado a otro maniobrando su
artilugio. Oldcoates aulló, fue entonces cuando Randall se
adelantó para separarlos, pero no porque estuviera del lado
de Oldcoates, sino porque temía que este llamara la
atención de sus guardias—. ¡Dile la verdad!
—Nunca —siseó Oldcoates—. ¡Lachlan Sinclair es un
violador!
—¡Dile la verdad! —volvió a gritar Lorna al conseguir
escapar de los brazos de Randall, nuevamente con el hierro
en la mano, subiendo tanto de tono de voz que este sintió
todo a su alrededor estremecerse, también cada vello de su
cuerpo erizarse. No cabía duda, era una bruja poderosa
que bien había podido matar a su mellizo—. ¡Díselo ya!
Debido a que nada la retenía, presionó el hierro
nuevamente contra la cadera del hombre que se retorcía de
dolor en el suelo. Oldcoates gritó al sentir el dolor y
desfalleció poco a poco a causa de la debilidad de su
cuerpo. Ya apenas podía moverse. Sentía cómo este, a cada
segundo, se iba apagando. Iba a morir ciego y carbonizado.
—¡Lachlan Sinclair no es un violador! ¡Es tu padre!
¡Criarte ha sido mi venganza hacia él! ¡Tú madre lo amó
como no pudo amar a su propia familia y lo eligió a él!
Tras el tenso silencio que vino después de su agónica
revelación y la risa que externó Lorna con cierto toque de
locura, supo que sus palabras no lo habían salvado y que
definitivamente iba a morir. Torturado, sufriendo más del
terrible dolor físico que por el momento ya lo consumía.
Randall, sin necesitar escuchar más, sin siquiera haber
despegado sus labios para exigir más explicaciones, con
todo su cuerpo temblando debido a que la confesión de
Oldcoates era tan poderosa para él como la verdad sobre
su propio padre, tomó su espada y la clavó en la garganta
del asqueroso verdugo, echando a Lorna a un lado.
Lorna, una vez fue salpicada con la sangre del hombre
que tanto daño le había causado a Kendryck y a su familia,
soltó un suspiro de alivio. Se había acabado. Oldcoates
había muerto a manos de su propia creación. De aquel a
quien quiso hacer a su forma.
Randall se echó hacia atrás, la conmoción inundándolo.
Lorna se dirigió a él y tomó su rostro entre sus manos. Era
tan parecido a Kendryck, que no pudo evitar sonreírle,
intentar calmar sus ímpetus. Deseaba llenarlo de paz.
—¡Tu padre! —le recordó sin quitar sus delicadas manos
de alrededor de sus mejillas—. Debemos sacar a tu padre
de aquí. Eres el único que puede hacerlo sin levantar
sospechas.
Aunque Randall parecía consumirse en un trance de
confusión, en realidad se sentía liberado. Tras obtener un
asentimiento de su parte, buscaron salir del salón pasando
desapercibidos.
Lorna caminó a su lado alrededor de la fortaleza, en
realidad, un par de pasos por detrás, debían seguir una
pantomima. Fueron hasta la parte posterior del castillo con
un Randall que apenas podía mantenerse en pie debido a
toda la conmoción. No sería fácil superar que él mismo, en
ocasiones, había llegado a hacer daño a su padre en
aquellas mazmorras de las que se disponían a liberarlo.
Todo por culpa de su desgraciado tío, a las historias que le
habían contado sobre él. Cuando este lo vio después de que
le soltara las cadenas, su corazón comenzó a latir en el
interior de su pecho.
Después de veinticinco años, el día por fin había llegado.
—¿Por fin te has dado cuenta, hijo? —le preguntó,
ningún tipo de resentimiento en su voz, lo que hizo sentir
aún peor a Randall.
Lachlan al poco tiempo de ser cautivo había sido
informado de todo por parte de Colby. De la existencia de
sus dos hijos, de los planes que tenía para ellos. Algo que
irremediablemente había asumido a golpes y tratos
inhumanos, bajo la amenaza de acabar con toda su estirpe
si en algún momento se le iba la lengua.
—Sí —respondió él con la vergüenza inundándolo—.
Lamento no haberlo hecho antes, de no haber sabido que
todo lo que se decía de ti era falso, pero… —Sus ojos se
llenaron anegaron de lágrimas, jamás podría compensarlo,
no obstante, intentó decirle aquello que su alma le dictó—:
Lo sabía en mi corazón. Por eso te detesté cada vez que
bajaba a visitarte y no me hablabas. Quise muchas veces
escucharte, defenderte, alzar la voz. Por ti, por la memoria
de mi madre, por mí y por mi hermano.
—No hay nada que perdonar, hijo —le dijo,
estrechándolo en sus brazos con toda la fuerza que pudo
conseguir—. El que no te hayas convertido en alguien como
él es suficiente para mí.
Eso fue la estocada de gracia. No hacía mucho, ese
mismo amanecer incluso, había pensado en formas de
deshacerse de su hermano para que no viniera a usurparle
nada. Luego había sentido alivio de no tener que matarlo y
a la vez enfado de que alguien lo hiciera por él. Su mente
contrariada no era más que el modo en que había sido
alimentada por veinticinco años consecutivos, pero
arrepentirse no era suficiente, en su pecado llevaría la
penitencia de no poder decirle todos aquellos sentimientos
a su otra mitad. A quien ahora sabía que se llamaba
Kendryck.
A pesar de que no estaba seguro de que lo que dijera
compensara todos los años que le había dado la espalda,
Randall asintió
—Debemos darnos prisa —Lorna tenía dos
preocupaciones en mente. Y una de ellas era que Kendryck
saliera a buscarla y lo más probable era que el primer lugar
donde lo hiciera sería ahí.
—¿Quién eres? Me parece que te conozco —Lachlan
inquirió dubitativo, pero de igual forma se dejó ayudar por
Lorna.
Salían de las mazmorras sin alternar más palabras. Los
demás presos generaban alboroto todo el tiempo, sobre
todo cuando uno de ellos era sacado del lugar, fuera vivo o
muerto. Al momento en que uno de los guardias quiso
cuestionar a Randall sobre esa acción, se limitó a decirle
que se dirigía a cumplir deseos del lord, los cuales
correrían a cargo de la bruja. Fue el momento exacto
donde Lachlan comprendió que podría tratarse de la hija de
la bruja de las que alguna vez habían sido sus tierras.
Como si todas sus dudas y remordimientos no fueran
suficientes, Randall, tenía sentimientos encontrados contra
la propia Lorna. Había matado a su hermano, pero también
había tenido el valor de actuar en contra de Colby sin que
se diera por enterado del motivo. Eso al final no le
importaba, lo que sí, era que no quería pensar que su
hermano hubiera sido un noble guerrero miserable. Para
eso ya estaba él. No quería ser consciente de que pudo
abusar de la joven que ahora los ayudaba ni tampoco tener
que darle a su padre esa cruel noticia.
Esquivando guardias y adeptos del difunto lord, llegaron
a la salida trasera del castillo y una vez en el exterior,
Lachlan contrajo el ceño cuando vio que no había ningún
caballo para él, y no pensaba dejarlo atrás.
—Randall… —Su hijo negó, retrocediendo. Se veía
atormentado. Destrozado—. Solo hay una manera en la que
podemos resolver esto sin que la Corona Inglesa vaya
contra nosotros, debo intuir que has matado a Oldcoates —
le dijo—. Y eso es si lo defiendo de sus agresores y si estos
me vencen. Mátame, diles que yo escapé y lo asesiné.
—Ni hablar, padre. Esto lo resolveré yo, huye, vuelve con
tu clan. Cuando te enteres que me han proclamado lord y
las aguas se hayan calmado, búscame… Y tú, pelirroja, tú
que quedas conmigo.
A pesar de que ambos querían protestar, no pudieron.
Randall golpeó a la yegua de Lorna y esta salió desbocada
a través de Newcastle.
Randall llevó consigo a rastras a Lorna hasta su
habitación y ahí la encerró mientras decidía qué hacer con
ella. Lorna no supo cómo oponer resistencia, quiso
defenderse, pero a la vez no llamar la atención de la gente
que se topaba con ellos dentro del castillo.
Una vez la tuvo reducida en sus aposentos y atada con
cuerdas a muros de piedra, ordenó a sus hombres liberar a
los prisioneros que no hubieran cometido un crimen
comprobable de las mazmorras. Se sentó en uno de los
escalones de acceso al gran salón en el que se había
llevado a cabo la celebración de su cumpleaños a esperar la
hecatombe que el asesinato de su tío iba a despertar.
Unas horas después
Todos sabían que Oldcoates había muerto, solo que no a
manos de Randall, sino que pensaban que había sido obra
de la bruja. Los hombres de Colby acataban las órdenes del
nuevo lord de Newcastle, de Randall Oldcoates.
O mejor no.
Era Randall Sinclair, hijo de Lachlan Sinclair, un laird
por elección del pueblo, y Hilda Oldcoates, la inglesa con
corazón escocés.
Su hermano era Kendryck Sinclair y él seguía ignorando
que estaba vivo, que contaba con el amor y la colaboración
de una bruja y los principios y valores de los cuales él
parecía no gozar.
—Por fin te has dado cuenta, pequeño. —Sus
pensamientos fueron interrumpidos por Spencer, su tío
abuelo.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? Debería matarte...
—Por Escocia. Lo hice por Escocia. Porque tu madre no
quería ver más muertes de la gente que tan bien la acogió.
Ante lo evidente, no pudo evitar hacer una mueca y
aceptar el vaso de vino que Spencer le tendió.
Randall suspiró.
Había demasiados secretos en su familia.
—La otra fruta llegará pronto —le dijo tranquilamente.
Se había enterado de que tenía a Lorna cautiva en su
habitación y lo que eso podía suponer. Spencer estaba un
tanto trastornado… solo un poco.
Al final de cuentas, él ya había logrado su cometido y
paseaba por el castillo sin la presencia de su sobrino ahí, ni
en el mundo.
Ante las palabras del anciano sonrió. Por momentos
pensaba que Spencer no podía hilar una palabra con otra.
Separó los labios para preguntarle a quién más se refería,
puesto que a él le decía así por su insaciable antojo por las
manzanas. Sin embargo, no hubo oportunidad, la manera
en la que las puertas se abrieron de par en par hizo que
desviara su atención a ellas. Kendryck estaba atravesando
el salón a grandes zancadas con su arco en una digna y
magistral posición para atacar.
Era el primer hombre del cual Randall recordaba
haberse sentido aterrorizado. Era su hermano, tenía que
serlo. Su hermano no estaba muerto. Esa condenada
bruja…
—¿Dónde está? —dijo Kendrick con un rugido.
Había despertado esa mañana buscando con su brazo el
calor del cuerpo de Lorna, pero al abrir los ojos y descubrir
que no estaba, se vistió a toda prisa para salir en su
búsqueda y se encontró con que en todo el lugar se
rumoreaba la muerte del lord a manos de una bruja. Su
bruja. Lorna, su ninfa. Sintiéndose desfallecer, volvió a su
habitación con un cesto repleto de manzanas, tenía que
pensar en un modo de rescatarla de las manos de su
hermano. El nuevo lord. Contarle la verdad y que dejara
libre al padre de ambos. Pero como no sabía contra qué ni
quién en realidad se iba a enfrentar, no escatimaría sus
conductas por unas precisamente cordiales.
Una flecha salió disparada atravesándole algo de tela
que sobresalía de la ropa a la altura del brazo izquierdo.
Puntería desviada con notable intención. Y, al igual que
como había en esos precisos segundos, fue a tomarlo por el
cuello cuando llegó a él y lo alzó en el aire como si fuera un
niño.
—Estás loco… —siseó sin ocultar su acento escocés, el
cual Randall empezaba a envidiar—, si crees que voy a
actuar en tu contra o matarte después de lo que hemos
pasado. —Temblando, lo bajó al suelo y Kendryck esperó
oírlo decir algo más.
—He liberado a nuestro padre.
Ante los hombres que llegaban a defender a su lord,
Randall ordenó que los dejaran solos y Spencer tomó
asiento en la piedra a gozar del espectáculo de sus frutas.
Kendryck inspiró con cierto alivio, pero aún quedaba
ella… Después se encargaría de localizar el paradero de su
padre.
—Lorna… Cómo te hayas atrevido a tocarle un pelo,
declárate hombre muerto.
—Debe recibir un castigo y lo tendrá. No te niego que ha
sido de gran ayuda para enterarme de la verdad, digamos
que colaboró para hacerme con la nueva posición que
desde hace un poco ostento, pero… Mis hombres no me
respetarán si queda impune...
—Me la entregas ahora o serás el lord con menos
trayectoria de toda Inglaterra —Kendryck no soportaba ni
un minuto más sin saber sobre las condiciones en que se
encontraba su amada y pasaría por encima del mismísimo
rey de ser necesario.
Su voz era atronadora, tanto, que Randall no soportó
sentirse menospreciado. No permitiría que nadie, ni su
hermano resucitado de la nada, viniera a humillarle en sus
propios dominios.
Un par de moles rodaron por los escalones dándose
golpes a diestro y siniestro. Eran tan similares que casi no
podía advertirse a quién correspondían los brazos y las
piernas enzarzadas. Spencer aprovechó el preludio para ir
a buscar el motivo de la pelea entre un par de hermanos
que no tenían un reencuentro digno de pasar a la
posteridad.
Lorna, aguardando junto a Spencer, se apoyó en la
entrada a observar al par de hermanos intentar controlar
sus respiraciones. Estaban ensangrentados, pero no era
nada de gravedad. Por las miradas que ella y Kendryck se
entregaron al ambos advertir su presencia, Randall pudo
suponer que eran más que amo y servidora. Como si
pudiera sentir sus ojos en ella, Kendryck la ocultó con su
cuerpo, un gesto posesivo que no pasó por alto.
—Condenada bruja —siseo Randall y al instante se
arrepintió. Como siguiera por ese camino su hermano
cumpliría su amenaza de despellejarlo vivo.
Kendryck, una vez se cercioró de que su hermano
cerraría la boca y que no iría en contra de ninguno de los
dos, tomó la cara de su ninfa para besarla por breves
instantes. Se había sentido desfallecer con solo imaginar
perderla. Porque todo el mal por el que hubiera pasado
habría sido culpa suya. Ya ajustaría cuentas con ella de otro
modo y en la intimidad que les proporcionara una cama.
En esos momentos, Lachlan Sinclair sorprendió a sus
dos hijos en manos de un par de hombres.
—Este no fue liberado, lord —pronunció uno de ellos con
evidente tono de victoria—. Debió escapar de alguna forma
y aquí lo tienes.
Con instrucciones precisas, Randall pidió al par de
hombres mantenerse al margen y acto seguido, Kendryck
cayó arrodillado a los pies de su padre implorando perdón.
Perdón por no ser él quién hubiera logrado regalarle la
libertad y de que sus manos le hubieran hecho daño la
noche anterior.
Lachlan, que aún no lograba reunir fuerzas para nada
pues, los hombres al capturarlo apenas unos kilómetros
cerca de salir de los dominios de Newcastle, le habían
proporcionado una paliza, se derrumbó en el suelo junto a
su hijo que suplicaba con vehemencia.
Cauteloso, Randall se acercó a ellos y después de buscar
aprobación en los ojos de la condenada bruja, rodeó con
sus brazos a los miembros de su familia que sufrían rotos,
cada uno por sus propias culpas.
—Padre, ¿por qué lo permitiste? —quiso saber Kendryck
entre lágrimas no controladas.
—Lo hice por Escocia. Por mi hermano Nechtan y mi
familia. No hubieran sobrevivido a una guerra. Yo debía
vivir, Kendryck, aunque fuera en la miseria.
—Por no llevar a tus hombres a la muerte, padre. Eres
tan sabio como siempre supe que eras. Nunca perdí la
esperanza de llegar a conocerte —susurró Kendryck no del
todo conforme, pero permitiendo que su corazón se llenara
de gozo al saber que todo el dolor, por fin, llegaba a su
término.
—Y yo nunca podré perdonarme el haber estado tan
ciego —dijo Randall y carraspeo para anunciar la peor
decisión de su vida—: Yo te reto a un duelo, Kendryck
Sinclair, si me vences, esta fortaleza y estos hombres serán
tuyos y de Escocia.
—El que te sientas de esa manera solo confirma lo que
ya todos saben, menos tú, —le dijo Kendryck en voz baja
para que solo él pudiese escucharlo—. Un escocés,
hermano. Un miembro de nuestro clan. Ya hemos dado un
espectáculo lo suficientemente creíble. Por favor, no me
hagas a mí vivir con la vergüenza de haberte matado.
Al ver la sinceridad en la expresión de su hermano y la
ausencia de odio pese a que tenía todas las razones para
aborrecerlo por permitir toda su vida un acto tan cruel en
contra de su propio padre, Randall quitó sus manos de la
espada que había ido a levantar del suelo y permitió que
este se alejara.
—Me rindo —susurró dejándose caer de nuevo al suelo
con la vista puesta en el cielo raso.
Si su hermano no lo odiaba, si su padre no lo hacía,
podría sobrevivir a la vergüenza de haberle fallado a su
propia sangre.Pero él no merecía Newcastle ni ningún otro
puesto como líder, pues se había dejado engañar por años
tan absurdamente. Tras soltar un suspiro de alivio,
Kendryck se acostó sobre su espalda a su lado. Todos a su
alrededor habían escuchado a Randall y no tenían más
remedio que obedecer las órdenes de otro temible bastardo
si no querían acabar asesinados por este o por su amante
bruja, quién corrió hacia Kendryck y se arrodilló a su lado
para inclinarse y besarlo mientras las lágrimas descendían
de manera ardiente sobre su rostro.
—Te amo —le dijo él mientras se incorporaba,
enterrando una mano en las hebras pelirrojas de su melena
—. Eres mi destino, ninfa. Gracias, porque sin saber todavía
muy bien cómo llegamos a todo esto, sé perfectamente que
ha sido obra tuya.
—Y tú el mío, highlander —le respondió ellas sin
aclararle más.
A pesar de que no le dijo que lo amaba, en ese momento
Kendryck se dio cuenta de que esa era su forma de
decírselo.
Y que lo había hecho mucho antes de que él siquiera
supiera que estaba enamorado.

—¿Volveréis a Escocia? —preguntó Randall una vez el


despliegue de cariño de su hermano y su bruja ceso, de que
despidiera al par de hombres que aún rondaban el patio
central del castillo y de que invitara a toda su familia a
reponer energías al comedor.
Ambos hijos miraron a Lachlan, como esperando ese
momento que espera un hijo toda la vida: escuchar el
primer consejo de su padre.
—Sí dejamos este lugar a merced de los ingleses, mucha
gente sufrirá. Tú podrás ser Laird de Argyll, mi amado
Kendryck. Y tú, Randall, prométeme que mejorarás la vida
de todas las personas de esta tierra.
Ambos asintieron, chocaron sus copas rebosantes de
licor y permitieron que su padre degustara de platillos que
no había consumido en todos los años de encierro entre
sonoras risas y un par de anécdotas, porque, pese a todas
las desdichas, tenían mucho que contarse.
—¿Y vos que haréis, Lachlan Sinclair? —preguntó
Spencer, que hasta ese momento se había mantenido
formando parte de un público mudo.
—Disfrutar lo poco que me quede de vida de mi familia.
De mis dos hijos. No le daré más disgustos a mi hermano
Nechtan, será capaz de quemar toda Inglaterra cuando se
entere de todo lo que he pasado. Debo contenerle, aunque
sé que es un hombre de paz.
Al fin y al cabo, todo lo que hicieron había sido por
Escocia.
Kendryck se había formado guerrero por Escocia,
porque jamás pensó que, en el camino, algún día
aparecería alguien más. No una bruja con un hechizo de
amor ni un padre por quién luchar. Y mucho menos, un
hermano por conocer.
Lachlan había soportado vejaciones en silencio por amor
a su familia, por amor a Escocia.
Lorna, se había aventurado a sanar y proteger al
enemigo en sus tierras en honor a Lachlan, por respeto a
Argyll. Por amor a Kendryck, su Highlander Solitario.
EPÍLOGO

Dos años después


 

Lorna estiró las piernas en su cama, con su estómago


abultado entorpeciendo sus movimientos. Ser la esposa del
laird de Argyll la había malacostumbrado. Aunque siempre
recordaría su cabaña con afecto, la que ahora ocupaba un
Lachlan ansioso de tranquilidad. La verdad era que no
extrañaba dormir sola sobre la paja. No cuando su esposo
se encontraba a su lado cada noche, proveyéndole calor, y
las sábanas en las que se envolvían eran tan agradables,
por no mencionar el colchón de plumas. Su mano con una
brillante alianza se deslizó por el pecho de Kendryck, quién
aún estaba dormido tras una noche de pasión.
No fue fácil llegar a ser lady Sinclair de Argyll. Kendryck
y ella debieron tener mucho cuidado con todos los
enemigos, aunque, por suerte, Lachlan supo guiarlos muy
bien escondido en las sobras en sus primeros meses como
jefes del nuevo clan. Los lugareños tampoco, en un
principio, se mostraron muy afines a que una bruja
decidiese sobre sus vidas.
Fuera como fuera, era una maestra del arte de la
curación y eso, con el tiempo, hizo que se ganara el afecto
de los locales, aunque también tenía que ver el hecho de
que Kendryck no era ni mínimamente cruel con sus
sirvientes. Era un buen amo con la servidumbre, se deshizo
de los esclavos y sus hombres verdaderamente llegaron a
admirarlo, muchos de los puestos de los desertores tras la
muerte de Fletcher fueron ocupados por viejos esclavos.
Aunque, tanto ella como Kendryck lucieron incómodos
en sus nuevos papeles, ambos cambiaron de parecer
cuando se dieron cuenta de que podían ayudar aún más a
los escoceses desde arriba de la pirámide y, además, con el
apoyo de Randall en Newcastle.
Habían encontrado su destino donde menos esperaban
hallarlo, pero lo habían hecho juntos. Iban de Escocia a
Inglaterra, gozando de la paz momentánea entre las
naciones y todo estaba yendo perfectamente para ellos.
En una de sus visitas a Newcastle, Kendryck y Randall
decidieron enviarle una misiva al rey Alejandro III para
narrarle todo lo acontecido tras su marcha. Y, ante todo, le
rogaron que nunca saliera de sus labios que Lachlan
Sinclair estaba vivo, ya que era totalmente necesario.
Y con el paso de los meses y al no haber obtenido
respuesta del monarca, supusieron que fue un sí a su
petición.
Kendryck sin embargo sí decidió contarle a su tío
Nechtan el secreto que tan fielmente guardaban. Así que,
una mañana quedaron a una distancia prudencial entre las
tierras de ambos y, tras contarle que Lachlan estaba vivo y
a salvo, lo que originó que su tío se pusiera a llorar de
alegría al saberlo y de pena por no poder volver a verlo,
quedaron en nunca revelar a nadie lo que en ese lugar se
había revelado. Ni siquiera a Engla, ya que ambos sabían
que sufriría al saber que Lachlan prefería permanecer
oculto, y que siguieran creyendo que él estaba muerto
desde hacía veinticinco años. Además, era un secreto sobre
el que ellos no podían decidir. Lachlan lo prefirió así y
decidieron respetarlo. Y ahí, en ese paraje, Nechtan juró
guardar el secreto, secreto que se llevaría a la tumba por
mucho que le doliese el saber que nunca volvería a ver a su
amado hermano.

Lorna sintió un repentino e intenso pinchazo entre sus


piernas, seguido de una corriente de agua y llamó a
Kendryck. Este se despertó con los ojos llenos de pánico,
extendiendo su mano para alcanzar su espada, pero Lorna
puso una mano sobre su hombro antes de que acabara
desquiciado.
—¡Ya viene! —chilló.
—¿Quién? —gruñó él, listo para la batalla.
—El destino, la fruta —respondió, lo que hizo que
Kendryck se quedara sin aliento y se levantara de golpe de
la cama.
Tras vestirse, alcanzó el pomo de la puerta y pidió a
gritos la asistencia de las mujeres que Lorna había estado
preparando como sanadoras durante meses.
Después de medio día de trabajo de parto en el que
Kendryck se paseó de un lado a otro por la habitación en la
cima de la fortaleza del castillo, desesperado al oír los
gritos de Lorna, por fin se detuvo al escuchar el llanto de
su hijo. Corriendo a su lado, se arrodilló junto a ella y lo
observó en sus brazos llenos de sangre y una sustancia
pegajosa. Mientras la mujer, a quién probablemente
asesinaría después, trabajaba en las heridas de su mujer.
Kendryck confirmó una vez más que el destino sí existía
y era pequeño, moreno como su padre y gritaba con fuerza
e ira escocesa, su piel blanca, como el invierno que estaban
viviendo en ese instante, pero que acababa de llenar su
castillo de primavera.
Y era un pequeño niño llamado Daegan.
Su palomita blanca, por quién lucharía por mantener la
paz entre las dos naciones a las que su familia pertenecía,
por las que se habían sacrificado tanto y presentía que se
seguirían sacrificando.
Por su padre, por sus tíos, por su hermano y por su
esposa. Y sobre todo por Escocia.
 

FIN
AGRADECIMIENTOS

En primer lugar agradecer a K. B., una amiga como las que


ya no quedan; la aguja en el pajar que jamás pensé que
encontraría en tiempos de envidia y escarnio colectivo.
Gracias por tu inestimable ayuda y por batallar mis
luchas literarias como si fueran tuyas, de talento vas
surtida, solo falta que tú te lo creas.
Disculpa que no diga quien eres, pero ni yo quiero
compartirte ni tú quieres estar fuera de la burbuja; yo
burbuja contigo o sin ti, es lo de menos, estoy orgulloso de
la persona que he conocido y asombrado por tanta bondad,
humildad, sinceridad y más cosas bonitas.
Gracias por salvar esta historia y aguantar mis lágrimas,
gracias por existir y valorar, por ser y estar y por lo que
pase en un futuro. Por los huequitos y las cadenas.

  ambién quiero agradecer a Laura Larios por haberme


T
permitido continuar su serie aportando mi granito de
arena, ¡hemos tenido mellizos! Ha sido genial compartir
tantas horas de conversación sobre escocía, literatura, vida
y otros dramas.
Te dije que Engla iba a ser un golpe en la mesa y espero
que Kendryck sea su acompañante fiel toda la vida. Que
nos podamos apoyar siempre y que cada aventura nueva
sea compartida en su justa medida y se nutra de apoyo y
ayuda. Gracias por la última revisión del libro. Aprendo
mucho contigo.
SERIE CORAZÓN HIGHLANDER

Este libro es autoconclusivo y forma parte de una serie llamada Corazon


highlander, su precuela es Engla, la vikinga con corazón de highlander;
también autoconclusiuva.

 Espero que hayáis disfrutado la lectura y que, si lo consideráis oportuno, dejéis


una reseña para ayudar a los demás lectores a decidirse por este libro.

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