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Prácticos 2° Cuatri
Prácticos 2° Cuatri
La observación es un proceso que precisa atención voluntaria y selectiva en función del objetivo
que se quiere lograr. Se trata, entonces, de un proceso que requiere de algún instrumento cuya
función es la de recoger información sobre el objeto o situación que se desea considerar (De
Ketele, 1984)
Las notas de campo reúnen información que implica una actividad de codificación: la
información cruda seleccionada se traduce y ordena para ser transmitida a alguien (uno mismo u
otros).
Para tomar notas de campo se recomienda hacerlo con información detallada y precisa la
utilización de 4 columnas posibilita la diferenciación entre la descripción, las sensaciones del observador, las
hipótesis teóricas iniciales y la sucesión del tiempo. Este formato busca establecer filtros personales y teóricos del
observador:
Descripción de los
Hora Inferencias subjetivas Hipótesis iniciales
hechos
Se consignan los Se describe la situación Se refieren las Se refieren las hipótesis
cambios en los hechos en la secuencia que sensaciones y o explicaciones de
según la hora o tiempo sucede percepciones del aquellas primeras
transcurrido observador (explicitación conjeturas y
de sensaciones que explicaciones. Se
ocurrieron a lo largo de utilizan conceptos
la situación). Se vuelcan teóricos en relación con
todos los prejuicios, las la situación observada.
impresiones, los
comentarios.
El análisis de los datos es una parte fundamental del proceso de observación. Se necesita de un
tiempo prolongado de trabajo con el registro de lo observado. El observador pone en relación su
marco teórico con la situación observada, retoma las primeras hipótesis, las revisa, las corrobora,
las desarrolla, las cuestiona En el caso de las observaciones realizadas de las prácticas
docentes, para la formación de los futuros docentes, importa no solo la comprensión e
interpretación de las situaciones observadas sino también la revisión crítica de las acciones de
enseñanza. Es fundamental que el análisis incluya la mirada del observador sobre sí mismo.
Además, resulta importante el pasaje de la revisión crítica al desarrollo de acciones propositivas.
La búsqueda de alternativas de acción, de otros caminos posibles es una parte relevante del
trabajo a partir de las observaciones.
Cuando los observadores tienen poca experiencia en esta práctica, realizar observaciones y
elaborar registros de a pares resulta una estrategia interesante porque se comparten miradas y
se enriquece el registro de lo observado, a partir de la revisión, comparación y discusión de las
“notas crudas”, y la posterior elaboración de nuevas “notas cocidas.” Para comprender la
importancia de la calidad de los registros de las observaciones de prácticas, proponemos
analizarlos a través de la retroalimentación entre compañeros el meta-análisis que se
produce posibilita avanzar en registros más completos, más enfocados, con mayor claridad y
comunicabilidad.
Aprender a “hacer foco”
Una de las desventajas sobre las observaciones es que el observador pone en juego su
subjetividad en las interpretaciones (sesgo del observador), así como la reactividad (influencia
del observador sobre los observados). Toda observación está marcada por las diferentes
perspectivas y verdades construidas del observador, en consecuencia, el papel del observador
es fundamentalmente activo. Una de las tareas del observador consiste en tomar cada vez
mayor conciencia de los marcos de interpretación, tanto propios como de los sujetos a los que
observa.
En cuanto a la reactividad que genera el observador en la escena a observar, el impacto de su
presencia variará en función del tipo de intervención que realice, es decir, el grado de
participación en la situación observada. Por este motivo es necesario establecer algunos
acuerdos/contratos entre los actores involucrados en la observación para minimizar los efectos
reactivos: explicitar el sentido de la observación, aclarando para qué se observa, cómo se va a
procesar la información, qué se va a hacer con ella, qué grado de participación tendrá el
observador, etc. También es importante considerar y esclarecer el tiempo destinado a la
observación y a ubicación del observador en el espacio a observar.
Cuando los docentes en formación comienzan a observar, aparecen algunas limitaciones ligadas
a las dificultades para realizar esta tarea, tanto en el registro como en el análisis de las
observaciones La construcción de la equidistancia y el aprendizaje sobre lo relevante a ser
observado son dos cuestiones a resolver en el proceso de observación. La equidistancia expresa
el equilibrio que el observador construirá entre no ser ajeno a la situación sin referentes para
comprenderla, ni un nativo del lugar que no puede tomar distancia de aquello que conoce. Es
importante construir una posición de extranjeridad que permita una actitud de interrogación,
de búsqueda de sentido, de descubrimiento de nuevos significados al interpretar lo cotidiano. “No
hay conocimiento sin extranjeridad”: se trata de aprender a observar desde esta extranjeridad,
revisando, reflexionando y de-construyendo las naturalizaciones ya establecidas desde los inicios
de nuestro trayecto escolar. Es necesario dejar de describir todo lo que sucede para, en cambio,
distinguir lo esencial y más significativo, rechazando lo poco trascendental de lo observado.
- El efecto de la novedad que pueden tener las primeras impresiones, y que suele
distorsionar los juicios que se emiten luego
- La generalización, a partir de una parte, que se produce cuando se consideran algunas
actuaciones como si fueran una muestra representativa de la situación observada
- La tendencia a tipificar situaciones como “conductistas”, “tradicionales” o otros rótulos
peyorativos, obstaculizándose un análisis en profundidad.
Los límites y dificultades mencionados sin inherentes a la complejidad de los procesos de
observación. Tenerlos en cuenta en la formación y convertirlos en objeto de reflexión puede
enriquecer su uso.
La reflexión sobre la observación
La observación está en relación directa con la pregunta sobre sus motivos (“¿para qué se
observa?”). Es este propósito el que guía lo que habrá de hacerse, la manera en que se utilizarán
los datos y lo que se podrá obtener. El propósito influye no solo en lo que se observa, sino en
cómo esto se lleva a cabo y qué uso se hace de los datos; por este motivo es fundamental en la
formación explicitar a los futuros docentes los sentidos e intenciones de la observación.
La observación es un medio para obtener información y un proceso para producir conocimientos.
Proporciona una representación de la realidad que pretendemos estudiar, analizar y/o aprender.
Es decir, la observación posibilita analizar la enseñanza, reconocer problemas, abrir un espacio
para indagar otras líneas de acción. A través del trabajo con las observaciones se desentraña la
lógica de la práctica docente, se intenta comprender y reflexionar acerca de la práctica.
Consideramos fundamental la reflexión sobre la observación el análisis que a posteriori se
realiza de lo observado posibilita la comprensión de los procesos y la orientación de acciones
futuras. De este modo, la observación es una estrategia de enseñanza transversal a distintos
dispositivos de formación. Aprender a observar es decisivo para la formación de
profesionales reflexivos.
La observación permite acercar a los futuros docentes a situaciones cotidianas que enfrenta todo
profesor al dar su clase. La observación posibilita analizar la enseñanza, reconocer problemas,
generar un espacio que arriesgue probables líneas de acción, apelando a una posición reflexiva
permanente.
“De la observación científica a la observación pedagógica: los instrumentos para
evaluar aprendizajes” – Banno, B. & De Stefano
La observación es el modo natural de los seres humanos de explorar el mundo y acercarse al
conocimiento. La capacidad de observar es una potencialidad que traemos y que se va
construyendo en el crecimiento, no nacemos con ella. Observar implica ver y mirar como
sustentos fisiológicos imprescindibles; supone voluntad e intencionalidad dirigida al objeto de
conocimiento. Es la captación inmediata del objeto, la situación y las relaciones que se
establecen.
Cuando la observación se define como la recolección de información en forma sistemática, válida
y confiable, asumimos que la intencionalidad es científica. Desde esta perspectiva, se perfila
como un método de indagación en distintos tipos de estudios y diversos campos de conocimiento
en el campo de las Cs. Sociales la observación posee características que son referentes para
la observación pedagógica, entendida como una práctica evaluativa cotidiana desde la
perspectiva de la observación científica.
PRÁCTICA EVALUATIVA
EL REGISTRO ANECDÓTICO
Son descripciones de hechos que han ocurrido en el transcurso del proceso educativo y que
creemos cargados de significados. Documenta la situación observada de la siguiente manera:
1. Descripción objetiva del incidente y del contexto en que ocurre
2. Interpretación personal del docente sobre la significatividad del hecho
3. Recomendaciones de actuación
¿Qué comportamientos observar y registrar? Son nuestros objetivos de enseñanza los que
guiarán la selección de qué situaciones observar y cuáles considerar significativas, pudiendo
considerar también los acontecimientos inusuales o inesperados que aparecen como patrón de
comportamiento en los alumnos.
Ventajas proporciona una descripción del comportamiento real en situaciones naturales.
Describe comportamientos característicos y pone en evidencia aquellos que son excepcionales,
pero significativos. Nos familiariza con la observación.
Limitaciones Requieren de tiempo para su elaboración. Posee dudosa objetividad, al entrar
en juego nuestros prejuicios, expectativas e ideas previas.
Las escalas de calificación dirigen nuestra atención a los mismos aspectos de actuación en
todos los alumnos y proporcionan una escala común para registro. También pueden ser utilizadas
como dispositivo de enseñanza ya que las dimensiones y descripciones de los comportamientos
que se usan en la escala, son fácilmente comunicables a los alumnos, y permiten compartir su
análisis y, eventualmente, consensuar modificaciones.
Métodos de rango: No requiere una escala impresa. Se otorg un rango de orden a cada
alumno, según estime quien está calificando el grado en que posee las características o
condiciones que se estén juzgando. Es recomendable con grupos poco numerosos. Tienen
una ventaja sobre las escalas: obliga a quien califica a diferenciar entre los alumnos del
grupo, colocándolos en un orden relativo. Su limitación es que no proporciona
descripciones del comportamiento y que el significado de cada rango depende del tamaño
del grupo y del nivel medio de rendimiento del mismo.
La observación tiene gran importancia en el quehacer cotidiano del docente es por esto
necesario que el docente aprenda a observar, siendo imprescindible que el trabajo de
observación sea analizado y contrastado individualmente y/o en grupo. Este trabajo de discusión
y análisis posibilitará extraer toda la utilidad de la metodología observacional y cumplir sus
objetivos.
La observación, como acto de indagación de conocimiento, puede enfocarse de diferentes
formas y con distintas miradas. Para clarificar esta confusión en torno a la observación y su
utilización en el marco científico, se distinguen en la misma una doble aportación metodológica:
1. La utilización de la observación como una técnica más de recogida de datos que permita la
generación de hipótesis y teorías objetivas.
2. La observación como método, con entidad suficiente para la obtención de conocimiento
científico, caracterizado por la intervención (más o menos) participante en la
espontaneidad de la conducta observada.
Positivismo y observación
Según los lineamientos positivistas, el ideal de observación neutra, externa, desimplicada
garantizaría la objetividad científica en la aprehensión del objeto de conocimiento, ya dado
empíricamente y recogido por el investigador mediante la observación y otras operaciones de la
percepción.
Desde esta postura, el investigador debe observar y adoptar el rol de observador, y sólo en última
instancia comportarse como un observador-participante, asumiendo la observación como la
técnica prioritaria, y la participación como un “mal necesario”.
La observación etnográfica
La etnografía como enfoque es una concepción y práctica de conocimiento que busca
comprender los fenómenos sociales desde la perspectiva de sus miembros (entendidos como
actores, agentes o sujetos sociales). La especificidad de este enfoque corresponde al elemento
distintivo de las Cs. Sociales: la descripción (“cómo es” ese hecho observado para sus agentes)
Adoptar un enfoque etnográfico en una observación educativa, implica adoptar una postura o rol
en el que el investigador problematiza la situación o contexto observado, construyendo hipótesis
que son fruto de la articulación entre la elaboración teórica del investigador y su contacto
prolongado con los sujetos observados.
Las etnografías no sólo reportan el objeto empírico de la investigación, sino que presentan la
interpretación/descripción problematizada del autor acerca de algún aspecto de la “realidad de la
acción humana”.
¿Qué voy a observar? Requiere hacer un claro recorte de las unidades de análisis de
observación, entendiendo por tales al conjunto de eventos conductuales que, con distintos
grados, son observados en los espacios educativos.
¿Qué unidades de medidas voy a utilizar? Las más frecuentes de menor a mayor
complejidad son: ocurrencia, frecuencia, orden y duración. En ocasiones puede interesar el
estudio de aspectos cualitativos de la conducta como la intensidad y la adecuación, esto se
lleva a cabo mediante escalas previamente construidas.
¿Con qué voy a observar? Qué técnicas e instrumentos de registro voy a utilizar acorde al
grado de estructuración de la observación: registros narrativos, escalas de apreciación,
listas de cotejo, formatos de campo.
¿Cuándo, a quién y/o en qué situación se va a realizar la observación? El investigador
debe plantearse el tiempo de duración de la obs, la frecuencia con que se va a observar, el
momento de inicio y finalización de los períodos de observación, las situaciones y el
número de sujetos en y a los que se va a observar. Esto implica tres tipos de muestreos
posibles: muestreo de tiempo, muestreo de situaciones, muestreo de sujetos.
¿Quién/es van a realizar la observación? Uno o varios, que grado de implicación va a tener
cada uno, etc.
2. RECOGIDA DE DATOS
Implica un registro y codificación correcto de los datos de observación. Frecuentemente ambas
tareas se realizan simultáneamente. En ocasiones, registro y codificación pueden ser utilizados
como procesos consecutivos: se recoge la información de manera narrativa y posteriormente las
codificamos revisando el sistema de categorías construido.
Tipos de registro:
- Registro continuo: el observador permanece alerta y registra siempre que ocurre algún
suceso relevante y/o se producen cambios en los estados codificados. Dependiendo los
intereses pueden realizar:
a. Registro sólo de sucesos (si la conducta se da o no)
b. Registro secuencial (aparición de conducta + orden de aparición)
c. Registro con información cronológica (aparición de conducta + orden de aparición +
duración de la conducta codificable)
- Registro discontinuo: se utiliza con muestreo temporal bien en forma de intervalos o de
puntos de tiempo. La observación es continua pero el registro se lleva a cabo sólo en
determinados momentos.
Estructura de la clase 0 1 2 3 4 Observaciones
INICIO
DESARROLLO
Organiza la actividad
Claridad de consignas
Síntesis integradora
CIERRE
HABILIDADES DE COMUNICACIÓN
Ubicación espacial
Ritmo de exposición
Red de comunicación
- Unidireccional
- Bidireccional
- Multidireccional
Clima de clase
Es una experiencia pedagógica de tipo práctico organizada para investigar y resolver problemas
vinculados al mundo real, fomentando el aprendizaje activo y su integración con la vida real
como metodología de enseñanza, requiere de una elaboración y presentación de situaciones
reales o simuladas relacionadas con la construcción del conocimiento o el ejercicio reflexivo de
determinada destreza. Se ha consignado el ABP como una de las herramientas más promisorias
de los modelos instruccionales situados que intentan vincular la escuela con la vida y facultar en
sentido amplio a la persona que aprende.
En el contexto de la educación contemporánea, el enfoque del ABP toma forma propia y
comienza a ganar terreno a partir de la década de los 60. Hoy en día, aumentó aún más el
interés por los enfoques integradores basados en actividades que fomenten el pensamiento
complejo y el aprendizaje centrado en la práctica mediante el afrontamiento de problemas
significativos las diversas modalidades que adopta hoy en día el ABP son tributarias de las
teorías constructivistas del aprendizaje, las cuales destacan la necesidad de que los alumnos
indaguen e intervengan en su entorno y construyan por sí mismos aprendizajes significativos, lo
que proporciona las bases teóricas del ABP. Entre sus antecedentes se encuentran los aportes
de Piaget, Bruner y Vigotsky, el método de entrenamiento en investigación de Suchman, el
aprendizaje por descubrimiento bruneriano y los principios de razonamiento inductivo aplicados al
método científico. A su vez, el ABP se apoya en las teorías cognitivas y del procesamiento de la
información.
El ABP puede entenderse y trabajarse en una doble vertiente:
1. En el nivel de diseño del currículo
2. Como estrategia de enseñanza
En ambas vertientes, el interés estriba en fomentar el aprendizaje activo, aprender mediante la
experiencia práctica y la reflexión, vincular el aprendizaje escolar a la vida real, desarrollar
habilidades de pensamiento y toma de decisiones, y ofrecer la posibilidad de integrar el
conocimiento procedente de distintas disciplinas.
En las experiencias educativas que promueve el ABP, los alumnos participan de manera activa y
se sienten motivados, mejoran sus habilidades autorreguladoras y flexibilizan su pensamiento,
pues pueden concebir diferentes perspectivas o puntos de vista, así como estrategias de solución
al asunto en cuestión La importancia del ABP estriba en que las aulas que trabajan con este
enfoque se convierten en comunidades de aprendizaje donde la información y la construcción del
conocimiento son actividades colectivas que generan interés y compromiso en los alumnos.
Entre las habilidades que se busca desarrollar en los alumnos mediante el ABP se
encuentran:
Abstracción: implica la representación y manejo de ideas y estructuras de conocimiento
con mayor facilidad y deliberación.
Adquisición y manejo de información: conseguir, filtrar, organizar y analizar información
proveniente de distintas fuentes.
Comprensión de sistemas complejos: capacidad de ver la interrelación de las cosas y el
efecto que producen las partes en el todo y el todo en las partes.
Experimentación: disposición inquisitiva a plantear hipótesis, someterlas a pruebas y
valorar los datos resultantes.
Trabajo cooperativo: flexibilidad, apertura e interdependencia positiva orientadas a la
construcción conjunta del conocimiento.
No existe una metodología o formatos únicos en la conducción y diseño de unidades de
enseñanza que incorporan el ABP, aunque sí diversos principios básicos y compartidos:
La enseñanza basada en problemas inicia con la presentación y construcción de una
situación problema, punto focal de la experiencia de aprendizaje y que da sentido a la
misma.
Los alumnos asumen el rol de solucionadores de problemas, mientras que los profesores
son tutores y entrenadores.
La situación problema permite vincular el conocimiento académico o contenido curricular a
situaciones de la vida real, simuladas y auténticas.
La evaluación y la asesoría están presentes en todo el proceso. Se utiliza una evaluación
auténtica centrada en el desempeño que incluye la autoevaluación.
Es importante considerar plantear situaciones de ABP multidisciplinarias, para alcanzar la
naturaleza integradora u holística del conocimiento que se busca en este tipo de
enseñanza.
Los usos más interesantes de la metodología del ABP, con sus variantes y modalidades, residen
en la posibilidad de promover no sólo la adquisición de conocimiento disciplinario, sino de
promover habilidades complejas la meta de este tipo de intervención educativa es que los
alumnos aprendan a resolver por sí mismos problemas cada vez más complejos , para lo cual
resulta importante la supervisión y capacitación de un experto que emplee una variedad de
estrategias y apoyos para ayudar a los alumnos a aprender y estableciendo los mecanismos de
andamiaje necesarios. Cuando se enfrenta una situación de solución de problemas, el docente o
agente educativo requiere modelar el proceso y las habilidades requeridas, pero cuidando de no
decir demasiado, adelantar o imponer las soluciones. Otra acción crucial es la de saber plantear
las preguntas relevantes que guíen el caso y permitan que el alumno logre focalizar el problema
al mismo tiempo que lo conduzcan a construir sus propios argumentos y propuestas,
promoviendo el diálogo reflexivo y la supervisión en y sobre la práctica.
Modelo para el diseño y aplicación de la metodología del ABP en la educación básica
y media (Desarrollado por el Centro para el ABP de la Academia de Matemáticas y
Ciencias de Illinois)
El modelo plantea dos procesos básicos interrelacionados y complementarios en el ABP: el
diseño curricular y el entrenamiento cognitivo.
Problemas divergentes
Los casos son instrumentos educativos complejos que aparecen en formato de narración.
Incluye información, datos y material técnico. Aunque se centran en materias o áreas curriculares
específicas, son por naturaleza interdisciplinarios. Un caso ofrece una historia, donde se cuentan
sucesos que plantean situaciones problema reales (auténticas) o realistas (simuladas). En la
media en que los estudiantes se apropien del caso, podrán identificar sus componentes clave y
construir opciones de afrontamiento o solución del problema que delinearon.
Los casos que se presentan a los alumnos con propósitos de enseñanza contienen información
suficiente pero no exhaustiva. Es decir, no se ofrecen a priori análisis conclusivos, pues una de
las tareas centrales de os alumnos es ahondar en la información y conducir ellos mismos el
análisis y conclusiones la enseñanza basada en casos promueve, según la lógica del ABP, el
desarrollo de habilidades de aplicación e integración del conocimiento, el juicio crítico, la
deliberación, el diálogo, la toma de decisiones y la solución de problemas. No obstante, no solo
se destaca el razonamiento de los alumnos, sino la expresión y educación de emociones y
valores. La discusión de casos permite mezclar los aprendizajes cognitivos y afectivos, a la par
que desarrollar las habilidades de colaboración y la responsabilidad.
Los formatos para presentar los casos son variados; sin embargo, independientemente de esto,
los “buenos casos” requieren:
Ilustrar los asuntos y factores típicos del problema que se pretende examinar
Reflejar marcos teóricos pertinentes
Poner de relieve supuestos y principios disciplinarios prevalecientes
Revelar complejidades y tensiones reales existentes en torno al problema en cuestión
Wassermann (1994) agrega:
Vínculo directo con el currículo
Calidad de la narrativa
Es accesible al nivel de los lectores o aprendices
Intensifica las emociones del alumno
Genera dilemas y controversias el aprendizaje mediante casos se caracteriza por una
intensa interacción entre el docente o agente educativo y el alumno, así como entre los
alumnos en un grupo de discusión, y parte del supuesto: el aprendizaje es más afectivo si
los estudiantes construyen o descubren el conocimiento con la guía o mediación del
agente educativo, y si tienen la oportunidad de interactuar entre sí.
Criterios para elegir un buen caso en la enseñanza
Los autores distinguen dos grandes fases para el planteo de un caso con fines de enseñanza:
una de preparación del caso y otra de conducción de la discusión. Wassermann considera que los
casos son ante todo herramientas instruccionales; plantea que, en el plano del diseño y desarrollo
instruccional, se requiere trabajar en torno a 5 elementos intruccionales o fases en la
enseñanza basada en casos:
1. Selección y construcción del caso
Se plantea qué es lo que sucede, cuál es el asunto o problema, quiénes están involucrados, a
qué situaciones se enfrentan, cuáles son los conflictos, los intereses y las posibilidades en juego,
etc. Quién prepara un caso requiere considerar para quién lo está escribiendo, seleccionando el
material desde el punto de vista del nivel e interés del lector y considerando las competencias que
se pretenden fomentar. Los casos deben ser reales o realistas, creíbles, polémicos y no ofrecer
de entrada la solución o forma correcta de pensar, sino dar apertura a distintas perspectivas de
análisis del problema.
2. Generación de preguntas clave para su estudio o análisis
Permiten que el caso se examine de manera inteligente y profunda, al mismo tiempo que
propician luz a los puntos centrales del mismo. Constituyen el medio fundamental del profesor
para mediar el encuentro del estudiante con el material de estudio. Existen 4 tipos:
o Preguntas de estudio permiten la entrada del alumno al caso, organizan su
pensamiento y permite clarificar los conocimientos o información básica requerida.
o Preguntas de discusión definen áreas de exploración del caso. Dan la pauta a
seguir, dirigen el análisis.
o Preguntas facilitadoras revelan los significados explícitos de las contribuciones
individuales y estimulan la interacción entre los alumnos.
o Preguntas sobre el producto o resultado de la discusión del caso revelan la toma
de postura asumida, soluciones acordadas, consensos y disensos.
3. El trabajo en equipos pequeños
Es importante preparar a los alumnos para trabajar los casos en un entorno cooperativo y de
verdadero diálogo. Los grupos de estudio permiten promover una mayor tolerancia hacia las ideas
de los demás, así como una mejor disposición a escuchar otras ideas y a expresar los puntos de
vista propios. Los docentes deben orientar a los alumnos en el proceso de aprendizaje, fomentar
el trabajo cooperativo, involucrar a los estudiantes en evaluaciones y autoevaluaciones
sistemáticas a lo largo del proceso, y explicar a los alumnos de manera comprensible el porqué y
el cómo de la metodología de aprendizaje basada en casos.
4. La discusión del caso
Se debe crear un encuadre para la discusión. El profesor requiere promover un clima de respeto
entre los participantes, así como asegurar que se realizará una discusión a consciencia y bien
argumentada. El reto del docente es mantener el giro de la discusión sin imponer sus puntos de
vista, aunque conduciendo la misma.
5. El seguimiento del caso.
Un buen caso de enseñanza conduce a los alumnos a desear conocer más sobre el asunto en
cuestión, debido a que el tratamiento del caso genera en el alumno una disonancia o reto por
afrontar.
Los logros u objetivos que se persiguen en el aprendizaje mediante casos, que constituyen los
aspectos por evaluar, se integran en 8 categorías:
- Fomentar el pensamiento crítico
- Promover la responsabilidad del estudiante ante el estudio
- Transferir la información, los conceptos, las técnicas
- Convertirse en autoridad en la materia en un ámbito concreto
- Vincular aprendizajes afectivos y cognitivos
- Darle vida a la dinámica de la clase; fomentar la motivación
- Desarrollar habilidades cooperativas
- Promover el aprendizaje autodirigido
Respecto del enfoque que asume la evaluación del aprendizaje basado en casos se deben
considerar los siguientes puntos:
- Énfasis en la evaluación formativa, dinámica y contextuada (ev. Auténtica)
- Desarrollo y aplicación de materiales de evaluación cualitativos, que valoren el
desempeño, habilidad, disposición y actitudes del alumno.
- Involucrar la autoevaluación fundamentada de los alumnos y del trabajo realizado en los
grupos de discusión
- Definir y consensuar criterios de desempeño o estándares mínimos que permitan cualificar
los aprendizajes logrados
- Requiere que los profesores ejerciten su juicio profesional para valorar los logros y la
calidad del trabajo de los alumnos.
“El aprendizaje basado en problemas” – Torp y Sage
CAPÍTULO 2. ¿Qué es el aprendizaje basado en problemas?
El paradigma de enseñanza que sigue la secuencia enseñar-aprender-aplicar en donde el
profesor enseña y los alumnos aprenden, fue la norma del modelo de enseñanza durante mucho
tiempo el ABP reformula el paradigma del aprendizaje y coloca a los estudiantes frente a una
situación confusa, no estructurada, ante la cual ellos asumen el rol de interesados y propietarios
de la situación.
El ABP es una experiencia pedagógica (práctica) organizada para investigar y resolver problemas
que se presentan en el mundo real. Es un organizador del currículum y una estrategia de
enseñanza, dos procesos complementarios.
Como proceso de pensamiento y aprendizaje, el ABP permite que los alumnos se conviertan en
estudiantes expertos y agentes activos capaces de trasladar la imaginación y el pensamiento a la
realidad, y de reflexionar sobre el proceso y la solución propuesta.
Cuáles son los elementos esenciales del ABP?
El fenómeno de cómo desarrollar y formar valores es un proceso de enculturación que dura toda
la vida, en el que inciden los cambios sociales que se producen y provocan transformaciones en
las interrelaciones humanas y en la calidad y sentido de la vida. Los valores son razones y
afectos de la propia vida humana, de la que no se aísla la relación de lo material y lo espiritual, lo
social y lo individual.
¿Qué es valor? Para entender este concepto se deben tener claro un conjunto de aspectos
que contribuyen a una definición en sentido amplio.
- Los seres humanos establecen relaciones con el medio natural y social en que ellos se
desenvuelven.
- A través de su actividad (productiva, intelectual, artística, deportiva...) se ponen en contacto con
objetos materiales e ideales (un producto tangible, una cualidad de la personalidad, una
concepción, un sentimiento...)
- En este proceso de la actividad humana, en permanente comunicación social, surgen en el ser
humano necesidades materiales y espirituales, que al concretarse en objetos materiales y
espirituales que las satisfacen, se convierten en valores.
- Los valores se identifican con cualquier objeto material o espiritual (o sea, productos tangibles,
cualidades de la personalidad, concepciones, sentimientos...) que al satisfacer una necesidad
humana, son interiorizados y aprehendidos a través de su propia experiencia vital, esto da un
sentido personal a las significaciones del mundo exterior a él.
- Cada ser humano interioriza aquello que satisface sus necesidades personales y, sobre esta
base posee intereses (los intereses son las necesidades hechas conciencia), forma convicciones,
precisa sus aspiraciones futuras y llega a analizar las posibilidades que tiene de alcanzarlas: así
se manifiestan los valores.
-Los valores se forman en el proceso de socialización bajo la influencia de diversos factores
(familia, escuela, medios masivos de comunicación, organizaciones políticas, sociales, religiosas,
etc.)
- No son inmutables ni absolutos, su contenido puede modificarse por circunstancias cambiantes y pueden
expresarse de manera diferente en condiciones concretas también diferentes.
Se estructuran:
- Por las circunstancias cambiantes de la realidad, por lo que puede su contenido expresarse de manera
diferente en condiciones concretas.
- Se jerarquizan en dependencia del desarrollo de la personalidad y del desarrollo social del contexto.
Es impreciso y absurdo hablar de una Pedagogía de los valores como algo independiente, dado
que el valor es parte del contenido y éste es uno de los componentes de la didáctica , pero sí es
necesario comprender las particularidades de la formación y el desarrollo de los valores y sus
relaciones en el proceso docente-educativo La reflexión del profesor sobre el valor
educativo de las acciones en el proceso, significa de igual modo intencionar y valorar el
método de aprendizaje no como simple procedimiento sino pensar en la comunicación, las
relaciones interpersonales, es analizar el componente sociohumanista de la ciencia que se
enseña y de cómo hacerlo, lo que representa brindar un enfoque integral, holístico, complejo y
dialéctico al aprendizaje, es reconocer que no existen “dos culturas” separadas, sino reflexionar
sobre la totalidad de ésta, en su historia, en sus contradicciones, en su actualidad, en sus
métodos, en sus consecuencias e impactos y, por supuesto en su ética. Se trata de reflexionar
en el valor de la Educación.
Alrededor de la educación en valores está la idea de negar la necesidad de una pedagogía propia
de los valores, puesto que consideran que los valores están siempre presentes en el proceso de
formación, siendo suficiente una buena relación alumno-profesor, el ejemplo de éste, la
comunicación eficaz, etc.
Es cierto que el proceso de enseñanza-aprendizaje siempre forma y desarrolla valores, el asunto
a reflexionar está: ¿en qué valores se quiere incidir en el proceso, para qué, y cómo? La dificultad
consiste entonces en eliminar el llamado “curriculum oculto” o “contenido oculto”, la cuestión
radica en la necesidad de explicitar, sistematizar e intencionalizar en el proceso de enseñanza-
aprendizaje, “lo educativo”, que por supuesto integra el proceso formativo.
Visto de otro modo, es la reflexión del profesor sobre el valor educativo de sus acciones en el
proceso, de sus intenciones, de lo valorativo en los contenidos, del valor del método, etc. lo que
implica establecer prioridades.
Intencionalizar los valores en el proceso de enseñanza-aprendizaje se refiere a:
- Determinar los sistemas de valores y sus contenidos en el diseño curricular.
- Precisar los principios didácticos que condicionan una manera especifica de planificar, ejecutar y
evaluar el proceso de enseñanza-aprendizaje, que influyen en un nuevo tratamiento de las
relaciones de los componentes de la didáctica.
La dirección pedagógica no puede entenderse como una relación mecánica estímulo-reacción: se
trata mas bien de la sistematización de las influencias educativas sobre la base del encargo social
que persigue la formación de un modelo de hombre o mujer. (Viciedo:1999)
La educación en valores debe contribuir a que el proyecto de vida se convierta en “un modelo de
vida sobre la base de aquellas orientaciones de la personalidad que definen el sentido
fundamental de su vida, y que adquieren una forma concreta de acuerdo con la construcción de
un sistema de actividades instrumentadas, las que se vinculan con las posibilidades del individuo
y, de otro lado las posibilidades objetivas de la realidad externa para la ejecución de esas
orientaciones de la personalidad” (D’Angelo, 1996:3).
La educación puede ayudar a definir un proyecto de vida efectivo y eficaz, convirtiéndolo en un
proyecto real, haciendo corresponder las posibilidades internas del individuo y las del entorno,
mediante el desarrollo de los valores, la concepción del mundo, la capacidad de razonamiento,
los conocimientos, la motivación y los intereses.
Son tres las condiciones para la educación en valores:
1. Conocer al estudiante en cuanto a: determinantes internas de la personalidad (intereses,
valores, concepción del mundo, motivación, etc.); actitudes y proyecto de vida (lo que piensa, lo
que desea, lo que dice y lo que hace).
2. Conocer el entorno ambiental para determinar el contexto de actuación (posibilidades de
hacer).
3. Definir un modelo ideal de educación.
Incidencias de la educación en valores:
- Desarrolla la capacidad valorativa en el individuo y permite reflejar adecuadamente el sistema
objetivo.
- Desarrolla la capacidad transformadora y participativa con significación positiva hacia la
sociedad.
- Desarrolla la espiritualidad y la personalidad hacia la integralidad y el perfeccionamiento
humano.
- Transforma lo oficialmente instituido a través de las normas morales, los sistemas educativos, el
derecho, la política y la ideología.
1. La reciprocidad es, casi siempre, el factor que explica los éxitos que surgen de forma
inesperada, cuando todas las esperanzas habían sido descartadas. Detrás de estos
resultados aparece siempre una persona clave, que consiguió mantener con el joven en
dificultades una relación personal capaz de restituirle un valor en el que él mismo ya no
creía la esencia de la relación entre dos personas, donde una se inclina hacia la otra, lo
comprende y recoge sus vivencias, sentimientos y aspiraciones, comunicando a partir de
su propia experiencia claridad, solidaridad y fuerza para actuar, ocupando un espacio en la
vida del otro, constituye un tipo de reciprocidad.
2. Otro tipo de reciprocidad, es operado por la misma persona en su relación consigo misma.
Se trata de la adquisición del autodominio a través de sus potencialidades físicas,
intelectuales y afectivas. El educando es constantemente llamado a superarse a sí mismo.
Implica amor a sí mismo. La consecuencia es una interioridad que surge de los esfuerzos
orientados hacia lo que en él nace y lo transforma sin que se pierda su identidad.
3. El tercer tipo de reciprocidad es el momento en el que el educando se siente llamado a
fundir su dinamismo básico en actitudes socializadas, adaptadas a convivencias de
contextos más amplios (familia, escuela, comunidad, trabajo), pero que guardan
correspondencia con su propio movimiento de autoedificación. La simpatía es la resultante
de este nivel de reciprocidad.
La autoridad en la pedagogía de la presencia.
El adolescente en dificultades se inclina hacia aquellas relaciones que no le pidan cuentas sobre
lo que él es, no muestren resentimiento por lo que parece ser, ni intenten imponerle lo que
debería ser.
No podemos ser ilusos. Muchos educandos ven a los educadores como los representantes de la
sociedad a la que ellos, consciente o inconscientemente, responsabilizan por su sufrimiento. Para
ellos, todas las otras violencias que sufrieron se continúan por intermedio del educador que se
empeña en llevarlos a aceptar reglas básicas de convivencia, de un mundo que ellos no
reconocen como suyo La única manera de enfrentar esto, es asegurar a los educandos el
derecho a participar en la elaboración, discusión y revisión de las normas de manera que
comprendan su origen y su finalidad. Intentar imponerles normas desde afuera y desde arriba,
pretendiendo orientar sus pasos, será siempre una actitud recibida con indiferencia y hostilidad.
La verdadera autoridad nace menos del conocimiento que se tiene del educando y sus
dificultades, que de la capacidad del educador de (re)conocerlo y aceptarlo. El educador que así
entiende y practica la autoridad, se libera a sí mismo y puede encarar al educando de frente,
transmitiéndole lo mejor de sí mismo. El educando percibe de algún modo que, más allá de los
límites y de las restricciones, alguna cosa buena, esencial para su crecimiento, le está
transmitiendo el adulto significativo que tiene frente a sí.
“La educación en valores y su práctica en el aula” – Parra Ortiz
Introducción.
La educación moral o en valores se ha convertido en el primer problema estratégico de la
educación en nuestra década. El debate axiológico aparece centrado en dos cuestiones
principales: ¿Qué factores determinan los conflictos en los sistemas de valores? ¿Qué pueden
hacer la escuela y los educadores al respecto?
Respecto a la primera pregunta, podemos decir que los conflictos en los sistemas de valores se
producen al intentar adaptar los principios de la moral tradicional a la sociedad actual, ignorando
que un modelo social cambiante y heterogéneo culturalmente como el presente, exige la creación
de un esquema de valores propios.
Filósofos de la educación interpretan la agitación actual no como una destrucción de los valores
antiguos, sino como una confrontación dialéctica entre lo antiguo y lo nuevo, que hace aflorar
contradicciones inherentes. Por este motivo, la educación de los valores requiere de un amplio
debate social para definir los valores que han de regir la conducta colectiva y un empeño de los
agentes sociales y educativos para haceros efectivos.
1. El sentido de los valores en la educación
Cada sociedad, en un momento histórico determinado, selecciona el sistema general de valores
más adecuados para satisfacer las necesidades sociales, siendo la escuela la institución
encargada de su transmisión y desarrollo por medio de la actividad educativa.
La construcción del currículum está, por tanto, sujeta a una opción por determinados valores, a su
jerarquización, y a su sistematización y estructuración de los mismos. En cuanto praxis educativa
deberá posibilitar la recreación y creación de valores, y la propia jerarquización por parte del
educando
Se trata pues, en última instancia como fase terminal del proceso educativo, procurar que el
educando vaya adquiriendo los valores adecuados y los interiorice y traduzca luego en un
proyecto de vida personal que guíe sus obras como individuo y como ciudadano de una
colectividad. En esto, son dos los problemas que el educador ha de asumir: qué valores y
actitudes pueden y deben ser contenidos de la educación y por medio de qué técnicas y
estrategias se pretenden transmitir.
2. La crisis actual del sistema de valores
Los cambios sociales y culturales promovidos por la revolución científica y tecnológica, han
jugado un papel importante en la crisis de los esquemas de valores y de los sistemas de
creencias de la sociedad actual.
La crisis del sistema de valores caló de forma profunda en todos los agentes y fuerzas
sociales, pero donde se planteó de forma más dramática fue en la escuela por efecto de la
contradicción y del conflicto de valores que se vivió en su seno. El detonante de la crisis tiene
lugar en los años 70, fecha en que el panorama social sufrió una gran convulsión como
consecuencia de la contestación juvenil y estudiantil en los campus universitarios de Europa y
EEUU. Los vientos de la revolución del “Mayo francés” con toda su carga de subversión de la
sociedad y de los valores que la sustentaban, produjeron una profunda inquietud en los líderes
políticos de Occidente, en los padres y en los educadores.
La opinión pública estimó que la causa primera de esta preocupante desintegración social era el
fracaso de la escuela para imponer pautas de comportamiento elevadas y para conseguir que los
jóvenes aprecien los valores morales tradicionales. La solución parecía obvia: introducir la
educación moral en las escuelas junto con los otros temas culturales básicos.
La crisis del sistema de valores llevó a los países más avanzados del mundo occidental a
plantearse la necesidad de un programa específico de educación en valores. A la hora de
plantearse el contenido específico de dicho programa cada país lo abordó teniendo en cuenta las
circunstancias políticas, socio-históricas y culturales del momento:
Estados Unidos: la orientación adoptada rompe con la imposición al estudiante de rígidas
escalas de valores y propone, en su lugar, un enfoque basado en la organización
sistemática de actividades formales e informales que ayuden al estudiante a definir,
explicar y probar sus valores. La teoría de “clarificación de valores” fue concebida para ser
aplicada con un criterio de interdisciplinariedad en las áreas fundamentales del currículo;
sin embargo, es en el programa de estudios sociales donde alcanza una mayor
implantación con contenidos temáticos del tipo: educación ambiental, educación del
consumidor, orientación vocacional, educación contra las drogas, educación familiar, etc.
Alemania: el esquema elegido como en el caso estadounidense, se centró en la elección
de un programa específico de educación en valores que tenía aspectos tan diversos como
principios morales, instituciones, normas jurídicas, virtudes, sentimientos, actitudes,
democracia y Estado de derecho.
España: es a partir de la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo
(1990) que encontramos una propuesta operativa de educación en valores, cuyo propósito
fundamental es sacar a esta dimensión educativa del ámbito del currículum oculto. El
currículum de la Reforma establece una educación en valores y actitudes por medio de dos
tipos de contenidos:
- Los contenidos actitudinales: valores, actitudes y normas que figuran en todos los bloques
de contenidos en que aparecen estructuradas las áreas curriculares con el propósito de
que se programen y desarrollen conjuntamente con la enseñanza de los contenidos
conceptuales y procedimentales
- Temas Transversales: cortan el currículum escolar en sus diferentes ámbitos de
conocimiento, se configuran en forma de contenidos temáticos de carácter interdisciplinar
de gran significación social y cuyo aprendizaje se considera imprescindible para la
formación integral de los ciudadanos.
En estas propuestas de educación en valores se observa una tendencia muy generalizada a
considerar sólo aquellos valores que garantizan una convivencia democrática, prescindiendo de
los grandes valores antropológicos y espirituales.
3. El problema de la selección de los valores
Una de las cuestiones principales en las que se centra actualmente el debate axiológico es:
¿Cuáles son los valores fundamentales a los que deben someterse los ciudadanos para no
desorientarse ante el rápido y fuerte cambio de valores que afecta a la sociedad actual? La
respuesta dependerá de la postura ideológica que se adopte:
a. Para los tradicionalistas de orientación objetivista, la formación de la personalidad humana
se fundamenta sobre la base de los valores absolutos, universalmente aceptados (verdad,
valor, justicia, equidad, libertad, bondad, compasión por el prójimo). Son valores
predicados desde todos los contextos sociales y fomentados desde todas las instancias
educativas. Esto tiene dificultad a la hora de llevarse a la práctica: la convicción de que la
labor educacional ha de basarse en la inculcación de valores eternos y universales es
cuestionable porque el hombre no puede abstraerse de la realidad social concreta, del
mundo actual en el que vive. La educación del “hombre eterno” ignora el contenido del
“aquí y ahora”.
b. Para los modernistas, lo esencial de la educación estriba en formar hombres capaces de
enfrentar los problemas que les plantea la civilización moderna, de aprovechar las
oportunidades de desarrollo cultural y humano, y de saber hacia que meta aspira y cómo
alcanzarla. Sostienen que el hombre moderno ha de liberarse de los viejos valores
tradicionales marcados por la religión. Se trata de un enfoque racionalista, secularizado,
empírico y pragmático donde predominan los valores racionales y tecnológicos de la
eficacia y del rendimiento, estrechamente conectados con la productividad y las demandas
del mercado de trabajo. La “preparación para la vida” que proponen requiere de una
definición histórica de los valores que habrá de adaptarse en cada momento a las
demandas del contexto social y productivo. Sin embargo, la tarea de educar a los hombres
se trata de prepararlos para que sean capaces de asumir una actividad social, valiosa y
fecunda a través del desarrollo integral de su personalidad.
c. Para los subjetivistas los valores derivan de las experiencias de cada persona; no hay, por
tanto, valores objetivos y universales, y el proceso de valoración es propio de cada
apersona. El educando ha de ser puesto en situación de experimentar sus propios valores
y la exclusión de cualquier forma de imposición en la enseñanza. Se abre así una tercera
vía a la hora de afrontar el tema de la selección de los valores que pasa por el hecho de
que cada persona adquiera su propio esquema de valores, de los que la sociedad le ofrece
en cada momento histórico, teniendo siempre como referente los valores espirituales.
Los valores que realmente influyen en la vida de manera consistente y duradera, son aquellos
que cada persona es capaz de construir por sí mismo, mediante un proceso de interacción y de
confrontación crítica con las fuerzas dinamizadoras del mundo y de la cultura.
Los valores, instaurados creadoramente a lo largo de la historia y asumidos por la sociedad,
constituyen “realidades” a “crear” o “recrear” en cada momento histórico por cada una de las
personas y por el conjunto de la sociedad que es el sujeto propio de la historia. En cuanto a las
fuentes o marcos de referencia utilizados para la selección de un patrón de valores con
intencionalidad formativa pueden ser muy diversos, dependiendo de la concepción del mundo, de
la vida y del destino personal del hombre asumidos por el contexto sociocultural en su conjunto y
por cada comunidad educativa en particular. En ambos casos, las propuestas procedentes de la
Pedagogía axiológica pueden ser útiles:
Max Scheler (1941) clasifica dualmente en valores sensibles y espirituales:
Valores sensibles
- Valores hedónicos
- Valores vitales
Valores espirituales
- Valores estéticos
- Valores morales
- Valores lógicos
- Valores religiosos
Quintana Cabana y Marín Ibáñez (1992) ofrecen esquemas de valores que, desde el punto
de vista didáctico, son los de mayor interés debido a su proyección sobre el currículum
escolar de las instituciones educativas:
1. Valores personales: la felicidad, una sana ambición (que será fuente de motivaciones); la
"competencia personal" para salir airoso ante las tareas y los problemas.
2. Valores morales: la fidelidad, la capacidad de esfuerzo, la veracidad, la templanza, la
responsabilidad, la autodisciplina, la obediencia a la autoridad justa y el cumplimiento del deber.
3. Valores sociales: el hábito de trabajo, la amistad, el amor y el espíritu de familia
4. Valores trascendentes: el cultivo de las creencias y la actitud de respetuoso asombro ante los
enigmas del universo y de la vida humana.
Marín Ibáñez (1976) establece categorías de valores a partir de las dimensiones del
hombre, que vincula a las diferentes áreas curriculares:
1) Dimensión de la supervivencia
- Valores técnicos, o instrumentos a través de los cuales el hombre prolonga y fortalece su
acción para transformar el mundo en beneficio propio (Área tecnológica)
- Valores vitales, que comprenden la afirmación de la total realidad psicobiológica del
hombre, esto es, sus motivaciones primarias, tendencias, impulsos, etc. (Educación física y
deporte; Educación para la salud)
2) Dimensión cultural
- Valores estéticos: es decir, aquellos en los que se manifiestan primordialmente la armonía
y la sublimación de la realidad (Expresión Plástica, Musical y Literaria)
- Valores intelectuales, o aquellos que buscan la estructura de los objetos y la penetración
de los mismos, a partir de la realidad objetiva (Lenguaje, Matemáticas, Área de Ciencias
Naturales, Área sociocultural)
- Valores éticos, aquellos que dirigen al hombre como ser individual y social ante el deber
ser (Ética, Educación cívica).
3) Dimensión trascendental
- La cosmovisión o comprensión global del universo, en la que el hombre integra el sentido
de la vida (Filosofía)
- La religión, o valor supremo al que el hombre puede abrirse si es entendida como plenitud
de la indigencia humana y respuesta última al sentido del mundo (Educación religiosa)
La solución al problema de la selección de los valores nos viene dada por la Pedagogía
axiológica a través de las propuestas que sintetizan e integran las aportaciones objetivistas,
historicistas o subjetivistas es legítimo y necesario que junto a los valores antropológicos y
espirituales, la escuela transmita así mismo, los valores democráticos exigidos por cada
comunidad en respuesta a las necesidades de cada momento histórico, y promueva y desarrolle
los valores diferenciales propios de cada educando que nacen de sus intereses y preferencias
específicas.
4. Enfoques en la educación de valores
La educación en valores, como cualquier otra modalidad educativa, tiene su fundamentación
teórica en una serie de presupuestos filosóficos, psicológicos o sociológicos. A partir de las
diferentes interpretaciones que han aportado la teoría conductista, la teoría de la comunicación y
la teoría cognitiva sobre la conducta humana y las causas que la determinan, se han estructurado
técnicas y estrategias con el propósito de orientar la educación en valores en el aula. Las mismas
se pueden clasificar en dos enfoques: tradicional e innovador.
ENFOQUE TRADICIONAL
Desde un punto de vista pedagógico, el enfoque tradicional parte del supuesto de que existen
unos valores objetivos, aceptados por todos, los cuales pueden transmitirse mediante la
enseñanza y ser adquiridos por el alumno por medio de la ejercitación y la habituación.
Incluye estrategias de educación en valores cuyos supuestos teóricos han sido formulados por la
teoría conductista (estrategias basadas en refuerzos positivos o negativos), la teoría del
aprendizaje social (aprendizaje a través de la imitación de modelos) y la teoría de la comunicación
(comunicación persuasiva). Se trata de métodos de la educación en valores que han estado
presentes en la educación general, a veces explícitamente otras de forma oculta, y que se han
vinculado al proceso de socialización del individuo, siendo su objetivo principal contribuir a la
cohesión del grupo social.
Entre los métodos más practicados se destacan:
1. La instrucción
2. Los reforzadores positivos o negativos
3. El aprendizaje a través de la imitación de modelos
4. La comunicación persuasiva
La crítica del enfoque tradicional ha sido formulada desde el ámbito del enfoque innovador, y
particularmente por el método de clarificación de valores se acusa al enfoque tradicional de la
imposición al alumno de un esquema predeterminado de valores carentes de significación para él,
al no haber sido elegido libremente en respuesta a sus propósitos, aspiraciones, sentimientos y
actitudes. El centrar la atención en el producto más que en el proceso para llegar a ellos. Su
incapacidad para implicar en el proceso de valoración a toda la personalidad del sujeto. Su
apuesta por la inculcación de valores universales y absolutos, que olvida la determinación social e
histórica del sistema de valores y su dimensión subjetiva. “El enfoque básico parece no ser cómo
ayudar al niño a desarrollar el proceso de valoración, sino, más bien, cómo convencer al niño de
que debe adoptar los valores correctos”.
ENFOQUE INNOVADOR
Se presenta como una alternativa a los modelos tradicionales. Considera que no existen valores
objetivos, universales y absolutos (a diferencia del enfoque tradicional), sino que los valores son
totalmente relativos y una cuestión personal de cada uno. Por tanto, ningún educador está
legitimado para inculcar valor alguno al educando, que habrá de construirlos de acuerdo con sus
preferencias personales.
Entre los métodos utilizados se destacan:
1. El enfoque de la clarificación de valores el propósito es ayudar a los alumnos a
identificar sus propios valores y a cobrar conciencia de ellos, compartirlos con los demás y
actuar de acuerdo con sus propias elecciones. El proceso de formación de valores consta
de tres momentos:
- Selección: hecha con libertad, ente varias alternativas, tras considerar las consecuencias
de cada alternativa.
- Estimación: apreciar la selección y ser feliz con ella. Estar dispuesto a afirmarla
públicamente.
- Actuación: actuar de acuerdo con nuestra selección y aplicarla repetidamente en nuestra
vida.
Para conseguir en los alumnos su clarificación de valores, este modelo pone a disposición de los
maestros estrategias, siendo las más importantes:
- La respuesta clarificativa: consiste en que “se contesta al alumno en una forma que lo hace
meditar sobre lo que ha elegido, lo que aprecia y lo que está haciendo. Lo estimula a
aclarar su modo de pensar y su conducta y, de este modo, a clarificar sus valores”.
- La hoja de valores: consiste en una serie de preguntas que se formulan al alumno por
escrito sobre situaciones o temas de interés para que reflexionen sobre ellas. Estas son
contestadas individualmente por cada alumno y posteriormente se contrastan las opiniones
con el resto de la clase.
2. El modelo de desarrollo moral el desarrollo del juicio moral se da a través de la
interacción dinámica entre el organismo y el contexto sociocultural que favorece un
proceso que lleva al sujeto desde la heteronomía a la autonomía moral. Dicho proceso
consta de tres niveles, que se corresponden con 6 etapas de vida evolutivas:
- Nivel 1: Preconvencional
Etapa 1: Moralidad heterónoma
Etapa 2: Individualismo
- Nivel 2: Convencional
Etapa 3: Reciprocidad de expectativas personales
Etapa 4: Aceptación del sistema social y conciencia de ello
- Nivel 3: Postconvencional
Etapa 5: Contrato social y reconocimiento de los derechos humanos
Etapa 6: Interiorización de los principios éticos universales.
Si bien el desarrollo del juicio moral en los individuos sigue siempre la misma frecuencia, que es
fija, universal e invariante, el mismo puede verse estimulado por la creación de conflictos
cognitivo-morales-en el sujeto, siendo la presentación de episodios de dilemas morales la
estrategia didáctica más utilizada en el aula.
3. El modelo de aprendizaje activo Parte del supuesto de que los valores se forman a
partir del proceso interactivo que tiene lugar entre la persona y la sociedad. En efecto, los
valores son influidos por la sociedad, aunque se estimula al individuo a convertirse en un
agente efectivo dentro de ella. La técnica intenta proporcionar a los alumnos oportunidades
de acción para que puedan experimentar sus propios valores a nivel personal y social. Por
ello sitúa al educando frente a situaciones concretas en las que ha de tomar decisiones de
acción según los valores.
Este modelo se presenta como una estrategia circular formada por 6 etapas:
a. Tomar conciencia de un problema o cuestión
b. Comprender el problema o la cuestión. Recabar y analizar información y tomar una actitud
personal de valor sobre la cuestión.
c. Decidir si se debe actuar o no. Aclarar nuestros propios valores y tomar decisiones
respecto a la participación personal.
d. Planear estrategias y medidas de acción: discusiones rápidas, organizar medias de acción
posible, proporcionar habilidades, practicar y ensayar previamente.
e. Implantar las estrategias y tomar medidas por sí mismo o con un grupo.
f. Reflexionar sobre las acciones que se pueden emprender considerando las etapas.
4. El enfoque de análisis de valores Tiene por objeto ayudar a los alumnos a hacer uso
del pensamiento lógico y de la investigación científica para decidir sobre cuestiones
referentes a los valores. Se centra más en los problemas y temas sobre valores sociales
que en los problemas de carácter personal. Hace uso de una amplia variedad de técnicas
como los estudios de casos, el debate, la investigación cooperativa y las pequeñas
discusiones. Independientemente de cuál se elija, el propósito es siempre exigir que los
estudiantes den motivos y evidencia de sus posiciones.
La crítica del enfoque innovador
- Como teoría axiológica: frente al supuesto según el cual el proceso de formación de
valores en un individuo tiene su lugar cuando éste selecciona personalmente sus propios
valores y se adhiere emocionalmente a ellos, se opone como argumento que la selección
no tiene por qué ser iniciativa personal (se pueden recibir de otras personas, y es lo
normal) y, por supuesto, los propios valores producen una satisfacción al sujeto y es
necesario distinguir entre satisfacción sensitiva (o inferior) y una satisfacción inicial (o
superior).
- Como teoría pedagógica: su principal fallo reside en el vacío axiológico propio de esta
concepción. Se trata de no formar valores, sino de hacer que el educando active un
proceso de valoración subjetivo, que lo lleva a educar en valores pero sin los valores. Una
educación en valores de tipo puramente “formal” es cosa que, en el fondo, no tiene
posibilidad ni sentido.
- Como método de clarificación de valores : está bien como método inicial para el análisis
de valores pero no es suficiente. Es un programa educativo incompleto (por referirse solo a
la dimensión cognoscitiva del educando) y unilateral (por poner como objetivo principal de
la educación moral su aspecto formal.
Quintana Cabanas (1998) propone una propuesta metodológica integradora capaz de superar
las limitaciones de los enfoques anteriores, que sigue los siguientes principios:
a. La objetividad y consistencia intrínseca de los valores ideales
b. La autoridad educativa del educador en la propuesta de los valores ideales
c. La consideración de que la valoración es un acto complejo y, por consiguiente, no puede
hacerse la educación en valores sólo con algún método unilateral.
d. No bastan, por lo mismo, los métodos puramente cognoscitivos en la enseñanza y
clarificación de valores.
e. Es preciso reforzar la voluntad del individuo para que éste sea capaz de adquirir valores
con su esfuerzo personal.
f. El mejor método y el más indicado es la utilización conjunta de todos los métodos
tradicionales y modernos en la educación en valores.
g. Se recomienda el método “combinatorio” que trabaja con la conjunción o yuxtaposición de
todos o algunos de los métodos mencionados.
h. Se debe proporcionar al educando un ambiente rico en valores y estimulativo.
5. Requisitos que ha de cumplir una propuesta de educación en valores
Los valores no pueden ser enseñados com se enseñan los contenidos disciplinares. Se debe
evitar la “intelectualización” de los mismos, entendiendo que el componente cognitivo
(conocimiento y creencias) debe ser considerado de forma interrelacionada con el componente
afectivo (sentimientos y preferencias) y el componente conductual (acciones manifiestas y
declaraciones de intenciones). Los valores se perciben en las actuaciones de los otros; cada
persona, debe construir su propio esquema de valores y la función de los educadores es
colaborar en el procesos, permitiendo y desarrollando situaciones en el entorno de los alumnos
para que los vivan y experimenten, hasta interiorizarlos.
Para que en un aula se perciban los valores y se sienta su necesidad, son necesarios ciertos
requisitos:
1. En relación con el sistema de valores que se pretende promover y desarrollar en el aula :
establecer una relación de congruencia entre los valores comunes básicos, los valores del
contexto sociocultural, los valores diferenciales de cada educando, y el sistema de valores
que posee el educador y que le sirven para orientar su práctica educativa en el aula. Sólo
desde la convergencia, se pueden desarrollar esquemas consistentes y estables.
2. En relación con el clima social en el aula , ha de fundamentarse en un estilo de interacción
comunicativa entre profesores y alumnos, y de estos entre sí, que favorezca la autonomía
del alumno, propiciando su iniciativa y a toma de decisiones, en un ambiente de seguridad,
confianza y respeto mutuo. Requiere: una notable implicación personal y afectiva por parte
de los educadores; dar explicaciones de un modo preciso y adaptadas a la capacidad de
comprensión del alumno; y la comunicación de estas en un estilo cálido y cordial.
3. En relación con la actitud del profesor hacia la educación de los valores , ha de conocer los
valores, estimarlos, sentirlos, practicarlos, deseo de transmitirlos y fuerza para hacerlos.
Junto con el conocimiento de métodos y habilidades para aplicarlos.
4. En relación con las variables de espacio y tiempo más adecuados para la práctica de los
valores, ha de aprovecharse cualquier circunstancia existencial que viva el educando.
5. En relación con la organización dada al contenido didáctico , ha de fundamentarse en una
estructura disciplinar que dé sentido a los problemas situaciones controvertidas que se
someten al debate.
LOS SUJETOS DEL NIVEL MEDIO
Resumen
La autora realiza una investigación entre los años 1998 y 2004 en la ciudad de La Plata (Bs.As)
acerca de las representaciones y discursos vigentes acerca de las/os jóvenes en la Argentina
urbana contemporánea. El análisis de estos discursos, sumado a una sistematización de
caracterizaciones realizadas por otros autores para la juventud, permitió identificar diversas
representaciones sobre la juventud y formaciones discursivas en las que dichas representaciones
entraban en juego el análisis interpreta que las miradas hegemónicas sobre la juventud
responden a los modelos jurídicos y represivos del poder, quienes sostienen que la juventud está
signada por “el gran NO”, es negada (modelo jurídico) o negativizada (modelo represivo): se le
niega existencia como sujeto total (en transición, incompleto, ni niño ni adulto) o se negativizan
sus prácticas (juventud problema, juventud gris, joven desviado, tribu juvenil, ser rebelde,
delincuente)
Introducción
Para identificar las formaciones discursivas vigentes acerca de la juventud se relevaron distintos
discursos a partir de fuentes primarias y secundarias:
a) Profesores y madres (entrevistas)
b) Profesores, preceptores, directivos, propietarios de escuelas y miembros de los equipos de
orientación escolar (entrevistas y encuentros de capacitación)
c) Industrias de comunicación: medios gráficos, programas radiales, televisivos y publicidades
(relevamiento propio y fuentes secundarias)
d) Políticas públicas o sociales (análisis de documentos y fuentes secundarias)
e) Jóvenes (entrevistas)
Como resultado del análisis se observa que en el interior de cada grupo existe una diversidad de
discursos que remiten a distintos modos de representar a la juventud, modos que se vinculan con
distintas formaciones enunciativas. En términos generales se hallan representaciones y discursos
sobre la juventud que funcionan de manera “horizontal”, es decir, operan como articuladores de
sentido sobe lo juvenil desde varios ángulos pero en comunión.
Las diferencias y contradicciones no aparecen entre grupos, sino entre discursos. Se organizaron
entonces grupos por discursos, por clasificación del contenido de lo enunciado. No es que el
sujeto enunciador ha desaparecido, sino que no es adecuado suponer un discurso social
homogéneo para cada grupo social armado desde otro criterio: clase, género o profesión. Por
ejemplo, el grupo E está constituido por jóvenes que son al mismo tiempo el objeto del discurso, y
cuando ellos hablan sobre sí mismos acuden a los discursos vigentes (disponibles) ya sea para
explicarse por oposición o para interpretarse en ellos, entonces, en mi perspectiva analítica, el
discurso cobra fuerza.
Caracterización de la juventud
1. Representaciones
Un conjunto de representaciones definen a los jóvenes a partir del ser en sí mismo. Se parte de
una comparación con perspectiva adultocéntrica, donde la definición se hace por diferencia de
grado en relación al parámetro elegido, lo que lleva a establecer características desde la falta, las
ausencias y la negación, y son atribuidas al sujeto joven como parte esencial de su ser.
Esta perspectiva conduce a perder de vista la condición juvenil como construcción social. “Se es
joven de tal manera” y cuando se es joven se es inseguro, incompleto, peligroso, en su propia
naturaleza.
Se está hablando del joven desde la potencialidad de la acción, no por lo que el joven es en
relación a los demás sino por lo que es o puede ser en sí mismo. La interpretación del individuo
por el individuo mismo.
2. Formaciones discursivas
o Discurso naturalista: es aquel que define al joven o a la juventud como una etapa natural,
como una etapa centrada en lo biológico, en la naturaleza, como una etapa universal (lo
natural es universal). Se considera que la juventud existió desde siempre y de la misma
manera, por lo que corresponde a la naturaleza biológica de los individuos.
o Discurso del pánico moral: reproducido sistemáticamente por los medios, es aquel que nos
hace acercar a los jóvenes a través del miedo, de la idea del joven como desviado y
peligroso. El joven cumple en la sociedad el rol del enemigo interno o chivo expiatorio.
o Discurso culturalista: se trata de mirar a la juventud como una cultura, una cultura aparte
de los otros grupos de edad de la sociedad, como si un grupo de edad pudiera construir
una cultura por sí mismo, siendo que un aspecto fundante de lo cultural es su necesidad y
capacidad de ser trasmitido y reproducido en las generaciones siguientes. Se incluye en
este discurso el muy de moda término de «tribu juvenil».
Caracterizaciones de otros
Varios autores han realizado caracterizaciones de discursos o teorías acerca de la juventud
argentina y latinoamericana, ofrezco a continuación una breve síntesis del material revisado y una
tabla donde se marcan equivalencias o semejanzas (puntos de contacto) entre las distintas
caracterizaciones, incluida la propuesta en este estudio.
Cecilia Braslavsky en 1986, ofrece una clasificación de discursos sobre la juventud titulando
mito de la juventud homogénea al mecanismo por el cual se identifica a todos los jóvenes con
algunos de ellos y se presenta a toda la juventud como un conjunto monocromático de personas.
Usando los colores como metáforas la autora habla de tres interpretaciones que participan de
este mito: la juventud dorada, gris y blanca,
En 1993 Mariela Macri y Solange Van Kemenade realizan un examen de las perspectivas
históricas y teóricas sobre juventud utilizadas en las sociedades europeas y americanas del norte
y delimitan cinco paradigmas:
El cientista social boliviano Huáscar Cajías (1999) aborda las estigmatizaciones producidas
sobre los jóvenes al comprobar un corrimiento de una visión idílica de la juventud hacia una visión
de «generación problema». Identifica diferentes tipos de estigmas,
Por último Rossana Reguillo muestra brevemente los rostros estereotipados de los jóvenes
latinos
En América Latina cuando los jóvenes se hicieron visibles en el espacio público, y sus
conductas, manifestaciones y expresiones entraron en conflicto con el orden establecido
desbordando el modelo de juventud que la modernidad occidental, en su «versión»
latinoamericana, les tenía reservado; fueron nombrados a fines de los ´50 y durante los ´60
como rebeldes, y como estudiantes revoltosos al finalizar esa misma década, pasando en
los ´70 a ser los subversivos, y en los ´80 -cuando desaparecen de la escena política- serán
adscriptos a la imagen del delincuente y luego del violento. Estos son los jóvenes
visibilizados en la segunda mitad de siglo XX en América Latina. (Reguillo, 2000)
Conclusiones
Se interpreta que las miradas hegemónicas sobre la juventud latinoamericana responden a los
modelos jurídico y represivo del poder. Tomando la propuesta foucoultiana sostengo que la
juventud está signada por «el gran NO», es negada (modelo jurídico) o negativizada (modelo
represivo), se le niega existencia como sujeto total (en transición, incompleto, ni niño ni adulto) o
se negativizan sus prácticas (juventud problema, juventud gris, joven desviado, tribu juvenil, ser
rebelde, delincuente, etc.). La apuesta teórica es pensar la juventud como relación, al joven como
posibilidad, lo que incluye todas las caras, la posibilidad no es positiva en el sentido de «lo
bueno» o «lo deseable», sino en el sentido del poder hacer, del reconocimiento de las
capacidades del sujeto. Salirse de la medición de la normalidad. Elementos de esta concepción
están presentes en las propuestas analíticas elegidas para sus investigaciones entre los autores
revisados (ver última fila de la tabla). Todas estas versiones son de utilidad para el estudio de
juventudes, cada una es emergente del momento y el motivo para el que fueron construidas
(discursos del sentido común, discursos científicos, mediáticos, etc.). Los discursos son
producciones situadas, tanto en el tiempo como en el espacio, jamás son inmutables, y
responden a la negociación de todos los actores involucrados. La hegemonía de uno de los
«tipos» de discurso sobre otro brinda indicios fuertes de cómo «la sociedad» (jóvenes incluidos)
está pensando, se acerca y trata a sus miembros más jóvenes.
Variaciones para educar adolescentes y jóvenes. Cap.1: “Rasgos de las nuevas
adolescencias y juventudes.”- Kantor
¿Por qué “nuevas” adolescencias? Y además, ¿por qué adolescentes y jóvenes juntos?, ¿Por
qué el plural? Las adolescencias y juventudes siempre fueron “nuevas”: ellos son “los nuevos”
entre nosotros, como nosotros fuimos los nuevos para los de antes. Son/fuimos el relevo, el
recambio. Por lo mismo, son/fuimos/fueron difíciles de entender, provocadores, frágiles y
prepotentes, dóciles y resistentes, curiosos y soberbios, etc. Ni exhaustiva ni excluyente, tal vez ni
original, esta serie de adjetivos puede corresponderse a los adolescentes y jóvenes de todos los
tiempos, desde que fueron reconocidos y nombrados como tales, hace apenas unos 150 años.
Cada época tuvo sus nuevas adolescencias y juventudes a las que repensar y con las que
lidiar. Sin embargo, cuando hoy aquí adjetivamos de este modo, no estamos enfatizando la
novedad que conlleva el reemplazo generacional, sino ciertas novedades, especificidades,
complejidades que exceden a la problemática de la continuidad y el cambio. Nos estamos
refiriendo a lo nuevo que atraviesa a nuestros nuevos: la brecha socioeconómica sin precedentes
entre los nuevos y a sus consecuencias, a la brecha cultural sin precedentes entre diferentes
generaciones contemporáneas y a sus consecuencias.
Las adolescencias y juventudes de hoy no se dejan describir sin aludir a tales circunstancias, y el
trabajo con adolescentes y jóvenes hoy no se deja pensar sin ellas. Lo nuevo altera los modos
conocidos y medianamente seguros, aunque siempre cambiantes de ser adolescente o joven en
estos tiempos y de reconocerse como adultos y como educadores frente a ellos.
Casi por definición, los nuevos resultan extraños para los responsables de su acogida; pero
además, suelen ser percibidos como hostiles, cuando no peligrosos. En este giro de lo extraño a
lo hostil parece residir también algo de las “nuevas adolescencias y juventudes” o, tal vez,
deberíamos decir que es algo de los “nuevos adultos” lo que reside en él.
Como abono y como consecuencia de estos procesos y representaciones, ha caído el paradigma
de la juventud como redentora de los males de la sociedad, como motor de cambio o como la flor
de la vida. Si hoy la juventud es, en algún sentido, divino tesoro, lo es en tanto expresión del
deseo de perpetuación de lo joven en los cuerpos, en los hábitos, en la estética, en los códigos de
relación y en las formas de vida. Es en esta Re resignificación de cierto discurso clásico acerca
de la juventud y en su absolutización como modelo y como aspiración donde tiene lugar la
paradoja de la exaltación de sus atributos junto al estigma que recae sobre ella. Se trata de una
circunstancia que acompaña y atraviesa a adolescentes y jóvenes mientras se construyen a sí
mismos y se reubican en el espacio social de las nuevas perspectivas, deseos y capacidades que
comienzan a desplegar y poner a prueba.
“La alternativa –señala Cornú- no es expulsar o asimilar lo que se presenta como cuerpo extraño,
sino encontrar, en el límite mismo infligido al intercambio, el deseo de llegar a la palabra.”
Es sabido que las fronteras clásicas entre las categorías adolescencia y juventud se han
alterado y continúan en transformación constante. Asistimos asimismo a la caída del
paradigma de la transición y de la etapa preparatoria para describir y explicar lo propio de la
adolescencia y la juventud. En este marco, es posible advertir una tendencia significativa: cuando
la escuela media busca transformar su propuesta para sintonizar más y mejor con lo que se
supone que los alumnos esperan, necesitan o reclaman, la referencia a las culturas juveniles
parece insoslayable y se promueven programas en los cuales la consideración de lo joven es el
foco, el propósito y el parámetro. Cuando se pretende apelar a lo que buscan, lo que eligen o lo
que crean chicos y chicas que ya no son niños/as, se alude con frecuencia y naturalidad creciente
a los consumos y producciones culturales de los jóvenes.
Lo que omite el discurso centrado en lo joven
Las discusiones sobre estos temas, tanto como las denominaciones de programas y proyectos,
refieren de manera casi excluyente a la juventud, quedando la adolescencia, virtualmente
desplazada del discurso. Pareciera que las políticas y las instituciones que no han podido con los
adolescentes ahora van por los jóvenes. ¿Por qué ahora ellos? Tal vez porque la expresión
condensa la nueva configuración de las etapas vitales y el desdibujamiento de fronteras y franjas
etarias tradicionalmente asociadas a ellas. Tal vez, adolescencia remite a unas instituciones y
unos sujetos de otros tiempos, mientras que juventud habla de la sociedad de hoy y de la escuela
que hay que construir, enfatizando de este modo que la escuela media ya no es lo que era y
tampoco lo que debería ser.
La categoría adolescencia está históricamente asociada a lo escolar; es en virtud de ello, y
de la intención de hallar las claves para pensar la escuela media, los alumnos, las distancias
existentes y las estrategias de acercamiento, que nos interrogamos acerca de las razones y los
efectos del virtual abandono de la adolescencia en discursos que tienen amplia difusión y
circulación en el ámbito educativo. Y, en forma complementaria, también nos preguntamos acerca
de las razones y los efectos de la proliferación discursiva en torno a los jóvenes y a las culturas
juveniles.
En cualquier caso, no parece inocuo omitir la adolescencia y la necesidad de resignificarla,
subsumiendo categorías o enfatizando la centralidad de lo joven porque ciertos momentos,
necesidades y trayectorias se apartan así de la mirada adulta y de la responsabilidad de
atenderlos en su especificidad, desconociendo entonces, no solo la adolescencia, sino también a
la juventud en tanto procesos y etapas que requieren distinto tipo de intervenciones.
En el tema que estamos analizando, pareciera que la caída de la adolescencia a favor de la
juventud expresa el reconocimiento de la asociación intrínseca entre escuela media y
adolescencia, ya que a la hora de crear dispositivos que procuran dinamizar, abrir, cambiar el
adentro escolar, juventud viene a representar claramente el afuera, mientras que adolescencia
significa escuela. Juventud representa lo extraescolar, lo que se valora, lo que se pretende
considerar, mientras que, o debido a que, adolescencia se asocia a la escuela, lo que se
cuestiona, lo que se interpela. Tal vez sea esta una de las claves para analizar los motivos,
formas y consecuencias del desplazamiento o del agotamiento de la adolescencia; cabe
preguntarnos i también fenómenos tales como la adultización de los jóvenes y la juvenilización o
la adolescentización de los adultos nos están conduciendo a llamar “juvenil” a cualquier cosa y,
en el ámbito educativo, a todo aquello que, siendo propio de los alumnos no tiene lugar en la
escuela.
Las reflexiones de Zizek acerca de la supresión del termino trabajador en el discurso crítico y
político actual aportan otros elementos para continuar pensando esto: “la palabra trabajador ha
desaparecido del vocabulario, sustituida u obliterada por inmigrantes o trabajadores inmigrantes;
de este modo, la problemática clasista de la explotación delos trabajadores se transforma en la
problemática multiculturalista de la intolerancia a la Otredad y la excesiva pasión de los liberales
multiculturalistas en proteger los derechos étnicos de los inmigrantes surge claramente de la
dimensión reprimida de la clase”. Parafraseando esto, diríamos que la excesiva pasión de los
educadores multiculturalistas en colocar las discusiones acerca de los alumnos de escuelas
medias (o de quienes están en edad de cursarla) en términos de reconocimiento y protección de
los derechos de la juventud surge posiblemente de la especificidad de la adolescencia en tanto
dimensión reprimida y de la consecuente dilución de la responsabilidad adulta frente a ella.
Las alteraciones de las fronteras entre categorías etarias, de la periodización de la vida en las
condiciones actuales y de las posiciones que ocupan las distintas generaciones en el mundo
contemporáneo forman parte del problema ya que resignifican y alteran, pero no anulan la
adolescencia, ni los procesos que supone, ni la responsabilidad que implica.
Si los modos de nombrar tienen efecto sobre las prácticas, nombrando de manera casi excluyente
joven a lo que es posible y necesario identificar como adolescente, se vería sensiblemente
afectada una posición adulta sustentada en el reconocimiento del trabajo psíquico que conlleva y
define a la adolescencia y de la significación que adquieren en ella las referencias identificatorias.
Los/las adolescentes precisan espacios de confrontación y ruptura para construir su identidad;
esto es, una posición adulta capaz de ofrecer sostén porque ofrece acompañamiento mientras
soporta la confrontación. En este tránsito, las referencias identificatorias que se ofrecen podrán
contribuir positivamente al trabajo psíquico y social que implica la constitución de su subjetividad
toda vez que se acompañen de intervenciones afirmativas ya que estas contribuyen a afirmarlos y
porque se desmarcan de supuestos y prácticas que sistemáticamente los niegan o negativizan.
Los sentidos del plural
Como sabemos, las adolescencias y las juventudes son muchas y distintas, y los itinerarios
vitales están fuertemente condicionados por los datos duros del origen, que definen un lugar
social para cada quien, una manera de ser nombrado por las teorías, por las políticas públicas,
por la gente.
Conviene recordar que, en Argentina, las de la mitad de los jóvenes viven en condiciones de
pobreza y son los más perjudicados por esta condición social siendo víctimas de violencia social y
portadores de la responsabilidad por los actos delictivos, aunque no los realicen. Todos estos
jóvenes que no pueden ser autores y protagonistas de su obra devienen espectadores del propio
drama, donde lo importante parece estar escrito, y el desenlace es tan previsible como doloroso.
En los márgenes, la vida se estrecha: de un lado esta lo inaccesible; del otro, el abismo. El
presente no tiene mayor sentido para quienes no pueden percibir el futuro como un abanico de
posibilidades, un enigma, un desafío. Y cuando se apropian del mensaje de que sus vidas no
valen nada y se drogan y son violentos, el problema son las adicciones y la inseguridad. Y si no
sucumben y aguantan, son marginales, y por eso una amenaza, un riesgo.
En el caso de los sectores sociales medios o acomodados, la asociación entre adolescentes o
jóvenes y riesgo/amenaza viene a señalar, en cambio, no tanto la peligrosidad potencial que
conllevan, sino a la necesidad de evitarles caídas o desvíos que no se entienden ni se justifican
para ellos/as, mientras que se perciben como naturales y esperables para sus coetáneos de otros
sectores. Puede observarse, en las representaciones de unos/as y otros/as, tanto como en las
oportunidades de vida que encuentran, que la brecha es inmensa.
El plural viene a denunciar, entre otras cosas, que no hay expresión singular capaz de albergar
semejante desigualdad y que en las diferencias aluden, más que a la diversidad cultural, a la
magnitud de la injusticia y a la profundidad de sus marcas. En este contexto, la vulnerabilidad, la
fragilidad y la heteronomía de niños y adolescentes, sobre las cuales se asentaba el lugar del
adulto, ya no existen o son efímeras y fugaces, o bien existen y persisten, pero con otros
contenidos y significados. En cualquier caso, no definen ni estructuran hoy la experiencia de
educar y ser educados y/o la atraviesan de unos modos que aún no alcanzamos a caracterizar.
El plural significa también, o sobre todo, el cuestionamiento de visiones homogéneas y de la
propia idea de diversidad entendida como abanico o constelación de diferencias a respetar o a
tolerar. En este marco, señala Dicker que el plural constituye una opción teórica que confronta
con el singular en la medida en que este remite a la existencia de un sujeto natural y,
consecuentemente, a identidades fijas y homogéneas.
Todo enunciado en singular conlleva un acto de exclusión; sin embargo, no cualquier uso del
plural implica miradas y prácticas que la discutan. Si el uso del plural tiene un sentido en el
contexto de los temas que estamos abordando, es el de discutir las identidades estáticas,
esenciales, definidas en torno a supuestos atributos naturales que portan los sujetos y la
consecuente apelación a respetarlas o a corregirlas.
La situación que atraviesan hoy adolescentes y jóvenes, en especial los de los sectores más
desfavorecidos, y la potencia que en términos de asignación de identidades devaluadas tienen las
representaciones hegemónicas acerca de ellos/as nos obligan a tomar posición. Si procuramos
que nuestra tarea contribuya a generar condiciones para vidas plenas y futuros (más) dignos, se
hace necesario pensar no solo que es lo que pretendemos o es posible hacer en cada contexto,
sino también qué supuestos y mensajes debemos contrarrestar, de qué improntas (propias)
tendremos que liberarnos y qué es lo que vamos a defender (en el espacio público, así como en
nuestros ámbitos de trabajo).
De estigmatizados a sujetos de derecho
Considerar a los adolescentes y jóvenes como legítimos sujetos de derecho es un punto
de partida y una posición irreductible. Supone una mirada y unas prácticas orientadas a la
afirmación de los derechos vinculados con las condiciones básicas de existencia: la identidad, la
educación, la salud, entre otros; así como el derecho a tener opciones y posibilidades reales de
elegir, de progresar, de imaginar futuros posibles. Destacamos esta cuestión ya que, como señala
Kessler, mirada desde la perspectiva de los derechos, la adolescencia sombra por su soledad;
mientras las imágenes que predominan en las pantallas refuerzan la idea de la adolescencia
como problema, amenaza, riesgo, la preocupación por la adolescencia real, y en particular por
sus derechos, está prácticamente ausente del espacio público. Esto se agrava por el hecho de
que ellos/as mismos/as no suelen verse como sujetos de derecho, sino más bien como objetos de
un derecho que, en la mayoría de los casos, se vuelve en su contra.
Estigmatizados y vulnerabilizados por discursos paradójicamente redentores, adolescentes y
jóvenes se miran en el espejo deformante que les tienden los adultos y construyen de ese modo
una mala imagen de sí mismos; así, a menudo, sus modos de estar en el mundo dan cuenta de la
vivencia de malestar propia del estigma: el de ser adolescente o joven, adosado al de ser pobre.
La idea de derechos, que discute los etiquetamientos y las existencias destino, remite a la noción
de construcción de ciudadanía, la cual aparta al individuo de un rol pasivo, asimétrico, de receptor
de ayuda en virtud de la compasión pública o privada; lo reubica como sujeto de derechos y, si se
encuentra privado de la provisión de los mismos, en sujeto de demanda. Un trabajo con
adolescentes sustentado en el reconocimiento de sus derechos procurará entonces,
oportunidades y condiciones para la demanda, la propuesta, la autonomía y la responsabilidad.
Confrontará con los relatos expiatorios y con los propios adolescentes, dado que muchos de ellos
han asumido, junto a la exclusión que estructura su vida cotidiana, la inevitabilidad de un recorrido
marginal de horizontes empobrecidos y contenidos mortíferos.
Las propuestas valiosas, los referentes significativos y los contextos respetuosos de las
necesidades y las posibilidades de adolescentes y jóvenes son beneficiosos para todos/as
ellos/as, y más aún para los más castigados, en la medida en que representan una oportunidad
privilegiada, y a veces única, de inscripción y reconocimiento. Pensar la educación de las nuevas
adolescencias y juventudes implica pensar nuevos adultos.
Toda educación es sexual. Hacia una educación sexuada justa - Morgade
En este libro reunimos los resultados del proyecto “Presencia y ausencia de las sexualidades
femeninas y masculinas de los/as jóvenes estudiantes en la escuela media”, realizado en el
Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires y dirigido a relevar las condiciones institucionales de posibilidad
para la implementación de una educación sexual con enfoque de género y derechos humanos.
La investigación se propuso indagar los discursos hegemónicos y subordinados sobre las
sexualidades femeninas y masculinas en escuelas medias de la ciudad de Buenos Aires.
En esa dirección hemos trabajado sobre las visiones de autoridades y profesores/as de escuela
media acerca de las posibilidades y límites de la tematización escolar de las sexualidades
juveniles, identificando contenidos y enfoques acerca de las sexualidades femeninas y
masculinas presentes en la enseñanza en la escuela media. Hemos indagado también los
procesos informales de circulación de saberes acerca de las relaciones de género y las
sexualidades entre jóvenes estudiantes.
Las ciencias humanas y sociales vienen aportando definiciones en dirección a entender la
compleja trama de sentidos que median entre la dotación material de un cuerpo y el modo en que
las personas lo viven, lo disfrutan o lo padecen. En este sentido, la tradición constructivista
discute con la biología o la medicina la reducción de la sexualidad a sus aspectos anatómicos y
fisiológicos. Sin embargo, como veremos, esta reducción ha sido predominante durante décadas.
Las cuestiones sanitarias que irrumpieron en los 80 resultaron urgentes y significativas para las
políticas públicas: las infecciones de transmisión sexual y en particular la epidemia del VIH-SIDA
tornaron casi inevitable el abordaje escolar de estos temas. Así, de la biologización se realizaron
“avances” hacia la medicalización.
No obstante, también otras luchas sociales y prácticas culturales fueron haciendo necesarios
nuevos abordajes de la sexualidad en ámbitos educativos formales. El movimiento social de
mujeres y los movimientos sociosexuales en su conjunto hicieron visibles los modos de
subordinación y padecimiento vinculados con la condición sexuada de los cuerpos, por una parte,
y por otra la liberalización sexual en general y la expresión juvenil de afectos y deseos en
particular –entre otros, la mayor difusión y aceptación social de las relaciones sexuales
prematrimoniales y también la aceptación (no sabemos si el incremento) más abierta del
embarazo fuera o antes del matrimonio–, también fueron presiones sobre la escuela.
Así, los debates políticos y las experiencias desarrolladas desde diferentes ámbitos
gubernamentales y no gubernamentales llevaron en la Argentina a la sanción de diferentes leyes
referidas a la cuestión: en particular, la Ley 26.150 de Educación Sexual Integral. La Ley N°
26.150 establece que todos los alumnos y alumnas tienen derecho a recibir educación sexual
integral en los establecimientos educativos públicos de gestión estatal y privada de las
jurisdicciones nacional, provincial, Ciudad Autónoma de Buenos Aires y municipal.
Los objetivos de la Ley son:
a) Incorporar la educación sexual integral dentro de las propuestas educativas orientadas a la
formación armónica equilibrada y permanente de las personas.
b) Asegurar la transmisión de conocimientos pertinentes precisos y confiables y actualizados
sobre los distintos aspectos involucrados en la educación sexual integral.
c) Promover actitudes responsables ante la sexualidad.
d) Prevenir los problemas relacionados con la salud en general y la salud sexual y reproductiva en
particular.
e) Procurar igualdad de trato y oportunidades para varones y mujeres.
A nivel nacional, un importante antecedente es la Ley Nacional de Salud Sexual y Reproductiva
N° 25.673, que establece que toda la población deberá tener garantizado el acceso a la
información, delegando explícitamente a la comunidad educativa la tarea de formación. En igual
sentido, la Ley de Educación Nacional N° 26.2063 plantea como objetivo de la educación y como
obligación de los docentes garantizar el respeto y la protección de los derechos de niñas, niños y
adolescentes de conformidad con lo establecido en la Ley Nacional de Protección Integral de los
Derechos de las Niñas, los Niños y Adolescentes N° 26.061, posicionando a la comunidad
educativa en un rol activo para la promoción y protección de derechos.
La Ley N° 26.150 garantiza el derecho del/a niño/a a la libertad de expresión y a ser oído; y ese
derecho incluye “buscar, recibir y difundir informaciones de todo tipo”. De esta forma, la
educación sexual fortalece las capacidades de niños y niñas para asumir una vida
responsable, contando con información pertinente, objetiva y validada científicamente, y
contribuye a la prevención de enfermedades de transmisión sexual y VIH-SIDA. En el mismo
sentido, el acceso a educación sexual constituye la puerta de entrada para la articulación de la
escuela en situaciones de vulneración de derechos, como la violencia, abuso, maltrato contra los
niños, que orientan hacia la búsqueda de medidas de protección y reparación necesarias. Por su
parte, se entiende que la educación sexual también contribuye a la tarea de eliminar todo
concepto, prejuicio, estereotipo o práctica basada en la idea de superioridad o inferioridad de
cualquiera de los sexos.
En este marco, en mayo de 2008, el Consejo Federal de Educación, mediante la Resolución 45,
ha votado los lineamientos curriculares para la educación sexual integral que establecen
los siguientes propósitos formativos
• Ofrecer oportunidades de ampliar el horizonte cultural desde el cual cada niño, niña o
adolescente desarrolla plenamente su subjetividad reconociendo sus derechos y
responsabilidades y respetando y reconociendo los derechos y responsabilidades de las otras
personas.
• Expresar, reflexionar y valorar las emociones y los sentimientos presentes en las relaciones
humanas en relación con la sexualidad, reconociendo, respetando y haciendo respetar los
derechos humanos.
• Estimular la apropiación del enfoque de los derechos humanos como orientación para la
convivencia social y de la integración a la vida institucional y comunitaria, respetando, a la vez, la
libertad de enseñanza, en el marco del cumplimiento de los preceptos constitucionales.
• Propiciar el conocimiento del cuerpo humano, brindando información básica sobre la dimensión
anatómica y fisiológica de la sexualidad pertinente para cada edad y grupo escolar.
• Promover hábitos de cuidado del cuerpo y promoción de la salud en general y la salud sexual y
reproductiva en particular, de acuerdo con la franja etaria de los educandos.
• Promover una educación en valores y actitudes relacionados con la solidaridad, el amor, el
respeto a la intimidad propia y ajena, el respeto por la vida y la integridad de las personas y con el
desarrollo de actitudes responsables ante la sexualidad.
• Presentar oportunidades para el conocimiento y el respeto de sí mismo/a y de su propio cuerpo,
con sus cambios y continuidades tanto en su aspecto físico como en sus necesidades, sus
emociones y sentimientos y sus modos de expresión.
• Promover aprendizajes de competencias relacionadas con la prevención de las diversas formas
de vulneración de derechos: maltrato infantil, abuso sexual, trata de niños.
• Propiciar aprendizajes basados en el respeto por la diversidad y el rechazo por todas las formas
de discriminación.
• Desarrollar competencias para la verbalización de sentimientos, necesidades, emociones,
problemas y la resolución de conflictos a través del diálogo.
LA ESCUELA MEDIA
Es recurrente en los diferentes estudios la constatación de que cuando se han abordado en forma
explícita temáticas vinculadas con las sexualidades, existe una distancia entre la transmisión de
información y su apropiación transformativa por parte de los/as jóvenes y adultos/as jóvenes. Una
distancia que ha llevado a evaluar como “infructuosos” muchos esfuerzos por llegar a la juventud
desde las campañas de prevención, por ejemplo.
En este punto, problematizar el abordaje de las cuestiones relativas a la sexualidad en la escuela
secundaria implica abordar una cuestión que, acaso, también habría que discutir previamente: si
la escuela media es un espacio social donde ocurren aprendizajes significativos. Es decir,
analizar y someter a la duda el sentido de la experiencia escolar en el secundario en nuestro
ámbito local y nuestro tiempo contemporáneo, la eficacia de “la función de enseñar” de la escuela
secundaria.
¿Qué sentido social adquiere la escuela media hoy, en medio de la crisis de legitimidad de la
autoridad adulta, de la autoridad del saber, de la autoridad de las instituciones estatales que
monopolizan el empleo de la coerción o del consenso, de la autoridad de “las autoridades”?
Parecería que los antiguos dispositivos que regulaban la relación profesor-alumno/a en la relación
con el conocimiento, los que garantizaban la autoridad pedagógica y producían un orden
institucional, se hubieran resquebrajado, demostrando su ineficacia.
Los diagnósticos y las investigaciones coinciden en señalar el fuerte distanciamiento, sobre todo
en los sectores más vulnerables, entre el mundo de la escuela y el mundo de la vida:
“Mientras que el programa escolar tiene todavía las huellas del momento fundacional
(homogeneidad, sistematicidad, continuidad, coherencia, orden y secuencia únicos, etc.), las
nuevas generaciones son portadoras de culturas diversas, fragmentadas, abiertas, flexibles,
móviles, inestables, etc. La experiencia escolar se convierte a menudo en una frontera donde se
encuentran y enfrentan diversos universos culturales”. En este contexto, la categoría
“adolescente”, que permitió durante décadas a la escuela media interpretar la “etapa” que
atravesaban los/as estudiantes en transición entre la infancia y la juventud, también resulta
estrecha: la adolescencia entendida como la edad de “la rebelión contra el mundo adulto”, del
“despertar del amor y de la sexualidad”, de “la identificación de las primeras vocaciones y/o la
preparación para la universidad” o como una etapa evolutiva en la que se debían elaborar los tres
duelos “clásicos”.
Esa “adolescencia” es solo una de las posibilidades para entender a los grupos que hoy están en
las escuelas. En la actualidad, esta caracterización está resultando escasa, ya que sus límites de
clase y de época incluyen sólo unas pocas de las experiencias que atraviesan los y las
estudiantes que permanecen escolarizados/as.
Silvia Bleichmar ha denunciado extensamente que “...uno de los problemas más serios que tiene
en este momento la sociedad argentina es que la producción de subjetividad ha quedado en
manos de los medios y no de las instituciones escolares. (...) quienes moldean a los sujetos que
se van a incluir en la sociedad, son en gran parte los medios, y en particular la televisión, que
ofrece los modelos, los paradigmas, los íconos sobre los cuales se producen las identificaciones”.
En contraposición, la escuela secundaria se ha propuesto poco o nada el tratamiento curricular
explícito de cuestiones de interés personal o de los grupos particulares de jóvenes.
Sin embargo, parecería que “la tarea institucional en nuestras condiciones consiste en la
producción situacional de subjetividad, en la creación focal de un espacio habitable...”.
Si, siguiendo a Margulis, la “juventud” es una “creación” más o menos reciente, y entendemos que
la escuela contribuye a “crear juventud” como sujeto social, la tarea docente puede adoptar un
carácter fundamental como productora de espacios generadores de la subjetividad.
Dando lugar a la palabra, pensamos y trataremos de mostrar en el libro, que uno de los vectores
de construcción de la subjetividad, la sexualidad, puede transformarse –y veremos que en
ocasiones ocurre– en una temática que permita a las escuelas crear, al menos, algunos
“momentos” con sentido.
CAPITULO 1. Pedagogías, teorías de género y tradiciones en Educación” sexual”
¿Qué se enseña? ¿Quién lo enseña? ¿Dónde, por qué y para qué? ¿Qué sabe quién “enseña”?
¿Qué se aprende? ¿Quién lo aprende? ¿Por qué y para qué? ¿Cómo se “aprende”?, etc., etc.,
son interrogantes que las teorías pedagógicas han tomado usualmente en el núcleo de sus
desarrollos, son elementos constitutivos del discurso pedagógico en cualquiera de sus formas y
tradiciones.
En este sentido, entender la “sexualidad” como campo de “contenidos a enseñar” despliega
también diferentes apelaciones sobre aquello que es considerado valioso poner en juego en el
contexto de la escuela y reedita en un nuevo contexto las ya viejas discusiones del campo
pedagógico: la tensión entre “conocimiento” e “información”, la tensión entre “saber” e
“ignorancia”, la tensión entre “el sujeto ideal” y el “sujeto real”, la tensión entre universalidad y
particularidad en las diferentes definiciones de justicia, y muchas más... En síntesis, los modos
particulares en que la pedagogía escolar ha ido dando respuesta a las necesidades y demandas
sociales a través del curriculum.
I. El sistema sexo-género y las pedagogías críticas
Alicia de Alba, en su ya clásica definición, describe el currículum como “la síntesis de elementos
culturales (conocimientos, valores, costumbres, creencias, hábitos) que conforman una propuesta
política-educativa pensada e impulsada por diversos grupos y sectores sociales cuyos intereses
son diversos y contradictorios, aunque algunos tiendan a ser dominantes o hegemónicos, y otros
tiendan a oponerse y resistirse a tal dominación o hegemonía. Síntesis a la cual se arriba a través
de diversos mecanismos de negociación e imposición social”.
Las decisiones que implican el diseño de un currículum implican relaciones de poder y las teorías
del currículo, en la medida en que buscan decir lo que el currículo debe ser, no pueden dejar de
estar implicadas en asuntos de poder.
La pedagogía crítica comienza paulatinamente a tener en cuenta el género como un vector de la
desigualdad en, por un lado, la producción, distribución y consumo de los recursos materiales,
económicos y, por el otro, la producción, distribución y consumo de recursos simbólicos como la
cultura, el conocimiento, la educación y el currículum. Si bien entre los diferentes aparatos
ideológicos que producen hegemonía no se encuentran sólo las escuelas, sino también las
familias, las normas y las leyes y los modelos comunicacionales dominantes –que también
funcionan en una dialéctica entre la coerción y el consenso–, el currículum escolar continúa
siendo un escenario de tramitación y lucha de significaciones que, en relación con el dispositivo
de disciplinamiento de los sujetos en general y el disciplinamiento sexual en particular, ha sido
escasamente abordado por las pedagogías críticas en general hasta muy recientemente.
Entre los valiosos aportes, coinciden en esto de crear una autorización a las alumnas para tener
una voz propia, considerando las sujeciones históricas a que han sido sometidas.
La cultura de la escuela hace que sean esperadas las respuestas estables, modos autoritarios de
interacción social en la cultura escolar impiden la aparición de cuestiones nuevas y no estimulan
el desarrollo de una curiosidad que podría llevar a profesores y estudiantes hacia direcciones
sorprendentes. Eso hace que las cuestiones de la sexualidad sean relegadas al espacio de las
respuestas correctas o equivocadas.
El “enamorarse”
La temática del amor divide rápidamente el discurso de chicas y chicos y sus imágenes
recíprocas. Para los chicos, las chicas se enamoran más, le dan más importancia al amor en sus
vidas, hablan más del tema. Para las chicas, los varones tienden más al placer que al amor y
pueden iniciarse sexualmente con prostitutas porque les importa más dejar de ser vírgenes que
encontrar un amor. Sin embargo, aunque no lo desmienten totalmente, ni unos ni otras se sienten
totalmente incluidos en ese discurso.
“E: ¿Ustedes hablan del amor con amigos?
V: Sí, también.
E: ¿Y con amigas?
V: Es más fácil hablar con una amiga de esto.
V: Con un amigo es “mira lo que me pasó”, “ah, mirá qué
bueno”...
V: Sí, decís “mirá lo que me pasó”, “ah, y ¿por qué?”, “y, no
sé”, “ah... cuánto va el partido?”. (Risas)
Algunas pistas... GRACIELA MORGADE / JESICA BAEZ / GABI DÍAZ VILLA / SUSANA
ZATTARA
El discurso de los derechos aparece como la fundamentación válida para la educación sexual,
resultando sin duda una superación del silencio, o del modelo biomédico imperante en la escuela,
o del carácter descorporizado de la visión moralizante de la sexualidad. Se inscribe en una
tradición política y pedagógica relativamente reciente que parte del aceptable supuesto de que
conocer los derechos que nos asisten “es condición” para su ejercicio pero que se apoya también
en otra hipótesis más discutible: conocer los derechos “es condición suficiente” para que se los
ejerza en la práctica social. Una primera cuestión conceptual es que toda educación es sexual, ya
que en todos los procesos educativos se producen, transmiten y negocian sentidos y saberes
respecto de la sexualidad y las relaciones de género. En este sentido, la educación no puede no
ser “sexual” y, por lo tanto, la lucha por la “educación sexual” puede llegar a diluir el potencial
crítico del proyecto político emancipatorio que los movimientos sociosexuales (incluyendo al
movimiento social de mujeres) vienen llevando adelante.
Por otra parte, la tradición racionalista y enciclopédica de nuestras escuelas ha omitido la
dimensión “sexual” de la educación junto con el silenciamiento de la presencia de los cuerpos y
de las emociones que, también, siempre están ahí. En este sentido, así como la educación
siempre es “sexual”, la educación que se reconoce en tanto sexuada es aquella educación que
reconoce al sujeto sexuado en su dimensión deseante, pensante y actuante. Podríamos nombrar
entonces con la idea de “educación sexuada” aquella educación que reconoce el carácter
sexuado de los sujetos que se encuentran en el ámbito escolar.
II. ESI para no discriminar... ¿ESQ para disfrutar?
El psicoanalista Rapaport sostiene que el Yo tiene una autonomía relativa con respecto al mundo
interno –fantasmas, fantasías y deseos– y al mundo externo –demandas y exigencias sociales. El
equilibrio se lograría a través de la conexión con ese mundo interno y ese mundo externo, en una
suerte de balanza de pesas: a mayor conexión con el mundo interno, mayor autonomía relativa
del mundo externo; y viceversa. Vale decir, las posibilidades del Yo de poner coto a las
exigencias del mundo externo dependen de la capacidad de conectarse –escuchar, sentir,
bucear...– con la propia interioridad. Ahora bien, después de Foucault, Rubin, Rich, Butler,
Preciado, más que hablar de “demandas del mundo externo” –que remitirían a mandatos sociales,
digamos– deberíamos decir: las posibilidades de soportar la fuerza simbólica de la infinita
reiteración de las relaciones de género dependen de... ¿Cómo hacer para favorecer, posibilitar al
Yo (estudiante) semejante conexión? A modo de consejo para el/la docente, Cornú sugiere: “Se
pueden encontrar algunas indicaciones en Winnicott (1996) que dan que pensar: los gestos del
adulto son los que permiten, si no son intrusivos, a la ‘psiquis residir en el cuerpo’, al yo
construirse, al yo-piel conformar un ‘todo’ capaz de soportar, de contener los afectos. La cuestión
es ser un educador que no sea intrusivo, ni por invasión de sentimientos, ni por rechazo a la
sensibilidad. Un educador ‘suficientemente bueno’, es decir, atento a la interacción. Atento a lo
que apuntala y contribuye a ‘sostener’, a la ‘creatividad primaria’. Atento a lo que hay que dar y
también a lo que hay que negar (...)”.
Tal vez la Educación Sexual Queer que los chicos y las chicas esperan es aquella que abre un
espacio donde la pregunta “¿Cuál es mi deseo?” pueda ser formulada (y que cada uno la
conteste donde, cuando –y con quien– quiera). La construcción de un espacio tal requiere
describir, explicar y denunciar la injusticia erótica y la opresión sexual. Necesita, por lo tanto,
instrumentos conceptuales que puedan mostrarnos el objeto a estudiar.
“Debe construir descripciones ricas sobre la sexualidad, tal y como esta existe en la sociedad y en
la historia, y requiere un lenguaje crítico convincente que transmita la crueldad de la persecución
sexual”. Desde esta perspectiva, trabajar sobre las emociones en el currículo escolar estaría lejos
de invadir la intimidad o privacidad sino, más bien, de ofrecer un espacio público donde analizar
críticamente las determinaciones subjetivas alrededor de contenidos que entre chicos y chicas
podrían trabajarse en forma crítica en el marco de la educación afectivo sexual: contenidos que,
sin considerar cuestiones particulares o íntimas, permiten la historización de los mitos y la crítica
de la subordinación, el doble estándar de moral o violencia. Sin embargo, en la actualidad, o bien
se habla desde el silencio, o bien desde el dogma, o bien, nuevamente, desde el silencio...
Sin embargo, si la escuela sigue siendo percibida como el lugar donde se les “impone una línea”,
será muy difícil que los y las adolescentes consideren que es un espacio valioso para abrir
preguntas y escuchas a otros y otras.
Britzman sostiene que el currículum de sexualidad debe estar más próximo a la dinámica de la
sexualidad y al cuidado de sí que a la de las “clases” más convencionales. Una conversación
franca no puede ser planeada anticipadamente porque si predecimos estaremos moviéndonos en
el terreno de la pasión por la ignorancia. El problema es entonces el de formular cuestiones que
puedan desestabilizar la docilidad de la educación.
La perspectiva de Bleichmar brinda un marco ético no moralizante para la orientación en la
educación sexual: la relación con otro, otra, otrx, el “objeto” del amor o del deseo, será
subjetivante en tanto su deseo entre también en juego. En esta perspectiva performativa, más allá
de la “duración” o de las “ilusiones”, el amor se realiza cada vez que se concreta un encuentro
subjetivante entre sujetos nunca concluidos.
III. Sobre las/los/lxs docentes
En la pedagogía para una educación sexuada habrá que tener en cuenta la construcción de una
autoridad emancipadora en el trabajo en el aula y en los demás escenarios en los que se
recontextualiza el currículo, reconociendo el poder y el no poder de estudiantes y docentes y
considerando las desigualdades de género en la construcción de las subjetividades.
La mirada de las/os docentes que nos enseñaron a ser está también alienada, con sus teorías de
saber-poder que describen adolescentes únicos, femineidades uniformes, masculinidades
homogéneas. Los imaginarios hegemónicos constituyen la cotidianeidad en las instituciones
educativas. Las chicas que no deben pelear, la violencia en los varones forma parte de su
masculinidad, las chicas que pueden ir a bailar, pero “no tanto”, gays y lesbianas no tienen que
crear conflictos para ser no discriminados. La igualdad es proclamada como “no discriminación”
pero sin haber analizado antes la desigualdad como un problema político.
En este punto, las/os profesores/as quizás deberíamos pensar que el aprendizaje es también un
desaprendizaje. El aprendizaje del disfrute de la sexualidad implica desaprendizaje de la
sexualidad como mandato y tabú. El ejercicio de una sexualidad “no normatizada” como un
derecho de ciudadanía significa desaprender que “la sexualidad es privada”. El de la sexualidad
como inestable es el desaprender que el cuerpo “dicta” la verdad de las identidades. En suma,
una educación sexuada justa es:
• Una educación que reconoce el carácter social y político del “proceso de sexuación” y el
carácter incorporado (“hecho cuerpo”) de la cultura y las relaciones de poder.
• Una educación sexual con enfoque crítico de género, lo que implica avanzar en la
deconstrucción de los componentes pedagógicos sexistas y heteronormativos de los discursos
hegemónicos, y los componentes innovadores de los subordinados.
• Una educación sexual que apunta a recuperar la integralidad de la sexualidad, superando los
enfoques bio-médicos, represivos, judicializantes o revictimizantes y dirigida a simbolizar,
conceptualizar e historizar las emociones sin intentar racionalizar, controlar o pedagogizar aquello
que fluye irracional o emotivo.
• Una educación que habilita la curiosidad y la formulación de preguntas reales, que construye y
fortalece voces diversas. Que da lugar a la incertidumbre de la multiplicación sin un fin final
“sobredeterminado” a priori; donde la novedad tiene lugar.
Lecturas de Cátedra: “Diversificación de educación media y ejercicio del rol docente
del nivel”
Introducción
Después de que el Censo Nacional de 2001 arrojara datos muy desfavorables respecto de la
educación media y la educación superior en Argentina, la política educativa se ha orientado a la
creación de alternativas diversas para que la mayor parte de la población alcance los estudios
secundarios.
Actualmente la diversificación de posibilidades educativas ha crecido exponencialmente. En el
sistema educativo argentino existen 8 modalidades educativas, además de alternativas que
brindan título oficial pero que se encuentran por fuera del circuito tradicional de educación. El
objetivo de este trabajo es dar cuenta de la diversidad de alternativas existentes hoy en nuestro
país para transitar la educación media en función de la vocación, la diversidad de posibilidades,
realidades y contextos. Esto pone a los docentes en formación ante un abanico amplio de
posibilidades para el ejercicio de su futuro rol docente.
La Educación Secundaria es obligatoria y constituye una unidad pedagógica y organizativa
destinada a lo/as adolescentes y jóvenes que hayan cumplido con el nivel de Educación Primaria.
Actualmente coexisten tres estructuras educativas hasta tanto finalice la etapa de transición hacia
la implementación de la nueva Ley de Educación Nacional, ya que cada provincia o jurisdicción
tiene autonomía de implementación.
Están destinados a personas que quieran retomar o iniciar los estudios secundarios. Cuenta con
un plan de estudios de 3 años, pero puede finalizare antes dependiendo de los estudios previos
de cada estudiante, ya que se reconocen las materias aprobadas por medio de un sistema de
equivalencia. Pueden inscribirse mayores de 18 años que acrediten haber aprobado el ciclo
primario o bien estudios secundarios parciales. Se otorga un título secundario completo de validez
nacional habilitantes para continuar estudios terciarios o universitarios. El régimen es presencial y
el docente tiene la libertad para distribuir los contenidos a lo largo de los 3 ciclos conforme a las
características del grupo; también para suprimir los exámenes y reemplazarlos por un sistema de
evaluación conceptual y por una prueba de aprovechamiento.
Escuelas de Reingreso
A partir de la Ley de Educación Nacional se comenzó un proceso de institucionalización de
prácticas inclusivas que apostaron a provocar mayores grados de inclusión. Esto implicó modificar
la estructura académica y curricular de la escuela secundaria tradicional.
Las escuelas de reingreso están destinadas a aquellos que cumplan los siguientes requisitos:
- Haber estado por lo menos un año fuera del sistema educativo
- Tener 16 años como mínimo y 18 como máximo
A veces llegan a través de la recomendación de profesionales sobre estas instituciones. Por lo
general llegan jóvenes con historias complicadas.
Bachilleratos populares
Surgen como respuesta a la crisis educativa de comienzos del nuevo siglo y aún están creciendo
tanto en su diversificación como en sus avances respecto del reconocimiento oficial de sus planes
de estudio que difieren de las escuelas tradicionales. Son experiencias educativas creadas por
organizaciones sociales, sindicales y de derechos humanos, y una de sus principales demandas
es que el Estado las oficialice como escuelas públicas para jóvenes y adultos. Los logros han
avanzado hasta el reconocimiento del título de Bachilleres a sus egresados, pero los docentes no
reciben remuneración por su trabajo.
Educación a distancia
El Programa tiene como objetivo mediar entre el docente y el alumno durante el proceso de
finalización de los estudios secundarios por medio de un campus virtual o a través de módulos
pedagógicos impresos para quienes no dispongan de herramientas digitales.
Educación a Distancia permite que los estudiantes mayores de 18 años accedan a las cursadas a
través de planes de estudio articulados en un Campus Virtual con Tutorías. Los estudiantes se
inscriben en cualquier momento del año y pueden realizar las cursadas en sus propios tiempos.
Ante las modificaciones legislativas que corren a niños y adolescentes del lugar dependiente
(pasivo) y los ubican en un lugar subjetivo y activo, la asimetría debe plantearse como un cambio
de creación, constitución y funcionamiento la asimetría sirve de apoyatura para ejercer el rol
desde una mirada preventiva de cuidado, como propone el marco legal. El docente adulto deberá
realizar el andamiaje necesario para que el estudiante transite el proceso de aprendizaje y, en
este quehacer, se encuentra ante la permanente aparición de conflictos que superan su
capacitación inicial.
La relación asimétrica es una herramienta que le permite al educador ejercer el cuidado del
joven durante su vida en la escuela, sosteniendo a modo de guía y facilitador (andamiaje) el
tránsito por este período de aprendizaje de su vida. El estudiante subjetivado, reconocido en sus
deseos y derechos, establecerá con su docente un vínculo estrecho, generando así una situación
ideal para toda acción preventiva y de cuidado en un marco de derecho y de ética.
Artículo 3°.- El “Régimen de profesores por cargo docente” tiene los siguientes objetivos:
a. Mejorar la calidad de la educación brindada por los establecimientos de nivel medio y
facilitar el acceso, la permanencia y la promoción de sus alumnos en los diferentes cursos
y modalidades.
b. Promover actividades institucionales extra clase que complementen las acciones
áulicas, para promover, mejorar y optimizar la formación integral de los alumnos.
c. Propiciar la concentración horaria del personal docente para profundizar el compromiso
y la pertenencia a la institución educativa, y mejorar las condiciones laborales de los
educadores.
d. Implementar proyectos institucionales que favorezcan el proceso de enseñanza-
aprendizaje.
e. Propender estrategias y formatos de innovación para acompañar el proceso de
aprendizaje de los alumnos.
f. Crear las condiciones que alienten el trabajo en equipo y la formación y capacitación
profesional del personal docente.
b. El profesor tutor
El docente tutor es un educador que se mantiene cerca de los alumnos en sus procesos
cotidianos de enseñanza-aprendizaje, interviniendo en otras áreas que no son indiferentes en la
vida de la persona en dicha situación: contención afectiva, detección de problemas relacionales,
posible proceso de orientación vocacional, testimonio de formación en valores, etc. La relación
tutorial entraña una relación individualizada con el alumno, pretendiendo integrar la experiencia
escolar con la extraescolar: el tutor es el nexo de coordinación entre la escuela y la familia.
Marco legal respecto del rol ante derechos vulnerados de niños y jóvenes
Ley 26.061: marco legal sobre los derechos de niñas/os y adolescente. Es importante conocerla
para nuestro trabajo docente, en especial los siguientes artículos:
Si volvemos sobre los diferentes modelos de vínculo entre docentes y estudiantes, es importante
destacar el valioso aporte que hace esta ley respecto de la subjetivación del/la estudiantes.
Oírlos y atenderlos implica escuchar lo que dicen y muestran en sus diferentes formas y hacer
algo al respecto. En todos los ámbitos, incluye claro está, a la escuela. La ley no permite el “no te
metas”. Que no se vulneren sus derechos es una cuestión de todos.
ARTICULO 15. - DERECHO A LA EDUCACION. Las niñas, niños y adolescentes tienen derecho
a la educación pública y gratuita, atendiendo a su desarrollo integral, su preparación para el
ejercicio de la ciudadanía, su formación para la convivencia democrática y el trabajo, respetando
su identidad cultural y lengua de origen, su libertad de creación y el desarrollo máximo de sus
competencias individuales; fortaleciendo los valores de solidaridad, respeto por los derechos
humanos, tolerancia, identidad cultural y conservación del ambiente. Tienen derecho al acceso y
permanencia en un establecimiento educativo cercano a su residencia. En el caso de carecer de
documentación que acredite su identidad, se los deberá inscribir provisoriamente, debiendo los
Organismos del Estado arbitrar los medios destinados a la entrega urgente de este documento.
Por ninguna causa se podrá restringir el acceso a la educación debiendo entregar la certificación
o diploma correspondiente. Las niñas, niños y adolescentes con capacidades especiales tienen
todos los derechos y garantías consagrados y reconocidos por esta ley, además de los inherentes
a su condición específica. Los Organismos del Estado, la familia y la sociedad deben asegurarles
el pleno desarrollo de su personalidad hasta el máximo de sus potencialidades, así como el goce
de una vida plena y digna.
Este artículo aborda de lleno la diversidad, el valor por lo diferente, limitando así la discriminación
que sabemos, se padece con fuerza en nuestro país a pesar de la lucha por evitarla.
Cuando el artículo refiere que la familia y la sociedad y el Estado como garantes, indica
claramente que se trata de una cuestión de concientización social además de una cuestión legal.
Esto es, más allá de la importancia fundamental que tiene la sanción de la ley y la función del
Estado como proporcionador de los medios para aplicarla, si apuntamos a que las nuevas
generaciones crezcan plenas de derecho, todos debemos posibilitar su cumplimiento.
EVALUACIÓN
“Gestionar una escuela con aulas heterogéneas. Cap 5: Nuevas formas de evaluar”
– Anijovich
En las aulas heterogéneas tendremos que encontrar nuevas formas de evaluar la comprensión, la
apropiación y la utilización de los saberes, y modos alternativos de valorar resultados teniendo en
cuenta que estos necesitan ser expresados en una forma válida para los cánones del sistema
educativo en el que está inserta la escuela. A partir de esta preocupación, intentamos reconocer
las prácticas que están al servicio de la acreditación, bajo el mandato de la escuela
homogeneizadora, para pensar en otras funciones y modalidades de la evaluación que, por el
momento, pueden ser complementarias de los sistemas de evaluación vigentes.
Casanova Rodríguez sostiene que es preciso pensar múltiples caminos para tratar de adecuar el
sistema educativo al alumno, y no viceversa. Las prácticas de evaluación deberían ser
integradoras de variedad de desempeños, de articulaciones y encadenamientos, proponiendo
instancias e instrumentos de evaluación que permitan a los alumnos aprender al mismo tiempo en
que se recoge información acerca de sus desempeños y producciones. Evaluar en un aula
heterogénea nos conduce a interpelar las funciones formativa y sumativa de la evaluación,
entendiendo que ambas son importantes y complementarias.
Si bien el proceso de evaluación está conformado por todas las actividades en las que los
docentes y los alumnos participan, el foco esta puesto en lo que cambia. Una evaluación
formativa cumple su función cuando las evidencias de logro de los estudiantes son la base para
tomar decisiones sobre los pasos por seguir en el proceso de aprendizaje y las propuestas de
enseñanza. Cuando el foco de la evaluación esta puesto en la decisión que necesita ser tomada,
el docente puede buscar fuentes relevantes de evidencia y decidir de la manera más inteligente
posible.
En relación con las decisiones docentes, sólo podemos conjeturar o hipotetizar acerca de lo que
los estudiantes aprenden y lo que necesitan mejorar, según lo que observamos a través de su
participación o de sus producciones escritas. Con el fin de disminuir la incertidumbre y la
parcialidad, es necesario recoger información de una multiplicidad de situaciones en la que los
alumnos están aprendiendo. En consecuencia, los docentes tienen que ofrecer variedad de
oportunidades para que sus estudiantes den cuenta de sus aprendizajes. Las interacciones entre
docentes y alumnos son una oportunidad para obtener información acerca de las inferencias
sobre lo que estos aprenden y lo que necesitan para mejorar y cómo lograrlo.
La evaluación auténtica
Consideramos que este es el tipo de evaluación más adecuada para las aulas heterogéneas, en
consonancia con las consignas auténticas que se formulan en las actividades de aprendizaje. De
acuerdo con Wiggins, una actividad de evaluación es auténtica cuando considera:
- Tiene un propósito claramente definido, algo que hay que alcanzar o concretar.
- La tarea a realizar tiene destinatarios concretos, interlocutores en el mundo real.
- La tarea propuesta es desafiante y requiere enfrentar y resolver problemas poco
estructurados, que pueden tener más de una solución, con información redundante o
carente.
- Incluye restricciones y condiciones para lo cual es necesario reconocer cuales son, buscar
alternativas existentes o crear una y tomar decisiones para resolver los problemas
planteados.
- Implica utilizar una variedad de recursos cognitivos ya que las situaciones a abordar son
complejas.
- Requiere tiempo para desarrollar procesos de trabajo.
- Los desempeños que se proponen contribuyen también a desarrollar habilidades
metacognitivas en los estudiantes.
- Los objetivos por alcanzar se comparten con los alumnos y los criterios de evaluación
también se construyen de manera conjunta.
- Se visualiza con claridad la diferencia entre evaluación y calificación.
La recopilación de información es recomendable hacerla con una matriz o rúbrica que incluya los
distintos niveles de calidad de los desempeños de los alumnos. Los productos finales que los
docentes proponen los definen a partir de las comprensiones que sus estudiantes tienen que
lograr.
Para tomar conciencia sobre los criterios que constituyen el referente de una evaluación,
podemos utilizar matrices de valoración o rúbricas. Estas últimas son documentos públicos,
compartidos por docentes y alumnos, que permiten monitorear y ofrecer retroalimentación a las
producciones y/o los desempeños de los alumnos. Están conformadas por criterios que
responden a la pregunta “¿qué es importante considerar para evaluar? y por las respuestas. En
ellas se explicitan las expectativas de logro y/o los estándares referidos a una producción o a un
desempeño. Los criterios definidos tienen diferentes niveles de claridad que se visibilizan en la
matriz a través de descriptores, los cuales se expresan de manera clara y comprensible para
todos los actores involucrados en la evaluación.
Las matrices nos permiten diseñar un trabajo serio de autoevaluación y evaluación entre pares.
Para que esta última sea eficaz, es necesario trabajar con los estudiantes sobre su relevancia. Es
fundamental que los estudiantes conozcan los objetivos de la tarea, el tipo de demanda cognitiva
que implica y los criterios de valoración si pretendemos que ofrezcan una retroalimentación que
contribuya al aprendizaje de su par. Pero no alcanza con la intención de comunicar los criterios de
valoración al comenzar el trabajo, sino que estos deben ser recordados y revisados en un
proceso de diálogo permanente entre los docentes y los alumnos para ajustar los procesos de
enseñanza, aprendizaje y evaluación.
- Compartir, en forma explícita, las expectativas de logro y/o estándares con los alumnos
para orientar sus desempeños y producciones.
- Ofrecer información útil para que los alumnos identifiquen sus fortalezas y debilidades en el
aprendizaje de un contenido o procedimiento particular y progresivamente vayan
desarrollando la autorregulación del propio proceso de aprendizaje.
- Modelizar en voz alta un diálogo de retroalimentación la resolución y planificación de
alguna tarea, como modos de “hacer visible el pensamiento”.
- Plantear la retroalimentación en un tiempo cercano al desempeño o la producción de los
alumnos para que la tarea no pierda valor o impacto.
- Ofrecer preguntas que estimulen la reflexión metacognitiva.
- Crear un clima de respeto, tolerancia y aceptación de los errores y confianza en las
capacidades de los alumnos.
- Negociar permanentemente los significados de las palabras que utilizamos para formular
criterios de valoración y estimular la utilización de un lenguaje comprensible para quienes
reciben retroalimentación.
Con relación a las necesidades diferentes de los alumnos de un curso, es posible ofrecer un
mismo instrumento de evaluación a todos los estudiantes y variar las pistas que se le proponen a
cada uno.
Un propósito valioso de este enfoque es ayudar a los estudiantes a ser más conscientes a la hora
de determinar qué estrategias de aprendizaje les facilitan el desempeño en contextos específicos
y a comprender cómo modificar sus estrategias cognitivas, y/o apelar a recursos externos cuando
encuentran obstáculos en la resolución de la tarea y el logro de resultados exitosos.
Shepard considera que para que los docentes hagan cambios significativos en las creencias
pedagógicas y en las prácticas concomitantes, ellos mismos necesitarán experimentar y
reflexionar sobre nuevos procedimientos, en el contexto de sus propias aulas. Los docentes
necesitan diseñar y probar diferentes maneras de evaluar a sus alumnos, así como lo hacen en la
enseñanza, y reflexionar sobre ellas junto con sus pares para poder generar cambios. Un docente
que reconoce su aula como heterogénea a la hora de evaluar contribuye para que sus
estudiantes aprendan de sus propios procesos, estimula a sus alumnos para que siempre tengan
un paso para seguir, diferente al de sus pares, construye y/o comparte los criterios de valoración
de desempeños con sus alumnos y ofrece variedad de oportunidades para que den muestras de
lo que han aprendido de diferentes maneras. Un docente que trabaja desde este enfoque
pedagógico cree en la posibilidad de que todos los alumnos aprendan y así lo transmite,
estableciendo coherencia entre las teorías adoptadas y en uso.
“La evaluación significativa. Cap. 5: La retroalimentación en la evaluación” –
Anijovich
En las últimas dos décadas hubo un cambio de paradigma en la evaluación educativa → se corre
el foco de la dimensión cuantitativa a la dimensión cualitativa y formativa. Camilloni señala que la
evaluación formativa se posiciona como la operación que permite recoger información de los
procesos que se encuentran en curso de desarrollo. En este marco, existe un interés creciente
por las dimensiones del proceso de evaluación relacionadas con la idea de ayudar a los alumnos
a aprender y a conocerse a sí mismos en tanto aprendices. Es importante:
• Otorgar un rol central al alumno en el proceso de ev.
• Instar a los estudiantes a asumir su responsabilidad sobre el propio aprendizaje
• Formular objetivos y criterios claros
• Favorecer el desarrollo de procesos metacognitivos, de reflexión y de monitoreo de los
aprendizajes
• Dar un lugar relevante a la retroalimentación
Esta pregunta nos hace pensar en quiénes son los alumnos y qué grado de compromiso
tienen en relación con su propio proceso de aprendizaje → en la medida en que el
compromiso y el grado de conocimiento sobre las propias fortalezas y debilidades sea
mayor, las devoluciones grupales enriquecerán a cada uno de los miembros del grupo y
estimularán el intercambio de ideas, estrategias y recursos.
Para que las retroalimentaciones grupales sean más eficaces, podemos ofrecerlas a un
grupo pequeño después de haber resuelto una tarea. Otra opción, es ofrecer
retroalimentación a todo el grupo sobre aspectos comunes de los aprendizajes realizados
por los alumnos considerando los errores más frecuentes, los conceptos que no se
comprendieron bien, o compartiendo las diferentes ideas y estrategias utilizadas por los
estudiantes.
6. Modos en que el docente ofrece retroalimentación
Hasta aquí nos hemos referido a la retroalimentación, entendida como un intercambio, más o
menos dialógico, entre un docente y un estudiante o grupo de estudiantes. Si bien una
retroalimentación eficaz conducida por un docente en forma sistemática y no esporádica ayuda al
alumno a desarrollar conciencia metacognitiva, la retroalimentación también tiene lugar entre
los pares y en los procesos de autoevaluación. Estos aspectos inciden en el desarrollo de un
aprendiz autónomo.
Topping avanza en el desarrollo del proceso de evaluación entre pares que culmina en la
metacognición, a través de la cual los estudiantes hacen explícitas sus estrategias de aprendizaje
y la autoestima en relación con la creencia y la confianza en su capacidad de aprender.
Para llevar adelante un proceso de evaluación entre pares y que este efectivamente cumpla con
su función de retroalimentación, es necesario destinar un tiempo para que los estudiantes
comprendan el para qué, el sentido, las diferentes estrategias que se pueden utilizar, así como los
obstáculos que posiblemente encontrarán en el camino. Los estudiantes tienen que conocer los
objetivos de la tarea, el tipo de demanda cognitiva que esta implica y los criterios de valoración
para ofrecer una retroalimentación que contribuya al aprendizaje de su par.
En relación con la autoevaluación → se sostiene que uno de los fines de la evaluación es que los
alumnos aprendan a autoevaluarse, aunque existen múltiples confusiones sobre su práctica y
significado. Cuando el alumno asume un rol activo, protagónico, dentro del campo de la
evaluación, tendrá más posibilidades de revisar sus tareas y mejorarlas.
Para que un estudiante pueda autoevaluarse, necesita una retroalimentación que lo ayude a
clarificar los objetivos por alcanzar, los criterios y estándares de su formación profesional, así
como las competencias pertinentes en dicha formación/profesión. Es importante que esta
retroalimentación no sea solo oral, sino que se utilicen documentos escritos que permitan al
alumno utilizarlos como referencias.
Buscando coherencias
En la evaluación formativa, las evidencias sobre los logros de los estudiantes son utilizadas para
tomar mejores decisiones sobre cómo continuar el aprendizaje y la enseñanza. Dichas decisiones
pueden ser tomadas por los docentes, los propios estudiantes o sus pares.
Esta perspectiva cambia el modo de enfocar la evaluación, involucrando en el proceso a una
variedad de interlocutores que asumen proactivamente sus respectivas responsabilidades sobre
el aprendizaje y la enseñanza. Este modo de comprender e implementar la evaluación forma
parte de un enfoque de la enseñanza que sostiene que todos los alumnos tienen potencial para
aprender y son diversos entre sí.
Si la retroalimentación permite detectar fortalezas y debilidades, obtener orientaciones y generar
espacios sistemáticos para el intercambio de percepciones, experiencias y saberes, contribuirá a
rediseñar cursos de acción, desarrollar aprendizajes más profundos y desempeños más eficaces.
No obstante, no olvidemos que para que esto sea posible, es necesario instalar espacios
dialógicos en nuestras prácticas de enseñanza y evaluación cotidianas.
“Autoevaluación. Aportes para un modelo de evaluación. Cap. 5: La evaluación
democrática” – Bocanegra Vilcamango
Es pensado como una herramienta de desarrollo personal cuyo espacio es indefinido. El modelo
sugiere 8 momentos a considerar.
3. La igualdad de condiciones debe definir que cada usuario tenga la posibilidad de “crear la
capacidad para diseñar e implementar un sistema de evaluación”. Esto no se
argumenta en las capacidades profesionales de los docentes como único insumo, sino que
también juzga el empirismo de los alumnos basado en su práctica de la observación y
sentido común. La evaluación, entonces, no debe solo contar con las capacidades
profesionales del docente sino también con los juicios razonables de los alumnos. La
oportunidad del modelo democrático trasciende al ejercicio participativo de todos los
usuarios: esto permite caracterizar el rol de los alumnos desde una perspectiva diferente,
es decir, experimentar el proceso de “saber hacer preguntas”, capacidad que lleva implícito
que los alumnos deben saber cierto tipo de contenidos. En este proceso se identifica en
cambio, que cuando se plantea preguntas no siempre se conocen las respuestas,
ocasionando la necesidad de buscarlas. La vivencia de los alumnos al plantear sus propias
preguntas es un hecho que caracteriza situaciones de mejor participación y actuación
democrática. Se trata de reconocer que si los alumnos asumen papeles dentro de la
evaluación mediante el diálogo se puede propiciar el desarrollo de un lenguaje crítico al
valorar los errores. La explicación de los mismos es una ruta a seguir si queremos lograr el
desarrollo del pensamiento crítico mediante el diálogo como elemento inherente a la
evaluación democrática. La construcción de preguntas, en cualquiera de las modalidades,
promueve el proceso de socialización de la información. También se aprende cuando se
elabora un examen, y si esta elaboración se desarrolla en equipo, el proceso de
socialización se habrá dado y el aprendizaje se consolida en el proceso de calificación
como otro espacio socializador importante.
Introducción
Escribir sobre el tema de la evaluación educativa suele ser una invitación a ceder a una de estas
tres tendencias: caer en la tentación de desarrollar un discurso a la vez complejo y abstracto
acerca de sus orígenes, trayectoria y connotaciones actuales; reducir el foco de atención
solamente al análisis, construcción y elaboración de propuestas concretas destinadas a mostrar y
ejemplificar, en el campo de las prácticas áulicas, una serie de metodologías e instrumentos
(concepción tecnicista); intentar responder a las preguntas sobre el qué, cómo, cuán evaluar, de
manera directa y específica, quedando en una prolija y ordenada descripción de cierto número de
cuestiones, que se presentan bajo el formato de aparentes respuestas a preguntas, también
aparentemente sustantivas.
La hipótesis con la que nos vamos a manejar es que es posible transformar la evaluación en una
herramienta de conocimiento, en especial para los profesores y para los alumnos, si es que se
toman en consideración algunas cuestiones y se preservan y desarrollan otras. Algunos principios
como guía de la reflexión serán:
Introducción
Para lograr una buena configuración de los procesos de enseñanza, el docente debe tomar
decisiones adecuadas, las cuales están fundadas sobre las concepciones que ellos tienen acerca
de qué es enseñar, qué es aprender, cuál es la naturaleza de los conocimientos que los alumnos
deben adquirir y qué funciones tiene que cumplir la escuela. Hay un conjunto de teorías o ideas
basadas en el sentido común o en teorías científicas a través de las cuales cada docente procura
construir explicaciones de los procesos y las funciones relacionadas con la intervención
pedagógica. Estas explicaciones le sirven de fundamento cuando diseña su proyecto de
enseñanza. Los docentes también ponen en juego la información que poseen acerca delo que
está ocurriendo con sus alumnos y las características que suponen que estos tienen como
individuos y como grupo de clase, ya que ellos son los destinatarios de la enseñanza. Si se parte
de estas premisas, se advierte que la importancia del papel que desempeñan las teorías
explicativas de cómo ocurren estos proceso, que modalidades aportan en su presentación y
cuáles son las variables que inciden en ellas, obliga al docente a efectuar el análisis y la
reconstrucción de dichas explicaciones teóricas, de modo de trabajar con aquellas a las que
estima más apropiado adjudicar un mayor valor científico por su actualidad, seriedad y rigor. Para
efectuar estas previsiones, el docente debe poseer información de distintos tipos, la cual puede
ser recogida por medio de la observación del desarrollo de los procesos de enseñanza.
Para que haya una evaluación con sentido es indispensable que existan criterios que permitan
construir juicios de valor acerca delo que la información recogida significa en términos de
aprendizaje de los alumnos. La primera operación consiste en recoger información; y la segunda
en analizar e interpretar la información recogida sin que el orden del enunciado implique la
diferenciación temporal o el establecimiento de una secuencia de estas dos opciones. La
interpretación permite completar el proceso de evaluación y conduce a la construcción de juicios
de valor que son característicos de la evaluación como función didáctica. No hay evaluación sin
juicios de valor, el cual puede ser constituido de dos maneras: respondiendo a estados afectivos
del docente o como producto de una elaboración seria y rigurosa de la información recogida
sistemáticamente a partir de una base de conocimientos que permite fundamentar el juicio de
valor de una manera que pretende ser objetiva. Ante estas dos maneras diferentes de
construcción es posible que en el ejercicio integral del papel del docente se requiera poner en
juego ambas modalidades, buscando el modo de articularlas adecuadamente, entendiendo que el
docente es una persona y que la relación educativa es una relación entre personas.
La evaluación tiene que contar con criterios que permitan analizar e interpretar la información
recogida con base en una teoría orientada a responder la serie de cuestiones antes mencionada;
entre ella incluimos la teoría referida a la evaluación como función didáctica. Si el docente tiene
que contar con teorías explicativas acerca de cómo aprenden los alumnos y sobre qué es
enseñar, también deberá trabajar con teorías acerca de la evaluación, su relación con los
procesos de enseñanza y aprendizaje, el lugar que ocupa la evaluación en la administración de
un proyecto de enseñanza, qué alcances y qué limites debe tener. Sin embargo, para una teoría
normativa de la enseñanza, no todas las concepciones de la evaluación son válidas; algunas son
aceptables y otras no lo son.
Si nos preocupamos hoy por determinar cuáles son los ejes en torno de los cuales gira esta
cuestión, tendríamos que primero comprender que el propósito principal de la evaluación o se
puede lograr si la misma no se convierte en autoevaluación, tanto para el docente como para el
alumno. En segundo lugar, la evaluación debe ser consistente con las concepciones de la
enseñanza y el aprendizaje. Y por último, la resolución técnica que se le dé debe permitir evaluar
todos los aspectos que están comprometidos con los procesos de aprendizaje, suponiendo el
desarrollo de programas complejos de evaluación, en lo que se empleen una cantidad de
instrumentos diversos y donde cada técnica sea adecuada para evaluar diferentes aspectos.
Los programas de evaluación deben ser diseñados por los docentes como parte de la
programación didáctica de sus cursos; para ello el docente debe conocer en profundidad la o las
teorías de la evaluación y la variedad de instrumentos que existen, lo cual le permitirá diseñar
programas coherentes con la programación de la enseñanza combinando instrumentos diversos y
creando nuevos. En la medida en que un docente es responsable de la elaboración de su
programación didáctica, deberá tener la misma libertad para diseñar y administrar su programa de
evaluación. Los grados de libertad en la toma de decisiones deben ser equivalentes.
Un programa de evaluación y cada uno de los instrumentos de evaluación que lo integran deben
cumplir con ciertas condiciones: debe permitir evaluar los aprendizajes que la institución y el o los
docentes esperan que los alumnos desarrollen; las consignas de trabajo deben ser seleccionadas
de modo de permitir que tanto la presencia de una respuesta como su ausencia sean
significativas en relación con los aprendizajes que se han buscado promover; las consignas no
deben producir respuestas que resulten irrelevantes para la evaluación de los aprendizajes
previstos; el instrumento debe proponerse registrar no solo los éxitos y fracasos sino sus
orígenes; debe presentar el grado de organización suficiente para que la apreciación que efectúa
el aprendizaje permita desprender algunas conclusiones específicas pero también con visión
integral. Cada uno de los instrumentos de evaluación resuelve estos problemas de diversas
maneras. Existe una variedad de modelos de instrumentos de evaluación. Cada uno, tomado
aisladamente, es insuficiente para obtener información sobre el aprendizaje de los alumnos, por lo
que el diseño del programa exige la combinación de instrumentos diversos para obtener una
cobertura adecuada. La eficacia de la evaluación de pende de la pertinencia de la combinación de
diferentes instrumentos, de la oportunidad en que se administran y de la inteligencia y propiedad
del análisis e interpretación de sus resultados.
Los criterios o requisitos generales que deben tenerse en cuenta en el momento de tomar
decisiones acerca del programa de evaluación de un curso y sobre casa uno de los instrumentos
de evaluación que lo integran: validez, confiabilidad, practicidad y utilidad.
Validez
Se dice que un instrumento de evaluación es válido cuando evalúa lo que se pretende evaluar
con él. Debido a que un instrumento es utilizado para apreciar ciertos logros de aprendizaje de un
cierto grupo de alumnos en una cierta circunstancia y en un cierto momento de su proceso de
aprendizaje, la validez de un instrumento no puede ser determinada de manera absoluta, sino
siempre en relación con su adecuación a los propósitos y situación específica de su aplicación.
Se diferencian diversas clases de validez:
Validez de contenido
Cuando el instrumento representa una muestra significativa del universo de contenido cubierto
por el curso o la unidad didáctica, la clase o una serie de clases. Requiere que la selección de
contenidos que se haya efectuado para constituir el instrumento sea equivalente a la de cualquier
otro conjunto de contenidos que se hubiera podido seleccionar con ese fin. En todos los casos se
trata de contenidos importantes por su significación en el aprendizaje de los alumnos.
Validez predictiva
Se refiere a la correlación existente entre los resultados obtenidos en una o varias prietas
combinadas y el desempeño posterior del alumno en aquellos aspectos que corresponden al área
evaluada por esas pruebas. Los instrumentos de evaluación que se emplean en la escuela deben
tener validez predictiva escolar y extraescolar, y deben contribuir a pronosticar los éxitos y
dificultades de los sujetos del aprendizaje tanto en los aprendizajes posteriores de las asignaturas
escolares cuanto en sus desempeños ocupacionales o en su actuación social en general.
Validez de construcción
El programa de evaluación y cada uno de los instrumentos que lo integran deben estar
construidos de acuerdo con los principios de la o las teorías didácticas que sostienen el proyecto
pedagógico. De la coherencia de las teorías y el buen uso de las normas técnicas depende la
validez de construcción del programa y de los instrumentos de evaluación.
Validez de convergencia
Validez manifiesta
Validez de significado
Se mide en respuesta a la pregunta acerca de si las tareas de evaluación tienen significado para
los estudiantes y los motivan para alcanzar su mejor rendimiento o no. Se centra en la relacion
que se establece desde la perspectiva de los estudiantes, entre el programa y los instrumentos de
evaluación, por un lado, y los procesos de enseñanza y aprendizaje por el otro.
Validez de retroacción
La evaluación tiene un efecto de retroacción sobre la enseñanza. Este tipo de validez impone la
realización de acciones de corrección con el fin de restablecer el verdadero sentido didáctico de
los procesos de evaluación.
Confiabilidad
Alcances de la confiabilidad
Practicidad
Administrabilidad
Economía
Utilidad
Íntimamente asociada a las otras tres características, la utilidad de una prueba resulta de su
capacidad para satisfacer las necesidades específicas relacionadas con los procesos de
enseñanza y aprendizaje. Si los resultados de la evaluación no son útiles para la orientación de
los alumnos, de los sectores interesados en la calidad de la educación, poco importa que en un
marco restringido, el programa y cada instrumento sean confiables y prácticos. Para que la
evaluación sea útil, la validez para alguno o algunos de esos públicos es indispensable.
Este escrito pretende explicitar algunos conceptos que permitan al docente repensar la
evaluación y a la vez brindar líneas de trabajo que contribuyan a mejorar su práctica. En una
primera instancia se intenta dar cuenta de los diferentes modos que asume la evaluación en el
ámbito de la didáctica. Esto permite analizar la evaluación desde una dimensión política, desde
una perspectiva psicológica y desde un marco sociológico, así como también de la forma en la
que ha penetrado en ella el cientificismo.
En una segunda instancia se propone tomar la tarea del docente en el aula como un proyecto, al
cual la evaluación le permite analizar su propuesta didáctica en vinculación con otros proyectos
que constituyen su contexto, resaltando la implicancia de éstos en su tarea. Desde este lugar, se
plantea la autoevaluación de la enseñanza, entendiendo que ofrece genuinas posibilidades de
revisar las prácticas y la autoevaluación del alumno como un modo de trabajo que facilita la
vinculación de éste con el conocimiento.
El lugar de la evaluación
Marco sociohistórico
Haciendo un rastreo del concepto de evaluación, pueden encontrarse en los grandes pedagogos
distintas concepciones de él, pero el que deviene de la Revolución Industrial es el que aparece
con más fuerza, aunque muchas veces no de forma explícita (la mira puesta en los
resultados/producción/control/tecnicismos). Plantear que la evaluación es un concepto polisémico,
tiene sus orígenes en procesos sociales e históricos particulares.
Si bien se reconocen los orígenes y el uso contemporáneo de esta palabra, de los que no es
posible desprenderse en los análisis imperativos, es necesario desentrañar su significación en las
prácticas evaluativas que acontecen en el salón de clase.
Dimensión política e ideológica
La evaluación, por ser una práctica humana, posee también en sí una dimensión política, ligada al
ámbito del poder. Es la información la que lleva en sí misma una cuota de poder y permite un
mejor control, dando lugar a la realización de estrategias de accion coherentes a perspectivas
ideológicas particulares. Bajo este enfoque, la evaluación puede concentrar o distribuir poder
acorde a quienes sean los destinatarios de la información y el uso que se haga de ella. En el aula
esto se ve con claridad en el contrato pedagógico, donde la explicitación de las normas y usos
que se realiza de los datos de la evaluación concentran o distribuyen poder en el docente o en los
alumnos.
La evaluación en el aula
Tanto la idea de cientificidad como el uso del poder, se incorporan a la tarea del docente
permeando su actividad evaluativa. La palabra evaluación en el ámbito escolar está casi
homologada a la idea de acreditación. Es una palabra que está especialmente significada en el
discurso pedagógico, y fuertemente significada desde el control y desde el poder que tiene el
docente. Para incorporar el concepto de evaluación a las prácticas educativas, es conveniente
darle rigurosidad al tratamiento del mismo, lo que implica señalar los elementos que se
consideran constitutivos para dar cuenta de ella.
En términos genéricos, evaluar es valorar, lo que lleva en sí a emitir un juicio de valor acorde a
marcos axiolóogicos, tendiente a la acreditación. Esto implica aproximarse al objeto tomando
como punto de partida la descripción, comprensión y explicación del mismo. Al hablar de
evaluación, las dimensiones, características y complejidad del objeto para evaluar señalan las
primeras aproximaciones a él.
Se podría afirmar que el peso otorgado socialmente a la acreditación, sumado a la polisemia del
término “evaluación”, dificulta enormemente la tarea de darle a ésta el lugar privilegiado que se
merece dentro del campo de la didáctica. Cabe resaltar que si un docente se acerca a sus
alumnos tratando de comprender la lógica de apropiación de los conocimientos, la forma en que
van construyendo sus saberes, entabla con ellos una relación cualitativamente diferente de la que
otro asume una permanente actitud verificadora de los conocimientos adquiridos por los alumnos.
Esta doble mirada de su aprendizaje, permite un análisis particular de la intervención docente,
reubicando la evaluación en el campo de la enseñanza. Evaluar para organizar el enseñar y
evaluar para acreditar se integran en la práctica, pero no debieran confundirse; ambos
constituyen la práctica pero no son de la misma naturaleza, ya que responden a finalidades
diferentes teniendo sistemas referenciales diferentes.
Evaluar es valorar, otorgar valor desde referentes axiológicos; en este caso, el que subyace al
proyecto y que va a marcar las líneas de estrategia metodológica para recolectar información y
analizarla, así como también las acciones posteriores a la valoración. Evaluar implica describir,
analizar, interpretar y explicar, lo que permite comprender la naturaleza del objeto y emitir un
juicio de valor, el que siempre está orientado a la acción. La evaluación como se plantea en este
trabajo, no busca verdades universales y objetivas sino más bien intenta ofrecer a los
destinatarios que constituyen una comunidad de mentes, argumentos que lleven a un accionar
adecuadamente fundado. Se trata de una tarea argumentativa, contextuada y dirigida a la acción.
Esta perspectiva, que posibilita diferentes miradas de lo que acontece en el aula, permite a la
evaluación ocupar un papel mediador, ya que es ella la que recoge la información sobre las
repercusiones que tiene el proyecto en su contexto y los impactos que de él recibe. El valor de
pensar la práctica del docente como un proyecto e incluir en él su evaluación permite visualizar
esta complejidad.
Se considera como punto de partida que la evaluación está ligada a valores y que supone una
concepción del hombre y del mundo. Desde estos marcos tan generales hasta la
instrumentalización, es importante poder encontrar propuestas metodológicas que articulen
ambos polos “intentando” no perder la visión de totalidad y complejidad del objeto por evaluar. Es
necesario señalar desde el comienzo quienes son los destinatarios de la información y quienes
serán los encargados de concretar las acciones, y esto dependerá de que la evaluación esté
orientada a la rendición de cuentas o a mejorar el proyecto a partir de sus integrantes como
protagonistas.
Propuesta de trabajo
Los interrogantes suelen ser un punto de partida para todo proceso evaluativo y en particular para
la evaluación de un proyecto, que básicamente podría dirigir la mirada sobre cuestiones
generales. Pero, aunque sean esenciales para una tarea evaluativa, donde se interpelen los
fundamentos y las estrategias de indagación de la realidad, la evaluación no se hace simplemente
a ellos, sino que requiere la construcción de procedimientos de referencialización que den cuenta
de estructuras organizadoras basadas en sistemas de referencias.
La autoevaluación
La autoevaluación en el ámbito de la educación se concebía como un valor en sí misma,
generalmente incuestionable. Pero luego de que fuera utilizada por los organismos
internacionales como proceso previo a la evaluación externa se la percibe hoy con una cierta
desconfianza. Sin embargo, para su análisis sería importante distinguir desde qué proyecto se
plantea, para poder asignarle el lugar y el valor que le corresponden y no caer en espacios
vacíos, cargados de palabras ideologizadas que entorpecen aún más las prácticas escolares.
Según desde donde surja el requerimiento de autoevaluación, puede estar directamente ligada a
los sistemas de control y/o cruzada por una perspectiva de control. Si no se explicita ese lugar, la
autoevaluación funciona “como si”; desde este lugar se puede hablar de una autoevaluación
interferida, cruzada por un sentido de autoridad como legitimadora o deslegitimadora de saberes
y acciones. Sin embargo, también permite ir construyendo acuerdos básicos a partir de la
explicitación de intereses y valores, que muchas veces se dan por supuestos. Así, al explicar las
“reglas del juego” pueden transparentarse las relaciones y funciones de los actores que
intervienen en el proyecto.
La autoevaluación lleva implícita un proceso reflexivo, que tiene diferentes formas de ser
analizado, de acuerdo con la naturaleza de las metas que orientan la acción, es decir de acuerdo
con el proyecto en que se inscribe.
En primer lugar, debe tener como punto de partida una propuesta de trabajo en el aula de
carácter experimental, ya que para poder reflexionar tiene que existir una instancia previa de
hipotetización. A partir de una adhesión provisional de la experiencia se provoca una crítica a las
reglas prescriptas, en una actitud permanente que incluya la aceptación o el rechazo de los
resultados, en donde se consolidan las capacidades reflexivas, donde se promueve un
pensamiento divergente. La aceptación de las diferencias entre las aspiraciones y las prácticas
reales que se dan, en una actitud objetiva, es el punto de partida de la tarea. Esta pérdida de
autoestima sólo puede ser entendida si su práctica se valoriza desde su capacidad metacognitiva,
de la ponderación de los análisis que rigen de la reflexión con valoración de ese proceso.
Esta mirada interna, metacognitiva, se vuelve estéril si no se logra encontrar un “otro” con quien
se pueda monitorear los procesos internos; para esto se necesitan determinadas condiciones de
confidencialidad, confianza y reciprocidad. La presencia de otro se plantea también como
necesaria para no desarrollar teorías a partir únicamente de la reflexión sobre la experiencia, ya
que la reflexión aislada corre el riesgo tanto de generar y reproducir automprensiones deformadas
de la realidad como de destinar grandes esfuerzos en descubrir cuestiones que ya fueron
trabajadas por otros. El valor de tomar una nueva mirada ayuda a comprender a través del otro,a
clarificar nuestros marcos ideológicos que obturan nuestra mirada de la realidad y encontrar
nuevos modos de leerla.
No se pueden valorar los procesos reflexivos en relación con una práctica si no se tiene presente
que junto con la actitud reflexiva debiera estar presente una actitud de búsqueda de modos
alternativos de actuar, búsqueda que articule la interrogación con las respuestas provisionales,
con la precaución de no sobrevalorar lo nuevo en detrimento de los clásicamente valioso.
El punto de partida para comprender el tipo o las características que asumirá la autoevaluación
del docente, es analizar la persona u organismo que propone la autoevaluación. La misma debe
comprenderse en el marco del proyecto en el que se inscribe, directamente referida a las metas y
a los supuestos ideológicos-axiológicos que lo enmarcan, con lo que implica pasar información
del orden privado al público. Para que haya una autocrítica por parte del docente, es necesario
que dentro de la institución estén dadas las condiciones para ella, siendo un buen punto que
todos los integrantes la realicen. No se puede desconocer la representación que tienen los
docentes de a autoridad escolar, ya que su función histórica de control y sanción ha generado en
ellos mecanismos de defensa que los llevan a mostrar sus buenas prácticas y a esconder
aquellas que no tuvieron el éxito esperado. Es necesario ir deconstruyendo la historia del control y
de sanción que caracterizó la escuela para generar espacios sanos de interacción docente.
Dos dimensiones parecen presentarse en este análisis, una referida a su relación con los pares y
con el maestro, y otra, a la búsqueda de indicadores que le permitan conocer sus propios
procesos cognitivos, o los modos o maneras de resolver una situación y los modos o maneras de
apropiarse del conocimiento. En el primer caso daría cuenta de su lugar frente al grupo de pares,
en el reconocimiento de su lugar para favorecer el clima de trabajo en el aula; en el segundo
caso, estaría ligado a un autoconocimiento, a lo que podríamos llamar una metacognición.
No se puede desconocer que los modelos docentes han dado respuestas a requerimientos de la
práctica que hoy no son suficientes; por eso es que una revisión nos obliga a mejorar la
capacidad de escucha tanto en el reconocimiento de nuestras prácticas como en el comprender al
otro desde sus marcos interpretativos, para generar cambios desde allí. Tomar la autoevaluación
como eje de análisis y su articulación con el proyecto pedagógico-didáctico marca un
posicionamiento que concibe tanto al docente como al alumno como protagonistas de sus propias
decisiones. Esto implica aceptar que dentro de las limitaciones que el contexto marca existen
espacios que permiten acrecentar la autonomía. Ofrecer elementos concretos que permitan una
mirada totalizadora de la realidad no significa quedarse en lo instrumental, sino más bien
posicionar al docente frente a los proyectos macro que contextualizan el quehacer de la escuela.
Sistemas de calificación
Escalas de medición
Pueden ser clasificadas en cuatro grupos a partir de las características que presentan respecto de
la relación de ordenamiento progresivo u horizontal de las categorías que las constituyen, de la
distancia igual o desigual que existe entre los diferentes grados de la escala y de la existencia o
no de un punto de partida que permita operar de manera particular con tramos parciales de la
escala.
a) Escalas nominales: en ella no hay grados superiores o inferiores entre las categorías que
la componen sino que todos se encuentran en un mismo nivel. Se emplean para medir la
frecuencia con la que los ejemplares evaluados se incluyen en cada una de las clases que
la escala presenta.
b) Escalas ordinales: son las que presentan una serie de categorías ordenadas de acuerdo
con un criterio definido por un sentido u orientación determinada que no permite introducir
alteraciones en la secuencia. Son escalas muy específicas y se utilizan para medir
aspectos determinados, no deben utilizarse universalmente.
c) Escalas de intervalos: son en las que los intervalos entre pares de grados consecutivos
deben ser iguales.
d) Escalas de razones o proporciones: aquellas en las que se cumplen las condiciones
establecidas para la construcción de una escala de intervalos y además se agrega la
condición de poseer un cero absoluto, lo cual permite efectuar operaciones en las que se
suman mediciones obtenidas independientemente o se comparan mediciones.
Para la construcción o selección de una escala y para las decisiones relativas a la adopción de
una escala de calificación es indispensable tener en cuenta las características respecto de las
escalas de medición en general, ya que ellas son la matriz básica a partir de la cual se pueden
conceptualizar las escalas de calificación de los aprendizajes escolares. Las escalas de
calificación peden presentarse de diversas formas; las clasificaremos en:
- Escalas numéricas: consiste en cierto número de categorías establecidas en términos
descriptivos a las que se atribuye de antemano valores numéricos convencionales,
pudiendo variar el número de grados comprendidos por la escala.
- Escalas conceptuales o descriptivas: tienen algunos aspectos semejantes a las escalas
numéricas pero presentan otros rasgos que las diferencian como el hecho de ajustarse a
las necesidades de cada instancia evaluativa; varían su forma según las características de
aquello que se desea evaluar.
- Escalas gráficas: consiste en representar, sobre referencias lineales, categorías
descriptivas determinadas. Tiene la característica de presentar la intensidad de un rasgo
como un continuo desde un grado mínimo hasta un grado máximo; la intensidad deseable
del rasgo puede encontrarse señalada y definida en cualquiera de los puntos de la línea de
evaluación, en ambos extremos y en un número determinado de puntos intermedios.
Otro difícil problema por resolver es el que refiere al hecho de que toda calificación lleva implícito
un conflicto básico en las funciones de la evaluación. Hay dos maneras de calificar que
responden a diferentes criterios, según se contrasten las realizaciones del estudiante con sus
propias posibilidades o con un patrón ajeno a él, sea el rendimiento de sus compañeros o una
pauta establecida por el docente como objetivo a alcanzar. Cada una de estas formas dará lugar
a calificaciones diversas para un mismo trabajo y un mismo alumno; también el éxito y el fracaso
pueden tener dos tipos de interpretación. Este conflicto de funciones se refleja en una pregunta
común entre los docentes: ¿debemos calificar al alumno por su esfuerzo o debemos hacerlo en
función de sus realizaciones efectivas? Ante esta pregunta se pueden ofrecer diversas respuestas
porque el rendimiento del alumno puede ser apreciado de tres maneras diferentes.
Aunque muchas veces, ajenos al espíritu cuantitativista que sustenta el uso de calificaciones
asignadas mediante sistemas asociados al uso de escalas de calificación numéricas de intervalos
o razón, los docentes siempre comparan y eligen criterios; es menester que se extremen los
cuidados para que las calificaciones tengan origen y fundamentación clara, en particular para los
alumnos. La necesidad de completar las evaluaciones numéricas con anotaciones referentes a
los errores y sus posibles causas, a la adecuación de la velocidad impresa a la realización del
trabajo y la referencia a la dirección e intensidad de los esfuerzos del alumno, nos muestra la
insuficiencia de un sistema de calificaciones que pretenda manejarse solo con una simple escala
numérica.
La enseñanza opera como una fuerza en un sistema de fuerzas; es por sí misma un conjunto
dinámico que actúa sobre y con sujetos dinámicos. Las magnitudes escalares, desprovistas de
orientación y en las que solo interesan los valores numéricos, no pueden describir el tipo de
cambio producido por la educación. Es por esto que el aprendizaje escolar debiera ser
conceptualizado a los fines de su medición como magnitud vectorial en el marco de la evaluación,
representándose los progresos por segmentos o semirrectas con dirección y no solo por sus
valores numéricos asignados en instancias puntuales aisladas entre sí.
Del análisis efectuado sobre los distintos tipos de escala de medición y de calificación surge con
claridad que cada una de las modalidades califica objetos diversos y lo hace de distinta manera.
De aquí que toda calificación sea relativa no sólo al instrumento que se utiliza para medir, sino
también a la escala de calificación empleada. En la mayor parte de los sistemas se ha intentado
construir escalas de carácter universal, capaces de describir con precisión aceptable los
diferentes niveles de calidad de objetos, procesos o habilidades y destrezas de todo tipo. Estas
escalas tienen carácter formal y pueden ser ejemplificadas por las escalas numéricas que son de
uso habitual en la educación escolar. Todos los docentes pueden utilizar la misma escala y se
hacen posibles las comparaciones entre calificaciones correspondientes a distintas disciplinas y
clases de trabajo. Se produce una homologación formal de la consistencia interna de los logros
de un alumno y también de los de una cantidad ilimitada de ellos. Pero esta homologación es solo
formal, perdiendo la calificación buena parte de su valor descriptivo.
Regímenes de promoción
Emplea una de las medidas estadísticas de tendencia central como base para la determinación
de la promoción. La medida más utilizada con este fin es la media aritmética la cual se obtiene
sumando primero todas la calificaciones obtenidas por el alumno y dividiendo después la suma
por el número de calificaciones sumadas. En el régimen de promoción se determina el promedio
mínimo que debe alcanzar el alumno para obtener esa promoción. Para que las calificaciones
promedio sean confiables debe cumplirse la condición de que la escala empleada sea una de
intervalos o de razón.
Requiere que, para obtener su promoción, el estudiante apruebe una instancia de evaluación
escrita, oral o de actuación, o una combinación de ellas. El examen debe estar diseñado de
manera tal que permita apreciar en síntesis el aprendizaje logrado por el alumno a lo largo de
todo el curso. Debe tener un alto grado de validez de contenido y predictiva, representando una
muestra significativa del universo de contenido de la asignatura y prediciendo el desempeño
posterior del alumno, dentro o fuera del ambiente escolar. Puede utilizarse: como criterio único
para decidir la promoción de los alumnos; combinado con otras formas de promoción; como
supletorio de una calificación promedio.
Presenta ventajas y desventajas cuando se emplea como régimen único o cuando sólo tiene una
participación parcial en la decisión de la promoción. Algunas desventajas se originan en el uso del
examen como técnica de evaluación y otras en la adopción del examen como criterio definitivo
para la promoción. Por otro lado, el valor de esta instancia de evaluación lo hace irreemplazable
en un programa de evaluación, ya que permite evaluar de manera completa el dominio alcanzado
por el alumno sobre el universo de los contenidos de la asignatura, el área o un conjunto de
asignaturas.
Se define por su diferenciación respecto del empleo de un examen final. Los programas de
evaluación en los que se expresa pueden asumir diversas formas, tratándose de la aplicación de
un régimen de evaluaciones parciales cuyas calificaciones se procesan según el régimen de
promoción por calificación promedio o de logros mínimos exigidos. En muchos casos se incluye
una instancia de evaluación final integradora que ocupa el lugar de una evaluación parcial más y
a la vez de examen final por el papel que desempeña en el proceso de aprendizaje del alumno en
la fase de preparación para enfrentar esta instancia que hace las veces de un examen final. Una
modalidad peculiar que puede adoptar es la que corresponde a un programa de evaluación
continua basado sobre el análisis, interpretación y apreciación de los registros sistemáticos de las
observaciones efectuadas por el docente respecto de las conductas, los procesos y las
producciones realizadas por los alumnos en situaciones no puntuales de evaluación.
Los puntajes derivados son normas resultantes del procesamiento estadístico de los puntajes
brutos obtenidos efectivamente por los alumnos del grupo que se toma como referencia el
procesamiento de los puntajes obtenidos por los estudiantes cuando les son administradas las
pruebas se realiza mediante la aplicación de reglas fijas que representan construcciones de los
evaluadores que indican los niveles que se ha demostrado que los alumnos pueden alcanzar de
manera efectiva. Se procura corregir así el nivel de logro establecido en lo objetivos de
aprendizaje propuestos a priori por el docente, la institución o el sistema escolar para adecuarlos
a las posibilidades reales de aprendizaje que tuvieron los alumnos y que pudieron demostrar en
las pruebas de evaluación como resultado de la enseñanza que recibieron.
Evaluación de portafolio
Se trata de una evaluación que se realiza sobre las producciones de los alumnos: estos
seleccionan sus mejores trabajos y los pone a disposición del análisis del docente. Para este y
para el alumno, esta carpeta de trabajos tiene la función de representar los aprendizajes que el
alumno ha realizado a los largo de su curso. Esta estrategia de evaluación se apoya sobre varias
ideas: que la evaluación de certificación o promoción no se efectúa sobre la base del desempeño
del alumno en una instancia desarrollada en un lapso breve, sino los elaborados a lo largo de
todo el curso; el alumno hace una evaluación de sus propios trabajos, debiendo analizarlos en
sus logros, errores y dificultades; la forma de presentación de los trabajos puede ser variada y el
alumno puede mostrar la evolución de su desempeño, su mejoramiento progresivo, discutir los
problemas y aspectos que no ha podido resolver todavía.
Quienes utilizan esta modalidad de evaluación señalan la importancia pedagógica de que la
evaluación en una situación no genera los niveles de ansiedad típicos de las situaciones de
examen, el valor que se da a la responsabilidad del alumno, su papel en la puesta en juego de los
mecanismos de autoevaluación que acompañan a todo el proceso de producción y la autoestima
que contribuye a desarrollar en el alumno al reconocerlo como participante necesario y no como
objeto del proceso de evaluación. El logro de estas características positivas depende de la actitud
con la que el docente suma su función evaluadora y de la relación que entable con sus alumnos.
Este tipo de evaluación es insustituible a la hora de evaluar la producción de los alumnos y es un
factor determinante en la programación de actividades de aprendizaje al estimular la producción y
reconocimiento de modos de aprender y enseñar.
Por lo general las evaluaciones centradas en el desempeño, y sobre todo las auténticas, eran
poco frecuentes debido a que plantean a los docentes problemas sobre qué evaluar, cómo
evaluar y, sobre todo, cómo traducir dicha evaluación en una calificación justa y adecuada. Sin
embargo, en fechas recientes se ha comenzado a brindar una mayor atención a estas
evaluaciones alternativas debido al auge de la enseñanza en la solución de problemas o el
pensamiento de alto nivel, y por la intención renovada de desarrollar capacidades o competencias
complejas demostrables en el “mundo real”.
La evaluación auténtica sólo tiene sentido si representa una verdadera motivación para el
cambio: los estudiantes necesitan desarrollarse y sentirse capaces en el mundo, dentro y fuera
de la escuela, por lo que requieren trabajar cooperativamente en equipos, y esforzarse para
alcanzar metas grupales y sociales en un ambiente de retroalimentación continua y autorreflexión.
Para que la evaluación auténtica sea efectiva, se requiere que los criterios y los estándares se
vinculen directamente al tipo y nivel de trabajo que pueden desarrollar los alumnos. Ambos,
criterios y estándares, tienen que ser claros, conocidos y no arbitrarios.
La evaluación auténtica centrada en el desempeño resulta una opción excelente para valorar las
competencias, sean de índole académica, sociofuncional o profesional. Asimismo, la evaluación
auténtica focaliza la valoración en la calidad de la ejecución, por lo general mediante evaluación
cualitativa.
Las rúbricas son guías o escalas de evaluación donde se establecen niveles progresivos de
dominio relativos al desempeño que una persona muestra respecto de un proceso o producción
determinada. Integran un amplio rango de criterios que cualifican de modo progresivo el tránsito
de un desempeño incipiente o novato al gado de experto. Son escalas ordinales que destacan
una evaluación de desempeño centrada en aspectos cualitativos. Representan una evaluación
basada en un amplio rango de criterios más que una puntuación numérica única. Son
instrumentos de evaluación auténtica porque sirven para medir el trabajo de los alumnos
de acuerdo con “criterios de la vida real”. Implican una evaluación progresiva, y el ejercicio de
la reflexión y autoevaluación.
Las rúbricas son estrategias que apoyan al docente tanto en la evaluación como en la enseñanza
de actividades, proyectos, producciones, investigaciones y trabajos prácticos “generativos” de los
estudiantes. Son estrategias apropiadas para evaluar tareas o actividades auténticas, en
particular las referentes a procesos y producciones ligadas con situaciones situadas y aprendizaje
in situ. Más allá de las producciones de los alumnos, permiten evaluar (y autoevaluar) los
procesos y habilidades que han empleado en su resolución. Son pertinentes para evaluar tareas
que no implican respuestas correctas o incorrectas, es decir, aquellas donde lo importante es
decidir el grado en que ciertos atributos están o no presentes en el desempeño del alumno de
esta manera, la rúbrica necesariamente implica un juicio de valor acerca de la calidad del
trabajo realizado por los alumnos, y ante el problema de que dicho juicio conduzca a un sesgo
subjetivo es como se define y consensa una pauta que orienta la evaluación, define los atributos y
el grado en que estos se presenten, para conducir a un trabajo aceptable o no.
Ahumada (2003) emplea el término “matrices de valoración” para denominar a las rúbricas, pues
están construidas a partir de la intersección de dos dimensiones: los criterios o indicadores de
calidad (columna izquierda) y la definición cualitativa y de manera progresiva de los mismos
(columnas derechas). La escala ordenada debe mostrar una variación o gradación del rango de
desempeños posibles desde los más pobres o incipientes (desempeños del novato) hasta los
excelentes (desempeño del experto).
Las rúbricas responden a dos preguntas:
Es necesario poder hacer las adecuaciones necesarias para que las rúbricas sean pertinentes y
útiles a un determinado contexto y situación. Pero lo interesante, es que puedan compartirse en la
clase y permitan al docente enseñar al grupo los atributos deseables de una buena presentación.
Empleada de esta manera, la rúbrica permitirá al docente tanto modelar como retroalimentar los
desempeños esperados, y en el caso del alumno ofrecerá elementos para la autoevaluación y la
regulación personal del aprendizaje.
Goodrich (1997) menciona las razones por las cuales las rúbricas son herramientas poderosas
para la enseñanza y la evaluación:
4. Articular los distintos grados de calidad. Desarrollar una matriz de verificación. Conectar e
ella los criterios y los niveles de desempeño progresivos.
5. Compartir y validar la rúbrica con los estudiantes. Discutir con ellos su sentido y contenido,
practicar la evaluación con ejemplos. Ajustar la rúbrica.
6. Utilizar la rúbrica como recurso de autoevaluación y evaluación por pares. Enseñar a los
alumnos su empleo en situaciones auténticas de enseñanza-aprendizaje, dar la
oportunidad de que revisen su trabajo, reflexionen sobre la utilidad y forma de uso de la
rúbrica.
7. Evaluar la producción final. Comparar el trabajo individual/por equipos con la rúbrica para
determinar si se logró el dominio esperado del contenido.
8. Conducir la evaluación del docente y comunicar lo precedente, con la misma rúbrica que
han trabajado los estudiantes. Prever de manera realista los cambios requeridos en la
enseñanza y los apoyos a los alumnos como consecuencia de la evaluación realizada.
El manejo propuesto en los puntos anteriores nos acerca al empleo de las rúbricas como
verdaderas estrategias de enseñanza o estrategias docentes, en el sentido de procedimientos y
ayudas que el profesor utiliza de manera flexible, adaptativa, autorregulada y reflexiva para
promover el logro de aprendizajes significativos en los alumnos.
Notas precautorias respecto del diseño y empleo de rúbricas y otras estrategias de evaluación del
desempeño:
- Los criterios que en un momento se identifican y definen no son los únicos posibles ni
tienen un carácter absoluto. Los mismos pueden variar en función de las características de los
alumnos, el avance respecto del programa y el tipo de tarea solicitado. Lo importante es
desarrollar criterios significativos, adecuados y comprensibles para los alumnos en un
contexto educativo determinado.
El error más común al definir un criterio de desempeño es su carencia de especificidad. Por esto,
se debe evitar una adjetivación ambigua, y es más apropiado una descripción detallada del
desempeño. El establecimiento de niveles de desempeño progresivos, de menor a mayor
complejidad y calidad de la ejecución, se puede jerarquizar tomando en consideración los
objetivos curriculares y la meta establecidas en términos de lo que los alumnos podrán lograr en
una secuencia o ciclo de enseñanza determinado. A partir de la identificación de estos niveles de
desempeño o competencia progresivos, será posible desarrollar estándares apropiados y
precisos aplicables a tareas académicas específicas en donde sea relevante la manifestación de
la competencia a desarrollar.
Requisitos de los descriptores contenidos en la rúbrica, para evitar caer en un sesgo subjetivo a la
hora de establecer el juicio de valor que la fundamenta:
Es necesario someter a prueba las rúbricas con muestras de trabajos realizados por los alumnos
de modo que se dé respuesta a dos cuestiones claves: ¿son adecuadas las descripciones para
ordenar los trabajos del mejor al peor desempeño? ¿Diferentes evaluadores llegan a una misma
conclusión? El énfasis de la evaluación por rúbricas es eminentemente cualitativo, pero es
posible cuantificar los diversos niveles de desempeño para generar una calificación, no obstante
ésta no es el fin último de este tipo de evaluaciones. Las rúbricas son de utilidad no sólo con
fines de evaluación, sino de enseñanza.
El portafolio es, hoy en día, la estrategia de evaluación alternativa y auténtica más utilizada.
Permite evaluar lo que las personas hacen, y no sólo lo que dicen que hacen o lo que creen
saber. Puesto que se centra en el desempeño mostrado en una tarea auténtica, los portafolios
permiten identificar el vínculo de coherencia entre los saberes conceptual y procedimental ,
entender cómo ocurre el desempeño en un contexto y situación determinada, o seguir el proceso
de adquisición y perfeccionamiento de determinados saberes o formas de actuación.
Un portafolios es una selección o colección de trabajos académicos que los alumnos realizan en
el transcurso de un ciclo o curso escolar, y se ajustan a un proyecto de trabajo dado. No es una
colección al azar o sin relación, sino que muestra el crecimiento gradual y los aprendizajes
logrados por los autores en relación con el currículo o actividad profesional en cuestión. En el
contexto escolar también se la llama “método de carpeta”.
La evaluación mediante portafolios es una evaluación del desempeño porque los estudiantes
tienen que demostrar que son capaces de ejecutar determinadas tareas y porque se evalúa el
conocimiento procedural, no sólo declarativo, al incursionar incluso en la actitud y disposición
hacia el trabajo realizado. A su vez, puede convertirse en una evaluación auténtica si la
demostración de los aprendizajes buscados ocurre en escenarios de la vida real.
Los trabajos que pueden integrar un portafolios son de muy diversa índole. Suelen conjugar la
diversidad de trabajos que caracterizamos en el ámbito del aprendizaje experiencial y vinculados
a actividades generativas enfocadas a proyectos situados en contextos reales la evaluación
por portafolios es una opción viable cuando se tienen que resolver problemas, generar proyectos
o analizar casos. Por otro lado, resulta compatible y se complementa con otras evaluaciones
centradas en el desempeño y con otros instrumentos de autoevaluación, observación y reporte
del desempeño.
Los dos tipos más comunes de portafolios son el que se conforma con “los mejores trabajos” del
alumno, donde el interés se centra en valorar el nivel de dominio del aprendizaje, y el que
demuestra el “crecimiento y progreso en el aprendizaje”, donde el interés se centra en el proceso
de crecimiento gradual o el contraste entre el desempeño del alumno en los estados inicial y final.
El portafolios del alumno puede ser útil como estrategia de evaluación del aprendizaje debido a
que permite:
Sin embargo, además del portafolios del alumno, también puede elaborarse un portafolios del
profesor que dé cuenta de su desempeño y producción como enseñante. El mismo es una
alternativa innovadora y cada vez más común en el terreno de la evaluación de las competencias
del docente frente al grupo, pero también hay reportes de su empleo en la formación, selección y
promoción del profesorado.
La “cultura del portafolios” requiere y apoya a la vez una comunidad de aprendices (docentes y
alumnos) que asuman la responsabilidad de demostrar lo que saben y pueden hacer, de manera
que:
No es suficiente ni apropiado introducir el portafolios como “una técnica más” para evaluar a los
alumnos en un contexto donde no haya un replanteamiento de la filosofía y prácticas implícitas en
la cultura tradicional de la evaluación educativa. Por eso, en relación a los aspectos que debe
planear el profesor respecto a un portafolios orientado a la evaluación del aprendizaje de sus
alumnos, las tareas básicas son:
Son factores importantes en el diseño del portafolios la edad y el grado escolar de los alumnos,
porque determinan en gran medida sus usos y propósitos. En relación con su propósito, los
profesores emplean los portafolios más que nada para involucrar y motivar a los alumnos
en el trabajo académico, para impartir una buena enseñanza y para mejorar el aprendizaje.
El portafolios electrónico
Es importante que los alumnos logren expandir su experiencia con los portafolios más allá de los
materiales escritos e incursionen en el empleo de materiales y equipo audiovisual y multimedia
como apoyos tanto al proceso de construcción como de edición y exhibición de sus trabajos
Esto ha generado un interés creciente por los portafolios electrónicos o digitales, mediante los
cuales la información se almacena digitalmente, siendo más accesible y atractiva, a la vez que
permite a profesores y alumnos aprovechar el potencial de las nuevas tecnologías de la
información y comunicación. Una gran ventaja del portafolios electrónico es que se pueden
adicionar imágenes, fotografía, video, sonido, música, entre otros recursos. Por otro lado, ofrece a
los alumnos la oportunidad de aprender de manera situada y diversa habilidades informáticas,
artísticas y electrónicas.
Los elementos o tarjetas mínimas que deben incluirse en un portafolios electrónico son:
1. Título/identificación: muestra datos del estudiante, curso, profesor, tema abordado. Puede
incluir foto o video del alumno para reflejar su identidad. Es importante incluir botones que
permitan entrar a los diferentes apartados del menú, para que el espectador pueda
seleccionar la información y el orden en que la quiere ver.
2. Contenido: incluye el menú o índice del contenido del portafolios.
3. Información: consiste en el trabajo/s realizado/s por el alumno o equipo de trabajo, sus
producciones y autorreflexiones, así como la explicación del porqué y del cómo de dichos
trabajos.
4. Texto dirigido al observador del portafolios: se puede escribir un texto o carta dirigido a las
personas que revisan el portafolios electrónico, para compartir con ellos su perspectiva,
motivos, logros, inquietudes o cualquier información adicional que deseen ofrecer a su
audiencia.
5. Respuesta del observador: después de revisar el portafolios, el observador puede escribir
comentarios o sugerencias a los autores o iniciar un intercambio de ideas por correo
electrónico o chat. En ocasiones, se suelen propiciar foros de discusión respecto a los
asuntos abordados y de la construcción misma del portafolios.
Por otra parte, la diversidad de habilidades y actitudes requeridas para ejercer la autoevaluación
deben ser objeto de una enseñanza explícita y del establecimiento de un clima de aula propicio.
Es decir, no basta con pedir al alumno que exprese abiertamente que opina de su crecimiento en
el curso o sobre los aprendizajes puntuales logrados, tiene que contarse con evidencia explícita y
argumentos razonados.
No obstante, los especialistas en el campo de la evaluación consideran que sería un error si las
instituciones educativas se limitasen a intercambiar las pruebas estandarizadas por evaluaciones
alternativas se requiere asegurar la equidad en la evaluación y entender que las evaluaciones
alternativas o auténticas, basadas en el desempeño, son instrumentos que operan mediante
estándares referidos al criterio, y no pruebas referentes a la norma. La equidad en la evaluación
no sólo se asegura mediante los instrumentos o pruebas, sino que abarca en su conjunto las
creencias y prácticas educativas vinculadas al currículo, la instrucción y la profesionalización del
docente.
Hay que destacar que el margen de flexibilidad y el reconocimiento del papel que desempeña la
relativa subjetividad del juicio del experto en la evaluación auténtica centrada en la calidad del
desempeño, así como la variabilidad de contenidos y opciones de construcción de los
instrumentos, representan a la vez tanto ventajas como restricciones. El evaluador tiene que
tomar conciencia de lo que implica emitir un juicio acerca de las producciones generadas por
alguien en torno a lo que aconteció en un proceso formativo dado. Planteamos ya que en la
aproximación a la evaluación educativa que elabora el docente, éste hace un recorte de lo que
ocurre en su aula, pues en su enfoque e instrumentos quedan plasmadas sus concepciones
acerca de lo que vale la pena enseñar y aprender, y por ende, evaluar. Siempre está presente el
qué y el cómo se evalúa, quién lo hace y para qué se emite un juicio o calificación sobre el otro.
Creemos importante que el evaluador tenga claros los alcances y límites de la evaluación
auténtica centrada en el desempeño, para aprovecharla y situarla convenientemente. Las tarea
que implican un desempeño son complejas, por lo cual requieren que se proporcione a los
estudiantes una instrucción acorde a dicha complejidad esto implica ofrecer a los alumnos
apoyos o andamiajes pertinentes para que construyan una base común de conocimiento y
habilidades a partir de la cual incrementen su motivación y ejecución.
Presentación
Los docentes que llevan adelante propuestas de enseñanza poderosa se destacan por lo
que crean en clase y por lo que dejan, que resulta perdurable en el tiempo para aquellos
que fueron sus alumnos.
La universidad como objeto de estudio exige la puesta en juego de marcos críticos y dimensiones
de análisis entrecruzadas de modo complejo. Este es un ejercicio fundamentalmente político que
se profundiza a partir de la ubicación de ese objeto como foco de investigación dando lugar a
construcciones teóricas más ricas y sólidas. En mi trabajo, en primer lugar, me preocupa
distinguir la enseñanza cuya fuerza se expande en el seno de la propia clase y perdura en el
recuerdo de aquellas prácticas que nos marcaron, a la que denomino enseñanza poderosa. Los
docentes que llevan adelante propuestas de enseñanza poderosa se destacan por lo que crean
en clase y por lo que dejan, que resulta perdurable en el tiempo para aquellos que fueron sus
alumnos. Entre los rasgos de la enseñanza poderosa se destacan:
- Da cuenta de un abordaje teórico actual con referencia al estado del arte, al modo o
modos vigentes de entender los temas sustantivos de un área o campo reconociendo
debates, controversias, interrogantes abiertas, matices y vacíos.
- Permite pensar al modo de la disciplina, haciendo explícitos los marcos a partir de los
cuales el conocimiento se construye, se valida, se interpela y se vuelve a construir dando
cuenta del conocimiento como una construcción provisoria que se produce en un encuadre
epistemológico que también lo es.
- Mira en perspectiva, enseñando a cambiar de puntos de vista, no solamente con referencia
a los enfoques teóricos que propone sino respecto de la propia propuesta de enseñanza,
que bien podría ser, para bien o para mal, diferente.
- Está formulada en tiempo presente, como concepción y creación que reconoce los
avatares del contexto político, social, cultural, institucional, grupal y personal en su
dimensión cotidiana y que al hacerlo se carga de relevancia.
- Ofrece una estructura que en sí es original, a partir de la búsqueda sostenida de
propuestas creativas en una perspectiva didáctica.
- Conmueve y perdura dejando huellas que nos acompañarán a lo largo de la vida y a las
que podremos volver recurrentemente para reconocernos tanto en lo que aprendimos
como en nuestra capacidad de aprender.
Por su parte los ciudadanos, y especialmente los adultos jóvenes que constituyen la mayoría de
nuestros alumnos en el grado de la educación superior, empiezan a participar masivamente en
las redes sociales y otros fenómenos de la cultura digital. Como docentes nos cabe la
responsabilidad de reconocer estas tendencias sociales y culturales para capturarlas en las
prácticas de la enseñanza a los efectos de dotarla de relevancia en términos de subjetividad.
Tenemos entonces una doble problemática que abordar y articular: la necesidad epistemológica
que surge cuando reconocemos que las tecnologías sostienen la trama de la construcción del
conocimiento en la actualidad y la tendencia cultural por la cual la subjetividad de los jóvenes está
profundamente atravesada por las tecnologías en la sociedad contemporánea. Los programas
gubernamentales masivos de acceso a computadoras personales y los esfuerzos de las
instituciones por poner a disposición de la enseñanza entornos tecnológicos de vanguardia
ofrecen una oportunidad enorme a la necesidad epistemológica y al reconocimiento de las
tendencias sociales y culturales. Los docentes tenemos la responsabilidad de aprovechar estas
oportunidades para reflexionar sobre nuestras prácticas de la enseñanza, reconocer sus
limitaciones y recrearlas con el propósito de acercarnos a versiones más poderosas y
perdurables.
Búsquedas
En ambos ejemplos, la propuesta que sostiene el programa se ve amplificada por los diversos
soportes electrónicos usados, ya sea para registrarla y darla a conocer, para compartirla con los
alumnos y con otros, para intervenirla a partir de modos multimediales más o menos complejos o
para enriquecerla en ejercicios interpretativos realizados en diferentes momentos del dictado de
los cursos. En cada una de estas «vueltas» sobre el programa como propuesta de enseñanza, la
tecnología usada ayuda a hacer explícitas tanto las decisiones del docente como las miradas y
contribuciones de los otros. El programa es un documento vivo que cada vez que se revisa cobra
relevancia tanto para el que enseña como para el que aprende.
Hasta aquí, elegí el programa como objeto central de las búsquedas por su rasgo intrínseco de
mayor anticipación, aunque deba ser objeto de reconstrucción permanente. En esta línea de
búsquedas quiero hacer también mención a la preparación de materiales y clases. La perspectiva
didáctica clásica puso el centro en la anticipación, es decir, en la planificación: importan la clase
que se va a dar, la preparación de la explicación, los apuntes que la sostendrán, los materiales
que se van a usar, las actividades que se van a proponer, las tareas para después de la clase y el
modo en que se evaluará, entre otras de las decisiones que los docentes deben tomar por
adelantado. Lo que sucede es que, en general, estas anticipaciones terminan convirtiéndose en
estructuras poco flexibles que, al considerarse terminadas, pueden ser repetidas indefinidamente.
Sostengo, entonces, que el carácter de búsqueda se expande a cada uno de los aspectos que
configuran la enseñanza, desde la selección de los materiales, la bibliografía y el diseño de las
clases hasta otras intervenciones tales como la concepción de las propuestas evaluativas tanto
de la enseñanza como de los aprendizajes. La anticipación, a diferencia de la planificación
clásica, que generaba una propuesta lista para usar, de punta a punta, es en sí misma una
búsqueda, una apuesta, la formulación de un desafío, que debe a su vez ser objeto de revisión y
reconstrucción permanentes y, especialmente, a partir de la puesta en práctica. Un material que
se selecciona puede tener sentido una sola vez, en una clase, para un grupo y en un día
particular y en eso consiste su valor. Lo mismo podríamos decir de una propuesta de clase o de
un diseño evaluativo. En otros casos el valor trasciende el contexto particular, cuestión que
podemos reconocer, también, como parte de una búsqueda que mira hacia atrás y reconstruye
críticamente la práctica vivida. En estos casos, aquello que formulamos puede revisarse,
enriquecerse, transformarse o cambiar de sentido en función de cada implementación. Lo que
sigue a cada anticipación es una búsqueda cuyo significado educativo real emerge en el plano de
la práctica. Es allí, en la práctica misma, que la búsqueda deviene construcción como tipo de
operación didáctica que profundizaré a continuación.
Construcciones
Entiendo que cabe aquí una reflexión sobre lo sencillo o complejo que puede resultar realizar este
tipo de proyecto cuando sentimos que no siempre hay emergentes tan pertinentes u oportunos.
En lo personal creo que casi siempre los hay cuando a diario, esforzada y rigurosamente, se tiene
un alerta sobre los movimientos del campo de la especialidad. A veces no son tan cercanos pero,
dado que los campos se mueven y la producción del conocimiento se expande, sería extraño que
no encontráramos un fenómeno del cual dar cuenta en cada una de las materias que enseñamos.
Como último ejemplo de construcción voy a referirme a una realizada en relación con la
evaluación, que suele aparecer como esa suerte de prueba de fuego en la que muchas
innovaciones se acaban o desvirtúan su sentido. Desde hace años buscamos generar
evaluaciones que nos permitan seguir enseñando y que en su diseño exijan atravesar
progresivos niveles de complejidad y hacer reconstrucciones sucesivas. Este recorrido nos fue
alejando de las formas instituidas de evaluar para concebir el instrumento y aproximando a otras
que parecen reflejar de mejor modo la puesta en juego de los saberes en las prácticas reales, no
escolarizadas.
Proyecciones
Las búsquedas y construcciones que presenté en los apartados anteriores son, en casi todos
los casos, sostenidas, enriquecidas y expandidas por tecnologías de la información y la
comunicación que no juegan el lugar de aparato sino que las atraviesan, en tanto prácticas,
en modos que son culturales y en otros, diseñados por el docente, que tienen valor
pedagógico y didáctico. Ahora bien, necesitamos reconocer que, al mismo tiempo que
llevamos adelante estas prácticas y las reconstruimos teóricamente, el conocimiento sigue
cambiando en el marco de una sociedad que, al decir de Piscitelli, se encuentra en una deriva
que, al cambiar las condiciones materiales de la cognición, cambia la cognición y el contenido
mismo.
Mientras que algunos siguen pensando que las tecnologías proveen el soporte para resolver
más efectivamente o con menos costo aquello que hacemos habitualmente o, a lo sumo,
darle un aire de pretendida sofisticación, en mi caso considero que es hora de revisar la
mayoría de los modos en que encaramos la enseñanza universitaria. Por supuesto, esto
implica celebrar lo mejor de las tradiciones y distinguir la buena enseñanza, y reconocer que
ellas configuran una porción relevante pero pequeña de prácticas mayoritarias que siguen
repitiendo las formas de la didáctica clásica y abonando la pérdida de sentido de la formación
superior.
Si la inmersión nos involucra y nos exige ir a un nivel de profundidad cada vez mayor en el
cual necesitamos construir con otros, tal vez sea hora de que, como docentes universitarios,
nos propongamos desarrollar una didáctica inmersiva o, al menos, prácticas que generen
inmersiones a partir de las cuales los alumnos sean capaces no solamente de aprobar
exámenes u obtener sus certificados, sino de las que emerjan transformados, más sabios y,
por ende, más capaces de generar transformaciones en el mundo que los rodea.
Pensar en esta didáctica inmersiva lleva a resignificar los apartados anteriores, referidos a las
búsquedas y a las construcciones que hemos hecho hasta acá en la formación universitaria,
en aras de una enseñanza poderosa. Implica legitimar que dieron lugar a prácticas
interesantes, en ocasiones intensas, y a la construcción de marcos, dimensiones de análisis y
modos de trabajo que pueden configurar orientaciones para otras prácticas. Sin embargo,
necesitamos reconocer que de la mano de las transformaciones del conocimiento en una
sociedad transmediática en la que tienen lugar nuevas formas de la ecología mental
(Piscitelli, 2011) la enseñanza, toda, tiene que ser reinventada. ¿Es posible generar prácticas
de enseñanza inmersivas que cumplan con las finalidades educativas tal como están
definidas? Puedo contestar a modo de hipótesis que sí, pero la única manera de saberlo es
tratar de implementarlas en las prácticas reales, sabiendo que seguramente saldremos de
ellas con nuevas preguntas y, en esas preguntas, encontraremos su sentido. La inmersión es
una metáfora que define la cultura de nuestro tiempo y, al hacerlo, nos crea la obligación de
repensar de modo crítico la enseñanza y actuar en consecuencia. Deseo que de la puesta en
juego de prácticas inmersivas emerjamos transformados como docentes.
“El diseño de la evaluación” – Lecturas de cátedra
Evaluación y ansiedad o temor: Las situaciones de evaluación despiertan entre quienes van a ser
evaluados una serie de temores típicos. Esta asociación se vincula por un lado, con los fines,
imaginados o reales, de la evaluación: la falta de transparencia de criterios aplicados para juzgar
se suman a la incertidumbre sobre el futuro en función de los resultados obtenidos. Por otro lado,
se asocia al ejercicio unilateral del poder que se convierte en un fin en sí mismo, al servicio de la
concentración de autoridad por parte de quienes evalúan, sobre las resistencias actitudinales y
temores en los evaluados.
Lo hasta acá descripto, son concepciones intrínsecas y naturalmente ligadas a los procesos
evaluativos que no constituyen más que características de un proceso social e históricamente
situado. Esto significa, que hay otras formas posibles de pensar y hacer evaluación.
Frente a los avances científicos y técnicos de nuestra época, la visión de la evaluación desde una
perspectiva cuantitativa entra en crisis y las instituciones de educación, los docentes y
estudiantes abogan por propuestas evaluativas superadoras, que brinden a los estudiantes las
competencias necesarias para adaptarse a esta sociedad cambiante, haciendo de los procesos
de enseñanza y aprendizaje construcciones más significativas y duraderas.
Si nos referimos a la evaluación de los aprendizajes en el marco de la complejidad, su
impacto en los procesos de enseñanza y aprendizaje se hace visible en el uso de nuevas y
variadas estrategias de enseñanza, en los diversos recursos didácticos puestos al servicio de la
evaluación, en las estrategias de aprendizaje que se proponen a los estudiantes y, sobre todo, la
nueva mirada sobre los aspectos de la evaluación. En esta mirada compleja de la evaluación, es
necesario resaltar la coexistencia de enseñanzas innovadoras, con propuestas de evaluación
tradicionales, lo cual permite pensar que los cambios en la evaluación implican, además de un
cambio en los aspectos teóricos, un cambio en lo actitudinal tanto para estudiantes, como
docentes e instituciones educativas.
- Con relación a la evaluación como control Ardoino y Berger (1989) propone que tiene por
finalidad establecer la conformidad entre una norma y los fenómenos que se comparan.
Una evaluación continua, integrada en el proceso de enseñanza, tiene fines formativos cuando
sirve a una toma de conciencia que ayuda a reflexionar sobre la práctica. Allal (1979) define a la
evaluación formativa en términos de acción pedagógica: es una estrategia que requiere de un
marco conceptual que oriente los aprendizajes a observar, los procedimientos para recoger
información, la interpretación de los datos y los pasos a seguir en la adaptación de las
intervenciones pedagógicas # una evaluación separada del proceso estaría revelando las
funciones de selección y clasificación de los alumnos, comparándolos. En esta evaluación
formal, el profesor se atiene a las jerarquías derivadas de las notas, pero por lo general confirma
mediante esta su clasificación intuitiva cuyos referentes son los mejores alumnos.
Hoy se reconoce que la evaluación no es un acto final, tampoco un proceso paralelo que
acompaña al aprendizaje y la enseñanza, sino un acto altamente imbricado en el proceso de
aprendizaje, atravesado por las concepciones de enseñanza y metas propuestas por las
instituciones. Evaluar significa valorar, emitir un juicio de acuerdo con una escala de
valores. Por eso, la evaluación tiene que ver con las concepciones personales e histórico-
sociales predominantes en un contexto determinado.
La evaluación es parte integrante del proceso de interacción que se desarrolla entre profesor y
alumno. No es una función didáctica más, yuxtapuesta a las funciones correlativas de enseñanza
y aprendizaje, sino que, por el contrario, se estructura con ellas a la manera de un mecanismo
interno de control. Desde el punto de vista del alumno, la evaluación se fusiona con el aprendizaje
al tiempo que lo convalida o reorienta. Desde el punto de vista del profesor, la evaluación actúa
como reguladora del proceso de enseñanza – Camillioni
En la práctica de la evaluación concurren dos propósitos que se presentan como opuestos y dan
lugar a dos perfiles diferenciados:
1. Uno está relacionado con la búsqueda del valor, del sentido, del significado de la situación
u objeto evaluado. Esta información le permitirá comprender la situación y adoptar
decisiones para adecuar la enseñanza futura a la marcha del proceso.
2. El otro se vincula con la aplicación de una serie de técnicas e instrumentos para medir,
comprobar, dar cuenta de los resultados, determinar en qué medida se logra un objetivo o
se cumple una norma o patrón predeterminado. Este tipo de evaluación cumple la función
de control; permite adoptar decisiones de tipo administrativo.
La evaluación como acción didáctica es una construcción del docente, basada en supuestos,
creencias y valores vinculados con aspectos ideológicos, éticos, epistemológicos, pedagógicos y
técnico instrumentales. En el diseño de la evaluación, se sistematizan decisiones relacionadas
con procedimientos y estrategias para obtener, analizar y comunicar información, formalizando el
proceso.
Criterios para diseñar un proyecto de evaluación
Las fases del proceso evaluativo el proceso evaluativo realizado dentro de un contexto
institucional no es un acto aislado. Implica una serie de actividades. Tenbrink (1984) establece
tres etapas:
Implica la elaboración de un plan cuya función es orientar el proceso de evaluación para asegurar
juicios bien fundamentados y decisiones fructíferas. Requiere las siguientes tareas:
- Definir el propósito de la evaluación, el para qué evaluar: alude a qué uso se hará de los
resultados de la evaluación, qué función cumplirá.
- Explicitar los criterios que se van a tener en cuenta para evaluar: cuál será la base de
referencia para afirmar si un alumno alcanzó o no los objetivos formativos y cuáles son los
requisitos mínimos para decidir su aprobación.
- Describir la información que se necesitará como base para poder evaluar: no se puede
recoger toda la información disponible sobre un objeto o proceso, es necesario seleccionar la que
tenga sentido en función de los objetivos.
- Tomar decisiones: sobre la base de los juicios emitidos, se adoptan decisiones sobre los
cursos futuros de acción.
Las decisiones metodológicas de los docentes se basan en sus supuestos y concepciones acerca
de la evaluación, la enseñanza y el aprendizaje, los cuales forman un entramado que sustenta
sus prácticas evaluativas Las decisiones referidas a qué aspectos del aprendizaje evaluar,
cómo averiguar lo que aprendieron los alumnos y para qué utilizar los resultados obtenidos, se
formalizan en el diseño que construye el docente para la evaluación de los aprendizajes. En este
dispositivo se pueden reconocer 3 elementos que lo conforman:
- Las acciones o intervenciones del docente para favorecer en los estudiantes los procesos
de construcción del conocimiento
- La organización conceptual proporcionada por un marco referencial de evaluación que
orienta los procedimientos de recolección y análisis de información sobre el aprendizaje
- El modo de comunicar los resultados, a través de diferentes tipos de documentación
Técnicas e instrumentos
La elección de los mismos depende de en qué caso se aplica y qué se evalúa. Por ello, es
importante que el docente utilice distintos tipos de instrumentos de evaluación adecuados a los
diversos propósitos, objetivos y contextos. Los instrumentos de medición que se utilizan en la
evaluación se clasifican en dos grupos:
1. Un grupo está constituido por las pruebas estas consisten en un conjunto organizado de
preguntas, orales o escritas, o de tareas a realizar por el alumno. Las respuestas obtenidas
evidencian determinados logros o capacidades, permiten constatar conocimientos,
habilidades o aptitudes. Hay diferentes tipos de prueba según la forma de administración
(orales, escritas, gráficas, de ejecución), según su presentación (estructuradas o no
estructuradas), estandarizadas o no, tests, etc.
Evaluación basada Tyler (1930) Proceso que Valoración del Definición de Medición de los
en objetivos determina la producto final objetivos en aspectos
congruencia entre términos de observables de las
los objetivos del comportamiento. conductas de los
programa y sus Determinación de alumnos.
resultados reales condiciones sobre
las cuales se Paradigma
puede demostrar cuantitativo
hasta qué punto
los objetivos han
sido alcanzados.
Elección de las
medidas técnicas
apropiadas.
Recopilación de
datos sobre el
trabajo de los
alumnos.
Comparación de
los datos con los
objetivos.
Paradigma
interpretativo.
Tipos de evaluación
El uso de la información producida por la evaluación está relacionado con la intención de generar
comprensión y propuestas de intervención pedagógica. Así, una evaluación diagnóstica busca
información sobre los saberes que poseen los alumnos antes de iniciar una secuencia de
aprendizaje para orientar la programación didáctica.
Por todo esto, interesa resaltar el valor de una evaluación continua, integrada al proceso de
enseñar, que proporciona retroalimentación al mismo. La intencionalidad de ésta consiste en
indagar tanto los progresos y las dificultades en el aprendizaje, como las condiciones de
enseñanza que facilitan u obstaculizan el desempeño académico.
El uso de Portfolios
En los últimos tiempos surgieron modalidades innovadoras que evalúan al alumno en el proceso
de desempeño de tareas contextualizadas, entre ellas los portfolios.
Un portfolio es una colección de trabajos de los alumnos y sus reflexiones sobre ellos. La
recolección de trabajos es deliberada, sistemática y organizada surgen con la búsqueda de
innovaciones para evaluar procesos y resultados que lleguen a captar la complejidad del
aprendizaje. Se caracterizan por favorecer una amplia descripción del aprendizaje de los
alumnos, estableciendo una conexión entre el proceso y el producto. Al mismo tiempo, posibilitan
reconstruir el trayecto recorrido, recuperar información sobre el aprendizaje e identificar puntos
fuertes y débiles en el mismo.
Puede decirse que el aporte de los portfolios se centra particularmente en dos aspectos: por un
lado, brinda al alumno en forma periódica un soporte concreto para pensar sobre su aprendizaje.
Por otro lado, facilita a los docentes obtener información sobre el proceso que realizan los
estudiantes al aprender, ya que el portfolio en sí mismo es un registro evolutivo que muestra el
progreso y las dificultades en los aprendizajes.
Para la puesta en práctica de los portfolios, Danielson y Abrutyn (1999) señalan los siguientes
pasos:
Este estado de las cosas cambio en las últimas décadas, y la afectividad cobró una visibilidad y
una legitimidad mucho más fuerte, y con otras orientaciones. Hoy es señal de ser buen docente el
querer a los niños, preocuparse por ellos, cuidarlos y ocuparse de su bienestar en general. Hacer
lugar a las diferencias, respetar el ritmo de cada alumno, entender sus formas de aprendizaje y
momentos personales son preceptos que ponen como imperativo pedagógico la individualización
de los vínculos y una creciente afectivización.
En este contexto, resulta mucho más complejo establecer claramente esa barrera entre lo
personal y lo público, entre lo íntimo y lo profesional, que sustentaba el rol docente hace algunas
décadas. Y esta transformación está sucediendo no solo en cómo los docentes tratan o piensan
sobre sus alumnos, sino también en cómo piensan su propio rol o en como los alumnos
interactúan con ellos. Abramowski analiza de manera aguda estas transformaciones recientes de
la afectividad en los discursos docentes, y les da una carnadura y un espesor que permiten volver
a mirarlos, ya no desde el lugar común de oponer el “querer a los niños” al no quererlos, sino
buscando entender qué se moviliza detrás de esa nueva primicia de la afectividad. Como señala
la autora, no hay manera de pensar estos cambios sin ponerlos en relación con otros más
generales que están teniendo lugar.
Sin embargo, hay poca teorización pedagógica sobre estos asuntos, aunque si mucha práctica, y
múltiples enunciados y justificaciones que fueron configurándose de manera muy heterogénea.
Este libro es un aporte para pensar en clave pedagógica de qué se tratan los discursos que hoy
enunciamos o escuchamos sobre los afectos. Frente a la sociedad liquida, los imaginarios de la
escuela se afirman como sólidos y estables; y también traducen a su manera la sensibilidad
melodramática, las estrategias terapéuticas y el espectáculo del sufrimiento que postulan otras
instancias. Hay una contradicción entre el discurso de la verdad y el de la autenticidad que en la
escuela se siente más claramente, aunque todavía este poco explicitada o conceptualizada.
Este libro se ocupa de esta traducción pedagógica y escolar de los discursos contemporáneos
sobre las emociones. La estrategia elegida por la autora es constituir los afectos que Foucault
llamaría una problematización. En esa problematización que busca analizar más de cerca la
traducción pedagógica de este cambio de época, es necesario hacer una suerte de genealogía de
los discursos pedagógicos de la posdictadura. Me animaría a decir que hay que rastrear algunos
de los enunciados recientes en el debate que se da a partir de los años setenta y ochenta,
cuando las posiciones pedagógicas de la sociología crítica de la educación discutieron la
hegemonía de la “vocacion” cuasirreligiosa en la estructuración de la docencia.
Por estos nuevos discursos pedagógicos, y por las transformaciones más generales
mencionadas, el terreno emocional y afectivo de los sujetos hoy adquiere nueva legitimidad para
convertirse en objeto de debate, en tema valioso, en cuestión de trabajar en las aulas. En esta
nueva primacía confluyen desde discursos político-pedagógicos de la diferencia, del
multiculturalismo, del compromiso político de la docencia, hasta psicologías liberales y literatura
de autoayuda que hablan de la importancia de la inteligencia emocional y del desarrollo de la
autoestima.
Otro apunte provocador de la autora es su análisis del sufrimiento como dimensión afectiva
privilegiada en la interacción pedagógica actual. Se considera débil a la infancia porque está
desamparada en medio de ruinas y de catástrofes sociales. Hay en ese privilegio de la desdicha
un relato sobre el mundo visto como decadente e irremediablemente perdido, que coloca a
docentes y alumnos en el mismo plano de desamparo y emergencia. Esta horizontalización de los
vínculos y esa falta de promesas esperanzadoras sobre el futuro son otros de los efectos de los
discursos pedagógicos de la posdictadura que convendría analizar, al igual que el peso del
sufrimiento que lleva a ocupar toda la dimensión afectiva únicamente con él.
“Parafraseando a German García diríamos que no es sin amor que sucede la educación; es con
amor que las transmisiones ocurren y que los encuentros pedagógicos se consuman”. El amor en
la pedagogía es un amor por la cultura, por las nuevas generaciones, por la acción de acompañar
en el crecimiento a sujetos que conoceremos en parte y a quienes dejaremos ir para que puedan
hacer su propio camino de la mejor manera posible. Este proceso no es sencillo, y no siempre
armonioso ni luminoso; también hay pasiones más oscuras y complejas que habrá que procesar y
tener a raya.
“Los gajes del oficio. Cap. 5: Los gajes de enseñar. La iniciación a la docencia” –
Alliaud y Antelo
Los inicios
Ningún comienzo es fácil, tampoco en la actividad del oficio de enseñar. Pretendemos reflexionar
aquí sobre sus comienzos, tomando como referencia las cuestiones más generales relativas a
sus aspectos prácticos y a su formación. Es indagando en la naturaleza del oficio desde donde
queremos producir reflexiones que nos permitan comprender la enseñanza, con la finalidad de
dilucidar maneras y procesos de formación de quienes la ejercen: los docentes.
Enseñanza y oficio
Desde la perspectiva de Dubet, la enseñanza está anclada en un oficio, en la medida que, a los
individuos que la realizan, se los forma y se les paga para actuar sobre otros. Quien enseña,
tendría así como meta fundamental transformar a los otros el accionar sobre las personas
añade al oficio un componente vocacional, debido a que la docencia requiere “pruebas
existenciales” o desafíos que superan formas de pago y preparación. “El tema de la vocación
significa que el profesional del trabajo, no es un trabajador o un actor como los demás. No afinca
su legitimidad solamente en una técnica, sino también en principios más o menos universales”:
son precisamente estos principios y valores los que le añaden a la actividad un componente de
realización individual.
A pesar de sus profundas transformaciones, el trabajo con personas mantiene un rasgo vincular,
relacional. Los maestros acentúan el componente afectivo de su actividad. Esta característica
vinculada con la vocación parece ser la más rica, en tanto compromete la subjetividad, y también
la más secreta, la menos conocida: “no sabe cómo, pero lo logró” Los “secretos de fabricación”
son ese algo que está en juego en lo más íntimo del acto de enseñar. Una especia de vibración
particular de la que son portadores los docentes y que no se puede reducir a una lista de
competencias. Van tomando forma en la práctica, a medida que se va enseñando, y parecen ser
productos de una rara fórmula (métodos, técnicas, modos de actuar) que en principio permiten
distinguir lo que funciona bien de lo que no.
El oficio remite entonces a la manera en que uno hace su trabajo, cómo lo hace. Oficioso
es alguien eficaz para determinado fin: la manera de hacer el propio trabajo, cómo cada uno lo
hace, involucra el procedimiento, pero se dirime básicamente en el producto, es decir, en aquello
que se logró con algo que era de determinada manera y llegó a ser distinto. Es cierto que, al
tratarse de sujetos que potencialmente van a ser transformados, se añade el componente de la
creencia o confianza en aquel que ocupa el rol de transformador, el rol docente. Pero, insistimos,
es la constatación de lo hecho o producido, como producto del propio trabajo, lo que asegura no
sólo la confianza y autoridad hacia la figura docente, sino la identidad profesional. Eso, es lo que
da sentido a la profesión.
Enseñar
Para Jackson, no es posible identificar la actividad de enseñar sólo mediante pruebas visuales.
Se requiere algo más, que tiene que ver con la autenticidad de la situación total. Es decir que,
más allá de los resultados obtenidos, no hay enseñanza en sí a menos que se tenga en cuenta el
contexto en que esta tiene lugar.
Para Meirieu, en cambio, enseñar es organizar la confrontación con el saber y proporcionar
ayudas para hacerlo propio el profesor debe a la vez permitir a cada alumno abordar un saber
que lo sobrepasas y proporcionarle la ayuda necesaria para que lo interiorice. Al mismo tiempo,
debe solicitar el compromiso de la persona y poner a su disposición los recursos, sin los cuales
no podrá obtener buenos resultados en su aprendizaje. Es decir, que la verdadera enseñanza no
consistiría en demasiado cuidado ni en abandono, sino que adopta a la vez el carácter inquietante
del encuentro con lo desconocido y el apoyo que aporta la tranquilidad necesaria A su vez,
Meirieu resalta ciertas emociones necesarias: pasión (por el conocimiento), deseo (de enseñar),
voluntad (de no confinar el encuentro con el saber, de transmitir), esperanza (de que se produzca
el acto pedagógico).
- Hacerlo mediante pruebas estandarizadas que midan lo que los alumnos aprendieron y
sirvan para evaluar la eficacia de escuelas y sistemas escolares.
- Hacerlo desde procesos en donde los protagonistas se sientan más identificados.
La enseñanza mirada desde la perspectiva del oficio no está desligada de los resultados que
produce. Es la manera como cada uno lo hace, también lo que produce y también su
constatación.
Enseñar hoy
El resquebrajamiento de los pilares que sostenían la institución escolar moderna permite explicar
gran parte de los inconvenientes que se presentan actualmente a la hora de enseñar. Sin
embargo, las clases como lugares de encuentro entre docentes y alumnos persisten, y desde allí,
se puede aminorar la sensación crítica si se comprende que, si bien la ambigüedad y la
incertidumbre caracterizan los encuentros pedagógicos, es posible obtener precisiones y certezas
derivadas del propio oficio. Meirieu sostiene que quien enseña actualmente tiene que hacer
mucho más que cumplir un rol asignado: “se deben encontrar equilibrios y modos de llegar a
acuerdos con los otros y con uno mismo”. Lo que se hace requiere de negociaciones, acuerdos,
justificaciones y explicaciones. No hay fórmulas únicas: hay que probar, experimentar y hacerlo
en cada ocasión.
El trabajo sobre los otros se concibe, bajo el declive de las instituciones, como una
experiencia construida por los actores el docente construye su trabajo y, en ese
movimiento, se construye también a sí mismo. Pero, hoy en día, esto también ocurre con los
alumnos. Se trata entonces de experiencias homólogas y complementarias que afectan a todos.
El cambio, en la condiciones del ejercicio docente, resalta el papel que adquiere la prueba.
Considerando la distinción entre conocimiento y saber, el docente que sabe es el que ha probado
muchas, distintas y divergentes maneras o estrategias de enseñar. Es decir, si entendemos a la
enseñanza como un oficio, enseñar es probar y probar haciendo. Hoy más que nunca hay que
probar para saber enseñar y para llevar a cabo una tarea que requiere pruebas y puestas a
prueba constantemente. Son precisamente las pruebas sobre el producto las que podrán otorgar
certidumbre y legitimar tanto el quehacer como el saber que se va produciendo, al enfrentar los
desafíos a los que nos somete la experiencia.
Cuánto más se apoyen los actores en su oficio, más serena será la experiencia de trabajo. Tomar
como apoyo el oficio significa que el trabajo pueda objetivarse y que el profesional pueda decir
“esta es mi obra, resultado de mi actividad, puedo mostrarlo y demostrarlo”. Oficio, en este
sentido, se define como la capacidad de producir algo, de conocerlo y de hacerlo conocer.
La crisis se aminora cuando los que enseñan se reconocen como hacedores de su propio trabajo,
cuando pueden saber y experimentar lo que han producido.
Quien termina una formación docente tiene que iniciarse, debutar. La iniciación representa así un
desafío, una puesta a prueba de los gajes del oficio. El interés por esta instancia conlleva una
preocupación genuina por los resultados ¿sabrá hacerlo bien? ¿Cuál es el producto de su
formación? ¿Cómo sabemos que funciona y que está listo para hacerlo? Si consideramos por
obra al producto final, surgen de inmediato otras preguntas: ¿cuál es la obra de un enseñante?
¿La enseñanza? ¿El aprendizaje? La hipótesis tentativa indica que sabemos que la formación
ha sido exitosa a través de las obras. Sin embargo, sabemos que la obra no es exactamente el
desempeño, en tanto este último describe el cumplimiento de una labor, el ejercicio, la ejecución,
el trabajo, la dedicación. Podemos afirmar que la eficacia de una formación se visualiza si
sumamos desempeño a la obra, es decir, el procedimiento y el producto en conjunto.
¿Cómo sabemos si un maestro es un buen maestro?: Aquí la obra no es la buena obra, sino el
producto de un recorrido exitoso. En un mundo como el artesanal, la señal de que las cosas
marchan bien en materia de formación era la obra; sin embargo, esa obra pasa hoy a ser
sometida al imperio del proceso. Importa menos el resultado final que el camino que conduce a él.
Importa más el trayecto que la meta.
Si bien nadie quiere un mundo educativo regulado por el éxito y la competencia, un ser
competente sabe que está en carrera y debe ganar. Es decir que formar competencias es formar
competentes.
Sostenemos que es necesario avanzar sobre el desarrollo de una pedagogía específica tanto de
la formación docente inicial como de la etapa de iniciación profesional, entendiendo las instancias
formativas no solo como espacios pertinentes para difundir los cambios educativos, sino como
ámbitos definidos conforme a las necesidades emergentes de los nuevos procesos de trabajo y
de las nuevas y complejas condiciones escolares en que la enseñanza se ejerce. Nos preocupa
en qué condiciones formativas nos acercaremos a la construcción de habilidades prácticas.
Asumiendo este desafío, avanzamos desde la perspectiva del oficio y partimos de pensar la
pedagogía de la formación docente como una preparación específica para un trabajo
particular que distinga al maestro o profesor del que no lo es. Entendemos la enseñanza como el
acto complejo de transmitir de manera intencional, metódica y sistemática fragmentos de mundo a
las nuevas generaciones, y consideramos que es posible contribuir al diseño de una pedagogía
de este tipo colocando la enseñanza y el oficio en el centro de la reflexión.
2. La enseñanza del oficio debe dar la espalda a los métodos escolares : Es preciso distinguir
entre el contenido u objeto de la formación, que es la escuela, de las estrategias, métodos
y ambientes escolares cuando se está formando a los adultos que serán docentes. La
formación debería desarrollarse cerca de los temas, los problemas y las situaciones
escolares, pero tendría que también poder distanciarse y propiciar espacios de reflexión y
prácticas alternativas, lo cual permitiría discutir, analizar y problematizar a la misma
escuela. La reflexión sistemática objetivada puede capitalizar la experiencia y transformarla
en saber disponible y susceptible de ser utilizado en distintas circunstancias.
5. Para formar de modo eficaz, basta con que uno lleve adelante su oficio y muestre como lo
hace: El mostrar cómo se hace tiene sentido siempre que el modelo muestre o cuente
cómo lo ha hecho, sin tratar de imponer o imponerse como la manera acabada. Se
requiere de un espectador atento, pero sin caer en la comparación o en el señalamiento de
cuál es el camino a seguir. Sería interesante contar con docentes experimentados que
pudiesen mostrar, aconsejar y acompañar, durante todo el proceso creativo/productivo, a
quienes se están formando. Estos pueden no sólo aportar una solución técnica, sino que
además pueden contribuir a crear las fórmulas o claves necesarias para enseñar. El
acompañamiento tendría que basarse en una relación de igualdad, de paridad, de colega a
colega y entre adultos que siguen aprendiendo y tratan de comprender la situación con el
fin de delinear la mejor solución en las complejas situaciones que el oficio plantea hoy.
7. Uno se forma al ser parte de un grupo de colegas que trabajan : reconociendo las distintas
dimensiones en juego en el oficio de enseñar y las condiciones escolares en las que
actualmente acontece, trabajar con otros puede resultar una estrategia frente a las
consecuencias de la individualización de la acción. Esta modalidad no solo alienta la
participación en sí misma, sino que proporciona una sensación de objetividad en el propio
trabajo, aumenta el oficio y protege del desgaste. El desafío es otorgarle a la práctica de la
enseñanza un estatuto público, una dimensión relevante de la vida cívica, más allá de las
dificultades personales en el ejercicio profesional. Un objetivo común, una decisión
compartida, objetiva, da seguridad y tranquiliza. Un nosotros da sentido de pertenencia a la
experiencia educativa y nos recuerda que no estamos solos.
Últimas reflexiones
Desde esta perspectiva, cobran sentido los rasgos atribuidos a la formación pedagógica de los
docentes. Se pretende que, a partir de esta pedagogía, se favorezcan procesos formativos y de
acompañamiento que brinden los gajes del oficio, es decir, señales de que se está preparado
para aceptar el reto de enseñar.
“Formar y formarse en la enseñanza. Cap. 1: Enseñanza y prácticas reflexivas” –
Edelstein
La actividad profesional durante los últimos años se constituye en condiciones propiciatorias para
la generación de los primeros avances en respuesta a los interrogantes planteados, conjugando
la labor investigativa con los procesos de intervención. Dos circunstancias particulares van a tener
una incidencia directa por el nexo temático entre la problemática de las prácticas de la enseñanza
y sus procesos de análisis. Se inicia la labor de profundización en los aspectos teórico-
metodológicos que entran en juego en los procesos reflexivos de las prácticas docentes. En esta
clave de lectura surge una primera delimitación: abordar la problemática enfatizando los aspectos
pedagógico-didácticos comprometidos en las prácticas docentes, sin desconocer por ello la
importancia de las dimensiones de análisis que tienen emergencia en otras referencias
disciplinarias, perspectivas teóricas y/o programas de investigación. En esta perspectiva, el foco
de atención remite a las prácticas que se desarrollan en instituciones educativas al interior del
aula, más allá de la particular arquitectura que configure este espacio según los casos. Y en el
ámbito del aula, puntualmente en lo relativo a la clase como expresión del interjuego entre los
procesos de aprender y enseñar, como ámbito de concreción de polifacéticas relaciones entre
docentes, alumnos y conocimientos atravesados por las determinantes institucionales y
contextuales más amplias. Dada la multidimensionalidad que se entiende inherente a estas
prácticas, la perspectiva por la que se opta en la propuesta para su indagación es la
multirreferencialidad, por entender que solo desde este enfoque es posible abordar en su
materialidad concreta las múltiples facetas inherentes a la complejidad que las caracteriza.
Demarcaciones conceptuales
Peters señala que la reflexión pone en tensión dos conceptos clave: prácticas habituales o rutinas
e intencionalidad. Desde su visión acerca de la teoría de la actividad, las rutinas son inherentes a
la misma. La reflexión estaría en la base de la génesis de rutinas flexibles y adaptables en función
de las intencionalidades. Para ello, deben tener cierto nivel de detalle, ser suficientemente
consistentes y sugerir una base amplia de orientación para los sujetos, de modo de posibilitar la
transferencia. Goodman plantea que la reflexión parece ser un eslogan que, en su uso, remite a
significaciones diferentes que requieren clarificación. Esto demanda confrontar con enfoques
tecnocráticos y proponer nuevas formas de relación teoría-práctica. Desde este marco, señala la
necesidad de avanzar teóricamente desde una interrogación más fuerte acerca del tema, para lo
cual remite a tres áreas de problematización: el objeto de la reflexión, el proceso de reflexión y las
actitudes necesarias para la reflexión. Marsick entiende que ser críticamente reflexivo significa
buscar presunciones, valoraciones y creencias que subyacen en las acciones. En esta dirección,
si se intenta asumir una posición crítica frente a la racionalidad técnico-instrumental, es necesario
prestar mayor atención al planteamiento de problemas.
Un texto de Ángel Pérez Gómez nos permite el acceso a un primer nivel de síntesis de diferentes
aportaciones sobre la cuestión. En la intención de incursionar en los dilemas planteados sobre
formación de docentes vinculados a concepciones acerca de la enseñanza, el autor comienza
refiriéndose a perspectivas básicas sobre la cuestión. Distingue cuatro que considera sustantivas:
académica, técnica, práctica y de reconstrucción social, en las cuales a su vez es dable reconocer
corrientes y/o enfoques que las enriquecen o singularizan. Como ocurre en toda propuesta de
clasificación, particularmente en ciencias sociales, refleja limites difusos y difíciles de encuadrar
por lo cual en algunas necesariamente se visualiza la intersección de perspectivas. Entre las
cuatro perspectivas mencionadas optamos por exponer consideraciones respecto de las
designadas como práctica y de reconstrucción social.
En relación con la perspectiva práctica, el autor alude a dos enfoques que se fueron diferenciando
claramente con el tiempo: el tradicional y el reflexivo sobre la práctica. Como perspectiva nos
importa detenernos en la consideración que de ella realiza por cuanto esboza una caracterización
de la enseñanza que desde nuestra visión entendemos de especial fertilidad. En lo que hace al
enfoque tradicional, señala que concibe a la enseñanza como actividad artesanal y que el
conocimiento sobre ella se fue acumulando lentamente desde el ensayo y error a lo largo de los
siglos, dando lugar a una “sabiduría profesional transmitida de generación en generación” desde
el “contacto directo y prolongado con la práctica experta del maestro experimentado”. Debido a
esto, el conocimiento profesional resultante es tácito, escasamente verbalizado y menos aun
teóricamente organizado, y se personifica en el buen hacer del docente experimentado, a la vez
que se aprende en un largo proceso de inducción y socialización profesional del aprendiz. Este
aprendizaje se asienta en una modalidad de práctica intuitiva y fuertemente rutinizada, por ende
no reflexiva, que se va construyendo en el mundo privado del aula y una situación de aislamiento
profesional. En razón de ello, el proceso de socialización del profesorado tiende a reproducir los
obstáculos acumulados en la práctica empírica bajo las presiones de las culturas académicas e
institucionales dominantes.
En cuanto al enfoque reflexivo sobre la práctica, el autor postula que con la crítica generalizada a
la racionalidad técnica, aparecen metáforas alternativas para representar el nuevo papel que
debe jugar el profesional enfrentando a situaciones complejas, cambiantes, inciertas y
conflictivas. A todas ella subyace el deseo de superar la relación lineal y mecánica entre el
conocimiento científico-técnico y la práctica en el aula. Parte de reconocer la necesidad de
analizar lo que realmente hacen los profesores cuando se enfrentan a problemas complejos de la
vida del aula, para comprender cómo utilizan el conocimiento científico y su capacidad intelectual,
cómo se enfrentan a las situaciones inciertas, cómo elaboran y modifican rutinas, etc. Para
comprender la riqueza de estos planteamientos conviene entender la evolución histórica de las
ideas que le dan fundamento que concluyen convergiendo en un movimiento teórico-práctico de
suma vitalidad y reconstrucción permanente, movimiento que procura evitar el carácter
reproductor, acrítico y conservador que tipificaba la enfoque tradicional sobre la práctica. De este
modo, para Dewey, la reflexión es un proceso en el que se integran actitudes y capacidades, de
modo que el conocimiento de la realidad surge de la experiencia misma e impregnado de sus
determinantes.
Stenhause clarifica el papel del arte de la enseñanza desde su postulación del profesor como
investigador y la elaboración del conocimiento pedagógico a partir de la misma práctica; su
postura privilegia una reconceptualizacion que transforme tal conocimiento desde la práctica.
Respecto del enfoque reflexivo de la práctica, plantea una distinción entre tres perspectivas
claramente discriminadas: la reflexión como acción mediatizada instrumentalmente, reflexión
como proceso de deliberación entre diversas y a menudo encontradas orientaciones de
enseñanza, y la reflexión como reconstrucción de la experiencia. Esta última marca un punto de
superación de los planteos respecto de la reflexión en la acción, y lo hace en tanto propone la
reconstrucción dialéctica del quehacer docente, abordando también las condiciones políticas,
sociales y económicas que inciden en su pensamiento y acción, así como el escenario que
interviene. Es a partir de este planteo que ya se sitúa en la perspectiva de la reconstrucción
social: la reflexión así desarrollada es una forma de practicas la crítica con el objetivo de provocar
la emancipación de las personas cuando descubren que tanto el conocimiento como la practica
educativa son construcciones sociales de la realidad que responden a intereses políticos y
económicos contingentes a un espacio y a un tiempo que pueden cambiarse históricamente. En
este último enfoque de la reflexión, el conocimiento es un proceso dialéctico, los profesores
construyen su propio conocimiento cuando se sumergen en una conversación con la situación y/o
con los supuestos que orientan su acción en ese escenario concreto. El docente se enfrenta
necesariamente a la tarea de generar nuevo conocimiento para interpretar y comprender la
específica situación en que se mueve. De esta manera, al incluir y generar el conocimiento de
forma personal de entender la situación práctica, la transforma.
Desde nuestra visión, el planteo que afinca en la reconstrucción crítica de la experiencia resulta
particularmente relevante por sus posibles derivaciones en la generación de propuestas de
formación, por lo que se incorpora como parte sustantiva de nuestro andamiaje conceptual. En la
perspectiva de reflexión en la práctica para la reconstrucción social, se agrupan aquellas
posiciones que conciben la enseñanza como una actividad crítica, una práctica social impregnada
de opción de carácter ético en la que los valores que presiden su intencionalidad deben traducirse
en principios de procedimiento durante todo el proceso de enseñanza. El profesor es considerado
como un profesional autónomo que reflexiona críticamente sobre la práctica cotidiana para
comprender los procesos implicados en la enseñanza como las condiciones en que esta tiene
lugar. El enfoque de crítica y reconstrucción social enfatiza tres aspectos fundamentales a tener
en cuenta en los programas de formación de profesores: 1) la adquisición por parte del docente
de un bagaje cultural de clara orientación política y social, en el que las disciplinas de las ciencias
humanas son consideradas parte central de los contenidos en el currículo de formación; 2)el
desarrollo de capacidades de reflexión crítica, para desenmascarar la influencia de la ideología
dominante en las prácticas cotidianas; 3) el desarrollo de actitudes consonantes al compromiso
del profesor como intelectual transformador. A partir de estos planteos se considera que, tanto la
intervención del docente en el aula como los programas del profesorado, deben enmarcarse en
posiciones políticas respecto de la institución escolar y su contexto social. De esto se desprende
la necesidad de hacer explícitos estos supuestos, analizarlos y someterlos a crítica y escrutinio
público, en franco contraste con cualquier ficción de neutralidad.
La reflexividad crítica
Entre las vías que posibilitan la reflexividad crítica, nos importa detenernos en el enfoque de
investigación/acción y su relación con la formación de profesores por la fuerza que adquieren en
nuestro país las propuestas vinculadas a la investigación desde el discurso de políticas
educativas en el contexto de las reformas de los años 90 para la formación de docentes.
Según Stenhause la enseñanza es un arte, por lo que no puede considerarse como una rutina de
gestión mecánica; arte en el que las ideas se experimentan en la práctica de manera reflexiva y
creadora. Este autor propone un modelo procesual en el que los valores que rigen la
intencionalidad educativa se erigen y concretan en principios de procedimiento que orientan los
diferentes momentos de la enseñanza. En este modelo, el propio profesor deviene constructor de
las propuestas curriculares, para lo que requiere potenciar el desarrollo de su actividad intelectual
y creadora que le permitan definir y trasladar a las prácticas en el aula los valores educativos
significados como prioritarios. No puede haber desarrollo del currículo sin desarrollo del
profesorado; esto reclama más que una formación puramente académica, una preparación para
intervenir en procesos de investigación de las prácticas, reflexionar sistemáticamente sobre ellas
y utilizar los resultados en la mejora continua. Investigar en el aula como un ámbito natural implica
enfrentarse con problemas singulares que deben experimentarse desde estrategias de
intervención singulares adecuadas a casa contexto y situación. Para Elliot la investigación emerge
como una vía para desarrollar el currículo en las escuelas en instancias de innovación. De allí que
desde el punto de partida, su propósito sea incidir en las prácticas antes de producir
conocimiento.
Tanto para Stenhause como para Elliot, el conocimiento especializado tiene un valor instrumental
de servicio y apoyo a los procesos de reflexión. En consecuencia con estas postulaciones se
encuentran los aportes de Kemmis quien expone como tesis central que la reflexión constituye un
acto político que acelera o aplaza la realización de una sociedad más racional, más justa y
satisfactoria. Respecto de la naturaleza de la reflexión, se precisa que está orientada a la accion,
es social, política y su producto es la praxis en tanto accion informada y comprometida. Para
mejorar la reflexión se demanda explorar la doble dialéctica entre pensamiento y accion, individuo
y sociedad. Ello es posible desde un programa que dé lugar a que los individuos y los grupos
participen en una investigación/accion ideológica, crítica y participativa, de colaboración y
emancipadora. La investigación/accion emancipadora promueve una espiral autorreflexiva,
conformada por ciclos de planificación, accion, observación, reflexión, replanificación, nieva
acción-observación-reflexión. En función de ello es concretamente crítica en la medida que
involucra a los participantes en la reflexión crítica sobre las prácticas concretas, el entendimiento
alcanzado respecto de dichas prácticas y las situaciones históricas en que se desarrollan. Es
participativa, ya que otorga protagonismo a los propios actores y es colaborativa ya que el
conjunto de actores intervienen en la comunicación, toma de decisiones y en la accion sobre las
prácticas objeto de indagación, como sobre el mismo proceso de investigación-accion.
Así, el problema ya no debiera quedar circunscrito al acto en su de reflexionar por parte de los
profesores, sino a la consideración del valor y alcance de tal reflexión y de sus límites como motor
de fundamentación y cambio cualitativo de las prácticas de enseñanza.
Fenstermacher aborda la cuestión que nos ocupa a partir de un eje de análisis: las relaciones
acerca de la enseñanza y los modos en que los profesores piensan sobre lo que hacen. Señala
así que las mejoras en las tareas de enseñanza tienen directa relación con las diferentes maneras
de encarar su estudio y ubica al investigador en el lugar de la producción y al profesor en el de
quien está a cargo de utilizarla. Establece una distinción entre la lógica de producción de
conocimiento y la lógica de uso del conocimiento, asignando a la investigación la función de
aportar al perfeccionamiento de los razonamientos prácticos de los profesores, y no a la
generación de programas de actividades deducidas de sus resultados. El aporte de la
investigación educativa a la práctica estaría dado por la posibilidad de sostener postulados que
modifiquen el valor de verdad de las premisas sobre las que se asienta el pensamiento práctico
en los profesores. Sin embargo, reafirma que son los propios profesores los que determinan las
nuevas prácticas, que derivan en la modificación en sus razonamientos. Podría inferirse entonces,
que su postura no establece una jerarquización de actividades y posiciones, sino que marca una
necesaria discriminación entre ellas. La investigación puede ayudar a mirar lo que está
aconteciendo, pero es desde la reflexión acerca de lo que debería estar aconteciendo en los
espacios educativos que emergen respuestas normativo-prescriptivas que operan como
orientadoras de las acciones de los profesores.
Jurjo Torres plantea, retomando a Doyle, que la mayoría de las investigaciones sobre la
enseñanza se orientaron hacia los procesos que tienen lugar en las aulas en un sentido
restringido, en relacion con el aprendizaje, perdiendo el nexo de acciones e interacciones con la
institución escolar como contexto en el que se desarrollan.
Líneas de síntesis
El movimiento que postula el concepto de práctica reflexiva, aun desde sus diferencias, ha
orientado sus planteamientos enfatizando la necesidad de cambios en los enfoques para la
formación del profesorado como un camino ineludible para concretar propuestas diferentes en los
procesos de práctica profesional. Diversos autores coindicen en señalar que el apogeo de estos
enfoques encuentra su razón en una combinación de factores como condiciones de posibilidad.
Entre ellos juegan un papel significativo los planteamientos que, en el contexto de las reformas
educativas, reivindican la autonomía profesional de maestros y profesores en tanto agentes
curriculares significativos, enrolando en posiciones que avalan lo que podría caracterizarse como
profesionalización genuina del quehacer docente. El análisis de discursos que dan cuenta del
debate sobre la cuestión en diferentes contextos nos deja en claro el énfasis en la necesidad de
una estrecha relación entre prácticas reflexivas y una apuesta en los procesos de cambio a una
efectiva democratización de las instituciones educativas y de las practicas docentes al interior de
las mismas.
1.Las investigaciones de Doyle marcan una clara ruptura respecto de lo que fue definido como
paradigma proceso-producto, cuyo fracaso denuncia su incapacidad tanto respecto de la
posibilidad de acercar una mayor comprensión acerca de los complejos procesos de enseñanza
como en la búsqueda y generación de contenidos sustanciales a incorporar en la preparación de
profesores.
3.El auge de los abordajes que enfatizan el contexto de descubrimiento se configura también
como condición de emergencia de los enfoques reflexivos en la enseñanza y la formación de
docentes, dada la importancia que asignan a los significados que construyen los sujetos
implicados respecto a los hechos investigados.
6. El concepto de profesional reflexivo admite como punto de partida la riqueza, esa suerte de
maestría que se expresa en las prácticas de los buenos maestros y profesores. En simultáneo, se
entiende que el proceso de comprender y mejorar el propio ejercicio docente requiere volver
sobre la propia experiencia, proceso que debiera prolongarse a lo largo de toda la trayectoria
profesional.
7. El concepto de reflexión no es neutral, no está libre de valores, por lo que las distintas teorías
que le otorgan entidad manifiestan diversas visiones de la naturaleza humana y de sus
potencialidades. Acordar con esta perspectiva significa asumir la práctica reflexiva en sí misma
con un énfasis distinto según los programas. De ahí la necesidad de interrogarnos acerca de los
significados y sentidos que se le atribuyen y los propósitos de su inclusión como núcleo fundante
en las propuestas de formación del profesorado.
“Pedagogía de la formación. Cap. 1: Acerca del concepto de formación” – Ferry
El autor nos propone reflexionar sobre la noción de formación, la cual presenta diversas
acepciones.
1. Una primera acepción hace referencia a la formación como dispositivo. Para Ferry, cuando
se habla de dispositivo se habla de ciertas condiciones de la formación que son los
soportes de la formación, pero no la formación misma.
Entonces, ¿qué es la formación? Tiene relación con la forma, formarse es adquirir cierta forma,
para actuar, reflexionar, perfeccionar esa forma: “formarse es ponerse en forma”. Es
completamente diferente de la enseñanza y del aprendizaje; ambos, enseñanza y aprendizaje,
pueden entrar en la formación, ser soportes de la formación, pero la formación consiste en
encontrar formas para cumplir con ciertas tareas para ejercer un oficio o profesión.
Ferry expresa que resulta falso pensar que un sujeto se forma haciendo: la experiencia de un
trabajo profesional no puede ser formadora para aquel que la lleva a cabo, salvo si encuentra los
medios de volver, de rever lo que ha hecho, de hacer un balance reflexivo. Reflexionar es al
mismo tiempo reflejar y tratar de comprender, y en ese momento sí hay formación. Por
tanto solo hay formación cuando uno puede tener un tiempo y un espacio para este trabajo sobre
sí mismo.
Ferry hace referencia al concepto de espacio transicional de Winnicott para, al caracterizar así el
juego de los niños, mostrar cómo estos logran figurar la realidad en sus espacios de juego para,
mediante el juego, acceder a la realidad Así, la idea de la formación es la de un espacio
transicional, fuera de tiempo y lugar, en el cual uno representa y se representa el rol que va a
tener en la profesión. Ése es el espacio y tiempo de la formación. Hay que representarse esta
realidad para actuarla. Así como, dice Winnicott que en este espacio transicional se construye un
personaje que él llama el “falso sí mismo”, en la formación se trata de la construcción de un
personaje que es, a la vez, sí mismo, pero también un yo moldeado por las exigencias sociales
del rol que se va a desempeñar.
Generalmente se concibe la alternancia como un dispositivo; si hay una relación dinámica, viva,
entre los dos lugares, podría producir efectos positivos. Así, la residencia (yo le diría prácticas)
tienen valor formativo si, en el centro, se retoma la experiencia para describirla, analizarla, tomar
la problemática de formación en la que estuvo en contacto en el terreno. Ir a la práctica como un
turista no tiene valor formativo. Sobre el terreno deben utilizarse instrumentos de análisis que
hayan sido aprendidos a usar en el centro.
Realizar una práctica docente, desandar nuestras prácticas, solo será una experiencia formativa
si podemos reflexionar sobre ellas posteriormente
“Viejas y nuevas formas de autoridad docente” – Tenti Fanfani
La autoridad del maestro, condición necesaria del aprendizaje, no es una cualidad innata. Se trata
de una construcción permanente que se expresa en una relación y en la que intervienen los
vínculos que forman parte de ella (el docente y sus alumnos), y que varía según los contextos y
las épocas.
- La sociología clásica propone que la legitimidad del docente surge de dos fuentes: una es
personal y depende de las características particulares del individuo, que sin embargo se “activan”
cuando son percibidas y reconocidas como tales por otros sujetos en una relación social es
decir, en determinadas circunstancias, ciertos individuos están predispuestos a creer y confiar en
ciertas cualidades de otros. No obstante, lo que está en juego es una creencia y no un dato
natural.
¿Qué es lo que garantiza hoy la autoridad del maestro y qué diferencias presenta respecto al
pasado? En la actualidad, el caudal de autoridad que cada docente es capaz de construir con sus
propios recursos y su habilidad para usarlos tiende a ser cada vez más importante. Las
instituciones educativas ya no están en condiciones de garantizarle al maestro ese mínimo de
credibilidad que en otros tiempos le proporcionaban. Así, el maestro debe conquistar y persuadir
cotidianamente a su público como un actor de teatro.
Una serie de factores ha incidido en este cambio que afecta la tarea docente. Aquí resaltaremos
dos: la crisis de las instituciones y la modificación del equilibrio de poder entre las generaciones.
La escuela pública ya no tiene la fuerza característica de otras épocas, por varias razones. En
primer lugar, ya no está en condiciones de cumplir con las nuevas expectativas sociales. Por los
recursos de que dispone y por las estrategias que emplea no puede satisfacer demandas
complejas relacionadas tanto con el desarrollo de los aprendizajes como con la socialización y la
formación de las subjetividades libres y autónomas.
En síntesis, en el mundo en que nos toca vivir, las instituciones ven debilitado su poder y los
individuos son más libres y “autónomos” para participar en su propia construcción como sujetos.
Por eso el escenario de la escuela presenta mayor complejidad que antes.
Por razones de algún modo ligadas a la desinstitucionalización, los adultos han perdido el poder
de antaño sobre las nuevas generaciones. Lo mismo puede decirse del poder de los maestros
sobre los alumnos. En los orígenes de la escuela moderna, el estatus del docente provenía tanto
de la institución que lo nombraba y le daba atribuciones, como de los padres que le confiaban la
educación de sus hijos.
Las nuevas generaciones, en cambio, tanto en el seno de la familia como en la escuela, tienen
ahora derechos definidos. En este contexto, el maestro se ve obligado a considerar su autoridad
como una conquista sujeta a renovación permanente y no como una propiedad inherente a su
función. Para ello, debe emplear nuevos recursos relacionados con la capacidad y la disposición
a la escucha y el diálogo, el respeto y la comprensión de las razones de los otros, la
argumentación racional, etc.
La restauración no es la solución
Hoy es preciso renovar las instituciones educativas y al mismo tiempo dotar de una nueva
profesionalidad a los profesores. Es aquí donde las cualidades de los docentes, en sus
dimensiones culturales y éticas, adquieren todo su valor. El maestro como mediador eficaz entre
las nuevas generaciones y la cultura, debe tener la sabiduría necesaria para motivar, movilizar,
interesar, cautivar y seducir a sus alumnos. Sólo una profunda reforma de la “formación
intelectual y moral” y de las condiciones de trabajo de los docentes podrá contribuir a encontrar
una respuesta a los nuevos desafíos de la escolarización masiva de los adolescentes.
“Profesores y profesión docente. Entre el “ser” y el “estar” – Zabalza y Zabalza
Quizás sea éste el aspecto por el que debemos comenzar nuestras consideraciones al hablar del
profesorado: sin dejar de resaltar la importancia de esta dimensión por los especiales efectos que
tiene sobre nuestro trabajo. “Los profesores enseñan tanto por lo que saben como por lo que
son”. Sin embargo, se diría que, a la vista de las disposiciones sobre selección, promoción o
evaluación del profesorado, la dimensión personal desaparece o se hace invisible en el ejercicio
profesional. Pero no es así, ya que buena parte de nuestra capacidad de influencia en los
estudiantes se deriva precisamente de lo que somos como personas, de nuestra forma de
presentarnos, de nuestras modalidades de relación con ellos. Esta preponderancia del personaje
sobre la persona se hace más patente cuando nos vamos elevando en el sistema educativo.
Insistir en que los docentes somos personas puede parecer una obviedad que poco aporta. Esta
condición de persona afecta de manera especial a quienes hemos de ejercer nuestro trabajo con
otras personas; la enseñanza es un ejercicio de “cuerpo a cuerpo” con nuestros estudiantes. Se
trata de un proceso mediado por las características personales de ambos. Y cuanto más
vulnerables son esas personas con las que trabajamos, más importancia adquiere nuestra
condición de persona y la forma en que nuestras características personales influyen en la forma
de llevar a cabo nuestro trabajo. Los componente técnicos y didácticos de la profesión docente,
siendo necesarios, no completan el conjunto de cualidades que ha de poseer un docente. La
consecuencia básica de este punto de partida es el asumir que los docentes hemos de prestar
especial atención no solo a lo que sabemos, sino q lo que somos y a la forma en que vivimos
nuestra profesión.
Nos parece importante empezar por este necesario redimensionamiento de qué significa ser
profesor/a. resulta fácil comprender que existen formas muy diferentes de afrontar el trabajo
educativo. La disyuntiva entre el ser y el estar que da título a este libro afecta también a esta
cuestión de las vivencias personales con las que se vive el proceso de enseñar/educar. Esa
combinación de intervenciones que es la enseñanza supera con mucho los aspectos técnicos
que, sin duda, incluye. Es un compromiso personal que exige el ser y no solo el estar o “hacer
de”. Dentro de las características personales que nos parecen interesantes por su especial
impacto en las prácticas profesionales, quisiéramos destacar:
Los ciclos de vida constituyen un aspecto relevante en el desarrollo profesional del profesorado.
Se genera una dificultad, sobre todo en los primeros años de trabajo, para conciliar la vida
académica y la personal. La presión sobre el profesorado y sobre quienes pretenden serlo resulta
enorme. Las personas vamos evolucionando, nuestra vida personal va pasando por etapas en las
cuales tanto las disposiciones como las capacidades van alterándose. El ejercicio de la docencia
debe combinarse con el de otras funciones personales, familiares y sociales que, a veces, entran
en colisión. Nuestra biografía está compuesta de picos y valles que no pueden sino afectar de
manera relevante a la forma en que encaramos y desarrollamos nuestro trabajo. La enseñanza
como profesión camina, indefectiblemente, al unísono de cómo lo hace la vida; vida y profesión
funcionan como dos espacios de acción e inversión que se van complementando e interfiriendo.
Ser docente, tratar de hacerlo bien, exigiría una dedicación absoluta.
4. Fase de diversificación: tiene que ver con los intereses y los estereotipos personales de
los profesores/As individuales; puede afectar a cualquiera de las muchas actividades que
configuran el trabajo docente. Este momento de diversificación permite la realización de
movimientos laterales con el objetivo de experimentar nuevas posibilidades, constituyendo
la particular aportación que cada docente hace a la transformación del sistema. La carrera
profesional va llegando a su madurez a medida que el profesorado va sintiendo más
contradicciones y es consciente de ellas.
Una posición bastante parecida plantea Burden, estableciendo 3 grandes etapas: una primera de
supervivencia que puede ocupar el primer año y quizás algo más; una etapa posterior de ajuste y
adaptación, y tras ella, la etapa de madurez, a partir del 5to año.
Si estos tres componentes del desarrollo profesional avanzan juntos, puede que vayamos
adquiriendo más “tablas”, que aprendamos a dominar mejor las situaciones o a manejar mejor los
entresijos de la vida institucional a la que pertenecemos, ero nuestro desarrollo profesional
auténtico se habrá estancado.
En definitiva, también los educadores establecemos una especie de prioridades sobre nuestra
actuación. Se refuerzan y destacan aquellas cosas que nos producen especial satisfacción y se
minimizan aquellas otras en las cuales nos sentimos menos fuertes o de cuya realización se
derivan menos satisfacciones. Todo ello genera una curiosa relación amor-odio, fruto quizás de
toda la presión que últimamente se viene ejerciendo sobre el profesorado. Individual en relación a
las políticas de calidad y su concreción en evaluaciones sin cuento y otras exigencias.
La carrera docente
De alguna manera ha cambiado la idea de carrera profesional. Una visión de ella vinculada
específicamente a la antigüedad, al salario, al status profesional, al mantenimiento y progreso en
un mismo espacio de trabajo pueden funcionar pero resultan insuficientes en nuestro caso. La
carrera profesional docente radica, más que en esas cuestiones genéricas, en otras mas
cualitativas:
Neil opina que los profesores actuamos ante un público y tendemos a preferir esa atención al
público sobre la atención a los sujetos individuales porque tal cosa satisface nuestro ego. Por otra
parte, esa capacidad de influir en los niños y jóvenes es lo que nos da seguridad y colma nuestras
fantasías de omnipotencia; nos convierte en indispensables o en sujetos importantes en la vida de
nuestros estudiantes a quienes con frecuencia vemos como sujetos incompletos que irán
mejorando como fruto de la interacción con sus profesores.
Debemos considerar el narcisismo como una de las cualidades, y una de las fuentes de energía
personal y motivación con la que actuamos los docentes. La posibilidad de orientar, enseñar,
dirigir, formar a los estudiantes constituye un elemento importante que nutre el narcisismo. Si a
ello se añade la posibilidad de investigar, de publicar, de impartir conferencias, etc., todo ello te
hace estar en esa especie de púlpito social en el que la visibilidad y el reconocimiento por parte
de los otros son algunos de sus aportes fundamentales.
Pero no cabe duda que, como docentes y educadores, constituimos modelos a imitar por nuestros
estudiantes. Más allá de los contenidos disciplinares, lo que les queda es lo que nos ven hacer y
la forma en que vivimos nuestra experiencia profesional con ellos y nuestros colegas. Es difícil
desarrollar una fuerte empatía con nuestros estudiantes, o propiciar que construyan proyectos de
vida sensatos y estimulantes, si nosotros mismos no poseemos esa madurez personal y esa
satisfacción por el propio trabajo y por las dimensiones que constituyen las bases de una
docencia de calidad. La cualidad de ser capaz de creer en nuestros estudiantes, de proponerles
objetivos relevantes para su vida y motivarlos a hacer el esfuerzo requerido para conseguirlo es lo
mejor que podemos hacer por ellos/as.
Este es el punto clave para entender la función docente en el profesorado: ¿Qué es enseñar, una
profesión o un trabajo? Ni se nos ocurre pensar como respuesta en aquello de lo que tanto se
hablaba en otro tiempo, la vocación docente. La cuestión de la profesionalidad de los docentes
parece una cuestión clara pero no se trata de algo que se haya madurado sin controversias.
Existieron movimientos que no quieren ni oír de este tema y prefieren defender una visión
estrictamente laboral para el profesorado. En su opinión, la idea del profesionalismo solo es una
coartada para cargar con mayores responsabilidades a los docentes encomendándoles funciones
que no figuran en sus contratos de trabajo y convenios colectivos y por las que tampoco reciben
remuneración.
Por otra parte, tampoco es que haya arraigado del todo en el propio colectivo docente un
sentimiento claro de profesionalidad. Lo cierto es que, en una sociedad que se dice “del
conocimiento”, la clase docente, portadora privilegiada de ese bien social, debería estar en la
primera línea del reconocimiento social. Pero sucede que ese conocimiento que la sociedad
valora no es el conocimiento que poseen los profesores, sino el tipo de conocimiento pragmático
y técnico que surge lejos de las instituciones de enseñanza. Este descenso en la consideración
social, resulta una consecuencia lógica de la progresiva masificación del cuerpo docente, junto
con otros fenómenos vinculados. En nuestra opinión, resultaría un contrasentido querer volver
atrás en una reivindicación laboral pero también epistemológica, por la que tanta gente hemos
luchado tanto.
La segunda ambivalencia tiene un carácter más académico pero con fuertes repercusiones en el
mundo personal del profesorado. Nuestras identidades son polícromas y múltiples, pero si soy
profesor, ¿Qué soy yo?, ¿con qué me identifico? ¿qué es lo que me define? Nuestra identidad
puede constituirse sobre diversos ejes y todas esas dimensiones estarán presentes pero no en la
misma medida. Por lo general alguna de ellas suele predominar sobre las otras marcando el
sentido específico de la construcción de la identidad. No es difícil averiguar cuál es el eje
predominante de nuestra identidad como profesionales; bastaría tomar en consideración algunas
constantes de nuestra vida profesional (tipo de colegas, tipo de libros, tipo de congresos y
reuniones, tipo de cosas sobre las que se investiga y escribe). Probablemente, lo sensato sería
que las respuestas que podamos dar a esas cuestiones recogieran ambos aspectos puesto que
nuestra identidad como docentes es doble. Pero es previsible que en bastantes casos, las
respuestas sean únicas. En tal caso, está claro que nuestra identidad se ha construido de manera
muy unitaria e insuficiente. La identidad del profesorado es siempre una identidad plural en la que
todas las dimensiones de su función deben estar presentes y, al menos, la investigación y la
docencia, con pesos muy relevantes.
La tercera ambivalencia la identificamos con los “sistemas de atribución” que los docentes
empleamos. Es fácil que los primeros momentos de nuestra experiencia profesional estén
saturados de atribuciones auto-referidas. Más adelante, probablemente por los efectos de la
socialización y el contagio de los colegas, iremos cambiando nuestro locus de control para atribuir
a nuestros estudiantes el éxito o fracaso de nuestros esfuerzos. Al final, es probable que
reconciliados con los estudiantes, encontremos más cómodo proyectar las atribuciones sobre las
condiciones sociales y administrativas, sobre las políticas educativas en las que tenemos que
moverlos. Cualquiera de estas atribuciones puede contener apreciaciones correctas. La cuestión
es que solo atribuciones que posean un suficiente locus de control interno, propiciarán el esfuerzo
personal y el deseo de cambio. Si todas las causas de los resultados reales de nuestro
desempeño profesional las situamos en el exterior, es poco probable que nos sintamos
comprometidos con lo que hacemos. El desamparo aprendido es una figura psicológica que trata
de aplicar esa estrategia de la desimplicación personal o colectiva a los problemas. Se trata de
una mala solución ya que aleja a los sujetos que la adoptan de la posibilidad de generar recursos
para mejorar la situación que les aflige. Es la postura contraria a la resiliencia, teoría que postula
que a pesar de las circunstancias traumáticas o complejas que a uno le toque vivir, las personas
pueden sacar fuerzas y recuperarse como personas sanas y creativas. Esto es algo a lo que el
profesorado deberíamos adherirnos, tanto en lo que respecta a nosotros mismos y el
cumplimiento de nuestra función profesional como en lo que se refiere a nuestros estudiantes.
De concebir la enseñanza como una actividad artística, a hacerlo como actividad científica hay un
salto de paradigma. Puede parecer un asunto banal o un tema de discusión para epistemólogos,
pero no es así. Resulta un asunto central porque según la posición que se adopte, nuestras
actuaciones como docentes tendrán un carácter suficientemente estable y previsible por una
parte o aparecerán como actividades dependientes de la situación, del estilo personal o de las
particulares circunstancias que ocurran en aquel momento. Del mismo modo, si todo depende de
la voluntad y la pericia de cada uno, queda poco espacio para un saber sistemático sobre la
enseñanza, siendo así que esto es lo que configura una profesión: que existe un saber
sistemático sobre un determinado campo de actuación especializada. Seguramente por eso,
porque seguimos entendiendo que la enseñanza tiene mucho de arte, sigue prevaleciendo la idea
de que “a enseñar se aprende enseñando” y huelga cualquier tipo de información para ello. De
ahí se deriva la idea de que no existe teoría o doctrina posible sobre la enseñanza, sino que los
buenos docentes nacen de la práctica. ¿Para qué formarse entonces? Basta con tener
experiencia. De eso deriva el gran crédito que siempre tuvo entre los docentes el valor otorgado a
la discrecionalidad como criterio básico de construcción de las competencias docentes: cada uno
es libre de hacer como mejor le parezca, pues las formas posibles de actuación son infinitas y
nadie tiene la legitimidad para decir a otro cómo se debe enseñar. La libertad de cátedra acabó
hipertrofiando su espacio de aplicación para cubrir toda la actividad didáctica de los profesores.
Pero han sido los propios hechos y la evolución del mundo de la enseñanza, quienes han dejado
en evidencia algunas insuficiencias de esa concepción artística excesivamente abierta y
situacional. Varios factores se coligaron para apremiar en la búsqueda de caminos más
equilibrados y contrastados: la aparición de los derechos de los estudiantes y el emerger de su
estatuto como clase social o grupo institucionalmente poderoso y la investigación didáctica sobre
las prácticas docentes. En todo caso, afirmar la necesidad de un abordaje científico del quehacer
docente no significa negar sus fuertes componentes artísticos. Es la mentalidad artística la que
propicia iniciativas de innovación y movimientos que, rompiendo las formas convencionales de
actuación, abren otros caminos más atractivos y eficaces de actuación. Afortunadamente ese
binomio de ciencia y arte también ha funcionado en la profesión docente. Así, existe una fuerte
tradición de movimientos de renovación pedagógica. De este dinamismo artístico se nutre hoy la
Didáctica con experiencias que tratamos de sistematizar y de extender a los diversos contextos
disciplinares.
En resumen, la enseñanza tiene mucho de arte pero su estudio y mejora tiene que hacerse a la
par de los criterios científicos de regularidad y previsión. En nuestro caso, el concepto de ciencia
o científico aplicado a la enseñanza debería ser tomado como un continuum de condiciones cuya
presencia o ausencia marcaría el estatuto epistemológico de las ideas y actuaciones en juego. En
este sentido, el campo de conocimiento didáctico será tanto más científico cuanto más se
aproxime y respete las condiciones de racionalidad, sistematicidad y justificación de sus procesos
y propuestas. Dos consecuencias principales para nuestro trabajo como profesores podrían
extraerse de esta reflexión sobre el dilema entre ciencia y arte.
- Cuánto más científica sea una propuesta y más esté basada en evidencia, menos
vulnerable resultará a la discrecionalidad o improvisación.
- El conocimiento valido no puede basarse en meras opiniones.
Una de las condiciones básicas para que aparezcan buenos docentes es que el sistema les
permita ser ellos mismos, que el currículo y las decisiones curriculares no se conviertan en un
corsé que los inmovilice o los convierta en simples ejecutores de planes ya establecidos. Es un
riesgo que se corre cuando la gobernanza institucional se convierte en una ingeniería. La
enseñanza muere un poco día a día si el profesorado acude a sus clases sin más objetivos que
desarrollar el protocolo diario. A esa perspectiva le falta pasión, que es un componente esencial
de la docencia. El arte de un buen docente esta en lograr una buena síntesis entre lo dado y lo
puesto; esa es su gran aportación a los estudiantes, aquello que no podrán extraer de ningún libro
o documento.
Suele decirse que las profesiones difieren de los meros empleos en que sus poseedores deben
reunir una serie de condiciones que los cualifican y diferencian del resto de los trabajadores.
Resulta obvio que son condiciones con un cierto sabor rancio. Las profesiones en el nuevo
mercado del trabajo, tienen poco que ver con ellas. Todo está mucho más borroso pero
mantienen sus cualidades básicas: formación, status, pertenencia a un grupo y autonomía en el
ejercicio profesional. Todas esas condiciones las reunimos, con creces, el profesorado. Lo que
sucede es que nuestro problema es previo: sí que somos profesionales, pero de qué. Podríamos
concluir que la nuestra es una identidad doble o múltiple, cada una de ellas con sus condiciones y
requisitos específicos. Pertenecemos a dos ámbitos diferenciados; en todo caso, estamos
llamados a ser especialistas en nuestro campo científico y especialistas en el desarrollo de
procesos de enseñanza y aprendizaje en nuestra disciplina.
Si enseñar es la función que desarrollan los profesionales de la docencia cabe suponer que ése
es el ámbito cuyo dominio un buen profesor/A ha de demostrarse competente. Competencia que
se adquiere a través de una formación suficiente y acreditada, según la teoría de las profesiones.
Pero ¿sería preciso formarse como docente para poder ejercer la docencia? Así parece
entenderse en todos los niveles de la enseñanza excepto en la universidad. Existe la metáfora de
plantear la idea de coreografías didácticas para referirse a las diversas modalidades con las que
un docente universitario puede enfocar el proceso de enseñanza-aprendizaje. La competencia
necesaria para ejercerlo va a depender de con qué nivel de complejidad se defina la actividad a
realizar. Bain distingue entre una idea tradicional de la enseñanza basada en contar a los
estudiantes lo que el profesor sabe y una visión nueva en la enseñanza: crear un entorno de
aprendizaje estimulante en el que los estuantes puedan tener control de su propio aprendizaje y
en el que aprendan con mayor profundidad. La moraleja es clara: ser profesor requiere de
competencias propias y diversificadas. Se puede ser bueno en una de ellas y mediocre en la
otras, y eso porque ambas poseen su propio marco de condiciones y exigencias.
Este problema de la identidad profesional de los docentes se produce de manera diferente en las
diversas etapas educativas. El problema está en que aceptar ese principio o declaración supone
superar algunas de las falsas creencias en las que se ha venido asentando la actividad docente
en los niveles superiores de la enseñanza. Cuanto mas se ha priorizado el conocimiento de las
disciplinas como condición para una buena docencia, más se ha desatendido al mismo tiempo las
competencias pedagógicas y didácticas del profesorado. Un contrasentido desde el punto de vista
del desarrollo de una docencia de calidad. Debemos reconocer que en la reciente tradición
universitaria, la docencia en sí misma no constituía un asunto relevante para la universidad como
institución. Buena parte de las instituciones universitarias están más preocupadas por ser líderes
en investigación, por mantener una intensa presencia social y cultural en sus entornos, por
incrementar su capacidad de influencia política, que por ser líderes en la formación de sus
estudiantes. En ese contexto, no es extraño que se hayan ido asentando ideas confusas sobre la
docencia como, por ejemplo, que a enseñar se aprende enseñando o que para ser un buen
profesor basta con ser un buen investigador. Todas ellas son ideas que hasta hace poco se
vislumbraban en los planteamientos y enfoques habituales de la enseñanza, especialmente en
referencia a la universidad.
Que la enseñanza es una tarea compleja parece fuera de toda duda. Ya señalaba Doyle que la
realidad múltiple que constituye una clase con sus dimensiones estructurales, relacionales,
instructivas, etc., hace de ella una realidad compleja. Y observo tres de ellas que eran las que
traían por la calle de la amargura a los profesores noveles que él observó: la
multidimensionalidad, la simultaneidad y la impredictibilidad. Esa complejidad de deja fácilmente
ver en la vida cotidiana del profesorado. En cualquiera de los niveles escolares, la docencia
resulta una tarea distinta a otras y con complejidad notable. A veces el esfuerzo que hacemos por
simplificar las cosas hace que se pueda valorar como simple lo que es realmente complejo por la
cantidad de variables que entran en juego. Complejidad que se ha incrementado con los nuevos
planteamientos educativos basados en dotar de un mayor nivel de protagonismo y autonomía a
los estudiantes transitando de una docencia centrada en la enseñanza a otra que esté centrada
en el aprendizaje.
La enseñanza es una actividad que se puede hacer para un grupo, donde al dar clases o impartir
conferencias el protagonista es el profesor. Sus principales virtudes han de estar referidas al
dominio del contenido a explicar y su competencia comunicativa. Pero si el eje de la docencia
pasa a ser el aprendizaje, las cosas cambian por completo: quien aprende no es un grupo sino
cada sujeto y cada uno de ellos a su manera. Una docencia basada en el aprendizaje de nuestros
estudiantes nos obliga a estar pendientes de cada uno de ellos, por eso enseñar es bien distinto
de facilitar el aprendizaje. Para lo primero pudiera ser suficiente saber mucho del tema que se
explica; para lo segundo hay que saber otras cosas además de eso: cómo motivar, cómo
organizar procesos de aprendizaje adaptados a los estudiantes, cómo supervisar y tutorizar sus
actividades, etc.
Parece claro que el objetivo, el sentido de la docencia es conseguir buenos aprendizajes. Esa
nueva visión de la docencia pasa por asumir que cuando hablamos de proceso de enseñanza-
aprendizaje, estamos hablando de un mismo proceso. Se trata de dos momentos de un mismo
proceso que interactúan entre sí, siendo que el primero condiciona al segundo. Una de las
variaciones que nos están exigiendo las nuevas características de los estudiantes es la de los
códigos de enseñanza. Estábamos habituados a que enseñar era decir o tenía mucho que ver
con ello; pero lo evolución que han sufrido en el último tiempo las tecnologías de la información y
los estímulos con los que se encuentran los sujetos desde que nacen han hecho variar los
receptores y procesadores con que funcionamos los humanos. En este nuevo contexto, tiene
poco sentido pretender que nuestros estudiantes aprendan y den sentido a cosas que solamente
escuchan o leen. La probabilidad de que el aprendizaje resulte efectivo va incrementándose a
medida que la intervención directa del propio estudiante es mayor ya que los nuevos estudiantes
poseen disposiciones y capacidades más desarrolladas en lo que se refiere al hacer, al
manipular, al vincular experiencias y nociones.
En cualquier caso, lo que podemos entresacar de esta visión de cómo se produce el aprendizaje
de los estudiantes es que la enseñanza es una actividad profesional compleja y que requiere de
un preparación especial del profesorado para ejercerla adecuadamente. Y ahí es donde aparecen
las competencias docentes como esa batería de conocimientos, habilidades y actitudes que nos
capacitarán para el buen desempeño de la profesión docente. Por eso el tema de las
competencias está en la cresta de la ola del debate actual sobre la enseñanza. No solo porque en
sí mismas constituyen un concepto y un enfoque muy complejo y discutible, sino porque se
espera que su redescubrimiento revitalice esta visión de la enseñanza como actividad compleja y
especializada que requiere de una formación específica para ejercerla. Las competencias nos
envuelven tanto en relación a cómo debemos ser como en lo que se refiere a lo que debemos
hacer.
El debate en este punto no diferirá mucho, ni en la orientación ni en el tono, del debate general
sobre qué es y qué debe ser la escuela y la docencia. Últimamente han ido proliferando este tipo
de propuestas sobre catálogos de competencias para definir el perfil profesional del profesorado.
En el fondo se trata de buscar un marco de referencia que nos sirva para ir iluminando y
resaltando la docencia como territorio profesional que requiere de una formación específica.
El conocimiento profesional
Una de las cuestiones que hacen particularmente complejo el conocimiento docente es su propia
naturaleza bifronte: por un lado se precisa un fuerte contenido teórico, y por el otro, de prácticas
pertinentes. Esta relación teoría-práctica constituye un escenario de características particulares
en lo que se refiere a la docencia. El ejercicio de la docencia posee unas características
epistemológicas bastante particulares.
Lo primero que podemos decir al respecto es que el conocimiento docente tiene una orientación
clara hacia la acción, más que hacia el saber en sí mismo. En nuestra opinión, la particular
expertise que requiere la docencia va en el hecho de ser capaces de seleccionar y comunicar un
conocimiento adaptado a las características de nuestros estudiantes; es la tarea de la
transposición (conversión del saber sabio en saber a enseñar). En cualquier caso, el
conocimiento profesional docente se ha planteado siempre como una especie de síntesis
imposible entre elementos contrarios. El problema fundamental del conocimiento docente es que
no surge de la teoría ni de la duración de los estudios. Algo parecido se podría decir de la
práctica: la mucha práctica por sí sola no mejora el conocimiento. Es la combinación entre teoría y
práctica, entre arte y ciencia, lo que hace surgir un nuevo tipo de conocimiento que combina lo
general y lo situacional, el protocolo tecnológico y la improvisación adaptativa, el saber intelectual
con el saber práctico.
En cualquier caso, lo que se puede señalar del conocimiento profesional docente es que se
diferencia con claridad del conocimiento profesional a secas, donde la naturaleza de su
conocimiento profesional es diferente. En la enseñanza esa diferenciación resulta clara aunque
no son pocos los que discuten esta afirmación. La función del profesorado sobre el conocimiento,
lo que debe llevar a cabo para lograr que los estudiantes aprendan, para por diversas fases:
De todas formas, el conocimiento profesional de los docentes tiene también sus contenidos
propios: cultura general: cultura general específica, y cultura profesional específica en 5 niveles
(disciplinas, alumnos, organización, relaciones y enseñanza).
La formación de profesores
Una de las características básicas de los profesores es que, dado que poseen un cuerpo de
conocimientos y de prácticas especializadas, quienes deseen incorporarse a ellas han de superar
un proceso de formación y evaluación que acredite su competencia. Esta necesidad de formación
se ha convertido en uno de los signos de identidad de la nueva educación y de las nuevas
instituciones que los países se han propuesto poner en marcha con sus reformas educativas. Nos
gustaría insistir en que, cuando hablamos de que la tarea docente es una acción especializada y
compleja, no se trata de un mero juego de palabras, y menos aún en el momento actual, en que
la avalancha de cambios que se están produciendo a todos los niveles obliga a una
reconstrucción de la figura de los profesores/as, transformación que ha de afectar a todos los
niveles del sistema educativo, y que no se producirá a menos que cambien los actuales modelos
de formación del profesorado. En definitiva, se espera que también nosotros actuemos como
agentes de ese cambio y debemos hacerlo en un doble sentido: hemos de cambiar nosotros
mismos y hemos de colaborar en el cambio de la manera en que formamos a quienes han de
ejercer tareas de docencia en el sistema educativo.
Por otra parte, los planteamientos del lifelong learning nos llevan por una visión diferente del
sentido de la formación. Esta última es un itinerario progresivo que va pasando por diversas fases
y se prolonga a lo largo de toda nuestra vida. La formación se convierte en un esfuerzo
continuado para ir mejorando nuestras competencias, aprovechando las actividades de formación
de las que vamos participando a lo largo de nuestra vida profesional. El proceso se continúa a
través del esfuerzo permanente por seguir aprendiendo a través de nuevos input formativos y a
través de la revisión de nuestras prácticas profesionales en comunidades de aprendizaje. Esta
formación hacia la mejora puede desarrollarse siguiendo una doble orientación:
Los estudiantes son los que dan sentido a nuestra actividad y los que configuran nuestra
profesión. El estudiantado, como cuerpo social que constituye el objeto de atención de las
escuelas y los docentes, ha pasado de ser un objeto de intervención sobre el que se actúa, a
constituir un colectivo “sujeto” de la vida escolar y de los procesos de aprendizaje que en ella se
desarrollan. Este progreso hacia el reconocimiento de los estudiantes como personas con
derecho, ha ido acompañado de la convicción de que la infancia y la juventud estaban cambiando
y que por ello debía cambiar también la formación que se les ofrecía. Esa sensación de cambio
ha traído consigo consecuencias importantes en la forma de aproximarse a la educación por parte
de los docentes: la sensación de que los estudiantes son distintos a los que sus profesores
actuales éramos a su edad, la constatación de que son mucho más heterogéneos, el rechazo
activo o pasivo de la acción escolar que antes era impensado, y el incremento de la diversidad del
alumnado en función de los nuevos principios pedagógicos y políticos que respaldan la igualdad
de oportunidades y los procesos de inclusión. En este contexto de auténtica complejidad, la
respuesta a los dilemas básicos de la acción educativa se agudiza.
Uno de los principios de la nueva pedagogía es el de que la docencia y la formación deben estar
centradas en el aprendizaje. Esta idea está exigiendo importantes modificaciones en la forma
habitual de afrontar el trabajo educativo. Parece obvio que se apuesta por dar relevancia al papel
de los estudiantes en el proceso de aprendizaje sobre el valor intrínseco o pragmático que
puedan tener por sí mismo los contenidos ya que, si estos no son aprendidos adecuadamente por
los estudiantes, de poco va servir nuestro esfuerzo.
Dice Nova que nos está faltando una teoría de la persona-alumno. Se trata de esa zona
intermedia entre sujeto y conocimientos que deberían cubrir la pedagogía y la didáctica. La
primera condición pedagógica para el reconocimiento de esta entidad sujeto-alumno es el dotarle
y/o reconocerle el derecho a la palabra que le permita relacionarse y crecer. Ese es el primer gran
papel de la escuela y de nuestro trabajo como profesores. La segunda condición pedagógica es la
idea de las reglas básicas de convivencia sin las cuales ni siquiera la palabra podrá ejercer su
función. La tercera de esas condiciones en el reconocimiento de nuestros estudiantes sujetos es
el de pensarlos y tratarlos como personas que toman decisiones.
En este punto, quisiéramos abordar una dimensión más técnica y procedimental de la particular
relación entre profesores y estudiantes: ¿qué nos une a ellos?, ¿Cómo se articula nuestra
relación? En este contexto es donde empiezan a jugar su papel las expectativas mutuas que
profesores y estudiantes mantenemos. Desde hace muchos años se viene hablando de la
importancia de la relación pedagógica. Es bastante probable que estas expectativas mutuas
hayan variado mucho con el tiempo y que lo que nuestros estudiantes esperan de nosotros se
parezca poco a esta descripción. No es fácil para nosotros profesores interpretar las demandas
concretas de nuestros estudiantes y es posible que hayan ruidos e incomprensiones, dado que
nuestros decodificadores de esas demandas no siempre son compatibles con los signos que ellos
las emiten. Las relaciones con nuestros estudian también se han alterado a causa de las
diferentes formas de relación que los jóvenes mantienen con los adultos en la actualidad, lo cual
está generando estrés al profesorado. De ahí la importancia de ese contrato pedagógico implícito
o explicito, que vendría a constituir el marco de condiciones de los modos de relación entre
profesores y estudiantes.
Filloux señalaba que la idea de contrato tiene que ver con las normas como esta son planteadas
por los docentes. La clase se concibe como una sociedad a la que le son aplicables normas de
convivencias y modalidades aceptables de relación entre sus miembros. A través del contrato se
tiende a disminuir la incertidumbre con la que profesores o estudiantes pueden afrontar la relación
mutua en el contexto académico. Esto implica, a su vez, romper con la vieja tradición de unas
relaciones de poder excesivamente desequilibradas a favor de los docentes y con los modernos
hábitos de que sean los estudiantes los que definan los modos de relación y las condiciones de la
misma. Alguno de los planteamientos pedagógicos actuales convierten al contrato pedagógico en
uno de los componentes básicos de la formación. Lo importante es destacar la importancia que
adquieren en la actualidad las fórmulas que facilitan una mejor relación, consensuada de ser
posible, entre profesores y estudiantes, con la condición básica de que los estudiantes vayan
aprendiendo a tomar decisiones y a asumir los compromisos que esas decisiones conllevan.
La Deontología Profesional
Códigos deontológicos
Sobre seis referentes básicos se han ido construyendo las diversas propuestas de códigos
deontológicos para el profesorado: los estudiantes, sus familias, las instituciones en que
ejercemos nuestra función, nuestros colegas, la profesión a la que pertenecemos y el conjunto de
la sociedad. Sobre cada uno de ellos se han ido estableciendo algunos compromisos que el buen
profesional de la docencia debiera asumir. En definitiva, estamos llamados a analizar nuestra
profesión no solamente con lentes técnicas sino también con lentes éticas. En opinión de
Escudero, en su trabajo sobre los dilemas éticos de la profesión docente, la ética de los
profesores ha de estar vinculada a 5 grandes ejes:
1) La ética de la justicia social: nos lleva a considerar la profesión docente como una actividad
permanentemente comprometida con los derechos de los estudiantes y con su desarrollo,
al margen de cualquier motivo de exclusión o desconsideración. El compromiso con la
justicia social exige hoy un notable esfuerzo de ir contracorriente y estar dispuestos a
pelear porque esa misión se cumpla.
2) La ética crítica: parte de la consideración del profesorado como un colectivo formado por
personas especialmente capacitadas intelectual y moralmente, capaces de percibir de qué
manera sus prácticas profesionales producen consecuencias en sus estudiantes y si esos
beneficios o perjuicios afectan a todos por igual. La crítica puede verterse sobre las
circunstancias que rodean su trabajo profesional y sobre él/ella misma como persona que
lo lleva a cabo; no suele faltar la crítica en los comportamientos y los discursos de los
profesores pero resulta menos frecuente la autocrítica.
3) La ética del cuidado: afecta a una de las cualidades que comienzan a valorarse en los
docentes; se la denomina sensibilidad y se evalúa en función de ella al profesorado. Nova
lo denomina “tacto pedagógico” y constituye una de las características básicas que han de
orlar las cualidades de los nuevos docentes. Los profesores no podían quedar al margen
de este movimiento que pone en el centro del proceso educativo los valores de una vida
digna en un contexto amigable.
4) La ética de la profesionalidad: su sentido tiene que ver con el compromiso del profesorado
por mantener su formación a lo largo de la vida, por permanecer abierto a los nuevos
avances que en los diversos campos del dominio de su asignatura, y de la enseñanza en
general, se vaya alcanzando. Como todo buen profesional, el docente debe saber qué es
lo que hace y cuáles son las decisiones que toma y con qué fundamento. Como todo buen
profesional, el docente debe saber qué es lo que hace y cuáles son las decisiones que
toma y con qué fundamento.
5) La ética comunitaria: tiene que ver con la ruptura del individualismo y su correlato de la
soledad en el trabajo docente. La dimensión comunitaria y colaborativa del quehacer
docente tiene que ver tanto con la forma de trabajo como con el propio mensaje educativo
que como profesores debemos enviar a nuestros estudiantes. Pertenecemos a
comunidades de aprendizaje y preparamos a nuestros estudiantes para que aprendan a
constituirlas y a formar parte de ellas.
La buena práctica docente es todo un desafío en el que nos vemos implicados de cuerpo entero.
No llega con tener la cabeza despierta, hace falta cubrir otros ámbitos de compromiso con
abundante generosidad. Una tarea ambiciosa pero activa.
La tercera de las perspectivas desde la que se puede analizar la función docente es la dimensión
laboral, la condición de trabajadores de quienes la ejercemos. En una consideración puramente
teórica de la figura de los profesores/as, esta dimensión pudiera pasar desapercibida pero parece
claro que sin ella cualquier cosa que se diga resulta incompleta e incorrecta. Los profesores /as
somos trabajadores que desempeñamos tareas específicas en instituciones educativas bajo unas
ciertas cláusulas laborales. Las múltiples modalidades y las muy diversas características
contractuales a través de las que se vincula al profesorado a las instituciones en las que
desarrolla la docencia no pueden dejar de ejercer una fuerte influencia en su compromiso y
dedicación. No son los profesores/as mejor pagados quienes están más motivados por su trabajo
ni los que más se implican en él, sino que hay otros factores complementarios que ejercen mayor
influencia.
El magisterio: de la mística al contrato
Desde esta perspectiva más centrada en lo laboral, no cabe duda de que la profesión docente ha
recorrido un largo camino en el último siglo, una larga travesía que nos ha llevado a la “mística del
contrato”. Díaz barriga e Inclán reconocían la internalización de la idea de “empleado” por parte
delos docentes como una de las variaciones más sustantivas que se habían producido en la
profesión docente en el último siglo (transición de una visión profesional a una laboral). La
profesión docente no ha establecido un marco exigente de acceso a la misma o de progresión
una vez ingresado. Algunos expertos no dejan de señalar que los problemas de la enseñanza en
nuestro país comienzan ya desde el ingreso a los estudios superiores de quienes serán en el
futuro profesores/as. Las políticas de mejora de la calidad de la enseñanza en un país, suele
insistirse, han de comenzar desde ese momento inicial. Con todo, al tratarse de un colectivo de
fuerte influencia social, tanto el proceso formativo a seguir como el acceso a la carrera están
oficialmente regulados.
Esa jerarquización de los niveles educativos que se proyecta sobre los profesionales que ejercen
las tareas educativas en ellos, ha penetrado también en el propio colectivo de docentes; cuanto
más alto están en el sistema educativo, mas importantes se consideran. Sin embargo, los años de
estudio no son suficientes para el ingreso en la profesión. Es preciso superar un concurso
competitivo según la particular distribución de competencias que haya establecido cada país. La
naturaleza de la prueba de acceso es otro de los problemas tradicionales que afectan a la
profesión docente: con frecuencia las cuestiones que se plantean en las pruebas tienen más que
ver con la erudición y con la legislación que con las competencias profesionales. Una vez
ingresados en la carrera, existen momentos vinculados a la formación in situ aunque, al menos en
nuestro sistema, no demasiado bien organizados.
Uno de los aspectos básicos en la agenda de cualquier trabajador es sentirse a gusto en el lugar
donde desempeña su trabajo. Lo primero que podemos destacar al respecto es que las escuelas,
los institutos y las universidades son organizaciones donde los profesores desarrollan su trabajo,
y en tanto organizaciones, constituyen escenarios saturados de relaciones, espacios de actuación
colectiva en los que se precisa del esfuerzo diferenciado pero combinado de todos sus miembros
para poder desarrollar las tareas o funciones que les son propias.
- Se trata generalmente de estructuras que su propia naturaleza las lleva a relacionarse con
su entorno.
- Junto a los elementos más visibles y formales de las organizaciones debemos también
considerar los aspectos más subjetivos y dinámicos.
Parece claro que cuando hablamos de clima de trabajo dentro de una organización escolar
tenemos que pensar en conceptos como interacción entre sus componentes, distribución de
funciones, coordinación, objetivos comunes, estabilidad de la unión, etc. Todo ello nos introduce
la importancia de las relaciones interpersonales que acabarán constituyendo un aspecto esencial
de la estructura y de la dinámica de funcionamiento de las escuelas y universidades. Justamente,
aquello que caracteriza a una organización tiene que ver con esa idea de conectividad que
subyace a la idea de relación. En este sentido, no cabe duda que las relaciones interpersonales
constituyen uno de los ejes fundamentales tanto en lo que se refiere a la vertiente organizativa de
las escuelas como en lo que afecta a la función y finalidades que como organizaciones asumen, o
sea, la educación. Todo o casi todo en la educación se sustancia en términos de interacción
interpersonal.
En lo que se refiere al aspecto que estamos analizando, podemos señalar que las relaciones
interpersonales tienen mucho que ver con tres aspectos fundamentales del funcionamiento de las
instituciones escolares:
Otra de las metáforas ricas para rescatar el valor del buen clima relacional se ha planteado bajo el
epígrafe de organizaciones que aprenden, es decir, espacios formativos en los que no solo los
sujetos aprenden, sino que también lo hace la propia organización. Aprender significa adaptarse y
mejorar, ir buscando el equilibrio entre lo individual y lo colectivo, entre el todo y las partes,
condición consustancial a todos los sistemas. Las organizaciones solo mejoran si los individuos y
los grupos que la forman son capaces de equilibrar los episodios de conflicto y la capacidad de
consenso. Finalmente, hay una tercera metáfora que también puede resultar interesante para
referirnos a la calidad de los ambientes de trabajo. Se trata del concepto de salud organizacional
y/o organizaciones saludables.
En resumen, podríamos decir que un buen clima de trabajo es aquel que se da en las
instituciones formativas que gozan de buena salud, lo cual puede concretarse en las siguientes
cualidades institucionales:
Las escuelas son ecosistemas de trabajo y convivencia, y están llamadas a desarrollar funciones
de tipo instrumental y también de tipo expresivo. Las organizaciones escolares deberían estar
orientadas a actuar en ambas dimensiones: que individuos y grupos pudieran funcionar más
cohesionados y por tanto de una forma más efectiva para todos.
Uno de los aspectos que preocupa tanto a trabajadores como a directivos de centros de trabajo
es el nivel de satisfacción e implicación con el que el personal desarrolla su trabajo. En el caso
del profesorado podríamos decir que el trabajo que desarrollan, reúne muchas de las
características que podrían hacer de él una experiencia muy gratificante. Sin embargo, es una de
las profesiones que produce mayor nivel de estrés y agobio en los profesionales. Por otra parte,
desde el punto de vista de las condiciones laborales, la libertad de cátedra y la seguridad en el
trabajo deberían constituir un marco de satisfacción en el trabajo. Sin embargo, algunos autores
se plantean por qué sucede lo contrario y cada vez son más los docentes estresados e
insatisfechos.
Dentro de este apartado, uno de los aspectos que más incidencia ha tenido en estos últimos años
es la fuerte presión que sobre el colectivo se está ejerciendo a través de las políticas de
evaluación y rendición de cuentas. La función docente constituye el espacio profesional más
evaluado de cuantos existen, directa o indirectamente. Toda esta presión, virtualmente orientada
hacia la mejora de la calidad, tiene efectos perturbadores con respecto a la tranquilidad y el
trabajo a medio plazo que requiere el esfuerzo educativo.
¿Qué es lo que hace que un profesor/a se sienta más satisfecho es su trabajo? Aquí intervienen
aquellos elementos personales a loa que nos referimos al hablar de la dimensión personal de la
dimensión docente. La satisfacción profesional está vinculada a factores como el reconocimiento
del trabajo realizado, al éxito obtenido, a la constatación de que nuestros estudiantes aprenden y
mejoran, a la visibilidad de nuestro trabajo, al feedback positivo que podemos recibir de
estudiantes familias o empleadores, al clima de colaboración y amistad entre los colegas. Muchas
de estas características afectan a cualquier tipo de profesional y cualquier tipo de trabajo, pero en
los docentes tiene una repercusión especial. Cuando alguna de esas condiciones se quiebra
comienzan a resquebrajarse las seguridades sobre las que se asienta el bien trabajo docente. La
desafección u la insatisfacción por la tarea se va a apoderando de la situación, lo que, en el caso
de la docencia, es un auténtico desastre, porque se trata de una profesión que requiere pasión y
sentimientos de autoeficacia.