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Las perspectivas más actuales asumen que el maltrato infantil viene condicionado, en su
aparición y características, por una combinación de factores individuales, familiares y
socioculturales. Factores que, cada uno por sí solo, no puede explicar esta problemática y que,
por otra parte, no son decisivos en su aparición por su mera presencia, ya que realmente
actúan como elementos de riesgo. Es decir, aumentan la probabilidad de que ocurran
episodios de maltrato, sobre todo si concurre el número suficiente de ellos, y con la suficiente
intensidad.
Y aún cuando éstos se presentan, su efecto no tiene porqué ser el mismo en todos los casos, ya
que también tiene su importancia la acción de otros factores compensadores que provocan
que, en circunstancias similares, en unos casos se produzca un resultado y en otros, otro
resultado distinto, según el balance entre los que inclinan hacia una situación de maltrato o
hacen que ésta se evite.
A veces, esas características pueden hacer que los padres o cuidadores no perciban
adecuadamente las señales de ayuda o de interés que pueda emitir el niño, o que se realice una
interpretación incorrecta de cuáles son verdaderamente esas necesidades, por lo que la
respuesta a ellas no será la adecuada. En ocasiones algo más extremas, esas características
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individuales pueden hacer que –aunque puedan interpretarse adecuadamente esas señales- el
individuo no tiene el más mínimo interés en el bienestar del niño, o –al menos- en procurarle
un mínimo de condiciones adecuadas de vida o de atención.
Entre los factores individuales de padres o cuidadores que se muestran más importantes en los
sentidos mencionados pueden citarse, entre otros, los siguientes:
Cuando se habla de factores individuales de riesgo, también es necesario considerar los que
pueden concurrir en la víctima. Es decir, en este caso el niño. Y alguna de esas características
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puede ser percibida por los potenciales agresores como elementos estresores que son,
fácilmente, asociados a la aparición del maltrato. En general, se trata de características de los
niños que hacen que se requiera hacia ellos una mayor atención y/o cuidados especiales.
- El nacimiento prematuro
- Niños con bajo peso, con temperamento difícil.
- El déficit físico o psíquico.
- Las enfermedades neurológicas congénitas o adquiridas.
- Los problemas médicos crónicos o retrasos en el desarrollo.
- Los problemas de conducta (agresividad, oposición, mentiras, absentismo escolar,
etc.).
- La insatisfacción de las expectativas de sus padres (por sexo, salud, atractivo físico,
etc.).
Los factores familiares comúnmente asociados con el maltrato familiar pueden distribuirse en
dos grupos principales: los que tienen que ver con la propia estructura familiar, y los que
están más bien relacionados con las interacciones dentro de ese grupo social de carácter
íntimo. Es decir, sobre todo respecto de las relaciones entre padres e hijos.
Según las investigaciones criminológicas en este aspecto concreto, los más relacionados son:
- El estilo perceptivo de tos padres con respecto al hijo está distorsionado. Tienden a
percibir la conducta de sus hijos de forma negativa, como intencionada para
provocarles.
- La falta de expectativas realistas con respecto al comportamiento y capacidades de su
hijo. En ocasiones atribuyéndoles más responsabilidades y capacidades de las que
pueden asumir, en otras subestimando sus capacidades.
- El desconocimiento acerca de las necesidades infantiles produce con frecuencia
sentimientos de incapacidad en los padres y conflictos con los hijos.
- El estilo de disciplina utilizado por los padres es excesivamente laxo o excesivamente
punitivo, y manifiestan dificultades para controlar la conducta de sus hijos.
- La baja frecuencia de comportamientos positivos que se dirigen al niño, así como una
menor interacción y comunicación con los hijos en general.
Otro contexto que puede tener una especial importancia en la aparición del maltrato es el
sociocultural, especialmente en lo referido a los ámbitos extrafamiliar y comunitario. Cuando
un entorno familiar está sometido a factores estresantes y adolece de recursos para manejar
esas situaciones, las respuestas posibles son la pasividad, la resignación, el desarrollo de
desórdenes psicológicos ya latentes, o el empleo de la violencia. Cuando ésta última –por
diversos motivos- no puede ejercerse fuera del ámbito familiar, tiende a aplicarse sobre los
elementos más débiles de ésta, sobre todo los niños.
La existencia de falsas creencias sobre lo que es el maltrato infantil y sus características puede
llegar a hacer distorsionar la percepción social sobre la problemática de los abusos y –de esa
manera- dificultar gravemente la detección, la denuncia y el tratamiento de este tipo de
situaciones. Por el contrario, determinar la realidad sobre esos mitos puede contribuir a
identificarlas mejor y –en o posible- lograr prevenirlas.
El abuso sexual es un tipo determinado de maltrato que tiene unas especiales connotaciones,
por lo que –a continuación- nos detendremos brevemente en señalar algunos de esos mitos
referidos al ámbito puramente físico, contraponiéndolos a las realidades correspondientes,
pero dejando para más adelante las que son específicas de ese maltrato de tipo sexual.
El maltrato infantil sólo se da en las clases El maltrato social se da en todas las clases
sociales bajas o desfavorecidas sociales. Aunque en las familias más
económicamente. desfavorecidas existe un mayor número de
estresores sociales que pueden afectar
directamente a las relaciones padres-hijos, las
familias con recursos económicos y sociales
también pueden maltratar.
Los padres pueden hacer con sus hijos lo que Los hijos no son propiedad de los padres. Aunque
quieran y nadie puede ni debe interferir. es obligación de una familia cuidar y proteger a los
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Los niños necesitan mano dura, ya que de La utilización del castigo físico como método de
otro modo no aprenden. disciplina provoca reacciones agresivas que
aumentan la frecuencia y gravedad de los
conflictos de la familia. De tal modo que se
necesitan cada vez más castigos y de mayor
intensidad para controlar la conducta infantil,
produciéndose una escalada de la violencia entre
padres e hijos. Por el contrario, una disciplina
basada en principios democráticos y no violentos
genera la cooperación de los más pequeños.