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juanalvaro.montoya@yahoo.es
La noción de “ciudad inteligente” proviene del anglicismo “Smart City”. Puede concebirse como un
espacio en donde los servicios de comunicaciones, infraestructura y dotación urbana se integran
para mejorar la calidad de vida de las personas que allí conviven.
En primer lugar, la cultura organizacional de la administración pública para adecuarse a este nuevo
esquema. Resulta imperioso dejar atrás anacrónicos procesos de gestión basados en el papel, la
presencialidad, los sellos, la burocracia o el simple deseo de entorpecer los procesos. La cultura de
las autenticaciones y las filas hacen mella en la eficiencia de la gestión pública y lesiona la calidad
de vida de los ciudadanos. El cambio en este contexto debe ser no solo normativo sino conductual.
Se deben incentivar las capacitaciones constantes a los funcionarios públicos, ciudadanos y
población en general, cambiar su paradigma y adoptar políticas que les permita mirar de frente las
transformaciones que vienen sucediendo sin dar un paso atrás.
Las ciudades de hoy requieren de procedimientos ágiles para que su desarrollo se armonice con
los grandes avances tecnológicos. Lograrlo implica un esfuerzo en conjunto que deberá incluir una
enorme dosis de visión y de asimilación las nuevas realidades, que van mas allá de lo que hoy
siquiera podemos imaginar. Las ciudades inteligentes que dejaremos a nuestros hijos son nuestra
responsabilidad hoy, y por ello el llamado a la urgente adaptación no solo es pertinente, sino
necesario.