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Pastora Martínez-Castilla
1. INTRODUCCIÓN.
2. TRASTORNOS DEL DESARROLLO: ¿A QUÉ ESTAMOS HACIENDO
REFERENCIA?
3. LA COMPLEJIDAD EN LOS TRASTORNOS DEL DESARROLLO:
CONCEPTOS FUNDAMENTALES.
4. EL NEUROCONSTRUCTIVISMO Y SU VISIÓN DE LOS TRASTORNOS
DEL DESARROLLO.
4.1. Fundamentos de la perspectiva teórica neuroconstructivista.
4.1.1. La importancia del desarrollo dentro de un sistema dinámico complejo.
4.1.2. La perspectiva de relevancia de dominio.
4.2. La visión neuroconstructivista de los trastornos del desarrollo.
4.2.1. Atipicidad en el desarrollo y sus procesos.
4.2.2. Niveles de organización.
5. EL TRABAJO DE INTERVENCIÓN PSICOEDUCATIVA EN PERSONAS
CON TRASTORNOS DEL DESARROLLO: PRINCIPIOS FUNDAMENTALES.
5.1. Implicaciones de la visión neuroconstructivista para la práctica profesional.
5.2. La intervención desde los momentos tempranos.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
REFERENCIAS
1. INTRODUCCIÓN.
El trabajo con personas con alteraciones del desarrollo se encuentra dentro de las
principales funciones del Psicólogo de la Educación, tal y como se destaca en el Libro
Blanco de los Estudios del Grado en Psicología (ANECA, 2005). Entre otras funciones,
este profesional atiende al desarrollo desde las primeras etapas de vida, para detectar
alteraciones y, en su caso, intervenir sobre los procesos implicados en la discapacidad
asociada a un trastorno, desde los distintos ámbitos en los que se enmarca la persona y a
lo largo del ciclo vital. Así, realiza una evaluación referida a la valoración de las
capacidades de la persona en relación con su contexto de desarrollo para determinar sus
necesidades y proponer intervenciones al respecto. El Psicólogo del Desarrollo y de la
Educación también lleva a cabo acciones preventivas proponiendo cómo optimizar el
desarrollo y atenuar el impacto de las alteraciones. Contribuye, además, con su
conocimiento sobre el desarrollo cognitivo, afectivo y social a apoyar el trabajo de otros
profesionales que participan en la provisión de apoyos a las personas con discapacidad o
alteraciones del desarrollo en los distintos contextos educativos. Asimismo, trabaja y
colabora con las familias como vía facilitadora del desarrollo integral del niño. Pero este
profesional especializado no solo debe contar con conocimientos en torno a la disciplina
de las alteraciones del desarrollo. Dichos conocimientos serán asimismo relevantes en
otras especialidades, también en el caso del Psicólogo generalista; cualquier profesional
de la Psicología podría tener que hacer frente al trabajo con personas con trastornos del
desarrollo en distintos contextos profesionales.
Para trabajar en esta disciplina (como en cualquier otra), resulta fundamental
establecer las bases sobre las que se sustenta. Esto implica, en primer lugar, definir la
noción de alteraciones del desarrollo y conocer los conceptos básicos que se manejan en
este ámbito. Pero, de forma aún más importante, consideramos fundamental partir de un
marco teórico que ayude a explicar la complejidad inherente a los trastornos del desarrollo
para, a partir de tal marco, poder derivar implicaciones para la práctica de intervención
psicoeducativa en los trastornos del desarrollo, con especial atención a los momentos más
tempranos de la ontogénesis. En este tema abordaremos estas cuestiones profundizando
en la perspectiva neuroconstructivista como marco teórico explicativo de los trastornos
del desarrollo. Este es el marco que subyace a todo el texto y que, por tanto, también
quedará reflejado, más adelante, en cada uno de los temas dedicados a los distintos
trastornos o alteraciones del desarrollo que se estudian.
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2. TRASTORNOS DEL DESARROLLO: ¿A QUÉ ESTAMOS HACIENDO
REFERENCIA?
Cuando hablamos de alteraciones o trastornos del desarrollo estamos haciendo
referencia a distintos tipos de condiciones evolutivas que cursan de manera diferente al
desarrollo típico. Se incluyen aquí aquellas situaciones de desarrollo diferente que se
caracterizan por i) producirse en momentos tempranos del desarrollo, afectando con ello
a los procesos básicos y funciones cognitivas superiores, ii) demandar la adopción de una
perspectiva ontogenética que permita entender cómo tiene lugar la trayectoria de
desarrollo de la persona, iii) mantenerse a lo largo del ciclo vital, con cambios y
diferencias según el momento de la ontogénesis, iv) producir dificultades de
funcionamiento en distintas áreas y contextos de desarrollo, y v) precisar de estrategias
de intervención que promuevan y faciliten el desarrollo y la calidad de vida (Gutiérrez-
Bermejo et al., 2017). A pesar de su carácter relativamente amplio, esta concepción de
las alteraciones o los trastornos del desarrollo excluye a los denominados trastornos
adquiridos, aquellos cuyo inicio no se sitúa en los momentos más tempranos de la
ontogénesis, sino posteriormente, en otro momento del ciclo vital (e.g., discapacidad
física adquirida en la adolescencia). Es el desarrollo, con su trayectoria atípica, el que
define las condiciones asociadas a los trastornos del desarrollo. Con ello empezamos a
destacar ya la idea de que es también el desarrollo el principal factor explicativo en los
trastornos que se estudian a lo largo de este texto.
Es importante considerar, no obstante, que la nomenclatura empleada en este campo
es compleja, no existiendo una única visión acerca de cómo referirse a las personas
caracterizadas por presentar un desarrollo diferente. Es por ello por lo que, junto con el
término de alteraciones o trastornos del desarrollo, se emplean otros, tales como
trastornos del neurodesarrollo, discapacidad, diversidad funcional y discapacidad del
desarrollo. En nuestro enfoque en este texto emplearemos indistintamente los términos
de alteraciones del desarrollo y trastornos del desarrollo. En cualquier caso, resulta
necesario conocer algunos de los matices diferenciales asociados a cada uno de los
términos mencionados.
Trastornos del neurodesarrollo es un término empleado con enorme frecuencia
tanto en el ámbito académico como en el profesional. Se alude aquí a aquellos trastornos
que tienen una base genética, ya sea conocida desconocida, o asociada a distintos factores
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multicausales, y en los que se produce algún tipo de alteración de inicio temprano en el
desarrollo cerebral y que acarrea dificultades en distintos procesos y funciones cognitivas.
Las dificultades se extienden desde la infancia hasta la vida adulta, manteniéndose
distintos tipos de alteraciones a lo largo del ciclo vital (Van Herwegen et al., 2015). Así,
aunque se vayan produciendo cambios, atenuándose incluso algunas de las dificultades
más nucleares a medida que se avanza en el desarrollo, los problemas persisten en la edad
adulta (Thapar et al., 2016).
El alcance y extensión de este término y su concepción subyacente se puede ver
reflejado en el uso que se hace del mismo en el DSM-5 (APA, 2014). La versión en inglés
recoge la categoría de “neurodevelopmental disorders”; en español, se está haciendo
referencia a los trastornos del neurodesarrollo (aunque se haya realizado una traducción
no demasiado afortunada, empleándose el término de “trastornos del desarrollo
neurológico”). Se incluyen dentro de los trastornos del neurodesarrollo las llamadas
discapacidades intelectuales, los trastornos de la comunicación, el trastorno del espectro
del autismo (TEA), el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), los
trastornos motores y los distintos trastornos específicos del aprendizaje. Se trata de
condiciones muy heterogéneas en cuanto a sus causas, siendo estas de naturaleza
heredable y, en la mayoría de las ocasiones, de tipo multifactorial. Se observa también
una gran heterogeneidad en las características clínicas y en la respuesta al tratamiento y
a la intervención, además de un elevado nivel de solapamiento tanto entre los propios
trastornos como entre las dificultades vinculadas a los mismos. Dichas dificultades se
extienden a distintos dominios fundamentales para el adecuado funcionamiento de la
persona, lo que lleva a que la evaluación y el tratamiento impliquen el trabajo de
profesionales de disciplinas diferentes (Thapar et al., 2016). La Figura 1 trata de reflejar
esta conceptualización.
Esta descripción resulta plenamente concordante con la que hemos ofrecido con
anterioridad para describir las llamadas alteraciones o trastornos del desarrollo; la
principal diferencia estriba en que, en este caso, se hace especial hincapié en la etiología
genética de los trastornos. Si bien la mayor parte de las condiciones evolutivas que
estudiamos en la asignatura podrían considerarse trastornos del neurodesarrollo de
acuerdo con esta definición, abordaremos también algunos trastornos cuyo inicio es muy
temprano, que demandan la adopción de una visión ontogenética, con un importante
impacto sobre distintos tipos de funciones psicológicas a lo largo del desarrollo y en los
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que, sin embargo, la etiología no es de naturaleza genética (por ejemplo, el caso de la
afasia en la infancia).
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venido llamando discapacidad (o el déficit) implica la asunción de la existencia de un
atributo personal con connotación peyorativa, aun cuando el origen de las posibles
dificultades de funcionamiento se sitúe en la existencia de barreras políticas y sociales
(ver Canimas Brugué, 2015, para una discusión al respecto). Se plantea aquí que es la
sociedad la que construye tanto el déficit como la discapacidad, dotándolos de una mirada
negativa, cuando, desde otro punto de vista, se podría simplemente hablar de maneras
diferentes de ser y de hacer las cosas, esto es, de capacidades diferentes. Este es el
planteamiento que subyace al término de diversidad funcional.
Sin embargo, se ha de considerar que las principales asociaciones internacionales y
nacionales en el ámbito de la discapacidad han planteado su desacuerdo con el término
de diversidad funcional, por entender que el término personas con discapacidad está
aceptado en la sociedad sin una connotación necesariamente negativa. De forma
importante, además, argumentan que hablar de diversidad funcional o de capacidades
diferentes lleva consigo un riesgo serio: el de minimizar las necesidades de apoyo que
tienen estas personas (Plena Inclusión, 2017). Si una persona tiene una capacidad distinta,
entonces no tiene por qué requerir de apoyos, cuando, en realidad, los apoyos resultan
fundamentales para optimizar el funcionamiento y la calidad de vida de la persona
(Thompson et al., 2010). Veremos el enfoque de los apoyos en el tema referido a la
discapacidad intelectual, aunque, como señalaremos en su momento, este enfoque se hace
extensivo al trabajo con personas con cualquier trastorno del desarrollo. Desde dichas
asociaciones se emplea, en su lugar, el término de discapacidad del desarrollo. Alude a
aquellas discapacidades que se originan en curso del desarrollo, entendido en nuestra
sociedad como aquel que abarca los primeros 18 años, y que implican la existencia de
importantes dificultades para el funcionamiento en distintas áreas de la vida de la persona,
dificultades que, como ya hemos mencionado, requerirán de apoyos.
En conjunto, y a pesar de las diferencias en las aproximaciones que subyacen a los
distintos términos referidos, podemos concluir que se van recogiendo, de una u otra
manera, las características anteriormente consideradas como definitorias del concepto de
alteraciones o trastornos del desarrollo que vamos a manejar en este texto. Aludiendo a
tales características, en esta asignatura, nos vamos a centrar en un conjunto de trastornos
que, de forma clásica, se han incluido entre los trastornos del desarrollo. Nos referimos,
fundamentalmente, a la discapacidad intelectual, el TDAH, el TEA y los trastornos del
desarrollo de la comunicación y del lenguaje.
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En cuanto a los trastornos específicos del aprendizaje, como trastornos del
neurodesarrollo en sí mismos, hemos de hacer notar que la definición que se ofrece al
respecto en el DSM-5 implica una afectación sustancial de las aptitudes para el
aprendizaje académico: lectora, de expresión escrita y matemática, y, también, que las
dificultades observadas no puedan explicarse como consecuencia de la comorbilidad con
otro trastorno (e.g., discapacidad intelectual, TEA, discapacidad sensorial). Sin embargo,
esto no significa que las personas con otros trastornos del desarrollo no puedan presentar
dificultades de aprendizaje, entendidas, en sentido amplio, como aquellos problemas que
puede presentar un niño en el contexto escolar y en su rendimiento académico. Este tipo
de dificultades se pueden producir por múltiples factores. En este sentido, las personas
con alteraciones del desarrollo, por sus características particulares, a menudo presentan
importantes dificultades al enfrentarse al aprendizaje escolar. Si bien el foco de esta
asignatura no va a estar situado en las dificultades académicas concretas que pueden
presentar las personas con trastornos del desarrollo, la relevancia del contexto educativo
para el desarrollo de las mismas justifica el que abordemos algunas de sus necesidades
educativas en este contexto.
Junto a los trastornos del neurodesarrollo mencionados, estudiaremos también las
alteraciones del desarrollo que se asocian a la discapacidad física (e.g., espina bífida,
parálisis cerebral) y la discapacidad sensorial (auditiva, visual o auditivo-visual). Como
veremos en los temas correspondientes, estas condiciones evolutivas implican también,
en una buena parte de los casos, la presencia de alteraciones de inicio temprano que
afectan al propio desarrollo de la persona en distintos ámbitos y a lo largo del ciclo vital,
derivándose de ello la necesidad de que reciban apoyos.
A lo largo de la asignatura, estudiaremos en detalle este conjunto de trastornos. En
este primer tema, aludiremos a algunos de ellos para empezar a ilustrar cuestiones
fundamentales en el estudio y el abordaje de los trastornos del desarrollo.
Figura 2. Modelo clásico de causación en los trastornos del desarrollo (amb: ambiente;
cog: proceso cognitivo; cdta: conducta). Adaptado de Bishop y Rutter (2008).
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entre el TEA, el trastorno del desarrollo del lenguaje y el TDAH, la evidencia disponible
apunta a este último escenario explicativo (Bishop, 2010; Johnson, Gliga, et al., 2015).
Al contemplar posibles factores de riesgo comunes entre trastornos resulta
especialmente útil acudir al concepto de endofenotipo. Un endofenotipo es un factor de
riesgo de naturaleza heredable que presenta una asociación con un trastorno o un rasgo
fenotípico determinado, articulándose así como mediador entre los niveles genético y
comportamental (Gottesman y Gould, 2003). La asociación presente es -también aquí- de
tipo probabilístico. Además, a pesar de la asociación existente, el endofenotipo, en sí
mismo, puede ser independiente del propio trastorno, en cuanto que se puede dar en algún
familiar de primer grado de la persona con el trastorno del desarrollo sin que dicho
familiar llegue a manifestar el trastorno como tal. Por ejemplo, las dificultades en atención
sostenida que se observan en momentos tempranos del desarrollo tanto en el TEA como
en el TDAH podrían constituir un endofenotipo que operaría en ambos trastornos
(Johnson, Gliga, et al., 2015). Como endofenotipo, estas dificultades podrían aparecer,
por ejemplo, en alguno de los padres o de los hermanos de la persona con uno de los
trastornos, sin que ninguno de estos familiares presentase el trastorno en cuestión.
Además, los dos trastornos (TEA y TDAH) se asocian a dificultades en funcionamiento
ejecutivo (Johnson, 2012). Dichas dificultades constituirían otro factor de riesgo. En el
caso de que las habilidades al respecto fueran más elevadas, representarían, en cambio,
un factor de protección que posibilitaría la puesta en marcha de mecanismos de
compensación ante la presencia de otras posibles atipicidades (Johnson, 2012).
Plantear la importancia de la posible existencia de mecanismos de compensación y
de endofenotipos comunes a distintos trastornos en momentos tempranos de la
ontogénesis implica, además, asumir que las atipicidades subyacentes pueden ser sutiles,
de amplio alcance y operar o tener efectos diferentes en distintos momentos del desarrollo
(Johnson, 2012). Retomaremos estas ideas en el siguiente apartado, cuando abordemos el
marco teórico sobre el que se articula la asignatura: el Neuroconstructivismo. Veremos
también cómo, desde la perspectiva neuroconstructivista desde la que vamos a concebir
los distintos trastornos del desarrollo que estudiaremos en la asignatura, los niveles de
causación anteriormente mencionados se conciben desde una visión integral de
complejidad, al plantearse la existencia de relaciones bidireccionales (por tanto, no
unidireccionales) y dinámicas entre cualesquiera de los niveles explicativos.
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Como hemos visto, la existencia de comorbilidad y el concepto de endofenotipo
suponen trascender la noción clásica de que existen límites claros entre las distintas
categorías diagnósticas sobre las que se articulan los trastornos del desarrollo, categorías
que, además, a menudo se definen en función de síntomas clínicos de acuerdo con
criterios convencionales relativamente arbitrarios. Toda esta complejidad tiene también
repercusiones desde un punto de vista aplicado, como ya hemos apuntado. Algunos
autores destacan que, en realidad, la coocurrencia entre trastornos constituye la regla, más
que la excepción (Thapar et al., 2016). Sin embargo, con mucha frecuencia, los servicios
de evaluación y tratamiento se encuentran compartimentados, tanto en relación con los
profesionales vinculados a los mismos (de distintos tipos, como se refleja en la Figura 1)
como en relación con los tipos de trastornos sobre los que trabajan (por ejemplo, los
profesionales que trabajan con personas con TEA pueden no estar especializados en
TDAH y viceversa). Esto limita las oportunidades de mejora y de optimización del
desarrollo de la persona, no solo en el caso de comorbilidad, sino también cuando se ha
diagnosticado un único trastorno. Además, la eficacia de los programas de intervención
puede variar en situaciones de comorbilidad o multimorbilidad. De este modo, los
resultados esperados a partir de un determinado programa de intervención habitualmente
empleado en el caso de un trastorno concreto pueden verse afectados por la presencia de
las otras condiciones evolutivas (Thapar et al., 2016). Los protocolos y guías de actuación
suelen estar especializados, estando referidos a un trastorno determinado. Si bien esto
puede representar una importante ayuda tanto para el profesional como para la familia,
no se debe olvidar que las necesidades de tratamiento y el propio pronóstico pueden
diferir ante la coocurrencia entre trastornos.
Acabamos de mencionar que, en ocasiones, los límites entre los trastornos no están
claros y que, además, los diagnósticos pueden basarse en criterios convencionales que
presentan una relativa arbitrariedad (Bishop, 2001, 2006). Una persona puede alcanzar
los criterios requeridos para un determinado trastorno y presentar síntomas propios de
otro sin llegar a alcanzar los puntos de corte -establecidos convencionalmente- para la
realización del diagnóstico del segundo trastorno. La especialización de servicios se
puede llegar a asociar con el riesgo de que estos otros síntomas pasen relativamente
desapercibidos. No obstante, una adecuada evaluación de las necesidades de la persona
debería llevar a la intervención y la provisión de apoyos también en esas otras áreas
afectadas. Podemos decir lo mismo en relación con cualquier otro tipo de dificultades que
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pueda presentar la persona con un trastorno del desarrollo concreto. Estas ideas,
planteadas por Thapar et al. (2016) e ilustradas en relación con el TDAH, quedan
reflejadas en la Figura 3.
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4.1. Fundamentos de la perspectiva teórica neuroconstructivista.
4.1.1. La importancia del desarrollo dentro de un sistema dinámico complejo.
Tomando al constructivismo (e.g., Piaget, 1955) como principal nutriente teórico,
desde el Neuroconstructivismo se considera que el desarrollo constituye una forma
amplia de adaptación por la que la persona trata de maximizar su ajuste con el ambiente
en el que se desenvuelve, introduciendo de forma activa una serie de cambios a lo largo
del desarrollo (Mareschal et al., 2007). Estos cambios dependen de la propia situación
previa de la persona en su trayectoria de desarrollo. No solo eso, además, canalizan las
posibilidades de desarrollo subsiguientes. Así, en el proceso continuo de búsqueda de
adaptación, la persona, de forma proactiva, irá construyendo su propia historia de
desarrollo. Partiendo de una situación de amplia potencialidad inicial, en la que, sin
embargo, existen restricciones (como veremos seguidamente), el desarrollo va a delinear
las posibilidades futuras (Gottlieb, 1991; Karmiloff-Smith, 1998a). Es decir, las distintas
acciones que se van llevando a cabo a lo largo de la trayectoria de desarrollo para
potenciar la adaptación al medio moldearán la propia trayectoria evolutiva (Gottlieb,
1991; Karmiloff-Smith, 1998a; Mareschal et al., 2007).
El desarrollo se considera, de este modo, tanto causa como resultado. Se defiende,
por tanto, que el desarrollo opera a través de un proceso de circularidad (multi)causal
(Johnson, 2011). La manera dinámica en la que se forja el litoral constituye una metáfora
muy ilustrativa de este proceso (Smith y Thelen, 2003). Las cualidades macroscópicas de
la costa, por ejemplo, sus bahías y penínsulas, contribuyen a definir causalmente procesos
microscópicos tales como el oleaje o las posibilidades de erosión. A su vez, estos procesos
microscópicos contribuyen causalmente a la definición de las propiedades macroscópicas
de mayor escala. Pero no todos los cambios que se van produciendo tienen el mismo
impacto. De manera similar, en el desarrollo tampoco existe linealidad entre los cambios
y sus efectos. Algunos cambios no tienen por qué generar un gran impacto. El impacto
de otros, sin embargo, se puede ver acrecentado a lo largo del desarrollo (Karmiloff-
Smith, 1998a; Mareschal et al., 2007). La ausencia de linealidad y el propio concepto de
trayectoria de desarrollo implican, a su vez, concebir y dotar de importancia a las
diferencias individuales entre las distintas personas. La variabilidad inter-individual se
considera el resultado de la propia trayectoria de desarrollo y, por tanto, un elemento
intrínseco al desarrollo en sí mismo (Mareschal et al., 2007).
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Desde la óptica de causalidad circular, la persona se entiende como un sistema
dinámico complejo en desarrollo, en el que sus distintos componentes, referidos a los
distintos planos de análisis o planos explicativos a los que hemos aludido con
anterioridad, interactúan entre sí (Smith, 2005; Smith y Thelen, 2003). Las relaciones de
interacción, además, son dinámicas y multidireccionales (a diferencia del modelo clásico
previamente descrito) (Gottlieb y Halpern, 2002). Entender a la persona como un sistema
dinámico complejo en desarrollo implica concebirla como una entidad en la que sus
distintos elementos están en continua interacción y, por tanto, en continuo cambio a lo
largo de la ontogénesis. Al considerar esta interacción, se tiene en cuenta que, en el
sistema en desarrollo, operan tanto factores intrínsecos al sistema como la experiencia
del sistema en su ambiente de desarrollo. Los factores intrínsecos hacen referencia a los
distintos elementos o niveles que van a imponer restricciones al propio sistema: los genes,
los elementos neurales y cerebrales, el propio cuerpo y el ambiente de la persona. Por su
parte, hablar de experiencia implica considerar la importancia de la actividad en cada
nivel del sistema y siempre desde un punto de vista relacional. Lejos de un enfoque pasivo
y predeterminado, se considera que es la actividad la que articula la conexión entre dos
niveles cualesquiera del sistema, ya sea en el plano horizontal, entre elementos del mismo
nivel, o en el plano vertical, entre elementos de niveles diferentes (Gottlieb, 2007). Se
entiende aquí, por tanto, la experiencia como el elemento de relación, de interacción, o,
en términos de Gottlieb (1991, 2007), de co-acción, entre los distintos componentes del
sistema. A través de esa actividad, el sistema se iría auto-organizando y las funciones
psicológicas irían emergiendo de forma cada vez más compleja progresivamente a lo
largo del desarrollo (Gottlieb, 1991). Se asume así una visión de epigénesis probabilística
de acuerdo con la cual se entiende que la arquitectura cognitiva humana, esto es, cómo se
forman y cómo están organizadas las funciones psicológicas (y sus correspondientes
correlatos cerebrales), es una propiedad emergente que va surgiendo a partir de las
relaciones dinámicas de interacción entre los distintos elementos o niveles desde lo que
se puede concebir a la persona. Esa emergencia progresiva de las funciones psicológicas
a lo largo de la ontogénesis será a su vez el producto de la trayectoria de desarrollo, en
definitiva, de la historia de vida de la persona. La Figura 4 ilustra las relaciones
multidireccionales y dinámicas a partir de las cuales irían emergiendo las funciones
psicológicas.
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Figura 4. Influencias dinámicas y multidireccionales a lo largo del desarrollo, de acuerdo
con la perspectiva de epigénesis probabilística. Adaptado de Gottlieb (1991, 2007).
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engenement (e.g., Gottlieb, 2007), encellment (e.g., Quartz, 1999), embrainment (e.g.,
Johnson, 2011), embodiment (e.g., Smith, 2005) y ensocialment (e.g., Sirois et al., 2008).
Describiremos estos niveles de organización superior en nuestra explicación de la visión
neuroconstructivista de los trastornos del desarrollo. No obstante, podemos apreciar ya
cómo este planteamiento implica una asunción profunda de la noción de complejidad.
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Se plantea así desde el Neuroconstructivismo que el proceso de especialización
progresiva, es decir, el proceso por el cual las funciones van siendo cada vez más
específicas, es un proceso fundamental articulador del desarrollo. En este proceso, es la
persona quien va seleccionando, de forma activa y dinámica, los estímulos relevantes de
acuerdo con su experiencia. También se considera, por tanto, que la proactividad es otro
proceso fundamental en el desarrollo. Estos dos procesos operan a través de un conjunto
de mecanismos. Para los intereses de esta asignatura, vamos a destacar el mecanismo de
cronotopía, esto es, la importancia de atender a la organización temporal del desarrollo.
Además, todo ello se articula de acuerdo con el principio general de dependencia de
contexto. Esto último implica un reconocimiento explícito de que el desarrollo no se
produce en el vacío. En cada nivel de organización, la actividad de cada elemento se ubica
dentro de un contexto concreto y es a través de la interacción con dicho contexto como
se produce el desarrollo (Mareschal et al., 2007).
Como hemos apuntado en el inicio de este apartado, la visión de relevancia de
dominio contrasta con las perspectivas de especificidad de dominio, por un lado, y de
dominio general, por otro.
Cuadro 1. Ideas nucleares de las visiones innatista y de dominio general en relación
con el desarrollo.
Desde una perspectiva innatista se considera que, desde el inicio, el cerebro está
dotado de mecanismos específicos de dominio (Fodor, 1983). Los genes determinarían -
de forma directa y unidireccional- la existencia de módulos, independientes e innatos,
encargados del procesamiento de estímulos específicos de un dominio determinado (por
ejemplo, el dominio del lenguaje), módulos que permitirían el logro de conductas
adaptativas. De este modo, las funciones psicológicas estarían preespecificadas de forma
innata, quedando así el desarrollo relegado a un papel muy secundario, como mera
maduración y resultado del despliegue de los mecanismos innatos (de manera similar, el
ambiente de desarrollo actuaría como mero desencadenante del procesamiento de los
estímulos de un determinado dominio). Esta visión se ha ilustrado empleando la llamada
metáfora de la navaja suiza (Karmiloff-Smith, 1998a, 2015). Una navaja suiza tiene un
conjunto de herramientas diferentes, todas ellas independientes entre sí, y que sirven para
funciones distintas. De forma parecida, la arquitectura cognitiva humana estaría formada
por un conjunto de módulos independientes dedicados a funciones distintas. Además,
dicha estructura modular estaría predeterminada.
Si, desde el innatismo, el punto de partida en la ontogénesis es la especificidad de
dominio, en el extremo opuesto, encontramos distintos planteamientos teóricos con
postulados radicalmente distintos pero desde los que se defiende que el cerebro humano
está desposeído de módulos innatos. En su lugar, se plantea aquí que, desde el nacimiento,
el cerebro opera a través de mecanismos de dominio general que se pueden aplicar a todo
tipo de aprendizajes (Karmiloff-Smith, 2009a).
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4.2. La visión neuroconstructivista de los trastornos del desarrollo.
4.2.1. Atipicidad en el desarrollo y sus procesos.
Como ya hemos destacado, el Neuroconstructivismo propone una continuidad a la
hora de explicar el desarrollo típico y el desarrollo alterado. Ambos tipos de desarrollo se
consideran el resultado de los mismos procesos (especialización progresiva y
proactividad, como acabamos de mencionar) operando a lo largo de la ontogénesis. Ahora
bien, los procesos van a operar, en cada caso, bajo restricciones distintas. En los
trastornos del desarrollo, las restricciones pueden ser diferentes en todos los niveles del
sistema en desarrollo (genes, neurobiología, cuerpo, ambiente), restricciones que, a su
vez, pueden imponer atipicidad a los propios procesos de desarrollo. Retomaremos esta
idea seguidamente.
Ya hemos explicado que, de acuerdo con el Neuroconstructivismo, el desarrollo se
considera una forma de adaptación en el que la persona trata de maximizar su ajuste con
el medio. Desde este marco teórico, se asume la misma óptica en relación con los
trastornos del desarrollo. Se plantea aquí que, en un trastorno del desarrollo, el fenotipo
resultante será el resultado natural del proceso de adaptación a lo largo de la trayectoria
ontogenética, un proceso de adaptación que, sin embargo, estará operando bajo
restricciones atípicas, como ya hemos apuntado (Johnson, Jones, et al., 2015). Por
ejemplo, desde la visión neuroconstructivista del TEA, se considera que una serie de
alteraciones muy tempranas de bajo nivel relacionadas con el procesamiento neural (por
ejemplo, alteraciones sinápticas generalizadas) dificultan el procesamiento de los
estímulos de naturaleza más compleja, esto es, los estímulos comunicativos y sociales.
La adaptación a esta característica del propio sistema en desarrollo llevaría a que la
persona, progresivamente y de forma activa, se alejara de este tipo de estímulos,
originándose con ello uno de los síntomas nucleares del trastorno, las dificultades
sociocomunicativas (Johnson, Jones, et al., 2015). Vemos también así ilustrada la
existencia de restricciones iniciales atípicas en el nivel neural en las personas con TEA y
su impacto en el desarrollo.
Es fundamental entender que, de acuerdo con el Neuroconstructivismo, las
atipicidades en las restricciones que se imponen desde cualquier nivel de análisis desde
los momentos más tempranos de la ontogénesis pueden tener efectos en cascada a lo largo
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del desarrollo (Karmiloff-Smith, 1998a; Oliver et al., 2000). Puesto que el punto de
partida es cualitativamente distinto, se destaca la importancia de considerar los trastornos
del desarrollo desde los momentos más tempranos. La visión de sistema complejo
dinámico en desarrollo que se adopta desde el Neuroconstructivismo implica que,
también en los trastornos del desarrollo, los distintos factores intrínsecos al sistema co-
actúen, produciéndose con ello cambios a lo largo de la trayectoria de desarrollo. Cada
elemento del sistema, en su relación con cualquier otro componente del mismo, generará
efectos en cascada en el sistema en su conjunto. Esto es, cualquier elemento del sistema
podrá tener efectos sobre otros componentes, encadenándose unos con otros, con efectos,
además, no lineales entre ellos ni a lo largo del desarrollo. Por ello, el impacto de algunos
de los factores intrínsecos al sistema, con sus restricciones atípicas y su interacción con
otros elementos, puede llegar a ser de amplio alcance. Por ejemplo, en el tema 5
ilustraremos cómo las restricciones en el nivel corporal tienen, desde los primeros
momentos del ciclo vital, un importante efecto en cascada sobre todo el sistema en
desarrollo y, por tanto, sobre el funcionamiento de la persona.
La atención al mecanismo de cronotopía (recordemos, la importancia de la
dimensión temporal del desarrollo) resulta también fundamental. Se defiende la
importancia de estudiar los cambios inherentes al desarrollo, la propia trayectoria de
desarrollo de la persona, para entender así cómo se llega a un resultado fenotípico
determinado y sin asumir, en ningún momento, que el fenotipo que se observa en la edad
escolar o la edad adulta tenga que ser el mismo que el que caracteriza al desarrollo
temprano (Karmiloff-Smith et al., 2003; Thomas et al., 2009). Por ejemplo, si
consideramos el caso del TEA, en los momentos más tempranos de la ontogénesis no se
observa la sintomatología característica del trastorno, como veremos en el tema
correspondiente.
En relación con la dimensión temporal del desarrollo, desde el
Neuroconstructivismo también se defiende que incluso cuando un déficit inicial pueda
superarse en un momento posterior del desarrollo, esto no quiere decir que ese déficit no
haya dejado su impronta sobre distintos procesos, dadas las relaciones que operan entre
los distintos niveles del sistema, es decir, dada la visión de sistema en desarrollo y los
efectos en cascada que se producen en el mismo (Karmiloff-Smith, 1998a, 2009b). Es por
ello por lo que resulta también muy importante no minimizar el impacto de la posible
existencia de un retraso en el desarrollo que, desde esta óptica, constituye, en sí mismo,
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una alteración (Dekker y Karmiloff-Smith, 2011). Por ejemplo, en el síndrome de
Williams, un trastorno del neurodesarrollo de origen genético conocido, en bebés y niños
preescolares, se observa retraso en el desarrollo de conductas de comunicación referencial
(e.g., en el uso de protodeclarativos, los gestos que utilizan los niños pequeños para
compartir su interés y atención por cualquier objeto u evento) y esto implica una
alteración en el propio proceso de adquisición del lenguaje (Laing et al., 2002).
Como señalamos con anterioridad, desde el Neuroconstructivismo, se considera que
las funciones psicológicas emergen a través de un proceso gradual de adaptación que
incorpora dos procesos de desarrollo fundamentales: la especialización progresiva y la
proactividad. Estos procesos se encuentran intrínsecamente relacionados (Mareschal et
al., 2007). Así, como consecuencia de la proactividad, el niño, de forma activa, lleva a
cabo un proceso por el que explora y procesa información del entorno con el fin de extraer
aquellos aspectos de los estímulos que resulten más relevantes para el ambiente en el que
se está desarrollando. Este proceso implica un aprendizaje sobre las diferentes
dimensiones estimulares del entorno y, a partir del mismo, se produce el proceso de
especialización (Frankenhuis y Panchanathan, 2011a, 2011b). Como ya habíamos
destacado, la especialización va a implicar una mayor eficiencia en el procesamiento de
los estímulos relevantes dentro del contexto de desarrollo de la persona (Karmiloff-Smith,
2015). Ahora bien, en los trastornos del desarrollo, tanto el proceso de especialización
como el proceso de proactividad pueden presentar alteración.
Vamos a ilustrar estas alteraciones en el caso del TEA. Como hemos mencionado
con anterioridad, alteraciones neurales tempranas dificultan el procesamiento de los
estímulos sociales, por ser estos de naturaleza compleja, esto es, nos encontramos ante
estímulos altamente cambiantes. Por ejemplo, el rostro humano es un estímulo social
enormemente relevante pero también altamente cambiante en sus expresiones y
configuración. La relevancia del rostro humano como estímulo social lleva a que, en el
desarrollo típico, se produzca especialización a este tipo de estímulos. Esto se ha puesto
de manifiesto a través de distintos tipos de evidencia, como, por ejemplo, el hecho de que
las personas con desarrollo típico lleguen a presentar una ventaja o mayor facilidad para
el procesamiento de rostros en comparación con el procesamiento de los objetos. Sin
embargo, este funcionamiento diferencial no parece observarse de la misma manera en el
TEA (Grelotti et al., 2005). La experiencia de dificultad para el procesamiento de los
estímulos faciales conduciría a que las personas con TEA tengan un menor interés por
22
este tipo de estímulo social y prefieran orientarse a otro tipo de estímulos cuyo
procesamiento les resulte más sencillo. Esa selección diferente de estímulos puede
conducir a que se produzca especialización ante aquellos estímulos más fáciles de
procesar y que les generan mayor interés, como puede ser el caso de algunos objetos
(Grelotti et al., 2005). Vinculado a la atipicidad en el proceso de especialización, vemos
también aquí reflejado el proceso de proactividad. Sería la persona la que activamente
seleccionaría y se orientaría de forma preferente a ese otro tipo de estímulos no sociales,
una de las características más nucleares del TEA, como veremos en el tema
correspondiente.
Desde el Neuroconstructivismo, las alteraciones en el proceso de especialización
progresiva ocupan un lugar central en la explicación de los trastornos del desarrollo
(D’Souza y Karmiloff-Smith, 2011; Karmiloff-Smith, 1998a). Esta manera de concebir
los trastornos del desarrollo dista enormemente de la de otra perspectiva que
frecuentemente se ha utilizado para explicar estas condiciones evolutivas: la perspectiva
innatista (Karmiloff-Smith, 2009b). La visión innatista de los trastornos del desarrollo y
su contraste con la concepción neuroconstructivista se presenta en el Cuadro 2.
33
con el contexto de desarrollo, se destaca, por un lado, la relevancia de los recursos de la
familia, tanto en relación con los recursos materiales y la red de apoyo social familiar,
como en relación con las características personales de los padres (por ejemplo, su
bienestar emocional, la percepción que tengan de su propia competencia parental o sus
estrategias de afrontamiento ante la existencia de dificultades). Por otro, en un nivel
diferenciado, los patrones de interacción familiar se consideran un elemento fundamental
del sistema.
Desde este modelo, se defiende que la atipicidad asociada a un trastorno del
desarrollo impone condiciones de vulnerabilidad a todo el sistema. En este sentido, a
pesar de que, en términos generales, los padres de los niños con trastornos del desarrollo
son capaces de ajustarse a las características del hijo, dichas características pueden llegar
a representar un factor estresante con un impacto negativo sobre los patrones de
interacción de la familia. Puesto que se considera que los patrones de interacción familiar
constituyen un factor proximal con impacto directo sobre el desarrollo del niño, se
propone la mejora de la calidad de los patrones de interacción familiar como objetivo
fundamental de la intervención.
Al respecto, al igual que en el desarrollo típico, se plantea que la promoción de
una respuesta sensible por parte de los padres de los niños con trastornos del desarrollo
constituye una potente herramienta optimizadora del desarrollo (Guralnick, 2017). Un
estilo parental sensible es aquel que está adaptado a las necesidades del niño. Implica que
los padres sean capaces de percibir de forma precisa estas necesidades, de acuerdo con
cada situación y el nivel de desarrollo del hijo y que, además, ofrezcan una respuesta
contingente a estas necesidades. Este estilo se caracteriza también por su calidez y
afectividad y por ofrecer apoyos cognitivos que resulten adecuados para el niño, entre
ellos, un input lingüístico rico y conductas que estén dirigidas a mantener el foco
atencional del hijo (Landry et al., 2008).
El hecho de que, desde este modelo, se plantee como objetivo fundamental la
mejora de la calidad de los patrones de interacción familiar no implica, en modo alguno,
que se atribuya un factor causal a los padres. Se entiende, en cambio, que la atipicidad en
las interacciones sociales del sistema puede mantener o amplificar la vulnerabilidad
asociada al trastorno (de forma alternativa, los patrones de interacción familiar también
pueden constituir un factor de protección). Se asume que es el desarrollo atípico del niño
el que impone un conjunto de retos a la dinámica familiar, estableciéndose las cadenas de
34
influencia recíproca entre los distintos elementos del sistema a las que ya hemos hecho
referencia. Así, las características del niño afectarán a los patrones de interacción familiar,
dichos patrones afectarán al niño, pero este efecto estará, además, mediado por las propias
características individuales del niño en sí mismo. Tales características también pueden
constituir un factor estresor en el nivel de los recursos de la familia, lo que también tendrá
un impacto sobre los patrones de interacción familiar. Por ejemplo, la atipicidad que
conlleva un trastorno del desarrollo puede asociarse a una necesidad de apoyos y servicios
con un coste excesivo para la familia, a que la familia reduzca sus redes y contactos
sociales, o a que los padres se sientan superados y presenten alguna psicopatología
(frecuentemente, depresión, ansiedad y/o estrés, e.g., Schnabel et al., 2020). Como factor
de riesgo, pero también como factor de protección, por ejemplo, si la familia cuenta con
una red extensa de apoyo social o estrategias de afrontamiento adaptativas, el nivel de los
recursos familiares constituye un factor distal sobre el desarrollo del niño (Guralnick,
2017). La aproximación de sistemas en desarrollo propuesta por Guralnick se ilustra
esquemáticamente en la Figura 6.
36
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA
En este documento se ilustran distintos tipos de argumentos que se emplean tanto desde
la visión innatista como desde la visión neuroconstructivista para explicar los trastornos
del desarrollo.
37
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