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Fallo De Luca contra Banco Francés del Rio de la Plata

De Luca, José E. y otro v. Banco Francés del Río de la Plata.

Tribunal: Corte Suprema de Justicia de la Nación.


Fecha: 25/02/1969
Partes: De Luca, José E. y otro v. Banco Francés del Río de la Plata.
Publicado: Fallos 273:87. JA 1-1969-565.
OPINIÓN DEL PROCURADOR GENERAL.- Considerando: los actores, ex
empleados del Banco Francés del Río de La Plata que en junio de 1959 fueron dejados
cesantes por dicha institución (ver fs. 3 y 6), demandaron en estos autos la
reincorporación a sus empleos "bajo apercibimiento de lo determinado por la ley 12637
y su decreto reglamentario 20268/1945 ", y el cobro de los sueldos caídos a partir de las
fechas de las respectivas cesantías.
En el curso del pleito los accionantes también invocaron en apoyo de sus reclamos, la
ley 16507 (ver fs. 212).
En el escrito de contestación la demandada opuso diversas defensas, entre ellas la
inconstitucionalidad del art. 6 decreto 20268/1946. Posteriormente, sostuvo también que
la ley 16507 , invocada por los actores, era incompatible con las garantías de la ley
fundamental que citó en su presentación de fs. 215.
La sentencia definitiva de fs. 236 declaró la inconstitucionalidad de esta última ley, pero
desestimó, en cambio, las tachas opuestas contra el decreto 20268/1946 ya citado. En
consecuencia, confirmó la resolución de primera instancia obrante a fs. 231, que había
condenado al Banco Francés del Río de la Plata "a reincorporar a los actores en sus
cargos dentro del quinto día, y a abonarles los sueldos mensuales y a los anuales
complementarios devengados desde las fechas de sus respectivas cesantías hasta el
momento de sus efectivas reincorporaciones".
Como en el recurso extraordinario de fs. 340 la demandada, entre otros agravios,
mantiene la impugnación que articulara contra el art. 6 decreto 20268/1946, estimo
procedente dicha apelación.
En cuanto al fondo del asunto, al dictaminar el 26/7/1967 en autos "Caputi Ferreyra,
José M. v. Banco Español del Río de la Plata s/cobro de pesos", me pronuncié por la
inconstitucionalidad de la norma mencionada, con fundamentos que, en homenaje a la
brevedad, me permito dar por reproducidos en la presente ocasión (1).
En su mérito, pues, opino que corresponde revocar la sentencia apelada.- Eduardo H.
Marquardt.
NOTA:
(1) Este dictamen dice así:
La sentencia del tribunal bancario obrante a fs. 85/88 de estos autos, confirmada por la
C. Nac. Trab. a fs. 114, condena al Banco Español del Río de la Plata Limitado S.A. a
reincorporar al actor, Dr. José M. Caputi Ferreyra, en el puesto que éste desempeñaba
cuando se produjo su despido, que tuvo lugar el 31/7/1957 (ver fs. 41 del expediente
agregado). Asimismo, el fallo declara que la institución aludida está obligada a pagar las
remuneraciones que hubiera debido percibir el demandante en el período comprendido
entre la cesantía y la reincorporación.
La sentencia se apoya en las disposiciones del decreto 20268/1946 , que obligan a
reincorporar a los empleados cuya cesantía no obedezca a las causas contempladas por
el art. 3 ley 12637, o en su defecto, a abonarles igualmente las retribuciones que
hubieran debido percibir.
Ahora bien, el banco ha deducido recurso extraordinario contra el pronunciamiento de
que se trata alegando que las referidas disposiciones del decreto 20268/1946 son
incompatibles con la ley 12637 , que reglamentan, y violatorias de las garantías de los
arts. 14, 16 y 17 CN.
Estimo preciso señalar, para una mejor comprensión del caso, la necesidad de medir los
verdaderos alcances de la sentencia impugnada a la luz de lo que prescriben el art. 2 ley
12637, según el texto establecido por el decreto 15355/1946 , y el art. 6 decreto
20268/1946, en el sentido de que los empleados bancarios tienen derecho a ser
mantenidos en su carrera sólo hasta que estuvieren en condiciones de obtener jubilación
ordinaria.
De acuerdo con ello, si al momento de dictarse el pronunciamiento que ordena el
reintegro del empleado éste se encuentra en situación de jubilarse; está claro que el
mandato de reincorporación carece de efecto.
En cierta medida, eso es lo que ocurre en el caso, pues la propia sentencia, en cuanto
también dispone el pago de las remuneraciones que habría obtenido el actor de
continuar en su empleo durante el tiempo transcurrido hasta la conclusión del pleito,
viene a otorgar a aquél, que no se hallaba en condiciones de jubilarse cuando se produjo
la cesantía, un título suficiente a fin de percibir jubilación ordinaria dentro del régimen
previsional para el personal bancario.
En efecto, la obligación de abonar las retribuciones recién aludidas supone, por fuerza,
el reconocimiento de la subsistencia ininterrumpida del vínculo que ligaba a las partes.
Ello sentado, resulta que sería aplicable al caso del Dr. Caputi Ferreyra lo dispuesto por
el art. 9 ley 16588, que otorgó al personal bancario la posibilidad de compensar la falta
de los años de servicio exigidos para lograr jubilación ordinaria, con el exceso de edad
respecto del mínimo fijado por la propia ley 16588 como condición para obtener el
beneficio.
Por virtud de tal norma, y supuesta la permanencia del vínculo laboral, el actor tendría
un derecho jubilatorio nacido con la vigencia de la ley citada, pues entonces contaba
con edad suficiente para compensar los quince años de servicios bancarios que
necesitaba aún cumplir, en caso de que no tuviese otros computables (no lo son,
conviene aclararlo, aquellos a los que se refiere el informe de fs. 65), a fin de obtener
jubilación ordinaria por la Caja Nacional de Previsión Social para el Personal Bancario
y de Seguros (ver en cuanto a la edad del demandante, el testimonio de escritura que
luce a fs. 1 del expediente agregado, y en lo tocante a los años de servicios bancarios
prestados, lo que se manifiesta a fs. 3 vta. de dicha causa).
Ello establecido, y dado que fue voluntad inequívoca del banco prescindir de los
servicios del actor, no cabe presumir la continuación del vínculo laboral más allá del
momento hasta el cual la ley garantiza la estabilidad del empleado, es decir, hasta la
oportunidad en que éste pudo obtener jubilación. Por lo tanto, es indudable que, desde el
punto de vista del fallo recurrido, la relación entre el demandante y el banco debía
tenerse por definitivamente concluida cuando fue puesta en vigencia la ley 16588.

De modo, pues, que aun en el caso de mantenerse el fallo apelado, no existiría para el
banco una obligación actual de readmitir al Dr. Caputi Ferreyra, sino tan sólo la de
abonarle las remuneraciones correspondientes al período que medió entre el despido y la
ocasión en que ha de estimarse disuelta la relación laboral lapso que, con arreglo a lo
expresado, se extiende desde agosto de 1957 a noviembre de 1964.
Sin embargo, tal circunstancia no priva a la demandada de interés para impugnar la
validez del art. 6 decreto 20268/46, que únicamente dispone de manera explícita la
reincorporación o, en caso de no producirse ésta, que se paguen de todos modos las
retribuciones pertinentes.
En efecto, la carga que la sentencia impone al banco deriva del reconocimiento
implícito, pero forzoso, de la continuación ininterrumpida del vínculo laboral entre las
partes, que es consecuencia del criterio, fundado en lo prescripto por la norma
cuestionada, según el cual son nulas las cesantías dispuestas en contravención al
régimen de estabilidad emergente de la ley 12637 y del citado decreto 20268/1946 (ver
Monzón, "Despido de los empleados bancarios y seguros, DT 1965-229).
Sentado que, en términos generales, el recurrente tiene interés para poner en tela de
juicio las normas aludidas, corresponde examinar los agravios que formula contra la
sentencia de fs. 114.
En primer lugar, procede advertir que, como el propio apelante viene a reconocerlo, no
le causa gravamen el régimen instituido en cuanto crea una situación de privilegio a
favor de los empleados no reincorporados frente a los que permanecen prestando
servicios, sometidos a los riesgos que importa la continuación de la actividad
profesional, pues, con arreglo a la jurisprudencia de V.E., esa tacha sólo puede ser
invocada por aquellos en cuyo perjuicio se llevaría a cabo la discriminación cuestionada
(sentencia dictada in re "Flores, Elvio v. La Inmobiliaria Cía. Argentina de Seguros
Generales" -F. 24 L. XV-, con fecha 27/12/1965).
De los otros agravios que articula el apelante, uno se refiere a la incompatibilidad entre
la ley 12637 y las prescripciones de su decreto reglamentario 20268/1946 aplicadas en
el sub iudice, cuestión que como se lo declaró, examinando una tacha análoga, en el
precedente citado en el párrafo anterior, tampoco sustenta el recurso extraordinario,
dado que remite a la interpretación de las normas no federales que rige el caso.
Pero en cuanto toda a la impugnación deducida con apoyo en las garantías de los arts.
14 y 17 CN., estimo que ella es fundada y, por tal motivo, me permito aconsejar la
revisión del criterio sentado acerca del punto en la sentencia recordada más arriba.
Creo, en primer término, que el sistema de estabilidad del personal bancario, tal como lo
establece la ley 12637 y su decreto reglamentario 20268/1946 , desconoce el derecho
que asiste a las empresas particulares para dirigir su actividad con un margen razonable
de autonomía, que sin duda asegura el art. 14 CN. cuando consagra la libertad de
comerciar y ejercer toda industria lícita.
Como es sabido, el art. 3 ley 12637 modificado por el decreto ley 15355/1946 y el art. 8
decreto 20268/1946 enumeran taxativamente las causas de despido justificado de los
empleados de banco, que son: a) condena judicial por delitos contra el banco o contra
terceros; b) inhabilidad física o mental; c) enfermedad contagiosa crónica que
constituya un peligro para el personal; d) inasistencias prolongadas o reiteradas; e)
desobediencia grave y reiterada a las órdenes e instrucciones que reciban los empleados
en el ejercicio de las funciones bancarias respectivas, o conducta desordenada; f)
embargos reiterados de sueldos.
Fuera de estos supuestos, de acuerdo con lo prescripto por el art. 6 párr. 1º decreto
20268/1946, los bancos no tienen derecho a disponer las cesantías de sus empleados, so
pena, como ya lo he expresado, de abonarles, en caso de no acceder a su
reincorporación, las remuneraciones que les hubiera correspondido percibir hasta
hallarse en condiciones de obtener jubilación ordinaria.
La única excepción contemplada por el decreto aludido es el caso de cesación definitiva
de las actividades de la entidad, pues en ese supuesto la relación laboral simplemente se
disuelve, reconociéndose a los empleados tan sólo derecho a recibir una indemnización
igual a un mes de sueldo por cada año de servicios (art. 6 párr. 4º decreto 20268/1946).
Se controvierte, en cambio, si la cesación de actividades en un lugar determinado,
producida por el cierre de una sucursal, puede ser equiparada a la hipótesis prevista por
la norma citada (ver "Tratado de Derecho del Trabajo", dirigido por Deveali, Mario L.,
t. III, 1965, p. 363, n. 4 y nota 312).
Por tanto, los bancos se encuentran impedidos de prescindir de los servicios de
dependientes que aunque no hayan cometido faltas graves reiteradas no merecen más la
confianza de la institución, lo cual es particularmente serio, si se piensa, por ejemplo, en
la situación que se crea al producirse una absolución por duda, o cuando los empleados,
sin cometer faltas graves, terminan demostrando total ineficiencia (a este último
respecto ver el caso a que se alude en "Tratado de Derecho del Trabajo" cit., p. 405).
Igualmente es preciso conservar a los empleados para los cuales no existe ya tarea útil
que realizar -que es, precisamente, lo alegado por la demandada en este caso-, o cuyos
puestos conviniese suprimir por razones imperiosas de economía. Tampoco cabe
solucionar por esta vía los problemas de relación que pueden imposibilitar la
colaboración útil del personal de una empresa y que a veces no encuentran remedio sino
en la separación de un dependiente. Y también es dable señalar que el derecho a la
estabilidad propia, con la consiguiente restricción para el banco, nace luego de un
tiempo brevísimo de prueba, que, actualmente, después de la derogación del decreto
5547/1959 por el decreto 1368/1963 , es de solamente seis meses.
Desde luego, se advierte que existe inadecuación entre los regímenes de estabilidad de
esta categoría y las exigencias elementales de un sistema en el cual es regla la gestión
económica privada.
Justamente, esta consideración explica que el art. 14 nuevo de la ley fundamental que
consagra la estabilidad de los empleados públicos, se limite a garantizar a los
trabajadores en general la protección contra el despido arbitrario.
Ello surge de la exposición del convencional que informó acerca del punto,
distinguiendo entre la esfera del Derecho Público en la que el poder discrecional es la
excepción, y la de las relaciones del Derecho Privado en la que aquél es regla, citando
asimismo la opinión de Barassi, quien, si bien no acepta la tesis de que la estabilidad sea
exclusiva de los servicios públicos, reconoce que es rara en el campo del Derecho
Privado debido a la limitación que importa para la autonomía de los empleadores.
También expresó el miembro informante que "resulta muy difícil obligar a un
empleador a readmitir en el local de su empresa, para reincorporarlo al empleo, al
trabajador cuyos servicios desea no utilizar más", y que "no se trata en el caso de una
dificultad meramente jurídica que puede ser salvada mediante condenas conminatorias o
compulsivas, tan comunes en el derecho angloamericano, y que en casos aislados han
tenido aplicación en nuestro país, sino de una imposibilidad lógica y humana, caso del
comerciante y del banquero, empleado de gran confianza, etcétera". (Diario de Sesiones
de la Convención Nacional Constituyente, t. II, 1957, ps. 1226 y 1227).
La dificultad, pues, ha sido percibida, pero, en cambio, no se ha determinado bien si ella
obsta en todos los casos (dejando de lado el de los representantes gremiales, del que
aquí no se trata), a que se extienda al campo privado un régimen de estabilidad como el
que es propio de los empleados públicos, o si, en cambio, existirían hipótesis en las
cuales el legislador, cierto que por excepción, estaría facultado para crear tales sistemas
en el ámbito aludido en segundo término. Sea ello como fuera, se desprende de las
propias palabras del miembro informante que, respecto del personal, bancario, entre
otros, no era procedente que el legislador ejerciera la facultad referida.
Por mi parte, creo que la cuestión no debe formularse en tales términos, porque
establecida la distinta naturaleza de la actividad privada, cuyo signos es la autonomía,
con el consiguiente reconocimiento de una amplia esfera en la que los particulares
tienen derecho a ejercer su discreción y prudencia, y la gestión pública, en la cual la
legalidad es el principio fundamental, un sistema de estabilidad rígido como el que
existe en este último campo no es aplicable al primero. Ello no obsta, por cierto, a que,
persiguiendo legítimos objetivos sociales, puedan establecerse regímenes que mediante
la creación de sistema indemnizatorios más flexibles garanticen mejor a los
trabajadores, teniendo en cuenta su antigüedad en el empleo, la conservación de éste
mientras no existan causas razonables que justifiquen la separación.
En tales casos, lo principal será que los sistemas de que se trate no lleguen a suprimir,
prácticamente, el poder discrecional que es imprescindible reconocer a las empresas
particulares en lo concerniente a la integración de su personal. Ello evidentemente no
ocurre si, como en la hipótesis aquí examinada, las causas admitidas para justificar la
cesantía son tan pocas que incluso impiden la separación por una sola falta grave, y para
nada tienen en cuenta las delicadas situaciones que se dan cuando se quiebra la relación
de confianza entre empleador y empleado.
Estas consideraciones me parecen bastante para concluir que la ley 12637 y el decreto
20268/1946 , en cuanto limitan las causas de cesantía hasta excluir situaciones como las
antes mencionadas, entre las cuales se cuenta, claro está, la falta permanente de tareas a
asignar al empleado, que es, como ya lo he dicho, lo alegado aquí por la demandada, no
respetan las exigencias mínimas de la garantía del art. 14 CN. en orden al
reconocimiento de un ámbito suficiente de autonomía al poder de dirección propio de
las empresas privadas.
Ya he adelantado que no sólo desde este punto de vista me parecen inválidas las normas
cuestionadas, sino que también lo son consideradas a la luz de la garantía de la
propiedad. No comparto, en efecto, la tesis que sustenta lo decidido en el citado caso
"Flores, Elvio v. La Inmobiliaria Cía. Argentina de Seguros Generales", conforme con
la cual el pago de las remuneraciones sin que exista contraprestación por parte del
empleado no lesiona la garantía de la propiedad, ya que el empleador prescinde por un
acto de libre voluntad de utilizar la actividad que el dependiente pone a su disposición.
Este argumento resulta, en apariencia, satisfactorio, porque es frecuente que los
empleadores deban abonar retribuciones por tiempo no trabajado, ya sea que ello
obedezca al cumplimiento de obligaciones de asistencia y previsión, como es el caso de
las vacaciones anuales, de las licencias por enfermedad, maternidad, etcétera, o porque
la labor se haya visto interrumpida a raíz del ejercicio arbitrario de las facultades de
dirección del empleador, lo que sucede, verbigracia, en las hipótesis de suspensión
injustificada y lock out ofensivo.
Pero, en todos estos casos, se supone que el trabajador integra efectivamente el
organismo de la empresa, y es esa vinculación real la que crea para aquélla deberes de
solidaridad de los que resulta la obligación de abonar el salario en períodos en los
cuales, momentáneamente, no se prestan servicios, Mas, a la postre, aunque en ciertos
lapsos la realización del trabajo se suspenda, el dependiente no desvinculado de la
empresa ve siempre su actividad regulada en consideración a las exigencias, incluso
sociales y humanas, de la organización de la misma, y a las alternativas de su
funcionamiento. Por ello, desde tal punto de vista, puede decirse que el ocio propio de
la interrupción del trabajo es, en cierto modo, verdadero servicio, en cuanto no
constituye para el dependiente libre disposición de su actividad sino acatamiento a la
ordenación de ésta por parte del empleador.
Muy distinta es la situación de quien, por no haber sido reincorporado, no pertenece a la
empresa, dado lo cual no cabe afirmar que se interrumpa el trabajo que habitualmente
realiza, sino que efectivamente no tiene tal trabajo, a la vez que goza de sustancial
libertad para obtener provecho de su tiempo, sin otro límite que la elección de lo que
juzgue de mayor conveniencia para sí en caso de ser nuevamente llamado por la entidad
en que antes se desempeñaba.
En definitiva, es la participación real en el cuerpo económico organizado que es la
empresa lo que decide acerca de la obligación de pagar las retribuciones, incluso en
ciertos períodos de interrupción de la labor, pero, justamente, sólo por una total ficción
podría decirse que es miembro de ese organismo quien no ha sido reincorporado a él.
Estimo, en consecuencia que el pago de las remuneraciones aludidas, en cuanto tales, no
encuentra justificación alguna.
Por otra parte, entiendo que tampoco cabría considerar que las sumas correspondientes
sean el resarcimiento de un acto ilícito constituido por el despido y la negativa a la
reincorporación.
En este orden de ideas, es preciso señalar que si se tratara de una verdadera
compensación del daño, la obligación establecida por la ley sólo reposaría sobre una
presunción iuris tantum que podría ser desvirtuada por el empleador demostrando en
cada caso la posibilidad de que su antiguo empleado obtuviera ingresos en nuevas
actividades.
Tal presunción sería por otra parte absurda, por suponer justamente lo contrario de lo
que normalmente sucede, pues no es lo común que las personas capaces de trabajo útil
no logren emplear su tiempo en labor productiva alguna.
Cabe poner de manifiesto, a este propósito, la distinta naturaleza de la indemnización
por despido creada por la ley 11729 , ya que ésta obliga al empleador a entregar al
dependiente cesante una remuneración diferida a efectos de ponerle, en lo posible, a
salvo de premuras económicas durante el tiempo que tardare en obtener una nueva
ocupación.
Si, pues, quisiera buscarse alguna causa a la obligación establecida por la norma que
impugna el apelante, ella no habría de encontrarse sino en el ejercicio de la potestad
represiva del Estado. Pero, entonces, sería necesario probar la validez del uso de ese
poder a los fines de forzar el cumplimiento de las obligaciones de que aquí se trata.
Supuesta, por hipótesis, una solución afirmativa, se estaría, de todos modos, aceptando
una tesis que no conceptúo admisible.
En efecto, una cosa son las meras multas civiles, siempre vinculadas al resarcimiento de
un daño que, por eso, han de ser percibidas por quienes tengan derecho a la reparación;
y otro, en cambio, es el caso de que verdaderas y graves penas sean impuestas en
exclusivo beneficio de particulares, pues así vendría al restablecerse un tipo de
institución propio de formas de organización social anteriores al Estado moderno.
El pago de las cantidades de que se trata aparece, por tanto, únicamente como una
exacción en provecho de determinados particulares, es decir, como enriquecimiento de
unas personas a costa de otras sin motivo valedero que lo justifique.
Y bien, se ha reconocido como indiscutible que no le está permitido al Estado proceder
de ese modo aunque fuese so color del ejercicio de facultades impositivas, porque ni por
ese, ni por otro motivo, es posible tomar los bienes de unos ciudadanos con el fin de
darles a otros sin título alguno para recibirlos (ver Cooley, "Constitucional Limitations",
vol. II, 1927, Boston, p. 1034). Si ello es así, tampoco puede el legislador realizar tales
actos de disposición arbitraria del patrimonio de los particulares por vía del ejercicio de
las atribuciones emanadas del art. 14 nuevo CN.
Por otra parte, cuando se crean cargas que debe soportar únicamente un grupo de
personas para procurar a otro un beneficio dado, es preciso, en atención al principio
aludido, que entre ambos sectores medien vínculos que justifiquen las prestaciones
impuestas (doct. de Fallos 250:160, consid. 3). Y con mayor razón será aplicable esta
exigencia si del beneficio que se otorga deriva, como aquí ocurre, un resultado
susceptible de objeción desde el punto de vista ético, pues quien percibe dicho beneficio
obtiene, sin actividad alguna de su parte, una ganancia segura con la que puede eximirse
de la normal obligación de trabajar, o, por lo menos, crearse una fuente adicional de
recursos.
En este sentido es preciso tener en cuenta que, aun cuando no sea ésta la situación que
se da en el sub iudice, por tal medio es posible instaurar, en ciertas ocasiones, la
obligación de constituir, de modo gratuito, una suerte de renta vitalicia importante a
favor de personas jóvenes que previsiblemente tienen frente a sí muy largos años de
actividad provechosa.
A propósito de ello, también es dable observar que el lapso por el cual se concede el
beneficio aludido decrece a medida que aumenta la antigüedad, de manera que resultan
más favorecidos quienes poseen menor título a la estabilidad.
El régimen en cuestión aparece, en consecuencia, desde cualquier ángulo que se lo
examine, como irrazonable, de manera que no cabe ponerlo bajo el amparo de la
doctrina de la Corte Suprema según la cual las prestaciones establecidas por las normas
regulatorias del vínculo laboral, como requisito de la justicia en la organización del
trabajo subordinado, no pueden impugnarse con fundamento constitucional si no fuesen
exorbitantes o caprichosas.
En síntesis, pues, concluyo, en primer lugar, que el sistema de estabilidad aludido no es
compatible con la libertad de comercio e industria garantizada por el art. 14 CN., en
tanto que impide, por medios gravemente coactivos, el ejercicio del mínimo de
facultades discrecionales que es preciso reconocer a las empresas privadas en orden a la
dirección de sus actividades.
En segundo término, estimo que el régimen de sanciones creado por el decreto
20268/1946 es lesivo de la garantía de la propiedad, aun admitiendo, por vía de
hipótesis, que las normas cuestionadas contemplaran de modo suficiente las exigencias
inherentes a la autonomía asegurada a la actividad privada por el art. 14 CN.
Sentadas las premisas anteriores, no puede mantenerse la única obligación que
realmente cabe derivar de la sentencia recurrida; esto es, según lo he expresado, la de
pagar las retribuciones que habría percibido el actor en caso de trabajar durante el
tiempo que transcurrió entre la cesantía y el momento en que, de quedar firme la
sentencia, habría de considerarse que nació para aquél el derecho a jubilarse, ya que la
imposición de tal carga surge de un razonamiento que sólo se funda en lo prescripto por
las normas que estime inválidas.
Por tanto, admitida la inaplicabilidad del régimen de privilegio establecido por la ley
12637 y el decreto 20268/1946 , entiendo que el eventual derecho que asiste al
demandante no es sino el de reclamar la indemnización prevista por la ley 11729 (ver
Unsain, "Indemnización por despido en la Ley de Empleados de Bancos", DT 1941-3).
Opino, en consecuencia, que corresponde revocar el pronunciamiento apelado en cuanto
ha podido ser materia de recurso.- Eduardo H. Marquardt.
Buenos Aires, febrero 25 de 1969.- Considerando: 1. Que la sentencia del tribunal
bancario condenó al banco demandado a reincorporar a los actores en los cargos que
desempeñaban a la fecha de su cesantía y abonarles las remuneraciones que les hubieran
correspondido desde el momento de aquélla hasta el de su efectiva reincorporación.
Apelado ese fallo, fue confirmado por la C. Nac. Trab., y es contra este último
pronunciamiento que se interpuso a fs. 340/352 recurso extraordinario, concedido a fs.
353.
2. Que los accionantes, Domingo A. Rinaldi y José E. de Luca, fueron dejados cesantes
en sus empleos del Banco Francés del Río de la Plata, el 8 y 22/6/1959,
respectivamente, en razón de no haber concurrido a prestar servicios adhiriendo a la
huelga decretada por el gremio bancario. A raíz de esa decisión y dado que el banco se
negó a reincorporarlos, dedujeron la presente demanda, con fundamento en la ley 12637
y su decreto reglamentario 20268/1946 .
3. Que la sentencia del tribunal a quo, si bien admitió la inconstitucionalidad de la ley
16507 en cuanto pueda alterar el procedimiento y decidir en las causas pendientes a la
fecha de su promulgación, desestimó la impugnación formulada contra el decreto
20268/1946 y, en su mérito, hizo lugar a los reclamos de los actores, a quienes
consideró arbitrariamente despedidos.
4. Que el banco demandado somete a examen de la esta Corte la pertinencia de la
obligación impuesta por el ap. 3 del art. 6 decreto 20268/1946, pues a su juicio la
disposición mencionada, reglamentaria de la ley 12637 , es violatoria de la garantía del
art. 17 CN.; razón por la cual el recurso extraordinario es procedente.
5. Que el agravio debe ser acogido porque, en efecto, resulta a todas luces exorbitante,
falto de razonabilidad y lesivo de la garantía invocada que el despido injustificado de un
empleado perteneciente a cualquiera de las instituciones sometidas al régimen de la ley
12637 pueda acarrear para el empleador que no se aviene a reincorporarlo la obligación
de pagarle, de por vida, todos los sueldos que hubieren podido corresponderle hasta el
momento en que alcance el derecho a la jubilación.
6. Que la intrínseca injusticia que supone un tal sistema, en cuanto consagra el derecho
a ser retribuido -y aun a alcanzar el beneficio jubilatorio- sin trabajar, impone cargas
pecuniarias que, excediendo lo que constituye el legítimo derecho a la indemnización
por despido arbitrario, afecta, sin duda alguna, las bases sobre las que se apoya la
libertad de contratar, porque impone la obligación de pagar remuneraciones que no
responden a contraprestación de trabajo alguna; ello, a menos que el empleador se
avenga -contra su voluntad- a seguir manteniendo en su puesto empleados que no gozan
de la confianza que debe presidir toda relación de dependencia.
7. Que de este modo resulta afectada la garantía de la propiedad porque la Corte no
comparte, en su actual composición, el argumento expuesto en el caso de Fallos
263:545, conforme al cual "el pago de remuneraciones, sin contraprestación del agente,
hasta que alcance el derecho a la jubilación, no es conducta necesaria sino resultado de
la voluntaria prescindencia de la actividad de aquél por parte de la empresa, actitud
discrecional que, por lo demás, la priva de gravamen suficiente para cuestionar dichas
consecuencias patrimoniales por servicios no prestados por su propio querer". En tal
sentido, este tribunal considera que una vez rota la relación laboral a raíz de un despido
injusto debe reconocerse el derecho a reclamar una indemnización razonablemente
proporcionada al perjuicio sufrido. Pero también, que no puede admitirse como legítima
la carga de seguir abonando remuneraciones que, en cuanto tales carecen de toda
justificación.
8. Que, en estas condiciones, como lo sostiene el procurador general, "el pago de las
cantidades de que se trata aparece, por tanto, únicamente como una exacción en
provecho de determinados particulares, es decir, como enriquecimiento de unas
personas a costa de otras sin motivo valedero que lo justifique". A lo que cabe agregar
que la falta de justicia de semejante prestación es susceptible inclusive de objeciones
desde el punto de vista ético, como igualmente aduce el procurador general, en cuanto la
disposición impugnada, al consagrar el privilegio de percibir un sueldo cierto sin
contraprestación de trabajo, viene a constituirse en una especie de renta vitalicia de
naturaleza gratuita, fundada en la sola voluntad del legislador, que al asegurar a sus
beneficiarios una ganancia cierta sin actividad alguna de su parte les eximiría de la
normal obligación de trabajar.
9. Que la arbitrariedad del sistema se hace aun más patente si se considera que el texto
de la disposición cuestionada lleva por fuerza a admitir el derecho a gozar de una
jubilación en virtud de trabajos no prestados, con desconocimiento del elemental
principio de que tal beneficio constituye el reconocimiento al derecho de descansar
después de largos años de servicios. Y con el agravante de que tanto el derecho de
cobrar estipendios a cargo del ex empleador como el de jubilarse en condiciones tan
anómalas vendría a adquirirse por el solo hecho de haber trabajado seis meses en forma
efectiva (decreto 1368/1963 ).
10. Que lo expuesto es suficiente para demostrar que no se está en presencia de una
verdadera indemnización por despido arbitrario, sino de una especie de sanción
represiva impuesta a la entidad que se niega a reincorporar al empleado; sanción que a
su vez asume, desde el punto de vista de éste, el carácter de un apremio, tanto más
cuantioso cuanto más corto haya sido el lapso de trabajo, puesto que, en definitiva, el
art. 6 decreto 20268/1946 conduce paradójicamente a beneficiar más a quienes cuentan
con menor tiempo de servicio y menos, en cambio, a quienes cuentan con más años de
trabajo.
Por ello, de conformidad con lo dictaminado por el procurador general en el caso que
menciona a fs. 378, y sin perjuicio del derecho de los actores a reclamar las
indemnizaciones a que legítimamente hubiere lugar, se revoca la sentencia apelada en
cuanto pudo ser materia de recurso extraordinario.- Eduardo A. Ortiz Basualdo.-
Roberto E. Chute.- Marco A. Risolía.- Luis C. Cabral.- José F. Bidau.

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