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El autor, a lo largo del libro, mantiene que no existe un símbolo común entre el escritor y el lector

de un libro sino que el texto produce su propio código por las relaciones que establece entre sus
signos. Entonces, el trabajo de interpretación del lector consiste en decretar el valor que el texto
establece a cada uno de sus requisitos. Si pretende leer un texto desde la colección del autor o
desde la cifra de un maestro lo único que logrará el lector es vencer ante la ideología dominante
preasignada a los términos, ratificando de esta manera la ilusión humanista, pedagógica de que la
escritura regala a un Lector Holgazán un saber que no posee y que va alcanzar. En este sentido y
citando a Nietzsche, Zuleta rechaza toda concepción naturalista o instrumentalista de la lectura:
leer no es recibir, consumir, adquirir, leer es trabajar

Zuleta afirma que es necesario leer a la luz de un problema y salirse del concepto de lectura como
consumo, como recepción. Leer es reunir esas tres categorías que el autor dice posibilitan el
pensamiento filosófico: la capacidad de admiración del camello, la capacidad de oposición del león
y la capacidad de creación del niño. La lectura es una “abierta invitación a descifrar y obligación de
interpretar”. Entonces, el autor invita a aprender a leer. Nuevamente citando a Nietzsche, Zuleta
dice que además de saber interpretar, el buen lector “es capaz de permitir que el texto lo afecte
en su ser íntimo, hable de aquello que pugna por hacerse reconocer aún a riesgo de transformarle,
que teme morir y nacer en su lectura; pero que se deja encantar por el gusto de esa aventura y de
ese peligro”.

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