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Un nacionalismo periférico

Argentina nace bajo el signo liberal y su primer nacionalismo es un nacionalismo


liberal. Es Bartolomé Mitre el primer constructor de este nacionalismo liberal, que se va a
desarrollar en los años siguientes, teniendo como núcleo el roquismo. Este nacionalismo se
constituye a partir del desarrollo económico acelerado, lo que se ha dado en llamar el “pacto
desarrollista”: el país crece a “tasas chinas”, la inmigración renueva la población, surgen las
grandes ciudades del litoral y la Argentina se transforma en un país “europeo”. La gigantesca
transformación tiene sus contradicciones: por un lado, el crecimiento poblacional construye
un país nuevo, pero este país nuevo, por otro lado, es un país de extranjeros. Se abre una
verdadera “crisis de identidad”, que se multiplica por la cesura que significó la
Independencia: la Argentina nace como un país que careciera de pasado colonial.
En esta situación, el largo dominio de Julio Argentino Roca se plantea la
“nacionalización” de la población. Para eso, la educación aparece en primer plano. De allí el
Congreso Pedagógico Nacional. Pero también la creación del Servicio Militar Obligatorio, el
desarrollo de las fiestas patrias, la creación de un panteón de héroes nacionales, de una
escuela con altas dosis de liturgia patria, etc., etc. En ese camino, lo que era considerado una
bendición, la inmigración, ahora es considerado un peligro: en 1902 aparece la FORA
(Federación Obrera Regional Argentina), la primera central sindical nacional, de orientación
anarquista. Junto con ella, aparecen las huelgas generales: 1902, 1904, 1906, 1909, 1910.
Aparece la “cuestión obrera”. Es esta aparición la que le pone dramatismo al problema del
inmigrante, que ahora es “peligroso” e “indeseable”. Surgen con esto leyes represivas que
van a marcar la situación: la Ley de Residencia, de 1904, y la de Defensa Social, de 1910. La
primera, permite expulsar del país a los extranjeros que participen en huelgas; la segunda,
enviar a los huelguistas argentinos al penal de Ushuaia. Este nacionalismo “oligárquico” se
dedica, entonces, a crear los símbolos de la nacionalidad y reprimir a los que no entran en
ella. La nacionalidad, aquí, es parte de la lucha de clases naciente.1
Un paso siguiente es la definición del contenido de esa “nación”. ¿Qué es la
Argentina? ¿Un país que hunde sus raíces en el campo, en el interior y en el pasado colonial?
¿O un país en el que la característica definitoria es el mundo urbano, la raíz moderna, apenas
sembrada con tradiciones inmigrantes, multifacética y, sobre todo, popular? Estos son los
polos en los que se mueven todas las definiciones que participan de este debate. Un debate
que viene del siglo XIX, desde Civilización o Barbarie, de Sarmiento, y el Martín Fierro, de
Hernández, pero que tiene su punto de coagulación más importante en la polémica entre la
versión pro-hispánica, católica y elitista de Ricardo Rojas, por un lado, y José Ingenieros, por
la otra, popular, de “izquierda” la otra. Ambos pretendieron reescribir la historia argentina en
esas claves, en una batalla por definir el “ser” argentino. Como señala Degiovanni, contra la
“izquierda” de Ingenieros, representada por el lanzamiento de la colección editorial La
Cultura Argentina, Rojas
“iba a sostener que la ‘argentinidad’ excluía toda postura política de izquierda y tenía sus
bases en los valores culturales de los grupos criollos ajenos a cualquier ‘cosmopolitismo’ de
ideas, [mientras que] la empresa de Ingenieros se centraría en el diseño de un repertorio
textual que afirmaba al mismo tiempo el lugar crucial de las doctrinas jacobinas y socialistas
en los orígenes de la nación y hacía de los inmigrantes componentes decisivos de la
‘argentinidad’.”2

1
Véase Eduardo Sartelli: Celeste, blanco y rojo. Democracia, nacionalismo y clase obrera en la crisis
hegemónica”, en Razón y Revolución n° 2, primavera de 1996, reedición electrónica.
2
Degiovanni, Fernando: Los textos de la patria, Beatriz Viterbo Editora, Bs. As., 2007, p. 18
La Semana Trágica y la represión que le siguió de algún modo dieron el triunfo a la
línea Rojas, de un nacionalismo católico con fuertes simpatías con el fascismo, corporizado
sobre todo en la Liga Patriótica. 3 Ese nacionalismo fuertemente anti-comunista, se va a hacer
fuerte en los años ’20 y ’30, pero no va a extinguir la lucha con una perspectiva de nación
más progresista o de izquierda. Es el caso de Atahualpa Yupanqui.
Yupanqui surge, ideológicamente, en los bordes del anarquismo, un anarquismo que
había comenzado a revalorizar el Martín Fierro y a mirar el campo como fuente de
potencialidad revolucionaria. Tiene vinculación con las grandes huelgas de obreros rurales
pampeanos del período 1918-1922.4 Es por esta época que se populariza una versión
anarquista del Martín Fierro, la Carta Gaucha, de la pluma de Luis Woolands, alias “Juan
Crusao”.5 Yupanqui proviene de ese ambiente, pero también se nutre de su pasaje al Partido
Comunista, muy preocupado por la cuestión agraria. En su obra, el hombre del interior
agrario, el obrero rural, ocupa el lugar del “perseguido”, del Cristo, del paria, del nuevo
Martín Fierro que terminará en la iconografía de Castagnino. Ahora la “patria” es de clase,
proletaria. En este contexto podemos encuadrar la opera de Felipe Boero, El matrero.de 1925
con libreto de Yamandu Rodriguez, reivindica la figura del gaucho rebelde perseguido, el
matrero.
Sea cual sea la definición de “nacionalismo musical” que adoptemos e incluso, la que
correspondería al caso argentino,6 está claro que la pampa y sus gauchos ocupan un lugar
central, mítico. Eso es muy visible en Yupanqui y, en cierto modo, en Guastavino, cuya
vinculación, si no con el partido, sí con la cultura comunista, parece bastante probable. En
efecto, Guastavino se vincula con el Nuevo Cancionero, donde milita gente como Mercedes
Sosa, Matus, Lima Quintana y Tejada Gómez. No es el caso de Ginastera, más vinculado al
Di Tella y a la modernización artística promovida desde EE.UU. En su caso, se trata más bien
de un “nacionalismo” que abreva, tal vez, en su maestro, Aaron Copland, donde lo “nacional”
aparece como rasgo o elemento de color motivacional, más que como proclama política.
En el ciclo “Canciones populares” de 1967, Guastavino musicaliza a Lima Quintana y
a Yupanqui (entre otros). En Pampamapa y Forastero podemos observar una reivindicación
de los personajes que habitan el campo argentino, el gaucho y el chacarero y un llamado a la
fraternidad de las clases sociales en pos del logro de un futuro mejor:
“…Monedita redonda, la de los pobres.
La platita en sus manos se vuelve cobre.
Han de cantar un día los chacareros,
campesinos sin campo, collas sin cerro.
mi pan, hermano. Bebe mi vino
y sigue caminando por los caminos”

3
Véase Rapalo, María Ester: Patrones y obreros. La ofensiva de la clase propietaria, 1918-1930, Siglo XXI, Bs.
As., 2012 y McGee Deutsch, Sandra: Contrarrevolución en la Argentina, 1900-1932, UnQui, Bs. As., 2003.
4
Véase Sartelli, Eduardo: La sal de la tierra, Ediciones ryr, Bs. As., 2022.
5
Woolands, Luis: Carta Gaucha y La descendencia del Viejo Vizcacha, Agrupación Libertaria, Mar del Plata,
1960. Véase también las memorias de un militante rural anarquista: Borda, Ángel: Perfil de un libertario,
Ediciones Reconstruir, Buenos Aires, 1986.
6
Para la discusión de esos dos temas, véase Buffo, Roberto: “La problemática del nacionalismo musical
argentino”, en Revista del Instituto de Investigación Musicológica “Carlos Vega”, Año XXXI, Nº 31, 2017.
Así muestra Yupanqui el sufrimiento y las penurias de la vida en el campo e imagina
un cambio. Lima Quintana en Pampamapa también reivindica la necesidad de un
compromiso con la construcción de lo nuevo:
“Yo no soy de estos pagos
Pero es lo mismo
He robado la magia
de los caminos.

Esta cruz que me mata


Me da la vida
Una copla me sangra
Que canta herida

No me pidas que deje


Mis pensamientos
No encontrarás la forma
De atar al viento…”

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