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Alberto Pérez
Enrique Garguin
Hernán Sorgentini
(coordinadores)
La invención de una nación blanca en los comienzos de la historiografía argentina
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De manera sutil, Sarmiento parece sugerir que los casos de San Martín y de Rivadavia,
con su “color tostado”, eran ejemplos de tal posibilidad (Sarmiento, 1883/1946, p. 225).
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Para las tensiones que atraviesan a las ideologías del mestizaje entendido como blan-
queamiento, véase Peter Wade (1991).
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Algunos puntos desarrollados en este apartado fueron ya presentados en Garguin (2007).
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Respecto de ese éxito y perdurabilidad en relación con otras construcciones históricas con-
temporáneas, como la de López, Fernando Devoto observa que se debió no solo a su adopción por
parte de la historiografía académica sino también a que “parecía presentar un retrato del pasado que
congeniaba mejor con el imaginario de la Argentina moderna” (Devoto, 2008, p. 272).
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También Halperín Donghi (1996) observa una feliz articulación entre ambos fenómenos.
Por el contrario, Palti (2000) y Wasserman (2001, 2008) ven una contradicción en los más tem-
pranos escritos históricos de Mitre y entre estos y la versión de 1876, cuando la historia nacional
es representada de manera explícita como el desarrollo propio de un organismo preexistente que
se abre camino independientemente de la acción de los individuos. Queda abierto con ello un
muy interesante campo de controversias, que no podemos tratar aquí, acerca de si tal imagen de
la historia nacional se encontraba ya “en germen” en las ediciones previas de finales de los años
50 o si, en parte por la distancia temporal entre la escritura del relato biográfico sobre Belgrano y
la introducción de 1876, quedaron contradicciones insolubles respecto de temas centrales como la
preexistencia de la nación, nacida de la sociabilidad rioplatense colonial, o adquieren centralidad
los actores de la independencia en la construcción de la Argentina.
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ese terreno fértil que actuará el héroe recientemente llegado de Europa, donde
sus estudios sobre las ideas políticas y económicas liberales (realizadas bajo
“un gobierno absoluto, aunque ilustrado” y con especial permiso del rey y del
papa) recibirán la repentina iluminación de la Revolución Francesa, que pro-
vocará en él otra “revolución no menos radical”: una “transfiguración moral
que hace presentir al futuro campeón de la libertad de un pueblo oprimido”
(Mitre, 1859, p. 65). Pero será recién en la tercera edición de su obra, de
1876, donde Mitre elaborará en forma cabal una teoría del carácter inheren-
temente liberal, republicano y democrático de la nación argentina desde los
tiempos de la colonia; y para esa fecha, la configuración racial de la sociedad
vernácula se presentaba como un tema ineludible para todo intelectual atento
a los últimos desarrollos de las ideas de Occidente.
En efecto, en la introducción de la tercera edición de su Historia de
Belgrano, de 1876, Mitre nos ofrece una visión global y sintética que pro-
cura “ligar las causas a sus efectos, al dar una idea de la constitución social,
política y geográfica del país en que los sucesos que vamos a narrar se
desenvuelven, obedeciendo a la ley fatal de su organismo propio” (Mitre
1876/1950, p. 20). En esta síntesis reaparece el medio determinando algu-
nos cursos históricos: los grandes ríos permiten el desarrollo del comercio,
y con él, del progreso; y la posición de Buenos Aires como puerto de la úni-
ca entrada fluvial le otorga igualmente posición privilegiada para motorizar
las ideas modernas.23 También se mantiene la importancia de las ideas y de
los móviles de los grandes hombres. Pero aparece asimismo un elemento
novedoso que articula y da particular coherencia a su idea de que el Río de
la Plata estaba predestinado a un futuro liberal, republicano y de progreso.
En efecto, allí postuló con toda claridad que la región del Plata se había
diferenciado del resto de las colonias españolas desde el momento mismo
de la conquista, y lo había hecho en un sentido que la aproximaba a la de
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“La constitución geográfica contribuía poderosamente a estos resultados. La pampa in-
mensa y continua daba su unidad al territorio. El estuario del Plata centralizaba todas las comuni-
caciones. Los prados naturales convidaban a sus habitantes a la industria pastoril. Su vasto litoral
lo ponía en contacto con el resto del mundo […]. Su clima, salubre y templado, hacía más grata
la vida y más productivo el trabajo. Era pues, un territorio preparado para la ganadería, consti-
tuido para prosperar por el comercio y predestinado a poblarse por la aclimatación de todas las
razas de la tierra” (Mitre, 1876/1950, p. 23).
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La interpretación de la historia de Mitre pronto se hizo canónica. Ciertamente, el aspecto
que más énfasis recibiría en el futuro sería el del carácter liberal y democrático de la nación desde
sus mismos orígenes, pero también veremos reaparecer su interpretación acerca de la mezcla racial
en emisores mucho menos extraordinarios. El presidente Ortiz seguramente tenía el modelo mi-
trista en mente cuando, en mayo de 1941, afirmaba: “La democracia es racial e histórica y por eso
traduce los hondos sentimientos de libertad e igualdad civil y política constitutivos de las caracte-
rísticas dominantes en nuestra idiosincracia. Cualquier régimen contrario a aquellos sentimientos
conspiraría contra la fuerza moral y la cohesión alcanzadas por el país...” (Cit. en Bisso, 2005, p.
146). Lo que sí tendió a perderse en el camino fue la participación de los grupos no europeos en su
composición: si algo hicieron la sociedad argentina y el grueso de su historiografía con el legado de
Mitre respecto de la participación en la nación de los pueblos originarios y los afrodescendientes,
fue reducirles aún más el papel subalterno que les había otorgado el padre de la historiografía.
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Y aquí, la diferencia con Sarmiento es sutil pero muy significativa: las mayores dificul-
tades del sanjuanino para reconocer así sea en el papel las consecuencias no necesariamente
nefastas de la participación de las razas inferiores eran notables ya en el Facundo, cuando luego
de postular la participación de las mismas tres “familias” [española, africana e india] en la com-
posición racial de la Argentina, agregaba: “Por lo demás, de la fusión de estas tres familias ha
resultado un todo homogéneo, que se distingue por su amor a la ociosidad e incapacidad indus-
trial, cuando la educación y las exigencias de una posición social no vienen a ponerle espuela o
sacarla de su paso habitual” (Sarmiento, 1845/1961, p. 31).
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bién ayuda a comprender cómo cien años después tantos historiadores pudieron
trasladar alegremente esa imagen al siglo XVIII: la idea de una sociedad colonial
rioplatense predominante, si no exclusivamente blanca, ya estaba en esencia en
el padre fundador. En el siglo XX se terminarán por borrar prácticamente todas
las dudas respecto del origen y características étnico-raciales de la población ar-
gentina, pero en el XIX las certezas eran menores y las ambigüedades numero-
sas. En Mitre predominaban las certezas, fundadas en una visión optimista de
sus capacidades presentes y las posibilidades de futuro. El viejo Sarmiento, en
cambio, asistía algo descorazonado a un presente que no era el futuro que había
imaginado en su juventud. Los reparos de Mitre pasaron a primer plano en Sar-
miento, a quien la América mestiza se le presentaba como evidencia inexcusable
y obstáculo insoslayable, incluso en el centro mismo de la cosmopolita Buenos
Aires. La posteridad parece haber escogido al Sarmiento de Facundo (triunfo de
la civilización mediante) y al Mitre de la peculiar sociabilidad rioplatense. Pero
entre ambos fenómenos se insertan otros titubeos y otras luchas, más allá de las
dudas del viejo Sarmiento, que merecerían ser igualmente sacadas del olvido.
Tanto Mitre como Sarmiento propusieron lecturas sobre la composición
racial argentina susceptibles de ser resignificadas por otros argentinos de otras
épocas; pero esas relecturas, con sus consiguientes traspasamientos semánti-
cos, no se hallaban de ningún modo predeterminadas y deben estudiarse como
un proceso cambiante, prestando atención a las distintas configuraciones y a las
tensiones, conflictos y luchas concretos de cada caso. Si bien es cierto que las
representaciones sociales de la nación poseen algunos rasgos de longue durée,
parece a todas luces más fructífero partir del reconocimiento de que no fueron
una invención mágicamente cristalizada en un momento y para siempre, sino
el producto de diversas luchas históricas. A pesar de la idea de fijación esencial
(biológica) que transmite, la raza es una categoría social conformada a partir de
luchas políticas múltiples y, en tal sentido, el concepto es intrínsecamente con-
flictivo y contradictorio, que acarrea en sí mismo un fuerte sentido de realidad
visible y tangible, al tiempo que “la fluidez y adaptabilidad del discurso racial
impide la cristalización de un significado singular del término” (Poole, 2004:
40). Si el sentido varía históricamente, como atisbamos en este texto, entonces
se abre un campo para rastrear las variables conformaciones históricas de la
idea de Argentina como nación blanca, del sentido mismo de lo blanco y de sus
relaciones con los otros considerados no-blancos.
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