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Características de la novela
contemporánea:
1.Contexto histórico
La novela contemporánea surge entre teorías que buscaban explicar la vida cotidiana.
2.Elementos nuevos
Aparecen nuevos elementos que antes no se podían utilizar pero que sí son
permitidos en la novela contemporánea. Estos son: fotos, dibujos, recortes
de papel periódico, etc.
4.Temáticas
5.Cuestionamiento
Dadas las posturas tan radicales en cuanto al uso de nuevos elementos,
posturas del narrador, ruptura de géneros e intertextualidad, es importante
recordar que el verdadero cuestionamiento que se hace la novela
contemporánea es el hombre y su alienación con la realidad que lo
circunda.
En un flash back, la novela comienza por el final y regresa hasta el inicio del relato.
7.Tipología
Existe una amplia libertad de contenido. La forma del género novelesco resulta
compleja para la clasificación de las obras. Incluso a menudo
los géneros se mezclan. De hecho hay novelas que no es posible etiquetarlas en
una determinada categoría.
8.Intertextualidad
En la novela contemporánea surge el diálogo entre los textos (sean
literarios o no). Este diálogo rompe con el esquema en el que se enmarcaba
hasta el momento a la novela. Asimismo existe un quiebre en cuanto al interior
del texto puesto que se rompe la realidad-ficción.
9.El Narrador
¿Cómo citar?
Fuente: https://www.caracteristicas.co/novela-contemporanea/#ixzz6VUeqXbm
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CARACTERÍSTICAS DE LA NOVELA
CONTEMPORÁNEA, SEGÚN ERNESTO
SÁBATO
Publicado el 24/04/2015 a 19:56 por Escuela de Escritura / Teoría literaria / 7
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Son muchos los escritores que aún sacan tiempo entre la escritura de una
novela y otra para publicar algún ensayo sobre teoría literaria, consejos para los
que se inician en la escritura creativa o su propia experiencia como escritor.
Cortázar en sus Clases de Literatura, Herman Hess en sus Escritos sobre
Literatura, Ensayos de Literatura de Günter Grass, Confesiones de un joven
novelista de Umberto Eco, varios textos de Borges, o Carlos Fuentes con La
gran novela norteamericana , nos proporcionan diversos análisis sobre la novela
y la literatura que a la vez, nos sirven de herramientas para la creación literaria.
El ensayo también fue uno de los géneros que cultivó Ernesto Sábato y, entre
ellos el ensayo literario. En El escritor y sus fantasmas, el escritor argentino
dedica un capítulo a enumerar las características de la novela contemporánea
frente a la novela novecentista. El descenso al yo, el tiempo interior o el
subconsciente, son algunos de los temas que caracterizan la novela del siglo
XX.
Es bastante singular que se pretenda valorar la ficción del siglo XX con los
cánones del siglo XIX, un siglo en que el tipo de realidad que el novelista
describía era tan diferente a la nuestra como un tratado de frenología a un
ensayo de Jung (y por motivos muy análogos). Y si siempre constituyó una
tarea más bien destinada al fracaso la clasificación de la obra literaria en
géneros estrictos, en lo que a la novela se refiere ese intento es radicalmente
inútil, pues es un género cuya única característica es la de haber tenido todas
las características, y en haber sufrido todas las violaciones. Un género al que,
como Valéry murmuró con evidente asco, tous les écarts l’appartiennent. No
obstante, a esos teóricos les parece sano establecerse en el siglo pasado y
negar el presente, como aquellos que se consideraban cabeza para arriba en
Europa y no podían comprender la existencia de caballeros cabeza abajo en
Nueva Zelandia, Tendencia natural y psicológicamente muy explicable ésta de
convertir en absoluto la propia relatividad, pero filosóficamente de escaso valor,
para no decir que apenas alcanza para la ironía.
Abandonemos, pues, de una buena vez el espíritu del pasado y, de acuerdo
con el examen realizado, sinteticemos los atributos centrales de nuestra
novelística:
1. Descenso al yo. A la inversa de los escritores del siglo pasado, que se
proponían fundamentalmente la descripción objetiva del mundo externo, el
novelista de hoy se vuelve en un primer movimiento hacia el misterio primordial
de su propia existencia (subjetivismo) y en un segundo movimiento hacia la
visión de la totalidad sujeto-objeto desde su conciencia (fenomenología). Ya
veremos en su oportunidad cuál es la situación y el valor de los llamados
«objetivistas» actuales.
2. El tiempo interior. La ficción que añoran esos críticos era espacial y su
tiempo era el cosmológico, el de los relojes y almanaques. Al sumergirse en el
yo, el escritor debe abandonarlo, pues el yo no está en el espacio sino que se
despliega en el tiempo anímico que corre por sus venas y que no se mide en
horas ni minutos sino en esperas angustiosas, en lapsos de felicidad o de dolor,
en éxtasis. Adviértase que este hecho no es gratuito ni bizantino, como podría
inferirse de algunas de las críticas superficiales a la actual novelística. Es
consecuencia de la rigurosa necesidad de verdad que acosa al novelista de hoy:
el hombre y sólo el hombre es el centro de su creación, y el examen y
descripción de su realidad no pueden ser hechos sin grave falsificación, en un
tiempo que no es humano sino astronómico.
3. El subconsciente. En el descenso al yo no sólo tenía que enfrentarse el
novelista con la subjetividad a que ya nos tenía acostumbrados el romanticismo
(Werther, Adolphe) sino con las regiones profundas del subconsciente y del
inconsciente. Esa sumersión en zonas tenebrosas produce muy a menudo una
tonalidad fantasmal, esa tonalidad nocturna que recuerda al sueño o la
pesadilla y que revela la común raíz de novelas como El Proceso y cuadros
como los de Van Gogh, Chirio o Rouait. ¿Cómo pedirle a estas novelas aquellas
figuras bien delineadas, precisas y «reales» a que nos tenía acostumbrados la
vieja novelística? En ese subsuelo no rige la ley del día y la razón sino la ley de
las tinieblas.
4. La ilogicidad. En este mundo nocturno no es válido el determinismo del
mundo de los objetos, ni su lógica. Al explorar y describir esos abismos, el
novelista de hoy se ve obligado así a abandonar el viejo instrumental de la
razón y de las ciencias naturales, tan caro al espíritu del siglo XIX, Y debe
«perder» los atributos de coherencia y claridad que aquella mentalidad
consideraba como supremos.
5. El mundo desde el yo. Desaparece la vieja y abstracta división entre el sujeto
y el objeto. Y con ella el concepto de mundo y de paisaje tal como lo concebía
el novelista de antes. Ese mundo y ese paisaje que, como el escenario en las
obras de teatro, existía independientemente de los personajes y era algo así
como la escenografía en que iban a representarse sus acciones y sentimientos.
En la novela actual, o al menos en sus manifestaciones más representativas, la
escena va surgiendo desde el sujeto, junto con sus estados de alma, con sus
visiones, con sus sentimientos e ideas.
6. El Otro. Acaso porque, como decía Kierkegaard, alcanzamos la universalidad
indagando nuestro propio yo, en virtud de esa dialéctica existencial, se empezó
a advertir la existencia del Otro en la medida en que más el hombre parecía
hundirse en sus propios abismos. Sea por lo que sea, nuestra época ha sido la
del descubrimiento del Otro. Descubrimiento de trascendencia para el
pensamiento, pero de mucho más importancia para la novela, ya que su misión
es la de ocuparse del yo en su relación con las otras conciencias que lo rodean.
De este modo, a la objetividad naturalista de un Balzac, o de la pura
subjetividad de los románticos, también de estirpe naturalista, la ficción avanzó
hacía la intersubjetividad, hacia una descripción de la realidad total desde los
diferentes yos.
7. La comunión. Al prescindir de un punto de vista supra-humano, al reducir la
novela (como es la vida) a un conjunto de seres que viven la realidad desde su
propia alma, el novelista tenía que enfrentarse con uno de los más profundos y
angustiosos problemas del hombre: el de su soledad y su comunicación.
8. Sentido sagrado del cuerpo. Como el yo no existe al estado puro sino
fatalmente encarnado, la comunión entre las almas es intento híbrido y por lo
general catastrófico entre espíritus encarnados. Con lo que el sexo, por primera
vez en la historia de las letras, adquiere una dimensión metafísica. El derrumbe
del orden establecido y la consecuente crisis del optimismo, ese famoso
optimismo de la Locomotora y la Electricidad, agudiza este problema y
convierte al tema de la soledad en el más tremendo de la literatura
contemporánea, El amor, supremo y desgarrado intento de comunión, se lleva
a cabo mediante la carne; y así, a diferencia de lo que ocurría en la vieja
novela, en que el amor era sentimental, mundano o pornográfico, ahora asume
un carácter sagrado. Y si, como dijo Unamuno, mediante el amor sabemos
cuánto de espiritual tiene la carne, también por su mediación comprendemos
cuánto de carnal tiene el espíritu. De tal modo que el siglo que vivimos es el
tiempo en que el espíritu puro ha sido reemplazado, en lo que a la problemática
del hombre se refiere, por el espíritu encarnado.
9. El conocimiento. Como consecuencia de todo esto, la literatura ha adquirido
una nueva dignidad, a la que no estaba acostumbrada: la del conocimiento.
Pues mientras se creyó que la realidad debía ser aprehendida por la sola razón,
la literatura parecía relegada a una tarea inferior, heredera vergonzante de la
mitología y de la fábula, actividad tan adecuada a la mentira como la filosofía y
la ciencia a la verdad; pasatiempo, artificio, o, en el mejor de los casos,
creadora de belleza: jamás justificable ante las instancias del conocimiento y de
la verdad. Pero cuando se comprendió que no toda la realidad era la del mundo
físico, ni siquiera la de las especulaciones sobre la historia o las categorías;
cuando se advirtió que también formaban parte de la realidad (y en lo atinente
al hombre, de manera capital) los sentimientos y emociones, entonces se
concluyó que las letras eran también un instrumento de conocimiento, y acaso
el único capaz de penetrar en el misterioso territorio del hombre con minúscula.
Hasta el punto que cuando los nuevos filósofos quieren cumplir con las
exigencias rigurosas del existencialismo, deben renunciar a sus tratados
abstractos para humildemente escribir ficciones.
En suma, la novela del siglo XX no sólo da cuenta de una realidad más
compleja y verdadera que la del siglo pasado, sino que ha adquirido una
dimensión metafísica que no tenía. La soledad, el absurdo y la muerte, la
esperanza y la desesperación, son temas perennes de toda gran literatura. Pero
es evidente que se ha necesitado esta crisis general de la civilización para que
adquirieran su terrible y desnuda vigencia; del mismo modo que cuando un
barco se hunde los pasajeros dejan sus juegos y sus frivolidades para enfrentar
con los grandes problemas finales de la existencia, que sin embargo estaban
latentes en su vida normal.
La novela de hoy, por ser la novela del hombre en crisis, es la novela de esos
grandes temas pascalianos. Y, en consecuencia, no sólo se ha lanzado a la
exploración de territorios que aquellos novelistas ni sospechaban, sino que ha
adquirido una grande dignidad filosófica y cognoscitiva. ¿Cómo con semejantes
descubrimientos, con dominios tan vastos y misteriosos por recorrer, con el
consiguiente enriquecimiento técnico, con su trascendencia metafísica y con lo
que representa para el angustiado hombre de hoy, que ve en la novela no sólo
su drama sino que busca su orientación, cómo puede suponerse que es un
género en decadencia? Por el contrario, pienso que es la actividad más
compleja del espíritu de hoy, la más integral y la más promisoria en ese intento
de indagar y expresar el tremendo drama que nos ha tocado en suerte vivir.