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PROSIVERSO A CAJABAMBA

(Por: Jhonatan Ricardo Chávez Boy)

Al norte de mi país, revestida de historia y de gloria, se ubica la siempre y fiel ciudad


de Cajabamba.

Pueblo pujante desde sus inicios, nuestros antepasados enseñaron a


impulsar la justicia social, sin esperar ningún beneficio a cambio.

Aún se puede ver la herencia preincaica de los Lluchus, antiguos dominantes


del idioma culli, en los rasgos pispados de mujeres de hermosas polleras y cabello
trenzado en cintas rojas y sombrero, con rueca hilando. Los hombres, alforja al
hombro, recorren los caminos chacchando las verdes hojas de coca, a pie descalzo o
con ojotas.

Es una tierra hospitalaria, donde los visitantes se dejan atrapar por el


templado clima y el sol radiante. Por las noches, las estrellas brillan tal cual ojos de
doncella, de las cuales Bolívar se enamoró y por eso Gloriabamba la llamó. Al pie de
un capulí, con la bella Chepita Ramírez bailó.

Cajabamba, “llanura del rayo”. Tierra de verdes y productivos valles, nos


ofrece todo tipo de frutas, menestras y tubérculos. Su cielo azul se ve engalanado por
el imponente sol y el rio Crisnejas alimenta con sus aguas, plantas de chalarina, paltas
y fresas.

Si de potajes se trata, los platos tradicionales son las cecinas shilpidas y los
cuyes picantes, que nos exigen “asentar” el almuerzo con la fermentada aloja, chicha
blanca o de jora. Los lunes encontramos en cualquier restaurante, el rico “jetón” y el
shambar con pellejón.

El guardián del pueblo de San Nicolás de Tolentino es el gran Chochoconday;


al subir a su cima, nuestra alma vuela, recorriendo los tejados de casas de tierra,
como queriendo entonar una canción a esta ciudad, que en las noches luminosas,
tiene forma de escorpión.

Sus encantos naturales, los muestra en las Pozas del Chivato; en la Peña del
Olvido, que cuida a los Ojos de Lanla. Sus lagunas cristalinas son Ponte y
Quengococha. Las cascadas de Cochecorral descienden del llanto bravío de la
Yawarcocha, como si fuera la pena, al ser testiga del enfrentamiento librado entre los
incas y rebeldes Caranquis, en las orillas de su agua buena.

Cajabamba, ha dado a luz a muchos artistas: músicos, escritores y pintores,


que plasman en su arte, los encantos de nuestra tierra. Sabogal la hizo aún más linda;
retratándola con pinceles y haciéndola inmortal, dejó para el mundo, el retrato
indigenista. La música traspasó fronteras a través de grandes cantautores como
Guillermo Moreno Graus, Luis Abanto Morales, entre otros; siendo Augusto Basauri
Alfaro quien la bautizó, como la tierra “Del Ande, el Paraíso”. Inspirados en ellos, hoy
muchos cajabambinos toman ese camino para seguir cantándole.

Los amantes de las letras tampoco fueron ingratos, pues existe abundante
literatura que menciona o se inspira en Cajabamba. Don Genaro Ledesma Izquieta, de
esta tierra oriundo, fue uno de los primeros en llevar el verbo y la acción del
campesino luchador, por las entrañas del Perú profundo. ¡Qué orgullosos estarían los
padres y abuelos de Ricardo Palma, Ribeyro y Víctor Raúl, de conocer a los grandes
exponentes que su misma tierra vio nacer!

En las fiestas patronales, bailan diablos y galanes, que con la danza de


emplumados, típicas de estos lugares, han hecho del homenaje a la Virgen del
Rosario, envuelta en mucha flor, una inspiración de reportajes llevados a la pantalla,
difundiendo nuestro folklore.

A mitad de cada año, el pueblo se siente feliz, rindiéndole homenaje a Fray


Sebastián de la Cruz, natural del cercano caserío Callash, tierra milagrosa que nos
regala, variedades de tuna, ñuña y maíz.

Nuestra provincia es rica en mineral; pero la verdadera riqueza es la


agricultura, pues es el majestuoso Valle de Condebamba quien nos alimenta y es el
trabajo del campesino bajo el sol, quien nos sustenta. Por si fuera poco, nos endulza
con miel de caña, chancaca y aceite de girasol.

Cajabamba, tierra de donde brota del amor puro y verdadero, entre el poncho
y el sombrero, se apodera de nuestro corazón sincero.

Cajabamba, 04 de abril de 2020

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