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Alumno: Carlos Andrés Flores Ojeda

Materia: Psicología del Aprendizaje

RETOS DE LA PSICOLOGÍA EDUCATIVA

La psicología educativa es la rama de la psicología que se encarga de estudiar el


aprendizaje y el rendimiento del ser humano en el ámbito de la educación.

Tiene sus orígenes en el siglo XVI, con Juan Vives, quien señaló la importancia de
la percepción y de la memoria en el desarrollo humano. Posteriormente, se le dotó
con un marco científico, gracias a figuras como Wilhelm Wundt, fundador del
primer laboratorio de psicología experimental y mentor de Stanley Hall, verdadero
pionero de la psicología educativa y primer presidente de la Asociación Americana
de Psicología (APA).

¿Enfrenta retos en la actualidad? Por supuesto. Hasta la fecha, como disciplina,


sigue buscando innovaciones tanto en estrategias educativas como en programas
de intervención. En este sentido, está ligada a la mejora continua; y, desde luego,
no sólo se ciñe al ámbito académico: sus principios teóricos y prácticos tienen
aplicación en otros contextos, como la salud pública o la familia.

Hay algo innegable: durante toda nuestra existencia, los seres humanos nunca
dejamos de aprender. Sin embargo, desde mi perspectiva, requerimos de bases
sólidas para que los aprendizajes continuos y permanentes aporten de manera
positiva en nuestras vidas. Dichas bases son resultado de una combinación
simple, sí, pero necesaria: el estudiante, el docente, la familia y la comunidad.

Me parece que, este momento, los psicólogos educativos enfrentan el desafío de


crear mayor conciencia en las familias respecto a su responsabilidad con “el
aprendizaje y el desarrollo educativo”, en aspectos como “la calidad de la
comunicación en el hogar, las expectativas que tienen los padres de la educación
de sus hijos, sus creencias y valoraciones, sus estrategias de apoyo o ayuda en el
estudio de sus hijos” (Bazán, 2014: p.12).

Hoy, hay una tendencia a dejar en manos de los docentes el peso total de la
educación de niños y adolescentes. Se olvida, por ejemplo, que los padres de
familia tienen “el deber de darle a su hijo/a una buena educación, inculcándole el
respeto por los demás, por las normas, facilitando su entrada a la escuela y que se
comporte correctamente” (Domínguez, 2010: 3-4).

Más: se ha caído en lo que Millet denomina “hiperpaternidad”, que surge “de un


instinto básico: cuidar y proteger a los hijos, que se complica en una sociedad
competitiva y frenética como la actual”, pero que deviene en “atención excesiva”,
en “supervisión constante” y en “resolución sistemática por parte de los padres de
aspectos de la vida de los hijos que ellos podrían resolver por sí mismos” (Millet,
2021: p. 281).

Hay muchos ejemplos de las consecuencias de estas ansias de resolución:


de niños de Primaria incapaces de vestirse solos, cortar su bistec o pelar su
fruta a padres de alumnos de Secundaria —e, incluso, universitarios— que
reclaman, ellos, las notas a los maestros y, si no se cumplen sus deseos,
son capaces, incluso, de amenazar con llamar a sus abogados (Millet,
2021: p. 281).

Hay más: la sobreprotección “de padres y madres hacia los hijos puede perturbar
no solo las dinámicas familiares, dañando incluso a las propias relaciones de
pareja” (Ballesteros-Moscosio, 2017: p. 24).

Gran parte de este sobre proteccionismo proviene de la crisis estructural


existente en muchos núcleos familiares, la indefinición de la idea de
autoridad camuflada tras un “falso buenismo” que nos hace colegas y no
padres o madres de nuestros hijos, y que hace decir “Sí” para evitar
problemas a corto plazo, cuando es necesario “decir No” para desarrollar la
madurez en los más pequeños y la responsabilidad. Tras estas conductas
se esconde muchas veces la frustración de los propios adultos, y no la de
los pequeños, trasmitiéndose así las frustraciones paternas a los hijos. Y es
que existe una incapacidad para decir No, por miedo no a que no sufran los
hijos, sino a no pasar un mal trago por parte de los padres. Lo que no
somos es conscientes de las consecuencias que estas dinámicas de
evitación de la responsabilidad paternal tendrán para los niños y niñas al
crecer. Todo ello deja su eco en las dinámicas escolares, y en las
relaciones entre familia y escuela (Ballesteros-Moscosio, 2017: p. 27).

Se olvidan los padres de familia de que no podrán cambiar el mundo, para


comodidad de sus hijos; y de que el enfrentar la propia frustración, mediante el
autocontrol, es paso obligado para la generación de resiliencia. Millet (2016) es
clara: niños y adolescentes requieren límites; no les hace daño escuchar una
palabra: “no”.

En conclusión, tenemos que dar armas a nuestros hijos para enfrentarse a


la frustración, no esquivarla con excusas, falsos halagos, medallas de
consolación o coches irrompibles. Y entre estas armas, hay una que es
importantísima, una virtud que en las nuevas generaciones está
desapareciendo a marchas forzadas: la paciencia (Millet, 2016: p. 118).

En efecto: ante la inmediatez, ante los efectos devastadores de dispositivos


móviles cada vez más veloces, la psicología educativa tiene la importantísima
misión de reubicar a las nuevas generaciones, haciendo que las anteriores
redescubran, como decían nuestras abuelas, que “nadie escarmienta en cabeza
ajena”.
REFERENCIAS

Ballesteros-Moscosio, M.A. (2017). Padres y madres sobreprotectores: el reto de


la escuela y los docentes. Diálogo: Familia - Colegio, 328, 22-28.

Bazán, A. (2014). Introducción. En A. Bazán y N. Vega. Familia-escuela-


comunidad Teorías en la práctica (pp. 11-19). México: Universidad Autónoma del
Estado de Morelos y Juan Pablos Editor.

Domínguez, S. (2010, mayo). La Educación, cosa de dos: La escuela y la familia.


Temas para la educación. Revista digital para profesionales de la enseñanza, 8.
Recuperado de https://www.feandalucia.ccoo.es/docu/p5sd7214.pdf.

Millet, E. (2016). Hiperpaternidad. Del modelo mueble al modelo altar. Barcelona:


Plataforma Editorial.

Millet, E. (2021). ¿Hijos perfectos o hipohijos? Causas y consecuencias de la


hiperpaternidad. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría. 41 (139):
279-287

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