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Qué tipo de hombre soy

La naturaleza de mi mente es tal que odio los comienzos y los finales de las
cosas porque son puntos definidos. Me aflige la idea de que se descubra una
solución para los más grandes problemas de la ciencia y la filosofía. Me
horroriza la idea de que cualquier cosa pueda ser determinada por dios o por el
mundo. Me enloquece la idea de que los instantes puedan realizarse. Que todos
los hombres puedan ser felices algún día, que se encuentre el remedio para
todos los males de la sociedad. Pero no soy malo ni cruel. Soy un loco. Y mi
locura es difícil de entender.

La vida es para nosotros lo que en ella concebimos. Para el rústico, cuyo campo
es todo para él, ese campo es un imperio. Para el César, cuyo imperio le parece
poco, ese imperio es un campo. El pobre posee un imperio; el poderoso, un
campo. En verdad, no poseemos más que nuestras propias sensaciones; en ellas
y no en lo que ellas captan, tenemos que asentar la realidad de nuestra vida.
Elogio de la incomprensión

Nunca me gustó ser comprendido. Ser entendido es prostituirse. Prefiero ser


tomado en serio como lo que no soy. Ignorado humanamente con decencia y
naturalidad.

El peso

¡El peso de sentir!


El peso de sentirte.
Adiós

¡Adiós para siempre reina de las hadas!


Tus alas eran de sol y yo por aquí sigo.
No estaré bien si no me tumbo en la cama.
Nunca estuve bien salvo tumbándome
en el universo.

Piano

Aquella señora tiene un piano.


El piano es agradable
pero no es el correr de los ríos.
Ni el murmullo de los árboles.
¿Para qué se necesita un piano?
Mejor es tener oídos
y amar la naturaleza.
Manos

Nos llevamos tan bien


Vivimos en compañía de todo.
Tanto es así que nunca pensamos
uno en el otro.
Pero vivimos juntos los dos
con un acuerdo íntimo.
Juntos y separados
como la mano derecha y la izquierda.

Dicen

¿Dicen?
Olvidan.
¿No dicen?
Dijeron.

¿Hacen?
Fatal.
¿No hacen?
Igual.
¿Por qué
esperar?
Todo es
soñar.

                                                                    
Estrellas

Tengo piedad de las estrellas


que brillan desde hace tanto,
desde hace tanto tiempo...
Tengo piedad de ellas.

¿No habrá un cansancio


de las cosas,
de todas las cosas,
como de las piernas o de un brazo?

Un cansancio de existir,
de ser,
solo de ser,
o ser triste brillar o sonreír...

¿No habrá, en fin,


para las cosas que son,
no la muerte, pero sí
alguna especie de fin,
o una razón,
algo así
como un perdón?

Leve, leve, muy leve

Leve, leve, muy leve,


un viento muy leve pasa,
y se va, siempre muy leve.
Y yo no sé en qué pienso
ni me interesa saberlo.

En la vida de hoy
En la vida de hoy, el mundo sólo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a
los agitados. El derecho a vivir y a triunfar se conquista hoy con los mismos
procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio: la
incapacidad de pensar, la amoralidad y la híper excitación.

¿Qué idea tengo de las cosas?

Bastante metafísica hay en no pensar en nada.


¿Qué pienso yo del mundo?
¡Yo qué sé lo que pienso del mundo!
Me pondría a pensarlo si enfermara.
¿Qué idea tengo de las cosas?
¿Qué opinión es la mía sobre causas y efectos?
¿Qué he meditado sobre Dios y el alma
y sobre la creación del Mundo?
No sé. Pensarlo es para mí cerrar los ojos
y no pensar. Es correr las cortinas
de mi ventana (que no tiene cortinas).
¿El misterio de las cosas? ¡Qué sé yo qué es el misterio!
El único misterio es que haya quien piense en el misterio.
Quien está al sol y cierra los ojos
al principio no sabe qué es el sol
y piensa muchas cosas llenas de calor.
Mas abre los ojos y ve el sol
y no puede ya pensar en nada
porque la luz del sol vale más que los pensamientos
de todos los filósofos y de todos los poetas.
La luz del sol no sabe lo que hace
Y por eso no yerra y es común y es buena.
¿Metafísica? ¿Qué metafísica tienen esos árboles?
La de ser verdes, la de tener copa y ramas,
y la de dar fruto a su hora, y eso no nos hace pensar
que no sabemos darnos cuenta de ellos.
¿Habrá mejor metafísica que la suya
de no saber para qué viven
ni saber que no lo saben?
«Constitución íntima de las cosas»...
«Sentido íntimo del universo»...
Todo eso es falso, todo eso no quiere decir nada.
Increíble, que se puedan pensar cosas así.
Es como pensar en razones y fines
cuando empieza a rayar la mañana y allá por la arboleda
un vago oro lustroso va perdiendo oscuridad.
Pensar en el sentido íntimo de las cosas
es sobreañadir, es como pensar en la salud
o llevar un vaso al agua de los manantiales.
El único sentido íntimo de las cosas
es el de no tener íntimo sentido alguno.
No creo en Dios porque nunca lo he visto.
Si él quisiera que yo creyese en él
vendría sin duda a hablar conmigo,
y cruzada mi puerta, casa adentro,
me diría: ¡Aquí estoy!
(Esto tal vez suene ridículo al oído
de quien, por no saber qué sea el mirar a las cosas,
no entiende al que habla de ellas
con el modo de hablar que el fijarse en ellas nos enseña.)
Pero si Dios es las flores y los árboles
y los montes y el luar y el sol,
¿por qué llamarle Dios?
Le llamo flores y árboles y sol y luar y montes;
porque si él se hizo, para que yo lo viese,
sol y luar y montes y árboles y flores,
si ante mí aparece como árboles y flores,
y luar y sol y flores
es porque quiere que yo le conozca
como árboles y montes y flores y luar y sol.
Y por eso obedezco
(¿qué más sé yo de Dios que Dios no sepa de sí mismo?).
Le obedezco al vivir tan espontáneamente
como quien abre los ojos y ve,
y le llamo luar y sol y flores y árboles y montes,
y le amo sin pensar en él,
y lo pienso al ver y oír,
y ando con él a todas horas.

El tedio de lo eterno nuevo


¿De qué sirve viajar? El viajero que ha recorrido toda la tierra, de cinco mil
millas en adelante sólo encuentra el tedio de lo eterno nuevo. Un hombre,
si posee verdadera sabiduría, puede disfrutar por completo del espectáculo del
mundo sin hablar con nadie y sentado en una silla. El cazador de leones no tiene
aventuras más allá del tercer león.

La ternura de un alivio

Nunca he amado a nadie. Lo más que he amado son sensaciones mías –estados
de visualidad consciente, impresiones de audición despierta, perfumes que son
una manera de que hable conmigo la humildad del mundo exterior, me diga
cosas del pasado tan fácil de recordar con los olores- es decir, de darme más
realidad, más emoción, que el simple pan cociéndose allá dentro en la panadería
honda, como aquella tarde lejana en que venía del entierro de mi tío, que me
había amado tanto, y había en mí vagamente la ternura de un alivio, no sé bien
de qué.

Carta a Ophelia
Cuando me dices que lo que más deseas es que me case contigo es una pena que
no me expliques también que, al mismo tiempo, debo casarme con tu hermana,
tu cuñado, tu sobrino y no sé cuántas empleadas de tu hermana menor.

Gritar

Tengo ganas de gritar dentro de la cabeza. Quiero parar y acabar con este
registro intolerable y gramo fónico que suena dentro de mí. Es un torturador
intangible. Me enferma tener que oír siempre el sonido/el piano horroroso del
recuerdo. Suenan y resuenan las escalas allá abajo y, también, allá arriba, en la
primera casa de Lisboa donde habito.

Muchas nadas
Si yo pudiese dedicarme a cualquier cosa -a un ideal, a un canario, a un perro, a
una mujer, a una investigación histórica, a la solución imposible de un problema
gramatical inútil- entonces sí. Tal vez entonces yo fuese feliz. Esas nadas serían
cosas para mí.

No pedí amor

No. No pedí amor ni amistad


ni a las almas ni a la vida;
lo que pedí es ilusión, saudade
y una esperanza perdida.

Siempre naturales

La música, la luz de la luna y los sueños son mis armas mágicas. Más por música
no debe entenderse sólo aquella que se toca, sino también aquella que queda
eternamente por tocar. Y por luz de luna no debe suponerse que habla sólo de lo
que viene de la luna y torna los árboles en grandes perfiles. Hay otra luz de luna
que ni el propio sol excluye, y oscurece en pleno día lo que las cosas fingen ser.
Sólo los sueños son siempre lo que son.
Es el lado de nosotros en que nacemos y donde
somos siempre naturales y nuestros.

La vida es sueño
Tu amor por las cosas soñadas
era tu desprecio por las cosas vividas.

Como si cada beso

Como si cada beso


fuera el de una despedida,
besémonos, Cloé, amándonos.
Tal vez pronto nos toque
el hombro la mano que llama
a la barca que no viene sino vacía;
y que en el mismo haz
enhebra lo que fuimos el uno para el otro.
Y de la vida la ajena suma universal.

Dos vidas
Tenemos dos vidas. La verdadera es la que soñamos en la infancia. La que
continuamos soñando adultos en un sustrato de niebla. La falsa es la que
vivimos en convivencia con los demás. La falsa es la práctica y útil. Aquella en la
que acaban por meternos en un ataúd. En la otra no hay ataúdes ni muertes.
Hay sólo ilusiones de infancia. Y grandes libros pintados para ver y no leer. En
la otra somos nosotros.
En la otra, y no en ésta, vivimos.

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