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La naturaleza de mi mente es tal que odio los comienzos y los finales de las
cosas porque son puntos definidos. Me aflige la idea de que se descubra una
solución para los más grandes problemas de la ciencia y la filosofía. Me
horroriza la idea de que cualquier cosa pueda ser determinada por dios o por el
mundo. Me enloquece la idea de que los instantes puedan realizarse. Que todos
los hombres puedan ser felices algún día, que se encuentre el remedio para
todos los males de la sociedad. Pero no soy malo ni cruel. Soy un loco. Y mi
locura es difícil de entender.
La vida es para nosotros lo que en ella concebimos. Para el rústico, cuyo campo
es todo para él, ese campo es un imperio. Para el César, cuyo imperio le parece
poco, ese imperio es un campo. El pobre posee un imperio; el poderoso, un
campo. En verdad, no poseemos más que nuestras propias sensaciones; en ellas
y no en lo que ellas captan, tenemos que asentar la realidad de nuestra vida.
Elogio de la incomprensión
El peso
Piano
Dicen
¿Dicen?
Olvidan.
¿No dicen?
Dijeron.
¿Hacen?
Fatal.
¿No hacen?
Igual.
¿Por qué
esperar?
Todo es
soñar.
Estrellas
Un cansancio de existir,
de ser,
solo de ser,
o ser triste brillar o sonreír...
En la vida de hoy
En la vida de hoy, el mundo sólo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a
los agitados. El derecho a vivir y a triunfar se conquista hoy con los mismos
procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio: la
incapacidad de pensar, la amoralidad y la híper excitación.
La ternura de un alivio
Nunca he amado a nadie. Lo más que he amado son sensaciones mías –estados
de visualidad consciente, impresiones de audición despierta, perfumes que son
una manera de que hable conmigo la humildad del mundo exterior, me diga
cosas del pasado tan fácil de recordar con los olores- es decir, de darme más
realidad, más emoción, que el simple pan cociéndose allá dentro en la panadería
honda, como aquella tarde lejana en que venía del entierro de mi tío, que me
había amado tanto, y había en mí vagamente la ternura de un alivio, no sé bien
de qué.
Carta a Ophelia
Cuando me dices que lo que más deseas es que me case contigo es una pena que
no me expliques también que, al mismo tiempo, debo casarme con tu hermana,
tu cuñado, tu sobrino y no sé cuántas empleadas de tu hermana menor.
Gritar
Tengo ganas de gritar dentro de la cabeza. Quiero parar y acabar con este
registro intolerable y gramo fónico que suena dentro de mí. Es un torturador
intangible. Me enferma tener que oír siempre el sonido/el piano horroroso del
recuerdo. Suenan y resuenan las escalas allá abajo y, también, allá arriba, en la
primera casa de Lisboa donde habito.
Muchas nadas
Si yo pudiese dedicarme a cualquier cosa -a un ideal, a un canario, a un perro, a
una mujer, a una investigación histórica, a la solución imposible de un problema
gramatical inútil- entonces sí. Tal vez entonces yo fuese feliz. Esas nadas serían
cosas para mí.
No pedí amor
Siempre naturales
La música, la luz de la luna y los sueños son mis armas mágicas. Más por música
no debe entenderse sólo aquella que se toca, sino también aquella que queda
eternamente por tocar. Y por luz de luna no debe suponerse que habla sólo de lo
que viene de la luna y torna los árboles en grandes perfiles. Hay otra luz de luna
que ni el propio sol excluye, y oscurece en pleno día lo que las cosas fingen ser.
Sólo los sueños son siempre lo que son.
Es el lado de nosotros en que nacemos y donde
somos siempre naturales y nuestros.
La vida es sueño
Tu amor por las cosas soñadas
era tu desprecio por las cosas vividas.
Dos vidas
Tenemos dos vidas. La verdadera es la que soñamos en la infancia. La que
continuamos soñando adultos en un sustrato de niebla. La falsa es la que
vivimos en convivencia con los demás. La falsa es la práctica y útil. Aquella en la
que acaban por meternos en un ataúd. En la otra no hay ataúdes ni muertes.
Hay sólo ilusiones de infancia. Y grandes libros pintados para ver y no leer. En
la otra somos nosotros.
En la otra, y no en ésta, vivimos.
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