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juan David Nasio

Paidós Psicología Profunda.

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��-i' -----�---
Juan David Nasio

,I'

COMO TRABAJA

UN PSICOANALISTA

Texto traducido y establecido

por Ana María Gómez

�11�
PAIDÓS
Buenos Aires
Barcelona
México

J
ÍNDICE

?rólogo, Ana María Gómez ... .................... ............ .. 9

?.Eu")IIONES DEL SEMlNARro


l. . ..... ··································································· 13
II. .......... . .
.. ... .. ..... .................... .............. ............... 43
lll. . . . ........ . ........ . ··········· .......... ··········· .. .................. 73
IV. ......................................................................... 101
V . ......................................................................... 129
\1. .......... ............... ...
. . ......................... ..
. . . . . . ......... . 155
\!J . ..... . . . . . ...... ..
. ................................... . .............. . ... 181
·.w . ................................................... . ..................... 201
PRÓLOGO

Prologar un libro es una tarea peculiar. En relación


,:;'.>n éste, en particular, realicé las tareas de traducirlo
y establecer su texto. Dos formas distintas, quizá, de
aquello que Lacan 11amó "un caso particular de la sus­
:nución", o sea la traducción. En el primer caso se trató
:ie sustituir los términos franceses por términos caste­
:..:anos. En el otro, mucho más complejo, "traducir" un
:iecir coloquial al cuño de la letra escrita, tratando de
�antener en vigencia dos decires de las lenguas: cui­
:iar el espíritu, que es lo que vivifica, y procurar que las
palabras no quedaran encerradas en ningún enclave
diferente del que su autor quiso procurarles -como es
el caso del último capítulo, que fue reescrito por Juan
:::>avid Nasio-.
Cómo trabaja un psicoanalista no califica dentro de
�as colecciones de máximas, axiomas, dogmas o aforis­
::ios del imperativo del "deber ser". Considero que tie­
ne, fundamentalmente, dos vertientes: una, la de poner
en interrogación nuestra práctica, y otra, la de partici­

par en la transmisión de la teoría que surge de esa


;:ráctica y, al mismo tiempo, de la teoría que la posibi­
:.ita.
Juan David Nasio se ocupó de este seminario duran-

9
te ocho reuniones, en París y en lengua francesa. Y
consideramos que allí su bníjula pudo haber sido una
frase que él mismo enunció en una de esas clases: "Si
este año de seminario sobre la técnica tiene una idea
fundamental que quisiera transmitirles es ésta: la
apuesta de la técnica analítica se decide en la posición
que el analista ocupa, en el estado en el cual se encuen­
tra cuando actúa, y no en la forma como actúa".
Entonces, Cómo trabaja un psicoa nalista es sobre
todo una reflexión sobre el trabajo que el analista hace
consigo mismo para poder hacer con el analizante. El
trabajo que el analista realiza con él mismo para po­
der ocupar el buen lugar desde donde llevar adelante
el "saber l o que hace" en relación con "no saber lo que
dice".
Como decíamos, no es un manual del deber o el no
deber ser o hacer, sino que, como todo lo que se refiere
a la transmisión, el lector se encontrará en él, también,
con ciertos matices de lo inefable, o sea lo que no entra
en el campo de la palabra, lo que no puede ser dicho.
Sin embargo, "aún . . . ", he aquí la propuesta y la apues­
ta a la tl_'ansmisión, al aporte de aquello que hace a la
formación de los analistas.
Cómo trabaja u n psicoanalista no pretende trasladar
conocimientos; es un decir cuyo "punto de mira" apunta
a la posible producción de saber. Si los analistas nos
ubicamos en la buena posición, propiciaremos el saber
producido en el seno de la relación analítica. Dos sabe­
res están aquí comprometidos: el saber-hacer del ana­
lista y el saber inconsciente que vendrá a producirse
por impacto del acto y del significante.
Si este libro hace letra y testimonio de un decir, de
un dicere, no está lejos de la docencia [docere] ni de un
camino por el cual conducirse [ducere]. Las acciones
enunciadas por los verbos latinos hacen cierta conso-

10
nancia y nudo en el texto que hoy tenemos el privilegio
de presentar.
La transmisión no es cuestión de los intercambios
conscientes; es cuestión del deseo que circula. Del de­
seo que circula y se pone a correr en términos de sig­
-
nificantes, de palabras, letras, que pueden o no hacer
eco en los lectores, en este caso. Es, parafraseando a
Lacan, como esa antigua moneda que corre de mano en
mano hasta que alguien se detiene a corroborar su valor,
a considerar qué dice su acuñación. Ese instante de
detención, ese momento propicio, ese kairós, esa opor­
tunidad, se pone en clave deseante.
Botella lanzada al mar que encierra su contenido de
palabras, hoy hechas letras, este libro seguramente
querrá arribar a muchas playas para encontrar su tiem­
po de reposo fecundo y proseguir su viaje llevado por
las corrientes del deseo que no es otro, ni más ni me­
nos, que el deseo de los analistas.
No dudamos, porque así está dicho por su mismo
autor, que la máxima pretensión que aquí se sostiene
es que algo de su lectura produzca no pruebas sino
-trazas que hacen soñar".

ANA MARÍA GóMEZ

11
I

Retomo mi seminario en su décimo año. Hace ya


una década inauguré esta enseñanza destinftda a los
analistas, en la Escuela Freudiana de París -en 1977
y 1978-. En aquella época estaba preocupado por de­
mostrar y justificar una tesis que era la siguiente:
creía, y lo creo aún, que la posición del psicoanalista es
tal que se aproxima en sumo grado a una posición fe­
menina y en esa época la llamé posición femenina del
analista. Hoy damos un paso más y hablaremos del ana­
lista, pero para la ocasión, del analista que está insta­
lado en el lugar desde donde dirigir una cura.
El título que había pensado para este seminario
-"La dirección de la cura"- retoma el título de un texto
de Lacan que se encuentra en los Escritos y que se
llama "La dirección de la cura y los principios de su
poder". La elección de ese título -"La dirección de la
cura"- es totalmente intencional.
En el transcurso de estas reuniones es mi intención
llegar hasta los resortes íntimos de la labor del analis­
ta en su propio campo, y así demostrar que el psicoa­

nalista trabaja, ante todo, con su inconsciente.


La caricatura del analista eternamente silencioso, que
deja que el análisis se despliegue según la voluntad de
la palabra, es una mala posición; es una caricatura

13

-
errónea de nuestro trabajo de analistas. Lo que quisie­
ra demostrar este año es que los analistas trabajamos
activamente, que trabajamos de otro modo que el de
-
dejar, simplemente, ue la _palabra actúe. Quiero decir
que - tenemos expectativas, fines, decepciones, porque
- -
esta m os en _una gQ_sición_muy precisa, en una posición
que puede llamarse -como lo dice Lacan en ese texto­
política, de estrategia y _táctica.
···El analista dirige la cura. En lugar de un retorno a
Freud, como Lacan lo proclamó en su época, hoy nues­
tra consigna sería la de retornar a la afirmación que
expresa que la cura se conduce y se dirige.
Me parece necesario en la actualidad retomar los
principios de nuestra acción y ver cómo esos principios
han evolucionado desde Freud hasta nuestros días, y
considerarlos en esa actualidad.
En los siguientes seminarios trataré de retomar di­
ferentes capítulos y cuestiones. Esta noche, a su tiem­
po, vamos a abordar la cuestión muy general de los
momentos del desarrollo de la cura, las fases de una
cura. E inmediatamente comenzaré por recordar los
orígenes de la técnica psicoanalítica, es decir, los oríge­
nes a nivel del método catártico.
Antes de comenzar quisiera plantear unas preguntas
que quizá muchos de ustedes ya están imaginando y
concibiendo: ¿cómo puede decirse que el analista dirige
la cura?, ¿cómo puede hablarse de política, de estrate­
gia, de táctica?, ¿no resuena todo eso de modo diferente
de los términos y conceptos con los cuales estamos habi­
tuados a pensar y reflexionar?
Si definimos la técnica, en general, como el conjunto
de medios aplicados a una materia con el propósito de
lograr un fin, debemos inmediatamente decir y concluir
que esta concepción tradicional de la técnica no es
aplicable al psicoanálisis por dos razones: en primer
lugar porque, ¿cuál es la materia sobre la que se apli-

14
carían los medios de la técnica? Precisamente, en el
caso del psicoanálisis esta materia es el deseo del ana­
lizante, y para el psicoanálisis, esta materia -deseo del
analizante- es idéntica al deseo del operador. Como si·
el operador, en la técnica psicoanalítica, debiera operar
sobre sí mismo. La segunda razón que hace que no
podamos aplicar esta definición tradicional de la técni­
ca es que los medios técnicos no son, como habitual­
mente en otras disciplinas, exteriores a los procesos .....
sobre los cuales esos medios operan. Esos medios -por�
ejemplo, una intervención analítica- no son exteriores:
son la expresión del proceso. La intervención de un
psicoanalista en el curso de una sesión no es un medio
que viene del exterior a operar sobre el proceso analí­
tico, sino que debe ser considerada como la manifesta­
_ n de lo que ocurre en esa_ relació�.
ció
No podemos pensar la técnica psicoanalítica soste­
niendo una concepción instrumental de ella.
Sin embargo, existe una técnica de dirección de la
cura. Pero no debe ser considerada como un instrumento
maniobrable. Lo repito. Mientras imaginemos la técni­
ca analítica como un medio para operar, permanecere­
mos capturados en la voluntad de dominarla y dejare­
mos de lado la esencia de esa técnica.
¿Cuál es esa esencia? La esencia de la técnica ana­
lítica es el fondo estable que .§e decanta en el psicoana­
lista-en Iá medida en que e_sa�écnica instrumental se
aplica. La obtención de ese fondo e§table significa Ja
C_!'eación, en el psicoanalista, de un estado particular de
espera; de una espera elegicja, de una disposición orien­
tada, polarizada, por la realización de "Una experiencia
- - - -- -
- ·---

singular.
Todo analista está dispuesto hacia algo; ese algo es
una experiencia singular: la éle saber percibir fuera de él
mismo -percibir de modo inconsciente- el incon&.cignte
en el análisis. Esto quiere decir que la esencia �e l�.

15
técni� i�eside en el deseo del operador, en el deseo que
subyace -en nosotros cuando practicamos nuestra labor.
Estamos aquí frente a una aparente contradicción_
Por una parte digo, con tono de urgencia, que es nece­
sario dirigir la cura. Bien. Y por otra parte digo que e-;
n�cesario_no caer en el domi_nip. La contradicción pue­
de resolverse, diria, con una actitud lúdica, humorísti­
ca. Como si fuera necesario jugar con nosotros mismos
y decir esto: simular ocupél!nos y�studiar seriamente
r-1ª--técnic�, los preceptos técnicos, esperando secretainén­
: te que la verdad en el análisis haga irrupción en nosó­
Jj
) t_Tos, nos trastorne, nos sorprenda y ponga un límlt�l
l supuesto_ dominio de nuestra acción. E s a�lí, entonces,
_
donde y cuando la verdad aparecerá en el analizante.
En una palabra: ser el más aplicado de los técnicos, el
mejor conocedor de los preceptos de la técnica, para te­
ner sobre todo la libertad de ser el más inconsciente_de
los sujetos, el más inocente, el más desarmado, el más
expuestp a los efectos del inconsciente. Pues es allí, en
üña sorpres-� puntual, en un trastorno, en un aturdi­
miento, donde tenemos una posibilidad de hacer la expe­
riencia del análisis -nosotros como analistas- y conducir
al analizante a hacer esa experiencia; es decir -lo vere­
mos luego- llegar a ese momento de la experiencia y
ocupar un_lugar: el del objeto que causa esa experiencia.
( Es necesario dirigir la cura, es necesario asumir
enteramente ese rol, y al mismo tiempo sab�! que_aj_fin
- que queremos alcanz� no lo obten_9-remos dirigiendo la
í cüra. Lo---a -alc" nzaremos fuera de esa dire-cción, fuera de
esa técnica. En los términos de Lacan eso sería·: ocupár
el lugar del semblante del dominio, es decir, ocupar el
lugar del semblante de la(f-i rección, el semblante de ser
el amo: sin ··olvidar gue no es más_que_un SgIDhlante.
- Es allí dOnde existiría una posibilidad de ser tocados
por una verdad, que es, al mismo tiempo, una verdad
para e] analizante.

16
Siendo así, me falta aún completar la definición de
la esencia de la técnica. É sta no es sólo un fondo esta­
ble que se decanta en cada analista cada día. La esen­
cia de la técnica es un fondo estable que se decanta
hjstóricamente desde hace ochenta años, es decir desde
el nacimiento del psicoanálisis.
El diván, el sillón, la regla fundamental, etc., es decir
�odos los elementos característicos del procedimiento
analítico, han llegado a ser con el tiempo una especie
de constante invariable con la cual se ha identificado el
psicoanalista.
La técnica psicoanalítica es hoy uno de los trazos dis­
tintivos, un ideal del yo, en el cual reconocemos nues­
:ra identidad de analistas. Es un ideal del yo que es
:iecesario preservar cuidadosamente y hacer que dure
más allá de nosotros, si verdaderamente tendemos a
que la experiencia, que es la nuestra, perdure también.
Es en ese sentido que he elegido hacer este seminario
sobre la técnica, para que pueda percibirse hasta
qué punto l�écnica es un ideal del y�, hasta qué punto
la técnica es un elemento con el cual reencontramos
-
nuestra identidad. Es el p ensar que cualquier ges to
:écnico, por ejemplo el enunciado de la regla funda­
melltal , que un analista puede hacer a su paciente luego
ie las primeras entrevistas, pensar que por ese gesto,
;><>r esa fom1ulación, el analista vehiculiza el ideal del
análisis, vehiculiza el psicoanálisis como..un ideal_y ae
:..:c:s ribe él mismo e inscribe a su paciente en upa fi11a­
..;ón simbólica. Dirigir la cura significa orientarla hacia
üil punto particular de ruptura radical que nosotro s
_
::amamos experiencia.
Distingo la cura de- la experiencia analítica.
Existe la cura analítica: es el camino que transitan
-
el analista y el analizante. Además hay momentosae
ruptura, momentos radic ales,·a los que 1lamamos expe­
nencía. Entonces, la dirección de la cura está conduci-

17
da haciz.. e�e unto de experiencia. Ése es el punto de
experiencia al que Lacan llama "s�uencia transfer�n­
Cial", "secuenc� la transferencia". Entonces: es ne­
cesario ordenar de cierto modo el proceso del análisis
en funció� de un fi12 y siguiendo un índice; se@Il" uil fin
y sigtliendütffi"� calizació». El fin más inmediato �s
hacer surgir la secuencia de la transferencia. Yel índi­
ce es el ofrecido p; diferentes modalidades de la pala­
bra del analizante. Con más exactitud: el índice que
nos perl)l�te conducí� e�a cura está constituid.o._¡loL.di­
ferentes modalidades de las demandas del analizante.
Digamos en seguida que en ese punto de ruptura que
llamamos la "secuencia transferencial", el momento
de la transferenga-;e1 añafista abandona la posición de
conducir luura., abandona la posición de dominio á
partir de la cual dirigiría esa cura. Y allí, en ese mo­
mento, o�upa otro lugar: �lj�a .! �el ol!i.eto de transfe-
l� - --
v�

renc1a.
Es decir que la conducción de un análisis puede orien­
tarse siguiendo diferer¡tes momentos o diferentes fases
de la-cura, diferentes fases o momentos que van a est�r
separados, diyididos,_ según un criterio que es el crite­
rio del tipo de relación "que el analizante tiene con-su
palabra. Volveremos-en detalle sobre cada una de estas
fases.
Sabemos que las fases, tal como las presentaré aho­
ra, representan un esquema muy reducido, muy simpli­
ficado, que me permite abordar las cosas en este semi­
nario a modo de introducción.
Esquemáticamente podemos despejar c� en
el desarrollo temporal de una cura. El interés -insisto­
de espejar esas c �atro fases, el verdadero interés, es
reconocer el lugar central de cada una de ellas.
La pri mera fase es la que podemos llamar la {__ase d�
-ti la rectificación subjetiva.
Esta fase tiene lugar en el curso de la primera entre-
.
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18
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� o digamos, desde las !tim en
. eras entrevisb,!s, y -
en�e del cara a carLJQ!l el_gaciente.
E:: particuTar, al final de la primera entrevista y en
.... .;,!guiente introducimos al paciente en unaprimera
�"ización de su posición en la realidad que éCn�s
� nta. Es decir que él puede hablarnos de su reali-­

� inscrita en una familia, en una pareja, en una


a.:-:.iación profesional. Poco importa cómo nos presente
� !"ealidad. Lo que sí nos importa, sobre todo -y es en

� punto que va a intervenir lo que llamamos la REC­

�ACIÓN SUBJETIVA-, c<:>ncierne � la relación que la per-- \ ./


;:;a que viene a hacer esta demanda de consulta tiene_..
::.:·::i sus síntomas. - - -

Esa relación con sus síntomas es una relación de


�:itido, es decir que él le da un sentido a cada uno de
�.:..5 sufrimientos, a cada uno de sus trastornos. Y es en

� nivel, el nivel del sentido, en el que tenemos que

=:.2cer nuestra primera intervención a la que llamamos,

�n la expresión de Lacan, RECTIFICACIÓN SUBJÍ[TrVA.°._.


¿Qué quiere decir "RECTIFICACIÓN SUBJETIVA"? Que in­
:.ervenimos a nivel de la relación del yo del sujeto con
sus síntomas. Es por ello que desde la primera entre-

7i.sta -y en particular en las entrevistas siguientes- me


parece esencial, e insisto mucho en ese punto, despejar
muy bien el motivo de consulta, la razón por lacuálel
pacientena decidido llamar a un psicoanalista. Hasta
no debería decir "llamar a un psicoanalista" sino "lla­
:nar a un terapeuta". Porque si el paciente demanda
una consulta y él ya ha visto, por ejemplo, a un psi­
quiatra, a otro analista o hasta si cuando era pequeño
sus padres lo han llevado al médico, lo que importa es
el primer momento en el cual él ha venido a consultar
o ha sido traído a consultar.
En otros términos, �ent_ !. <!_o -es decir, }a relación del
yo con el síntoma-. se decide sobre todo en relación coñ
lo primero, con ..
el primer gesto,
--
la primera decisión de
-· ....__

19
\� UM._� � JiJ. �� f' ,.._!¡_O L:t"u... Óo...A--
af} f� � &A.L �. 4 �'t.�. �
.
. � vv "-AR.A•�.;...,. clu:i\l.��,.)
( ape�r a un .Qko. y es a e e nivel que vamos a .producir,

que vamos a hacer intervenir, a introducir, esa RECTIFI­
CACIÓN SUBJETIVA.
Siempre digo que luego de la primera entrevista hay
una demanda masiva de parte del paciente. Y es al
final de esa primera entrevista que tengo el hábito de
manifestarle: "Bien, vamos a detener aquí nuestra en­
trevista, pero antes quisiera darle nu impres10n con
todos los riesgos que eso comporta, en tanto no lo co-
·

nozco".
¿Qué quiere decir "mi impresión"? "Mi impresión"
quiere decir dar una respuesta que consistirá en resi­
tuar al paciente de otro modo en relación con su sufrí­
.miento. Es decir, intervenir en el punto mismo en el
·cual él explica, y tener-en cuenta cómo lo hace, cuál es
Ja teoría que él se da de por qué sufre y cómo sufre.
Puede ocurrir, por ejemplo, que esa intervención lle­
ve, en particular, hacia el problema del deseo parricida
en el caso de los hombres. Esto no es sólo un automa­
tismo del pensamiento: es, simplemente, que a la luz
de intervenciones de este tipo existe siempre ese ele­
mento presente, basal, fundamental en la teoría analí­
tica, que es el deseo de matar al padre. Esto ocurre en
particular en los hombres y todo lo que de allí prosigue
en tanto sentimiento inconsciente de culpabilidad. Vol­
veré a ello, con certeza, en los próximos seminarios. Me
propongo, en el transcurso del año, hacer una exposi­
ción sobre la interpretación y, eventualmente, sobre las
entrevistas preliminares, el problema de la cura, el
problema de la reconstrucción. En fin, todas las dife­
rentes cuestiones mayores de la técnica analítica.
Volviendo a esta primera fase de rectificación subje­
tiva: lo que está claro es que nos es necesario distinguir
el motivo por el cual el paciente consulta en esas pri­
meras entrevistas de la demanda implícita presente en
el . análisis. Esa demanda implícita, precisamente, ja-
c"""' �üü:L \� 1)��.ijt, � '1...Q_ct-� �
CL) �t�\A.�.L.L.ii.. � /Vv...O�Q� � ��
b) + d.1L. to_ �OM-cV--. \/"\.No._ �
� -

� ....t;¡. ·
l:.i-5 está explicitada. Y esa demanda implícita puede ser
.ieseo -la demanda- de cura. Puede ser, también, la
�:::anda de mostrarse, de revelarse a sí mismo lo que
., ::llsmo es. Puede ser una demanda de calificarse como
r :::i:ísta, de llegar a ser analista y que ese análisis sea
:..:.ra él su modo de consagrarse como tal. Hay muchas
:..:::J.andas implícitas de ese tipo que no sólo están pre­
�::(es en ese momento, en esta fase, de rectificación
�bjetiva, sino que, además, van a estar presentes a
:orlo lo largo del análisis. Ellas van a variar en fun­
�ón del desarrollo, del despliegue de la cura. Debe­
=os distinguir muy bien esta demanda implícita de
� otras demandas de las cuales vamos a hablar en
.:.!l momento.
Segunda fase: es la fase del comienzo.
Diría que es la fase que está constituida por dos
�..tos pf5i�oanalítico$_fundamentales, los dos actos psi­
-_-analíticos mayores entre todos los que un analista
;;aede cumplir: en primer lugar, el acto -y digo bien
..acto"- de aceptar analizar al paciente, y segundo: el
::.:to ae enunciar la reg La fundamental. A.. través de esos
i....s actos --- - -
el analista transmite
.....
a su paciente, en ese
Frimer momento, su propia relación simbólica con el
;:5icoanálisis sin que-élSe aperciba. Él transmite con ·

e-sos actos, y a través de ellos, la relación que tiene con "'

:.a historia del psicoanálisis, con los escritos analíticos,


�n los ideales y hasta con la colectividad analítica.
Pero sobre todo, con esos dos actos se vehiculiza la
�xperiencia que él mismo ha tenido en su propio aná­
:isis y, cuando es el caso, particularmente, la experien­
cia de haber terminado ese análisis. Esto es esencial
para poner en su lugar ese cuadro transferencial.
Esto no es la transErencia sino lo que podemos lla­
:nar el "cuadro transferencia}" o la "sugestión". Esa
-
relación del analista con
- - --
2
eC sicoanálisis sostenidoor p ,_
ese gesto, por esos dos gestos, s.erá el primer objeto de
· -
-

21
transferencia con el cual el analizant_e._tendrá _�en­
frentaiSé. Digo füen: el primer objeto de transferencia
conefcual el analizante tendrá que enfrentarse, y esto
se define o:c...e .Uu- lación ge] analista con el psicoanáli­
si8.E sta relación va a concretarse a través del simple
gesto de decirle: "Sí, me interesa, quiero tomarlo en
análisis, quiero trabajar con usted, quiero que trabaje­
mos juntos, quiero que estemos juntos durante un tiem­
po".
El segundo gesto es el de enunciar la regla funda­
mental. Decir: "A partir de la _pr_óxima_vez, prefiero -o
_

preferiría- que usfed. se recueste en el diván y que, una


vez recostado hable, sin retener nada y hasta sin inte­
rrupción, acerca de todo lo que se le ocurra". Esta frase
es dicha en un momento de las entrevistas prelimina­
res -en general, en mi caso, lo digo al final de una
entrevista preliminar en vistas a una próxima vez en
la cual el paciente comenzará su primera sesión recos­
tado-.
A propósito de esta frase: si ustedes me pregunta­
ran cómo decirla les respondería que consulten los modos
y los tipos de relación que tiene cada uno con el aná­
lisis, con la comunidad analítica, con sus colegas, con
los textos, con los ideales, y hablarán, entonces, en
función de esa relación. Y _tl-analizante percibirá p_er­
fectamente.-e.se-tipQ duelación. Eso es lo que quise
decir cuando hace un momento hablaba de fondo esta­
ble de la t�c�. La esencia de la técnica se juega allí,
por ejemplo. Según la relación que cada uno tenga con
el psicoanálisisi intervendrá de un modo u otro. Hasta
en la inflexión, en el tono de voz, en la manera de
decirlo, en el modo de estar sentado para hacerlo. Esto
es perfectamente detectable por el analizante, y se con­
vertirá en su primer objeto transferencia!, porque, ¿cuál
es el primer. objeto transferencia!? No es el analista
sinó la relación del psicoanalista con el psicoanálisis. Y
--�- --- . --··-�- ·--- -----

22
bien, este objeto transferencia} tendrá un efecto deter­
minante en relación con la aparición de los síntomas.
ES muy frecuente -muchos de entre ustedes qué
practican el análisis lo saben-, ocurre muy a menudo
que al caho de algunos meses, hasta de algunas sema­
nas, el paciente venga a decirnos: "Es extraordinario,
:ne siento muy bien. Muchas de las razones por las
cuales he venido a consultarlo han desaparecido". Y
hasta hay pacientes que deciden abandonar el análisis
a causa de esa desaparición de los síntomas. Y esto es
a lo que llamaríamos objeto de sugestión. En lugar de

:!amarlo "objeto de tran- sferencia" deberíamos decir "ob­


jeto de sugestión". Y ese "objeto de sugestión" tendrá
un efecto sobre los síntomas, sobre lo real de la vida del
análisis.
Cuando hable de transferencias, veremos la diferen­
cia entre la transferencia y la sugestión.
Este
-- ohleto
- de sugestión es un - objeto inconsciente,
---- ---- es
decir que ese objeto interviene sin que el analizante y
el analista-lo perciban.
--- Ésta es una fase en fa cual, efectivamente, domina la
espera de parte deLanalizan!;e. Es una espera abierta;
es una fase de las primeras sesiones, los primeros tiem­
pos, del comienzo, es el tiempo de la demanda de amor.
Es una demanda de amor -abierta y suscitada por el
madro transferencia!, el cuadro del análisis, es decir el
carácter ritual de las sesiones,_ por la regla-que ustedes
!'ian enunciado, por el silencio y la presencia discreta
:iueel analista tiene durante ese periodo, y por ese
ob]efo de sugestión que acabo de señalar hace un mo­
mento.
Tod� esos elementos -�rc(4 re:_�a, si!encio y objeto _

de sugestión- suscitan y sostienen la palabra del Qa­


ciente como una palabra en espera, como si él hablase
e�erando. Y esto es perfectamente visible y localiza­
�le. Es lo que Lacan llama la demanda de amor. No es ---
- - - .....�
...
-

23
una demanda de amor al analista, como a veces se
cre e . Es una dema�da de ªmor porque es una demanda
en el sentido que es una palabra de promesa. Se está en
e momento de la Qromesa. EL.amoL-ustedes conocen
la definición de Lacan -e§.. dar lo_ q!:!e no se tie�. Dar
lo que no se tiene, quiere decir, simplemente, prometer._
Doy lo que no tengo en tanto que prometo. Durante
este-período, el anallzante vive en la espera de esta
promesa abierta, de este amor abierto que significa el
análisis. No es una demanda de amor al analista; el
analista no es el objeto de amor en ese momento. Es
demanda de amor -repito- en el sentido de palabra en
espera. Esta demanda de amor se mantendrá en tanto
el analizante no-descubra que, finalmente, es uñade­
manda inadmisi�l�. Durante ese tiempo la sugestión
ocupa su lugar. Esta segunda fase de la cual hablamos
hace un instante, es la fase de la sugestión, o si ustedes
prefieren, la fase de la demanda de amor. Lacan en un
momento reto� esto de otro autor -de Fenichel- que
decía: "El analizante, durante este período, habla sin
hablarles", pensando en el analista. Sí, el analizante
habla sin hablarles, pero agregaría: esperando la pro­
mesa que significa el análisis.
T .a fa�rcP.ra fase -tenemos primera fase de RECTIFICA­
CIÓN subjetiva y segunda fase de SUGESTIÓN- es el mo­

mento más fecundo de la cura analítica. Es el momento


más fecundo, el momento más doloroso, el momento
que, en general, los analistas también se resisten a
abordar o a experimentar.
Hay allí como una especie de complicidad entre el
paciente y el analista para no llegar a ese tercer mo­
mento, que es el MOMENTO DE LA TRANSFERENCIA. En ese
momento, la demañda Cíe a'ñ'iorsufre la decepción. Es
una demanda que va a descubrir su carencia, su carác-'
ter inadmisible -como decía hace un momento- y se va
a transformar en otra demanda, una demanda más rara,

24
.:na palabra más pura pero, sobre todo, una palabra.
:Jasional. Es el momento fecundo, doloroso- y pasional
3.el análisis. Pasional pero no sólo deamoi· pasional. �..§__
..Jl momento de violencia, de agresividad, de odio y de

""rofunda ignorancia pasional-:-


Ustedes saben que Lacan define y clasifica la pasión
�egún una concepción hindú: tres especies depasión, o
sea el .amorl. el odio _y l _a ignorancia. En ese momento
·ecundo del análisis, en ese momento doloroso y pasio­
nal, el amor que está allí no es el amor de la demanda
ie amor . Es un amor que hace daño. Es el amor de la
_<ecepcióni es el amor que hasta p�de devenir erQ.tQ:_
�anía.
-
Ese momento fecundo -sobre el cual volveremos
-=..:npliamente la próxima vez o en los próximos semina-
�os cuando hable de transferencia-, ese momento, de 0
�a. se caracteriz.a por la emergencia, por el retorno de
·

reprimidode los...sjgnificantes ligados a las pulsiones.


:-::te es un primer modo de decirlo. Hay allí una con-
.;.nción entre dos elementos. Es como si ese momento
�e transferencia fuera eLroomento más próximo al co­
-.u:ón del yo, el_ más central.
En esta tercera fase la demanda de amor deviene
_:¡a d�manda más pura. ¿Qué quiere decir demanda

=ás pura? Es la aparición, en ese momento, de repre­


--:itaciones, de significantes, a los cuales algunas pliL,
-nes están ligadas. Es decir es la a2arición de la__
manda con "D" mayúscul&., si ustedes quieren.
?reud, hablando de resistencia, decía: "Cuanto uno
- 45 se aproxima al núcleo patógeno, más fuerte es la

��istencia". El núcleo patógeno; retomemos esta ima­


Z-f�: el núcleo patógeno sería el corazón del yo. Se con­

-� ál�omo una instancia compuesta de múltiples


;;:geñes,_ de múltiples imágenes proaucidas,éí�ideñ=
:-_-:aciones imaginarias.. Y en el centro del yo, algo que­
-· es el yo_; es lo que sería el goce habitando el yo._ El
-.�to, el verdadero objeto de goce, situado en el centro

25
del yo. La transfe rencia, el momento de la transferen­
cia se juega cuando todas esas cagas imaginari�an
desaparecido y sólo queda la última capa, la más próxi­
ma a ese ob�....Al decir la últim-;-ca�más proxrma
· al -objeto también podría decir 1-ª-.demanda má�...I�ura, la
más representativa de la pulsión reprimida. Es allí
donde aparece la demanda más p�a, donde aparece la
imagen másp¡:oxima al objeto en el centro del yo, cuan­
do -diría- no existe más yo. Es allí donde surgen los
elementos pasionale�del amor,·el odiQ...Y la ignoranda,__
Y--esos momentos son los más dolorosos para el pacien­
te y el momento más doloroso para el analista. No es
fácil aceptar esa vía y comprometernos con ella. Es
mucho más aceptable� mucho más fácil para nuestro
trabajo, por ejemplo, mantenernos en esta etapa de la
fase que yo llamaba de "sugestión de la demanda de
amor", evitando abordar esa experiencia particular de
la transferencia.
Justamente en el texto que citaba -"La dirección de
la cura" que apareció en los Escritos- Lacan critica a
los analistas de la época, es decir alrededor de 1958, a los
analistas que él llama "del Instituto", diciendo que su
teoría de la cura y su teoría del sujeto -del sujeto del
inconsciente- sirven para que ellos eviten el momento
doloroso de la secuencia transferencial. Pero ésta no es
una crítica -según mi opinión- destinada sólo a esos
analistas. No es una cuestión de polémica. Es una cues­
tión que se plantea a cada uno de nosotros en tanto la
conducción, en tanto la relación con cada uno de nues­
tros analizantes. En esos momentos fecundos detrans­
ferencia_dolorosa -la expresión "transferencia dolorosa"
es una expresión de Freud cuando habla del Hombre de
las ratas- el analista.va a ocupar el lugar de 9bjeto.d§
e�e núcleo en el corazón del yo. �l ana]jsta , ante esa
experiencia del momento transferencial, abandona .el

l érprete -yo lo llamaría así-, abandona el

26
.lgar de tener que asumir el rol de dirigir la cura y se
-3frenta con el hecho de estar en el lugar asignado por
-:-paciente, que es el lugar del objeto en el corazón -
�úcleo del yo.
Este momento es tan trascendental que ese esquema
:ie las cuatro fases de la cura sólo tiene valor por venir
a situar esa secuencia transferencia!.

Un tema relevante en relación con este momento


:ransferencial es la cuestión de las resistencias.
Ese concepto de resistencia ha sido esencial en la
-?volución de la teoría de la técnica analítica. Ha sido
..:.n concepto clave. ¿Qué es la resistencia en ese mo­

�ento? Es una resistencia que Lacan la enuncia en


:añtÜresi�a de los analistas o diciendo que la re:­
'1.Stenc1a es la reS"lstencia del analista. La resistencia
Jel analista es la resistencia a no !_§gara ese__m omento
::;;asional de fa secuencia transferencia!. Primera acep­
-·ón de la palabra "resistencia": la resistencia del ana­
:ista. Hay una segunda acepción: la resistencia del_Y-o_,_
La palabra "resiste ncia.:' estaría siempre en relación
:ün la resistencia del yo,_ es decir que es un fenómeno
­
{nivel de las capas imaginarias. La resistencia del Yo
-=�ª resistencia que él mismo oponepara gue no exista
-:s.a experiencia de apertura del objeto de goce que yace

-n su corazón, en su centro. En ese momento, en tanto


:nomento fecundº-1 es el tiempo en el cua_l el analizante
:2ndría uña posibilidad de "ser privado de" -esto en
.3.Ilto, por ejempl�o s analistas lacaruanos son aque­
:.;.os que frustrarían a sus pacientes-. De hecho, Freud
�antuvo claramente a todo lo largo de su obra -y lo
"eiteró muchas veces- la idea de que el análisis se
:esarrolla en una atmósfera de privación. Y bien, esta
_rmósfera de privación, de frustración, no tiene nada
,ue ver con el dolor de ese momento de secueñeía trans­
·�rencial Uña cosa es gue la _demanda de arñürsea
.:iaceptl!b _ le. Otra cosa es experimentar121 hacer expe-

27
rimentar, hacer la experiencia de tener gue revelar el
punto central, el núcleo del yo...!.. es decir el punto en el
cual el obje� e�, aparecería en S!!P.erficie.
Es eso que, en la teoría lacaniana, puede llamarse la
"falta en ser"; el sujeto -el analizante- está confrontado,
no sólo con la inacept.ahilidad de la demanda de amor
sino que está confrontado con la falta en ser. Es decir
que su ser es una fulta; que su verdadero ser �i:! _el
análisis no es él, su yo: es lo gy_e._yace en el yo. Lo que
v· ./yace en el centrodeí y_o es una falta. Es un punto·
-
fundamental, e_ni_gmátíco. Es un puñfo central que es
aquel que llamamos hab:ffualmente, en la terminología
lacaniana, ogjeto "a"]}- objeto de goce. En ese momento
de secuencia transferencia!, en ese momento fe<d!Il.do,
�el analista debe hacer silencio. Debe hacer silencio y,
�como ustedes saben, hay niüChas formas de silencio. El
analista debe hacer silencio en sí para hacer surgir al
QkQ.. Es en ese momento que el ana:Iista hace que suDa
el Otro. Para que surja el Otro del paciente es necesa­
rio que efanalista haga silencio en sí. Si el analTSta
hace 4ctiva]nentejsilenc10 en Sí, él es quien dirige Ta
c,ura. s�no lo hace ig:Qora quién conduce la curae.iLC$e
mom ento.
Retomamos aquí -bajo otra formulación- lo que se
dijo al inicio de este seminari o : preocuparse de condu­
cir la cura sabiendo que lo que importa no es dirigirla,
lo que importa es nuestro propio deseo y esa capacidad
que tenemos .de.hacer silencioen nosotr�misDJ.Qs.
La última fase es la fase de la INTERPRETACIÓN. Po­
dríamos decir que la transferencia -la fase de la trans­
ferencia- es el análisis; la aparición de ese momento
transferencial si[Ilifica ya el análisis en acto. En otros -
terminas: el asa· e la demanda de amor a la deman­
d,a más pura si� hasta sin a intervenc1on del
analista, que se ha practicado el análisis de la suges­
tión y la transformación en la transferencia.

28
La transferencia es el análisis de la sugmión y, por
::de, la transferencia es el análisis d�.Ja_transfer.encia.
5: ustedes quieren, tenemos tres momentos:

sugestión - momento transferencial - interpretación


del momento transferencia[

La interpretación del momento transferencial se cum­


ple a condición -insisto- de hacer en nosotros ese silen­
::o que nace surgir el Otro-para el paciente. Ese gran
)tro que puede surgir para e1 paciente y que puede
:ornar hasta la forma de una interpretación.
Tenemos, entonces, lás cuatro fases que pueden
marcar el desarrollo de una cura. Entendamos que no
son cuatro fases que se puedan descubrir a lo largo de
ma cura; no separan cuatro momentos históricos de
ella: son cuatro fases que se super_ponen entre sí y ha­
brá otra) la última, de la cual no hablaré hoy, gue es lª
del FIN DE iA CURA.
Falta agregar un aspecto que está muy ligado a lo
que vamos a tratar ahora, que es la institució�, en un
momento, de lo que se ha convenido en llamar ''la neu­
rosis de tp�.nsferencia": en el momento fecundo del
análisis van a aparecer síntomas nuevos, prop1os de lá
relación añalítica. Y Freud dirá: una nueva neurosis
artificiar Va a sustituir a la antigua neurosis original
por la cua1 el paciente ha venido a demandar el aná-
·

lisis.
Pero, en este momento, y dado que deberemos abor­
dar más adelante el tema de la transferencia, debemos
ir a la cuestión del método catártico porque considero
que al estudiar la transferencia desde sus comienzos se
puede comenzar por allí. El método catártico constituye
-como ustedes saben- el ffiéfodo preanalíticoyest:reñ
el origen del nacimiento del psicoanálisis.
"La historia del método catártico es verdaderamente

29
apasionante. Y no sólo es apasionante sino que, ade­
más, se ve hasta qué punto cuestiones que se afirma­
ban, pensaban, reflexionaban y eran constatadas en
1890, están muy presentes en el modo como hoy conce­
bimos el análisis.
Por ejemplo, ignoraba que en 1890, en la época en
que Freud practicaba el hipnotismo, el método catárti­
co era practicado por diferentes tipos de sugestión, entre
ellos, la sugéstión hipnótica. Freud se decía un muy
- - .

mal hipnotizador, pero lo decía desde su modo de estar


sentado en un sillón detrás de su paciente recostado.
Entonces surge la pregunta: ¿cómo es esto posible, en
tanto Freud nos dice en sus escritos sobre técnica que
él había decidido el uso del diván porque, efectivamen­
te, no soportaba bien tener enfrente a sus pacientes
durante ocho horas al día y le era necesario, consecuen­
temente, pedir al analizante que se recostara? De he­
cho, me acerqué a personas que conocían bien la histo­
ria del hipnotismo: efectivamente, en 1890 se practica­
ba el hipnotismo, en primer lugar, en consultorios pri­
vados y no sólo en la Salpetriere. Y cuando se lo practi­
ca en consultorios privados, una de las modalidades -no
era la única- era la· de hacer sugestiones verbales al
paciente, estando sentado detrás de él y el paciente
recostado. Entonces, cuando Freud nos dice en sus es­
critos sobre técnica que había pedido al paciente que se
acostara porque no soportaba su visión durante ocho
horas al día, de hecho no hacía otra cosa, en realidad,
que retomar un dispositivo ya muy antiguo que él mismo
había practicado siendo hipnotizador. Esto sirve en tanto
anécdota.
Lo que me parece mucho más interesante es la ma­
nera que se tenía de concebir el método catártico.
Sabemos que el método catártico fue inventado por
Breuer. Algunos dicen que fue Janet y otros reconocen
también que hubo dos médicos franceses interviniendo

30

i
-!:l. la época -por ejemplo, Burot-. La cuestión es que en
�a época estaban todos comprometidos en esta cti.es­
:i6n. Había congresos sobre el tema, por ejemplo, en
?arís, en 1881. Hubo congresos no sólo de psiquiatría;
:::Jbo congresos psicológicos en los cuales estaba en boga
-.::a idea que consistía en lo siguiente: el método catár­
.=:o explicaba, o partía de esa hipótesis, que los sínto­
- as en el histérico son la expresión manifiesta de la
;!"esencia en el espíritu, en la psique, de un cuerpo
-'ttraño , encastrado en los sujetos, en la psique del sujeto
= !a manera de un parásito . Este elemento era una idea

: :m grupo de ideas penetradas en el espíritu fuera de


_a conciencia; es decir que se consideraba que el sujeto
�!lía percibido inconscientemente un acontecimiento
-:articular que se había transformado -la percepción se
--=.abía transformado-- en una idea o en un grupo de
. :ieas que permanecían en la psique como un elemento
.!3lado. Y era ese elemento aislado, esa idea, ese grupo
:i-e ideas, los que iban a tener una activa presencia
�atógena. La enfermedad se explicaba por el hecho de
q'.le, en el interior de la psique del histérico reinaba,
i:múnaba, un cuerpo extraño.
En la época, Charcot utilizaba la hipnosis para crear
_ :is mismos síntomas por los cuales era afectado el
caciente histérico . Es decir que utilizaba la hipnosis
;;.ara recrear los síntomas padecidos . Y Charcot llama­
:.a. a esa nueva creación "una neurosis artificial". Es el
=.. :smo término que Freud va a utilizar diez o quince
.:.:'.los más tarde para designar la neurosis de transfe­
�ncia. Pero es entonces cuando Breuer tie'ne otra idea:
.a
. de servirse de la hipnosis o de la sugestión verbal, o
:ie otro tipo de sugestión, no para reproducir el síntoma
:ie la enfermedad sino para extraer, hacer salir, extir­
;;.ar, el cuerpo extraño. Y la idea que tuvo Breuer fue la
�e utilizar el hipnotismo para hacer que el paciente
• Jlviera al momento en e l cual había tenido la expe-

31
riencia perceptual de un acontecimiento que se había
tornado patógeno. Lo que es interesante es que Breuer
pensaba, a veces, que esto se podía hacer por hipnosis
y otras que, simplemente, pidiendo hablar al paciente
se lograba provocar esta reminiscencia del momento
patógeno. Hasta allí, hasta el punto de creer que en el
origen de la enfermedad de la histeria existía ese grupo
de ideas aisladas, todo el mundo estaba de acuerdo. La
diferencia estaba en la explicación de cómo ese grupo
patógeno se había instalado en el espíritu del suj eto.
Breuer pensaba que ese grupo patógeno se había insta­
lado en un momento en el que el histérico estaba en lo
que él llamaba "estado hipnoide". Decía que en algunos
momentos, siendo joven, en un momento del pasado, el
paciente había tenido un estado hipnoide, una especie
de obnubilación, de aturdimiento, que había creado las
condiciones para dejar penetrar en él acontecimientos
que iban a inscribirse en su inconsciente. Janet tenía
otra idea: decía que de hecho no era porque el paciente
estuviera en un estado hipnoide, sino porque había
tenido una mala síntesis de parte del yo. Es decir que
el yo no era capaz de integrar correctamente ese grupo
de ideas y a esto lo llamaba "labilídad psíquica de sín­
tesis".
Freud tenía una tercera hipótesis: pensaba que, de
hecho y en realidad, esos grupos de ideas estaban ais­
lados y eran patógenos porque eran el resultado de la
percepción de un acontecimiento sexua1. Y eso _ va a
distinguir a Freud netamente de lo que pensaban todos
los otros teóricos de la época: el carácter violento, pero
además sexual, del acontecimiento traumático. ·

Al respecto surgen muchos comentarios. Primero:


ustedes ven que la teoría que ellos tenían en boga es de
Charcot. Fue Charcot quien tuvo la idea de que el ori­
gen de la histeria se debía a un grupo de ideas parási­
tas no conscientes en el espíritu del sujeto. Y bien,

32
.:s:.amos en presencia de una teoría que considera que
:raumatismo releva d e l a singularidad. Es decir, .!.
;.� lo que hacía mal era un afecto en exceso, debido

,hock emocional de la percepción del acontecimien­


:raumático. Luego, la teoría en boga en ese momento
'='-a doble: la enfermedad se produce por un elemento
;-"":guiar y por un exceso de afectos. El uno es el exceso.
En este punto les pido a los lacanianos que se inte­
-:-:)guen: ¿no reconocen allí el S l y el objeto a? ¿No
�onocemos allí la cadena de significantes 82? ¿El ele­
-:ento singular, el S l y el exceso de afecto, el objeto a?
Pero podría surgir la pregunta acerca de un reduc­
___nismo entre Lacan y Charcot. No es un reduccionis­
::io, es toda la teoría analítica que va a mantener siem­
;�e esa especie de estructura del conjunto que se llama
i>l yo; e1 elemento uno, elemento distinguido, distintivo,
�gular, que está en e l origen de la enfermedad, de la
::.eurosis. Y además el carácter de exceso de afectos que
--sotros podemos reconocer bajo diferentes términos, a
:�o lo largo de la evolución de la historia del psicoa­
::.álisis, a partir del término de afecto en Freud, en "El
::.acimiento del psicoanálisis", pasando por la libido, las
;ulsiones, etcétera.
¿Estaríamos en condiciones de afirmar que todo es­
:aba dicho en la época de Charcot? No, en absoluto.
5miplemente, y es esto lo que me parece importante, lo
�ue tiene interés, lo que querría transmitirles, es que
.::.os situemos en un continuo simbólico, que nos situe­
::::os en una filiación, que reconozcamos que lo que pen­
.samos y practicamos hoy no ha nacido ex nihilo, que
:ilrmamos parte de una historia y que la historia va a
:antinuar después de nosotros. Y lo que me parece im­
portante en el hecho de volver al método catártico es el
:-econocer ciertos puntos que reaparecen hoy en nues­
:ra práctica más actual y cotidiana.
Otra cuestión: el concepto de Janet de "labilidad del

33
psiquismo para integrar y sintetizar las percepciones
traumáticas" está muy próximo a lo que los norteame­
ricanos, la psicología del yo, va a llamar en la época de
los años sesenta, el "yo débil". El ''yo débil" era un yo
impotente para sintetizar, para int;egrar. Y además -últi­
mo comentario al margen y volvemos al método catár­
tico- ¿qué es lo más interesante? Que el método catártico
consistía, finalmente, en producir en el sujeto una re­
miniscencia del acontecimiento traumático. ¿Para qué
hacer esto? Para que se integrase en la conciencia, a
través de la palabra, lo que estaba aislado en el incons­
ciente. Se le demandaba al paciente volver hacia atrás
y hablar. Era el modo de disolver, de borrar, de agotar
la fuerza traumática del elemento o del grupo de ideas
que estaban allí, parásitas, en el espíritu del sujeto. Y
hasta decía -tal como se puede leer en el texto- que se
trataba de que el paciente, recordando, volviendo a esos
antiguos momentos, pudiese percibir de otro modo lo
que había percibido en un momento y percibido incons­
cientemente. Se trataba, entonces, de que volviese a
ver, pero esta vez conscientemente, eso que antes había
percibido inconscientemente.
Esta id�a d�_Uevar al paciente al momento original
de la percepción inconsciente para hacerlo percibir cons­
cientemente �n la actualidad de la catarsis, nos s;r�­
ría para hablar del analista hoy y decir que éste Jk!?e
proceder a la inv<l[�a. El analista debe hacer ue lo
-
-..;;- percibido seael �consciente del sujeto. En el método
catártico 1a percepción inconsciente era llevada para
ser retomada en una percepción consciente. El analista
debe abandonar la percepción consciente, caiñbiar de
regístro, y poaer peréibir -como si debiera volverr u
fraumafismo, � la experiencia traumática- en ese esta­
do obnubilado, -el inconsciente en juego del sujeto.-
- Cuando hablamos de percepción inconsciente cabría
la pregunta de si estamos hablando con una expresión

34
:ie hoy o es una expresión de Freud. A propósito encon­
:ré un texto de 1899, de Onanoff, que se llama, precisa­
:nente, "De la percepción inconsciente". Lo sorprendente
-:-s que ya en 1899 se hablase así. No es seguro que en
�sa época Freud hubiese empleado estos términos.
Retornemos. ¿Qué era el método catártico? Breve­
":lente: consistía en hacer retroceder al paciente, llevar­
.o al punto traumático y hacérselo reproducir, fuera en
;:alabras, fuera en imágenes, fuera en actos. E s decir
,!-·a fuese hacerlo hablar, hacerlo sentir o alucinar. Y la
-eta era -Breuer utilizaba esa expresión- amplificar
r=l campo de la conciencia. En otros términos: integrar
grupo de ideas aisladas en la conciencia. Es decir
�e el método catártico era un método terapéutico por
·:-es razones: en primer lugar, curaba porque integra::
ca: en segundo lugar, curaba porque permitía l a des-
arga del afecto ligad.o a la antigua percepción traumá­
::.ca, y en tercer lugar -esto es muy importante- curaba
:- rque producía una neurosis nueva. Es decir que se
:nsideraba que el método catártico no sólo era efectivo
:·-rque era un retorno hacia atrás en el acontecimiento
:raurnático, sino porque el sujeto vivía, en el momento de
. reminiscencia catártica, una crisis de histeria. y la
�miniscencia catártica era llamada "crisis histérica".
Reencontramos allí, nuevamente, el concepto �e neu­
�is de transferencia. Reencontramos allí aquello de lo
��e hablábamos: el momento fecundo del análisis, el
:..o ento fecundo de la transferencia. No hablamos de
r:::m
Ia misma cosa; hay resonancia entre ese momento fe­
_:..mdo de la transferencia y el hecho de conducir al
;aciente al momento catártico. El método catártico ha
:enido una vida más larga en el seno de la teoría psi­
_Janalítica de lo que se querría creer. Imaginamos, cada
·:t:z que se habla de catarsis, que ello se circunscribe a
:os años 1890-1892, a lo sumo 1897, y luego no se habla
::nás.

35
He podido constatar que Rank y Ferenczi hicieron
un libro en conjunto -creo que el único que hicieron
juntos- que se llama El desarrollo del psicoanálisis,
que apareció en 1923. Y allí se dice textualmente: "A
des pecho de nuestro saber analítico, es necesario decir
que la descarga de afecto en el método catártico es el
factor primordial de la terapéutica analítica". Es decir
que Ferenczi y Rank consideraban que en el psicoaná­
lisis había una parte de catarsis absolutamente recono­
cible y con un efe cto terapéutico. Theodor Reik, pocos
años después, sostenía una concepción análoga, preten­
diendo que el elemento de sorpresa, es decir la sorpresa
evocadora del carácter repentino, sorprendente y vio­
lento de la reminiscencia catártica era el factor primor­
dial de la terapéutica analítica. O sea que la catarsis
no era sólo una reminiscencia lenta y progresiva; era
repentina, violenta y sorprendente. Y Reik extrae la
idea de la sorpresa y lo piensa al nivel de la experien­
cia analítica: no sólo al nivel del paciente, sino hasta el
nivel del analista. Ustedes conocen quizás ese texto -€s
uno de los textos célebres de Reik- sobre la sorpresa,
en el cual él considera que ésta es el trazo del efecto
terapéutico de una interpretación psicoanalítica. Una
interpretación psicoanalítica es corroborada no tanto
por el sentimiento o la convicción del paciente ante
esta interpretación, sino por el hecho de que la inter­
pretación sorprenda.
Finalmente, Strachey, y otros psicoanalistas como
Nunberg, reconocen todos, sin dudar, la eficacia tera­
péutica de la catarsis y hablan de abordarla o conside­
rarla en el interior de la experiencia del análisis, de la
cura analítica.
Terminaremos esta primera etapa recordando la evo-
1 ución de la técnica en Freud. Freud ·cambia a partir de
1892 o 1893; abandona la catarsis y la hipnosis y em­
plea lo que se ha convenido en llamar "la coerción aso-

36
::a::ya", tratando de alentar y hasta de exigir el re­
�:-do, sin hipnosis ya, de los acontecimientos olvida­
r-1!=. de los acontecimientos traumáticos y sexuales ol­
r iados. Uno de esos métodos era el de hacer presión
- la mano sobre la frente del paciente, sugiriéndole
=-�� eso le haría pensar en algo. Es, e n tanto Freud
��ubre que Elizabeth no quiere recordar, que inventa
�: :oncepto de resistencia. Y es por eso que haQlo de
:<:Erción asociativa: el concepto de resistencia va a nacer
�= el mismo momento de fa coerción asociativa.
Ese concepto de resistencia cambia relativamente la-.
:c-Jria de las neurosis, y Freud, en lugar de hablar a
;,.artir de allí de cuerpo extraño y descarga, va a trans- f
_.:.nnar eso en un conflicto entre las representaciones
::-aumáticas sexuales intolerables y la conciencia repre- J
'-Jra que no quiere saber nada de ello.
La teoría de la resistencia tendrá una serie de reper­
:usiones al nivel de la técnica.
Y terminaríamos sobre este punto donde se perciben
.:-uatro consecuencias importantes: primero, Freud se
·: e obligado a cambiar de táctica,_es decir a buscar otras
producciones pfilquicas en lugar del recuerdo preciso
del acontecimiento traumático. Es allí donde Freud
propone la asociación libre y el precepto técnico que la
concreta, o sea la regla fundamental. Segundo: todas
las Otras formaciones psíquicas, y en particular l<!.. s
asociaciones libres, van a estar cargadas de significa­
ción inconsciente. Es decir que la coerción asociativa, el
recfiaw, 1a resistencia de Elizabeth a querer recordar,
van a conducir a Freúd a considerar otras formas de
expresión de la representación traumática intolerable e
inconsciente. La tercera consecuencia es a nivel de la
interpretación: a partir de ese momento, Freud inventa
la idea de hacer intervenciones al paciente, no sólo para
significarle el sentido de un sueño o de las asociaciones
libres, si_!?.o pará interpretar la resistencia, es decir para

37
r v..- u, "\'1 ..J." • ,<e- ,.,. � ... � 'f,1 � � -i � d.J 7':l

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....J � ·l\....r� � �
, , 'lu: . ��
� .
u.:l ""'�� J;L.'f � · � � ú-�.
disminuir la resisteDcia del yo. Y, finalmente, y en
particulár, es entonces, con la localización de ese con­
cepto de resistencia, cuando va a aparecer por primera
vez la noción de "resistencia a la transferencia". No de
"resistencia de transferencia" sino de "resistencia a la
transferencia" y, correlativamente, el descubrimieñto
de la relación transferencial, el descubrimiento de la
transferencia. Y el reconocimiento -es sólo allí donde
Freud lo enuncia- de la aparición de nuevos síntomas
ligados al operador coñ el cual el paciente establece l a
asociación libre. Es decir que van a aparecer nuevos
síntomas ligados al terapeuta; eso que hemos llamado
"�eurosl.s de transferencia".
La resistencia, entonces, está hecha de la asociación,
de a regla fundamental, de l a elección de otra forma­
ción psíquica para descubrir el sentido de la sigriifica­
c1óñ fuconsciente. Luego la interpretación, para inter­
pretar la resistencia y para concluir la aparición como
resistencia a la intervención del terapeuta y, por con­
siguiente, el descubrimiento de la transferencia.
En ese momento, en lo que concierne al descubri­
miento de la transferencia, aparece en particular la
neurosis de transferencia y, podemos decirlo ya, el re­
conocimiento que el analista va a estar no sólo en el
origen de la relación con su paciente -la transferencia­
sino que- va a estar en el origen de toda la experiencia.
Es decir que él va a ser el objeto fantasmático subya­
cente a los nuevos síntomas que aparecerán en la rela­
ción.
Última cuestión importante para subrayar en la evo­
lución de la técnica: en ese momento se produce un
cambio. La consigna técnica era hacer consciente lo in­
consciente. A partir del descubrimiento de la resisten­
cia aparecerá la consigna de analizar las resistencias.
La primera es una fórmula-tópica, topográfica; };Be:·
gunda es una fórmula dinámica, diría Freud. Lo que
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;. .irece interesante de esta fórmula para analizar las
::sistencias es que era una formulación que, en tanto ·'
..:. �esistencia es un elemento del yo, estuvo en el origen
:.= la célebre -célebre para nosotros, quiero decir- es­

:-=::-la de la psicología del yo, del análisis del yo, de los


:. :rteamericanos. Esta escuela -con Kris, Lowenstein y
..::!.a .a.rtm nn, se fundó a partir de esos conceptos de resis­
:¿:icia como resistencias del yo. Y en consecuencia, del
:-:-ecepto técnico de analizar las resistencias.
Querría terminar con una especie de "abstractus"
-lo llamo así siguiendo a un maestro que se llama Pi­
::-_on-Riviere-. Es interesante conocer a Pichon-Riviere.
:...-n analista inglés -Edward Glover- tuvo la iniciativa,
t= los años cincuenta, viendo las dificultades que exis­

:: .?.n sobre las diferentes concepciones de la técnica ana­


:::tica, de hacer un cuestionario abierto a diferentes
:: - alistas de diversos países sobre distintas cuestiones
_ _ ncernientes al modo como ellos trabajaban. El resul­
:.ado de ese cuestionario, que se pretendía un elemento
:ara obtener una teoría común de la técnica analítica,
�.le decepcionante para Glover. El único punto en el
:ual todos los analistas respondieron en coincidencia
fu.e con relación a que la transferencia era el elemento
:erapéutico del análisis. Todos reconocieron la impor­
:a.ncia de fá transferencia como factor terapéutico. Era
�a única cuestión. Todo el resto -cómo interpretar, cuál
€:5 la modalidad, sobre qué intervenía la interpretación,

_:iál era su origen, la duración de un análisis, la dura­


:ión de las sesiones, el 'número de sesiones, etc.- sobre
:odo el resto de los puntos, no hubo acuerdo, aunque el
:iesacuerdo fuese, en algunos casos, ínfimo. A partir de
-:: se cuestionario un analista argentino -mitad francés,
�itad argentino- que se llamó Pichon-Riviere, hoy fa­
::ecido, tuvo la idea de hacer un "abstractus" y lo llamó
así: "abstractus". Era una abstracción de lo que habían
::llcho los analistas en función del cuestionario de Glover.

39
Entonces a mí se me ocurrió este término -"abstractus"­
para hacer una abstracción de los pacientes según las
épocas, e hice un "abstractus" del paciente de la época
de Freud, de 1910, es decir de la época del "Hombre de
las ratas", y a partir de allí del paciente de hoy.
El paciente de Freud de la época era un adulto, de
unos cincuenta años, neurótico, que superó la prueba.
Freud hacía dos semanas o dos meses de ensayo con un
paciente para saber si podía ser analizado o no. Enton­
ces, el analizante de Freud es un adulto de no más de
cincuenta años, no niño -Freud pensaba que los niños
y las personas de más de cincuenta años no eran ana­
lizables. No es que el análisis estuviese prohibido, pero
Freud no estaba seguro de poder afirmar, en esos ca­
sos, el carácter benéfico de la experiencia analítica-.
E l "Hombre de las ratas" era alguien que había su­
perado la prueba de un tratamiento de dos semanas
para saber si era analizable. Freud recibía a ese pa­
ciente seis veces por semana, en sesiones de una hora,
durante seis meses en un año. Los análisis no duraban
mucho. Freud utilizaba el diván. En ocasiones había
una mesita con té, arenques y pequeños sándwiches,
pues Freud invitaba a sus pacientes a comer con él. El
paciente, a veces, se levantaba del diván y caminaba
por la habitación. Freud interpretaba al "Hombre de
las ratas" diciendo: "Sí, usted se mueve así porque se
siente culpable y no puede quedarse en su lugar en el
diván. Es por eso que camina por la habitación". Por­
que el paciente era un hombre que no se quedaba en­
cima del diván, se movía. Las interpretaciones de Freud
e n la época eran interpretaciones transferenciales sólo
en tanto que l a transferencia hacía resistencia. La trans­
ferencia se disolvía en seguida. Freud mantenía con
sus pacientes no sólo buenas relaciones de convivalidad,
sino que hablaba de su teoría, de libros y hasta los
adoctrinaba y explicaba la teoría psicoanalítica. A me-

40
- le ocurría, con algunos, verse en otros sitios que
t
...
_ consultorio, por ejemplo, en reuniones científicas.
== aquella época el analizante sólo lo era en el con­
rio privado. El paciente de hoy, el nuestro, es de
.L �uier edad, se presentan todas las patologías -no
:a neurosis-. Ciertamente, hay neurosis, pero tam­
- momentos de perversión, y algunas veces pacien­
?Sicóticos, aunque hoy los pacientes psicóticos son
E""".lldos en otras partes, cuestión que para la Escuela

-: esa es diferente que para nosotros. Toda la escuela


2ana mantuvo la importancia de sostener el aná­
� de pacientes psicóticos, sobre todo esquizofrénicos,

:-:llz de su propio modo de concebir el inconsciente y


�ulsión. Entre nosotros los pacientes psicóticos son
_..; seguidos en los consultorios privados. En general,

-:...lestros pacientes se los ve dos veces por semana, no


�'- La duración del tratamiento es alternativa y mucho
-
=s larga que en la época de Freud. El paciente no sólo

�a el diván sino que muchas veces se mantiene el

--:::u.adre analítico del "cara a cara", en particular con


-:.:.:ientes que hacen reanálisis, es decir que hacen un
::or:.gundo análisis. En mi caso mantengo con ellos largos
.=;:ses de entrevistas preliminares que se llaman "en­
::-evistas preliminares cara a cara". Tengo muchas re­
-:rvas acerca del tiempo de hacer la proposición de
::<:ostarse en el diván, y hay muchas razones para esa
-eserva.

El paciente de hoy no sólo se encuentra en el consul­


:orio privado; se habla de psicoanálisis, de psicoterapia
ie inspiración analítica, en los dispensarios, hospitales,
_entras de salud, etcétera.
Y ese paciente recibe interpretaciones -a mi enten­
jer, erróneas-, interpretaciones transferenciales, cre­
:.-endo que la transferencia está constituida simplemen­
:e por las referencias, las alusiones que el paciente hace
a su analista, e� tan�o que la verdadera interj)retació11

41

l
ansferencial sólo puede jugarse -tal como lo dijimos
antes- en los momentos fecundos, pasionales, violentos
.


ly dolorosos de la cura.
Reservaremos para nuestra próxima reunión la cues­
tión del "abstractus" del analista -es decir cómo actúa
el analista, cuáles son sus problemáticas en una y otra
época-, y abordaremos el concepto de transferencia a
partir de los primeros tiempos de Freud hasta hoy.

42
11

Hoy quisiera rendir homenaje a u n escritor reciente­


¡::ente desaparecido, un escritor que me es muy queri­
¿o. y quiero aprovechar este seminario para referirme
- él, a René Char.
Su voz siempre me inspira; la vivo a menudo a la
.::la.le
l rade una fuente y, algunas veces, bebo de ella.
É sta es una de sus voces; escribe esto:

"Un poeta debe dejar trazas de su paso, no prue­


bas. Sólo las trazas hacen soñar".

¿Por qué no decir que esto está muy cercano a lo


�ejor que los analistas podemos alcanzar cuando tra­
.amos de transmitir lo que hacemos y que promueve
;:ie hagamos lo que hacemos? Es m i caso en relación
:on este seminario, es el caso de tantos analistas que
.:.an tenido esa voluntad de enseñar, de transmitir,

- uchos analistas que están aquí y junto a los cuales


:?"abajo, y también de otros.
Sé que muchos colegas tienen algo claro, que es que
mejor 4 ue puede ocurrir cuan do se enseña no es el
::.echo de vehiculizar un saber, no es el informar sobre
:al o cual concepto, sino de aprender a encontrar la

43
,,.verdad. Lo mejor que puede ocurrir es que una ense­
ñanza favorezca el ejercicio de la verdad, que haga
saborear la experiencia de l a verdad.
Brevemente, en tanto fuera posible, tendríamos la
esperanza de qqe _ una en�nza de análisi� d�je tra­
zas -como dice Char- ql!.e_ haggn soña .
Hoy vamos a abordar el tema de la transferencia,
pero vamos a abordarlo desde el ángulo de un problema
que es muy preciso: el de la indicación del análisis.
Es necesario subrayar que, ciertamente, no todo el '
mundo es analizable. Pero, ¿con qué criterios decidimos
quién es analizable y quién no lo es? De hecho existe,
en la teoría y en la práctica, un solo criterio de anali­
zabilidad: sólo es �nalizable quien es capaz de transfe­
rencia. Es decir, capaz de desarrollar, con el analista,
una neurosis llamada de transferencia y, a la inversa,
la condición para que se mantenga y acabe una cura
analítica es que el analizante sea o haya sido un neu­
rótico.
Éste ha sido un criterio planteado claramente por
Freud desde el comienzo y lo condujo a distinguir dos
clases de entidades gnosográficas: las que él llama las
neurosis, capaces de análisis, o sea las neurosis de trans­
ferencia, que son aquellas en las cuales la transferencia
es posible -esto comprendía la histeria, la fobia y la
obsesión-, y las neurosis no capaces de análisis, e n tanto
refractarias al tratamiento analítico, las que tienen un

gran número de entidades clínicas que pertenecían, fun­


damentalmente, al campo de la psiquiatría -en tanto
estamos hablando de la época de Freud, por ejemplo la
melancolía, la paranoia, l a esquizofrenia, etcétera-.
Llamó a las primeras -aquellas neurosis capaces de
análisis- "neurosis de transferencia" y a las segundas,
las no capaces de análisis, "neurosis narcisistas". Hoy
se diría neurosis y psicosis.
Este criterio y esta distinción entre neurosis de trans-
'

44
:-?rencia y neurosis narcisistas fue objeto de muchos
:lebates a lo largo de estos ochenta años de historia
�'"lalítica. Y sobre todo, un debate sostenido, e n parti­
:"J.lar, por la escuela anglosajona. Los norteamericanos
: los ingleses se mostraban muy deseosos y pensaban,
::racticaban y estaban preocupados por demostrar, con­
-ariamente a Freud, que la psicosis -es decir la neu­
�sis narcisista- era capaz de análisis. Hubo, así, una
�poca muy importante, y también trabajos y autores
�uy importantes que es necesario mencionar y conocer:
Rosenfeld, Searles, Frieda von Reichmann, Bion y
É
Hanna Segal. stos son autores que constantemente tu­
•eron el anhelo de tratar a pacientes psicóticos en consul­
:orio privado, y de afirmar que eran capaces de análisis.
Personalmente, acuerdo con esta posición porque me
:>arece teórica y prácticamente justa. En Francia, mu­
:hos otros analistas piensan como yo.
En particular, acuerdo con esa posición, sobre todo
:iespués de los trabajos hechos sobre lo que llamo "la
:orclusión local", es decir la realidad psíquica local en
el paciente psicótico. Si se concibe que un paciente lla­
mado psicótico experimenta y construye realidades lo­
cales, puede haber una realidad psíquica local transfe­
rencia! y una realidad psíquica local que rehúsa l a trans­
rerencia. Entonces, un paciente que está en análisis
puede, en el curso de una cura, pasar por momentos e n
los cuales entra e n una relación transferencia! con e l
analista. Digo esto para expresar que, efectivamente,
mi tendencia es la de ir en esa corriente de inscribirse,
digamos, en contra de Freud -y no soy el único en
pensar esto- y decir que las neurosis narcisistas pue­
den, pese a todo, ser capaces de transferencia.
Sin embargo, hay que reconocer dos cosas: primero,
que Freud nunca fue verdaderamente tajante y no dijo
que no hubiera que analizar las psicosis. Dijo que estu­
viésemos atentos, y hay expresiones precisas entre las

45
cuales utilizó una muy interesante: "Es necesario esta­
blecer un plan terapéutico muy particular para la psi­
cosis". Eso me hace pensar en el texto de Lacan acerca
de los preliminares para un tratamiento posible de las
psicosis; es decir que es necesario establecer un plan
terapéutico muy particular.
En segundo lugar, Freud no impedía ni interdecía el
tratamiento de las psicosis. Decía que, en principio, la teo­
ría y la práctica nos conducen a una cie1ta prudencia. •

Ochenta años transcurrieron tras esas afirmaciones.


Creo que esa prudencia tiene actualidad y es de rigor.
Si tenemos un paciente esquizofrénico que viene a con­
sultarnos a nuestro consultorio privado, no lo recibire­
mos en las primeras entrevistas con la misma disposi­
ción a trabajar con él en análisis como si fuera un pa­
ciente neurótico. Lo mismo vale para un paciente con
actuaciones perversas, o un toxicómano, o un melancó­
lico -sobre todo en su fase aguda-. O sea que, pese a
todo, l a posición de Freud me parece muy justa, tiene
algo de buen sentido.
Al decir "buen sentido" -y en tanto esta expresión
parece que no perteneciera a los analistas- recuerdo
una oportunidad en la que Lacan estaba en un semina­
rio y dij o: ."Vengo de un jurado en el cual fue necesario
elegir, seleccionar, a los analistas de la Escuela Freudia­
na, que pudieran ser designados como analistas Miem­
bros de la Escuela, llamados A. M. E . , Analistas
Miembros de la Escuela". Y agregaba: "Ustedes saben
que en el j urado se me demandaron algunos criterios,
¿con qué criterios elegiríamos a esos analistas?". En
esa época la cuestión era totalmente distinta para los
analistas de la Escuela, éstos lo eran en función de un
jurado y de un procedimiento llamado "del pase". En
cambio, los analistas miembros de la Escuela eran ele­
gidos en relación con sus méritos, es decir cómo habían
trabajado en el control, el tiempo del análisis, su prác-
.

46
:ra, etc. Y Lacan respondió ese día: "No hay otro cri
-
2rio que el buen sentido. No hay nada más que el buen
!entido". Es decir, llega un punto en el cual es necesa­
-:io que el analista se concentre sobre ese punto del
:men sentido.
Diría, para jugar con la palabra, que hay una ética
del buen sentido tanto como hay una ética del buen
1ecir. Ustedes saben que Lacan decía que hay una éti­
del buen decir; yo diría que hay una ética del buen
.:a

�ntido.
La ética del buen decir no es la ética de la elocuen­
cia. Es el decir de un dicho que significa algo reprimi­
do, es el decir de un dicho que significa el silencio de
:a represión. Yo diría que la ética del buen sentido es
la ética por la cual un analista implica· un sentido, el
único sentido válido en análisis y- permitámonos esta
calificación un tanto- brusca: el sentido fálico. La étíca
del buen sentido e s la ética del sentido fálico, del decir
de la represión.
Y retorno a otro problema. Decía, entonces, que fi­
nalmente esa distinción establecida por Freud entre
neurosis narcisista y neurosis de transferencia es, pese
a todo, válida teóricamente. Es una suerte de principio
y es bueno que todos nosotros continuemos teniéndola
muy presente cuando tenemos pacientes que vienen a
consultarnos en primeras entrevistas. Pero, además,
esta distinción entre neurosis de transferencia capaces
de análisis y neurosis narcisistas me parece una distin­
ción muy instructiva, muy intersante, para examinar
hoy aquello que hemos �onvenido en llamar "la capaci­
dad de transferencia". Esta es l a cuestión que vamos a
plantear hoy: ¿qué es ser apto para la transferencia?,
¿qué es la analizabilidad? Traduzco la pregunta: ¿por
qué las neurosi:::; de transferencia son analizables y por
qué las neurosis narcisistas no lo son? Comencemos por
las neurosis de transferencia.

47
Comencemos por estudiar las estructuras y las ma­
nifestaciones de la neurosis de transferencia. Y digo
inmediatamente que l a neurosis de transferencia -en
particular las manifestaciones de esas neurosis de trans­
ferencia- tiene lugar en la fase de apertura de la cura.
Se produce muy rápidamente. Desde las primeras en­
trevistas ya ha hecho su aparición la neurosis de trans­
ferencia y esas manifestaciones -lo digo al pasar, y
luego se podrá discutir- serán importantes para locali­
zar ciertos signos, como por ejemplo, en qué momento
indicar al analizante el diván.
¿Qué es la neurosis de transferencia? Ustedes ven
que hay allí una ambigüedad. Digo: la neurosis de trans­
ferencia y en seguida digo: las neurosis de transferen­
cia. De hecho, en Freud esta ambigüedad sigue siendo
actual por una razón muy simple, que consiste en que
decir "neurosis de transferencia" es, de hecho, avanzar
un concepto técnico. Neurosis de transferencia es una
entidad gnosográfica, definida en función de una tera­
pia: la terapia analítica. Es como si tomásemos un
medicamento, por ejemplo, la aspirina, y dijéramos que
hay enfermedades que son "aspirinables" y otras que
no lo son.
La neurosis de transferencia es un concepto técnico
y, sin embargo, Freud ha hecho de ella también un uso
gnosográfico. Pero lo que ha dominado en la obra de
Freud en lo concerniente al sentido y la acepción de
neurosis de transferencia es el concepto técnico. Hay un

solo texto e n el cual hace un uso gnosográfico: es ese


texto recientemente descubierto que se llama ''Visión de
conjunto de las neurosis de transferencia".
Hay cuatro textos e n los cuales Freud habla de neu­
rosis de transferencia como concepto técnico. Les doy
las referencias: primero, e n 1914, "Recordar, repetir,
elaborar"; más tarde, en 1 9 16/17 en la "Introducción
al psicoanálisis", en l a conferencia XXVI . sobre la
. .

48
-..ansferencia, precisamente. Luego, en 1920, en Más
'lá del principio del placer y después en ese texto,
-Visión de las síntesis de las neurosis de transferen­
.a ', donde e l concepto de neurosis de transferencia es
.;:nosográfico.
�e falta agregar otro texto a los tres primeros en los
_�es el sentido de neurosis de transferencia es técni­
- : "Introducción al narcisismo". Allí Freud está pre­
'Upado por definir lo que son las neurosis narcisistas.
Quisiera hacer una aclaración antes de pasar al pro-
lema mismo: la mayor parte de los textos analíticos
�ue estudian el problema de la neurosis de transferen­
_ia lo consideran como una clase particular de la trans­
:·erencia, en particular los anglosajones. Como ellos
o::staban preocupados por demostrar que las psicosis eran
..1ptas para la transferencia, habían hecho l a distinción
.iiciendo: "Sí, están las psicosis de transferencia y las
::ieurosis de transferencia" y, por consiguiente, expresa­
-an : "Existe la transferencia y a partir de ello hay diver­
,as clases: psicosis de transferencia, neurosis de trans­
.-erencia"; hubo autores que inventaron la perversión de
::ransferencia o la transferencia pervertida, etcétera.
Desde allí podemos imaginar todas las diferentes cla­
-'ificaciones de transferencia. De hecho, no estoy de
acuerdo con esta posición. Creo que tenemos un gran
nterés práctico, en relación con la escucha de nuestros
oacientes, en precisar el concepto aparentemente más
.:eneral de transferencia y el concepto más estricto de
neurosis de transferencia.
Cuando un arialista enuncia la palabra mil veces mal
.r-mpleada de "transferencia", la connota espontáneamen­
-.e -sin pensarlo- con tres acepciones clásicas que, se­
.:ún mi opinión, son tres modos de pensar el concepto
ie "transferencia" que lo alejan de la experiencia. ¿Qué
.piere decir "que lo alejan de la experiencia"? Que no
fojan interrogar, consultar, aprehender esa experien-

49
cia. Esas tres acepciones son: primero, la transferencia
es la relación con el analista; segunda acepción, más
vaga, general, espontánea: l a transferencia son los afec­
tos y las palabras alusivas, vividas o no, en relación
con el analista. Tercera connotación vaga: la transfe­
rencia es la repetición en lo actual, con el analista, de
las experiencias sexuales infantiles vividas en el pasa­
do. He aquí los tres sentidos habituales que se han
dado a la palabra "transferencia". ·

Esos tres sentidos tienen una parte de verdad; quie­


ro decir que Freud, de una manera u otra, los ha enun­
ciado. Pero encuentro que, justamente, si nos aproxi­
mamos, si identificamos, transferencia en general con
neurosis de transferencia, ganamos en precisar mucho
mejor lo que es ese concepto de transferencia y en
quitarle ese carácter de acepción ambigua que antes
comentaba. Le damos una riqueza al concepto de trans­
ferencia mucho más grande que no tendría si lo sepa­
ramos de la neurosis de transferencia.
¿Qué es lo que dice Freud en esos textos? Voy a re­
sumirlo muy rápidamente. Quisiera llegar a lo que es
mi preocupación.
Paso muy rápida y esquemáticamente, pero me de­
tengo al menos en los aspectos que definen, según Freud
en ese texto, a la neurosis de transferencia. En primer
lugar: Freud, de hecho, no dijo que la relación del tera­
peuta con el paciente se juegue en una neurosis; esta
idea de neurosis de transferencia -ya lo he dicho an­
tes- no era enteramente una idea freudiana, es previa
a Freud, es una idea de Charcot retomada por Janet. Y
es una idea muy en boga en la época, es decir en 1890.
Pues, se los he recordado y es muy interesante, los
hipnotizadores y, en particular, los que practicaban el
método catártico, consideraban que en el momento en
el cual el paciente hacía l a descarga, es decir alucinaba
el acontecimiento traumático y hablaba, en ese momen-

50
se producía una cns1s histérica. Y se decía en la
: ca anterior a Freud, que para tratar la histeria era
-1..esario recrear una crisis histérica. Es decir que la
:c::a ya estaba presente.
Recordado esto, veamos ahora lo que dijo Freud.
Enunciaré esquemáticamente los puntos. Primero: la
.eurosis de transferencia es un producto psíquico,
.orbido, espontáneo y fundamentalmente inconscien­
-e . Esto es muy importante: la neurosis de transferen­

. a es inconsciente, es decir que el sujeto la vive sin


:oercibirla. Segundo: ese producto -son casi sus palabras
-!l tanto dice "estado de transferencia"- es una crea­

_.ón nueva. Con relación a la afección, a la enfermedad


:<>r la cual el paciente ha venido a consultar, la neuro­
�.s de transferencia es una neoformación, como un cán­

�er, como un tejido viviente. Ésos son los términos de

Freud: "tejido viviente".


Ustedes percibirán que estamos lejos de hablar de la
:ransferencia como de la relación con el analista, los
afectos, las palabras que están en relación con él.
Freud nos dice que es inconsciente, es un tejido vi­
·,;ente que crece -sobre todo en la fase de apertura del
tratamiento- y se multiplica insidiosamente (éstas son
palabras mías) en la medida en que se desarrolla la
cura. Es como lava volcánica, como un laminilla, ha­
bría dicho Lacan, como una laminilla que invade el
lazo analítico y lo hace subrepticia e insidiosamente,
sin que los partenaires lo perciban, y se concentra y se
reabsorbe en un solo punto opaco, una especie de om­
bligo, que es el analista.
Entonces es necesario imaginarlo como un tejido con
un punto umbilical, como el ombligo del sueño. Aquí
sería el ombligo de la transferencia.
Primera característica: es un producto psíquico mór­
bido e inconsciente. Segunda característica: es una crea­
ción nueva en crecimiento y en extensión viviente, con

51
un punto opaco. Tercera característica: Freud dice que
"esta estructura mental -son sus palabras- es una es­
tructura artificial". Antés había dicho "espontánea"; es
verdad: espontánea en tanto su emergencia, pero al
mismo tiempo expresa que es "artificial".
"Artificial" quiere decir maniobrable, manejable por
un operador que, ocupando él mismo el centro de esta
estructura, está en condiciones de desmontarla, es de­
cir de interpretarla.
"Artificial" no sólo quiere decir "provocar, desmon­
tar, provisorio, interpretable" si ustedes quieren, sino
que también responde a tres fines: a la voluntad del
terapeuta que se fija tres metas con esas neurosis de
transferencia, con esa creación artificial. Hay tres ex"
pectativas del practicante: una terapéutica, una de
investigación y una ética.
El fin terapéutico es el mismo -el principio también­
que tenía el método catártico en la época de Freud, es
decir reproducir la enfermedad para poder alimentarla
en vivo. Rehacer la enfermedad para tratarla mejor. E s
verdad, reconocía Freud, que ese medio terapéutico es
arriesgado; es arriesgado porque redobla la enferme­
dad hasta un grado a veces tan intenso que deviene un
obstáculo para la prosecución de la cura, y a veces -por
qué no decirlo- está en el origen de graves pasajes al
acto de parte de algunos pacientes. Esto es raro, pero
es necesario saber que cuando un analista trabaja con
un paciente, como dice Freud, trabaja con materiales
explosivos. Es decir que él crea una situación que pue­
de llegar a ser intensa y arriesgada. Primer fin, el te­
rapéutico.
Segundo fin, de investigación: en la "Metapsicología"
encontré una frase que me pareció luminosa. Freud
dice: "Los procesos inconscientes sólo nos son cognosci­
bles bajo las condiciones de las neurosis, es decir, en

52
-:-�nstancias en las cuales todos los procesos precons-
-�= :es han sido despreciados". ;
-:orno siempre Freud insistió en decir que el análisis
sólo era terapéutico, como lo anticipaba hace un
�: mento, sino también un medio de investigación para
.:-.Jnocimiento del inconsciente, se percibe que las pala­
:r¿s: que utilizo son palabras, tonos y atmósfera de los
-.:-nos freudianos.
Y además hay un fin ético. Freud dice al respecto, en
-:..a técnica del psicoanálisis": "Lo que el paciente ha
;:·.ido bajo la forma de transferencia, nunca jamás lo
É
.·.idará". sta me parece una frase que sería necesario
;..:;ner como epígrafe a un texto que quisiera hablar del
:..a-:aje de analizante a analista. Allí retomamos la po­
�ción de Lacan.
Ustedes saben que Lacan consideraba que el psicoa­
-
..alisis -para él no había diferencia entre psicoanálisis
:..: dáctico y psicoanálisis personal- era siempre psicoa­
:.alisis puro. Es decir que, en última instancia, todo
-;:5icoanálisis conducía teóricamente, en principio, a crear
:m analista del analizante. Poco importa por qué al­
É
suien consultaba. sta era la posición de Lacan. Lacan
decía: "Si ustedes quieren comprender lo que es el psi­
coanálisis didáctico, es necesario que comiencen por
;:iresuponer algo: toclo análisis conduce, o debería con­
ducir, a producir un analista".
É
ste es un fin ético de psicoanálisis puro, próximo de
lo que hoy llamaríamos sublimación.
En ese caso, con relación a la transferencia -en lo
que se vive en la transferencia y no se olvida jamás­
hay una transformación . El goce -permítanme introdu­
cir mis propias palabras- experimentado en l a transfe­
rencia se transforma en acto, en una traza significante:
!a de abrir un nuevo análisis. Para el analizante, ahora
devenido analista, el goce experimentado en la transfe­
rencia se transforma en el acto de abrir un nuevo aná-

53
lisis. Éste es el que señalaríamos como el fin ético de
esa neurosis de transferencia artificial.
Pero volvamos a Freud y a nuestro modo de leer y
comprender la neurosis de transferencia. En primer lu­
gar, creo que es necesario distinguir dos niveles para
comprender esa neurosis de transferencia: un nivel de
matriz y un nivel de significación.
Para el nivel de significación nos vamos a servir
mucho de los términos y de la teoría lacaniana. .
Para el nivel matricial diría que es una especie de
fórmula esencial, de apertura, masiva.
Freud pensaba que la neurosis de transferencia era,
como lo he comentado, la actual iz::H�ión en el presente,
con el analista, de antiguos deseos eróticos. Preferiría
decir hoy que la neurosis de transferencia es uno de los
destinos posibles de la pulsión.
Sabemos que la pulsión tiene cuatro destinos posi­
bles establecidos por Freud en la "Metapsicología": la
sublimación, la represión, el retorno sobre la propia
persona y l a reversión de fin activo en pasivo.
Y bien: la neurosis de transferencia sería el destino
analítico de la pulsión. Es decir que cuando nos inte­
rrogamos sobre l a analizabilidad de un paciente, en
función de una primera entrevista, debiéramos escu­
charlo pensando que su capacidad de transferencia se
decide esencialmente -digo bien "esencialmente", por­
que hay otros factores- en la potencia de la pulsión.
Estaríamos de acuerdo en que cuando se escucha a
un paciente en una primera entrevista uno no piensa
en esas cosas. No se pensaría en eso pero hagámonos
a la idea poco a poco de que no pensaremos en eso pero
nuestra escucha estará -como lo decía e n la última
reunión- orientada, en una posición orientada.
La posición orientada en la entre.vista preliminar es
la de pensar que este analizante, futuro analizante,
candidato al análisis, tendría capacidad de analizab i-

54
.:iad, capacidad de transferencia, aptitud para trans­
·trenciar, como si eso se jugara en la potencia de su
:'..llsión, en la potencia de su pulsión para abandonar
,� fuente, ir hacia el analista como objeto, girar alre­
�fdor de él y retornar al fin, a su punto de partida.
De la misma manera que calificamos como invocante
.a pulsión que gira alrededor del obj eto voz, calificaría­
:nos de analítica la pulsión que engloba al analista y
�bre la cual se organiza una neurosis llamada de trans­
:t>rencia.
Podríamos decir que la pulsión va hacia el analista,
5¡ra alrededor de él y vuelve al punto de partida.
Es necesario, entonces, entender el término general
·e transferencia como una actividad pulsional, como
..;.n trazado pulsional que abre surcos en una tierra
:iesierta, una tierra que llegará a ser progresivamente
.:.n lugar, un lazo: el lazo del análisis. Podría resumir
iíciendo: la transferencia es, finalmente, la historia
::-agmentaria de una pulsión particular.
Freud dice que la transferencia es la repetición en el
--resente de las experiencias pulsionales vividas en el pa­
�do. Sería preferible que la palabra "repetición" no la
·ornemos como el puente que liga lo antiguo a lo actual,
:amo si fuese posible que una pulsión fuera reactivada.
,:onsidero que las pulsiones no son jamás reactivad as.
Toda pulsión es siempre nueva. No existen viejas pul­
.:;iones reactivadas en el presente. La pulsión es nueva,
.siempre nueva. Y pienso -digo "pienso", pero Lacan me
na precedido en esta posición- que no debería dársele
a la palabra "repetición", con relación a la transferen­
cia, ese sentido habitual, literal, que expresa que la
transferencia es la repetición del pasado en el presente.
Avanzamos y decimos que es mejor pensar el térmi­
no "repetición" como una fuerza, una potencia, algo que
puja, que sostiene, que persevera, que persiste; pensar
que es la fuerza que en lo actual lleva a la pulsión a

55
crear un lazo entre dos personas: el analista y el ana­
lizante.
Freud pensaba que la repetición es entre el pasado y
el presente, pero reconocía que existía esa fuerza, y a
esa fuerza él la llamaba "compulsión a la repetición".
Pues la palabra "repetición" tiene ese doble sentido:
existe la idea habitual de repetición de algo antiguo
que se repite en el presente> y está la otra idea, que
parece más sabrosa e interesante, más rica, que es la que
dice que la repetición es lo que impulsa a que la cosa
persevere, a que la pulsión sea potente.
Lacan no llamó a esa fuerza compulsión a la repeti­
ción, él la llamó goce y no cualquier goce sino "goce
fálico".
El goce fálico es el nombre que damos a la potencia
de perseverancia, de persistencia, de la pulsión. Esto es
lo que Freud, en la "Metapsicología" llamó la fuerza. A
esa fuerza podría dársele esa connotación de fálica.
Podría decirse que esa compulsión a la repetición,
ese goce fálico, ese impulso que es indominable y que
habita en todos los seres parlantes, en fin, esa pulsión,
está presente en cualquier lazo humano; está presente
en el lazo con el cónyuge, con el hijo, con el jefe, etc.
Entonces, ¿qué es lo específico en un análisis?, ¿qué
es lo que hace a esa especificidad?
Vamos a responder lentamente. Volvamos a la pre­
gunta anterior: ¿en qué consiste la capacidad de transfe­
rir? ¿En qué consiste la capacidad, la aptitud de trans­
ferencia del futuro analizante?
·Diría, inspirándome en el filósofo $pinoza, que la
aptitud para la transferencia analítica es el poder ser
afectado por la pulsión. No todos son afectados del
mismo modo, no todo el mundo sufre por sus pulsiones.
Hay seres que se arreglan a su modo para no sufrir.
Ésta es una primera respuesta. Y allí vamos a una
cita de Freud -es muy interesante ver que para Freud

56
a al mismo tiempo muy presente el nivel de la
.a y la connotación práctica-: "La terapia analítica
sus límites. Sólo puede curar l a neurosis en la
� da en que se la sufre". Y agrega que cuando no se
�ufre la teoría no tiene efecto.
Corno lo hemos señalado, Freud distingue las neuro­
� d.e transferencia, capaces de análisis, de las neuro­
narcisísticas, no capaces de análisis.
Ahora tenemos allí un tercer elemento, algo total­
z:o:-nte diferente, pues hay neurosis de transferencia,
JE..rrosis narcisísticas y seres que no sufren. Y esos
!ilt"res son constatados, muy a menudo al cabo de algu­
=. :-s meses de análisis; son pacientes que detienen la
':9.:ra. Que detienen la cura y veremos que la explica­
.o".)n de la neurosis de transferencia a nivel de las sig­
:::ñcaciones puede, a su vez, aportar explicaciones.
Este no sufrimiento está presente tan1bién en algunos
.:.nalizantes que hacen las entrevistas preliminares; ellos
::mienzan una primera sesión, los primeros meses se
:iespliegan y al cabo de un cierto tiempo deciden dete­
".érse. Y el analista tiene la impresión de que no ha
1abido neurosis de transferencia en el nivel que vamos
a definir como el de la significación, es decir que no ha

�abido neurosis de transferencia propiamente dicha.


Nuestra cuestión es ésta: ¿en qué consiste la capaci­
dad de transferencia?, ¿cómo definir la aptitud a la
transferencia? Di una primera respuesta, sirviéndome
de Spinoza, al decir que la capacidad de transferencia
es la aptitud a la transferencia analítica y es el poder
ser afectado por la pulsión. Es' la primera respuesta.
Pero nos quedan muchas otras preguntas alrededor de
ese problema de la aptitud de transferencia. Nos resta
definirla con un poco más de precisión. Y terminaremos
nuestra exposición y les anticipo que no la habremos
definido plenamente. Pero nos aproximaremos.
Por ejemplo, se podría decir que lo que estamos afir-

57
mando es que la neurosis de transferencia es un desti­
no, el destino analítico de la pulsión, y esto sería así
porque e s pensar l a transferencia como una actividad
pulsional y no como los sentimientos que se tienen por
el analista. De acuerdo. Pero también cabría la pregun­
ta acerca de cuáles son las especificidades de ese des­
tino y cómo definirlo.
Otra pregunta que puede surgir es que, así como
existe la pulsión oral, la anal, la escópica, la invocante,
¿habría una pulsión analítica que se expresara en la
neurosis de transferencia? Sí, tendríamos que decir que
sí, que se podría pensar como una pulsión más. Pero
este "sí" es un poco incierto.
Tenemos entonces las preguntas que se acercan a
definir la aptitud para la transferencia, pero para res­
ponder en ese sentido es necesario que vayamos a abor­
dar en conjunto el nivel de la significación, el segundo
nivel que es el de la significación de la neurosis de
transferencia.
Freud en sus textos nos dice: "En tanto la neurosis
de transferencia se instaura en el comienzo de una fase
del tratamiento, ocurre un fenómeno muy particular:
muchas veces los síntomas por los cuales el paciente
está allí, desaparecen". Y si hay algunos síntomas que
permanecen, esos síntomas van a connotar, a vehiculi­
zar, una nueva significación que Freud llama -son sus
palabras- "una significación transferencia!". Sólo exis­
ten, en ese momento, esos síntomas que van a ser sig­
nificados por la transferencia, que van a llevar la sig­
nificación de la transferencia. Y además, agrega Freud,
"no sólo los antiguos síntomas desaparecen y aquellos
que permanecen van a ser connotados por la transfe­
rencia, sino que va a ocurrir que van a aparecer nuevos
síntomas, específicos de la relación analítica". Y ellos,
bien entendido, llevan también el sello de la significa­
ción transferencia].

58
E1 nivel de significación de la neurosis de transferen­
concierne, justamente, a lo que Freud llama la síg­
:=:cación transferencial de esos nuevos síntomas, o de
antiguos que permanecen y que tienen una nueva
"'IX'ificación, y esa significación es una significación
lhica
"'Qué queremos expresar cuando decimos que la sig­
-'=..:ación transferencial de esos síntomas será una signi-
5:.ación fálica? Quiere decir que esos síntomas van a
!e'"' connotados por un sentido sexual; transferencia! y

!IEr.ial. En lugar de decir "transferencia! y sexual" de­


�...,os con Lacan, con más precisión: una significación

:L.:ca
La palabra "fálico" viene a denotar lo que llamamos
esencia sexual.
l·na digresión: podríamos decir que la diferencia entre
...:a.5 neurosis de transferencia y las neurosis narcisistas

ea a jugarse no sólo en el nivel matricial sino en el

:::\·el de la significación. A nivel de las neurosis narci­


�tas -es decir melancolía, paranoia, esquizofrenias­
=o hay significación fálica.

Yayamos ahora a nuestro tema puntual, que es el


�vel de significación de las neurosis de transferencia,
e: nivel de significación fálica.
¿Qué quiere decir la significación transferencia!? Es
necesario comenzar por comprender que la significa­
cón transferencia! de un nuevo síntoma, o de uno an­
tiguo, es aproximadamente como la significación de un
mensaje, como si el síntoma fuera un mensaje destina­
do a la práctica, instituida ahora como interlocutor.
.:uando Freud dice que en la neurosis de transferencia
_ ·s síntomas llevan una significación transferencia}, esto

.:¡uiere decir que los síntomas se dirigen al analista. No


�s sólo transferencia sexual sino que se dirigen al ana­

üsta, el analista es el interlocutor. Pero los síntomas


5Ólo se dirigen al analista en una condición muy preci-

59
sa. Todo lo que importa de lo que estamos diciendo es
el hecho de que hay una condición muy precisa para
que los nuevos síntomas aparezcan y para que los an­
tiguos lleven una significación transferencia!, que va a
dar lo esencial del nivel de significación de las neurosis
É
de transferencia. sta es una condición muy precisa
que no sólo va a permitir ese surgimiento de las signi­
ficaciones transferenciales, sino que además va a de­
marcar la terapia analítica como aparte de todo otro
método terapéutico, lo que va a diferenciar a la psico­
terapia del psicoanálisis.
Hablar de diferenciar la psicoterapia del psicoaná­
lisis es decirlo rápidamente; es necesario ser pruden­
te y decir que éste es un criterio importante para
distinguir l a psicoterapia del psicoanálisis. Y esta con­
dición especifica la transferencia analítica de toda
otra transferencia incluida en las relaciones huma­
nas habituales.
¿Cuál es esta condición? La siguiente: que el analista
encarne por sus actitudes o por su comportamiento, por
el tono de la voz, por la manera de dar la mano, por
todas sus manifestaciones, encarne -decíamos-, desde
muy cerca, la expresión imaginaria del objeto no satis­
factorio de la pulsión.
Es decir que el analista encarne o tienda a encarnar
la figura imaginaría del paradigma de todo objeto, es
decir del falo. E n otras palabras, rápidamente dichas:
el analista encarna el falo imaginario.
Entonces, l a condición para que los síntomas del
analizante sean un mensaje destinado al analista es
que éste no se ponga en posición de destinatario de
ese mensaje. Es algo del orden de la astucia. Y para
que los síntomas del analizante lleven, vehiculicen,
una significación transferencia!, es decir para que se
dirijan al analista, es necesario que éste ocupe el lu­
gar, se aproxime lo más posible a la expresión imagi-

60
naria del objeto de l a pulsión, y ese objeto es un objeto
msatisfactorio. \
No puedo hacer toda la teoría de la pulsión, pero
Babemos que la pulsión permanece, por naturaleza,
insatisfecha. No existe objeto que satisfaga a la pul­
sión. La pulsión quiere siempre satisfacerse, pero no lo
logra jamás. Y bien, es necesario que el analista ocupe,
se aproxime a dar la expresión imaginaria, el velo
imaginario de ese objeto. Si el analista llega a aproxi­
marse lo más posible a ese objeto, a la expresión ima­
ginaria de ese objeto, automáticamente instituye, casi
ignorándolo, sin buscarlo, la dimensión muy importan­
te de un gran Otro interlocutor de los mensajes que el
analizante le dirige. El analista se instituirá como un
gran Otro interlocutor hacia quien van a dirigirse las
demandas, los mensajes del analizante.
Deberíamos decir que ese falo imaginario, la expre­
sión imaginaria de ese objeto, se presenta bajo una
forma de luz no restallante, bajo la forma no de esta­
llido radiante, sino más bien bajo su forma más opaca,
más enigmática, más desconocida: la equis del analis­
ta. Lacan la llama la "x" del analista, la "x" desconocida
del analista, y muchas veces la nomina con esa expre­
sión tan dificil de captar en los textos lacanianos: deseo
del analista.
¿Qué es el deseo del analista? Es el lugar del objeto
recubierto por el velo de un falo imaginario, opaco y
enigmático. Esto es el deseo del analista.
La expresión "deseo del analista" no quiere decir el
deseo de la persona del analista, no es el deseo de lle­
gar a ser analista; la expresión "deseo del analista" es
una expresión estructural. O sea, el lugar del objeto
recubierto por el velo de un enigma. Es el objeto pre­
sentado bajo su forma enigmática. Es casi con esta con­
dición que el analísta viene a ocupar este lugar, es
decir que todo su comportamiento -cómo hace entrar al

61
paciente, cómo l e habla, cuántas palabras utiliza para
hacer sus intervenciones, si éstas son cortas, el tono de
voz, etc.- contribuye a que vaya a ocupar ese lugar. Y
es al ocupar ese lugar cuando, automáticamente, insti­
tuye, sin que lo sepa y sin que lo perciba, al gran Otro,
el referente, el interlocutor de los nuevos síntomas que
van a aparecer y que van a llevar la significación trans­
ferencial. El analista viste al objeto con el misterio de
su silencio y de su rechazo, para hacer sentir, y recor­
dar, que el objeto es siempre insatisfactorio.
Hagamos silencio en nosotros, aproxi mémonos al
objeto insatisfactorio de la pulsión, aproximémonos a
su imagen enigmática y haremos aparecer al Otro, e l
gran Otro; haremos surgir la autoridad -utilizo la ex­
presión lacaniana-, haremos aparecer, instituir, la au­
toridad del sujeto supuesto saber. Esa autoridad existe
en cualquier terapia. Un psicoterapeuta es una autori­
dad para su paciente y, como decíamos, esa autoridad
existe en cualquier terapia, pero es sólo en e l análisis
donde esa autoridad -es decir esa dimensión del gran
Otro interlocutor y del síntoma que tiene significación
transferencia!- nace gracias al comportamiento técnico
del operador, de un practicante que sabe evocar la
naturaleza opaca del objeto.
Entonces, el analista asume ese lugar y como primer
efecto se produce l a institución del Otro, del sujeto
supuesto saber, de la autoridad. Segundo efecto impor­
tante, esta vez sobre el analizante: si el analista se
pone en este lugar de enigma, de hacer silencio en él,
va a ejercer sobre el analizante cierta seducción. El
analista seducirá pero de una manera diferente de l a
d e la histérica: él v a a seducir, y sobre el analizante va
a suscitar la aparición de nuevos síntomas que llevan
la marca de la transferencia. Y va a provocar deman­
das de amor de parte del analizante. Provocará deman­
das que, es necesario aclarar, incluyen, dentro de ellas,

62
demandas de saber, demandas de reconocimiento, mo­
mentos silenciosos, hasta una detención del analizan­
te en tanto si habla o se detiene. Teóricamente ha­
blando, esto es una demanda de amor al nivel de la
significación de la cual estamos hablando: una de­
tención, detención repentina de la cual Freud ya ha
hablado, y también nosotros alguna vez. Se incluyen
también fallas en el enunciado que sorprenden al ana­
lizante y que están marcadas por la fórmula: "Jamás
pensé en eso". Todo esto constituye las diferentes for­
mas de lo que podemos llamar, en general, demandas
de amor suscitadas por el hecho de que el analista
ocupa este lugar.
No todo el material de un paciente en análisis es
transferencia!, no todo lo que un paciente dice son
demandas de amor. Pero algunas, como acabo de decir
-demandas de reconocimiento, de saber, etc.-, sí lo son.
Esto alcanza también al síntoma como una demanda
de amor. Son manifestaciones en el analizante suscita­
das por el lugar enigmático del analista, en posición de
deseo de analista.
¿Por qué se llama a esas demandas, demandas de
amor?
Porque reclaman al analista en posición de gran Otro,
reclaman al analista que dé lo que posee, que dé lo que
el analizante le atribuye y supone que él posee.
Primer tiempo de la demanda de amor: el analizante
quiere que el O tro le dé. Si el analista no ocupa ese
1 ugar imaginario que recubre al objeto, entonces l a
transferencia se convierte e n pura pulsión. Si el analis­
ta no ocupa ese lugar, no habrá gran Otro referente, no
habrá demandas, palabras, manifestaciones, síntomas.
¿Y qué habrá? Puestas en acción, pasajes al acto, una
especie de puesta al desnudo del objeto.
Es lo que Lacan dice en una frase que siempre es
objeto de discusiones entre los lectores lacanianos.

63
Lacan dice en Los cuatro co nceptos . , hablando de la
. .

transferencia y la pulsión : "Si la transferencia es lo que


de la pulsión separa la demanda, el deseo del analista
es lo que la devuelve allí".
Lacan dice esto y los lacanianos se rompen la cabeza.
No se comprende. Hago esta lectura: si la transferencia
es lo que de la pulsión separa la demanda -es decir si
la transferencia se manifiesta, tiende a manifestarse
como pulsión, tiende a llegar en tanto que pulsión, tiende
a darse abiertamente en las pulsiones-, e l deseo del
analista, es decir la ocupación del analista en tanto que
viniendo a cubrir de un velo a l objeto, es l o que vuelve
a traer la demanda.
Sería necesario decir: si se deja a la transferencia
manifestarse en tanto que pulsión, no habría palabras,
habría actos. Pero por el contrario, si el analista, a par­
tir del deseo del analista, va a cubrir el objeto con ese
velo enigmático, suscitará la palabra y ésta reaparecerá.
Es por eso que el origen de la palabra, la condición
para que el analizante hable y se equivoque, la condición
para que haya nuevos síntomas, la condición para que
haya demandas de amor, es que el analista venga a
ocupar el lugar de este falo imaginario que cubre al
objeto de la pulsión.
Concluyamos: si la transferencia es lo que separa la
pulsión de la demanda, el deseo del analista es lo que
la vuelve a traer, y agregamos: vuelve a traer la de­
manda, la extrae, la suscita, la provoca y la orienta. No
sólo la provoca sino que la orienta. ¿La orienta hacia
dónde? Hacia el gran Otro. Hace que sea un interlocu­
tor privilegiado para ]os síntomas. La posición del ana­
lista en el lugar del falo imaginario hace de suerte que
el analizante espere recibir de él ese objeto.
Lo más importante que tenemos que señalar hoy, la
cuestión esencial, la condición importante del nivel de
significación en la neurosis de transferencia es que el

64-
IDalista vaya a encarnar el velo imaginario que cubre
el objeto de la pulsión. Esta condición tiene dos efectos:
primer efecto, la institución de un gran Otro simbólico,
oodemos decir de un sujeto supuesto saber, o del inter­
locutor, como lo llamábamos. Segundo efecto fundamen­
:al: suscita en el analizante el formular demandas de
amor, el producir nuevos síntomas, el equivocarse ha­
�Iando, e l demandar ser reconocido, etc. Esas deman­
das de amor -son el tercer paso- están dirigidas al
gran Otro para que éste entregue el obj eto que le está
imputado poseer. "Quiero que me lo dé". La demanda
:ie amor es una demanda de tener el falo del Otro, del
gran Otro.
É sta es una cuestión interesante porque muchas veces
cabe la pregunta acerca de la proveniencia de la auto­
ridad del analista: de dónde proviene la autoridad que
el analista tiene sobre el paciente.
Hay una respuesta rápida: desde que se llama por
teléfono para pedir una entrevista, ya la transferencia
hacia el analista está bien instaurada.
Freud lo dijo y Lacan lo repitió, y se lo reitera siem­
pre: la transferencia está ya allí antes, aún, de l a lla­
mada telefónica. De acuerdo. Pero ¿basta esa transfe­
rencia hacia el análisis?
En nuestra primera reunión destacaba que el primer
objeto transferencia! del analizante es la relación del
analista con el análisis y cuando el analizante llega -€1
�tura analizante, el paciente- a consultar a ese analis­
ta, de hecho lleva consigo una pretransferencia o una
aansferencia. Esto ocurre hasta cuando no se demande
:in análisis. Hay personas que llaman. por teléfono y no
esporque necesariamente crean que van a ver a un
analista; creen que van a ver a un terapeuta, no saben
'!lluy bien a quién van a consultar. Pero hay allí algo
del orden de la transferencia previa que ya está y es
muy importante. No necesariamente bajo la forma

65
"transferencia al analista"; es la transferencia de al­
guien que está para oír, para escuchar. Entonces pre­
cisaba en nuestra reunión anterior que es necesario
puntualizar que eso va a jugarse en la relación del
operador, del práctico, con la disciplina que él cumple,
con su trabajo, con relación a la comunidad, a los idea­
les, etcétera.
Ahora, hoy, preciso más y digo: no, no basta la trans­
ferencia ya, antes, no basta la relación del terapeuta
con el análisis; para que haya institución de la autori­
dad del analista hacia su paciente, es necesario que el
analista haga silencio enigmático, que hable poco porque
cuanto más se habla más nos alejamos del menos phi.
Más hablamos, más nos alejamos; menos hablamos,
más nos aproximamos.
La autoridad del analista, la institución del gran Otro,
proviene del hecho de que e l analista se aproxime más
y más a ese lugar.

RESPUESTAS A PREGUNTAS

Quisiera que abriésemos el diálogo y, a propósito,


señor Gérard, hemos discutido con usted la distinción
entre la psicoterapia y el psicoanálisis. Hoy he tratado
de responder a eso, ¿suscita algún eco en usted?
Señor Gérard: Usted ha abordado el tema muy rápi­
damente en el curso de una frase. Es verdad que pienso
que las psicoterapias utilizan la teorización del análi­
sis, pero en lo que usted desarrolla hoy se marca de
modo muy singular un punto entre una posición en
psicoanálisis y la manera como en el seno de una psi­
coterapia se utilizan las referencias del análisis. ¿Sería
para usted la única marca de distinción, la que mejor
caracterizaría la separación o habría que completarlo?
Ju an David Nasio: Por ejemplo, los psiquiatras de

66
�y. o los psicoterapeutas de hoy, no están preocupados
:i-: r pensar, por reflexionar sobre el hecho de que se

-- .-taure con su paciente una neurosis de transferencia.


E5ta ya es una respuesta general, mucho más precisa . .
La primera respuesta general es que lo primero que
.L1í se juega como diferencia entre la psicoterapia y el
psicoanálisis es que los analistas pensamos que es
:.�cesario redoblar l a enfermedad. Un psicoterapeuta, y
�!l particular un psiquiatra, no estarían de acuerdo con

�, con rehacer la enfermedad.

Pero lo olvidamos, creemos, tenemos prejuicios.


Pienso siempre que existen prejuicios fecundos e
�ecundos. Los prej uicios fecundos son aquellos que
�os interrogan sobre lo imposible. Los infecundos son
.os que nos interrogan sobre nuestra impotencia, para
�ablar en términos lacanianos.
Y bien, un prejuicio infecundo, que nos hace pensar
o?D el problema de la potencia, es el de decir, por ejem­

plo, que la diferencia entre la psicoterapia y el psicoa­


-:alisis es que nosotros no interpretamos la transferen­
cia. Eso me parece muy pobre; es muy pobre. Es justo,
pero es pobre. Si, por el contrario, le digo a un terapeu­
:a o a un analista que cuando tomo a un analizante en

.inálisis me presto a crear un estado mórbido, dicho así,


!epentinamente, esto nos detiene, nos propone una cierta
�serva, nos llama la atención. Y no siempre tenemos
esa reserva y esa prudencia; olvidamos, creemos en
::mestro prejuicio infecundo que diría que el analista
está allí para escuchar e interpretar. Es falso. El ana­
jsta está para participar de una neoformación, de la
:reación mórbida de un tejido viviente.
Entonces, ¿qué diferencia hay entre psicoterapia y
psicoanálisis?
Primera respuesta: un psicoterapeuta no aceptaría
el riesgo, l a actitud, de formar parte de un nuevo esta­
do mórbido, por ejemplo. Además, la posición que él

67
adopta es como si ese psicoterapeut a se pusiera ya en
Otro, en tanto que el analista no se pone en Otro, no
comienzo por allí; en primer lugar se vela, se reduce, se
reserva, se empequeñece. No dice: "¡Hábleme!", dice:
"Sí, le oigo, le escucho", en el comienzo de una sesión.
De hecho ''le escucho" es el único fragmento objeto a
que existe para que inmediatamente él se convierta en
velo de ese objeto.
Precisemos algo: el velo del objeto no es sólo el silen­
cio. Hacer silencio es la manera más simple que ha
adoptado ese velo. Pero hay otros modos que sólo se
adquieren con la experiencia para que un analista pueda
tener un tratamiento particular con s u analizante,
guardando ese lugar de velo del objeto. Esto forma parte
de l a experiencia y de la práctica.
Decimos que seguramente el paradigma de ese velo
es el si le ncio . Pero el silencio es la manera más simple,
también la más prudente , la más justa, pero sigue sien­
do la más simple. Hay otras mucho más activas, y mucho
más delicadas de manejar, pero que también existen.
Por eje m pl o, como decía antes, el tono de la voz, el
cómo decir una interpretación en tanto, por ejemplo , al
hacer una interpretación explicativa y larga nos aleja­
mos de ese lugar.
Pero puede ocurrir que un analista, con una cierta
historia de confrontación con ese lugar, pueda hablar
con el analizante una vez que él se levanta del diván y
sin embargo, no perder ese carácter de enigma del deseo
del analista.
¿Cómo se explica esto? No puedo ir más lejos y es
necesario apelar al poeta, es necesario apelar a René
Char. Sabe decir las cosas mejor que nosotros, quizá:
por ejemplo decir: "Las trazas hacen soñar".
Decía que la neurosis de transferencia nos interesa
por múltiples razones. Una de las razones, por ejemplo.
es que hay manifestaciones de esta neurosis de trans-

68
�rencia no sólo en su nivel matricial sino en el nivel de
�significación en las entrevistas preliminares o, mejor
:amadas, en las entrevistas iniciales. Las manifesta-
:iones de la neurosis de transferencia en las entrevis­
:as iniciales son una suerte de indicación, de signo -no
.50n una regla-, que señala que, efectivamente, es el
:nomento adecuado, oportuno, para que a un analizan­
:e o un consultante -llamémoslo así- en su tercera,
:uarta, quinta entrevista preliminar, le sea propuesto
recostarse en el diván.
Una de las manifestaciones que se presentan a menu­
do en las entrevistas iniciales -en tanto acordamos con
Freud en que la neurosis de transferencia ya se instau­
ra en la fase de apertura- es que ocurra que la insti­
tución, la incitación de la demanda de amor se produz­
ca en ese momento, o en la tercera o cuarta entrevista
inicial. Y que esa demanda de amor no sea, necesaria
ni manifiestamente, una demanda de amor al analista.
Me ocurre que, en el transcurso de las entrevistas
iniciales, en particular en las tres primeras, pregunto
al paciente, en cualquier momento de la entrevista, cómo
partió después de la primera o segunda entrevista. Es
decir, qué es lo que ocurrió durante. Y ocurre que él
relata experiencias, recuerdos o efectos tales que me
hacen pensar, deducir, que son equivalentes a esa de­
manda de amor . Por ejemplo, que sueñe con su analista
en tanto todavía no es analizante, en tanto aún no está
en el diván. El caso de alguien que ha venido a consul­
tar y en una tercera entrevista expresa que "es extraño,
pero anoche" -{) hace dos días- ha soñado con el analis­
ta. Eso no ocwTe siempre. He ahí un signo -pero un
signo muy importante-, una indicación, una sugerencia
para el analista que, efectivamente, a ese paciente puede
proponérsele el diván. O también, ya hablando del con­
texto de la entrevista, que e l paciente se sorprenda de
palabras que pronuncia o de cualquiera otra manifes-

69
tación que englobamos bajo e l término de "demanda de
amor".
Pero lo que quería decir al comienzo de mi exposición
y retomo ahora, es que hay dos cosas importantes para
la neurosis de transferencia: una es que se instituye al
comienzo, y la segunda es que s e manifiesta por medio
de signos de conducta, si me atrevo a decirlo así, por
manifestaciones del tipo de demandas particulares que
ya son índices para que sea utilizado el diván.
Una precisión que viene al caso con relación a una
pregunta: yo no digo que el anal i sta deba ser silencioso.
Digo que el silencio es la mejor forma, la más simple,
la más segura, la más prudente para velar el objeto.
Pero, de hecho, hay otros modos más activos que antes
comentaba en los cuales s e puede recordar el objeto sin,
necesariamente, hacer silencio: l a manera de dar la
mano, de mirar, de hablar, etcétera.
Recuerdo una anécdota general de la época lacania­
na de los años setenta. Recuerdo cómo he visto actuar
a colegas del dispensario. Allí iba la madre con el niño
enviados por la escuela. No era en consul torio privado.
R\ teTa\)euta en. cuestlón. \)erman.eda mudo durante toda
la entrevista preliminar; en realidad él no decía nada
durante las entrevistas preliminares ni a la madre n:

al niño. Bien entendido, l a escuela, al cabo de tres. d


diez meses con ese terapeuta en el dispensario, ::
enviaba a nadie más. Y fue así, y esto es serio, como e
un momento hubo una crisis a nivel de los dispen:;
rios. Creo que las cosas han cambiado mucho porquE:
no es cuestión que allí el silencio sea una regla.
Digo bien: es un resguardo para el analista, per
un resguardo en última instancia.
Por ejemplo, nuestro error es creer que cuand...
can dice "hacerse el muerto" esto signifique q ....-::
analista deba hacer silencio. Para nada. Esto es ;:­
so, léanlo en "La dirección de la cura . . . ": "hacer el :-

70
., sigrúfica que el analista haga silencio en él, en el
-terior de él, para suscitar al gran Otro del analizan-
-¿_ Es eso lo que decimos. Hacer e l muerto no es callar-

--:-. es un callar muy particular que es muy difícil de


-�finir bien. Mejor decir una expresión diferente, que
_� "hacer silencio en sí", expresión que no plantea pro-
_.emas.
Retomo una cuestión con relación a la adolescencia,
�ue se preguntaba.
Ha habido discusiones, debates, entre los analistas a
-:upósito de la aptitud para la transferencia de los niños,
-:�r ejemplo.
En ese punto, alguien que ha sostenido la transfe­
-encia en los niños a cualquier precio fue Melanie Klein.
:Iubo un famoso simposio en el cual ella discutió el
·ema con Anna Freud.
Con relación al adolescente yo diría que no son re­
--:actarios a la transferencia. Sin embargo, es verdad
ue cuando recibimos a adolescentes hay en ellos una
!ctitud, sobre todo en las primeras entrevistas, que no
-:-5 la misma que cuando llega un neurótico que viene a

consultarnos porque sufre. Y esto según mi opinión es


"Jorque hay una razón que está dada por el sobreinves-
1miento e n el cuerpo, a nivel de las representaciones
.:iel cuerpo, del adolescente que recuerda el tipo de so­
�reinvestimiento narcisista de las neurosis narcisistas,
del tipo paranoia o melancolía. Seguramente, no son
estados mórbidos. Pero los adolescentes están ocupados
por su cuerpo y en su cuerpo. La libido, diría Freud, está
·obreocupada en ciertas partes del cuerpo. Además, es
un momento en el cual no sólo existe ese sobreinvesti­
miento del cuerpo sino que también hay una modifica­
ción del Otro en vías de producirse. Hay transformacio­
nes a nivel de la relaci ón simbólica, con sus referentes.
Simple, y demasiado rápidamente, quisiera decir que
los adolescentes no son refractarios al análisis, pero es

71
verdad que exigen una cierta posición, una cierta acti­
tud por parte del analista que no es la misma que con
un neurótico que viene a consultar.

ELEMENTOS DE APRECIACIÓN
PARA LA INDICACIÓN DEL DIVÁN

1) Disposición del terapeuta:

É ste debe disponerse a múltiples entrevistas inicia­


les sin preocuparse del diván.

2) Diferentes manifestaciones objetivas que deben apa­


recer en e l relato del paciente:

-Referencias a hechos íntimos de carácter sexual.


-Referencias a acontecimientos muy precisos de su
infancia.
-Referencias a la relación con el analista.
-Referencias ligadas a dolores en el cuerpo.
-Sueños.
-Lapsus.

Todos esos signos son dirigidos desde el paciente hacia


e] analista en tanto que interlocutor.
Pero, al mismo tiempo, el analista tiene la sensación
de que su imagen, su presencia visual, está de más,
que molesta, embaraza al paciente.

3) Es necesario recostar al paciente en tanto el analista


tiene la impresión de que su presencia perturba e l
relato del paciente.

72
III

El fin d e esta enseñanza e s formar psicoanalistas. Es


decir, poder intervenir en e l camino que conduce a un
practicante a convertirse en analista y dar la ocasión a
aquel que ya lo es de poner a prueba su propio compro­
miso con relación al psicoanálisis.
Pero, ¿qué es lo que se forma?
¿Cuál es, como diría Heidegger, el ser de l a forma­
ción del psicoanalista?
Nuestra mayor preocupación no es la d.e proveer
conocimientos ni la de proponer un saber-hacer. Esta
enseñanza apunta, sobre todo y esencialmente, a for­
mar, fabricar, orientar lo que yo llamo "el yo del psicoa­
nalista". No su yo consciente, sino el yo comprendido
como una superficie de percepción.
Sabemos que Freud utiliza la expresión "prueba de
realidad" para comprender la selección que el yo opera
cuando debe distinguir las excitaciones que vienen del
exterior de las que provienen del interior. A esa selec­
ción Freud la llama "prueba de realidad".
Pienso, y les propongo pensar, que el yo del analista
es, en primer lugar, una superficie de percepción para
la cual las excitaciones no se diferencian entre endo- y
exopsíquicas. Para el yo del analista, las excitaciones

73
no son internas o externas. Diríamos que para el yo del
analista toda percepción se mide con un solo patrón: el
patrón del falo. Es decir, generalizando, que él sólo per­
�ibe deseos sexuales allí donde aparentemente sólo
existen manifestaciones desprovistas de sexualidad.
Formar psicoanalistas es favorecer en ellos la per­
cepción del deseo sexual, allí donde éste se prueba apa­
rentemente inexistente. Hacer de suerte que el oj o,
la oreja, e l sen�ido, se habitúen· poco a poco a percibir
·
l as. fuer�·ás pulsionales a través de las manifestaciones
concretas en el ' análisis.
<-' ·
Les .voy a leer una pequeña frase de Freud donde nos
9
da una indica d n muy próxima a lo que acabo de decir.
Está en el texto .sobre ''La dinámica de la transferen­
cia" al cual volve:rernos varias veces esta noche.
Freud dice lo ;�iguiente: "Concluimos que todas las
relaciones de orden sentimental utilizables en l a vida,
tales como la simpatía, la amistad, la confianza, etc.,
todas esas relaciones emanan de deseos verdaderamen­
te sexuales". Y agrega: "El psicoanálisis nos muestra
que person ás a las que creemos sólo respetar y estimar
pueden continuar siendo para nuestro inconsciente,
objetos sexuales".
Corregiría la frase diciendo: "El psicoanálisis nos
muestra que personas que creemos sólo respetar y es­
timar, pueden, por nuestra percepción inconsciente -es
decir para la percepción inconsciente del analista- con­
tinuar siendo objetos sexuales".
Es decir que el trabajo que hacemos en este semina­
rio, los esquemas, las referencias a nuestra práctica,
sólo son, finalmente, medios indirectos para llegar a
ca m biar el modo habitual de percepción operado por el
yo del analista, como si el ser de l a formación analítica
fue i·a el viraje, el cambio lento y continuo, de la orien­
tación de la superficie perceptiva del yo. Como si el
psicoanalista debiera aprender a abandonar en un cier-

74
to momento de la escucha, las orientaciones espacial y
temporal usuales, acostumbrarse progresivamente a una
nueva orientación y sumergirse en otra realidad que es
la realidad sexual, es decir una realidad regida por el
falo.
No se trata de una propuesta general la que trans­
mito; es algo que percibo vivamente en mi propia prác­
tica y que trato, por medios enteramente diversos e
indirectos, de transmitirles sabiendo, al mismo tiempo,
que es muy difícil, precisamente, de transmitir y hacer­
lo sentir.
Algunas veces esta realidad sexual regida por el
falo se manifiesta netamente. No permanece oculta
tras manifestaciones desprovistas de sensualidad. Por
el contrario, son manifestaciones muy intensas, exce­
sivas, fuertes, como si l a pulsión fuera puesta al des­
nudo. Allí está eso que habitualmente en psicoanálisis
se llama el momento, la secuencia dolorosa de la trans­
ferencia.
La transferencia, la neurosis de transferencia, se
manifiesta por ese estado intenso, excesivo, en la rela­
ción entre el analista y el analizante.
,_.
Estábamos preocupados en nuestra última reunión
por responder a una pregunta: cómo comprender la ana­
lizabilidad de un paciente?
Para establecer ese criterio de analizabilídad reto­
mamos l a clasificación freudiana clásica de neurosis de
transferencia y neurosis narcisista. Esta distinción es
criticable desde el punto de vista práctico, porque hoy
todos sabemos que hasta las llamadas neurosis narci­
sistas -es decir, las psicosis- son también susceptibles
de transferencia.
Sin embargo, esta distinción me parece útil para
trabajar teóricamente y comprender la dinámica de ese
momento esencial de una cura que es el momento de la
transferencia o la neurosis de transferencia.

75
Quisiera hoy detallar mejor la naturaleza de ese
momento, y considerar una hipótesis que expresa que
la neurosis de transferencia corresponde al destino de
una pulsión específica del análisis que yo llamo "pulsión
fálica". Veremos que no se trata de una nueva pulsión
agregada a la lista de pulsiones parciales ya estableci­
das -en general se las reduce a cuatro (oral, anal, invo­
cante y escópica) y ni siquiera se incluye la pulsión sado­
masoquista-. Diríamos que hay una infinidad de objetos
pulsionales y que existen muchas pulsiones parciales.
Pero yo no agrego allí una nueva pulsión. Creo que esta
pulsión fálica da cuenta muy bien de la estructura de la
transferencia tal como hoy la encaramos.
Habíamos distinguido en la última reunión dos nive­
les: el nivel matricial de la neurosis de transferencia y
el nivel de significación. Son dos niveles de la neurosis
de transferencia� dos niveles de causación.
En el nivel matricial, la causa de la neurosis de trans­
ferencia, la causa de la aparición de ese momento, de
esa secuencia de transferencia, es el objeto de la pul­
sión. Ese objeto atrae la pulsión y la hace girar a su
alrededor.
En el segundo nivel, el de l a significación, encontra­
mos que la causa de la neurosis de transferencia no es
el objeto sino el velo que cubría al objeto. Y encarna­
mos ese velo que cubre al objeto por medio de la mani­
festación, por medio de la reserva, de la actitud reser­
vada, silenciosa, del analista. Precisamos luego que
cubrir el objeto de la pulsión con el silencio no significa
estar constantemente, y de manera rígida, en silencio.
Es éste un silencio matizado, es un silencio en sí. En
esa segunda causa estamos en el nivel de lo reprimido.
considerando que ese velo que se manifiesta por e l corr.­
portamiento del analista era, desde el punto de vista
estructural, dinámico, aquello que desde la teoría laca­
niana llamamos el "falo imaginario".

76
'"'Íamos, entonces. comenzado a hacer esa distin­
� a elaborar la dinámica de ese momento de la
- erencia . Hoy quisiera destacar de nuevo los dos
-�s pero con una aproximación diferente. Es la
-�a distinción, pero hay más precisiones.
uste un corto texto de Freud en el cual él trata de
- :car cómo una persona sucumbe frente a la neurosis.
_.¿ quiere comprender cómo, por qué circunstancias,
..::.stala en alguien la neurosis. El título de ese texto
-sobre los tipos de entrada en la neurosis". Es un
..:eño texto de 1912 que verán que hace alusión a
. casi del mismo año que es "La disposición a la
-""Osis obsesiva".
6 n dos textos cortos donde Freud hace pequeños
;.;:.!lees sobre cuestiones que se le planteaban como,
ejemplo, el desarrollo de la libido, el problema del
etcétera.
:...a propuesta es releer el primero de esos textos -"So­
::- los tipos de entrada en la neurosis"- cambiando su
-..ilo por "Sobre los tipos de entrada en l a neurosis de
..;.__11sferencia", y verán que esto es perfectamente legí­
- o. Y además se reconocerá allí, sin dificultades, lo
,..... · .:;mo que hemos dicho de otro modo.
Freud dice: "Efectivamente hay dos factores que cau­
n una neurosis, uno: el factor desencadenante; dos: el
tor disposicional o la predisposición o disposición".
Recordemos que es un texto de 1912 y que estamos
e" una época en la cual el problema de la causa, de la
etiología, se plantea constantemente. Y Freud utiliza el
·ermino "disposición" para dar cuenta del problema de
a constitución.
Habría, entonces, según Freud dos factores: el desen­
cadenante y el disposicionaL Para nosotros, el factor
desencadenante correspondería a la causa a nivel de la
-ignificación, y el factor disposicional correspondería a
�a causa a nivel matricial. Es decir que el factor dispo-

77
sicional corresponde al régimen de la pulsión. El factor
desencadenante, que corresponde al nivel, al régimen,
de la significación, es llamado por Freud "frustración".
Hablemos del primer nivel, del factor disposición o,
si ustedes quieren, retomemos nuestra expresión: nivel
matricial de la causación de una neurosis de transfe­
rencia.
En el texto que citábamos, Freud está preocupado
por decir: "Sí, se puede frustrar a alguien y hacerlo
entrar en una neurosis, pero eso no basta. Es necesaria
una disposición previa". Ésta es un poco nuestra propia
cuestión.
Antes de comenzar un análisis, en el momento de las
entrevistas iniciales o antes, pero estando ya compro­
metidos en una cura, antes de entrar en el momento
que llamamos "secuencia dolorosa de la transferencia",
es necesario que el analizante esté en un estado previo;
es lo que Freud llama la disposición.
¿Cómo describe Freud ese estado previo?
Vuelvo para ello al texto de "La dinámica de la trans­
ferencia": "Todo individuo al cual la realidad no aporta
entera satisfacción de su necesidad de amor -entonces,
todo individuo insatisfecho-- gira, inevitablemente, ha­
cia una cierta esperanza libidinal dirigida a todo nuevo
personaje que entra en su vida". Y agrega: "Es enton­
ces enteramente normal y comprensible el ver [ésta es
la frase que más nos interesa] el investimiento libidinal
en estado de espera y presto a dirigirse hacia la persona
del médico".
Éste es un buen modo de caracterizar en qué estado
se encuentra el paciente que está en el punto de llegar
a comprometerse con un análisis, y nos servirá cuandc
veamos el tema de las entrevistas iniciales; el investi­
miento libidinal en estado de espera está presto a diri­
girse sobre la persona del médico.
Así se describiría la predisposición o la disposición a
.

78
- neurosis de transferencia, y a toda neurosis si reto-
-.amos el texto -el otro texto de Freud- "Sobre los
::.?Qs de entrada en la neurosis".
En una perspectiva ligeramente diferente, la última
"';"�z avanzamos una concepción semejante. No hablamos

:3-= investimiento libidinal; no hablamos de "presto a di­


�.girse sobre la persona del médico". Pero queriendo dar
..:.::a fórmula para definir el estado de analizabilidad de
-= paciente dijimos, inspirándonos en el concepto de

:Y.�encia de Spinoza, que la aptitud para la transferen­


:-2 analítica se decide, esencialmente, en poder ser afec­

:.a.do en acto por la pulsión. Es decir que es analizable


�do individuo que pueda sufrir de su pulsión.
¿Qué queremos decir con esta expresión, con esta
r �ula "sufrir por su pulsión"? Para responder, reto­
--emos la teoría freudiana del desarrollo de las pulsio­
::.�.s del yo y de la libido con relación a la pulsión sexual

·· a la pulsión del yo.


Recordando que estamos siempre a nivel de la dispo­
s:ción, recuperé el otro texto de 1912, "La disposición a
:a neurosis obsesiva". Allí Freud sugiere que la dispo-
5:ción a la neurosis, a la neurosis en general y a la
:.eurosis obsesiva en particular, y, para nosotros, a la
=eurosis de transferencia, depende de ese estado de
-e-5pera sostenido firmemente sobre el investimiento li­
:1dinal presto a saltar sobre la persona del médico, y
.:-Jmenta que ese estado "es el resultado de una altera­
:::ón temporal sobrevenida en la infancia del paciente".
Cna alteración temporal muy particular, porque no se
:rata de una alteración temporal del pasado. Esa ex­
presión, "alteración temporal", Freud la reconoce como
:iebiéndola precisamente a Fliess.
Fliess pensaba que había problemas psíquicos deri­
·.-ados de conflictos, desacuerdo.:;, en el nivel del tiempo,
·; na relación entre diferentes movimientos de las ins­
:ancias psíquicas.

79
\

En efecto; según Freud existiría un desacuerdo, una


discordancia entre la línea de la evolución progresiva y
relativamente uniforme del yo, por un lado, y el avance
fragmentario, disperso, en oleadas sucesivas, en liga­
duras sucesivas, de las pulsiones sexuales parciales.
Siguiendo esa teorización, Freud nos hace compren­
der que, en tanto un paciente se presenta a una consul­
ta de análisis, o bien se encuentra en el umbral de una
secuencia transferencia!, deberíamos suponer una falla
temporal, un contra-tiempo, un desajuste en el tiempo,
entre el yo y la libido. El yo iría más rápido que la
libido.
La cita de Freud en "La disposición a la neurosis
obsesiva" es ésta: "El desarrollo del yo supera en el
tiempo al de la libido". Y agrega: "Las pulsiones del yo
anticipan la elección de objeto antes que l a función
sexual -es decir, la pulsión- haya alcanzado su confi­
guración definitiva".
Esta noción de anticipación temporal del yo sobre la
libido es fundamental para nosotros, pues ella encuen­
tra, exactamente, aquello de lo cual Lacan hace el pi­
vote del estadio del espejo. Es como si Lacan hubiera
leído ese texto de Freud pensando en el estadio del
espejo, pues es el mismo esque.ma que él propone.
Esa anticipación temporal de las pulsiones del yo
sobre las pulsiones sexuales corresponde, en el vocabu­
lario lacaniano, al desfase, al desvío que existe entre la
imagen integrada y unitaria del yo, por una parte, y
por la otra, el real disperso de los goces parciales.
Recuerden que Lacan decía que estando el niño fren­
te al espejo es capturado por la imagen global de su
persona. Es muy importante destacar que esto ocurre
una sola vez: el estadio del espejo es un caso excepcio­
nal, una situación de excepción y hasta diríamos casi
mítica. Y esa imagen global, esa identificación imagi­
naria en l a cual él se precipita, contrasta con la vida

80
interna de su cuerpo, con las sensaciones perceptivas
de su cuerpo, con las pulsiones en el interior de] cuer­
po. Las pulsiones en e l interior del cuerpo son l a vida
que pulula y, contras tando, una imagen integrada, uni­
taria, unida, total en e l espejo.
Es muy interesante lo que Lacan dice: "Esos contras­
tes entre l a imagen en el espejo y lo real del cuerpo son
]a matriz de la formación no del yo lmoi] sino del yo
lieJ".
Al decir esto recuerdo una anécdota del tiempo en
que tuve l a ocasión de revisar l a traducción al español
de los Escritos de Lacan. Eso me permitió, para mi
gran suerte, verlo muy a menudo, estar muy cerca,
discutir varias veces con él sobre Jos puntos que dificul­
taban la traducción. A veces había verdaderos proble­
mas de mi comprensión del texto, y aprovechaba para
plantearle preguntas.
En eRa época no siempre comprendía los textos de los
Escritos. Sigo hoy a veces sin comprenderlos.
Y bien, había un serio problema porque en español
no se puede traducir diferenciando yo [moi] y yo Lie 1.
Hoy está presente el señor Braunstein, que nos visi­
ta desde México, y él conoce bien esta cuestión.
Estábamos entonces con Lacan, cenábamos juntos,
era una comida de trabajo y l e comenté que en e l título
se había puesto: "El estadio del espejo como formador
del yo [moi]''. Saltó en su silla diciendo: "¡Pero no es e l
yo [moi], e s el yo UeJ!".
Esto es difícil porque cuando se lee el texto todo
conduce a pensar que se trata del yo [moi] pues el yo
Lie] aparece poco. Es curioso pero es así. Existe siempre
ese hábito de anticipar promesas en el título; ese título
era un mensaje, era ya un concepto aunque no esté
desarrol lado en el texto.
Hay que comprender al yo Lie] no como estando fun­
dado en la imagen del sujeto. No es que él se identifi-

81
\

que con la imagen que está en e] yo [je]. Esto se produ­


ce más bien del lado del yo [moi]. El yo [je] es el des­
carte temporal, se funda en e] descarte temporal entre
la imagen y el cuerpo que va más rápido. Con más
exactitud aún: el yo (je], su matriz que más tarde será
el sujeto del inconsciente -porque pienso que el yo (je]
simbólico en ese texto anuncia el concepto del sujeto
del inconsciente que aparecerá mucho más tarde- es el
esbozo, la línea, e] contorno de la imagen total que
aparece en el espejo.
Tenemos, entonces: el yo [moi], que es l a identifica­
ción con la imagen total, el carácter reflexivo, reflejan­
te de esa imagen, lo real que es eso que el niño siente
en el cuerpo, y además el yo (je], que es el contorno, la
línea de contorno de la imagen ligada al problema de la
anticipación temporal, del descarte, del desfase tem­
poral.
Retornemos a Freud y a nuestro hilo conductor. La
disposición a l a transferencia consiste en una altera­
ción de l a relación entre l a imagen del yo [moi] -diría
Lacan- y el objeto goce. Para utilizar un término laca-·
niano muy oído o conocido: el objeto a. O sea: la rela­
ción entre l a imagen del yo y el objeto a. Como si l a
imagen cubriera imperfectamente al objeto.
Sufrir de la pulsión podría entonces traducir el he­
cho de que ésta está insuficientemente velada, está pres­
ta a saltar, a ir a l a busca de un puerto que l a amarre,
de un analista que la fije.
Retomemos la fórmula de Freud: para que una per­
sona sucumha a la neurosis, le es necesario un factor
desencadenante -del cual aún no hemos hablado-, pero
también le es necesaria una disposición que consiste en
que su pulsión no esté correctamente velada por una
imagen. Hay, entonces, un desfase en el nivel de la
cobertura de la imagen sobre el objeto de la pulsión.
Una vez dada esta disposición -como si situásemos

82
la disposición a nivel de la fuente- esta tensión libidi­
nal presta a saltar sobre el analista lo hace, pero no
permanece sobre el analista sino que vuelve sobre sí
misma. Éste es un aspecto muy importante.
La neurosis de transferencia -dijimos la última vez­
es una neoformación, un tejido viviente desarrollado
alrededor de ese pivote central que es el analista, pero
su fin es el de cerrarse circularmente, contornear al
objeto analista. Es necesario que ella lo contornee para
que retorne. Es decir que la expresión de Freud "el
investimiento libidinal presto a saltar sobre la persona
del médico" podría completarse: presta a saltar sobre la
persona del médico para retornar sobre la fuente, sobre
el punto de partida.
Antes de considerar el nivel de la significación quisie­
ra detenerme un momento sobre este punto, y que nos
planteemos una cuestión que ya ha surgido otra vez y
que surgirá aún otras en tanto es necesario verla desde
diferentes puntos de vista: ¿cuál es ese objeto analista
que la pulsión rodea? ¿Es la persona misma del terapeu­
ta, su cuerpo físico, sus sueños, su vida, su teoría, su
pensamiento?
Ese objeto no es la persona en tanto ese objeto que
llamamos analista -tal como Lacan nos lo enseña-; es
:;ólo un agujero sin nombre, sin naturaleza, sin trazo
característico. Baste decir agujero. Hasta sería necesa­
rio no poner "analista".
¿Entonces, es la persona, es el agujero, es el Otro que
hemos puesto a nivel de la significación, el Otro in­
terlocutor al cual se dirigen las demandas, es la ima­
gen, el velo opaco del objeto definido por la actitud
reservada, silenciosa, del analista que atrae, suscita,
las demandas, es decir que atrae y suscita los tejidos,
In neoformación, es un representante psíquico?
F'reud, por ejemplo, lo dice en ese mismo texto de "La
d i námica de la transferencia": "El investimiento libidi-

83
\

nal va a llevarse sobre el médico -es una muy bella


cita- considerado como formando parte de una serie, de
una de las series psíquicas, es decir de una cadena de
representaciones que el paciente ya ha establecido en
su psiquismo". Es decir que el analista sería un repre­
sentante psíquico singular, lo que Lacan habría llama­
do un "significante".
Entonces, ¿qué es ese objeto alrededor del cual la
pulsión gira para volver a su punto de partida?
Lacan es tajante y daría una respuesta bien precisa
que expresaría que el objeto alrededor del cual l a pul­
sión gira es ante todo un agujero. El objeto analista
alrededor del cual la pulsión gira es ante todo el agu­
jero cubierto del velo del falo imaginario.
La ecuación agujero + velo se llama, en Ja teoría
lacaniana, según mi lectura: deseo del analista. El deseo
del analista = agujero + velo; agujero + máscara del
velo, máscara del agujero.
Todas las otras posiciones de las cuales hemos habla­
do -la persona, el Otro, el agujero en tanto que tal, el
representante psíquico- son reconocidas como determi­
nantes de parte del analista para constituir un elemen­
to que atraiga hacia él la transferencia, que atraiga
hacia él la pulsión, haciéndose rodear por esa pulsión
y dejándola volver sobre su punto de partida. Todas
esas posiciones son determinantes pero para Lacan la
dominancia, la primacía, es la del deseo del analista.
Volveremos a hablar del deseo del analista en tanto
abordemos el nivel de l a significación.
Me importa que encaremos ahora ese aspecto del
analista que permanece siempre en la oscuridad, pues
es muy difícil darle un sentido preciso. Me refiero a l a
persona real del analista.
C uando hablemos de la contratransferencia volvere­
mos sobre ese problema, pero querría, por el momento,
destacar que l a dificultad de reflexionar sobre cuál e s

84
la naturaleza, sobre qué es la persona real del analista,
radica en que esto releva de la misma paradoja relativa
a todo elemento perteneciente a la dimensión de lo real.
Y la paradoja consiste en que inmediatamente después
que se muerde lo real, éste deviene fantasmático. In­
mediatamente después que el cuerpo físico real del ana­
lista, del terapeuta, es perturbado por una experiencia
con su paciente, ese cuerpo no es más real, es fantasmá­
tico.
Por ejemp1o, recientemente, un analista en control
comentaba: "Estaba comprometido activamente en mi
escucha del paciente, y en el momento en que oí a mi ana­
lizante decir: 'Tengo ganas de mutilar mi sesión', en
ese momento, sentí inmediatamente un dolor agudo,
fuerte, intenso, en mj vientre".
Eso es muy destacable, es muy destacable que el
analista fuera sensible a eso porque responde a lo que
se decía al comienzo: formar al yo como una superficie
de percepción siguiendo el criterio del falo.
Es muy destacable porque mil veces, en vías de es­
cuchar, tenemos sensaciones en el cuerpo y otras mil
veces no les prestamos atención o las consideramos
insign i.ficantes.
Que el analista haya comentado que cuando escuchó
"Tengo ganas de mutilar mi sesión" sintió un fuerte
dolor en su vientre, es una buena apreciación que va en
el sentido de que se reconozca como el objeto de una
pulsión que lo envuelve.
Otro ejemplo más general que no toca el cuerpo sino,
a veces, la vida del analista. Es el caso muy difícil, en
general de pacientes mujeres, que están más allá del
amor de transferencia, que están en l a erotomanía de
transferencia, es decir que persiguen al analista. Espe­
ran que éste haya terminado sus consultas, lo esperan
en l a calle para ver el auto que toma, etc. Éste es un
sufrimiento que no pueden imaginar quienes no lo han

85
vivido. Es muy difícil, es insoportable y Lacan lo llama
"erotomanía n1ortificante". No es mortificante para quien
vive la erotomanía sino para quien es o bjeto de ella.
¿Cómo concebir la molestia que ese analista tiene al
tiempo de llegar a su auto? Él sale de su consultorio, va
a buscar el auto y, repentinamente, ve pasar delante de
él, cinco horas después de su sesión, a l a paciente que
lo ha esperado después de muchas horas, para seguirlo.
¿Cuál es la situación? ¿Cómo ubicarla?
Bien entendido, se la pensará dentro del cuadro de l a
transferencia. Pero también s e la puede imaginar como
un pasaje al acto, como un acting out de parte de la
paciente. ¿Pero cómo concebir la molestia, el sufrimien­
to del analista, el sentimiento de n1ort]ficación? ¿Cómo
-'
pensarlo?
Considero que un dolor en el cuerpo expresa, una vez
que e l cuerpo e s mordido, que el cuerpo real es mordido
por l a experiencia de la transferencia, l a experiencia
del análisis, que ese pedazo de cuerpo, ese poco de
cuerpo, esa tajada de cuerpo, ese vientre del analista,
no es ya un vientre real sino fantasmático. Pero cada
vez que oigo esto me parece insuficiente y quisiera que
agregásemos l a consideración de las diferentes posicio­
nes del analista, el pensar cómo nos acomodamos de
modo diferente a distintos lugares según como los ana­
lizantes nos asignen esas diferentes posiciones.
Se tiene la impresión de que son pos1ciones donde
permaneceríamos intactos, como si fuesen sillas que
ocupamos, pero no: no permanecemos intactos.
Para abordar este problema del cuerpo real del ana­
lista, eminentemente difícil y que no ha sido resuelto
hasta hoy, quisiera retomar la alegoría lacaniana de la
l ibido imagjnada como una laminilla.
Sabemos que Lacan construyó esa alegoría de una
laminilla que sale del cuerpo, va al espacio y vuelve a
su punto de partida. Se ve que estan1os describiendo

86
•· xactarnente el movimiento de l a pulsión. Agreguemos
11 esta alegoría de la laminilla de Lacan una ficción
complementaria.
Diremos que la laminilla puja y crece, se extiende en
el espacio con múltiples capas, porque esa laminilla no
C'stá constituida por una sola superficie. Es necesario
i maginarla como compuesta de múltiples capas, estra­
tificada. ¿Por qué estratificada? Porque hay múltiples
pulsiones: oral, anal, etc., y las pulsiones parciales ja­
más van solas. Es necesario imaginar l a pulsión en
múltiples capas sucesivas, superpuestas.
Entonces, la laminilla avanza, se extiende en el es­
pacio, rodea al objeto analista y vuelve a su punto de
partida. Sería necesario imaginar ese impulso como
capas p ujando irregularmente.
Agregamos ahora la ficción, l a idea, el complen1ento
ficticio de que esta laminilla sólo puede hacer su tra­
bajo de avanzada, su actividad de avance y retorno si
puede nutrirse de un fragmento orgánico totalmente
vivo y real al que llamaríamos trasfondo, o sea un
injerto. Como si el cuerpo real del analista fuera u n
reservorio también real para sostener el deseo del ana­
lista, para nutrir el deseo del analista. En otros térmi­
nos, es como si el cuerpo real del analista fuera una
especie de reservorio real que permitiese a éste ocu­
par el lugar de deseo, de velo imaginario que cubre al
objeto, como si pudiéramos imaginar que el cuerpo del
analista fuese suministrado, provisto, constantemente
dado y ofrecido a esa posibilidad de venir a ocupar el
lugar del velo. Pero al mismo tiempo, imaginemos que
ese cuerpo fuera como un i njerto que nutre y del cual
se nutre la libido que sale del paciente.
Es una ficción; no es tan plena c.:omo quisiera, pero
ganaremos mucho si aceptamos dinamizar el concepto
de deseo del analista dramatizándolo gracias a esa

87
\

intuición kantiana -es una intuición en el sentido de


Kant- de un cuerpo del analista injerto.
Vemos que se hace j ugar la complementariedad al­
ternativa entre deseo del analista -es decir agujero más
velo que lo cubre- y cuerpo injerto del analista.
Creo que ganaremos en un saber-hacer porque si lle­
gamos a tener esa intuición en ciertos momentos de la
cura, la intuición de ser el objeto de los plegamientos
pulsionales, de invaginaciones diversas, de estiramien­
tos y retracciones de los bordes orificiales, ganaremos
también una gran flexibilidad para identificarnos con
el objeto de la pulsión, es decir una gran flexibilidad
para ir a ocupar el lugar de velo del objeto de la pul­
sión. Es decir que encarnaremos mejor la figura, el
velo, del falo imaginario.
Si trabajamos con esta imagen de ser un injerto de
la libido entonces estaremos sentados, escucharemos
hablar, pensaremos, y esto es totalmente distinto del
clisé del analista que escucha y está presto a interpre­
tar el sentido de las palabras que oye. Son dos analis­
tas completamente diferentes. Si nos sentamos en nues­
tro sillón a escuchar lo que se nos dice para interpre­
tarlo es totalmente diferente de si nos sentamos en
nuestro sillón para sentir y prestarnos a imaginar que
somos el objeto de una invaginación laminar d e l a libi­
do. Escuchamos de un modo totalmente distinto y ten­
dremos una percepción totalmente diferente de lo que
dice el paciente y de lo que nos ocurra a nosotros. Y lo
que trato con este seminario es provocar, suscitar, ese
tipo de reflexión.
Volvamos ahora al nivel de la significación.
En Lacan l a causalidad de un nivel matricial nunca
se sitúa, como para Freud, en el punto de partida sino
a l nivel del objeto. El objeto es el atractor, el que es
.-ap11z clü atraer. El ohjeto de la pulsión, al nivel matri­
,· 1 u l , c•H 1 1 1 1 at.ractor, un polarizador de la pulsión. Allí se

88
ubica el nivel matricial, el plano de la pulsión o bien
clisposición, estado inicial, objeto atractor. La causa aquí
es una causa matricial.
Vayamos ahora al nivel de la significación. Tenemos
en ese nivel los puntos que ya hemos tratado: el analista
encarnando la expresión imaginaria del objeto insatis­
factorio de l a pulsión, velo opaco de la represión, y he­
mos dicho que, en la medida en que podía ir a ese lugar,
él instituía -sin que lo percibiese- el lugar, esta vez
simbólico, de la autoridad del sujeto supuesto saber. Éste
me parece un inatiz muy importante. En ese punto apro­
vechamos para diferenciar al psicoanálisis de cualquiera
otro método. La autoridad del sujeto supuesto saber existe
en toda transferencia: transferencia de enseñanza, psi­
coterápica, psiquiátrica; en suma, en cualquier transfe­
rencia. Pero lo que es propio del analista es que el sujeto
supuesto saber en el análisis es un efecto del hecho de
que el analista ocupe el lugar del objeto. Es necesario
que el analista esté en ese lugar de sujeto supuesto saber
para crear su autoridad de tal.
Encontremos en nosotros el pensar en términos de
objeto de la pulsión, vayamos a ese lugar de velo fálico
imaginario y la autoridad vendrá a instaurarse auto­
máticamente sin que se l a busque.
A la inversa: si se la busca no se la obtendrá. Es,
justamente, lo que ocurre al comienzo, con cierta rigi­
dez de los analistas que debutan. Esa rigidez es el modo
de tratar de encontrar la plaza de interlocutor. Y lo que
ocurre es que para el analizante l a rigidez se transfor­
ma no en u n a represión que suscita sino e n una repre­
sión que excluye. Es así como el paciente se va.
Al ocupar el lugar de velo del objeto de la pulsión
automáticamente se instituye esa otra instancia simbó­
Jica que es la autoridad del sujeto supuesto saber. Éste
sería el primer efecto. El segundo efecto, esta vez sobre

el analizante, seria el de .suscitar en él demandas de

89
amor dirigidas a l a autoridad, dirigidas al gran Otro.
Es ocupando ese lugar que el analista suscita deman­
das dirigidas no a él sino al Otro que él instituye. Esas
demandas de amor reúnen el conjunto de síntomas,
mensajes, demandas de saber y palabras dirigidas al
Otro que el analista representa.
Hasta allí no estan1os aún en el momento de la se­
cuencia dolorosa de la transferencia. En la secuencia
dolorosa de la transferencia no se trata de demandas
de amor, se trata simplemente de. amor de la transfe­
rencia. Y más que de amor se trata de odio de transfe­
rencia, se trata de dolor de transferencia, se trata de
angustia de transferencia. No son demandas.
Vayamos lentamente. Llegaremos a ese momento que
describo como una dinámica de movimientos y elemen­
tos polarizadores.
Para llegar a ese momento doloroso de la secuencia
transferencia} es necesario en primer lugar que el pa­
ciente hable; la palabra del paciente no es siempre una
demanda. Es necesario distinguir bien el hablar del
demandar. Desde el comienzo de nuestro trabajo es
necesario diferenciar el hablar del demandar. Y entre
las demandas está el conjunto de las demandas dirigi­
das al Otro, que son demandas de reconocimiento, de­
mandas de amor.
Pero esas demandas de amor no son el amor mismo.
Para que arribemos al amor mismo es necesario que
existan esas demandas de amor suscitadas por la acti­
tud reservada del analista, es necesario que el yo f moi]
encuentre un rechazo a esas demandas de amor. Es un
primer rechazo.
Pienso en e l ejemplo de un paciente reciente; tiene
seis meses de análisis, está recostado y dice al analista
al comienzo de una sesión: "¿Usted cree que vale la
pena el dinero que gasto viniendo aquí?". Esta expre­
sión, estos términos, están mezclados con ironía y al

90
mismo tiempo con compromiso. Es una muestra del
compromiso del analizante con su análisis. Esta frase,
estas palabras, no constituyen aún transferencia. Son
una demanda de amor suscitada por la actitud del
analista y por el marco del análisis -el diván, el ritual,
el carácter uniforme de los lugares, el carácter repeti­
tivo del tiempo, etc.-. Es decir que es el marco, y no
sólo ese aspecto de rechazo dado por el silencio del
analista, sino también todo el marco del análisis el que
produce un efecto frustrante, rechazante.
EJ analizante dirige sus demandas de amor al Otro
y encuentra un primer rechazo. É ste retorna sobre el
yo. Y en este retorno se producirá un cambio de regis­
tro. Es allí donde se producirá el cambio de registro
que nos hará pasar de la demanda de amor al amor de
transferencia, al odio de transferencia.
Muchas veces se cree que el sílencio del analista -sobre
todo los profanos piensan en eso- favorece en el pacien­
te el hecho de encontrar él mismo las respuestas a sus
preguntas o bien el dejarlo trabajar, cumplir con su
tarea de analizar, o estimular la autonomía de su pen­
samiento, respetar la asociación l ibre y la independen­
cia afectiva.
Esto es absolutamente falso.
El silencio del analista provoca la mayor �ependen­
cia, una intensa ligazón, una ruptura de asociación
justamente, y la irrupción de fantasmas fundamentales
en los cuales el paciente se transforma -lo veremos en
seguida- en el objeto sexual del analista considerado
como un gran Otro. Es allí, en el retorno al yo, después
del primer rechazo, donde va a producirse un otro ir y
retornar. El segundo ir y retornar, y eso constituirá el
amor de transferencia. Decirnos el amor de transferen­
cia en tauto es la expresión conocida, pero eso puede
ser, y lo es muy a menudo, el odio de transferencia, la
angustia de transferencia.

91
\

Quisiera dar algunas localizaciones clínicas de cómo


se presenta el analizante en ese momento en el cual
soporta ese primer rechazo, cuando éste retorna sobre
é l . En ese momento se produce un cambio de registro,
y ese movimiento se manifiesta por el hecho de que el
analizante cesa de referirse al pasado y se preocupa
más y más por el presente de la sesión, por el aquí y
ahora. Y es más, en momentos excesivos, no quiere oír
hablar de otra cosa que de l a relación actual con su
analista.
Los silencios son entonces frecuentes, mucho más
frecuentes que antes. Esos silencios son interrumpidos,
puntuados, por ejemplo, por pequeñas toses nerviosas.
El modo de hablar es hesitante, como si el anali zante
tuviera seca la garganta. �

Edward Glover, en un libro que es un clásico que se


llama La técnica del psicoanálisis, consagra dos capítu­
los al problema de la neurosis de transferencia que él
describe de un modo muy elocuente.
Existen signos típicos para la neurosis de transferen­
cia: los músculos se endurecen li geramente, la posición
del paciente en el diván se torna rígida y alerta, apa­
recen crisis de ansiedad y finalmente, cuando el pa­
ciente habla, declara que no tiene nada que decir y que
es el. analista el que tiene que habl ar.
Freud también hace algunas veces descripciones muy
cautivantes de ese momento. Por ejemplo, la célebre
fase que conocemos, al hablar del Hombre de las ratas:
la cara del sujeto expresaba el horror del goce ignora­
do. Para Freud es l a cara porque él miraba al paciente,
lo veía y consideraba que esa cara expresaba el horror
del goce ignorado, era el signo manifiesto, preciso, de
una secuencia tra n sferencia} dolorosa.
Freud diría que en ese momento se actualizaba en
acto, se hacía presencia en acto, l a pulsión sádico-anal.
Freud comenta ese comportamiento del analizante, tal

92
como acabamos de describirlo, como una tendencia de
la pulsión a manifestarse en acto, y más que en acto,
en acción alucinada.
En "La dinámica de l a transferencia" Freud dice:
"Recordemos que nada puede ser matado ni en absentia
ni en effigie". Ésa es una frase que repiten la mayor
parte de los textos que se consagran a la transferencia.
Pero diez líneas más arriba, según mi opinión, hay una
frase mil veces más apasionante, más cercana a lo que
nos ocurre, que es ésta: "Las emociones inconscientes
-es decir las pulsiones- buscan reproducirse despre­
ciando el tiempo y siguiendo Ja facultad de alucinación
propia del inconsciente. C omo en los sueños, el pacien­
te atribuye a lo que resulta de esas emociones incons­
cientes o despiertas, un carácter de actualidad y de
realidad. Pone en acto sus pasiones sin tener en cuenta
la situación real".
Freud no duda en escribir que, en el momento culmi­
nante de la neurosis de transferencia, el analizante
alucina y vive ]a relación transferencia} con el misn10
sentimiento de realidad que tenemos en tanto soña­
mos, es decir en tanto alucinamos -porque un sueño e s
una alucinación, ¿por qué no decirlo?-.
El amor, el odio de transferencia, toda pasión d e
transferencia puede reducirse, d e hecho, a una modali­
dad de la alucinación. Quizás exagere al decir eso, pero
es para acentuar ese carácter excesivo, intenso, de l a
pulsión en el momento de l a transferencia.
¿C ómo interpretar ese momento de pulsión excesiva,
ese momento de la secuencia transferencia!?
Una vez experimentado e l primer rechazo, el yo se
polariza exclusivamente sobre el falo imaginario, exclu­
yendo totalmente la presencia del gran Otro . El amor
no está dirigido a l a autoridad del gran Otro sino, di­
rectamente, de manera concentrada, polarizada, al falo
imaginario.

93
Lacan lo dice así: "El amor se dirige al semblante del
ser". Traduciría: el amor se dirige al semblante del
objeto, o el amor se dirige al velo que cubre al objeto.
Allí es donde se encuentra el segundo rechazo y hay
un nuevo retorno, pero esta vez el retorno se verifica
hasta l a identificación con el falo. Deviene e l falo que
le es rehusado. El yo se identifica con la cosa que se le
rehúsa.
Comenzó por demandar amor, por tener el falo, por
demandar al Otro tener el falo. Ahora) después de esos
dos rechazos, deviene ese falo, y se identifica con el
falo.
En ese momento puede decirse que el yo se constitu­
ye como el falo, el objeto de] deseo del Otro. Es decir -y
es lo difícil en l a dinámica que establecemos- que una
vez que el yo se identifica con el falo i maginario que
antes le demandaba al Otro, ahora, al identificarse
con el falo, reaparece la autoridad del gran Otro, pero
no ya como autoridad sino como un Otro que desea y
del cual el yo, al identificarse con el falo, va a ser su
objeto. O sea que esta secuencia transferencia! de amor,
odio o angustia es interpretada por el psicoanálisis
como producto de la identificación del yo con el falo y
haciéndose el falo del Otro deseante, representad o por
e l analista.
En ese mon1ento de la secuencia dolorosa de la trans­
ferencia, el analista es vivido -esto es curioso- como
alguien absolutamente diferente del paciente. Es decir
que -esto es l o difícil de captar- el yo se identifica con
el falo y se hace falo del Otro, gran Otro deseante,
representado por el analista; pero el paciente, a nivel
de un sentimiento consciente, vive al analista como una
presencia aguda, con un sentimiento agudo de que es
alguien diferente de él. Allí tendría que justificar mi
hipótesis de la existencia de una pulsión fálica.

94
Quizá tengan ustedes intervenciones que h acer, pre­
guntas que plantearme.

RESPUESTAS A PREGUNTAS

Algunos de ustedes quizás hayan tenido la oportuni­


dad de seguir otros seminarios donde utilizamos la
topología en particular.
El término "agujero", instituido por Lacan, introdu­
cido por él, gracias a la topología, tiene diferentes
connotaciones. Daré la que me parece l a más justa.
La palabra "agujero" significa que el objeto de la pul­
Rión es variable, es decir indiferente a la naturaleza de
la pulsión. Por consiguiente, una pulsión oral, por ejem­
plo, puede servirse de cualquier objeto para obtener su
fin. Puede utilizar un pulgar, un seno, un chicle, mil
objetos diferentes.
Lacan, en lugar de decir, como Freud, que el objeto
de l a pulsión es variable e indeterminado por ésta, dice
que de hecho este l ugar es un lugar vacío al cual puede
venir cualquier cosa que haga función de objeto para
esa pulsión. Decir que el objeto de la pulsión es un
agujero es Jo mismo que decir que el objeto de la pul­
:.;ión es una función o un lugar.
Percibo, al responderles, que habría mil otras for­
mas, o múltiples modos de abordar la cuestión, en
particular gracias a la topología. .
Vayamos a la cuestión de la identificación con el
analista.
Sabemos que Lacan habl ó mucho del problema de la
identificación con el analista.
Él nunca recusó que un analizante pudiera identifi­
carse imaginariamente con su analista. No sólo nunca
lo recusó sino que consideró que es habitual para mu­
chos que, durante un cierto tiempo -y en particular con

95
\

analizantes que prosiguen desde hace mucho tiempo


una cura- tomen algunos trazos de sus analistas y más
si este analizante ha llegado a ser analista. Son imita­
ciones, identificaciones de tipo imaginario, parciales,
que ocurren y que no son recusadas; es un hecho.
Lo que Lacan recusó, y esto tiene un peso teórico
importante, fue concebir el fin de l a cura como una
identificación con el analista. Y esto es otra cosa.
Efectivamente, algunos analistas anticiparon que e l
fin d e la cura era la identificación con el yo del analis­
ta. Esto regía sobre todo para la psicología del yo. Pero
si se retoma la historia del pensamiento analítico, y
dentro de ella la concepción de ]a psicología del yo, y en
particular a Hartmann o Rappaport, se puede ver que
se consideraba que el fin de una cura era la identifica­
ción con el yo del analista; el yo normal, adaptativo,
sano, del analista.
Pero antes que Hartmann y Rappaport hubo toda
una serie de analistas que tenían un pensamiento apa­
sionante, entre ellos, por ejemplo, alguien que no se
cita nunca y que es Sandor Rado.
Cito en particular a Rado porque lo encuentro muy
próximo a cuestiones que aquí hemos trabajado y por­
que, por ejemplo, fue el primero que hizo una aproxi­
mación económica a l a transferencia. Escribió un texto
en 1927, siete años después de Más allá del principio
del placer, que se Hama "La aproximación económica al
problema de la transferencia". Y fue el primero que tuvo
la idea, que parece totalmente luminosa para la época,
de pensar que el analista ocupaba díferentes instancias .
psíquicas del paciente. Por ejemplo, que el analista ocu­
paba el lugar de superyó psíquico del paciente.
Después de él, Strachey retomará casi la misma po­
sición bajo otra forma, pero para sostener ese trabaj o
de identificación.

96
En ese momento se hablaba de identificación del
n n alista con el lugar de una instancia psíquica.
Ahora bien; en lugar de decir que el niño se identi­
lica con el falo que le falta a la madre, he modificado los
LC.:• rminos, diciendo que el yo del analizante se identifica
con el falo, en tanto ha sido rehusado y allí se consti­
tuye en el objeto fá lico del Otro deseante. Se plantea
in mediatamente la pregunta acerca de cómo salir de
t ·:;a posición, y es lo que plantearemos la próxima vez.
En general, querría que reflexionásemos sobre un
punto: cuesta mucho pensar que l a neurosis de trans­
ferencia es una enfermedad instituida por nosotros,
que somos nosotros quienes instituimos esa situación
mórbida y no sólo esto sino que es una situación mór­
bida, de l a cual somos el injerto, lo cual quiere decir
que una vez desarrollada la situación mórbida se des­
<'arta e l injerto. Una vez bien instituida esa situación,
PI injerto se rechaza y se disuelve ese trabajo de tejido
·

ncoformado.
Porque, finalmente, se puede considerar el problema
del fin de la cura, que es muy difícil y que plantea
muchas perspectivas, un corte, una separación, un tra­
hajo de escisión a nivel de ese tejido viviente que se
c lc.sarrolló.
Pero teniendo en cuenta algo que se preguntaba acer­
ra del término de "regresión infantil", que fue utilizado
por distintos autores con relación a l a transferencia,
tligamos que sí, que l a neurosis de transferencia es un
estado mórbido que infantiliza al paciente.
Hablábamos de injerto, pero bien puede servir otro
t.c�rmino, "carozo", un elemento-carozo que absorbe la
onergía del otro. Porque es una absorción. Veamos a un
;malista después de ocho horas de consulta: él ha ab­
Hm·bido, y se ve muy nítidamente aunque no s e lo
t eorice l o suficiente. Es, por ejemplo, la cuestión del
t rabajo con pacientes psicóticos. Esto está claro y es

97
'

bien conocido por todos aquellos que trabajan en el


hospital con pacientes psicóticos . Ese trabajo provoca
ganas de dormir. Hay algo que ocurre en l a transferen­
cia con pacientes psicóticos que hace que tengamos la
necesidad de ir a dormir.
Quiero decir que la idea de injerto no es sólo porque
suscite el investimiento libidinal, sino que el analista
también recibe cosas de ese tejido que se ha creado. Se
lo podría llamar placenta porque, por otra parte, es uno
de los ejemplos de objeto a. que j ustamente da Lacan:
la placenta.
Cuando Lacan dice que la transferencia se juega en
esas vacilaciones, en esa contracción y dilatación, aper­
tura y cien·e de los bordes orificiales, es necesario si­
tuarla a nivel matricial y, en particu]ar en el punto de
partida, en la fuente de la pulsión.
En lugar de decir que la transferencia es la activi­
dad de la pulsión que rodea al objeto y vuelve al punto
de partida, traduciríamos por los bordes palpitan, se
cierran y abren. Decir que los bordes orificiales de la
zona erógena se abren y cierran quiere decir, exacta­
mente, que la pulsión se desplaza, va y viene. Es la
misn1a cosa. Decir que los orificios palpitan y que la
pulsión se desplaza alrededor de un objeto son dos
. expresiones que quieren decir, exactamente, la misma
cosa.
Vayamos a la cuestión del rechazo. Este término
corresponde a lo que Freud, en ese texto sobre "Los
tipos de entrada en la neurosis", llama frustración.
Ha habido problemas con la traducción del término
alemán y algunos autores traducen "frustración" mien­
tras otros , como Lacan o Nacht, se oponen a esa tra­
ducción y consideran que lo correcto es "rechazo".
E l rechazo está constituido, en primer lugar, por toda
la situación analítica, por el dispositivo analítico. No es
sólo la reserva, la acción del analista, no es sólo el

98
si lencio matizado del analista; es el diván, la regla
fundamental, etcétera.
El rechazo no es tanto que el analista sea el silencio,
l a no respuesta a las demandas de amor, sino que sería
como si dijera: no hay relación sexual p os i ble .
El rechazo es la abstinencia más extrema en el caso
ele la experiencia analítica. Es de c ir : '�o no soy objeto
st!xual". Y aquí se ha dicho que el rechazo c ome n za h a

por lo que el analista rechaza. No hay rechazo más que


a partir de lo que se rechaza en uno mismo. Y esto no
corre spon de a una jnterdicción: se rechaza en uno por­
que vuelve sobre uno, y ese volver sobre uno es pensar
PI campo de l a experiencia analítica como un campo
sexual, como un campo pulsional.
Si el analista percibe la experiencia de la transferen­
cia como una experiencia pulsional, hace una aproxi­
mación económica, como diría Rado, y al hacerla tiene
posibilidades de encontrar ese rechazo en él, lo cual le
permitirá adoptar una posición apropiada para la expe­
r i e nci a de la cura.

99
IV

'
La estructura simbólica de la relación analítica está
:resente, impl ícitamente, a todo lo largo de la cura,
pero sólo se actualiza en ciertas ocasiones y a través de
::ertas formaciones psíquicas llamadas "formaciones
j5Íquicas del inconsciente".
El analizante que se equivoca de camino viniendo a
�sión, o el analista que olvida l a cita con su paciente,
5on ejemplos frecuentes, casi banales, que manifiestan
_os desplazamientos inconscientes de significantes re­
primidos. Significantes reprimidos tanto en uno como
€-n otro de los partenaires analíticos.
Acerca de esas transferencias simbólicas me he ex­
plicado ampliamente en uno de los capítulos de un li­
bro que se llama Los ojos de Laura.
Además existe esa otra transferencia que tratamos
de dilucidar ahora y que nos ocupa desde hace tres
5eminarios, esa otra transferencia que corresponde a la
superación de un umbral. La superación de un umbral
en el medio de la cura. Un umbral generalmente único
que, sin embargo, para algunos pacientes puede repro­
ducirse dos o tres veces en un análisis. Durante ese
momento, ese momento límite, durante esa transferen­
cia momentánea, el mundo del paciente se cierra ente-

101
\

ra y únicamente sobre el analista. La transferencia


toma, entonces, tal intensidad afectiva que se justifica
que deduzcamos, en esta fase, el objeto de la pulsión. Si
ustedes quieren, el objeto a, o también el plus de g oce,
el plus de energía, aflorando en ese momento casi des­
nudo en el seno de la relación analítica.
Esa transferencia, ese momento transferencíal, ese
umbral, esa etapa particular, muy diferente de la trans­
ferencia simbólica, es lo que llamamos "la secuencia
transferencial dolorosa" o neurosis de transferencia, y
que podemos hacer ingresar en la cuenta de la intitu­
lada "formación de objeto a".
Esa transferencia actualizada a través de la neurosis
de transfere ncia, ese momento doloroso, esa formación
de objeto a, no va a ser llan1ada transferencia imagina­
ria, en tanto no lo es; tampoco la llamaremos, siguien­
do la tríada lacaniana, transferencia real porque no es
una transferencia real; a esa transferencia la llamare­
mos "transferencia fantasmática".
Entre la transferencia simbólica, actualizada por las
diferentes formaciones psíquicas del inconsciente, y la
transferencia fantasmática actual izada exclusivamente
por esta única formación de1 objeto, que es la secuencia
transforencial dolorosa, entre estas dos clases de trans­
ferencia doy prioridad absoluta a esta última.
¿Por qué? Por tres razones. En primer lugar, porque
esa transferencia fantasmática que se expresa en ese
momento de dolor revela la verdadera apuesta de la
relación analista-paciente. Se dice habitualmente que
la apuesta de la relación analítica es la palabra. No es
verdad; no es la palabra. La verdadera apuesta de l a
relación analítica no es l a pa lab ra, es la pu lsión que
centra, polariza la relación analista-paciente. La pala­
bra está allí como efecto, y al mismo tiempo como vi­
niendo a determinar el campo de esta relación. Pero la
apuesta es el objeto de la pulsión.

102
Segunda razón: doy prioridad a l a transferencia fan­
tasmática y a esta secuencia que la actualiza, porque
esto hace comprender al analista, sobre todo al analista
debutante, que su rol principal en un análisis no es e l
de escuchar e interpretar, sino el de prestarse, prestar
su propio cuerpo pulsional . Lacan habría dicho: "pres­
tar su persona". Prestarse a la actividad de la laminilla
libidinal de la cual hemos hablado la última vez. Si el
analista comprende que él está allí, en su sillón para
dejarse toma r, rodear, enlazar por la actividad pulsio­
nal, tendrá todas las posibilidades de interpretar o
intervenir de manera oportuna.
Tercera razón que me hace dar prioridad absoluta a
esa segunda transferencia, transferencia fantasmática:
es porque la salida de ese momento transferencial do­
loroso decidirá, también, l a salida misma del análisis.
�"'reud lo escribió con todas las letras. Él dijo: "Sobrelle­
var esa nueva neurosis artificial (es decir l a neurosis
de transferencia) es suprimir la enferm é dad engendra­
da por el tratamiento". Esos dos resultados, es decir l a
Pnfermedad p o r la cual el paciente ha venido y e l hecho
de que haga su análisis, esos dos resultados van a la
par, y cuando se han obtenido, nuestra tarea terapéu­
tica ha terminado. Freud expresa aquí -no podría ha­
berlo hecho de modo más claro y categórico- el hecho
de que el fin de la cura, su logro, depende de la posi­
billdad de resolver la neurosis de transferencia. Si tras
p] atravesamiento de ese umbral la cura se interru mpe ,
diremos que el analizante y tam bi én el analista han
chocado contra un esc ollo que se llama, de modo ya
f'amoso, bien conocido, "la roca de la castración". Si, por
l'l contrario, l a relación analítica no alcanza, no ha
al canzado ese mom e nto de prueba, ese momento um­
b ral , momento lí mite , diremos que el análisis se
ese

Pmpantana. En fin, si el obstáculo es su perado, si el


u mbral es franqueado y el análi�is continúa hasta su

103
\

fase terminal, diremos entonces que un acting out, el


paradigma de los acting out, ha sido resuelto. O, para
hablar en términos a l a moda, que según mi opinión no
son totalmente justos, se dirá -si el obstáculo ha sido
superado- que ha habido atravesamiento del fantasma.
Ya sea un límite que se evita alcanzar -el caso en el que
el análisis se empantana-, un límite contra· e l cua] se
choca -la roca de l a cas tración- o que sea u n límite
que se franquea con éxito -y ello constituir un actíng
out-, l a secuencia dolorosa de transferencia sigue sien­
do, indudablemente, la experiencia -según mi opinión­
más importante de una cura de análisis. Es la expe­
riencia más importante' que exige al practicante un
conocimiento y un manejo técnico muy precisos.
Me detengo aquí para hacer do� correcciones. En
primer lugar, he dicho que e s ] a experiencia más im­
portante y la que exige el mayor de los tactos y cono­
cimientos. Tenemos aquí una cita de Freud que me
fue recordada por alguien en un control, y su señala­
miento es totalmente pertinente -esto quiere decir que
leyó, justamente, según me parece, de entre todos los
textos de Freud, "Observaciones sobre el amor de trans­
ferencia"� lo releí, y efectivamente, coincido con él en
que el primer párrafo es el más importante de todo el
texto.
Dice: "Todo psicoanalista debutante comienza, sin
duda, por temer las dificultades que le ofrecen l a inter­
pretación de las asociaciones del paciente y la necesi­
dad de encontrar los materiales reprimidos".
Es verdad. Se lo escucha muy a menudo en el con­
trol; la preocupación de los analistas en control es la de
decirse: "¿Cuándo acuesto al paciente?. ¿cómo ubico el
fantasma?, ¿en qué momento debo detener la sesión?,
¿actúo correctamente?, ¿le parece a usted esta manera
de abordarlo?. ¿cuál es el hilo conductor con el cual
debemos orientar nuestra escucha?". Son todos interro-

104
gantes justos, pero también son las dificultades que
más a menudo polarizan al analista.
He aquí lo que dice Freud -pero esto no es ]o más
importante-: "Todo analista debutante comienza por
temer las dificultades que le ofrece la interpretación
[.r
. . y agrega: ''Pero rápidamente aprende a atribuir
menos importancia a esas dificultades y a convencerse
de que los únicos obstáculos verdaderamente serios se
encuentran en el manejo de la transferencia".
Tenemos otra cita, no de Freud pero en el mismo
sentido; es de un psicoanalista inglés al cual he hecho
referencia aquí: Glover.
Glover ha i ncluido dos largos capítulos sobre la neu­
rosis de transferencia en s u clásico sobre la técnica -es
más fuerte aún que Freud- y dice: "Nos arriesgamos a
equivocarnos si afirmamos que en ningún estadio del
análisis, las reacciones del analista o sus convicciones
en lo que concierne a los postulados fundamentales del
psicoanálisis son puestas a más dura prueba que du­
rante ese estadio de la neurosis de transferencia. Du­
rante éste, y en el curso del cual el terreno conflictual
del paciente se desplaza de las situaciones externas o
de las inadaptaciones internas de naturaleza sinto­
mática, todo ello se desplaza a la situación anal ítica
misma".
Glover ha dicho exactamente Jo mismo que Freud
con otras palabras.
Otros autores también lo han dicho . Leía reciente­
mente una traducción, que fue hecha por una colega
belga, de Ella Sharpe, que dio cuatro confe1·encias so­
bre la técnica analítica. La conferencia consagrada a la
transferenda comienza de la misma manera. Dice: "El
problema principal no es cómo hacer, sino dónde esta­
mos cuando hay transferencia, es decir cuando hay
neurosis de transferencia", o sea, cuando hay un mo­
mento transferencia! doloroso.

105
Digo que ésta es la experiencia más importante de la
cura y que exige del practicante un conocimiento y un
manejo técnico precisos. Acabo de citar esta frase y al
mismo tiempo voy a tratar de abordarla con ustedes, de
tomarla lo más seriamente posible; de disecarla, de
descomponer ese momento aunque ustedes no recuer­
den todos los detalles. Lo importante es situarlo, cap­
tarlo, verificarlo en nuestra práctica, si se lo encuentra.
Hay una frase de Lacan en la cual lo que prima, en
cierto modo, es la ética, que dice que hay una sola cosa
que el analista debe saber: ignorar lo que sabe. Esto lo
hemos dicho en nuestro primer seminario aunque de
otra manera. Dijimos lo siguiente: seamos estudiosos,
seamos serios, seamos precisos, estudiemos bien la téc­
nica, leamos casi corno s i fuéramos amantes de la téc­
nica, seamos técnicos muy, muy fuertes, y al mismo
tiempo olvidémoslo totalmente, sabiendo que no es allí
donde va a jugarse, verdaderamente, la relación analí­
tica. Es necesario ser muy claro sobre l a técnica y sa­
ber, al mismo tiempo, que no es en la técnica, no es en
el manejo técnico donde va a decidirse la resolución de
los diferentes momentos de la cura analítica.
Retornemos a nuestro hilo conductor. Ustedes ven la
importancia que doy a ese momento transferencial
doloroso, a esa neurosis de transferencia. Y ustedes
comprenden ahora por qué hemos comenzado nuestro
seminario sobre la cuestión de la analizabilidad, sobre
los criterios de la analizabilidad. Algunos de ellos los
aplicamos al comienzo, desde las entrevistas prelimina­
res. Más o menos se sabe que tal o cual paciente hará
una cura clásica, Ínás o menos tal como la pensamos. Si
es un paciente que, por el contrario, presenta síntomas
psicóticos o delirantes, diremos, ya lo he expresado aquí,
que es necesario ser prudentes; es necesario establecer
un plan terapéutico previo. Estos criterios no son, ver­
daderamente, de analizabilidad. El único criterio de

106
analizabilidad sólo puede decirse a posteriori. Segura­
mente, sólo sabré si alguien ha sido analizable o no a
posteriori de que haya pasado la experiencia del aná­
lisis.
¿Es alguien capaz de análisis? Sólo podrá responder­
se después de haber finalizado su análisis o después de
haber atravesado ese momento de transferencia doloro­
so. El único criterio que sólo se puede verificar a pos­
teriori, después de la experiencia de haber atravesado
ese umbral, consiste en la capacidad del analizante de
confrontarse con ella. Diremos, entonces, que es anali­
zable todo individuo que puede sufrir de su pulsión
puesta en acto, en tanto la prueba dolorosa de transfe­
rencia. ¿Cómo se presenta clínicamente ese momento
transferencia!? ¿Cuál es su estructura y en qué condi­
ciones se instala?
Hemos respondido descomponiendo paso a paso la
dinámica de las demandas y los rechazos entre anali­
zante y analista. Lo retomaremos, y vamos a justificar
la hipótesis que expresa que, desde e] punto de vista
económico, es decir desde el punto de vista pulsional, la
secuencia neurótica de transferencia constituye un des­
tino específico de una pulsión particular que yo llamo
"pulsión fálica".
Dije la última vez que agregaba una nueva pulsión
a las diferentes pulsiones parciales ya conocidas, pero
que me parecía que el trabajo que hago con relación a
la alucinación de la neurosis de transferencia me había
conducido naturalmente a concebir l a presencia, la
existencia, de una pulsión fálica particular, cuyo desti­
no no es la subliinación sino, justamente, la neurosis de
transferencia.
Pero antes de abordar esta cuestión, antes de entrar
en el corazón de la cosa, describamos, rápidamente, la
clínica de la neurosis de transferencia, ese momento
Lransferencial doloroso, esa secuencia de transferencia

107
\

que aparece en el medio de la cura en general, que


comporta todos los rasgos manifiestos del acting out.
En la mayoría de los casos, ese fenómeno se destaca
por un cambio, en primer lugar, casi imperceptible en
l a atmósfera del análisis. Hasta allí el primer impulso
de entusiasmo de los dos partenaires de la relación
analítica, el entusiasmo debido a la atenuación, hasta
la desaparición de las perturbaciones sintomáticas ini­
ciales, por las cuales el paciente ha venido a consultar.
Y bien, ese impulso de entusiasmo que existe -les pido
prestar atención, se verifica muy frecuentemente- ante
la disminución de los síntomas, nos torna entusiastas,
nos da coraje para continuar; el paciente está sorpren­
dido por los efectos de ese trabajo que ya h a hecho. Y
bien, ese impulso en ese momento.comienza a declinar.
Los contenidos de asociaciones del analizante, que has­
ta aquí alcanzaban su vida actual y pasada, ceden len­
tamente el lugar a referencias más inmediatas: a la
situación analítica, a la relación con el analista, y has­
ta a detalles del consultorio analítico. Es como si el
paciente, repentinamente, se diera cuenta de dónde
estaba. Poco a poco todo lo que ocurre sólo tiene interés
y realidad en l a medida en que puede ser referido al
practicante. Todo está, entonces, centrado alrededor de
su persona. El analista ocupa el universo entero del
analizante. Él es este universo. Se instala, progresiva­
mente, un clima de tensión aguda, tenaz y al mismo
tiempo precario. Una tensión que revela el carácter
pasional que toma, entonces, la relación analítica.
¿Cuáles son los signos típicos que nos permiten cali­
ficar ese momento transferencia! de acting out? Hay
cuatro signos típicos: el silencio, la mostración, la petri­
ficación y la angustia.
El silencio se manifiesta por una detención de las
asociaciones. El analizante se calla más frecuentemen­
te que antes y dice no saber de qué hablar. Son las

108
sesiones en las cuales el analizante comienza diciendo:
"No tengo nada que decir. No sé. Tengo la impresión de
que todo ha sido dicho".
La mostración se reconoce por l a puesta en escena de
conflictos leves con el practicante, conflictos que de­
sembocan, en general , en interpelaciones por parte del
analizante, reclamando que el analista hable. Y en cier­
tos monientos más agudos, constriñéndolo a hablar y a
responder: "¡Es usted quien tiene que decirme pero no
me dice nada! ¿Qué piensa? Hace tiempo que usted no
habla", etcétera.
Finalmente, la petrificación y la angustia. Petrifica­
ción y angustia que designan, sobre todo, un rasgo de
las estructuras. Pero designan, también, un aspecto
observable. El analizante, y muy a menudo el analista,
tiene la sensación de estar fijado, inmovilizado, parali­
zado, en su lugar. Me ocurre, por ejemplo en controles,
oír con frecuencia a los practicantes declarar: "No sé ya
qué hacer; tengo la impresión de que si me muevo en
mi sillón o hasta si respiro de una forma audible, el
paciente se angustia" . Y a s í tenemos al analista perma­
neciendo muy fijo en su sillón, sin moverse para no
suscitar l a angustia del paciente.
Todos ésos son rasgos clínicos que sirven para loca­
lizar ese momento transferencia! doloroso. ¿Pero cómo
explicar teóricamente la dinámica de la instalación de
la neurosis de transferencia?
Vamos ahora a nuestro esquema de la última vez.
Recuerden que hemos hablado del nivel matricial y del
nivel de la significación. E n el nivel matricial hemos
designado el desplazamiento de la pulsión y hemos si­
tuado el objeto de la pulsión. En el nivel de la signifi­
cación hemos marcado que el objeto de la pulsión esta­
ba recubierto por el velo que hemos situado como el
velo imaginario. Eso desde el punto de vista clínico se
manifiesta por el silencio en sí, el call arse interno del

109
\.

analista. Dijimos que ese silencio, ese velo que recubre


el objeto, ese silencio que es la mejor forma de repre­
sentar, de evocar el agujero del objeto de la pulsión, ese
silencio tenía dos efectos: un efecto sobre el analizante
y un efecto en el mismo lugar del analista, de instituir
por añadidura, el lugar, la instancia del gran Otro in­
terlocutor. Es en la medida en que el analista hace
silencio en sí que, sin buscarlo, instituye la instancia
de un gran Otro, de un gran Otro interlocutor al cual
el analizante va a dirigir sus demandas. Tenemos en­
tonces dos efectos: un primer efecto que es la institu­
ción de un gran Otro interlocutor. Decimos gran Otro
interlocutor o autoridad, y en la teoría l acaniana pode­
mos llamarlo sujeto supuesto saber. l\lfe parece muy
importante destacar que esta instancia del gran Otro,
sujeto supuesto saber, no es un lugar que el analista
ocupe. No es que el analista ocupe el lugar de la auto­
ridad; el analista, en primer término, tiene que hacer
con el objeto, tiene que hacer con la reserva en sí mis­
mo. Y en l a medida en que se enfrente con la reserva
en sí mismo, va a suscitar, sin buscarlo, fuera de él,
casi pese a su ignorancia, esta instancia del gran Otro
interlocutor. Y hemos destacado, por referencia al ana­
lizante, el hecho de que esta reserva suscita, crea, de­
mandas de amor y de reconocimiento diversas. Deman­
das que -digo bien- se dirigen, entonces, hacia el gran
Otro. Son demandas que se dirigen hacia el Otro inter­
locutor. Son demandas de amor, pero esto no es el amor.
Son demandas de reconocimiento. Es en ese nivel, en el
nivel de las demandas de amor, de esas demandas de
reconocimiento dirigidas al Otro, donde podemos situar
justamente el plano de la sugestión. Es allí donde va a
situarse, en general, la transferencia imaginaria. Les
he dicho que distinguimos dos transferencias: la trans­
ferencia simbólica, como una estructura de la relación,
y la transferencia fantasmática como momento -um-

110
bral en el medio de la relación an alítica , en el medio de
la cura. Allí introduzco una tercera forma de transfe­
rencia -no he querido hablar de el la al comienzo para
no d i spersa rno s- pero es, justamente, en e sa s deman­
das de amor d iri gi d as al gran Otro donde va a situarse
e l nivel -digámoslo entr e paréntesis- de la tran sfere n­
cía imaginaria o de la sugestión.
Lo sosl aya mos porque no es el propósito de este mo­
me nto hablar de la sugestión ni de la transferencia
imaginaria. Pero estamos obligados a decir que es allí
donde van a dirigirse las demandas del gran Otro. Pero
el rechazo -es decir, el silencio- continúa manifestán­
dose, y eso hace que haya un retor no al analizante.
Primer rechazo entonces, silencio del analista qu e
::;uscita las d e ma n d a s en el analizante, demandas diri­
gidas a l gran Otro; rechaz o y vuelta sobre sí. Es allí,
en tanto primer rechazo, que se va a abrir, que va a
comenzar l a secuencia dolorosa de la transferencia, es
decir que es e se primer rechazo el que va a constituir
el factor desencadenante de la neurosis de transfe­
rencia.
Esas demandas de reconocim ie nto, en definitiva, ¿qué
demandan? Son demandas del falo. El a na h zan te de­
manda que s e le dé, que se le reconozca. Pero deman­
dar se r reconocido es demandar al Otro que le dé su
poder, el poder que el analizante le atribuye. Es de­
mandar el falo. El falo imaginario.
Se comprende que cuando decimos "primer rech a zo "
no se trata de un solo rechazo, de una sola vez. Ese
Hilencio es toda una posición del analista. Y hemos tenido
la ocasión de decir que el silencio del analista no era un
silencio sistemático, no era sólo un silencio verbal. No
era simplemente no decir nada con la boca; que tam­
bién e l silencio podía jugarse hablando, hacer ::lenLir
Psa dimensión de reserva del velo que cubre el objeto
de l a puls ión. He di cho que es aquí donde comienza a

111
abrirse la secuencia dolorosa de la transferencia, pues
el analizante, en ese momento, comienza a cesar de
referirse a sí mismo y comienza a ser progresivamente
llevado , por · la pasión, por un afecto excesivo. En ese
momento "él se dirige no ya al gran Otro: se dirige al
analista convertido él mismo en el falo.
Esquematicemos: se dirige, entonces, primeramente
al gran Otro, el interlocutor; demanda de reconocimien­
to, rechazo. El rechazo hace que el analizante dirija
nuevamente demandas, pero estas demandas no son de
reconocimiento. Esos momentos son momentos de silen­
cio, son momentos que acabo de describir como de in­
quietud y de angustia. Son momentos en los cuales él
dice: "Es usted quien debe hablar". Son momentos en
los cuales reclama e i nterpela al analista. Ya no son
demandas. Y hay un nuevo rechazo.
Lo decíamos la última vez y lo había llamado segun­
do rechazo. Y con este segundo rechazo ocurre que el
anaJizante, el yo del anahzante por así decir, se iden­
tifica con el fal o imaginario. Él demanda el falo, y al
demandarlo y no recibirlo, y no obteniendo más que un
rechazo, se identifica con el falo. Demandaba el falo, y
ahora, tras e l rechazo, el doble rechazo, él es el falo.
Deviene, entonces, el falo que le es rechazado; el yo se
identifica con la cosa que se le rehúsa. Y ocurre esto: al
mismo tiempo se hace falo imaginario y se hace falo
imaginario del Otro no ya como un interlocutor sujeto­
supuesto-saber, sino del Otro como sujeto-supuesto­
desear. Se hace el falo imaginario que pretende colmar
el supuesto-desear del analista. Se hace el falo imagi­
nario que pretende colmar el supuesto desear de1 Otro
o de] analista.
¿Cómo teorizar esta identificación del yo del anali­
zante con el falo imaginario? Allí está, según mi opi­
nión, el elemento mayor desde el punto de vista metap­
sicológico, que explica la instalación de la neurosis de

1 12
transferen cia. Metapsico]ógicamente, en el momento de
la neurosis de transferencia el analizante está identifi­
cado con el falo imaginario que pretende colmar el
desear, supuesto-desear del analista. ¿Cómo concebir
esta identificación? Podemos concebirla según diferen­
tes niveles. A nivel de la relación analítica misma se
establece un pasaje singular que la expresión lacania­
na "histerización del discurso anal ítico" designa parti­
cularmente bien. Lacan decía ''histerización del discur­
so analítico"; es decir, consideraba que en todo análisis
hay un fenómeno de histerización. Se favorece la histe­
ria. Esta expresión es hoy a menudo utilizada no siem­
pre, según mi opinión, de modo feliz.
La identificación del yo del analizante con el falo
imaginario implica un pasaj e del analista al analizan­
te, implica el pasaje de la máscara de la fa]ta en el
analista, a la máscara del ser en el analizante. La
máscara de la falta en el analista es el velo, falo ima­
ginario que recubre e l agujero de la pulsión. E n lugar
de decir: velo que cubre el agujero de la pulsión, digo:
máscara que cubre la falta a nivel del analista.
La máscara que cubre la falta es esa reserva interna
difícil de definir de parte del analista. Esta reserva, y
al mismo tiempo, esa disponibilidad. E1 analista está
en ese l ugar de velo que enmascara la falta, y a] mismo
tiempo está disociado. Es decir que existe una barra
del analista, él está en reserva, como decía, se ca11a en
sí, permanece disociado él mismo. Y bien; ese velo, esa
máscara de la falta se desplaza en nosotros. Es como si
el analizante ]e dijera: "En tanto usted no me da el
falo, yo lo tomo". Y lo que él toma de hecho es esa mis­
ma máscara, es ese mismo velo. Pero hay una diferen­
cia. En e l analista el velo cubre sólo la falta, en tanto
que cuando ésta vuelve al yo, cubre todo su ser. El
analista aquí no es un falo imaginario> no e s un ser
identificado con el falo imaginario. É l posee esa reserva

113
\

que evoca el agujero de l a pulsión, pero no está entera­


mente todo su ser falicizado, en tanto que, con relación
a la neurosis de transferencia, el analizante se identi­
fica -identifica su ser- con el falo, con la máscara falo
imaginaria que cubría l a falta en el analista.
Tenemos la máscara del analista que cubre l a falta.
El resto del analista es la disociación. Quiero decir que
es la parte disociada. Y el pasaje después de] doble
rechazo; en otras palabras, en la neurosis de transfe­
rencia se produce una falicización del ser. Pero una
falicización del ser quiere decir ser falo para todo.
Cuando el o la analizante dicen -más bien cuando la
analizante dice-: "¿Por qué usted no me dice nada?" o
bien cuando golpea la puerta, o todas las manifestacio­
nes típicas de esos momentos de pasión, el analizante
en ese momento está enteramente identificado con el
falo, salvo una falta, salvo un agujero. Esta falicización
es exactamente el mismo fenómeno que se produce e n
l a histeria. E s por eso que podemos hablar de una his­
terización del discurso analítico. La histerización del
discurso analítico es el momento en el cual se instaura
la neurosis de transferencia.
Digo que esta identificación con el velo fálico, con e l
falo imaginario, esta falicización del y o del analizante,
comporta un goce. Un goce fálico. El goce fálico en Lacan
s e entiende como e l goce de identificarse con el falo
imaginario, con todo e l ser, salvo una falta. En otros
términos, lo que es silencio y reserva en e l analista
deviene angustia, dolor y pasión en el analizante. Se
dice habitualmente que el analista está en el lugar del
objeto. En general, diría que el analista no está nunca
en el lugar del objeto. El analista, como máximo, encar­
na, representa un semblante, un velo, una máscara de
lo que sería el objeto de la pulsión, es decir la insatis­
facción. É sa es la función del analista, la de evocar a l
paciente, por s u silencio, el hecho de que él representa

114
el dolor. "Yo represento lo i ndecible del dolor." Es como
si le dijera eso, y justamente él lo dice; no se calla,
habla, puede hablar. Pero puede hablar y en el tono
de la voz, en la manera de expresarse, en el modo de
abordar al analizante, deja persistir, deja sentir que
continúa representando lo indecible de l a voz, lo inde­
cible del dolor.
Por otra parte, si una vez terminado el análisis, el
anaJizante se va -hagamos una suerte de imagen como
la de Epinal- y alguien le pregunta si su análisis está
terminado, si está enteramente analizado, respondería
que no enteramente analizado, que eso no existe.
No existe el análisis totalmente terminado. Hay siem­
pre una parte de inanalizable. Y bien, l a parte de ina­
nalizable en un análisis es, justamente, el lugar del
analista. E ntonces, el analista no está en el lugar del
objeto; él encarna, evoca, representa por una serie de
hábitos, de disposiciones, de presencias difíciles de ad­
quirir, de reconocer en sí, a las que comienza a habitar
y por las que es habitado, y que evocan lo indecible del
dolor.
Hoy lo llamamos así, me parece lo más justo: lo
indecible del dolor. Pero al mismo tiempo, simultánea­
mente, no estamos enteramente en esta representación
del dolor; no estamos enteramente reducidos a eso.
Seguimos sabiendo, hasta reconociendo en ciertos mo­
mentos, cuál es el lugar que ocupamos, pero estamos
efectivamente separados, divididos, disociados. Esta
disociación es muy importante en el nivel mismo de l a
ética del secreto profesional.
Algunas veces me ha ocurrido decir que llega un
momento, un cierto momento de l a evolución del ana­
lista, en e] que tiene que escuchar a pacientes que son
ellos mismos analistas, y que le hablan de cosas que
conciernen a una comunidad analítica de J a cual el
ana1ista y el analizante forman parte. Y a veces el

115
\

analizante se dice que va a decir algo de lo cual el ana­


lista se va a enterar. De hecho, el analizante no sabe que
el analista escucha y olvida. Está disociado. Quiero decir
que é l está en la sesión, puede oír referencias concer­
nientes a fenómenos que han tenido lugar o a circuns­
tancias o detalles que han sucedido en la comunidad
analítica, y al mismo tiempo no recordarlas, como si no
lo supiera. No sé si ustedes han podido hacer esta expe­
riencia; yo la hago muy a menudo. Y me ha ocurrido
decirle a un colega que me preguntaba al respecto, le he
dicho que si me acordara de todo lo que se me relata y
tuviera además que analizar todos los fenómenos de
contenido referidos a la comunidad en la cual vivimos,
ese trabajo sería imposible. Yo mismo estaría, como
muchos otros analistas, completamente errático. Es im­
posible, y eso es debido, justamente, a la disociación.
Por otra parte esto me recuerda a Lacan y creo que
él mismo lo dijo muchas veces. Imaginen a Lacan;
todas las personas que pasaban por su diván. Eso no
era "algunos de l a comunidad analítica", era la mitad
de la comunidad analítica que pasaba por su diván.
¿Ustedes i maginan todo lo que Lacan "sabía"? Y sin
embargo él seguía trabajando como si no lo supiera.
Pienso "como si no lo supiera"; esto no es porque él
hiciera como si no lo supiera, sino porque verdadera­
mente había una parte de él que sabía y otra que no
sabfa. Quiero decir con esto que l a incidencia de l a
disociación no alcanza sólo el nivel de la evolución de
una cura, sino hasta el nivel de una ética presente en
la comunidad que habitamos nosotros, los analistas.
Respondiendo a una pregunta acerca de la tempora­
lidad, diríamos que sí, que efectivamente l a neurosis de
transferencia, en l a mitad de los casos, se presenta al
cabo de dos años de análisis; no se presenta en el pri­
mer año, se presenta al cabo de dos años.
Dijimos en el primer seminario que la neurosis de

1 16
transferencia estaba ya instalada desde las primeras
entrevistas. Es verdad. Pero el modo de manifestarse
no tiene la intensidad pasional de ese momento. Ese
momento, en la mayoría de los casos, en mi experiencia
-quizás otros analistas tengan otra- comienza a mani­
festarse entre el segundo y tercer año de análisis. No
excluyo que alguien diga que h a tenido esa experiencia
después de algunos meses. Lo reconozco, yo tambi é n la
he tenido, pero me parece que se puede decir que esta
fase es media, con relación a cuatro etapas que hemos
designado como l a s entrevistas preliminares con la
rectificación subjetiva, la etapa del comienzo del análi­
sis, la etapa justamente que trabaj amos, la secuencia
dolorosa de la transferencia y l a fase terminal. Esto
para sit uar el nivel de la cura. Y además, el tiempo que
dura. Habría dicho en este punto tres salidas posibles:
la salida por la cual eso se cronifica, y se prosig ue
durante mucho::; meses y hasta más ; las veces q ue eso

es evitado, pues no aparece y es verdad que hay algu­


nos analistas para los cuales ese umbral no es tan níti do
como lo describe Freud y muchos otros an ali stas , y como
podemo s verlo nosotros en l a mayoría de los análisis.
Después está el hecho de l a ruptura del análisis, es
decir de l a roca de l a castración.
Según las salidas, tendrá duraciones diferentes. En
principio, en esta apertura están las demandas dirigi­
das al Otro, demandas de reconocimiento, demanda del
falo imaginario, rechazo, primer rechazo: es aq uí donde
el a nalizante comienza a entrar en esta etapa que es
cuando él ya no dirige una demanda de reconocimiento,
comienza a reclamar e l amor sin rodeos, a amar, a
manifestar su amor por el analista. Es así como había
dicho que eso se dirige dire ctamente a la máscara de la
falta. Segundo rechazo, y entonces se instala plena­
mente l a identificación del analizante con el falo ima­
gi n ario . Ese movimiento que yo hago esquemáticamen-

1 17
te en teoría, está claro en l a práctica; éstas son fluctua­
ciones. Es decir que hay sesiones que son muy agudas,
y según como interviene el analista, según el modo de
responder a esta pasión tenaz, a esta pasión a veces
obstinada y difícil de desenraizar va a producir fluctua­
ciones, momentos de altos y bajos; es muy difícil de
precisar su temporalidad cronológica.
Retomamos. Esta identificación del yo en tanto falo
imaginario, se ve desde diferentes niveles.
Un primer nivel: el de la transferencia. Y allí hemos
reconocido l a histerización del discurso. Se puede dar a
ese concepto de Lacan de histerización otro sentido.
Creo que el que se ha dado aquí es el más justo, es
decir el de l a falicización del yo.
Hay entonces un nivel de transferencia, un nivel li­
bidinal y un nivel pulsional. En el nivel libidinal, el
yo -es una cita de Freud- "busca atraer sobre él esta
libido orientada hacia los objetos, y a imponerse al ello
coro.o objeto de amor". El yo busca atraer hacia él, sobre
él, esa libido que estaba en los objetos, y a imponerse
al ello con10 objeto de amor. "Es así como el narcisismo
del yo -escribe Freud- es un narcisismo secundario
retirado de los objetos." Es una cita de Esquema del
psicoanálisis. E s decir que el yo se apodera de la libido
de las investiduras de objetos, y se impone como sólo y
único objeto de amor. Estamos hablando en términos
de amor, de narcisismo y de libido para decir acerca de
ese fenómeno que hemos llamado falicización.
Cuando decimos a nivel de l a transferencia, a nivel
libidinal y a nivel pulsional, son diferentes formas de
abordar el mismo fenómeno, pero cada vez que se lo
aborda de un modo diferente encontramos también
perspectivas diferentes. Brevemente, en ese nivel libi­
dinal, esta identificación del yo con el falo imaginario
se llama, simplemente, "narcisismo secundario". Pero
narcisismo secundario no es sólo amarse a sí mismo,

118
sino que el yo se ama a sí mismo como él ama al falo
imaginario del Otro. En otros términos, el yo se ama a
sí mismo como él ama el sexo. E l narcisismo no es amarse
a sí mismo; el narcisismo es amarse a sí mismo como se
ama el sexo del Otro. E l yo se toma por ser el sexo del
Otro, y es allí donde él se ama. É ste es el narcisismo
secundario, y es un fenómeno que podemos describir,
perfectamente a nivel de la neurosis de transferencia.
Entonces, dos aproximaciones perfectamente compa­
tibles con la neurosis de transferencia: la identificación
con el falo imaginario es una histerización y es narci­
sismo secundario.
A nivel pulsional el yo -agrega Freud- "quiere tam­
bién ser objeto de amor del ello, es decir quiere ser
objeto del reino de las pulsiones". He aquí l a cita de
Freud -es una muy bella cita porque él compara al yo
con el analista- y dice: "El yo se comporta verdadera­
mente como el médico en una cura analítica (es decir
como el analista), recomendándose a sí mismo al ello
co1no objeto de libido, y tratando de derivar sobre él su
l ibido". Es decir la libido del ello. En otros términos, el
yo no sólo se identifica con el falo imaginario, sino que
quiere ser también el objeto de toda la libido pulsional
que en ese momento está en juego en la relación ana­
lítica. Freud lo compara exactamente como lo hacíamos
antes, con el lugar del analista en tanto velo, en tanto
máscara de la falta.
Es decir que, según el punto de vista de las relacio­
nes transferenciales, tendremos: histerización y pasaje
de la máscara de la falta a la n1áscara del ser. Desde
el punto de vista libidinal: narcisismo secundario. Y
desde el punto de vista pu]sional, el yo que se identifica
con el falo imaginario y se hace obj eto de la pulsión.
Hay aquí -esto es perfectamente válido- un retorno
sobre 1 a propia persona y una inversión del fin activo
en pasivo. Esas dos cosas son dos destinos que explican

1 19
\

o que hacen comprender la identificación del yo con el


falo imaginario.
El yo se hace objeto de la pulsión. ¿De qué pulsión?
De una pulsión que podemos calificar de pulsión fálica,
precisamente porque el objeto de esta pulsión es el falo
imaginario. Permanecemos en el nivel de la pulsión.
Decir que el yo identificado con el falo i maginario se
hace objeto de la pulsión, equivale a afirmar tres cosas.
Primero: que esta identificación narcisista del yo con
la imagen del falo es un recurso, el último recurso del
yo para cumplir dos miras: por una parte, sostener l a
actividad de l a pulsión, y por J a otra, evitar el desbor­
de, la nadificación, es decir evitar la locura de un goce
desmesurado.
Cuando un paciente es tomado, llevado por esa pa­
sión en la neurosis de transferencia, hay allí una iden­
tificación narcisista. Pero hay también dos miras fun­
damentales, un recurso. El analizante se identifica con
el falo imaginario como un recurso para dos situacio­
nes: un recurso para evitar volverse loco y un recurso
para sostener la pulsión.
Es como si se dijera: "En tanto usted no quiere ser el
objeto de mi amor, es necesario que yo me entretenga
a mí mismo con todo mi ser". E s decir que el objeto de
la pulsión fálica es el yo que se da todo entero como pas­
to a la pulsión para mantenerla viva y candente a fue­
go bajo, y al mismo tiempo evitar lo peor.
Como si el yo se masturbase no con el pene o el
clítoris, sino con todo su ser.
Esto es la falicización. Es decir que el yo objeto de la
pulsión fülica equivale a que la pulsión goza del ser.
Pero no está bien dicho, no goza del ser, goza de algo
más preciso. Afirmábamos tres cosas. Primeramente,
entretener la actividad de la pulsión y evitar el desbor­
de; es una cita de Freud en el Esquema del psicoaná­
lisis y es exactamente la definición de goce del Otro en

120
Lacan. Freud escribe una de sus más bellas frases para
definir el goce desmesurado del Otro: "No se podría
precisar lo que el yo teme del peligro exterior y del
peligro libidinal en el ello". É l dice: "Nosotros no sabe­
mos". Por el contrario, sabemos que es el desborde, la
nadificación. Pero uno no puede concebirlo analíti­
camente. E n otros términos, Freud es consciente de
que el yo teme el desborde, teme el goce desbordante,
desmesurado del ello. Entonces, sostener la actividad
de la pulsión y evitar el desborde. Sostener la actividad de
la pulsión con un goce parcial y evitar el goce loco,
desmesurado. Segundo: ¿cuál es el goce de esta singu­
lar masturbación del yo?; ¿con qué goce parcial se con­
tenta la pulsión fálica? La pulsión oral se contenta con
e1 goce parcial de succionar. La puJsión anal se conten­
ta con el goce parcial de cerrar o abrir el orificio anal,
de retener y de expulsar. La pulsión escópica se conten­
ta con el goce parcial de l a visión, el goce de la mirada
que significa abrir y cerrar los párpados, y el goce de la
audición está ligado, también, a la apertura y el cierre
de la glotis. Y bien, ¿cuál es el goce parcial con el cual
se contenta la pulsión fü.lica? Es el goce parcial de todo
eso: de lo oral, lo anal, la vista, la audición; de todo eso
en conjunto y mucho más. El goce parcial de la pulsión
fálica es el goce, no de ser, sino de hacer semblante de
ser. No es gozar de ser, sino gozar de exhibir el ser, de
ornamentarse de ser, como dice Lacan.
En una palabra, gozar de mostrarse fuerte, mostrar­
se entero, mostrarse fálico. Es eso lo que con Lacan
llamamos el goce fálico. ¿Qué es el goce fálico? Es el
hecho de investir todo mi ser, de falicizar todo m i ser
a excepción de un agujero . ¿Pero qué quiere· decir
falicizar todo mi ser? Falicizar mí ser quiere decir dar­
me a ver, mostrarme, exhibirme, semblante de ser, ju­
gar a ser. Es l a niñita de cinco años que juega a ser mu­
chacho. Pero n o es ni mujer ni hombre. Juega a ser. Y

121
\

es en el juego donde reside el goce parcial de esta pulsión


que yo llamo pulsión fálica. Es en ese momento de la
pulsión fálica, en el cual el objeto está identificado con
el falo imaginario -es el lugar mismo donde se concen­
tra-, cuando todas las otras pulsíones se reúnen como
e n un haz alrededor de ese yo identificado con el falo.
La última distinción que hacemos corresponde a la
identificación narcisista del yo, que no es sólo narcisis­
mo secundario, histeri zación, objeto de la pulsión; es
también un fantasma. Es decir que la neurosis de trans­
ferencia responde exactamente a la estructura del fan­
tasma, del fantasma comprendido como puesta en esce­
na de la pulsión: o, si se quiere, a la puesta en escena
del deseo. La neurosis de transferencia es el fantasma,
la puesta en escena de la pul sión fálic a .

La sensación al decir todo esto es como leer un catá­


logo de dife rentes aproximaciones. Es como si frente a
l a neurosis de transferencia l a a bordár amos desde di­
ferentes perspectivas, diferentes terminologías, sea la
perspectiva libidinal, narcisista, pulsional, la perspecti­
va del fantasma, la perspectiva de la histerización . Pero
sie m pre reencontramos el elemento esencial que es la
identificación del ana l i z ante con ese falo imaginario que
pretende colmar l a falta del supuesto-desear del Otro.
La prosecución natural de lo que hemos estado di­
ciendo es l a cuestión del manejo técnico de esos mo­
mentos transferenciales. Y ya e n la lectura del texto de
Glover que hemos hecho esto se percibe. Glover dice:
"En tanto se produce l a neurosis de transferencia, sen­
timos repentinamente que el suelo se sustrae bajo
nuestros pies, que no sabemos ya claramente dónde
estamos, y a qué estadio de la cura hemos arribado".
Glover define la manera de sentirse el analista en el
momento de la secuencia transferencia!, c omo un res­
quebrajamiento de sus convicciones. É l hablaba de las

122
convicciones, de los postulados del análisis y hasta dice:
"El suelo se sustrae bajo nuestros pies".
Quisiera decir, en primer lugar, que es necesario
partir del hecho de que la neurosis de transferencia no
es simplemente un fenómeno que se concentra sobre el
• analizante, ello comporta repercusiones absolutamente
1
precisas por parte del analista. Repercusiones que con­
sisten en que en ese momento de instalación del ana­
lizante en el lugar del falo imaginario, el analista ya no
sabe si debe abandonar esa reserva de silencio, cesar
de ser silencioso o sí, por el contrario, debe serlo más
que nunca o, hasta si es necesario, que interprete.
Sabemos lo que se dice habitualmente: la interpreta­
ción e s l a de l a transferencia. Debería decirse: la pri­
mera intervención correcta ante ese momento es la de
interpretar. Pero lo que ocurre más habitualmente es
que el analista es el primero que por un silencio dema­
siado instalado, o por intervenciones demasiado direc­
tamente ligadas a la relación transferencia!, nutre,
cristaliza, petrifica, aún más, ese momento de la se­
cuencia neurót]ca de la transferencia.
Si ustedes leen a Glover, verán que éste tiene todo
un capítulo que se llama "Las resistencias del analis­
ta". Después se lee en Lacan, en «La cosa freudiana",
"la resistencia es del analista''.
Glover en 1925 ya había dicho que el problema fun­
damental, justamente, para la neurosis de transferen­
cia era lo que él llama "las contrarresistencias del ana­
lista". Y considera que es la posición inoportuna del
analista la que conduce al analizante a instalarse allí.
Y esto no es evitable en tanto fenómeno. Diría que es
un fenómeno inherente a la estructura misma de l a
relación analítica y a l cuadro mismo del análisis. Pero
es verdad que ciertas intervenciones del analista -un
silencio den1asiado persistente y tenaz o intervenciones
que van directamente al problema o al plano de la trans-

123
'

ferencia, para hablar en términos antiguos- en lugar


de romper las resistencias van a hacer que sea él quien
resista más, clavando al paciente, petrificándolo, con­
gelándolo en ese momento y en ese lugar. É ste es un
ejemplo de las resistencias del analista. Creo que si
hay una resistencia del analista, ella se ve nítidamen­
te con relación a esta fase de la neurosis de transfe­
rencia.
Refirámonos ahora a la cuestión de la fal ta. Ese punto
representa la falta, ese agujero representa l a falta en
dos sentidos: en primer lugar, un sentido clínico, muy
importante para las intervenciones del analista. E s que
cuando el paciente se halla en ese estado, en verdad,
hay un profundo dolor. El paciente está identificado
con el falo imaginario, y manifiesta odio, có]era y amor.
De hecho, es muy diferente de acuerdo con el lugar que
se nos asigna: no es lo mismo ser amado apasionada­
mente que ser odiado apasionadamente. Desde un cier­
to punto de vista imaginario son pasiones, de acuerdo;
pero el analista tiene dos lugares diferentes.
En el caso del amor, el analista está e n el lugar de
un gran Otro relativo al deseo. En el caso de] odio, el
analista está en el 1 ugar de un gran Otro gozan te y
persecutorio. Es muy diferente, aunque h ablemos de
"odioamoración'', de odio y amor. Es verdad que desde
un cierto punto de vista es la ambivalencia la que juega,
pero desde el punto de vista del trabajo e n el momento
de esas sesiones, el analista no está en el mismo lugar.
Cuaudo hay odio, en tanto el odio es, de las dos pa­
siones, la que más s e aproxima a la falta, es l o que más
lo paraliza en el trabajo. Quiero decir que la frase de
intervención que algunas veces me viene es: "Usted no
quiere que yo lo escuche". Es como si dijera: "Usted no quie­
re que yo vaya a ese otro lugar". "Usted no quiere que
yo lo e s c uche ; es e l o d i o c i e go y u s t e d q u i e r e
enceguecerme con ese odio. Pero detrás del odio, pese a

124
su pretensión de enceguecerme, constato, sé, que lo que
hay es dolor". Es decir que detrás de l a falicización, en
el interior de esta identificación del yo con el falo ima­
ginario, hay un nudo de falta -Lacan lo habría llamado
objeto a-, pero me parece que aquí toma nítidamente la
figura del dolor.
Los analistas de algunas escuelas, por ejemplo los
kleinianos, hablan de depresión, de tristeza o hasta de
melancolía. Yo hablaría de un dolor que no es necesa­
riamente un dolor melancólico, pero sí hay allí algo del
orden del dolor. Se puede pensar esta identificación no
sólo como el objeto yo identificado con el falo, objeto de
la pulsión que llamo fálica, sino que, desde el punto de
vista del dolor, allí está la pulsión sadomasoquista. Es
decir que hay allí un masoquismo del analizante por el
hecho de identificarse.
Aprovechamos para agregar esto que me parece muy
importante: l a neurosis de transferencia en una cura es
un refugio; ¿contra qué? Contra el hecho de diluirse.
Un analizante comienza su análisis y dice: "Estoy pres­
to a darme, estoy presto a pensar". En otros términos:
"Estoy presto a diluirme en el inconsciente". Y después,
eso deviene intolerable. El ''Yo pienso allí donde no soy,
pienso allí en el inconsciente, pienso allí a través de la
palabra, pienso allí en las asociaciones, pienso allí don­
de no soy, pienso allí donde me disuelvo" es intolerable.
Y ocurre ese momento de secuencia transferencia! que
recordamos como acting out, que podría a justo título,
siguiendo la enseñanza de Lacan, remarcarse como lo
inverso. Es "Yo soy allí donde no pienso". Porque en ese
momento de la neurosis de transferencia el sujeto es,
pero no piensa.
Entonces, comienzo del análisis: "Yo pienso allí don­
de no soy". Eso deviene intolerable. Detención. "Yo soy
allí donde no pienso." Y es ese umbral el que es nece­
sario atravesa r .

125
¿Por qué decimos esto? Porque es para mostrar que
la neurosis de transferencia es un fenómeno de goce.
Es eso lo que es necesario comprender. No es un fenó­
meno de pasión: es un fenómeno de goce y este goce es
un goce parcial, es un goce corto, es un goce local, es un
goce del mostrarse, ser: "Yo soy allf'. Es como si el
paciente dijese: "Escuche, hasta hoy he renunciado a
ser, he renunciado a identificarme con lo que digo, ya
no soy, ya no soporto más, quiero que usted vea que yo
soy. Quiero que usted me vea, quiero mostrarme. Quie­
ro ser para usted. Quiero ser para alguien".
Es verdad que el análisis tiene esa expresión que Lacan
toma de Sartre: "El análisis tiene ese dolor de existir".
El dolor de existir se detiene, justamente, con esta iden­
tificación con el falo imaginario. El dolor de existir es el
dolor de ''yo pienso allí donde no soy", y se detiene en "yo
soy allí donde no pienso". Y en ese "yo soy allí donde no
pienso" está también el dolor como falta.
Refirámonos al término "pulsión fálica".
Quiero que ustedes sepan que cuando se enuncian
los términos, l o que ocurre, en primer lugar, es que se
tiene la reticencia, la reserva de no avanzarlos gratui­
tamente, sólo porque ellos advienen. Me parece impor­
tante confirmarlos una y otra vez desde diferentes pers�
pectivas, hasta que parece haber madurez para poder
avan zarlos, por ejemplo e n un seminario. De la misma
manera que aquí avanzamos "pulsión fálica", hay mu­
chos otros términos que no avanzamos pero que deja­
mos en espera en los cajones.
"Pulsión fálica" me parece justo. ¿Por qué? E n pri­
mer lugar, hay un problema: teóricamente hab]ando, el
lector de Lacan y de Freud se enfrenta a textos difíci­
les. Freud no distingue nítidamente, ni siempre, e l amor
de la pulsión, el narcisismo de la pulsión. Algunas veces
lo distingue y algunas veces no. En la "Metapsicología",
por ejemplo, se percibe esa dificultad de no distinguir-

126
los. Más tarde cambia, y muchas corrientes que han
seguido después, han querido marcar, efectivamente, la
diferencia entre narcisismo -es decir el amor- y la
pulsión, y han querido decir que son dos niveles dife­
rentes. Esto es totalmente justo. Pero parece que hay
un punto donde narcisismo y pulsión convergen, coin­
ciden, y es justamente y en primer lugar en ese mo­
mento del análisis. Sólo ocurre en el momento de la
neurosis de transferencia, en el cual el yo del paciente
se identifica con el falo y se hace -siguiendo el texto de
Freud- objeto de una pulsión. Él dice "objeto del ello",
no dice objeto de una pulsión. Habría luego a1lí un goce
ligado al juego de exhibirse, de mostrarse ser.
Esto es muy particular y muy importante, justamen­
te, con relación a los niños. En realidad, esta expresión
me ha sido de cierto modo confirmada por el trabajo
con los niños, cuando se ve al niño en el estadio llama­
do fálico. El fenómeno típico de ese estadio fálico no es
la masturbación, no es manipular el sexo o el pene, o
para la niña considerar que el pene del niño es más
grande y mirarse su cuerpo a nivel del clítoris . Lo que
me parece interesante de ese estadio fálico es todo el
goce que tienen los niños en jugar a ser el fuerte, el
débjl, la mujer o el hombre. Es decir que hay una exhi­
bición del ser. Ser falo es mostrarse ser. Y es eso lo que
me parece justificar un goce particularmente llamado
fálico.
El goce del dolor como falta está detrás de esta di­
mensión de la neurosis de transferencia. Y además,
está el goce mismo de la identificación que no es ya
imaginaria. Si no fuera más que sólo la imagen, estaría
de acuerdo en no llamarlo pulsión, ni llamar al yo ob­
jeto pulsional. Pero dado que el yo tiene una coalescencia
íntima con esta imagen última que es la imagen fálica,
me parece legítimo llamar a eso "pulsión fálica", donde
el obj eto es e] yo identificado con e l falo imaginario.

127
\

Son aproximaciones que, para algunos de ustedes, pue­


den parecer abstractas; corresponden a algunos modos
de concebir ciertas articulaciones de la teoría.
Lo que ocurre es que el yo-falo imaginario quiere ser
el objeto del supuesto-desear del analista. Y la inter­
vención del analista en el manejo de ese momento es
justamente a ese nivel. E s decir a dos niveles: 1) para
separar la identificación del yo con el falo i m aginario,
y 2) intervenir como corte entre el hecho de considerar­
se como el objeto del deseo del analista. Lo digo de un
n1odo teórico, es fácil de decir. Sería necesario ser más
preciso sobre las formas prácticas de intervenir.

128
V

Esta noche vamos a abordar el problema técnico de


la contratransferencia y querría dar una visión de con­
junto de ese concepto técnico.
E] año pasado habíamos criticado la acepción vulgar
del término "transferencia", comprendido, simplemen­
te, como l a relación del paciente con su terapeuta. Para
poner en cuestión esta acepción general, habíamos con­
siderado que la transferencia era, ante todo, una neu­
rosis de transferencia. También el año pasado había­
mos situado el momento de su emergencia en la cura,
al mismo tiempo situamos esa fase en una cura, demos­
tramos el proceso de esta neun>sis de transferencia e
indicarnos, parcialmente, su manejo técnico, es decir,
qué es lo que debe hacer el analista cuando está frente
a este período, a esta fase de neurosis de transferencia.
Volveré sobre la cuestión del manejo técnico de la neu­
rosis de transferencia.
Pero esta noche, querría hablar de la contratransfe­
rencia.
Con la palabra "contratransferencía" ocurre algo si­
milar a lo que pasa con l a palabra "transferencia".
Aquélla también es, a menudo, empleada en un sentido
demasiado general para describir el conjunto de los

129
sentimientos y hábitos del analista según la perspecti­
va de su paciente. Esto es lo que se entiende habitual­
mente por "contratransferencia". Ese uso del término
es muy diferente del que se hallaba en el origen del
movimiento analítico. Y de allí resulta una confusión
sobre el sentido preciso de esta noción. Entonces, voy a
ocuparme esta noche de examinar con ustedes el con­
cepto de contratransferencia a la luz de las primeras
formulaciones freudianas, y a tratar, con Lacan, de darle
una significación más justa.
En primer lugar, para situar mejor históricamente
esta cuestión de l a contratransferencia, dividamos es­
quemáticamente la evolución de la técnica psicoanalíti­
ca, desde Freud hasta nuestros días, en cuatro perío­
dos. Cuatro períodos que se diferencian según cuatro
tipo de acciones del terapeuta. Es esquemático, pero
eso nos va a mostrar un salto fundamental.
Primer período: cuando l a acción del terapeuta era la
de extraer, extirpar.
Segu ndo período: l a acción del terapeuta era l a de
concienciar, interpretar; para hacer consciente.
Tercer período: la acción del terapeuta es interpretar.
C uarto período : el de nuestros días, el actual, que es
el de ocupar el lugar.

· Primer período: era el de la catarsis. El terapeuta


debía extirpar, retirar un cuerpo extraño enclavado en
el inconsciente del analizante, o más bien del enfermo
-en esa época se trataba del enfermo-. La acción del
terapeuta consistía en provocar l a descarga, verdad
patógena, inconsciente, en el origen de los afectos. Y l a
descarga consistía en ir por l a vía de un recuerdo alu­
cinado.
Si ustedes quieren, podemos hacer un esquema de
estos cuatro períodos: primer período, extraer. Y pode­
mos hacer un simple esquema: el objetivo patógeno está

130
en el centro, l a catarsis era el modo de descargarlo.
Entonces, obje tivo: hacer descargar lo patógeno por
catarsis. E s muy simple.

Segundo período: interpretar para hacer consciente.


Freud, en ese momento, concebía -eso no duró mucho,
algunos años, dos o tres- l a interpretación como una
proposición hecha al analizante de una idea semejante,
análoga a la idea patógena que él suponía enterrada en
la psique del paciente. Esta proposición, esta especie de
interpretación-proposición, permitiría -decía Freud­
encontrar por afinidad la idea patógena verdadera y
atraerla hacia el consciente, no ya alucinada, sino como
rememoración consciente. Era l a época de la célebre
consigna -y hoy todavía se cree válida- de hacer cons­
ciente lo inconsciente. El postulado de este segundo
período era simple: la conciencia del mal suprime el
mal. Hagamos nuestro segundo período: concienciar l a
idea patógena ; ir al inconsciente por atracción, por afi­
nidad con una idea patógena semejante, propuesta por
el analista.

Tercer período: es el período de la interpretación


propiamente dicha. Freud dice algo que es muy intere­
::;ante: final mente, la toma de conciencia no sorprende
por los resultados, por los efectos. Se puede hacer to­
mar conciencia a un paciente de su mal y no es por esa
vía que su mal se disolverá. Y Freud comenta en algu­
nas líneas algo in1portante para nuestro trabajo: "Exis­
te una extraña posibilidad de la cual disponen estos
enfermos, de llegar a conciliar una toma consciente de
conocimiento de su mal con la ignorancia de ese mal".
En otros términos, Freud decía: "Ustedes pueden dar
toda clase de conferencias, darle todas las explicaciones
para hacer consciente su mal, explicarle, y sin embargo
l a represión resiste. Desdichadamente, es coriáceo, con-

131
"

tinúa ignorando el origen, continúa reprimiendo su idea


patógena".
Antes de explicar e l tercer período, es necesario que
les diga que Freud en esta época ya no llama más al
núcleo patógeno "idea patógena", sino que lo va a Ba­
mar "placer patógeno", o con más exactitud "fantasma
patógeno", término con el cual nos manejamos y que
hoy utilizamos. Deseo o fantasma reprimido, entonces,
inaccesible para l a conciencia en razón de las resisten­
cias opuestas por el yo. ¿Pero resistencias a qué? ¿Con­
tra qué resiste el yo? Resiste a experimentar el displa­
cer, el profundo displacer que significa la emergencia
de lo reprimido inconsciente. La resistencia es siempre
resistencia contra el dolor. Les voy a pedir que reten­
gan esto: resistir es resistir contra el dolor. É sta es una
cuestión esencial de la contratransferencia.
En esta época había para Freud una serie de resis­
tencias. En l a medida en que l a teoría analítica evo­
lucionaba, Freud proponía nn conjunto de tipos de resisten­
cia. Así, a todo lo largo de su obra habló de l a resistencia
de Jo reprimido, o más exactamente de resistencias
producidas por contrainvestidura. ¿Qué quiere decir eso?
Eso quiere decir que el yo invistió fuertemente, excesi­
vamente, otras representaciones inconscientes; invistió
en. otra parte para desviar la energía psíquica; contra­
invistió, invistió fuertemente e n otro sitio, a fi n de
desplazar la energía llevada sobre l a representación
patógena. Segunda fase de la resistencia: la resistencia
del beneficio primario y secundario de la enfermedad.
El paciente se liga a su enfermedad y lucha contra su
restablecimiento. Tercer tipo de resistencia: l a resis­
tencia del ello comprendida como l a compulsión a repe­
tir, es decir a persistir. Es el mismo producto mórbido
que existía antes y que va a existir durante toda la
vida del sujeto. L a resistencia del superyó, e n su forma
más expresiva, es decir el sentimiento inconsciente de

132
culpabilidad manifestado por l a necesidad del paciente
de sufrir y permanecer enfermo a fin de expiar una
falta. Brevemente: todas las series de resistencias des­
tinadas a eliminar el surgimiento doloroso del i ncons­
ciente.
Pero en esta enumeración, falta la más importante
de las resistencias: falta la resistencia de transferencia.
La transferencia es una resistencia en tanto neurosis
de transferencia; es decir, l a transferencia es resisten­
cia en tanto que la cura atraviesa ese mom.ento que
el año pasado calificamos con�o secuencia dolorosa de
la transferencia y que era, para nosotros, la expre­
sión más esencial de la neurosis de transferencia. Ha­
bíamos dado cuenta de esta secuencia dolorosa de l a
transferencia a través de l a identificación -habíamos
explicado que hay allí una i dentificación del yo del
analizanie con el falo imagin ario-. La resistencia de
l a transferencia podría traducirse por la siguiente de­
claración que haría el analizante, o el yo del analizan­
te, hasta el yo inconsciente; diría esto: "Prefiero vivir el
dolor de l a pasión transferencial, prefiero experimentar
esta insoportable pasión que me liga a usted, analista,
prefiero eso, antes que experimentar el dolor de l a
emergencia imprevista del deseo inconscíente". Si hi­
ciéramos un esquema , diríamos: tercer período: deseo
patógeno y después denegación de las resistencias que
la interpretación debe levantar -las líneas de resisten­
cia que la interpretación debe levantar para acceder al
deseo inconsciente-.
Ahora llegamos al período actual. Es el período que
vivimos actualmente en la evolución de la técnica ana­
lítica. Y es en este período donde vamos a encontrar l a
cuestión de l a contratransferencia.
É ste es un período que yo caracterizaría por dos
postulados fundamentales que rigen la teoría y la téc­
nica que practicamos.

133
· Primer postulado: el núcleo patógeno que ustedes
l lamarían deseo, o fantasma, ese núcleo enterrado e n e l
inconsciente y que era necesario extirpar del paciente
en la época catártica, ahora lo encontramos en el exte­
rior, fuera del analizante, y lo llamamos con Lacan "ob­
jeto del deseo", "objeto a" o también "objeto de l a pul­
sión", si pensamos en nuestra exposición del año pasado
acerca del objeto en tanto que atractor de la libido.
Segundo postulado: este l ugar, este objeto excéntrico
al sujeto, funciona como un atractor. Es lo que decía
hace un momento. Funciona como un atractor que atrae
a la libido hacia él, alrededor de él, crea la transferen­
ci a, o más exactamente, el nivel matricial, l a matriz de
la neurosis de transferencia.
Y bien, este objeto exterior, füera del analizante, que
constituye e l lugar que reservamos al psicoanalista, le
permite a éste, desde allí, definir su acción en una sola
consigna que no es ya la de extirpar, extraer -la con­
signa del primer período- ni tampoco concienciar, ni
siquiera interpretar: es ] a consigna de ocupar su lugar.
E1 objeto del deseo está en el exterior, y este lugar
exterior es el que debe ocupar el analista. Entonces, lo
primero, interpretar la resistencia, y luego: ocupar su
lugar. La acción del anali s ta es la de ocupar su lugar,
. de tomar su lugar, de asumir su función.
Debemos precisar que otros autores, en particular
autores anglosajones, sostienen, a su modo, una posi­
ción semejante a la del tono y las palabras de la teoría
lacaniana. Para ellos también el lugar del analista es
un objeto situado fuera del sujeto. Es decir que la evo­
lución de la técnica analítica podría resumirse en un
cambio radical del interés del psicoanalista, en el salto
en el curso de cincuenta años -yo diría entre 1900 y
1950-. Ese salto podría consistir en que en el c01nienzo
e l interés alcanzaba al paciente y al cuerpo extraño que
era necesa no extraerle; hoy el interés alcanza al psi�

134
coanalista y a las modalidades operadas para asumir
esa función.
Destaco la fecha de 1950 porque en esa época distin­
tos autores en Inglaterra , Estados U nidos y la Argenti­
na publican los primeros trabajos concernientes a la con­
tratransferencia. Es en 1950 cuando aparece una serie
de artículos sorprendentes; el primero es de Winnicott
-1948/49- y hasta 1960 hay toda una serie de ellos. Esos
primeros artículos -entre 1948 y 1953-, concernientes a
l a contratransferencia, marcan una fecha. Pero sobre
todo, es en esta época cuando Lacan comienza a plan­
tear las bases de su teoría de l a técnica que puede resu­
mirse en su célebre broma. E n esa época, se le habría
dicho: "Háblenos de todas las variedades posibles del
psicoanálisis". Y Lacan llamó a su artículo: "Las varian­
tes de la cura tipo" y lo que él dice, su broma, en res­
puesta, entonces, a las demandas, es lo siguiente -que
según los propósitos de esta noche, yo parafrasearía-:
un psicoanálisis, tipo o no, es Ja cura que se organiza

dependiendo de que el psicoanalista ocupe o no su lugar.


Este artículo de 1955 -"Las variantes de la cura ti­
po"- está enteramente consagrado al psicoanalista. A
partir de allí, ubicada así la relación analista-lugar
como el elemento decisivo en una cura practicada hoy,
�urge de inmediato una pregunta: ¿cuál es el orden de
subjetividad que el analista debe revisar en sí mismo
para lograr sostener su lugar? En otros términos, ¿qué
es lo que se revisa de la persona del psicoanalista para
asumir su función? Es una pregunta que implica que
no todo el mundo puede ejercer ese trabajo. ¿Por qué no
todo el mundo puede ejercer ese trabajo? Porque puede
haber revisiones que no están cumplidas como para
asumir esas funciones. Es aquí, en respuesta a esta
interrogación, donde surge , entre otras, la necesidad de
dos conceptos: un concepto mayor y uno menor, subsi­
diario, secundario.

135
\

El concepto mayor que responde a esta pregunta es


e l concepto de deseo del psicoanalista. E l concepto la­
caniano de deseo del psicoanalista se puede definir como
el hecho de que el analista ocupe efectivamente, y se­
gún diferentes modalidades, pero que ocupe efectiva­
mente, su lugar de objeto atractor. Entonces, el deseo
del analista sería el concepto mayor que define la si­
tuación en la cual el analista efectivamente ocupa su
lugar. Y además hay un concepto menor, un concepto
subsidiario, un concepto creativo: es el concepto de con­
tratransferencia .
El concepto de contratransferencia define e l conjunto
de obstáculos imaginarios que se oponen a esta ocupa­
ción. Entonces, el deseo del analista designa el hecho
de ocupar efectivamente su lugar; la contratransferen­
cia designa todo lo que se opone. Al prime1· concepto,
deseo del analista, lo voy a dejar de lado esta noche, al
menos en las formulaciones explícitas, y me voy a ocu­
par, solamente, del segundo concepto, menos importan­
te -insisto- de contratransferencia.
Antes de estudiar a fondo, con más precisión, e l sen­
tido de ese término de "contratransferencia", ya s e ve a
través de lo poco que hemos dicho que, contrariamente
al uso habitual, el término "contratransferencia" se de­
fine no en el interior de la relación del psicoanalista
con su paciente, sino en el interior de la relación del
psicoanalista con su lugar. Entonces, la contratransfe­
rencia no se sitúa entre el analista y el paciente , sino
entre el analista y su lugar, entre el analista y el lugar
del objeto.
Acabo de plantear una interrogación: ¿qué es lo que
debe hacer la persona del analista para asegurar s u
función, su lugar? Hace u n momento dije una frase
fuerte; la dije como al pasar, pero es fuerte: no todo el
mundo puede ser analista. Pero es una frase que surge,
es necesario decirlo, e n la medida en que abordamos l a

136
práctica del análisis y su teoría, y en particular l a téc­
nica, con el máximo rigor. Es una cuestión amplísima;
toca el campo ético, el campo de la formación; toca di­
ferentes cuestiones. Existe un autor que ustedes cono­
cen -Sandor Ferenczi- que antes de 1950, es decir antes,
por ejemplo, que Winnicott o Lacan, reflexionaba ya
sobre esta cuestión. Me gustaría recordarles un pasaje
célebre de un artículo suyo que fue publicado en 1928.
Aquí tenemos lo que dice Ferenczi : "Un problema hasta
aquí no planteado sobre el cual yo llamo la atención es
el de una metapsicología -que falta hacer- de los pro­
cesos psíquicos del analista durante el análisis". Una
metapsicología de los procesos psíquicos del analista
durante su trabajo. "Su balance libidinal -decía Fe­
renczi- muestra un movimiento pendular que lo hace ir
y venir entre una iden tificación y un control ejercido
sobre sí." Digo exactamente l o mismo que él: su balan­
ce libidinal muestra un movimiento pendular que lo
hace ir y venir entre una identificación -amor del ob­
jeto en el análisis- y un control ejercido sobre sí. En­
tonces, identificarse y al mismo tiempo confrontarse.
J?uranteel trabajo prolongado de cada día, el analista
no puede abandonarse por co mpleto al placer de agotar
libremente su narcisismo y su egoísmo. No puede ago­
tarlos como si lo hiciera en J a realidad en general . Sólo
puede agotarlos en l a imaginación y por cortos mo­
mentos.
Ferenczi termina diciendo: "No dudo de que una car­
ga tan excesiva que difícihnente encontraría su parale­
lo en la vida, no exija tarde o temprano la puesta a
punto de una higiene especial en e l analista".
Desde esa época -1928- Lacan fue el primero, uno
de los primeros, que hizo un extraordinario esfuerzo
para responder a esta demanda de Ferenczi de estable­
cer una metapsico1ogía de los procesos psíquicos del
analista. Y j ustamente, e l concepto de deseo del analis-

137
\

ta viene a dar, entonces, una continuidad a ese texto de


Ferenczi. Ha habido muchos progresos, no sólo a nivel
de la teoría sino también a nivel de la metapsicología
de los procesos del analista -muchos progresos y tam­
bién muchas dificultades- en lo concerniente a esa hi­
giene especial del analista.
Precisamente, es con el mismo anhelo que mostraba
Ferenczi, que en 1 9 1 0 -dieciocho años antes- en oca­
sión de l a apertura del Segundo Congreso Psicoanalíti­
co, Freud habla por primera vez de contratransferen­
cia, hace allí mención. Esos textos en los cuales él men­
ciona la palabra "contratransferencia" se cuentan con
los dedos de una mano, y todos, en efecto, se sitúan en
el año 1 9 10. Hubo cartas, voy a citar algunas; hubo ese
texto que se llama "El porvenir del psicoanálisis". Si se
lee ese texto, que es muy bello, muy breve, se ve bien
que hay seguridad sobre el progreso cumplido efectiva­
mente. Muchas cosas dichas o presentadas por Freud
fueron confirmadas. Para confirmar, justamente, los pro­
gresos realizados por el psicoanálisis, Freud menciona,
por ejemplo, el avance obtenido con la teoría de lo sim­
bólico. Y a nivel técnico, Freud habla de una innova­
,,
ción técnica que él llama "contratransferencia . Esta
innovación, esta novedad técnica, no era un hallazgo de
la teoría de la técnica, sino más bien la localización de
un obstáculo hasta allí desapercibido. Es decir que el
progreso consistía en descubrir una falla, una dificul­
tad allí donde no se había percibido hasta ese momen­
to. Y, por consiguiente, Freud propone la localización
de las medidas adecuadas para superar el obstáculo.
Él describe la contratransferencia como el resultado
-verán que la última definición plantea muchos proble­
mas- de las influencias ejercidas por e l paciente sobre

los sentimientos inconscientes del analista. Repito: la


contratransferencia es el resultado de las influencias

138
ejercidas por el paciente sobre los sentimientos incons­
cientes del analista.
Esta primera definición es el origen de numerosas
acepciones confusas, de numerosos sentidos confusos
del término técnico de contratransferencia. Si encua­
dramos, si situamos esta definición -esta única defini­
ción de Freud en el contexto de esas conferencias, del
Congreso de Nuremberg de 1 910- no hay duda de que
la contratransferencia es un obstáculo, más rigurosa­
mente: es una resistencia, una resistencia del analista.
Sobre este punto no hay que dudar: la definición es
perfectamente clara. Algunas líneas más abajo, si uno
quiere atenerse a las palabras del texto, encontrarán la
palabra "resistencia". Pero no sólo Freud reconocía que
l a contratran.sferencía es una resistencia, sino que,
además, reconocía dos clases, dos tipos, o expresiones,
de resistencia. Es decir que Freud reconoció dos mani­
festaciones típicas de contratransferencia.
En una carta de 1 9 1 0 a Binswanger, que en esa épo­
ca estaba próximo a Freud y más tarde se convirtió en
fenomenólogo, el analista fenomenólogo que todos uste­
des conocen, en esa carta, como también en una inter­
vención que Freud hace en e) mismo año en un debate
de l a Sociedad Psicoanalítica de Viena -que entonces
se llamaba "la Sociedad de los Miércoles", porque las
reuniones se hacían ese día-, en esos dos textos -en la
carta y en su intervención- Freud emplea la palabra
"contratransferencia" para poner en guardia al analis­
ta ante el hecho de ligarse afectivan1ente a su paciente.
Contratransferencia quería decir para Freud, en ese
momento, un modo de amar al analizante.
Aquí tenemos lo que escribe en Ja carta: "Lo que
opera con relación al paciente -le dice a Binswanger­
nunca debe ser un afecto inmediato, jamás un afecto
inmediato sino, siempre, un afecto conscientemente
acordado. Y ello según las necesidades del momento.

139
\

E n ciertas circunstancias, agrega, "se puede acordar


mucho, pero jamás presionando en el propio incons­
ciente. Es necesario, entonces -termina su carta- reco­
nocer la contratransferencia y superarla".
También en 1910 -en esas reuniones de la Sociedad
de los miércoles-, en un debate a propósito de un caso
de un niño, Freud dice: "En tanto que el paciente se
liga al médico, el médico está s ujeto a un proceso simi­
lar, el de l a contratransferencia". Esa contratransfe­
rencia, dice él, debe ser completamente superada por el
médico. Sólo eso lo hace dueño de la situación. Y agre­
ga: "Eso -la contratransferencia- hace de él (del médi­
co, del analista, quien se hace dueño de la situación) el
objeto perfectamente frío que la otra persona (el anali­
zante) debe cortejar con amor". J

Lo interesante es que -el seminario sobre la transfe­


rencia se llama "La transferencia y la disparidad sub­
jetiva"- el seminario de Lacan de 1960 es en gran parte
el desarrollo de una frase como ésta. Y dicho de ese
modo nos sorprende, pero es la posición que Freud te­
nía en esa época.
Si este amor inapropiado, este mal modo de amar al
analizante, está en las dos contratransferencias carac­
terísticas, l a otra forma típica de contratransferencia,
para Freud, ya en esta época, es el saber. El saber, o
m ejor dicho, el saber preconcebido. El saber que condu­
ce al analista a elegir un material que él va a interpre­
tar, en tanto que ha pedido al paciente, a partir de la
regla fundamental, renunciar a la censura. É l le ha
dicho a1 paciente: "Deje arribar todos los pensamientos
que pasen por su cabeza. No elija". ('El analista -dice
Freud- tampoco debe elegir el material que interpreta-
, "
ra.
Un comentario para retornar a nuestra época actual;
no es exactamente el modo como, por ejemplo, yo tra­
bajo. Bay textos de Freud que son los de un médico.

140
l lay un texto de Freud que es importante leer y cono­
<'f'r, en el cual insiste siempre -y en eso es necesario

destacar bien las diferencias porque no concuerda con


l a práctica de algunos analistas- en decir que el ana­
l iHta no debe tener un plan preconcebido de formación,
<'I analista debe estar abierto a lo inesperado, el analis­
ta debe estar listo para sorprenderse. Está claro que
<'Ras palabras son también las mías: estar presto a la
Horpresa, a lo imprevisto, no tener plan preconcebido;
t•sto es justo. Pero, al contrario -y me apoyo e n otros
textos de Freud-, por ejemplo él dice a Abraham: "¡Aten­
ción! Esté atento a todo l o que aparece en la superficie
psíquica de su paciente. Esté atento a los complejos,
: 1 tento a las resistencias. ¡Atención! ¡Atención!". Es de­
cir que hay una contradicción aparente en Freud; por
un lado él dice al analista que no elija, por el otro hay

un analista atento, alerta y presto a saltar sobre un


material.
La buena posición no es ni la una ni la otra. Creo
que el analista -sería necesario verlo en un trabajo
concreto, en un trabajo práctico en la perspectiva de
una sesión de análisis-, creo que el analista debe -no
sé si sería conveniente pero, en todo caso, es preferi­
ble-tener lo que llan10 una hipótesis de bolsillo. Es ne­
cesario que, durante un período de la cura, durante
ciertas sesiones, parta a la escucha de su analizante
con una hipótesis relativa, parcial, provisoria, de lo que
está en vías de ocurrir o de lo que él piensa que debe
pasar. Él sabe desde hace mucho tiempo que debe es­
cuchar. Eso no le impedirá estar dispuesto a ser sor­
prendido, estar abierto a lo imprevisto y poder detener­
se e interrogarse con relación a una emergencia de tal
o cual incidencia inconsciente.
Volvamos a Freud. Vayamos a la época anterior.
Efectivamente para Freud, entonces, hay dos formas

141
típicas de la contratransferencia: el amor mal acordado
y el saber traumático.
Desde l a época del comienzo del psicoanálisis -todos
los autores que se han inclinado sobre la noción de
contratransferencia, desde Winnicott hasta un artículo
aparecido en el International Journal de 1986, titulado
"La reelaboración del concepto de contratransferencia"­
diría que, desde la época del comienzo, hay una er.0rme
distancia hasta hoy y la cuestión sigue siendo actual.
Pero todos los autores están de acuerdo en considerar
que la contratransferencia es una resistencia, es un
obstáculo. El problema comienza cuando se trata de
definir la naturaleza de este obstáculo, cuando se trata
de comprender obstáculo contra qué, cuál es el elemen­
to que la contratransferencia querría evitar . Y el pro­
blema comienza en tanto uno se preocupa, por ejemplo,
por distinguir la resistencia de transferencia de la de
contra transferencia.
Entonces, tenemos aquí las tres preguntas que nos
vamos a plantear.
Primera pregunta: ¿cuál es la naturaleza de la resis­
tencia de contratransferencia?
Segunda pregunta: ¿cuál es la diferencia entre la re­
sistencia de transferencia y l a de contratransferencia?
. Tercera pregunta: ¿cuál es el elemento que la resis­
tencia de contratransferencia quenía evitar?
Pero antes de abordar estas preguntas, veamos bajo
qué forma concreta se presenta hoy la contratransfe­
rencia.
Yo querría que ustedes percibiesen de una manera
más viva cuáles son los hechos, cuáles son los aspectos
prácticos, bajo los cuales se presenta la contratransfe­
rencia.
Justamente, a partir de la primera reflexión de
Freud de 1 910, van a ordenarse dos líneas, dos co­
JTientes teóricas: la primera identifica la contratrans-

142
f(•rencia con el conjunto de toda la personalidad del
psicoanalista que apunta al conjunto de las reacciones,
los sentimientos, los pensamientos, el acto, los actos
relativos a la persona del analista frente al paciente.
li�sta es una primera línea, es la que reúne la idea
�eneral, demasiado general, una idea usual, vulgar, que
tenemos de la contratransferencia. Todo lo que le ocu­
rre al analista frente a s u paciente. Esta corriente
t'stá representada, en particular, por Paula Friedman
y por Winnicott, porque fueron los primeros que abor­
daron la cuestión de esta forma. Esa corriente propo­
ne, ya en esa época, considerar cada una de las versio­
nes de la personalidad del analista frente a su paciente
como una eventual fuente de interpretación, destina­
da al analizante. Ellos llaman a eso "instrumentalizar
la contratransforencia", es decir, transformar las sen­
saciones, los pensamientos, los actos del analista en
un instrumento destinado a la cura. Seguramente,

siguen en eso lo que Freud había hecho con la contra­


transferencia. Freud había hecho lo mismo con la trans­
ferencia; é l había dicho al comienzo: "La transferencia
es una resistencia, un obstáculo. La pasión transfe­

rencia} detiene al analizante en el flujo de sus asocia­


ciones, en su trabajo, en sus posibilidades de hacer
emerger el inconsciente". Y además, agrega en el cé­
lebre texto "La dinámica de la transferencia": "Pero de
hecho, l a transferencia es también el motor de la cura
porque es sólo en condiciones de transferencia que una
interpretación tiene una posibilidad de ser recibida y
que el analizante tiene la posibilidad de estar efecti­
vamente convencido del valor de la intervención del
analista".
Entonces, la transferencia era resistencia al comien­
zo, y luego el motor. Versión negativa, versión positiva
de la transferencia.
Esos autores aplicaron lo mismo frente a la contra-

143
\

transferencia. Eilos dicen: la contratransferencia es unn


resistencia, pero e s también un instrumento positivo,
una eventual acción aportada en el interior de l a cura;
es necesario decir al paciente, durante ese momento, l o
que se siente, lo que se vive, con relación a uno mismo.
El ejemplo que la mayor parte de los autores dan de
la contratransferencia es que consiste en sentimientos
excesivos de amor o de odio hacia el paciente, ensoña­
ciones eróticas frente a los pacientes; atolladeros ex­
perimentados por el analista que lo hacen completa·
mente refractario con relación al decir del paciente,
conductas de on1nipotencia narcisista, cierta arrogan­
cia, cierta suficiencia, demasiada seguridad, actitudes
pedagógicas.
Además, pueden verse como formas de contratrans­
ferencia -justamente el artículo publicado en el Inter­
national Journal, de 1986, habla de eso-, según las
consideraciones de esos autores, todos los errores técni­
cos que se podrían tomar como expresiones contratrans­
ferenciales.
¿Qué errores técnicos? Errores técnicos conocidos in­
dependientemente de la formación del psicoanalista: por
ejemplo, una palabra que era inesperada. O, por el
contrario, una palabra proferida en un tono inoportu­
no, silencios inapropiados, excesivos, mal ubjcados, in­
'
te rvenciones comunicadas al analizante en un lenguaje
demasiado técnico o intelectual, etc. O sea, el conjunto
de las manifestaciones típicamente contratransferen­
cíales -diría que l a mayor parte de los autores recono­
cen eso, perfectamente, como expresiones contratrans­
ferenciales-. El problema, en primer lugar, es cómo
explicarlos, cómo situarlos, con relación a qué eje teó­
rico, con relación a qué problemática. Allí comienzan
las diferencias. Y, además> el hecho de que es necesario
hacer distinciones en el interior de esos fenómenos que
acabo de mencionar.

144
La otra corriente, representada por autores como
Margaret Little -no en particular, pero Margaret Little
p:-; una buena exponente de esta línea; hay otros auto­

res menos conocidos en Francia, como por ejemplo, Isaac

l 'ower-, revisa, por el contrario, el campo de la contra­


transferencia en función de las manifestaciones exclu­
sivamente inconscientes del analista, como puede ser
un sueño en el cual interviene el paciente. Si un ana-
1 ista sueña con su paciente , ellos dirán que allí hay una
manifestación contratransferencial. O hasta raros mo­
mentos, pero imp01·tantes, de percepciones de parte del
analista que pueden ser consideradas -y éstas son
palabras mías- percepciones inconscientes en el analis­
ta del inconsciente del paciente. Digo que son palabras
mías, pero de hecho existe un artículo que fue comen­
tado, en el cual Margaret Little dice: "Mi inconsciente
ha percibido inconscientemente el inconsciente del pa­
ciente'>.
Entonces, tenemos allí dos líneas: o bien la contra­
transforencia es el conjunto de toda reacción del analis­
ta frente a su paciente, o bien la contratransferencia es
sólo las manifestaciones directas de las emergencias
del inconsciente en el analista.
¿Cuál es nuestra posición? Para responder y propo­
nerlo ante ustedes diría, al comienzo, que ésta es una
proposición que se hace con Lacan. Prefiero explicarme
abordando el problema por otra vía. Es la vía de las
preguntas que nos hemos planteado hace un momento,
es decir, ¿cuál es la naturaleza de la resistencia de l a
contratransferencia?, ¿qué diferencia existe entre la re­
sistencia de la transferencia y l a resistencia de la con­
tratransferencia? y ¿contra qué fuerza lucha esta resis­
tencia?
La transferencia es ocasionalmente una resistencia
que se manifiesta, por ejemplo, con relación a un silen­
cio que detiene inopinadamente el flujo de las asocia-

145
\

ciones del paciente -es un momento típico de l a trans­


ferencia, de resistencia de transferencia, relativo a
cuando e l paciente detiene sus asociaciones, y Freud
dice: "En ese momento, pueden estar seguros de que e l
paciente piensa en ustedes, y s i n o piensa mentalmente
en ustedes es a ustedes a quien se refiere ese silencio.
É se es un silencio de transferencia", lo que Freud lla­
ma "resistencia", o bien, de modo más general, todo un
período de resistencias de la transferencia que hemos
designado con la expresión "la secuencia de la transfe­
rencia dolorosa", en la cual el paciente preferiría no
hablar de él-; esto no es una detención mentalmente
destinada a la asociación, pero es todo un período, una
fase que hemos explicado por l a identificación del ana­
lizante con el falo imaginario supuesto al analista. Fór­
mula que habíamos dado: ''No hablo, no pienso allí donde
soy el falo imaginario".
De la misma manera, la contratransferencia es tam­
bién una resistencia, u n obstáculo que trastorna y per­
turba el trabajo de la escucha del analista.
Volveremos en seguida a la contratransferencia y el
obstáculo.
Sin embargo, las dos resistencias, la de la contra­
transferencia y la de transferencia, son radicalmente
distintas y heterogéneas. Aparentemente, esos dos tras­
tornos -el de la transferencia y el de la contratransfe­
rencia; ejemplos: el silencio en el paciente en el mo­
mento en que él habla y un sentimiento de amor o de
odio excesivo del analista hacia aquél-, esas dos resis­
tencias, poseen un trazo común: que ellas surgen en e l
analizante o en el analista con ignorancia del sujeto. E s
decir que ese silencio s e presenta más allá d e toda
intención, y ese sentimiento excesivo se presenta tam­
bién más allá de lo que el analista pueda comprender.
Pero en un caso se trata de una resistencia que forma
parte del inconsciente, en tanto que en e] otro caso se

146
Lrata de un derivado deformado e indirecto del incons­
ciente. En el caso de la resistencia de transferencia,
estamos en presencia de una resistencia que forma parte
del inconsciente; quiero decir de una resistencia que es
una verdad o más bien una media verdad.
¿Por qué es una verdad? Porque esta resistencia sig­
nifica ] a existencia, en ese momento -por ejemplo, el
silencio- en el que el paciente se detiene, detiene el
flujo de sus asociaciones, en ese momento de silencio,
ese silencio es una verdad. ¿Por qué lo es? Porque ese
silencio viene a significar el nacimiento, la génesis, la
constitución del sujeto del inconsciente. Es decir que
hay más que un silencio, hay una emergencia del in­
consciente. Es en el mismo momento de la resistencia
de transferencia que el sujeto se constituye; es decir
que el inconsciente se produce y se estructura. En tan­
to que, en el caso que nos ocupa, la resistencia de la
contratransferencia no es una verdad, ni siquiera una
media verdad, sino simplemente un error. Si retoma­
mos nuestro vocabulario habitual, diríamos que en un
caso esta resistencia -la resistencia de la transferen­
cia- que forma parte del inconsciente, que es una ver­
dad, es un significante. Y en el otro caso, el de la resis­
tencia de la contratransferencia, donde no forma parte
del inconsciente, diríamos que es una imagen.
La resistencia de la transferencia es un significante;
la resistencia de la contratransferencia es una imagen,
y como toda imagen es una falsa imagen.
Pero, ¿sobre qué criterios establecer esta distinción?
¿Por qué decir que una cosa es significante y la otra
imagen? ¿Sobre qué criterios decir que una cosa es ver­
dad y la otra error?
Sobre un solo criterio : desde el instante en que el
analizante está comprometido en su análisis, bajo la
égida de la regla fundamental -hablar o "lo escucho"-,
es decir está sometido a la escucha del analista, toda

147
1,

manifestación que lo supere como sujeto podrá ser con­


siderada un significante que representa a s u incons­
ciente frente a ese otro significante comprometido por
el campo abierto de la escucha del analista. O con más
exactitud: por el campo abierto del conjunto infinito de
las interpretaciones posibles.
La resistencia de transferencia es significante por­
que, simplemente, es interpretable. La resistencia de
transferencia es sensible, susceptible a l a interpreta­
ción. Por el contrario, l a resistencia de la contratrans­
ferencia es una imagen, una representación precons­
ciente; no es un significante, no es una verdad, no está
ofertada al análisis, no representa al sujeto -como diría
Lacan- para otro significante. Representa algo para
alguien: el propio analista. Es decir que soy yo, analis­
ta, quien tendré una posibilidad eventual de autoana­
lizarme, decirme: ''Tengo sentimientos excesivos hacia
mi paciente". Y esas manifestaciones que superan, no
están ofertadas a l a eventualidad de la interpretación.
Brevemente, el analista está solo, fundamentalmente
solo, ante sus propias reacciones contratransferenciales.
Y es aquí donde interviene la acción del auto-análisis.
Freud decía: "Para suprimir, atemperar l a contratrans­
ferencia, autoanalícense. Analicen sus sueños. Ejerzan
el pensar en sus sueüos". Inmediatamente dice: "No es
suficiente sólo autoanalizarse, es necesario, además, que
los analistas hagan un análisis". Es decir que los ana­
listas, también ellos, hagan una experiencia analítica,
aunque no padezcan.
Fue la escuela de Zurich la que propuso a Freud el
análisis didáctico como medio de proceder a esta higie­
ne especial de la que hablaba Ferenczi.
Pero cuando digo que el analista está solo ante esas
reacciones contratransferenciales, no existe sólo el au­
toanálisis, es decir el ejercicio de pensar en sus sueños
y en sus manifestaciones inconscientes, no existe sólo

148
el análisis didáctico: también existe la acción de l a
supervisiór.
Creo que allí hay un punto por trabajar en lo que
concierne al problema del control. Creo que es necesa­
rio retomar el problema de .la supervisión, por el sesgo
de la contratransferencia. El trabajo de supervisión, el
material de l a supervisión, no se refiere sólo al pacien­
te del cual el analista habla; son, también, las reaccio­
nes contratransferenciales del analista. Digamos que
son los tres medios: autoanálisis, análisis didáctico y
supervisión; tres medios no para suprimir la contra­
transferencia, sino para orientarla en vista de favore­
cer el acceso del analista a su lugar de objeto.
Quisiera terminar fijando nuestra posición.
Nuestra posición no es l a de esa corriente que consi­
dera la contratransferencia el conjunto de reacciones
de la persona del analista; tampoco es la de llamar
contratransferencia a las manifestaciones específica­
mente inconscientes. Creo, con Lacan, que se trata de
una cuestión que es del orden de la ética. Entonces,
les propongo lo siguiente: estaríamos de acuerdo con
el primer grupo de autores en incluir bajo el término
de contratransferencia todas las reacciones del analis­
ta en el curso de una cura y, aparentemente -digo bien,
aparentemente- referidas al pacíente, pero con una
condición: en primer lugar, considerar las reacciones
del analista como reacciones imaginarias frente a s í
mismo y , esencialmente, yoicas, y n o frente a su pa­
ciente. Inmediatamente, reacciones que es preferible
callar y no institucionalizar, comunicando su conteni­
do al paciente. Es decir que en esos dos puntos nos
oponernos a esa posición, a esa corriente que dice "to­
das las reacciones del analista más su institucionali­
zación".
Nuestra posición es: ciertas reacciones narcisistas,
imaginarias, yoicas, y no institucionalizarlas.

149
\

Diría que de toda la lista que hemos hecho de las


manifestaciones contratransferenciales, privilegiamos
una que está en la base de todas las reacciones, de
todas las resistencias de la contratransferencia: es la
angustia del analista. La angustia no siempre cons­
ciente, que al mismo tiempo es la marca, el signo, de
un inmenso peligro para el analista.
Ese peligro es doble: el primero es el peligro que
significa para un analista el miedo que tiene, el temor
que experimenta, de impulsar y conducir al analizante,
acompañarlo a experimentar, atravesar, la secuencia
dolorosa de l a transferencia.
Él tiene miedo y se angustia, porque esta experien­
cia es dolorosa para el analista, y no tiene nada que
garantice que esta experiencia va a tener una salida
favorable. Es lo que Freud llama "la roca de la castra­
ción". Y uno jamás está seguro de contornear esa roca,
de atravesarla y de pasar a otra etapa. Entonces, la
angustia surge ante l a posibilidad de conducir a un
analizante a atravesar esta prueba. Y además, otro
peligro que suscita en él esta angustia es que significa
para él ocupar efectivamente el lugar de objeto.
Hace un momento, al comienzo, hice una primera
definición de la contratransferencia. Decía: "La contra­
transferencia es e l conjunto de los obstáculos imagina­
rios que se oponen al acceso del analista a su lugar". Y
bien; ocupar su lugar de objeto. Se lo puede ocupar de
diferentes modos. Diría que hay tres modalidades de
ocupar su lugar: una es ocupar el lugar del objeto, ha­
ciendo como el objeto, recordando el objeto, haciendo
mimesis del objeto -lo que Lacan llama "semblante del
objeto"-. Esto es hacer silencio. Es el primer modo de
ocupar el lugar del objeto. Y había dicho: hacer silencio
en sí. Sí uno ocupa este lugar de objeto, hay una
posibl idad de interpretación correcta -digamos de in-

150
l.Prpretación, correcta o no es otra cuestión-. Toda in�
h•rpretación es inexacta o incompleta.
Digamos esto: ocupar el l ugar del objeto quiere decir
primera variante- venir a levantar el velo del objeto
a través del silencio, e l silencio en sí de suerte de estar
Pn condición de intervenir a través de una interpreta­
ción.
El segundo modo de ocupar el lugar del obj eto es lo
4ue significa, a partir de nuestra práctica, de nuestro
i;aber, de nuestra teoría, ocupar el lugar del objeto,
alucinándolo. Es decir, ocupar el lugar del objeto no
viniendo a hacer silencio en sí, sino percibirlo incons­
cientemente a través de una percepción alucinatoria de
éste. Es decir percibir alucinatoriamente, mentalmen­
te, con el silencio en sí, el dolor psíquico del paciente,
del otro.
Esas experiencias son a las que Freud se refería como
un contacto inmediato del inconsciente del analista con
el inconsciente del paciente. No se trata de l a comuni­
cación de inconsciente a inconsciente, aunque esto ten­
ga algún valor. No reniego totalmente de esta fórmula,
Lacan tampoco, aunque por otra parte, por momentos,
la critica pero siguiéndola. Uno encuentra, por ejemplo,
una frase curiosa en la cual Lacan reconocía el valor de
una fórmula como l a comunicación de inconscientes.
Pero yo no digo "comunicación de inconscientes". Digo:
es la experiencia de la alucinación como una percepción
inconsciente alucinada del dolor psíquico del paciente.
Esto es, según mi opinión, una manifestación inmedia­
ta del deseo del i nconsciente. Y bien; es eso a lo que el
analista teme. Es eso, ese peligro, lo que lo angustia.
Es ése el peligro que el analista siente, que percibe
como un presentimiento.
Tengo Ja imagen de l a contratransferencia pensando
en el analista como un jugador de tenis. Es simple.
Ustedes tienen a su paciente y al analista; los dos jue-

151
gan al tenis. La pelota es e l objeto. En un momento el
analizante envía la pelota al analista. Como una bro­
ma, pero es una verdad. Si yo tengo ese lugar, me vuelvo
loco, me desintegro, me deshago, y hasta desde el pun­
to de vista psíquico, caigo enfermo. No quiero eso. La
práctica del anáJisis, trabajar como analista, implica
conducir al paciente hasta donde podamos, pero no más
allá, hasta donde toque, exponga mi posibilidad, mi
integridad mental y psíquica. Es el miedo de volverse
loco, sea por el trabajo, sea por e l paciente. Les hablo
así y no sé si pueden oírlo. Ciertamente pueden oír con
la oreja, pero no sé si me oyen -¿me entienden?- desde
el punto de vista de vuestro trabajo. Eso quiere decir
que para que oigan -entiendan- es necesario que lo
que yo digo se lo hayan dicho ya a ustedes mismos. Si
no se han dicho eso, no lo entenderán. Eso es escuchar
a alguien, no es escuchar a alguien que me habla sino
que es escuchar a alguien que me dice lo que ya me he
dicho. Lo que el otro dice sólo viene a repetir, a poner
en relieve, lo que ya he oído decir.
De todos modos, éste es u n seminario sobre la técni�
ca analítica; corresponde a mi lugar hacer ese trabajo
de ensefianza -la transmisión del psicoanálisis- y debo
ir hasta el fin con muchas precauciones. No digo todo
lo que pienso, sépanlo, n o digo todo lo que pjenso o todo
lo que hago. Hay cosas que tendría que decir pero no sé
qué efectos pueden provocar. Pero entiendo que hay
que decir, que formular explícitamente esta problemá­
tica contratransferencial del analista.
En e st e punto me detengo. Hay otras cuestfones que
quedan en suspenso y que retomaré la próxima vez.

152
RESPUESTAS A PREGUNTAS

Efectivamente, hay también autores que consideran


que una versión contratransferencial típica, no sólo es,
simplemente, cometer errores técnicos sino hacer inter­
venciones de tipo sugestivo, o de orden sugestivo. En­
tendemos la sugestión con relación a las conductas
de omnipotencia o narcisistas por parte del analista.
Por ejemplo, lo sugestivo cuando el analista toma el
lugar ejerce el poder que l a conciencia y l a autoridad
acordadas por el analizante le confieren. Y, efectiva­
mente, puede considerarse que las intervenciones de
tipo sugestión son reacciones contratransferenciales, a
condición de que se las haga, que se proceda, sin saber
lo que se hace. Porque allí está la cuestión: resistencia
quiere decir no saber lo que se hace. La resistencia com­
porta siempre una ignorancia, más exactamente hay
resistencia de contratransferencia cuando se trata de
una resistencia de tipo preconsciente. En tanto que la
resistencia de la transferencia es fundamentalmente
una resistencia inconsciente. Entonces, una resistencia
preconsciente -la contratransferencia- sería una suges­
tión que el analista hace sin saber que está operando.
Hay cuestiones interesantes para poder distinguir, a
través de l a sugestión, para poder practicar la diferen­
cia entre psicoterapia y psicoanálisis.

153
VI

Esta noche concluiremos el estudio del problema de


la contratransferencia, abordando más directamente la
cuestión del lugar del analista, cuestión que nos condu­
cirá naturalmente hacia el tema de l a interpretación.
Preparando e l seminario para esta noche -sobre todo
la segunda parte- tuve la impresión de preguntarme,
constantemente, si llegaba a transmitir, a expresar, de
forma más cercano a mi práctica y de modo que ustedes
pudieran hacerla propia, la cuestión del lugar del ana­
lista.
Al reflexionar con relación a ese anhelo, encontré
una cita de Heidegger que expresa muy bien ese sen­
timiento: "Y sin embargo, el que enseña debe algunas
veces hablar fuerte, hasta gritar, y aun gritar, hasta
cuando se trata de enseñar una cosa tan silenciosa como
el pensamiento. Nietzsche, uno de los hombres más
tranquilos y de los más cercanos a la timidez, conocía
bien esta necesidad. Él experimentó todo e l sufrimiento
de estar obligado a gritar".
Y Heidegger termina diciendo: "Por un lado es nece­
sario gritar si se quiere que los hombres [diría, que los
analistas] se despierten. Por el otro [y era mi anhelo

155
esta tarde] no es gritando que el pensamiento pueda
decir lo que él mismo piensa".
Encuentro formidable esta frase de Heidegger, y dice
bien acerca de mi sentimiento al preparar el seminario
de esta noche. Ustedes van a comprender por qué tenía
esa preocupación.
La última vez, habíamos marcado nuestra diver­
gencia de algunos teóricos, en particular los teóricos
anglosajones, que conceptualizan la contratransferen­
cia como un conjunto muy general en el cual incluyen
la totalidad de las actitudes, los comportamientos, cons­
cientes e inconscientes del analista con relación a su
paciente.
Son también los teóricos -algunos de ellos- que acon­
sejan la utilización de esas manifestaciones contratrans­
ferenciales corno un material para comunicar al anali­
zante a la manera de una interpretación.
Nuestra posición es muy diferente.
En primer lugar, no encaramos la contratransferen­
cia en el eje de la relación analista-ana1izante sino que
seguimos otro eje: el de la relación mucho más proble­
mática de] analista con su lugar.
Luego, consideramos que esas manifestaciones con­
tratransfere nciales no eran globales sino netamente
específicas y determinadas, y no eran ya necesariamen­
te la fuente de donde podía nacer una i nterpretación o
una intervención psicoanalítica.
Definimos la contratransferencia como el conjunto de
las producciones imaginarias del analista que Je impi­
den ocupar su lugar de objeto. Y dijimos: ''de objeto
atractor en l a transfere ncia". Digo "lugar de objeto
atractor", pero quiero decir en seguida que Lacan ha­
bría pronunciado el sintagma, ]a expresión "lugar del
deseo del analista". E n cambio de decir "lugar del ob­
jeto atractor", Lacan habría dicho "deseo del analista",

156
expresión que utiliza constantemente a todo lo largo de
su obra después de veinte años, y que nunca a')andonó.
Deseo del analista; insisto siempre sobre esto: no
comprendido en el sentido d e un deseo experimentado
por el psicoanalista, sino en el sentido de un lugar, de
una región, de un punto singular e impersonal en el
seno de l a estructura de la relación analítica.
El deseo del analista es un punto singular, es un
lugar, un punto que nosotros calificaremos de atractor.
1:
1

Y si pensamos en su función de atractor, es un punto


que causa, que atrae, que suscita, que provoca, el desa­
rrollo de la transferencia. Punto que calificaremos,
entonces, hoy como punto de mira.
El punto de mira, si lo pensamos como el lugar del
analista, debe situarse como si fuera lo mismo que ope­
rar como analista. Decimos bien: el lugar del analista
es objeto atractor, si es necesario que se lo piense como
una causa de transferencia.
"Deseo del anali sta" -retomando la expresión de
Lacan- o punto de mira, si queremos pensarlo como
e l lugar donde el analista debe situarse, el ángulo e n
e l cual debe situarse, sí é l está allí donde está para
operar.
¿Qué es operar? Es interpretar, percibir y causar el
inconsciente.
Pero, ¿de qué naturaleza es este lugar del analista,
que su acceso despierta en él las reacciones contra­
transfere nciales? ¿Por qué existe la contratransferen­
cia? ¿Por qué el lugar del analista está presentificado
como un peligro cuya proximidad hace erigir obs­
táculos?
Antes de responder, querría -esquemáticamente­
recordar los tres tipos de manifestaciones contratrans­
ferenciales.
Habíamos dicho que había, a grandes trazos, tres
clases de manifestaciones contratransferenciales.

157

Primero: el saber. El saber considerado como com­


prensión del sentido de las n1anifestaciones del anali­
zante; captación de un sentido siguiendo ciertos fines
que el analista se da; fines teóricos, fines de curación,
de cura, y siguiendo esos fines aplica elecciones, elige,
clasifica el material, escucha algunas palabras y de­
secha otras, ello siguiendo un cierto saber.
La segunda de las manifestaciones contratransferen­
ciales es la pasión. Es decir el amor o e l odio, l a atrac­
ción erótica, por ejemplo, o la aversión sensual, por
ejemplo, el olor. Hay analizantes a quienes no amamos
por su olor, por su prestancia, por su presencia. Hay
reacciones sensibles, sensuales del analista que consi­
deramos corno parte de las reacciones cuntratransfe-
. renciales. .;
Y, finalmente, l a angustia, la angustia que he privi­
legiado la última vez como la expresión más franca,
más dura, diría la más sana, la más madura de la
contratransferencia del analista.
Poco importa cuál de estas tres manifestaciones con­
tratransferenciales aparezca, ya sea que se trate del
saber, de la pasión o de l a angustia; no sólo son obs­
táculos para el lugar del analista, para el acceso al
lugar del analista, sino que son también anuncios, sig­
nos que indican su proximidad.
La errancia contratransferencial -puede decirse que
la contratransferencia es una errancia-, ¿es el signo
cierto de la inmínencia del peligro, o más bien del po­
sicionamiento inminente del analista en su lugar? Y
digo "signo" para explicar que el analista puede presen­
tir que está en el umbral de un acontecimiento. Por
ejemplo, si él percibe que está angustiado: algunas veces
él no percibe que está angustiado sino que percibe que
el analizante lo está y, de hecho, la angustia del ana­
lizante es su angustia, que le es transmitida. Es más
frecuente reconocer la propia angustia en el otro que

158
reconocerla en uno mismo, pese a que se cree habitual­
mente que la angustia es lo que nosotros sentimos.
Muchas veces, la angustia del analizante es la angustia
del analista ubicada, puesta, proyectada en el anali­
zante. Si el analista reconoce en él su angustia o la
reconoce en su analizante -y no digo que toda angustia
del analizante sea su angustia sino que digo que, ya
sea que reconozca su angustia o que la reconozca en su
analizante- puede, en ese caso, considerar que esta
angustia es el anuncio más preciso de la obturación de
s u l ugar, y al mismo tiempo de la apertura de este
lugar.
O sea que, si el psicoanalista, cuando está angustia­
do, se da cuenta de ello, significa que está en camino de
ocupar su l ugar. En otros términos: doy a l a contra­
transferencia no sólo la función de ser un obstáculo,
sino de ser también el signo de la proximidad del acce­
so a su lugar.
Estas tres manifestaciones contratransferenciales son
distintas de otras manifestaciones posibles en el ana­
lista, tales como sentimientos, ideas, imágenes o im­
presiones experimentadas conscientemente. Quiero de­
cir que si vamos a clasificar todo lo que un analista
experimenta o vive en el curso de una cura, diremos
que hay tres suertes de manifestaciones: manifestacio­
nes conscientes, manifestaciones contratransferencia­
les y manifestaciones específicas, el estado específico y
muy particular por el cual el analista reconoce que está
efectivamente posicionado. Es de ese estado particular,
en tanto que el analista está efectivamente en posición
de analista, del que voy a ocuparme ahora.
Antes querría agregar: las manifestaciones contra­
transferenciales se caracterizan por dos cosas. Hasta
ahora hemos dicho que son obstáculos, y son obstáculos
que al mismo tiempo anuncian la proximidad del lugar
o de la ocupación del 1 ugar. Pero esas reacciones se

159
\

caracterizan aun por dos elementos. Primero, se trata


de manifestaciones preconscientes en el sentido de que
el practicante puede, en principio, develadas por sí mis­
mo, sin la intervención de ninguna interpretación. Lo
hemos dicho la última vez: ante la contratransferencia
el analista está irremediablemente solo. Segundo: el tra­
zo específico de las manifestaciones contratransferencia­
les consiste en su cualidad imaginaria. Cuando se trata
de la angustia, del saber o de la pasión, la contratrans­
ferenci.a es la expresión de una sobreinvestidura libidi­
nal de la imagen narcisista, o más exactamente una
sobreinvestidura de la imagen especular constitutiva del
yo del analista. Es lo que Lacan escribe con la fórmula,
el signo algebraico i(a); "i" es la imagen que rodea al
objeto a . Ésta es la imagen que está sobreinvestida en el
caso de las manifestaciones contratransferenciales, se
trate de la angustia, de l a pasión o del saber.
Ahora entramos en la cuestión que me parece la más
importante, y lo hacemos con esta interrogación: ¿por
qué la contratransferencia consiste en esta sobrecarga
de libido llevada sobre la imagen? ¿Por qué el saber, el
amor o l a angustia están falicizados, libidinizados? ¿Por
qué están sobreinvestidos? ¿Por qué la contratransfe­
rencia es la sobreinvestidura de i(a)? Aquí reencontra­
mos la interrogación de hace un momento: ¿por qué
p
ocu ar su lugar para el analista es tan raro y difícil?
¿Por qué este lugar es sentido consciente o inconscien­
temente como un peligro? ¿Qué tiene este lugar, en qué
consiste que hace que dudemos, que nos cueste tanto
llegar allí?
Advierto que no haremos en este momento las distin­
ciones que s e han hecho en otras instancias, como por
ejemplo, no nos ocuparemos específicamente de hacer
la diferencia entre inconsciente y goce. E n todo caso, lo
retomaremos e n el debate.
Tratando de responder a estas cuestiones que les

160
acabo de plantear hace un momento, quisiera avanzar
una tesis que necesita ser verificada en nuestra prác­
tica y corroborada teóricamente. Es una proposición
general que muchos de ustedes conocen y que llamo
"
"formación de objeto a . He aquí mi respuesta a esta
cuestión: ¿por qué el lugar del analista es raro, difícil
en tanto acceso?, ¿por qué es sentido como un peligro?
He aquí mi respuesta: las reacciones contratransferen­
ciales -es decir la sobreinvestidura del yo- aparecen
cuando el psicoanalista está al borde de producir un
salto, de cumplir un desplazamiento brusco y fugaz entre
una realidad psíquica de dominancia imaginaria, orga­
nizada alrededor del yo, y bajo la égida de la referencia
fálica, y salta a otra realidad psíquica fuera del yo, una
realidad de dominancia pulsional, es decir de dominan­
cia de goce, de dominancia del objeto a. Es por ello que
yo la sitúo c01no una formación del objeto a. Se trata de
una realidad psíquica organizada de otro modo que la
realidad de dominancia imaginaria, un a nueva reali­
dad psíquica organizada alrededor de la ausencia de la
referencia fálica. El mecanismo productor de esta nue­
va realidad es la forclusión. Así, cuando el psicoanalis­
ta ocupa su l ugar, su realidad psíquica cambia y se
estructura como otra realidad, sin componentes yoicos.
Una real idad al costado del yo, una realidad paralela al
yo, una realidad para-yo, y para j ugar con la palabra,
cosa que no hago habitualmente, en lugar de llamarla
una "realidad paranoica", la llamaría una realidad
"parayoica".
¿Qué q ucremos decir? Queremos formular, del modo
más riguroso, esa conjunción particular que se ordena
en tanto el psicoanalista se sostiene como analista; es
decir, ¿cuáles son las condiciones subjetivas, particula­
res,necesarias, para que el psicoanalista logre ubicarse
en el punto de mira, desde donde pueda escuchar y
percibir el inconsciente del analizante? Mi pregunta es

161
ésta: ¿en qué condiciones subjetivas estamos para po­
der ubicarnos e n e l ángulo que hace que podamos alo­
jarnos en la posición para escuchar, percibir y causar
el inconsciente del analizante? ¿En qué punto de mira,
en qué ángulo, en qué eje , debemos situarnos? Dire­
mos que el punto de mira en el cual el analista debe
situarse para operar es idéntico a su nueva realidad
producida por forclusión. Para destacar bien esta
identidad entre el punto de mira y el cambio que debe
tener lugar en él, habrá una doble modificación: en
primer lugar un desplazamiento de los lugares y un
cambio de estructuras. El cambio de estructuras subje­
tivas es idéntico al desplazamiento a un nuevo punto
de mira , o un solo punto de mira donde situarnos para
tratar las manifestaciones del inconsciente de m i ana­
lizante. A ese punto, que es idéntico a la nueva rea­
lidad en el analista, es decir a esta realidad que yo
llamo "parayoica", lo llamo, a su vez, "punto de mira
parayoico". ·

Digamos, entonces, que el analista no está verdade­


ramente disponible para la escucha. Quiero decir que
el analista no alcanza verdaderamente a transformar
los derivados inconscientes de su paciente, a transfor­
marlos en una interpretación o en una percepción alu­
cinada, más que a condición de abandonar, de separar­
se, de abandonar su yo, de hacer callar en él -como diría
Lacan- las ambigüedades, las equivocaciones y los erro­
res del discurso intermediario, para abrirse al fin a la
cadena de las verdaderas palabras. Esto s e encuentra
e n el texto que les he pedido que lean, "Las variantes
de la cura tipo".
El aüo pasado empleé un término que tuvo cierto
eco, al menos entre algunos de ustedes , fue "hacer si­
,
lencio en sí '. No encontré mejor forma para decir lo que
tenía que decir y hoy lo retomo bajo otra forma.
¿Qué significa "hacer silencio en sí"? ¿Qué significa-

162
ría "hacer silencio en sí" sino en primer lugar negar,
abolir el sí-mismo, dejar disolver la imagen especular,
la i(a)? La manifestación contratransferencial era una
sobrecarga, "hacer silencio en sí" es una supresión, un
debilitamiento, un dejar disolver la imagen especular
i(a). Esto es "hacer silencio en sí": negar el sí-mismo,
dejar disolver la i(a) y suprimir sólo durante un instan­
te los diversos soportes constructivos de nuestro yo, a
saber: el tiempo, el espacio, los otros, y en particular
todo alcance del ideal, todo obj�tivo en el horizonte,
todo sujeto supuesto saber que habitualmente garanti­
za l a e1ección por la cual procedemos en tanto el psicoa­
nalista está sentado en su sillón y cree escuchar a su
anal lzante.
El tiempo, el espacio, y todo lo que apunte al ideal,
son los componentes constitutivos del yo que es necesa­
rio suprimir, abandonar durante un instante: el instan­
te de hacer silencio en sí. Hacer silencio en sí significa
que, espacialmente, estamos fuera de nosotros, exilia­
dos del yo, o -para retomar el bello título de un libro
reciente escrito por una amiga- somos extraños a noso­
tros mismos. Somos extraños a nosotros mismos sin, no
obstante, estar con el otro -mi semejante, es decir mi
analiz ante-. Ni tampoco con el Otro, el gran Otro,
garante de la verdad. No estamos ni solos ni con los
otros, estamos sin nadie más. Y al estar sin nadie más,
somos objeto. Estoy allí donde no hay yo; estoy allí
donde no pienso; estoy allí donde no hay Otro , ni el
pequeño otro ni el gran Otro. Eso espacialmente. Tem­
poralmente, no tenemos conciencia de la duración; el
lugar del analista -al hacer silencio en sí- sólo lo ocu­
pamos en la brevedad fulgurante de un relámpago.
Acabo de definir el silencio en sí por la negativa.
Acabo de decir lo que es necesario suprimir, como si el
silencio en sí, el lugar del analista, el punto de mira
fuesen una comarca despoblada de imágenes y ruidos,

163

\
una región casi desértica y vacía. Como s� hacer silen­
cio en sí fuera el vacío, en tanto que, al contrario, se
trata de un lugar inédito, poblado, rico en producciones
psíquicas nuevas y condensador de una gran carga li­
bidinal que llamamos en psicoanálisis "goce" u "objeto".
Un lugar, un condensador de una gran carga libidinal,
que tiene el poder de atraer, de concentrar alrededor de
él, el desarrollo de la transferencia.
Algunas cuestiones, diferentes cuestiones que hemos
abordado, diferentes aspectos, me han planteado: ¿exis­
te una diferencia entre ocupar el lugar del objeto y el
ser del psicoanalista?
Esto me recuerda una frase de N acht, psicoanalista
francés ya fallecido, que pertenecía a l a Sociedad Psi­
coanalítica de París, alguien que hizo mucho por el
psicoanálisis y que, al mismo tiempo, tenía tamb_ién
una posición crítica, m utuamente crítica, con relación a
Lacan. Muchas afirmacjones de Nacht fueron objeto de
críticas severas por parte de Lacan, y críticas sin men­
cionar que se trataba de Nacht. Lacan, en general, cuan­
do criticaba, no nombraba a quien criticaba. Nacht tenía
una fórmula que era simple y que había hecho época:
"El psicoanalista no actúa por lo que piensa o por lo
que hace o por lo que dice; actúa por lo que es"; es decir
que actúa por su ser. Un mal lector de Lacan habría
· dicho que éste estaba enteramente contra esta fórmula,
que la rechazaba completamente, etc. Si ustedes obser­
van lenta, minuciosamente, el modo como Lacan hace
el comentario de esta fórmula, en particular en el semi­
nario sobre la transferencia, verán que la critica seve­
ramente, pero al mismo tiempo dice: "Esta formula dice
algo justo; dice algo justo pero lo dice mal, de mal modo".
Tengo, de alguna manera, la misma impresión que La­
can, creo que hay algo justo pero mal dicho. ¿Por qué
mal dicho? Porque si el analista actúa por su ser, es
decir por lo que él es, perdemos toda la riqueza de las

164
1

variaciones y de las particularidades inherentes, intrín-


secas a la experiencia analítica misma. Se llegaría a
posiciones tales que habría analistas que están desti­
nados a ser analistas y otros que no lo están. Yo tam­
bién creo eso, lo dije la última vez; creo que, efectiva­
mente, hay analistas que son más aptos para el trabajo
de análisis que otros. Pero no es una cuestión de ser, no
es una cuestión de lo que es; es una cuestión de si él
llega, con lo que es, a ubicarse en el eje, en el ángulo
al cual debe IJegar si puede, para percibir, pensar y
tratar los derjvados inconscientes de su paciente. No es
una cuestión de lo que soy, es una c uestión de si lo que
soy me permite abandonar mi yo, por un instante, y
anibar a ese lugar. Lo que se juega en el análisis no es
el ser del analista, es el lugar en el cual es necesario
que se instale. Si se instala, escucha, percibe y causa la
cura.
Alguien me dijo hace un momento: "Hacer silencio en
sí, ¿es también impedir la voz?". Si uno llega a desem­
barazarse de la impresión del espacio -la que, por ejem­
plo, tengo ahora al hablarles-, si llega a desembarazar­
se de las imágenes de los otros, si llega a desembara­
zarse del hecho de buscar cosas, de decirse que está allí
para algo particular, para lograr fines, objetivos, si lle­
ga a no pensar en los colegas que están allí -mientras
estoy sentado en mi sillón ellos están en su consultorio,
la comunidad de los analistas-, si uno llega a desem­
barazarse de sus ideales analíticos, de sus fines, de sus
garantías, de esta teoría analítica que ensayamos, pese
a todo, construir y corroborar, hacerla rigurosa, si uno
l lega, entonces, a esa etapa particular de escucha que
yo llamo "hacer silencio en sí", entonces dejamos venir
una voz. Y creo que la voz que vendrá es una buena
voz, será una voz presta a transformarse en i nterpre­
tación.
Otra cuestión es el problema de] punto de mira -al-

165
\

guíen me hacía destacar que l a expresión "mira" evoca


la mirada y, en consecuencia, las imágenes. Convengo
en que el punto de nlira puede evocar eso; tomo esta
expresión "punto de mira" de la teoría de la perspectiva,
por la cual me incliné, relativamente, durante mi semi­
nario sobre la mirada hace tres años. Hemos trabajado
el problema de l a perspectiva y efectivamente hay un
ángulo de perspectiva, hay un punto donde el sujeto
debe ubicarse para que la perspectiva, el punto de fuga,
aparezca en el horizonte. Si yo me ubico a la izquierda,
no hay punto de horizonte; si me ubico a la derecha no
hay punto de horizonte. Si me ubico en un cierto punto
muy preciso, en ese ángulo habrá punto de fuga e n el
horizonte. De otro modo no lo habría. Y fue pensando
eso que utilicé la expresión "punto de mira"; respondí
a esa persona y de hecho es por eso que se me ocurrió
l a expresión que me parece más agradable, más justa
también, de "el punto parayoico", para recordar que si
ustedes csLán instalados en ese punto hay una conno­
tación paranoica, psicótica.
Se me ha preguntado también a propósito de la in­
tuición. Se me dijo: "Lo que usted dice evoca la intui­
ción". Dejo la respuesta a esta cuestión para el final
de mi exposición, en tanto que, efecti vamente, el pro­
blema de la intuición puede plantearse de manera más
cercana.
Hace un momento, definía el silencio en sí por la
negativa, como si fuera una comarca despoblada, un
desierto. Y les digo que no; es un lugar rico, es un lugar
pleno, e s un lugar condensador de una alta carga libi­
dinal. Y al hablarles como lo he hecho hasta aquí, he
debido dejar deslizar un malentendido que ahora me es
necesario co1Tegir. Ustedes han comprendido -porque
yo lo planteaba así- que están el analizantc y el Ana­
lista -con "A" mayúscula-. Está el analizante, está el
Analista, y tenemos aqu1 en ese entrecruzamiento,

166
el lugar del analista. Habr4n comprendido que estaba
de un lado el psicoanalista, su persona, su yo, y del
otro, el lugar al cual está asignado, lugar que hemos
nombrado de diversos modos. Tenemos: lugar del obje­
to atractor -que es la expresión que utilizamos el año
pasado-, lugar del objeto a -es una expresión consagra­
da en l a teoría lacaniana-, lugar del deseo del analista
-también un modo lacaniano de nombrarlo-. Y ade­
más, hoy, para remarcar muy bien el desplazamiento
que se produce, lo hemos llamado "punto de mira
parayoico desde donde puede operar". Lugar , entonces,
que el analista puede ocupar o no y desde donde está
en condiciones de recibir el inconsciente o el goce de su
analizante. He aquí el esquema, la lógica implícita en
mis propósitos hasta ese punto. Pero de hecho es falso,
o por lo menos no es totalmente de ese modo.
Con mayor precisión: ese lugar no es un lugar. Ese
lugar del analista no es un lugar ya, allí, a la espera de
recibir un ocupante. Este lugar se produce en tanto un
analizante dice y en tanto un analista hace silencio en
sí para escucharlo. Es decir que e] lugar del analista es
un producto común al analizante y al analista, es un
producto común que se desprende, que emerge, que
surge en tanto el paciente habla, porque es necesario
que él hable de un cierto modo, y surge cuando el pa­
ciente habla, entonces, con una cierta palabra, y en
tanto el analista lo oye haciendo silencio en sí. Con
esas dos condiciones se crea el lugar del analista. Estoy
obligado a dj stinguir: está el analista, está el lugar,
para que ustedes acepten l a idea de que es necesario
un cambio de lugar y u n cambio de las estructuras
subjetivas psíquicas. Pero de hecho, hacer silencio en
sí, es decir cambiar esta estructura subjetiva, significa
desplazarse. Si escuchamos las palabras del analizante
como la expresión de alguien que nos habla, entonces
no escuchamos, no oímos absolutamente nada.

167
\

Entonces, ¿cuándo escuchamos? Escuchamos cuando


formamos parte del goce vehiculizado, producido, im­
plícito en el dicho del análizante. El analista no puede
oír y percibir el inconsciente más que en la medida en
que, de alguna manera, él ya forma parte de aquél.
Esto es lo que importa decir hoy. En una palabra, y allí
quería l legar: es necesario pertenecer momentáneamen­
te al inconsciente para escuchar el inconsciente, es decir
para interpreta-x:lo .
Repito: es necesario pertenecer momentáneamente
al inconsciente para escuchar e l inconsciente. Y es ne­
cesario crear el goce, formar parte del goce, percibir el
goce, es decir alucinarlo.
Freud -y otros autores después que él- h ablaron de
ese encuentro íntimo entre el dicho y la escucha del
dicho tal como acabo de mencionada hace un instante.
Lo teorizaron con la expresión que también hizo época:
.
comunicación entre inconscientes. En primer lugar, l a
utilizaba Freud; muchos autores también l a utilizaron
-por ejemplo, Melanie Klein-: comunicación entre el
inconsciente del paciente y el del analista. No recuso
es ta fórmula.
He aquí donde encontramos a Lacan y me di rijo a
sus lectores. Si ustedes preguntan a] lacaniano que lee
mal a Lacan, qué opina de esta fórm ula, dirá: "Lacan
está completamente en desacuerdo''. Les digo nueva­
mente, como hace un momento para la fórmula de
Nacht, que Lacan es mucho más matizado, mucho más
fino, mucho más elegante y preciso; é l dijo: "Esta fór­
mula es justa en ciertas perspectivas y es falsa en otras".
Siendo así, repito: esta experiencia de escuchar el dicho
y formar parte del goce vehículizado por ese· dicho,
escuchar e l dicho haciendo silencio en sí, podría ser
formulada con la expresión ya consagrada de "comuni­
cación entre inconscientes". Hoy admitirán conmigo que,
en lugar de decir "comunicación entre inconscientes",

168
puede muy bien admitirse que no hay tránsito sino
más bien producción común de un solo inconsciente y
de un solo goce en juego en l a relación analítica. Eso ya
lo h e afirmado, desarrollado, demostrado en otros tex­
tos. No vuelvo allí. Algunos de ustedes conocen la tesis
que sostengo: que no hay dos inconscientes en un aná­
lisis; no hay más que uno solo, que es un inconsciente
del acontecimiento, en tanto se produce a partir de un
acontecimiento; es un inconsciente idéntico a la rela­
ción transferencia!. Preciso hoy que este inconsciente
único se produce e n tanto el analizante dice, crea el
lugar del goce, e l analista hace silencio en sí, se ubica
en el l ugar que le está asignado, se pone en el punto de
mira parayoico, crea también ese lugar y forma parte
de él. En vez de decir "tránsito, comunicación entre
inconscienteslt, prefiero enunciar una fórmula, para mí
l a frase más importante para decir hoy: "Es necesario
pertenecer mamen táneamen te al inconsciente para es­
cuchar el inconsciente; es necesario crear y formar parte
del goce para percibir el goce". Quiero decir escuchar el
inconsciente = interpretar; percibir el goce = alucinarlo.
Acabo de distinguir: escuchar el inconsciente y percibir
el goce. Acabo de decir eso: percibir. el goce, escuchar el
inconsciente. Pero de hecho, si existiera, verdaderamen­
te, esta pertenencia del analista al inconsciente o, al
goce, e l hecho de haber escuchado, de haber percibido,
haber oído y haber visto, son allí una sola cosa. Escu­
char y mirar en esas condiciones precisas, en ese mo­
mento preciso, son cosas idénticas. No hay diferencia.
Esta pertenencia del analista a la dimensión del
i nconsciente o a la dimensión del goce implica varias
cosas.
En primer lugar un dolor y un duelo. Un dolor y un
duelo que la contratransferencia tiende a evitar como
el peligro presentido por el analista bajo l a forma de un
saber, de una pasión o de 1 a angustia. ¿Qué dolor y qué

169
\

duelo? El dolor, no siempre vivido ni sentido, provocado


por la violencia de un cambio forclusivo de la realidad
psíquica. Ese cambio de punto de mira hace mal or­ p
que implica un cambio de la realidad psíquica, una
violencia ejercida a mi realidad. Y además el duelo,
¿qué duelo? El duelo por perder momentáneamente su
imagen especular constitutiva de su yo; es decir, el duelo
de olvidar su yo. Lacan, y otros autores también, ha
aproximado, a menudo, el deseo del analista -es decir
el lugar del analista- y el duelo. Diría que esta aproxi­
mación es justa a condición de comprenderla, al menos
hoy, como el duelo del yo. El deseo del analista puede
ser centrado alrededor del duelo del yo. Esa aproxima­
ción también puede plantearse en términos de límite.
Quiero decir que cuando el analista se instala en ese
punto de mira parayoico, en ese lugar de la disponibi­
lidad, de la �isposición, de l a buena posición, se impone
una relación diferente con el límite. Ya no hay límite
fuera/dentro, i nterior/exterior, antes/después, pero hay
otro límite: hay un límite entre el nosotros y lo real.
Está el nosotros y el enigma de lo real. En una palabra:
hacer silencio en s í significa que el psicoanaHsta se
pliega, acepta, admite, verdadera, dócilmente y conven­
cido -no mentalmente, no racionalmente, sino psíqui­
camente- que el límite de la experiencia analítica es
realmente un misterio, es realmente un enigma con el
cual debe contar si quiere trabajar como tal.
Quisiera terminar, pero antes querría explicitar e
insistir sobre algunos aspectos que pude dejar e n la
sombra en mis propósitos y llegar a dos ejemplos.
Dijimos bien: este lugar del analista no se excava, no
se hace, no se produce más que bajo la condición de que
haya una emisión, un dicho de parte de] analizante y
un hacer silencio en sí del analista. Pero ocurre algu­
nas veces que ese hacer silencio en sí es el resultado de
una concentración -quiero decir de una consolidación

170

voluntaria por parte del analista para llegar allí-. Y


otras, por el contrario, es espontáneo.
Si hay una consolidación voluntaria por parte del
analista, quisiera que ustedes entendieran ese silencio
en sí como un lugar de espera activa, el lugar de la
espera; una espera que es necesario no confundir con la
idea de una esperanza e n e l sentido de buscar una
promesa, de alcanzar un fin. Una espera que es nece­
sario no confundir con la del temor en el sentido de
tener miedo de una amenaza que se dirige hacia noso­
tros. Ni tampoco confundirla con una espera pasiva,
nihilista. Esperar, ser, hacer silencio en sí y esperar,
quiere decir buscar el objeto en todos lados, buscar con
la mirada Jo que aún no fue percibido. Buscar lo no
percibido que aún se oculta. O bien, si se piensa en la
audición: buscar en el dicho del analizante la materia­
Jidad erógena de la voz que sostiene su decir. Ese lugar
de espera, ese lugar de hacer silencio en sí como una
consolidación voluntaria -insistcr ocurre y es posible.
Eso depende de muchos factores: depende de la for­
mación que el analista ha tenido, depende de su aná­
lisis, depende mucho de su control, y depende de su
ejercicio -quiero decir de ejercitarse en trabajar con
este espíritu, con esta visión de las cosas, con este modo
de concebir l a escucha del inconsciente.
Algunas veces el analista está forzado, propulsado,
literalmente propulsado, forzado pese a él o violenta­
mente conducido, a ocupar este lugar. En etie caso, el
analista se oye decir al analizante una palabra que va
más allá, que supera el contexto del relato explícito del
analizante. O también se ve experimentando una per­
cepción visual errática, lo que podría llamarse una in­
tuición visual. Pero allí está claro que él está profunda­
mente sorprendido. No es l a sorpresa de una emergen­
cia de una formación del inconsciente, no es la sorpresa
de un lapsus; es más que una sorpresa. Está desarma-

171
\

do y entonces puede ser que se esfuerce por ll egar a ese


estado, a ese punto de mira de hacer silencio en sí, a
ese punto de mira parayoico, o bien que sea impulsado.
Tengo dos ejemplos: el de un caso en el cual el ana­
lista debe esforzarse, o donde el analista debería esfor­
zarse, y otro ejemplo, esta vez extraído de la literatura
-y es con él que voy a concluir-, donde Rilke describe
una experiencia que se le impone, una experiencia vi­
sual .
Tomemos el caso de un analista; me habla en con­
trol . Se trata de una madre, de una paciente que era
una madre, que lo consulta a raíz del drama de haber
perdido a su hijo algunos meses después de su naci­
miento por lo que se llama muerte súbita de un lactan­
te. Esta· mujer está en análisis desde hace tres años.
Bien entendido, aparece con frecuencia el problema de
la culpabilidad. Estamos en un período de su cura en
el cual ella anhela tener un segundo hijo. Y duda acer­
ca de tener ese segundo hijo o no. Si eJla tuviera otro
hijo, él -ese segundo hijo- mataría una segunda vez al
niño ya muerto. Y si ese niño nace, no sólo va a matar
al niño muerto, sino que ella misma va a matar]o por
segunda vez también.
El analista me hace conocer una sesión y, en e] de­
curso de esas sesiones, él le enuncia una interpretación
que ambos admitimos que fue una interpretación ina­
propiada. Fue un error; fue una interpretación inapro­
piada que la paciente rehúsa o ante la cual muestra
una profunda indiferencia.
Pensando en los fantasmas de la paciente, de querer
tener un segundo hijo que no debería existir para no
borrar el recuerdo del primer bebé muerto, del lactan­
te, el analista le dice que, finalmente, su deseo ante
esta alternativa es querer pernianecer eternamente
encinta, es decir guardar un niño en su vientre, pero no
darlo a luz, no hacerlo nacer. En el control el analista

172
dice: "Pero tengo l a sensación de que eso no tenía lu­
gar, no correspondía, que mi palabra se deslizó". Y se
convino en que esta interpretación era una interpreta­
ción enchapada. Y al discutir con el analista, se me ocu­
rrió que estaría enchapada porque el analista no sabía
--no sabía en el sentido del punto de mira parayoico- no
sabía qué es para una mujer tener un niño en s u vien­
tre. Bien entendido, se trata de un analista hombre.
Pregunta: un analista hombre, ¿puede saber lo que
siente una mujer cuando ella tiene un niño en su vien­
tre? Es posible que él pueda sentirlo, que pueda saber­
lo. No es seguro. Yo diría que él podría saberlo si le
ocurre, escuchando a su paciente -quizá no necesaria­
mente en esa sesión- hacer silencio en sí y sentir el
útero pleno de una mujer, pero sentirlo no en el cuerpo,
sentirlo en la cabeza, en los ojos, en las orejas, como si
fuera la cabeza que experimenta psíquicamente la sen­
sación corporal de estar encinta, y de estarlo para la
·

eternidad.
Digo que esto es posible, no e s seguro. En todo caso,
le sugerí -y lo trabajamos juntos- ejercitarse, entre­
narse, ponerse a ensayar y colocarse en ese lugar en el
cual intentaría hacer trabajar su realidad psíquica hasta
tener esta percepción visual, sonora, mental, poco im­
porta, de lo que es la sensación física de una mujer
encinta. Podría ocurrir que si el analista hombre llega­
se a eso, no fuera ésa l a interpretación que haría. Si
ustedes me preguntasen qué interpretación haría, no lo
sé. Sería necesario para que les respondiese que yo
escuchase a esa paciente y que me ejercitase en estar
en ese estado, en esas condiciones de las que les he
hablado hoy.
Último ejemplo; es un ejemplo evocador, no clínico,
pero lo encuentro muy bello, sobre todo, muy bien es­
crito. Se trata de Rilke, quien relata -es el diario que
él lleva- que está en París, se pasea por la calle y
.

173
\

escribe lo que le ocurre. Habla de un rostro, habla de


ese rostro de un modo formidable; hay autores que
hablan del rostro como no conozco otros; está Levinas
-es estupendo cómo habla del rostro- y e l rostro es
esencial -lo digo algunas veces- para ir a la búsqueda
del paciente a la sala de espera. El rostro, en ese mo­
mento, cuando ustedes van a buscar a su paciente a la
sala de espera, equivale a toda una sesión.
Hablando de los rostros, Rilke dice que hay rostros
que se conservan y hay rostros que cambian. Dice:
"Ocurre también que el perro haga rostros . ¿Por qué
no?". Un rostro es un rostro. Y dice: "Hay otras perso­
nas que cambian de rostro con una rapidez inquietan­
te; ensayan uno después del otro y los usan. Parece que
debieran tenerlos para siempre, pero apenas alcanzan
l a cuarentena -es su idea- he allí el último. Este des­
cubrimiento comporta claramente su tragedia. No es­
tán habituados a dominar los rostros. E l último es usado
después de ocho días, agujereado en algunos lugares,
delgado como un papel. Y después poco a poco, aparece
el doblez, e l no-rostro y salen con él". La escena de l a
cual quería hablarles e s ésta: "La mujer estaba entera­
mente doblada sobre sí misma, sobre sus manos. Era
e n e l ángulo de la calle Nótre Dame des Cham ps. Des­
de que la vi, me puse a caminar suavemente. Cuando
la gente pobre reflexiona, no se los debe molestar; qui­
zá terminen por encontrar lo que buscan. La calle Nótre
Dame des Champs estaba vacía. Su vacío perturbaba,
retraía mi paso por debaj o de mis pies y repercutía con
él al otro lado de la calle, como un zueco. La mujer se

aterró, se arrancó de sí misma demasiado rápido, de­


masiado violentamente, de suerte que su rostro perma­
neció entre sus dos manos. Podía verlo al1í y ver su
forma horadada. Me costó un esfuerzo inusitado per­
manecer en esas manos, no mirar lo que de ellas se
había despegado. Temblaba por ver así un rostro del

174
adentro", y termina: "Pero tenía aún más miedo de la
cabeza desnuda, descarnada, sin rostro".
No sé si me han seguido, pero es extraordinario ver
la percepción de este hombre. Hace un esfuerzo, se
violenta para percibir eso. No está loco, es u n arte
escribir como él lo hace, y sobre todo pienso, no se trata
allí del arte de haber escrito, n i del estilo para escribir:
es el arte de haber percibido. Diría que él escribe así
porque puede percibir así. Ahí tienen el ejemplo de lo
que es una percepción por la cual el analista sería
propulsado, conducido, impulsado a recibir, a acoger, a
tratar el inconsciente y el goce del analizante. Eso es lo
que tenía que decirles hoy.

RESPUESTAS A PREGUNTAS

Es justo lo que usted dice, y es uno de mis constantes


anhelos -y lo digo constantemente cuando puedo- es el
constante anhelo de los efectos que puede tener lo que
decimos aquí. Pero no sólo en mi seminario, sino en
toda palabra relativamente pública. Y cuando decía que
esta tarde me sentía muy mal al buscar constantemen­
te el modo más apropiado, el más justo para transmi­
tir, mi dificultad no era la de poder decir lo que tenía
en la cabeza, era la de ponerme en el lugar de m i in­
terlocutor para atemperar los efectos que pudiera tener
esta palabra. Eso es, en primer lugar, para que sepa
que , efectivamente, era mi anhelo. Segunda distinción:
ocurre un fenómeno muy extraordinario -en todo caso
puede ser una dificultad-, que es cuando se quiere de­
finir lo más exactamente posible, lo más rigurosamente
posible, el no contentarse, como yo mismo lo he hecho
en otros tiempos con la tonalidad lacaniana. Lacan lo
dijo mil veces: el analista debe ocupar el lugar del sem­
blante del objeto a. Y yo mismo, en una época en la

175

cua] eso no era aún escuchado, l o decía. Ahora está


entendido, archientendido, y no se sabe qué quiere decir
"estar en el lugar del objeto an. Y mi anhelo hoy -y
justamente todo el desarrollo de la contratransferencia
va en ese sentido- era precisar l o más rigurosamente
posible en qué consiste, exactamente, ese "ponerse en
el lugar del objeto". Y ocurre que, por el anhelo, por el
tono, por el impulso de mi explicación, o de mi posición,
de rni exposición, ocurre que, a veces, hay un tono un
poco imperativo. Uno debe ponerse en el lugar; lo com­
prendo, es quizá no demasiado bueno. Seguro. Pero se
me hace difícil, de otro modo, hablar para poder ser
muy preciso. Es, quizás, una elegancia en la exposición
que aún no he alcanzado, pero pienso que se tornará
posible. Si, quizás, escribiera este texto, sería más atem­
perado; quizá. No pondría el "debe"; pero está bien su
intervención porque permite excluir algo; por otra par­
te Jo había borrado l a última vez al decir: "Tengo cosas
que decir, las digo; gracias a Dios no todo el mundo las
escucha. Aquellos que las escuchan son quienes ya han
oído lo que yo decía. Aquel que escucha ya ha entendi­
do lo que digo". ¿Lo ha entendido cómo? Lo ha enten­
dido aproximativamente, lo ha experimentado frágil­
mente, lo ha experimentado fugazmente; es aproxima­
tivo. Algo ha ocurrido que hace qt�e mi palabra lo nom­
bre. Finalmente, lo que hace una palabra como la de un
seminario, és nombrar lo que ya existe. Es una enorme
dificultad. Es también -¿por qué no pronunciar la pa�
labra?- es una enorme. responsabilidad y al mismo tiem­
p9, hay una profunda modestia al hacerlo. Es una mezcla
difícil, un equilibrio difícil entre esas tres cosas, en tanto
nombrar hace existir lo que ya existía. Es por eso que
la última vez dije: continúo, es necesario que avance;
aquellos que oyen mal, es quizá su momento. Espero
que l l egarán a entender de otro modo. Y aquel1os que

176
oyen bien, es porque ya han entendido lo que les es
dicho.
Eso ocurre, por otra parte, como con el analizante. El
analizante no está presto a entender una interpretación,
salvo si ha oído ya la otra que está en vías de decirse.
El analista no hace más que materi alizar con sonidos y
con una palabra lo que el otro, en silencio, sin saber, ya
se había dicho.
Esto acerca del término "interpretación" que será e l .
tema de los dos próximos seminarios.
(...]
Ex iste -voy a utilizar la expresión que considero la
mejor- una consolidación voluntaria de hacer silencio
en sí. Quiero decir que sé que en esta consolidación
voluntaria, esta instalación voluntaria esforzada para
ponerse en el punto parayoico, paranoico, es como si el
analista crease ese estado, como si forzase ese mecanis­
mo forcl usivo. No puedo ir más lejos. E l hablar de
mecanismo forcl usivo implica que algo se produce por
el resultado de un desencadenante, en tanto que, como
lo hemos dicho, la psicosis, y en pa rti cular la forclu­
sión, no son más que la respuesta a un llamado. Puede
dec irse que el analizante habla de tal modo que llama.
Pero eso sería espontáneo; creo que es el caso de Rilke.
Ri lke camina por la calle de N6tre Da me des Champs
en si lencio, oye el resonar, y para él el ll ama do es el
hecho de que la mujer actúe violentamente. Es ese gesto
de levantar la cabeza lo que constituye el llam ado , lo
que hace que Rilke, e n un momento, perciba lo que
percibe. El caso es diferente cuando le digo a ese an a ­
lista: "Esfuércese en concebir, en alucin ar , en percibir
la sensación física de un útero pleno". Allí es como si se
dijera que se fuerza l a constitución de una realidad
producida por la forclusión. Quizá sea la p a l abr a del
analizante, quizá sea una palabra en él que se fuerza
a entender, que lo conduce eventualmente a esa posi -

1 77
ción. Insisto en que no es necesario que se constituya
un superyó a la inversa, es necesario que sea una puesta
en guardia atemperada- insisto: eso de lo que habla­
mos, esa instalación en ese lugar, sólo es posible raras
veces , es muy difícil-. Y para los analistas es necesaria
una cierta práctica, una cierta madurez en l a experien­
cia, para conocer y experimentar este modo de tratar e l
inconsciente. ¿Es l a única manera? ¿Es el mejor modo
superyoicamente hablando? Yo diría que si retoman el
conjunto de los textos de los analistas -el conjunto- y
por otra parte, un excelente texto que hemos trabajado
en el marco de los seminarios restringidos que algunos
colegas han presentado y que es el texto de Annie Reich,
donde ella hace toda una revisión del concepto de con­
tratransferencia, verán que muchos analistas hablan e
insisten sobre ese tipo de percepción; lo que ellos lla­
man l a "comunicación de inconscientes", la "empatía",
el "insight". Cada uno le da un nombre diferente; en­
cuentro que todos conservan esa vertiente anglosajona,
norteamericana, que hace que se sienta un poco frío,
técnico. No se ve funcionar al analista. Pero quiero decir
que es una experiencia rara, difícil. Es necesario que
ella advenga, pero también es necesario un ejercicio,
un entrenamiento, una práctica. Y, en particular, en­
cuentro que es una práctica saludable de la escucha de
los pacientes, tener que transformar las palabras, ejer­
citarse en transformar las palabras poniéndose en ese
estado que yo llamo "hacer silencio en sí", a falta de un
término mejor.
É sta sería la representación figurada del goce común
a los dos. El goce es, en buen lacaniano, excéntrico

como todo objeto. E l objeto a es excéntrico; es exterior


a l a relación. Es a ese lugar donde el analista debe
llegar para poder interpretar y percibir. Eso quiere decir
que si el analista hace silencio en sí, crea el lugar del
objeto. Digamos que si el analizante dice, se "crea el

178
Jugar del objeto", y si e! analista dice, oye, escucha -como
lo hemos definido- haciendo silencio en sí, él constituye
de modo compartido el lugar de un objeto común. Has­
ta alJf está bien. El problema es que, si el analista
interpreta o percibe como acabo de decirlo, interpreta y
percibe el goce que es su propio lugar. Eso quiere decir
que sería necesario que haga un bucle que parte de su
lugar y vuelve a él, como ya se ha expresado.

179
VII \,

Hoy vamos a proseguir nuestro recorrido, y vamos a


proseguirlo a partir de las hipótesis sostenidas luego
del último seminario, a fin de abordar con más preci­
sión el problema de la interpretación psicoanalítica.
Digamos en primer lugar que, entre todas las moda­
lidades de acción del psicoanalista, la interpretación es
la única intervención capaz de provocar un cambio
estructural en la vida del analizante, y bien entendido,
en la vida misma de la relación analítica.
La interpretación, tal como la entendemos en la pro­
longación de l a concepción lacaniana, no se confunde
con las intervenciones del tipo de los señalamientos o
precisiones que el psicoanalista puede hacer al pacien­
te, y que son relativos al procedimiento psicoanalítico o
al cuadro analítico. No se confunde con las llamadas
cÓnstrucciones o reconstrucciones de los aspectos de la
historia del analizante. La interpretación no se confun­
de con las preguntas que el analista pueda plantear al
analizante, apuntando a elucidar el material. La inter­
pretación de la cual hablamos no se confunde ya con
las confrontaciones, las deducciones, las conclusiones
extraídas por el analista, que muestran al paciente las
secuencias repetitivas de su vida. La interpretación ya

181
\

no se confunde -continúo- con l a detención de una


sesión, ni con la puntuación del relato del analizante,
y menos aún con los juegos homofónicos de las pala­
bras, contrariamente a lo que muchas personas creen,
ya que los lacanianos consideran la interpretación como
un j uego homofónico de palabras.
La interpretación psicoanalítica no se confunde con
ninguna de todas esas intervenciones verbales y hasta
no verbales, y sin embargo puede, en un extremo, adop­
tar la figura de cualquiera de estos valores. Quiero decir
que una interpretación puede también ser una deten­
ción de sesión, puede ser una puntuación, puede ser una
pregunta, puede ser un esclarecimiento, puede ser
una palabra -no importa cuál-, puede ser el gesto del
analista -cualquiera de ellos-; porque lo que importa
para definir una interpretación no es su forma. Lo que
define una interpretación no es su presentación, no es
la función instrumental que cumple, no es el sentido
que vehiculiza. Lo que define una interpretación es su
efectuación. Quiero decir: en qué condiciones s e produ­
ce en el analista y qué efectos produce en el analizante.
Repito: lo que define una interpretación es su efec­
tuación, es decir cómo se engendra y qué es lo que
engendra. De qué es efecto y cuáles son esos efectos.
Visto desde este ángulo, e l valor semántico -quiero decir
e l sentido que vehiculiza-, el valor expresivo -la figura
que adopta- y el valor instrumental, el fin que quiere
alcanzar, esclarecer, explicar, etc., son todos valores que
cuentan, es verdad, para numerosos analistas; numero­
sos analistas corrientes que actualmente consideran,
unos y otros, al referirse a la idea de la interpretación,
el punto de vista del sentido, el punto de vista de la
forma, etc. Esos valores, a nuestros ojos, ceden el paso
al valor significante de la interpretación.
¿Qué quiere decir valor significante? Quiere decir
muchas cosas, pero ante todo destaca el hecho de que

182
la interpretación sólo cuenta en un análisis como un
elemento en una estructura, a la manera de una par­
tícula atómica en el seno de un medio físico, una par­
tícula desprendida de una conjunción de engendramiento
que tiene una trayectoria, que tiene un punto de im­
pacto y que es capaz de provocar un efecto de cambio
radical en la consistencia de red. Tomemos la concep­
ción de l a interpretación en tanto que significante: esta
concepción no la elegimos; no elegimos la teoría que
nos conviene. Si nos conviene, es porque tenemos un
compromiso con la- teoría que es -o no- un compromiso
de pensamiento. La teoría de la interpretación en tanto
que significante no sólo se corrobora en las pruebas de
la práctica cotidiana, no sólo está en nosotros , sino que
determina una cierta manera de trabajar con nuestros
pacientes y un cierto modo de interpretar a ese pa­
ciente.
Vamos a verlo con un corto ejemplo clínico que voy
a relatar en un momento, pero en esta perspectiva quiero

considerar con ustedes tres aspectos esenciales, parti­


culares, de la interpretación significante: ¿cómo se en­
gendra una interpretación en el analista?, ¿por medio
de qué mecanismos opera?, ¿qué es lo que engendra en
el analizante? He aquí los tres temas, los tres capítulos
que, si podemos, vamos a abordar después, en la segun­
da parte, porque previamente querría proponerles este
ejemplo clínico precedido de algunos señalamientos.
Helos aquí: hemos rehusado definir la interpretación
por su contenido. Hemos rehusado definirla por su
presentación o por su función, pero no deja de ser cierto
que l a interpretación en tanto que significante reviste
ciertos trazos bien localizables que le son característi­
cos. Esos rasgos son más bien indicadores descriptivos
que dejan presumir que tal intervención del analista
tiene todas las chances -pero todavía no es seguro- de
ser una interpretación. Son indicadores concernientes

183
\

a l a aparicíón de l a interpretación en e l analista y al


momento de recepción por el analizante. Entonces, hay
dos clases de rasgos: los que n1a rcan la aparición de l a
interpretación en e l analista y l o s que acogen l a recep­
ción por el analizante. Utilizo la palabra "indicador" para
no inducir en ustedes el malentendido de pensar que
esos trazos definen la interpretación. No la definen, re­
pito, sólo la caracterizan. Para definir una interpreta­
ción -insisto una vez más- tenemos un solo criterio
claro: verificar, saber, cómo se produce y qué efecto ha
producido.
Veamos los indicadores de l a aparición de la inter­
pretación en el analista. ¿Cuándo se <liria que una
palabra o una intervención del analista tiene una re­
sonancia de interpretación? En primer lugar son enun­
ciados cortos, nunca largos , siempre cortos con muy
pocas palabras; cinco, seis, diez p a labras como máxi­
mo. Son enunciados bien delimitados, son casi frases
enteras, concretas, que no comportan términos abs­
tractos. Pero siendo esos enunciados interpretativos
muy concretos en su forma, recelan, sin embargo, una
ambigüedad que suscita el equivoco en el analizante.
Esos enunciados son desencadenados, l a mayor parte
de las veces, en el analista, y son desencadenados por
un significante l ocalizable e n las manifestaciones del
paciente y otras veces, mucho más raras -es el caso de
mi próximo ej emplo-, esos enunciados que llamamos
interpretación son pronunciados por el analista sin
conexión aparente con el material del analizante. Y
hasta, a veces, pueden ser desencadenados por lo que
yo llamo microhipótesis; es decir que el analista tiene
algunas hipótesis, una o dos hipótesis de bolsillo, una
microhipótesis que ha trabajado en el control, que ha
trabaj ado él mismo con relación a su paciente y que,
cargado con esas hipótesis, está como en un estado de
alerta, de sensibilidad. Vamos a volver a esto.

184
Continúo caracterizando esos enunciados. No com­
portan en general pronombre personal. Es decir que uno
no dice "yo". Vean si entre ustedes hay algunos -<;orno yo
mismo- que hayan podido, en cierta época, conocer las
experiencias de los analistas kleinianos. Ellos utilizan
mucho el "yo", por ejemplo, para enunciar la interpre­
tación: "Yo pienso", "Yo le indico", "Yo le digo", etc. La
interpretación de la cual hablo no tiene "yo'', es imper­
sonal. Estos enunciados no están precedidos por ningu­
na intención calculada por parte del analista de provo­
car una reacción particular en e l paciente. Al contrario,
son palabras dichas a partir de la ignorancia del ana­
lista. En un momento tuve esta fórmula: en tanto el
analista i nterpreta, no sabe lo que dice. Y hay que
agregar: puede no saber lo que dice, a condición de que
sepa l o que hace. Son palabras que hacen irrupción
repentina en e l practicante, que éste pronuncia sin
saber. Es superado por su enunciado y, sin embargo,
parecen palabras esperadas, esperadas en el contexto
de la secuencia, de la sesión, en el momento en que el
analista habla y, sobre todo, esperadas -se tíene la
impresión- por el analizante mismo. Es decir que el
analizante sabe ya, i nconscientemente, lo que el analis­
ta le va a interpretar. Quiero decir que esas palabras,
que son esperadas, operan allí donde son esperadas, en

el momento cu que son esperadas y porque eran espe­


radas. ¿Esperadas por quién? Digo que por el analizan­
te; de hecho debería decir: esas palabras pronunciadas
por el analista eran esperadas por otra palabra repri­
mida en el analizante.
Si debiéramos resumir estas características en tér­
n1inos lacaníanos, diríamos muy simplemente: la inter­
pretación es una palabra del orden de un dicho por el
Otro, esperado por e l gran Otro, no siendo el analista
más que el portapalabra, el vehículo. Abandona el gran

185
'

Otro, pasa a través del canal del analista y se dirige al


gran Otro. Entonces, son palabras esperadas.
Jamás existe interpretación, si lo que dice el analista
con ella no estuviera ya por l a mitad -como habría
dicho Lacan "medio-dicho"-, si no estuviera ya a me­
dias, por mitades, conocido, sabido por el analizante.
É ste no es un ejemplo de interpretación, pero se aseme­
ja mucho.
Tuve una situación en control recientemente, donde
el terapeuta me habla del caso de un niñ.o cuya madre
le había prohibido saludar, ver, encontrarse, cruzarse
con su abuelo, es decir el padre de la madre, el abuelo
materno. Y l a madre explica al terapeuta que ella ha­
bía prohibido eso al niño porque el abuelo había tenido
una relación sexual jncestuosa con el primo del niño, es
decir el hijo de la hermana de la madre. Entonces, la
madre escandalizada dice al niño: "No verás nunca,
jamás a tu abuelo, no te cruzarás con él, no le telefo­
nearás, y si viene a decirte '¡Buen día!', no lo saluda­
rás". Entonces el terapeuta ve a esta mujer y le dice:
"¿Pero, usted le explicó por qué le ha prohibido al niño
no cruzarse con su abuelo?". Y la madre le dice: "No, no
le expliqué, no le dije nada". "¿Pero, por qué no le dice?"
"Pero, señor, ¿cómo voy a decirle al niño la verdad de
estos hechos?" El terapeuta en el control pregunta cómo
se procede en ese caso. "La madre me demanda a mí;
¿cómo debo, cómo puedo aconsejarla para abordar esta
cuestión? ¿Cón10 proceder?" Eso plantea una cuestión
general conocida -Dolto habló mucho de eso-; es el
problema de decir simplemente esta frase: "decir la
verdad a los niños". ¿Es necesario decir la verdad a los
niños? El problema no es decir la verdad a los niños, el
problema es: ¿cómo decir la verdad a los niños? Y en
ese momento le propuse a ese terapeuta considerar cua­
tro características de la verdad o de maneras de decir
la verdad que, finalmente -aunque no se trate allí de

186
una ciencia de] analista ni se trate de la interpreta­
ción- están próximas a la interpretación. Le propuse
esto que es lo que les propongo a ustedes: que la verdad
a este niño debe serle dicha por la madre si esa verdad
es esperada por el niño; es decir que el niño ya sepa un
algo de ella. En otros términos, para decir la verdad a
alguien es necesario que ella le concierna efectivamen­
te. ¿Qué quiere decir que le concierna efectivamente?
Quiere decir que el sujeto conozca esta verdad, forme
parte del acontecimiento del que se trata. En el caso de
este niño , no es totalmente seguro, en tanto no se tra­
taba de él sino de un primo, y un primo lejano por otra
parte. Ciertamente, ese problema concernía no al niño
sino a la madre.
Segunda característica: primero, ]a verdad debe ser
dicha si es esperada. Segundo, en tanto sabemos que la
verdad por naturaleza -como lo dice Lacan y como ya
lo han dicho otros desde hace tiempo- es medio -no
hay más que la mitad de una verdad-, entonces, en
tanto la verdad es por naturaleza medio-dicha, ensaye­
mos copiarla, decirla también con esta ambigüedad que
le e.s esencial. La verdad no puede ser dicha por entero;
es necesario que ella sea dicha con esa hesitación, esa
reserva, esa moderación ante el hecho de ¿qué es lo
verdadero?
Tercero: l a verdad no sólo debe ser medio-dicha, a
condición de que sea esperada por el sujeto; además es
necesario que sea medio-dicha en un cierto momento, y
en un cierto contexto, y en cierta oportunidad. No es lo
mismo si l a madre dice al niño esta verdad en la calle,
en la casa, en un contexto determinado: la verdad es
necesario que sea dicha en un lugar y un tono precisos ,
oportunos.
Cuarto: es necesario que esta verdad sea medio-di­
cha, dicha a tiempo, allí donde es esperada, pero ade­
más ensayando decir "nosotros" o "uno". No es lo mis-

187
mo si l a madre dice: "Tengo algo que decirte", que si
dice: "Escucha, hemos hablado con tu padre y pensa­
mos que ... ". No es un ejemplo muy preciso por referen­
cia a la interpretación, pero da una connotación del
lugar, de la reserva, de la actitud del analista ante l a
interpretación. Volveré sobre esto.
Pero termino la anécdota acerca de lo que Je dije a
ese terapeuta. Finalmente el problema había sido que
la madre había cometido un err�r: había prohibido al
niño, había implementado todas esas medidas de aleja­
miento del abuelo sin haber hablado ella en primer
lugar, por lo que la concernía a sí misma. Habría ha­
bido otros mil modos de hacer sentir e] peso de este
acontecimiento incestuoso para el niño, otros modos que
los que ella había utilizado. Si ustedes quieren, pode­
mos volver a este ejemplo después, pero para mí es un
ejemplo con1pletamente colateral de l o que tengo que
decir esta noche.
Vol vamos a los indicadores, no de la emergencia de
la inteq:>retación en el analista, sino a los indicadores
de l a recepción de Ja interpretación por el analizante.
El signo i nfalible del impacto de la interpretación en el
analista es, a no dudar -sobre ese punto están de acuer­
do la mayor parte de los practicantes, de los teóricos-, el
silencio. Un silencio que marca la sorpresa y algunas
veces, como lo afirma Theodor Reik, un trastorno, un
verdadero shock. El término "shoch" es de Reik. Un
shock que expresa una violenta repulsión ante lo des­
conocido, mezclado con un profundo placer de encon­
·
trar Jo conocido; lo desconocido, siendo esta palabra
exterior, extranjera, que viene inoportunamente a de­
cirnos lo que ya sabíamos: lo más conocido e íntimo a
nosotros mismos. La sorpresa ante la interpretación no
es la de reencontrar lo nuevo o encontrar lo nuevo, sino
reencontrar lo antiguo en lo nuevo. La sorpresa es reen­
contrar lo antiguo, que ya sabíamos que nos pertenece

188
y que ahora nos vuelve desde afuera, en un momento
inesperado y a través de la vía exterior de un otro, e l
analista. Silencio, entonces, trastorno, shock, sorpresa.
Y además Freud localiza otro hecho inmediato de l a
interpretación que tuvimos l a ocasión de discutir e n l a
primera Jornada de Módulos, cuando se hizo una mesa
redonda sobre los problemas de las construcciones en
análisis: es la convicción con l a que el analizante acoge
la palabra del analista. E s una suerte de convicción
ciega que no quiere decir aceptación; no es que esté
convencido porque acepte el sentido de lo que el analis­
ta l e dice. Pero es una especie de convicción, una suerte
de reconocimiento en acto, de que en la palabra y en la
voz del analista hay una parte reprimida de uno mis­
mo. Una certeza tal se traduce a menudo por una frase
pronunciada inmediatamente después del silencio; es
más bien una fórmula que Freud ubica en ese texto de
"Construcciones en análisis", y es una fórmula que se
repite casi idéntica en la mayor pa rte de los pacientes
que están bajo el impacto de una interpretación, la fór­
mula conocida: ''Nunca había pensado en eso". Otras
veces, esta convicción que Freud ubica en los analizan­
tes a continuación de una interpretación se traduce por
el hecho de sobrevenir una alucinación o, como él dice,
una visión muy neta, ultraclara.
He aquí los i ndicadores de los cuales quería hablar­
les. Es decir, indicadores porque se dice así sólo de algo
que responde a l a s descripciones dadas. Uno no dice:
"¡Ah, es una interpretación!". Esos indicadores son lo
que más se acerca a las características de una interpre­
tación concebida como interpretación-elemento, inter­
pretación� partícula.
Vamos ahora al ejemplo. Es un ejemplo muy corto.
Pensé que no era posible hacer un seminario sobre l a
interpretación sin dar una ilustración. E s corto pero

189
tiene la ventaja de que nos va a conducir directamente
a lo que nos interesa.
Se trata de una madre soltera de un niñito de seis
años, un niñito enurético. El problema con este niño
era uno de los motivos por los cuales me había consul­
tado. Las otras razones eran su decisión de casarse con
un extranjero y abandonar Francia para partir al país
de su marido. Acepto, entonces, tomarla en análisis por
un tiempo limitado. Por otra parte, también querría
decir que me interesa mucho esta perspectiva de limite
temporal -este límite temporal que me ocurre practicar
a menudo con pacientes que han seguido en otro tiem­
po otras curas. Son pacientes a los cuales, cuando los
recibo, les digo: "Lo tomo, seguro, pero con una condi­
ción: vamos a detenernos imperativamente, de todos
modos, de aquí a tal plazo, a tal fecha, tal número de
meses"-; en general son siem pre meses, pero nunca
supera un año. Es una cuestión que me ocurre practi­
car, tengo razones para sostenerla y justificarla; no es
la cuestión que abordamos esta noche, pero está bien
que ustedes sepan que cuando la paciente vino a decir­
me: "Bien, es necesario que abandone Francia de aquí
a un año y medio", finalmente era un año y medio, oso
me interesó; suscitaba en mí el anhelo de comprometer
esta experiencia con ese mandato del tiempo. La se­
cuencia de la cual vamos a hablar tuvo lugar en una de
las últimas sesiones, y poco tiempo antes que la pacien­
te partiera hacia el extranjero. Ella se casa. Durante
ese tiempo, su madre, que habitaba en l a provincia, la
visita por una semana en París, j ustamente antes que
ella parta de modo definitivo. Y la paciente comenta su
disgusto por no poder, finalmente, gozar de la compa­
ñía de su madre pues no la soporta. He aquí cómo me
lo dice: "Mi madre llegó a mi casa y al cabo de algunas
horas, yo me enervo y acabamos por discutir todo el
tiempo. Después ella se va decepcionada y yo me quedo

190
apenada y culpable. Es necesario decir -termina ella
su frase- que me es insoportable". Se instala, entonces,
un corto silencio e inmediatamente, como guiado por
una pulsión ciega, le respondo con un matiz de com­
prensión en la voz: "No es ella a quien usted no sopor­
ta, es su olor".
Se hace un silencio durante el cual veo -esto es
i m portante- la cabeza de la paciente que hace un
movimiento en el respaldo del diván, es decir que bas­
cula. Yo estaba como desarmado, sorprendido de haber­
me escuchado decir esta frase. Tengo el sentimiento de
retroceder y de esperar, preguntándome si eso había
sido oportuno. Dudaba de l a verdad del contenido, es
decir que no dudaba del contenido de la palabra con
relación al olor, dudaba de la oportunidad. Paréntesis:
una verdad no es verdad más que en un tiempo opor­
tuno. Entonces, no dudaba de la verdad del contenido,
sino que dudaba de la verdad de la oportunidad. En ese
momento, la oigo decir: "No es posible. Es verdad, abso­
lutamente cierto, siem pre lo he sabido, pero no lo per­
cibía, no llegaba a decirlo. ¿Pero usted, cómo lo sabía?".
Lo había dicho sin dudar de lo que iba a decir. Pero ,
¿por qué decirlo? Como me ocurre en esos casos, tenía
l a impresión de que no era yo sino algo en mí que
hablaba. Refiriéndome al conjunto de la historia de la
paciente, puedo darme cuenta ahora, con ustedes y al
trabajar para este seminario, de lo que habría podido
provocar mi interpretación. Había debido de percibir de
manera inconsciente que l a relación particularmente
incestuosa con su niño enurético estaba sostenida, en­
tre otras cosas, por el olor de la orina desp rendido de
sus pantalones; ella misma había sido enurética hasta
la edad de 1 2 años. Había debido desplazar, inconscien­
temente, lo que yo sabía del lazo olfativo erótico con su
hijo, al lazo con su propia madre. Puedo seguir ahora
el hilo subterráneo que culminó en mi interpretación.

191
\

Por ejempk, el hilo sería éste: paciente enurética - traza


mnémic.:a de su propio placer de sentir su olor a orina
- relación incestuosa con la enuresis de su hijo - fijación
del síntoma del niño, síntoma sobre el cual habíamos
hablado mucho durante la cura, último eslabón: forma­
ción reactiva de disgusto por el olor de su madre y,
finalmente, disgusto por el deseo femenino de su ma­
dre. Todo esto, ustedes ven, es lo que hice esta tarde;
ese encadenamiento tiene un aire muy correcto, o al
menos medianamente correcto. Pero subrayen bien que
hasta que lo dije en voz alta -ésa es la cuestión- no
tenía conciencia de ninguna operación lógica, cualquie­
ra que fuera, ni de supuestos teó1·icos tampoco. Esta
reconstrucción la hago ahora con ustedes, o más bien
esta iarde al preparar el seminario. Si he seguido con
buena lógica el encadenamiento de ese significante, hubie­
,,
ra "quizá -digo bien quizá- l legado a las mismas conclu­
siones. Pero entonces, estoy seguro de que no hubiera
interpretado, al menos no habría interpretado como he
podido hacerlo. De todos modos, hasta si hubiera hecho
ese encadenamiento mental, y si hubiera querido seguir
ese razonamiento, no habría llegado al momento de J a
secuencia, pues una deducción tal no puede tener lugar
en los pocos segundos en los cuales este acontecimiento,
esta secuencia, se despliega como proceso psíquico.
A fin de abordar ahora la primera pregunta -¿cómo
se entiende la i nterpretación en el analista?-, querría
ir nuevamente a esta secuencia. ¿Qué pudo pasar con­
migo? En primer lugar, al igual que la paciente, sólo
encontré en mí el silencio. Me refiero al silencio, a ese
corto silencio que había seguido a la palabra "insopor­
table", cuando e11a dice: "De todos modos , el1a me es
insoportable". Hubo un corto silencio que siguió. Pero
ese silencio siguió, al menos en lo que n1e concierne, a
ese fondo de ese otro estado de silencio en sí del cual
hemos ya hablado. Después, en ese silencio, el suspen-

192
so. Traten de ver como si pusiéramos el microscopio en
esos segundos, y lo que vemos es el suspenso. Se pro­
duce una especie de espera como si algo fuera a ocurri r .
Al escuchar sus palabras, s e había dibujado e n mí una
imagen, una escena de dos mujeres semejantes, una
más j oven, la otra más vieja. Y las dos en vías de dis­
cutir. Tuve esa imagen en ese momento. Y después,
·
nuevo suspenso, un nuevo eco de sus palabras y otra
representación visual se forma, pero esta vez es la
imagen de la cara de la paciente. Es necesario decir
que la paci ente es una joven mujer muy grande, de una
bella estampa. Se siente la libido desbordar de su cara.
Es un cuerpo de gran talla y hasta un poco exuberante;
cuando ella entra en el consultorio, se siente que al­
guien ocupa el espacio. Esto es importante porque por
otra parte un día le había hecho ese señalamiento -se
hablaba del problema en l a relación con los hombres­
Y le hice ese señalamiento con relá.ción a que ella ocu­
paba todo el lugar, todo el espacio. Y ella decía que no
podía moderarse, no podía limitarse, que era algo que
l a desbordaba. Y al mismo tiempo, una profunda fragi­
lidad. Pero no es de eso de lo que quiero hablar. Lo que
me importa es dar, al menos, un cierto fundamento al
hecho de que tuve esa imagen de su cara, es decir una
cara i mportante. Es necesario que encuentre otras
palabras. Como ustedes ven, ella conlinúa operando en
mí en este momento, con relación a l a imagen de su cara;
hay un instante de confusión, de eclipse, de ausencia,
de donde nace una voz, esa voz que yo llamo "la voz de
la mirada", y que se hace oír bajo la forma de esa otra
voz, la voz sonora que ustedes oyen ahora cuando yo
hablo. Repito: yo no pensaba en ninguna teoría psicoa­
nalítica; me había contentado con decir lo que había
hablado en mí, al revés y contra toda lógica, y había
tenido razón.
Termino por decirles que no es habitual que un ana-

193
\

lista relate el camino que lo condujo a una interpreta­


ción dada del material que se le ha presentado en el
curso de una sesión. Es muy difícil; hice mucho esfuer­
zo para escribir, para descubrir los diferentes momen­
tos. Hasta he tenido que reconstruir cómo soy en el
momento en que reconstruyo; pues, como lo dijimos una
vez, el paciente del cual hablamos no tiene nada que
ver con el paciente que está sobre el diván. Traté de
hacer ese camino -algunos entre ustedes lo saben- con
el texto Los ojos de Laura. Traté otra vez esta noche,
pero evidentemente, son siempre tentativas. Tentati­
vas más o menos logradas, pues se trata de captar al
vuelo ese momento fugitivo de emergencia en el analis­
ta de una palabra interpretativa, es decir de un retorno
de lo reprimido. Y agregaría que está muy b1en que sea
tan difícil, porque eso nos obliga a teorizar, a formali­
zar y a tratar de comprender teóricamente cuál es ese
proceso de engendramiento.

HESPUESTAS A PHEGUNTA8

Ésa es una pregunta que se me ha planteado en


otras ocasiones y se formula de este modo: "De acuerdo,
el analista no sabe lo que dice. Puede usted explicar lo
que quiere decir con: 'No sabe lo que hace'. ¡Perdón! ·ÉI
sabe lo que hace'.'' Es su propio lapsus, él hizo el mismo
lapsus que yo. E n fin, copié su error. Él sabe l o que
hace, ¿cómo puede saberlo? Debe allí tener la intuición,
pero inconsciente.
Sí, el analista no sabe lo que dice en el momento de
l a interpretación; es decir si ustedes han admitido -€n
el ejemplo y desde el punto de vista teórico- o al menos
me han seguido en el camino de considerarla una inter­
pretación significante. Yo decía: parte del otro y l lega
al Otro -€1 gran Otro- siendo el analista sólo un porta-

194
voz, un vehículo. En consecuencia, esa palabra "inter­
pretativa" es una palabra que lo atraviesa, y que él
dice sin saber lo que dice. Es decir que no tiene noción
del alcance, del lugar, del destino de esa palabra.
Lacan tiene una frase resonante que se encuentra en
los "Cahiers pour l'analyse" número 1, en respuesta a
los estudiantes de Filosofía. Los estudiantes de Filoso­
fía le plantean la pregunta sobre la interpretación y él
dice: "Si ustedes comprenden los efectos de una inter­
pretación, entonces es seguro que no es una interpreta­
ción psicoanalítica". Lacan repitió en diferentes ocasio­
nes esta misma idea, pero allí, verdaderamente, en ese
texto, es muy resonante el modo como lo dice.
Entonces, el analista no sabe lo que dice. Pero que no
sepa lo que dice no quiere decir que no sepa en qué
posición se sitúa, en qué momento de la cura se en­
cuentra la sesión en la cual ha hablado.
Lacan define el "saber lo que hace" por "saber lo que
domina en el discurso". En otros términos: "saber lo
que domina en ese momento en el lazo analítico". Es
decir: saber en qué posición está situado el analista.
Está claro que para Lacan eran cuatro las posiciones
conocidas: amo, universidad, histeria, analítica. Aquí
yo habría dicho: el analista sabe lo que hace, es decir
que él reconoce cuáles son los movimientos, las varian­
tes, los desplazamientos que produce en su posición.
Volveremos a esto.
Se plantea otra vez la pregunta que a menudo se
enuncia acerca de que no puede haber allí cambio de
estrnctura -imagino que con la interpretación-. Lo digo,
lo afirmo: creo que la interpretación , en tanto que sig­
nificante -y vamos a verlo-, cambia la consistencia de
la estructura. Es en todo caso la hipótesis que formulo
y que voy a tratar, si no de demostrar, al menos de
aproximar. Y además, se me pregunta también --es un
caso un poco particular- cómo actúa la interpretación

195
en un paciente cuya dimensión narcisista es tal que él
no la soportaría. Que no reconocería esa parte de des­
conocido que le vuelve del lado del analista, o con el
analista. ¿Se puede reemplazar por razonamientos y
por el enc adenamie nto lógico, por explicaciones? Esto
plantea un caso muy particular. Entramos en la consi­
deración de los diferentes tipos de interpre ta ci ón si­
guiendo los casos o siguiendo los diferentes momentos
de una c ura en un solo caso. Pienso que no existe regla
fija para saber cómo funciona la interpretación para
cada uno de l os pacientes o de las estructuras de los
pacientes, aunque haya aproximaciones ya hechas en
ciertos mon1entos o que se podrían hacer . ¿Cuáles son
las actitudes del analista que se delinean e n ge neral,
con pacientes fóbicos, con pacientes en posición s ubje ­
tiva histérica, con pacientes en pos ici ón subje tiva ob­
sesiva y pacientes en posición narcisista? Quería más
bien destacar lo esencial de l a interpretación y mos­
trarles -como lo hice con ese ejemplo- cómo se engen­
dra la interpretación en el analista.
No hablé en ese caso de cuáles fueron lus efectos
que pr odujo. Los efectos fueron sólo los inmediato s ,
los indicadores i nmed i atos de cómo la paciente había
recibid o la interpretación. Eso lo dije. Pero no hablé
de los ot ros efectos; esos otros e fectos nunca los sa­
bré. No sólo porque l a pa ciente partió; si hubiera
proseguido su análisis, habría podido reconocer efec­
tivamente otros momentos en la cura ligados a esos
momentos de la interpretación. Pero decir exactamen­
te cuáles son los efectos de esta interpretación o pre­
cisar exactamente dónde hubo un cambio de con s is ­
tencia de las estructuras, es imposible de modo pre -
·

ciso y exa ct o.
Pasamos ahora al proceso de engendramiento.
Cuando planteo la pregunta ¿cómo se engendra la
interpretación en el analista?, hay una afirmación implí-

196
cita: no se preocupen por cómo interpretar, no busquen
encontrar l a buena interpretación, más bien busquen en­
contrar el estado, la posición en la cual la interpreta­
ci ó n es po sible .
Si este año de seminario sobre l a técnica tiene una
idea fundamental que quisiera trans m iti rl es es ésta: l a
apuesta de la t éc n ica analítica se decide en la posición
que el analista ocupa, e n el estado en el cual se encuen­
tra cuando actúa, y no en l a forma como actúa. Si u no
quiere i n te rpretar , entonces, es necesario encontrar e l
estado parti cul a r e n el cual una interpretación deviene
posible. E ncontrar ese estado es incomparablemente más
jmportante que l leg ar a hacer acto de interpretación.
El problema de la i nter pretació n reside no ta nto en lo
que e] analista di ce , cómo l o dice y en q ué momento lo
dice, aunque todo eso es muy importante y lo he carac­
terizado hace un momento. Lo ese nci al está en lo que
nos hace interpretar, el estado en el cual estamos cuan­
do u na interpretación emerge. Eso es lo esenc ia l .
¿Cuál es ese estado? Retomo las formulaciones del
seminario anterior. Les dije , formulé, propuse, que había
un doble d espl a z a miento de parte del analista a la
pos ic ión , al punto que llamé "parayoico". Pueden conce­
birlo de dos modos: y a sea un despl azamiento esp ac ial
a la posición parayoi ca o b í en un cambio, una permu­
tación de realidad, es decir de una re alid ad prod u ci da
por represión a la i nstalación de una realidad produci­
da por forclusión. Allí está el elementofundamental, y
agregué también para ustedes que, en esta instalación
en u n a realidad producida por forclusión, en ese mo­
mento, el analista pertenece momentáneamente al in­
co n s ci e nte para po de r escuchar el inconsciente, forma
parte del goce para percibi1· el goce.
He aquí la formulación que m e sobrevino l a última
vez en el seminario de fe brero. Hasta les dije que ese
est ado , la instalación en ese estado, la permutación de

197
\

las dos realidades, de una realidad por otra, podía ob­


tenerse, sea en respuesta a u n elemento de parte del
analizante que provocaba esta permutación, sea por
c0nsolidación voluntaria, una concentración voluntaria
del analista para llegar allí. A ese estado en el cual él
interpreta, creo que puede caracterizárselo como un
estado de conciencia muy particular. Pues por un lado
hay forclusión, es decir -ésta es una expresión de Freud­
hay abolición de lo reprimido, h ay un enceguecimiento,
un eclipse, una oscuridad temporal, y correlativamente
hay un pasaje a un acrecentamiento agudo de la con­
ciencia. Yo lo diría así: el sistema percepción-concien­
cia, normal, ordinariamente dirigido hacia el exterior,
está anulado en provecho de un sistema percepción­
endopsíquico, es decir que ha girado, está dirigido ha­
cia el interior. Entonces: estado de conciencia agudo y
al mismo tiempo oscuridad. Y es allí, en ese estado,
donde se producen varias cosas: hay estado de concien­
cia, estado de las estructuras, estado libidinal, estado
de percepción escópica, estado invocante.
Repito para que se comprenda: al estado en e l cual
una interpretación es posible, que hemos caracterizado
por el silencio en sí, podría llamárselo:

1) estado de conciencia agudo y al mismo tiempo


estado oscuro;
2) estado de las estructuras;
3) estado l i bidinal;
4) estado de percepción escópica visual;
5) estado invocante.

Estado de las estructuras quiere decir que ha ocurri­


do esa modificación de la consistencia de la realidad, o
sea que ha habido un desplazamiento del significante
que asegura esa consistencia. Ese significante que ase­
gura esa consistencia es el significante S 1 en la teoría

198
lacaniana. Es como si el S l , en ese estado, se hubiera
liberado, se hubiera desplazado libremente. Estado del
gozar libidinal; en ese momento hay una convergencia
del campo libidinal del analista con el campo libidinal
del analizante. Y es S l , el significante, quien asegura
la consistencia. Las laminillas libidinales del uno y el
otro de los partenaires, sus laminillas, decíamos, sus
pseudópodos libidinales, se alienan y se cruzan. O sea,
estoy diciendo que se produce el objeto a . Una preci­
sión: utilizo la distinción analista-analizante como si
hubiera dos partenaires, en tanto que ustedes conocen
bien mi posición de que "no hay más que un solo in­
consciente, el inconsciente del acontecimiento en la
cura". Pero 1o hago por la necesidad de demostración.
Hay un estado de percepción escópica, visual, y es que
en esas condiciones de cruzamiento de los campos libí­
dinales es posible para el analista percibir el goce, es
decir que el analista percibe las emanaciones, las lami­
nillas libidinales cuando ellas se suspenden, se acuer­
dan, se desplazan, convergen y producen el objeto. Y es
en ese momento, en ese estado de los campos libidina­
les de uno y otro partenaire en el acuerdo, que el ana­
lista oye esa voz, la voz de l a mirada analítica, la voz
-como dice Lacan hablando de la paranoia- "la voz que
sonoriza l a mirada". Y es entonces, finalmente, cuando
se traducen en interpretación, es decir sonidos, pala­
bras ofdas que sonorizan las palabras dichas por la voz
de la mirada.
¿Por qué mecanismos opera la interpretación? Yo di­
ría que la interpretación, en tanto que significante, opera
por intrusión, intromisión. La interpretación tiene un
punto de im pacto, lleva sobre un lugar preciso, que es
el lugar, precisamente, de ese significante 81 que ase­
gura l a consistencia de la realidad. La interpretación
hace intrusión en el conjunto de los significantes de la
realidad, ocupa el lugar de S l , es decir que desaloja al

199
antiguo significante que se encontraba allí y determi­
na, entonces, una nueva consist€ncia de la realidad. Es
decir. que provoca un desalojo y por el hecho de venir a
ocupar este lugar, provoca una pern1utaci6n de reali­
dad.
Estoy tratando de decir que con la interpretación el
analista provoca en el analizante ]a misma permuta­
ción de realidad que él ha soportado por poder decirla.
Es decir que llegamos a la siguiente conclusión: ¿qué es
lo que la i nterpretación engendra en el analizante?
Respondo: lo que la interpretación engendra en el ana�
li zante es l a instjtución e n él, del mismo estado, de las
mismas condiciones, que han engendrado la interpreta­
ción en el analista.
No dudaría en afirmar que interpretar a un anali­
zante equivale, en definitiva, a intentar transmitirte
nuestra propia capacidad de interpretar; o mejor dicho:
intentar enseñarle a encontrar en él el silencio, ese
silencio necesario para que una palabra tan pertinente
como una interpretación, tenga una posibilidad de lle­
gar. Se ve porque todo análisis es un análisis didáctico,
y porque Lacan consideraba, en principio y por princi­
pio, que una cura de análisis terminada debía producir
necesariamente un analista, fuera de que él practicase
o no ese trabajo.
Si cambiásemos entonces los términos, avanzaríamos
esto: ¿qué es lo que engendra una interpretación en el
analizante?
Enseña al analizante a abolir lo reprimido, a entre­
narse en suprimir la acción de lo reprimido. Y al igual
que para el analista, le enseña a entrenarse en el ejer-
. cicio de permutar las realidades, pasar de una rea1idad
producida por represión a una realidad producida por
forclusión. A través de la interpretación, tal como la
concebimos, participamos del entrenamiento del anali­
zante para saber bascular, permutar realidades psíqui-

200
cas, desplazar su punto de consistencia e instalarse, él
también. en e l punto parayoico del cual hemos hablado
la última vez. Brevemente, enseñarle, sin darnos cuen­
ta nosotros mismos, sin ningún fin didáctico, a ejerci­
tarse en abandonar una realidad y a instalarse en otra.
En fin -y con esto me detengo-, enseñarle a aceptar
la permutación varias veces del nivel de realidad psí­
quica. Cada permutación implica una abolición de lo
reprimido y consecuentemente, una sobreinvestidura de
la conciencia como conciencia aguda.
Tendría muchas más cosas para decir, pero prefiero
que nos detengamos aquí y que ustedes intervengan,
que me planteen preguntas, ya sea sobre el ej emplo o
sobre lo que acabo de decir hace un momento.

RESPUESTAS A PREGUNTAS

Esperaba con temor una pregunta así, pero uno no


tiene más que las preguntas que merece, y me parece
bien porque me permite aclarar.
Conocen, y la otra noche alguien lo había destacado,
la cuestión del problema superyoico.
Es muy difícil, es una cuerda muy tensa, el poder es�
tar muy cercano a una fidelidad a sí mismo, estar muy
cercano a una fidelidad al código, a la teoría de nuestra
comunidad, y el estar muy cerca de la experiencia
m1sma.
He aquí esos tres superyoes: mi propia fidelidad a mí
mismo, a mi teoria o la teoría que es la nuestra -cada uno
a su modo la hace suya- y a la prueba de l a práctica.
Cuando se prepara un seminario, cuando se escribe
un texto, uno está constantemente -al menos yo- so­
metido a esas tres fuertes presiones. Y cada paso nuevo
en l a lengua -punto parayoico, formación del objeto a,

silencio e n sí, el inconsciente uno solo, e l inconsciente

201
'

del acontecimiento, el inconsciente igual a la trans­


ferencia, etc.-, es un paso que se da porque es nece­
sario darlo. Por ejemplo, ha habido algunos textos
que han sido abordados sobre la cuestión de la for­
mación del objeto a, pero aún no están fundados en
tanto conceptos teóricos habiendo pasado la prueba
del tiempo. Ocurre lo mismo con la expresión "silencio
en sí". Lacan no utilizó la expresión "silencio en sí", .es
verdad; pero él dice: "hacer callar en sí el diálogo, el
discurso intermediario". Utilizó otra expresión. Bien
entendido, si tuviera a mi lado a un lacaniano, él me
diría: "Pero señor, ¡eso no tiene nada que ver con el
silencio en sí!". Convengo, aunque ese texto de "La
dirección de la cura" fue escrito en plena época heide­
ggeriana de Lacan. Entonces, no creo que esté dema­
siado lejos de esa expresión de "hacer silencio en sí".
Pero es verdad que desde el momento en que se dice
"hacer silencio en sí", se abre el vasto campo de todas
las connotaciones de esta expresión que, efectivamen­
te -no soy incauto- sé que existe más o menos igual ,
en diferentes dominios, hasta religiosos, dominios
orientales, etc. Es como la palabra "significante". En
Lacan la palabra "significante" no tiene nada que ver
con su sentido e n lingüística. Sin embargo, Lacan se
lanzó con esta expresión, la utiliza, la hace suya, y
hoy es nuestra.
La expresión "silencio en sí" es el mejor modo, por el
momento, que encontré para decir o describir el hecho
de que el analista se desembarace, durante un momen­
to, durante una etapa, durante un momento en la se­
sión de su trabajo, y puede ser también en otras partes, ·
de ese diálogo interior, de esas constricciones del yo, de
esos componentes constitutivos del yo, de ese espacio,
de esos ideales, del tiempo, de las imágenes. Bien en­
tendido, nadie se desembaraza enteramente, pero quie­
ro decir que ese silencio en sí es un estado preparato-

202
rio, un estado de engendramiento posible para una
palabra pertinente. Comprendo y le agradezco haber­
me planteado l a pregunta, porque eso me permite, jus­
tamente, separarme de toda otra interpretación, con­
servando la expresión que, por el momento, es la que
me conviene.
[. ]. .

Usted quiere decir que puede haber una interpreta­


ción que no sea enunciada por la voz. Si ésa es la cues­
tión, digo: sí, puede haber interpretaciones que pueden
no estar enunciadas por la voz. Si, por el contrario, la
pregunta es: ¿toda interpretación debe tener su fuente
en el analista?, respondo sin dudar que sí. Es eso lo que
marca, por otra parte, la asimetría del lazo analítico.
[ ]
. . .

Hay que considerar que la idea de que la interpre­


tación es una interpretación sobre la transferencia o de
la transferencia o una interpretación que tiene por objeto
la transferencia está de acuerdo con los autores klei­
nianos, que tienen esto particularmente en cuenta en
tanto que para ellos, y en particular para Strachey, en
su texto célebre sobre la interpretación mutativa, es la
transferencia el objeto sobre el cual lleva la interpreta­
ción. Strachey hace dos textos , dos versiones del mismo
texto que se llaman "Efectos y naturaleza de la acción
terapéutica del analista", de los cuales en el primero no
habla de la interpretación que lleva sobre la transfe­
rencia, en tanto que en el segundo, efectivamente, avan­
za e l hecho de que la interpretación mutativa es una
interpretación que tiene por objeto la transferencia. En­
tonces, tenemos a Melanie Klein y esos textos de Stra­
chey, y toda la escuela inglesa que va a sostener, y
muchas corrientes después, la idea adquirida hoy de
que la interpretación lleva sobre l a transferencia. Sería
necesario un seminario para hablar de ello; pero a lo
que quería llegar es que me parece más importante -y es

203
en todo caso lo que está implícito en el modo de abordar
la interpretación esta noche-, la interpretación no es
una interpretación sobre l a transferencia, sino una
puesta en acto de l a transferencia.
Es decir que la interpretación es l a expresión más
pura, la más directa, la más inmediata, la más desnu­
da, del hecho de que, efectivamente, hay un lazo trans­
ferencial.
Ésta es una primera distinción. La segunda: es ver­
dad que se puede utilizar la palabra "interpretación"
en diferentes sentidos y abrir de tal modo el sentido
que llega un momento en que ya no se sabe qué es la
interpretación, y también ocurre que pueda creerse que,
por ejemplo, el analizante hace una interpretación.
Yo diría que, cada vez que un analizante hace un
sueño, él hace una interpretación. Un sueño es una
interpretación del deseo. Es por eso que Lacan dice: "El
deseo es su interpretación", en tanto que , efectivamen­
te, el deseo se expresa a través de un sueño, se realiza
a través de un sueño , el sueño es l a interpretación del
deseo.
Entonces, cada vez que el analizante hace una for­
mación, deja venir en él una formación del inconscien­
te, un derivado del inconsciente, hay allí una interpre­
tación.
· Pero cuando yo hablo de interpretación, hoy, es ·otra
cosa. Yo le doy una mayor dignidad, una altura más
importante. Creo que la interpretación, la acción de
· interpretar, el hecho de que el analista sea el portavoz
de la interpretación, es lo que lo distingue esencial­
mente -quiero decir esencialmente en el sentido de
distinguir del modo más localizable- del analizante.
Si hay algo que marca la asimetría entre el analista
y el · analizante, algo de lo más importante, es la inter­
pretación. Entonces, prefiero reservar la palabra "in­
terpretación" para toda intervención del analista que

204
sea capaz de provocar -que esté engendrada de un cier­
to modo en él- en el analizante, las mismas condiciones
que la han engendrado en el analista. Quiero decir que,
desde ese punto de vista, permanezco en una especifi­
cidad más grande para el término "interpretación" re­
mitiéndola al analista.
[ .]
. .

Voy a aprovechar esta idea diciendo esto: si el ana­


lizante llega a producir formaciones del inconsciente,
diría que son los mejores efectos que pueda provocar
una interpretación del analista. Esto es seguro. Salvo
que yo no llamaría -hay quizás una cuestión de termi­
nología- a esto i n terpretación.
Pero, por el contrario, aprovecho la ocasión para
hablar de l a cura. Qui.zá -no he abordado la cuestión­
sería necesario pensar en los efectos mediatos de la
interp1·etación; cómo la interpretación, en el curso de
un proceso de cura, conduce no sólo a un camqio de
estructura, no sólo a enseñarle, como decía, a transmi­
tirle una cierta flexibilidad para permutar realidades,
sino que el hecho de permutar realidades conduce al
analizante a terminar la cura.

205
VIII

La cura tiene siempre u n carácter de bienestar por añadidura


-como lo he dicho para escándalo de algunas orejas-, pero el me­
canismo del análisis no está orientado hacia la cura como fin. Nada
digo allí que Freud no haya articulado poderosamente en tanto todo
desvío del análisis bacía la cura como fin -haciendo del análisis u n
puro y simple medio hacia u n fin preciso- da como resultado algo
que estaría ligado a] medio más corto, y que no podría más que
falsear el análisis.*

E l psicoanálisis ha sido desde sus comienzos un pro­


cedimiento terapéutico y nunca dejó de serlo. L a afir­
mación de Freud en 1932, en las Nuevas conferencias
de introducción al psicoanálisís, según la cual "el psi­
coanálisis es la más poderosa de todas las terapias'',1

* J. Lacan, Intervención en la sesión del fí de febrero de 1952,


en la Sociedad Francesa de Psicoanálisis: "La en trevista con el
psicoanalista", en La Psychanalyse, nl' 4, PUF, 1958, pág. 309.
l. S. Freud, XXXI Conferencia; ''Esclarecimientos, aplicaciones,
orientaciones", en Nuevas conferencias de introducción al psicoaná­
lisi.c;: ( 1932) "Comparado con otros procedimientos de psicoterapia,
el psicoanálisis es, sin ninguna duda, el más potente".

:!07
'

sigue siendo, según mi opinión, válida aún en 1991. Es


innegable que el análisis produce efectos curativos; di­
cho de otro modo: efectos de disminución o desaparición
del sufrimiento del paciente. Efectos que se producen
en momentos variables de la cura: a veces demasiado
rápidamente, ya en las primeras entrevistas, a veces
tardíamente, bastante después de l a terminación de l a
cura y , finalmente, raras veces -al menos e s lo que me
dicta mi experiencia- en e.l momento de las últimas
sesiones. Debo entonces admitir, desde el inicio, que
tales efectos existen y que ellos son uno de los mayores
resultados que podemos esperar de un análisis. Hasta
agregaría: todo analista, cualesquiera que sean su for­
mación y sus orientaciones, tiene -lo creo fírmemente­
una responsabilidad, hasta un deber al cual no puede
sustraerse: el de esperar -digo bien "esperar"- una
mejoría en las posiciones subjetiva y objetiva de su
analizan te.
Y sin embargo . . . , aunque el alcance terapéutico del
análisis nos parezca incontestable, nosotros no pode­
mos decir que la cura así comprendida, como disminu­
ción o desaparición del sufrimiento ligado a los sínto­
mas, sea un concepto psicoanalítico. Tampoco podemos
decir que sea un objetivo hacia el cual debe tender el
tratamiento, ni un criterio que nos permita evaluar sus
progresos, como fue subrayadamente el caso en el pa­
sado. En Londres, por ejemplo, alrededor de 1930, le
ocurrió a Edward Glover2 preguntar cuáles eran los
. criterios por medio de los cuales el analista medía,
estimaba, evaluaba, los progresos del análisis. Algunos
analistas decían: "El estado de estos pacientes ha me­
jorado, el del tal otro se h a agravado, otro se ha curado
en tal o cual momento de la cura". Creo, por mi parte,

2. Cf. E. Glover, Técnica del psicoanálisis, París, PUF, 1958.

208
que no pode mo s hacer de l a curación ni un c onc epto ni
un objetivo ni un criterio, lo que equivale a no ceder
ante l a influencia del modelo médico, que tiende a
hipostasiar esa curación, a darle un estatuto, a elevar­
l a a la di gni da d de un co ncep to .
En lo que nos concierne, en tanto que no pretenda­
mos formalizar los efectos terapéuticos de l º anális i s, la
curació n no susc ita dificultades particulares. Las difi­
cultades comienzan cuando la misma palabra "cura­
,,
ción , que tiene un encanto particular, un a fuerza, una
especie de atracción en su sonoridad misma, se impone
al analista y exi ge de él que haga teoría. Pues salta
rápidamente a los ojos que no hay concepto psicoanalí­
tico de la curación y que la curación no puede ser un fin
que el analista deba perseguir en su práctica, como es
el ca so en la medicina. Veremos por qué. Pero antes,
quisiera plantear la siguiente pregunta: ¿qué es enton­
ces la curación? Respondo: l a curación es un valor ima­
ginario, una op ini ón , un prejuicio, un preconcepto, como
también lo son la naturaleza, la felicidad, la justicia. En
mis propios términos calificaría a l a curación como idea
infecunda o, más exactamente, como automatismo men­
tal infecundo. Pero ese preconcepto, este automatismo
imaginario, tiene, pese a todo, sus efectos, positivo� o
negativos, en el campo psicoanalítico. Efectos positivos
que se revelan en el analizante, y efectos negativos que
se manifiestan, sobre todo, en el analista.
Examinemos, en primer lugar, los positivos.

LA CURACIÓN EN EL ANALIZANTE

Es cierto que la id ea de la curación, el preconcepto


de cu ra ci ón encarado como eliminación del su frimi e nto
l igado a Jos síntomas, está en el cora zón de la decisión
de un p a cie nte al ir a consultar a un psicoanalista, y de

209
\

la demanda que le formula de ser desembarazado de su


sufrimiento. Como lo dice Lacan: "La curación es una
demanda que parte de la voz del sufriente, de alguien
que sufre por su cuerpo o por su pensamiento".3
La curación es, en efecto, ante todo, una demanda de
quien consulta. Pero esta demanda se alimenta de una
imagen falsa de la curación; ella se apoya sobre un
malentendido completo, radical. ¿Por qué malentendi­
do? Simplemente porque el sufriente demanda la cura­
ción a alguien -el analista- para quien la curación está
lejos de tener el valor de un ideal en sí, a alguien que
está naturalmente llevado a reservar l a respuesta que
le concierne, a alguien que no se la ofrece. Sin embar­
go, aunque esté en el malentendido, esta demanda de
curación es un factor indispensable para el compromiso
del proceso analítico. Para comenzar un análisis y sos­
tener el esfuerzo que exige Ja empresa analítica, es
necesario -digo bien, "es necesario"- que quien consulta
se queje de sus síntomas y aspire a la curación. ¿Por
qué? Porque esta demanda de curación, que es una mezcla
de quejas y anhelos, demanda que no siempre es formu­
lada de modo explícito y que el practicante no siempre
sabe incorporar al trabajo -volveré sobre ello-, esta
demanda, digo, ya está preñada de transferenci a: ella
es el primum movens del análisis. El solo hecho de que
un consuJtante se encuentre frente al analista constitu­
ye la prueba en acto de su anhelo y de su espera de ser
curado, o mejor, como lo decía Freud en sus primeros
textos, de su "espera creyente".4 El consultante deman­
da, y haciendo eso él cree. É l cree en el poder curativo
y transformador que atribuye al procedimiento del aná­
lisis, del mismo modo que cree en los poderes de la
ciencia, del saber y del deseo del analista. Hay allí -lo

3. J. Lacan, Télévision, París, Seuil, 1974.


4. S. Freud, "Tratamiento psíquico, tratamiento de] alma", 1890.

210
han reconocido- una primera apertura hacia eso que se
ha convenido en llamar en la terminología lacaniana,
"el sujeto supuesto saber".5

LA RECTIFICACIÓN SUBJETIVA

Entonces, el paciente demanda y cree. Cuando yo


decía que el practicante no siempre sabe incorporar al
trabajo la demanda del sufriente, quería introducir la
idea, que reencontramos aquí, de un trabajo inicial de
desobstaculización de ] a demanda. Lo que llamamos,
con Lacan: "rectificación subjetiva".6
¿Qué significa esta fórmula? La "rectificación subje­
tiva" traduce la necesidad de modificar la relación del
sufriente con la demanda. Freud no utiliza esta expre­
sión que, por otra parte, Lacan tomó de Ida Macalpine.7
Él encontró en uno de sus textos sobre la transferencia
la idea de "rectificación" a l a cual agregó "subjetiva". Si
Freud no empleó exactamente esas palabras, no dejó de
tener la intuición de su significación. Y quiero citarlo
porque es siempre interesante reencontrar en él la
impronta original de enunciados muy actuales:

A partir del momento en que los médicos reconocieron


claramente la importancia del estado psíquico en la cura-

5. J. Lacan, cf. por ejemplo: "Desde que existe en alguna parte


el sujeto supuesto saber -que les resumí hoy en lo alto del pizarrón
por medio de la fórmula S. s. S.- hay transferencia", en Los cuatro
conceptos fundamentales del psicoanálisis. Cf. también: "[. . ] esa
.

transferencia yo la articulo al 'sujeto supuesto saber'," en Téléuision,


ob. cit.
6. J. Lacan, "La dirección de la cura", en Escritos , México, Siglo
XXI, 1974.
7. I. Macalpine, "La evolución de la transferencia", en Revue
n!' 3 , tomo XXXIV, mayo de 1972.
fraruyaise de psychanalyse,

211
..

ción, les sobrevino la idea de no dejar librado al paciente el


cuidado de decidir el grado de su disponibilidad psíquica,
sino por el contrario, arrancarle deliberadamente, el estado
psíquico favorable gracias a medios apropiados. Es con esta
tentativa que comienza el tratamiento ps{quico moderno".8

Destaquemos en el pasaje la fuerza de los términos


freudianos: "arrancar al paciente". Según m i opinión,
eso es lo que Lacan entiende como la fórmula de "rec­
tificación subjetiva", que yo retomo por mi cuenta. Me
explico. Cuando el paciente, desde las primeras entre­
vistas, en general desde l a primera entrevista, expone
su sufrimiento, le ocurre a menudo hacerlo de manera
alusiva: "Me siento mal conmigo mismo", "Estoy depri­
,,
mido", "Esto no marcha , "Soy agresivo", etc. Entonces,
depende de nuestro modo de escucharlo, de nuestro
modo de intervenir o pl antearle nuestras preguntas,
que é l· comience a entrever otro modo de vivir su sufri­
miento, otra inanera de man ifestar su demanda de
curación, y que se comprometa de otra forma, más vi­
gorosa, con l a transferencia por venir.
Insisto siempre con Jos practicantes en control sobre
la necesidad de cernir del mejor modo, desde las prime­
ras entrevistas, los lugares de sufrimiento; insisto en l a
obligación de localizar corporalmente el dolor -digo bien:
"corporalmente"- y sobre todo, en hacer surgir otro tipo
de queja que la queja inicial, a menudo demasiado ela­
borada conscientemente por el consultante antes de
venir a vernos. Este otro tipo de queja se manifiesta en
mí, bien entendido, pero también pese a mí, contra mí,
a partir de mi ignorancia. Por ejemplo, según mi opi­
nión, es más importante oír a un sujeto hablar de su

8. S. Freud, "Tratamiento psíquico, tratamiento del alma", ob.


cit. ("arrancar", subrayado por el doctor Nasio; "tratamiento psíqui­
co'', subrayado por el autor).

2 12
llanto, hasta de sus lágrimas inmotivadas, de Jos ritua­
les que acompañan esos momentos de tristeza, que oír­
lo hablar de su "fatiga".
Voy a tratar de ser más preciso. Hay pacientes que
vienen la primera vez diciendo que están fatigados, que
a veces eso marcha y a veces no, y se explayan acerca de
su estado de depresión. En ese caso, hay una pregunta
que no dudo en plantear: "¿Le ocurre a usted llorar?".
En general responden: "Solos". Y además agrego: "¿En
qué cuarto de su casa?". Buen número de ellos me res­
ponde: "En el baño". A mis ojos es esencial que preci­
sen: "En el baño". Les diré por qué con ayuda de otros

ejemplos.
Escuchemos, por ejemplo, a una bulímica. Es más
im portante incitarla a hablar de las circunstancias en
las cuales ella está sujeta a la impulsión incontrolada
de provocar sus vómitos, que oírla hablar de la historia
conflictiva con su madre. . . Quiero decir que, desde ]as
primeras entrevista s, tenemos, por nuestras interven­
ciones, por nuestras preguntas, que introducir de algún
modo una cuña en l a relación del sujeto con su deman­
da, para permitirle rectificar su posición subjetiva a la
vista de su sufrimiento, para modificar el modo como él
tiene de interpretar su sufrimiento, de experimentarlo
y vivirlo. Quiero, sobre todo, hacer sentir aquí la im­
portancia, para el analista, de estar presto con este tipo
de pacientes y con los pacientes en general -con los
neuróticos en general- a no contentarse con la historia
familiar ni con alusiones a estados vagos e inciertos .
En ese caso, es el yo el que habla. Por el contrario,
¡ partan a la búsqueda del sujeto del inconsciente! Par­
tan a la búsqueda de todos Jos actos sintomáticos en . los
cuales el sujeto está superado por su acto. Hasta si
tienen que hacer frente a pacientes que no esperan
nada de nadie, queda una posibilidad que, de ser sos­
tenida, puede suscitar una sorpresa. En suma: hacer

213
\

trabajar la demanda del sufriente, es decir proceder a


la rectificación de su posición subjetiva a la vista de su
demanda, consiste en una puesta en palabras de los
momentos y las experiencias en las cuales el sujeto es
superado por su acto.
Seguramente que un lector podría interrogarse: ¿es
necesario para proceder a una rectificación tal el cono­
cer tantos detalles? ¿Por qué no contentarse con las no
seleccionadas evocaciones de vuestro ·paciente?
La ganancia no concierne en nada al saber ni a la
información; no se trata para el psicoanalista de una
manifestación del deseo de saber, ni a fortiori de un
interrogatorio policial. Muchos analistas no hacemos
preguntas porque hemos aprendido -he aquí otro ejem­
plo de automatismo mental infecundo- que en ocasión
de la primera entrevista no conviene hacer preguntas.
Analistas, en particular anglosajones, han sostenido y
sostienen aún que el analista no debe ni plantear pre­
guntas ni hablar, hasta en ocasión de varias de las
primeras entrevistas. Algunos llegan hasta decir que el
analista no debe intervenir en absoluto durante los tres
o cuatro primeros meses de la cura. No es m i posición.
Podría ser que yo quisiera acelerar las cosas, ir más
rápido, según mi estilo que es, quizá, particular, pero
no es eso l o que determina la frecuencia de mis inter­
venciones. E n general, no intervengo demasiado y no
se oye mi voz todo el tiempo. Lo que me importa es
captar la ocasión, como lo decía, de acentuar las líneas
de fractura que sólo se entrevén en el relato de la de­
manda inicial.
¿Pero con qué fin intervenir así con el analizante?
No para informarme sino porque procediendo de ese
modo, efectuando esta rectificación subjetiva , se produ­
ce un fenómeno curioso: manifestaciones sintomáticas
puntuales y bien delimitadas, que quedarían fuera de
campo s1 no planteásemos preguntas, se encuentran

214
llevadas al interior del campo del análisis. Haciendo
eso, comienza poco a poco a instaurarse, a establecerse,
una conexión de naturaleza transferencia!. Una conexión
tipo transferencia entre esos síntomas y nosotros como
analistas, hasta llegar a que formemos parte del sínto­
ma. Ese género de conexión es el índice mayor de la
transferencia.
La transferencia supone comenzar a inmiscuirnos, a
introducirnos, poco a poco en el sufrimiento del otro. Y
ustedes sólo podrán hacerlo si entran en la escena, en
el escenario, en los detalles, en las puntuaciones del
discurso. Es lo que Lacan llama el "semblante", es decir
lo que desencadena, lo que abre, lo que modula el dis­
curso del analista, lo que instituye e inaugura, verda­
deramente, el discurso analítico. Así, a la demanda de
curación planteada en el comienzo del análisis van
sucediéndose lenta y progresivamente manifestaciones
transferenciales. Freud lo dice en estos términos: "Esta
relación que se llama, para ser breve, transferencia,
toma a menudo en el paciente, el lugar del deseo de
curarse [ . .]".9
.

De hecho, poco a poco, el paciente hace lugar al amor


de transferencia, que al principio se traduce por una
relación muy positiva, plena de cordialidad, donde la
relación con el analista es excelente. Todo ocurre ex­
traordinariamente bien; el sujeto viene a las sesiones
con mucho ritmo, entusiasmo e interés. Relata sus sue­
ños, habla de su pasado, de los avatares de su destino.
Y después, llega a otro escalón que yo llamo la secuen­
cia dolorosa de la transferencia.
Asi, demanda de curación, amor de transferencia,
secuencia dolorosa de la transferencia, representan el
encadenamieuLo de las etapas que hacen progresiva-

9. S. Freud, Ma uie et la psychanalyse, París, Gallimard, 1984.

215
mente olvidar el interés inicial que el sujeto llevaba a
la cura y a la curación. Verifiquenlo por ustedes mis­
mos, reflexionen, escuchen a vuestros pacientes; verán
que aquellos que ya están después de un año, un ailo
y medio sobre vuestro diván, ya no están a la espera
tan particular de la curación en .la que estaban al co­
mienzo. La situación ha variado. Ellos ya no están en
la misma posición subjetiva.
Debemos, entonces, preguntarnos cómo la demanda
de curación se ha transformado en transferencia, más
exactamente en neurosis de transferencia, en enfer1ne­
dad de la transferencia. La característica esencial de la
transferencia, lo sabemos, es, en efecto, el hecho de ser
la reproducción de un nuevo estado neurótico. Lo cual
nos lleva a plantearnos una segunda pregunta: ¿cómo ocu­
rre que aquel que quiere curarse acepta entrar en ese
lazo enfermizo, mórbido en algunos aspectos, que noso­
tros llamamos transferencia?
He elegido a propósito términos acentuados, para
hacerles sentir que esas relaciones transferenciales,
enfermizas y mórbidas, están siempre disponibles en
las personas con quienes nosotros trabajamos. No hay
que tener temor de pensarlo ni de decirlo, porque no
disimular este modo de nuestra práctica nos permite
proceder de modo más justo y, en todo caso, menos
falso. Repito mi pregunta: ¿cómo ocurre que alguien
que quiere curarse se comprometa en una relación psi­
·
coanalítica que comporta una nueva enfermedad? Es
que aquel que quiere curarse también quiere no curar­
se. No sólo no quiere curarse sino que busca instaurar
condiciones favorables para el mantenimiento de su
enfermedad. La· demanda de curación es, entonces,
equívoca: no ocurre sin la fuerza de creer en e 1 análisis
o en lo que puede resultar de él -aun si esta espera
sigue siendo indeterminada-, fuerza que calificaremos
de positiva. Pero la demanda de curación recela tam-

216
bién el deseo de no curarse, por consiguiente de no
separarse de los síntomas y continuar refugiándose en
l a enfermedad. Dos citas de Freud pueden venir a apo­
yarnos. En primer lugar: "Hemos constatado que los
síntomas mórbidos son una parte d e la actividad amo­
rosa del individuo, o hasta su vida amorosa toda ente­
ra". 10 Esta visión de Freud parece esencial en tanto que
hace equivaler síntomas neuróticos y modo de amar.
Sufrir e n sus síntomas y por ellos sigue siendo un modo
de amar y en primer lugar de amar sus síntomas.
Ustedes conocen, sin duda, esa famosa distinción de
Freud e n uno de sus manuscritos a Fliess donde se
trata de las psicosis: "Esos enfermos aman su delirio
como se aman a sí mismos".11 Esta cita puede aplicarse
muy bien a los síntomas neuróticos, a los síntomas
mórbidos, que son, entonces , una parte importante de
l a actividad amorosa de un individuo. Y Freud agrega
a la primera cita referida: "[. ] los instintos sexuales
. .

mismos no tienden de ningún modo a renunciar a l a


sati sfacción que les procura e l sustituto fabricado por
l a enfermedad"12. Por sustitución e s necesario entender
el síntoma. Cuando se quiere el sufrimiento, cuando no
se desea curar, se es incurable. A menos que la tera­
péutica trate por una vía indirecta. Dicho de otro modo,
en l a medida en que el deseo de no curarse es un obs­
táculo muy importante y muy fuerte, imposible de to­
mar de frente e n una cura, e n un trabajo de análisis,
el único modo que tenemos de contornear este obstácu­
lo es optar por una vía indirecta.
¿Cuál es esta vía indirecta? Precisamente l a creación

10. S. Freud, Cinco conferencias sobre el psicoanálisis, 1909.


1 1 . S. Freud, "Manuscrito H", carta a Fliess del 24/111895.
12. S. Freud, Cinco conferencias sobre el psicoanálisis, ob. cit.

217
\

de una nueva neurosis, la neurosis de transferencia


destinada a retomar, en primera instancia, el deseo de
enfermedad del analizante, a fin de llegar, en un se­
gundo tiempo, a liberarlo de ese deseo .

LA RELACIÓN DEL PSICOANALISTA CON LA CURACIÓN

Volvamos a nuestro punto de partida y abordemos


ahora la relación del analista con la curación. Dijimos
que la curación no era un concepto psicoanalítico ni un
fin en sí misma para el psicoanalista. Pero aún no he­
mos justificado ese propósito. Debemos, entonces, fran­
quear un paso y explicar por qué la idea de curación no
es un concepto. Para que exista concepto, para que un
término acceda a esta dignidad, una condición mínima
y requerida es que ese término se integre de modo ri�
guroso y lógico al conj unto de los conceptos de un cuer­
po teórico. Ése es un criterio simple, robusto, pero muy
justo. Pues el término de curación, la idea de curación,
el preconcepto de curación, entra en la más neta con­
tradicción. con la concepción psicoanalítica que nosotros
tenemos de la neurosis -y muy particularmente con el
concepto de sufrimiento-.
Digamos esquemáticamente que en l a neurosis habi­
tan dos especies de sufri miento : el que es vivido bajo la
forma del síntoma y otro su frimiento , no vivido, incons­
ciente, invisible, imperceptible, que los síntomas tratan
de atemperar en el límite de la resolución, hasta de la
curación. Es decir que los síntomas son una tentativa
de autocuración del yo. O mejor, para ser más riguro­
sos, los síntomas son la expresión de la tentativa de
autocuración del yo . Una tentativa desdichada, cierta­
mente ineficaz del yo, pero por otra parte una tentativa
inscripta en línea recta con una resolución del intolera­
ble sufrimjento inconsciente. Si caemos enfermos de

218
neurosis, si tenemos miedos, dolores corporales, si tene­
mos accesos de cólera inesperados, imprevistos, breves,
si somos asaltados por tal o cual figura del espectro de
los síntomas llamados neuróticos, es necesario saber que
son l a expresión de una lucha en el interior del yo, de
una lucha invisible llevada a cabo por el yo que trata de
hacer más tolerable un dolor inconsciente. Los síntomas,
entonces, son la expresión de una batalla. Constituyen
la parte visible de un combate inconsciente del yo contra
un sufrimiento inconsciente y apuntan a hacerlo más
aceptable . Eso explica, en parte, la frase de Freud cita­
da antes, a propósito del neurótico que ama a sus sín­
tomas como a sí mismo. Él ama a sus síntomas porque
son la expresión de una defensa, de esa tentativa de
resolver un dolor penoso e inconsciente.
Nuestra concepción psicoanalítica de los síntomas
es, entonces, para así decirlo, una concepción positiva:
ellos expresan un movimiento positivo del yo para de­
sembarazarse de un sufrimiento intolerable. Enton­
ces, a diferencia del médico que quiere suprimir el
síntoma, nosotros, por el contrario, vamos a servirnos
de él como vía de entrada indirecta a fin de trabajar
y disipar el dolor penoso e inconsciente. Bien entendi­
do, esta tentativa indirecta, a través del síntoma, no
responde a un proceso estratégico ni apunta a un blan­
co definido y preciso. Se comprende ahora por qué no
podemos hacer nuestra e integrar en nuestra teoría la
idea de curación en tanto que eliminación de los sín­
tomas. Pretender eliminar los síntomas sería como
querer hacer desaparecer los sueños, hacer callar las
voces del inconsciente . 1 :3

13. Cf. "Psicoanálisis y curación", documento de la jornada de


estudio de octubre de 1987 de la Escuela Propedéutica. del Conoci­
miento del Inconsciente. (Publicación interna.)

2 19
Si la curación no es un concepto, tampoco es un fin.
Y esto sigue siendo válido aunque se l a conciba como
un cambio, una modificación estructural del psiquismo
o, aún más, según Freud, una "reorganización del yo".
En efecto, Freud habla de ampliación del yo y define l a
curación en tanto que producción de un nuevo ser psíqui­
co. Hasta así concebida, la curación sigue siendo -insis­
to- una idea, un vago ideal, que finahnente entorpece
el análisis y entorpece al psicoanalista.
Escuchemos dos frases de Freud sobre el lugar que
la curación ocupa en el espíritu del practicante. En
1927 escribe esto: "[ . . . ] el enfermo no obtiene gran ven­
taja en que, en el médico, el interés terapéutico sea de
predominancia afectiva. Lo mejor para él es que el
médico trabaje con sangre fría y lo más correctamente
posible".14
Y mucho antes, en 1912, confesaba: "Me digo a menu­
do para apaciguar l a conciencia: ¡sobre todo no querer
curar, aprender y ganar dinero! É sas son las represen­
taciones de fines conscientes, que son más uti]izables". rn
En efecto, si el analista instituye una meta curativa
del análisis, si conscientemente se dice "Es necesario
que lleguemos a eso", arriesga no sólo asignar límites
artifidales al trabajo analítico y orientar confusamente
su participación en el nivel de l a escucha, sino también
seguir l a tendencia afectiva más peljgrosa de la contra­
transferencia, l a que amenaza más al analista, a saber:
el orgu1lo terapéutico. Una tal suficiencia se expresa
bajo la forma más conocida del narcisismo del terapeu­
ta: "Si la curación es un fin, el logro o el fracaso en

14. S. Freud, "Posfacio" ( 1927), en "La cuestión del análisis pro­


fano".
15. S . Freud, C. G. Jung, Carta del 25-1-09, en "Corresponden­
cia", I.

220
obtenerla sólo depende de mí". Entonces, la idea de
meta sitúa inmediatame nte al terapeuta en una posi­
ción de suficiencia y de falsa responsabilidad.
A fin de recordar al analista la humildad necesai·ia
para cumplir con su función, Freud y Lacan han teni­
do, cada uno a su modo, fórmulas muy inspiradas. Freud
retoma el aforismo de ese médico anatomista extraor­
dinario que fue Ambroise Paré. Para señalar los límites
de su arte, y pensando en el enfermo que é l acababa de
tratar, Ambroise Paré enuncia: ''Yo lo vendo, Dios lo
cura". 1 6 Aforismo que traduciríamos: ''Yo lo escucho, me
presto al juego de las fuerzas pulsionales, el psicoanáli­
sis lo cura". Lacan habría completado la fórmula dicien­
do: ''Yo lo escucho y el psicoanálisis lo cura . . . además".
Lacan repitió a menudo esta fórmula de la curación
comprendida como la supresión del sufrimiento de los sín­
tomas y limitada a ser un efecto producido por un plus.
Para terminar con mi propósito, quisiera recordar
varias formulaciones de Lacan:

[ ]
. . . la curación es un beneficio en plus de la cura psicoanalítica,
el analista se p reserva de todo abuso del de seo de curar.17

Recuerdo haber provocado indignación [ . ] al decir que. en el


. .

análisis, la curación venía. de algún modo, por añadidura. Se ha


visto alli no sé qué desprecio por alguien a quien tenemos a cargo,
por aquel que !'ufre. Hablaba desd e un punto de vista metodológico.
Es cierw que nue�tra justificación, como n uestro deber es el de
mejorar la posición del sujeto. Y pretendo que nada es más vacilan­
te en el campo en el que estamos. que el concepto de curación.1H

16. Cf. S. Freud, "Consejos a los médicos sobre el tratamiento


psicoanalítico".
17. J. Lacan, "Variante de la cura tipo'', en Escritos, ob. cit.
18. J. Lacan, "La angustia", 1962/3, inédito, seminario del 12 de
dicicm brc de 1962.

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E n una intervención, poco conocida por otra parte,
del 5 de febrero de 1957, publicada en La psychanalyse,
n� 4, 19 Lacan habla de la curación como de un "bienes­
tar en plus". Retoma a menudo esta expresión "en plus"
para destacar, precisamente, un plus, un "más allá".
Más allá de algo que ya estaría adquirido. "Adquirido"
que es necesario entender como la relación analítica
misma, el compromiso transferencia} entre el analizan­
te y el analista. Es verdad que la expresión "en plus"
encuentra un antecedente en una destacable frase de
Freud:

La eliminación de los síntomas de sufrimiento no es una


búsqueda (del practicante) como un fin particular, pero a
condición de una conducta ri gurosa del análisis, se produce,
por así decirlo, como un beneficio anexo.

Freud no utiliza la expresión "en plus" pero emplea


el vocablo "anexo". ¿Anexo a qué? Anexo a este efecto
principal que es la reorganización del yo en beneficio
del ello.
En cuanto a mí, diría para concluir, siempre tenien­
do en l a mira el atenuar esta suficiencia, este orgullo
terapéutico del analista: la curación no es un fin que el
analista debe alcanzar, sino un efecto secundario del
análisis, que el analista puede esperar.

19. Cf. supra, el exergo de ese artículo.

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