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Juan David Nasio
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COMO TRABAJA
UN PSICOANALISTA
�11�
PAIDÓS
Buenos Aires
Barcelona
México
J
ÍNDICE
9
te ocho reuniones, en París y en lengua francesa. Y
consideramos que allí su bníjula pudo haber sido una
frase que él mismo enunció en una de esas clases: "Si
este año de seminario sobre la técnica tiene una idea
fundamental que quisiera transmitirles es ésta: la
apuesta de la técnica analítica se decide en la posición
que el analista ocupa, en el estado en el cual se encuen
tra cuando actúa, y no en la forma como actúa".
Entonces, Cómo trabaja un psicoa nalista es sobre
todo una reflexión sobre el trabajo que el analista hace
consigo mismo para poder hacer con el analizante. El
trabajo que el analista realiza con él mismo para po
der ocupar el buen lugar desde donde llevar adelante
el "saber l o que hace" en relación con "no saber lo que
dice".
Como decíamos, no es un manual del deber o el no
deber ser o hacer, sino que, como todo lo que se refiere
a la transmisión, el lector se encontrará en él, también,
con ciertos matices de lo inefable, o sea lo que no entra
en el campo de la palabra, lo que no puede ser dicho.
Sin embargo, "aún . . . ", he aquí la propuesta y la apues
ta a la tl_'ansmisión, al aporte de aquello que hace a la
formación de los analistas.
Cómo trabaja u n psicoanalista no pretende trasladar
conocimientos; es un decir cuyo "punto de mira" apunta
a la posible producción de saber. Si los analistas nos
ubicamos en la buena posición, propiciaremos el saber
producido en el seno de la relación analítica. Dos sabe
res están aquí comprometidos: el saber-hacer del ana
lista y el saber inconsciente que vendrá a producirse
por impacto del acto y del significante.
Si este libro hace letra y testimonio de un decir, de
un dicere, no está lejos de la docencia [docere] ni de un
camino por el cual conducirse [ducere]. Las acciones
enunciadas por los verbos latinos hacen cierta conso-
10
nancia y nudo en el texto que hoy tenemos el privilegio
de presentar.
La transmisión no es cuestión de los intercambios
conscientes; es cuestión del deseo que circula. Del de
seo que circula y se pone a correr en términos de sig
-
nificantes, de palabras, letras, que pueden o no hacer
eco en los lectores, en este caso. Es, parafraseando a
Lacan, como esa antigua moneda que corre de mano en
mano hasta que alguien se detiene a corroborar su valor,
a considerar qué dice su acuñación. Ese instante de
detención, ese momento propicio, ese kairós, esa opor
tunidad, se pone en clave deseante.
Botella lanzada al mar que encierra su contenido de
palabras, hoy hechas letras, este libro seguramente
querrá arribar a muchas playas para encontrar su tiem
po de reposo fecundo y proseguir su viaje llevado por
las corrientes del deseo que no es otro, ni más ni me
nos, que el deseo de los analistas.
No dudamos, porque así está dicho por su mismo
autor, que la máxima pretensión que aquí se sostiene
es que algo de su lectura produzca no pruebas sino
-trazas que hacen soñar".
11
I
13
-
errónea de nuestro trabajo de analistas. Lo que quisie
ra demostrar este año es que los analistas trabajamos
activamente, que trabajamos de otro modo que el de
-
dejar, simplemente, ue la _palabra actúe. Quiero decir
que - tenemos expectativas, fines, decepciones, porque
- -
esta m os en _una gQ_sición_muy precisa, en una posición
que puede llamarse -como lo dice Lacan en ese texto
política, de estrategia y _táctica.
···El analista dirige la cura. En lugar de un retorno a
Freud, como Lacan lo proclamó en su época, hoy nues
tra consigna sería la de retornar a la afirmación que
expresa que la cura se conduce y se dirige.
Me parece necesario en la actualidad retomar los
principios de nuestra acción y ver cómo esos principios
han evolucionado desde Freud hasta nuestros días, y
considerarlos en esa actualidad.
En los siguientes seminarios trataré de retomar di
ferentes capítulos y cuestiones. Esta noche, a su tiem
po, vamos a abordar la cuestión muy general de los
momentos del desarrollo de la cura, las fases de una
cura. E inmediatamente comenzaré por recordar los
orígenes de la técnica psicoanalítica, es decir, los oríge
nes a nivel del método catártico.
Antes de comenzar quisiera plantear unas preguntas
que quizá muchos de ustedes ya están imaginando y
concibiendo: ¿cómo puede decirse que el analista dirige
la cura?, ¿cómo puede hablarse de política, de estrate
gia, de táctica?, ¿no resuena todo eso de modo diferente
de los términos y conceptos con los cuales estamos habi
tuados a pensar y reflexionar?
Si definimos la técnica, en general, como el conjunto
de medios aplicados a una materia con el propósito de
lograr un fin, debemos inmediatamente decir y concluir
que esta concepción tradicional de la técnica no es
aplicable al psicoanálisis por dos razones: en primer
lugar porque, ¿cuál es la materia sobre la que se apli-
14
carían los medios de la técnica? Precisamente, en el
caso del psicoanálisis esta materia es el deseo del ana
lizante, y para el psicoanálisis, esta materia -deseo del
analizante- es idéntica al deseo del operador. Como si·
el operador, en la técnica psicoanalítica, debiera operar
sobre sí mismo. La segunda razón que hace que no
podamos aplicar esta definición tradicional de la técni
ca es que los medios técnicos no son, como habitual
mente en otras disciplinas, exteriores a los procesos .....
sobre los cuales esos medios operan. Esos medios -por�
ejemplo, una intervención analítica- no son exteriores:
son la expresión del proceso. La intervención de un
psicoanalista en el curso de una sesión no es un medio
que viene del exterior a operar sobre el proceso analí
tico, sino que debe ser considerada como la manifesta
_ n de lo que ocurre en esa_ relació�.
ció
No podemos pensar la técnica psicoanalítica soste
niendo una concepción instrumental de ella.
Sin embargo, existe una técnica de dirección de la
cura. Pero no debe ser considerada como un instrumento
maniobrable. Lo repito. Mientras imaginemos la técni
ca analítica como un medio para operar, permanecere
mos capturados en la voluntad de dominarla y dejare
mos de lado la esencia de esa técnica.
¿Cuál es esa esencia? La esencia de la técnica ana
lítica es el fondo estable que .§e decanta en el psicoana
lista-en Iá medida en que e_sa�écnica instrumental se
aplica. La obtención de ese fondo e§table significa Ja
C_!'eación, en el psicoanalista, de un estado particular de
espera; de una espera elegicja, de una disposición orien
tada, polarizada, por la realización de "Una experiencia
- - - -- -
- ·---
singular.
Todo analista está dispuesto hacia algo; ese algo es
una experiencia singular: la éle saber percibir fuera de él
mismo -percibir de modo inconsciente- el incon&.cignte
en el análisis. Esto quiere decir que la esencia �e l�.
15
técni� i�eside en el deseo del operador, en el deseo que
subyace -en nosotros cuando practicamos nuestra labor.
Estamos aquí frente a una aparente contradicción_
Por una parte digo, con tono de urgencia, que es nece
sario dirigir la cura. Bien. Y por otra parte digo que e-;
n�cesario_no caer en el domi_nip. La contradicción pue
de resolverse, diria, con una actitud lúdica, humorísti
ca. Como si fuera necesario jugar con nosotros mismos
y decir esto: simular ocupél!nos y�studiar seriamente
r-1ª--técnic�, los preceptos técnicos, esperando secretainén
: te que la verdad en el análisis haga irrupción en nosó
Jj
) t_Tos, nos trastorne, nos sorprenda y ponga un límlt�l
l supuesto_ dominio de nuestra acción. E s a�lí, entonces,
_
donde y cuando la verdad aparecerá en el analizante.
En una palabra: ser el más aplicado de los técnicos, el
mejor conocedor de los preceptos de la técnica, para te
ner sobre todo la libertad de ser el más inconsciente_de
los sujetos, el más inocente, el más desarmado, el más
expuestp a los efectos del inconsciente. Pues es allí, en
üña sorpres-� puntual, en un trastorno, en un aturdi
miento, donde tenemos una posibilidad de hacer la expe
riencia del análisis -nosotros como analistas- y conducir
al analizante a hacer esa experiencia; es decir -lo vere
mos luego- llegar a ese momento de la experiencia y
ocupar un_lugar: el del objeto que causa esa experiencia.
( Es necesario dirigir la cura, es necesario asumir
enteramente ese rol, y al mismo tiempo sab�! que_aj_fin
- que queremos alcanz� no lo obten_9-remos dirigiendo la
í cüra. Lo---a -alc" nzaremos fuera de esa dire-cción, fuera de
esa técnica. En los términos de Lacan eso sería·: ocupár
el lugar del semblante del dominio, es decir, ocupar el
lugar del semblante de la(f-i rección, el semblante de ser
el amo: sin ··olvidar gue no es más_que_un SgIDhlante.
- Es allí dOnde existiría una posibilidad de ser tocados
por una verdad, que es, al mismo tiempo, una verdad
para e] analizante.
16
Siendo así, me falta aún completar la definición de
la esencia de la técnica. É sta no es sólo un fondo esta
ble que se decanta en cada analista cada día. La esen
cia de la técnica es un fondo estable que se decanta
hjstóricamente desde hace ochenta años, es decir desde
el nacimiento del psicoanálisis.
El diván, el sillón, la regla fundamental, etc., es decir
�odos los elementos característicos del procedimiento
analítico, han llegado a ser con el tiempo una especie
de constante invariable con la cual se ha identificado el
psicoanalista.
La técnica psicoanalítica es hoy uno de los trazos dis
tintivos, un ideal del yo, en el cual reconocemos nues
:ra identidad de analistas. Es un ideal del yo que es
:iecesario preservar cuidadosamente y hacer que dure
más allá de nosotros, si verdaderamente tendemos a
que la experiencia, que es la nuestra, perdure también.
Es en ese sentido que he elegido hacer este seminario
sobre la técnica, para que pueda percibirse hasta
qué punto l�écnica es un ideal del y�, hasta qué punto
la técnica es un elemento con el cual reencontramos
-
nuestra identidad. Es el p ensar que cualquier ges to
:écnico, por ejemplo el enunciado de la regla funda
melltal , que un analista puede hacer a su paciente luego
ie las primeras entrevistas, pensar que por ese gesto,
;><>r esa fom1ulación, el analista vehiculiza el ideal del
análisis, vehiculiza el psicoanálisis como..un ideal_y ae
:..:c:s ribe él mismo e inscribe a su paciente en upa fi11a
..;ón simbólica. Dirigir la cura significa orientarla hacia
üil punto particular de ruptura radical que nosotro s
_
::amamos experiencia.
Distingo la cura de- la experiencia analítica.
Existe la cura analítica: es el camino que transitan
-
el analista y el analizante. Además hay momentosae
ruptura, momentos radic ales,·a los que 1lamamos expe
nencía. Entonces, la dirección de la cura está conduci-
17
da haciz.. e�e unto de experiencia. Ése es el punto de
experiencia al que Lacan llama "s�uencia transfer�n
Cial", "secuenc� la transferencia". Entonces: es ne
cesario ordenar de cierto modo el proceso del análisis
en funció� de un fi12 y siguiendo un índice; se@Il" uil fin
y sigtliendütffi"� calizació». El fin más inmediato �s
hacer surgir la secuencia de la transferencia. Yel índi
ce es el ofrecido p; diferentes modalidades de la pala
bra del analizante. Con más exactitud: el índice que
nos perl)l�te conducí� e�a cura está constituid.o._¡loL.di
ferentes modalidades de las demandas del analizante.
Digamos en seguida que en ese punto de ruptura que
llamamos la "secuencia transferencial", el momento
de la transferenga-;e1 añafista abandona la posición de
conducir luura., abandona la posición de dominio á
partir de la cual dirigiría esa cura. Y allí, en ese mo
mento, o�upa otro lugar: �lj�a .! �el ol!i.eto de transfe-
l� - --
v�
•
renc1a.
Es decir que la conducción de un análisis puede orien
tarse siguiendo diferer¡tes momentos o diferentes fases
de la-cura, diferentes fases o momentos que van a est�r
separados, diyididos,_ según un criterio que es el crite
rio del tipo de relación "que el analizante tiene con-su
palabra. Volveremos-en detalle sobre cada una de estas
fases.
Sabemos que las fases, tal como las presentaré aho
ra, representan un esquema muy reducido, muy simpli
ficado, que me permite abordar las cosas en este semi
nario a modo de introducción.
Esquemáticamente podemos despejar c� en
el desarrollo temporal de una cura. El interés -insisto
de espejar esas c �atro fases, el verdadero interés, es
reconocer el lugar central de cada una de ellas.
La pri mera fase es la que podemos llamar la {__ase d�
-ti la rectificación subjetiva.
Esta fase tiene lugar en el curso de la primera entre-
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� o digamos, desde las !tim en
. eras entrevisb,!s, y -
en�e del cara a carLJQ!l el_gaciente.
E:: particuTar, al final de la primera entrevista y en
.... .;,!guiente introducimos al paciente en unaprimera
�"ización de su posición en la realidad que éCn�s
� nta. Es decir que él puede hablarnos de su reali-
19
\� UM._� � JiJ. �� f' ,.._!¡_O L:t"u... Óo...A--
af} f� � &A.L �. 4 �'t.�. �
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. � vv "-AR.A•�.;...,. clu:i\l.��,.)
( ape�r a un .Qko. y es a e e nivel que vamos a .producir,
�
que vamos a hacer intervenir, a introducir, esa RECTIFI
CACIÓN SUBJETIVA.
Siempre digo que luego de la primera entrevista hay
una demanda masiva de parte del paciente. Y es al
final de esa primera entrevista que tengo el hábito de
manifestarle: "Bien, vamos a detener aquí nuestra en
trevista, pero antes quisiera darle nu impres10n con
todos los riesgos que eso comporta, en tanto no lo co-
·
nozco".
¿Qué quiere decir "mi impresión"? "Mi impresión"
quiere decir dar una respuesta que consistirá en resi
tuar al paciente de otro modo en relación con su sufrí
.miento. Es decir, intervenir en el punto mismo en el
·cual él explica, y tener-en cuenta cómo lo hace, cuál es
Ja teoría que él se da de por qué sufre y cómo sufre.
Puede ocurrir, por ejemplo, que esa intervención lle
ve, en particular, hacia el problema del deseo parricida
en el caso de los hombres. Esto no es sólo un automa
tismo del pensamiento: es, simplemente, que a la luz
de intervenciones de este tipo existe siempre ese ele
mento presente, basal, fundamental en la teoría analí
tica, que es el deseo de matar al padre. Esto ocurre en
particular en los hombres y todo lo que de allí prosigue
en tanto sentimiento inconsciente de culpabilidad. Vol
veré a ello, con certeza, en los próximos seminarios. Me
propongo, en el transcurso del año, hacer una exposi
ción sobre la interpretación y, eventualmente, sobre las
entrevistas preliminares, el problema de la cura, el
problema de la reconstrucción. En fin, todas las dife
rentes cuestiones mayores de la técnica analítica.
Volviendo a esta primera fase de rectificación subje
tiva: lo que está claro es que nos es necesario distinguir
el motivo por el cual el paciente consulta en esas pri
meras entrevistas de la demanda implícita presente en
el . análisis. Esa demanda implícita, precisamente, ja-
c"""' �üü:L \� 1)��.ijt, � '1...Q_ct-� �
CL) �t�\A.�.L.L.ii.. � /Vv...O�Q� � ��
b) + d.1L. to_ �OM-cV--. \/"\.No._ �
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� ....t;¡. ·
l:.i-5 está explicitada. Y esa demanda implícita puede ser
.ieseo -la demanda- de cura. Puede ser, también, la
�:::anda de mostrarse, de revelarse a sí mismo lo que
., ::llsmo es. Puede ser una demanda de calificarse como
r :::i:ísta, de llegar a ser analista y que ese análisis sea
:..:.ra él su modo de consagrarse como tal. Hay muchas
:..:::J.andas implícitas de ese tipo que no sólo están pre
�::(es en ese momento, en esta fase, de rectificación
�bjetiva, sino que, además, van a estar presentes a
:orlo lo largo del análisis. Ellas van a variar en fun
�ón del desarrollo, del despliegue de la cura. Debe
=os distinguir muy bien esta demanda implícita de
� otras demandas de las cuales vamos a hablar en
.:.!l momento.
Segunda fase: es la fase del comienzo.
Diría que es la fase que está constituida por dos
�..tos pf5i�oanalítico$_fundamentales, los dos actos psi
-_-analíticos mayores entre todos los que un analista
;;aede cumplir: en primer lugar, el acto -y digo bien
..acto"- de aceptar analizar al paciente, y segundo: el
::.:to ae enunciar la reg La fundamental. A.. través de esos
i....s actos --- - -
el analista transmite
.....
a su paciente, en ese
Frimer momento, su propia relación simbólica con el
;:5icoanálisis sin que-élSe aperciba. Él transmite con ·
21
transferencia con el cual el analizant_e._tendrá _�en
frentaiSé. Digo füen: el primer objeto de transferencia
conefcual el analizante tendrá que enfrentarse, y esto
se define o:c...e .Uu- lación ge] analista con el psicoanáli
si8.E sta relación va a concretarse a través del simple
gesto de decirle: "Sí, me interesa, quiero tomarlo en
análisis, quiero trabajar con usted, quiero que trabaje
mos juntos, quiero que estemos juntos durante un tiem
po".
El segundo gesto es el de enunciar la regla funda
mental. Decir: "A partir de la _pr_óxima_vez, prefiero -o
_
22
bien, este objeto transferencia} tendrá un efecto deter
minante en relación con la aparición de los síntomas.
ES muy frecuente -muchos de entre ustedes qué
practican el análisis lo saben-, ocurre muy a menudo
que al caho de algunos meses, hasta de algunas sema
nas, el paciente venga a decirnos: "Es extraordinario,
:ne siento muy bien. Muchas de las razones por las
cuales he venido a consultarlo han desaparecido". Y
hasta hay pacientes que deciden abandonar el análisis
a causa de esa desaparición de los síntomas. Y esto es
a lo que llamaríamos objeto de sugestión. En lugar de
23
una demanda de amor al analista, como a veces se
cre e . Es una dema�da de ªmor porque es una demanda
en el sentido que es una palabra de promesa. Se está en
e momento de la Qromesa. EL.amoL-ustedes conocen
la definición de Lacan -e§.. dar lo_ q!:!e no se tie�. Dar
lo que no se tiene, quiere decir, simplemente, prometer._
Doy lo que no tengo en tanto que prometo. Durante
este-período, el anallzante vive en la espera de esta
promesa abierta, de este amor abierto que significa el
análisis. No es una demanda de amor al analista; el
analista no es el objeto de amor en ese momento. Es
demanda de amor -repito- en el sentido de palabra en
espera. Esta demanda de amor se mantendrá en tanto
el analizante no-descubra que, finalmente, es uñade
manda inadmisi�l�. Durante ese tiempo la sugestión
ocupa su lugar. Esta segunda fase de la cual hablamos
hace un instante, es la fase de la sugestión, o si ustedes
prefieren, la fase de la demanda de amor. Lacan en un
momento reto� esto de otro autor -de Fenichel- que
decía: "El analizante, durante este período, habla sin
hablarles", pensando en el analista. Sí, el analizante
habla sin hablarles, pero agregaría: esperando la pro
mesa que significa el análisis.
T .a fa�rcP.ra fase -tenemos primera fase de RECTIFICA
CIÓN subjetiva y segunda fase de SUGESTIÓN- es el mo
24
.:na palabra más pura pero, sobre todo, una palabra.
:Jasional. Es el momento fecundo, doloroso- y pasional
3.el análisis. Pasional pero no sólo deamoi· pasional. �..§__
..Jl momento de violencia, de agresividad, de odio y de
25
del yo. La transfe rencia, el momento de la transferen
cia se juega cuando todas esas cagas imaginari�an
desaparecido y sólo queda la última capa, la más próxi
ma a ese ob�....Al decir la últim-;-ca�más proxrma
· al -objeto también podría decir 1-ª-.demanda má�...I�ura, la
más representativa de la pulsión reprimida. Es allí
donde aparece la demanda más p�a, donde aparece la
imagen másp¡:oxima al objeto en el centro del yo, cuan
do -diría- no existe más yo. Es allí donde surgen los
elementos pasionale�del amor,·el odiQ...Y la ignoranda,__
Y--esos momentos son los más dolorosos para el pacien
te y el momento más doloroso para el analista. No es
fácil aceptar esa vía y comprometernos con ella. Es
mucho más aceptable� mucho más fácil para nuestro
trabajo, por ejemplo, mantenernos en esta etapa de la
fase que yo llamaba de "sugestión de la demanda de
amor", evitando abordar esa experiencia particular de
la transferencia.
Justamente en el texto que citaba -"La dirección de
la cura" que apareció en los Escritos- Lacan critica a
los analistas de la época, es decir alrededor de 1958, a los
analistas que él llama "del Instituto", diciendo que su
teoría de la cura y su teoría del sujeto -del sujeto del
inconsciente- sirven para que ellos eviten el momento
doloroso de la secuencia transferencial. Pero ésta no es
una crítica -según mi opinión- destinada sólo a esos
analistas. No es una cuestión de polémica. Es una cues
tión que se plantea a cada uno de nosotros en tanto la
conducción, en tanto la relación con cada uno de nues
tros analizantes. En esos momentos fecundos detrans
ferencia_dolorosa -la expresión "transferencia dolorosa"
es una expresión de Freud cuando habla del Hombre de
las ratas- el analista.va a ocupar el lugar de 9bjeto.d§
e�e núcleo en el corazón del yo. �l ana]jsta , ante esa
experiencia del momento transferencial, abandona .el
�
l érprete -yo lo llamaría así-, abandona el
26
.lgar de tener que asumir el rol de dirigir la cura y se
-3frenta con el hecho de estar en el lugar asignado por
-:-paciente, que es el lugar del objeto en el corazón -
�úcleo del yo.
Este momento es tan trascendental que ese esquema
:ie las cuatro fases de la cura sólo tiene valor por venir
a situar esa secuencia transferencia!.
27
rimentar, hacer la experiencia de tener gue revelar el
punto central, el núcleo del yo...!.. es decir el punto en el
cual el obje� e�, aparecería en S!!P.erficie.
Es eso que, en la teoría lacaniana, puede llamarse la
"falta en ser"; el sujeto -el analizante- está confrontado,
no sólo con la inacept.ahilidad de la demanda de amor
sino que está confrontado con la falta en ser. Es decir
que su ser es una fulta; que su verdadero ser �i:! _el
análisis no es él, su yo: es lo gy_e._yace en el yo. Lo que
v· ./yace en el centrodeí y_o es una falta. Es un punto·
-
fundamental, e_ni_gmátíco. Es un puñfo central que es
aquel que llamamos hab:ffualmente, en la terminología
lacaniana, ogjeto "a"]}- objeto de goce. En ese momento
de secuencia transferencia!, en ese momento fe<d!Il.do,
�el analista debe hacer silencio. Debe hacer silencio y,
�como ustedes saben, hay niüChas formas de silencio. El
analista debe hacer silencio en sí para hacer surgir al
QkQ.. Es en ese momento que el ana:Iista hace que suDa
el Otro. Para que surja el Otro del paciente es necesa
rio que efanalista haga silencio en sí. Si el analTSta
hace 4ctiva]nentejsilenc10 en Sí, él es quien dirige Ta
c,ura. s�no lo hace ig:Qora quién conduce la curae.iLC$e
mom ento.
Retomamos aquí -bajo otra formulación- lo que se
dijo al inicio de este seminari o : preocuparse de condu
cir la cura sabiendo que lo que importa no es dirigirla,
lo que importa es nuestro propio deseo y esa capacidad
que tenemos .de.hacer silencioen nosotr�misDJ.Qs.
La última fase es la fase de la INTERPRETACIÓN. Po
dríamos decir que la transferencia -la fase de la trans
ferencia- es el análisis; la aparición de ese momento
transferencial si[Ilifica ya el análisis en acto. En otros -
terminas: el asa· e la demanda de amor a la deman
d,a más pura si� hasta sin a intervenc1on del
analista, que se ha practicado el análisis de la suges
tión y la transformación en la transferencia.
28
La transferencia es el análisis de la sugmión y, por
::de, la transferencia es el análisis d�.Ja_transfer.encia.
5: ustedes quieren, tenemos tres momentos:
lisis.
Pero, en este momento, y dado que deberemos abor
dar más adelante el tema de la transferencia, debemos
ir a la cuestión del método catártico porque considero
que al estudiar la transferencia desde sus comienzos se
puede comenzar por allí. El método catártico constituye
-como ustedes saben- el ffiéfodo preanalíticoyest:reñ
el origen del nacimiento del psicoanálisis.
"La historia del método catártico es verdaderamente
29
apasionante. Y no sólo es apasionante sino que, ade
más, se ve hasta qué punto cuestiones que se afirma
ban, pensaban, reflexionaban y eran constatadas en
1890, están muy presentes en el modo como hoy conce
bimos el análisis.
Por ejemplo, ignoraba que en 1890, en la época en
que Freud practicaba el hipnotismo, el método catárti
co era practicado por diferentes tipos de sugestión, entre
ellos, la sugéstión hipnótica. Freud se decía un muy
- - .
30
i
-!:l. la época -por ejemplo, Burot-. La cuestión es que en
�a época estaban todos comprometidos en esta cti.es
:i6n. Había congresos sobre el tema, por ejemplo, en
?arís, en 1881. Hubo congresos no sólo de psiquiatría;
:::Jbo congresos psicológicos en los cuales estaba en boga
-.::a idea que consistía en lo siguiente: el método catár
.=:o explicaba, o partía de esa hipótesis, que los sínto
- as en el histérico son la expresión manifiesta de la
;!"esencia en el espíritu, en la psique, de un cuerpo
-'ttraño , encastrado en los sujetos, en la psique del sujeto
= !a manera de un parásito . Este elemento era una idea
31
riencia perceptual de un acontecimiento que se había
tornado patógeno. Lo que es interesante es que Breuer
pensaba, a veces, que esto se podía hacer por hipnosis
y otras que, simplemente, pidiendo hablar al paciente
se lograba provocar esta reminiscencia del momento
patógeno. Hasta allí, hasta el punto de creer que en el
origen de la enfermedad de la histeria existía ese grupo
de ideas aisladas, todo el mundo estaba de acuerdo. La
diferencia estaba en la explicación de cómo ese grupo
patógeno se había instalado en el espíritu del suj eto.
Breuer pensaba que ese grupo patógeno se había insta
lado en un momento en el que el histérico estaba en lo
que él llamaba "estado hipnoide". Decía que en algunos
momentos, siendo joven, en un momento del pasado, el
paciente había tenido un estado hipnoide, una especie
de obnubilación, de aturdimiento, que había creado las
condiciones para dejar penetrar en él acontecimientos
que iban a inscribirse en su inconsciente. Janet tenía
otra idea: decía que de hecho no era porque el paciente
estuviera en un estado hipnoide, sino porque había
tenido una mala síntesis de parte del yo. Es decir que
el yo no era capaz de integrar correctamente ese grupo
de ideas y a esto lo llamaba "labilídad psíquica de sín
tesis".
Freud tenía una tercera hipótesis: pensaba que, de
hecho y en realidad, esos grupos de ideas estaban ais
lados y eran patógenos porque eran el resultado de la
percepción de un acontecimiento sexua1. Y eso _ va a
distinguir a Freud netamente de lo que pensaban todos
los otros teóricos de la época: el carácter violento, pero
además sexual, del acontecimiento traumático. ·
32
.:s:.amos en presencia de una teoría que considera que
:raumatismo releva d e l a singularidad. Es decir, .!.
;.� lo que hacía mal era un afecto en exceso, debido
33
psiquismo para integrar y sintetizar las percepciones
traumáticas" está muy próximo a lo que los norteame
ricanos, la psicología del yo, va a llamar en la época de
los años sesenta, el "yo débil". El ''yo débil" era un yo
impotente para sintetizar, para int;egrar. Y además -últi
mo comentario al margen y volvemos al método catár
tico- ¿qué es lo más interesante? Que el método catártico
consistía, finalmente, en producir en el sujeto una re
miniscencia del acontecimiento traumático. ¿Para qué
hacer esto? Para que se integrase en la conciencia, a
través de la palabra, lo que estaba aislado en el incons
ciente. Se le demandaba al paciente volver hacia atrás
y hablar. Era el modo de disolver, de borrar, de agotar
la fuerza traumática del elemento o del grupo de ideas
que estaban allí, parásitas, en el espíritu del sujeto. Y
hasta decía -tal como se puede leer en el texto- que se
trataba de que el paciente, recordando, volviendo a esos
antiguos momentos, pudiese percibir de otro modo lo
que había percibido en un momento y percibido incons
cientemente. Se trataba, entonces, de que volviese a
ver, pero esta vez conscientemente, eso que antes había
percibido inconscientemente.
Esta id�a d�_Uevar al paciente al momento original
de la percepción inconsciente para hacerlo percibir cons
cientemente �n la actualidad de la catarsis, nos s;r�
ría para hablar del analista hoy y decir que éste Jk!?e
proceder a la inv<l[�a. El analista debe hacer ue lo
-
-..;;- percibido seael �consciente del sujeto. En el método
catártico 1a percepción inconsciente era llevada para
ser retomada en una percepción consciente. El analista
debe abandonar la percepción consciente, caiñbiar de
regístro, y poaer peréibir -como si debiera volverr u
fraumafismo, � la experiencia traumática- en ese esta
do obnubilado, -el inconsciente en juego del sujeto.-
- Cuando hablamos de percepción inconsciente cabría
la pregunta de si estamos hablando con una expresión
34
:ie hoy o es una expresión de Freud. A propósito encon
:ré un texto de 1899, de Onanoff, que se llama, precisa
:nente, "De la percepción inconsciente". Lo sorprendente
-:-s que ya en 1899 se hablase así. No es seguro que en
�sa época Freud hubiese empleado estos términos.
Retornemos. ¿Qué era el método catártico? Breve
":lente: consistía en hacer retroceder al paciente, llevar
.o al punto traumático y hacérselo reproducir, fuera en
;:alabras, fuera en imágenes, fuera en actos. E s decir
,!-·a fuese hacerlo hablar, hacerlo sentir o alucinar. Y la
-eta era -Breuer utilizaba esa expresión- amplificar
r=l campo de la conciencia. En otros términos: integrar
grupo de ideas aisladas en la conciencia. Es decir
�e el método catártico era un método terapéutico por
·:-es razones: en primer lugar, curaba porque integra::
ca: en segundo lugar, curaba porque permitía l a des-
arga del afecto ligad.o a la antigua percepción traumá
::.ca, y en tercer lugar -esto es muy importante- curaba
:- rque producía una neurosis nueva. Es decir que se
:nsideraba que el método catártico no sólo era efectivo
:·-rque era un retorno hacia atrás en el acontecimiento
:raurnático, sino porque el sujeto vivía, en el momento de
. reminiscencia catártica, una crisis de histeria. y la
�miniscencia catártica era llamada "crisis histérica".
Reencontramos allí, nuevamente, el concepto �e neu
�is de transferencia. Reencontramos allí aquello de lo
��e hablábamos: el momento fecundo del análisis, el
:..o ento fecundo de la transferencia. No hablamos de
r:::m
Ia misma cosa; hay resonancia entre ese momento fe
_:..mdo de la transferencia y el hecho de conducir al
;aciente al momento catártico. El método catártico ha
:enido una vida más larga en el seno de la teoría psi
_Janalítica de lo que se querría creer. Imaginamos, cada
·:t:z que se habla de catarsis, que ello se circunscribe a
:os años 1890-1892, a lo sumo 1897, y luego no se habla
::nás.
35
He podido constatar que Rank y Ferenczi hicieron
un libro en conjunto -creo que el único que hicieron
juntos- que se llama El desarrollo del psicoanálisis,
que apareció en 1923. Y allí se dice textualmente: "A
des pecho de nuestro saber analítico, es necesario decir
que la descarga de afecto en el método catártico es el
factor primordial de la terapéutica analítica". Es decir
que Ferenczi y Rank consideraban que en el psicoaná
lisis había una parte de catarsis absolutamente recono
cible y con un efe cto terapéutico. Theodor Reik, pocos
años después, sostenía una concepción análoga, preten
diendo que el elemento de sorpresa, es decir la sorpresa
evocadora del carácter repentino, sorprendente y vio
lento de la reminiscencia catártica era el factor primor
dial de la terapéutica analítica. O sea que la catarsis
no era sólo una reminiscencia lenta y progresiva; era
repentina, violenta y sorprendente. Y Reik extrae la
idea de la sorpresa y lo piensa al nivel de la experien
cia analítica: no sólo al nivel del paciente, sino hasta el
nivel del analista. Ustedes conocen quizás ese texto -€s
uno de los textos célebres de Reik- sobre la sorpresa,
en el cual él considera que ésta es el trazo del efecto
terapéutico de una interpretación psicoanalítica. Una
interpretación psicoanalítica es corroborada no tanto
por el sentimiento o la convicción del paciente ante
esta interpretación, sino por el hecho de que la inter
pretación sorprenda.
Finalmente, Strachey, y otros psicoanalistas como
Nunberg, reconocen todos, sin dudar, la eficacia tera
péutica de la catarsis y hablan de abordarla o conside
rarla en el interior de la experiencia del análisis, de la
cura analítica.
Terminaremos esta primera etapa recordando la evo-
1 ución de la técnica en Freud. Freud ·cambia a partir de
1892 o 1893; abandona la catarsis y la hipnosis y em
plea lo que se ha convenido en llamar "la coerción aso-
36
::a::ya", tratando de alentar y hasta de exigir el re
�:-do, sin hipnosis ya, de los acontecimientos olvida
r-1!=. de los acontecimientos traumáticos y sexuales ol
r iados. Uno de esos métodos era el de hacer presión
- la mano sobre la frente del paciente, sugiriéndole
=-�� eso le haría pensar en algo. Es, e n tanto Freud
��ubre que Elizabeth no quiere recordar, que inventa
�: :oncepto de resistencia. Y es por eso que haQlo de
:<:Erción asociativa: el concepto de resistencia va a nacer
�= el mismo momento de fa coerción asociativa.
Ese concepto de resistencia cambia relativamente la-.
:c-Jria de las neurosis, y Freud, en lugar de hablar a
;,.artir de allí de cuerpo extraño y descarga, va a trans- f
_.:.nnar eso en un conflicto entre las representaciones
::-aumáticas sexuales intolerables y la conciencia repre- J
'-Jra que no quiere saber nada de ello.
La teoría de la resistencia tendrá una serie de reper
:usiones al nivel de la técnica.
Y terminaríamos sobre este punto donde se perciben
.:-uatro consecuencias importantes: primero, Freud se
·: e obligado a cambiar de táctica,_es decir a buscar otras
producciones pfilquicas en lugar del recuerdo preciso
del acontecimiento traumático. Es allí donde Freud
propone la asociación libre y el precepto técnico que la
concreta, o sea la regla fundamental. Segundo: todas
las Otras formaciones psíquicas, y en particular l<!.. s
asociaciones libres, van a estar cargadas de significa
ción inconsciente. Es decir que la coerción asociativa, el
recfiaw, 1a resistencia de Elizabeth a querer recordar,
van a conducir a Freúd a considerar otras formas de
expresión de la representación traumática intolerable e
inconsciente. La tercera consecuencia es a nivel de la
interpretación: a partir de ese momento, Freud inventa
la idea de hacer intervenciones al paciente, no sólo para
significarle el sentido de un sueño o de las asociaciones
libres, si_!?.o pará interpretar la resistencia, es decir para
37
r v..- u, "\'1 ..J." • ,<e- ,.,. � ... � 'f,1 � � -i � d.J 7':l
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;-... �J � �.l\.-J� + �... '? . '�'-":\� ,..."........ �,, .?:;-;o. �
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;. .irece interesante de esta fórmula para analizar las
::sistencias es que era una formulación que, en tanto ·'
..:. �esistencia es un elemento del yo, estuvo en el origen
:.= la célebre -célebre para nosotros, quiero decir- es
39
Entonces a mí se me ocurrió este término -"abstractus"
para hacer una abstracción de los pacientes según las
épocas, e hice un "abstractus" del paciente de la época
de Freud, de 1910, es decir de la época del "Hombre de
las ratas", y a partir de allí del paciente de hoy.
El paciente de Freud de la época era un adulto, de
unos cincuenta años, neurótico, que superó la prueba.
Freud hacía dos semanas o dos meses de ensayo con un
paciente para saber si podía ser analizado o no. Enton
ces, el analizante de Freud es un adulto de no más de
cincuenta años, no niño -Freud pensaba que los niños
y las personas de más de cincuenta años no eran ana
lizables. No es que el análisis estuviese prohibido, pero
Freud no estaba seguro de poder afirmar, en esos ca
sos, el carácter benéfico de la experiencia analítica-.
E l "Hombre de las ratas" era alguien que había su
perado la prueba de un tratamiento de dos semanas
para saber si era analizable. Freud recibía a ese pa
ciente seis veces por semana, en sesiones de una hora,
durante seis meses en un año. Los análisis no duraban
mucho. Freud utilizaba el diván. En ocasiones había
una mesita con té, arenques y pequeños sándwiches,
pues Freud invitaba a sus pacientes a comer con él. El
paciente, a veces, se levantaba del diván y caminaba
por la habitación. Freud interpretaba al "Hombre de
las ratas" diciendo: "Sí, usted se mueve así porque se
siente culpable y no puede quedarse en su lugar en el
diván. Es por eso que camina por la habitación". Por
que el paciente era un hombre que no se quedaba en
cima del diván, se movía. Las interpretaciones de Freud
e n la época eran interpretaciones transferenciales sólo
en tanto que l a transferencia hacía resistencia. La trans
ferencia se disolvía en seguida. Freud mantenía con
sus pacientes no sólo buenas relaciones de convivalidad,
sino que hablaba de su teoría, de libros y hasta los
adoctrinaba y explicaba la teoría psicoanalítica. A me-
40
- le ocurría, con algunos, verse en otros sitios que
t
...
_ consultorio, por ejemplo, en reuniones científicas.
== aquella época el analizante sólo lo era en el con
rio privado. El paciente de hoy, el nuestro, es de
.L �uier edad, se presentan todas las patologías -no
:a neurosis-. Ciertamente, hay neurosis, pero tam
- momentos de perversión, y algunas veces pacien
?Sicóticos, aunque hoy los pacientes psicóticos son
E""".lldos en otras partes, cuestión que para la Escuela
41
�
l
ansferencial sólo puede jugarse -tal como lo dijimos
antes- en los momentos fecundos, pasionales, violentos
.
�
ly dolorosos de la cura.
Reservaremos para nuestra próxima reunión la cues
tión del "abstractus" del analista -es decir cómo actúa
el analista, cuáles son sus problemáticas en una y otra
época-, y abordaremos el concepto de transferencia a
partir de los primeros tiempos de Freud hasta hoy.
42
11
43
,,.verdad. Lo mejor que puede ocurrir es que una ense
ñanza favorezca el ejercicio de la verdad, que haga
saborear la experiencia de l a verdad.
Brevemente, en tanto fuera posible, tendríamos la
esperanza de qqe _ una en�nza de análisi� d�je tra
zas -como dice Char- ql!.e_ haggn soña .
Hoy vamos a abordar el tema de la transferencia,
pero vamos a abordarlo desde el ángulo de un problema
que es muy preciso: el de la indicación del análisis.
Es necesario subrayar que, ciertamente, no todo el '
mundo es analizable. Pero, ¿con qué criterios decidimos
quién es analizable y quién no lo es? De hecho existe,
en la teoría y en la práctica, un solo criterio de anali
zabilidad: sólo es �nalizable quien es capaz de transfe
rencia. Es decir, capaz de desarrollar, con el analista,
una neurosis llamada de transferencia y, a la inversa,
la condición para que se mantenga y acabe una cura
analítica es que el analizante sea o haya sido un neu
rótico.
Éste ha sido un criterio planteado claramente por
Freud desde el comienzo y lo condujo a distinguir dos
clases de entidades gnosográficas: las que él llama las
neurosis, capaces de análisis, o sea las neurosis de trans
ferencia, que son aquellas en las cuales la transferencia
es posible -esto comprendía la histeria, la fobia y la
obsesión-, y las neurosis no capaces de análisis, e n tanto
refractarias al tratamiento analítico, las que tienen un
44
:-?rencia y neurosis narcisistas fue objeto de muchos
:lebates a lo largo de estos ochenta años de historia
�'"lalítica. Y sobre todo, un debate sostenido, e n parti
:"J.lar, por la escuela anglosajona. Los norteamericanos
: los ingleses se mostraban muy deseosos y pensaban,
::racticaban y estaban preocupados por demostrar, con
-ariamente a Freud, que la psicosis -es decir la neu
�sis narcisista- era capaz de análisis. Hubo, así, una
�poca muy importante, y también trabajos y autores
�uy importantes que es necesario mencionar y conocer:
Rosenfeld, Searles, Frieda von Reichmann, Bion y
É
Hanna Segal. stos son autores que constantemente tu
•eron el anhelo de tratar a pacientes psicóticos en consul
:orio privado, y de afirmar que eran capaces de análisis.
Personalmente, acuerdo con esta posición porque me
:>arece teórica y prácticamente justa. En Francia, mu
:hos otros analistas piensan como yo.
En particular, acuerdo con esa posición, sobre todo
:iespués de los trabajos hechos sobre lo que llamo "la
:orclusión local", es decir la realidad psíquica local en
el paciente psicótico. Si se concibe que un paciente lla
mado psicótico experimenta y construye realidades lo
cales, puede haber una realidad psíquica local transfe
rencia! y una realidad psíquica local que rehúsa l a trans
rerencia. Entonces, un paciente que está en análisis
puede, en el curso de una cura, pasar por momentos e n
los cuales entra e n una relación transferencia! con e l
analista. Digo esto para expresar que, efectivamente,
mi tendencia es la de ir en esa corriente de inscribirse,
digamos, en contra de Freud -y no soy el único en
pensar esto- y decir que las neurosis narcisistas pue
den, pese a todo, ser capaces de transferencia.
Sin embargo, hay que reconocer dos cosas: primero,
que Freud nunca fue verdaderamente tajante y no dijo
que no hubiera que analizar las psicosis. Dijo que estu
viésemos atentos, y hay expresiones precisas entre las
45
cuales utilizó una muy interesante: "Es necesario esta
blecer un plan terapéutico muy particular para la psi
cosis". Eso me hace pensar en el texto de Lacan acerca
de los preliminares para un tratamiento posible de las
psicosis; es decir que es necesario establecer un plan
terapéutico muy particular.
En segundo lugar, Freud no impedía ni interdecía el
tratamiento de las psicosis. Decía que, en principio, la teo
ría y la práctica nos conducen a una cie1ta prudencia. •
46
:ra, etc. Y Lacan respondió ese día: "No hay otro cri
-
2rio que el buen sentido. No hay nada más que el buen
!entido". Es decir, llega un punto en el cual es necesa
-:io que el analista se concentre sobre ese punto del
:men sentido.
Diría, para jugar con la palabra, que hay una ética
del buen sentido tanto como hay una ética del buen
1ecir. Ustedes saben que Lacan decía que hay una éti
del buen decir; yo diría que hay una ética del buen
.:a
�ntido.
La ética del buen decir no es la ética de la elocuen
cia. Es el decir de un dicho que significa algo reprimi
do, es el decir de un dicho que significa el silencio de
:a represión. Yo diría que la ética del buen sentido es
la ética por la cual un analista implica· un sentido, el
único sentido válido en análisis y- permitámonos esta
calificación un tanto- brusca: el sentido fálico. La étíca
del buen sentido e s la ética del sentido fálico, del decir
de la represión.
Y retorno a otro problema. Decía, entonces, que fi
nalmente esa distinción establecida por Freud entre
neurosis narcisista y neurosis de transferencia es, pese
a todo, válida teóricamente. Es una suerte de principio
y es bueno que todos nosotros continuemos teniéndola
muy presente cuando tenemos pacientes que vienen a
consultarnos en primeras entrevistas. Pero, además,
esta distinción entre neurosis de transferencia capaces
de análisis y neurosis narcisistas me parece una distin
ción muy instructiva, muy intersante, para examinar
hoy aquello que hemos �onvenido en llamar "la capaci
dad de transferencia". Esta es l a cuestión que vamos a
plantear hoy: ¿qué es ser apto para la transferencia?,
¿qué es la analizabilidad? Traduzco la pregunta: ¿por
qué las neurosi:::; de transferencia son analizables y por
qué las neurosis narcisistas no lo son? Comencemos por
las neurosis de transferencia.
47
Comencemos por estudiar las estructuras y las ma
nifestaciones de la neurosis de transferencia. Y digo
inmediatamente que l a neurosis de transferencia -en
particular las manifestaciones de esas neurosis de trans
ferencia- tiene lugar en la fase de apertura de la cura.
Se produce muy rápidamente. Desde las primeras en
trevistas ya ha hecho su aparición la neurosis de trans
ferencia y esas manifestaciones -lo digo al pasar, y
luego se podrá discutir- serán importantes para locali
zar ciertos signos, como por ejemplo, en qué momento
indicar al analizante el diván.
¿Qué es la neurosis de transferencia? Ustedes ven
que hay allí una ambigüedad. Digo: la neurosis de trans
ferencia y en seguida digo: las neurosis de transferen
cia. De hecho, en Freud esta ambigüedad sigue siendo
actual por una razón muy simple, que consiste en que
decir "neurosis de transferencia" es, de hecho, avanzar
un concepto técnico. Neurosis de transferencia es una
entidad gnosográfica, definida en función de una tera
pia: la terapia analítica. Es como si tomásemos un
medicamento, por ejemplo, la aspirina, y dijéramos que
hay enfermedades que son "aspirinables" y otras que
no lo son.
La neurosis de transferencia es un concepto técnico
y, sin embargo, Freud ha hecho de ella también un uso
gnosográfico. Pero lo que ha dominado en la obra de
Freud en lo concerniente al sentido y la acepción de
neurosis de transferencia es el concepto técnico. Hay un
48
-..ansferencia, precisamente. Luego, en 1920, en Más
'lá del principio del placer y después en ese texto,
-Visión de las síntesis de las neurosis de transferen
.a ', donde e l concepto de neurosis de transferencia es
.;:nosográfico.
�e falta agregar otro texto a los tres primeros en los
_�es el sentido de neurosis de transferencia es técni
- : "Introducción al narcisismo". Allí Freud está pre
'Upado por definir lo que son las neurosis narcisistas.
Quisiera hacer una aclaración antes de pasar al pro-
lema mismo: la mayor parte de los textos analíticos
�ue estudian el problema de la neurosis de transferen
_ia lo consideran como una clase particular de la trans
:·erencia, en particular los anglosajones. Como ellos
o::staban preocupados por demostrar que las psicosis eran
..1ptas para la transferencia, habían hecho l a distinción
.iiciendo: "Sí, están las psicosis de transferencia y las
::ieurosis de transferencia" y, por consiguiente, expresa
-an : "Existe la transferencia y a partir de ello hay diver
,as clases: psicosis de transferencia, neurosis de trans
.-erencia"; hubo autores que inventaron la perversión de
::ransferencia o la transferencia pervertida, etcétera.
Desde allí podemos imaginar todas las diferentes cla
-'ificaciones de transferencia. De hecho, no estoy de
acuerdo con esta posición. Creo que tenemos un gran
nterés práctico, en relación con la escucha de nuestros
oacientes, en precisar el concepto aparentemente más
.:eneral de transferencia y el concepto más estricto de
neurosis de transferencia.
Cuando un arialista enuncia la palabra mil veces mal
.r-mpleada de "transferencia", la connota espontáneamen
-.e -sin pensarlo- con tres acepciones clásicas que, se
.:ún mi opinión, son tres modos de pensar el concepto
ie "transferencia" que lo alejan de la experiencia. ¿Qué
.piere decir "que lo alejan de la experiencia"? Que no
fojan interrogar, consultar, aprehender esa experien-
49
cia. Esas tres acepciones son: primero, la transferencia
es la relación con el analista; segunda acepción, más
vaga, general, espontánea: l a transferencia son los afec
tos y las palabras alusivas, vividas o no, en relación
con el analista. Tercera connotación vaga: la transfe
rencia es la repetición en lo actual, con el analista, de
las experiencias sexuales infantiles vividas en el pasa
do. He aquí los tres sentidos habituales que se han
dado a la palabra "transferencia". ·
50
se producía una cns1s histérica. Y se decía en la
: ca anterior a Freud, que para tratar la histeria era
-1..esario recrear una crisis histérica. Es decir que la
:c::a ya estaba presente.
Recordado esto, veamos ahora lo que dijo Freud.
Enunciaré esquemáticamente los puntos. Primero: la
.eurosis de transferencia es un producto psíquico,
.orbido, espontáneo y fundamentalmente inconscien
-e . Esto es muy importante: la neurosis de transferen
51
un punto opaco. Tercera característica: Freud dice que
"esta estructura mental -son sus palabras- es una es
tructura artificial". Antés había dicho "espontánea"; es
verdad: espontánea en tanto su emergencia, pero al
mismo tiempo expresa que es "artificial".
"Artificial" quiere decir maniobrable, manejable por
un operador que, ocupando él mismo el centro de esta
estructura, está en condiciones de desmontarla, es de
cir de interpretarla.
"Artificial" no sólo quiere decir "provocar, desmon
tar, provisorio, interpretable" si ustedes quieren, sino
que también responde a tres fines: a la voluntad del
terapeuta que se fija tres metas con esas neurosis de
transferencia, con esa creación artificial. Hay tres ex"
pectativas del practicante: una terapéutica, una de
investigación y una ética.
El fin terapéutico es el mismo -el principio también
que tenía el método catártico en la época de Freud, es
decir reproducir la enfermedad para poder alimentarla
en vivo. Rehacer la enfermedad para tratarla mejor. E s
verdad, reconocía Freud, que ese medio terapéutico es
arriesgado; es arriesgado porque redobla la enferme
dad hasta un grado a veces tan intenso que deviene un
obstáculo para la prosecución de la cura, y a veces -por
qué no decirlo- está en el origen de graves pasajes al
acto de parte de algunos pacientes. Esto es raro, pero
es necesario saber que cuando un analista trabaja con
un paciente, como dice Freud, trabaja con materiales
explosivos. Es decir que él crea una situación que pue
de llegar a ser intensa y arriesgada. Primer fin, el te
rapéutico.
Segundo fin, de investigación: en la "Metapsicología"
encontré una frase que me pareció luminosa. Freud
dice: "Los procesos inconscientes sólo nos son cognosci
bles bajo las condiciones de las neurosis, es decir, en
52
-:-�nstancias en las cuales todos los procesos precons-
-�= :es han sido despreciados". ;
-:orno siempre Freud insistió en decir que el análisis
sólo era terapéutico, como lo anticipaba hace un
�: mento, sino también un medio de investigación para
.:-.Jnocimiento del inconsciente, se percibe que las pala
:r¿s: que utilizo son palabras, tonos y atmósfera de los
-.:-nos freudianos.
Y además hay un fin ético. Freud dice al respecto, en
-:..a técnica del psicoanálisis": "Lo que el paciente ha
;:·.ido bajo la forma de transferencia, nunca jamás lo
É
.·.idará". sta me parece una frase que sería necesario
;..:;ner como epígrafe a un texto que quisiera hablar del
:..a-:aje de analizante a analista. Allí retomamos la po
�ción de Lacan.
Ustedes saben que Lacan consideraba que el psicoa
-
..alisis -para él no había diferencia entre psicoanálisis
:..: dáctico y psicoanálisis personal- era siempre psicoa
:.alisis puro. Es decir que, en última instancia, todo
-;:5icoanálisis conducía teóricamente, en principio, a crear
:m analista del analizante. Poco importa por qué al
É
suien consultaba. sta era la posición de Lacan. Lacan
decía: "Si ustedes quieren comprender lo que es el psi
coanálisis didáctico, es necesario que comiencen por
;:iresuponer algo: toclo análisis conduce, o debería con
ducir, a producir un analista".
É
ste es un fin ético de psicoanálisis puro, próximo de
lo que hoy llamaríamos sublimación.
En ese caso, con relación a la transferencia -en lo
que se vive en la transferencia y no se olvida jamás
hay una transformación . El goce -permítanme introdu
cir mis propias palabras- experimentado en l a transfe
rencia se transforma en acto, en una traza significante:
!a de abrir un nuevo análisis. Para el analizante, ahora
devenido analista, el goce experimentado en la transfe
rencia se transforma en el acto de abrir un nuevo aná-
53
lisis. Éste es el que señalaríamos como el fin ético de
esa neurosis de transferencia artificial.
Pero volvamos a Freud y a nuestro modo de leer y
comprender la neurosis de transferencia. En primer lu
gar, creo que es necesario distinguir dos niveles para
comprender esa neurosis de transferencia: un nivel de
matriz y un nivel de significación.
Para el nivel de significación nos vamos a servir
mucho de los términos y de la teoría lacaniana. .
Para el nivel matricial diría que es una especie de
fórmula esencial, de apertura, masiva.
Freud pensaba que la neurosis de transferencia era,
como lo he comentado, la actual iz::H�ión en el presente,
con el analista, de antiguos deseos eróticos. Preferiría
decir hoy que la neurosis de transferencia es uno de los
destinos posibles de la pulsión.
Sabemos que la pulsión tiene cuatro destinos posi
bles establecidos por Freud en la "Metapsicología": la
sublimación, la represión, el retorno sobre la propia
persona y l a reversión de fin activo en pasivo.
Y bien: la neurosis de transferencia sería el destino
analítico de la pulsión. Es decir que cuando nos inte
rrogamos sobre l a analizabilidad de un paciente, en
función de una primera entrevista, debiéramos escu
charlo pensando que su capacidad de transferencia se
decide esencialmente -digo bien "esencialmente", por
que hay otros factores- en la potencia de la pulsión.
Estaríamos de acuerdo en que cuando se escucha a
un paciente en una primera entrevista uno no piensa
en esas cosas. No se pensaría en eso pero hagámonos
a la idea poco a poco de que no pensaremos en eso pero
nuestra escucha estará -como lo decía e n la última
reunión- orientada, en una posición orientada.
La posición orientada en la entre.vista preliminar es
la de pensar que este analizante, futuro analizante,
candidato al análisis, tendría capacidad de analizab i-
54
.:iad, capacidad de transferencia, aptitud para trans
·trenciar, como si eso se jugara en la potencia de su
:'..llsión, en la potencia de su pulsión para abandonar
,� fuente, ir hacia el analista como objeto, girar alre
�fdor de él y retornar al fin, a su punto de partida.
De la misma manera que calificamos como invocante
.a pulsión que gira alrededor del obj eto voz, calificaría
:nos de analítica la pulsión que engloba al analista y
�bre la cual se organiza una neurosis llamada de trans
:t>rencia.
Podríamos decir que la pulsión va hacia el analista,
5¡ra alrededor de él y vuelve al punto de partida.
Es necesario, entonces, entender el término general
·e transferencia como una actividad pulsional, como
..;.n trazado pulsional que abre surcos en una tierra
:iesierta, una tierra que llegará a ser progresivamente
.:.n lugar, un lazo: el lazo del análisis. Podría resumir
iíciendo: la transferencia es, finalmente, la historia
::-agmentaria de una pulsión particular.
Freud dice que la transferencia es la repetición en el
--resente de las experiencias pulsionales vividas en el pa
�do. Sería preferible que la palabra "repetición" no la
·ornemos como el puente que liga lo antiguo a lo actual,
:amo si fuese posible que una pulsión fuera reactivada.
,:onsidero que las pulsiones no son jamás reactivad as.
Toda pulsión es siempre nueva. No existen viejas pul
.:;iones reactivadas en el presente. La pulsión es nueva,
.siempre nueva. Y pienso -digo "pienso", pero Lacan me
na precedido en esta posición- que no debería dársele
a la palabra "repetición", con relación a la transferen
cia, ese sentido habitual, literal, que expresa que la
transferencia es la repetición del pasado en el presente.
Avanzamos y decimos que es mejor pensar el térmi
no "repetición" como una fuerza, una potencia, algo que
puja, que sostiene, que persevera, que persiste; pensar
que es la fuerza que en lo actual lleva a la pulsión a
55
crear un lazo entre dos personas: el analista y el ana
lizante.
Freud pensaba que la repetición es entre el pasado y
el presente, pero reconocía que existía esa fuerza, y a
esa fuerza él la llamaba "compulsión a la repetición".
Pues la palabra "repetición" tiene ese doble sentido:
existe la idea habitual de repetición de algo antiguo
que se repite en el presente> y está la otra idea, que
parece más sabrosa e interesante, más rica, que es la que
dice que la repetición es lo que impulsa a que la cosa
persevere, a que la pulsión sea potente.
Lacan no llamó a esa fuerza compulsión a la repeti
ción, él la llamó goce y no cualquier goce sino "goce
fálico".
El goce fálico es el nombre que damos a la potencia
de perseverancia, de persistencia, de la pulsión. Esto es
lo que Freud, en la "Metapsicología" llamó la fuerza. A
esa fuerza podría dársele esa connotación de fálica.
Podría decirse que esa compulsión a la repetición,
ese goce fálico, ese impulso que es indominable y que
habita en todos los seres parlantes, en fin, esa pulsión,
está presente en cualquier lazo humano; está presente
en el lazo con el cónyuge, con el hijo, con el jefe, etc.
Entonces, ¿qué es lo específico en un análisis?, ¿qué
es lo que hace a esa especificidad?
Vamos a responder lentamente. Volvamos a la pre
gunta anterior: ¿en qué consiste la capacidad de transfe
rir? ¿En qué consiste la capacidad, la aptitud de trans
ferencia del futuro analizante?
·Diría, inspirándome en el filósofo $pinoza, que la
aptitud para la transferencia analítica es el poder ser
afectado por la pulsión. No todos son afectados del
mismo modo, no todo el mundo sufre por sus pulsiones.
Hay seres que se arreglan a su modo para no sufrir.
Ésta es una primera respuesta. Y allí vamos a una
cita de Freud -es muy interesante ver que para Freud
56
a al mismo tiempo muy presente el nivel de la
.a y la connotación práctica-: "La terapia analítica
sus límites. Sólo puede curar l a neurosis en la
� da en que se la sufre". Y agrega que cuando no se
�ufre la teoría no tiene efecto.
Corno lo hemos señalado, Freud distingue las neuro
� d.e transferencia, capaces de análisis, de las neuro
narcisísticas, no capaces de análisis.
Ahora tenemos allí un tercer elemento, algo total
z:o:-nte diferente, pues hay neurosis de transferencia,
JE..rrosis narcisísticas y seres que no sufren. Y esos
!ilt"res son constatados, muy a menudo al cabo de algu
=. :-s meses de análisis; son pacientes que detienen la
':9.:ra. Que detienen la cura y veremos que la explica
.o".)n de la neurosis de transferencia a nivel de las sig
:::ñcaciones puede, a su vez, aportar explicaciones.
Este no sufrimiento está presente tan1bién en algunos
.:.nalizantes que hacen las entrevistas preliminares; ellos
::mienzan una primera sesión, los primeros meses se
:iespliegan y al cabo de un cierto tiempo deciden dete
".érse. Y el analista tiene la impresión de que no ha
1abido neurosis de transferencia en el nivel que vamos
a definir como el de la significación, es decir que no ha
57
mando es que la neurosis de transferencia es un desti
no, el destino analítico de la pulsión, y esto sería así
porque e s pensar l a transferencia como una actividad
pulsional y no como los sentimientos que se tienen por
el analista. De acuerdo. Pero también cabría la pregun
ta acerca de cuáles son las especificidades de ese des
tino y cómo definirlo.
Otra pregunta que puede surgir es que, así como
existe la pulsión oral, la anal, la escópica, la invocante,
¿habría una pulsión analítica que se expresara en la
neurosis de transferencia? Sí, tendríamos que decir que
sí, que se podría pensar como una pulsión más. Pero
este "sí" es un poco incierto.
Tenemos entonces las preguntas que se acercan a
definir la aptitud para la transferencia, pero para res
ponder en ese sentido es necesario que vayamos a abor
dar en conjunto el nivel de la significación, el segundo
nivel que es el de la significación de la neurosis de
transferencia.
Freud en sus textos nos dice: "En tanto la neurosis
de transferencia se instaura en el comienzo de una fase
del tratamiento, ocurre un fenómeno muy particular:
muchas veces los síntomas por los cuales el paciente
está allí, desaparecen". Y si hay algunos síntomas que
permanecen, esos síntomas van a connotar, a vehiculi
zar, una nueva significación que Freud llama -son sus
palabras- "una significación transferencia!". Sólo exis
ten, en ese momento, esos síntomas que van a ser sig
nificados por la transferencia, que van a llevar la sig
nificación de la transferencia. Y además, agrega Freud,
"no sólo los antiguos síntomas desaparecen y aquellos
que permanecen van a ser connotados por la transfe
rencia, sino que va a ocurrir que van a aparecer nuevos
síntomas, específicos de la relación analítica". Y ellos,
bien entendido, llevan también el sello de la significa
ción transferencia].
58
E1 nivel de significación de la neurosis de transferen
concierne, justamente, a lo que Freud llama la síg
:=:cación transferencial de esos nuevos síntomas, o de
antiguos que permanecen y que tienen una nueva
"'IX'ificación, y esa significación es una significación
lhica
"'Qué queremos expresar cuando decimos que la sig
-'=..:ación transferencial de esos síntomas será una signi-
5:.ación fálica? Quiere decir que esos síntomas van a
!e'"' connotados por un sentido sexual; transferencia! y
:L.:ca
La palabra "fálico" viene a denotar lo que llamamos
esencia sexual.
l·na digresión: podríamos decir que la diferencia entre
...:a.5 neurosis de transferencia y las neurosis narcisistas
59
sa. Todo lo que importa de lo que estamos diciendo es
el hecho de que hay una condición muy precisa para
que los nuevos síntomas aparezcan y para que los an
tiguos lleven una significación transferencia!, que va a
dar lo esencial del nivel de significación de las neurosis
É
de transferencia. sta es una condición muy precisa
que no sólo va a permitir ese surgimiento de las signi
ficaciones transferenciales, sino que además va a de
marcar la terapia analítica como aparte de todo otro
método terapéutico, lo que va a diferenciar a la psico
terapia del psicoanálisis.
Hablar de diferenciar la psicoterapia del psicoaná
lisis es decirlo rápidamente; es necesario ser pruden
te y decir que éste es un criterio importante para
distinguir l a psicoterapia del psicoanálisis. Y esta con
dición especifica la transferencia analítica de toda
otra transferencia incluida en las relaciones huma
nas habituales.
¿Cuál es esta condición? La siguiente: que el analista
encarne por sus actitudes o por su comportamiento, por
el tono de la voz, por la manera de dar la mano, por
todas sus manifestaciones, encarne -decíamos-, desde
muy cerca, la expresión imaginaria del objeto no satis
factorio de la pulsión.
Es decir que el analista encarne o tienda a encarnar
la figura imaginaría del paradigma de todo objeto, es
decir del falo. E n otras palabras, rápidamente dichas:
el analista encarna el falo imaginario.
Entonces, l a condición para que los síntomas del
analizante sean un mensaje destinado al analista es
que éste no se ponga en posición de destinatario de
ese mensaje. Es algo del orden de la astucia. Y para
que los síntomas del analizante lleven, vehiculicen,
una significación transferencia!, es decir para que se
dirijan al analista, es necesario que éste ocupe el lu
gar, se aproxime lo más posible a la expresión imagi-
60
naria del objeto de l a pulsión, y ese objeto es un objeto
msatisfactorio. \
No puedo hacer toda la teoría de la pulsión, pero
Babemos que la pulsión permanece, por naturaleza,
insatisfecha. No existe objeto que satisfaga a la pul
sión. La pulsión quiere siempre satisfacerse, pero no lo
logra jamás. Y bien, es necesario que el analista ocupe,
se aproxime a dar la expresión imaginaria, el velo
imaginario de ese objeto. Si el analista llega a aproxi
marse lo más posible a ese objeto, a la expresión ima
ginaria de ese objeto, automáticamente instituye, casi
ignorándolo, sin buscarlo, la dimensión muy importan
te de un gran Otro interlocutor de los mensajes que el
analizante le dirige. El analista se instituirá como un
gran Otro interlocutor hacia quien van a dirigirse las
demandas, los mensajes del analizante.
Deberíamos decir que ese falo imaginario, la expre
sión imaginaria de ese objeto, se presenta bajo una
forma de luz no restallante, bajo la forma no de esta
llido radiante, sino más bien bajo su forma más opaca,
más enigmática, más desconocida: la equis del analis
ta. Lacan la llama la "x" del analista, la "x" desconocida
del analista, y muchas veces la nomina con esa expre
sión tan dificil de captar en los textos lacanianos: deseo
del analista.
¿Qué es el deseo del analista? Es el lugar del objeto
recubierto por el velo de un falo imaginario, opaco y
enigmático. Esto es el deseo del analista.
La expresión "deseo del analista" no quiere decir el
deseo de la persona del analista, no es el deseo de lle
gar a ser analista; la expresión "deseo del analista" es
una expresión estructural. O sea, el lugar del objeto
recubierto por el velo de un enigma. Es el objeto pre
sentado bajo su forma enigmática. Es casi con esta con
dición que el analísta viene a ocupar este lugar, es
decir que todo su comportamiento -cómo hace entrar al
61
paciente, cómo l e habla, cuántas palabras utiliza para
hacer sus intervenciones, si éstas son cortas, el tono de
voz, etc.- contribuye a que vaya a ocupar ese lugar. Y
es al ocupar ese lugar cuando, automáticamente, insti
tuye, sin que lo sepa y sin que lo perciba, al gran Otro,
el referente, el interlocutor de los nuevos síntomas que
van a aparecer y que van a llevar la significación trans
ferencial. El analista viste al objeto con el misterio de
su silencio y de su rechazo, para hacer sentir, y recor
dar, que el objeto es siempre insatisfactorio.
Hagamos silencio en nosotros, aproxi mémonos al
objeto insatisfactorio de la pulsión, aproximémonos a
su imagen enigmática y haremos aparecer al Otro, e l
gran Otro; haremos surgir la autoridad -utilizo la ex
presión lacaniana-, haremos aparecer, instituir, la au
toridad del sujeto supuesto saber. Esa autoridad existe
en cualquier terapia. Un psicoterapeuta es una autori
dad para su paciente y, como decíamos, esa autoridad
existe en cualquier terapia, pero es sólo en e l análisis
donde esa autoridad -es decir esa dimensión del gran
Otro interlocutor y del síntoma que tiene significación
transferencia!- nace gracias al comportamiento técnico
del operador, de un practicante que sabe evocar la
naturaleza opaca del objeto.
Entonces, el analista asume ese lugar y como primer
efecto se produce l a institución del Otro, del sujeto
supuesto saber, de la autoridad. Segundo efecto impor
tante, esta vez sobre el analizante: si el analista se
pone en este lugar de enigma, de hacer silencio en él,
va a ejercer sobre el analizante cierta seducción. El
analista seducirá pero de una manera diferente de l a
d e la histérica: él v a a seducir, y sobre el analizante va
a suscitar la aparición de nuevos síntomas que llevan
la marca de la transferencia. Y va a provocar deman
das de amor de parte del analizante. Provocará deman
das que, es necesario aclarar, incluyen, dentro de ellas,
62
demandas de saber, demandas de reconocimiento, mo
mentos silenciosos, hasta una detención del analizan
te en tanto si habla o se detiene. Teóricamente ha
blando, esto es una demanda de amor al nivel de la
significación de la cual estamos hablando: una de
tención, detención repentina de la cual Freud ya ha
hablado, y también nosotros alguna vez. Se incluyen
también fallas en el enunciado que sorprenden al ana
lizante y que están marcadas por la fórmula: "Jamás
pensé en eso". Todo esto constituye las diferentes for
mas de lo que podemos llamar, en general, demandas
de amor suscitadas por el hecho de que el analista
ocupa este lugar.
No todo el material de un paciente en análisis es
transferencia!, no todo lo que un paciente dice son
demandas de amor. Pero algunas, como acabo de decir
-demandas de reconocimiento, de saber, etc.-, sí lo son.
Esto alcanza también al síntoma como una demanda
de amor. Son manifestaciones en el analizante suscita
das por el lugar enigmático del analista, en posición de
deseo de analista.
¿Por qué se llama a esas demandas, demandas de
amor?
Porque reclaman al analista en posición de gran Otro,
reclaman al analista que dé lo que posee, que dé lo que
el analizante le atribuye y supone que él posee.
Primer tiempo de la demanda de amor: el analizante
quiere que el O tro le dé. Si el analista no ocupa ese
1 ugar imaginario que recubre al objeto, entonces l a
transferencia se convierte e n pura pulsión. Si el analis
ta no ocupa ese lugar, no habrá gran Otro referente, no
habrá demandas, palabras, manifestaciones, síntomas.
¿Y qué habrá? Puestas en acción, pasajes al acto, una
especie de puesta al desnudo del objeto.
Es lo que Lacan dice en una frase que siempre es
objeto de discusiones entre los lectores lacanianos.
63
Lacan dice en Los cuatro co nceptos . , hablando de la
. .
64-
IDalista vaya a encarnar el velo imaginario que cubre
el objeto de la pulsión. Esta condición tiene dos efectos:
primer efecto, la institución de un gran Otro simbólico,
oodemos decir de un sujeto supuesto saber, o del inter
locutor, como lo llamábamos. Segundo efecto fundamen
:al: suscita en el analizante el formular demandas de
amor, el producir nuevos síntomas, el equivocarse ha
�Iando, e l demandar ser reconocido, etc. Esas deman
das de amor -son el tercer paso- están dirigidas al
gran Otro para que éste entregue el obj eto que le está
imputado poseer. "Quiero que me lo dé". La demanda
:ie amor es una demanda de tener el falo del Otro, del
gran Otro.
É sta es una cuestión interesante porque muchas veces
cabe la pregunta acerca de la proveniencia de la auto
ridad del analista: de dónde proviene la autoridad que
el analista tiene sobre el paciente.
Hay una respuesta rápida: desde que se llama por
teléfono para pedir una entrevista, ya la transferencia
hacia el analista está bien instaurada.
Freud lo dijo y Lacan lo repitió, y se lo reitera siem
pre: la transferencia está ya allí antes, aún, de l a lla
mada telefónica. De acuerdo. Pero ¿basta esa transfe
rencia hacia el análisis?
En nuestra primera reunión destacaba que el primer
objeto transferencia! del analizante es la relación del
analista con el análisis y cuando el analizante llega -€1
�tura analizante, el paciente- a consultar a ese analis
ta, de hecho lleva consigo una pretransferencia o una
aansferencia. Esto ocurre hasta cuando no se demande
:in análisis. Hay personas que llaman. por teléfono y no
esporque necesariamente crean que van a ver a un
analista; creen que van a ver a un terapeuta, no saben
'!lluy bien a quién van a consultar. Pero hay allí algo
del orden de la transferencia previa que ya está y es
muy importante. No necesariamente bajo la forma
65
"transferencia al analista"; es la transferencia de al
guien que está para oír, para escuchar. Entonces pre
cisaba en nuestra reunión anterior que es necesario
puntualizar que eso va a jugarse en la relación del
operador, del práctico, con la disciplina que él cumple,
con su trabajo, con relación a la comunidad, a los idea
les, etcétera.
Ahora, hoy, preciso más y digo: no, no basta la trans
ferencia ya, antes, no basta la relación del terapeuta
con el análisis; para que haya institución de la autori
dad del analista hacia su paciente, es necesario que el
analista haga silencio enigmático, que hable poco porque
cuanto más se habla más nos alejamos del menos phi.
Más hablamos, más nos alejamos; menos hablamos,
más nos aproximamos.
La autoridad del analista, la institución del gran Otro,
proviene del hecho de que e l analista se aproxime más
y más a ese lugar.
RESPUESTAS A PREGUNTAS
66
�y. o los psicoterapeutas de hoy, no están preocupados
:i-: r pensar, por reflexionar sobre el hecho de que se
67
adopta es como si ese psicoterapeut a se pusiera ya en
Otro, en tanto que el analista no se pone en Otro, no
comienzo por allí; en primer lugar se vela, se reduce, se
reserva, se empequeñece. No dice: "¡Hábleme!", dice:
"Sí, le oigo, le escucho", en el comienzo de una sesión.
De hecho ''le escucho" es el único fragmento objeto a
que existe para que inmediatamente él se convierta en
velo de ese objeto.
Precisemos algo: el velo del objeto no es sólo el silen
cio. Hacer silencio es la manera más simple que ha
adoptado ese velo. Pero hay otros modos que sólo se
adquieren con la experiencia para que un analista pueda
tener un tratamiento particular con s u analizante,
guardando ese lugar de velo del objeto. Esto forma parte
de l a experiencia y de la práctica.
Decimos que seguramente el paradigma de ese velo
es el si le ncio . Pero el silencio es la manera más simple,
también la más prudente , la más justa, pero sigue sien
do la más simple. Hay otras mucho más activas, y mucho
más delicadas de manejar, pero que también existen.
Por eje m pl o, como decía antes, el tono de la voz, el
cómo decir una interpretación en tanto, por ejemplo , al
hacer una interpretación explicativa y larga nos aleja
mos de ese lugar.
Pero puede ocurrir que un analista, con una cierta
historia de confrontación con ese lugar, pueda hablar
con el analizante una vez que él se levanta del diván y
sin embargo, no perder ese carácter de enigma del deseo
del analista.
¿Cómo se explica esto? No puedo ir más lejos y es
necesario apelar al poeta, es necesario apelar a René
Char. Sabe decir las cosas mejor que nosotros, quizá:
por ejemplo decir: "Las trazas hacen soñar".
Decía que la neurosis de transferencia nos interesa
por múltiples razones. Una de las razones, por ejemplo.
es que hay manifestaciones de esta neurosis de trans-
68
�rencia no sólo en su nivel matricial sino en el nivel de
�significación en las entrevistas preliminares o, mejor
:amadas, en las entrevistas iniciales. Las manifesta-
:iones de la neurosis de transferencia en las entrevis
:as iniciales son una suerte de indicación, de signo -no
.50n una regla-, que señala que, efectivamente, es el
:nomento adecuado, oportuno, para que a un analizan
:e o un consultante -llamémoslo así- en su tercera,
:uarta, quinta entrevista preliminar, le sea propuesto
recostarse en el diván.
Una de las manifestaciones que se presentan a menu
do en las entrevistas iniciales -en tanto acordamos con
Freud en que la neurosis de transferencia ya se instau
ra en la fase de apertura- es que ocurra que la insti
tución, la incitación de la demanda de amor se produz
ca en ese momento, o en la tercera o cuarta entrevista
inicial. Y que esa demanda de amor no sea, necesaria
ni manifiestamente, una demanda de amor al analista.
Me ocurre que, en el transcurso de las entrevistas
iniciales, en particular en las tres primeras, pregunto
al paciente, en cualquier momento de la entrevista, cómo
partió después de la primera o segunda entrevista. Es
decir, qué es lo que ocurrió durante. Y ocurre que él
relata experiencias, recuerdos o efectos tales que me
hacen pensar, deducir, que son equivalentes a esa de
manda de amor . Por ejemplo, que sueñe con su analista
en tanto todavía no es analizante, en tanto aún no está
en el diván. El caso de alguien que ha venido a consul
tar y en una tercera entrevista expresa que "es extraño,
pero anoche" -{) hace dos días- ha soñado con el analis
ta. Eso no ocwTe siempre. He ahí un signo -pero un
signo muy importante-, una indicación, una sugerencia
para el analista que, efectivamente, a ese paciente puede
proponérsele el diván. O también, ya hablando del con
texto de la entrevista, que e l paciente se sorprenda de
palabras que pronuncia o de cualquiera otra manifes-
69
tación que englobamos bajo e l término de "demanda de
amor".
Pero lo que quería decir al comienzo de mi exposición
y retomo ahora, es que hay dos cosas importantes para
la neurosis de transferencia: una es que se instituye al
comienzo, y la segunda es que s e manifiesta por medio
de signos de conducta, si me atrevo a decirlo así, por
manifestaciones del tipo de demandas particulares que
ya son índices para que sea utilizado el diván.
Una precisión que viene al caso con relación a una
pregunta: yo no digo que el anal i sta deba ser silencioso.
Digo que el silencio es la mejor forma, la más simple,
la más segura, la más prudente para velar el objeto.
Pero, de hecho, hay otros modos más activos que antes
comentaba en los cuales s e puede recordar el objeto sin,
necesariamente, hacer silencio: l a manera de dar la
mano, de mirar, de hablar, etcétera.
Recuerdo una anécdota general de la época lacania
na de los años setenta. Recuerdo cómo he visto actuar
a colegas del dispensario. Allí iba la madre con el niño
enviados por la escuela. No era en consul torio privado.
R\ teTa\)euta en. cuestlón. \)erman.eda mudo durante toda
la entrevista preliminar; en realidad él no decía nada
durante las entrevistas preliminares ni a la madre n:
70
., sigrúfica que el analista haga silencio en él, en el
-terior de él, para suscitar al gran Otro del analizan-
-¿_ Es eso lo que decimos. Hacer e l muerto no es callar-
71
verdad que exigen una cierta posición, una cierta acti
tud por parte del analista que no es la misma que con
un neurótico que viene a consultar.
ELEMENTOS DE APRECIACIÓN
PARA LA INDICACIÓN DEL DIVÁN
72
III
73
no son internas o externas. Diríamos que para el yo del
analista toda percepción se mide con un solo patrón: el
patrón del falo. Es decir, generalizando, que él sólo per
�ibe deseos sexuales allí donde aparentemente sólo
existen manifestaciones desprovistas de sexualidad.
Formar psicoanalistas es favorecer en ellos la per
cepción del deseo sexual, allí donde éste se prueba apa
rentemente inexistente. Hacer de suerte que el oj o,
la oreja, e l sen�ido, se habitúen· poco a poco a percibir
·
l as. fuer�·ás pulsionales a través de las manifestaciones
concretas en el ' análisis.
<-' ·
Les .voy a leer una pequeña frase de Freud donde nos
9
da una indica d n muy próxima a lo que acabo de decir.
Está en el texto .sobre ''La dinámica de la transferen
cia" al cual volve:rernos varias veces esta noche.
Freud dice lo ;�iguiente: "Concluimos que todas las
relaciones de orden sentimental utilizables en l a vida,
tales como la simpatía, la amistad, la confianza, etc.,
todas esas relaciones emanan de deseos verdaderamen
te sexuales". Y agrega: "El psicoanálisis nos muestra
que person ás a las que creemos sólo respetar y estimar
pueden continuar siendo para nuestro inconsciente,
objetos sexuales".
Corregiría la frase diciendo: "El psicoanálisis nos
muestra que personas que creemos sólo respetar y es
timar, pueden, por nuestra percepción inconsciente -es
decir para la percepción inconsciente del analista- con
tinuar siendo objetos sexuales".
Es decir que el trabajo que hacemos en este semina
rio, los esquemas, las referencias a nuestra práctica,
sólo son, finalmente, medios indirectos para llegar a
ca m biar el modo habitual de percepción operado por el
yo del analista, como si el ser de l a formación analítica
fue i·a el viraje, el cambio lento y continuo, de la orien
tación de la superficie perceptiva del yo. Como si el
psicoanalista debiera aprender a abandonar en un cier-
74
to momento de la escucha, las orientaciones espacial y
temporal usuales, acostumbrarse progresivamente a una
nueva orientación y sumergirse en otra realidad que es
la realidad sexual, es decir una realidad regida por el
falo.
No se trata de una propuesta general la que trans
mito; es algo que percibo vivamente en mi propia prác
tica y que trato, por medios enteramente diversos e
indirectos, de transmitirles sabiendo, al mismo tiempo,
que es muy difícil, precisamente, de transmitir y hacer
lo sentir.
Algunas veces esta realidad sexual regida por el
falo se manifiesta netamente. No permanece oculta
tras manifestaciones desprovistas de sensualidad. Por
el contrario, son manifestaciones muy intensas, exce
sivas, fuertes, como si l a pulsión fuera puesta al des
nudo. Allí está eso que habitualmente en psicoanálisis
se llama el momento, la secuencia dolorosa de la trans
ferencia.
La transferencia, la neurosis de transferencia, se
manifiesta por ese estado intenso, excesivo, en la rela
ción entre el analista y el analizante.
,_.
Estábamos preocupados en nuestra última reunión
por responder a una pregunta: cómo comprender la ana
lizabilidad de un paciente?
Para establecer ese criterio de analizabilídad reto
mamos l a clasificación freudiana clásica de neurosis de
transferencia y neurosis narcisista. Esta distinción es
criticable desde el punto de vista práctico, porque hoy
todos sabemos que hasta las llamadas neurosis narci
sistas -es decir, las psicosis- son también susceptibles
de transferencia.
Sin embargo, esta distinción me parece útil para
trabajar teóricamente y comprender la dinámica de ese
momento esencial de una cura que es el momento de la
transferencia o la neurosis de transferencia.
75
Quisiera hoy detallar mejor la naturaleza de ese
momento, y considerar una hipótesis que expresa que
la neurosis de transferencia corresponde al destino de
una pulsión específica del análisis que yo llamo "pulsión
fálica". Veremos que no se trata de una nueva pulsión
agregada a la lista de pulsiones parciales ya estableci
das -en general se las reduce a cuatro (oral, anal, invo
cante y escópica) y ni siquiera se incluye la pulsión sado
masoquista-. Diríamos que hay una infinidad de objetos
pulsionales y que existen muchas pulsiones parciales.
Pero yo no agrego allí una nueva pulsión. Creo que esta
pulsión fálica da cuenta muy bien de la estructura de la
transferencia tal como hoy la encaramos.
Habíamos distinguido en la última reunión dos nive
les: el nivel matricial de la neurosis de transferencia y
el nivel de significación. Son dos niveles de la neurosis
de transferencia� dos niveles de causación.
En el nivel matricial, la causa de la neurosis de trans
ferencia, la causa de la aparición de ese momento, de
esa secuencia de transferencia, es el objeto de la pul
sión. Ese objeto atrae la pulsión y la hace girar a su
alrededor.
En el segundo nivel, el de l a significación, encontra
mos que la causa de la neurosis de transferencia no es
el objeto sino el velo que cubría al objeto. Y encarna
mos ese velo que cubre al objeto por medio de la mani
festación, por medio de la reserva, de la actitud reser
vada, silenciosa, del analista. Precisamos luego que
cubrir el objeto de la pulsión con el silencio no significa
estar constantemente, y de manera rígida, en silencio.
Es éste un silencio matizado, es un silencio en sí. En
esa segunda causa estamos en el nivel de lo reprimido.
considerando que ese velo que se manifiesta por e l corr.
portamiento del analista era, desde el punto de vista
estructural, dinámico, aquello que desde la teoría laca
niana llamamos el "falo imaginario".
76
'"'Íamos, entonces. comenzado a hacer esa distin
� a elaborar la dinámica de ese momento de la
- erencia . Hoy quisiera destacar de nuevo los dos
-�s pero con una aproximación diferente. Es la
-�a distinción, pero hay más precisiones.
uste un corto texto de Freud en el cual él trata de
- :car cómo una persona sucumbe frente a la neurosis.
_.¿ quiere comprender cómo, por qué circunstancias,
..::.stala en alguien la neurosis. El título de ese texto
-sobre los tipos de entrada en la neurosis". Es un
..:eño texto de 1912 que verán que hace alusión a
. casi del mismo año que es "La disposición a la
-""Osis obsesiva".
6 n dos textos cortos donde Freud hace pequeños
;.;:.!lees sobre cuestiones que se le planteaban como,
ejemplo, el desarrollo de la libido, el problema del
etcétera.
:...a propuesta es releer el primero de esos textos -"So
::- los tipos de entrada en la neurosis"- cambiando su
-..ilo por "Sobre los tipos de entrada en l a neurosis de
..;.__11sferencia", y verán que esto es perfectamente legí
- o. Y además se reconocerá allí, sin dificultades, lo
,..... · .:;mo que hemos dicho de otro modo.
Freud dice: "Efectivamente hay dos factores que cau
n una neurosis, uno: el factor desencadenante; dos: el
tor disposicional o la predisposición o disposición".
Recordemos que es un texto de 1912 y que estamos
e" una época en la cual el problema de la causa, de la
etiología, se plantea constantemente. Y Freud utiliza el
·ermino "disposición" para dar cuenta del problema de
a constitución.
Habría, entonces, según Freud dos factores: el desen
cadenante y el disposicionaL Para nosotros, el factor
desencadenante correspondería a la causa a nivel de la
-ignificación, y el factor disposicional correspondería a
�a causa a nivel matricial. Es decir que el factor dispo-
77
sicional corresponde al régimen de la pulsión. El factor
desencadenante, que corresponde al nivel, al régimen,
de la significación, es llamado por Freud "frustración".
Hablemos del primer nivel, del factor disposición o,
si ustedes quieren, retomemos nuestra expresión: nivel
matricial de la causación de una neurosis de transfe
rencia.
En el texto que citábamos, Freud está preocupado
por decir: "Sí, se puede frustrar a alguien y hacerlo
entrar en una neurosis, pero eso no basta. Es necesaria
una disposición previa". Ésta es un poco nuestra propia
cuestión.
Antes de comenzar un análisis, en el momento de las
entrevistas iniciales o antes, pero estando ya compro
metidos en una cura, antes de entrar en el momento
que llamamos "secuencia dolorosa de la transferencia",
es necesario que el analizante esté en un estado previo;
es lo que Freud llama la disposición.
¿Cómo describe Freud ese estado previo?
Vuelvo para ello al texto de "La dinámica de la trans
ferencia": "Todo individuo al cual la realidad no aporta
entera satisfacción de su necesidad de amor -entonces,
todo individuo insatisfecho-- gira, inevitablemente, ha
cia una cierta esperanza libidinal dirigida a todo nuevo
personaje que entra en su vida". Y agrega: "Es enton
ces enteramente normal y comprensible el ver [ésta es
la frase que más nos interesa] el investimiento libidinal
en estado de espera y presto a dirigirse hacia la persona
del médico".
Éste es un buen modo de caracterizar en qué estado
se encuentra el paciente que está en el punto de llegar
a comprometerse con un análisis, y nos servirá cuandc
veamos el tema de las entrevistas iniciales; el investi
miento libidinal en estado de espera está presto a diri
girse sobre la persona del médico.
Así se describiría la predisposición o la disposición a
.
78
- neurosis de transferencia, y a toda neurosis si reto-
-.amos el texto -el otro texto de Freud- "Sobre los
::.?Qs de entrada en la neurosis".
En una perspectiva ligeramente diferente, la última
"';"�z avanzamos una concepción semejante. No hablamos
79
\
80
interna de su cuerpo, con las sensaciones perceptivas
de su cuerpo, con las pulsiones en el interior de] cuer
po. Las pulsiones en e l interior del cuerpo son l a vida
que pulula y, contras tando, una imagen integrada, uni
taria, unida, total en e l espejo.
Es muy interesante lo que Lacan dice: "Esos contras
tes entre l a imagen en el espejo y lo real del cuerpo son
]a matriz de la formación no del yo lmoi] sino del yo
lieJ".
Al decir esto recuerdo una anécdota del tiempo en
que tuve l a ocasión de revisar l a traducción al español
de los Escritos de Lacan. Eso me permitió, para mi
gran suerte, verlo muy a menudo, estar muy cerca,
discutir varias veces con él sobre Jos puntos que dificul
taban la traducción. A veces había verdaderos proble
mas de mi comprensión del texto, y aprovechaba para
plantearle preguntas.
En eRa época no siempre comprendía los textos de los
Escritos. Sigo hoy a veces sin comprenderlos.
Y bien, había un serio problema porque en español
no se puede traducir diferenciando yo [moi] y yo Lie 1.
Hoy está presente el señor Braunstein, que nos visi
ta desde México, y él conoce bien esta cuestión.
Estábamos entonces con Lacan, cenábamos juntos,
era una comida de trabajo y l e comenté que en e l título
se había puesto: "El estadio del espejo como formador
del yo [moi]''. Saltó en su silla diciendo: "¡Pero no es e l
yo [moi], e s el yo UeJ!".
Esto es difícil porque cuando se lee el texto todo
conduce a pensar que se trata del yo [moi] pues el yo
Lie] aparece poco. Es curioso pero es así. Existe siempre
ese hábito de anticipar promesas en el título; ese título
era un mensaje, era ya un concepto aunque no esté
desarrol lado en el texto.
Hay que comprender al yo Lie] no como estando fun
dado en la imagen del sujeto. No es que él se identifi-
81
\
82
la disposición a nivel de la fuente- esta tensión libidi
nal presta a saltar sobre el analista lo hace, pero no
permanece sobre el analista sino que vuelve sobre sí
misma. Éste es un aspecto muy importante.
La neurosis de transferencia -dijimos la última vez
es una neoformación, un tejido viviente desarrollado
alrededor de ese pivote central que es el analista, pero
su fin es el de cerrarse circularmente, contornear al
objeto analista. Es necesario que ella lo contornee para
que retorne. Es decir que la expresión de Freud "el
investimiento libidinal presto a saltar sobre la persona
del médico" podría completarse: presta a saltar sobre la
persona del médico para retornar sobre la fuente, sobre
el punto de partida.
Antes de considerar el nivel de la significación quisie
ra detenerme un momento sobre este punto, y que nos
planteemos una cuestión que ya ha surgido otra vez y
que surgirá aún otras en tanto es necesario verla desde
diferentes puntos de vista: ¿cuál es ese objeto analista
que la pulsión rodea? ¿Es la persona misma del terapeu
ta, su cuerpo físico, sus sueños, su vida, su teoría, su
pensamiento?
Ese objeto no es la persona en tanto ese objeto que
llamamos analista -tal como Lacan nos lo enseña-; es
:;ólo un agujero sin nombre, sin naturaleza, sin trazo
característico. Baste decir agujero. Hasta sería necesa
rio no poner "analista".
¿Entonces, es la persona, es el agujero, es el Otro que
hemos puesto a nivel de la significación, el Otro in
terlocutor al cual se dirigen las demandas, es la ima
gen, el velo opaco del objeto definido por la actitud
reservada, silenciosa, del analista que atrae, suscita,
las demandas, es decir que atrae y suscita los tejidos,
In neoformación, es un representante psíquico?
F'reud, por ejemplo, lo dice en ese mismo texto de "La
d i námica de la transferencia": "El investimiento libidi-
83
\
84
la naturaleza, sobre qué es la persona real del analista,
radica en que esto releva de la misma paradoja relativa
a todo elemento perteneciente a la dimensión de lo real.
Y la paradoja consiste en que inmediatamente después
que se muerde lo real, éste deviene fantasmático. In
mediatamente después que el cuerpo físico real del ana
lista, del terapeuta, es perturbado por una experiencia
con su paciente, ese cuerpo no es más real, es fantasmá
tico.
Por ejemp1o, recientemente, un analista en control
comentaba: "Estaba comprometido activamente en mi
escucha del paciente, y en el momento en que oí a mi ana
lizante decir: 'Tengo ganas de mutilar mi sesión', en
ese momento, sentí inmediatamente un dolor agudo,
fuerte, intenso, en mj vientre".
Eso es muy destacable, es muy destacable que el
analista fuera sensible a eso porque responde a lo que
se decía al comienzo: formar al yo como una superficie
de percepción siguiendo el criterio del falo.
Es muy destacable porque mil veces, en vías de es
cuchar, tenemos sensaciones en el cuerpo y otras mil
veces no les prestamos atención o las consideramos
insign i.ficantes.
Que el analista haya comentado que cuando escuchó
"Tengo ganas de mutilar mi sesión" sintió un fuerte
dolor en su vientre, es una buena apreciación que va en
el sentido de que se reconozca como el objeto de una
pulsión que lo envuelve.
Otro ejemplo más general que no toca el cuerpo sino,
a veces, la vida del analista. Es el caso muy difícil, en
general de pacientes mujeres, que están más allá del
amor de transferencia, que están en l a erotomanía de
transferencia, es decir que persiguen al analista. Espe
ran que éste haya terminado sus consultas, lo esperan
en l a calle para ver el auto que toma, etc. Éste es un
sufrimiento que no pueden imaginar quienes no lo han
85
vivido. Es muy difícil, es insoportable y Lacan lo llama
"erotomanía n1ortificante". No es mortificante para quien
vive la erotomanía sino para quien es o bjeto de ella.
¿Cómo concebir la molestia que ese analista tiene al
tiempo de llegar a su auto? Él sale de su consultorio, va
a buscar el auto y, repentinamente, ve pasar delante de
él, cinco horas después de su sesión, a l a paciente que
lo ha esperado después de muchas horas, para seguirlo.
¿Cuál es la situación? ¿Cómo ubicarla?
Bien entendido, se la pensará dentro del cuadro de l a
transferencia. Pero también s e la puede imaginar como
un pasaje al acto, como un acting out de parte de la
paciente. ¿Pero cómo concebir la molestia, el sufrimien
to del analista, el sentimiento de n1ort]ficación? ¿Cómo
-'
pensarlo?
Considero que un dolor en el cuerpo expresa, una vez
que e l cuerpo e s mordido, que el cuerpo real es mordido
por l a experiencia de la transferencia, l a experiencia
del análisis, que ese pedazo de cuerpo, ese poco de
cuerpo, esa tajada de cuerpo, ese vientre del analista,
no es ya un vientre real sino fantasmático. Pero cada
vez que oigo esto me parece insuficiente y quisiera que
agregásemos l a consideración de las diferentes posicio
nes del analista, el pensar cómo nos acomodamos de
modo diferente a distintos lugares según como los ana
lizantes nos asignen esas diferentes posiciones.
Se tiene la impresión de que son pos1ciones donde
permaneceríamos intactos, como si fuesen sillas que
ocupamos, pero no: no permanecemos intactos.
Para abordar este problema del cuerpo real del ana
lista, eminentemente difícil y que no ha sido resuelto
hasta hoy, quisiera retomar la alegoría lacaniana de la
l ibido imagjnada como una laminilla.
Sabemos que Lacan construyó esa alegoría de una
laminilla que sale del cuerpo, va al espacio y vuelve a
su punto de partida. Se ve que estan1os describiendo
86
•· xactarnente el movimiento de l a pulsión. Agreguemos
11 esta alegoría de la laminilla de Lacan una ficción
complementaria.
Diremos que la laminilla puja y crece, se extiende en
el espacio con múltiples capas, porque esa laminilla no
C'stá constituida por una sola superficie. Es necesario
i maginarla como compuesta de múltiples capas, estra
tificada. ¿Por qué estratificada? Porque hay múltiples
pulsiones: oral, anal, etc., y las pulsiones parciales ja
más van solas. Es necesario imaginar l a pulsión en
múltiples capas sucesivas, superpuestas.
Entonces, la laminilla avanza, se extiende en el es
pacio, rodea al objeto analista y vuelve a su punto de
partida. Sería necesario imaginar ese impulso como
capas p ujando irregularmente.
Agregamos ahora la ficción, l a idea, el complen1ento
ficticio de que esta laminilla sólo puede hacer su tra
bajo de avanzada, su actividad de avance y retorno si
puede nutrirse de un fragmento orgánico totalmente
vivo y real al que llamaríamos trasfondo, o sea un
injerto. Como si el cuerpo real del analista fuera u n
reservorio también real para sostener el deseo del ana
lista, para nutrir el deseo del analista. En otros térmi
nos, es como si el cuerpo real del analista fuera una
especie de reservorio real que permitiese a éste ocu
par el lugar de deseo, de velo imaginario que cubre al
objeto, como si pudiéramos imaginar que el cuerpo del
analista fuese suministrado, provisto, constantemente
dado y ofrecido a esa posibilidad de venir a ocupar el
lugar del velo. Pero al mismo tiempo, imaginemos que
ese cuerpo fuera como un i njerto que nutre y del cual
se nutre la libido que sale del paciente.
Es una ficción; no es tan plena c.:omo quisiera, pero
ganaremos mucho si aceptamos dinamizar el concepto
de deseo del analista dramatizándolo gracias a esa
87
\
88
ubica el nivel matricial, el plano de la pulsión o bien
clisposición, estado inicial, objeto atractor. La causa aquí
es una causa matricial.
Vayamos ahora al nivel de la significación. Tenemos
en ese nivel los puntos que ya hemos tratado: el analista
encarnando la expresión imaginaria del objeto insatis
factorio de l a pulsión, velo opaco de la represión, y he
mos dicho que, en la medida en que podía ir a ese lugar,
él instituía -sin que lo percibiese- el lugar, esta vez
simbólico, de la autoridad del sujeto supuesto saber. Éste
me parece un inatiz muy importante. En ese punto apro
vechamos para diferenciar al psicoanálisis de cualquiera
otro método. La autoridad del sujeto supuesto saber existe
en toda transferencia: transferencia de enseñanza, psi
coterápica, psiquiátrica; en suma, en cualquier transfe
rencia. Pero lo que es propio del analista es que el sujeto
supuesto saber en el análisis es un efecto del hecho de
que el analista ocupe el lugar del objeto. Es necesario
que el analista esté en ese lugar de sujeto supuesto saber
para crear su autoridad de tal.
Encontremos en nosotros el pensar en términos de
objeto de la pulsión, vayamos a ese lugar de velo fálico
imaginario y la autoridad vendrá a instaurarse auto
máticamente sin que se l a busque.
A la inversa: si se la busca no se la obtendrá. Es,
justamente, lo que ocurre al comienzo, con cierta rigi
dez de los analistas que debutan. Esa rigidez es el modo
de tratar de encontrar la plaza de interlocutor. Y lo que
ocurre es que para el analizante l a rigidez se transfor
ma no en u n a represión que suscita sino e n una repre
sión que excluye. Es así como el paciente se va.
Al ocupar el lugar de velo del objeto de la pulsión
automáticamente se instituye esa otra instancia simbó
Jica que es la autoridad del sujeto supuesto saber. Éste
sería el primer efecto. El segundo efecto, esta vez sobre
89
amor dirigidas a l a autoridad, dirigidas al gran Otro.
Es ocupando ese lugar que el analista suscita deman
das dirigidas no a él sino al Otro que él instituye. Esas
demandas de amor reúnen el conjunto de síntomas,
mensajes, demandas de saber y palabras dirigidas al
Otro que el analista representa.
Hasta allí no estan1os aún en el momento de la se
cuencia dolorosa de la transferencia. En la secuencia
dolorosa de la transferencia no se trata de demandas
de amor, se trata simplemente de. amor de la transfe
rencia. Y más que de amor se trata de odio de transfe
rencia, se trata de dolor de transferencia, se trata de
angustia de transferencia. No son demandas.
Vayamos lentamente. Llegaremos a ese momento que
describo como una dinámica de movimientos y elemen
tos polarizadores.
Para llegar a ese momento doloroso de la secuencia
transferencia} es necesario en primer lugar que el pa
ciente hable; la palabra del paciente no es siempre una
demanda. Es necesario distinguir bien el hablar del
demandar. Desde el comienzo de nuestro trabajo es
necesario diferenciar el hablar del demandar. Y entre
las demandas está el conjunto de las demandas dirigi
das al Otro, que son demandas de reconocimiento, de
mandas de amor.
Pero esas demandas de amor no son el amor mismo.
Para que arribemos al amor mismo es necesario que
existan esas demandas de amor suscitadas por la acti
tud reservada del analista, es necesario que el yo f moi]
encuentre un rechazo a esas demandas de amor. Es un
primer rechazo.
Pienso en e l ejemplo de un paciente reciente; tiene
seis meses de análisis, está recostado y dice al analista
al comienzo de una sesión: "¿Usted cree que vale la
pena el dinero que gasto viniendo aquí?". Esta expre
sión, estos términos, están mezclados con ironía y al
90
mismo tiempo con compromiso. Es una muestra del
compromiso del analizante con su análisis. Esta frase,
estas palabras, no constituyen aún transferencia. Son
una demanda de amor suscitada por la actitud del
analista y por el marco del análisis -el diván, el ritual,
el carácter uniforme de los lugares, el carácter repeti
tivo del tiempo, etc.-. Es decir que es el marco, y no
sólo ese aspecto de rechazo dado por el silencio del
analista, sino también todo el marco del análisis el que
produce un efecto frustrante, rechazante.
EJ analizante dirige sus demandas de amor al Otro
y encuentra un primer rechazo. É ste retorna sobre el
yo. Y en este retorno se producirá un cambio de regis
tro. Es allí donde se producirá el cambio de registro
que nos hará pasar de la demanda de amor al amor de
transferencia, al odio de transferencia.
Muchas veces se cree que el sílencio del analista -sobre
todo los profanos piensan en eso- favorece en el pacien
te el hecho de encontrar él mismo las respuestas a sus
preguntas o bien el dejarlo trabajar, cumplir con su
tarea de analizar, o estimular la autonomía de su pen
samiento, respetar la asociación l ibre y la independen
cia afectiva.
Esto es absolutamente falso.
El silencio del analista provoca la mayor �ependen
cia, una intensa ligazón, una ruptura de asociación
justamente, y la irrupción de fantasmas fundamentales
en los cuales el paciente se transforma -lo veremos en
seguida- en el objeto sexual del analista considerado
como un gran Otro. Es allí, en el retorno al yo, después
del primer rechazo, donde va a producirse un otro ir y
retornar. El segundo ir y retornar, y eso constituirá el
amor de transferencia. Decirnos el amor de transferen
cia en tauto es la expresión conocida, pero eso puede
ser, y lo es muy a menudo, el odio de transferencia, la
angustia de transferencia.
91
\
92
como acabamos de describirlo, como una tendencia de
la pulsión a manifestarse en acto, y más que en acto,
en acción alucinada.
En "La dinámica de l a transferencia" Freud dice:
"Recordemos que nada puede ser matado ni en absentia
ni en effigie". Ésa es una frase que repiten la mayor
parte de los textos que se consagran a la transferencia.
Pero diez líneas más arriba, según mi opinión, hay una
frase mil veces más apasionante, más cercana a lo que
nos ocurre, que es ésta: "Las emociones inconscientes
-es decir las pulsiones- buscan reproducirse despre
ciando el tiempo y siguiendo Ja facultad de alucinación
propia del inconsciente. C omo en los sueños, el pacien
te atribuye a lo que resulta de esas emociones incons
cientes o despiertas, un carácter de actualidad y de
realidad. Pone en acto sus pasiones sin tener en cuenta
la situación real".
Freud no duda en escribir que, en el momento culmi
nante de la neurosis de transferencia, el analizante
alucina y vive ]a relación transferencia} con el misn10
sentimiento de realidad que tenemos en tanto soña
mos, es decir en tanto alucinamos -porque un sueño e s
una alucinación, ¿por qué no decirlo?-.
El amor, el odio de transferencia, toda pasión d e
transferencia puede reducirse, d e hecho, a una modali
dad de la alucinación. Quizás exagere al decir eso, pero
es para acentuar ese carácter excesivo, intenso, de l a
pulsión en el momento de l a transferencia.
¿C ómo interpretar ese momento de pulsión excesiva,
ese momento de la secuencia transferencia!?
Una vez experimentado e l primer rechazo, el yo se
polariza exclusivamente sobre el falo imaginario, exclu
yendo totalmente la presencia del gran Otro . El amor
no está dirigido a l a autoridad del gran Otro sino, di
rectamente, de manera concentrada, polarizada, al falo
imaginario.
93
Lacan lo dice así: "El amor se dirige al semblante del
ser". Traduciría: el amor se dirige al semblante del
objeto, o el amor se dirige al velo que cubre al objeto.
Allí es donde se encuentra el segundo rechazo y hay
un nuevo retorno, pero esta vez el retorno se verifica
hasta l a identificación con el falo. Deviene e l falo que
le es rehusado. El yo se identifica con la cosa que se le
rehúsa.
Comenzó por demandar amor, por tener el falo, por
demandar al Otro tener el falo. Ahora) después de esos
dos rechazos, deviene ese falo, y se identifica con el
falo.
En ese momento puede decirse que el yo se constitu
ye como el falo, el objeto de] deseo del Otro. Es decir -y
es lo difícil en l a dinámica que establecemos- que una
vez que el yo se identifica con el falo i maginario que
antes le demandaba al Otro, ahora, al identificarse
con el falo, reaparece la autoridad del gran Otro, pero
no ya como autoridad sino como un Otro que desea y
del cual el yo, al identificarse con el falo, va a ser su
objeto. O sea que esta secuencia transferencia! de amor,
odio o angustia es interpretada por el psicoanálisis
como producto de la identificación del yo con el falo y
haciéndose el falo del Otro deseante, representad o por
e l analista.
En ese mon1ento de la secuencia dolorosa de la trans
ferencia, el analista es vivido -esto es curioso- como
alguien absolutamente diferente del paciente. Es decir
que -esto es l o difícil de captar- el yo se identifica con
el falo y se hace falo del Otro, gran Otro deseante,
representado por el analista; pero el paciente, a nivel
de un sentimiento consciente, vive al analista como una
presencia aguda, con un sentimiento agudo de que es
alguien diferente de él. Allí tendría que justificar mi
hipótesis de la existencia de una pulsión fálica.
94
Quizá tengan ustedes intervenciones que h acer, pre
guntas que plantearme.
RESPUESTAS A PREGUNTAS
95
\
96
En ese momento se hablaba de identificación del
n n alista con el lugar de una instancia psíquica.
Ahora bien; en lugar de decir que el niño se identi
lica con el falo que le falta a la madre, he modificado los
LC.:• rminos, diciendo que el yo del analizante se identifica
con el falo, en tanto ha sido rehusado y allí se consti
tuye en el objeto fá lico del Otro deseante. Se plantea
in mediatamente la pregunta acerca de cómo salir de
t ·:;a posición, y es lo que plantearemos la próxima vez.
En general, querría que reflexionásemos sobre un
punto: cuesta mucho pensar que l a neurosis de trans
ferencia es una enfermedad instituida por nosotros,
que somos nosotros quienes instituimos esa situación
mórbida y no sólo esto sino que es una situación mór
bida, de l a cual somos el injerto, lo cual quiere decir
que una vez desarrollada la situación mórbida se des
<'arta e l injerto. Una vez bien instituida esa situación,
PI injerto se rechaza y se disuelve ese trabajo de tejido
·
ncoformado.
Porque, finalmente, se puede considerar el problema
del fin de la cura, que es muy difícil y que plantea
muchas perspectivas, un corte, una separación, un tra
hajo de escisión a nivel de ese tejido viviente que se
c lc.sarrolló.
Pero teniendo en cuenta algo que se preguntaba acer
ra del término de "regresión infantil", que fue utilizado
por distintos autores con relación a l a transferencia,
tligamos que sí, que l a neurosis de transferencia es un
estado mórbido que infantiliza al paciente.
Hablábamos de injerto, pero bien puede servir otro
t.c�rmino, "carozo", un elemento-carozo que absorbe la
onergía del otro. Porque es una absorción. Veamos a un
;malista después de ocho horas de consulta: él ha ab
Hm·bido, y se ve muy nítidamente aunque no s e lo
t eorice l o suficiente. Es, por ejemplo, la cuestión del
t rabajo con pacientes psicóticos. Esto está claro y es
97
'
98
si lencio matizado del analista; es el diván, la regla
fundamental, etcétera.
El rechazo no es tanto que el analista sea el silencio,
l a no respuesta a las demandas de amor, sino que sería
como si dijera: no hay relación sexual p os i ble .
El rechazo es la abstinencia más extrema en el caso
ele la experiencia analítica. Es de c ir : '�o no soy objeto
st!xual". Y aquí se ha dicho que el rechazo c ome n za h a
99
IV
'
La estructura simbólica de la relación analítica está
:resente, impl ícitamente, a todo lo largo de la cura,
pero sólo se actualiza en ciertas ocasiones y a través de
::ertas formaciones psíquicas llamadas "formaciones
j5Íquicas del inconsciente".
El analizante que se equivoca de camino viniendo a
�sión, o el analista que olvida l a cita con su paciente,
5on ejemplos frecuentes, casi banales, que manifiestan
_os desplazamientos inconscientes de significantes re
primidos. Significantes reprimidos tanto en uno como
€-n otro de los partenaires analíticos.
Acerca de esas transferencias simbólicas me he ex
plicado ampliamente en uno de los capítulos de un li
bro que se llama Los ojos de Laura.
Además existe esa otra transferencia que tratamos
de dilucidar ahora y que nos ocupa desde hace tres
5eminarios, esa otra transferencia que corresponde a la
superación de un umbral. La superación de un umbral
en el medio de la cura. Un umbral generalmente único
que, sin embargo, para algunos pacientes puede repro
ducirse dos o tres veces en un análisis. Durante ese
momento, ese momento límite, durante esa transferen
cia momentánea, el mundo del paciente se cierra ente-
101
\
102
Segunda razón: doy prioridad a l a transferencia fan
tasmática y a esta secuencia que la actualiza, porque
esto hace comprender al analista, sobre todo al analista
debutante, que su rol principal en un análisis no es e l
de escuchar e interpretar, sino el de prestarse, prestar
su propio cuerpo pulsional . Lacan habría dicho: "pres
tar su persona". Prestarse a la actividad de la laminilla
libidinal de la cual hemos hablado la última vez. Si el
analista comprende que él está allí, en su sillón para
dejarse toma r, rodear, enlazar por la actividad pulsio
nal, tendrá todas las posibilidades de interpretar o
intervenir de manera oportuna.
Tercera razón que me hace dar prioridad absoluta a
esa segunda transferencia, transferencia fantasmática:
es porque la salida de ese momento transferencial do
loroso decidirá, también, l a salida misma del análisis.
�"'reud lo escribió con todas las letras. Él dijo: "Sobrelle
var esa nueva neurosis artificial (es decir l a neurosis
de transferencia) es suprimir la enferm é dad engendra
da por el tratamiento". Esos dos resultados, es decir l a
Pnfermedad p o r la cual el paciente ha venido y e l hecho
de que haga su análisis, esos dos resultados van a la
par, y cuando se han obtenido, nuestra tarea terapéu
tica ha terminado. Freud expresa aquí -no podría ha
berlo hecho de modo más claro y categórico- el hecho
de que el fin de la cura, su logro, depende de la posi
billdad de resolver la neurosis de transferencia. Si tras
p] atravesamiento de ese umbral la cura se interru mpe ,
diremos que el analizante y tam bi én el analista han
chocado contra un esc ollo que se llama, de modo ya
f'amoso, bien conocido, "la roca de la castración". Si, por
l'l contrario, l a relación analítica no alcanza, no ha
al canzado ese mom e nto de prueba, ese momento um
b ral , momento lí mite , diremos que el análisis se
ese
103
\
104
gantes justos, pero también son las dificultades que
más a menudo polarizan al analista.
He aquí lo que dice Freud -pero esto no es ]o más
importante-: "Todo analista debutante comienza por
temer las dificultades que le ofrece la interpretación
[.r
. . y agrega: ''Pero rápidamente aprende a atribuir
menos importancia a esas dificultades y a convencerse
de que los únicos obstáculos verdaderamente serios se
encuentran en el manejo de la transferencia".
Tenemos otra cita, no de Freud pero en el mismo
sentido; es de un psicoanalista inglés al cual he hecho
referencia aquí: Glover.
Glover ha i ncluido dos largos capítulos sobre la neu
rosis de transferencia en s u clásico sobre la técnica -es
más fuerte aún que Freud- y dice: "Nos arriesgamos a
equivocarnos si afirmamos que en ningún estadio del
análisis, las reacciones del analista o sus convicciones
en lo que concierne a los postulados fundamentales del
psicoanálisis son puestas a más dura prueba que du
rante ese estadio de la neurosis de transferencia. Du
rante éste, y en el curso del cual el terreno conflictual
del paciente se desplaza de las situaciones externas o
de las inadaptaciones internas de naturaleza sinto
mática, todo ello se desplaza a la situación anal ítica
misma".
Glover ha dicho exactamente Jo mismo que Freud
con otras palabras.
Otros autores también lo han dicho . Leía reciente
mente una traducción, que fue hecha por una colega
belga, de Ella Sharpe, que dio cuatro confe1·encias so
bre la técnica analítica. La conferencia consagrada a la
transferenda comienza de la misma manera. Dice: "El
problema principal no es cómo hacer, sino dónde esta
mos cuando hay transferencia, es decir cuando hay
neurosis de transferencia", o sea, cuando hay un mo
mento transferencia! doloroso.
105
Digo que ésta es la experiencia más importante de la
cura y que exige del practicante un conocimiento y un
manejo técnico precisos. Acabo de citar esta frase y al
mismo tiempo voy a tratar de abordarla con ustedes, de
tomarla lo más seriamente posible; de disecarla, de
descomponer ese momento aunque ustedes no recuer
den todos los detalles. Lo importante es situarlo, cap
tarlo, verificarlo en nuestra práctica, si se lo encuentra.
Hay una frase de Lacan en la cual lo que prima, en
cierto modo, es la ética, que dice que hay una sola cosa
que el analista debe saber: ignorar lo que sabe. Esto lo
hemos dicho en nuestro primer seminario aunque de
otra manera. Dijimos lo siguiente: seamos estudiosos,
seamos serios, seamos precisos, estudiemos bien la téc
nica, leamos casi corno s i fuéramos amantes de la téc
nica, seamos técnicos muy, muy fuertes, y al mismo
tiempo olvidémoslo totalmente, sabiendo que no es allí
donde va a jugarse, verdaderamente, la relación analí
tica. Es necesario ser muy claro sobre l a técnica y sa
ber, al mismo tiempo, que no es en la técnica, no es en
el manejo técnico donde va a decidirse la resolución de
los diferentes momentos de la cura analítica.
Retornemos a nuestro hilo conductor. Ustedes ven la
importancia que doy a ese momento transferencial
doloroso, a esa neurosis de transferencia. Y ustedes
comprenden ahora por qué hemos comenzado nuestro
seminario sobre la cuestión de la analizabilidad, sobre
los criterios de la analizabilidad. Algunos de ellos los
aplicamos al comienzo, desde las entrevistas prelimina
res. Más o menos se sabe que tal o cual paciente hará
una cura clásica, Ínás o menos tal como la pensamos. Si
es un paciente que, por el contrario, presenta síntomas
psicóticos o delirantes, diremos, ya lo he expresado aquí,
que es necesario ser prudentes; es necesario establecer
un plan terapéutico previo. Estos criterios no son, ver
daderamente, de analizabilidad. El único criterio de
106
analizabilidad sólo puede decirse a posteriori. Segura
mente, sólo sabré si alguien ha sido analizable o no a
posteriori de que haya pasado la experiencia del aná
lisis.
¿Es alguien capaz de análisis? Sólo podrá responder
se después de haber finalizado su análisis o después de
haber atravesado ese momento de transferencia doloro
so. El único criterio que sólo se puede verificar a pos
teriori, después de la experiencia de haber atravesado
ese umbral, consiste en la capacidad del analizante de
confrontarse con ella. Diremos, entonces, que es anali
zable todo individuo que puede sufrir de su pulsión
puesta en acto, en tanto la prueba dolorosa de transfe
rencia. ¿Cómo se presenta clínicamente ese momento
transferencia!? ¿Cuál es su estructura y en qué condi
ciones se instala?
Hemos respondido descomponiendo paso a paso la
dinámica de las demandas y los rechazos entre anali
zante y analista. Lo retomaremos, y vamos a justificar
la hipótesis que expresa que, desde e] punto de vista
económico, es decir desde el punto de vista pulsional, la
secuencia neurótica de transferencia constituye un des
tino específico de una pulsión particular que yo llamo
"pulsión fálica".
Dije la última vez que agregaba una nueva pulsión
a las diferentes pulsiones parciales ya conocidas, pero
que me parecía que el trabajo que hago con relación a
la alucinación de la neurosis de transferencia me había
conducido naturalmente a concebir l a presencia, la
existencia, de una pulsión fálica particular, cuyo desti
no no es la subliinación sino, justamente, la neurosis de
transferencia.
Pero antes de abordar esta cuestión, antes de entrar
en el corazón de la cosa, describamos, rápidamente, la
clínica de la neurosis de transferencia, ese momento
Lransferencial doloroso, esa secuencia de transferencia
107
\
108
sesiones en las cuales el analizante comienza diciendo:
"No tengo nada que decir. No sé. Tengo la impresión de
que todo ha sido dicho".
La mostración se reconoce por l a puesta en escena de
conflictos leves con el practicante, conflictos que de
sembocan, en general , en interpelaciones por parte del
analizante, reclamando que el analista hable. Y en cier
tos monientos más agudos, constriñéndolo a hablar y a
responder: "¡Es usted quien tiene que decirme pero no
me dice nada! ¿Qué piensa? Hace tiempo que usted no
habla", etcétera.
Finalmente, la petrificación y la angustia. Petrifica
ción y angustia que designan, sobre todo, un rasgo de
las estructuras. Pero designan, también, un aspecto
observable. El analizante, y muy a menudo el analista,
tiene la sensación de estar fijado, inmovilizado, parali
zado, en su lugar. Me ocurre, por ejemplo en controles,
oír con frecuencia a los practicantes declarar: "No sé ya
qué hacer; tengo la impresión de que si me muevo en
mi sillón o hasta si respiro de una forma audible, el
paciente se angustia" . Y a s í tenemos al analista perma
neciendo muy fijo en su sillón, sin moverse para no
suscitar l a angustia del paciente.
Todos ésos son rasgos clínicos que sirven para loca
lizar ese momento transferencia! doloroso. ¿Pero cómo
explicar teóricamente la dinámica de la instalación de
la neurosis de transferencia?
Vamos ahora a nuestro esquema de la última vez.
Recuerden que hemos hablado del nivel matricial y del
nivel de la significación. E n el nivel matricial hemos
designado el desplazamiento de la pulsión y hemos si
tuado el objeto de la pulsión. En el nivel de la signifi
cación hemos marcado que el objeto de la pulsión esta
ba recubierto por el velo que hemos situado como el
velo imaginario. Eso desde el punto de vista clínico se
manifiesta por el silencio en sí, el call arse interno del
109
\.
110
bral en el medio de la relación an alítica , en el medio de
la cura. Allí introduzco una tercera forma de transfe
rencia -no he querido hablar de el la al comienzo para
no d i spersa rno s- pero es, justamente, en e sa s deman
das de amor d iri gi d as al gran Otro donde va a situarse
e l nivel -digámoslo entr e paréntesis- de la tran sfere n
cía imaginaria o de la sugestión.
Lo sosl aya mos porque no es el propósito de este mo
me nto hablar de la sugestión ni de la transferencia
imaginaria. Pero estamos obligados a decir que es allí
donde van a dirigirse las demandas del gran Otro. Pero
el rechazo -es decir, el silencio- continúa manifestán
dose, y eso hace que haya un retor no al analizante.
Primer rechazo entonces, silencio del analista qu e
::;uscita las d e ma n d a s en el analizante, demandas diri
gidas a l gran Otro; rechaz o y vuelta sobre sí. Es allí,
en tanto primer rechazo, que se va a abrir, que va a
comenzar l a secuencia dolorosa de la transferencia, es
decir que es e se primer rechazo el que va a constituir
el factor desencadenante de la neurosis de transfe
rencia.
Esas demandas de reconocim ie nto, en definitiva, ¿qué
demandan? Son demandas del falo. El a na h zan te de
manda que s e le dé, que se le reconozca. Pero deman
dar se r reconocido es demandar al Otro que le dé su
poder, el poder que el analizante le atribuye. Es de
mandar el falo. El falo imaginario.
Se comprende que cuando decimos "primer rech a zo "
no se trata de un solo rechazo, de una sola vez. Ese
Hilencio es toda una posición del analista. Y hemos tenido
la ocasión de decir que el silencio del analista no era un
silencio sistemático, no era sólo un silencio verbal. No
era simplemente no decir nada con la boca; que tam
bién e l silencio podía jugarse hablando, hacer ::lenLir
Psa dimensión de reserva del velo que cubre el objeto
de l a puls ión. He di cho que es aquí donde comienza a
111
abrirse la secuencia dolorosa de la transferencia, pues
el analizante, en ese momento, comienza a cesar de
referirse a sí mismo y comienza a ser progresivamente
llevado , por · la pasión, por un afecto excesivo. En ese
momento "él se dirige no ya al gran Otro: se dirige al
analista convertido él mismo en el falo.
Esquematicemos: se dirige, entonces, primeramente
al gran Otro, el interlocutor; demanda de reconocimien
to, rechazo. El rechazo hace que el analizante dirija
nuevamente demandas, pero estas demandas no son de
reconocimiento. Esos momentos son momentos de silen
cio, son momentos que acabo de describir como de in
quietud y de angustia. Son momentos en los cuales él
dice: "Es usted quien debe hablar". Son momentos en
los cuales reclama e i nterpela al analista. Ya no son
demandas. Y hay un nuevo rechazo.
Lo decíamos la última vez y lo había llamado segun
do rechazo. Y con este segundo rechazo ocurre que el
anaJizante, el yo del anahzante por así decir, se iden
tifica con el fal o imaginario. Él demanda el falo, y al
demandarlo y no recibirlo, y no obteniendo más que un
rechazo, se identifica con el falo. Demandaba el falo, y
ahora, tras e l rechazo, el doble rechazo, él es el falo.
Deviene, entonces, el falo que le es rechazado; el yo se
identifica con la cosa que se le rehúsa. Y ocurre esto: al
mismo tiempo se hace falo imaginario y se hace falo
imaginario del Otro no ya como un interlocutor sujeto
supuesto-saber, sino del Otro como sujeto-supuesto
desear. Se hace el falo imaginario que pretende colmar
el supuesto-desear del analista. Se hace el falo imagi
nario que pretende colmar el supuesto desear de1 Otro
o de] analista.
¿Cómo teorizar esta identificación del yo del anali
zante con el falo imaginario? Allí está, según mi opi
nión, el elemento mayor desde el punto de vista metap
sicológico, que explica la instalación de la neurosis de
1 12
transferen cia. Metapsico]ógicamente, en el momento de
la neurosis de transferencia el analizante está identifi
cado con el falo imaginario que pretende colmar el
desear, supuesto-desear del analista. ¿Cómo concebir
esta identificación? Podemos concebirla según diferen
tes niveles. A nivel de la relación analítica misma se
establece un pasaje singular que la expresión lacania
na "histerización del discurso anal ítico" designa parti
cularmente bien. Lacan decía ''histerización del discur
so analítico"; es decir, consideraba que en todo análisis
hay un fenómeno de histerización. Se favorece la histe
ria. Esta expresión es hoy a menudo utilizada no siem
pre, según mi opinión, de modo feliz.
La identificación del yo del analizante con el falo
imaginario implica un pasaj e del analista al analizan
te, implica el pasaje de la máscara de la fa]ta en el
analista, a la máscara del ser en el analizante. La
máscara de la falta en el analista es el velo, falo ima
ginario que recubre e l agujero de la pulsión. E n lugar
de decir: velo que cubre el agujero de la pulsión, digo:
máscara que cubre la falta a nivel del analista.
La máscara que cubre la falta es esa reserva interna
difícil de definir de parte del analista. Esta reserva, y
al mismo tiempo, esa disponibilidad. E1 analista está
en ese l ugar de velo que enmascara la falta, y a] mismo
tiempo está disociado. Es decir que existe una barra
del analista, él está en reserva, como decía, se ca11a en
sí, permanece disociado él mismo. Y bien; ese velo, esa
máscara de la falta se desplaza en nosotros. Es como si
el analizante ]e dijera: "En tanto usted no me da el
falo, yo lo tomo". Y lo que él toma de hecho es esa mis
ma máscara, es ese mismo velo. Pero hay una diferen
cia. En e l analista el velo cubre sólo la falta, en tanto
que cuando ésta vuelve al yo, cubre todo su ser. El
analista aquí no es un falo imaginario> no e s un ser
identificado con el falo imaginario. É l posee esa reserva
113
\
114
el dolor. "Yo represento lo i ndecible del dolor." Es como
si le dijera eso, y justamente él lo dice; no se calla,
habla, puede hablar. Pero puede hablar y en el tono
de la voz, en la manera de expresarse, en el modo de
abordar al analizante, deja persistir, deja sentir que
continúa representando lo indecible de l a voz, lo inde
cible del dolor.
Por otra parte, si una vez terminado el análisis, el
anaJizante se va -hagamos una suerte de imagen como
la de Epinal- y alguien le pregunta si su análisis está
terminado, si está enteramente analizado, respondería
que no enteramente analizado, que eso no existe.
No existe el análisis totalmente terminado. Hay siem
pre una parte de inanalizable. Y bien, l a parte de ina
nalizable en un análisis es, justamente, el lugar del
analista. E ntonces, el analista no está en el lugar del
objeto; él encarna, evoca, representa por una serie de
hábitos, de disposiciones, de presencias difíciles de ad
quirir, de reconocer en sí, a las que comienza a habitar
y por las que es habitado, y que evocan lo indecible del
dolor.
Hoy lo llamamos así, me parece lo más justo: lo
indecible del dolor. Pero al mismo tiempo, simultánea
mente, no estamos enteramente en esta representación
del dolor; no estamos enteramente reducidos a eso.
Seguimos sabiendo, hasta reconociendo en ciertos mo
mentos, cuál es el lugar que ocupamos, pero estamos
efectivamente separados, divididos, disociados. Esta
disociación es muy importante en el nivel mismo de l a
ética del secreto profesional.
Algunas veces me ha ocurrido decir que llega un
momento, un cierto momento de l a evolución del ana
lista, en e] que tiene que escuchar a pacientes que son
ellos mismos analistas, y que le hablan de cosas que
conciernen a una comunidad analítica de J a cual el
ana1ista y el analizante forman parte. Y a veces el
115
\
1 16
transferencia estaba ya instalada desde las primeras
entrevistas. Es verdad. Pero el modo de manifestarse
no tiene la intensidad pasional de ese momento. Ese
momento, en la mayoría de los casos, en mi experiencia
-quizás otros analistas tengan otra- comienza a mani
festarse entre el segundo y tercer año de análisis. No
excluyo que alguien diga que h a tenido esa experiencia
después de algunos meses. Lo reconozco, yo tambi é n la
he tenido, pero me parece que se puede decir que esta
fase es media, con relación a cuatro etapas que hemos
designado como l a s entrevistas preliminares con la
rectificación subjetiva, la etapa del comienzo del análi
sis, la etapa justamente que trabaj amos, la secuencia
dolorosa de la transferencia y l a fase terminal. Esto
para sit uar el nivel de la cura. Y además, el tiempo que
dura. Habría dicho en este punto tres salidas posibles:
la salida por la cual eso se cronifica, y se prosig ue
durante mucho::; meses y hasta más ; las veces q ue eso
1 17
te en teoría, está claro en l a práctica; éstas son fluctua
ciones. Es decir que hay sesiones que son muy agudas,
y según como interviene el analista, según el modo de
responder a esta pasión tenaz, a esta pasión a veces
obstinada y difícil de desenraizar va a producir fluctua
ciones, momentos de altos y bajos; es muy difícil de
precisar su temporalidad cronológica.
Retomamos. Esta identificación del yo en tanto falo
imaginario, se ve desde diferentes niveles.
Un primer nivel: el de la transferencia. Y allí hemos
reconocido l a histerización del discurso. Se puede dar a
ese concepto de Lacan de histerización otro sentido.
Creo que el que se ha dado aquí es el más justo, es
decir el de l a falicización del yo.
Hay entonces un nivel de transferencia, un nivel li
bidinal y un nivel pulsional. En el nivel libidinal, el
yo -es una cita de Freud- "busca atraer sobre él esta
libido orientada hacia los objetos, y a imponerse al ello
coro.o objeto de amor". El yo busca atraer hacia él, sobre
él, esa libido que estaba en los objetos, y a imponerse
al ello con10 objeto de amor. "Es así como el narcisismo
del yo -escribe Freud- es un narcisismo secundario
retirado de los objetos." Es una cita de Esquema del
psicoanálisis. E s decir que el yo se apodera de la libido
de las investiduras de objetos, y se impone como sólo y
único objeto de amor. Estamos hablando en términos
de amor, de narcisismo y de libido para decir acerca de
ese fenómeno que hemos llamado falicización.
Cuando decimos a nivel de l a transferencia, a nivel
libidinal y a nivel pulsional, son diferentes formas de
abordar el mismo fenómeno, pero cada vez que se lo
aborda de un modo diferente encontramos también
perspectivas diferentes. Brevemente, en ese nivel libi
dinal, esta identificación del yo con el falo imaginario
se llama, simplemente, "narcisismo secundario". Pero
narcisismo secundario no es sólo amarse a sí mismo,
118
sino que el yo se ama a sí mismo como él ama al falo
imaginario del Otro. En otros términos, el yo se ama a
sí mismo como él ama el sexo. E l narcisismo no es amarse
a sí mismo; el narcisismo es amarse a sí mismo como se
ama el sexo del Otro. E l yo se toma por ser el sexo del
Otro, y es allí donde él se ama. É ste es el narcisismo
secundario, y es un fenómeno que podemos describir,
perfectamente a nivel de la neurosis de transferencia.
Entonces, dos aproximaciones perfectamente compa
tibles con la neurosis de transferencia: la identificación
con el falo imaginario es una histerización y es narci
sismo secundario.
A nivel pulsional el yo -agrega Freud- "quiere tam
bién ser objeto de amor del ello, es decir quiere ser
objeto del reino de las pulsiones". He aquí l a cita de
Freud -es una muy bella cita porque él compara al yo
con el analista- y dice: "El yo se comporta verdadera
mente como el médico en una cura analítica (es decir
como el analista), recomendándose a sí mismo al ello
co1no objeto de libido, y tratando de derivar sobre él su
l ibido". Es decir la libido del ello. En otros términos, el
yo no sólo se identifica con el falo imaginario, sino que
quiere ser también el objeto de toda la libido pulsional
que en ese momento está en juego en la relación ana
lítica. Freud lo compara exactamente como lo hacíamos
antes, con el lugar del analista en tanto velo, en tanto
máscara de la falta.
Es decir que, según el punto de vista de las relacio
nes transferenciales, tendremos: histerización y pasaje
de la máscara de la falta a la n1áscara del ser. Desde
el punto de vista libidinal: narcisismo secundario. Y
desde el punto de vista pu]sional, el yo que se identifica
con el falo imaginario y se hace obj eto de la pulsión.
Hay aquí -esto es perfectamente válido- un retorno
sobre 1 a propia persona y una inversión del fin activo
en pasivo. Esas dos cosas son dos destinos que explican
1 19
\
120
Lacan. Freud escribe una de sus más bellas frases para
definir el goce desmesurado del Otro: "No se podría
precisar lo que el yo teme del peligro exterior y del
peligro libidinal en el ello". É l dice: "Nosotros no sabe
mos". Por el contrario, sabemos que es el desborde, la
nadificación. Pero uno no puede concebirlo analíti
camente. E n otros términos, Freud es consciente de
que el yo teme el desborde, teme el goce desbordante,
desmesurado del ello. Entonces, sostener la actividad
de la pulsión y evitar el desborde. Sostener la actividad de
la pulsión con un goce parcial y evitar el goce loco,
desmesurado. Segundo: ¿cuál es el goce de esta singu
lar masturbación del yo?; ¿con qué goce parcial se con
tenta la pulsión fálica? La pulsión oral se contenta con
e1 goce parcial de succionar. La puJsión anal se conten
ta con el goce parcial de cerrar o abrir el orificio anal,
de retener y de expulsar. La pulsión escópica se conten
ta con el goce parcial de l a visión, el goce de la mirada
que significa abrir y cerrar los párpados, y el goce de la
audición está ligado, también, a la apertura y el cierre
de la glotis. Y bien, ¿cuál es el goce parcial con el cual
se contenta la pulsión fü.lica? Es el goce parcial de todo
eso: de lo oral, lo anal, la vista, la audición; de todo eso
en conjunto y mucho más. El goce parcial de la pulsión
fálica es el goce, no de ser, sino de hacer semblante de
ser. No es gozar de ser, sino gozar de exhibir el ser, de
ornamentarse de ser, como dice Lacan.
En una palabra, gozar de mostrarse fuerte, mostrar
se entero, mostrarse fálico. Es eso lo que con Lacan
llamamos el goce fálico. ¿Qué es el goce fálico? Es el
hecho de investir todo mi ser, de falicizar todo m i ser
a excepción de un agujero . ¿Pero qué quiere· decir
falicizar todo mi ser? Falicizar mí ser quiere decir dar
me a ver, mostrarme, exhibirme, semblante de ser, ju
gar a ser. Es l a niñita de cinco años que juega a ser mu
chacho. Pero n o es ni mujer ni hombre. Juega a ser. Y
121
\
122
convicciones, de los postulados del análisis y hasta dice:
"El suelo se sustrae bajo nuestros pies".
Quisiera decir, en primer lugar, que es necesario
partir del hecho de que la neurosis de transferencia no
es simplemente un fenómeno que se concentra sobre el
• analizante, ello comporta repercusiones absolutamente
1
precisas por parte del analista. Repercusiones que con
sisten en que en ese momento de instalación del ana
lizante en el lugar del falo imaginario, el analista ya no
sabe si debe abandonar esa reserva de silencio, cesar
de ser silencioso o sí, por el contrario, debe serlo más
que nunca o, hasta si es necesario, que interprete.
Sabemos lo que se dice habitualmente: la interpreta
ción e s l a de l a transferencia. Debería decirse: la pri
mera intervención correcta ante ese momento es la de
interpretar. Pero lo que ocurre más habitualmente es
que el analista es el primero que por un silencio dema
siado instalado, o por intervenciones demasiado direc
tamente ligadas a la relación transferencia!, nutre,
cristaliza, petrifica, aún más, ese momento de la se
cuencia neurót]ca de la transferencia.
Si ustedes leen a Glover, verán que éste tiene todo
un capítulo que se llama "Las resistencias del analis
ta". Después se lee en Lacan, en «La cosa freudiana",
"la resistencia es del analista''.
Glover en 1925 ya había dicho que el problema fun
damental, justamente, para la neurosis de transferen
cia era lo que él llama "las contrarresistencias del ana
lista". Y considera que es la posición inoportuna del
analista la que conduce al analizante a instalarse allí.
Y esto no es evitable en tanto fenómeno. Diría que es
un fenómeno inherente a la estructura misma de l a
relación analítica y a l cuadro mismo del análisis. Pero
es verdad que ciertas intervenciones del analista -un
silencio den1asiado persistente y tenaz o intervenciones
que van directamente al problema o al plano de la trans-
123
'
124
su pretensión de enceguecerme, constato, sé, que lo que
hay es dolor". Es decir que detrás de l a falicización, en
el interior de esta identificación del yo con el falo ima
ginario, hay un nudo de falta -Lacan lo habría llamado
objeto a-, pero me parece que aquí toma nítidamente la
figura del dolor.
Los analistas de algunas escuelas, por ejemplo los
kleinianos, hablan de depresión, de tristeza o hasta de
melancolía. Yo hablaría de un dolor que no es necesa
riamente un dolor melancólico, pero sí hay allí algo del
orden del dolor. Se puede pensar esta identificación no
sólo como el objeto yo identificado con el falo, objeto de
la pulsión que llamo fálica, sino que, desde el punto de
vista del dolor, allí está la pulsión sadomasoquista. Es
decir que hay allí un masoquismo del analizante por el
hecho de identificarse.
Aprovechamos para agregar esto que me parece muy
importante: l a neurosis de transferencia en una cura es
un refugio; ¿contra qué? Contra el hecho de diluirse.
Un analizante comienza su análisis y dice: "Estoy pres
to a darme, estoy presto a pensar". En otros términos:
"Estoy presto a diluirme en el inconsciente". Y después,
eso deviene intolerable. El ''Yo pienso allí donde no soy,
pienso allí en el inconsciente, pienso allí a través de la
palabra, pienso allí en las asociaciones, pienso allí don
de no soy, pienso allí donde me disuelvo" es intolerable.
Y ocurre ese momento de secuencia transferencia! que
recordamos como acting out, que podría a justo título,
siguiendo la enseñanza de Lacan, remarcarse como lo
inverso. Es "Yo soy allí donde no pienso". Porque en ese
momento de la neurosis de transferencia el sujeto es,
pero no piensa.
Entonces, comienzo del análisis: "Yo pienso allí don
de no soy". Eso deviene intolerable. Detención. "Yo soy
allí donde no pienso." Y es ese umbral el que es nece
sario atravesa r .
125
¿Por qué decimos esto? Porque es para mostrar que
la neurosis de transferencia es un fenómeno de goce.
Es eso lo que es necesario comprender. No es un fenó
meno de pasión: es un fenómeno de goce y este goce es
un goce parcial, es un goce corto, es un goce local, es un
goce del mostrarse, ser: "Yo soy allf'. Es como si el
paciente dijese: "Escuche, hasta hoy he renunciado a
ser, he renunciado a identificarme con lo que digo, ya
no soy, ya no soporto más, quiero que usted vea que yo
soy. Quiero que usted me vea, quiero mostrarme. Quie
ro ser para usted. Quiero ser para alguien".
Es verdad que el análisis tiene esa expresión que Lacan
toma de Sartre: "El análisis tiene ese dolor de existir".
El dolor de existir se detiene, justamente, con esta iden
tificación con el falo imaginario. El dolor de existir es el
dolor de ''yo pienso allí donde no soy", y se detiene en "yo
soy allí donde no pienso". Y en ese "yo soy allí donde no
pienso" está también el dolor como falta.
Refirámonos al término "pulsión fálica".
Quiero que ustedes sepan que cuando se enuncian
los términos, l o que ocurre, en primer lugar, es que se
tiene la reticencia, la reserva de no avanzarlos gratui
tamente, sólo porque ellos advienen. Me parece impor
tante confirmarlos una y otra vez desde diferentes pers�
pectivas, hasta que parece haber madurez para poder
avan zarlos, por ejemplo e n un seminario. De la misma
manera que aquí avanzamos "pulsión fálica", hay mu
chos otros términos que no avanzamos pero que deja
mos en espera en los cajones.
"Pulsión fálica" me parece justo. ¿Por qué? E n pri
mer lugar, hay un problema: teóricamente hab]ando, el
lector de Lacan y de Freud se enfrenta a textos difíci
les. Freud no distingue nítidamente, ni siempre, e l amor
de la pulsión, el narcisismo de la pulsión. Algunas veces
lo distingue y algunas veces no. En la "Metapsicología",
por ejemplo, se percibe esa dificultad de no distinguir-
126
los. Más tarde cambia, y muchas corrientes que han
seguido después, han querido marcar, efectivamente, la
diferencia entre narcisismo -es decir el amor- y la
pulsión, y han querido decir que son dos niveles dife
rentes. Esto es totalmente justo. Pero parece que hay
un punto donde narcisismo y pulsión convergen, coin
ciden, y es justamente y en primer lugar en ese mo
mento del análisis. Sólo ocurre en el momento de la
neurosis de transferencia, en el cual el yo del paciente
se identifica con el falo y se hace -siguiendo el texto de
Freud- objeto de una pulsión. Él dice "objeto del ello",
no dice objeto de una pulsión. Habría luego a1lí un goce
ligado al juego de exhibirse, de mostrarse ser.
Esto es muy particular y muy importante, justamen
te, con relación a los niños. En realidad, esta expresión
me ha sido de cierto modo confirmada por el trabajo
con los niños, cuando se ve al niño en el estadio llama
do fálico. El fenómeno típico de ese estadio fálico no es
la masturbación, no es manipular el sexo o el pene, o
para la niña considerar que el pene del niño es más
grande y mirarse su cuerpo a nivel del clítoris . Lo que
me parece interesante de ese estadio fálico es todo el
goce que tienen los niños en jugar a ser el fuerte, el
débjl, la mujer o el hombre. Es decir que hay una exhi
bición del ser. Ser falo es mostrarse ser. Y es eso lo que
me parece justificar un goce particularmente llamado
fálico.
El goce del dolor como falta está detrás de esta di
mensión de la neurosis de transferencia. Y además,
está el goce mismo de la identificación que no es ya
imaginaria. Si no fuera más que sólo la imagen, estaría
de acuerdo en no llamarlo pulsión, ni llamar al yo ob
jeto pulsional. Pero dado que el yo tiene una coalescencia
íntima con esta imagen última que es la imagen fálica,
me parece legítimo llamar a eso "pulsión fálica", donde
el obj eto es e] yo identificado con e l falo imaginario.
127
\
128
V
129
sentimientos y hábitos del analista según la perspecti
va de su paciente. Esto es lo que se entiende habitual
mente por "contratransferencia". Ese uso del término
es muy diferente del que se hallaba en el origen del
movimiento analítico. Y de allí resulta una confusión
sobre el sentido preciso de esta noción. Entonces, voy a
ocuparme esta noche de examinar con ustedes el con
cepto de contratransferencia a la luz de las primeras
formulaciones freudianas, y a tratar, con Lacan, de darle
una significación más justa.
En primer lugar, para situar mejor históricamente
esta cuestión de l a contratransferencia, dividamos es
quemáticamente la evolución de la técnica psicoanalíti
ca, desde Freud hasta nuestros días, en cuatro perío
dos. Cuatro períodos que se diferencian según cuatro
tipo de acciones del terapeuta. Es esquemático, pero
eso nos va a mostrar un salto fundamental.
Primer período: cuando l a acción del terapeuta era la
de extraer, extirpar.
Segu ndo período: l a acción del terapeuta era l a de
concienciar, interpretar; para hacer consciente.
Tercer período: la acción del terapeuta es interpretar.
C uarto período : el de nuestros días, el actual, que es
el de ocupar el lugar.
130
en el centro, l a catarsis era el modo de descargarlo.
Entonces, obje tivo: hacer descargar lo patógeno por
catarsis. E s muy simple.
131
"
132
culpabilidad manifestado por l a necesidad del paciente
de sufrir y permanecer enfermo a fin de expiar una
falta. Brevemente: todas las series de resistencias des
tinadas a eliminar el surgimiento doloroso del i ncons
ciente.
Pero en esta enumeración, falta la más importante
de las resistencias: falta la resistencia de transferencia.
La transferencia es una resistencia en tanto neurosis
de transferencia; es decir, l a transferencia es resisten
cia en tanto que la cura atraviesa ese mom.ento que
el año pasado calificamos con�o secuencia dolorosa de
la transferencia y que era, para nosotros, la expre
sión más esencial de la neurosis de transferencia. Ha
bíamos dado cuenta de esta secuencia dolorosa de l a
transferencia a través de l a identificación -habíamos
explicado que hay allí una i dentificación del yo del
analizanie con el falo imagin ario-. La resistencia de
l a transferencia podría traducirse por la siguiente de
claración que haría el analizante, o el yo del analizan
te, hasta el yo inconsciente; diría esto: "Prefiero vivir el
dolor de l a pasión transferencial, prefiero experimentar
esta insoportable pasión que me liga a usted, analista,
prefiero eso, antes que experimentar el dolor de l a
emergencia imprevista del deseo inconscíente". Si hi
ciéramos un esquema , diríamos: tercer período: deseo
patógeno y después denegación de las resistencias que
la interpretación debe levantar -las líneas de resisten
cia que la interpretación debe levantar para acceder al
deseo inconsciente-.
Ahora llegamos al período actual. Es el período que
vivimos actualmente en la evolución de la técnica ana
lítica. Y es en este período donde vamos a encontrar l a
cuestión de l a contratransferencia.
É ste es un período que yo caracterizaría por dos
postulados fundamentales que rigen la teoría y la téc
nica que practicamos.
133
· Primer postulado: el núcleo patógeno que ustedes
l lamarían deseo, o fantasma, ese núcleo enterrado e n e l
inconsciente y que era necesario extirpar del paciente
en la época catártica, ahora lo encontramos en el exte
rior, fuera del analizante, y lo llamamos con Lacan "ob
jeto del deseo", "objeto a" o también "objeto de l a pul
sión", si pensamos en nuestra exposición del año pasado
acerca del objeto en tanto que atractor de la libido.
Segundo postulado: este l ugar, este objeto excéntrico
al sujeto, funciona como un atractor. Es lo que decía
hace un momento. Funciona como un atractor que atrae
a la libido hacia él, alrededor de él, crea la transferen
ci a, o más exactamente, el nivel matricial, l a matriz de
la neurosis de transferencia.
Y bien, este objeto exterior, füera del analizante, que
constituye e l lugar que reservamos al psicoanalista, le
permite a éste, desde allí, definir su acción en una sola
consigna que no es ya la de extirpar, extraer -la con
signa del primer período- ni tampoco concienciar, ni
siquiera interpretar: es ] a consigna de ocupar su lugar.
E1 objeto del deseo está en el exterior, y este lugar
exterior es el que debe ocupar el analista. Entonces, lo
primero, interpretar la resistencia, y luego: ocupar su
lugar. La acción del anali s ta es la de ocupar su lugar,
. de tomar su lugar, de asumir su función.
Debemos precisar que otros autores, en particular
autores anglosajones, sostienen, a su modo, una posi
ción semejante a la del tono y las palabras de la teoría
lacaniana. Para ellos también el lugar del analista es
un objeto situado fuera del sujeto. Es decir que la evo
lución de la técnica analítica podría resumirse en un
cambio radical del interés del psicoanalista, en el salto
en el curso de cincuenta años -yo diría entre 1900 y
1950-. Ese salto podría consistir en que en el c01nienzo
e l interés alcanzaba al paciente y al cuerpo extraño que
era necesa no extraerle; hoy el interés alcanza al psi�
134
coanalista y a las modalidades operadas para asumir
esa función.
Destaco la fecha de 1950 porque en esa época distin
tos autores en Inglaterra , Estados U nidos y la Argenti
na publican los primeros trabajos concernientes a la con
tratransferencia. Es en 1950 cuando aparece una serie
de artículos sorprendentes; el primero es de Winnicott
-1948/49- y hasta 1960 hay toda una serie de ellos. Esos
primeros artículos -entre 1948 y 1953-, concernientes a
l a contratransferencia, marcan una fecha. Pero sobre
todo, es en esta época cuando Lacan comienza a plan
tear las bases de su teoría de l a técnica que puede resu
mirse en su célebre broma. E n esa época, se le habría
dicho: "Háblenos de todas las variedades posibles del
psicoanálisis". Y Lacan llamó a su artículo: "Las varian
tes de la cura tipo" y lo que él dice, su broma, en res
puesta, entonces, a las demandas, es lo siguiente -que
según los propósitos de esta noche, yo parafrasearía-:
un psicoanálisis, tipo o no, es Ja cura que se organiza
135
\
136
práctica del análisis y su teoría, y en particular l a téc
nica, con el máximo rigor. Es una cuestión amplísima;
toca el campo ético, el campo de la formación; toca di
ferentes cuestiones. Existe un autor que ustedes cono
cen -Sandor Ferenczi- que antes de 1950, es decir antes,
por ejemplo, que Winnicott o Lacan, reflexionaba ya
sobre esta cuestión. Me gustaría recordarles un pasaje
célebre de un artículo suyo que fue publicado en 1928.
Aquí tenemos lo que dice Ferenczi : "Un problema hasta
aquí no planteado sobre el cual yo llamo la atención es
el de una metapsicología -que falta hacer- de los pro
cesos psíquicos del analista durante el análisis". Una
metapsicología de los procesos psíquicos del analista
durante su trabajo. "Su balance libidinal -decía Fe
renczi- muestra un movimiento pendular que lo hace ir
y venir entre una iden tificación y un control ejercido
sobre sí." Digo exactamente l o mismo que él: su balan
ce libidinal muestra un movimiento pendular que lo
hace ir y venir entre una identificación -amor del ob
jeto en el análisis- y un control ejercido sobre sí. En
tonces, identificarse y al mismo tiempo confrontarse.
J?uranteel trabajo prolongado de cada día, el analista
no puede abandonarse por co mpleto al placer de agotar
libremente su narcisismo y su egoísmo. No puede ago
tarlos como si lo hiciera en J a realidad en general . Sólo
puede agotarlos en l a imaginación y por cortos mo
mentos.
Ferenczi termina diciendo: "No dudo de que una car
ga tan excesiva que difícihnente encontraría su parale
lo en la vida, no exija tarde o temprano la puesta a
punto de una higiene especial en e l analista".
Desde esa época -1928- Lacan fue el primero, uno
de los primeros, que hizo un extraordinario esfuerzo
para responder a esta demanda de Ferenczi de estable
cer una metapsico1ogía de los procesos psíquicos del
analista. Y j ustamente, e l concepto de deseo del analis-
137
\
138
ejercidas por el paciente sobre los sentimientos incons
cientes del analista.
Esta primera definición es el origen de numerosas
acepciones confusas, de numerosos sentidos confusos
del término técnico de contratransferencia. Si encua
dramos, si situamos esta definición -esta única defini
ción de Freud en el contexto de esas conferencias, del
Congreso de Nuremberg de 1 910- no hay duda de que
la contratransferencia es un obstáculo, más rigurosa
mente: es una resistencia, una resistencia del analista.
Sobre este punto no hay que dudar: la definición es
perfectamente clara. Algunas líneas más abajo, si uno
quiere atenerse a las palabras del texto, encontrarán la
palabra "resistencia". Pero no sólo Freud reconocía que
l a contratran.sferencía es una resistencia, sino que,
además, reconocía dos clases, dos tipos, o expresiones,
de resistencia. Es decir que Freud reconoció dos mani
festaciones típicas de contratransferencia.
En una carta de 1 9 1 0 a Binswanger, que en esa épo
ca estaba próximo a Freud y más tarde se convirtió en
fenomenólogo, el analista fenomenólogo que todos uste
des conocen, en esa carta, como también en una inter
vención que Freud hace en e) mismo año en un debate
de l a Sociedad Psicoanalítica de Viena -que entonces
se llamaba "la Sociedad de los Miércoles", porque las
reuniones se hacían ese día-, en esos dos textos -en la
carta y en su intervención- Freud emplea la palabra
"contratransferencia" para poner en guardia al analis
ta ante el hecho de ligarse afectivan1ente a su paciente.
Contratransferencia quería decir para Freud, en ese
momento, un modo de amar al analizante.
Aquí tenemos lo que escribe en Ja carta: "Lo que
opera con relación al paciente -le dice a Binswanger
nunca debe ser un afecto inmediato, jamás un afecto
inmediato sino, siempre, un afecto conscientemente
acordado. Y ello según las necesidades del momento.
139
\
140
l lay un texto de Freud que es importante leer y cono
<'f'r, en el cual insiste siempre -y en eso es necesario
141
típicas de la contratransferencia: el amor mal acordado
y el saber traumático.
Desde l a época del comienzo del psicoanálisis -todos
los autores que se han inclinado sobre la noción de
contratransferencia, desde Winnicott hasta un artículo
aparecido en el International Journal de 1986, titulado
"La reelaboración del concepto de contratransferencia"
diría que, desde la época del comienzo, hay una er.0rme
distancia hasta hoy y la cuestión sigue siendo actual.
Pero todos los autores están de acuerdo en considerar
que la contratransferencia es una resistencia, es un
obstáculo. El problema comienza cuando se trata de
definir la naturaleza de este obstáculo, cuando se trata
de comprender obstáculo contra qué, cuál es el elemen
to que la contratransferencia querría evitar . Y el pro
blema comienza en tanto uno se preocupa, por ejemplo,
por distinguir la resistencia de transferencia de la de
contra transferencia.
Entonces, tenemos aquí las tres preguntas que nos
vamos a plantear.
Primera pregunta: ¿cuál es la naturaleza de la resis
tencia de contratransferencia?
Segunda pregunta: ¿cuál es la diferencia entre la re
sistencia de transferencia y l a de contratransferencia?
. Tercera pregunta: ¿cuál es el elemento que la resis
tencia de contratransferencia quenía evitar?
Pero antes de abordar estas preguntas, veamos bajo
qué forma concreta se presenta hoy la contratransfe
rencia.
Yo querría que ustedes percibiesen de una manera
más viva cuáles son los hechos, cuáles son los aspectos
prácticos, bajo los cuales se presenta la contratransfe
rencia.
Justamente, a partir de la primera reflexión de
Freud de 1 910, van a ordenarse dos líneas, dos co
JTientes teóricas: la primera identifica la contratrans-
142
f(•rencia con el conjunto de toda la personalidad del
psicoanalista que apunta al conjunto de las reacciones,
los sentimientos, los pensamientos, el acto, los actos
relativos a la persona del analista frente al paciente.
li�sta es una primera línea, es la que reúne la idea
�eneral, demasiado general, una idea usual, vulgar, que
tenemos de la contratransferencia. Todo lo que le ocu
rre al analista frente a s u paciente. Esta corriente
t'stá representada, en particular, por Paula Friedman
y por Winnicott, porque fueron los primeros que abor
daron la cuestión de esta forma. Esa corriente propo
ne, ya en esa época, considerar cada una de las versio
nes de la personalidad del analista frente a su paciente
como una eventual fuente de interpretación, destina
da al analizante. Ellos llaman a eso "instrumentalizar
la contratransforencia", es decir, transformar las sen
saciones, los pensamientos, los actos del analista en
un instrumento destinado a la cura. Seguramente,
143
\
144
La otra corriente, representada por autores como
Margaret Little -no en particular, pero Margaret Little
p:-; una buena exponente de esta línea; hay otros auto
145
\
146
Lrata de un derivado deformado e indirecto del incons
ciente. En el caso de la resistencia de transferencia,
estamos en presencia de una resistencia que forma parte
del inconsciente; quiero decir de una resistencia que es
una verdad o más bien una media verdad.
¿Por qué es una verdad? Porque esta resistencia sig
nifica ] a existencia, en ese momento -por ejemplo, el
silencio- en el que el paciente se detiene, detiene el
flujo de sus asociaciones, en ese momento de silencio,
ese silencio es una verdad. ¿Por qué lo es? Porque ese
silencio viene a significar el nacimiento, la génesis, la
constitución del sujeto del inconsciente. Es decir que
hay más que un silencio, hay una emergencia del in
consciente. Es en el mismo momento de la resistencia
de transferencia que el sujeto se constituye; es decir
que el inconsciente se produce y se estructura. En tan
to que, en el caso que nos ocupa, la resistencia de la
contratransferencia no es una verdad, ni siquiera una
media verdad, sino simplemente un error. Si retoma
mos nuestro vocabulario habitual, diríamos que en un
caso esta resistencia -la resistencia de la transferen
cia- que forma parte del inconsciente, que es una ver
dad, es un significante. Y en el otro caso, el de la resis
tencia de la contratransferencia, donde no forma parte
del inconsciente, diríamos que es una imagen.
La resistencia de la transferencia es un significante;
la resistencia de la contratransferencia es una imagen,
y como toda imagen es una falsa imagen.
Pero, ¿sobre qué criterios establecer esta distinción?
¿Por qué decir que una cosa es significante y la otra
imagen? ¿Sobre qué criterios decir que una cosa es ver
dad y la otra error?
Sobre un solo criterio : desde el instante en que el
analizante está comprometido en su análisis, bajo la
égida de la regla fundamental -hablar o "lo escucho"-,
es decir está sometido a la escucha del analista, toda
147
1,
148
el análisis didáctico: también existe la acción de l a
supervisiór.
Creo que allí hay un punto por trabajar en lo que
concierne al problema del control. Creo que es necesa
rio retomar el problema de .la supervisión, por el sesgo
de la contratransferencia. El trabajo de supervisión, el
material de l a supervisión, no se refiere sólo al pacien
te del cual el analista habla; son, también, las reaccio
nes contratransferenciales del analista. Digamos que
son los tres medios: autoanálisis, análisis didáctico y
supervisión; tres medios no para suprimir la contra
transferencia, sino para orientarla en vista de favore
cer el acceso del analista a su lugar de objeto.
Quisiera terminar fijando nuestra posición.
Nuestra posición no es l a de esa corriente que consi
dera la contratransferencia el conjunto de reacciones
de la persona del analista; tampoco es la de llamar
contratransferencia a las manifestaciones específica
mente inconscientes. Creo, con Lacan, que se trata de
una cuestión que es del orden de la ética. Entonces,
les propongo lo siguiente: estaríamos de acuerdo con
el primer grupo de autores en incluir bajo el término
de contratransferencia todas las reacciones del analis
ta en el curso de una cura y, aparentemente -digo bien,
aparentemente- referidas al pacíente, pero con una
condición: en primer lugar, considerar las reacciones
del analista como reacciones imaginarias frente a s í
mismo y , esencialmente, yoicas, y n o frente a su pa
ciente. Inmediatamente, reacciones que es preferible
callar y no institucionalizar, comunicando su conteni
do al paciente. Es decir que en esos dos puntos nos
oponernos a esa posición, a esa corriente que dice "to
das las reacciones del analista más su institucionali
zación".
Nuestra posición es: ciertas reacciones narcisistas,
imaginarias, yoicas, y no institucionalizarlas.
149
\
150
l.Prpretación, correcta o no es otra cuestión-. Toda in�
h•rpretación es inexacta o incompleta.
Digamos esto: ocupar el l ugar del objeto quiere decir
primera variante- venir a levantar el velo del objeto
a través del silencio, e l silencio en sí de suerte de estar
Pn condición de intervenir a través de una interpreta
ción.
El segundo modo de ocupar el lugar del obj eto es lo
4ue significa, a partir de nuestra práctica, de nuestro
i;aber, de nuestra teoría, ocupar el lugar del objeto,
alucinándolo. Es decir, ocupar el lugar del objeto no
viniendo a hacer silencio en sí, sino percibirlo incons
cientemente a través de una percepción alucinatoria de
éste. Es decir percibir alucinatoriamente, mentalmen
te, con el silencio en sí, el dolor psíquico del paciente,
del otro.
Esas experiencias son a las que Freud se refería como
un contacto inmediato del inconsciente del analista con
el inconsciente del paciente. No se trata de l a comuni
cación de inconsciente a inconsciente, aunque esto ten
ga algún valor. No reniego totalmente de esta fórmula,
Lacan tampoco, aunque por otra parte, por momentos,
la critica pero siguiéndola. Uno encuentra, por ejemplo,
una frase curiosa en la cual Lacan reconocía el valor de
una fórmula como l a comunicación de inconscientes.
Pero yo no digo "comunicación de inconscientes". Digo:
es la experiencia de la alucinación como una percepción
inconsciente alucinada del dolor psíquico del paciente.
Esto es, según mi opinión, una manifestación inmedia
ta del deseo del i nconsciente. Y bien; es eso a lo que el
analista teme. Es eso, ese peligro, lo que lo angustia.
Es ése el peligro que el analista siente, que percibe
como un presentimiento.
Tengo Ja imagen de l a contratransferencia pensando
en el analista como un jugador de tenis. Es simple.
Ustedes tienen a su paciente y al analista; los dos jue-
151
gan al tenis. La pelota es e l objeto. En un momento el
analizante envía la pelota al analista. Como una bro
ma, pero es una verdad. Si yo tengo ese lugar, me vuelvo
loco, me desintegro, me deshago, y hasta desde el pun
to de vista psíquico, caigo enfermo. No quiero eso. La
práctica del anáJisis, trabajar como analista, implica
conducir al paciente hasta donde podamos, pero no más
allá, hasta donde toque, exponga mi posibilidad, mi
integridad mental y psíquica. Es el miedo de volverse
loco, sea por el trabajo, sea por e l paciente. Les hablo
así y no sé si pueden oírlo. Ciertamente pueden oír con
la oreja, pero no sé si me oyen -¿me entienden?- desde
el punto de vista de vuestro trabajo. Eso quiere decir
que para que oigan -entiendan- es necesario que lo
que yo digo se lo hayan dicho ya a ustedes mismos. Si
no se han dicho eso, no lo entenderán. Eso es escuchar
a alguien, no es escuchar a alguien que me habla sino
que es escuchar a alguien que me dice lo que ya me he
dicho. Lo que el otro dice sólo viene a repetir, a poner
en relieve, lo que ya he oído decir.
De todos modos, éste es u n seminario sobre la técni�
ca analítica; corresponde a mi lugar hacer ese trabajo
de ensefianza -la transmisión del psicoanálisis- y debo
ir hasta el fin con muchas precauciones. No digo todo
lo que pienso, sépanlo, n o digo todo lo que pjenso o todo
lo que hago. Hay cosas que tendría que decir pero no sé
qué efectos pueden provocar. Pero entiendo que hay
que decir, que formular explícitamente esta problemá
tica contratransferencial del analista.
En e st e punto me detengo. Hay otras cuestfones que
quedan en suspenso y que retomaré la próxima vez.
152
RESPUESTAS A PREGUNTAS
153
VI
155
esta tarde] no es gritando que el pensamiento pueda
decir lo que él mismo piensa".
Encuentro formidable esta frase de Heidegger, y dice
bien acerca de mi sentimiento al preparar el seminario
de esta noche. Ustedes van a comprender por qué tenía
esa preocupación.
La última vez, habíamos marcado nuestra diver
gencia de algunos teóricos, en particular los teóricos
anglosajones, que conceptualizan la contratransferen
cia como un conjunto muy general en el cual incluyen
la totalidad de las actitudes, los comportamientos, cons
cientes e inconscientes del analista con relación a su
paciente.
Son también los teóricos -algunos de ellos- que acon
sejan la utilización de esas manifestaciones contratrans
ferenciales corno un material para comunicar al anali
zante a la manera de una interpretación.
Nuestra posición es muy diferente.
En primer lugar, no encaramos la contratransferen
cia en el eje de la relación analista-ana1izante sino que
seguimos otro eje: el de la relación mucho más proble
mática de] analista con su lugar.
Luego, consideramos que esas manifestaciones con
tratransfere nciales no eran globales sino netamente
específicas y determinadas, y no eran ya necesariamen
te la fuente de donde podía nacer una i nterpretación o
una intervención psicoanalítica.
Definimos la contratransferencia como el conjunto de
las producciones imaginarias del analista que Je impi
den ocupar su lugar de objeto. Y dijimos: ''de objeto
atractor en l a transfere ncia". Digo "lugar de objeto
atractor", pero quiero decir en seguida que Lacan ha
bría pronunciado el sintagma, ]a expresión "lugar del
deseo del analista". E n cambio de decir "lugar del ob
jeto atractor", Lacan habría dicho "deseo del analista",
156
expresión que utiliza constantemente a todo lo largo de
su obra después de veinte años, y que nunca a')andonó.
Deseo del analista; insisto siempre sobre esto: no
comprendido en el sentido d e un deseo experimentado
por el psicoanalista, sino en el sentido de un lugar, de
una región, de un punto singular e impersonal en el
seno de l a estructura de la relación analítica.
El deseo del analista es un punto singular, es un
lugar, un punto que nosotros calificaremos de atractor.
1:
1
157
'·
158
reconocerla en uno mismo, pese a que se cree habitual
mente que la angustia es lo que nosotros sentimos.
Muchas veces, la angustia del analizante es la angustia
del analista ubicada, puesta, proyectada en el anali
zante. Si el analista reconoce en él su angustia o la
reconoce en su analizante -y no digo que toda angustia
del analizante sea su angustia sino que digo que, ya
sea que reconozca su angustia o que la reconozca en su
analizante- puede, en ese caso, considerar que esta
angustia es el anuncio más preciso de la obturación de
s u l ugar, y al mismo tiempo de la apertura de este
lugar.
O sea que, si el psicoanalista, cuando está angustia
do, se da cuenta de ello, significa que está en camino de
ocupar su l ugar. En otros términos: doy a l a contra
transferencia no sólo la función de ser un obstáculo,
sino de ser también el signo de la proximidad del acce
so a su lugar.
Estas tres manifestaciones contratransferenciales son
distintas de otras manifestaciones posibles en el ana
lista, tales como sentimientos, ideas, imágenes o im
presiones experimentadas conscientemente. Quiero de
cir que si vamos a clasificar todo lo que un analista
experimenta o vive en el curso de una cura, diremos
que hay tres suertes de manifestaciones: manifestacio
nes conscientes, manifestaciones contratransferencia
les y manifestaciones específicas, el estado específico y
muy particular por el cual el analista reconoce que está
efectivamente posicionado. Es de ese estado particular,
en tanto que el analista está efectivamente en posición
de analista, del que voy a ocuparme ahora.
Antes querría agregar: las manifestaciones contra
transferenciales se caracterizan por dos cosas. Hasta
ahora hemos dicho que son obstáculos, y son obstáculos
que al mismo tiempo anuncian la proximidad del lugar
o de la ocupación del 1 ugar. Pero esas reacciones se
159
\
160
acabo de plantear hace un momento, quisiera avanzar
una tesis que necesita ser verificada en nuestra prác
tica y corroborada teóricamente. Es una proposición
general que muchos de ustedes conocen y que llamo
"
"formación de objeto a . He aquí mi respuesta a esta
cuestión: ¿por qué el lugar del analista es raro, difícil
en tanto acceso?, ¿por qué es sentido como un peligro?
He aquí mi respuesta: las reacciones contratransferen
ciales -es decir la sobreinvestidura del yo- aparecen
cuando el psicoanalista está al borde de producir un
salto, de cumplir un desplazamiento brusco y fugaz entre
una realidad psíquica de dominancia imaginaria, orga
nizada alrededor del yo, y bajo la égida de la referencia
fálica, y salta a otra realidad psíquica fuera del yo, una
realidad de dominancia pulsional, es decir de dominan
cia de goce, de dominancia del objeto a. Es por ello que
yo la sitúo c01no una formación del objeto a. Se trata de
una realidad psíquica organizada de otro modo que la
realidad de dominancia imaginaria, un a nueva reali
dad psíquica organizada alrededor de la ausencia de la
referencia fálica. El mecanismo productor de esta nue
va realidad es la forclusión. Así, cuando el psicoanalis
ta ocupa su l ugar, su realidad psíquica cambia y se
estructura como otra realidad, sin componentes yoicos.
Una real idad al costado del yo, una realidad paralela al
yo, una realidad para-yo, y para j ugar con la palabra,
cosa que no hago habitualmente, en lugar de llamarla
una "realidad paranoica", la llamaría una realidad
"parayoica".
¿Qué q ucremos decir? Queremos formular, del modo
más riguroso, esa conjunción particular que se ordena
en tanto el psicoanalista se sostiene como analista; es
decir, ¿cuáles son las condiciones subjetivas, particula
res,necesarias, para que el psicoanalista logre ubicarse
en el punto de mira, desde donde pueda escuchar y
percibir el inconsciente del analizante? Mi pregunta es
161
ésta: ¿en qué condiciones subjetivas estamos para po
der ubicarnos e n e l ángulo que hace que podamos alo
jarnos en la posición para escuchar, percibir y causar
el inconsciente del analizante? ¿En qué punto de mira,
en qué ángulo, en qué eje , debemos situarnos? Dire
mos que el punto de mira en el cual el analista debe
situarse para operar es idéntico a su nueva realidad
producida por forclusión. Para destacar bien esta
identidad entre el punto de mira y el cambio que debe
tener lugar en él, habrá una doble modificación: en
primer lugar un desplazamiento de los lugares y un
cambio de estructuras. El cambio de estructuras subje
tivas es idéntico al desplazamiento a un nuevo punto
de mira , o un solo punto de mira donde situarnos para
tratar las manifestaciones del inconsciente de m i ana
lizante. A ese punto, que es idéntico a la nueva rea
lidad en el analista, es decir a esta realidad que yo
llamo "parayoica", lo llamo, a su vez, "punto de mira
parayoico". ·
162
ría "hacer silencio en sí" sino en primer lugar negar,
abolir el sí-mismo, dejar disolver la imagen especular,
la i(a)? La manifestación contratransferencial era una
sobrecarga, "hacer silencio en sí" es una supresión, un
debilitamiento, un dejar disolver la imagen especular
i(a). Esto es "hacer silencio en sí": negar el sí-mismo,
dejar disolver la i(a) y suprimir sólo durante un instan
te los diversos soportes constructivos de nuestro yo, a
saber: el tiempo, el espacio, los otros, y en particular
todo alcance del ideal, todo obj�tivo en el horizonte,
todo sujeto supuesto saber que habitualmente garanti
za l a e1ección por la cual procedemos en tanto el psicoa
nalista está sentado en su sillón y cree escuchar a su
anal lzante.
El tiempo, el espacio, y todo lo que apunte al ideal,
son los componentes constitutivos del yo que es necesa
rio suprimir, abandonar durante un instante: el instan
te de hacer silencio en sí. Hacer silencio en sí significa
que, espacialmente, estamos fuera de nosotros, exilia
dos del yo, o -para retomar el bello título de un libro
reciente escrito por una amiga- somos extraños a noso
tros mismos. Somos extraños a nosotros mismos sin, no
obstante, estar con el otro -mi semejante, es decir mi
analiz ante-. Ni tampoco con el Otro, el gran Otro,
garante de la verdad. No estamos ni solos ni con los
otros, estamos sin nadie más. Y al estar sin nadie más,
somos objeto. Estoy allí donde no hay yo; estoy allí
donde no pienso; estoy allí donde no hay Otro , ni el
pequeño otro ni el gran Otro. Eso espacialmente. Tem
poralmente, no tenemos conciencia de la duración; el
lugar del analista -al hacer silencio en sí- sólo lo ocu
pamos en la brevedad fulgurante de un relámpago.
Acabo de definir el silencio en sí por la negativa.
Acabo de decir lo que es necesario suprimir, como si el
silencio en sí, el lugar del analista, el punto de mira
fuesen una comarca despoblada de imágenes y ruidos,
163
\
una región casi desértica y vacía. Como s� hacer silen
cio en sí fuera el vacío, en tanto que, al contrario, se
trata de un lugar inédito, poblado, rico en producciones
psíquicas nuevas y condensador de una gran carga li
bidinal que llamamos en psicoanálisis "goce" u "objeto".
Un lugar, un condensador de una gran carga libidinal,
que tiene el poder de atraer, de concentrar alrededor de
él, el desarrollo de la transferencia.
Algunas cuestiones, diferentes cuestiones que hemos
abordado, diferentes aspectos, me han planteado: ¿exis
te una diferencia entre ocupar el lugar del objeto y el
ser del psicoanalista?
Esto me recuerda una frase de N acht, psicoanalista
francés ya fallecido, que pertenecía a l a Sociedad Psi
coanalítica de París, alguien que hizo mucho por el
psicoanálisis y que, al mismo tiempo, tenía tamb_ién
una posición crítica, m utuamente crítica, con relación a
Lacan. Muchas afirmacjones de Nacht fueron objeto de
críticas severas por parte de Lacan, y críticas sin men
cionar que se trataba de Nacht. Lacan, en general, cuan
do criticaba, no nombraba a quien criticaba. Nacht tenía
una fórmula que era simple y que había hecho época:
"El psicoanalista no actúa por lo que piensa o por lo
que hace o por lo que dice; actúa por lo que es"; es decir
que actúa por su ser. Un mal lector de Lacan habría
· dicho que éste estaba enteramente contra esta fórmula,
que la rechazaba completamente, etc. Si ustedes obser
van lenta, minuciosamente, el modo como Lacan hace
el comentario de esta fórmula, en particular en el semi
nario sobre la transferencia, verán que la critica seve
ramente, pero al mismo tiempo dice: "Esta formula dice
algo justo; dice algo justo pero lo dice mal, de mal modo".
Tengo, de alguna manera, la misma impresión que La
can, creo que hay algo justo pero mal dicho. ¿Por qué
mal dicho? Porque si el analista actúa por su ser, es
decir por lo que él es, perdemos toda la riqueza de las
164
1
165
\
166
el lugar del analista. Habr4n comprendido que estaba
de un lado el psicoanalista, su persona, su yo, y del
otro, el lugar al cual está asignado, lugar que hemos
nombrado de diversos modos. Tenemos: lugar del obje
to atractor -que es la expresión que utilizamos el año
pasado-, lugar del objeto a -es una expresión consagra
da en l a teoría lacaniana-, lugar del deseo del analista
-también un modo lacaniano de nombrarlo-. Y ade
más, hoy, para remarcar muy bien el desplazamiento
que se produce, lo hemos llamado "punto de mira
parayoico desde donde puede operar". Lugar , entonces,
que el analista puede ocupar o no y desde donde está
en condiciones de recibir el inconsciente o el goce de su
analizante. He aquí el esquema, la lógica implícita en
mis propósitos hasta ese punto. Pero de hecho es falso,
o por lo menos no es totalmente de ese modo.
Con mayor precisión: ese lugar no es un lugar. Ese
lugar del analista no es un lugar ya, allí, a la espera de
recibir un ocupante. Este lugar se produce en tanto un
analizante dice y en tanto un analista hace silencio en
sí para escucharlo. Es decir que e] lugar del analista es
un producto común al analizante y al analista, es un
producto común que se desprende, que emerge, que
surge en tanto el paciente habla, porque es necesario
que él hable de un cierto modo, y surge cuando el pa
ciente habla, entonces, con una cierta palabra, y en
tanto el analista lo oye haciendo silencio en sí. Con
esas dos condiciones se crea el lugar del analista. Estoy
obligado a dj stinguir: está el analista, está el lugar,
para que ustedes acepten l a idea de que es necesario
un cambio de lugar y u n cambio de las estructuras
subjetivas psíquicas. Pero de hecho, hacer silencio en
sí, es decir cambiar esta estructura subjetiva, significa
desplazarse. Si escuchamos las palabras del analizante
como la expresión de alguien que nos habla, entonces
no escuchamos, no oímos absolutamente nada.
167
\
168
puede muy bien admitirse que no hay tránsito sino
más bien producción común de un solo inconsciente y
de un solo goce en juego en l a relación analítica. Eso ya
lo h e afirmado, desarrollado, demostrado en otros tex
tos. No vuelvo allí. Algunos de ustedes conocen la tesis
que sostengo: que no hay dos inconscientes en un aná
lisis; no hay más que uno solo, que es un inconsciente
del acontecimiento, en tanto se produce a partir de un
acontecimiento; es un inconsciente idéntico a la rela
ción transferencia!. Preciso hoy que este inconsciente
único se produce e n tanto el analizante dice, crea el
lugar del goce, e l analista hace silencio en sí, se ubica
en el l ugar que le está asignado, se pone en el punto de
mira parayoico, crea también ese lugar y forma parte
de él. En vez de decir "tránsito, comunicación entre
inconscienteslt, prefiero enunciar una fórmula, para mí
l a frase más importante para decir hoy: "Es necesario
pertenecer mamen táneamen te al inconsciente para es
cuchar el inconsciente; es necesario crear y formar parte
del goce para percibir el goce". Quiero decir escuchar el
inconsciente = interpretar; percibir el goce = alucinarlo.
Acabo de distinguir: escuchar el inconsciente y percibir
el goce. Acabo de decir eso: percibir. el goce, escuchar el
inconsciente. Pero de hecho, si existiera, verdaderamen
te, esta pertenencia del analista al inconsciente o, al
goce, e l hecho de haber escuchado, de haber percibido,
haber oído y haber visto, son allí una sola cosa. Escu
char y mirar en esas condiciones precisas, en ese mo
mento preciso, son cosas idénticas. No hay diferencia.
Esta pertenencia del analista a la dimensión del
i nconsciente o a la dimensión del goce implica varias
cosas.
En primer lugar un dolor y un duelo. Un dolor y un
duelo que la contratransferencia tiende a evitar como
el peligro presentido por el analista bajo l a forma de un
saber, de una pasión o de 1 a angustia. ¿Qué dolor y qué
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170
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dice: "Pero tengo l a sensación de que eso no tenía lu
gar, no correspondía, que mi palabra se deslizó". Y se
convino en que esta interpretación era una interpreta
ción enchapada. Y al discutir con el analista, se me ocu
rrió que estaría enchapada porque el analista no sabía
--no sabía en el sentido del punto de mira parayoico- no
sabía qué es para una mujer tener un niño en s u vien
tre. Bien entendido, se trata de un analista hombre.
Pregunta: un analista hombre, ¿puede saber lo que
siente una mujer cuando ella tiene un niño en su vien
tre? Es posible que él pueda sentirlo, que pueda saber
lo. No es seguro. Yo diría que él podría saberlo si le
ocurre, escuchando a su paciente -quizá no necesaria
mente en esa sesión- hacer silencio en sí y sentir el
útero pleno de una mujer, pero sentirlo no en el cuerpo,
sentirlo en la cabeza, en los ojos, en las orejas, como si
fuera la cabeza que experimenta psíquicamente la sen
sación corporal de estar encinta, y de estarlo para la
·
eternidad.
Digo que esto es posible, no e s seguro. En todo caso,
le sugerí -y lo trabajamos juntos- ejercitarse, entre
narse, ponerse a ensayar y colocarse en ese lugar en el
cual intentaría hacer trabajar su realidad psíquica hasta
tener esta percepción visual, sonora, mental, poco im
porta, de lo que es la sensación física de una mujer
encinta. Podría ocurrir que si el analista hombre llega
se a eso, no fuera ésa l a interpretación que haría. Si
ustedes me preguntasen qué interpretación haría, no lo
sé. Sería necesario para que les respondiese que yo
escuchase a esa paciente y que me ejercitase en estar
en ese estado, en esas condiciones de las que les he
hablado hoy.
Último ejemplo; es un ejemplo evocador, no clínico,
pero lo encuentro muy bello, sobre todo, muy bien es
crito. Se trata de Rilke, quien relata -es el diario que
él lleva- que está en París, se pasea por la calle y
.
173
\
174
adentro", y termina: "Pero tenía aún más miedo de la
cabeza desnuda, descarnada, sin rostro".
No sé si me han seguido, pero es extraordinario ver
la percepción de este hombre. Hace un esfuerzo, se
violenta para percibir eso. No está loco, es u n arte
escribir como él lo hace, y sobre todo pienso, no se trata
allí del arte de haber escrito, n i del estilo para escribir:
es el arte de haber percibido. Diría que él escribe así
porque puede percibir así. Ahí tienen el ejemplo de lo
que es una percepción por la cual el analista sería
propulsado, conducido, impulsado a recibir, a acoger, a
tratar el inconsciente y el goce del analizante. Eso es lo
que tenía que decirles hoy.
RESPUESTAS A PREGUNTAS
175
'·
176
oyen bien, es porque ya han entendido lo que les es
dicho.
Eso ocurre, por otra parte, como con el analizante. El
analizante no está presto a entender una interpretación,
salvo si ha oído ya la otra que está en vías de decirse.
El analista no hace más que materi alizar con sonidos y
con una palabra lo que el otro, en silencio, sin saber, ya
se había dicho.
Esto acerca del término "interpretación" que será e l .
tema de los dos próximos seminarios.
(...]
Ex iste -voy a utilizar la expresión que considero la
mejor- una consolidación voluntaria de hacer silencio
en sí. Quiero decir que sé que en esta consolidación
voluntaria, esta instalación voluntaria esforzada para
ponerse en el punto parayoico, paranoico, es como si el
analista crease ese estado, como si forzase ese mecanis
mo forcl usivo. No puedo ir más lejos. E l hablar de
mecanismo forcl usivo implica que algo se produce por
el resultado de un desencadenante, en tanto que, como
lo hemos dicho, la psicosis, y en pa rti cular la forclu
sión, no son más que la respuesta a un llamado. Puede
dec irse que el analizante habla de tal modo que llama.
Pero eso sería espontáneo; creo que es el caso de Rilke.
Ri lke camina por la calle de N6tre Da me des Champs
en si lencio, oye el resonar, y para él el ll ama do es el
hecho de que la mujer actúe violentamente. Es ese gesto
de levantar la cabeza lo que constituye el llam ado , lo
que hace que Rilke, e n un momento, perciba lo que
percibe. El caso es diferente cuando le digo a ese an a
lista: "Esfuércese en concebir, en alucin ar , en percibir
la sensación física de un útero pleno". Allí es como si se
dijera que se fuerza l a constitución de una realidad
producida por la forclusión. Quizá sea la p a l abr a del
analizante, quizá sea una palabra en él que se fuerza
a entender, que lo conduce eventualmente a esa posi -
1 77
ción. Insisto en que no es necesario que se constituya
un superyó a la inversa, es necesario que sea una puesta
en guardia atemperada- insisto: eso de lo que habla
mos, esa instalación en ese lugar, sólo es posible raras
veces , es muy difícil-. Y para los analistas es necesaria
una cierta práctica, una cierta madurez en l a experien
cia, para conocer y experimentar este modo de tratar e l
inconsciente. ¿Es l a única manera? ¿Es el mejor modo
superyoicamente hablando? Yo diría que si retoman el
conjunto de los textos de los analistas -el conjunto- y
por otra parte, un excelente texto que hemos trabajado
en el marco de los seminarios restringidos que algunos
colegas han presentado y que es el texto de Annie Reich,
donde ella hace toda una revisión del concepto de con
tratransferencia, verán que muchos analistas hablan e
insisten sobre ese tipo de percepción; lo que ellos lla
man l a "comunicación de inconscientes", la "empatía",
el "insight". Cada uno le da un nombre diferente; en
cuentro que todos conservan esa vertiente anglosajona,
norteamericana, que hace que se sienta un poco frío,
técnico. No se ve funcionar al analista. Pero quiero decir
que es una experiencia rara, difícil. Es necesario que
ella advenga, pero también es necesario un ejercicio,
un entrenamiento, una práctica. Y, en particular, en
cuentro que es una práctica saludable de la escucha de
los pacientes, tener que transformar las palabras, ejer
citarse en transformar las palabras poniéndose en ese
estado que yo llamo "hacer silencio en sí", a falta de un
término mejor.
É sta sería la representación figurada del goce común
a los dos. El goce es, en buen lacaniano, excéntrico
178
Jugar del objeto", y si e! analista dice, oye, escucha -como
lo hemos definido- haciendo silencio en sí, él constituye
de modo compartido el lugar de un objeto común. Has
ta alJf está bien. El problema es que, si el analista
interpreta o percibe como acabo de decirlo, interpreta y
percibe el goce que es su propio lugar. Eso quiere decir
que sería necesario que haga un bucle que parte de su
lugar y vuelve a él, como ya se ha expresado.
179
VII \,
181
\
182
la interpretación sólo cuenta en un análisis como un
elemento en una estructura, a la manera de una par
tícula atómica en el seno de un medio físico, una par
tícula desprendida de una conjunción de engendramiento
que tiene una trayectoria, que tiene un punto de im
pacto y que es capaz de provocar un efecto de cambio
radical en la consistencia de red. Tomemos la concep
ción de l a interpretación en tanto que significante: esta
concepción no la elegimos; no elegimos la teoría que
nos conviene. Si nos conviene, es porque tenemos un
compromiso con la- teoría que es -o no- un compromiso
de pensamiento. La teoría de la interpretación en tanto
que significante no sólo se corrobora en las pruebas de
la práctica cotidiana, no sólo está en nosotros , sino que
determina una cierta manera de trabajar con nuestros
pacientes y un cierto modo de interpretar a ese pa
ciente.
Vamos a verlo con un corto ejemplo clínico que voy
a relatar en un momento, pero en esta perspectiva quiero
183
\
184
Continúo caracterizando esos enunciados. No com
portan en general pronombre personal. Es decir que uno
no dice "yo". Vean si entre ustedes hay algunos -<;orno yo
mismo- que hayan podido, en cierta época, conocer las
experiencias de los analistas kleinianos. Ellos utilizan
mucho el "yo", por ejemplo, para enunciar la interpre
tación: "Yo pienso", "Yo le indico", "Yo le digo", etc. La
interpretación de la cual hablo no tiene "yo'', es imper
sonal. Estos enunciados no están precedidos por ningu
na intención calculada por parte del analista de provo
car una reacción particular en e l paciente. Al contrario,
son palabras dichas a partir de la ignorancia del ana
lista. En un momento tuve esta fórmula: en tanto el
analista i nterpreta, no sabe lo que dice. Y hay que
agregar: puede no saber lo que dice, a condición de que
sepa l o que hace. Son palabras que hacen irrupción
repentina en e l practicante, que éste pronuncia sin
saber. Es superado por su enunciado y, sin embargo,
parecen palabras esperadas, esperadas en el contexto
de la secuencia, de la sesión, en el momento en que el
analista habla y, sobre todo, esperadas -se tíene la
impresión- por el analizante mismo. Es decir que el
analizante sabe ya, i nconscientemente, lo que el analis
ta le va a interpretar. Quiero decir que esas palabras,
que son esperadas, operan allí donde son esperadas, en
185
'
186
una ciencia de] analista ni se trate de la interpreta
ción- están próximas a la interpretación. Le propuse
esto que es lo que les propongo a ustedes: que la verdad
a este niño debe serle dicha por la madre si esa verdad
es esperada por el niño; es decir que el niño ya sepa un
algo de ella. En otros términos, para decir la verdad a
alguien es necesario que ella le concierna efectivamen
te. ¿Qué quiere decir que le concierna efectivamente?
Quiere decir que el sujeto conozca esta verdad, forme
parte del acontecimiento del que se trata. En el caso de
este niño , no es totalmente seguro, en tanto no se tra
taba de él sino de un primo, y un primo lejano por otra
parte. Ciertamente, ese problema concernía no al niño
sino a la madre.
Segunda característica: primero, ]a verdad debe ser
dicha si es esperada. Segundo, en tanto sabemos que la
verdad por naturaleza -como lo dice Lacan y como ya
lo han dicho otros desde hace tiempo- es medio -no
hay más que la mitad de una verdad-, entonces, en
tanto la verdad es por naturaleza medio-dicha, ensaye
mos copiarla, decirla también con esta ambigüedad que
le e.s esencial. La verdad no puede ser dicha por entero;
es necesario que ella sea dicha con esa hesitación, esa
reserva, esa moderación ante el hecho de ¿qué es lo
verdadero?
Tercero: l a verdad no sólo debe ser medio-dicha, a
condición de que sea esperada por el sujeto; además es
necesario que sea medio-dicha en un cierto momento, y
en un cierto contexto, y en cierta oportunidad. No es lo
mismo si l a madre dice al niño esta verdad en la calle,
en la casa, en un contexto determinado: la verdad es
necesario que sea dicha en un lugar y un tono precisos ,
oportunos.
Cuarto: es necesario que esta verdad sea medio-di
cha, dicha a tiempo, allí donde es esperada, pero ade
más ensayando decir "nosotros" o "uno". No es lo mis-
187
mo si l a madre dice: "Tengo algo que decirte", que si
dice: "Escucha, hemos hablado con tu padre y pensa
mos que ... ". No es un ejemplo muy preciso por referen
cia a la interpretación, pero da una connotación del
lugar, de la reserva, de la actitud del analista ante l a
interpretación. Volveré sobre esto.
Pero termino la anécdota acerca de lo que Je dije a
ese terapeuta. Finalmente el problema había sido que
la madre había cometido un err�r: había prohibido al
niño, había implementado todas esas medidas de aleja
miento del abuelo sin haber hablado ella en primer
lugar, por lo que la concernía a sí misma. Habría ha
bido otros mil modos de hacer sentir e] peso de este
acontecimiento incestuoso para el niño, otros modos que
los que ella había utilizado. Si ustedes quieren, pode
mos volver a este ejemplo después, pero para mí es un
ejemplo con1pletamente colateral de l o que tengo que
decir esta noche.
Vol vamos a los indicadores, no de la emergencia de
la inteq:>retación en el analista, sino a los indicadores
de l a recepción de Ja interpretación por el analizante.
El signo i nfalible del impacto de la interpretación en el
analista es, a no dudar -sobre ese punto están de acuer
do la mayor parte de los practicantes, de los teóricos-, el
silencio. Un silencio que marca la sorpresa y algunas
veces, como lo afirma Theodor Reik, un trastorno, un
verdadero shock. El término "shoch" es de Reik. Un
shock que expresa una violenta repulsión ante lo des
conocido, mezclado con un profundo placer de encon
·
trar Jo conocido; lo desconocido, siendo esta palabra
exterior, extranjera, que viene inoportunamente a de
cirnos lo que ya sabíamos: lo más conocido e íntimo a
nosotros mismos. La sorpresa ante la interpretación no
es la de reencontrar lo nuevo o encontrar lo nuevo, sino
reencontrar lo antiguo en lo nuevo. La sorpresa es reen
contrar lo antiguo, que ya sabíamos que nos pertenece
188
y que ahora nos vuelve desde afuera, en un momento
inesperado y a través de la vía exterior de un otro, e l
analista. Silencio, entonces, trastorno, shock, sorpresa.
Y además Freud localiza otro hecho inmediato de l a
interpretación que tuvimos l a ocasión de discutir e n l a
primera Jornada de Módulos, cuando se hizo una mesa
redonda sobre los problemas de las construcciones en
análisis: es la convicción con l a que el analizante acoge
la palabra del analista. E s una suerte de convicción
ciega que no quiere decir aceptación; no es que esté
convencido porque acepte el sentido de lo que el analis
ta l e dice. Pero es una especie de convicción, una suerte
de reconocimiento en acto, de que en la palabra y en la
voz del analista hay una parte reprimida de uno mis
mo. Una certeza tal se traduce a menudo por una frase
pronunciada inmediatamente después del silencio; es
más bien una fórmula que Freud ubica en ese texto de
"Construcciones en análisis", y es una fórmula que se
repite casi idéntica en la mayor pa rte de los pacientes
que están bajo el impacto de una interpretación, la fór
mula conocida: ''Nunca había pensado en eso". Otras
veces, esta convicción que Freud ubica en los analizan
tes a continuación de una interpretación se traduce por
el hecho de sobrevenir una alucinación o, como él dice,
una visión muy neta, ultraclara.
He aquí los i ndicadores de los cuales quería hablar
les. Es decir, indicadores porque se dice así sólo de algo
que responde a l a s descripciones dadas. Uno no dice:
"¡Ah, es una interpretación!". Esos indicadores son lo
que más se acerca a las características de una interpre
tación concebida como interpretación-elemento, inter
pretación� partícula.
Vamos ahora al ejemplo. Es un ejemplo muy corto.
Pensé que no era posible hacer un seminario sobre l a
interpretación sin dar una ilustración. E s corto pero
189
tiene la ventaja de que nos va a conducir directamente
a lo que nos interesa.
Se trata de una madre soltera de un niñito de seis
años, un niñito enurético. El problema con este niño
era uno de los motivos por los cuales me había consul
tado. Las otras razones eran su decisión de casarse con
un extranjero y abandonar Francia para partir al país
de su marido. Acepto, entonces, tomarla en análisis por
un tiempo limitado. Por otra parte, también querría
decir que me interesa mucho esta perspectiva de limite
temporal -este límite temporal que me ocurre practicar
a menudo con pacientes que han seguido en otro tiem
po otras curas. Son pacientes a los cuales, cuando los
recibo, les digo: "Lo tomo, seguro, pero con una condi
ción: vamos a detenernos imperativamente, de todos
modos, de aquí a tal plazo, a tal fecha, tal número de
meses"-; en general son siem pre meses, pero nunca
supera un año. Es una cuestión que me ocurre practi
car, tengo razones para sostenerla y justificarla; no es
la cuestión que abordamos esta noche, pero está bien
que ustedes sepan que cuando la paciente vino a decir
me: "Bien, es necesario que abandone Francia de aquí
a un año y medio", finalmente era un año y medio, oso
me interesó; suscitaba en mí el anhelo de comprometer
esta experiencia con ese mandato del tiempo. La se
cuencia de la cual vamos a hablar tuvo lugar en una de
las últimas sesiones, y poco tiempo antes que la pacien
te partiera hacia el extranjero. Ella se casa. Durante
ese tiempo, su madre, que habitaba en l a provincia, la
visita por una semana en París, j ustamente antes que
ella parta de modo definitivo. Y la paciente comenta su
disgusto por no poder, finalmente, gozar de la compa
ñía de su madre pues no la soporta. He aquí cómo me
lo dice: "Mi madre llegó a mi casa y al cabo de algunas
horas, yo me enervo y acabamos por discutir todo el
tiempo. Después ella se va decepcionada y yo me quedo
190
apenada y culpable. Es necesario decir -termina ella
su frase- que me es insoportable". Se instala, entonces,
un corto silencio e inmediatamente, como guiado por
una pulsión ciega, le respondo con un matiz de com
prensión en la voz: "No es ella a quien usted no sopor
ta, es su olor".
Se hace un silencio durante el cual veo -esto es
i m portante- la cabeza de la paciente que hace un
movimiento en el respaldo del diván, es decir que bas
cula. Yo estaba como desarmado, sorprendido de haber
me escuchado decir esta frase. Tengo el sentimiento de
retroceder y de esperar, preguntándome si eso había
sido oportuno. Dudaba de l a verdad del contenido, es
decir que no dudaba del contenido de la palabra con
relación al olor, dudaba de la oportunidad. Paréntesis:
una verdad no es verdad más que en un tiempo opor
tuno. Entonces, no dudaba de la verdad del contenido,
sino que dudaba de la verdad de la oportunidad. En ese
momento, la oigo decir: "No es posible. Es verdad, abso
lutamente cierto, siem pre lo he sabido, pero no lo per
cibía, no llegaba a decirlo. ¿Pero usted, cómo lo sabía?".
Lo había dicho sin dudar de lo que iba a decir. Pero ,
¿por qué decirlo? Como me ocurre en esos casos, tenía
l a impresión de que no era yo sino algo en mí que
hablaba. Refiriéndome al conjunto de la historia de la
paciente, puedo darme cuenta ahora, con ustedes y al
trabajar para este seminario, de lo que habría podido
provocar mi interpretación. Había debido de percibir de
manera inconsciente que l a relación particularmente
incestuosa con su niño enurético estaba sostenida, en
tre otras cosas, por el olor de la orina desp rendido de
sus pantalones; ella misma había sido enurética hasta
la edad de 1 2 años. Había debido desplazar, inconscien
temente, lo que yo sabía del lazo olfativo erótico con su
hijo, al lazo con su propia madre. Puedo seguir ahora
el hilo subterráneo que culminó en mi interpretación.
191
\
192
so. Traten de ver como si pusiéramos el microscopio en
esos segundos, y lo que vemos es el suspenso. Se pro
duce una especie de espera como si algo fuera a ocurri r .
Al escuchar sus palabras, s e había dibujado e n mí una
imagen, una escena de dos mujeres semejantes, una
más j oven, la otra más vieja. Y las dos en vías de dis
cutir. Tuve esa imagen en ese momento. Y después,
·
nuevo suspenso, un nuevo eco de sus palabras y otra
representación visual se forma, pero esta vez es la
imagen de la cara de la paciente. Es necesario decir
que la paci ente es una joven mujer muy grande, de una
bella estampa. Se siente la libido desbordar de su cara.
Es un cuerpo de gran talla y hasta un poco exuberante;
cuando ella entra en el consultorio, se siente que al
guien ocupa el espacio. Esto es importante porque por
otra parte un día le había hecho ese señalamiento -se
hablaba del problema en l a relación con los hombres
Y le hice ese señalamiento con relá.ción a que ella ocu
paba todo el lugar, todo el espacio. Y ella decía que no
podía moderarse, no podía limitarse, que era algo que
l a desbordaba. Y al mismo tiempo, una profunda fragi
lidad. Pero no es de eso de lo que quiero hablar. Lo que
me importa es dar, al menos, un cierto fundamento al
hecho de que tuve esa imagen de su cara, es decir una
cara i mportante. Es necesario que encuentre otras
palabras. Como ustedes ven, ella conlinúa operando en
mí en este momento, con relación a l a imagen de su cara;
hay un instante de confusión, de eclipse, de ausencia,
de donde nace una voz, esa voz que yo llamo "la voz de
la mirada", y que se hace oír bajo la forma de esa otra
voz, la voz sonora que ustedes oyen ahora cuando yo
hablo. Repito: yo no pensaba en ninguna teoría psicoa
nalítica; me había contentado con decir lo que había
hablado en mí, al revés y contra toda lógica, y había
tenido razón.
Termino por decirles que no es habitual que un ana-
193
\
HESPUESTAS A PHEGUNTA8
194
voz, un vehículo. En consecuencia, esa palabra "inter
pretativa" es una palabra que lo atraviesa, y que él
dice sin saber lo que dice. Es decir que no tiene noción
del alcance, del lugar, del destino de esa palabra.
Lacan tiene una frase resonante que se encuentra en
los "Cahiers pour l'analyse" número 1, en respuesta a
los estudiantes de Filosofía. Los estudiantes de Filoso
fía le plantean la pregunta sobre la interpretación y él
dice: "Si ustedes comprenden los efectos de una inter
pretación, entonces es seguro que no es una interpreta
ción psicoanalítica". Lacan repitió en diferentes ocasio
nes esta misma idea, pero allí, verdaderamente, en ese
texto, es muy resonante el modo como lo dice.
Entonces, el analista no sabe lo que dice. Pero que no
sepa lo que dice no quiere decir que no sepa en qué
posición se sitúa, en qué momento de la cura se en
cuentra la sesión en la cual ha hablado.
Lacan define el "saber lo que hace" por "saber lo que
domina en el discurso". En otros términos: "saber lo
que domina en ese momento en el lazo analítico". Es
decir: saber en qué posición está situado el analista.
Está claro que para Lacan eran cuatro las posiciones
conocidas: amo, universidad, histeria, analítica. Aquí
yo habría dicho: el analista sabe lo que hace, es decir
que él reconoce cuáles son los movimientos, las varian
tes, los desplazamientos que produce en su posición.
Volveremos a esto.
Se plantea otra vez la pregunta que a menudo se
enuncia acerca de que no puede haber allí cambio de
estrnctura -imagino que con la interpretación-. Lo digo,
lo afirmo: creo que la interpretación , en tanto que sig
nificante -y vamos a verlo-, cambia la consistencia de
la estructura. Es en todo caso la hipótesis que formulo
y que voy a tratar, si no de demostrar, al menos de
aproximar. Y además, se me pregunta también --es un
caso un poco particular- cómo actúa la interpretación
195
en un paciente cuya dimensión narcisista es tal que él
no la soportaría. Que no reconocería esa parte de des
conocido que le vuelve del lado del analista, o con el
analista. ¿Se puede reemplazar por razonamientos y
por el enc adenamie nto lógico, por explicaciones? Esto
plantea un caso muy particular. Entramos en la consi
deración de los diferentes tipos de interpre ta ci ón si
guiendo los casos o siguiendo los diferentes momentos
de una c ura en un solo caso. Pienso que no existe regla
fija para saber cómo funciona la interpretación para
cada uno de l os pacientes o de las estructuras de los
pacientes, aunque haya aproximaciones ya hechas en
ciertos mon1entos o que se podrían hacer . ¿Cuáles son
las actitudes del analista que se delinean e n ge neral,
con pacientes fóbicos, con pacientes en posición s ubje
tiva histérica, con pacientes en pos ici ón subje tiva ob
sesiva y pacientes en posición narcisista? Quería más
bien destacar lo esencial de l a interpretación y mos
trarles -como lo hice con ese ejemplo- cómo se engen
dra la interpretación en el analista.
No hablé en ese caso de cuáles fueron lus efectos
que pr odujo. Los efectos fueron sólo los inmediato s ,
los indicadores i nmed i atos de cómo la paciente había
recibid o la interpretación. Eso lo dije. Pero no hablé
de los ot ros efectos; esos otros e fectos nunca los sa
bré. No sólo porque l a pa ciente partió; si hubiera
proseguido su análisis, habría podido reconocer efec
tivamente otros momentos en la cura ligados a esos
momentos de la interpretación. Pero decir exactamen
te cuáles son los efectos de esta interpretación o pre
cisar exactamente dónde hubo un cambio de con s is
tencia de las estructuras, es imposible de modo pre -
·
ciso y exa ct o.
Pasamos ahora al proceso de engendramiento.
Cuando planteo la pregunta ¿cómo se engendra la
interpretación en el analista?, hay una afirmación implí-
196
cita: no se preocupen por cómo interpretar, no busquen
encontrar l a buena interpretación, más bien busquen en
contrar el estado, la posición en la cual la interpreta
ci ó n es po sible .
Si este año de seminario sobre l a técnica tiene una
idea fundamental que quisiera trans m iti rl es es ésta: l a
apuesta de la t éc n ica analítica se decide en la posición
que el analista ocupa, e n el estado en el cual se encuen
tra cuando actúa, y no en l a forma como actúa. Si u no
quiere i n te rpretar , entonces, es necesario encontrar e l
estado parti cul a r e n el cual una interpretación deviene
posible. E ncontrar ese estado es incomparablemente más
jmportante que l leg ar a hacer acto de interpretación.
El problema de la i nter pretació n reside no ta nto en lo
que e] analista di ce , cómo l o dice y en q ué momento lo
dice, aunque todo eso es muy importante y lo he carac
terizado hace un momento. Lo ese nci al está en lo que
nos hace interpretar, el estado en el cual estamos cuan
do u na interpretación emerge. Eso es lo esenc ia l .
¿Cuál es ese estado? Retomo las formulaciones del
seminario anterior. Les dije , formulé, propuse, que había
un doble d espl a z a miento de parte del analista a la
pos ic ión , al punto que llamé "parayoico". Pueden conce
birlo de dos modos: y a sea un despl azamiento esp ac ial
a la posición parayoi ca o b í en un cambio, una permu
tación de realidad, es decir de una re alid ad prod u ci da
por represión a la i nstalación de una realidad produci
da por forclusión. Allí está el elementofundamental, y
agregué también para ustedes que, en esta instalación
en u n a realidad producida por forclusión, en ese mo
mento, el analista pertenece momentáneamente al in
co n s ci e nte para po de r escuchar el inconsciente, forma
parte del goce para percibi1· el goce.
He aquí la formulación que m e sobrevino l a última
vez en el seminario de fe brero. Hasta les dije que ese
est ado , la instalación en ese estado, la permutación de
197
\
198
lacaniana. Es como si el S l , en ese estado, se hubiera
liberado, se hubiera desplazado libremente. Estado del
gozar libidinal; en ese momento hay una convergencia
del campo libidinal del analista con el campo libidinal
del analizante. Y es S l , el significante, quien asegura
la consistencia. Las laminillas libidinales del uno y el
otro de los partenaires, sus laminillas, decíamos, sus
pseudópodos libidinales, se alienan y se cruzan. O sea,
estoy diciendo que se produce el objeto a . Una preci
sión: utilizo la distinción analista-analizante como si
hubiera dos partenaires, en tanto que ustedes conocen
bien mi posición de que "no hay más que un solo in
consciente, el inconsciente del acontecimiento en la
cura". Pero 1o hago por la necesidad de demostración.
Hay un estado de percepción escópica, visual, y es que
en esas condiciones de cruzamiento de los campos libí
dinales es posible para el analista percibir el goce, es
decir que el analista percibe las emanaciones, las lami
nillas libidinales cuando ellas se suspenden, se acuer
dan, se desplazan, convergen y producen el objeto. Y es
en ese momento, en ese estado de los campos libidina
les de uno y otro partenaire en el acuerdo, que el ana
lista oye esa voz, la voz de l a mirada analítica, la voz
-como dice Lacan hablando de la paranoia- "la voz que
sonoriza l a mirada". Y es entonces, finalmente, cuando
se traducen en interpretación, es decir sonidos, pala
bras ofdas que sonorizan las palabras dichas por la voz
de la mirada.
¿Por qué mecanismos opera la interpretación? Yo di
ría que la interpretación, en tanto que significante, opera
por intrusión, intromisión. La interpretación tiene un
punto de im pacto, lleva sobre un lugar preciso, que es
el lugar, precisamente, de ese significante 81 que ase
gura l a consistencia de la realidad. La interpretación
hace intrusión en el conjunto de los significantes de la
realidad, ocupa el lugar de S l , es decir que desaloja al
199
antiguo significante que se encontraba allí y determi
na, entonces, una nueva consist€ncia de la realidad. Es
decir. que provoca un desalojo y por el hecho de venir a
ocupar este lugar, provoca una pern1utaci6n de reali
dad.
Estoy tratando de decir que con la interpretación el
analista provoca en el analizante ]a misma permuta
ción de realidad que él ha soportado por poder decirla.
Es decir que llegamos a la siguiente conclusión: ¿qué es
lo que la i nterpretación engendra en el analizante?
Respondo: lo que la interpretación engendra en el ana�
li zante es l a instjtución e n él, del mismo estado, de las
mismas condiciones, que han engendrado la interpreta
ción en el analista.
No dudaría en afirmar que interpretar a un anali
zante equivale, en definitiva, a intentar transmitirte
nuestra propia capacidad de interpretar; o mejor dicho:
intentar enseñarle a encontrar en él el silencio, ese
silencio necesario para que una palabra tan pertinente
como una interpretación, tenga una posibilidad de lle
gar. Se ve porque todo análisis es un análisis didáctico,
y porque Lacan consideraba, en principio y por princi
pio, que una cura de análisis terminada debía producir
necesariamente un analista, fuera de que él practicase
o no ese trabajo.
Si cambiásemos entonces los términos, avanzaríamos
esto: ¿qué es lo que engendra una interpretación en el
analizante?
Enseña al analizante a abolir lo reprimido, a entre
narse en suprimir la acción de lo reprimido. Y al igual
que para el analista, le enseña a entrenarse en el ejer-
. cicio de permutar las realidades, pasar de una rea1idad
producida por represión a una realidad producida por
forclusión. A través de la interpretación, tal como la
concebimos, participamos del entrenamiento del anali
zante para saber bascular, permutar realidades psíqui-
200
cas, desplazar su punto de consistencia e instalarse, él
también. en e l punto parayoico del cual hemos hablado
la última vez. Brevemente, enseñarle, sin darnos cuen
ta nosotros mismos, sin ningún fin didáctico, a ejerci
tarse en abandonar una realidad y a instalarse en otra.
En fin -y con esto me detengo-, enseñarle a aceptar
la permutación varias veces del nivel de realidad psí
quica. Cada permutación implica una abolición de lo
reprimido y consecuentemente, una sobreinvestidura de
la conciencia como conciencia aguda.
Tendría muchas más cosas para decir, pero prefiero
que nos detengamos aquí y que ustedes intervengan,
que me planteen preguntas, ya sea sobre el ej emplo o
sobre lo que acabo de decir hace un momento.
RESPUESTAS A PREGUNTAS
201
'
202
rio, un estado de engendramiento posible para una
palabra pertinente. Comprendo y le agradezco haber
me planteado l a pregunta, porque eso me permite, jus
tamente, separarme de toda otra interpretación, con
servando la expresión que, por el momento, es la que
me conviene.
[. ]. .
203
en todo caso lo que está implícito en el modo de abordar
la interpretación esta noche-, la interpretación no es
una interpretación sobre l a transferencia, sino una
puesta en acto de l a transferencia.
Es decir que la interpretación es l a expresión más
pura, la más directa, la más inmediata, la más desnu
da, del hecho de que, efectivamente, hay un lazo trans
ferencial.
Ésta es una primera distinción. La segunda: es ver
dad que se puede utilizar la palabra "interpretación"
en diferentes sentidos y abrir de tal modo el sentido
que llega un momento en que ya no se sabe qué es la
interpretación, y también ocurre que pueda creerse que,
por ejemplo, el analizante hace una interpretación.
Yo diría que, cada vez que un analizante hace un
sueño, él hace una interpretación. Un sueño es una
interpretación del deseo. Es por eso que Lacan dice: "El
deseo es su interpretación", en tanto que , efectivamen
te, el deseo se expresa a través de un sueño, se realiza
a través de un sueño , el sueño es l a interpretación del
deseo.
Entonces, cada vez que el analizante hace una for
mación, deja venir en él una formación del inconscien
te, un derivado del inconsciente, hay allí una interpre
tación.
· Pero cuando yo hablo de interpretación, hoy, es ·otra
cosa. Yo le doy una mayor dignidad, una altura más
importante. Creo que la interpretación, la acción de
· interpretar, el hecho de que el analista sea el portavoz
de la interpretación, es lo que lo distingue esencial
mente -quiero decir esencialmente en el sentido de
distinguir del modo más localizable- del analizante.
Si hay algo que marca la asimetría entre el analista
y el · analizante, algo de lo más importante, es la inter
pretación. Entonces, prefiero reservar la palabra "in
terpretación" para toda intervención del analista que
204
sea capaz de provocar -que esté engendrada de un cier
to modo en él- en el analizante, las mismas condiciones
que la han engendrado en el analista. Quiero decir que,
desde ese punto de vista, permanezco en una especifi
cidad más grande para el término "interpretación" re
mitiéndola al analista.
[ .]
. .
205
VIII
:!07
'
208
que no pode mo s hacer de l a curación ni un c onc epto ni
un objetivo ni un criterio, lo que equivale a no ceder
ante l a influencia del modelo médico, que tiende a
hipostasiar esa curación, a darle un estatuto, a elevar
l a a la di gni da d de un co ncep to .
En lo que nos concierne, en tanto que no pretenda
mos formalizar los efectos terapéuticos de l º anális i s, la
curació n no susc ita dificultades particulares. Las difi
cultades comienzan cuando la misma palabra "cura
,,
ción , que tiene un encanto particular, un a fuerza, una
especie de atracción en su sonoridad misma, se impone
al analista y exi ge de él que haga teoría. Pues salta
rápidamente a los ojos que no hay concepto psicoanalí
tico de la curación y que la curación no puede ser un fin
que el analista deba perseguir en su práctica, como es
el ca so en la medicina. Veremos por qué. Pero antes,
quisiera plantear la siguiente pregunta: ¿qué es enton
ces la curación? Respondo: l a curación es un valor ima
ginario, una op ini ón , un prejuicio, un preconcepto, como
también lo son la naturaleza, la felicidad, la justicia. En
mis propios términos calificaría a l a curación como idea
infecunda o, más exactamente, como automatismo men
tal infecundo. Pero ese preconcepto, este automatismo
imaginario, tiene, pese a todo, sus efectos, positivo� o
negativos, en el campo psicoanalítico. Efectos positivos
que se revelan en el analizante, y efectos negativos que
se manifiestan, sobre todo, en el analista.
Examinemos, en primer lugar, los positivos.
LA CURACIÓN EN EL ANALIZANTE
209
\
210
han reconocido- una primera apertura hacia eso que se
ha convenido en llamar en la terminología lacaniana,
"el sujeto supuesto saber".5
LA RECTIFICACIÓN SUBJETIVA
211
..
2 12
llanto, hasta de sus lágrimas inmotivadas, de Jos ritua
les que acompañan esos momentos de tristeza, que oír
lo hablar de su "fatiga".
Voy a tratar de ser más preciso. Hay pacientes que
vienen la primera vez diciendo que están fatigados, que
a veces eso marcha y a veces no, y se explayan acerca de
su estado de depresión. En ese caso, hay una pregunta
que no dudo en plantear: "¿Le ocurre a usted llorar?".
En general responden: "Solos". Y además agrego: "¿En
qué cuarto de su casa?". Buen número de ellos me res
ponde: "En el baño". A mis ojos es esencial que preci
sen: "En el baño". Les diré por qué con ayuda de otros
ejemplos.
Escuchemos, por ejemplo, a una bulímica. Es más
im portante incitarla a hablar de las circunstancias en
las cuales ella está sujeta a la impulsión incontrolada
de provocar sus vómitos, que oírla hablar de la historia
conflictiva con su madre. . . Quiero decir que, desde ]as
primeras entrevista s, tenemos, por nuestras interven
ciones, por nuestras preguntas, que introducir de algún
modo una cuña en l a relación del sujeto con su deman
da, para permitirle rectificar su posición subjetiva a la
vista de su sufrimiento, para modificar el modo como él
tiene de interpretar su sufrimiento, de experimentarlo
y vivirlo. Quiero, sobre todo, hacer sentir aquí la im
portancia, para el analista, de estar presto con este tipo
de pacientes y con los pacientes en general -con los
neuróticos en general- a no contentarse con la historia
familiar ni con alusiones a estados vagos e inciertos .
En ese caso, es el yo el que habla. Por el contrario,
¡ partan a la búsqueda del sujeto del inconsciente! Par
tan a la búsqueda de todos Jos actos sintomáticos en . los
cuales el sujeto está superado por su acto. Hasta si
tienen que hacer frente a pacientes que no esperan
nada de nadie, queda una posibilidad que, de ser sos
tenida, puede suscitar una sorpresa. En suma: hacer
213
\
214
llevadas al interior del campo del análisis. Haciendo
eso, comienza poco a poco a instaurarse, a establecerse,
una conexión de naturaleza transferencia!. Una conexión
tipo transferencia entre esos síntomas y nosotros como
analistas, hasta llegar a que formemos parte del sínto
ma. Ese género de conexión es el índice mayor de la
transferencia.
La transferencia supone comenzar a inmiscuirnos, a
introducirnos, poco a poco en el sufrimiento del otro. Y
ustedes sólo podrán hacerlo si entran en la escena, en
el escenario, en los detalles, en las puntuaciones del
discurso. Es lo que Lacan llama el "semblante", es decir
lo que desencadena, lo que abre, lo que modula el dis
curso del analista, lo que instituye e inaugura, verda
deramente, el discurso analítico. Así, a la demanda de
curación planteada en el comienzo del análisis van
sucediéndose lenta y progresivamente manifestaciones
transferenciales. Freud lo dice en estos términos: "Esta
relación que se llama, para ser breve, transferencia,
toma a menudo en el paciente, el lugar del deseo de
curarse [ . .]".9
.
215
mente olvidar el interés inicial que el sujeto llevaba a
la cura y a la curación. Verifiquenlo por ustedes mis
mos, reflexionen, escuchen a vuestros pacientes; verán
que aquellos que ya están después de un año, un ailo
y medio sobre vuestro diván, ya no están a la espera
tan particular de la curación en .la que estaban al co
mienzo. La situación ha variado. Ellos ya no están en
la misma posición subjetiva.
Debemos, entonces, preguntarnos cómo la demanda
de curación se ha transformado en transferencia, más
exactamente en neurosis de transferencia, en enfer1ne
dad de la transferencia. La característica esencial de la
transferencia, lo sabemos, es, en efecto, el hecho de ser
la reproducción de un nuevo estado neurótico. Lo cual
nos lleva a plantearnos una segunda pregunta: ¿cómo ocu
rre que aquel que quiere curarse acepta entrar en ese
lazo enfermizo, mórbido en algunos aspectos, que noso
tros llamamos transferencia?
He elegido a propósito términos acentuados, para
hacerles sentir que esas relaciones transferenciales,
enfermizas y mórbidas, están siempre disponibles en
las personas con quienes nosotros trabajamos. No hay
que tener temor de pensarlo ni de decirlo, porque no
disimular este modo de nuestra práctica nos permite
proceder de modo más justo y, en todo caso, menos
falso. Repito mi pregunta: ¿cómo ocurre que alguien
que quiere curarse se comprometa en una relación psi
·
coanalítica que comporta una nueva enfermedad? Es
que aquel que quiere curarse también quiere no curar
se. No sólo no quiere curarse sino que busca instaurar
condiciones favorables para el mantenimiento de su
enfermedad. La· demanda de curación es, entonces,
equívoca: no ocurre sin la fuerza de creer en e 1 análisis
o en lo que puede resultar de él -aun si esta espera
sigue siendo indeterminada-, fuerza que calificaremos
de positiva. Pero la demanda de curación recela tam-
216
bién el deseo de no curarse, por consiguiente de no
separarse de los síntomas y continuar refugiándose en
l a enfermedad. Dos citas de Freud pueden venir a apo
yarnos. En primer lugar: "Hemos constatado que los
síntomas mórbidos son una parte d e la actividad amo
rosa del individuo, o hasta su vida amorosa toda ente
ra". 10 Esta visión de Freud parece esencial en tanto que
hace equivaler síntomas neuróticos y modo de amar.
Sufrir e n sus síntomas y por ellos sigue siendo un modo
de amar y en primer lugar de amar sus síntomas.
Ustedes conocen, sin duda, esa famosa distinción de
Freud e n uno de sus manuscritos a Fliess donde se
trata de las psicosis: "Esos enfermos aman su delirio
como se aman a sí mismos".11 Esta cita puede aplicarse
muy bien a los síntomas neuróticos, a los síntomas
mórbidos, que son, entonces , una parte importante de
l a actividad amorosa de un individuo. Y Freud agrega
a la primera cita referida: "[. ] los instintos sexuales
. .
217
\
218
neurosis, si tenemos miedos, dolores corporales, si tene
mos accesos de cólera inesperados, imprevistos, breves,
si somos asaltados por tal o cual figura del espectro de
los síntomas llamados neuróticos, es necesario saber que
son l a expresión de una lucha en el interior del yo, de
una lucha invisible llevada a cabo por el yo que trata de
hacer más tolerable un dolor inconsciente. Los síntomas,
entonces, son la expresión de una batalla. Constituyen
la parte visible de un combate inconsciente del yo contra
un sufrimiento inconsciente y apuntan a hacerlo más
aceptable . Eso explica, en parte, la frase de Freud cita
da antes, a propósito del neurótico que ama a sus sín
tomas como a sí mismo. Él ama a sus síntomas porque
son la expresión de una defensa, de esa tentativa de
resolver un dolor penoso e inconsciente.
Nuestra concepción psicoanalítica de los síntomas
es, entonces, para así decirlo, una concepción positiva:
ellos expresan un movimiento positivo del yo para de
sembarazarse de un sufrimiento intolerable. Enton
ces, a diferencia del médico que quiere suprimir el
síntoma, nosotros, por el contrario, vamos a servirnos
de él como vía de entrada indirecta a fin de trabajar
y disipar el dolor penoso e inconsciente. Bien entendi
do, esta tentativa indirecta, a través del síntoma, no
responde a un proceso estratégico ni apunta a un blan
co definido y preciso. Se comprende ahora por qué no
podemos hacer nuestra e integrar en nuestra teoría la
idea de curación en tanto que eliminación de los sín
tomas. Pretender eliminar los síntomas sería como
querer hacer desaparecer los sueños, hacer callar las
voces del inconsciente . 1 :3
2 19
Si la curación no es un concepto, tampoco es un fin.
Y esto sigue siendo válido aunque se l a conciba como
un cambio, una modificación estructural del psiquismo
o, aún más, según Freud, una "reorganización del yo".
En efecto, Freud habla de ampliación del yo y define l a
curación en tanto que producción de un nuevo ser psíqui
co. Hasta así concebida, la curación sigue siendo -insis
to- una idea, un vago ideal, que finahnente entorpece
el análisis y entorpece al psicoanalista.
Escuchemos dos frases de Freud sobre el lugar que
la curación ocupa en el espíritu del practicante. En
1927 escribe esto: "[ . . . ] el enfermo no obtiene gran ven
taja en que, en el médico, el interés terapéutico sea de
predominancia afectiva. Lo mejor para él es que el
médico trabaje con sangre fría y lo más correctamente
posible".14
Y mucho antes, en 1912, confesaba: "Me digo a menu
do para apaciguar l a conciencia: ¡sobre todo no querer
curar, aprender y ganar dinero! É sas son las represen
taciones de fines conscientes, que son más uti]izables". rn
En efecto, si el analista instituye una meta curativa
del análisis, si conscientemente se dice "Es necesario
que lleguemos a eso", arriesga no sólo asignar límites
artifidales al trabajo analítico y orientar confusamente
su participación en el nivel de l a escucha, sino también
seguir l a tendencia afectiva más peljgrosa de la contra
transferencia, l a que amenaza más al analista, a saber:
el orgu1lo terapéutico. Una tal suficiencia se expresa
bajo la forma más conocida del narcisismo del terapeu
ta: "Si la curación es un fin, el logro o el fracaso en
220
obtenerla sólo depende de mí". Entonces, la idea de
meta sitúa inmediatame nte al terapeuta en una posi
ción de suficiencia y de falsa responsabilidad.
A fin de recordar al analista la humildad necesai·ia
para cumplir con su función, Freud y Lacan han teni
do, cada uno a su modo, fórmulas muy inspiradas. Freud
retoma el aforismo de ese médico anatomista extraor
dinario que fue Ambroise Paré. Para señalar los límites
de su arte, y pensando en el enfermo que é l acababa de
tratar, Ambroise Paré enuncia: ''Yo lo vendo, Dios lo
cura". 1 6 Aforismo que traduciríamos: ''Yo lo escucho, me
presto al juego de las fuerzas pulsionales, el psicoanáli
sis lo cura". Lacan habría completado la fórmula dicien
do: ''Yo lo escucho y el psicoanálisis lo cura . . . además".
Lacan repitió a menudo esta fórmula de la curación
comprendida como la supresión del sufrimiento de los sín
tomas y limitada a ser un efecto producido por un plus.
Para terminar con mi propósito, quisiera recordar
varias formulaciones de Lacan:
[ ]
. . . la curación es un beneficio en plus de la cura psicoanalítica,
el analista se p reserva de todo abuso del de seo de curar.17
221
E n una intervención, poco conocida por otra parte,
del 5 de febrero de 1957, publicada en La psychanalyse,
n� 4, 19 Lacan habla de la curación como de un "bienes
tar en plus". Retoma a menudo esta expresión "en plus"
para destacar, precisamente, un plus, un "más allá".
Más allá de algo que ya estaría adquirido. "Adquirido"
que es necesario entender como la relación analítica
misma, el compromiso transferencia} entre el analizan
te y el analista. Es verdad que la expresión "en plus"
encuentra un antecedente en una destacable frase de
Freud:
222