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Madres, mujeres y amantes

Usos y sentidos de género en la gestión


cotidiana de las políticas de salud

María Pozzio
Premio Eduardo Archetti 2006

El Centro de Antropología Social del IDES, Instituto de Desarrollo Económi-


co y Social y la Editorial Antropofagia han otorgado el primer puesto de la
edición 2006 del premio Eduardo Archetti al trabajo de Hanna Skartveit. Este
premio se concede a la mejor tesis antropológica de maestría sobre Ecuador,
Guatemala, Noruega y Argentina, y se brinda en homenaje a Eduardo Archet-
ti, antropólogo argentino que realizara trabajos de campo en todos esos países.
El premio es otorgado por un jurado internacional compuesto por antropólogos
mundialmente reconocidos.

Dibujo de Tapa:

Traducción:
María Pozzio
Madres, mujeres y amantes . . .
Usos y sentidos de género en la gestión cotidiana de las políticas de salud
ISBN:
Primera edición: Editorial Antropofagia, septiembre de 2011.
www.eantropofagia.com.ar

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723. No se permite la reproducción


total o parcial de este libro ni su almacenamiento ni transmisión por cualquier
medio sin la autorización de los editores.
Índice
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Capítulo 1:
¿Madres o Mujeres con hijos? La producción y actualización de
categorías estatales vistas desde el cotidiano de un centro de salud. . . . . . . 13

Capítulo 2.
“Estar entre mujeres”: espacios de sociabilidad y resignificación de
categorías estatales de parte de las destinatarias de políticas de salud . . . . . 30

Capítulo 3
Los Amores de Gabriela. Participación en políticas de salud, intimidad
y empoderamiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53

Reflexiones Finales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79

Referencias bibliográficas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88

Anexo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92

3
“La palabra escrita me enseñó a escuchar la voz humana, un poco
como las grandes actitudes inmóviles de las estatuas me enseñaron
a apreciar los gestos”.
Memorias de Adriano. Marguerite Yourcenar
Introducción
Toda política, implícita o explícitamente, contiene una idea de género.
Las políticas no son sexualmente neutras y menos aquellas que se pro-
ponen intervenir sobre el cuerpo, la sexualidad y la reproducción, como
es el caso de las políticas de salud. Por eso, este libro busca acercarse
a los diversos usos y sentidos de género que tienen los distintos actores
que intervienen en la gestión de las políticas de salud.
Aludir a los usos y sentidos del género significa dar cuenta de las repre-
sentaciones en torno del ser mujer, de la maternidad, de la importancia
que ésta ocupa en las definiciones de los lugares legítimamente asigna-
dos a las mujeres en nuestra sociedad –lo que implica indagar también
en el lugar legítimamente asignado a los hombres–. Se trata de conocer,
por lo tanto, los distintos modos en que los actores significan, definen y
valoran las relaciones entre los géneros. Nuestro punto de vista estará
centrado en los actores y en la manera en que median e interpretan los
contenidos de las políticas.
Para ello, analizaremos las interacciones cotidianas entre los agentes
estatales que trabajan en un centro de atención primaria de la salud
(caps) y las “destinatarias” 1 de las políticas que desde allí se implemen-
tan. Entendemos que comprender la implementación de una política
desde las relaciones cotidianas de quienes las implementan y quienes son
“destinatarios” de las mismas, es una vía de acceso relevante al estu-
dio de cómo se organiza y funciona el Estado y cómo es definido y se
manifiesta en el curso de la vida de las personas.
Las “destinatarias” de esas políticas son mayoritariamente mujeres;
concentrarnos en ellas nos permitirá acceder a los diversos modos en
que las políticas las visualizan e interpelan: esto es, básicamente en su
rol de madres. Como contracara, daremos cuenta de la manera en que
estas mujeres experimentan y resignifican esa interpelación. Y para ello,
prestaremos especial atención a los modos en que articulan el rol de
madres con los otros roles de su vida cotidiana.
En resumidas cuentas, a través del punto de vista de los actores, podre-
mos entender y aproximarnos a los diversos usos y sentidos del género en
la gestión de las políticas públicas de salud. No se trata, pues, de realizar
un trabajo a nivel macrosocial, viendo los procesos políticos y sociales
que constituyen las políticas sanitarias, como lo haría un enfoque más

1 Preferimos referirnos al término “destinataria/o” en lugar de “beneficiario”, “usuario”


u otros términos posibles, siguiendo con ello los sentidos y usos habituales de los actores.
El uso de las comillas se utilizará cada vez que hagamos alusión a los términos usados
por los actores del campo.
8 Madres, mujeres y amantes

sociológico. Nuestra mirada estará puesta en un nivel microsociológi-


co, que nos acerca al análisis de la implementación de políticas desde
lo local, reconstruyendo las situaciones y contextos cotidianos que dan
sentido y hacen inteligible lo que los actores dicen y hacen. Intentar
analizar cómo las políticas interpelan a las mujeres significa: ver cómo
son nominadas por los programas; cómo esas nominaciones se actuali-
zan en las prácticas del personal de salud; y cómo estas prácticas son
comprensibles analizando las trayectorias, formaciones e identidades de
los agentes estatales.
Al mismo tiempo, nos interesamos en ver el modo en que se con-
sideran las destinatarias a sí mismas como “mujeres”, obligándonos a
reflexionar sobre las categorías estatales con que las políticas públicas
pretenden encasillarlas, al considerarlas sólo como “madres”. ¿“Madres”
o “Mujeres”? es entonces más que un interrogante. Se trataría más bien
de sentidos en disputa, que hacen referencia a los diferentes modos de
concebir a la mujer, la maternidad y el género de parte de los distintos
actores sociales que dan vida a las políticas públicas de salud.

La investigación
El análisis desarrollado a lo largo del libro forma parte de mi tesis de
maestría en Antropología Social. Dicha tesis es una etnografía basada
en un trabajo de campo que se realizó en sucesivas etapas entre los años
2004 y 2007 en el centro de salud del barrio Península 2, en el Gran
La Plata. El interés original de ese trabajo era conocer una experiencia
de participación de un grupo de mujeres de un barrio periférico como
“promotoras” de salud. En un principio, dicha investigación estaba fuer-
temente permeada por supuestos teóricos dados por mi formación so-
ciológica. Además de eso, dada las características de la población, esas
categorías teóricas estaban impregnadas y casi se confundían –como sue-
le suceder en estos casos– con las categorías estatales utilizadas por las
políticas sociales para intervenir en los contextos de pobreza. Por ello,
el libro muestra el proceso por el cual debí “extrañarme” de todo este
arsenal teórico, para “antropologizar” mi análisis y mi mirada. O mejor,
para hacer de este trabajo un trabajo verdaderamente etnográfico. A
continuación, un breve resumen de ese proceso.
Partiendo entonces de todos esos supuestos teóricos, mi intención era
ver cómo estas mujeres –que había categorizado como jóvenes y pobres–
vivían aquella experiencia junto con médicos y personal de un centro
de salud. Siguiéndolas durante la realización de las “capacitaciones” y
2 Los nombres de lugares y personas han sido modificados con el fin de preservar la
identidad de nuestros informantes.
Introducción 9

actividades “en terreno” pude apreciar la valoración que hacían de su


labor de “promotoras”, lo que –muy influida por los estudios de género–
me llevó a preguntarme si esta forma de participación en políticas públi-
cas podía pensarse como un proceso de empoderamiento. Sin embargo,
transcurrido algún tiempo de mi estancia en el campo, comencé a darme
cuenta que ni las categorías sociológicas que yo había utilizado a priori
–pobres, jóvenes– servían para dar cuenta de cómo ellas se veían, ni que
el empoderamiento como resultado esperado de las políticas servía para
describir el proceso complejo y problemático que estas mujeres vivían a
partir de sus experiencias de participación comunitaria.
A partir de entonces me di cuenta de la importancia del campo co-
mo instancia de conocimiento, por lo cual comencé a investigar siguiendo
una perspectiva etnográfica, que permitiera darle relevancia a los puntos
de vistas de estas mujeres –que claramente– se resistían a ser enmarcados
sin más en mis categorías teóricas. Comencé a centrarme en sus a vidas
cotidianas, donde aquella actividad, por su importancia, me permitía
entender algunas otras dimensiones que habían pasado inadvertidas en
mi primer análisis. Así, pude ver la manera en que ellas se relacionaban
con el personal del centro de salud y través de ellos, con las políticas
públicas, de las que eran destinatarias como sus pares, “amigas”, pa-
rientes y “vecinas”; pude acceder a comprender sus relaciones con estas
personas, las similitudes y las diferencias que señalaban; sus relaciones
familiares y cómo éstas se transformaban a la luz de su experiencia de
participación.
El proceso que estas mujeres habían vivido a partir de ser “promo-
toras” de salud me dio la posibilidad de ver otra cara de las políticas:
el modo en que éstas se experimentan en las vidas cotidianas de los
destinatarios y cómo pueden transformar esa cotidianeidad desde luga-
res inesperados para la propia política pública. Y también, cómo las
relaciones que las destinatarias mantienen con los agentes estatales que
las implementan –relaciones que no son ni enteramente burocráticas ni
enteramente personalizadas– producen modificaciones en unos y otros,
modificando así la acción estatal en el centro de salud en el que unos
trabajan y al que otros asisten.
El análisis de las relaciones entre agentes estatales y destinatarias que
hilvana el argumento de este libro, se llevó a cabo a través del intento
constante de poner a dialogar algunas categorías analíticas de diferentes
áreas de las ciencias sociales –de los estudios del Estado y las políticas
sociales, del género, de la salud– con las categorías que surgieron del
trabajo de campo, es decir, de las categorías nativas.
Decidimos recortar el análisis de las políticas al momento de su imple-
mentación: esta perspectiva sitúa a los agentes estatales en un entramado
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de relaciones e influencias que condicionan el desarrollo de la política a


escala local. Por ello, pudimos prestar especial atención a los modos en
que los agentes actualizan las definiciones y objetivos de las políticas a la
luz de esas relaciones y de sus formaciones, trayectorias y sociabilidad.
Estos agentes estatales forman parte del campo de la salud pública.
Por lo tanto, si bien tuvimos en cuenta conceptos y nociones que vienen
tanto de la antropología médica como de los estudios sociales de la salud,
lo que nosotros intentamos fue ver el modo en que el Estado, a través de
sus políticas públicas para un área específica definida como “la salud”
se apropia de un saber experto (el de la biomedicina y la salud pública)
y cómo los agentes estatales formados en este saber, lo reinterpretan y
ajustan en la implementación de las políticas.
Estos agentes estatales –médicos, enfermeras, administrativos– inter-
pelan a las destinatarias de las políticas como “madres”. Por eso, no
deja de ser importante mencionar que nosotros consideraremos a la ma-
ternidad como un hecho socio-cultural, revertido de aspectos simbólicos;
y también, como una práctica que compete a toda la sociedad –ya que
se trata de una responsabilidad emocional, de crianza y cuidado de los
hijos que no consideramos exclusivamente una actividad femenina (La-
mas, 1986)–. Insistir en el hecho de que los agentes estatales del centro
de salud interpelan a las destinatarias como “madres” es un modo de
señalar que la maternidad, muchas veces, es fomentada por imágenes
que el Estado –a través de sus políticas y los saberes que las sustentan–
construye sobre los roles socialmente legítimos atribuidos a hombres y
mujeres.
En el capítulo 1, nos enfocamos en el centro de salud de nuestro es-
tudio para analizar cómo se dan las relaciones entre agentes estatales y
destinatarios en la implementación de las políticas, haciendo hincapié en
el punto de vista de los primeros. Las políticas –considerando así tanto
los programas como las acciones rutinarias y asistenciales que confor-
man la actividad cotidiana del centro de salud– delimitan una población
objetivo –los destinatarios– y definen objetivos a lograr sobre dicha po-
blación. Ahora bien ¿Cómo se delimita esa población? ¿Quiénes son los
destinatarios? ¿Según qué atributos se los define? ¿Qué objetivos se bus-
ca lograr sobre la población así definida?, intentaremos responder estas
preguntas a través de la comprensión de las mediaciones que los agentes
estatales, en su práctica cotidiana, operan sobre las clasificaciones que
hacen las políticas.
En el capítulo 2 analizaremos las relaciones entre agentes estatales
y destinatarias, pero desde el punto de vista de estas últimas. Para
ello, saldremos del centro de salud: veremos a las destinatarias tanto
en la sala de espera como en sus vidas cotidianas en el “barrio”, un
Introducción 11

barrio recientemente urbanizado, de población humilde, surgido a partir


de la autoconstrucción de viviendas de parte de una comunidad toba.
Siguiendo la trayectoria de una mujer que fue “promotora” de salud,
nos detendremos en el análisis de la experiencia de promoción de salud
–ocurrida en la primera etapa del trabajo de campo– para dar cuenta
de las relaciones con los agentes estatales en aquel entonces. El haber
sido “promotoras” es una actividad valorada como un “compromiso”
y un hecho clave en la vida del grupo de destinatarias. Esto queda de
manifiesto en sus constantes opiniones y alusiones a temas de “salud” que
no son visualizados como tales por los agentes estatales del caps y que
emergen como preocupaciones comunes y recurrentes en el espacio “entre
mujeres” que se genera en el barrio. Por eso, para finalizar el capítulo,
mostraremos cómo emerge un “nuevo proyecto de salud” y cómo, a partir
de este proyecto, podemos volver a mirar las relaciones con los agentes
estatales del centro de salud, pero desde un lugar diferente.
En el capítulo 3, a partir del estudio de la trayectoria de Gabriela,
otra “promotora”, veremos cómo el holismo etnográfico nos pone frente
al análisis de la intimidad, lo que nos obliga a reflexionar sobre esta
esfera. Así, mostraremos cómo las experiencias íntimas de nuestra infor-
mante nos permitieron dar una nueva luz al análisis de su relación con
los agentes estatales y a su misma participación en políticas públicas
de salud. En esta parte del trabajo surgen dos categorías, “señora” y
“puta”, que junto con la categoría “madre” nos permiten dar cuenta del
modo conflictivo en que mujeres como Gabriela articulan sus diversos
roles, se reconocen y son reconocidas.

Agradecimientos
La tesis que está por detrás de este libro fue posible gracias al lugar que
las mujeres del barrio me dieron en sus vidas: sin su confianza, ninguno
de estos análisis hubiera visto la luz. Gracias especialmente al cariño de
Coli y Julieta. Y también, a los profesores y compañeros de la Maestría
de Antropología Social del ides-idaes, generación 2006-2007, que en-
riquecieron e hicieron agradable esa etapa de formación y su producto
final. Muchas gracias al jurado de la iv Edición del Premio Archetti, por
darme la posibilidad de esta publicación. Tesis y libro deben su existen-
cia al apoyo constante y riguroso, a la insistencia, la reflexión conjunta,
pero sobre todo, a la confianza, de mi director y amigo, Germán Soprano.
Y también, a la paciencia de mi familia y mis amigos, que soportaron
las angustias y ansiedades del proceso, que además de ser un proceso
de trabajo intelectual se convirtió en un proceso vital, ligando nuestra
experiencia de investigación con otras experiencias y contextos que nos
12 Madres, mujeres y amantes

renuevan y enriquecen. Dedico el libro a esas experiencias que nos abren


la cabeza. Y a Iván y Camilo, que vinieron al mundo en medio de todo
esto.
Capítulo 1:
¿Madres o Mujeres con hijos? La
producción y actualización de
categorías estatales vistas desde el
cotidiano de un centro de salud.

“Desde la invención norteamericana del Día de la Madre hasta el


moderno control de la natalidad, las mujeres se ven física y psíqui-
camente sometidas –en tanto mujeres– al poder estatal: tener o no
tener hijos, ésa es la cuestión”.
Mi historia de las mujeres. Michelle Perrot.

“La maternidad, en el plano político, abrió tanto perspectivas de


tutela y control sobre las mujeres y sus cuerpos, como de liberación”.
Políticas de Maternidad y Maternalismo Político. Marcela Nari

En este capítulo nos enfocaremos en el cotidiano de un centro de


salud para detenernos a analizar el modo en que las políticas públicas se
implementan, considerando lo importante que es atender a los sentidos
que los agentes estatales dan a su práctica. Veremos que las políticas del
centro de salud tienen como principales destinatarias e interlocutoras a
las mujeres en tanto que “madres”. Por eso, situándonos en ese cotidiano,
analizaremos el modo en que los agentes estatales interpelan así a las
destinatarias.
Para ello, es importante dar cuenta de las características principales
del centro de salud del barrio Península, que como el resto de los cen-
tros de la ciudad, es una dependencia de la Municipalidad de La Plata.
Este municipio contaba en 2007 con 43 centros de salud, cada uno con
su área programática, distribuida en los distintos barrios del partido.
Dentro de los servicios que brindaban los centros, había enfermería las
24 horas, pediatría, medicina general, clínica, ginecología, odontología,
básicamente en casi todos. Allí trabajaban 402 profesionales, la mayoría
de ellos empleados del municipio 1. El 71 % de dicho personal, estaba
compuesto por mujeres, entre las que se contaban 74 enfermeras y 102

1 El personal de los centros de salud que no es municipal puede ser: personal provincial
que aún permanece de la época previa a 1992; médicos del Programa Médicos Comuni-
tarios; enfermeros y maestranzas de cooperativas.

13
14 Madres, mujeres y amantes

médicas de diferentes especialidades, en su mayoría generalistas, ginecó-


logas y pediatras.
El “sistema de salud municipal” –que es el modo en que los nativos
lo denominan– conforma el primer nivel de atención. Por primer nivel
de atención se hace referencia a los centros de atención primaria, es
decir, el nivel de menor complejidad orientado a la prevención y control
de la salud 2. Ahora bien, en este nivel, compuesto por los centro de
salud que son municipales, se implementan, en escala local, políticas
nacionales y provinciales. Así, es importante destacar que el municipio
financia el sistema de salud pagando al personal y la infraestructura
edilicia y logística así como algunos insumos. Pero parte del personal
–médicos comunitarios– así como muchos de los insumos –sobre todo
medicamentos– provenían en los años en que se desarrolló el trabajo de
campo (2004 y 2007) de recursos del Estado Nacional que “bajaban”
como programas que componían el Plan Federal de Salud (pfs), y eran
administrados por el nivel provincial.
Es por ello que, al optar por un punto de vista que analiza la im-
plementación de las políticas, nos detendremos en el nivel local viendo
cómo, desde allí, el entramado de intereses y perspectivas de los diferen-
tes niveles de gestión estatal –nacional, provincial, municipal–, va siendo
mediado por los agentes estatales que someten la política a un proceso
de especificación: esto significa prestar atención a las acciones cotidia-
nas en el escenario local, que es donde los agentes estatales del primer
nivel de atención, transforman la política de salud que “baja” desde los
niveles centrales (Chiara y De Virgilio, 2005).

El centro de salud de “Península”.


El centro de salud donde desarrollamos nuestro trabajo está ubicado en
el barrio Península. Dicho barrio ocupa seis cuadras de norte a sur, y seis
cuadras de este a oeste, entre dos grandes avenidas que unen la periferia
con el centro de la ciudad, distante a sesenta cuadras, trecho que se rea-
liza en treinta minutos en el colectivo de línea. Hasta hace algunos años,
la zona era rural y estaba dedicada a cultivos hortícolas y había algunas
quintas de fin de semana (una de ellas, ubicada en un bello predio, es la
que da nombre al barrio). A fines de la década de 1980, comenzó a cons-
truirse un barrio de residentes tobas venidos de las provincias del norte
argentino (básicamente del Chaco) y alrededor de ese barrio se fueron

2 Una de las formas de comprender un sistema de salud está dado por sus niveles de
complejidad: así el primer nivel, dedicado a la prevención y la asistencia primaria, deriva,
en caso de necesidad, al segundo nivel, compuesto por los hospitales generales y de éstos,
se deriva al tercer nivel, hospitales especializados de alta complejidad.
Capítulo 1: ¿Madres o Mujeres con hijos? . . . 15

instalando otras viviendas precarias, dando lugar a lo que hoy conoce-


mos como Península, que continúa extendiéndose debido al crecimiento
de un asentamiento en unos terrenos linderos –el asentamiento vivían
en aquel entonces más de 100 personas–. Gran parte de la población,
en el momento de realizarse el trabajo de campo, vivía de “changas” y
“planes”. En el barrio no había ni agua corriente ni cloacas, las calles
no asfaltadas se embarraban con mucha frecuencia, tornándose intran-
sitables; las zanjas con agua estancada, los basurales en las esquinas
merodeados por perros de todos los tamaños, y las grandes arboledas
de pinos en una de las calles perimetrales de Península, completan aún
hoy el paisaje. Podemos decir que en todo el barrio habitaban en aquel
momento algo más de 600 familias.
El centro de salud se encuentra sobre una de las calles de acceso a
Península (y que divide el barrio con su vecino: el barrio Las Lomas).
La calle –algunos la llaman “avenida”– fue asfaltada en el año 2005 y
además de ser el acceso al centro de salud, une las dos grandes avenidas
que conducen al centro de la ciudad. Con el frente dando a dicha calle
y sobre un gran predio lleno de árboles y compartido por el comedor
de una asociación civil y un jardín de infantes, se encuentra el centro
de salud. Fue construido por la asociación civil de Península y donado
en agosto de 2003 al municipio 3. Debido quizá a las urgencias del muni-
cipio por inaugurarlo, o a la construcción humilde, o a ambas cosas, el
centro de salud empezó a funcionar con algunas falencias: –por ejemplo,
no había calefacción ni teléfono–. Algunas de estas cuestiones fueron so-
lucionándose con el tiempo y otras no. Cuando se inauguró, se dispuso
que trabajaran allí dos enfermeras, dos administrativos, una obstétrica,
una médica generalista –directora del centro– y médicos residentes de
medicina general 4 .
En la primera etapa del trabajo de campo, además de las consultas y
la vacunación, el centro de salud repartía la leche, algunos medicamentos
y libretas sanitarias del Programa Materno Infantil, las “pastillas” anti-
conceptivas del Programa de Salud Sexual y Procreación Responsable y
3 Antes de la inauguración del centro de salud, la gente de Península podía atenderse en
otros dos centros de salud, cada uno de ellos distante 2 km del barrio, aproximadamente;
o concurrir al Hospital General de Agudos de la Zona, a 15 minutos de colectivo desde
Península.
4 La Federación Argentina de Medicina Familiar y General define al médico generalista
como “un profesional cuya formación está enmarcada exclusivamente en la Atención Pri-
maria de Salud y dirigida a la atención integral, personalizada y continua de las personas
y su grupo familiar, independientemente de la edad, género, problema o condición en que
se presente, tanto en el ambiente urbano como rural, dando respuestas de alta calidad
con una visión epidemiológica y basada en la comunidad” A nivel latinoamericano, se
inspiran en los modelos de atención de Cuba y Costa Rica y en Argentina, en el sistema
de salud de la provincia de Neuquén. Acta de Constitución de la Federación de Medicina
Familiar y General, octubre de 2000.
16 Madres, mujeres y amantes

los insumos para controles ginecológicos provenían del progema (Pro-


grama Prevención del cáncer génito-mamario) 5. Al poco tiempo, empezó
a implementarse el Remediar y, desde el nivel municipal en el año 2004
se desarrolló el Programa “Redes” y un refuerzo de cajas de alimentos
para familias con menores en estado de desnutrición. A mediados del
año 2005, llegó una pediatra proveniente del Programa de Médicos Co-
munitarios. En 2007 comenzó la inscripción del Programa Nacer 6. Como
veremos, la gestión de estos programas está íntimamente ligada con la
práctica asistencial del centro de salud, en muchos casos incluso, son los
recursos de los programas los que la hacen posible. Por eso es que consi-
deraremos a la política de salud como todo lo que los agentes estatales
hacen, ya que atendiendo a las personas en el centro de salud, están al
mismo tiempo implementando los programas municipales, provinciales
y nacionales.

Los programas y las categorías estatales


A grandes rasgos, los programas, así como el conjunto de prácticas co-
tidianas que habíamos considerado como parte de la política de salud,
se plantean dos objetivos principales: por un lado, reducir la “morbi-
mortalidad” 7 de la población, mejorando el acceso a los recursos y las
condiciones de vida; y por otro, fomentar la estrategia de Atención Pri-
maria de la salud 8 (aps).
Ahora bien, estos programas son focalizados, lo cual significa que sus
objetivos deben cumplirse sobre determinada población. Es decir, es-
tán pensados para una población específica que la misma política define
y delimita. Detenernos en esta definición es importante, ya que, como
sostiene Bourdieu, uno de los poderes más importantes del Estado es
justamente éste, el de definir, producir e imponer ciertas categorías que
aplicamos a todo lo que en el mundo hay, incluso al propio Estado (Bour-
dieu, 1997:91).

5 El Programa Materno Infantil es un programa provincial, igual que el progema. El


de Salud Sexual y Procreación Responsable, al igual que el Remediar, son programas
nacionales.
6 Los programas Médicos Comunitarios y Nacer también son nacionales y junto con el
Remediar, conforman lo que se dio a conocer como el Plan Federal de Salud (pfs).
7 Con el término morbimortalidad se hace referencia a las enfermedades y causas de
muerte de una determinada población.
8 La atención primaria de la salud es la asistencia sanitaria esencial puesta al alcance de
todos los individuos y familias de la comunidad mediante su plena participación y a un
costo que la comunidad y el país pueda soportar (Kroeger y Luna, 1992). Para entender
el modo en que la aps es interpretada por los distintos actores en la implementación de
las políticas y, especialmente, apropiada por el Plan Federal de Salud, ver Pozzio (2010)
Capítulo 1: ¿Madres o Mujeres con hijos? . . . 17

Consideramos que en la gestión cotidiana de estos programas –en la


efectiva implementación de las políticas vis a vis la población– se produ-
ce la repetición de actos de nombramiento (Bourdieu, 1997). Estos actos
permean las percepciones de los agentes estatales y de los destinatarios,
produciendo efectos de largo plazo en el sentido común y en la práctica
cotidiana de aquellos que hacen el Estado a diario (Soldano, 2009). Por
eso, lo que ahora nos interesa es conocer cuáles son las categorías y de-
finiciones de esos programas; y cómo son reinterpretadas y actualizadas
por los agentes estatales que trabajan en el centro de salud.
La población cuya “morbimortalidad” se busca reducir es explícita-
mente, según lo definen estos programas: “madres con hijos menores
de 6 años”, “niños menores de 6 años”, “embarazadas”, “puérperas”,
“mujeres en edad fértil sin cobertura social”, “adolescentes” Por lo que
podemos ver, estas políticas de salud están principalmente dirigidas a
mujeres y niños, o más bien, como es usual en la retórica de las mismas,
al “binomio madre-hijo”.
El acento está puesto, claramente, en la relación madre-hijo, o más
bien, en “la mujer” en tanto responsable y cuidadora de ese hijo. Así,
nominar de este modo a una población destinataria nos muestra la esen-
cialización de una relación social, reduciendo al maternazgo como prác-
tica social a la biología de la maternidad11 –exclusivamente femenina–
(Lamas, 1986).
En este proceso, las categorías estatales sobredimensionan determina-
dos atributos de la identidad de las personas –en este caso, un rol social,
el de madre– en detrimento de otros. Si nombrar es instituir y crear iden-
tidades sociales mediante la repetición de los actos de nombramiento de
las “destinatarias” como “madres”, vemos el recurso a la esencialización
del rol y la visualización de las mujeres exclusivamente en dicho rol.
Si las políticas definen a las poblaciones a las que están dirigidas, y en
nuestro caso esas políticas de salud están dirigidas principalmente a las
“madres”, es importante detenernos en el análisis de los sentidos que los
agentes estatales que las implementan dan a este término –“madre”–.
Veremos entonces cómo las trayectorias, formaciones académicas y pro-
fesionales y la sociabilidad de estos agentes nos ayudan a comprender
esos sentidos y la manera en que los mismos se actualizan en la imple-
mentación de las políticas.

En la “salita”: el espacio cotidiano donde las categorías se ponen en


acto.
Como señala Marc Abélès (1995) acercarse al estudio de las institu-
ciones estatales desde su cotidiano pone en juego tres tipos de datos:
18 Madres, mujeres y amantes

datos sobre el espacio, sobre el tiempo y sobre el poder. Indagar en es-


tas cuestiones nos acerca al modo en que las prácticas de los agentes se
materializan en acciones singulares, concretas, que hacen tanto o más
a la institución, que el conocimiento sobre sus objetivos finales, sus re-
glas, su racionalidad. Es por ello que a continuación nos sumergiremos
en una descripción del cotidiano del centro de salud, comenzando por
entender como se representan los actores ese espacio donde transcurren
sus jornadas.
Es usual que tanto los agentes estatales como los destinatarios se re-
fieran al centro de salud como la “salita”: este término viene de la identi-
ficación de los centros de atención primaria con las tradicionales “salitas
de primeros auxilios”. El término “salita” implica dos usos simultáneos,
con valores opuestos cuyos sentidos emergen de la comprensión con-
textual. Uno es el uso “cariñoso”, donde el diminutivo connota cierto
afecto, y es más frecuentemente usado por las personas que asisten al
centro de salud. En sus términos, “salita” es la “salita” de su barrio, la
que ellos conocen y a la que suelen concurrir. El otro uso es más bien
despectivo, donde el diminutivo alude a lo insuficiente, lo pequeño, lo
reducido. Así, sobre todo entre los médicos, la “salita” es el lugar donde
hay poco, donde se puede hacer poco, por oposición al hospital, que es
el lugar equipado, “importante” dentro de la lógica de quienes piensan
que la importancia de un sistema de salud está dada por la cantidad de
hospitales de que se disponga. A pesar de las connotaciones valorativas
de este uso, muchas veces los agentes estatales se refieren al centro de
salud como “salita” sin ánimo despectivo y por una cuestión de costum-
bre. Por eso, remitiéndonos a los términos de los actores, nos referiremos
también al centro de salud como la “salita”.
El jefe de la “salita” es un odontólogo, el “Doctor” 9 Thomas. El con-
sultorio odontológico todavía no está terminado y habilitado para fun-
cionar, de modo que Thomas no tiene un lugar donde atender a sus
pacientes: su lugar de trabajo es la cocina del centro de salud, donde
pasa las mañanas leyendo el diario, firmando las diversas planillas que
las enfermeras y la administrativa completan (cada programa tiene sus
juegos de planillas, siempre hay quejas por la cantidad de información
que se debe completar, muchas veces repetida) y charlando con quien
quiera charlar. Así es como, siempre en tono chabacano, me cuenta que
está rodeado de mujeres: a la mañana está Mabel, la administrativa,
Blanca, la enfermera, Maricel, la obstétrica, la “doctora” Gálvez y las
pacientes “te diría, el 80% de las personas que concurren al centro de

9 Hayan obtenido o no el grado académico de Doctor, remitiendo a los usos y costumbres


de nuestra sociedad, la mayor parte de los profesionales de los centros de salud –sobre
todo médicos y odontólogos– se hacen llamar y son llamados “doctores”.
Capítulo 1: ¿Madres o Mujeres con hijos? . . . 19

salud, son mujeres y chicos . . . Los tipos no vienen, mirá, solamente vie-
nen cuando precisan una certificado de buena salud para algún trabajo,
algo así . . . o por lo menos, no se levantan, yo vengo a la mañana y a la
mañana no vienen”. Luego, agrega “y si están enfermos, ya jodidos, van
directamente al hospital”. “Te lo pueden decir las chicas también” me
dice, refiriéndose a Maricel y a Blanca, que lo acompañan en la diminuta
cocina. Justamente yo estaba hablando de eso con ellas cuando él entró
e intervino. Cuando Thomas está allí, ellas le dan la razón, cuando se va,
se burlan, diciendo que “se la pasa hablando, como no hace nada . . . ”
“sí, no te podés concentrar porque él te saca charla . . . ” entonces, yo
pregunto lo obvio, pero “¿no atiende?”. La respuesta es un claro “No”
burlón; luego se ríen entre ellas y me cuentan que cuando alguien va,
sabiendo que hay un odontólogo, él los atiende “de parado” en la sala
de espera, les mira la boca y les dice algo. “Un día se puso con una
chica ahí, ella sentada en el banco, le sacó unos dientes, ahí nomás, sin
anestesia” me cuenta Blanca. “Sin anestesia, ¿estás segura?” interviene
Maricel “yo vi que se puso los guantes, pensé que le había dado aneste-
sia” “No, qué le va a dar”, se reían y yo no sabía si hablaban en serio o
exageraban la anécdota.
Alguien golpea la puerta de la cocina y sale Blanca porque hay gen-
te para vacunar: “hola mami, ¿a quién traés? –mirando los niños que
acompañaban a la mujer– bueno, a ver, dame las libretas”. Blanca me
había estado contando que llevan los chicos a vacunar las parejas só-
lo cuando los niños son “muy bebitos”, después van sólo “las mamás”.
Tanto Blanca, como Sara, la enfermera del turno tarde, se dirigen a las
mujeres como “mami”. Sara tiene la costumbre de salir con más frecuen-
cia al barrio: recorre las casas y conoce más a la gente, algunos chicos la
saludan, ella siempre tiene algún caramelo en el bolsillo de la chaqueta
rosada, “si te portás bien con el pinchacito, te doy un caramelo” suele
decirle a los chicos.
Aquí ya podemos comenzar a generar distinciones entre los agentes
estatales que trabajan en el centro de salud, distinciones que obedecen
en primer término, a sus diferentes formaciones académicas y profesio-
nales. Así, dentro de lo que se denomina el “equipo de salud” se hace
referencia a los profesionales de la salud, excluyendo de éste a los admi-
nistrativos; y dentro del universo de los profesionales, existe una clara
diferenciación entre médicos y enfermeros. Las dos enfermeras de la sali-
ta son enfermeras universitarias con título de licenciadas en enfermería.
Si bien son universitarias, es frecuente en el campo de la salud que se
subraye el lugar subordinado del enfermero respecto al médico.
20 Madres, mujeres y amantes

Como vemos en el caso de Sara, quien ejerce la enfermería suele ser


más “accesible” que el médico, tiene un trato más familiar con los pa-
cientes y muchas veces realiza una tarea de traducción entre las necesi-
dades de la “gente” y los “doctores”. Entre ambos, en esta jerarquía de
prestigio dentro de los “equipos de salud”, se sitúa la obstétrica, profe-
sional universitaria formada en la Facultad de Ciencias Médicas, que sin
embargo, “no llega a ser médica” y es considerada una “auxiliar”. Las
obstétricas –o parteras–, a quienes es necesario distinguir de los médicos
obstetras, todavía necesitan reforzar su perfil profesional, diferenciándo-
se de las “comadronas”, mujeres que tradicionalmente ejercían el mismo
oficio 10. En el cotidiano del centro de salud de nuestro estudio, vemos
una mayor cercanía entre la obstétrica, Maricel, y las enfermeras, que
entre la obstétrica y los médicos.

Médicas de “salita”: “tiempo” y “compromiso” en la atención de la


salud.
Como dijimos más arriba, al momento de realizarse el trabajo de campo,
el 71% de los profesionales de los centros de salud de la ciudad eran
mujeres 11. En el centro de salud de Península, en el momento que se
desarrollan los hechos que narramos aquí, esta proporción es aún mayor,
siendo Thomas el único hombre entre los profesionales de la “salita”.
Además de las enfermeras, en el centro trabajan una obstétrica, una
psicóloga, una médica pediatra y una médica generalista.
La “doctora” Mónica Abba es pediatra y antes de llegar a la “sali-
ta” había trabajado en hospitales haciendo guardias y esperando, como
muchos médicos, que con trabajar en los servicios ad-honorem, en algún
momento le “saliera un nombramiento” para ser médica “de planta”.
Mientras tanto, había cursado el programa de Médicos Comunitarios 12
10 La actual ley provincial que regula el ejercicio de la profesión, no plantea exclusiones
de género, como sí lo hacía la vieja ley nacional 17.132, que en su artículo 49 establecía
que sólo las mujeres podían ejercer como obstétricas. Vinculando la femenización de la
profesión, con su lugar subordinado dentro del equipo de salud, Irene Quintana (2002)
plantea que “En nuestro país, “la partera”, como figura social, fue la primera profesión a
cargo de mujeres, visualizada como tal, y con características de ejercicio liberal. Fuerzas
corporativas, entramadas con parámetros económicos, culturales y religiosos, no cejaron
de ejercer su dominio, merced a la descalificación y exclusión social con que se marginaba
a las mujeres que osaban ejercer su saber acerca de la sexualidad y el control de la
reproducción. Desjerarquizadas como “aborteras”, se les coartó el ejercicio liberal de la
profesión, reproduciéndose la marginalización que en su época excluyó a las comadronas”
11 Este fenómeno de la feminización de la salud pública, que se manifiesta en nuestro
país y en el resto de América Latina, es analizado en la compilación realizada por Ma.
Nieves Rico y Flavia de Marco (2006).
12 Médicos Comunitarios es un Programa Nacional de formación de recursos humanos en
salud y se desarrolla desde el año 2004 con el objetivo de que “los profesionales vuelvan
Capítulo 1: ¿Madres o Mujeres con hijos? . . . 21

por lo que empezó a cumplir horas en nuestro centro de salud. La “doc-


tora” Abba atendía 4 veces por semana, a la tarde. Como no confiaba
en la administrativa –“se vive quejando y no hace nada, no sabe llenar
una ficha, no sabe ordenar alfabéticamente, pero . . . tiene gancho con el
intendente”– ella misma organizaba los turnos y tomaba las historias
clínicas de los pacientes. El día que habíamos quedado en charlar en
el centro de salud, la “doctora” Abba tomaba unos mates en la cocina.
“Todavía tengo algo de tiempo, ya hay gente pero que esperen . . . porque
arranco a atender y no sé a que hora termino”.
La cuestión del “tiempo” –o más bien, “la falta de tiempo”– era una
constante en el discurso de los agentes estatales del centro de salud.
Abba decía que la calidad de la consulta estaba dada por el “tiempo”
que uno le dedicaba a escuchar a las personas y ella, era de las que
escuchaban. Ésa era una de las grandes diferencias entre trabajar en
el sistema público y el privado; según Abba “en el privado tenés que
cumplir, no sé, con 30 consultas por tarde y es así, los vas despachando
rapidito, acá todo es un quilombo, pero algo de tiempo podés dedicarle,
cosa que no todos hacen”.
Su comentario me recordó una visita que había realizado junto a una
“promotora”, en mi primera estancia en el campo, a la casa de una mujer
que tenía un nódulo mamario y no había ido a controlárselo. Cuando
la “promotora”, Lali, le dijo que tenía que ir a hacerse ver, la mujer
le respondió “si, yo voy, pero si está el doctor Salvador 13, porque él te
charla, te escucha, con otro doctor, no voy”. Esta anécdota pone de
relieve la importancia de la dimensión personalizada en las relaciones
entre agentes estatales y destinatarios.
La cuestión del “tiempo” de la consulta que preocupa tanto a Abba,
también me la había planteado la “doctora” Gálvez, médica generalista
que había vivido un tiempo en el interior de la provincia y recientemente
había vuelto a la ciudad. En una de muchas charlas, ella me decía: “la
falta de tiempo te obliga a atender a la gente a las apuradas y eso no te
da tiempo de charlar otras cosas, de llegar más a la persona, qué se yo,
por ejemplo, a la mujer más allá de su rol de madre”. Ella relacionó “la
falta de tiempo” con el “compromiso”; para Gálvez, el médico del primer
nivel tiene poco “tiempo” y pocos recursos, pero debe maximizarlos
a ser protagonistas de sus comunidades”; considerado como “el programa de posgrado
más grande del mundo”, ha formado en aps, hasta 2007, 7850 profesionales en todo el
país. La formación implica cursar y aprobar una serie de cursos y prestar una cantidad
de horas semanales de servicio en Centros de Atención Primaria.
13 El doctor Salvador-su nombre de pila- era uno de los médicos residentes de la época en
que la instructora de los mismos y directora del centro de salud era la “doctora” Giorgi.
En el trabajo de campo vimos que cuando la gente se siente a gusto con alguno de los
médicos y llega a conocerlos, los llama por su nombre de pila, anteponiendo siempre el
“doctor”.
22 Madres, mujeres y amantes

porque tiene un “compromiso”. Cuando no se lo tiene -planteaba con


una lógica que le parecía de hierro- las cosas no salen y eso sucedía a
menudo, ya que “no todos los médicos que están en la atención primaria
están porque sienten ese “compromiso”: “Por ejemplo, este programa
de médicos comunitarios, me parece muy loable, pero tampoco creamos
que un médico comunitario se hace haciendo un cursito o leyendo . . . ”(el
resaltado es nuestro).
La médica marca una y otra vez la diferencia entre los médicos que
están por el “compromiso”, en contacto permanente con la “comunidad”
–entre quienes ellas se ubicaba- y los otros, los que están “porque sí”.
Según Gálvez, si la mayoría no sentían el “compromiso” era en parte
por el tipo de formación de grado que habían recibido, formación de la
que ella -y muchos de los generalistas a lo que he escuchado- era muy
crítica.

“Vos fijate lo que es el examen para entrar a Medicina, por lo


menos acá, que es lo que yo conozco. Tienen, no sé, matemática,
física, química, algo de biología, pero matemática a un nivel super
exagerado ¿qué es lo que nos interesa? ¿qué médico queremos buscar?
uno no sé, que sea rápido en las cuentas para saber cuántos bonos va
a sacar, es una cosa de locos . . . Vos llegás con un discurso cuando el
tipo ya se recibió saltando obstáculos, para entrar tenés que matar
al resto entonces que ni loco después vas a compartir nada . . . es así,
más que lógico que el que te encontrás al final del camino sea una
persona que sabe mucho de números, individualista, que se cree no sé
quién . . . ¿qué vas a hacer con ese? ¿Le vas a dar un curso de médicos
comunitarios? Para que se vaya a embarrar . . . ¿por cuánta plata?”

La “doctora” Gálvez tenía un discurso fuerte sobre el “compromiso”


pero un trato algo distante con los pacientes. Mientras tanto, la “docto-
ra” Abba compartía aquel espíritu militante, pero sonaba más escéptica
–decía con resignación que los médicos de salita eran “el último orejón
del tarro”- y su trato con las personas era más cálido y hasta “campe-
chano”, lo que se reflejaba en que la gente se acercaba con mucha más
frecuencia a preguntarle cosas. El mismo “doctor” Thomas se lamentaba
de antemano porque cuando se acabara “el Comunitarios”, Abba no iba
a estar más en la “salita”, y ella “es piola, tiene feeling con la gente”.
Según pude saber, por lo bajo, Abba planificaba su carrera post “Co-
munitarios”, ya que a pesar de los dichos de Thomas, ella decía “yo acá
no vuelvo ni loca, esta salita es un quilombo”.
En el relato de Gálvez vemos cómo se subraya una y otra vez la cues-
tión del “compromiso”, y cómo éste se enmarca en un discurso más
amplio de crítica a la formación médica obtenida en la facultad. Así, la
Capítulo 1: ¿Madres o Mujeres con hijos? . . . 23

formación académica de grado es criticada por la excesiva importancia


dada a las ciencias naturales y exactas, remarcando así uno de los as-
pectos que la crítica al Modelo Médico Hegemónico (Menéndez, 2005) le
adjudica al mismo: su biologicismo. El curso de Médicos Comunitarios
que señala Gálvez, entre sus cuadernillos de formación, describe esta
crítica –la del mmh, de Menéndez- por lo que podemos reconocer aquí
una de las vías por las cuales este dispositivo teórico ingresa al campo
de la salud pública y se convierte en un término nativo que los actores
se apropian y resignifican (Neiburg y Plotkin, 2004).
Así como las cuestiones del “tiempo” en la consulta, de la importan-
cia de la “escucha” y del “trabajo en terreno” deben formar parte, en
el discurso de los actores, del modelo del profesional “comprometido”
que actúa en la atención primaria, existen dos visiones valorativas con-
trapuestas sobre este profesional. Una es la que vemos en el discurso
de la “doctora” Gálvez: una visión que podemos llamar romántica, del
profesional “comprometido con su comunidad”, acostumbrado a “emba-
rrarse”, a quien no le importa el dinero –o en su defecto, los bonos que
le deja la consulta–. La otra visión, más desencantada y quizá, realista,
es la de la “doctora” Abba, quien dice que el médico del centro de salud
“es el último orejón del tarro”, lo cual se asocia con una idea bastante
frecuente entre los médicos donde el que se dedica a la prevención, a la
atención primaria y a la salud pública goza de mucho menos prestigio
–y además, gana mucho menos dinero– que el médico altamente espe-
cializado, que trabaja con alta complejidad y, generalmente, en el sector
privado.
Aquel día en que tomaba mate con la “doctora” Abba en la cocina de
la “salita”, la puerta se abría una y otra vez: era gente que preguntaba
por los médicos, la administrativa y la enfermera, quienes iban y venían,
pasando raudamente de un consultorio a otro, apenas mirando a quienes
se encontraban en la sala de espera. Cada vez que la puerta se abría,
entreveíamos a las mujeres que, sentadas en los largos bancos, esperaban
desde hacía rato y se asomaban a espiarnos:

“María: siempre mujeres . . . –le digo–


Abba: Sí, el varón no participa casi nunca, en las raras ocasiones
que hay un varón y lo pesca Sara (la enfermera) me golpea y me dice
“hay un papá afuera”.
María: O sea que cuando los chicos vienen, vienen con las mamás
Abba: Sí, vienen con la mamá y con el papá; muy pocas veces me
ha pasado que venga un papá solo.
María: ¿y por qué será?
24 Madres, mujeres y amantes

Abba: En general yo te diría que no sé si es una característica de


nuestra sociedad pero, eh, yo no atiendo clase media alta entonces
no te sé decir qué pas a en un consultorio privado, pero siempre me
pasó que vienen las mamás . . . Sí, siempre en todos lados, la que sabe
es la madre “ah, pero la que sabe eso es mi s eñora . . . ” te dicen,
salvo las excepciones de los papás que se han tenido que hacer cargo
porque las mamás no están . . .
María: Porque no están . . .
Abba: Claro, no porque sea intercambiable . . . No, no, menos acá,
por el barrio que son mucho más machistas, incluso las mujeres . . . ”

“Mujer bajo programa”: ¿La maternidad como requisito?


Maricel es la obstétrica del centro de salud y la más joven de los que allí
trabajan. Se recibió en la Universidad Nacional de La Plata, en la carrera
de obstetricia, dependiente de la Facultad de Ciencias Médicas. Al poco
tiempo de recibirse, entró a trabajar en la Municipalidad –según decían
en la “salita”, había entrado por “gancho” con el intendente, ya que
ambos eran oriundos del mismo pueblo, en el interior de la provincia-.
En su consultorio, Maricel controlaba embarazos y tenía a su cargo
todo el llenado de las planillas: siempre estaba rodeada de planillas,
carpetas y papeles, que completaba prolijamente. Cuando le pregunté
qué eran todas esas planillas, me respondió “de las mujeres bajo pro-
grama”; según explicó las “bajo programa” eran las “embarazadas” o
“puérperas” que tenían abierta una historia clínica en el centro de sa-
lud. Maricel también llenaba las planillas del programa de “Procreación
responsable” 14: meticulosamente me explicó que por cada persona que
recibía un tratamiento anticonceptivo –y se detuvo en fijarse cuántas
mujeres recibían inyectables, cuántas “pastillas”17, cuántas diu (Dispo-
sitivo Intra-uterino)– ella completaba los datos, para que al mes siguiente
le llegaran los insumos en las cantidades requeridas. “Y ahora está bas-
tante regular, pero había veces que las cosas no me llegaban y yo tenía
que mandar a la gente a buscar las pastillas al hospital”; entonces me
cuenta lo desesperadas que se ponían algunas mujeres cuando ella les
informaba que no habían llegado las “pastillas”: “tenés las mujeres que
ya tienen varios hijos y no quieren saber nada con tener más y después
están las otras, las chiquitas, de 14, 15 años, que vienen porque quieren
saber cómo quedar embarazadas”.
14 El programa se llama “Salud sexual y Procreación Responsable”. Seguimos el modo
en que los actores tienen de denominar a los programas; si bien puede pensarse como una
forma de acortar el nombre del programa, consideramos que no es casual que se lo llame
de “procreación responsable” y no de “salud sexual”. Sobre la cuestión de la salud sexual,
nos detendremos en el capítulo 3, sin embargo no queríamos dejar de subrayar este dato.
Capítulo 1: ¿Madres o Mujeres con hijos? . . . 25

Aquí vemos la idea de “mujeres” con muchos hijos y “mujeres chi-


quitas”, que quieren quedar embarazadas. La obstétrica no utiliza la
categoría estatal “maternidad adolescente”, pero sí define a estas “ado-
lescentes” como “mujeres”, haciendo la salvedad que son “chiquitas”.
Para ilustrar esto, me empezó a contar algo que le había sucedido hacía
pocos días: dos chicas, de 14 años más o menos, habían ido a consul-
tarla. Las dos chicas eran muy amigas, una iba a preguntarle qué tenía
que hacer porque había tenido relaciones con el novio sin cuidarse. Ma-
ricel se dio cuenta que la chica no sabía ni siquiera “cómo es el aparato
reproductor femenino”; la otra amiga, que ya estaba en pareja, quería
quedar embarazada. Ésta era en realidad la que había ido a la consulta
y había llevado a su amiga ya que estaba preocupada por ella, porque el
novio “era un falopero”. Maricel me decía que ella se sorprendía cuan-
do le pasaban esas cosas, que las chicas, “tan jovencitas”, quisieran ser
mamás. “Pienso que me cuentan porque yo soy joven y tienen menos
inhibiciones conmigo, me pasa seguido, que vienen las chicas solas y
cuando vienen solas, en general, es porque quieren quedar embarazadas,
porque ya están en pareja”. Maricel, que debe tener 15 años más que
estas “mujeres chiquitas” y que hace poco tiempo formó pareja y que
piensa tener hijos –pero en el futuro–, mantiene su gesto de asombro,
sorpresa, incomprensión.
De alguna manera, su actitud nos permite pensar el modo en que
ciertas categorías estatales que describen y construyen problemas –por
ejemplo, “maternidad adolescente”– se contraponen con lo que los agen-
tes estatales ven en la gestión cotidiana de las políticas –y con lo que
sienten al respecto las poblaciones “objetivo” de esas políticas– . Esto
es, Maricel no ve en la consulta el problema estatal “maternidad adoles-
cente” 15, sino que siente asombro ante el deseo de quedar embarazadas
de estas “mujeres chiquitas”.
En la sorpresa de Maricel ante las ganas de esas “mujeres chiquitas”
de quedar embarazadas, o en el modo que describe la desesperación de
“las que no quieren saber nada con tener más” se manifiesta también
una alteridad en la vivencia de la maternidad entre esas mujeres que
ella atiende, las “destinatarias” o “mujeres bajo programa”, y ella mis-
ma –deseando ser madre, pero planificándolo, en el futuro–. Maricel y
15 Como plantea Susana Ortale “El problema de la maternidad adolescente, construido
por los adultos y por las instituciones, aparece en nuestro país como preocupación de
la salud pública en 1960 [ . . . ] desde entonces, la maternidad adolescente sigue ligada a
un discurso victimizador, homogeneizador y alarmista, ubicando al evento en un lugar
negativo e inaugurando una trayectoria de infortunios” (Ortale, 2008). La autora plantea
las diferencias entre esta visión estatalista y los relatos de las adolescentes que entrevistó
en su trabajo de campo, donde se destaca el embarazo como algo deseado, que constituye
“el proyecto de vida” en estas chicas provenientes de sectores de bajos recursos (Ortale,
2008).
26 Madres, mujeres y amantes

sus otras compañeras de trabajo -Blanca, Sara, las “doctoras” Gálvez


y Abba- son “mujeres” que tienen hijos pero que no están “bajo pro-
grama”, es decir, no son contempladas por programa alguno que las
visualice exclusivamente como “madres”. Esta diferencia entre las mu-
jeres “bajo programa” y las agentes estatales respecto al ser madres, es
una diferencia que se expresa a través de formas alternativas de viven-
ciar la maternidad –planificada-no planificada, madre a los 15, madre
a los 30– pero también en el lugar diferente que dicho rol tiene en la
construcción de sus identidades por parte del Estado (Nari, 2004).
Maricel es una persona joven, de trato agradable, su voz es dulce
y habla de modo pausado, casi afectuosamente. Por eso mucha gente
dejó de ir a buscar las “pastillas” cuando la “doctora” Gálvez decidió
que ella -que era médica- debía encargarse de tal tarea. Gabriela, una
ex “promotora” que buscaba sus “pastillas”, me contaba: “nada que
ver . . . Maricel ya te veía y te daba las pastillas, en cambio ésta Gálvez,
te hace esperar . . . ” Nunca supe bien el motivo de este cambio de tareas,
aunque era obvio que el director lo había autorizado. Por más que la
“doctora” Gálvez entregara los anticonceptivos e hiciera los pap, Maricel
seguía encargándose de todo el “papelerío” de los programas y del control
de los embarazos.
Podemos comenzar a plantear otra idea sobre la mujer “bajo progra-
ma” que, como dijimos, es la mujer que es visualizada por el Estado
por poseer determinados atributos: estar en edad fértil, tener capaci-
dad reproductora, ser “madre” de hijos menores, todas cuestiones que
se vuelven centrales a la hora de convertirse en “destinatarias” de una
política de salud. Al garantizar el acceso a los recursos, tener o no es-
tos atributos se convierte en un mérito. Así, como plantea Antonadia
Borges “la legitimidad clasificatoria estatal se establece lentamente, por
medio del uso de categorías reconocidas localmente como definitorias de
méritos –traducción nuestra” (Borges, 2005:80). No vamos a remitirnos
exclusivamente a este aspecto para explicar el comportamiento de esas
“mujeres chiquitas” que quieren ser madres. Pero sí es necesario pensar
la influencia de tener o no este atributo, cumplir o no con los requisitos,
para gozar de determinados recursos en un contexto de políticas focali-
zadas donde lo que el gobierno ofrece, tal como puntualiza Borges, no
puede ser ofrecido de manera universal. Tener ese atributo convierte a
la persona en alguien digno de merecer determinados recursos, o mera-
mente, de estar “bajo programa”. Lo cual nos introduce en otro aspecto
que menciona Borges cuando hace referencia a las influencias mutuas
entre las políticas, quienes las ejecutan y quienes son destinatarios de
las mismas. ¿Las políticas apuntan a las mujeres como madres porque
ellas se presentan ante los agentes estatales por ser madres (o en el caso
Capítulo 1: ¿Madres o Mujeres con hijos? . . . 27

que contaba Maricel, querer o no querer serlo)? ¿O es al revés, y las mu-


jeres, acostumbradas a que las políticas estén destinadas principalmente
a las madres, piensan la maternidad como un requisito para acceder a
los recursos? Inclinarse exclusivamente por una u otra opción sería atre-
vido y apresurado, pero debemos pensar que en la tensión entre ambas
opciones hay una clave importante para entender el asunto.
Un funcionario del Ministerio de Salud de la provincia nos planteaba
que el plan Nacer (destinado explícitamente a “mujeres con hijos meno-
res de 6 años sin obra social”) les servía a él y sus colaboradores para
dotar de recursos a los centros de salud. Fortalecidos de este modo, los
centros de salud podrían salir “extramuros”, lo cual significaba para él
“dejar de atender a demanda” 16 y planificar la asistencia de manera más
universal. A pesar de estas aspiraciones de universalidad, el diagnóstico
de este funcionario era que “La que demanda de forma espontánea, por
una cuestión cultural, es la mujer”. Con esto, queda de manifiesto la
cuestión del mérito pensado no ya desde la óptica estatal, sino como
categoría local –una “cuestión cultural”– que la acción estatal reconoce
y contribuye a reforzar.
El planteo de este funcionario nos muestra el dilema que planteábamos
más arriba, pero desde otra óptica: si las mujeres demandan atención en
tanto madres porque así se han acostumbrado a ser interpeladas; o el
Estado las interpela así porque es el modo en que ellas, tradicionalmen-
te, demandan atención. Lo cual introduce una cuestión clave a la hora
de querer modificar la acción estatal: para transformar esta situación
¿basta con modificar la oferta estatal de políticas? ¿Basta con salir “ex-
tramuros” y tener voluntad universalista para que las políticas lleguen
a todos?
Si bien aquí nos hemos enfocado en la idea de mujer “bajo programa”
-tal como la consideran los agentes estatales del centro de salud de nues-
tro estudio- para pensar la cuestión de la maternidad como requisito,
es interesante mencionar que por ejemplo, las mujeres que no están en
edad fértil, las mujeres menopáusicas y/o ancianas, no son visualizadas
16 Para este funcionario, uno de los mayores problemas del primer nivel de atención es
la falta de planificación, por lo que los profesionales se quedan en el centro de salud
y atienden sólo la demanda; lo cual invisibiliza aún más a aquellos sectores que “no
demandan”. Vemos en su planteo una resignificación operativa de los objetivos y recursos
de un Programa: si bien el Nacer, diseñado desde el nivel central bajo la inspiración
del Banco Mundial, focaliza en una población por su nivel de vulnerabilidad –binomio
madre-hijo– el funcionario busca que los recursos del programa sirvan para plantear
una política más universal en el primer nivel de atención. La resignificación operativa
que hace el funcionario de los recursos de un programa es un ejemplo más del proceso
de especificación que los agentes hacen de las políticas. Y, al mismo tiempo, pone de
manifiesto una de las tensiones centrales presentes entre quienes planifican y ejecutan
políticas de salud, a saber: entre quienes sostienen que las políticas deben ser universales
y quienes sostienen que deben ser focalizadas.
28 Madres, mujeres y amantes

por ninguna de las políticas de salud que se implementan en la “salita”.


Es más, casi no existen este tipo de políticas ni en el nivel provincial ni
el nacional. De algún modo, es interesante pensar cuánto se parece esta
realidad a la idea de muchos pueblos etnografiados por la antropología
que pensaban que la mujer que no podía tener hijos o ya había finaliza-
do su ciclo reproductivo, no era en realidad una mujer (Harris y Young,
1979).

Recontextualizando la implementación de las políticas.


Es importante volver a situar este cotidiano en una perspectiva más
amplia que recontextualice la implementación de las políticas. Así, es
necesario decir que lo descrito hasta aquí sucedía de forma simultánea
a que el Plan Federal de Salud se ponía en práctica a nivel nacional.
Cuando la “Doctora” Giorgi asumió el cargo de directora del centro de
salud de Península al ser éste inaugurado, comenzó a implementarse el
Remediar. Ella, por su parte, trabajaba con su equipo en un proyecto
que denominó “Familias a Cargo” 17 y que poco tiempo después, sería
absorbido por la Municipalidad en la institucionalización del programa
“Redes” 18. Transcurrido menos de un año y por problemas internos al
municipio -pero también, por problemas con las promotoras- el “Redes”
dejó de existir. Cuando la “Doctora” Giorgi renunció al centro de sa-
lud, el “Familias a Cargo” comenzó a tambalear y cuando Thomas fue
nombrado director, se tomó la decisión de dejar de atender con turnos
programados, lo último que se mantenía de ese proyecto. Al mismo tiem-
po, comenzó a implementarse el Médicos Comunitarios y Thomas mismo
comenzó a asistir a los cursos de este programa. Un poco más tarde, en
2007, comenzó la inscripción de beneficiarios para el Plan Nacer.
Vemos así que en la medida que una idea de salud “baja” como el eje
principal de las políticas, nuestros actores actualizan las definiciones y
objetivos de las mismas. Lo que se actualiza, lo que se disputa, lo que
17 Familias a Cargo es un programa que llevó a cabo, entre 2004/5, el centro de salud
de Península junto a las promotoras de salud, que consistía en realizar un relevamiento
sociodemográfico y sanitario del barrio: se ubicaba en un mapa a todas las familias del
barrio, se dividía la zona en grupo de tres o cuatro manzanas y de esas manzanas se
hacía cargo un grupo compuesto por dos médicos residentes y una promotora de salud,
los médicos eran una especie de médicos de cabecera de esa población y las promotoras
hacían el seguimiento de esas familias, las visitaban en caso de no concurrir a la consulta
médica planificada, etc.
18 El “Redes” (Programa de Redes Comunitarias para la atención de la salud) fue un
programa que implementó el Municipio y que se basó en la capacitación de promotoras
de salud para “lograr un nexo entre centros de salud y comunidad”. Se construyó a partir
del proyecto de formación de promotoras de la Unión de Mujeres Argentinas (uma) y el
“Familias a Cargo” del centro de salud, que se institucionalizaron y fueron absorbidos
por este programa municipal.
Capítulo 1: ¿Madres o Mujeres con hijos? . . . 29

se reinterpreta, son los sentidos que hacen inteligibles las prácticas de


los agentes estatales. Estas prácticas cotidianas conforman los rasgos
que adquirirá la efectiva implementación de las políticas; y por ende, la
forma concreta en que el Estado, a través de esta agencia particular –“la
salita”– se pone en acto para sus agentes y destinatarios.
Capítulo 2.
“Estar entre mujeres”: espacios de
sociabilidad y resignificación de
categorías estatales de parte de las
destinatarias de políticas de salud

“Con los planes, algunas crían gallinas o cavan zanjas . . . nosotras en


cambio, somos promotoras.”
Coni –promotora de salud–

En este capítulo analizaremos las relaciones de los destinatarios con el


centro de salud para así dar cuenta del lugar que ocupan esas relaciones
en sus vidas cotidianas. Para ello, nos centraremos en las trayectorias
de algunas de las mujeres destinatarias que, por haber formado parte
del grupo de promotoras de salud –grupo que surgió de la mano de la
primera directora del centro de salud de Península– tienen una relación
de más larga duración con el centro de salud. Es por eso que conside-
ramos el de las promotoras como un punto de vista privilegiado para
comprender las relaciones –burocráticas pero también personalizadas–
con los agentes estatales. Con ellas, daremos cuenta de cómo fueron esas
relaciones durante la experiencia de promoción de salud y cómo fueron
transformándose una vez terminada dicha experiencia 1.

De la sala de espera al barrio: el punto de vista de las destinatarias.


La sala de espera del centro de salud está dividida en dos partes. La
primera, por donde se entra, es un rectángulo cuyos lados más largos
están ocupados por dos bancos enfrentados, iluminados por la luz que
viene de la ventana; a un lado de los bancos se encuentra la ventanilla
de la administración: allí están los ficheros con las historias clínicas y
1 El trabajo de campo se realizó en sucesivas etapas entre el año 2004 y el año 2007. En
este capítulo, comenzaremos describiendo algunas situaciones que se sucedieron en los
tramos finales del mismo –entre 2006 y principios de 2007–. Luego, y para mejor com-
prender la significación de dichas situaciones, nos remitiremos a los comienzos del trabajo
de campo e incluso, nos remontaremos -junto con el testimonio de nuestras informantes-,
al momento de formación del grupo de “promotoras”, que se desarrolló unos años antes
de mi entrada al campo. Sobre la parte final del capítulo, y a la luz de lo descripto,
volveremos al año 2007, para así, diacrónicamente, comprender las relaciones que estas
destinatarias mantienen con los agentes estatales del centro de salud.

30
Capítulo 2. “Estar entre mujeres”: espacios. . . 31

es el sitio donde la gente pide los turnos. Enfrente de esta ventanilla el


ambiente se abre a la segunda parte de la sala de espera, un hall rodeado
por otros dos bancos y las puertas que dan al baño, la enfermería y los
consultorios médicos 2. De mañana suele haber más gente que a la tarde,
aunque la cantidad varía mucho con los días, siendo los lunes “un día
complicado” según el personal. Por lo general, las que esperan son en
su mayoría mujeres: mujeres jóvenes con más de un niño y con bebés,
algunas mujeres un poco mayores y pocas veces, hombres que llevan a
sus hijos.
La presencia mayoritaria de mujeres en el centro de salud fue corrobo-
rada por los dichos del personal. La psicóloga comenta que a su consulta
van casi todas mujeres, muchas veces derivadas desde los gabinetes psi-
copedagógicos de las escuelas de sus hijos. Las enfermeras agregan que
cuando van a vacunar a un chico, si el niño es muy pequeño, concurren
madre y padre, pero si no, van “las mamás”. Los carteles informati-
vos y afiches de promoción de las diferentes campañas también están
mayormente dirigidos a “las mamás”.
Las mujeres en la sala de espera corroboran estas impresiones: al pre-
guntarles cuándo y por qué motivo concurren al centro de salud, me
responden que la mayor parte de las veces van “por los chicos”: a reali-
zar el control de salud, vacunarlos o realizar una consulta cuando están
enfermos. Y cuando van por ellas -por ejemplo, a realizarse el control
ginecológico- si tienen hijos, van con ellos. Es decir, en uno u otro caso,
van “por” ellos o “con” ellos.
En la sala de espera las mujeres apenas cuchichean entre sí. Si el día
está lindo y se encuentran algunas conocidas, salen a charlar afuera, al
jardín arbolado que rodea el centro de salud. Cuando están adentro,
responden a alguna que otra pregunta, pero de forma tímida, siempre
con la mirada puesta en alguna de las puertas de los consultorios. Si
las llaman los médicos o las enfermeras, se dirigen a ellos de forma muy
respetuosa, hablando en un murmullo que contrasta con el tono alto
y seguro de las médicas o el trato confianzudo de las enfermeras o la
administrativa. En este sentido, la “doctora” Gálvez me decía que en
la consulta, a veces, “las cagamos a pedos, si el nene viene con bajo
peso, por ejemplo. Así como también las alentamos cuando el nene anda
bien y ellas se sienten realizadas”. Otra cuestión que puede influir en
los modos discretos de las mujeres ante el personal del centro de salud
puede relacionarse con el hecho de que eran frecuentes los comentarios

2 Nos detenemos en esta descripción espacial porque el centro de salud de nuestro estudio
es diferente a las del resto de los centros de salud de la ciudad. Fue construido por una
asociación civil por lo que no sigue los planos y ni la organización edilicia de los otros
centros, construidos por el Municipio y/o La Provincia.
32 Madres, mujeres y amantes

sobre los malos tratos hacia la gente de parte de la administrativa de


la mañana. Me habían contado un caso puntual en que “una vez una
señora le pidió un turno, o un ratito nomás, porque tenía que hacerle
una consulta a la “doctora” y Mabel (la administrativa) le dijo que no,
que no había y la señora le pidió por favor, que aunque sea le dejara
hablar con la médica que era una urgencia y Mabel la trató muy mal,
le dijo “sí siempre dicen que es una urgencia, jaja” y se rió y la señora
le rogó y Mabel le dijo que no de nuevo, que no había más turnos y
la señora casi se fue llorando”. A pesar de que todos conocían el mal
carácter de Mabel y había habido quejas generalizadas, ella seguía en su
puesto porque, decían, “milita con el intendente”.
Todas estas situaciones hacían que resultara muy difícil conocer la ex-
periencia y opinión de las destinatarias desde el centro de salud sin ser
identificados con el centro de salud –lo cual, claro está, condicionaba la
opinión que nos interesaba conocer–. Así, fue que optamos por concen-
trar nuestra atención en las mujeres que, atendiéndose en el centro de
salud, conocíamos previamente por haber pertenecido al grupo de “pro-
motoras”. A partir de sus puntos de vista, pudimos acceder a algunas
dimensiones significativas de las relaciones que ellas, como destinatarias
de las políticas de salud implementadas desde la “salita”, mantenían con
los agentes estatales que allí trabajaban 3.
Lo importante aquí es que en las relaciones con los agentes estatales,
el haber sido “promotoras” les proporcionaba una mayor confianza con
algunos de los profesionales, poniendo así de relieve una dimensión clave
desde nuestra perspectiva para el análisis de las políticas y el Estado,
que es el de las relaciones personalizadas y la sociabilidad. Al mismo
tiempo, dado que seguían atendiéndose en el centro de salud, seguir su
punto de vista podía ayudarnos a entender las relaciones que los agentes
estatales mantienen con otras destinatarias. Concentrar nuestra atención
en ellas implicaba “salir” del centro de salud, no sólo para obtener mayor
información de la que podíamos obtener en la sala de espera, sino porque
como conocíamos a estas mujeres, podíamos acceder a otros planos de
sus vidas.
La opción de “salir” del centro de salud además de ser una opción
metodológica, fue una decisión heurística: consideramos que un aporte
que mire y comprenda al Estado “desde abajo”, debe poder descentrarse
de una visión puramente estatalista y dar cuenta del fenómeno estatal
desde la óptica, la subjetividad y la vida cotidiana de los destinatarios

3 Si bien estas mujeres se conocían con algunos de los agentes estatales justamente por
haber sido “promotoras” y haber trabajado en conjunto en el proyecto “Familias a cargo”
realizado durante el año 2004, el staff de profesionales del centro de salud había variado
un poco desde entonces y no todos tenían un trato personal con las ex “promotoras”.
Capítulo 2. “Estar entre mujeres”: espacios. . . 33

de políticas. Es decir que, si no comprendemos el impacto de las políticas


en la biografía y cotidianeidad de los destinatarios, algo de la dinámica
estatal se nos está escapando.

Saliendo de la “salita” con Coni: relaciones con el centro de salud


desde la cotidianeidad de las destinatarias.
Uno de los días que realizaba trabajo de campo en la sala de espera, me
encontré con Coni, una de las mujeres que había sido promotora. Era
cerca del mediodía y ella estaba con sus dos hijos. Me dijo que esperaba
allí desde las 8.30 de la mañana, para ver a la “doctora” Gálvez, pues
precisaba un certificado de “buena salud” para uno de sus nenes, que
iba a hacer un viaje con la colonia de vacaciones. Cuando la obstétrica,
Maricel, vio a Coni la saludó y le preguntó cómo andaba ya que ese
verano Coni había tenido un problema de salud: una lesión en el cuello
del útero, que le habían detectado en la “salita” cuando fue a hacerse
el pap 4. Por ese asunto, había sido derivada al hospital donde la habían
operado. Afortunadamente, se estaba recuperando de la operación. A
raíz de ese problema de salud, Coni me había dicho que la obstétrica,
Maricel, había estado “muy bien” con ella porque le había explicado todo
y gracias a eso, no se había asustado tanto. Aquí podemos pensar que el
hecho de que Coni y Maricel se conocieran de la época del “Familias a
Cargo”, influye en el trato más personalizado que la obstétrica le brindó
a raíz de su problema. Sin embargo, hay otro elemento a tener en cuenta
y es la propia valoración de Coni acerca de su experiencia de promotora,
ya que me decía “y yo les digo a mis hermanas “vieron que hay que
hacerse el pap” si no me lo hacía, yo no me enteraba lo que tenía y
después hubiera sido peor”.
Esperé con Coni una hora más hasta que la atendieron. Cuando salió
del consultorio, le pregunté donde iba y me dijo que iba a pasar por lo
de Doña Mirta, una de “las chicas del fútbol” de quienes ya me había
hablado en otra oportunidad. La acompañé.
Doña Mirta es la arquera del equipo de fútbol: el equipo se había
formado a partir del grupo de mujeres que trabajaban en el comedor
comunitario “El Galponcito”, del Movimiento de Trabajadores Desocu-
pados (mtd) Aníbal Verón (av) 5. “El Galponcito” estaba ubicado a cinco
4 pap es el modo en que se llama al test ideado por el médico griego-americano George
Nicholas Papanicolau (1883-1962): es la prueba más empleada para el diagnóstico de
lesiones precursoras de cáncer de cuello uterino, cuyo uso ha hecho disminuir en un 70%
las muertes por dicha causa.
5 Si bien Coni tenía su plan jhd por la ftv, como sus hermanas y hermanos estaban en
el mtd av, ella participaba del comedor de esta agrupación y me había comentado que le
gustaba más el mtd porque “se hacían más cosas” y la gente podía “opinar más”. Nunca
34 Madres, mujeres y amantes

cuadras del centro de salud, en una zona que la gente del barrio solía
llamar “el asentamiento”, ya que la instalación de las viviendas era muy
reciente y mucha de la gente que allí vivía no pertenecía al barrio origi-
nal, surgido de la autoconstrucción de viviendas de la comunidad toba.
En el “potrero” que quedaba a un costado del asentamiento, las mujeres
del comedor jugaban algunos fines de semana contra equipos de otros
barrios, en una liga improvisada de mujeres que participaban en empren-
dimientos sociales del mtd. Las “chicas del fútbol” no tenían relación
con las que habían sido “promotoras”: del equipo, Coni era la única que
lo había sido. Y esto, según ella, hacía que sus compañeras de equipo la
respetaran y le hicieran algunas preguntas:

“Y después de los partidos nos quedamos hablando entre nosotras


y ellas me preguntan y hablamos del derecho de la mujer, por ejemplo
si no querés tener relaciones, aunque sea tu marido, es una violación
y muchas se me quedan escuchando así, con la boca abierta, como
que todavía no se despertaron. Yo un montón de cosas las sé de la
época de cuando estábamos con Estrella 6 y por eso yo les digo y ellas
me preguntan, aprovechamos ese rato. A los maridos de algunas no
les gusta mucho que hablemos de esas cosas, pero nosotras hablamos
igual, después del fútbol ¿qué vamos a estar haciendo de malo? no
estamos haciendo nada malo, cualquier cosa les decimos: estamos
jugando al fútbol”.

Esas cosas que hablan después de jugar al fútbol o cuando están en el


comedor preparando la comida, mientras los hijos juegan entre sí, no son
las cosas que probablemente hablarían las mismas mujeres si se encon-
traran en la sala de espera de la “salita”. Allí se habla de enfermedades,
de lo que tiene cada nene, de cuánto creció o qué vacuna le toca. Ade-
más, es importante señalar que según los dichos de Coni, las mujeres del
asentamiento “casi no van a la salita, por ahí llevan a los nenes, pero
por ellas, nunca, parece que nunca se enfermaran”.
Camino a lo de Doña Mirta, los hijos de Coni se quedaron con sus
primos jugando en la calle: la casa de Doña Mirta está en el barrio toba,
frente al asentamiento, detrás del centro de salud. En el barrio toba
viven también muchos familiares de Coni: ella y su familia pertenecen
a la comunidad y si bien vienen del Chaco, hace años que están todos
instalados en Península y “allá” sólo quedaron “los abuelos”.

tuvo problemas con los planes en ninguno de los dos movimientos. Para entender este tipo
de fenómenos sobre el cotidiano de los planes y la pertenencia o no a los movimientos, es
clave el análisis de Julieta Quirós (Quirós, 2006).
6 Dirigente de la Unión de Mujeres Argentinas (uma), muy activa en la conformación del
grupo de promotoras de salud.
Capítulo 2. “Estar entre mujeres”: espacios. . . 35

Doña Mirta es una mujer de cuarenta años, menuda, que ya no tiene


casi dientes. Además de ser la arquera del equipo, Coni tiene una re-
lación particular con ella, de mucho afecto. Coni estuvo muy cerca de
Doña Mirta cuando murió una de sus hijas más grandes, que tenía jus-
tamente la edad de Coni: a la chica la había dejado el marido y como
no tenía trabajo y tenía dos hijos, salía a “cartonear”: en una transitada
avenida a pocas cuadras del asentamiento, un auto la había atropellado
y la había matado. La pena de Doña Mirta era aún mayor porque luego
del accidente se enteró que su hija estaba embarazada. Si ella lo hubiera
sabido, se lamentaba, no la hubiera dejado salir a “cartonear”. Ahora es
Doña Mirta quien está embarazada nuevamente, esperando su hijo nú-
mero 22, “todos con el mismo marido”, me aclara Coni. Por eso, por un
tiempo, no va a poder ser la arquera del equipo; una nueva baja, ya que
debido a su operación, Coni hacía más de un mes que tampoco jugaba.
Me presentó a Doña Mirta diciéndole que yo era “la chica” que traba-
jaba con ellas cuando eran “promotoras”, “se acuerda que yo le había
comentado, Doña Mirta, que había una chica que nos estudiaba . . . ”.
Entonces Doña Mirta me dice que es muy bueno que Coni haya sido
“promotora”, que habría que volver a hacer cosas “por la salud”, por-
que en el barrio hay muchos problemas de “drogación” de los chicos y
“mucha violencia”. Luego de mencionar esta última palabra, ambas se
miran con complicidad, sobreentendiendo a qué se refieren: hablan de
Delia, otras de las “chicas del fútbol”, quien después de los partidos o
en el comedor, les cuenta cómo su marido la maltrata y le pega a pesar
de que ella “le tiene siempre la casa limpia, los chicos limpios, la comida
lista”.
Esas preocupaciones presentes entre “las chicas del fútbol”, sumado
al hecho de que Coni se había recuperado de su convalecencia con más
ganas que antes de “volver a hacer algo” 7, hicieron que retomara los
contactos con las otras ex “promotoras”, para reactivar de algún modo,
aquella experiencia. Aquí cabe mencionar que sabiendo de estas “preocu-
paciones”, Lorenzo, el referente del mtd av en el barrio, instaba a Coni
a “armar un proyecto de salud para llevar a la salita nuestros reclamos”.
De algún modo, en estas preocupaciones de las mujeres se denota una
incipiente demanda hacia el centro de salud. En la perspectiva de las
“chicas del fútbol”, de Doña Mirta, de Coni, hay muchas cuestiones que
tienen que ver con “la salud”, pero que no entran en las problemáticas de
“salud” que la “salita” contempla. Esto último, en varios sentidos: por-
que los agentes estatales que allí se desempeñan –y que implementan los

7 Esto sucede en 2006, a casi dos años de que el grupo de “promotoras” dejara de fun-
cionar. En el próximo apartado trabajaremos sobre los significados de “volver a hacer
algo”.
36 Madres, mujeres y amantes

programas- no los trabajan, porque no hay programas específicos 8 que


apunten a resolver dichos problemas, y porque los destinatarios, en sus
consultas cotidianas, no demandan efectivamente ante el centro de salud
la resolución de los mismos. Las mujeres hablan entre ellas de los pro-
blemas de violencia, de “sus cosas”, en un espacio autogenerado, entre
pares y “casi no consultan” al centro de salud, como “si nunca se en-
fermaran” o, podemos agregar nosotros, como si no tuvieran problemas
que allí pudieran resolverse.
De alguna manera, esta contraposición entre lo percibido como pro-
blema por las mujeres de esta comunidad y los problemas sociales que sí
atienden los programas que brinda el centro de salud, nos muestra cómo
el diagnóstico de una cuestión como problema y la consecuente entrada
en la agenda pública de su solución, son construcciones políticas (Fre-
deric y Soprano, 2005). “Las chicas del fútbol” no tienen el sustento
político como para convertir los suyos en problemas a ser visualizados
y resueltos por la acción estatal. Ahora bien, los actores sociales -en
nuestro caso, algunos “vecinos” del barrio, colaboradores y militantes
del mtd- son concientes de la necesaria labor de construcción política
de la demanda para que la misma sea visualizada y respondida con ac-
ciones estatales concretas. En este marco es que buscaremos entender
los esfuerzos de Coni en reactivar el grupo de “promotoras” “para hacer
algo”. Para ello, es importante que volvamos sobre esa experiencia y las
historias de las otras mujeres que componían el grupo.

Un “estar entre mujeres”: La historia de las “promotoras” de salud.


El grupo de “promotoras” se había formado entre 1999 y 2002, a par-
tir de un proyecto comunitario presentado por militantes de la Unión
de Mujeres Argentinas (uma) 9 como contraprestación de los programas
Trabajar 10: el proyecto trataba sobre “promoción de la salud” y las ac-
tividades consistían en capacitaciones y participación en talleres y ac-
tividades comunitarias sobre salud sexual y reproductiva, planificación
familiar y salud materno infantil. A partir de una convocatoria abier-
ta en el barrio Península, se constituyó un primer grupo de cerca de
8 No había en aquel momento programas sobre violencia y respecto a los problemas
por consumo de drogas, el cpa (Centro Prevención de las Adicciones, programa de la
provincia), que atendía en el centro de salud de nuestro estudio entre 2004 y 2005, había
sido trasladado a un centro de salud más lejano. Además de la ausencia de programas
específicos, los agentes estatales del centro de salud planteaban que ellos no estaban
preparados para atender algunas de estas cuestiones, no tenían recursos y además, no
“daban abasto” siquiera con los problemas que sí atendían.
9 En ese entonces, la uma conformaba la Central de Trabajadores Argentinos (cta).
10 Los planes Trabajar son unos de los antecedentes de los Jefe de Hogar Desocupado
en la provincia de Buenos Aires.
Capítulo 2. “Estar entre mujeres”: espacios. . . 37

veinte mujeres, que realizaron junto con las militantes de la uma, una
“radio abierta”, “pintadas de murales” y “talleres basados en educación
popular”. Luego de estas actividades coordinadas por las militantes de
la uma, comenzaron a ser las mismas mujeres de Península las que rea-
lizaban talleres y charlas con sus “vecinos”, en clubes e instituciones del
barrio y barrios vecinos.
Esa primera etapa era recordada con mucho cariño y nostalgia por las
mujeres que luego formaron el grupo de “promotoras”. Se lo recordaba
como el momento fundante del grupo y por ello, consideraban a Estrella
Doria, una de las militantes de la uma más activa en la consolidación
del proyecto, como la inspiradora del mismo.
Un día, mientras realizaban unos afiches para una jornada de “pro-
motoras” de la municipalidad, Marcela, una de las mujeres, recordaba
la pintada de un mural que habían realizado en aquella época. Buscaron
una foto que una de ellas conservaba, donde estaban junto con las mili-
tantes de la uma todas las que habían participado de la “pintada”. En
la foto, posaban junto al paredón donde habían pintado un preservati-
vo gigante con una leyenda que decía “Usame”. Marcela recordaba: “la
gente pasaba por la avenida y nos tocaba bocina y nosotras los saludá-
bamos y nos reíamos”. Marcela reía al recordar el tamaño de ese “forro”
y la “carita sonriente” que le habían pintado: “cuando yo pasaba con el
colectivo y lo miraba al forro, parecía que el forro movía las manitos así
y me saludaba”.
En esos primeros tiempos, se pusieron en contacto con los médicos
del centro de salud del barrio de Santa Inés, vecino de Península -donde
todavía no se había construido el centro de salud-. Fue allí que conocieron
a la “doctora” Giorgi 11, de quien recibieron algunas capacitaciones y con
quien trabajarían más tarde en el proyecto de “Familias a Cargo” una vez
inaugurada la “salita” de Península. Del grupo original formado por la
uma, sólo 8 de las mujeres continuaron trabajando como “promotoras”
en el centro de salud en la época de Giorgi; con ella, ingresaron, en 2004,
en el programa “Redes” de la Municipalidad.
El grupo de 8 mujeres estaba compuesto por Coni, Gabriela, Vanina,
Clara, Marcela, Nori, Poli y Lali. Coni, Nori, Poli, Marcela y Lali, per-
tenecen a la comunidad toba 12. Sin embargo, dentro del grupo quienes
más afinidad tenían entre sí eran Coni, Gabriela, Vanina y Marcela.

11 La Dra. Giorgi es médica generalista, trabajaba en el centro de salud de Santa Inés y


luego fue la primera directora del centro de Península.
12 La cuestión étnica no se tuvo en cuenta en este trabajo ya que, en ocasiones excep-
cionales, se hacía referencia a ella. Para estas mujeres, parecía no ser un elemento que
explicara clivajes, afinidades ni ninguna otra cuestión importante, de modo que, siguien-
do el punto de vista de los actores, no profundizamos en el tema. Para el interesado en
la cuestión de la comunidad toba en el Gran La Plata, véase Liliana Tamagno (2001).
38 Madres, mujeres y amantes

Nori era la más grande, la única que no tenía hijos y su presencia en el


grupo se limitaba a las actividades programadas por el centro de salud:
la mayor parte del tiempo se la dedicaba a la iglesia evangélica que fun-
cionaba en su propia casa. Vanina era la única que se había casado, a los
17 años, para poder irse de su casa. Su marido, Daniel, trabajaba en el
Servicio Penitenciario y según contaban las otras mujeres, era un hom-
bre agresivo, muy posesivo, que solía maltratarla. Marcela, junto con
Gabriela, era de las más desenvueltas: tenía un tatuaje en su hombro,
usaba campera de jean, pantalones ajustados y tenía un “look recio”.
Clara tenía siempre un gesto serio y un poco triste, lo que opacaba un
poco su belleza. Era la única del grupo que antes de recibir planes había
trabajado, como empleada de limpieza en una clínica. Aunque menos
hablado que el caso de Vanina, Clara también tenía algunos problemas
con su pareja. Poli era la más tímida, casi nunca se la escuchaba hablar
y cuando lo hacía, su voz era apenas audible. En aquel entonces, tenía
24 años y cuatro hijos y estaba muy acomplejada por su gordura. Por
ahora, nos resta hablar de Lali, también en pareja desde muy joven,
con tres hijos, un carácter fuerte y el pelo teñido de colorado. Una vez
Lali me confesó que le hubiera gustado mucho ser policía. De Coni ya
hemos dicho algunas cosas: en pareja, con dos hijos varones, muy uni-
da a sus diez hermanos, siempre estaba intentando terminar la escuela
secundaria, aunque le costaba mucho hacerse el tiempo para cursar y es-
tudiar. De Gabriela, hablaremos luego; baste decir que ambas, Gabriela
y Coni, eran las portavoces del grupo, las que no faltaban casi nunca a
las reuniones y quienes mayor afinidad habían logrado entre sí, con el
personal del centro de salud y conmigo.

Las relaciones de las “promotoras” con los agentes estatales del


centro de salud.
Cuando eran “promotoras”, las relaciones entre los profesionales del cen-
tro de salud y las mujeres se daban en dos aspectos: por un lado, como
pacientes, ellas iban a hacerse sus controles y llevaban a sus hijos a las
consultas; por el otro, en el marco del trabajo del “Familias a Cargo”,
y luego, en el “Redes”, de la Municipalidad. En este último aspecto,
que es el que nos interesa, analizaremos las relaciones que se daban gru-
palmente, entre el grupo de “promotoras” en su totalidad y el grupo de
profesionales del centro de salud –médicos municipales, médicos residen-
tes, enfermeros, trabajadores sociales 13–.

13 Los trabajadores sociales eran pasantes y no pertenecían al staff permanente del centro
de salud.
Capítulo 2. “Estar entre mujeres”: espacios. . . 39

Todos –promotoras y profesionales– se juntaban cuando se hacían


reuniones donde los grupos de trabajo presentaban los avances de lo
hecho “en terreno” o los profesionales del centro de salud preparaban
una capacitación. Quincenalmente se realizaba una reunión o “salida”
al barrio de los grupos de trabajo, conformados éstos por: una promo-
tora, dos médicos residentes, y una enfermera o trabajador social. En
dichas “salidas” al barrio, se encuestaba a la población (una encuesta
que relevaba información socio sanitaria) o se charlaba con las familias:
se controlaban las libretas sanitarias de los niños, se consultaba por au-
sencia en algún turno programado, se visitaba para control a los niños
con desnutrición. Acompañé varias de esas “salidas” y allí se notaban
diferencias en la dinámica de los grupos: mientras que en las actividades
en la “salita”, los médicos residentes eran los protagonistas, en las “sali-
das” al barrio lo eran las mujeres; porque estaban en terreno propio -su
barrio-, porque conocían a mucha de la gente que encuestaban y tam-
bién, porque muchos de los médicos parecían algo incómodos durante
esas “salidas”.
Quisiéramos resaltar la cuestión de la pertenencia barrial como un
eje importante a la hora de comprender las relaciones entre quienes vi-
ven y “pertenecen” al barrio –las “promotoras”, sus “vecinos”– y los de
afuera-para el caso, los profesionales del centro de salud-. Vivir en el
barrio implica pertenecer a una comunidad, representada como un uni-
verso de relaciones sociales que marcan un “nosotros” y “aquí” que se
distingue de varios “otros” que no son de “aquí” (Foster, 1974). No olvi-
demos que en un principio, quienes fueron convocadas para el proyecto
de promoción de salud, lo fueron básicamente por pertenecer al barrio.
Así, es esperable que las relaciones entre quienes viven y pertenecen a la
comunidad sean relaciones simétricas, sin grandes diferencias de estatus
entre los actores; mientras que las relaciones entre ellos y los de “afue-
ra” -en nuestro caso, los profesionales del centro de salud- sí pueden ser
consideradas como relaciones asimétricas. Sin embargo, esa asimetría se
resignifica una y otra vez de acuerdo a los contextos en que las relaciones
se manifiestan. Un contexto específico es el de las “salidas” al barrio.
En términos generales las relaciones entre los médicos y las “promo-
toras” eran de cooperación, generándose una verdadera ida y vuelta
entre la información que las “promotoras” brindaban y la actuación de
los médicos. Sin embargo, hay que decir que estas relaciones variaban
de acuerdo a los grupos de trabajo. Algunos de los médicos residentes
colaboraban a regañadientes con las “promotoras”, realizaban sólo por
obligación las “salidas” al barrio y no manifestaban interés alguno por
las opiniones que las mujeres podían brindarles sobre la población a la
que asistían. Una explicación posible para estas diferencias de actitudes
40 Madres, mujeres y amantes

de los médicos puede deberse al hecho de que los médicos residentes en


Medicina General eligen dicha especialidad, pero no siempre eligen el
tipo de trabajo orientado a la “comunidad” que la residencia a cargo
de Giorgi proponía 14. En los dichos de la “doctora” Giorgi -que además
de ser en aquel entonces la directora del centro de salud era la instruc-
tora de los residentes- lo que sucedía era que los médicos residentes no
tenían experiencia de trabajar en grupo y muchas veces, que las promo-
toras señalaran debilidades de su trabajo, hacía que surgieran prejuicios
y reacciones de menosprecio al verse obligados a trabajar con gente “que
no sabe” pero –y esto dicho en un tono marcadamente burlón según nos
señalara Giorgi– “es de la comunidad”.
Cabe remarcar que éste no era el punto de vista de todos: una de las
enfermeras nos decía que justamente el “ser de la comunidad”, era lo
bueno de las “promotoras” y lo que enriquecía el trabajo de los profe-
sionales del centro de salud. En general, se supone que lo esencial de un
promotor de salud es que pertenezca “a la comunidad”, para garantizar
con esa pertenencia el acercamiento de la misma con los profesionales
(Ministerio de Salud y Ambiente de la Nación, 2006) 15.
A pesar de que esta idea de lo que debe ser un promotor es en aparien-
cia “asexuada” 16, en la experiencia de Península 17, los agentes estatales
del centro de salud no sólo rescataban que lo positivo de la labor de las
“promotoras” venía por ser ellas de la “comunidad”, sino también por-
que tenían más llegada a “las mamás” por ser ellas también “mamás”,
y las “madres”, como ya vimos en el capítulo anterior, son considera-
das las interlocutoras principales de las políticas de salud. Por ejemplo,
los médicos residentes de la “salita” insistían en realizar un taller pa-
ra fomentar la “lactancia materna” y creían que una buena manera de
realizarlo era “contando experiencias”, para lo cual se insistió con que
fueran las “promotoras” las que “contaran” sus propias experiencias.

14 En ese momento, había en la ciudad 2 Residencias en Medicina General. La única


que sostenía un trabajo sistemático en terreno era la dirigida por Giorgi. En la otra, la
formación se desarrollaba a partir de la rotación de los residentes por distintos servicios
hospitalarios: Pediatría, Clínica, Ginecología y Dermatología.
15 “La promoción de la salud radica en la participación efectiva y concreta de la comu-
nidad en la fijación de prioridades, la toma de decisiones y la elaboración y puesta en
marcha de estrategias de planificación para alcanzar un mejor nivel de salud”. (Ministerio
de Salud y Ambiente de la Nación, 2006: 58)
16 No se especificaba que para ser promotor había que ser hombre o mujer. Sin embargo,
lo “asexuado” en este caso, manifiesta una ceguera al género, que provoca, entre otras
cosas, que no sea tenido en cuenta el impacto que la actividad de promotores tienen en la
vida privada de las personas, impacto que sabemos es muy diferente sean los promotores
hombres o mujeres.
17 Y podemos suponer de todo el municipio, ya que de los 160 promotores formados en
2004 por el programa “Redes”, salvo dos casos, eran todas mujeres.
Capítulo 2. “Estar entre mujeres”: espacios. . . 41

Quisiera detenerme un momento para comentar esta estrategia de los


médicos residentes en Medicina General. En la insistencia de esta ra-
ma de la medicina y de la salud pública en general, en el fomento de
las bondades de la “lactancia materna” 18, y por ende, en el recurso de
apelar a “experiencias” de mujeres que han amamantado para dicho fo-
mento, encontramos una forma más del discurso biomédico que reduce
a las mujeres a su función maternal, en su aspecto más fisiológico. Es-
to es interesante porque estos actores que critican al “Modelo Médico
Hegemónico” por “biologicista” 19 -ante el cual se presentan como tenien-
do una mirada mucho más “social”- parecieran no poder construir un
discurso alternativo acerca de la maternidad.
Al momento de realizarse un relevamiento sobre el estado nutricional
de los niños del barrio, Gabriela, una de las “promotoras”, comentaba
con sus compañeras que era mejor no salir con los médicos residentes,
porque para entrar en las viviendas y medir el brazo a los chicos “mejor
entramos nosotras, así no parece una invasión y las mamás no se ponen
nerviosas”. Cuando el programa “Redes” dejó de funcionar, le pregunté
a Gabriela que era lo mejor que le había quedado de aquella experiencia
y me respondió:

“Y . . . la alegría que me dan las mamás cuando me dicen, por ejem-


plo, el otro día una me decía, “menos mal que en la salita nos dieron
las pastillas”, porque es así, así como se acostumbran a tener la ba-
sura en la puerta, se acostumbran a tener un pibe cada año, bueno,
yo misma tuve cuatro al hilo o cualquiera de las chicas –las otras
“promotoras”– te lo pueden decir, ninguna volvió a quedar embara-
zada desde que nos hicimos promotoras”.

Así, vemos que Gabriela, en su rol de “promotora”, se presenta ante


otras mujeres como “promotora” pero también como “mamá”, y su labor
como “promotora” es efectiva en la medida que ella es al mismo tiempo
ambas cosas: una madre, pero no una madre cualquiera, es una madre
de la “comunidad”, es decir, con las mismas limitaciones y el mismo con-
texto de vida que las otras “mamás”, lo que hace que pueda transmitir a
las otras su propia experiencia y hacer un verdadero “enlace” entre ellas
y los agentes estatales del centro de salud. Su relato nos muestra cómo
los actores presentan y articulan las diversas facetas de su identidad de

18 “Tanto la maternidad como la lactancia han sido fuertemente influenciadas por los
discursos de la salud, produciéndose de esta manera un proceso de medicalización que
vino a hacer énfasis en la función de reproducción asignada a las mujeres y otorgándole
una justificación científica de aparente carácter irrefutable” (Castilla, 2005).
19 Usamos aquí “biologicista” entre comillas ya que hacemos referencia al modo en que
algunos médicos generalistas utilizan para criticar el mmh.
42 Madres, mujeres y amantes

acuerdo al contexto: Gabriela, situada en su rol de “promotora”, apela


a su identidad de madre para optimizar la empatía con sus vecinas y
así, reforzar la eficacia de su tarea de vincular al centro de salud con la
“comunidad”.
Para comprender mejor las relaciones, muchas veces cordiales, otras
veces más tensas, entre las “promotoras” y los agentes estatales del cen-
tro de salud, es necesario pensar también las relaciones entre las “pro-
motoras” y sus “vecinos”, sus pares, esa gente de la comunidad con la
que se identifican pero al mismo tiempo se distinguen.
Las “promotoras” viven en el barrio y comparten muchos problemas
con sus “vecinos”. Como dijimos más arriba, no hay diferencias signifi-
cativas de status entre ellos y, a primera vista, podríamos decir que las
interacciones entre unos y otros en el marco de la labor de promoción
de salud pueden ser vistas como de un intercambio entre iguales. Pero
si es un intercambio ¿qué se intercambia? Las “promotoras” dan aten-
ción, escucha, un servicio difuso de cuidado que se encarna en un bien
concreto, por ejemplo, cuando después de las mediciones de los chicos
de “bajo peso”, se les entregaba una caja de alimentos a las familias con
un menor en “riesgo nutricional”. Esa caja era llevada a la familia por
la “promotora”: es decir, el ciclo abierto en la primera visita, cuando se
medía a los chicos, se cierra en esta entrega. Los “vecinos”, a cambio, les
dan confianza y reconocimiento. Tal como señala Mauss (1979), el inter-
cambio no es recíproco ya que los bienes y servicios que se intercambian
no son valorados igualmente, ni tampoco está la posibilidad de que sean
entregados por una u otra parte de manera indistinta. La confianza de
los “vecinos” que hace posible el trabajo de las “promotoras” se debe a
que ellas son reconocidas, en alguna instancia, como pares: son vecinas,
viven en Península, sus hijos van a la misma escuela. Pero, la acción
concreta desempeñada por las “promotoras” hace que sean reconocidas
por los “vecinos” como algo más: son referentes del barrio, las vecinas
se acercan y les hacen preguntas, ellas traen las cajas y hablan con los
médicos. Es decir, son como el resto y no.
Pensar estas acciones desde los intercambios y la reciprocidad también
nos sirve para comprender las relaciones entre las “promotoras” y los
agentes estatales del centro de salud, ya que, en la idea de promotor
como enlace, como mediador, como bróker (Auyero, 2001) está implícito
que estas mujeres median entre los “vecinos” y el centro de salud: ésa
es su tarea. Ellas resuelven los problemas de la población por medio
de su intervención personalizada y por lo tanto, discreta. Es decir, por
más que formal e institucionalmente las “promotoras” sean las vías de
comunicación entre la “salita” y la población, esa comunicación queda
Capítulo 2. “Estar entre mujeres”: espacios. . . 43

sujeta en algún momento a la arbitrariedad, posibilidad, punto de vista


y voluntad de cada “promotora” 20.
Así como son reconocidas por sus “vecinos” por ese papel de media-
ción, cargan con responsabilidades que muchas veces pueden ser difíciles
de sobrellevar. La idea del reconocimiento de los “vecinos” puede con-
vertirse en un arma de doble filo, lo que se acerca a la idea del gift
germánico que Mauss (1979) describía como don y veneno a la vez. Es
decir, un reconocimiento que implica una responsabilidad; un compro-
miso que obliga porque se da la palabra de honor, pero a la vez, como no
se dispone de las herramientas para cumplir siempre y totalmente con
ese compromiso –ya que los recursos provienen del Estado–, aquel reco-
nocimiento dado en una principio, implica de por sí el riesgo, el temor
y la amenaza de no cumplir, de no estar a la altura, y por lo tanto, de
que el reconocimiento se vuelva condena.

La promoción de salud: entre el cuidado y el “compromiso”.


Por este doble carácter de “ser de la comunidad” y al mismo tiempo “ser
“promotoras” -es decir, también “estar con los de la salita”- estas muje-
res cargaban algunas cuestiones que les acarreaban ciertos malestares y
problemas, como vimos con la idea de gift, don y veneno. Además de la
posibilidad de no poder cumplir, el veneno puede significar, por ejemplo,
justificar en sus casas el tiempo que le dedican a las tareas de promo-
ción, tiempo que no era comprendido como “trabajo” por sus familias,
ya que, explicaban, muchas personas que tenían planes no debían dar
una contraprestación laboral, o el tiempo que ésta les insumía era mucho
menor 21. Para las “promotoras”, y justamente por el tipo de actividad
que llevaban a cabo (ellas decían que “ponían la cara” por el centro de
salud) el trabajo en el “Familias a cargo” era un “compromiso”. Aquí
vemos que si bien algunas se referían a la actividad como un “trabajo”
-dado que era una labor que desarrollaban fuera de su casa- la mayoría
prefería referirse al mismo como un “compromiso”, en el sentido que era
algo que sentían que, por distintos motivos, “tenían” que hacer. Lo cual
no quita que les gustara la actividad, sino más bien como si “compro-
miso” indicara algo que uno “hace porque quiere” pero también porque
“debe hacer”. Esta cuestión quedó más clara aún cuando las “promoto-
ras” decidieron renunciar al programa “Redes” por sus problemas con el

20 Como señala Auyero (2001) en la relación de mediación hay que tener en cuenta
además de qué se da el cómo se da.
21 Este planteo puede hacernos pensar que los planes de desempleo no son considerados
como “trabajo”.
44 Madres, mujeres y amantes

Municipio pero al mismo tiempo, sin estar obligadas, continuaron entre-


gando las cajas de alimentos a las familias con niños desnutridos, porque
ése era su “compromiso” ante esas familias.
Esta idea de la labor de “promotoras” como “compromiso”, refuerza la
idea del cuidado 22 : así como la madre cuida a su familia, la promotora
cuida de la salud de la comunidad. La idea de cuidado está íntima-
mente vinculada al rol doméstico, siendo los cuidados de salud de la
familia, el cuidado de los niños, ancianos y enfermos, parte esencial del
rol doméstico, asignado tradicionalmente a las mujeres. De algún modo,
la asignación de las tareas de cuidado a las mujeres –cómo se produce
tal asignación, que significaciones y consecuencias implica– es una de
las cuestiones que el análisis de género se ha preocupado por develar (
Ruano, 2004).
Como señala Nancy Fraser (1997), las políticas del Estado tienen mu-
cho que ver con el modo en que se configuran las dos ideas asociadas de
Proveedor y Cuidador, como responsabilidades masculinas y femeninas
respectivamente. Lo que nos interesa rescatar del planteo de Fraser es
el señalamiento de que las políticas sociales conllevan casi siempre una
asignación de los roles del cuidado. Esta dimensión -subyacente en el pro-
grama “Redes”- se vio explicitada, por ejemplo, en los planes “Jefe de
hogar” (recordemos que las “promotoras” eran beneficiarias del mismo)
cuando se fomentó el traspaso al Plan Familias 23. Este plan no obliga a
realizar contraprestación laboral alguna, ya que como bien apunta Zi-
becchi (2007) respecto a la feminización de los planes, el Familias está
dirigido a aquellas mujeres consideradas como “no empleables”, propo-
niendo una vuelta al hogar de la beneficiaria a fin de garantizar su labor
de cuidadora. Su obligación, a fin de recibir el subsidio, se limita a ga-
rantizar el acceso a la salud y la educación de los hijos menores a su
cargo.

22 Para iluminar la relación entre lo doméstico, los cuidados y los roles asignados a las
mujeres es interesante mostrar que, tanto en las sociedades anglo-parlantes como en las
hispano-parlantes se da una asociación entre “mujer” y “rol doméstico”; pero, mientras
que a la labor en el seno del hogar en el idioma español se la denomina “trabajo domés-
tico”, en inglés, el mismo trabajo suele denominarse carework, cuya traducción literal
al español sería “trabajo de cuidado”. La leve modulación que implica esta traducción
diferente es para algunos traductores (Magdalena Holguín e Isabel Jaramillo, traductoras
de Siglo del Hombre editores) un intento por evitar, con la idea de cuidado presente en
carework, el sesgo despectivo que conlleva para muchos la idea de lo doméstico.
23 El programa de Jefe de Hogar desocupado implementado desde 2002 se rearticuló en
dos nuevos programas en 2005: un Seguro de capacitación y empleo, que continuaba bajo
la órbita del Ministerio de Trabajo, destinado a aquellos desocupados con posibilidades
de insertarse en el mercado laboral; y el Plan Familias por la inclusión social, depen-
diente del Ministerio de Desarrollo Social, destinado a promover el desarrollo, la salud
y la permanencia en el sistema educativo de los niños menores pertenecientes a familias
pobres.
Capítulo 2. “Estar entre mujeres”: espacios. . . 45

La idea de la promoción de salud como “compromiso” tiene su contra-


tara: el “compromiso” significaba también asumir ciertas “cargas” que
comenzaron a ser tratadas grupalmente. Una psicóloga y una trabajado-
ra social del Centro de Prevención de las Adicciones -cpa 24 - realizaban
una reunión semanal –los viernes– con las “promotoras” y en esas reunio-
nes, se charlaban todas las cuestiones que a estas mujeres les resultaban
difíciles de manejar. En dichos encuentros, se trabajaron varios temas:
la psicóloga nos decía que “se dan cuenta lo que es escucharse, qué es
tener compañeras, tener un grupo, que se puedan hablar las cosas que
nunca hablaron con nadie” y sobre qué temas hablaban, planteó que
“marcan mucho las diferencias con sus propias madres, ellas lo dicen
todo el tiempo, tienen otros referentes, “nosotras somos mujeres” y te
lo marcan con mucha fuerza” “todas hablan de lo difícil que fue para
ellas quedar embarazadas y ser madres tan jóvenes, y muchas sienten
que por eso ya no van a cumplir sus sueños, que ya no hay tiempo”.
Según las coordinadoras del grupo, la experiencia de haber trabajado
con otra gente -los residentes por ejemplo- les había dado la posibili-
dad de conocer otras cosas, de tener otros espacios, otras personas con
quien identificarse. Y en ese sentido, la experiencia en la “salita” había
marcado un antes y un después en sus vidas.
Para mostrar la importancia que la reunión de los viernes tenía para
ellas, diré que las mismas “promotoras” me habían insistido con que yo
hablara con “las chicas de cpa”. Siguiendo sus instrucciones, fui. Era
un viernes que había llovido mucho: en esos días la gente en el barrio
no suele salir ya que el barro dificulta realmente la circulación por las
calles. Sin embargo, para mi sorpresa, todas habían ido a la reunión
(que yo no presencié) y salían de la sala (dentro del centro de salud, una
habitación que funcionaba como depósito de medicamentos) alguna con
los ojos enrojecidos, como si hubieran llorado.
Aquí es importante destacar que si bien este espacio se daba físicamen-
te “dentro” del centro de salud, no era un espacio previsto ni reconocido
formalmente por el mismo. Es decir, ni el programa “Redes”, ni por

24 cpa, Centro para la Prevención de las Adicciones, es un programa de la Provincia que


consiste en el asesoramiento de profesionales sobre adicciones en algunos centros de salud.
Las dos profesionales de cpa que estaban entonces en el centro de salud, aprovechando la
presencia de las “promotoras”, armaron una serie de capacitaciones sobre el tema de las
drogas para darles a las “promotoras” y que éstas, a su vez, dieran en talleres en el barrio.
Sin embargo, se encontraron con que las “promotoras” ya habían recibido información
sobre el tema. Por eso, gracias a la flexibilidad de estas dos profesionales –una trabajadora
social y una psicóloga– se decidió trabajar sobre cuestiones internas al grupo, tal como les
habían planteado las mujeres. “Nos dimos cuenta que ellas llevaban cargas muy fuertes,
cosas que las afectaban, que tienen que absorber y les faltan elementos, y por eso surgió
la necesidad de trabajar sobre esas cosas” nos planteaba la psicóloga sobre la modalidad
que había adquirido su trabajo en este centro de salud.
46 Madres, mujeres y amantes

lo general, ningún programa basado en la participación comunitaria, se


plantea la contención del promotor o del participante. En este caso, este
espacio surgió por la demanda concreta de estas mujeres ante la oportu-
nidad que las profesionales del cpa les abrieron, dejando que su espacio
de trabajo se ajustara a las necesidades de la población con las que se
encontraron y no al revés.
Todo esto nos muestra la importancia que había adquirido en las vi-
das de estas mujeres, su experiencia como “promotoras” de salud; una
importancia que no se relacionaba tanto con los saberes adquiridos sino
más bien, con los espacios encontrados, otras relaciones personales y
más que nada, el encuentro entre pares desde un lugar al que no estaban
acostumbradas. Es en ese encuentro entre pares donde va surgiendo el
reconocimiento de una identidad compartida, ese “nosotras somos mu-
jeres” que las profesionales de cpa también remarcan, y que podemos
arriesgar, comienza a significar algo personal, que se contrapone a las
categorías y modos de ser reconocidas por los otros.
La importancia dada a este “somos mujeres” manifiesta en la trascen-
dencia que el lugar de encuentro entre pares adquiere, explica en parte
que cuando el programa “Redes” y el “Familias a cargo” se desarmaron,
y el grupo comenzó a desarticularse, las mujeres hayan sufrido tanto.
Hicieron esfuerzos por continuar con sus encuentros, pero ya no estaban
dadas las condiciones que lo habían hecho posible. Sin embargo, algunas
de ellas, a su modo, siguieron intentando recuperar algo de lo perdido.
Es importante tener presente esto al analizar el intento de Coni por
“volver a hacer algo” y reconectarse con sus viejas compañeras. Estas
“ganas de volver a hacer algo” guiarán las acciones futuras de Coni y
por lo tanto, pueden ser pensadas como una de las consecuencias de las
políticas, consecuencias que se dan a nivel de la experiencia subjetiva,
cotidiana, identitaria, de los destinatarios.

Otro estar “entre mujeres”: el nuevo “proyecto de salud” y la resig-


nificación de problemas sociales y categorías estatales.
A la luz de la experiencia de las “promotoras”, podemos comprender
mejor el interés y motivación de Coni por retomar algunas actividades
vinculadas a aquella experiencia pero con su nuevo grupo de compa-
ñeras: “las chicas del fútbol”. Después de algunas charlas con la nueva
médica del centro de salud - la “doctora” Gálvez- y habiendo convocado
a algunas de sus viejas compañeras –Lali y Clara se sumaron– se orga-
nizó a principios de 2007, en el comedor “El Galponcito”, un grupo que
llamaron “proyecto de salud”.
Capítulo 2. “Estar entre mujeres”: espacios. . . 47

Los objetivos de este grupo eran un poco difusos. Coni quería “volver
a hacer algo, como hacíamos con las chicas, cuando estábamos en la sa-
lita” y ese hacer algo involucraba muchas cosas. Coni oscilaba entre la
idea de autogenerar actividades desde el grupo, convocando a charlas y
talleres; y en buscar el apoyo del centro de salud para volver a realizar
una tarea conjunta. En la primera opción, Coni estaba motivada por
algunas jóvenes simpatizantes del Movimiento de Trabajadores Desocu-
pados Aníbal Verón (mtd av) que colaboraban en algunas actividades
del comedor “El Galponcito” pero que no querían saber nada con el
centro de salud -en parte porque el director del mismo se había nega-
do a sus propuestas-. Por medio del “Movimiento”, planteaban, podían
conectarse con gente que viniera a darles talleres y realizar activida-
des de capacitación en salud para que la gente del barrio tuviera “más
herramientas de autocuidado”.
La segunda opción era la apoyada por Lorenzo, referente barrial del
mtd av. Inspirado en varios microemprendimientos del mtd, Lorenzo
aspiraba a que el “proyecto de salud” se convirtiera en una cooperativa
de promotores que realizara actividades en conjunto con el centro de
salud, lo que posibilitaría que los planes (jhd) de los que participaban,
se vieran jerarquizados económicamente por la Municipalidad (dicha
jerarquización aumentaba a casi el doble la suma recibida por el Plan).
Lorenzo conocía a un funcionario municipal y conocía también la lógica
del municipio, que fomentaba entonces la formación de cooperativas de
los beneficiarios del Plan Jefes. Sin embargo, esta opción chocaba con la
negativa del director del centro de salud, que “estaba cansado de seguir
formando promotores” y con los vaivenes políticos de un año electoral
-2007-, donde la política municipal estaba sujeta a la posibilidad de
cambios. El funcionario le prometía a Lorenzo la posibilidad del “pase a
cooperativa”, pero para ello había que esperar “lo que pase en octubre” 25.
Esto implicaba que para que el “proyecto de salud” que Coni se proponía
activar viera la luz, debían esperar –y contribuir a- la reelección del
intendente, cuestión que los simpatizantes y militantes del mtd av en
general rechazaban.
Dada esta situación, la opción más viable era la de “autogenerar”
actividades, pero Coni no se sentía capaz de gestionar un grupo por sí
misma, y en este sentido, sentía mucho la ausencia de Gabriela, que no
había accedido a su convocatoria por estar trabajando con el Federación
de Tierra y Vivienda (ftv) en la subsecretaría de Tierra y Vivienda 26.
25 En octubre de 2007 había elecciones generales. En el municipio se sospechaba la
posibilidad de que el intendente no fuera reelegido; dicha posibilidad se concretó y hubo
cambio de gestión municipal.
26 La negativa de Gabriela no tenía que ver con que el proyecto de Coni fuera del mtd
y ella participara en la ftv, dos movimientos que disputaban espacios en el barrio. De
48 Madres, mujeres y amantes

Gabriela le había prometido a Coni ayudarla, pero la realidad es que no


tenía tiempo para sumarse a las actividades del grupo, y como dijimos,
Coni se lamentaba de su ausencia. De todas formas, en el grupo de
mujeres de “El Galponcito” había muchas ganas de trabajar sobre la
“salud”, por lo que siguieron reuniéndose para “hacer algo” y recurrieron
a la ayuda de algunos de los agentes estatales del centro de salud con
los que tenían llegada para hacer realidad alguna de las actividades
propuestas.

Una charla, dos puntos de vista: cuando la dimensión de género no


alcanza.
Entre las mujeres del comedor se había hablado bastante sobre los diver-
sos problemas de “salud” sobre los que les interesaba hacer una charla
o taller y había surgido el tema de la “sarna” en los chicos y la cuestión
de las enfermedades que podía haber en el agua 27 . Cuando le fueron a
plantear estos temas a la “doctora” Gálvez, ella les respondió que es-
taba “encantada” de hacer una charla pero que sobre “enfermedades”
no les podía hablar, porque ella era generalista y debía trabajar sobre
“la salud” y no sobre “la enfermedad”: se negoció hacer una charla so-
bre cómo “prevenir enfermedades del agua”. En esta insistencia de la
médica por no hablar de las enfermedades podemos ver una reafirma-
ción identitaria, donde el ser generalista se define, más que nada, por
una visión de la medicina en oposición a lo que los mismos actores del
campo denominan “Modelo Médico Hegemónico” (mmh). Esta idea, ba-
sada en la conceptualización realizada por Eduardo Menéndez (2005), es
abordada aquí como un término nativo, una apropiación que los actores
realizan del concepto elaborado por el antropólogo y que, reducido en
sus implicancias teóricas, sirve para identificarse con una visión crítica
de la “medicina positivista”, a quien señala como el adversario político
a vencer dentro del campo de la salud pública.

alguna manera, ellas eran ajenas a estas cuestiones, en parte debido a su amistad, y en
parte porque la relación de cada una con los movimientos no eran relaciones de lealtad
absoluta, sino más bien de simpatías y conveniencias transitorias. Gabriela me comentó
que tenía ganas de “hacerle el aguante a Coni”, pero justo el grupo “proyecto de salud”
se reunía los días que ella viajaba a Buenos Aires, por su trabajo con la ftv.
27 El comedor “El Galponcito” estaba en el asentamiento, cuya conexión de agua era
muy precaria: de una sola manguera debían abastecerse las casi cien personas que vivían
entonces allí. Una de las vecinas nos contaba cómo temprano en la mañana, cuando había
un poco más de presión, se hacían colas de “vecinos” con botellas de plástico y baldes
para cargar agua y tener para el resto del día. Además de la escasez, nadie confiaba
demasiado en que esa agua fuera “buena”, debido a que la manguera, que venía de una
conexión distante a dos cuadras, estaba pinchada en varios sitios.
Capítulo 2. “Estar entre mujeres”: espacios. . . 49

En una conversación previa en el centro de salud entre Coni y la “doc-


tora” Gálvez, ésta última había planteado acordar claramente cuál iba
a ser el temario de la charla en el comedor, ya que dijo “si hacemos una
charla sobre “escabiosis” (sarna), es obvio que estamos todos de acuerdo,
pero si es sobre otra cosa, qué se yo, salud sexual y reproductiva, aborto,
es mejor ver hasta dónde acordamos”. Estos pruritos de la médica eran
interpretados como “excusas” por la gente del comedor, que pensaba que
los médicos de la “salita” en realidad “no quieren venir a embarrarse”.
También fue difícil establecer la hora y el día de la mentada charla, ya
que Gálvez planteaba que al no ser ahora la tarea de promoción algo
vinculado a la Municipalidad (como lo era cuando estaba Giorgi, con
el “Redes”) ella no podía hacerlo en su horario de trabajo –“salir” del
centro de salud e ir al asentamiento–. La insistencia de las mujeres, de
Sara, una de las enfermeras que había estado en la época del “Familias a
Cargo” y la retórica del “compromiso del médico generalista” que Gálvez
esgrimía cada vez que podía, ayudaron a que la charla se concretara, en
un rato en el cual la médica “se escapó” del centro de salud.
“El Galponcito”, como su nombre lo indica, es un galpón rectangular
dividido en dos ambientes, en uno funciona la cocina y en el otro está
ubicado el comedor: allí, en todo el perímetro, se habían colocado sillas
y bancos. Había alrededor de 20 mujeres, gran parte de las mismas eran
las que trabajaban o mandaban a sus chicos al comedor, y algunas otras
habían ido producto de la convocatoria que había hecho Coni con algunas
de sus hermanas a comedores y copas de leche vecinas. Estaban todas
sentadas esperando la llegada de la médica, que venía escoltada por una
estudiante de trabajo social que militaba en el mtd av y ayudaba en
alguna de las actividades que se desarrollaban en el comedor.
La médica llegó, miró el lugar y la cantidad de gente con un gesto
que podía ser tanto de asombro como de dificultad de ver a la sombra
luego de venir encandilada por sol del mediodía. Se sentó junto a mí –yo
la había entrevistado algunas veces– y después de que Coni hiciera una
breve presentación, empezó a plantear los diversos “bichitos microscópi-
cos” que se encuentran en el agua y los modos de evitar que produzcan
enfermedades -como hervir el agua o ponerle lavandina-. Las mujeres la
escuchaban atentamente y cada tanto se hacía algún comentario, sobre
la calidad de la toma de agua o sobre el modo en que habían puesto ya
en práctica los consejos que la médica les daba. Pero como el interés de
las mujeres estaba puesto en el tema de la sarna, fueron llevando a la
médica, con sus preguntas, a hablar de eso. Gálvez no tuvo más remedio
que ponerse a hablar de la “escabiosis”, de cómo es el “bichito”, de cómo
se contagia. Sin dejar su tono serio y pedagógico, la “doctora” planteó
50 Madres, mujeres y amantes

que “nosotros decimos que la sarna es como una venérea, porque se con-
tagian los que duermen juntos, así que es un buen modo de saber quién
duerme con quién”. El comentario generó unas cuantas risas y levantó
una serie de cuchicheos risueños que continuaron un rato, a pesar de que
la médica siguió su explicación y parecía un poco sorprendida del eco
que habían tenido sus palabras.
En un momento, un chiquito que daba vueltas por ahí se puso a llo-
riquear, molestando a la madre que escuchaba lo que la médica decía.
“No, no, ahora, no!... después”, lo retó la madre, llamando la atención
de todos y de la médica, que detuvo su parlamento: “quiere teta?” le
preguntó, “nooo, qué teta- le respondió la mujer-quiere una moneda!”.
La respuesta también generó algunas risas que parecieron dejar en un
lugar un poco ridículo a la “doctora”, que estaba finalizando sus expli-
caciones. Así, mirando el reloj y comenzando a ponerse de pie, Gálvez
dijo que le gustaría tener más tiempo y que en otra ocasión podrían
continuar. Pensando en posibles temas para esa próxima charla, Coni
agregó “aprovechando que somos todas mujeres, la próxima podríamos
hablar . . . ” Antes de que terminara la frase una voz la interrumpió con
picardía diciendo “ . . . de hombres” –no identifiqué quién fue–. Las risas
fueron generalizadas, así como el gesto un poco confuso y sonriente de
la “doctora”, que se sonrió por el remate pero se quedó sin saber bien
qué hacer cuando las risas continuaron.
Sobre lo descripto, caben varias reflexiones. En primer término, la
presencia del humor y la picardía como dimensiones que pueden revelar
relaciones y representaciones que, de otro modo, quedan opacadas. Co-
mo plantea Claudia Fonseca (2004) el humor puede ser una entrada a los
discursos alternativos: si bien en el humor aparecen imágenes estereoti-
padas, en nuestro caso, sobre el género, esos estereotipos son diferentes
a los presentes en el discurso hegemónico. Así, frente al estereotipo de la
“madre que da la teta” de la médica, la risa de las asistentes a la charla
de algún modo impugna esa representación normativa, revelando otras:
por ejemplo, las mujeres que estando solas sólo pueden llegar a hablar
de . . . hombres.
En segundo término, lo sucedido en esta charla nos muestra la im-
portancia de nuestra decisión inicial, de haber salido del centro de salud
para comprender, en todas sus dimensiones, las relaciones de estas muje-
res con los agentes estatales. Las mismas mujeres silenciosas que esperan
en la “salita” a ser atendidas y que “acatan” cada palabra de la médica
en la consulta, se permitieron chistes y risas en un ámbito que sienten
como más propio. La misma médica, que en la “salita” “caga a pedos a
las madres” y apenas las mira cuando sale del consultorio y pasa rauda
por la sala de espera, se muestra incómoda ante los chistes de las mujeres
Capítulo 2. “Estar entre mujeres”: espacios. . . 51

y habla de enfermedades a pedido de ellas (cuando se había negado a


hacerlo previamente). Sin embargo, lo que sigue presente en su actitud
y palabras es el uso de diminutivos, el tono pedagógico, que en algún
sentido, pueden ser pensados como los rasgos característicos del discurso
de la salud pública, que como muchos autores señalan, piensa al otro, y
sobre todo a “la mujer”, desde el lugar del tutelaje y no de los derechos 28.
A su vez, es necesario decir que si bien el del “Galponcito” es un es-
pacio generado “entre mujeres”, deben diferenciarse las relaciones entre
agentes estatales y destinatarias –también relaciones “entre mujeres”–
y las relaciones “entre mujeres” pares, mujeres del barrio. Se trata de
espacios y relaciones bien diferentes, y como en el caso de la charla des-
crita, en el encuentro entre unas y otras, no se manifiesta una solidaridad
intragénero 29 . En este sentido, es importante considerar la pluralidad
de experiencias del “ser mujer” para evitar caer en esencialismos. Así, lo
que proponemos para el análisis no es descartar la dimensión de género,
sino partir de ella desde la idea de la pluralidad; es decir, subrayar el
modo concreto en que “las mujeres” se constituyen como sujetos. Es-
te razonamiento implica pensar el género constituyéndose junto con la
etnia, la nacionalidad, la clase y la generación, entre otras dimensiones
posibles.
En la charla que describimos, no estamos en el espacio del centro de
salud, que cristaliza en un lugar de mayor poder a la autoridad médi-
ca. Estamos en otro espacio, que re contextualiza las diferencias y las
rearticula con otras dimensiones. Lo que desde nuestro punto de vista se
subraya en esta charla en “El Galponcito”, son las distintas pertenencias
de clase de estas mujeres, la médica y las destinatarias de la política de
salud, pertenencias de clase que marcan una alteridad que si bien está
presente en el contexto de la “salita”, en dicho espacio puede quedar
subsumida bajo otras -por ejemplo, la relación médico-paciente-. En la
charla del comedor, en el tono usado por la médica, en su incomodi-
dad, en la ausencia de un código de humor compartido, se manifiesta
esta alteridad, que como señala Fonseca (2005b), ha sido muchas veces
28 Un claro ejemplo de la idea de tutelaje es brindado por María Silvia Di Liscia (2002)
cuando describe las preocupaciones de los médicos sanitaristas a cargo de la asistencia
social en las décadas de 1930 y 1940, quienes sostenían que a favor del niño –considerado
un bien supremo de la comunidad– y en pos de la baja de la mortalidad infantil, era me-
nester que el Estado adoptara medidas impositivas como la de “obligar a la mujer grávida
a realizar una asistencia correcta de su embarazo y de su parto” llegando en esa interven-
ción a interceder en el estado civil de las mujeres (Di Liscia, 2002: 216), ya que establecían
una relación directa entre mujeres de sectores populares-hijos ilegítimos-aumento de la
morbimortalidad infantil.
29 Creemos necesario insistir en distinguir el espacio “entre mujeres pares” que se da en
las asistentes al comedor “El Galponcito”, donde además de reconocerse como “mujeres”
se reconocen como iguales; y el espacio del centro de salud, ocupado por “mujeres”,
agentes estatales y destinatarias, que no se reconocen como iguales.
52 Madres, mujeres y amantes

olvidada por la antropología, en pos de privilegiar otras. Es necesa-


rio, propone la autora, en sociedades como las nuestras, con una gran
desigualdad social, pensar las alteridades inscriptas en el juego de la es-
tratificación social. No queremos decir con esto que esta diferenciación
sea más importante que otras, pero sí apuntar que si lo que quisimos
fue comprender las relaciones entre las agentes estatales de un centro de
salud y las destinatarias de las políticas, hay que pensar en las diversas
formaciones de los agentes, en las trayectorias de los destinatarios, en los
contextos y situaciones en los que se dan las interacciones entre ambos,
los recursos que se intercambian, la identidad de género de unos y otros
y también, en las posiciones desiguales que cada uno ocupa en el sistema
de estratificación de nuestra sociedad.
Así, situarnos en el punto de vista de los destinatarios -es decir, salien-
do de la “salita”- pudimos ver qué es para ellos la salud y el significado
de la participación comunitaria en sus vidas cotidianas, en la experiencia
subjetiva pero también en la sociabilidad y los espacios entre mujeres
que tanto Coni como sus vecinas supieron construir.
Capítulo 3
Los Amores de Gabriela.
Participación en políticas de salud,
intimidad y empoderamiento

El amor no se demuestra, ni se mide. Es como Gabriela. Existe, y con


eso basta –dijo João Fulgencio–. El hecho de que no se comprenda o
se explique una cosa no acaba con ella. Nada sé de las estrellas, pero
las veo en el cielo, son la belleza de la noche.
Gabriela, clavo y canela. Jorge Amado.

En el capítulo 1 describimos el cotidiano de la implementación de las


políticas de salud y analizamos en especial el modo en que los agentes
estatales que trabajan en la “salita” del barrio Península consideran a las
mujeres destinatarias. En el capítulo 2, salimos del centro de salud, para
analizar las relaciones entre los agentes estatales y las mujeres destina-
tarias, desde el punto de vista de estas últimas. A partir de Coni, una ex
“promotora”, pudimos acceder a los múltiples problemas de salud que
preocupan a las mujeres del barrio y que no son tratados por el centro
de salud. Estas preocupaciones emergen muchas veces en espacios que se
dan “entre mujeres” y que comenzaron a mostrarnos ciertas dimensiones
de sus vidas cotidianas que, de habernos quedado en una mirada cen-
trada en lo estatal, no hubiéramos podido captar. Hacemos referencia al
humor, la picardía, la complicidad de ese estar “entre mujeres”, indicios
que nos permitirán comenzar a ver los modos en que esas destinatarias
experimentan sus propios modos de “ser mujer”. En este capítulo, nos
centraremos en esas experiencias a través de la trayectoria de Gabriela
-otra de las “promotoras”-.

La experiencia de promoción de salud a la luz de una trayectoria


individual: el “cambio interno” en boca de Gabriela.
Era diciembre y se acercaba el final del primer año del trabajo del grupo
de “promotoras” de la “salita” de Península y a modo de cierre, se había
decidido organizar un almuerzo al que me invitaron. Coni y Gabriela
habían organizado la comida: unas pizzas en casa de Vanina. La casa
de Vanina era una casa de material, de las mejores del barrio, con un
comedor relativamente amplio y sillas como para albergarnos a todas.

53
54 Madres, mujeres y amantes

A pesar del calor del mediodía, usaron el horno para cocinar las pizzas.
Una cortina colocada en la puerta de entrada, atenuaba el brillo del sol y
dejaba penetrar una suave brisa, pero adentro el calor era insoportable.
Estaban Vanina, Coni, Poli, Clara, Gabriela y algunos de los hijos de
ellas, que luego de comer, se fueron a jugar al patio, donde Vanina había
colocado una “pelopincho”.
La elección del mediodía para realizar la comida no fue casual, ya que
era durante el día cuando los hombres “no estaban” y las mujeres po-
dían “hacer sus vidas”. Sin embargo, el que pasó un rato por la casa fue
Daniel, el marido de Vanina. Daniel trabajaba en el Servicio Peniten-
ciario y según me habían contado, su relación con Vanina era bastante
conflictiva. Ella, cansada de sus maltratos, había querido separarse más
de una vez, pero él no se lo permitía. Daniel era un tipo celoso y como
estaba al tanto de mi trabajo con las “promotoras”, quiso ir a conocer-
me y también quiso que yo le realizara una entrevista, ya que él podía
“decirme algunas cosas de Vanina”. Su llegada tensionó un poco el am-
biente relajado que había hasta el momento. Se sentó junto a mí y me
dijo “yo no sé qué hablan de mí cuando no estoy, pero estoy seguro que
hablan de mí, vos debés saber ¿qué te dice ella de mí?”. Yo le respondí
que todas hablaban un poco de sus familias, pero que yo estaba más
bien interesada en su trabajo como “promotoras”, entonces hablábamos
principalmente de eso. Me sugirió que le hiciera la entrevista.
Accedí un poco para darle el gusto y otro poco para no generarle
problemas a Vanina. Le pregunté cómo evaluaba él el trabajo de Vanina
como “promotora”, a lo que respondió: “yo la veo como que creció, ella
no es de pensar las cosas que dice, pero ahora como que piensa más
antes de hablar, habla mejor, está cambiada, creció, pero está cambiada,
eso sí”. Mientras respondía me miraba fijo y al mismo tiempo, miraba
más allá de mí, como buscando a Vanina, como queriéndole hacer llegar
sus palabras. Terminó diciéndome “yo la amo, es la mujer de mi vida, y
quiero lo que le haga bien, lo mejor para ella, si esto es lo mejor, bueno”.
Mientras nuestra charla se desarrollaba, yo pensaba en los comentarios
que tanto Coni como Gabriela me habían hecho acerca de Daniel: que
era violento, que “estaba loco”, que “no la dejaba en paz” a Vanina, pero
sobre todo, que “estaba loco”. Fue un alivio para todas cuando se fue y
pudimos, más tranquilas, sentarnos a comer la pizza.
Después de comer y con los chicos afuera, las mujeres, un poco en
alusión a la visita de Daniel –que había puesto muy nerviosa a Vanina–
empezaron a hablar de sus maridos. Hasta ese momento, mi trabajo de
campo estaba principalmente basado en su trabajo de “promotoras” y no
le había prestado demasiada atención a las cuestiones más privadas de las
vidas de estas mujeres. Quizá por eso me parecía que era la primera vez
Capítulo 3. Los Amores de Gabriela. Participación 55

que las escuchaba hablar de sus maridos y se los dije. Me respondieron


que no siempre hablaban de ellos y cuando lo hacían, se quejaban. O se
quejaban más bien de su situación, decían que “ni locas” se volverían a
“juntar” y que de haber podido, no habrían tenido chicos tan jóvenes.
Del grupo, casi todas seguían en pareja con los padres de sus hijos. Esas
parejas las habían formado a raíz de sus embarazos, siendo muy jóvenes.
Por eso, decían con pesar, que no habían tenido adolescencia: “nada de
bailes ni de quedarse a dormir en lo de una amiga” y esperaban que sus
hijas no repitieran la historia.
Sin embargo, cuando les pregunté qué era lo bueno de ser mujer, todas
refirieron la maternidad como lo mejor. Y Clara, aclaró “lo mejor y lo
peor a la vez”. Como yo sabía que algunas de ellas tenían problemas con
sus parejas y se querían separar (además de Vanina, era el caso de Clara)
les pregunté si a pesar de las quejas, estaban “enamoradas”. “Mirá lo
que nos preguntás” me dijo Coni riéndose, “lo único que nos faltaba a
nosotras es hablar del amor” agregó Clara con su habitual resignación
y tristeza. Gabriela, esperando que las otras cerraran sus comentarios,
se tomó un tiempo y luego dijo “no sé si se trata de amor, yo lo que
sé, es que si vuelvo a estar con otro tipo, ni en pedo lo meto en mi
casa” “novios sí, pero adentro de la casa, nooo . . . ” asintieron las otras
como en un coro. Cuando pregunté los motivos, Gabriela me explicó que
lo hacía por sus hijas mujeres, para no meter un extraño en su casa y
Clara, asintiendo, dijo “además, yo por lo menos, ya lavé y le planché
a uno, con eso basta”. De las risas iniciales, la charla se había vuelto
seria y muchas se quedaron ensimismadas. Gabriela, como para romper
un poco ese silencio y retomando la palabra con la certeza de que las
demás la escuchaban atentamente, dijo:

“Como que nosotras nos dimos cuenta que ellos (los maridos) no
son imprescindibles en la vida. Vemos todos los cambios en la mujer,
pero el hombre sigue siendo exactamente igual . . . Si vemos bien, todo
esto que te hablamos es fruto de nuestro cambio, que antes, nosotras,
viviendo en esta sociedad patriarcal, teníamos que cocinarles, lavarle,
todo y ellos llegan del trabajo y se tiran y nosotras seguimos. Es
nuestro cambio, todo lo que nosotras trabajamos en el grupo, que se
laburó mucho lo interno y esto es algo cotidiano, que no se dio por
el centro de salud ni el gobierno ni nada. Lo mejor que podés hacer
es juntarte con otras personas, escuchar sus experiencias de vida,
aprender a respetar lo que piensa el otro y eso te abre un camino:
56 Madres, mujeres y amantes

no hay que encerrarse. Hay que encontrar un espacio . . . y tener una


cabeza más feminista”. 1

En su relato, Gabriela sintetizó algo que las “promotoras”, de distintos


modos, ya habían empezado a mostrarme: que lo más importante de su
experiencia era haberse encontrado entre sí, haber logrado entre pares
un espacio propio. Desde el principio de mi trabajo de campo, Gabriela
había sido mi interlocutora más importante: además que era reconocida
por sus compañeras como “la líder” del grupo, ella sabía que lograba
comunicar muchas ideas que sus compañeras compartían.
Además de su vocación de “líder” y su capacidad para expresar los
sentimientos propios y ajenos, Gabriela fue durante mucho tiempo quien
más empeño puso en mantener la unidad del grupo, la continuidad de
ese espacio propio que habían conquistado y que, una vez terminado las
actividades de promoción de salud, corría el riesgo de desarticularse. En
este capítulo nos centraremos en su trayectoria, analizando los sucesi-
vos intentos de Gabriela por mantener los espacios conquistados; viendo
especialmente cómo la suma de estas experiencias generó nuevos cam-
bios en su vida, cambios que nos permiten problematizar de un modo
particular, la participación de mujeres en políticas públicas de salud.

Conociendo a Gabriela
En la primera etapa de mi trabajo de campo, cuando me acerqué al
grupo de “promotoras” de salud, mi interés principal estaba puesto en
el concepto de empoderamiento y la idea de mi trabajo era analizar la
posibilidad que este grupo de mujeres, que participaban en políticas de
salud como “promotoras”, fueran mujeres “empoderadas”. Si bien esta
idea no fue descartada del todo, al ser puesta a dialogar con lo relevado
durante el trabajo de campo, sufrió modificaciones importantes que enri-
quecieron nuestra mirada tanto sobre el concepto teórico como sobre los
1 Este relato de Gabriela, finaliza haciendo alusión a “una cabeza más feminista” como
un elemento importante del “cambio interno” producido en ella y sus compañeras por la
experiencia que comenzó con los talleres de la uma. Es interesante hacer un paralelismo
entre esta narrativa y la que describe Laura Masson (2007) en su trabajo sobre las fe-
ministas en Argentina. La autora propone que estas mujeres, para describir qué es ser
feminista y cómo se produjo el cambio en sus vidas, hacen alusión a un ejercicio reflexivo
interno, realizado en talleres de “concienciación” donde, en el encuentro y la escucha entre
pares, se da una recuperación del deseo personal, del “propio yo” y del “propio cuerpo”
que provoca un cambio en su identidad: así llegan al “descubrimiento” en carne propia,
de la afirmación feminista por excelencia de que “lo personal es político”. Si bien, como
bien aclara Masson, el feminismo en Argentina es un fenómeno de mujeres de clase media
y media alta, mayormente universitarias, es interesante resaltar cómo, al menos en lo
referente al dispositivo de escucha y conversión, hay similitudes con la experiencia que,
vía la uma, Gabriela vivió con sus compañeras.
Capítulo 3. Los Amores de Gabriela. Participación 57

fenómenos empíricos que intentábamos comprender a través de él. Baste


decir por ahora que una de las primeras impresiones que proporcionó
el campo fue que yo estaba en lo correcto, ya que una de las primeras
“promotoras” que conocí fue Gabriela y ella daba con el tipo de mujer
que uno puede considerar “empoderada”. Grandota, chicata, divertida,
fumadora empedernida, enseguida entramos en confianza en gran medi-
da por su modo extrovertido de ser. Ahora es tiempo de ver cómo estas
primeras ideas e impresiones se fueron complejizando y transformando.
En aquella época, las “promotoras” se reunían una vez por semana
con la médica de la “salita” –la “doctora” Giorgi– en un cuarto sin ter-
minar al costado del centro de salud. Antes de entrar ya se escuchaba
la voz de Gabriela charlando con sus compañeras: ella era la encargada
de preparar y cebar el mate y muchas veces, le “soplaba” a Giorgi el
temario de la reunión –sus cuadernos siempre estaban completos y re-
pletos de información, sobre el barrio, sobre las actividades–. Por ser la
más desenvuelta, sus compañeras solían elegirla como la voz cantante
del grupo. Por ejemplo, en unas jornadas sobre promoción de salud en
un centro cultural de la ciudad, Gabriela presentó el trabajo de su grupo
ante un auditorio de cien personas: tomó el micrófono y habló sin que le
temblara la voz. Para las otras mujeres, sus compañeras, Gabriela era la
más capaz. Dentro del grupo, ella y Coni eran las que sobresalían más
a menudo: por hablar más, por iniciativa, por sus relaciones más fluidas
con los médicos y la gente que no era del barrio.
Gabriela estaba en el grupo original de mujeres convocado por la uma
y desde el principio, había sido una de las más comprometidas con el pro-
yecto de promoción de salud llevado a cabo desde la “salita”. Al mismo
tiempo que desarrollaba esta tarea, cocinaba en un comedor de la ftv,
el comedor “Umita”, donde además de cocinar era la encargada ante el
Fopar 2 de recibir las mercaderías para la elaboración de las comidas.
Cuando a principios de 2005 el proyecto de las “promotoras” se des-
articuló 3, Gabriela siguió a cargo del comedor y fue quien motorizó un
proyecto de micro-emprendimientos para la producción de pastas. Los
subsidios de Fopar estaban cambiando: ya no se percibirían más subsi-
dios para mercaderías y debían fomentarse la reconversión productiva
de los comedores. La ftv, a través de Estrella Doria, sugirió al grupo
del comedor “Umita” “reconvertir el comedor en un proyecto producti-
vo” que pudiera ser subsidiado por Fopar. Gabriela convocó a sus viejas
compañeras del grupo y a otras de las mujeres que colaboraban con el
2 Fopar es el Fondo Participativo de Inversión Social, coordinado por el Ministerio de
Desarrollo Social de la Nación, cuyo objetivo era en aquel momento financiar comedores
comunitarios.
3 Recordemos que el grupo de promotoras dejó de existir porque se desarmó el programa
“Redes” de la Municipalidad y la Dra. Giorgi dejó de ser la directora del centro de salud.
58 Madres, mujeres y amantes

comedor. Decidieron que podían hacer una pequeña fábrica de pastas.


Después de muchas reuniones calculando los costos de fabricación, los
roles que ocuparía cada una en la producción, de soñar con los modos
de distribución de las mercaderías y demás, me llamaron para que las
ayudara como “asistente técnica” en la elaboración del proyecto escrito
que debían presentar al Fopar. Cuando el proyecto estaba en vías de ser
presentado, la comisión directiva del club donde funcionaba el comedor
–y donde funcionaría el micro-emprendimiento– dejó de brindarles el es-
pacio. Fue necesario, entonces, conseguir un lugar para que el proyecto
funcionara. Acompañé a Gabriela en sucesivas gestiones para conseguir
dicho lugar: ante la delegada comunal de la localidad a la que Península
pertenecía, ante un concejal del pj, ante distintos dirigentes de la ftv.
Las cosas se complicaban y el grupo de mujeres del comedor ya no par-
ticipaba de las reuniones, sólo acompañaban a Gabriela algunas de sus
viejas compañeras del grupo de “promotoras” 4. Pero ella insistía. Con
la idea fija de conseguir un lugar, donde además de ubicar la fábrica de
pasta se pudieran realizar otras actividades, me pidió ayuda para co-
menzar los trámites de formación de una asociación civil con personería
jurídica, lo cual facilitaría, según ella creía, la obtención de algún predio
del barrio donde construir “un lugar”.
La posibilidad de conseguir “un lugar” había entusiasmado a algunas
de las mujeres, después del “bajón” que les había provocado la conclusión
un poco abrupta del proyecto de promoción de salud. Cuando este nuevo
proyecto de “reconversión productiva” del comedor fracasó, ya había
pasado un año, pero Gabriela no se desanimó. Según ella, porque ese
tipo de actividades le gustaban y porque “hay que hacer algo”: cada vez
que soñaba con tener “un lugar” imaginaba las posibles actividades a
desarrollar allí: apoyo escolar para los chicos, cursos para los adultos,
clases de salsa, de gimnasia, charlas sobre “temas de mujeres” y demás
actividades de ese tipo. A la vez, Gabriela decía que conseguir “un lugar”
era una buena forma de mantener el espacio de encuentro con las otras
mujeres, un espacio de contención en el que ellas charlaban de sus cosas:
se “escapaban” de sus casas, de sus rutinas y “chusmeaban”, se divertían.
Pensando en esta posibilidad y ante la falta de alternativas, se ilusionó
con armar una lista para pelear en las elecciones de comisión directiva

4 Casi todas las “promotoras” colaboraban o asistían al comedor “Umita”. Las que si-
guieron en el proyecto de la fábrica de pastas, fueron Clara, Lali, y en menor medida,
Coni y Marcela.
Capítulo 3. Los Amores de Gabriela. Participación 59

del club “Las Lomas” 5, donde había funcionado el comedor “Umita”.


Gabriela se lamentaba del poco uso que los “vecinos” daban al club
-“sólo usan el club para jugar a las bochas”-, en oposición a todo lo que
ella pensaba, podían llegar a hacer con sus compañeras de contar con
ese espacio. Al final de ese segundo año de mi trabajo de campo, todas
estas posibilidades se habían desechado.
Gabriela y el grupo de mujeres del comedor “Umita” -entre ellas, las
ex “promotoras”- seguían recibiendo sus planes Jefes por la Federación
de Tierra y Vivienda (ftv, entonces en la cta). Estrella Doria, quien
siempre había sido el enlace entre este movimiento y las mujeres del
barrio Península, se había alejado del mismo. Dada la performance de
Gabriela como “líder comunitaria” y la ausencia de Estrella Doria como
enlace, el movimiento empezó a considerar a Gabriela como “referente
barrial”. Fue así como participó de otros proyectos de “promotores te-
rritoriales” 6 , iba a algunas reuniones del movimiento y se convirtió en
la “referente” de la ftv en el barrio Península, en lo relativo al manejo
de la información para los proyectos de cooperativas de vivienda. Debía
mantener actualizada la información sobre los aspirantes a obtener las
viviendas y elevar dicha información a la ftv, que organizaba las listas
de las personas que se beneficiarían con la construcción o ampliación de
sus casas. Gabriela creía que ella misma podría llegar a tener su propia
casa de material, ya que por tener cuatro hijos y el título de propiedad de
la tierra en orden, estaba en condiciones de ser una de las beneficiarias.
Sin embargo, a pesar de estar en una posición privilegiada en la ftv,
hasta el momento de la finalización de mi trabajo de campo, todavía no
había accedido al tope de la lista de prioridades para la construcción de
su vivienda.
Los dirigentes locales de la ftv, que por entonces estaban a cargo de
la Subsecretaría de Tierra y Vivienda de la Nación, le ofrecieron un con-
trato laboral. Así fue como en 2007 consiguió un contrato municipal para
trabajar en “los barrios” los proyectos que “bajaba” la Subsecretaría de
“Nación al Municipio”. Su trabajo consistía en agilizar los trámites de
regularización de la tenencia de la tierra para acceder a la construcción
financiada de las viviendas, en su barrio y en otros. Gabriela estaba

5 El club Las Lomas, quedaba en el barrio del mismo nombre, a cuatro cuadras de
Península. Cuando describimos el barrio en el capítulo 1, decíamos que la calle sobre la
que se encuentra el centro de salud, es la calle que divide estos dos barrios. A pesar de la
cercanía, Las Lomas es un barrio menos humilde que Península y la gente que vive allí
suele diferenciarse de los que viven al otro lado de la calle divisoria.
6 Fue “promotora territorial” en un proyecto de erradicación de basurales en dos barrios
“vecinos” a Península Asistió a estos proyectos como delegada de la ftv.
60 Madres, mujeres y amantes

encantada con el trabajo, ya que la valoraban por su “manejo” 7 en los


barrios a la vez que aprendía rápidamente todo lo relativo al aspecto
administrativo de los documentos. Además, tenía por primera vez obra
social y un sueldo. De todos modos, ella sabía que a pesar de sus ca-
pacidades, tenía ese trabajo, porque “estaba” 8 con la ftv: concurría a
reuniones, movilizaba gente para actos y marchas, todas actividades que
le gustaban y le permitían salir de su casa, ir a la capital y conocer otra
gente.
Al mismo tiempo que realizaba todas estas actividades, Gabriela reto-
mó sus estudios secundarios en un programa de finalización de estudios
para adultos, que tenía una modalidad semipresencial y se dictaba en
una ong del barrio Península. Con el resto del tiempo que le quedaba,
vendía productos por catálogo (sábanas y toallas) y realizaba algunas
manualidades (souvenires para comuniones y bautismo) que solía vender
entre su red de “amigos” y “vecinos”.

Puertas adentro: Gabriela y las relaciones con su familia.


Esta hiperactividad de Gabriela, desarrollada básicamente fuera de su
casa, contrasta con lo reducido de ésta, como si su casilla fuera demasiado
pequeña para contenerla. La casilla de madera 9 , ubicada a un costado
del terreno donde viven los padres y el hermano de Gabriela, tiene un
ambiente, donde viven ella, su marido Emir y los cuatro hijos de la
pareja. Gabriela quedó embarazada del primero de sus hijos cuando tenía
16 años, por lo que abandonó el secundario y se juntó con Emir. La
madre de Gabriela, Rosa, que es quien cuida de los hijos cuando ella no
está en casa, es “manzanera” y afiliada al Partido Justicialista (pj) “de
toda la vida”. El padre de Gabriela, su hermano y Emir, trabajan juntos
realizando pinturas de obra. Los tíos y primos de Gabriela también viven
en el barrio y forman parte de la comisión directiva del club “Las Lomas”,
donde funcionaba el comedor “Umita”.
Rosa, la madre, a veces se quejaba de que Gabriela “no hiciera fuerza”
para que le saliera “lo de la vivienda”. Estaba contenta con que su hija
7 “manejo” es un modo de referirse a la aptitud para desenvolverse entre la gente de
los barrios populares y los dirigentes, una versatilidad de su carácter que puede ser
considerado como un recurso.
8 Uso el verbo “estar” y no “ser”, respecto a los movimientos sociales, siguiendo lo plan-
teado por Julieta Quirós (2006) en su crítica a la idea de identidad piquetera, cuando
plantea que apelar a identidad es un modo de esencializar lo que los sujetos viven como
algo relacional y contextual, por lo que es mejor plantear el “estar con” un movimiento,
que “ser” de un movimiento.
9 Sobre su casilla, un día me comentó una discusión con su suegra, donde esta criticaba
a una familia vecina y decía de estos que “viven en un rancho”, Gabriela le replicó “y
nosotros? Nosotros también vivimos en un rancho”.
Capítulo 3. Los Amores de Gabriela. Participación 61

tuviera un trabajo, pero al mismo tiempo refunfuñaba: “sigue viviendo


acá y yo le tengo a los chicos, que ya son grandes, no pueden dormir
todos juntos, yo me traigo a los varones para acá, pero yo también estoy
cansada, yo ya crié a mis hijos”. Gabriela se apoyaba en su madre,
ya que dejar a los chicos con ella le permitía salir y poder tener sus
propias actividades. “Yo no los descuido, sé que no andan en la calle”,
solía decirme. Para las mujeres del barrio, siempre era importante el
tema de los hijos, ya que eran muy criticadas las que los dejaban solos
o no los cuidaban. Contar con una madre, una vecina, o una hermana
para el cuidado de los hijos era fundamental, por ejemplo, a la hora
de decidir tener o no tener un trabajo. Como señala Fonseca (2004),
la honra femenina se vincula con ser una madre devota y ama de casa
eficiente. De modo que para criticar a alguna mujer, se focaliza en alguna
de estas dos cuestiones; en el caso del barrio Península, la cuestión del
cuidado de los hijos era la más notable. El orgullo de una mujer, o al
menos, el modo de evitar ser criticada por las otras, está en gran medida
relacionada con sus capacidades respecto al cuidado de los hijos: que “no
anden en la calle”, que no se droguen, y en el caso de las hijas mujeres,
que estén en la casa y que ayuden a sus madres en las tareas del hogar
y el cuidado de los hijos más pequeños.
Los maridos/hombres, por más que estuvieran desocupados, nunca se
encargaban del cuidado de los niños. Tal era el caso de Emir. Gabriela
decía que su marido, comparado con otros, era “piola”, porque “la dejaba
hacer” su vida. Pero nada más: nunca se encargaba de cuidar a los chicos
y esta responsabilidad era compartida por Gabriela y Rosa. Rosa le daba
la tranquilidad de que sus hijos estaban bien cuidados y “no andaban
en la calle”, algo que a Gabriela la preocupaba especialmente, ya que
los dos mayores estaban entrando en la adolescencia –que es percibida
como una edad de riesgo–.

¿Mundo público-mundo privado?: Una reflexión sobre los espacios


sociales.
Con lo narrado hasta aquí estamos en condiciones de hacer una breve
reflexión sobre los espacios sociales donde transcurre la vida de Gabriela.
Por un lado, vemos su actividad en el espacio público, básicamente en sus
tareas para la ftv y la subsecretaría de Tierra y Vivienda. También, sus
actividades en el barrio, para el centro de salud, para el comedor, con sus
ex compañeras y vecinas. Y por otro lado, su vida en el seno de la familia:
su casa, sus padres, sus hijos. Como bien señala Roberto Da Matta
(1979) estamos en presencia de dos dominios sociales básicos: la casa-
la rúa (la calle). El primero es el dominio de las relaciones jerárquicas,
62 Madres, mujeres y amantes

el universo controlado de las relaciones familiares y del parentesco; el


segundo, es el mundo público donde se da el movimiento, la novedad,
el dominio de la elección y la voluntad. Si bien es habitual relacionar la
rúa con lo público y la casa con lo privado -pensando la primera como
el espacio de los hombres y la segunda como el espacio de las mujeres-
consideramos que la oposición casa-rúa es menos dicotómica y permite
mostrar las interrelaciones y espacios intermedios, que la mera oposición
público-privado muchas veces ensombrece 10.
Si pensamos ambos dominios –casa y rúa– como extremos de un con-
tinuum, las actividades de Gabriela se despliegan principalmente en el
“barrio”, que es ese espacio que no es la casa pero tampoco es plena-
mente la rúa- y que podría ser situado en medio de ese continuum.
Lo importante de señalar estos dos dominios es que son distintos los
papeles sociales que los individuos desarrollan en cada uno de ellos. Aho-
ra bien, no podemos dejar de mencionar que los papeles que Gabriela
desempeña en la rúa y en el “barrio”, son posibles por lo que sucede
puertas adentro de su casa. Como dijimos más arriba, si ella no tuviera
quien le cuida a los hijos, no podría desarrollar con toda la libertad con
que lo hace, sus múltiples actividades en el mundo público. Como ya lo
señalaran las palabras de Gabriela durante el almuerzo de fin de año, la
participación en las políticas de salud, en actividades comunitarias, pro-
duce “cambios” en la vida de estas mujeres (lo que ella llama “cambios
internos”); también es cierto que esos “cambios internos” fueron posibles
gracias a ciertas condiciones en la vida familiar que habían propiciado la
participación en actividades comunitarias -por ejemplo, la presencia de
Rosa, la madre de Gabriela, en la casa, cuidando de sus hijos-. Es decir,
los papeles que Gabriela desarrolla en cada uno de los espacios sociales
por los que su vida transcurre, no pueden ser pensados aisladamente,
ya que esos espacios son permeables, se influyen unos a otros, y sobre
todo, son espacios físicos y simbólicos cuyos significados se transforman
a medida que ella los vive y dota de sentido.
Como en este capítulo nos hemos propuesto analizar la trayectoria de
Gabriela, creímos necesario mostrar cómo ella misma, en los diversos

10 Como plantea Hanna Arendt (1993), la división propuesta por Aristóteles entre
público-privado remite lo primero como lo político, el ámbito de la libertad y lo segundo
como lo familiar, el ámbito de las necesidades. Estas visiones sobre lo público se trans-
miten a la idea de esfera pública, que es todo aquello que no es lo doméstico y familiar.
Como bien señala Fraser (1997), la confusión principal derivada de esta idea es que lo
público así considerado remite a tres órdenes bien distintos: el Estado, la economía formal
–el mercado–, y los espacios del discurso público – aquí en el sentido más habermasiano
de esfera pública–. Algo similar se produce respecto a lo privado, donde se remite tanto a
la propiedad privada, los intereses privados -distintos del interés común-, y por otro lado,
lo privado como aquello relativo a la vida doméstica, íntima y familiar, incluyendo aquí
la vida sexual.
Capítulo 3. Los Amores de Gabriela. Participación 63

espacios sociales en los que transcurre su vida, articula sus diferentes


roles y papeles. Su mundo, su vida no son solamente su casa, ni tampoco
solamente la rúa sino la mutua interrelación e influencia de ambas. Por
eso creemos que la idea del continuum entre la casa y la rúa es más
apropiada que la mera esquematización entre lo público y lo privado,
que a su vez contiene otras serie de categorizaciones –como lo íntimo–
sobre las que trabajaremos a continuación.

La confidencia: trabajo de campo y emergencia de la intimidad como


dimensión de análisis.
Un día, tomando mate bajo la sombra de un frondoso árbol en el patio de
su casa, Gabriela me empezó a contar que quería separarse de su marido,
Emir, pero él no quería. Durante todo aquel verano –el verano después
del intento fallido de poner en marcha la fábrica de pastas y antes de
entrar a trabajar a la “subse” tal como llamaba a la subsecretaría de
Tierra y Vivienda– Gabriela había intentado convencerlo, pero él se
resistía: “me dice que se va a matar si lo dejo, pero qué se va a matar”
me decía entre risueña y angustiada. Al final, siguieron viviendo juntos,
“ya somos como hermanos” me decía ella, resignada. Durante ese tiempo,
Gabriela había adelgazado bastante y había gestionado por medio del
“Club de Leones” unos lentes de contacto por lo que pudo dejar de usar
los lentes comunes: “ahora sí veo” me dijo emocionada.
Al poco tiempo de que me contara que había intentado separarse,
íbamos caminando hacia la “salita” y ella iba al lado mío, mandando
“mensajitos” con su celular -ahora que usaba lentes de contacto, leía sin
problemas las palabras escritas en la pantallita del aparato-. Como el
aparatito no dejaba de sonar, un poco intrigada, le pregunté con quién
se mandaba tantos mensajes. Como respuesta, con un gesto un poco
pícaro en su mirada, me mostró un mensaje del teléfono, que decía “te
quiero ver”. Entonces, asombrada, le pregunté:

María: ¿quién te quiere ver? Gabriela: Mi “chico de humo” 11 . . . -

11 Después supe que “Mi chica de humo” es una canción del cantante melódico español
Emmanuel, que dice en una parte “Yo ya dejé atrás los veinte y ella probablemente, no
estamos para jugar no me va a transformar en crucigrama viviente. Ah, ah me entiende
me tantea ah, ah me enciende coquetea se evapora. Y yo qué sé ,dónde va, dónde vive y
todo está mal y siempre es igual y yo qué sé que no soy detective la paso fatal mi chica
de humo mi chica de humo” (el remarcado es nuestro)
64 Madres, mujeres y amantes

Con picardía, empezó a contarme que había entrado en un “Chat”


telefónico 12 y que por ese medio había comenzado a conocer “tipos”. En
ese momento, uno de ellos le mandaba un mensaje. Yo, un poco confun-
dida, le pregunté si sólo se mandaba mensajes y ella, muy resuelta, me
respondió que no, que se había visto con algunos y que el que le escribía
en ese momento, era su “amante”. Ya se había encontrado varias veces
con él: era un hombre de unos cuarenta años, que trabajaba de camione-
ro y era de la localidad de San Miguel. Por lo que Gabriela me contaba,
el hombre era muy gentil con ella y parecía muy enamorado. “¿Y vos?”
le pregunté, a lo que respondió que no, que “para qué”, que cómo se me
ocurría. Lo que a Gabriela le interesaba era divertirse, olvidarse de su
rutina, sentirse halagada. Veía a su “chico de humo” una o dos veces al
mes y el resto de tiempo, se escribía mensajitos de texto con él.
Pero “chico de humo” no era el único “amante” de Gabriela. A partir
de su confidencia, y dada la confianza que me había brindado, comen-
zamos a hablar de sus “amantes” y sus “salidas”. Gabriela me contaba
cómo había conocido al primero, cómo se “enganchaba” con ellos, cómo
eran los encuentros: “con uno, el de San Miguel, nos encontramos en
Once y caminamos y me invitó un café, con el otro, el de Florencio Va-
rela, directamente en el telo”. Yo no salía de mi asombro. Gabriela me
contaba que ella siempre les decía que era casada y tenía 4 hijos, pero
que la mayoría no le creía. Me contaba que algunos eran muy jóvenes
–uno de ellos era un soldado de apenas 22 años–, otros más grandes,
que ella aprovechaba los jueves, que era el día que había reuniones en la
ftv 13, para salir a sus encuentros ya que “siempre hay una excusa”.
En su casa, ni Emir, ni su madre sospechaban nada. Pero por las du-
das, ella había conseguido otro celular: tenía el celular “oficial” y otro
exclusivo para “el Chat”. Me contaba estas cosas cuando no estábamos
en su casa o, si allí estábamos, cuando sus hijos estaban en la escuela.
Si estábamos hablando de otra cosa, ella me decía “te tengo que contar
algo” y en un aparte, en tono más confidencial, me narraba sus “andan-
zas”. Una de esas veces, yo le dije “parecemos adolescentes” y ella me
dijo “y bueno, está bien, yo no tuve adolescencia”.

12 Este “Chat” consiste en enviar un mensaje a un número, con lo que uno ingresa en
un foro, donde pueden comunicarse con otras personas, recibir llamados y mensajes. Por
lo general, se usan seudónimos. Sólo basta para participar tener un teléfono celular con
servicio de mensaje de texto.
13 Es importante relacionar con el capítulo2, ya que esto sucede al mismo tiempo que
Coni está intentando sumar a Gabriela para su “proyecto de salud”; y Gabriela le dice que
le gustaría pero que no puede por el trabajo y porque justo las reuniones en el comedor
el Galponcito son los días jueves, día en el que ella viaja a Buenos Aires por la ftv, día
en que también se ve con sus amantes.
Capítulo 3. Los Amores de Gabriela. Participación 65

Desde su confidencia 14, Gabriela no dejó de contarme las “novedades”


de sus amoríos y lo que hacía en sus “salidas”, ya que además de en-
contrarse con los hombres del “Chat”, se había re encontrado con una
“vieja amiga”, Paula, que estaba separada, y con quien iba al bingo o a
bailar. Muchas de las cosas que ella me contaba en un principio a mí me
parecían un poco “íntimas”. ¿Cuáles eran estas cosas que yo consideraba
“íntimas”? Por ejemplo, que me dijera que siempre que se daba cita con
algún hombre del “Chat” llevaba preservativos en la cartera; que solía
poner la Plaza Once, en la capital, como lugar de encuentro, porque
tenía “calado un telo” 15 en la calle La Rioja; que con su “vieja amiga”
Paula había ido a ver un show de strippers a partir del cual me contó
en detalle cómo era el mecanismo por el cual los strippers se ataban el
pene para que “parezca que tienen más bulto”. ¿Por qué las consideraba
“íntimas”? ¿Qué había de “íntimo” en todo esto?
En principio, estas anécdotas de Gabriela me obligaban a reflexionar
sobre una esfera que yo, como investigadora, había denominado como
“íntima”. A primera vista, cabían dos posibilidades: para Gabriela lo que
me contaba no era íntimo y para mí sí -por lo cual se hacía necesario
pensar como se va configurando para cada persona el dominio de la
intimidad-; o, lo que Gabriela me contaba sí era “íntimo” para ella y
que lo compartiera conmigo tenía ciertos significados que era necesario
dilucidar. De ser esas cuestiones “íntimas” que ella compartía conmigo
significativas para mi análisis, me veía obligaba a reflexionar sobre lo
que Herzfeld (1997) ha denominado la Intimidad cultural. Ahora bien,
vayamos por partes.
El dominio de la intimidad puede ser pensado como un espacio in-
terno, individual o familiar, un espacio reservado de la mirada pública,
secreto o sujeto a discreción. En este sentido, la sexualidad en nuestras
sociedades, por su vinculación con la identidad personal –aspecto que
desde Freud se considera constitutivo de ésta– pertenece o se manifiesta
en el dominio de lo “íntimo” (Giddens, 1992). Ahora bien, esta defini-
ción contiene un elemento normativo, que establece de algún modo, una
serie de actividades que deben ubicarse en ese dominio, como sería el
caso de la sexualidad. Si Gabriela me contaba algo que ella no consi-
deraba “íntimo” y yo sí, quedaba de manifiesto cierta alteridad entre
ella y yo; y al mismo tiempo, quedaban en evidencia las limitaciones

14 Según el diccionario de la Real Academia Española “confidencia” es una revelación se-


creta, una noticia reservada, que implica confianza estrecha e íntima. Mendes de Miranda
(2005) distingue entre la “confidencia” voluntaria que espera el antropólogo -que supone
confianza, discreción y lealtad del oyente- y la “confesión” que espera el inquisidor –que
supone la declaración de un error, culpa o arrepentimiento–.
15 “Tener calado un telo” expresión que significa tener conocimiento de un hotel aloja-
miento o albergue transitorio.
66 Madres, mujeres y amantes

de una definición normativa que no puede dar cuenta de la diversidad


de connotaciones dadas a la intimidad. Dicha definición no considera la
variación de las representaciones colectivas en torno de lo “íntimo”, que
tal como el caso lo muestra, no podría ser considerado a priori como
un dominio social donde se desarrollan determinadas actividades –por
ejemplo, las sexuales–, sino como un espacio que se configura de manera
diferente para cada quién.
Ahora bien, es necesario mencionar que antes de que Gabriela me
contara de sus “amantes”, ella me había dicho que me consideraba su
“amiga” 16. Un tiempo después de declararme su amistad, me hizo la
confidencia. Como dijimos más arriba, ella me contaba de sus “andan-
zas”, en determinadas situaciones, podríamos decir, de privacidad entre
ella y yo. Justamente esas situaciones son las que le daban a lo que ella
me contaba el carácter de confidencia, de secreto; por lo que podemos
pensar que tanto ella como yo, considerábamos esa información como
“íntima”. Esto me obligaba a indagar sobre el significado que tenía que,
como informante, me contara algo “íntimo” y por qué esto resultaba
interesante para mi análisis.
En primer lugar, lo que la confidencia pone de relieve es la relación
de confianza que la hace posible. En este sentido, como señala Herzfeld
(1997), acceder a lo “íntimo” es el fruto de la perspectiva antropológica,
holista por excelencia, que gracias a su trabajo basado en la proximi-
dad, nos permiten acercarnos y obtener este tipo de datos que, si bien
pueden ser considerados a primera vista como meramente anecdóticos,
se vuelven centrales a la hora de entender determinados aspectos de las
identidades de las personas con las que el antropólogo trabaja. Al resca-
tar la importancia de la Intimidad cultural, Herzfeld (1997) plantea que
los cambios que ocurren en esta esfera de lo social pueden producir trans-
formaciones sugestivas en las formas culturales de un pueblo-nación. Vol-
viendo a nuestro caso, lo que Gabriela me contaba de su vida, iluminaba
de modo distinto todas las otras cosas que yo sabía de ella: las relacio-
nes con sus pares, con su familia, su experiencia en la ftv, su pasado
de “promotora”, su participación en las políticas públicas de salud.
Por último, una reflexión sobre las condiciones de posibilidad de la
intimidad. Cabe preguntarse cómo Gabriela, a partir de su experiencia
comunitaria, de su participación en políticas públicas y de los “cambios
internos” producidos de algún modo gracias a estas vivencias, comien-
za a gozar de una esfera “íntima”. Esto es, pensar que este conjunto
16 Al hablarme de sus amigas, dijo, “salvo Paula y vos, todas mis amigas viven acá cerca,
en el barrio”. Quizá por esto, más allá de que ella sabía que lo que me contaba yo podía
“utilizarlo” para mi investigación, hablé con Gabriela sobre el hecho de hacer materia de
análisis estas cuestiones de sus amantes y ella no tuvo inconvenientes –con la salvedad,
claro está, de que ya estaba pautado que no serían utilizados los nombres verdaderos–.
Capítulo 3. Los Amores de Gabriela. Participación 67

de experiencias contribuyen, subjetiva pero también prácticamente, a


la emergencia de ese espacio de intimidad y autonomía, donde Gabrie-
la despliega su sexualidad. Siguiendo con esta idea, es posible plantear
a la intimidad como una especie de privilegio; y en este sentido es in-
teresante el planteo de Giddens, quien sostiene que “en la actualidad,
la intimidad no debe ser entendida como un espacio interaccional sino
como un conjunto de prerrogativas y responsabilidades que establecen
agendas de actividad práctica” (1992: 172). Así, el autor va mostrar la
importancia de los derechos (y la lucha de las mujeres por éstos) como
medios de lograr la intimidad. Lo cual le hará decir que es posible pensar
a la intimidad como una promesa de democracia, donde la democracia
estaría dada por la posibilidad de establecer relaciones libres e iguales,
basadas en la idea de la autonomía.

“La salud reproductiva por un lado y salud sexual por el otro”: el


camino hacia una sexualidad plástica.
Como veníamos diciendo, lo que Gabriela me contaba, eso que a mí me
resultaba “íntimo”, tenía que ver con el ejercicio de su sexualidad. Por
lo tanto, me parece importante resaltar cómo este término empieza a
aparecer en los discursos de mis informantes como un término específi-
co, ligado a un campo de prácticas pero también asociado a un campo
de saber. Así, cuando Gabriela y sus compañeras me contaban de los
“talleres” en los que habían participado en la época en que se formaban
como “promotoras” con las militantes de la uma, hacían referencia a un
“taller sobre sexualidad” que habían realizado con una médica sexóloga
-y militante feminista- y gracias a quien habían aprendido qué era el
orgasmo. En ése y sucesivos talleres, las “promotoras” habían trabajado
sobre la distinción entre “salud reproductiva” y “salud sexual”, por lo
que cada vez que se hacía referencia a la “salud sexual y reproductiva”
como un todo, Gabriela aclaraba, como repitiendo una lección:

“salud reproductiva por un lado y salud sexual por el otro. La salud


reproductiva es más que nada embarazo y contracepción . . . nosotras
de eso sabíamos algunas cosas, aunque no las poníamos mucho en
práctica –risas– . . . si no, no tendríamos tantos chicos, por lo me-
nos yo. Pero eso era antes. Y la salud sexual, ahí sí, nos dábamos
cuenta que la mayoría no sabía nada, siempre el sexo era algo malo,
traumático, que no se disfrutaba, algo que había que dar, aunque no
quisieras.”
68 Madres, mujeres y amantes

En esta distinción que marca Gabriela, comenzamos a ver cómo la


sexualidad, empieza a aparecer como algo autónomo, diferente de la re-
producción. En este sentido es interesante transcribir una nota de campo,
realizada en los comienzos de mi investigación, donde apunto una charla
que mantuvimos con algunas de las entonces “promotoras”, momentos
antes de comenzar en el centro de salud, la reunión semanal del grupo:

“Vanina, Gabriela y Clara, me cuentan de los talleres que hacían en


la época en que Estrella organizaba las capacitaciones. Vanina dice:
“a base de eso aprendimos muchas cosas que antes no sabíamos”.
Y Clara, agrega “por ejemplo, a quedar embarazadas cuando una
quiere” Yo les pregunto entonces si eso no lo sabían y Clara, tímida
como siempre, me responde: “No, o si lo sabés, es de tu casa, y no lo
hablás. No tenés un consejo de saber si está bien o está mal. Cuando
empezás a saber de esas cosas, querés saber cada vez más y más” Ahí
la interrumpe Gabriela, que con un tonito ambiguo, me dice: “como
que empezás a tomarle el gustito, querés saber más y más” Esto
último dicho haciéndose la gata. Clara añade con una media sonrisa
–nunca sonríe del todo– “Además, imaginate, nos dieron a elegir
entre esto o criar gallinas ponedoras, obvio que íbamos a preferir
saber de esto” Vanina, que todavía se reía de lo que había dicho
Gabriela, dice: “yo pienso que la mujer tiene que ser libre con lo
sexual, como el hombre puede ser libre y hace y deshace, por que
claro, como no se embaraza . . . pero la mujer tampoco se tiene que
embarazar sí o sí” Como casi siempre, Vanina se enreda un poco con
sus palabras. “Bueno, ahí tenés -agrega Gabriela- eso es algo que
nosotras no sabíamos, yo por lo menos, si no, no tendría 4 pibes.
Ahora lo sé”

Desde los inicios del trabajo de campo, vemos el impacto de las ca-
pacitaciones recibidas en las vidas de estas mujeres. En esa instancia
temprana, ya podíamos observar un importante nivel de reflexividad so-
bre la relación entre los contenidos de las capacitaciones y sus propias
vivencias. La distinción entre “lo sexual” y “lo reproductivo”, no sólo
aparece como algo que han aprendido, sino como una dimensión que
empieza a tener influencia en sus vidas, sus conductas reproductivas,
sus deseos, como el que expresa Vanina al decir que “la mujer tiene que
ser libre con lo sexual” o “la mujer tampoco se tiene que embarazar sí o
sí”.
De algún modo, la autonomía de lo sexual respecto a lo biológico se
reproduce todavía hoy en algunos debates. Heilborn y Brandão (1999)
los sistematizan en dos grandes corrientes: la esencialista, que concibe a
la sexualidad como un mecanismo fisiológico para la reproducción de la
Capítulo 3. Los Amores de Gabriela. Participación 69

especie, basado en la idea del instinto sexual -o en su versión más psi-


cologista, de pulsión psíquica-; y la visión constructivista, que refuta la
universalidad de la idea de instinto sexual, buscando indagar en las for-
mas culturalmente específicas en que la sexualidad se manifiesta. Como
bien ha señalado Héritier (2007) la posibilidad de pensar en la sexualidad
como algo específico, culturalmente modulado, pero sobre todo, autóno-
mo de la reproducción, está estrechamente vinculado con la aparición de
la anticoncepción. Así, podemos hacer un paralelismo, considerando que
en Gabriela y sus compañeras, la aparición de una idea de sexualidad
autónoma de la reproducción, comienza a emerger con la posibilidad
efectiva de saber, optar y utilizar los métodos anticonceptivos.
Entonces, lo que nos interesa es resaltar qué significados va adqui-
riendo “la salud sexual” para estas mujeres –en especial, en Gabriela–
y cómo se vinculan dichos significados con su identidad. Lo más impor-
tante aquí es ver cómo se empieza a pensar la sexualidad como algo
ligado al placer, o por lo menos, que debiera vincularse al placer y la
autonomía. En ese sentido, podemos plantear que a partir de las ca-
pacitaciones recibidas y la posibilidad efectiva de usar anticonceptivos,
Gabriela comienza a percibir la posibilidad de vivir una sexualidad plás-
tica, un concepto pensado por Giddens (1992) quien afirma que “está
separada de su integración ancestral con la reproducción, el parentesco
y las generaciones . . . ” (1992: 35).
Así, gracias a la anticoncepción, la sexualidad se hace maleable. En el
caso de las mujeres, la anticoncepción es un avance más que significativo,
íntimamente relacionado con la posibilidad de la liberación y la autono-
mía. “Yo pienso que la mujer tiene que ser libre” dice Vanina en mi nota
de campo y más de una vez, tanto Gabriela como sus compañeras seña-
laban que ellas, a partir de ser “promotoras”, no habían vuelto a quedar
embarazadas; es decir, habían conseguido un espacio de libertad, por lo
menos en lo relativo al control de su propio cuerpo. Podemos decir que
este espacio es el que genera algunas de las condiciones para el ejercicio
efectivo de una sexualidad que sea deseada y placentera. Sobre estas
condiciones se inscriben las otras –espacios, tiempo, “excusas”– que tal
como veíamos en el caso de Gabriela, posibilitan la emergencia de un
espacio de intimidad donde ejercer dicha sexualidad plástica.
Ahora es el momento de ver cómo estos cambios en la vivencia de la
sexualidad de Gabriela, pueden ser relacionados con su participación en
políticas de salud, lo cual nos permitirá acercarnos a una comprensión
crítica de las políticas de participación social destinadas a mujeres.
70 Madres, mujeres y amantes

Intimidad y Políticas Públicas: otra mirada al empoderamiento.


Decíamos más arriba que con la idea de intimidad cultural, Herzfeld
(1997) muestra cómo esas cosas que “sólo deben ser habladas al interior
de la casa” 17, justamente por ser consideradas el reverso de lo oficial, de
lo público, también nos permiten comprenderlo. Siguiendo con esta idea,
podemos pensar que conocer la intimidad de Gabriela, no sólo tornaba
relevantes ciertas cuestiones -como la complicidad del estar “entre mu-
jeres”, la picardía de ciertos comentarios- sino que iluminaba de modo
muy distinto las otras esferas de su vida, y sobre todo, su experiencia
como “promotora” de salud. Lo que quiero plantear aquí entonces es
que, luego de que el campo me llevara a saber sobre su intimidad, podía
volver sobre mi interés originario -que era la participación en políticas
y el empoderamiento- pero con una información que me obligaba a re-
pensarlo.
Hay una retórica de las políticas públicas que establece una relación
casi automática entre participación comunitariay empoderamiento y que
yo, a priori, compartía. Con estas ideas en la cabeza, me acerqué al grupo
de mujeres de Península que, por participar en proyectos comunitarios
-es decir, por ser “promotoras”- “debían ser” mujeres “empoderadas”.
Esta visión se asocia al paradigma de políticas denominado “la mujer
en el desarrollo” (León, 1997) según el cual, un modo de alcanzar el
desarrollo es hacer que las mujeres “pobres” adquieran un mayor con-
trol de los recursos, tanto a nivel individual como colectivo. Sin embargo,
como bien señalan algunas autoras feministas (Moser, 1993; Molyneux,
2001), tener mayor control de los recursos no siempre implica verdadero
empoderamiento. En la perspectiva de estas autoras, un verdadero em-
poderamiento significaría “una transformación de las estructuras de la
subordinación de las mujeres” (Moser, 1993).
Ahora bien, si las políticas públicas que fomentan la participación
social -como era el caso del programa “Redes” en el que Gabriela había
participado- aspiran a “empoderar” a los sujetos, Gabriela puede ser
pensada como una mujer “empoderada”. Aunque si ello implica “una
transformación de las estructuras de la subordinación de las mujeres” la
misma afirmación debe ser puesta en suspenso.
Cuando una mujer se empodera y “cruza el umbral del hogar” (Batli-
wala, 1997) comienza, conflictivamente, este proceso de desafío a las
estructuras de subordinación, proceso que no significa siempre, ni de
modo acabado, un cambio en las relaciones de poder existentes en el
sistema de género. En el caso concreto que nos toca analizar, es claro

17 “Ta en iko mi en dhimo” es la expresión nativa en griego que quiere decir, según
Herzfeld, los asuntos domésticos que no deben exponerse en la esfera pública.
Capítulo 3. Los Amores de Gabriela. Participación 71

que Gabriela vive un proceso de reafirmación del control de su cuerpo


y su sexualidad, íntimamente vinculado con haber “cruzado el umbral
del hogar”. Pero, al mismo tiempo, cuando intenta separarse de Emir -el
marido- choca con su negativa y termina resignándose a convivir con él
“porque ya somos como hermanos”. ¿Es una mujer menos “empodera-
da” por esto? Pensar el empoderamiento como un proceso, implica tener
en cuenta los conflictos a los que da lugar, conflictos que no siempre se
resuelven, y que son parte constitutiva del mismo.
A pesar de “no poder separarse”, o decidiendo no hacerlo, lo cierto
es que Gabriela puede vivir una sexualidad por fuera del espacio do-
méstico, por fuera de lo reproductivo, una sexualidad, como ya dijimos
más arriba, plástica, que transforma el modo en que ella se reconoce a
sí misma. Al mismo tiempo, tener “amantes” puede ser pensado como
un desafío a esas estructuras de subordinación, o por lo menos, al rol
exclusivamente doméstico y maternal con el que es visualizada en tanto
destinataria y “promotora” de salud, pero ¿cómo lo significa ella misma?
¿se siente una mujer “empoderada”?
Lo que el análisis de la trayectoria de Gabriela por ahora nos permite
afirmar es que ella sentía que algo había ganado en este proceso: su
experiencia –en las políticas de salud, en las actividades de la ftv–
le habían brindado acceso a otros espacios y relaciones; y éstos habían
provocado “cambios” en su vida que ella valoraba positivamente. En este
sentido, al principio de este capítulo la escuchamos decir “Lo mejor que
podés hacer es juntarte con otras personas, escuchar sus experiencias de
vida, aprender a respetar lo que piensa el otro y eso te abre un camino:
no hay que encerrarse. Hay que encontrar un espacio . . . y tener una
cabeza más feminista” Y en otro momento, la oímos afirmar de modo
contundente que “Ninguna volvió a quedar embarazada desde que nos
hicimos “promotoras”.
Nada de esto debe hacernos pensar que el hecho de que Gabriela
tuviera “amantes” sólo se explica por haber sido “promotora” –por
eso volveremos a analizar su trayectoria en comparación con la de sus
compañeras–; pero sí evidentemente, tiene algo que ver. Lo que nos pare-
ce importante es la posibilidad de relacionar su participación en políticas
públicas, en su caso puntual, como “promotora” de salud, con la viven-
cia de su sexualidad, viendo cómo una destinataria de las políticas de
salud, logra articular ese rol con otros. Y así mostrar cómo es posible
pensar que mujeres como Gabriela, interpeladas sólo como “madres”, que
participan en políticas públicas de salud, resignifican esa participación,
72 Madres, mujeres y amantes

dando lugar a vivencias que pueden ser consideradas como resultados


“inesperados” de la misma 18.
Es decir, es necesario no sólo ver las condiciones concretas en que el
empoderamiento se manifiesta, sino también considerar que la persona
que vive ese proceso articula, negocia, presenta y representa situacio-
nalmente, los recursos ganados en el mismo. Y, más importante aún,
resignifica el “componente empoderamiento” de la política, actualizán-
dolo de manera específica. A continuación, intentaremos ver cómo se
manifiesta este proceso en la vida cotidiana de Gabriela, en la vivencia
de sus múltiples roles, de las relaciones familiares y sociales que entre-
tejen dicho cotidiano.

Los límites del empoderamiento: diversidad de trayectorias indivi-


duales dentro del grupo de “promotoras”.
Decíamos más arriba que no es posible pensar que, por el sólo hecho
de haber sido “promotora”, se explique que Gabriela tuviera amantes
y desarrollara una sexualidad plástica que resignifica sus diversos roles
-entre ellos, el de madre-. Para comprender la singularidad de su expe-
riencia, es el momento de compararla con la de sus otras compañeras
del grupo de “promotoras”, para volver a insertar a Gabriela en su red
de relaciones y ver cómo ella se reconoce y es reconocida por sus pares.
El grupo de “promotoras” estaba formado -además de Gabriela- por
Coni, Vanina, Clara, Marcela, Nori, Poli y Lali. Cuando el proyecto
de “promotoras” se desarticuló, algunas de ellas siguieron desarrollan-
do actividades en la “comunidad”. Así, Nori y Poli, se dedicaron a las
actividades de la iglesia evangélica de la comunidad toba del barrio Pe-
nínsula; Nori más dedicada a la iglesia en sí –que funcionaba en su propia
casa– y Poli, colaborando en un comedor comunitario sostenido por los
feligreses. Marcela trabajó un tiempo como empleada doméstica, pero
luego, quedó embarazada de su segundo hijo y como no tenía quién se
lo cuidara, dejó el trabajo. Siguió percibiendo un Plan Jefes y debido
a eso, y a su amistad con Gabriela, participaba a veces de reuniones
convocadas por ella, sobre todo, en las de las viviendas, ya que Marcela
necesitaba ampliaciones en su casa. Lali también siguió percibiendo el
Plan y no se puso a buscar trabajo. A instancias de Gabriela, asistió a
algunas reuniones y se sumó, en un primer momento, al nuevo “proyecto

18 Esta resignificación no implica necesariamente tener amantes. Pero sin duda, tenerlos,
es una manera muy singular de resignificar esa participación, singularidad que vuelve más
inesperados aún, esos “resultados inesperados”.
Capítulo 3. Los Amores de Gabriela. Participación 73

de salud” organizado por Coni en el marco del comedor “El Galponci-


to”, pero seguió básicamente dedicada al cuidado de sus tres hijos. Sobre
Coni ya nos detuvimos en el capítulo 2.
Ahora nos enfocaremos en los casos de Vanina y Clara, ya que ambas
demostraron mucho “compromiso” durante la experiencia de promoción
de salud, intentaron seguir colaborando con los sucesivos proyectos de
Gabriela y Coni, pero dadas sus situaciones familiares, debieron limitar
su participación. Así, sus casos también pueden ayudarnos a comprender
los límites y conflictos de un proceso de empoderamiento.
Cuando Vanesa empezó a participar del proyecto de “promotoras”,
tenía tres hijas y estaba casada con Daniel. Como ya mencionamos,
Daniel era una persona violenta y las otras mujeres siempre comentaban
que “maltrataba” a su esposa. Lo cierto es que, como ella mismo lo
expresa, se había acostumbrado a estar un poco vigilada y no salir más
que “a lo de la suegra”, hasta que se encontró “con las chicas” y algunas
cosas empezaron a cambiar. Y una de las cosas que cambiaron fue que
ella comenzó a plantear que si no quería “tener relaciones”, o si quería
tener un “trabajo afuera”, Daniel debía respetar su decisión. Un poco
por los talleres y capacitaciones, otro poco por el espacio ganado con sus
compañeras, Vanina empezó a cuestionar algunas aristas de su relación
con Daniel, pero eso no hizo más que aumentar el conflicto al interior de
la pareja. Para su esposo “esas ideas” que tenía en la cabeza Vanina eran
producto de la influencia de sus “nuevas amigas” –entre ellas, Gabriela–.
Vanina oscilaba en sus intentos de separase y volver con su marido, que
al mismo tiempo que la “maltrataba”, le hacía grandes escenas de amor
–un día me contaron que le mandó un tema “de amor” a la radio, por
ejemplo–. Y esas oscilaciones se manifestaban en su comportamiento:
Vanina era la que más alusiones sexuales hacía en sus comentarios, era
pícara y hablaba y se reía mucho, pero -según me habían dicho sus
compañeras- también se deprimía mucho y cuando estaba sola, comía
en abundancia y estaba teniendo importantes problemas de salud debido
a su sobrepeso. Mientras tanto, Daniel insistió tanto en culpabilizar a
las compañeras de su mujer por “las ideas que tiene en la cabeza” que
luego de un tiempo, decidió que su familia se mudase a otra localidad,
bastante lejana del barrio. Así, en los hechos, Vanina, volvió a quedar
aislada, sin sus compañeras, sin su actividad, encerrada virtualmente en
la casa con sus hijas, en un sitio donde no conocía a nadie y ni siquiera
tenía con quién “tomar unos mates”. Algunas de las chicas, entre ellas
Coni, fueron a visitarla algunas veces, pero el viaje en tren demandaba
mucho tiempo y esas visitas se fueron espaciando. Fue en ese momento
de aislamiento que Vanina volvió a quedar embarazada por cuarta vez.
Según me comentó Coni, ella no estaba contenta por su nuevo embarazo,
74 Madres, mujeres y amantes

debido principalmente a que le habían dicho que era una nena y ella ya
tenía tres nenas y deseaba un varón.
De alguna manera, el caso de Vanina nos muestra con mayor dra-
matismo los conflictos familiares e íntimos a los que la participación en
políticas da lugar; aunque en este caso, en oposición al de Gabriela, los
resultados a largo plazo no beneficiaron a Vanina, sino todo lo contrario.
Podemos arriesgar que su incipiente empoderamiento quedó bruscamen-
te truncado y que la mudanza a otra localidad, significó una especie de
disciplinamiento de parte de su marido, Daniel.
A Clara dejé de verla bastante tiempo ya que, según me habían conta-
do, uno de sus hijos tuvo un problema de salud y debió ser operado, por
lo que ella le dedicaba todo su tiempo. Sin embargo, cuando Coni quiso
reactivar el grupo desde el comedor de “El Galponcito”, Clara reapare-
ció y si bien era habitual en ella cierto pesimismo, parecía motivada con
la nueva propuesta. Pudimos hablar después de una charla organizada
en el comedor. En esa oportunidad, me contó que en el tiempo en que
yo había dejado de verla había tenido una nena, su cuarta hija, que se
llamaba Bárbara. “Me dijeron que tenía un problema en un ovario, por-
que no me venía, no me venía y me mandan a hacer una ecografía y ahí
me entero que estaba embarazada” me cuenta en voz baja. “Parece que
no hubiera sido promotora” me dice con un suspiro, que interpreté como
de resignación, ya que Coni me había dicho que al quedar embarazada,
Clara estaba intentando separarse y que, por eso, el marido “dudaba”
de la paternidad de su bebé.
Este comentario me hizo recordar algunos dichos de Gabriela sobre
casos similares: por ejemplo, sobre la hermana de su cuñada, cuya pare-
ja no quería “reconocerle” a uno de los hijos. Ese comentario no había
sido el único, por lo que -sumado al dato de las infidelidades de Gabriela-
comencé a preguntarme si la existencia de esta “sospecha” algo generali-
zada tendría que ver con que Gabriela no era la única que tenía “aman-
tes”. Si bien no me animaba a preguntar, sí pude saber qué opinaba ella
al respecto. En concreto, le pregunté si las dudas sobre la paternidad
–de la hija de Clara, del hijo de la hermana de la cuñada– se debían a
que estas mujeres habían sido infieles y me dijo que no sabía, pero “que
los tipos siempre sospechan”.
Esta “sospecha instalada”, en palabras de Gabriela, era bastante fre-
cuente, y en ese sentido me dijo que “si el adn fuera gratis, todos lo
harían” 19, “es como si para ellos, todas las mujeres fuéramos unas pu-
tas”. Este comentario tomó mayor relevancia cuando, en una entrevista

19 Para la cuestión de la prueba de adn y su impacto en las relaciones de género y


los modos de asunción de la paternidad, es interesante el artículo de Claudia Fonseca
(2005a).
Capítulo 3. Los Amores de Gabriela. Participación 75

con la psicóloga del centro de salud, la profesional expresó que: “a mí


me da la sensación que las familias están formadas por las mujeres, que
los hombres van y vienen, y ellas dicen mucho esto de que cuando están
fuera de la casa o ante cualquier motivo de bronca o enojo, las acusan
de putas”.
Fue así que la idea de ser una “puta” comenzó a parecerme sugerente
para entender cierta dimensión de la moralidad entre la gente de este
barrio. Así, si el barrio puede pensarse como una comunidad en tanto
que “fondo común de conocimiento compartido sobre todos sus miem-
bros, hecho de reputaciones [ . . . ]” (Frederic, 2005: 318) 20 , me interesaba
indagar sobre lo que podían pensar las otras mujeres sobre Gabriela, si
la consideraban una “puta” o no. Pero me enfrentaba a la cuestión de no
poder andar preguntando, porque no sabía quiénes estaban al tanto de
sus aventuras y porque “estas cosas” no son las que la gente acostumbra
a preguntar. Quienes sabían de los “amores” de Gabriela eran Coni, que
no lo reprobaba – sino que se reía mucho de “las andanzas de la Gabi”–
y una “vecina”, Pamela, que había formado parte del comedor “Umita”
y que era la gran “compinche” de Gabriela en sus salidas.
Y Gabriela, ¿se consideraba a sí misma una “puta”? Ella me explicaba
que a veces su marido, Emir, le decía que tal o cual “era una puta”, y
que a veces, le había llegado a sugerir que Paula –una de sus amigas,
que se había separado– era “medio puta”. Para Emir, “putas” eran las
que no tenían una pareja estable y se vestían muy “provocativas”, “como
gatos”, demostrando por su apariencia que estaban “de levante”. Cuando
Gabriela me explicaba todo esto, hizo referencia a una mujer del barrio
que yo no conocía y que, según se decía, “era gato” (queriendo decir con
esto que se prostituía). Y como era su costumbre, terminó diciéndome
con humor “como decimos con Pame, nosotras no somos putas, somos
mujeres de hogar . . . o garcha aquí o garcha allá” 21.

“Ser una puta o ser una señora”:


Al mismo tiempo que se encuentra con sus “amantes”, Gabriela continúa
con sus actividades, participando de la ftv y ocupándose de sus hijos.
Desde su punto de vista, resuelve satisfactoriamente la situación ya que
20 En ese mismo artículo, la autora propone que “es necesario pensar a la comunidad más
como una superposición de imágenes que refieren a estereotipos que los actores esgrimen
en su cotidianeidad, y que en la medida en que coinciden entre sí producen el efecto de
hacerlos sentir parte de una comunidad [ . . . ]” (Frederic, 2005: 319). Si bien, en la mayor
parte de la tesis, se hizo referencia a “comunidad” como categoría nativa, cuando nos
referimos al barrio como una comunidad hacemos referencia a la conceptualización que
hace Sabina Frederic en el párrafo citado.
21 “Garchar”: en este uso, forma coloquial de referirse al hecho de tener sexo.
76 Madres, mujeres y amantes

no tiene los problemas que tienen otras de las mujeres que conoce: puede,
a diferencia de Vanina, de Marcela y de otras, desarrollar sus tareas fuera
del hogar porque cuenta con la ayuda de su madre, que le cuida a los
hijos; no sufre, a diferencia de otras mujeres del barrio, de los “celos”,
la vigilancia de su marido ni de la “sospecha”. A los ojos de los demás,
Gabriela no es una “puta”. Sin embargo, esta preocupación por ser o no
ser una “puta”, o más bien, por ser o no ser acusada de tal, Gabriela me
la manifiesta como preocupación acerca de una de sus hijas -que estaba
entrando en la adolescencia-.
Un día, viajábamos a la Capital Federal para un acto que se organi-
zaba en homenaje a los 55 años de la muerte de Eva Perón. Gabriela
iba por la ftv –que organizaba el acto– y lucía muy orgullosa el chaleco
amarillo que la identificaba con dicho movimiento. Íbamos sentadas jun-
tas en el colectivo, viajando por la autopista; en el colectivo sonaba muy
fuerte desde la radio una cumbia que relataba el caso de una joven que
había sido violada: el cantante contaba que la chica víctima de la viola-
ción “usaba polleritas muy cortas, la pobrecita”. A raíz de esto, Gabriela
empezó a contarme que conocía la canción, porque sus hijas escuchaban
este tipo de cumbias, aunque a ella no le gustara que lo hicieran. Los
temas de este tipo de canciones le parecían poco apropiadas para sus
hijas, porque “son unas nenas”, pero al mismo tiempo, me confió con
preocupación que ella sabía que iba a “tener que tener mucho cuidado”
con Sofía, la más chica, de once años. “Yo ya la veo, los pantalones le
quedan bárbaros, no tiene cuerpo de nena y cómo se mueve . . . me parece
que me salió medio putita, todavía es chica, pero en unos años más . . . ”
No pude evitar preguntarle a qué se refería con “medio putita” y me
dijo que ella veía que, si bien era chica y todavía muy inocente “es muy
sensual” y que por eso mismo, trataba de explicarle lo mejor que podía
“las cosas”.
Gabriela, que había tenido su primer hijo a los 16 años, y ahora, con
32, tenía diversos “amantes” con los que mantenía relaciones ocasiona-
les, me contaba todo esto con una preocupación sincera. Sabía bien que
una cosa era “su experiencia” y otra muy distinta, lo que debía trans-
mitirle a su hija y deseaba para ella. Sin que yo se lo dijera, esta idea
estaba presente en su razonamiento porque luego me aclaró que “yo no
quiero que se apure, que haga cada cosa a su tiempo, no como yo”. Ella,
como mujer, tenía sus “amantes”, sus salidas, su espacio propio, donde
mezclaba las actividades laborales con las amorosas. Pero lo que organi-
zaba su vida era el bienestar de sus cuatro hijos, ellos eran lo prioritario.
Como su mundo doméstico estaba en orden, ella podía disfrutar de las
otras cosas para las que antes, en su adolescencia, “en el momento ade-
cuado”, no había tenido tiempo. Si alguno de sus hijos la necesitaba,
Capítulo 3. Los Amores de Gabriela. Participación 77

la “madre” se imponía sobre la “mujer” 22: el mismo día del acto que
narramos, estábamos paradas en el barrio, esperando a unas vecinas a
las que Gabriela había convocado para ir; al verlas llegar con unos nenes
pequeños y un bebé, les dijo “mirá, hace frío y esto va a terminar un
poco tarde, quedate, no te hagas problema” para luego decirme a mí
“vienen porque como tiene el plan, se siente en la obligación, pero yo
no las voy a obligar a ir con los nenes, con el frío que hace . . . ayer por
ejemplo, Fabiancito estuvo con una tos, si seguía así yo hoy no venía”.
Como decíamos más arriba, estos comentarios de Gabriela abonan la
idea de que la honra femenina está vinculada en un nivel importante
con la aptitud de ser una “buena madre” y cuidar bien a los hijos.
Unas semanas después, Gabriela me mostraba orgullosa el dvd que
sus hijos le habían regalado para el cumpleaños; estaba orgullosa de que
tuvieran un dvd y como era invierno, me decía “ahora los tengo a todos
acá –señalando la cama– los cuatro tiraditos viendo películas”. Un rato
antes, esa madre orgullosa de los cuatro hijos, me había contado una
de sus últimas conquistas amorosas. Por eso, sonriente y aludiendo a
mi complicidad, dijo “tengo una tía que dice, la mujer en la cama tiene
que ser una puta y para afuera, una señora . . . yo soy más o menos al
revés, afuera soy medio puta, pero acá adentro, soy una señora.” Luego,
reflexionando sobre su frase, agregó “bah, qué se yo, lo que pasa que es
así: o te ven en tu casa, toda una señora, o te ven como una puta, no
tienen término medio”.
De algún modo, su noción sobre qué es ser una “puta”, manifiesto
sobre todo en el temor a que su hija lo sea, deja entrever los límites de ese
proceso de desafío a los modelos vigentes de género que planteábamos
más arriba al reflexionar sobre los alcances de su propio proceso de
empoderamiento. Es decir, con el control de su cuerpo y su sexualidad,
en las relaciones con sus “amantes”, Gabriela desafía ciertas relaciones
del orden patriarcal; pero, al mismo tiempo, conciente de lo conflictivo
que esto puede ser -en el caso extremo de la canción que escuchábamos,

22 En estos casos, usamos las comillas para diferenciar los sentidos divergentes que tienen
para Gabriela estas dos facetas de su identidad: la “mujer” Gabriela es la que trabaja
para la ftv, viaja a la capital, sale con “tipos del chat”, mientras que la “madre” Gabriela
es la que se preocupa por sus hijas y que deja a su prole al cuidado de su propia madre,
Rosa.
78 Madres, mujeres y amantes

puede implicar una violación 23–, limita ese desafío a ciertas esferas de
su vida, reproduciendo en otras los modelos vigentes de género –siendo
una madre preocupada por sus hijos y que quiere que sus hijas “hagan
cada cosa a su tiempo” -.
Así, hemos visto que, reconstruir la trayectoria de Gabriela inserta en
su red de relaciones cotidianas, permite acercarnos al modo particular en
que una mujer que, en algún sentido podemos considerar “empoderada”,
busca y articula entre el “ser madre”, “ser una señora” y “ser una puta”,
su propio “término medio”.
En síntesis, los amores 24de Gabriela nos permitieron ver el modo pro-
blemático en que una mujer articula sus diversos roles; así, “madre”,
“mujer” y “puta” son las categorías que ponen en acto dicha articu-
lación, categorías que deben ser entendidas desde el modo en que los
actores las significan. A partir del estudio de la trayectoria de Gabrie-
la, del análisis de su “intimidad”, pudimos empezar a pensar que las
mujeres, interpeladas básicamente como madres por las políticas de sa-
lud, performan y actualizan ese rol ante los agentes estatales, al mismo
tiempo que desarrollan en sus vidas cotidianas, otros roles, relaciones e
identidades.

23 En la canción se asocia la idea de violación con disciplinamiento. Rita Segato (2003) a


partir de entrevistas realizadas a hombres condenados por agresiones sexuales a mujeres,
plantea que, desde el punto de vista de los “violadores”, la “violación” puede ser vista
como un disciplinamiento dado a algunas mujeres por salirse de su lugar subordinado;
y como un mandato que expresa el precepto social de demostrar la virilidad, siendo que
“la entrega de la dádiva de lo femenino es la condición que hace posible el surgimiento de
lo masculino” (2003:40); así, el sujeto viola porque tiene que demostrar que tiene poder,
que “es hombre” y domina a la “mujer”.
24 ¿quiénes son los amores de Gabriela? Sus amantes, pero también sus hijos, sus
actividades . . .
Reflexiones Finales

“Often those who -in defiance of the vast indeterminacies of social life
–claim that their ethnography is comprehensive are the most hostile
to the inclusion of lengthy passages of narrative, informant exegesis,
and that they contemptuously dismiss as folklore in ethnographic
accounts. It is easy to be holistic when one has predetermined the
parameters of the “whole”.
Michael Herzfeld (1997:23).

Como bien señala Herzfeld en el epígrafe, es muy sencillo ser holista


cuando se determinó de antemano los parámetros del “todo”. Si algo
intentamos a lo largo la investigación fue no predeterminar ese “todo”;
lo que hicimos, más bien, fue circunscribirnos a un problema de investi-
gación pero sin descartar el modo en que otras esferas de la vida de las
personas que conformaban nuestro campo, lo influían y condicionaban.
Así, si de lo que se trata es del análisis de las relaciones entre destina-
tarios y agentes estatales en la implementación de políticas de salud,
la perspectiva holista nos permitió ver en concreto cómo la vida “ínti-
ma”, privada, personal de una de esas destinatarias, nos permitía una
comprensión más rica de los modos en que las políticas se encarnan en
la vida cotidiana de los sujetos. Es decir, sin dejar de lado la intención
de dar cuenta del fenómeno y la dinámica estatal, trabajamos sobre la
sexualidad, la familia y las relaciones personales de los sujetos. Y éste
es uno de los principales aportes que el holismo etnográfico puede brin-
darle a un saber sobre el Estado, la administración y las políticas: una
comprensión más acabada sobre el funcionamiento de la maquinaria es-
tatal generado desde la mirada de los actores que viven, padecen, hacen,
estiman, manipulan, aprovechan y ponderan, a diario, el quehacer de ese
Estado.
En el capítulo 1 nos situamos en la gestión cotidiana de un centro de
salud, para describir su cotidiano como una instantánea. Allí vimos la
actuación de los agentes estatales en un momento preciso y analizamos
cómo interpretan y significan en las interacciones cara a cara con la
población, la categoría “madres”, que es el modo en que las políticas
definen a sus “destinatarias”.
A lo largo de todo el capítulo, pusimos de relieve las distintas for-
maciones profesionales, trayectorias individuales y laborales, como una
forma de comprender el modo en que estos agentes estatales implemen-
tan la política de salud. Pero también, mostramos la importancia de la

79
80 Madres, mujeres y amantes

sociabilidad de dichos agentes, por ejemplo, en la valoración que el di-


rector de la “salita” hace de la pediatra por tener “feeling” con la gente o
en el hecho de que las destinatarias preferían el modo en que Maricel les
entregaba las “pastillas” en lugar del modo en que lo hacía la “doctora”
Gálvez.
A través de la implementación de las políticas vimos cómo el Esta-
do delimita problemas, define poblaciones-objetivo, en síntesis, clasifica,
nombra y ordena el mundo. Sin embargo, esta tarea nunca es definitiva,
ya que ese Estado que nombra, está compuesto por agentes estatales que,
en su labor cotidiana, actualizan y reactualizan, significan y resignifican,
esos nombres y categorías.
En el capítulo 2, mostramos las relaciones de los agentes estatales y
de los destinatarios de las políticas, enfocándonos en el punto de vista
de éstos últimos, para lo cual, decidimos salir de la “salita” y hacer pie
en la vida cotidiana de estas personas. Centrándonos en el grupo de ex
“promotoras”, vimos la trascendencia de esta experiencia en sus vidas
a través de la categoría nativa del “compromiso”, lo cual nos permitió
acercarnos también a los modos en que problematizan la idea de “salud”
desde otras actividades y facetas de sus vidas cotidianas.
Seguir a una de las ex promotoras en un “nuevo proyecto de salud”
nos develó otras facetas de las relaciones con los agentes estatales del
centro de salud. A partir de una charla realizada con la médica en un
comedor comunitario, pudimos mostrar los diferentes modos en que las
destinatarias construyen espacios de sociabilidad “entre mujeres”. Estos
espacios entre pares nos mostraron la necesidad de pensar en los dife-
rentes modos de ser y estar “entre mujeres”, sumándole a la dimensión
de género otras dimensiones claves.
En el capítulo 3, nos enfocamos en la trayectoria de Gabriela, una de
las ex promotoras. A partir de su caso, comprendimos que la experiencia
de promoción de la salud -que a priori habíamos catalogado como un
proceso de empoderamiento- es un proceso conflictivo que se abre en la
vida de Gabriela a partir de su participación en políticas públicas. Este
proceso asume características singulares en las distintas trayectorias de
las ex promotoras, lo cual nos permitió distinguir entre lo que iguala a
Gabriela con sus compañeras y lo que la distingue y hace particular y
heurísticamente relevante, el análisis de su propia trayectoria.
El enfoque basado en una trayectoria y fundamentado en una mirada
etnográfica, nos mostró que lo que a primera vista puede ser considerado
como “íntimo” y por lo tanto, no vinculado con una investigación que
busca analizar las relaciones entre agentes estatales y destinatarios de
políticas de salud, es clave para darle otra mirada a esas mismas relacio-
nes. Es por eso que el impacto que tienen -en la identidad y la biografía
Reflexiones Finales 81

de las personas- algunas políticas pública, puede ser pensado como un


“resultado inesperado” de esas políticas.

Entre categorías nativas y categorías analíticas:


La investigación que dio lugar a este libro se basó en un trabajo etnográ-
fico que implicó observación participante en distintos períodos a lo largo
de tres años. Esto nos permitió conocer en profundidad las trayectorias y
puntos de vista de los actores del campo, lo que generó un conocimiento
microsociológico, contextualizado en tiempo y espacio, que sitúa las re-
laciones analizadas en una red de significados y relaciones más amplias.
Esas redes y relaciones dan sentido y hacen inteligible –no sólo para los
actores, sino también para el lector– muchos de los puntos de vista que
en antropología llamamos “sentidos nativos”.
Ahora bien, la etnografía no es sólo una metodología, sino también un
enfoque que se propone establecer un diálogo entre categorías nativas
–extraídas del trabajo de campo, como por ejemplo “compromiso”– y
las categorías analíticas –por ejemplo, empoderamiento– extraídas de
los interlocutores teóricos que inspiran las preguntas que dan cuerpo a
la investigación.
En nuestro caso y debido a las características de nuestro campo -el
centro de salud, sus profesionales y trabajadores, las mujeres promotoras,
el barrio, los planes sociales- pero también debido al tipo de preguntas
que nos hicimos –sobre los usos y sentidos de género presente en las
relaciones entre agentes estatales y destinatarias–, las categorías analíti-
cas utilizadas provinieron de distintas áreas del pensamiento social: los
estudios del género, la antropología médica y los estudios sociales de la
salud, la antropología y sociología del estado, entre otras.
A lo largo del libro describimos algunos de los ejes centrales de este
diálogo entre categorías analíticas y categorías nativas –por ejemplo, en
torno de los distintos significados del término “madre” o del término
“salud”–. Ahora quisiera sintetizar aquí algunos aportes que, más allá
de lo singular y sustantivo del caso concreto, nos posibilitan reformular
preguntas y líneas de análisis de esas áreas del pensamiento social.

Aportes para el estudio del Estado y las políticas:


La investigación realizada buscó mostrar los aportes que un estudio et-
nográfico de políticas estatales -en nuestro caso, de salud- es capaz de
realizar. Haciendo un balance de los trabajos que conforman este campo
de estudios, vimos que la antropología social -y en especial, la etnografía-
82 Madres, mujeres y amantes

permite generar un saber sobre el Estado que, haciendo eje en su diver-


sidad y pluralidad (Soprano, 2007), evita reificaciones que oscurecen su
comprensión. Al situarse en el plano de las múltiples agencias estatales,
en el plano concreto del quehacer de los agentes que las componen, en
sus lógicas y puntos de vista, la mirada de la antropología evita miradas
normativas.
Optando, entonces, por este punto de vista, accedimos a comprender
las políticas de salud tal como son consideradas por los agentes estatales
que las implementan en un centro de salud. Analizamos su implemen-
tación en el marco de las prácticas de los agentes, de los conflictos y
mediaciones por ellos operadas, sus diversos intereses; intentando no
evaluar ni las prácticas ni los resultados de las políticas como “éxito” o
“fracaso”, según lo establecía la letra de los programas. Por ello, llega-
mos a una distinción que consideramos, es central para comprender las
políticas estatales. Dicha distinción obliga a mirar tres niveles: lo que di-
cen los programas –que manifiesta ya ideologías, saberes, acuerdos de los
planificadores y funcionarios políticos–; lo que dicen y hacen los agentes
estatales encargados de gestionar cotidianamente esos programas -lo que
implica de por sí una mediación que modifica la “letra” de los mismos-;
y por último, a la luz de las interacciones con esos agentes, los modos
en que los destinatarios de esos programas y políticas, las interpretan y
actualizan.
Así mostrábamos las acciones de los agentes del centro de salud de
forma simultánea a que el Plan Federal de Salud (pfs) se ponía en prác-
tica a nivel nacional; subrayando que a medida que la política “bajaba”
al nivel de lo local, nuestros actores, contextualmente situados, dirimían
conflictos de sentido que deben ser entendidos considerando sus diversos
puntos de vista y trayectorias. Al plantear que las políticas de salud in-
terpelan a sus destinatarias básicamente como “madres”, nos colocamos
claramente en el punto de vista de los agentes estatales del nivel local;
ya que son ellos, más allá de lo que digan y definan las políticas, los que
construyen de ese modo la identidad de las destinatarias.
El plano de lo cotidiano fue central para acceder a estos puntos de
vista -de los agentes estatales y los destinatarios- accediendo con ello a
los sentidos que hacen sus acciones inteligibles. Al mismo tiempo, la ob-
servación cotidiana de una agencia estatal –en nuestro caso, el centro de
salud– permitió poner en el centro del análisis las relaciones, interaccio-
nes e intercambios entre ambos, dando cuenta de sus mutuas influencias.
Situarnos en el cotidiano, con una perspectiva holística, intentando
rescatar el punto de vista de los agentes, nos llevó también a ver el lugar
destacado que tienen las relaciones personalizadas en la implementación
Reflexiones Finales 83

de las políticas y en la gestión diaria de un centro de salud. Esta perspec-


tiva busca mostrar que en los intercambios burocráticos y las relaciones
que tiene el Estado a diario con sus ciudadanos, pueden ser entendidas
siguiendo una lógica racional-legal-burocrática (Weber, 1978), pero no
pueden ser entendidas por completo sin apelar al componente personal,
vis a vis, de relaciones entre personas, que están a uno y otro lado del
mostrador.
Además de esta distinción en tres niveles para comprender la diná-
mica estatal, es importante dar cuenta de una tensión presente en la
implementación de las políticas y que tiene que ver con el modo en que
éstas construyen y nombran a la población destinatarias. Es la tensión
entra la focalización y la ciudadanía.
Como señalan quienes han estudiado la dinámica de las reformas en
el sector de la salud, desde la década de 1990 se viene implementando la
gestión por programas (Belmartino, 1999; Villalba, 2006). Este tipo de
dispositivo se sustenta en la focalización de poblaciones, promoviendo el
paso de un modelo universal a un modelo descentralizado, orientado a
los que no tiene ningún tipo de seguro ni cobertura médica. Inspirados
en la idea de equidad, las políticas estatales de salud a las que nos
hemos referido son políticas focalizadas. Como vimos, son programas en
su mayoría destinados a: “madres”, “embarazadas”, “puérperas”, “niños
menos de 6 años”.
En este marco, y viendo lo que sucedía con la implementación de es-
tos programas en un centro de salud, es que comenzamos a pensar la
maternidad como un requisito para acceder a las políticas. No pregun-
tábamos si las mujeres demandan atención en tanto madres porque así
se han acostumbrado a ser interpeladas; o si el Estado las interpela así
porque es el modo en que ellas, tradicionalmente, demandan atención.
Ahora bien, considerando que el cuerpo de las mujeres, la reproducción
y la fecundidad son aún hoy cuestiones reguladas por la esfera pública
y luego de investigar los modos en que el Estado interpela a las mujeres
destinatarias, nos preguntamos por la posibilidad de que la maternidad
sea un requisito para acceder a los beneficios. Si la maternidad –hoy
por hoy, con la consolidación del modelo de políticas focalizadas– es un
requisito para que algunas mujeres sean visualizadas por las políticas
estatales de salud, entonces es posible pensar que estas mujeres, más
que como individuos o ciudadanas, son construidas e interpeladas por el
Estado sólo como “madres”.
Sin embargo, es necesario resituar esta afirmación en lo que veníamos
planteando más arriba, sobre la necesidad de distinguir entre niveles.
Así, esto que afirmamos es válido en el plano de lo que dicen los agentes
estatales en el marco de las relaciones con los destinatarios en un centro
84 Madres, mujeres y amantes

de salud. A nivel de los programas, si bien existe una preocupación por


definir y delimitar las poblaciones, también existe un discurso sobre la
ciudadanía que -bajo el criterio de la equidad- apunta a determinadas
poblaciones en pos de garantizar su ejercicio del derecho a la salud.
Ahora bien, construidas e interpeladas sólo como “madres” -o tam-
bién como ciudadanas- la cuestión más relevante quizá sea que, dada la
focalización de las políticas, quienes deben esgrimir la maternidad como
un requisito son aquellas madres “sin cobertura social de ningún tipo”.
Esto es, esa franja de la población que sólo puede acceder a un servicio
de salud estatal, que se ha convertido así, sobre todo desde los noventa,
en una salud “para los pobres” (Rico y De Marco, 2006). En este marco
¿a quienes se alude principalmente como “madres”? ¿Quiénes son las que
deben esgrimir esa condición para ser visualizadas? Se trata, sin dudas,
de las “madres pobres”, las “más vulnerables”, las que “no tienen ningún
tipo de cobertura de salud”. Esto significa que no todas las mujeres son
“maternalizadas” 1 por las políticas estatales: ni todas, ni de la misma
forma. Por lo cual, para comprender cómo se da este proceso, tanto a
nivel de la planificación, como en el cotidiano de la implementación, es
crucial recuperar -en un análisis antropológico del Estado- la dimensión
de clase (Fonseca, 2005b) tal como es aludida, reforzada, ignorada, re-
sistida, reinterpretada por las políticas, los agentes que las ejecutan y
sus destinatarias.

Aportes para los estudios de género:


Henrietta Moore (1999) planteaba que un verdadero punto de vista fe-
minista en la antropología social debía incluir una reflexión en torno de
la categoría “mujer”. Pues bien, a lo largo del libro, nos hemos sumergi-
do en la tarea de reflexionar sobre la construcción de categorías –y entre
ellas, “mujer”– y los significados que éstas adquieren para los actores
involucrados.
Al enfocarnos en el centro de salud, vimos que se trata de un espacio
predominantemente femenino: no sólo son mayoría las mujeres destina-
tarias, sino también las agentes estatales que allí se desempeñan. En
medio de esta presencia femenina, vimos la centralidad de la categoría
“madre” tanto en los programas como en la gestión cotidiana de los
mismos. Es decir, en referencia a las destinatarias, existe de parte del
personal del centro de salud una identificación mujer-madre, que po-
dría pensarse incluso como algo más que una identificación, donde el ser
“madre” sería la condición para ser considerada “mujer”.
1 Maternalizar es el acto por el cual determinados saberes –como la biomedicina– cons-
truyen a las mujeres como madres (Nari, 2004).
Reflexiones Finales 85

Si las destinatarias de las políticas son definidas por éstas por su condi-
ción de madres; si la idea de mujer “bajo programa” nos permitía pensar
a la maternidad como requisito para acceder a las políticas; si con todo
esto sostenemos que “la mujer” es vista sólo como “madre”, es necesa-
rio interrogarse: ¿qué visiones legítimas se construyen desde las políticas
acerca de lo que debe ser y hacer una “madre”? ¿Sobre qué bases se
construyen dichas visiones? A lo largo del libro intentamos argumentar
que interpelar a las mujeres como “madres” hace referencia a una idea
de género tradicional, donde “la mujer” está ligada a lo doméstico y es
por lo tanto su condición femenina la que le impone el rol de cuidadora
del hogar. Esta idea, a su vez, se articula con una mirada de la biomedi-
cina –presente en la idea de salud de las políticas pero sobre todo, en la
formación de los agentes estatales– que naturaliza la categoría “mujer”.
Esta naturalización implica una percepción absolutamente esencialista
y biologicista del cuerpo humano -sobre todo de determinados cuerpos,
en este caso, de las mujeres-, que “supone teorizar, por ejemplo, que la
responsabilización de las mujeres respecto al cuidado de las criaturas
y los enfermos [ . . . ] son cuestiones que se explican por una biología y
una psicología diferencial que, en último extremo, se relaciona siempre
con la capacidad reproductiva femenina” (Esteban, 2006: 11). Si bien
matizada y entrecruzada con otras ideas y perspectivas, esta esenciali-
zación del cuerpo de la mujer y de la maternidad puede ser reconocida
en los programas que interpelan a las mujeres; pero de modo mucho
más contundente, se percibe en la práctica diaria de quienes ejecutan
esos programas.
Situados en el plano de las relaciones entre agentes estatales y destina-
tarias, vemos que el género como dimensión de análisis no alcanza para
comprenderlas. Lejos de una solidaridad intragenérica, vemos como la
“mujer” como categoría universal no existe, sino que existen “mujeres”
en plural y que para comprender su experiencia como tales, es necesa-
rio abordar otros principios de identificación en íntima articulación con
éste. Así, es claro que no es lo mismo “ser mujer” para Maricel, una jo-
ven obstétrica universitaria que trabaja en el centro de salud, que para
Coni, una mujer más joven que Maricel, pero de origen toba, madre de
dos hijos, desempleada y de condición humilde. En las relaciones entre
ambas no sólo se manifiestan las alteridades debidas a los lugares que
cada una ocupa en el seno de esa relación-agente estatal-destinatario;
médico-paciente- sino también, y con mucha fuerza, la clase social como
principio organizador de la diferencia en torno a la identidad de género.
Al mismo tiempo, en la experiencia de las “promotoras” de salud y los
“cambios internos” que esa experiencia les permitió vivir, comenzamos
86 Madres, mujeres y amantes

a asomarnos a un sentido de “ser mujer” que emerge como una viven-


cia diferente a los roles con que estas mujeres son reconocidas por los
otros. Se trata de una vivencia producto de esos “cambios internos” y
que es posible en el encuentro entre pares, en el particular espacio de
complicidad e identificación que se da “entre mujeres”.
Al espacio autogenerado “entre mujeres” al que accedimos desde el
estudio del cotidiano de las “promotoras” de salud lo pusimos a dialogar
con el concepto de empoderamiento. Ese espacio puede ser visto como el
lugar desde donde se constituye una sociabilidad femenina que si bien se
debe en parte a la acción estatal, muchas veces la impugna, contesta o
simplemente, sobrepasa. En esta tensión es que abordamos la categoría
empoderamiento, viendo cómo el concepto, tan frecuente en la retóri-
ca de las políticas públicas, debe ser comprendido desde la óptica de
quienes se supone son “mujeres empoderadas”. Proceso conflictivo, con-
textualmente situado, si algo mostraba el campo es que no es lo mismo
el concepto tal como lo considera la teoría que inspira las políticas pú-
blicas, que el proceso que -con avances y retrocesos, paulatino e incierto-
las mujeres “promotoras” vivieron a raíz de su participación en políticas
de salud. Al mismo tiempo, la diversidad de experiencias y trayectorias
al interior de un grupo de mujeres que habían vivido de forma conjunta
dicho proceso –el caso de Vanina era el polo opuesto al caso de Gabriela,
y entre ambos podían ubicarse a Coni y Clara, por ejemplo–, puso en
evidencia la necesidad de analizar las condiciones específicas en que el
empoderamiento se da en la vida de las personas.
Al analizar estas condiciones específicas en el caso de Gabriela, vimos
que si había un proceso de empoderamiento en su vida, éste era algo
bien distinto a lo que la política pública podía esperar al respecto; y que
si nuestro análisis aportaba algo, ese algo debía buscarse en el diálogo
entre una y otra categorización.

A modo de cierre
Quisiera agregar que -más allá de las posibles generalizaciones y los
aportes sustantivos demasiado singulares- si algo ha sido dicho y con
ello, contribuido al campo del conocimiento etnográfico de la realidad,
es que ninguna palabra ni idea puede ser comprendida fuera de flujo
contextual y relacional que la dota de sentido. Si la antropología nos
mostró, desde su origen, que los sistemas de clasificación son culturales,
la labor antropológica de este trabajo ha sido poner de manifiesto la red
de relaciones y significados que sustentan, en nuestro caso, clasificaciones
tan amplias y palabras tan generales y obvias como “salud”, “mujer”,
“madre” y “amantes”.
Reflexiones Finales 87

Si las palabras son sólo formas, diremos que las formas importan y que
revelarlas y explicitarlas es un modo de darles cierto anclaje, sin olvidar
que el flujo de la realidad y las relaciones humanas debe ser considerada
como una poética social cuyos diversos sentidos no pueden obviarse ni
suprimirse.
Por eso y para terminar, nos parece importante decir que más allá
de los significados y los modos en que el Estado y las políticas constru-
yen la ciudadanía de las mujeres, existen espacios que contestan dichas
construcciones estatales. Es decir, si existe un esencialismo en el modo
en que las políticas interpelan a las mujeres como madres –esencialismo
que en este y otros casos es casi inevitable–se pueden ver en las acciones,
relaciones y sobre todo, en los espacios de sociabilidad de las mujeres, el
reverso de aquel esencialismo que lo desarma, lo impugna y lo deja en
evidencia como construcción social.
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Centro de Salud del Barrio Península:
Directora entre 2004 y 2005: Dra. Giorgi.
Director 2005-2007: Dr. Thomas.
Médica Generalista: Dra. Gálvez.
Pediatra del Plan Nacer: Dra. Mónica Abba.
Obtétrica: Maricel.
Enfermera turno mañana: Blanca.
Enfermera turno tarde: Sara.
Administrativa turno mañana: Mabel.
Médico residente: Dr. Salvador.
Promotoras de Salud:
Coni
Gabriela, casada con Emir, su madre es Rosa, su hijo menor Fabiancito y su hija
menor Sofía. Pamela es su vecina y Paula su amiga.
Vanina, casada con Daniel.
Clara, su cuarta hija es Bárbara.
Marcela.
Nori.
Poli.
Lali.
Doña Mirtha: arquera, pertenece el grupo de “las chicas del fútbol”.
Delia: pertenece el grupo de “las chicas del fútbol”.
Lorenzo: referente barrial del mtd-av en Península.
Dirigente de la uma: Estrella Doria.

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Anexo 93

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