Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
JAIR OCHOA
EL SERVICIO DIARIO
“Y allí me encontraré con los hijos de Israel, y el
tabernáculo será santificado con mi gloria. Y
santificaré el tabernáculo de la congregación y el altar:
santificaré asimismo a Aarón y a sus hijos, para que
me sirvan como sacerdotes” Éxodo 29:43, 44.
Los sacerdotes que oficiaban en el Santuario se
dividían en 24 turnos, o divisiones, cada una de las
cuales servía dos voces al uno, una semana por vez.
Los levitas se dividían en forma similar, como también
el pueblo. Los corderos destinados a los sacrificios de
la tarde y de la mañana eran provistos por el pueblo; y
la sección del pueblo que proveía los corderos para
una semana particular, mandaba sus representantes a
Jerusalén para aquella semana, a fin de que ayudasen
en los servicios, mientras que el resto del pueblo
permanecía en casa, celebrando una semana especial
de devoción y meditación. En ocasión de una gran
fiesta, como la Pascua o el Día de las Expiaciones,
gran número de sacerdotes era convocado al
santuario, y también un número correspondiente
de levitas.
El servicio diario incluía la ofrenda de un cordero
sobre el altar de los holocaustos cada tarde y cada
mañana, con las oblaciones y libaciones apropiadas,
el aderezamiento y el encendido de las lámparas en
el lugar santo, la ofrenda del incienso, con el
trabajo acompañante, la ofrenda de la oblación de
Aarón y sus hijos, la ofrenda de los sacrificios
individuales, como las ofrendas por el pecado, los
holocaustos, las oblaciones y las ofrendas pacíficas.
Además de estos deberes diarios, había muchos otros,
como los sacrificios de purificación, las ofrendas por
los leprosos, por los votos de los nazareos, por la
contaminación. También se necesitaban hombres para
llevarse las cenizas, proveer y examinar la leña que se
usaba en el altar, para custodiar el santuario, abrir y
cerrar las puertas, y actuar como cuidadores en
general. El recinto del templo era un lugar atareado
desde el alba hasta que las puertas se cerraban al
atardecer.
“Todas las mañanas y todas las tardes se
sacrificaba un cordero sobre el altar. Esto se hacía
para representar la muerte del Salvador. Mientras el
niño Jesús estaba mirando a la víctima inocente, el
Espíritu Santo le enseñó su significado. Comprendió
que él mismo, como el Cordero de Dios, debía morir
por los pecados del mundo” (La Única Esperanza, pág.
29).
“El culto familiar no debiera ser gobernado por las
circunstancias. No habéis de orar ocasionalmente y
descuidar la oración en un día de mucho trabajo. Al
hacer esto, inducís a vuestros hijos a considerar la
oración como algo no importante. La oración
significa mucho para los hijos de Dios y las acciones
de gracias debieran elevarse delante de Dios
mañana y noche. Dice el salmista: ‘Venid,
aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo
a la roca de nuestra salvación. Lleguemos ante su
presencia con alabanza; aclamémosle con cánticos’”
(La Oración, pág. 197)
DOMINGO
1. Además de los sacrificios ofrecidos en el
santuario para el perdón de los pecados, ¿qué otro
tipo de ofrendas se presentaban?
Éxodo 29:38-40. Y esto es lo que ofrecerás sobre el
altar cada día: dos corderos de un año, continuamente.
39 Ofrecerás un cordero a la mañana, y el otro
cordero ofrecerás a la caída de la tarde: 40 Y con
un cordero una décima parte de un efa de flor de
harina amasada con la cuarta parte de un hin de
aceite molido; y la libación será la cuarta parte de
un hin de vino.
Se establece el servicio diario. Cada mañana había
de ofrecerse sobre al altar un cordero y otro
cordero a la caída de la tarde, como ofrenda
encendida a Jehová, en holocausto continuo por sus
generaciones, ambas con su correspondiente aderezo
de harina, aceite y vino (Éxo 29:38-41).
Mientras era aún obscuro por la mañana, las puertas se
abrían y se permitía al pueblo entrar. Entre los
sacerdotes, se echaban suertes para determinar
quiénes habían de presentar el sacrificio, quién
había de asperjar la sangre, quién había de llevar
las cenizas, quién había de ofrecer el incienso,
quién había de aderezar las lámparas, y quién
había de proveer el vino para la libación. Los
sacerdotes habían pasado la noche en las
dependencias del templo, aunque únicamente a los
sacerdotes más ancianos se les permitía acostarse a
descansar. Se esperaba que los demás quedasen
despiertos y estuviesen listos cuandoquiera que los
llamasen. Por la mañana, antes de amanecer, se
bañaban, y cuando llegaba el momento de echar las
suertes, estaban todos listos.
El cordero ofrecido en el servicio diario era en
holocausto. Representaba a toda la nación, era una
especie de sumario de todas las ofrendas. Contenía
en sí las características vitales de cada uno de los
sacrificios: era una ofrenda de sangre, que significaba
expiación; era una ofrenda en substitución “será acepto
en favor suyo” (Levítico 1:4, V. M.); era una ofrenda
dedicatoria, completamente consagrada a Dios, y
consumida sobre el altar; era una ofrenda de olor
agradable, “ofrenda encendida de olor suave a
Jehová”.
Esto era tipo de la continua intercesión que Cristo hace
y para la cual vive (Heb 7:25), en virtud de su
satisfacción en la Cruz, para la continua santificación
de su Iglesia; aunque se ofreció a sí mismo una vez por
todas (Heb 9:12, Heb 9:26), aquella única ofrenda
tiene un efecto perpetuo.
Esto nos enseña a ofrecer a Dios sacrificios
espirituales de oración y alabanza cada día,
mañana y tarde, en reconocimiento humilde de
nuestra dependencia de Él y de nuestras
obligaciones para con Él. El tiempo de la oración ha
de observarse tan estrictamente como se observa el
tiempo de comer.
“Cada mañana y cada tarde, se ofrecía sobre el
altar un cordero de un año, con las oblaciones
apropiadas de presentes, para simbolizar la
consagración diaria a Dios de toda la nación y su
constante dependencia de la sangre expiatoria de
Cristo. Dios les indicó expresamente que toda ofrenda
presentada para el servicio del santuario debía ser ‘sin
defecto’ Éxodo 12:5. Los sacerdotes debían
examinar todos los animales que se traían como
sacrificio, y rechazar los defectuosos. Solo una
ofrenda ‘sin defecto’ podía simbolizar la perfecta
pureza de Aquel que había de ofrecerse como ‘cordero
sin mancha y sin contaminación’ 1 Pedro 1:19. El
apóstol Pablo señala estos sacrificios como una
ilustración de lo que los seguidores de Cristo han de
llegar a ser. Dice: ‘Por tanto, hermanos, os ruego por
las misericordias de Dios, que presentéis vuestros
cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios
que es vuestro verdadero culto’ Romanos 12:1”
(Patriarcas y Profetas, pág. 320).
LUNES
2. ¿Cómo describen las Sagradas Escrituras estos
sacrificios y su propósito?
Éxodo 29:41, 42. Y ofrecerás el otro cordero a la
caída de la tarde, haciendo conforme a la ofrenda de
la mañana, y conforme a su libación, en olor de
suavidad; será ofrenda encendida a Jehová. 42 Esto
será holocausto continuo por vuestras generaciones a
la puerta del tabernáculo de la congregación delante
de Jehová, en el cual me concertaré con vosotros,
para hablaros allí.
Ahora el Señor empieza a describir los deberes
ministeriales de los sacerdotes, empezando con los
holocaustos que se ofrecían en la mañana y en la
tarde cada día. La primera responsabilidad de los
sacerdotes cada mañana era quitar las cenizas del
altar, encender el fuego y luego ofrecer un cordero al
Señor, símbolo de total devoción a Dios. Lev 6:8-13.
Este es un hermoso cuadro de lo que debería ser
nuestro «tiempo devocional» cada mañana. «Que
avives el fuego del don de Dios» (2Ti 1:6) literalmente
significa «avívalo hasta que arda fuertemente». Cuán
fácil es que el fuego se reduzca en el altar de nuestros
corazones (Apo 2:4) al punto de convertirnos en tibio
(Apo 3:16) y hasta fríos (Mat 24:12). El tabernáculo
fue santificado (apartado) por la gloria de Dios (Éxo
29:43), cuando su gloria entró en el Lugar Santísimo
(Éxo 40:34). Israel era la única nación que tenía «la
gloria» (Rom 9:4). El Espíritu de Dios vive en
nosotros y por consiguiente debemos ser un pueblo
separado para dar gloria a Dios (2Co 6:14-18; 2Co
7:1).
Al entrar el sacerdote en el santuario para ofrecer
el incienso, el cordero del sacrificio matutino, que
había sido previamente elegido y presentado a
Jehová, estaba atado a uno de los anillos del piso en
la parte norte del altar. Con un cuchillo se cortaba
la tráquea del cordero, y se recibía la sangre en un
tazón de oro y se la asperjaba en derredor sobre el
altar. Después de esto, se desollaba el animal y se lo
cortaba en varios pedazos. Las entrañas eran
colocadas sobre una de las mesas de mármol
provistas con este fin, y lavadas. Después de esto,
seis sacerdotes llevaban estos pedazos a la parte
superior del altar, donde eran colocados en orden y
quemados. Otro sacerdote llevaba la oblación de
harina; otro aún, la ofrenda de tortas del sumo
sacerdote; y aún otro, la libación. Las ofrendas
eran todas saladas con sal antes de ser
puestas sobre el altar.
El servicio vespertino, que se realizaba más o
menos a las tres de la tarde, era similar al servicio
matutino. Se mataba el cordero, se asperjaba la
sangre, se ofrecía el incienso, y se volvía a pronunciar
la bendición sacerdotal. Al obscurecer, se cerraban
las puertas.
Así se llevaba a cabo cada día del año el servicio
diario, inclusive los sábados y días de fiesta. El
sábado se ofrecían dos corderos por la mañana y
dos por la tarde, en vez de uno, como los días de
semana. En otros días de fiesta se ofrecían siete
corderos adicionales, pero en los demás el servicio
permanecía siendo el mismo.
Aunque el sacrificio matutino y vespertino era para
la nación en conjunto y no valía para alguna
persona específica, llenaba, sin embargo, un
propósito definido para con el individuo. Cuando
un israelita había pecado, había de traer una
ofrenda al templo y allí confesar su pecado. Sin
embargo, no le era siempre posible hacerlo. Un
pecador podía vivir a un día de viaje, o tal vez a una
semana de Jerusalén. Le era imposible venir al templo
cada vez que pecaba. Para estos casos, el sacrificio de
la mañana y de la tarde constituía una expiación
provisoria. Proveía un “manto” hasta el momento en
que el pecador pudiese comparecer personalmente en
el tabernáculo y ofrecer su ofrenda individual.
Esto queda ilustrado en el caso de Job. Sus hijos
“hacían banquetes en sus casas, cada uno en su día”
(Job 1:4). En tales festines, sucedían indudablemente
cosas que no agradaban a Dios. Job mismo temía que
sus hijos pecasen, y también que olvidasen o
postergasen la realización del sacrificio necesario. Por
esta razón Job “levantábase de mañana y ofrecía
holocaustos conforme al número de todos ellos.
Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y
habrán blasfemado a Dios en sus corazones. De esta
manera hacía todos los días” (versículo 5). Job ofrecía
un holocausto por cada uno de sus hijos. “Quizá
habrán pecado mis hijos”, decía. Creía que su ofrenda
constituía una expiación provisoria por ellos hasta el
momento en que reconociesen su culpa y estuviesen
dispuestos a presentarse a Dios ellos mismos.
Igualmente, el sacrificio matutino y vespertino era
una expiación provisoria en favor de Israel.
Significaba consagración y aceptación por
substitución. Acerca del holocausto individual se
dice: “Será acepto en favor suyo” (Levítico 1:4, V. M.)
Si la ofrenda individual era así acepta “en favor suyo”,
¿no podemos creer que la ofrenda nacional era
aceptada en favor de toda la nación?
Los sacrificios matutinos y vespertinos
simbolizaban no solamente la expiación provista
por el cordero, sino también la consagración de
toda la nación a Jehová. La víctima, totalmente
consumida en el altar, era emblema de los que
diariamente se dedicaban a Dios, cuyo todo estaba
sobre el altar, y que estaban dispuestos a seguir al
Cordero, dondequiera que los condujese. Mañana y
tarde sus oraciones ascendían al Dios de Israel,
mezcladas con el suave incienso de la justicia y
perfección de Cristo.
“El ministerio del santuario estaba dividido en dos
partes: un servicio diario y otro anual. El servicio
diario se efectuaba en el altar del holocausto en el atrio
del tabernáculo, y en el lugar santo; mientras que el
servicio anual se realizaba en el lugar santísimo. ... El
servicio diario consistía en el holocausto matutino y
el vespertino, en el ofrecimiento del incienso en el
altar de oro y de los sacrificios especiales por los
pecados individuales” (Patriarcas y Profetas, pág.
320).