Está en la página 1de 2

APARAPITA

¿Qué es mi cuerpo?, es acaso realmente mío o es un contenedor que lleva las ilusiones
rotas de una familia frustrada solía pensar, ustedes juzguen.

Desde niño he tenido la peligrosa necesidad de cargar con la culpa ajena, con los
mandatos de la sociedad, la familia y la religión, a mis siete años entendí que para ser
hombre tienes que jugar futbol, que si no le das fuerte al balón, los demás se reirán de ti
y te miraran con asombro, al primer balonazo que recibí, decidí que no quería jugar, en
medio de un evento escolar mi padre entro a la cancha y me zarandeo esperando que
pateé el balón, en ese momento, mientras mi padre me gritaba y los profesores
intentaban calmarlo me zafé como pude y corrí llorando hacia casa, al no tener las llaves
tuve que esperar que mi padre llegara, junto con él, mi madre disgustada y mi hermano
haciendo mofa de lo sucedido, en casa discutían, mi padre acusaba a mi madre de
consentirme demasiado y de hacerme frágil, mi hermano se reía de mí y me retaba a
jugar un partido en el patio, la frustración corría por mi cuerpo, lo único que pude hacer
fue huir y encerrarme en el cuarto de mi hermana, mi padre furioso golpeaba la puerta y
mi madre le gritaba que me deje tranquilo, no sé realmente en que momento dejaron de
discutir, solo recuerdo que mi hermana llego a despertarme frotando mi cabeza, ya era
bastante tarde, no tenía ganas de cenar, surgió un miedo por confrontar a mi padre y a
mi hermano, sin embargo, mis padres me dijeron que baje a cenar, no había malas caras,
en la mesa solo evitaban el tema, dentro mío pensaba si todo fue un sueño, terminamos
de comer y antes de dormir, papá solo me dijo que al día siguiente iríamos a ver el
clásico.

Al día siguiente fuimos al estadio Hernando Siles, la gente animada, jóvenes con
vuvuzelas y cervezas, entrando todos a las graderías, se sentía la emoción y el amor por
el equipo al que apoyaban, sin embargo yo no quería estar ahí, todo me aburría, no
entendía el sentido del juego, en algún momento creo que me quede dormido, mi papa
solo veía como su hijo mayor se volvía loco por los goles y su hijo menor veía más
interesante la comida y los juguetes que vendían, terminando el partido y ante una
goleada por parte del equipo que apoyaba papá, un señor me felicito y me dijo que era
un león desde la cuna, al parecer era un amigo de papá, le aconsejo que practique en
casa y que así forjaría mi carácter para ser un hombre.
Pasado un año desde aquel evento y de constantes practicas con mi hermano, entendí
que el conflicto del aparapita es cargar y soportar la presión hasta que un día no puede
más, tal vez por el peso, o por salud, pero se deslinda de esa carga y renuncia a llevar
cargas ajenas. Un compañero de la escuela que se jactaba de ser un gran arquero no
paraba de burlarse de mí, si bien practicaba con mi hermano, estaba bastante lejos de
gustar del futbol o de interesarme por ser bueno en este deporte.

El evento deportivo al que tanto temía, sucedió de nuevo, antes de entrar a la cancha, el
arquero mencionado me dijo que si era marica podía irme a casa en ese momento o que
a la mínima oportunidad me daría un balonazo, en ese momento un sudor frio corrió por
mi cuerpo, supongo que el miedo fusionado con una gran frustración, solo conlleva a la
ira y el odio, por ello, en algún punto del segundo tiempo, luego de recibir otro balonazo
y ver como ese niño se reía, decidí no escapar y cuando tuve la oportunidad le di un
balonazo tan fuerte en la cara que empezó a sangrar, cuando intento reclamarme, fue
como si la ira se apoderara de mi cuerpo y me le tire encima, golpe tras golpe veía la
sangre recorrer su cara, sentí a los profesores separándonos, inmediatamente me sacaron
del partido y mi hermano me llevo a casa, todo el camino lo veía contento y me decía
que debí darle más duro, al llegar a casa mis manos moradas y ensangrentadas parecían
un trofeo para mi hermano que esperaba la llegada de papá para contarle con lujo de
detalles como había golpeado y aguantado el balonazo, cuando mis padres llegaron se
asombraron, mi madre estaba preocupada y padre parecía contento, recibimos la
llamada del director y nos citaron para ir al día siguiente.

En la dirección vi al otro niño, su rostro hinchado no me dio satisfacción, me sentía


avergonzado y arrepentido, quedaron en que iría a una psicóloga y pagaría la atención
médica del otro muchacho, mi padre disgustado y contento a la vez accedió, durante las
sesiones él tuvo que involucrarse por orden de la psicóloga, comprendió que el
obligarme a jugar futbol no me convertía en un hombre pero si ponía en riesgo mi salud
mental, toda la presión por ser un gran futbolista me había llevado a ese punto violento
y de no controlar aquella ira que generaba, podría convertirme en un ser que lejos de ser
un hombre de bien, sería un delincuente más, un bravucón que desfogaría su frustración
dañando a los demás.

A la fecha juego futbol con amigos por diversión, nunca por obligación, prefiero el
basquetbol y evito las peleas. No se puede decir que un deporte te hace más o menos
hombre.

También podría gustarte