Está en la página 1de 2

LA CAJA DE PANDORA

Una inevitable exigencia de honestidad y de coherencia con nosotros mismos nos lleva a reincidir
en el exabrupto de mencionar el tema del vacío legal en el que nos encontramos o al menos de un
viciamiento casi general de las decisiones tomadas desde 2007 hasta ahora, que han afectado
profundamente la vida de las universidades en Venezuela: esta es la caja de Pandora que a todo
mundo parece que le aterroriza destapar y ver en toda su magnitud.

Pero hay que hacerlo, lamentablemente. Y, como ocurrió en el mito, ante el ambiguo regalo del
poder más grande (Zeus) que justifica la presencia de fuerzas oscuras en los humanos, siempre
nos queda la Esperanza.

Reincidir en ello, no significa, por supuesto, la descalificación de quienes ocupan hoy (o ayer) los
cargos directivos ni que se va, tampoco, contra la figura personal de nadie. Entender esto, sin
tergiversar sus intenciones, es un acto básico de inteligencia.

Es decir, que, según la lectura del reglamento interno y de la Ley de Universidades, el equipo de
autoridades anteriores hasta las actuales, en el caso particular de la Uney, han incurrido en
irregularidades propias o muy cercanas a la Prevaricación desde hace muchos años.

Esas decisiones irregulares y “normalizadas” durante tanto tiempo han conducido a un callejón sin
salida: a un estado de anomia y de excepcionalidad, donde incluso el nombramiento de las
autoridades nuevas resulta jurídicamente trabado, impreciso y no ajustado a las mismas leyes
vigentes, tomando así, estas nuevas autoridades, decisiones que vuelven a coincidir o a estar cerca
de la improvisación, la ambigüedad legal o la prevaricación en su más amplio sentido.

Situación que, evidentemente, se gesta en años anteriores, durante los cuales la universidad, de
no haber sido sometida por la líbido dominandis que todavía recorre sus pasillos como un
fantasma (y el uso de métodos insidiosos para permanecer en el poder), pudo -en doce años-
haberse blindado jurídica, administrativa y académicamente para evitar las manipulaciones
políticas y las depredaciones de grupos de intereses egoístas de que puede ser objeto en su estado
de precariedad actual.

Pero frente a la confusión, no hay que confundir más. No se trata de que las leyes no tengan
fronteras de incertidumbre ni que no existan situaciones no contempladas en ellas, sino que en el
Reglamento Interno de la Uney y en la Ley de Universidades vigentes está muy claro, por más que
queramos apartar de allí la vista, cuáles son los procedimientos cuando se ha incurrido en dichas
irregularidades. El principio básico de vivir en la verdad a que todos estamos obligados, pasa
necesariamente por cumplir las leyes, sin atajos, sin tropelías y sin insidias. Y pasa -para alcanzar
nuestros fines- por no transigir en aceptar medios indignos por impaciencia o miedo.

Pero para no caer, a estas alturas de las circunstancias, en lo que el conocido filósofo y terapista
Paul Watzlawik llamaba ultrasoluciones (como las ofrecidas por las partes involucradas en el
absurdamente interminable conflicto árabe-israelí), que siempre conducen a convertir un
problema en irresoluble y al caos más absoluto, creemos que hay que mediar y tratar de mejorar
no sólo el contenido de lo que queremos comunicar sino la forma de relación que sostiene ese
contenido.

Por tanto, estaríamos de acuerdo en buscar una solución honesta por consenso con la
participación de todas las partes involucradas, siempre apegándonos estrictamente a lo que dicten
las leyes y reglamentos vigentes, nos guste o no lo que allí diga.

Esto es: si, en la irregularidad en que nos encontramos, se permite que las asambleas de
profesores, y de demás miembros de la comunidad universitaria, contribuyan a relegitimar los
procesos legales y representativos, a partir de una situación ya dada, y por consensos indudables
e irrecusables y a través de la más absoluta claridad de todas las acciones emprendidas para
lograrlo.

Aunque esto incluya la posibilidad de reconocer a las nuevas autoridades como regulares por
cuatro años o como transitorias para reconducir su nombramiento. Pero también implica que
dichas autoridades reconozcan la beligerancia y la legalidad de dichas asambleas y la necesidad,
por lo demás muy saludable, de compartir el poder decisorio (y la constitución del Consejo
Universitario como máxima autoridad) con los representantes elegidos democráticamente por
dichas asambleas, siempre y en todo caso, para reconducir en corto plazo a la universidad a la
legalidad y a la tranquilidad necesaria. Y, por consiguiente, a echar el piso necesario sobre el cual
seguir desarrollándose y seguir creciendo como universidad en una nueva etapa de su historia.

La caja de Pandora, quizás sea también el símbolo de nuestro propio subconsciente y sus
contenidos ambiguos, terribles o cautivadores. Pero ha llegado el momento –ya tenemos “edad”-
de conocernos bien a nosotros mismos como comunidad, superando nuestras compulsiones más
primarias: de ver directamente a la Gorgona a los ojos sin paralizarnos. Y de crecer, a partir de la
honesta mirada sobre los que somos y lo que hemos sido. Y sobre nuestras mejores y más reales
posibilidades.

También podría gustarte