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Universidad Autónoma de Nuevo León


Facultad de Derecho y Criminología

Derecho Constitucional

Tesina sobre la Soberanía

Nombre del alumno: Sara Michelle García Cavazos


Matrícula: 2051689
Grupo: 04P
Docente: Jesús Villarreal Martínez
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Índice

Portada institucional……………………………………………………………………1
Índice ……………………………………………………………………………………2
Introducción …………………………………………………………………………….3
Soberanía ……………………………………………………………………………….4
La historicidad como método de análisis de la soberanía………………………….4
Origen…………………………………………………………………………………….8
Dónde reside…………………………………………………………………………….9
Como surgió el concepto ……………………………………………………………..10
Definición de soberanía ……………………………………………………………….11
Aspectos de la soberanía ……………………………………………………………..12
Tipos de soberanía ……………………………………………………………………..12
Función moderna de la soberanía …………………………………………………….13
Titular de la soberanía ………………………………………………………………….13
Mexico un país soberano
……………………………………………………………….17
Necesidad del estudio histórico de la soberanía y periodizacion del mismo………
17
Elementos de la constitución histórica de la soberanía: caras interna y externa …
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Introducción

La soberanía es el poder político supremo, ilimitado e independiente que tiene


un Estado para tomar sus propias decisiones a todos los niveles. Este poder
pertenece al pueblo mediante el sufragio y es ejercido por sus representantes
elegidos. La soberanía es la base del ordenamiento jurídico y la Constitución es su
norma principal. En otras palabras, la soberanía es el derecho de regir las
directrices políticas, administrativas y económicas de un territorio

Históricamente, la idea de soberanía se forjó en la Edad Media, en lucha con tres


poderes: la Iglesia, el Imperio romano y los grandes señores y corporaciones. Esta
noción evolucionó y se consolidó en la transición del feudalismo al nacionalismo
en el siglo XVI. Actualmente, la soberanía se relaciona con la transferencia del
poder de autodeterminación de los pueblos a su gobierno.

Existen diferentes modalidades de soberanía, como la política, económica,


alimentaria y tecnológica. La soberanía política se refiere a la organización interna
de un Estado, mientras que la económica abarca las reglas económicas y el
manejo de activos. La soberanía alimentaria se relaciona con la capacidad de
producir alimentos sin depender de terceros, y la tecnológica se vincula con la
autonomía en ese ámbito.

En resumen, la soberanía es esencial para la autonomía y la toma de decisiones


independientes de un Estado en asuntos internos y externos.
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Soberanía

La soberanía es una facultad muy grande e importante que tenemos, pero


¿realmente sabemos su significado?

La historicidad como método de análisis de la soberanía

No resulta nada aventurado afirmar que la evolución del Derecho internacional ha


seguido un camino paralelo al periplo histórico tomado por la soberanía. Desde
luego, ésta ha sido y sigue siendo una pieza central del orden normativo
internacional, ámbito que está tan impregnado con su esencia que, desprovisto de
la misma, no existiría según lo conocemos hoy. A través del tiempo, de la mano de
los grandes pensadores que le dedicaron muchas de sus mejores horas y
desvelos, la soberanía alcanzó un enorme y longevo éxito como fórmula política,
normativa y
también, cultural. Esta afortunada y poliédrica inserción fue el resultado de un
proceso histórico laboriosamente forjado y muy característico; un proceso que, en
lo que es dable apreciar, se encuentra lejos de llegar a su final. Hay que tener en
cuenta que este proceso es muy importante, ya que sin sus referencias, el
concepto de soberanía, tanto en lo que atañe a sus aspectos descriptivos como en
lo que concierne a sus elementos normativos, sería muy difícil de entender.

Hoy en día, en el momento en el que los grandes acontecimientos que acompañan


el cambio de siglo se están encargando de otorgar a la colisión entre poder y
derecho una especial virulencia y una fisonomía concreta, la soberanía, que lleva
siglos siendo la bisagra central de la relación entre lo fáctico y lo jurídico en la
esfera internacional, vuelve a estar en el centro de la palestra. En el mundo
globalizado, la necesidad de revisar su viejo bagaje espolea muchos debates. Son
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discusiones que intentan responder, sobre todo, a las múltiples contradicciones,


paradojas y problemas que genera aquella difícil posición poliédrica. El nutrido
número que alcanzan las interpretaciones sobre la soberanía, así como la
prevalencia de la que gozan algunas de ellas, no deben minorar la importancia de
aquél engarce histórico, a partir del cual puede analizarse, muy bien, no sólo el
devenir conceptual de la soberanía, sino también su complicada naturaleza.
Tal y como arguye Popper, la ciencia y el conocimiento se forman no a partir de la
mera observación o la simple recopilación de datos o hechos, sino cuando,
desnudadas las distintas carencias que muestra lo sabido, percibido un fallo en el
ralo tejido de nuestros pretendidos conocimientos, determinamos el problema e
intentamos resolverlo. Apegados a este razonamiento, podemos empezar el
análisis diciendo que el término soberanía carece de suficiente claridad. Impresa
en multitud de documentos y en casi todos los idiomas, siempre cercana, en
apariencia, al dibujo del artículo 2.1 de la Carta de San Francisco, debería
esperarse, al menos, que su definición fuera clara y suficiente. Mas, no lo es.
Como subrayó Charles Rousseau, no existe siquiera una definición unívoca de
qué es soberanía y qué no.

De hecho, en una observación primeriza lo único que puede verse con nitidez es
que se trata de un concepto controvertido, quizá el más controvertido entre los
muchos conceptos controvertidos que pueblan el ordenamiento internacional
contemporáneo. ¿A qué se debe esta indefinición? Como herramienta social, la
soberanía está condicionada por su uso, y éste, tal y como se desprende del
contenido de un amplio abanico de documentos, declaraciones y conductas, suele
ser errático y difuso.
Ello ocurre, fundamentalmente, porque la soberanía es utilizada para defender
intereses particulares y concretos. No hay que olvidar que quienes la detentan, los
Estados, siguen haciendo de ella un instrumento directo de poder, un recurso que,
más allá del reconocimiento general de su naturaleza y funciones normativas, se
ejecuta, en demasiadas ocasiones, con la intención exclusivista de evitar críticas o
justificar violaciones del orden internacional. La soberanía, recuerda Koskenniemi,
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defiende intereses egoístas de comunidades limitadas contra el mundo. Así, lejos


de cumplir con los postulados de la Carta o de respetar siquiera los criterios de
certeza y seguridad que son connaturales a cualquier instancia jurídica, la
soberanía se convierte en el vehículo de distintas posturas, mandatos o
potestades según quien sea el que la enarbole y en qué momento y circunstancias
se decida a hacerlo.
En el derecho no existen las palabras inocuas. Los términos y conceptos jurídicos
pueden emplearse de forma correcta o equivocada, específica o generalista, vaga
o concreta; pueden servir como fuste ideológico, impulsar el progreso de una
sociedad o mantener a esta atada a su particular statu quo, pero, una vez entran
en vigor, en todos los casos están destinados a desplegar efectos, a producir
consecuencias normativas.

Previéndolas, los actores jurídicos adulteran los significados de las palabras, les
dan sentido a conveniencia, aviniéndose a admitir, por lo general, un único límite
para semejante proceder: la obligatoria juridicidad de la norma. Este
comportamiento tiene especial incidencia en el Derecho internacional, parcela en
la que la palabra soberanía nunca ha sido un vocablo inocente. No lo ha sido
porque, como antes he señalado, los Estados se valen de ella, de la plena
independencia a la que hace directa referencia, para generar y vivir conductas y
modelos normativos apegados a sus intereses políticos concretos. Y es que, por
encima de cualquier otro significado, la soberanía tiene para los Estados una
equivalencia esencial: el reconocimiento de esa tan absoluta independencia y su
justificación.
Agarrados a él, los Estados suelen deslizar la palabra soberanía en discursos
ambivalentes o esquivos, condiciones que terminan tiñendo con su condición
maleable a la propia soberanía. Fernández de Casadevante alude a esta relación
de impregnación cuando señala que el lenguaje es un instrumento de la
soberanía, una herramienta a través de la cual los Estados plasman su voluntad.'
Y la práctica lo confirma: revela que los Estados sienten apego por las
interpretaciones divergentes, y muestra, asimismo, que, aunque los términos de
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un tratado hayan sido redactados con la claridad de un sol sahariano, los Estados
suelen apurar la semántica con el fin de conservar en sus manos el máximo grado
de discrecionalidad posible. Esta hermenéutica sesgada se convierte en un
verdadero peligro cuando la interpretación entra en colisión directa con normas
internacionales. El Estado, observa Fernández de Casadevante, llega a utilizar el
lenguaje como herramienta para construir formulaciones y categorías destinadas a
brindar cobertura jurídica a conductas contrarias al derecho internacional.
La soberanía busca justificar el poder estatal. En buena lógica, debería alcanzar
este objetivo adecuándose a los mandatos del ordenamiento que la reconoce.
Empero, los Estados tienden a hacer de ella un faustrecht, esgrimiendo antes su
fuerza como legitimidad que la legitimidad como su fuerza. Así velada, la
soberanía vela, no pocas veces, aspectos básicos del orden internacional. Los
ejemplos son muchos y conocidos, pese a lo cual no está de más recordar
algunos: desde el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos ha blandido su derecho a
la legítima defensa casi a conveniencia, alterando peligrosamente la identidad de
lo que no es norma sino excepción; Chile esgrimió una interpretación
tradicionalista de sus derechos soberanos cuando, en 1998, reclamó una
jurisdicción que nunca antes había ejercido para conseguir el retorno del senador
Pinochet y asegurarle una impunidad que, según convinieron los distintos
tribunales europeos que trataron el caso, dicho senador ya no tenía bajo el
derecho internacional; y lo hizo, también, la junta militar argentina presidida por el
general Videla, al declarar, en el año 1978, insanablemente nulo el laudo de Su
Majestad Británica sobre el Canal Beagle.

La paz internacional, los derechos humanos y el principio de buena fe fueron


entonces preteridos por estos Estados en favor de la incondicionalidad de la
soberanía, marcándose a fuego, en los tres casos, el deseo estatal, casi freudiano,
de transformar un concepto poseedor de una gran capacidad legitimadora en un
artilugio capaz de violentar partes del ordenamiento internacional tan legítimas
como la propia soberanía. Generalizada y constante, esta conducta supone un
desafío estructural para el sistema normativo internacional.
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Con igual apoyo en el aserto de Popper, lo segundo que hay que tener en cuenta
al analizar la soberanía es que ésta se desenvuelve sobre un sustrato material
determinado.

Las líneas de puntos que marcan los perfiles del Estado y de la soberanía siguen
coordenadas históricas, cuyas mutaciones alteran el esquema del concepto al
punto de difuminar muchos de los trazos de los que depende su capacidad
explicativa. Como observa Koskennieme, la soberanía no regula bien ni articula
correctamente las distintas interdependencias que se dibujan en el mundo actual,
sean económicas, medioambientales, ideológicas o tecnológicas, puesto que
contiene una descripción errónea de lo que son las relaciones humanas en el
mundo; ni tampoco logra dar respuesta, arguye este autor, a cuestiones que el
momento torna esenciales, como el cambio climático, los problemas que trae el
libre comercio o los derechos humanos." Pese que, con el denuedo que siempre
han puesto en el empeño, los Estados siguen intentando que la soberanía
mantenga un valor constante y cercano a lo absoluto, su funcionalidad normativa y
material no hace más que debilitarse. De esta manera, se pierden, como subraya
Koskennieme, muchos de los significados normativos y descriptivos que
acompañan a la palabra.

La posición general que mantienen los Estados respecto a la soberanía y la


dinámica histórica que anima el sustrato material de ésta propician un problema de
primer orden dentro del Derecho internacional, un problema que afecta tanto a la
naturaleza de éste (significado de la soberanía), como a su desenvolvimiento y
desarrollo (uso, alcance y límites de la soberanía). Bajo este enfoque, cabe
preguntar si la postura que los Estados mantienen es todavía jurídicamente
admisible, bajo la égida de un orden normativo menos voluntarista, mejor
institucionalizado y dotado con un mayor grado de humanización que aquél que
empezó a dar sus primeros pasos en los albores del sistema westfaliano clásico.
Asimismo, las especificidades que presenta el actual contexto obligan a verificar si
los perfiles tradicionales de la soberanía son coherentes con las circunstancias
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materiales imperantes. Me parece que para responder a ambas interrogantes hay


que hacerse cargo antes de otra pregunta, una que sintetiza mejor, desde el punto
de vista epistemológico, el problema al que nos estamos enfrentando.

Origen

El término “soberanía” proviene del latín “superanus” y del francés “souveraineté”,


originalmente concebidos como “poder supremo”. Fue útil en la transición del
feudalismo al nacionalismo en el siglo XVI. Su significado contemporáneo se
atribuye al filósofo inglés Thomas Hobbes y se relaciona con la transferencia del
poder de autodeterminación de los pueblos a su gobierno, por otro lado en la
etimología, la soberanía proviene de la voz latina “súper omnia”, qué significa
“sobre todo” o también “poder supremo”, esta palabra tiene muchos sinónimos,
qué pueden ser muy similares, sin embargo, nosotros solamente no se
enfocaremos en la original.

¿Donde reside?

Reside principalmente y esencialmente en el pueblo, así como lo menciona el


artículo 39 de la Constitución mexicana, se alude a él en su sentido propio, pero
en la actualidad inexistente, referido a alguien en el caso del pueblo, que es
supremo en la interior, independiente en el exterior, todo poder político dimana del
pueblo y se instruye para beneficio de este mismo. El pueblo tiene todo tiempo el
inquebrantable derecho de modificar o alterar la forma que tiene su gobierno.
Nunca delegan su soberanía, sino que nombran a sus representantes, los cuales
están bajo sus instrucciones, y mando, por lo que, a pesar de haber pasado el
poder, sus representantes no pueden tomar decisiones sin la autorización del
pueblo.
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En los artículos 40 y 103, fracción ll, se además trata sobre la competencia o el


ámbito de acción de los estados. También tiene un tercer uso, el cual es impropio,
cuándo se utiliza para referirse a las facultades que cada uno de los poderes tiene
o se le ha ha sido conferido y cuya existencia prevé la propia constitución.
En el artículo 41 de nuestra constitución, podemos observar que: la manera por la
cual el pueblo ejerce su soberanía es por medio de los poderes de la unión, en los
casos de la competencia de estos, y por los que los estados, en lo que
corresponde a sus regímenes interiores, en los términos respectivamente,
establecidos por la Constitución federal, y las particulares de los estados, las
cuales por ningún motivo podrán contravenir las estipulaciones del pacto Federal

Éstos poderes de La Unión son señalados en el artículo 49 constitucional, y son


los siguientes: poder legislativo(este poder se depositan en el congreso de La
Unión, el cual se divide en dos cámaras, una de 500 diputados y otra de 128
senadores), ejecutivo(este poder se depositan en un solo individuo, el cual es el
presidente de los Estados Unidos mexicanos) y judicial(este poder se configura en
la suprema corte de justicia de la nación, en un tribunal electoral, en tribunas
colegiados y unitarios de circuito y en juzgado de distrito).

¿Cómo surgió el concepto?

El término soberanía apareció a finales del 1500, en su sentido restringido, en su


significado moderno, junto con el Estado, para indicar plenamente el poder estatal,
único y exclusivo sujeto de la política. Este es un concepto político jurídico, el cual
permite que el Estado moderno mantenga su lógica absolutista interna, afirme
sobre las organizaciones medievales del poder, que por un lado está basada en
los estratos y sobre los estados, pero también sobre las dos grandes coordenadas
universalistas del papado y del imperio: esto se produce según una exigencia de
unificación y de concentración de del poder, para poder realizar en una sola
instancia el monopolio de la fuerza en un determinado territorio y por sobre una
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determinada población, para realizar en el Estado, la máxima unidad y cohesión


política.
Se actualizó comúnmente en México en el siglo XlX y de alguna manera lo sigue
siendo. Con él no se referimos a materia o concepto diferentes que ha tenido y
tiene diversas manifestaciones, puede ser definido en diversas y múltiples formas;
la misma doctrina abundante, le atribuye un contenido que no siempre coincide.
No se hace un uso correcto y uniforme de él. El término se presta más a la
confusión que ha permitir la comprensión de las instituciones públicas.
Por los compromisos internacionales que han sido contraídos por el Estado
mexicano, en nuestra actualidad, no podemos explicar la existencia de este,
cuando menos en su acepción de independencia de la exterior; con diversas
limitantes y algunos afines, En su aspecto de supremacía, pudiera seguir siendo
valioso en el interior, como cuando se refiere a justificar la existencia de la relación
sometiendo-obediencia; sin embargo, que en teoría el Estado mexicano es
hegemónico en territorio nacional, ha reconocido beligerancia a un grupo rebelde,
armado y entablado negociantes con él; lo veas por donde lo veas, estas no son
cualidades propias de un estado soberano.

Definición de soberanía

El autor Heller lo define como algo que está en la capacidad, tanto jurídica como
real, De poder decidir de manera definitiva y eficaz en todos los conflictos que ser
en la unidad de la cooperación social-territorial, incluso en caso de ser requerido
Contra el derecho positivo, y además de imponer la decisión a todos, no sólo los
miembros del Estado, sino en principio a todos los habitantes del territorio.
Por lo estipulado en el artículo 133, se considera que el Estado mexicano es
soberano; Así desde el momento en que gracias ese precepto, existe una primacía
del derecho nacional sobre el internacional.
Las personas que apenas están comenzando a estudiar la ciencia del derecho, De
todas las opiniones que en relación con la palabra soberanía existe, si lograr
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entender y adoptar de manera provisional dos o tres ideas que pudieran ser
calificadas de elementales, estaríamos entregadas posibilidades de entenderlo
para los efectos de nuestra constitución mexicana; son las siguientes: un
Soberano, no importa si es el pueblo, un monarca, una fracción revolucionaria,
una asamblea constituyente o una carta fundamental, es todo aquel que conforme
al derecho es supremo en lo interior e independiente en lo exterior. Desde el punto
de vista teórico, esto es el concepto.

Aspectos de la soberanía

Podemos considerar la soberanía desde dos aspectos, interno o externo;


externamente un estado es soberano cuando no existe dependencia hacia otro
poder, por otro lado, desde el punto de vista interno. La soberanía del Estado
suele manifestarse en el imperium sobre el territorio y sobre la población, esta
última está en una situación de subordinación respecto del ordenamiento jurídico
que el Estado le genera y le garantiza.
La soberanía que un Estado ejerce internamente se origina en el pueblo, este es
quien se somete Voluntariamente al poder, y además actúa reconociendo y
garantizando los derechos individuales y sociales, de todo, esta idea que tiene
origen en las teorías liberales del contrato social.

Tipos de soberanía

Existen diversos tipos de soberanía, dependiendo del aspecto del poder político
que se trate, por ejemplo:

 Soberanía política. Aquella que tiene que ver con la organización


política interna de un Estado, la cual se encuentra determinada por las
reglas de su Constitución.
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 Soberanía económica o financiera. Cuando se refiere a la


determinación de las reglas económicas propias del sistema de una
nación o país, o al manejo de sus activos económicos y la
administración de sus finanzas.

 Soberanía alimentaria. Referida a la capacidad de un Estado de


producir sus propios alimentos y alimentar a su pueblo sin depender de
terceros.

 Soberanía tecnológica. Es la que tiene que ver con la capacidad de un


Estado de producir o manejar la tecnología necesaria para sus
operaciones sin requerir de terceros.

 Soberanía militar. La referida al manejo de las fuerzas armadas de una


nación y a la defensa de sus límites territoriales.

Función moderna de la soberanía

La soberanía puede seguir siendo útil la teoría del Estado y el derecho


constitucional, en la medida que se usa en su sentido amplio, se precinta de su
significado, etimológico e histórico y se atribuye un papel finito en la forma de
ejercer el poder; que en ese sentido, lo considera Nicola Matteucci: en el amplio
sentido el concepto político-jurídico de soberanía sirve para indicar el poder
demanda en última instancia en una sociedad política y por consiguiente para
diferenciar esta de las otras esas asociaciones humanas, en cuyo organización no
existe tal poder supremo, exclusivo y no derivado. Por lo que, tan concepto está
estrechamente vinculado al poder político, José, que la soberanía pretende ser
una racionalización jurídica del poder, Para transformar la fuerza en poder legítimo
y el poder de hecho en poder de derecho.
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Titular de la soberanía

Al momento de creer que existe algo a lo cual se denomina soberanía, por


consiguiente, nos lleva a suponer que también existe un titular de esta, el cual la
posee, la ejerce y eventualmente puede transmitirla o ser privado de ella. de
nuevo, Heller menciona que:
“ la soberanía supone, según eso, un sujeto de derecho, capaz de voluntad y de
obrar, que se impone regularmente a todos los poderes, organizados o no, que
existen el territorio; lo que significa que tienen que ser un poder de ordenación
territorial de carácter supremo y exclusivo. El Estado es la organización.
Normalmente más poderosa dentro de su territorio.
… así, se llama soberano al poder que cree el derecho, en su caso al
constituyente, pero eso es organización estatal como un todo.

Por otro lado, Felipe Tena Ramírez afirma que:


Dentro del sistema americano, el único titular de la soberanía es el pueblo o la
nación. Este titular originario de la soberanía y uso de tal poder cuando se
constituyó en estado jurídicamente organizado, parece fin el pueblo soberano,
expidió su ley fundamental, llamada constitución, en la que como materia
estrictamente constitucional, consignó la forma de gobierno, creó los poderes
públicos con sus respectivas, facultades y reservó para los individuos cierta zona
inmune a la invasión de las autoridades (los derechos públicos de la persona que
nuestra constitución llama “garantías individuales”). El acto de emitir la
Constitución significa para el pueblo que le emite un acto de autodeterminación
plena y auténtica, que no está determinado por determinantes jurídicos,
extrínsecos a la voluntad del propio pueblo en los regímenes que, como en
nuestro, no toleran la apelación directa del pueblo, el acto de autodeterminación
representa lo único oportunidad de que el titular la soberanía la ejerza en toda su
pureza e integridad.
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Luego, el mismo autor nos dice que: “ el pueblo, a su vez, titular, originario de la
soberanía, subsumió en la Constitución su propio poder soberano”.
En el caso de México, desde el punto de vista histórico, no ha sido otorgado ese
presupuesto estadounidense, en relación con el titular temporal de la soberanía;
los hechos demuestran que el fenómeno se dio de otra manera; en el sistema
político mexicano la soberanía forma y material ha sido asumida, usurpada y
ejercido de manera ordinaria por una facción armada, triunfante, la cual ha
impuesto a un constituyente, un criterio de organización que previamente ella ha
fijado; las cúpulas de las facciones vencedoras han sido las que han determinado
las formas de Estado y gobierno que deben adoptar e instrumentar sus asambleas
constituyentes que eufemísticamente se han denominado soberanas. Para poder
sostener que nuestro pueblo ha depositado en forma transitoria su soberanía en
las asambleas, sería pasar por alto nuestra realidad?. Es admisible la idea, sólo en
el sentido de qué se tomó los revolucionarios o facciones triunfantes como
intérpretes auténticos del sentir popular o representantes de aquellos quienes han
dominado por las armas.

El constituyente de 1824 no fue soberano; estuvo constreñido en su actuación al


voto del congreso del 12 de junio de 1823, que disponía: “El soberano Congreso
constituyente, en sesión extraordinaria de esta noche, ha tenido a bien acordar
que el gobierno puede proceder a decir a las provincias estar el voto de su
soberanía por el sistema de república federada, y que no lo ha declarado en virtud
de haber decretado se forme convocatoria para nuevo Congreso que constituya a
la nación.”
El constituyente de 1824, a pesar de los esfuerzos de fray Servando Teresa de
Mier, sólo podía establecer como forma de gobierno la federal; no fue una
asamblea soberana.

El Plan de Ayutla, del 1 de marzo de 1854, que previó la posibilidad de que se


convocara un congreso extraordinario que estudiara y aprobara una nueva
constitución disponía, en su art. 5o “el cual se ocupe exclusivamente de constituir
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a la Nación bajo la forma de República representativa popular”. Por virtud de ese


postulado no podía optarse por una monarquía ni por un sistema absoluto, como
el adoptado en la última administración del general Antonio López de Santa Anna.
El constituyente de 1856-1857 no fue una asamblea soberana.
La asamblea constituyente de 1917 tampoco fue soberana; fue convocada sólo
para reformar la carta de 1857: “El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista,...
presentará el proyecto de Constitución Reformada”, disponía el art. 11 de la
convocatoria a elecciones con fecha 15 de septiembre de 1916 firmada por
Venustiano Carranza. En el preámbulo de la carta promulgada el 5 de febrero se
afirmó: “Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que reforma la del
5 de febrero de 1857.”
Ése es el contexto histórico en que han actuado los constituyentes; sólo en un
sentido impropio pueden ser llamadas asambleas soberanas aquellas que han
sido convocadas y que han aprobado las cartas fundamentales que han estado en
vigor.

Debido a la supremacía de la constitución, que deriva de su propia naturaleza y de


lo dispuesto en el art. 133, y que, cuando menos en teoría, ningún compromiso
internacional puede estar sobre ella, es válido afirmar que ésta es soberana; está
sobre todos y sobre todo; nada le es superior. También lo es sostener que el
pueblo es el titular de la soberanía, aunque no la pueda ejercer directamente.
Cuando menos de manera formal y porque así se ha declarado expresamente,
aunque la historia niegue ese supuesto, también han sido soberanas las
asambleas constituyentes que se han convocado y que han aprobado las cartas
fundamentales que han estado en vigor.
La misma constitución, al referirse a los estados que conforman la unión federal,
los califica, entre otras cosas, de soberanos (“Artículo 40. Es voluntad del pueblo
mexicano constituirse en una República representativa, democrática, federal, com-
puesta de Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen
interior; pero unidos en una Federación establecida según los principios de esta
ley fundamental”); la fórmula es inapropiada; no es correcto llamar soberano a
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quien en su organización y funcionamiento está supeditado, en virtud de un texto


expreso, a alguien superior, en el caso a la constitución general y en muchas
materias, sobre todo en la jurisdiccional, a los poderes centrales. Gracias a que en
el sistema federal existe la posibilidad de que los estados, mediante sus poderes ,
se den a sí mismos leyes, las ejecuten y resuelvan las controversias con fuerza
vinculativa, lo correcto es llamarlos autónomos y a su campo de acción,
autonomía.
El de la soberanía es, y pudiera seguir siendo, un concepto teórico difícil de ubicar
y así; lo real y tangible que puede llegar a ser el poder.

Mexico un país soberano

A pesar de qué la guerra por la independencia de México llegó a sus fines 27 de


septiembre de 1821, y que un día después del solemne acto, se firmar el acta de
independencia del imperio mexicano, pronunciada por su junta soberana
congregada en la capital del país, no fue hasta casi 10 años. Después que España
reconoció nuestro país como una nación soberana, libre e independiente. El día 28
de diciembre de 1836, por medio del tratado Santa María Calatrava, España
finalmente reconoció a México como una nación soberana, con esto, la monarquía
renunció a cualquier tipo de interés o injerencia directa sobre el territorio nacional,
que de igual manera se consideraba que la nación mexicana era capaz de
organizarse, legislarse y gobernarse a sí misma, por lo que la nación de reciente
creación adquirió mayor presencia internacional, todo esto gracias a la soberanía
que adquirió el país.

Necesidad del estudio histórico de la soberanía y


periodización del mismo

Antes de analizar la soberanía desde una óptica sincrónica, de echar una mirada a
las influencias y factores determinantes que explican su conformación actual, es
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necesario estudiar las principales influencias y los factores determinantes que han
incidido en ella a lo largo de la historia, las constantes y cambios que la han
impulsado, junto a las racionalidades y doctrinas que la han ido nutriendo. ¿Por
qué es importante recurrir al pasado?, Georg Sorensen nos brinda una buena
justificación: “La Historia es importante por una razón sencilla: tenemos que tener
alguna noción de lo que existió antes con el fin de evaluar con exactitud el cambio
que ha tenido lugar”. Conocer el pasado es la mejor forma de entender el
presente. Además, hay otra razón importante: la Historia no sólo sirve para
explicar el Derecho, se confunde con él. Enseñar Historia, dijo Foucault, es
enseñar Derecho. Aquélla forma parte de lo normativo como precursora,
componente y discurso. Las causas históricas de una génesis normativa, las
costumbres que se van convirtiendo en jurídicas o el relato historiográfico que
transporta y es, al mismo tiempo, una realidad prescriptiva, reflejan esta íntima e
insoslayable conexión.

Sobre las líneas maestras de la soberanía, perfiladas a partir de la aparición del


Estado moderno y decantadas de la práctica internacional europea, sucesivas
adiciones han ido reflejando el impacto de grandes fuerzas históricas. La
soberanía es el resultado de un proceso multisecular movilizado por cambios
históricos fundamentales, cuyas huellas son discernibles en cada aspecto esencial
del concepto.

En principio, la periodización de la vida de nuestro concepto parece sencilla. La


soberanía surgió, cabe recordar, en el año 1648, una vez los tratados que dieron
vida a la Paz de Westfalia consolidaron el sistema interestatal como marco de
referencia básico del reparto del poder territorial en Europa. Aunque hubiese sido
contemplada en la esfera teórica antes de esa fecha (la primera edición de Los
seis libros de la República aparece en 1575), en la práctica no cabe situar ningún
comportamiento estable y consolidado de lo que más tarde sería conocido bajo el
nombre de soberanía antes de la misma. Debido a ello, parecería correcto iniciar
este estudio a partir del año señalado. Pero, ¿acaso no ocurrió nada antes que
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deba ser tomado en consideración? La soberanía no apareció de repente, salida


de la oscuridad como un fenómeno natural desconocido.

Como sabemos, se formó a partir de la evolución que tomó el poder político


territorial en suelo europeo, a través de un proceso largo y lento que la hizo única
y que dio comienzo antes de aquél año. La soberanía es indiscernible del Estado
moderno, y éste empezó a componer su figura antes de 1648, irguiéndose de
forma gradual, a través de sucesivos estratos, en los que fueron acumulándose,
junto con otros elementos relevantes, ingredientes claramente protosoberanistas.
Esta es una buena razón, creo, para no soslayar esta etapa. Además, hay otra
motivación importante: también los entes preestatales intentaron resolver algunas
de las cuestiones a las que la soberanía daría respuesta mucho más tarde. La
idea de un poder supremo, capaz de unir a un grupo humano y de trabar relación
con otros poderes iguales ha flotado sobre la historia durante milenios. Las
distintas formas en las que los entes preestatales intentaron materializarla ilumina,
tanto por las trazas protosoberanistas que son visibles en algunas de ellas, como
por las muchas disimilitudes que, en general, mostraron, la concreción específica y
particular que dicha idea simple va a conseguir en el seno de la estructura estatal.
De esta manera, apreciando lo distintos que eran esos entes en relación con la
forma en la que se iba a configurar en el Estado moderno, puede ensayarse un
interesante estudio comparativo.

Esas dos razones avalan un mínimo estudio de la etapa preestatal. Tras llevarlo a
cabo, deberemos abrir la segunda etapa de esta diacronía, aquella que empieza
en el año 1648, fecha en la que la soberanía, como reflejo de la conformación de
un poder único dentro de un territorio específico y en cuanto extensión de la
independencia e igualdad de los Estados de Europa Occidental, va a convertirse
en la base de un nuevo modelo de relaciones interestatales. En la etapa
soberanista se dibujan las líneas evolutivas que llevarán a la soberanía a una
difusión y universalización raras veces alcanzadas a lo largo de la
Historia.
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Como se desprende de lo expuesto, la articulación temporal del Estado y la de su


soberanía no están sujetas a tramos de tiempo ortodoxos. Los primeros Estados
surgidos en la Europa occidental tuvieron, más allá de sus notas comunes, distinta
composición, evolución y cronología; no aparecieron de repente ni de forma
simultánea, no mudaron su faz al unísono ni marcaron con su devenir el
nacimiento o la extinción de una época.

Tampoco los poderes que el ente estatal reemplazó desaparecieron en un instante


y para siempre. La condición poliárquica de la política medieval se fue
extinguiendo con lentitud, y no fueron pocos los enclaves de poder feudal que
pervivieron dentro de la naciente estructura estatal. Por eso, la ordenación del
material histórico aquí expuesto no puede seguir un continuo lineal paralelo a la
periodización habitual que divide la Historia en grandes edades a partir de
acontecimientos de ruptura. En cambio, sigue el algo menos traumático camino
histórico recorrido por el concepto, fundamentalmente en lo que se refiere a su
ámbito externo, espacio que define a la soberanía como elemento político y
jurídico internacional. La periodización propuesta contiene, por ende, una primera
gran división, en la que cabe apreciar una etapa presoberanista, que engloba la
Edad Antigua, la Edad Media y una porción importante de la Edad Moderna, y una
etapa soberanista, en la que la soberanía aparece y evoluciona como reflejo de la
unicidad que aportan los Estados y como elemento configurador esencial de las
relaciones externas emprendidas por éstos. He subdividido esta última etapa en
cuatro periodos que se acomodan a los pasos de evolución e implantación de la
soberanía.

Durante el transcurso del primero de tales periodos la soberanía va a dislocar el


orden medieval europeo occidental para crear una ordenación espacial y un
modelo de relaciones externas opuestos a él; en el segundo, se va a convertir,
uncida a la idea de nación que la Revolución francesa va a enarbolar de forma
muy característica, en manifestación de una legitimidad rupturista, la que, con el
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tiempo, acabará imponiéndose como legitimidad base del propio modelo


soberanista y contribuirá decisivamente a su difusión en Europa y en América;
durante el tercer período el concepto afirmará sus notas clásicas y se extenderá a
otros continentes, como expresión de un modelo internacional de raigambre
occidental; por último, en el cuarto periodo, la soberanía va a adquirir sus actuales
perfiles, determinados por una mayor juridicidad y un menor voluntarismo,
consecuencia de la progresión de la sociedad internacional y de su derecho.
Este es el tiempo, o, mejor dicho, los tiempos, que regulan la cronología de esta
parte del trabajo. Ahora bien, respecto a los lugares también cabe hacer una
pequeña aclaración. Tomando como punto de referencia al Estado, repito de
nuevo, compañero indiscernible de la soberanía, el análisis debe circunscribirse a
aquellos entes preestatales que, presentando una continuidad, más se acercaron
a las líneas de puntos que iban a definir la figura del Estado moderno.
Bederman advierte la presencia de dichas líneas en determinadas ciudades-
estado e imperios que estuvieron situados en el Próximo Oriente, en el mundo
griego y en Roma, no todos tienen la misma importancia. Algunos son
redundantes y, por eso, puede soslayárselos sin dejar un hueco importante en la
narración. Otros, en cambio, debido a la importancia de sus aportaciones
idiosincráticas, deben ser aludidos necesariamente.

Elementos de la constitución histórica de la soberanía:


caras interna y externa

Como se ha dicho al principio de estas páginas, la soberanía está compuesta


fundamentalmente por elementos políticos y jurídicos. A partir de esta doble
aportación, el concepto se ha deslizado por un camino dual, cuya vía más
transcurrida ha sido, desde luego, la que han seguido las premisas de la política.
Pero la soberanía es dual en un sentido todavía más claro: plasma las dos caras,
endógena y exógena, de su concepto matriz, el Estado.
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La concreta formulación de la soberanía en los ámbitos interno y externo marca


los aspectos principales del desenvolvimiento histórico del Estado. Para estudiar
diacrónicamente la soberanía, hay que tener en cuenta, pues, esas dos caras. La
faz interna refleja una concreta unión política, territorial y social, conseguida
históricamente a través del Estado; por su parte, la cara externa muestra el dibujo
histórico de la interacción estatal, sometido -formal pero claramente- a los
principios de independencia e igualdad. La primera ha evolucionado siguiendo los
avatares internos del Estado, la segunda lo ha hecho según las circunstancias
externas de la vida estatal.

La aparición del Estado, precisa Hinsley, no obstante ser una condición necesaria
para el surgimiento de la soberanía, no debe ser considerada como una condición
suficiente. A ella, reflejo de un poder organizado de forma muy concreta, debe
añadírsele, subraya este autor, la existencia de una comunidad determinada,
unida e integrada, con la que el poder estatal debe mantener una íntima y
recíproca conexión.
Estos dos requisitos constitutivos se conformaron en el estadio inicial de la
soberanía, cuando ésta comenzó a actuar como factor unificador, ad intra,
utilizada por un poder que se fue tornando en el dominador exclusivo de un
territorio específico. Georg

Serensen sintetiza los dos requisitos de Hinsley en una primera condición objetiva:
la existencia de Estados dotados de un territorio delimitado, una población estable
y un gobierno. Habiendo Estados, entes en inherente posesión de estos tres
elementos, existe soberanía. Pero, desde el punto de vista internacionalista, con
esta primera condición no es suficiente. Desde dicha óptica resulta imprescindible
tener en cuenta, además, otro requisito, marcado por Georg Sorensen como
segunda condición objetiva de la existencia de la soberanía. Dicha condición,
argumenta este autor, es la independencia, entendida como la garantía de una
igual condición para todos los Estados verificable más allá de cualquier diferencia
material. Soberanía, ad extra, significa independencia e implica igualdad. Sin el
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predominio de un modelo de relaciones exteriores basado en los principios de


independencia y igualdad y dotado de un corolario normativo, el ius gentium
europeo, capaz de otorgar a los mismos una amplia dimensión jurídica, la
existencia de un sistema soberano no habría tenido lugar.

Bibliografía

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