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“MADRELAGUA TEATRO”

PRESENTA

AGNUS DEI

DE

Jonh Pielmeier

Abril… - 2016

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(Lados los del público)
La escenografía está dividida en dos espacios. En la parte superior, una
pantalla enmarcada. La tela de la pantalla estará preparada para
retroproyección. La escenografía recrea una pequeña celda de convento,
que por sus muebles denota, que es el despacho de la madre superiora
destinado a recibir visitas. Una gran cruz, en la pared del lateral derecho,
preside la estancia. En el lateral izquierdo una ventana, que un tenue sol de
invierno se encarga de proyectar unas desvaídas sombras en su pared
opuesta. Debajo, un piano adornado con un paño de encaje. Encima dos
cuidadas macetas con sus platos. En la pared del fondo en el espacio
izquierdo de la puerta un cuadro de Juan Pablo II y en el izquierdo un podio
con la imagen de la inmaculada. En lateral derecho, delimitándolo, dos
maceteros con unas macetas de geranios ponen una nota de color a la
estancia. A la derecha de la cruz una pequeña librería deja ver algunos
libros y varios archivadores en perfecto estado de colocación. Bajo ésta, el
sillón de la madre superiora, que preside una sobria mesa de escritorio
donde alternan los documentos en uso con unos libros, una escribanía y un
pequeño crucifijo de sobremesa. Al otro lado de la mesa una silla con un
cojín, dispuesta para los entrevistados, completan el mobiliario. En el suelo
una alfombra enmarca el espacio de la mesa y los asientos.

PRIMER ACTO

ESCENA I
(Se enciende el proscenio. A telón
corrido, en el centro del mismo, la
doctora Livinstone elucubra un
monólogo)

Recuerdo que, siendo una niña, fui a ver


por lo menos cinco o seis veces “la
dama de las camelias”. Nunca pude
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soportar la idea de que muriese
tuberculosa. Cada vez que me sentaba
en la butaca, contenía la respiración,
expectante aunque al final de la película
salía de mal humor y prometía volver
otra vez con la vana esperanza de ver
un final feliz. En alguna filmoteca
perdida de Hollywood tenía que existir
una versión doble con otro final
alternativo. Greta Garbo tenía que
sobrevivir a la enfermedad. Fleming
tenía que haber llegado a tiempo para
salvarla. Incluso hoy quiero creer que
debe existir una doble versión para
todo…escondido en alguna parte tiene
que existir un final feliz para cada
historia. Todo depende del interés que
pongas en buscarlo y de cómo lo
necesites. (Oscuro)

ESCENA II

(Mientras que a oscuras se abre el telón y


desaparece la doctora, suena el dial de
una radio que sintoniza una emisora,
dando un boletín informativo de última
hora.)
VOZ EN OFF DE UNA LOCUTORA: Según un
comunicado de última hora que acaba
de llegar a nuestra redacción, en un
convento católico a noventa kms. de

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Quebec, ha sido encontrado el cadáver
de una niña recién nacida, en una
papelera, con el cordón umbilical atado
al cuello. A la madre, la han encontrado
inconsciente por la pérdida de sangre, a
la puerta de su celda. El juez instructor
de la causa, entiende que es necesario
cerciorarse del estado mental de la
presunta autora antes de formular la
acusación de asesinato, y para ello ha
solicitado los servicios de una
prestigiosa siquiatra
(A continuación, con la sala a oscuras, se
sigue oyéndo el resto de la grabación)
(sonido de la campana de entrada al
convento, efecto de sonido, de una
cerradura y un cerrojo que abren y el
siguiente diálogo)
VOZ EN OFF DE LA DOCTORA.-: Buenos
días, soy la doctora Marta Livingstone,
creo que la madre superiora me espera.
VOZ EN OFF DE LA HERMANA PORTERA.-
(Hosca) Pase.
VOZ EN OFF DE LA DOCTORA.- Gracias.
(Sonido, de nuevo de cerradura y
cerrojo, cerrando.
VOZ DE LA HERMANA PORTERA.- Por
favor, el cigarrillo.
VOZ EN OFF DE LA DOCTORA: ¡Oh!,
perdone.

(Finaliza el sonido de la grabación con la


última frase de la Dtra., se encenderá la
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luz de escena.
MADRE. — El doctor Livingstone,
¿supongo? (La MADRE se ríe ante su
propia frase y recoge los documentos
con los que trabajaba.) Soy la Madre
Miriam Ruth, superiora del convento.
(Extendiéndole la mano) (1)
DOCTORA. — ¿Qué tal, madre? ¿Cómo
está? (2)
MADRE. — No es necesario que me llame
Madre. Siéntese aquí, por favor.
DOCTORA. — Gracias. (MADRE. — A la
mayoría de la gente, la palabra madre
le incomoda... o conduce a
familiaridades que muchos no están
dispuestos a aceptar. Así que puede
llamarme Hermana. (Puede fumar, si lo
desea, pero que no lo sepan las
hermanas. No lo entenderían,
sobretodo la hermana Margarita, para
ella hasta la reina Victoria es una
desvergonzada. Además yo los echo de
menos
DOCTORA.- ¿Era Vd. fumadora?
MADRE.- Dos paquetes diarios.
DOCTORA.- Yo le gano en eso
MADRE.- ¡Sin filtro!(Pausa).
Esperábamos su visita. Me han
permitido que venga a su entrevista con
la hermana Agnes, en calidad de
acompañante. De momento el juez la
permite residir en el convento hasta
que se celebre el juicio.
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DOCTORA. — Sí, ya... lo sé.
MADRE. — Quiero ayudarla en lo que sea
posible.
DOCTORA. —)
Gracias, Hermana, pero me gustaría
conocer a la Hermana Agnes. Si después
de hablar con ella quedase algún punto
poco claro, yo con mucho gusto
hablaría con usted.
MADRE. — Si, imagino que tendrá muchas
preguntas que hacer. Dispare
DOCTORA. — En efecto, pero me gustaría
hacérselas a la hermana Agnes.
MADRE. — Creo que no va a poder
servirla de mucha ayuda.
DOCTORA. —¿A qué se refiere?
MADRE. — Ha enterrado el asunto. No se
acuerda de nada. Y me parece que soy
la única que puede contestar a sus
preguntas.
DOCTORA. — ¿La conoce bien?
MADRE. — Conozco a la Hermana Agnes
perfectamente. Tenga en cuenta que
somos una orden contemplativa, no
dedicada a la enseñanza. Nuestras
diferencias son muy pequeñas. A mí me
eligieron superiora hace cuatro años, un
poco antes de que la enviasen con
nosotras. Por lo tanto considero que
estoy totalmente capacitada para
contestar cualquiera de sus preguntas.
DOCTORA. — ¿Quién sabía que Agnes

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estaba embarazada?
MADRE. — Nadie.
DOCTORA. — ¿Y cómo pudo ocultarlo?
MADRE. — Se vestía sola, se bañaba sola…
DOCTORA. — ¿Es eso normal?...
MADRE. — Sí.
DOCTORA. — ¿Cómo lo disimulaba
durante el día?
MADRE. — (Sacudiendo su hábito.) Hasta
una metralleta se puede ocultar aquí
dentro, Dra.
DOCTORA. — ¿En todo ese tiempo no se
le hizo ningún reconocimiento médico?
MADRE. — Nos hacemos un chequeo una
vez al año y el embarazo ocurrió entre
dos visitas médicas (Pausa)
DOCTORA. — ¿Quién cree Vd. que pudo
ser el padre?
MADRE. — No tengo ni idea.
DOCTORA. — ¿Qué hombres tenían
acceso a ella?
MADRE. — Ninguno que yo sepa.
DOCTORA. — ¿El médico es un hombre?
MADRE. — Sí, pero ya le he dicho que
durante ese periodo no visitó el
convento
DOCTORA. — ¿Algún sacerdote...?
MADRE. — Sí, (pero)...
DOCTORA. — ¿Cómo se llama?

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MADRE. — Es el padre Marshall. Pero, no
lo considero posible candidato… con
doble L
DOCTORA. — ¿Pudo haber alguien más?
MADRE. — Es evidente que sí.
DOCTORA. — ¿En ese caso, por qué no se
preocupó en descubrirle?
MADRE. — Me preocupé mucho de
hacerlo, créame. Traté de sonsacarle
algo a Agnes pero aún... no tengo la
menor idea de cómo pudo quedar
embarazada.
DOCTORA. — Bueno. ¿Por qué no se lo
preguntó?
MADRE. — Si no recuerda ni el
alumbramiento ¿cómo cree que va a
admitir la concepción? Además, no veo
que tiene que ver esto con ella...
DOCTORA. — Vamos, Hermana...
MADRE. — Lo importante es que alguien
le dio esa niña, doctora, eso ya lo
sabemos. Pero ocurrió hace
aproximadamente doce meses y no veo
que la identidad de ese alguien tenga
que ver con el juicio.
DOCTORA. — ¿Por qué lo cree así?
MADRE. — No me pregunte a mí, no soy
yo la paciente.
DOCTORA. — Pero yo soy el médico y
quien decide lo que es o no es
importante en este caso.
MADRE. — Conforme..
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DOCTORA. — Entonces, ¿por qué quiere
evitar mi pregunta?
MADRE. — No pretendo evitarla.
DOCTORA. — ¿Le repito, quién cree Vd.
que pudo ser el padre?
MADRE. —No lo sé. (Pausa)
DOCTORA. — Quiero verla ahora.
MADRE. — Doctora... no quisiera parecer
descortés, pero... no me gusta. No me
refiero a su persona, sino...
DOCTORA. — ...a la siquiatría como
ciencia.
MADRE. — Exacto. Por eso le ruego que
trate a Agnes lo más rápida y
sencillamente que le sea posible. Ella es
un ser débil, y no resistirá un
interrogatorio...
DOCTORA. — Hermana, no soy el Tribunal
de la Inquisición.
MADRE. — Ni yo pertenezco a la Edad
Media, y por lo tanto no me engaña. Sé
muy bien quién es usted... usted ahora
es un cirujano, al que no le voy a
permitir que abra su cerebro.
DOCTORA. — ¿Acaso existe algo que no
quiere que vea?
MADRE. — Lo que quiero es que tenga
cuidado, eso es todo.
DOCTORA. — Y que me dé prisa.
MADRE. — Eso es
DOCTORA. — ¿Por qué?

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MADRE. — Porque Agnes es distinta.
DOCTORA. — ¿Al resto de las monjas?
MADRE. — Al resto de la gente. Ella es
especial.
DOCTORA. — ¿En qué sentido?
MADRE. — Le ha sido concedida una
gracia especial... ha sido bendecida.
DOCTORA. — ¿Qué quiere decir?)
MADRE. — ¿Lo ve?
AGNES. — (Música)
MADRE. — Canta como un ángel.
AGNES. — (Música)
DOCTORA. — ¿Canta así con frecuencia
cuando está sola?
MADRE. — Siempre.
AGNES. — (Música)
MADRE. — Le da vergüenza cantar
delante de las demás.
AGNES. — (Música)
DOCTORA. — ¿Quien la enseñó a cantar
así?
MADRE. — No lo sé.
AGNES. —( Música. Más tiempo))
MADRE. — (Mientras suena la canción a
un volumen más bajo.) Cuando la oí
cantar por primera vez quedé hechizada
y no podía asociar esa voz con la
chiquilla sencilla y feliz que yo conocía.
Entonces sí que era feliz, doctora. Esa
voz pertenece a otra persona.

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(Vuelve a aumentar el volumen de la
Música)
DOCTORA. — ¿Quiere decirle que pase,
por favor?
MADRE. — (Acercándose a la doctora,
rogando con ansiedad). Tendrá cuidado,
¿verdad?
DOCTORA. — Siempre tengo cuidado,
Hermana.
MADRE. — ¿Puedo quedarme?
DOCTORA. — No.
(La MADRE sonríe.)
MADRE. — Le diré que pase. (Oscuro)

ESCENA III

(Retroproyección en la pantalla situada en


la parte superior de la escenografía)

DOCTORA.- Quise ser objetiva pero la


Madre Miriam no me creyó. Ella no
podía saber lo de mi hermana pequeña
Marie, pero debió sospechar algo.
Cuando tenía quince años, decidió que
tenía vocación y quiso ingresar en un
convento. Mi madre la llevó sin
pensarlo dos veces y nunca más volví a
verla. Una noche me avisaron de que
Marie había muerto de una apendicitis
aguda sin recibir asistencia médica,
porque la Madre superiora no accedió a
que la llevaran a un hospital. (Se ríe.) En

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el fondo de mi corazón, creo que no
podía ser muy objetiva e imparcial,
¿verdad? Pero, lo intenté.
(Pausa.)
Recuerdo la espera para poder ver el
cadáver de mi hermana Marie, en una
pequeña celda del convento.
Contemplando aquellas paredes, aquél
suelo inmaculado, me dije: «Dios mío,
qué metáfora para estas mentes». En
aquel momento me di cuenta de que mi
religión y mi Dios es esto, mi mente.
Cada cosa de este mundo que no
comprendo está contenida en estos
pocos centímetros cúbicos. Bajo esta
concha de piel, huesos y sangre tengo el
secreto de absolutamente todo. Cuando
miro un árbol me digo: «No es
maravilloso que yo haya creado algo tan
verde?». Dios no está ahí fuera. Está
aquí dentro. Dios eres tú, o mejor aún,
tú eres Dios. La Madre Miriam no podía
entender esto, por supuesto... Me
recordaba en tantos aspectos a mi
propia madre... En cuanto a Agnes...,
(Fundido en negro)

ESCENA IV
AGNES. — Buenos días
DOCTORA. — Buenos días, soy la doctora
Livingstone... y me gustaría hablar

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contigo...¿Puedo?
AGNES. — Sí, claro
DOCTORA. — Tienes una voz muy bonita
AGNES. — No, no es verdad.
DOCTORA. — Te acabo de oir...
AGNES. — No, no era yo.
DOCTORA. —¿Quién cantaba entonces?
¿No sería la hermana Margarita?
(Agnes ríe a carcajadas.)
DOCTORA. — ¿Sabes que eres muy guapa,
Agnes?.
AGNES. — No, no lo soy.
DOCTORA. — ¿No te lo habían dicho
nunca?
AGNES. —Pausa) Hablemos de otra cosa
DOCTORA. — ¿De qué te gustaría hablar?
AGNES. — No lo sé.
DOCTORA. — De cualquier cosa. Anda,
siéntate. Lo primero que se te ocurra.
AGNES. — Dios..., pero no hay nada que
decir sobre Dios.
DOCTORA. — Di la segunda cosa que se te
pase por la mente.
AGNES. — Amor.
(Pausa.)
DOCTORA. — ¿Has amado alguna vez a
alguien?
AGNES. — Si, a Dios.
DOCTORA. — Quiero decir si has amado a

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algún ser humano.
AGNES. — Ah, sí.
DOCTORA. — ¿A quién?
AGNES. — A todo el mundo.
DOCTORA. — ¿A quién en particular?
AGNES. — ¿En este momento?
DOCTORA. — Sí.
AGNES. — Te amo a tí.
(Pausa.)
DOCTORA. —Agnes, ¿Has amado alguna
vez a un hombre, aparte de Jesucristo?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — ¿A quién?
AGNES. — ¡Oh! A muchos. Ha habido
tantos
DOCTORA. — ¿Al padre Marshall, por
ejemplo?
AGNES. — Sí, sí.
DOCTORA. — ¿Crees que él te ama a ti
también?
AGNES. — Claro, estoy segura.
DOCTORA. — ¿Te lo ha dicho?
AGNES. — No, pero cuando le miro a los
ojos puedo verlo.
DOCTORA. — ¿Habéis estado a solas?
AGNES. — Sí...
DOCTORA. — ¿A menudo?
AGNES. — Por lo menos una vez a la
semana.
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DOCTORA. — (Compartiendo el tono
alegre de AGNES.) ¿Y a ti te gusta estar
con él?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — ¿Dónde os veis?
AGNES. — En el confesonario.
(Decepción de la doctora.)
DOCTORA. — Ya... Agnes, ¿ves al padre
Marsahll... fuera del confesonario?.
AGNES. — (Cortando, sorprendiendo a la
Doctora) Quieres hablar del bebé,
¿verdad?
DOCTORA. — ¿Y tú quieres?
AGNES. — Nunca he visto ningún bebé.
Creo que se lo inventaron.
DOCTORA. — ¿Quién?
AGNES. — La policía.
DOCTORA. — ¿Por qué iban a hacerlo?
AGNES. — No sé.
DOCTORA. — ¿Recuerdas la noche que
dicen que nació?
AGNES. — No, estaba enferma.
DOCTORA. — ¿Qué te pasaba?
AGNES. — Comí algo que me sentó mal.
DOCTORA. — ¿Te dolía?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — ¿Dónde?
AGNES. — Aquí abajo.
DOCTORA. — Y, ¿qué hiciste?

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AGNES. — Me fui a mi celda.
DOCTORA. — ¿Qué pasó en tu celda?
AGNES. — Me puse peor.
DOCTORA. — Y, ¿luego?
AGNES. — Me quedé dormida.
DOCTORA. — ¿A pesar del dolor?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — ¿De dónde salió el bebé?
AGNES. — ¿Qué bebé?
DOCTORA. — El bebé que se inventaron.
AGNES. — De su imaginación.
DOCTORA. — ¿Eso dicen?
AGNES. — No, ellos dicen que salió de la
papelera.
DOCTORA. — Y, ¿antes de salir de la
papelera, de dónde salió?
AGNES. — De Dios.
DOCTORA. — ¿Después de de Dios y antes
de la papelera?
AGNES. — No te entiendo.
DOCTORA. — Vamos a ver, Agnes, ¿sabes
cómo nacen los bebés?
AGNES. — ¿Tú no lo sabes?
DOCTORA. — Sí, yo sí lo sé, pero quiero
que tú me lo digas.
AGNES. — ¡No sé de qué me hablas! Tú
quieres hablar del bebé, todo el mundo
quiere hablar del bebé, pero yo nunca
he visto ese bebé y por lo tanto, no

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puedo hablar de él, porque no creo que
exista ese bebé.
DOCTORA. — Está bien, hablaremos de
otra cosa.
AGNES. — ¡No! ¡Estoy harta de hablar!
Llevo semanas enteras hablando, y
nadie me cree lo que digo..., nadie me
escucha.
DOCTORA. — Yo te escucho..., es parte de
mi trabajo.
AGNES. — Pero yo no quiero contestar a
más preguntas.
DOCTORA. — ¿Prefieres ser tú quien me
pregunte a mí?
AGNES. — ¿A qué te refieres?
DOCTORA. — A eso. Vamos a jugar a “Tú
me preguntas y yo te contesto”.
AGNES. — ¿Y te puedo preguntar sobre
cualquier cosa?
DOCTORA. — Sobre cualquier cosa. Anda,
siéntate ahí
AGNES. — ¿Cómo te llamas?
DOCTORA. — Marta Luis Livingstone.
AGNES. — ¿Estás casada?
DOCTORA. — No.
AGNES. — ¿Te gustaría estar casada?
DOCTORA. — No, por ahora, no.
AGNES. — ¿Tienes hijos?
DOCTORA. — No.
AGNES. — ¿Te gustaría tenerlos?
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DOCTORA. — Ya no puedo.
AGNES. — ¿Por qué?
DOCTORA. — Pues..., porque ya no tengo
la menstruación.
AGNES. — ¿Por qué fumas?
DOCTORA. — ¿Te molesta que lo haga?
AGNES. — Nada de preguntas.
DOCTORA. — Fumar es como una
obsesión. Empecé a fumar cuando
murió mi madre..., ella también era una
obsesión para mí. Supongo que algún
día me obsesionaré con alguna otra
cosa y dejaré de fumar. (Pausa)¿Tienes
más preguntas?
AGNES. — Una.
DOCTORA. — ¿Cual?
AGNES. — ¿De dónde crees tú que vienen
los bebés?
DOCTORA. — De sus padres y madres, por
supuesto. Pero antes de eso, no sé.
AGNES. — Pues yo creo que vienen
cuando un ángel se posa sobre el pecho
de la madre y susurra en su oído. Así los
bebés buenos empiezan a crecer. Y los
malos vienen cuando un ángel caído se
mete a duras penas ahí abajo y crecen y
crecen hasta que logran salir.
No sé por dónde salen los bebés buenos.
No puedes ver la diferencia, salvo que
los malos, lloran mucho y a menudo,
ahuyentan a sus padres. Sus padres
enferman y a veces, mueren.

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Mamá no era muy feliz cuando murió y
creo que fue al infierno porque siempre
que la veo, parece que acaba de salir de
una ducha de agua caliente. Y nunca
estoy segura de si es ella o la Señora
quien me cuenta cosas. Siempre están
riñendo por mi culpa.
(Mira a la ventana, y una luz inunda el
rostro de Agnes, mientras habla) A la
Señora la vi cuando tenía diez años. Yo
estaba tumbada en la hierba mirando al
sol. De repente, el sol se convirtió en
una nube y la nube se convirtió en la
Señora. Dijo que siempre hablaría
conmigo y luego sus pies empezaron a
sangrar. Vi que tenía agujeros en los
pies, en las manos y en el costado.
Intenté recoger la sangre que caía del
cielo, pero no podía ver, porque me
dolían mucho los ojos y tenía unas
tremendas manchas negras delante de
mí. Ella siempre me cuenta cosas, como
por ejemplo, ahora está gritando:
«Marie, Marie...», pero no sé lo que me
quiere decir. A mí me utiliza para
cantar. Es como si me tirase un gran
anzuelo y me enganchara para alzarme,
pero no me puedo mover, porque mi
mamá me tiene sujeta por los pies y lo
único que puedo hacer, es cantar con su
voz... Es la voz de la Señora... Dios te
ama...
(Pausa.) Dios te ama. (Se queda como
en éxtasis)
DOCTORA. — ¿Conoces a alguna Marie

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? AGNES. — No…, ¿y tú?
(Pausa muy larga.)
DOCTORA. — ¿Por qué debería?
AGNES. — No sé.
(Pausa.)
DOCTORA. — ¿Las oyes a menudo...? me
refiero a esas voces.
AGNES. — No tengo ganas de hablar más.
Quiero irme.
DOCTORA. – Está bien, márchate.

ESCENA V
(Entra la madre Miriam.)
MADRE. — (Y bien, ¿qué piensa? ¿Está
completamente loca? O quizás está
completamente sana y es una perfecta
mentirosa. ¿Ha sacado alguna
conclusión?
DOCTORA. — Aún no, ¿y usted?
MADRE. — ¿Yo?
DOCTORA. — Usted la conoce mejor que
yo.
MADRE. — Pues... yo creo que no está
loca..., ni tampoco creo que mienta.
DOCTORA. — ¿Entonces, cómo es posible
que haya tenido un hijo y no sepa nada
respecto al sexo, ni al parto?
MADRE. — Porque es una criatura
inocente. Un ser elegido que no ha
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tocado nadie excepto Dios. En su mente
no hay lugar para esas cosas...
DOCTORA. — Bobadas.
MADRE. — No, en su caso no lo son. Su
madre la tenía metida en casa
prácticamente siempre. Apenas fue al
colegio. No entiendo como su madre lo
pudo hacer, pero el caso es que lo hizo.
Y cuando la madre murió, Agnes se vino
con nosotras. Nunca ha estado «por
ahí». Nunca ha visto cine o televisión, ni
jamás ha leído un libro.
DOCTORA. — Y si usted cree que es
inocente... ¿cómo pudo matar a la niña?
MADRE. — No la mató. Fue un homicidio
casual, no un asesinato. No la mató
conscientemente. No sé cómo ustedes
lo denominarán en su jerga siquiátrica.
Dice la verdad cuando asegura que no
recuerda nada. Perdió mucha sangre,
estaba desmayada cuando la
encontré...
DOCTORA. — ¿Quiere decir que mató al
bebé, lo tiró en la papelera y llegó
arrastrándose hasta la puerta... en una
especie de trance?
MADRE. — No me importa lo que usted
crea. Usted es la siquiatra, no el jurado.
DOCTORA. — ¿Alguien más pudo haber
matado al bebé?
(Pausa.)
MADRE. — No, según la policía.

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DOCTORA. — Y, ¿según usted?
MADRE. — Ya le he dicho lo que pienso.
DOCTORA. — Que estaba inconsciente en
esos momentos, sí, precisamente por
eso alguien pudo haber entrado en su
cuarto y... matarle.
MADRE. — No pensará realmente que...
ocurrió algo así.
DOCTORA. — Está dentro de lo posible,
¿no cree?
MADRE. — ¿Quién pudo ser?
DOCTORA. — No sé... quizás alguna otra
monja. Pudo descubrirlo todo, y quiso
evitar el escándalo.
MADRE. — Eso es absurdo.
DOCTORA. — ¿Nunca se paró a pensar en
esa posibilidad?
MADRE. — Nadie estaba enterado del
embarazo de Agnes. Nadie, ni siquiera
la propia Agnes.
(Pausa.)
DOCTORA. — ¿Cuándo se enteró usted de
su inocencia..., de su forma de pensar?
MADRE. — Al poco tiempo de estar entre
nosotras.
DOCTORA. — Y, ¿no le sorprendió?
MADRE. — Quedé completamente
desconcertada... igual que está usted en
estos momentos. Pero, ya se
acostumbrará.
DOCTORA. — ¿Qué ocurrió?
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MADRE. — Dejó de comer..., perdió el
apetito por completo.
DOCTORA. — ¿Fue antes del embarazo?
MADRE. — Sí, dos años antes.
DOCTORA. — ¿Cuánto tiempo estuvo sin
comer?
MADRE. — No lo sé..., creo que unas dos
semanas antes de que yo me enterase.
DOCTORA. — ¿Por qué lo hizo?
MADRE. — En principio se negó a
explicarlo. Cuando la trajeron ante mí...
parece que formo parte de un tribunal,
¿verdad?... en fin, cuando nos
quedamos solas, confesó... Dijo que se
lo había mandado Dios. (Oscuro)

ESCENA VI

Proyección. (Localización en la
escenografía)

MADRE- Agnes, ha llegado a mi


conocimiento que has dejado de comer.
AGNES,- Me lo ha mandado Dios.
MADRE.- Te lo dijo Él mismo.
AGNES. — No.
MADRE. — ¿Fue a través de alguien?
AGNES. — Sí.
MADRE. — ¿De quién?
AGNES. — No lo puedo decir.
MADRE. — ¿Por qué?
AGNES. — Ella me castigaría.

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MADRE. — ¿Fue una de las hermanas?
AGNES. — No.
MADRE. — ¿Quién?
(Pausa.)
¿Por qué te pidió que hicieras eso?
¡Agnes, mírame!
AGNES. — Porque estoy engordando
demasiado.
MADRE. — ¡Por el amor de Dios!
AGNES. — Sí, estoy engordando..., tengo
demasiados kilos encima. Estoy como
un globo
MADRE. — Agnes, por favor. ¿Qué
importa que estés gorda o no? Aquí no
tienes por qué preocuparte de estar
guapa.
AGNES. — Sí, Madre, debo de estar
atractiva para Dios.
MADRE. — Dios te quiere tal como eres.
AGNES. — No, es verdad... El odia a las
personas gordas.
MADRE. — ¿Quién te ha contado eso?
AGNES. — La gordura es un pecado.
MADRE. — ¿Por qué?
AGNES. — Fíjese en todas las imágenes...
son todas delgadas
y están delgadas porque sufren. El
sufrimiento es hermoso y yo quiero ser
hermosa.
MADRE. — ¿Quién te dice esas cosas?

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AGNES. — Cristo lo dijo en la Biblia.
«Bienaventurados los niños que sufren
porque de ellos es el Reino de los
Cielos». Quiero sufrir como un niño.
MADRE. — Eso no es lo... que El quiso
decir)
AGNES. — Yo soy una niña pequeña pero
mi cuerpo sigue engordando y dentro
de poco estaré muy hinchada y no
podré entrar en el Reino de los Cielos.
(Sujetándose el pecho con ambas manos.)
Mire esto... necesito perder toda esta
carne...estoy como un globo.
MADRE. — (Acercándose a AGNES.) ¡Mi
pobre niña!
AGNES. — Dios hará que explote como
todo lo que es gordo. Eso es lo que me
dijo ella.
MADRE. — ¿Quién?
AGNES. — Mamá. Cada vez iré
hinchándome más y más hasta que
estalle. Sin embargo, si consigo
mantenerme pequeña, eso no ocurrirá.
MADRE. — ¿Tu madre te ha dicho esas
cosas? (Silencio.) Agnes..., tu madre
está muerta.
AGNES. — Pero me vigila..., me escucha.
MADRE. — Tonterías. Ahora tu Madre soy
yo y quiero que comas.
AGNES. — No tengo hambre.
MADRE. — Tienes que comer algo, Agnes.
Aunque no quieras
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AGNES. — No, con la sagrada forma tengo
suficiente.
MADRE. — No creo que la sagrada forma
contenga un contenido nutritivo
recomendable
AGNES. — Contiene a Dios
MADRE. — Sí, claro, a Dios.
MADRE. — (Se acerca a Agnes) Ven aquí
(La MADRE extiende los brazos para
abrazarla, pero AGNES la rechaza y
mantiene aún la mano escondida bajo
los pliegues del hábito. (Plano corto de
los pies sobre los que caen gotas de
sangre. La MADRE se fija en ese
detalle.)
¡Oh!¿Qué te pasa? (Mira al suelo y
observa como gotea sangre. Le saca
temerosa las manos de debajo del peto
y descubre una herida en la palma de
cada mano por la que mana abundante
sangre.)
AGNES. — Me empezó esta mañana y no
he conseguido que se me corte. Dios
me está castigando.
MADRE.- ¡Bendito, Jesús! (Fundido en
negro)

ESCENA VII

DOCTORA. — ¿Por qué no hizo que la viera


un médico?

26
MADRE. - A la mañana siguiente, estaba
curada y volvió a comer.
DOCTORA. — Tenía un agujero en la palma
de la mano. Podía haberse desangrado.
MADRE. — Pero eso no ocurrió. Si alguien
hubiera visto lo que yo ví, todo se
habría disparado, televisión, prensa,
siquiatras…es ridículo. Ella no merece
eso.
DOCTORA. — Pues lo ha conseguido.
MADRE. — Sé lo que Vd. piensa. Que es
una histérica. Así de fácil
DOCTORA. — No tan fácil, no.
MADRE. — Yo lo ví en la palma de la
mano. Cree que eso lo ha producido la
histeria
DOCTORA. — Así ha ocurrido durante
siglos. Ella no es la única. Solo otra
víctima
MADRE. — Una víctima de Dios. Ahí está
su inocencia… ella pertenece a Dios
DOCTORA. — Y yo quiero apartarla de
Dios. Eso es lo que Vd., teme ¿verdad?
MADRE. —¡Y no sabe cuánto, querida!.
(Oscuro)

ESCENA VIII
(Entra de nuevo la proyección)
DOCTORA. — Mi madre y yo teníamos
unas discusiones terribles. Recuerdo
que tenía unos doce o trece años

27
cuando le dije un día que eso de Dios
era «un cuento de hadas de los más
rollo». Había estado toda la noche
pensando lo que le iba a decir... Se
indignó muchísimo y me dijo que
«cómo me atrevía a hablarle de esa
manera». Parecía que ella era la
ofendida. Poco después de morir Marie,
fui novia de un chico francés... un chico
muy romántico... al cual mi MADRE
despreciaba y por supuesto yo adoraba.
Cuántas noches discutíamos a voces a
causa del pobre chico. (Se ríe.)
Y pensar que luego... durante años...
ni he vuelto a pensar en él. Tampoco he
vuelto a verle desde que le dejé...
pardon, mon cher Maurice, desde que
me dejó... En realidad, lo que ocurrió es
que me quedé embarazada y no quería
verme a mí misma como mi... madre...
Maurice, por el contrario sí... por lo que
decidi…
(Pausa.)
Una vez, poco tiempo antes de morir
mi madre... cuando ya no era una
persona muy lúcida... en un arrebato de
ira... le dije que Dios estaba muerto.
¿Saben lo que hizo? Se arrodilló y
empezó a orar por mi alma. Dios nos
ama. Ojalá nosotros, los ateos,
tuviéramos un conjunto de palabras
que significasen tanto como estas tres.
Dios nos ama. Yo nunca fui una buena
católica... mis dudas sobre la fe
empezaron cuando tenía seis años...

28
luego, al morir Marie me alejé de la
religión tanto y tan rápidamente como
pude. Mi madre nunca me lo perdonó.
Y yo nunca perdoné a la Iglesia. Sin
embargo, he aprendido a vivir con mi
ira... pero dejemos eso y volvamos de
nuevo con Agnes, por la que cada vez
me siento más embelesada. (Oscuro)

ESCENA IX

AGNES. — ¿Sí, doctora?


DOCTORA. — Agnes, quiero que me
cuentes (Pausa), qué sientes por los
niños.
AGNES. — No me gustan... me dan miedo.
Temo que los voy a dejar caer. Tienen
una parte de la cabeza muy blanda y si
los dejas caer y se golpean en ella
pueden quedar tontos. Es lo que a mí
me pasó de pequeña y por eso no
comprendo las cosas.
DOCTORA. — ¿Qué cosas?
AGNES. — Los números. No sé dónde
terminan. Puedo pasarme horas y horas
contando y nunca llego al final.
DOCTORA. — Bueno, yo tampoco logro
entenderlos y ¿por eso crees que yo
también me caí de cabeza?
AGNES. — No, supongo que no. Es una
cosa horrible, Pero, hay otras cosas,
además de los números.

29
DOCTORA. — ¿Qué cosas?
AGNES. — Cosas... A veces, me despierto
y noto que el mundo se me escapa. No
puedo mantenerme derecha.
DOCTORA. — ¿Y, qué haces?
AGNES. — Hablar con Dios. El no me
asusta.
DOCTORA. — Ya. ¿Quizás por esto te has
metido a monja?
AGNES. — Supongo que sí. Yo no podría
vivir sin Él.
DOCTORA. — ¿No crees que Dios está
también presente en otras religiones y
en otros sistemas de vida?
AGNES. — No lo sé.
DOCTORA. — ¿Yo no podría hablar con Él?
AGNES. — Puedes intentarlo, pero no sé si
te escuchará.
DOCTORA. — ¿Por qué no me iba a
escuchar?
AGNES. — Porque tú no le escuchas a Él.
DOCTORA. — Agnes, ¿has pensado alguna
vez en dejar el convento por alguna otra
cosa?
AGNES. — ¡No! ¡No existe ninguna otra
cosa! En el convento soy feliz. El simple
hecho de estar ahí me ayuda a dormir
por las noches.
DOCTORA. — ¿No duermes bien?
AGNES. — Tengo muchos dolores de
cabeza. Mi mamá los tenía también.
30
Solía tumbarse a oscuras con un paño
húmedo en la frente y me decía que me
marchase de su cuarto. No, pero ella no
era ninguna tonta, al contrario, era muy
inteligente. Sabía todo, incluso sabía
cosas que no conocía nadie más que
ella.
DOCTORA. — ¿Cómo por ejemplo?
AGNES. — Sabía lo que me iba a ocurrir a
mí y por eso me escondió, aunque a mí
no me importó que lo hiciera porque el
colegio no me gustaba demasiado... y
además me gustaba mucho estar con mi
mamá... Ella siempre me contaba
muchas cosas... Me dijo que iba a entrar
en un convento... Incluso estaba
enterada de esto.
DOCTORA. — ¿De esto?
AGNES. — Sí, de esto.
DOCTORA. — ¿De mí?
AGNES. — De esto.
DOCTORA. — Y, ¿cómo se enteró de...
esto?
AGNES. — Alguien se lo dijo.
DOCTORA. — ¿Quién?
AGNES. —Te vas a reír.
DOCTORA. — Te prometo que no me reiré
¿Quién se lo dijo?
AGNES. — Un ángel. Durante uno de sus
dolores de cabeza... antes de que yo
naciera.

31
DOCTORA. — ¿Tu madre veía ángeles con
frecuencia?
AGNES. — No, sólo cuando la dolía la
cabeza. Y no siempre, sólo algunas
veces.
DOCTORA. — ¿Tú ves ángeles?
AGNES. — (Muy apresuradamente.) No.
DOCTORA. — ¿Crees que tu madre los
veía en realidad?
AGNES. — No, pero nunca pude decírselo.
DOCTORA. — ¿Por qué no?
AGNES. — Porque se habría enfadado.
DOCTORA. — ¿Tú querías a tu madre?
AGNES. — Sí, Sí...
DOCTORA. — ¿Y tú nunca has deseado ser
madre alguna vez?
AGNES. — No, no podría ser madre nunca.
DOCTORA. — ¿Por qué no?
AGNES. — Porque aún soy muy pequeña.
Y además, no quiero tener un niño.
DOCTORA. — ¿Por qué no?
AGNES. — Porque no quiero tenerlo.
DOCTORA. — Pero si lo quisieras... ¿qué
harías para tenerlo?
AGNES. — De alguien que tampoco
quisiera tenerlo.
DOCTORA. — ¿Como tú?
AGNES. — No, ¡como yo, no!
DOCTORA. — Pero, ¿cómo iba esa

32
persona a tener un niño si no lo
quisiese?
AGNES. — Por error.
DOCTORA. — ¿Cómo te tuvo a ti tu
madre?
AGNES. — ¡Por error! Fue por error.
DOCTORA. — ¿Eso fue lo que te dijo ella?
AGNES. — No, tú lo que quieres hacerme
confesar es que ella era una mala
madre y me odiaba, no me quería...
pero, eso no es cierto… ella me quería...
era una buena mujer... una santa... y
quiso que yo naciera. Tú no quieres oír
el lado bueno, sólo te interesa lo malo...
DOCTORA. — Agnes, no puedo
comprender que no sepas nada del
sexo...
AGNES. — No es culpa mía si soy una
estúpida
DOCTORA. — ...que no tengas ni idea de
quién es el padre de tu hijo...
AGNES. — ¡Ellos lo inventaron!
DOCTORA. — ...que tampoco recuerdes
nada del embarazo...
AGNES. — ¡No tengo la culpa!
DOCTORA. — ...y que tampoco creas que
tuviste un hijo.
AGNES. — ¡Fue un error!
DOCTORA. — El qué, ¿el niño?
AGNES. — ¡Todo! ¡Las monjas no tienen
bebés!
33
DOCTORA. — Agnes...(Se acerca en plan
maternal)
AGNES. — ¡No me toques así! ¡No me
toques !
(AGNES empieza a perder los nervios y
la doctora se separa de ella.) ¡Sé muy
bien lo que quieres de mí! ¡Quieres
apartarme de Dios, ¿verdad? Deberías
avergonzarte!¡Deberían encerrar a las
personas como tú!
AGNES.-¡ No permita que me lleve, por
favor!

ESCENA X

MADRE. — ¿Usted nos odia, verdad?


(Abrazadas, desde la puerta)
DOCTORA. — A las monjas. Odio a las
monjas, odio la ignorancia y la
estupidez
MADRE. — Y a la Iglesia católica...
DOCTORA. — Yo no he dicho nada en
contra de la Iglesia Católica).
MADRE. — Aquí no estamos juzgando al
Catolicismo. Quiero que se ocupe de
Agnes prescindiendo de sus prejuicios
religiosos, o bien, que renuncie al caso y
lo encargue a otra persona.
DOCTORA. — (Explotando.) ¡Cómo se
atreve a decirme en mi cara, cómo debo
llevar este caso!

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MADRE. — También lo es mío.
DOCTORA. — (Sigue excitada.) ¡Cómo se
atreve a pensar que voy a dejarme
presionar o intimidar o ceder a sus
caprichos! (Pausa¿Pero quién demonios
cree que es?
MADRE. — Solo he procurado que sea
honrada.
DOCTORA.- ¡Y va por ahí esperando que
la feliciten por la forma en que ha
tratado a esa niña!
MADRE. — No es ninguna niña.
DOCTORA. — ¡Es una niña que tiene
derecho a saber que fuera de las cuatro
paredes de este convento existe un
mundo lleno de personas que no creen
en Dios y que no están en peor
situación que Vd.! Personas que no han
doblegado sus rodillas ante nadie, ni
una sola vez en su vida. Personas que se
enamoran y tienen hijos y a veces hasta
son muy felices. Tiene derecho a
saberlo, pero usted, su Orden, y su
Iglesia la han mantenido ignorante y
sobre la ignorancia edificaré mi iglesia
¿verdad, Madre?
MADRE. — No podríamos haberlo hecho
aun habiéndolo querido.
DOCTORA. — (Continuando en el mismo
estado de excitación)...Ignorancia,
pobreza y castidad son sus reglas
fundamentales!
MADRE. — No soy virgen, doctora. He

35
estado casada durante veintitrés años.
Tengo dos hijas y varios nietos. ¿Le
sorprende?
(Pausa.)
Tal vez le guste saber que fracasé como
esposa y como madre. Mis hijos ni
siquiera quieren verme. Esa es su
venganza. Cuénteles a sus amigos que
he muerto hace tiempo. Pero, no me
diga que estoy pagando por los errores
pasados, (Con rintintin), Doctora Froid.
DOCTORA. — Ayúdela
MADRE. — Es lo que hago
DOCTORA. — No, así no. Debe
enfrentarse con el mundo.
MADRE. — ¿Y de qué serviría? Decida Vd.
lo que decida, ella irá a la cárcel o al
manicomio ¿Qué diferencia hay entre
ambas cosas?
DOCTORA. — Hay otra posibilidad.
MADRE. — ¿Cuál?
DOCTORA. — La absolución.
MADRE. — ¡Ah! ¿Cómo?
DOCTORA. — Inocencia. Inocencia legal.
Sé que al juez le bastará un motivo para
sobreseer el caso
MADRE. — (Derrumbándose. Hay una
pausa larga, durante la cual, la madre
se sumerge en un gran abatimiento,
que la doctora consuela tomándole las
manos. Levanta lentamente la cabeza y
con gran humildad y convencimiento,

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responde:)
De acuerdo ¿Qué quiere de mí?
DOCTORA. — Respuestas.
MADRE. — Pregunte.
DOCTORA. — ¿Cuándo se supone que
pudo quedar embarazada?
MADRE. — Pues, hacia Enero
DOCTORA. — ¿Recuerda algo extraño que
ocurriese por aquella fechas?
MADRE. — ¿Algún terremoto?
DOCTORA. — Por ejemplo alguien que
visitara el convento.
MADRE. — No, nadie.
DOCTORA. — ¿Tiene algún diario o alguna
libreta donde lo apunte todo?
MADRE.- Si, tengo uno.
DOCTORA.- Échele un vistazo. (La madre
saca del cajón una especie de dietario
que hojea, mientras que la doctora
sigue con sus preguntas)
DOCTORA.- ¿Nació en el tiempo previsto?
MADRE. —(La madre se interrumpe
bruscamente ante una página del
dietario) ¡Dios ¡Oh dios mío!.
DOCTORA. — ¿Qué ha encontrado?
MADRE. — ¡Las sábanas!
DOCTORA.- ¿Qué sábanas?
MADRE.- ¡Dios mío, tenía que haberlo
intuido. Tenía que haber sospechado
algo.
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DOCTORA. — ¿A qué se refiere?
MADRE. — Sus sábanas desaparecieron.
Me lo dijo otra hermana. (Oscuro)

ESCENA XI

(Proyección.)

MADRE.-La hermana Margarita me dice


que últimamente duermes sin sábanas,
¿es cierto?
AGNES. — Sí, Madre.
MADRE. — ¿Por qué?
AGNES. — En la época medieval los
monjes y las monjas dormían sobre sus
ataúdes.
MADRE. — No estamos en la Edad Media,
hermana.
AGNES. — Eso les santificaba.
MADRE. — Les hacía era sentirse
incómodos. Y si no dormían bien estoy
segura de que al día siguiente estaban
de un humor de perros. Hermana,
¿dónde están las sábanas? (Pausa.)¿De
verdad crees que dormir sin sábanas es
lo mismo que dormir sobre un ataúd?
AGNES. — No.
MADRE. — Entonces, dime, ¿dónde están
las sábanas?

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AGNES. — Las he quemado.
MADRE. — ¿Por qué?
AGNES. — Estaban manchadas.
MADRE. — ¡Ah!, hija, cuántas veces te he
dicho a ti y al resto de las hermanas que
la menstruación es algo absolutamente
natural y no hay por qué avergonzarse.
AGNES. — Sí, Madre.
MADRE. — ¡Repítelo!
AGNES. — La menstruación es algo
absolutamente natural y no hay por qué
avergonzarse.
MADRE. — ¡Otra vez! ¡Con sentimiento!
AGNES. — La menstruación es algo
absolutamente... (AGNES empieza a
llorar.)
MADRE. — Hace algunos años una de
nuestras hermanas vino llorando a mí.
Estaba afectada porque era demasiado
mayor para tener hijos. No es que
realmente quisiera tenerlos, pero al
menos una vez al mes algo le recordaba
la posible maternidad. Así que seca tus
lágrimas, y da gracias a Dios por haberte
dado esa posibilidad
AGNES. — No es eso, no es eso.
MADRE. — ¿Qué quieres decir?
AGNES. — Es que no me tocaba...
MADRE. — ¿Tal vez debería verte un
médico?
AGNES. — No sé qué me pasó, Madre. Me

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desperté y las sábanas estaban
manchadas de sangre pero no sé lo que
había pasado. No sé qué he hecho de
malo y por qué merezco ese castigo.
MADRE. — ¿Por qué tendría que
castigarte?
AGNES. — ¡No lo sé!
MADRE. — ¿Por qué?
AGNES. — ¡No lo sé! ¡No lo sé! (Comienza
a llorar desesperadamente) (Oscuro)

ESCENA XIII

MADRE. — Luego, la mandé a su cuarto.


Estaba mucho más tranquila. Dijo que
no tenía importancia y no quiso ir al
médico. Debí haberme dado cuenta.
DOCTORA. — ¿Cuenta, de qué?
MADRE. — De que aquello era el
principio. Tuvo que ocurrir aquella
noche y por eso quemó las sábanas.
DOCTORA. — ¿Cuándo ocurrió eso?
MADRE. — El 23 de Enero. Esa noche
falleció una de nuestras hermanas más
ancianas.
DOCTORA.- La hermana Paule
MADRE.- Si. A mí me necesitaban junto a
ella y corrí a su celda (Oscuro)

ESCENA XIV

40
(Proyección)
DOCTORA. —Por aquel entonces, yo
estaba convencida de que Agnes era
inocente y que otra persona había
matado a la niña. Pero, el averiguar
quién había sido y poder probarlo
después, eran dos acertijos que yo me
había inventado y que sólo yo podía
resolver. Tenía por lo tanto un
problema doble: por una parte quería
librar a Agnes del castigo —probar que
era inocente— y, por otro lado quería
con toda mi alma, hacerla un bien:
curarla. (Fundido en negro)

ESCENA XV
(Entran desde atrás un sacerdote y la
doctora, dialogando.)
PADRE.- Su excelencia quiere
expresar su gratitud, por la especial
atención que Vd. demuestra en este
caso. Me han dicho que Vd. no
recomienda que sea devuelta al
convento.
DOCTORA.- No
PADRE.- Bueno, probablemente, pero no
creo que a la hermana Agnes le vaya a
ayudar que esta investigación siga
adelante por más tiempo.
DOCTORA.- Porqué la llama una
investigación, yo no la llamaría así
PADRE.- Doctora, su madre estaba en el
41
siquiátrico de Santa Catalina, hasta que
Vd. la trasladó.
DOCTORA.- ¡Qué tiene que ver eso con lo
nuestro!
PADRE.- Y Vd. tenía una hermana que
murió en un convento
DOCTORA.- ¿Quién le dijo eso?
PADRE ¿Sigue yendo a misa?
DOCTORA.- ¡Ja! Y a Vd. que le importa si
yo voy a misa o…
PADRE.- (Interrumpiéndola) Solo nos
preguntamos si Vd. puede ser lo
suficientemente objetiva en este caso.
DOCTORA.- Mire padre, de que no
profesemos las mismas creencias y que
no comporta realmente…
PADRE.- (Interrumpiéndola, de nuevo) Lo
que Vd. crea no nos importa lo más
mínimo, Dtra. Livinstone, pero sí le
importa a la hermana Agnes.
DOCTORA.- No le comprendo. Espera que
yo la condene, así, sin más.
PADRE.- Pues alguien tendrá que sufrir por
ello. Doctora, tiene que ser clemente y
rápida. Disculpe.
(La deja perpleja al pié de la escalera de
subida al escenario y sale rápidamente
por la puerta de camerinos del patio de
butacas. La doctora permanece unos
instantes atónita y se hace el oscuro.

42
ESCENA XVI
(Se enciende la luz de escena. La doctora
entra en el despacho y observa a Agnes
sentada, algo inquieta y con los ojos
fijos en el suelo)
DOCTORA. — Agnes, he venido de nuevo,
porque quiero ayudarte.
AGNES.- No estoy enferma.
DDOCTORA.- Pero estás inquieta ¡no es
cierto?
AGNES. — Sólo porque tú me lo
recuerdas. Si te vuelves por dónde has
venido, entonces me olvidare.
DOCTORA. — Eres desgraciada.
AGNES. — Todo el mundo es desgraciado.
Tú también lo eres ¿verdad?
DOCTORA. — Agnes...
AGNES. — ¡Contéstame
DOCTORA. — A veces, sí.
AGNES. — Te crees afortunada porque no
tuviste una madre que te dijera y que te
hiciera cosas que no estaban bien, pero
lo que tú no sabes es que mi madre era
una persona maravillosa y aunque lo
supieras no lo creerías porque piensas
que era una mala persona.
DOCTORA. — ¡Agnes!
AGNES. — ¡Contéstame! ¡Nunca me
contestas!
DOCTORA. — De acuerdo... pienso que a
lo mejor tu madre estaba equivocada

43
en algunos aspectos.
AGNES. — Era mía la culpa... Yo era la
mala, no ella.
DOCTORA. — ¿Qué dices?
AGNES. — Siempre he sido mala.
DOCTORA. — ¿Qué hacías de malo?
AGNES. — Respirar.
DOCTORA. — Agnes, ¿Qué te hacía tu
madre?. Mueve la cabeza para decir sí o
no, si no quieres hablar
¿Te pegaba?
(«No»).
¿Te obligaba a hacer algo que tú no
querías?
(«Sí»).
¿Te sentías incómoda al hacerlo?
(«Sí»).
¿Te daba vergüenza?
(«Sí»),
¿Te hacía daño?
(«Sí»).
¿Qué te obligaba a hacer?
AGNES. — No.
DOCTORA. — Dímelo.
AGNES. — No puedo.
DOCTORA. — Ella está muerta ¿no es
cierto?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — Por lo tanto, ya no puede
hacerte daño.
AGNES. — Sí, puede.

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DOCTORA. — ¿Cómo?
AGNES. — Me mira, me escucha.
DOCTORA. — Agnes, no me lo creo.
Confía en mí. Yo te protegeré. Créeme
AGNES. — Ella...
DOCTORA. — ¿Sí?
AGNES. — Ella... me obliga…
DOCTORA.- Si
AGNES.- … a quitarme la ropa y
luego......se …se burla de mí.
DOCTORA. — ¿Te dice que eres fea?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — ¿y que eres una estúpida?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — ¿Que tu nacimiento fue un
error?
AGNES. — Dice que... toda yo es un gran
error.
DOCTORA. — ¿Por qué?
AGNES. — Porque dice que... si no tengo
cuidado... tendré un bebé.
DOCTORA. — ¿Cómo lo sabe?
AGNES. — Por sus jaquecas.
DOCTORA. — ¡Ah! si .
AGNES. — Y entonces... me toca ahí abajo
con su cigarrillo. No me toque más, por
favor, seré buena. No me portaré mal
nunca más.
(Pausa. La doctora apaga el cigarrillo.)

45
DOCTORA. — Agnes, vamos a hacer una
cosa. Quiero que intentemos algo.
Quiero que pienses que yo soy tu
madre. Y que he vuelto. Tienes que
decirme lo que realmente sientes. ¿De
acuerdo?
AGNES. — Tengo miedo.
DOCTORA. — (Coge la cara de AGNES
entre las manos.) Por favor, solo quiero
ayudarte. Déjame ayudarte.
(Pausa.)
AGNES. — De acuerdo.
DOCTORA. — (Voz haciendo de madre)
Agnes, eres fea. ¿Qué respondes?
AGNES. — No sé.
DOCTORA. — Claro que lo sabes. Agnes,
eres fea.
(Pausa.)
DOCTORA. — ¿Qué contestas?
AGNES. — No, no soy fea.
DOCTORA. — ¿Eres guapa?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — Eres una estúpida, Agnes.
AGNES. — No, no lo soy.
DOCTORA. — ¿Eres inteligente?
AGNES. — Sí, lo soy.
DOCTORA. — Eres un error.
AGNES. — ¡No soy un error! ¡Cómo voy a
ser un error si estoy aquí! ¡Dios no se
equivoca! ¡Tú sí que eres un error!
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¡Ojalá estuvieses muerta! ( Se pone
histérica)
DOCTORA. — (Tranquilizándola)... Agnes,
Agnes, todo va bien. Ya está bien…Ya
está. (Agnes se desmorona echándose a
llorar. La doctora la abraza. Te quiero,
te quiero mucho.
(Le seca las lágrimas, y después de una
pausa:.) Agnes, voy a pedirte un favor.
Si no estás de acuerdo, simplemente
me dices, no.
AGNES.- ¿Qué es?
DOCTORA.- Quiero que me des permiso
para hipnotizarte.
AGNES.- ¿Para qué?
DOCTORA.- Para que me cuentes cosas
bajo los efectos de la hipnosis, que
ahora no podrías contarme.
AGNES.- ¿Lo sabe la madre Miriam?
DOCTORA.- La madre Miriam te quiere
mucho, igual que te quiero yo y estoy
segura que no pondrá objeciones.
AGNES. — ¿Me quieres de verdad o solo
lo dices por decir?
DOCTOTA.- Te quiero de verdad.
AGNES.- Tanto como me quiere la madre
Miriam.
DOCTORA.- Tanto como Dios puede
quererte. (Se abrazan y en ese
momento entra la madre Miriam que
las mira en silencio. Agnes se levanta y
al pasar ante la madre hace una
47
inclinación de cabeza buscando su
bendición y hace mutis, cerrando la
puerta. La doctora se relaja y enciende
un cigarrillo)
DOCTORA.- Me interesaría saber algunas
cosas relacionadas con la madre de
Agnes.
MADRE.- Normal, como buena siquiatra.
DOCTORA.- ¿Cómo era?
MADRE. — Era una mujer algo delicada de
salud
DOCTORA. — ¿Usted la conoció?
MADRE. — No escribíamos de vez en
cuando.
DOCTORA. — ¿Qué años tenía Agnes
cuando ella murió?
MADRE. — Diecisiete.
DOCTORA. — ¿Por qué la trajeron a
usted?
MADRE. — Su madre rogó antes de
morir... que la trajeran con nosotras.
DOCTORA. — ¿Cómo no se hizo cargo de
ella el pariente más próximo?
MADRE. — Así fue. La madre de Agnes era
mi hermana pequeña.
(Pausa.)
DOCTORA. — Usted me ha mentido.
MADRE. — ¿En qué?
DOCTORA. — Me dijo que no había visto a
Agnes hasta que entró en el convento.

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MADRE. — No se lo dije porque no creí
que fuese importante
DOCTORA.- ¿No? Pues eso la hace a Vd.
más responsable ¿no cree?
MADRE.-. Yo era mucho mayor que mi
hermana. Estaba ya casada cuando ella
nació. Fue realmente la oveja negra de
la familia. Se escapó de casa siendo muy
joven y perdimos el contacto. Cuando
mi marido murió y yo vine aquí, me
escribió para pedirme que cuidase de
Agnes si ella faltaba.
DOCTORA. — ¿Y el padre de Agnes?
MADRE. — Pudo haber sido uno
cualquiera de los muchos hombres que
tuvieron relaciones con ella. Temía que
Agnes siguiera algún día sus pasos, e
hizo todo lo posible para evitarlo.
DOCTORA. — ¡Como no dejarla ir al
colegio!.
MADRE. — Así es.
DOCTORA. — ¡Escuchando a los ángeles!
MADRE. — Mi hermana bebía demasiado
y eso fue lo que la mató.
DOCTORA. — ¿No sabe lo que le hacía a
Agnes?
MADRE. — No lo sé... Ni quiero saberlo).
DOCTORA. — Abusaba de ella. (Silencio.)
MADRE. — ¡Oh! ¡Dios mío!
DOCTORA. — Me temo que aquí hay algo
más de lo que aparece a primera vista

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¿verdad? Muchos sucios y pequeños
secretos ¿Ha encontrado algo nuevo en
ese diario?
MADRE. — Agnes estuvo enferma el
domingo antes de que me enterase de
lo de las sábanas. Si las quemó
entonces, posiblemente se mancharan
el sábado por la noche.
Desgraciadamente, fue la misma noche
en que murió la hermana Paule y como
tuve que estar en su celda, no apunté
nada sobre posibles visitantes.
DOCTORA. — ¿La monja que falleció
recibió los Últimos Sacramentos?
MADRE. — Sí, desde luego.
DOCTORA. — O sea que el padre Marshall
tuvo que venir al convento.
MADRE. — ¿No se le habrá ocurrido
pensar que el Padre Marshall sea capaz
de hacer una cosa así?
DOCTORA. — Pues si no es el Padre
Marshall, alguien tendrá que ser el
padre del bebé ¿digo yo?
(Pausa).
Pronto lo averiguaremos. He
conseguido el permiso del tribunal para
hipnotizarla y el de Agnes también.
MADRE. — ¿Y el mío?
DOCTORA. — Pienso que usted no tiene
nada que ver en esto.
MADRE. — Está bajo mi custodia.
DOCTORA. — Tiene veintiún años y, por lo

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tanto, es mayor de edad.
MADRE. — Pero ella sabe que antes de
tomar una decisión tiene que venir a
verme y pedir autorización.
DOCTORA. — ¿Me está queriendo decir
que va a oponerse?
MADRE. — Aún no he decidido nada.
DOCTORA. — Estamos jugando con la
salud de una persona. (Comienza a
perder los estribos)
MADRE. — Su salud espiritual.
DOCTORA. — ¡Me importa un cuerno su
salud espiritual!
MADRE. — Lo sé.
DOCTORA.- Que la condenen y ya está
¿verdad? Eso es lo que está diciendo.
MADRE.- (Interrumpiendo, sin dejarla
hablar). Solo digo que es una mujer
admirablemente sencilla. Nada más
DOCTORA. — (Gritando). Y desgraciada,
también
MADRE. — Es feliz con nosotros, y podría
seguir siéndolo si la dejaran en paz.
DOCTORA. — Entonces, ¿por qué llamó a
la policía?, madre, ¿por qué no incineró
el cadáver y dio por terminado el
asunto?
MADRE. — Porque tengo principios
morales
DOCTORA. — ¡Y una mierda!
MADRE. — ¡La mierda será para usted!
51
DOCTORA. — La Iglesia no tiene el
monopolio de la moralidad, Madre.
MADRE. — (Acalorándose)¿Quién ha
mencionado a la Iglesia Católica?
DOCTORA. — Usted acaba de decir...
MADRE. — ¿Qué demonios tiene Vd. que
ver con la Iglesia Católica?
DOCTORA. — Nada. Absolutamente,
nada.
MADRE. — (Discusión más acalorada)
¿Dígame qué daño le hemos hecho para
herirla así? Y no lo niegue. Puedo
reconocer a un excatólico a un
kilómetro. ¿Qué le hemos hecho?
¿Vender indulgencias? ¿Quemar
herejes? Eso era cuando la Iglesia tenía
poder político. Ahora lo hacen los
gobiernos. Así, que qué le hemos
hecho? ¿Eh? Quería darse el lote en un
coche cuando tenía quince años y no
podía hacerlo porque era pecado. Así
que en vez de poner en duda una
regla…
DOCTORA. — (Interrumpiéndola en el
mismo tono) No fue por el sexo. Fue
por muchas razones, pero no por el
sexo. Cuando estaba en primero a mi
mejor amiga la atropelló un coche ¿y
sabe que fue lo que la monja dijo? Que
había muerto porque había olvidado
sus oraciones.
MADRE. — Era una estúpida. ¿Y eso es
todo?

52
DOCTORA. — ¿Qué si es todo? El
suficiente. Era una niña preciosa.
MADRE. — Y eso que tiene que ver...
DOCTORA. — Yo, madre, no era guapa.
Ella era la más bonita y murió. ¿Por qué
no fui yo? Yo nunca decía mis oraciones
y era fea ¡muy fea!. Tenía los dientes
grandes y la cara llena de pecas. Sabe
cómo me llamaba la monja de mi clase,
la topo- livingstone.
MADRE. — ¿Así que dejó la Iglesia porque
tenía pecas?
DOCTORA. — No, fue porque…(Para de
hablar y sonríe) Sí, dejé la Iglesia porque
tenía pecas.(La madre ríe) ¿Y sabe otra
cosa?
MADRE. — ¿Qué?
DOCTORA. — (Sonriendo) También por
esa razón odio a las monjas. (Oscuro)

ESCENA XVII

(Música de ángelus, que oyen


atentamente la madre y la doctora
paseando por el proscenio. La doctora
fuma en ambiente relajado)
DOCTORA. — ¿Por qué es tan importante
para usted la forma de cantar de
Agnes?
MADRE. — Cuando era pequeña, solía
oír a mi ángel de la guarda. Me cantaba
hasta que cumplí lo seis años. Fue
53
entonces cuando dejé de escucharlo.
Crecí, me enamoré, me casé y al
enviudar entre en el convento. Sin
darme cuenta me vi al poco tiempo
convertida en Madre Superiora. Un día,
me miré al espejo, y solo vi a la
superviviente de un matrimonio roto, la
madre de dos hijas resentidas y una
monja que no estaba segura de nada. Ni
siquiera del cielo, ni siquiera de Dios.
Una tarde vi a una postulanta cantando
en la ventana de su habitación y todas
mis dudas sobre mí misma y sobre Dios
se disiparon en aquel momento.
Reconocí aquella voz. Era la de Agnes.
Por favor no me la quite otra vez
Doctora Livingstone. (Silencio.)
Todo se me volvió gris después de los
seis años

DOCTORA. — Mi hermana murió en un


convento y es su voz la que oigo.
¿Aún le molesta que fume?
MADRE. — No, solo me trae recuerdos.
DOCTORA. — ¿Quiere fumarse uno?
¿Quiere?
MADRE. — Me encantaría (Risa nerviosa.
Le da un pitillo y se lo enciende. A la
primera chupada comienza a toser que
la doctora calma con unos golpecitos en
la espalda.) Me falta práctica
DOCTORA.- ¿Está bien?
MADRE.- Si,gracias

54
DOCTORA. — ¿Cree usted que los santos
habrían fumado si el tabaco hubiese
sido popular entonces?
MADRE. — Estoy segura. Los ascetas no,
claro pero Santo Tomás Moro yo creo
que sí.
DOCTORA.- Largos, delgados y con filtro
¿Eh? (Rien)
MADRE.- San Ignacio fumaría puros y
luego los hubiese apagado con la planta
del pié descalzo.(Riendo ambas)
DOCTORA. — (Riendo) Y por supuesto
todos los apóstoles, de picadura y liados
a mano.
MADRE. — Incluso pienso que Jesucristo
habría alternado con ellos de vez en
cuando.
DOCTORA.- ¿Y San Pedro?
MADRE.- En pipa.
DOCTORA.- Exacto
MADRE. — ¿Y María Magdalena?
DOCTORA. —¡Ah! Un porrito de vez en
cuando, pequeña (Ríen de nuevo)
MADRE. — Santa Teresa masticaría
tabaco.
DOCTORA. — (Mirando el pitillo.) ¿Qué
supone que fuman los santos de hoy?
MADRE. — Hoy en día ya no hay santos.
Buenas personas, sí, pero,
¿extraordinariamente buenas?, creo
que escasean.

55
DOCTORA. — ¿Piensa que de verdad
existieron alguna vez?
MADRE. — Sí, estoy segura.
DOCTORA. — ¿Le gustaría llegar a serlo?
MADRE. — ¿Llegar? Se nace santo. Lo que
pasa es que hoy en día no nace
ninguno. Queremos llegar demasiado
lejos y la vida resulta muy complicada.
DOCTORA. — Bueno, pero, se puede
intentar.
MADRE. — Sí, desde luego, pero la
bondad tiene poco que ver con la
santidad. No todos los santos fueron
buenos. En realidad, la mayoría de ellos
estaban un poco tocados, pero sus
corazones pertenecían a Dios... Dios los
tuvo en sus manos desde que nacieron.
Ahora no. Nacemos, vivimos, morimos,
sin más. Ocasionalmente, entre
nosotros puede surgir alguien
estrechamente ligado a Dios pero
entonces, nos apresuramos a cortar el
cordón que les une. Nada de
excepciones. No hay ningún Dios ahí
arriba, (mirando al cielo) ni existe el
cielo, ni el infierno». Mejor, ¡Qué
importa! ¡Algo menos de qué
preocuparse! No caben los milagros. Sin
embargo, hija mía... ¡Cuánto echo de
menos los milagros!
DOCTORA. — ¿Realmente cree en los
milagros?
MADRE. — Naturalmente que sí. Lo que

56
hemos ganado en lógica lo hemos
perdido en fe. Ya no nos queda nada de
esa especie de... capacidad de asombro
del hombre primitivo. Lo más parecido
hoy en día a un milagro es algo que
realizamos en la cama, y por ello
abandonamos todo.
DOCTORA. — Los santos tenían amantes.
MADRE. — Claro, los santos tenían
amantes pero en aquellos tiempos el
cordón era una soga y hoy es un hilo.
DOCTORA. — ¿Cree que Agnes sigue
ligada a Dios?
MADRE. — Escúchela cantar.(Pausa para
cambiar de conversación)
DOCTORA. — Quisiera empezar.
MADRE. — ¿Empezar, qué?
DOCTORA. — la sesión de hipnosis, ¿Sigue
desaprobándola?
MADRE. — ¿Cambiaría algo si así fuese?
DOCTORA. — No.
MADRE. — ¿Puedo estar presente?
DOCTORA. — Naturalmente.
MADRE. — Vamos...(Oscuro)

57
SEGUNDO ACTO

ESCENA I

(La doctora está en escena y coge por el


brazo a Agnes que acaba de entrar en
la celda)
AGNES. — ¡Tengo miedo!
DOCTORA. — No lo tengas. Siéntate y
relájate. Cierra los ojos. Muy bien.
Ahora, imagina que estás escuchando
un coro de ángeles. Su música te
envuelve como las aguas tranquilas de
un cálido estanque. Y mientras duermes
vas a poder recordar todo lo que
queremos que recuerdes y cuando
cuente hasta tres y dé una palmada, te
despertarás. ¿Me has entendido?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — ¿Quién soy?
AGNES. — La doctora Livingstone.
DOCTORA. — ¿Y, por qué estoy aquí?
AGNES. — Para ayudarme.
DOCTORA. — Muy bien. Ahora me
gustaría que me dijeses por qué estás tú
aquí.
AGNES. — Porque estoy en apuros
DOCTORA. — ¿Qué clase de apuros?
(Silencio) ¿Qué clase de apuros, Agnes?
AGNES. — Tengo miedo

58
DOCTORA. — ¿De qué?
AGNES. — De decírtelo.
DOCTORA. — No debes tener miedo. Es
muy fácil. Sólo tienes que articular
algunas palabras mientras respiras. Dilo,
¿qué clase de apuros, Agnes? (AGNES
lucha consigo misma.)
AGNES. — (Por fin) Tuve un bebé.
DOCTORA. — ¿Cómo lo tuviste?
AGNES. — Salió de mí.
DOCTORA. — ¿Tú sabías que iba a salir?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — ¿Querías, querías que
saliera?
AGNES. — No.
DOCTORA. — ¿Por qué?
AGNES. — Porque tenía miedo.
DOCTORA. — ¿Por qué tenías miedo?
AGNES. — Porque no era digna.
DOCTORA. — ¿De ser madre?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — ¿Por qué? (AGNES empieza
a llorar.)
AGNES. — ¿Puedo abrir los ojos?
DOCTORA. — No. Todavía no. Enseguida,
pero todavía no. ¿Sabes cómo entró el
bebé dentro de ti?
AGNES. — Creció dentro de mí.
DOCTORA. — ¿Qué le hizo crecer? ¿Lo

59
sabes?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — ¿Me lo puedes decir?
AGNES. — No.
(Silencio. La doctora cambia de táctica)
DOCTORA. — Agnes, ¿alguna otra persona
sabía lo del bebé?
AGNES. — No puedo contestar a eso
DOCTORa.- ¿Por qué?¿Ella se enfadaría?
AGNES.- . Me hizo prometerla que no lo
diría
DOCTORA. — ¿Quién te hizo prometer
eso?
(Silencio)
DOCTORA. — ¿Está bien. Está bien,
Agnes?
DOCTORA. — Ahora voy a pedirte que
vayamos a tu celda. Es por la noche...
hace unas seis semanas… cuando tú
estabas muy enferma...
AGNES. — Alguien me sigue.
DOCTORA. — No te asustes, yo estoy
contigo. Todo va bien. Cuéntame lo que
hiciste aquella noche antes de
acostarte.
AGNES. — Cené.
DOCTORA. — ¿Qué cenaste?
AGNES. — Pescado y coles de Bruselas.
DOCTORA. — ¿No te gustan las coles de
Bruselas?
60
AGNES. — Las odio.
DOCTORA. — ¿Qué pasó después?
AGNES. — Nos levantamos, quitamos la
mesa y fuimos a la capilla para las
vísperas. Me marché pronto porque no
me encontraba muy bien.
DOCTORA. — ¿Qué te pasa?
AGNES. —¡ Alguien me sigue!
DOCTORA. — ¿Quién?
AGNES. — La hermana Margarita, creo.
DOCTORA. — ¿Era la hermana Margarita
quien sabía lo del bebé?
(Silencio)
Muy bien Agnes... sigamos hasta tu
cuarto. ¿Estás dispuesta?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — Quiero que abras los ojos y
veas tu cuarto como lo viste aquella
noche, ¿qué ves?
AGNES. — Mi cama.
DOCTORA. — Qué más hay en la
habitación?
AGNES. — Una silla.
DOCTORA. — ¿Dónde está?
AGNES. — Aquí.
DOCTORA. — ¿Algo más?
AGNES. — Un crucifijo.
DOCTORA. — ¿Está sobre la cama?
AGNES. — Sí.

61
DOCTORA. — ¿Algo más?
(Silencio.)
Agnes, ¿qué ves? ¿algo distinto?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — ¿Algo que normalmente no
tienes en la celda?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — ¿Qué es?
AGNES. — Me parece una papelera.
(Silencio.)
DOCTORA. — ¿Sabes quién la dejó?
AGNES. — No.
DOCTORA. — ¿Por qué crees que está
ahí?
AGNES. — Para que vomite en ella
DOCTORA. — ¿Te sientes mal?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — ¿Qué notas?
AGNES. — Un dolor en el estómago.
Como si hubiera comido cristales. (Se
lleva las manos al estómago y se
contrae.)
DOCTORA. — ¿Qué haces?
AGNES. — Tengo que vomitar. (Intenta
hacerlo.) Pero no puedo. (Otra nueva
contracción) ¡Son cristales! ¡Una de las
hermanas me ha hecho comer cristales!
DOCTORA. — ¿Cuál de ellas?
AGNES. — No lo sé, pero todas están
celosas, por eso lo han hecho.
62
DOCTORA. — ¿De qué están celosas?
AGNES. — De mí. (Contracciones.) Oh,
Dios mío... Dios mío... Agua... no tengo
más que agua...
DOCTORA. — ¿Por qué no viene nadie
para ayudarte?
AGNES. — No me oyen.
DOCTORA. — ¿Por qué no?
AGNES. — Están todas en la capilla.
DOCTORA. — ¿Po qué no vas a buscarlas?
AGNES. — No puedo... la capilla está muy
lejos. (Contracciones.) Oh, por favor...
por favor... No quiero que me pase
esto, no quiero.
MADRE. — (Interviniendo) ¡Basta ya!
AGNES. — (De pronto da un respingo,
sobresaltada.)
DOCTORA. — ¿Qué pasa?
AGNES. — ¡Aléjate de mí!
DOCTORA. — ¿Quién?
AGNES. — ¡Fuera! ¡No quiero que estés
conmigo!
DOCTORA. — ¿Hay alguien más contigo
en la habitación, Agnes?
MADRE.- ¡Basta ya. Se va a hacer daño.
No quiero continuar con esto!
AGNES. —¡Ah! ¡No me toques! ¡No me
toques! ¡Por favor...! ¡Por favor, no me
toques! (Contracción.) ¡No, no quiero
tener el niño ahora... no quiero...! ¿Por

63
qué me obligas a estas cosas?
(Contracción. Empieza a llorar
bruscamente.)
DOCTORA. — Cálmate, ...nadie va a
hacerte daño.
AGNES. — ¡Quieres hacerle daño a mi
bebé! ¡Quieres quitarme a mi bebé!
(Contracción.)
MADRE. — ¡Basta ya! Termine con esto...
DOCTORA. — No..., déjela un... (poco
más).
MADRE. — (Corriendo hacia AGNES.) No
voy a seguir tolerando esto.
DOCTORA. — No.
(Cuando la MADRE toca a AGNES esta
grita, agarrando a la MADRE y
separándola.)
AGNES. — ¡Quieres quitarme a mi hijo!
¡Quieres apartarlo de mí! (Nuevos
sollozos y contracciones.) ¡No salgas,
por favor! ¡Quédate conmigo aquí
dentro! ¡Por favor, no salgas! (Varias
contracciones violentas. Son las
definitivas.)
AGNES.- (Ida). No ha sido culpa mía,
mami. Ha sido un error, mami.
DOCTORA. — Muy bien, Agnes. Muy bien.
Uno, dos, tres... Ya, Agnes, ya pasó
todo. Soy la doctora Livingstone (Agnes
se tranquiliza.) Todo va bien. Tranquila.
Gracias. ¿Cómo te encuentras?
AGNES.- Asustada.

64
DOCTORA.- ¿Recuerdas exactamente lo
que acaba de ocurrir?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. —Muy bien. ¿Te encuentras
con fuerza para ponerte en pie?
AGNES. — Sí. (Se levanta con la ayuda de
la doctora).)
DOCTORA. — Vamos allá. Muy bien, muy
bien. Ya ha acabado todo. Todo.
Tranquila Agnes, tranquila.(Oscuro)

ESCENA II

(Tocan en la puerta del despacho de la


madre superiora. Ella está sentada en
su mesa ojeando unos documentos.)

MADRE. — Pase. (Al ver entrar a la


doctora, no puede disimular su
malhumor y sin permitirle hablar, ni
sentarse siquiera, la increpa) Acabo de
hablar con el obispo. (Entregándole un
documento) Está relevada del caso. ¡Le
ruego que nos deje en paz de una
maldita vez! Si queremos contratar a un
siquiatra para Agnes, lo buscaremos
nosotras. Gracias.
DOCTORA. — Uno que se limite a
preguntar lo que usted quiera.
MADRE. — ¡Uno que enfoque el problema
con objetividad y respeto!
65
DOCTORA. — ¿Hacia la Iglesia?
MADRE. — ¡Hacia Agnes!
DOCTORA. — ¿La considera una santa?
MADRE. — Ha sido tocada por Dios. Es
una persona fuera de lo común. ¡Si!
DOCTORA. — ¿Cómo? ¡Demuéstremelo!
Alucina, deja de comer y sangra
espontáneamente ¿Cree que esos
detalles me van a convencer de que no
debemos tratarla? ¡Quiero un milagro!
(Pausa.)
MADRE. —¡ El padre!.
DOCTORA. — ¿Quién es?
MADRE. — ¿Por qué tiene que ser
alguien?
DOCTORA.- (Se rie burlonamente) Jo, Jo,.
¡Oh! Dios mío, está Vd. tan loca como el
resto de su familia. ¿Supone que una
paloma blanca se posó en la ventana de
su celda?
MADRE. — Esa es la verdad. O al menos,
existe la posibilidad.
DOCTORA.- ¿De qué? ¿De la Segunda
Llegada del Espíritu Santo a una monja
histérica?...podría originar un gran
escándalo ¿No cree?
MADRE.- No se trata de eso, doctora
Livingstone, no me mal interprete
DOCTORA. — Entonces deme una
explicación razonable
MADRE. — Un milagro es algo sin

66
explicación razonable. Si puede hacerse
un agujero en la mano sin la ayuda de
un clavo ¿por qué no dividir células en
la matriz?
DOCTORA. — ¡Si se trata de un milagro de
la ciencia, si tiene que tener una
explicación razonable!
MADRE. — Un milagro es siempre un
hecho inexplicable. Precisamente por
eso las personas como usted pierden la
fe, porque exigen siempre una
explicación y cuando no la encuentran,
la inventan.
DOCTORA. — Esto es de locos.
MADRE. — No había ningún hombre en el
convento aquella noche y tampoco
pudo entrar o salir nadie.
DOCTORA. — ¿Quiere decir, entonces que
lo hizo Dios?
MADRE. — No, eso es tanto como decir
que lo hizo el padre Marshall, que
tienes 85 años. Tal vez Dios lo permitió
DOCTORA. —Pero, ¿Cómo ocurrió?
MADRE. — No siempre hay respuestas,
doctora. Hace dos mil años, un hombre
nacía sin padre. Hoy en día, ningún ser
inteligente acepta tal cosa sin hacerse
una serie de preguntas pero, algunos de
nosotros, nos contentamos con aceptar
el hecho sin buscarle más explicaciones.
Queremos respuestas, sí, ahí está la
naturaleza de la ciencia, pero fíjese en
las respuestas que damos: un ángel baja

67
en un rayo de luz y se acercó a la mujer
y una paloma blanca la visitó aquella
noche.
DOCTORA. — El alumbramiento de la
virgen fue la mentira que una esposa
asustada contó al marido engañado.
MADRE. — Eso sí es una explicación
racional. Y algo parecido es lo que usted
pretende descubrir ahora.
¡Racionalidad! Pero, también creo que
dentro de la ciencia existe la posibilidad
del asombro y únicamente podemos
asombrarnos si estamos dispuestos a
hacernos preguntas sin buscarles
respuestas. (Pausa)
DOCTORA. — Pensaba que Vd. no creía en
los milagros, madre
MADRE. — Pero quiero tener la
oportunidad de creer. ¡Quiero elegir
poder creer!
DOCTORA. — Pero no puede elegir creer
una mentira como esa.
MADRE. — ¡No, en este caso, no! Ella es
un alma inocente.
DOCTORA. — Pero ella no es ningún
enigma, madre. Todo lo que Agnes ha
hecho se puede explicar a través de la
siquiatría moderna. Es una histérica. De
niña abusaron de ella. No conoció a su
padre, su madre era una alcohólica.
Hasta los dieciséis estuvo encerrada en
su casa y después, en un convento.
Uno, dos, tres, todo encaja.

68
MADRE. — ¿Eso es lo que cree? ¿Qué no
es más que la suma de sus factores
sicológicos
DOCTORA. — Sí, eso es lo que debo creer.
¡Exacto!
MADRE. — ¿Entonces por qué la tiene tan
obsesionada? Casi no duerme por culpa
de ella. Solo piensa en ella. Está
empeñada en salvarla ¿Por qué? Esa es
la pregunta y no necesita respuesta. No
estoy acusando, simplemente constato
unos hechos.
DOCTORA. — ¿O sea que Dios permitió...?
MADRE. — Posiblemente.
DOCTORA. —… que Agnes tuviera un hijo.
MADRE. — No divino.
DOCTORA. — No divino, simplemente un
hijo y ¿ sin intervención de ningún
hombre?.
MADRE. — Eso es lo que me gustaría
creer, sí.
DOCTORA. — ¿Sin pruebas?
MADRE. — Sin pruebas. No existe ninguna
prueba infalible para la virginidad, sino
más bien la falta de pruebas en su
contra.
DOCTORA. — ¿Cómo se explica las
sábanas manchadas de sangre la noche
de la concepción?
MADRE. — No puedo explicarlo.
DOCTORA. — ¿Y el niño, por qué murió?

69
MADRE. — No lo sé.
DOCTORA. — ¿Cree que Dios cometió un
error y luego trató de rectificarlo?
MADRE. — No sea absurda
DOCTORA. — ¿O se trata de un montaje...
una vulgar patraña para alejarme de la
verdad?
MADRE. — ¿Por qué iba a querer yo una
cosa así?
(La doctora que ha permanecido durante
toda la discusión de pié, hace ahora un
SILENCIO PROLONGADO y sentándose
dice a la madre)
DOCTORA. — Hay un túnel desde la cripta
de la capilla hasta el establo ¿sabía Vd.
eso? Ahí tiene su respuesta, madre. Así
es como salió.
MADRE. — ¡Que disparate! ¿Cómo podía
saberlo?
DOCTORA. — Alguien se lo dijo.
MADRE.- ¿Quién? Hace cincuenta años
que nadie usa ese túnel.
DOCTORA. — ¿Quiere dejar de mentir,
madre?
MADRE. — ¿Por qué había de hacerlo?
DOCTORA. — Porque estamos hablando
de un asesinato. No le preocupa lo que
nos explicó de qué había otra persona
en su celda. ¿Quién era esa persona,
madre? ¿Era Vd.?

70
MADRE. — Si piensa que es un asesinato,
es con el fiscal con quien tienes que
hablar, no conmigo y menos aún con
Agnes.

(La MADRE se da media vuelta para


iniciar el mutis.)
DOCTORA. — ¿Dónde va?
MADRE. — No tengo más que hablar con
Vd.
DOCTORA. — ¿Por qué? Me estoy
acercando demasiado a la verdad.
MADRE. — Doctora, rezaré para...
DOCTORA. — Agnes es inocente,
¿verdad?
MADRE. — (Soslayando la respuesta.)
...que un día comprenda mi posición.
DOCTORA. — ¿Lo es?
MADRE. — Adiós, doctora. Ah, y en
cuanto al milagro que quería, ya ha
ocurrido, es muy pequeño pero lo
notará muy pronto.
(La MADRE hace mutis. Entra AGNES.)
AGNES. — ¿Os estabais peleando?
DOCTORA. — Agnes, escucha. Tienes que
ayudarme. ¿Te ha amenazado alguna
vez la Madre Miriam?
AGNES. — No.
DOCTORA. — ¿Te ha asustado?
AGNES. — ¿Por qué me lo preguntas?

71
DOCTORA. — Porque pienso que ella
podría tener algo que ver con todo esto.
MADRE. — (Voz en off.) ¡Hermana Agnes!
AGNES. — Voy, Madre.
DOCTORA. — Agnes... ¿quién estaba
contigo en la habitación?
AGNES. — Ya no te volveré a ver,
¿verdad?
DOCTORA. — Sí me verás, te lo prometo.
Contéstame, Agnes, ¿quién estaba en la
habitación?
(Silencio.)
¿Lo sabes?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — ¿Quién era? ¡Por el amor de
Dios, dímelo!
AGNES. — Era mi madre.
MADRE. — (En off.) ¡Agnes!
AGNES. — Adiós.
(Hace mutis.) (Oscuro)

ESCENA IV
(Proyección)

Me alegro de haber obtenido el


mandamiento judicial para que Agnes
vuelva a estar, de nuevo, bajo mi
tutela... Estaba convencida de que tenía

72
razón. Como médico, quizás debo ser
más desconfiada, pero como mujer...
(Golpea con rabia el volante) no soy de
piedra... soy de carne y hueso y tengo
alma y corazón... (Continúa dándose
golpes unos momentos más y luego se
para.) Se acabó. Una obra inacabada...
Es el último rollo... No existe otra
versión alternativa. (Fundido en negro)

ESCENA V
(En escena la madre superiora atareada
con una documentación. Sin abrir la
puerta suena la voz de una monja)
VOZ EN OFF.- Perdone, madre, la
doctora Livingstone está aquí.
MADRE. — (Contrariada y la cabeza baja)
Que pase
DOCTORA. — (Entregándole el
mandamiento judicial)
MADRE. — Este es el permiso para
terminar de destrozarla
DOCTORA. — ¿Dónde está?
MADRE. — ¿No cree que ya ha tenido
bastante?
DOCTORA. — Madre, quiero hacerla
algunas preguntas más.
MADRE.- ¡Dios mío! Que tenaz puede
llegar a ser una persona.
DOCTORA.- ¿Quién sabía que Agnes
estaba embarazada?

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MADRE. — ¿Por qué se empeña en
perseguirla?
DOCTORA. — ¡Sabía Vd. que estaba
embarazada!, ¿Sí o No? (Silencio)
MADRE. — ¡Si!
DOCTORA. — ¿Y por qué no la mandó a
un médico?
MADRE. — Cuando me di cuenta era
demasiado tarde. (Silencio. )
DOCTORA. — ¿Para qué? Para abortar
MADRE. — No sea absurda
DOCTORA. — Entonces, ¿para qué era
demasiado tarde?
MADRE. — ¡No lo sé... demasiado tarde
para parar el escándalo! Debía
mantenerlo oculto. La obligué a no
decir nada. Necesitaba tiempo para
pensar. (Llora)
DOCTORA. — Y fue a su celda para
ayudarla en el parto
MADRE. — Ella no quería que la ayudase
DOCTORA. — Pero usted quería
deshacerse del bebé lo más
rápidamente posible.
MADRE. — ¡No, eso mentira!
DOCTORA. — Y por eso escondió la
papelera.
MADRE. — No la escondí. La llevé allí para
meter las sábanas manchadas de sangre
DOCTORA. — Y para meter al bebé. Lo
ahogó con el cordón umbilical
74
MADRE. — ¡No! Sólo quise que lo tuviera
cuando no hubiese nadie. Luego lo
habría llevado a un hospital para dejarlo
allí. Fue un parto tan difícil. Había tanta
sangre que me entró pánico.
DOCTORA. — ¿Antes o después de
haberlo matado?
MADRE. — ¡Yo la dejé con ella y fui a
buscar ayuda!
DOCTORA. — Dudo mucho que ella diga
eso.
MADRE. — ¡Pues si no lo hace es una
maldita embustera!
(La MADRE se cubre la cara con las
manos. La doctora corre con decisión
hacia la puerta, mientras comenta…)
DOCTORA. _ Eso lo vamos a averiguar
ahora mismo. (Abre la puerta y grita).
¡Agnes, ven un momento! Vamos a
terminar con esto de una vez y para
siempre.

ESCENA VI
DOCTORA. — (Entra Agnes) Hola, Agnes.
AGNES. — Hola.
DOCTORA. — Me gustaría hacerte de
nuevo otras preguntas, ¿no te importa?
AGNES. — No.
DOCTORA. — Para ello voy a tener que
volver a hipnotizarte. ¿estás de
acuerdo?

75
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — Bien, siéntate y relájate.
Pero, en esta ocasión, quiero que
imagines que tienes el cuerpo lleno de
agujeros y el agua tibia pasa a través de
ellos... aparece ante tus ojos limpia...
muy limpia... como una oración...
sientes los ojos pesados... tienes mucho
sueño y vas a cerrarlos... Luego, cuando
cuente hasta tres, te despertarás.
Agnes, ¿me has oído?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — ¿Quién soy?
AGNES. — La doctora Livingstone.
DOCTORA. — ¿Y, quién está conmigo?
AGNES. — La Madre Miriam Ruth.
DOCTORA. — Muy bien. Ahora, Agnes,
quiero hacerte varias preguntas, y
quiero que mantengas los ojos
cerrados. ¿Me oyes?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — Quiero que recuerdes, la
noche en que murió la hermana Paule
¿Te acuerdas?
AGNES. — (Silencio)
DOCTORA. — ¿Qué pasa?
AGNES. — Ella dijo Michel
DOCTORA. — ¿Qué quería decir?
AGNES. — La imagen. Me la había
enseñado el día anterior
DOCTORA. — ¿Y el túnel al establo?
76
AGNES. — Sí.
DOCTORA. —¿Por qué?
AGNES. — Para que pudiera ir a él.
DOCTORA. — ¿A quién?
AGNES. — A él.
DOCTORA. — ¿Cómo sabía ella lo de él?
AGNES. — Ella también lo había visto
DOCTORA. — ¿Cómo?
AGNES. — Desde el campanario. El día
antes de morir
DOCTORA. — De modo que te mandó a ti
¿Qué pasó?
AGNES. — Sí. (Se levanta y comienza,
sonámbula y nerviosa a dar vueltas por
la habitación. La mirada perdida de
demente)
DOCTORA. — ¿Qué pasa? (Silencio.)
Agnes, ¿qué vés?
AGNES. — El está aquí.
DOCTORA.- ¿Estás asustada?
AGNES.- Sí. (Silencio e inmovilidad)¿Eres
tú?
(Silencio.)
Sí, quiero.
(Silencio.)
¿Por qué yo?
(Silencio.) ¡Espera, quiero verte!
(Da un sobresalto y abre los ojos.)
DOCTORA. — ¿Qué ves?
AGNES. — ¡Ah! Es tan hermoso! Una flor.
Es blanca y parece de cera. Una gota de

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sangre resbala por un pétalo y corre
hacia el tallo. Una ligera aureola...
millones de aureolas. Que se dividen y
se dividen... las plumas son estrellas
que caen y caen dentro del iris de los
ojos de Dios. ¡Oh, Dios mío! ¡Me ve!
¡Oh, es maravilloso... tan azul...
amarillo... hojas verdes y sangre
marrón, no, roja. Su sangre, Dios, Dios
mío, estoy sangrando... ESTOY
SANGRANDO!
(Empieza a sangrar por las palmas de las
manos.)
MADRE. — ¡Dios mío!
AGNES. — (Gritando) ¡Dios mío estoy
sangrando! Tengo lavarme... ¡Dios mio!
Tengo sangre en las manos, en las
piernas. Está por todas partes. Las
sábanas están manchadas. No consigo
pararla... ayúdame a limpiar las
sábanas... ayúdame..! ¡No para!
MADRE. — (Cogiéndola por los hombros.)
Agnes...
AGNES. — ¡No me toque! (Se suelta y
corre perseguida por la doctora).
DOCTORA.- Agnes, tranquilízate!
AGNES.- (Dirigiéndose a la madre) Querías
que esto pasara, ¿verdad que sí?
Rezabas para que me pasara, ¿verdad?
MADRE. — Agnes, por favor, no teníamos
nada que ver. (La intenta coger).
AGNES. — ¡Suéltame! ¡No quiero volverte
a ver! ¡Ojalá estuvieras muerta!

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DOCTORA. — Agnes, fue ese hombre del
establo. Te hizo algo terrible. Te asustó
y te hizo daño. La culpa no es tuya. La
culpa es de él. Dinos quien fue para que
podamos buscarle. Para impedir que
haga lo mismo con otras mujeres. No
fue culpa tuya ¿Agnes, ¿a quién viste?
AGNES. —¡Ojalá estuvierais todas
muertas!
DOCTORA. — Nosotras no tuvimos nada
que ver con el hombre del establo
AGNES. — ¡Le odio!
DOCTORA. — Naturalmente. Te hizo algo
muy malo. ¿Pero quien fue?
AGNES. — ¡Le odio por lo que me hizo!
DOCTORA. — Te asustó y te hizo daño,
pero ¿quién?.
AGNES. — ¡Le odio!
DOCTORA. — Agnes, ¿Quién te lo hizo?...
AGNES. — ¡Dios! Fue Dios y ahora me
quemaré en el infierno porque le odio.
(Empieza a llorar con rabia)
DOCTORA. — Agnes, no te quemarás en el
infierno. Es normal que odies.
MADRE.- ¡Basta ya!¡Despiértela!
DOCTORA. — Aún no. Agnes, ¿qué le pasó
al bebé?
MADRE. — ¡No puede recordarlo! Está
cansada
DOCTORA. — Si puede ¿Qué le pasó al
bebé?

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AGNES. — Estaba muerto.
MADRE. — No tiene derecho a hacerla
esto.
DOCTORA. — Estaba vivo, ¿verdad?
AGNES. — No me acuerdo.
DOCTORA. — Estaba vivo ¿no es cierto?
AGNES.- Que no me acuerdo
DOCTORA. — Estaba vivo ¿no?
AGNES. — ¡¡¡SI!!!
(Silencio.)
DOCTORA. — ¿Y, qué pasó? ¿La madre
Miriam estaba contigo?
AGNES. — Si
DOCTORA. — ¿Cogió al bebé en sus
brazos?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — Tú lo viste todo, ¿verdad?
AGNES. — Sí.
DOCTORA. — Y después... ¿qué hizo?
(Silencio.)
Agnes, ¿qué fue lo que hizo?
AGNES. — (Dulce y con voz pausada.) Me
dejó sola con aquella cosita. La miré y
pensé: «es una equivocación, pero es
mi equivocación no de mamá». Un error
de Dios. Entendí que podía salvarlo y
devolvérselo a Dios».
(Silencio.)
DOCTORA. — ¿Qué hiciste?

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AGNES. — La dormí.
DOCTORA. — ¿Cómo?
AGNES. — Le até el cordón alrededor del
cuello, la envolví en las sábanas
manchadas de sangre y lo metí todo en
la papelera.
(Comienza a sonar la música
gradualmente mientras que la madre se
postra de rodillas y la doctora respira
restregándose el rostro. Cuando se
extingue la música, se hace el oscuro
total.

ESCENA VII
( Al encenderse la luz de nuevo, que
debe ser inmediata al cierre de la
puerta por donde han desaparecido
Agnes y la Madre, la Dtra. se dirige,
monologando, desde el fondo al
proscenio, donde finaliza su texto y la
obra.)

Nunca las volví a ver. Al día siguiente,


por propia voluntad, abandoné el caso.
La Madre Miriam dejó a Agnes a
merced de los tribunales que la
internaron en un siquiátrico... allí dejó
de cantar... dejó de comer y por fin
murió.
¿Por qué? ¿Por qué se abusó de una
niña, se asesinó a una criatura y se
destruyó una mente? Fue sencillamente

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para conseguir que esta insignificante
siquiatra, ex fumadora, volviese a
comulgar. ¿Fue por eso? Ya no sé en
qué pensar. Pero quiero creer que ella
fue... elegida. Y la echo de menos. Y
confío que me haya dejado algo... un
poco de sí misma dentro de mí.
Simplemente eso ya sería un verdadero
milagro.

(Silencio. Se va a marchar y a mitad de


camino, se vuelve para decir: )

¿Verdad que sí?

TELÓN

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