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Introducción
Las ciencias médicas siempre han reconocido que el ejercicio físico y el "estar
en condiciones" son importantes para la salud orgánica y mental de mujeres y
hombres. El clima social de la sociedad moderna en la
actualidad alienta a mujeres y hombres a enrolarse en la
práctica de deportes y actividades para recreo y
mejoramiento de la salud. Pero este proceso no fue ni es
tan fácil para aquéllas. Recordemos que en décadas
pasadas, la práctica de deportes por parte de las mujeres
era aceptable sólo en forma marginal. La vasta mayoría de
las mujeres adquiría un sedentarismo total al llegar a la
pubertad, acatando los papeles sexuales impuestos por la
sociedad que prohibían la actividad vigorosa. Y es así, que
las mujeres que sí practicaban deportes no introducían
entrenamientos de la fuerza como sí lo hacían los hombres,
sólo porque no era considerado femenino, convirtiéndole
en una actividad predominantemente masculina. No obstante, el estigma social y
la falta de información precisa persiste y crea erróneos conceptos que mantiene a
las mujeres afuera del entrenamiento de la fuerza o las aparta de su
entrenamiento en óptimas condiciones (4,10).
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La diferencia sexual tiene una base biológica, pero las chicas también exhiben
un déficit socialmente inducido. Las chicas púberes tienden a evitar acciones que
requieren fuerza por razones psicológicas (3). Todo esto significa que igualmente
se deben tener en cuenta los riesgos y limitaciones que conllevan este período de
desarrollo para el entrenamiento de la fuerza (3).
Adultez Primaria (Juventud, 17-30 años): Aquí el potencial de fuerza alcanza el
nivel más alto durante este período de la vida. Las estructuras biológicas muestran
un estado de buena adaptabilidad (entrenabilidad), las articulaciones toleran altas
cargas y la situación social hace un cierto uso de fuerza necesario. En este período
de edad se alcanzan altos rendimientos en aquellas formas de deporte que
requieren un máximo de fuerza y potencia (Ver Figura 2)(3).
(*) Un número de factores puede reducir o eliminar esos beneficios, incluyendo el uso exclusivo de máquinas de entrenamiento de
pesas, entrenamientos con cargas demasiadas livianas y sin progresar en la resistencia o intensidad aplicada.
1. Las mujeres, más que los hombres, necesitan lograr esfuerzos (tensiones)
mínimos esenciales requeridos para que el modelado óseo ocurra y, por último,
para reducir el riesgo de osteoporosis. La prevención de la osteoporosis requiere
sobrecarga axial sobre el esqueleto por encima de lo normal (4). Por ejemplo, en
un estudio (9) se encontró que las atletas y las mujeres sedentarias con peso
corporal medio, tenían significativamente mayor BMD (densidad mineral ósea),
mayor BMC (contenido mineral óseo) y mayor masa magra corporal (LBM) que un
grupo de mujeres con bajo peso corporal; indicando que el ejercicio físico y la
masa corporal magra mejoran la BMD en mujeres jóvenes eumenorreicas. Se
sostiene, entonces, que el modelado óseo ayuda a prevenir fracturas y a
asegurarse contra la osteoporosis.
7. Hay estudios que indican que las mujeres que se someten al entrenamiento de
la fuerza se benefician de una mejor autoestima. El entrenamiento de la fuerza,
parece dar a las mujeres un sentido de potencia personal, especialmente para las
mujeres que han sido abusadas y violadas (4). También, en un estudio (8) sobre la
“ansiolisis” inducida por ejercicio, se sostuvo que reducciones de la ansiedad
después del ejercicio ocurren porque dicha actividad ofrece a los sujetos un
“tiempo muerto” (descanso) de las preocupaciones diarias. Esto sugiere la idea de
que ocupar el tiempo realizando actividad física saludable y gustosa tendría efectos
sobre el estado de ansiedad.
Como se puede observar, son muchas las razones (fundadas) por las cuales las
mujeres no deben ser desalentadas a este tipo de entrenamiento, sino todo lo
contrario: justifican su implementación en un programa de fitness corriente y
normal.
Generalidades Metodológicas del Entrenamiento de la Fuerza en las
Mujeres
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