Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Los liberales estaban divididos en moderados y progresistas, que iban ocupando el poder.
Aunque esta alternancia se veía adulterada por una serie de prácticas que hacían difícil la
consolidación de un régimen político estable. Entre ellas destacamos:
El papel del ejército en las guerras otorgó a determinados militares un gran prestigio que
comportó su intervención en la vida política. Militares como Espartero, Narvaez, O’ Donnell o
Prim se convirtieron en líderes políticos.
Cada tendencia liberal quería establecer su modelo de Estado en una constitución propia.
Cuando los progresistas llegaban al poder promulgaban una constitución progresista. Cuando
llegaban los moderados, hacían lo propio.
Esta tendencia perduró durante todo el siglo lo que comportó cambios constitucionales
frecuentes. Tan sólo la de 1876 tuvo un carácter más flexible como resultado de un consenso
entre ambas tendencias.
La invasión napoleónica
La presencia de tropas francesas en territorio español y las intrigas de Fernando, el hijo mayor
de Carlos IV, contra su padre provocaron el popular Motín de Aranjuez. El resultado fue la
abdicación del rey en su hijo Fernando VII.
Napoleón aprovechó estas discrepancias para reunir en Bayona a Carlos IV y Fernando VII
consiguiendo que ambos aceptaran abdicar en su hermano José Bonaparte.
José I puso en marcha determinadas reformas con el apoyo de algunos liberales españoles, los
llamados afrancesados.
La Guerra de la Independencia
Las abdicaciones de Bayona dieron el trono español a un monarca extranjero. Este vació de
poder estimuló la formación de unas Juntas locales para rechazar la invasión y crear un
gobierno legítimo que representarse al pueblo español.
En 1810 se convocó una reunión de Cortes en Cádiz con la finalidad de redactar una
Constitución.
También aprobaron una serie de reformas destinadas a abolir el Antiguo Régimen, a poner fin
a los privilegios de la sociedad estamental y a implantar un régimen liberal en España.
¡Viva la Pepa!
Desde entonces, el grito de ¡Viva la Pepa! se convirtió en una aclamación de los principios
liberales y de los ideales de las Cortes de Cádiz.
Tras recuperar el trono, Fernando VII derogó la Constitución de 1812 y anuló la obra reformista
de las Cortes de Cádiz.
Su acción de gobierno fue acompañada de la represión de los liberales, los cuales llevaron a
cabo diversos pronunciamientos que fracasaron. Muchos de sus participantes tuvieron que
exiliarse.
En 1820, con el pronunciamiento del coronel Rafael del Riego en Cabezas de San Juan (Sevilla)
el rey se vio obligado a aceptar la Constitución de 1812.
Fernando VII fue contrario a la nueva situación, pidió ayuda a los monarcas absolutos de
Europa para derrotar a los liberales. En 1823, la Santa Alianza envió a los Cien Mil Hijos de San
Luis, unas tropas al mando del duque de Angulema, que instauraron de nuevo el absolutismo.
La última década del reinado de Fernando VII comportó el regreso al absolutismo. Sin
embargo, los problemas políticos y económicos llevaron a la monarquía absoluta a su crisis
definitiva.
A nivel económico, la guerra contra los franceses había debilitado la economía y dejó la
Hacienda en bancarrota. Además, la independencia de las colonias americanas privó a las arcas
del Estado de una importante fuente de ingresos.
El nacimiento en 1830 de Isabel, la hija de Fernando VII, provocó un conflicto dinástico porque
la Ley Sálica* impedía reinar a las mujeres. Para asegurarle el trono, Fernando VII dictó la
Pragmática Sanción*, que abolía esta prohibición y convertía en heredera a su hija.
Los sectores se opusieron a esta decisión y reclamaron el trono para Carlos, hermano del rey
La crisis del Antiguo Régimen en España coincidió con el movimiento de independencia de las
colonias en América.
La pérdida de las colonias significó un duro golpe para la Península porque perdió su prestigio
como potencia colonial y se vio privada de los mercados americanos y de importantes ingresos
para la Hacienda.
A la muerte de Fernando VII en 1833, los grupos sociales favorables al absolutismo se negaron
a reconocer a Isabel, de tres años, como legítima sucesora a la Corona, y apostaron por Carlos
María Isidro, e iniciaron una sublevación contra el gobierno de María Cristina de Borbón que
ejercía la regencia* en nombre de su hija.
La regente buscó el apoyo de los liberales (llamados isabelinos o cristinos). De este modo, se
formó un gobierno liberal moderado que emprendió reformas.
El nuevo Gobierno liberal tuvo el apoyo de la mayoría del ejército, que se mantuvieron fieles a
la monarquía establecida. Pero sobre todo contó con la ayuda de la burguesía y los sectores
populares de las ciudades.
Los carlistas tuvieron seguidores sobre todo en los medios rurales más tradicionales, mientras
las grandes ciudades permanecieron fieles a Isabel II y defendieron la opción liberal.
Durante el siglo XIX se sucedieron dos grandes guerras carlistas y un alzamiento localizado en
Cataluña:
María Cristina se apoyó en los liberales moderados, que iniciaron tímidas reformas. Sin
embargo, una serie de levantamientos militares y de revueltas populares provocaron que
entregara el poder a los liberales progresistas.
El líder de los progresistas, Mendizábal, inició la abolición del Antiguo Régimen: reforma fiscal,
desamortización de los bienes de la Iglesia. También se suprimieron el diezmo, los privilegios
de la Mesta, las aduanas interiores y los gremios.
Una nueva Constitución de carácter progresista reconoció la soberanía nacional, aunque con
sufragio censitario, la división de poderes con la existencia de dos Cámaras (Congreso de
Diputados y Senado).
El talante autoritario del nuevo regente generó una fuerte oposición. Entonces, se decidió el
adelanto de la mayoría de edad de Isabel II y su proclamación como reina.
Su llegada al trono significó el predominio de los moderados, bajo la dirección del general
Narváez. Las nuevas Cortes proclamaron una Constitución moderada.
Otras reformas fueron la de Hacienda, que centralizó los impuestos en el Estado, se elaboró un
Código penal y se creó un sistema de instrucción púbica nacional. También se firmó un
Concordato con la Santa Sede. Para mantener la ley en el medio rural se creó la Guardia Civil
(1844) por el Duque de Ahumada.
La deriva autoritaria de sus líderes (Narváez y Bravo Murillo), la fuerte influencia de las
camarillas y el falseamiento electoral hicieron que los progresistas recurriesen de nuevo al
pronunciamiento militar.
En 1854, el general O’Donnell encabezó una revuelta popular contra los moderados. Fue el
pronunciamiento de Vicálvaro, en el que participó la Milicia Nacional y se formaron Juntas
revolucionarias.
Isabel II cedió a las presiones y dio el poder a los progresistas, quienes recurrieron de nuevo a
Espartero. Se llevaron a cabo reformas económicas con tres leyes fundamentales:
- Una nueva desamortización que afectó a los bienes comunales y de los Ayuntamientos
(Desamortización de Madoz, 1855).
- Una ley de Ferrocarriles y una ley de Minas para impulsar la red ferroviaria y la explotación
minera.
Una nueva crisis del gobierno de Espartero impulsó a la reina a confiar el gobierno a O’Donnell,
que había creado la Unión Liberal, un nuevo partido de carácter centrista.
Desde 1856, unionistas y moderados se alternaron en el poder, mientras que los progresistas
quedaron marginados.
La oposición al régimen moderado se amplió y nacieron nuevos grupos entre los excluidos del
sistema, como los demócratas y los republicanos.
Sin embargo, los gobiernos surgidos de la revolución no consiguieron dar estabilidad al nuevo
sistema democrático.
La Revolución de 1868 fue dirigida por el almirante Topete, y los generales Prim y Serrano.
Las tropas leales a la reina fueron vencidas y ésta tuvo que exiliarse junto con su heredero
Alfonso
Ese mismo año se creó un Gobierno provisional con la misión de democratizar el sistema
político. En 1869 aprobaron una nueva Constitución de carácter democrático. En ella se
recuperaba la soberanía nacional, se incorporaba el sufragio universal masculino y se
otorgaban amplios derechos y libertades. La iglesia se separaba del Estado.
La Constitución establecía la monarquía constitucional como forma de Estado, por lo que fue
necesario buscar un nuevo rey.
La opción elegida fue Amadeo de Saboya. Unos días antes de la llegada del nuevo rey, su
principal valedor, el general Prim fue asesinado.
Sin embargo, tuvo que hacer frente a una fuerte oposición: los moderados y parte de la Iglesia
se mantuvieron leales a los Borbones. Los carlistas aprovecharon la oportunidad para
proclamar rey a Carlos VII, dando inicio una nueva guerra, mientras que los republicanos
aspiraban a proclamar la República.
Ante la gran cantidad de problemas, a los que se unió una insurrección independentista en la
isla de Cuba, Amadeo I decidió renunciar ala Corona y abandonar el país.
Ante la abdicación del rey, las Cortes votaron la proclamación de la República, aunque la
mayoría de los diputados se reconocían como monárquicos.
La República fue recibida con entusiasmo por los sectores populares de las grandes ciudades y
el gobierno republicano puso en marcha un programa de reformas económicas y sociales.
Las elecciones de 1873 fueron ganadas por los republicanos federales y las Cortes redactaron
un proyecto de constitución federal que repartía las competencias legislativas entre el
gobierno central y las repúblicas federadas, que nunca llegó a aprobarse.
Tuvo cuatro presidentes (Figuera, Pi y Margall, Salmerón y Castelar), pero una serie de
problemas imposibilitaron su consolidación:
En enero de 1874 el general Pavía disolvió las Cortes y entregó la presidencia del gobierno al
general Serrano, que intentó estabilizar una república conservadora y presidencialista.
El sistema canovista
Uno de los primeros objetivos fue la pacificación del país. En 1876 se puso fin a la guerra
carlista, y en 1878, a Paz de Zanjón acabó con la insurrección cubana.
Los caciques que podían ser tanto conservadores como liberales conseguían la elección del
candidato gubernamental a través de todo tipo de trampas: falsificar actas, comprar votos,
amenazar a los electores, …
En Cataluña.
En el País Vasco.
En Galicia.
La crisis de 1898
En 1895 estalló una nueva insurrección en Cuba. En esta ocasión, los insurrectos contaron con
el apoyo de Estados Unidos.
En 1898, Estados Unidos declaró la guerra a España, tras el hundimiento del acorazado Maine
en La Habana, España sufrió una rápida derrota y la firma del Tratado de París selló la
independencia de Cuba, Filipinas y Puerto Rico.
A principios del siglo XIX, Castilla y León se vio afectado por el estallido de la Guerra de la
Independencia.
En las zonas rurales hubo levantamientos y las partidas de guerrilleros fueron muy numerosas.
Entre ellas destacaron las dirigidas por Juan Martín Díaz, el Empecinado, y Jerónimo Merino,
conocido como el cura Merino.
La guerra dejó una situación de desolación en la región por el elevado número de víctimas y la
miseria de la población, así como por los saqueos de ciudades y del patrimonio artístico.
Cuando Isabel II heredó la Corona de Fernando VII, se inició la primera guerra carlista, que en
Castilla y León tuvo episodios destacados. Los carlistas llegaron a tomar Soria, El Burgo de
Osma e incluso Valladolid.
La causa del carlismo fue apoyada por los sectores más conservadores de la región, pero no
tenía partidarios en las ciudades. En Castilla y León, el régimen liberal se fue consolidando
porque favorecía a la burguesía, tanto textil como triguera, que le faba su apoyo.
La facción moderada del liberalismo gobernó durante el reinado de Isabel II, y estableció una
nueva estructura territorial
Las ideas liberales pusieron las bases para el desarrollo de la enseñanza a lo largo del siglo XIX.
Un destacado grupo de personajes de origen castellano y leonés fueron protagonistas de la
reforma educativa de esta época.
De entre ellos sobresale la figura del zamorano Claudio Moyano, que llegó a ser diputado a
Cortes, alcalde de Valladolid y rector de la universidad, y que, en 1857, decretó la Ley de
Instrucción Pública, que declaraba obligatoria la enseñanza primaria.
El regionalismo
Los primeros sentimientos regionalistas de Castilla y León surgieron entre algunos grupos de
intelectuales, a finales del siglo XIX, y fueron recogidos en la obra El problema nacional, de
Ricardo Macías Picavea, un santanderino afincado en Valladolid.