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DEL LIBRO “LOS MOMENTOS JUSTOS” – FRANS JOHANSSON

BURKINI: AHEDA ZANETTI (pag. 164-167)

Un día a principios de 2003: Aheda, que era peluquera, había dejado de trabajar tras el nacimiento
de su primer hijo. Cuando nació su cuarto hijo, Zanettu se dedicaba al relemarketing y se sentía
frustada consigo misma, “como a veces les pasa a las madres”. Así que aquel día se fue a ver
cómo su sobrina jugaba un partido de netball, el equivalente australiano del baloncesto, en un
centro recreativo de Sídney.

En el netball participan catorce jugadores que corren arriba y abajo por la pista, driblando y
pasándose la pelita mientras luchan por situarse. ¿Cómo es que no jugué cuando era más joven?,
se preguntó Zanetti al sentarse en la grada. Una vez que comenzó el juego, recordó por qué. El
motivo fue el uniforme.

Aheda es musulmana; cuando sólo contaba dos años de edad, se trasladó con su familia del Líbano
a Sídney. El uniforme estándar para el netball (pantalones cortos y una camiseta) no era una
opción para las chicas musulmana, que optaban por llevar prendas más tradicionales. Por
ejemplo, el jilbab, que cubre todo el cuerpo de la mujer, excepto sus mano, su rostro y sus pies, y
le hubiera dificultado muchísimo competir con eficacia. Sabía esto porque era precisamente lo que
le estaba pasando aquella tarde a su sobrina que estaba en la pista.

Mientras Zanetti observaba el partido, vio que la vestimenta de su sobrina no era nada práctica en
semejantes circunstancias. Tenía pinta de estar muy incómoda. “Aquel día hacía mucho, mucho
calor, y ella tenía que llevar puestas todas aquellas prendas vaporosas. Parecía estar enferma. Su
cara era del mismo color que un tomate maduro”. Aheda contempló la escena que estaba ante sus
ojos y empezó a preguntarse por qué las cosas tenían que ser así. “Y entonces”, me dijo, “fue
cuando algo hizo clic en mi mente”. Se dio cuenta, de repente, de que debería haber prendas
deportivas diseñadas concretamente para las mujeres musulmanas tradicionales.

Aquella tarde, después de haber acosado a sus hijos, Zanetti sacó su costurero. Confeccionó su
primer diseño usando el único tejido que tenía a mano en su casa: satén tensado. Tenía retales
por todas partes. “Parecía un vestido de novia”, recordaba. Aunque el prototipo no era práctico,
espoleó su imaginación, y siguió intentándolo. “¡Hice tantos cambios!”, recordaba. “Ni siquiera
recuerdo cuántos” Dos años de experimentos más tarde, había creado un jilbad deportivo
perfecto.

Pero a esas alturas experimentó otro momento justo. Se dio cuenta de que el netball no era el
único deporte que hacía que las musulmanas se sintieran aisladas y marginadas. Después de todo,
Australia tiene algunas de las mejores playas en el mundo, y la vida gira en torno al surf. Así que
Zanetti modificó de nuevo sus diseños y lanzó el “burquini”, un bañador deportivo de dos piezas,
que cubre de pies a cabeza, realizado con un tejido de alto rendimiento. Luego resultó que cientos
de miles de mujeres en todo el mundo habían estado esperando algo así. Cuando lanzó su página
web, le llegaron las ofertas a raudales. El mercado para el burquini era mucho más amplio de lo
que había imaginado.

“¿Sabe?, la vedad es que es muy curioso”, me dijo, “pero un treinta por ciento de mis clientas no
eran musulmanas. Eran mujeres judías, hindúes e incluso occidentales, que querían protegerse de
los rayos UVA”.

El burquini se distribuye online por todo el planeta y por medio de minoristas calve en Bahréin,
Dubái, Francia y Holanda, además de contar con una tienda exclusiva en el Punchbowl de Sídney.

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