Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
2
Marcelo Ohienart
Nostalgias
de un tiempo que pasó
Crónicas ramenses
3
4
Agradecimientos
Esta crónica que hoy llega a sus manos
ve la luz gracias a todos los amigos
que de una u otra manera se prestaron
a la charla con este escriba.
Los recuerdos propios y ajenos
de otros tiempos
fueron surgiendo de manera inevitable.
Por eso, este libro ya no me pertenece.
Ahora, es de ustedes.
5
6
Introducción
7
8
Crónicas ramenses
9
había toda una movida que se estaba gestando en otra zona del
conurbano, pretendiendo erigirse en una alternativa. Isidoro
Cañones, ese play boy emergente de la oligarquía llegaba con
toda su desfachatez, con las manías de los vivillos de barrio,
con un “lenguaje de café” para burlarse de su propia clase e
identificarse con la clase que iba creciendo y es justamente a
partir de la influencia de las andanzas de Isidoro Cañones y
sus recorridas por las “boites” de Ramos Mejía que nuestra
ciudad empieza a ocupar el lugar epicéntrico del barrio
porteño de la salida “apta para todo público”, sin restricciones
clasistas. Era la expresión de una clase media pujante, que
crecía y que comenzaba a ser la verdadera protagonista de
todas las expresiones. Sin lugar a dudas, la “inversión”
publicitaria en la revista dio sus frutos.
Imposible, para aquellos que nos deleitamos con las
andanzas de Isidoro, no recordar las salidas programadas con
Cachorra, arribando en algún modelo indescifrable de
convertible súper sport a los jardines de Pinar de Rocha, o sus
incursiones en Juan de los Palotes. El mundo inalcanzable
dejaba de serlo.
No me cabe la menor duda, Isidoro Cañones merece un
lugar destacado dentro de la historia nocturna de la década del
setenta de nuestra ciudad. A partir de él, las salidas de los
viernes y sábados tuvieron nuevo rumbo: boliches como
Camelot, For Export o Crash, se convirtieron rápidamente en
otra opción para la muchachada ávida de los años setenta.
Hay un dato que muchos deben haber olvidado: es
importante señalar que en 1973 y 1974 aparecieron 2 discos de
“La Discoteca de Isidoro” producidos por el sello EMI, con
los temas de moda de la época.
Muchos de los jóvenes que hoy frecuentan Ramos Mejía se
sorprenderán al leer esta líneas, ya que puede resultarles un
tanto increíble que, por ejemplo, en la Avenida Rivadavia,
desde Avenida de Mayo hasta Avellaneda, durante aquellos
10
años dorados, se caminara a paso de tortuga y que encontrar
una ubicación en alguna de las mesas de los boliches ubicados
a lo largo de esos doscientos metros significaba ser parte de la
movida nocturna, una movida que desde esa época no se ha
vuelto a repetir en nuestra ciudad.
Por ello, vayan estas –si me permiten la arrogancia-
crónicas ramenses. Para todos aquellos, hombres y mujeres
que tuvieron la fortuna de vivir esa época maravillosa, y para
que, desde el recuerdo y rescate, puedan compartir e
incorporarle a sus hijos, adolescentes hoy, algo de lo que a
ustedes les sobró: identidad. Identificación con la ciudad en la
que se criaron, educaron, divirtieron, casaron y formaron una
familia. Si logramos eso, estaremos salvados, porque, lo
importante, seguirá siendo el valor de nuestra identidad.
11
12
La noche que se fue
13
23, existió Capricho, el que se promocionaba como “Tu cita
íntima y elegante de Ramos. Whiskería, snack bar, café
concert. De 17 a ..”. En esa onda, hubo en French 25 otra
whiskería, se llamó Miko’s
A sólo una cuadra de Christopher se erguía, orgulloso con
sus letras de madera sobre un salpicré blanco en el frente, otro
“templo” de la noche ramense: Juan de los Palotes.
Simplemente “Juan”, para quienes supimos recorrer su
barra y sus pistas. Muchos recordaran, que entrar a Juan era
sumergirse en un túnel abovedado desde el cual se ingresaba a
la pista, cerca, a la izquierda, estaba la primera barra. Los
reservados rodeaban las pistas de baile. ¡Que lugar! Cuando
hoy lo veo convertido en playa de estacionamiento, me dan
ganas de llorar.
El tránsito a lo largo de Rivadavia era a paso de hombre,
ese recorrido fue conocido como la “vuelta al perro” que antes
se hacía en Flores y que ahora se trasladaba a Ramos. Tener
auto, era un adicional a la hora de la conquista.
Antes de continuar, vale la pena aclarar que durante esos
años no existían las famosas matineé bailables, por lo tanto,
los boliches eran un sitio vedado hasta que uno llegara a los
años requeridos para poder ingresar o lograr disimular la edad.
Siguiendo con nuestro derrotero, sobre esa misma avenida
Rivadavia se apiñaron una serie de boliches: Poupe, Sie Thao,
Capote y Yesterday. Eran confiterías de luz tenue y con
privados donde los mozos solían atender con una linterna en la
mano; el legendario Palo 1, que aún subsiste los embates de
nuevas modas y costumbres, y el bailable Jonas&Co.
Ayeres, inaugurada en 1964, ubicada en Rivadavia 14234,
trabajaba con los elegantes de la zona. La copa costaba en
1970, “400 pesos viejos” los días de semana. Los primeros
parroquianos solían llegar a las seis de la tarde.
En esa misma cuadra, existió BOA, que ofrecía
espectáculos con números en vivo. Pasaron por su escenario y
14
fueron promocionados como “La noche del debut de la
Desfirevista, con la comicidad de Triky y Almirón, con el
show estelar de Reina Reech y Juan Bautista, acompañados
en la pasarela por Muñeca Moure – Ester Noemí y Fernando
Mazzei”
Sin dudas, un boliche íntimo fue Tiny’s, ideal para los
mimos y la charla; dos pisos de techos bajos cobijaban a las
parejas. Los contertulios provenían de Olivos, Martínez, Lanús
y hasta de Nueva Pompeya, y llegaban –sin ser mal vistos- en
traje de calle.
Al 14300 de Rivadavia estaba Il Corno. Láminas de los
Beatles, muebles de acrílico rojo y verde; aspecto juvenil en
dos plantas. Abría a las siete de la tarde y allí se estacionaban
los más adolescentes.
Jonas tenía una fachada muy bien elaborada: todo su frente
era el corte transversal de un barco tipo galeón. El progreso
dio paso a carteles de neón que hoy anuncian la venta de
electrodomésticos.
Antes de rumbear para el lado norte, había que hacer una
pasada por avenida de Mayo y Belgrano, ya que en esta
última, frente a la sucursal del Banco Provincia, estaba Nathan
Pool y sobre la avenida, Jet Set y Saloon.
Otra movida no menos importante, pero con un enfoque de
edad diferente, fue la que se dio en la avenida Gaona. Al igual
que en Rivadavia y como vuelve a observarse hoy, circular en
automóvil sólo era posible a paso de hombre. A lo largo de sus
cuadras se agrupaban el Pool King, For Export, Stadium, Lo
de Hansen, Crash, Lord Byron y Viejo Café. For Export sirvió
de escenario a la filmación de algunas películas argentinas. Era
una casona tipo Tudor a la que se le había añadido por delante
una columna vidriada que contenía un ascensor por el que se
accedía al primer piso, luego de atravesar un puente, también
vidriado.
15
Stadium, en Parera y Gaona, tenía un frente armado con
una estructura tubular con acrílicos verdes y blancos. Por su
parte, Lo de Hansen, en Alvarez Jonte 395, era un lugar con
sillones de mimbre, toldos rayados y cuadros coloniales, que
daban al reducto un clima de quinta de fin de semana. En
Hansen, predominaban las “maxis” y los “palazzos”; en
cambio ellos, vestían de sport.
Crash tenía como particularidad sus pistas circulares las
que eran rodeadas por una escalera, junto a ella, se repartían
asientos reservados. Lord Byron y Viejo Café marcaron nuevas
modas: el primero era un café tipo inglés, en cambio el
segundo, para esa época resultó toda una innovación: fue uno
de los primeros piano-bar con cerveza y cáscaras de maní que
tapizaban el suelo. Estaba bastante alejado, desde ahí se
pegaba la vuelta para llegar hasta, seguramente, el símbolo
esencial de Ramos Mejía: Pinar De Rocha; ahí sobre segunda
Rivadavia, donde Ramos ya le da paso al vecino Haedo.
Jamás debe haber imaginado Dardo Rocha que su estancia,
inaugurada en 1864, se convertiría después de más de 100
años en una boite de moda. Pinar de Rocha, o simplemente
Pinar, tenía en su jardín una jaula en la que permanecía
encerrado un puma. Esa misma jaula se mantuvo junto al árbol
más allá de los embates del tiempo. Hubo un tiempo en que
cerró y cuando se lanzó su reapertura, convirtiéndolo en un
mega centro de esparcimiento, la jaula que se mantuvo por
más de treinta años, buscó un nuevo horizonte. En aquel 1970,
se recomendaba que “bien valía pagar unos 500 pesos viejos
por un trago de lunes a jueves; o unos 700 los viernes y
domingo”. Los primeros viernes de cada mes, por 3.000 pesos
la pareja, había canilla libre. Ser habitué de Pinar se premiaba
con una distinción: “La Llave del Pinar”.
16
Espectáculos en los setenta
17
Pinar de Rocha el nivel que su majestuosa estructura merece,
y logramos en poco tiempo superar con holgura todo lo
planeado, transformando a Pinar en el único local de Bs. As.
que cuenta además de sus tres pistas de baile, con un sector
de la boite el cual fue adecuado para Café Concert, donde
durante el 76 y lo que va del 77 fueron presentados
espectáculos de la magnitud de (...) Por el precio de la
entrada no te preocupes pues está al mismo precio que en
cualquier otro lado, además podés venir sola o acompañada”
Notte, presentaba el espectáculo “único de Roberto
Vicario”, un engolado galán de los “cuarenta” que recitaba
poemas no exentos de curcilería, pesadas e interminables;
también Barbazul a “Jorge Troiani y el Grupo Axioma”, con la
organización de Laif, en tanto Floyd hacía lo propio en los
espectáculos de Notte.
Por esas cosas de la vida, me encontré a la vuelta de la
esquina con Alberto Cambas Sabaté: trompetista de jazz y
escritor, entre algunas de sus diversas ocupaciones.
Mi obcecada pasión por leer y escribir me acercó un poco
más a él, y aún más, cuando note su preocupación por tratar de
mejorar mi escritura.
A lo largo de tantas tardes compartidas, le conté la idea de
escribir algo sobre mi ciudad; una vez más me volvió a
sorprender cuando me acercó el original de un programa de
jazz que por la década del setenta se ofrecía en la Tua Pizza de
Rivadavia 14326, tal vez la primera pizzería que ofreció la
pizza por metro.
Cuando uno se abre a los recuerdos, las sorpresas no dejan
de aparecer. Esos “viernes de jazz” que anunciaba ese
programa contaban con la actuación de la Original Jazz
Orchestra, luego Original Jazz Band. Que fuera uno de los
conjuntos insignes de la época y de la cual, Alberto fuera su
trompetista.
18
Vaya recuerdo y sobre todo porque “la Tua” se había
escapado de mi memoria. Ahí nomás, ante mi sorpresa por el
hallazgo gráfico, él se despachó con sus recuerdos de músico y
me relató el auge que por aquellos años tenía el escenario que
Pinar tenía en los fondos de la casona bailable. La esquina de
Brasil y Casares, que para mí fue un sórdido pool, resultó ser
un importante lugar que supo tener su momento de gloria.
No pude resistir pedirle que escribiese algo para un
periódico en el que yo colaboraba y así dio luz a estas líneas
que fueron publicadas en 1999. Hoy, con su permiso, la
transcribo para que todos puedan leerla:
19
conjuntos “british” con melenitas sobre los
hombros, montgomeris, mocasines color caca,
hot pants y largos abrigos negros que
ocultaban a medias, los cuerpos mágicos de las
muchachas.
20
espantoso que se dedicó a esgrimir el arma
más letal: la mediocridad. Los buenos se
refugiaron tras incorruptibles barricadas,
transformando paradójicamente aquello que
era popular, en los “clásicos” de hoy.
21
Mayo 37, justo al lado de la farmacia Social y ocupando su
planta alta, estaba Divagario.
Debo decir que si no fuera por Josué Marchi, Divagario no
hubiera figurado en este trabajo, puesto que él fue quien me
alerto sobre ese lugar y me conminó a rastrear su historia.
A partir de allí, surge la búsqueda. Costo bastante
referenciar el lugar. Juan Avalos, más conocido como “el
piojo”, recuerda que junto con Haydee, su mujer, ambos con
apenas dieciséis años, concurrían a Divagario, y según él “era
un lugar para divagar y zapar, al que caía la cana y la rutina
era bajar con el DNI en la mano, previo dejar el baño lleno de
porquerías”
“Además –agrega- al que veían con barba y pelo largo, le
decían Pappo, para ellos, todos éramos Pappo”. El Piojo
Avalos recuerda también las improvisaciones del primer
Manal en el Club Estudiantil Porteño, de Barcala716. Lo que
agrega una nueva búsqueda, encontrar referencias de Manal
ensayando en Ramos. Así llegue a Jorge Capello, guitarrista de
“Semilla de este Tiempo”, “La pesada del rock & roll” junto a
Kubero Díaz y de María José Cantilo, entre otras importantes
agrupaciones. Jorge, alejado del ruido de Buenos Aires, vive
en Villa Mercedes, San Luis, donde es profesor de lenguaje
musical y guitarra, da recitales-charlas sobre la historia del
rock argentino. No dudó un instante en regalarme su valioso
aporte sobre esos años.
Jorge me cuenta que Divagario fue un lugar, creado por un
grupo de amigos, como intento alternativo para tocar nuestra
música y llevar adelante las ideas. El Rock en ese momento
venia de la mano con la política, los sindicatos
obreros independientes, todas las artes, el mayo francés y la
guerra en Vietnam. Cuando se habla de "movimiento rock",
era justamente eso, un movimiento ligado a todo lo que fuera
cambiar el mundo y despertar conciencias. Esto se también se
escuchaba. Nada de "blandos" ni "cancioncitas" (odiábamos a
22
Sui Generis). El habitué de "Divagario", amaba a Hendrix,
Cream, Zepp, Neil Young, Kerouak, Dylan. Acá ya había
aparecido Manal, que con una base Cream-Hendrixiana, por
llamarla de alguna manera, mas letras discepoleanas y en
general crudas y altamente corrosivas, cuando no caóticas, en
cuanto a la descripción de la realidad, metían su discurso en
todo lugar donde podían. Estudiantil Porteño, los cobijo un
par de noches. Por otro lado, los domingos a la mañana
Almendra empezaba a girar y uno de los lugares donde toco
unas cuantas veces fue en el cine Belgrano, hoy desaparecido.
A Divagario llegaban todos, Pappo, Willy Gardi (El Reloj),
el “Bocon” Frascino (Pescado), toda gente del oeste. Al igual
que el piojo Avalos, recuerda una anécdota con la policía:
“una noche cayó ‘la cana’ y se llevo como a 400, entre los
cuales estaban Pappo y muchos personajes mas de la época.
Tuvieron que sacar las maquinas de escribir al patio de la
comisaría para tomar datos. Recuerdo que a mi me metieron
en un cuarto que estaba lleno de carpetas y papeles; estaba
tan loco que no podía parar, y al cuarto lo desarme todo!!!!
Leyendo esas cosas (que ni idea de que hablaban, pero en ese
estado me parecían importantes), luego las dejé tiradas por el
piso. Cuando me vinieron a buscar no me mataron a palos,
aun no se porque...”
Los que alquilaron Divagario fueron Jota (hijo del dueño
de Saloon) y 2 o 3 más que no recuerdo, pero el
emprendimiento fue de todos: Omar "rocanrol", la "bruja"
Bertotto, el "negro Wattussi", Quique "buzo" Boserup y "las
chicas", por supuesto, entre otros tantos que no recuerdo.
Cerrando la charla, Jorge se ensombrece y agrega: “es muy
difícil, hay que estar muy inspirado y fuerte para bancarte
recordar el clima y las ansias que se respiraban en esa épocas
impresionantes, tal vez hoy no sea mi día, para tal cuestión.
Porque Divagario fue solo una "estrella" mas en un horizonte
donde había muchas, tal vez demasiadas para este mundo.
23
Il Bucanero
24
Fue tanto el furor del Bucanero en aquellos primeros años
de la década del ochenta que para jugar al pool en alguna de
sus 6 u 8 mesas, se entregaban turnos. Solía suceder entonces,
que por una mesa había que esperar hasta unas dos horas. Los
campeonatos de Bola 8 fueron increíbles, casi tanto como las
mujeres que adornaban todos los sábados sus mesas.
Verdaderas diosas concurrían al Bucanero.
Como les relataba más arriba, la suerte quiso que Fernando,
en ese momento casi como un segundo papá, fuera uno de los
dueños. Esa circunstancia me permitió, desde tomar fiado
hasta por alguna fortuita ausencia, cubrir un lugar en el
despacho de tragos en la barra. Valga comentar entonces, la
ventaja con la que corrían mis amigos, los de mi barra,
Juancito, Andy y el Gordo Dani. Como habrá sido aquello, que
uno de ellos recordó hace poco, que su primer borrachera la
contrajo en el Bucanero.
Visto a la distancia es imposible no reconocer que “pibes”
éramos para el ambiente habitual del Bucanero. Recuerdo
especialmente que había una rubia, menudita y especialmente
bonita, que nos llevaría unos 5 o 6 años, que nos volvía locos.
Era verla llegar y enloquecer ¡Cuánto la deseamos en aquellos
años mozos!
Volviendo al tema de su esplendor, cerca de 1983, sucedió
algo dignísimo de destacar en este recuerdo: un sábado, con el
boliche a full, abarrotado de gente, desde los que jugaban al
pool hasta los que bailaban junto a las mesas, se cortó la luz.
Con el boliche a oscuras, los clientes que tenían vehículos
reacomodaron los mismos en sentido transversal a la calle,
abandonando el clásico estacionamiento paralelo al cordón.
Para ser claros, se corto el tránsito de San Martín. Una vez
reacomodados, todos prendieron sus luces para iluminar el
interior del boliche y seguir disfrutando de la noche. Esa fue
una de las mejores noches que se vivieron en il bucanero.
25
En lo personal y como muestra de testimonio de gratitud
hacia Fernando, José y Diógenes, quiero manifestar que il
bucanero me sirvió para “hacerme más grande”. Fuiste en esos
años muy importante. Después de tanta oscuridad, en aquellos
primeros años democráticos, resultaste una excelente cueva
para empezar, algunos a caminar y para otros para volver a
andar. Por ello, vaya desde aquí el recuerdo para il bucanero
pool, “él lugar” de Ramos en los ’80.
26
27
Los cines de Ramos
28
funciones eran de dos películas seguidas) nos divertíamos
jugando a “buscar la palabra”. En los telones que cubrían la
pantalla, los cines solían tener las publicidades de los
comercios del barrio; al azar alguno de nosotros elegía una
palabra de las publicidades y el resto tenía que encontrarla
antes de que empezara la proyección, mientras masticábamos
ruidosamente los maníes con chocolate.
Para no cometer una falsedad, debo mencionar una tercera
sala que hubo en nuestra ciudad, el Cine Ramos Mejía, situado
en parte de los que hoy ocupa la casa deportiva Madeo,
inmueble propiedad de la familia Lynch. El cine Ramos Mejía,
era conocido como “la piojera”, según me refiriera Eduardo
Harboure.
Su techo era el característico tinglado inglés que se iba
cerrando hacia el medio, es decir a dos aguas, en cuya
cumbrera tenía una claraboya sobrepuesta, la que podía ser
abierta, permitiendo de esa manera ver el cielo, en días de
buen tiempo.
La piojera, pasaba tres películas en continuado y era el
lugar elegido por los jóvenes estudiantes secundarios para
esconderse durante sus rateadas.
29
La tarde de los sábados
30
que tanta belleza externa se viera menoscabada por un
ronroneo agónico o un incontinencia motriz.
Para cuando consideraban finalizada la tarea, ya había
pasado toda la tarde del sábado, pero aún quedaba algo más:
ese sublime instante de admiración y adoración situándose a
unos metros del mismo, permaneciendo inmóvil frente a él y
sin sacarle la vista de encima; ese era el momento en que
hombre y auto eran uno. En esa simbiosis, uno soñaba con su
conquista nocturna frente al volante y el otro permanecía listo
para deslumbrar y colaborar en la aventura.
Hoy, la costumbre de lavar los vehículos en los barrios en
las puertas de las casas se ha ido perdiendo, entre otras cosas,
por la inseguridad que representa pasarse seis horas en la
vereda con las puertas de la casa abiertas de par en par. ¡Que
tristeza!
31
La vuelta al perro
32
potencia. El Ford Fairlane o el Dodge Polara, eran los
preferidos de los amantes de los autos tipo americano, más
espacio y cilindrada superior, pero, por encima de estas modas,
siempre perduro la “puja” Chivo Ford. Dos grandes, tanto el
Rally Super Sport, color naranja con líneas negras, como el
Sprint 221. Eran las figuras centrales de las pasadas y picadas
nocturnas de los setenta.
También surgieron por esos años algunos automóviles sport
prototipos o berlinas, bautizados Tulietas, recordando a las
Julietas de Alfa Romeo, en virtud del nombre de su creador,
don Tulio Crespi, quien las fabricaba en su planta automotriz
de la provincia de Córdoba. Las cuatro por cuatro no eran tan
vistas y populares como lo son hoy, en cambio un simpático
monocasco era la delicia del verano: el Bugui, reemplazado
después por el Citroen Mehari, ambos, herederos del Jeep
Willis como vehículo diario.
Para los de menor poder adquisitivo había algunas ofertas,
por caso, el auto más vendido en la Argentina, el Fiat 600, el
entrañable Fitito o Bolita. Casi paralelamente circulaban
airosos en los Dauphine, el Isard, el NSU o el Gordini y por
último, el auto de la clase media baja o del excéntrico, el
Citroen 2CV, sólo dos caballos vapor y 6 volts de corriente; al
que como sólo le gustaba a sus dueños, los argentinos lo
bautizaron, cariñosamente, “pedo”.
Todos ellos brillaban en la vuelta al perro, colofón de la
tarde del sábado.
33
El café comprometido
34
de estás historias, disfrutan como lo hicieron tantos otros de
éste mítico cafetín.
Entre esos tantos otros que alguna vez supieron ocupar una
mesa en el 24, está Josué Marchi, músico, ex Marlene,
Robertones y Chevy Rockets. La fortuna hizo que me cruzara
con Josué poco antes de terminar este trabajo. Sin que yo
supiera, ocupe la mesa que él solía ocupar, mientras lo
esperaba una tarde de viernes. Josué suele zapar los domingos
en Mr. Jones cuando algunos buenos músicos se juntan a
blusear en ese reducto ramense.
Inmediatamente nos introducimos de lleno en la nostalgia y
los recuerdos. Josué me decía: la nostalgia me genera la
energía para seguir tocando, y rememora: pienso en Ramos y
se me pone la piel de gallina, me acuerdo de los primeros
flippers, de la banda de plaza Sarmiento, unos chicos que yo
miraba con mucho respeto, porque sabía que estaban
experimentando cosas densas.
Josué rescato del olvido “Disco Ban”, la disquería que
estaba en el viejo mercado de Ramos, la que le permitió
aproximarse a la música, un local en el que las guitarras tenían
marcados sus precios con la vieja rotuladora Sylvaletra y él,
con la inocencia de un pibe de diez años le preguntó al
vendedor si esas guitarras se enchufaban a la pared y sonaban.
Me cuenta que promediando los ochenta empieza a parar en
este “boliche” y que el tema 24 bar, grabado en el cassette
“Guitarras y Mujeres” del grupo Marlene, sale una noche de
legui y de ginebra, a partir de escribir frases sueltas que luego
dieron forma a la letra final de la canción. Sí, nuestro 24 tiene
un rock and roll en su honor, y lo maravilloso, es, como dice
Josué que24 Bar lo sigue sorprendiendo: ha pegado tan
fuerte... y es un tema de una banda under que lo único que
tuvo fueron 10 segundos de fama en la micro guía de la rock
n’pop durante dos meses, y no hay lugar donde vaya en el que
no haya alguien que salte y me pida “tocate el 24 Bar”.
35
Me recuerda, promediando la charla y después de varios
cafés, que en el 24 paraban Gustavo Spalletti; Black Amaya;
Osvaldo “Bocon” Frascino, el bajista de Pescado, que solía
llegar con su Fender Stratocaster; Pappo, que solía tomar té de
boldo; el Indio Solari y el “piojo” Avalos, el batero de los
Redondos, entre tantos otros.
Cerrando la charla, una frase de Josué: “yo me tomo un
café en el 24 y me siento protegido; tomo lo mismo en
cualquier otro lado y me siento desnudo”.
Sin más preámbulos, aquí va, obligado, la letra de 24 Bar:
36
Josué, es un romántico, un sensible que se extraña aún de
haber perdido la inocencia: a quien no le gusta que lo
despierten, y menos si esta soñando.
Algún otro reducto habrá quedado olvidado, pero no quiero
dejar de mencionar un lugar bastante especial, al que quiero
dedicarle el espacio que merece.
Sobre la calle Belgrano, en la hoy Galería Strada, existió un
mercado, el viejo mercado Ramos Mejía. En uno de sus
locales a la calle, funcionaba un bodegón al que todos
conocíamos como El Vómito. Era el típico copetín al paso que
aún subsiste en los andenes de algunas estaciones ferroviarias.
Cuando la salida del sábado se prolongaba hasta bien
entrada la mañana del domingo, El Vómito servía los más
grandes y mejores sándwich de milanesa.
A fines de la década del ochenta, andando por la zona de
Villa Crespo con el amigo Jorge Srur, un día cualquiera
fuimos a tomar un cafecito al boliche de Corrientes y Thames.
Vaya sorpresa al sentarnos en sus mesas, el lugar era idéntico
al viejo Vómito de Ramos. Al atendernos, Jorge reconoció al
improvisado mozo, era el antiguo dueño del Vómito, el que
después de abandonar el local de Ramos por el cierre del
mercado, mudó su boliche a esa esquina.
El Vómito cobijó durante muchos años a la juventud
ramense. Para los que alguna vez se acodaron en su barra,
vaya este recuerdo con olor a fritanga, o porque no, a vascolet
con medialunas.
37
¿Comemos pizza, una parrillada o llevamos pollo
al spiedo?
38
que si mal no recuerdo sufrió un incendio que apagó sus días y
a la que solíamos ir con discontinua frecuencia con mis padres.
La recuerdo claramente porque era un quincho con techo de
paja. Su nombre ha quedado en el olvido.
En Rivadavia 13354, los ramenses podíamos degustar un
buen pollo al galeto en Galeto Uno y si no, compitiendo con
La Brasa, pero con otra onda, The Gaucho’s House, en Gaona
232 (numeración antigua) nos sorprendía con su oferta de
comidas regionales, empanadas, vino y una buena guitarreada.
Voy a citar textualmente el recuerdo de algunos amigos
sobre éste capítulo:
39
caminando a mi padre a comprar "locro" para
llevar a mi casa. Tenía 10 años,
aproximadamente. Una vez allí dentro, te
encontrabas con un mobiliario muy típico de
los lugares de campo, con largos e incómodos
asientos confeccionados con unos troncos todos
astillados. Una particularidad de este lugar
que siempre me llamó la atención era que el
dueño, que tenia un Torino Comahue marrón, a
la noche cuando cerraba el boliche, guardaba
el auto dentro del local. Gabriel
40
41
El ateneo Don Bosco
42
alturas, como se incorporó el elenco femenino a la rutina
futbolera, pero qué lindo era tenerlas a un costado de la
cancha, justo en esa época, en la que para ambos, chicas y
chicos, comenzaba a crecer esa hermosa necesidad de
conectarse y... en ese conectarse, el lago, que aun formaba
parte del paisaje encantador del club, fue testigo de muchos
primeros besos, entre los que por supuesto también estuvo mi
primer beso. También fue testigo de primeros desengaños,
como el que una tarde me tocó descubrir en la cancha cubierta
de pelota paleta y me obligó a correr, para ocultar mis lágrimas
de las risas de los demás hasta aquella orilla más alejada del
lago, la que lindaba con la avenida Palacios.
Qué hondo es el dolor del primer desengaño, pero qué
bueno haber tenido al club como cómplice para poder
compartirlo y, en algún punto, darnos cuenta que éramos
muchos los que dejamos rodar lágrimas de amor que se
confundían con las turbias aguas de la laguna.
En esa ambivalencia entre crecer y seguir siendo niños, esa
orilla del lago, la más alejada, también fue la mejor guarida
cuando jugábamos a las “escondidas”. Ya Alejandro Dolina se
encargó de desarrollar las reglas de este juego como nadie,
pero vale la pena contar que en esas “escondidas” valía todo el
territorio del club, y sabido es que normalmente, ante tamaño
desafío, el que oficiaba de “buscador”, rara vez se alejaba de la
“piedra” más allá de diez metros, así que el juego se tornaba
aburrido, a no ser que se coincidiera en el escondite con la
chica preferida.
¡Qué inocencia la de los 12 años de la década del setenta!
Si hasta las travesuras, vistas con ojos de hoy, parecen
tonterías, pero, en aquellos años había que tener agallas para
desprender un bote del amarradero del lago e internarse hasta
lo más profundo sin que el cuidador se diera cuenta. ¡Pensar
que éramos felices con tan poco!
43
Rápidamente vienen a mi memoria nombres imborrables:
don Coronel, el viejo Inocencio, José (descubridor de
jugadores si los hubo), mis compañeros: Marcelo Di Paolo,
Marcelo Vodopivec, Mauricio Caudullo, Víctor Coronel
(todos jugadorazos de fútbol), Gustavo y Roberto cómplices
de aventuras; las “nenas” María Cristina Landa, Viviana
Herrero, Andrea Guzzetti, Andrea Huarte, Laura Longobucco,
“nuestras princesas”.
Con el tiempo, ya convertido en categoría “cadete”, con
carné naranja y todo, se sumaron nuevos amigos, con los que
iniciamos los primeros partidos en la cancha grande del club;
fue la época de esplendor del Olimpia, el equipo de mi barrio,
el de la esquina de Gobernador Costa y Bolívar, aquel que
supo medirse en incontadas tenidas de fútbol con su par
representativo del club, cual clásico Boca-River, y que llegó a
tener una discreta actuación en un campeonato en el que
participaban equipos conformados por hombres que nos
doblaban en edad.
El Olimpia vestía camiseta verde-amarilla como la del
seleccionado brasileño y, en líneas generales, mantuvo su
formación a lo largo del tiempo con muy pocas variantes:
íbamos con “Monstruo” (tenía nombre pero siempre lo
llamamos así), a veces el “Gordo Boni” y en las últimas
épocas con Daniel Cardillo, en el arco.
En el fondo, Andrés López (un pura sangre con sobrado
temperamento, un Passarella de barrio); Gustavo Barán (el que
cuando iba a los costados ganaba siempre); el fallecido Jorgito
Stefani y Alejandro López (en una efímera y olvidable
incursión futbolera).
En el medio, haciendo brillar la casaca número ocho, la
“gorda” Daniel Dastugue, un jugador diferente (él, fue mi
Jorge “Chino” Benítez). A su lado, “dos exquisitos”,
Guillermo López y Marcelo Stingo. En la ofensiva con la siete
Juan Carlos Espinoza, toda potencia y entrega, con la nueve el
44
desaparecido Marcelito Blotto y en el ala izquierda con la 11,
quien escribe, un pendenciero y pretencioso puntero izquierdo.
Hubo otros que el Olimpia fue incorporando con el paso del
tiempo, por caso Fabio Cardillo, Ariel Vitró y Hernán
Gargano.
El equipo del club tuvo grandes jugadores, licencia que me
permito tomar por el paso del tiempo para reconocer a quienes
fueron archí rivales; no recuerdo los nombres de todos sólo de
algunos, el gordo Valle, un zaguero que te mataba, Cenci,
Killy, Julián y Fabio Ferreira. Quiero creer, a esta altura, que
todos los que fueron parte de esos duelos, recordarán aquel
partido jugado un día de enero con 39 grados, a las dos de la
tarde y al que para poder jugarlo hubo que hacer colar a unos
siete u ocho jugadores del Olimpia que no eran socios del club.
¡Colados!, eso creímos nosotros, aunque seguramente lo
pudimos hacer, ante la mirada cómplice del viejo cuidador,
don Coronel, el de la puerta de Humboldt y Bolívar.
Aquel partido tuvo un agregado especial, una vez
finalizado, vaya a saber con que resultado final, los veintidós
jugadores nos fuimos a la pileta, cual fraternidad rugbística,
para descubrirnos en una nueva oferta que nos brindaba el
club.
Pasamos muchas temporadas de verano disfrutando de esa
pileta, eran épocas de vacaciones pobres. En ella, aprendí a
nadar, a jugar al “verdugo con las ojotas”, a trenzarnos en
interminables partidos de truco, si hasta perdí un anillo de oro
en el agite que hacíamos sobre el agua cuando se retiraba la
colonia; con los años, uno de nosotros, Andrés López, llegó a
ser guardavidas durante una temporada, que podrían haber
sido algunas más de no ser por la intemperancia de un sombrío
sacerdote que pasó por la dirección del club.
De esa vieja competencia futbolera a competir por las
chicas hubo un paso, y el club, una vez más fue testigo de esos
primeros escarceos amorosos. Por esos años no existía la
45
matineé, así que la salida quedaba circunscripta a los bailes
que se empezaban a realizar en el gimnasio, a los que ya no
nos colábamos pero madrugábamos alguna que otra entrada.
En aquellos años, los boliches eran sólo para mayores, por lo
tanto, esa adrenalina que fluía por todo nuestro cuerpo buscaba
en los bailes del club la compañía femenina que coincidiera
con nuestros ímpetus. Recuerdo la musicalización a cargo de
Alejandro Messina, Mario Valeres o Gustavo Fernández junto
a Norberto Diez.
El devenir de los años, los distintos caminos tomados, nos
fueron alejando del club, pero tal vez, porque me dijeron que
cerró y que su destino es incierto, es que siento un dolorcito en
el pecho, ahí justito en el corazón.
Cuando empecé a escribir este capitulo, tenía la intención
de que fuera denunciativo, pero al avanzar en la escritura, me
fui dando cuenta lo mucho que tuvo el que ver en nuestras
vidas, mucho de lo que vivimos en esos años fue compartido
en ese club. Fuiste un testigo mudo de nuestro crecimiento.
Hoy no soy el más indicado para reclamar por él, siento que lo
abandoné con esa inconsciencia propia de los jóvenes.
Pero otros pelearon por su permanencia, a ellos va mi
pedido, aunque más no sea, para que no cejen en su lucha y
para que permitan que nuestros recuerdos sigan teniendo un
marco. Pasamos demasiados momentos juntos para que
desaparezca, y aunque el mundo esté lleno de insensibles, para
los que rondamos los cuarenta años, el otrora portentoso
Ateneo Familiar Don Bosco nos acompañó como el mejor de
los amigos, y pase lo que pase, esa manzana gigante de
Bolívar, Palacios, Cerrito y Humboldt, será por siempre
referencia obligada de, por lo menos, mi generación.
46
47
La cuadra
48
desafío sea definir las nuevas necesidades u objetivos que les
permitan volver a unirse.
49
Juancito, el hijo del matrimonio, cuando va “a Ramos”, a pesar
de haber dejado ambos esa cuadra.
La familia González, es un caso especial; Raúl junto a mi
abuelo Américo solían reunirse por las tardes a esperar “La
Razón 5ta.” que les traía Tito (el fallecido diariero de
Alvarado y Avenida de Mayo) para luego discurrir sobre el
contenido de la misma. Américo y Raúl eran peronistas. Según
suele contarme Omar, el hijo de Raúl, tanto su viejo como mi
abuelo, se hicieron un aguante mutuo en una época en que ser
peronista era medio complicado. Por aquellos años, creo que
Raúl era chofer de ómnibus y mi abuelo aún ejercía su oficio
de carnicero.
La familia Fanello, era comandada por don Darío, de
ocupación taxista. Su Siam Di Tella 1500 estaba siempre
reluciente. Darío y Nieves tenían tres hijas, Susana, Irma y
Liliana. Con ellas, en las horas de la siesta de los sábados,
mientras me cuidaban, descubrí “la toca” y la “depilación a la
cera negra”; vocablos como bozo y pierna entera, pasaron a ser
palabras comunes para mí.
Un último recuerdo, la familia Balard. El era bioquímico y
su esposa, doña Porota, profesora de matemáticas. Creo, sin
temor a equivocarme, que todos los chicos del barrio,
aprobaron matemáticas gracias a la ayuda, siempre
desinteresada de Porota.
Con ella, además de poder entender álgebra e integrales,
aprendí a solucionar la Claringrilla. Siempre me decía que, sí
se puede usar un diccionario para solucionar un crucigrama,
porque lo importante era aprender lo que no se sabía y que con
el mata burros se lograba el objetivo.
Hoy, después de treinta años, completar la Claringrilla
sigue siendo el pasatiempo de mis primeras horas de la
mañana.
50
51
El barrio
52
pendencieras que otras y algunas, más buenas que el puré,
como la mía.
Normalmente, siempre había “pica” entre esas barras, pero
por esos años, la disputa no pasaba a mayores y terminaba
arreglándose el problema con algún picado, que naturalmente
finiquitaba a los piñazos. Es decir, lo que no podía el balón, lo
podía un puñetazo.
Recuerdo las barras de Caseros y Cerrito, la de Oncativo y
Bolívar y la de Yerbal y Pringles. Estaba también la barra del
Ateneo, cuya asociación tenía que ver con otra identidad, ya
no la barrial sino la de pertenecer a un grupo societario. La
nuestra tuvo pica con la de Caseros y Cerrito, hasta que
decidimos la amistad -por conveniencia de nuestros dientes-
para ir por otra barra, la del ateneo.
53
¿Vamos a Ramos?
54
Ella (en la casa de su novio): ¿qué barrio es
éste, dónde estamos?
El: en Ramos.
55
La vestimenta y la música de los setenta y los
ochenta
56
También hubo algunas copias de baja calidad, por caso, las
zapatillas Potro, que se conseguían en la tienda Remolino de
Ciudadela, en Gral. Paz y Rivadavia. Las Flecha, fueron
rescatadas del olvido por Kosiuko, una empresa de ropa
informal muy de moda en estos tiempos entre los jóvenes.
Alcanzaron tal relevancia que hasta tuvieron un programa de
radio que se llamaba “Flecha Juventud”: lo emitía Radio
Belgrano y lo conducían Juan Alberto Badía y Graciela
Mancuso. Después vinieron los conjuntos deportivos
Dipportto, las zapatillas Topper Náuticas y las Adidas New
York.
Los chetos, palabra que asimilada al lunfardo podemos
asociarla con cajetilla o petimetre, que así se llama a la
persona que se preocupa mucho de su compostura y de seguir
la moda, comenzaban a fines del setenta a marcar toda una
tendencia en la ropa y una toma de posición social.
Los chetos usaban mocasines legítimos adquiridos en
Guido, pantalones de jean Levis 505 etiqueta roja, cinturón y
cuenta ganado de cuero crudo y chombas Penguin, Fred Perry
o remeras Hering blancas con cuello rojo. Tanto el jean como
las chombas eran producto de la importación del maléfico
Martínez de Hoz. Después vinieron Sun Serf y Ocean Pacific
entre otras marcas. Las botas salteñas tuvieron su momento de
gloria. Las chicas se vestían con polleras kill y bufanda al
tono, compraban la ropa en Hendy, John Cooke o Chocolate y
calzaban Kickers o sandalias Skippi.
La mayoría estudiaba en colegios privados, y en nuestra
ciudad, solían reunirse en Pumper Nic, ubicado en el predio
que hoy ocupa una prepaga y mucho antes Saloon, en Avenida
de Mayo entre Rivadavia y Belgrano o, en Tommys, el de
Ricchieri y Gaona (de cuyas hamburguesas todos guardamos
un grato recuerdo).
57
Los stones era otra de las tribus de aquellos años, hoy,
devenidos en “rolingas”. Los originarios, usaban mamelucos o
carpinteros de jean, que no podían ser otros que los de la casa
Little Stone, que quedaba en la Galería del Este en la calle
Florida. El flequillo no era un distintivo como lo es hoy, en
cambio, el morral era insustituible. Normalmente solía ser
decorado con los nombres de los grupos de esos años. Las
zapatillas, eran Topper para los stones y All Star para los
chetos.
Entre unos y otros, quedaban los pardos, genero
conformado por todos aquellos que, simplemente, eran jóvenes
de la clase media argentina que no se interesaban por estas
costumbres pasajeras y baladíes. Aunque en esta división, el
calificativo “pardo” también fue usado peyorativamente y los
“chetos” solían utilizarlo para referirse así de los muchachos
de clase baja.
Para la pequeña burguesía de Ramos Mejía, no había
posibilidades de que un auténtico ramense fuera “pardo”, si
eras de Ramos tenías que ser “cheto” o a la sumo, “stones”.
El gusto musical solía estar ligado a la tribu de pertenencia,
aunque había grupos que eran escuchados por todos. Pero,
algo cambio cuando el viernes 12 de junio de 1970, ante más
de siete mil personas que colmaban el Luna Park, Alfredo en
bajo, Ciro en órgano, Pappo en guitarra, Moro en batería y la
voz de Litto Nebbia, quedaron consagrados como el conjunto
local número uno.
Dicen las crónicas de ese día que las primeras notas de Ciro
fueron el comienzo de un enloquecedor ritmo que copó el
estadio, mientras dos docenas de policías trataban de contener
a la horda que luchaba por llegar a sus ídolos. Pappo, extasiaba
con las agresivas notas que emergían de su viola, mientras dos
robustos y desconcertados guardianes arrastraban a Marta
Minujín fuera del escenario, donde se había trepado bailando y
58
gesticulando. Los “héroes de la noche” eran Los Gatos,
aquellos que a partir de 1966 “instituyeron” su hit “la Balsa”.
Los Gatos ingresaron al folclore beat local junto a Vox Dei,
que ya triunfaba con “La Biblia”. El movimiento rockero
presentaba dos líneas: la música acústica representada por Sui
Generis, León Gieco y Pedro y Pablo y, por otro lado, la
“pesada del rock and roll” que encabezaba Billy Bond y la
Cofradía de la Flor Solar. Surgía Miguel Peralta, cantante
folklórico, quien se asomó un día por La Cueva y aceptó como
desafío y a modo de repudio cantar “Vidala del angelito”. Muy
pronto se hizo llamar Miguel Abuelo; Pescado Rabioso,
liderado por Alberto Spinetta y más tarde, la Maquina de
Hacer Pájaros, grupo que dio pie al surgimiento posterior de
Serú Girán (Charly, Moro, Aznar y Lebón), quizá el grupo
más importante de la década del ochenta.
Por esos años, se produjeron el Acusticazo y los B.A. rock,
hasta una última y legendaria función dio lugar a la película
“Hasta que se ponga el sol”. Sin embargo, otros ritmos y
gustos musicales sonaban entre los jóvenes: Vángelis, Yes,
Frank Zappa, Pink Floyd (The Wall, fue un emblema de la
generación revolucionaria) y Rush, dejando de lado a los
eternos The Beatles y los Rolling Stones, entre otros.
Durante la dictadura militar, la música rock estuvo
silenciada durante los años de vigencia del régimen, hasta que
la consideraron estratégicamente: durante la guerra de
Malvinas permitieron su actuación sin persecución. En los
ochenta se produce un cambio en la estética rockera, aparecen
grupos como Virus, Soda Stereo, Sumo y Patricio Rey y los
Redonditos de Ricota.
Otros ritmos también se escuchaban en nuestros pagos;
relegados por la moda, esperaron su momento y volvieron a
surgir, entre tanto, sobrevivían en las peñas que mantuvieron
estoicamente su público fiel. Los conjuntos vocales como Los
Huanca Hua, las Voces Blancas, Cuarteto Zupay, Los
59
Trovadores, tenían una impronta revolucionaria e instalaron un
nuevo estilo folclórico, las canciones testimoniales se abrían
paso entre el canto dedicado a la tierra.
Con el retorno de la democracia, regresan al país muchos
artistas que sufrieron el exilio, Cesar Isella, la negra Mercedes
Sosa, José Larralde y el Chango Farías Gómez, entre otros
ocupan los primeros espacios en los teatros porteños.
En nuestra tierra, el teatro del Colegio Don Bosco o el
mismo cine Belgrano prestaron su escenario a Larralde, Gieco
y la negra Mercedes. Pero también hubo un lugar que supo
cobijar a toda una movida musical más que importante.
Quedaba en la avenida de Mayo 720, la casa de Edgardo
Porcelli, más adelante conocida como la “Posta de Yatasto”.
Fue un lugar raro “la posta”, ya que en él comulgaron
tangueros y folcloristas. Uniéndose de esta manera dos estilos
musicales opuestos. Las reuniones de música, eran eso: solo
música y poesía. Alguien recitaba a Tejada Gómez, otros
cantaban Zamba de Lozano o Edgardo cantaba Ché
bandoneón.
Nelly y Chiquito junto a Edgardo Oscar, fueron los
anfitriones de la “Posta de Yatasto” en Ramos Mejía.
Seguramente desde alguna estrella estarán dándole las gracias
a la legión que pasó por su ilustre morada: Tito Ortiz (creador
de los Nocheros de Anta), Cuti y Cali Carabajal, Agustín “el
negro” Gómez, integrante del conjunto Los Andariegos, el
inolvidable Agustín Carabajal, Zamba Quipildor y Lalo
Homer, entre tantos otros.
60
61
La televisión que mirábamos
62
“Tato” Bores, con un altísimo nivel de humor, nos abría los
ojos y nos hacía reír.
En esa década, con otro estilo de humor al que los
argentinos parecemos habernos acostumbrado después de los
noventa, nos entreteníamos con “La Tuerca”, “Humor
Redondo”, “Telecataplum” (verdadera revolución del humor,
los uruguayos demostraron que se podía hacer con buen gusto
y talento), “Polémica en el Bar” (con la inolvidable
participación del inventor de la sanata, el genial Fidel Pintos).
“Operación Ja Ja”, “No toca Botón”, “El Chupete”,
“Porcelandia” y “Fresco y Batata”, entre tantos otros.
Sin computadora ni Play Station, los chicos de esa época
nos entreteníamos viendo “Titanes en el Ring”, “El Club de
Hijitus”, “El Circo de Gaby, Fofó y Miliky”, “Señorita
maestra”, “Viendo a Biondi”, “El Circo de Marrone”, “Las
Aventuras del Capitán Piluso”, “Las Aventuras del Zorro” y
“El show de los Tres Chiflados”.
Los unitarios tuvieron su máximo exponente en “Alta
Comedia” por Canal 9 y “Cosa Juzgada” dirigida por el
recordado David Stivel, con los mejores elencos de la escena
nacional como protagonistas. Las comedias “Viernes de
Pacheco”, “Teatro como en el teatro”, “Gorosito y Sra.” y el
“Teatro de Dario Vittori”, ponían humor a la televisión.
Los programas informativos, periodísticos y de interés
general como “Derecho a réplica”, “Tiempo Nuevo”, “Pinky y
la noticia”, “Buenas Noches, Argentina”, “El Abogado del
Diablo”, “Mónica Presenta”, “La hora de Andrés”, nos
mantenían informados. Jorge “Cacho” Fontana, trazó un antes
y un después en la televisión al crear “VideoShow”, ya que fue
el primer programa en utilizar una videocámara; entre sus
famosos movileros, Cacho contaba con la hoy primerísima
Magdalena Ruiz Guiñazú
En la década siguiente la mayoría de los programas
mantuvieron el mismo formato y las telenovelas comenzaron a
63
incorporar niños y adolescentes como protagonistas: “Pelito”,
“Andrea Celeste” y “Clave de Sol”. Con el cercano retorno de
la democracia, en 1983, la televisión vive una suerte de
destape y, tanto el lenguaje como su formato ya no será el
mismo. Surgen así “La noticia Rebelde”, “Semanario
Insólito”, “Cable a tierra”, “Badía y Compañía”, las comedias
“Mesa de Noticias”, “Los Hijos de López” y “Buscavidas”.
Aparecen también nuevos unitarios: “Nosotros y los miedos”
“Compromiso”, “Hombres de ley”, “Situación Límite”, “La
bonita página”, “Atreverse”, todos abordando una temática
más comprometida. Las telenovelas se hacen más creíbles,
“Historia de un trepador” o “Contracara”, valen como ejemplo.
Hubo dos experiencias periodísticas que merecen
destacarse, aunque su paso por la televisión fue muy breve “El
Monitor Argentino” (dirigido por Roberto Cenderelli y
conducido por Tomás Eloy Martínez y Martín Caparrós) y “El
Galpón de la Memoria” (cuya segunda emisión fue censurada
por el COMFER en 1987). Surgen muchos programas de
entretenimiento, premios y de corte pasatista. Entre los más
exitosos recordamos “Finalísima”, “Venga a bailar” y “Seis
para triunfar”; aunque a partir de 1987 aparece uno de los
programas símbolo de la siguiente década “Hola Susana”
conducido por Susana Giménez.
Sirva éste, como un breve pantallazo de lo que veíamos los
argentinos.
64
65
La violencia de los setenta
66
de asistencia médica, de cultura, la falta absoluta de
posibilidades para enfrentar el mañana”
Duro el padre Yacuzzi. Pero en aquellos años no sonaba
disparatado. Aunque el padre Yacuzzi, como el resto del
Movimiento, estaba enfrentado a la jerarquía eclesiástica.
Sobre esa atmósfera social hoy parece ser que tenemos algún
concepto un poco más claro; es que en aquellos años, quienes
solían tener el papel o el deber de interpretar y canalizar los
fervores de una sociedad en crisis, no lo hicieron muy
brillantemente. Todo el potencial, la riqueza contenida en los
nuevos fenómenos sociales, fue dirigida al campo de la
política, como una forzada disputa por los espacios de poder
—con el Estado como meta final— sin la serenidad o la
lucidez necesaria como para rescatar el sentido antiautoritario
y democratizador de esas reacciones.
Se suponía que Perón regresaría a la Argentina, tras un
apasionante juego político con Lanusse, para salvarla de la
amenaza del caos. Antes del triunfo de Cámpora, supo emplear
a los sectores más radicalizados del peronismo —a los que
legitimó reiteradamente respecto al uso de la violencia—
dentro de una amplia estrategia que se convirtió en alternativa
obligada tras el retiro militar. Montoneros y la Tendencia
Revolucionaria del peronismo entendieron ese respaldo de
Perón como una coincidencia básica en cuanto al proyecto de
país que se iba a impulsar. Dado que esos sectores fueron
protagonistas principales de la dinámica política previa a la
asunción de Cámpora, pudieron ocupar importantes espacios
de poder a partir del 25 de mayo de 1973: gobernadores en las
provincias más importantes, ministerios, universidades, más la
inserción natural de la “Jotapé” en barrios, villas, facultades y
colegios.
Sin embargo Perón no tardó en quitar respaldo a los
sectores que llenaban la Plaza de Mayo pidiendo “la Patria
socialista”. Pese a lo cual, y matanza de Ezeiza de por medio,
67
las alas duras del peronismo intentaron por algún tiempo,
como diría el general, “mantener los pies dentro del plato”.
Un periodista que siguió con gran lucidez el deterioro del
proceso político de aquellos años, Rodolfo Terragno,
comentaba en septiembre de 1973, desde "Cuestionario":
"Cuando los propios dirigentes que los jóvenes cuestionan
realizaron, el 31 de agosto pasado, el acto de apoyo a Perón,
la juventud decidió participar y no aparecer marginada en
una manifestación obrera. En ella pudo la juventud demostrar
su mayor capacidad de movilización... la característica más
notable de este sector juvenil —acusado más de una vez de
irreflexión— es su madurez... Una madurez que no es fácil de
alcanzar, lo más sencillo en política es dejarse mover por
impulsos; lo más sencillo, pero lo menos eficaz".
68
quisiera ver al mundo de fiesta. Veo tantas
chicas castradas y tantos tontos que al fin, yo
no sé si vivir tanto les cuesta. Yo quiero ver
muchos más delirantes por ahí bailando en una
calle cualquiera, en Buenos Aires se ve que ya
no hay tiempo de más la alegría no es sólo
brasilera. Yo no quiero vivir paranoico, yo no
quiero ver chicos con odio, yo no quiero sentir
esta depresión voy buscando el placer de estar
vivo no me importa si soy un bandido voy
pateando basura en el callejón. Yo no quiero
volverme tan loco, yo no quiero vestirme de
rojo, yo no quiero morir en el mundo hoy. Yo
no quiero ya verte tan triste, yo no quiero saber
lo que hiciste, yo no quiero esta pena en mi
corazón. Yo no quiero sentir esta pena en mi
corazón.
Charly García
69
mano? ¿No fueron la parte visible de un momento desgarrador
de nuestra historia? ¿Qué hay sobre las responsabilidades
silenciosas, históricas, de los sensatos y tradicionales
dirigentes argentinos?
La asunción del mando por parte de Isabel Perón fue el
disparador inevitable de la violencia. La guerrilla, actuando
con la convicción de que si —tal como se había interpretado
en el '73— la violencia había sido un arma legítima y eficaz en
la caída de la dictadura anterior, esta vez podía volver a serlo
para un triunfo definitivo. Para el peronismo encaramado en el
poder, y para las clases dominantes, Montoneros no sólo era
un problema de orden interno, sino una amenaza política,
complementaria a la rebeldía de las bases trabajadoras. Isabel,
además de permitir la represión legal e ilegal coordinada por
las FF.AA., practicó una política que la aisló progresivamente,
incluso ante la propia CGT. La Triple A, había empezado con
la caza de "zurdos" y terminó atacando indiscriminadamente a
todos los sectores democráticos de esa época.
La sociedad, intimidada, no alcanzaba a reaccionar. Entre
otras cosas, porque si Isabel había acumulado el 62% de votos
de Perón, se suponía que la sociedad estaba formalmente
representada. Entonces la implosión del peronismo era la
explosión de la sociedad toda. Los partidos de la oposición no
supieron o no quisieron encontrar el camino de la pacificación.
Situación de la que sólo podían ser beneficiados quienes
habían perdido la batalla en los capítulos finales del régimen
iniciado por Onganía.
Tres semanas antes del golpe de Videla, la revista española
‘Cambio 16’ denuncia que de 5.000 detenidos políticos, en la
Argentina 4.000 lo estaban ‘sin causa, ni proceso, ni acusación
alguna, a disposición del Poder Ejecutivo en virtud del Estado
de Sitio... a ello se suma la desaparición misteriosa de más de
dos mil personas y una escalofriante cifra de asesinatos de
2.500 en dieciocho meses’.
70
Lo que vino después quedó grabado en el romancero
popular, con aquel cantito que acompañó nuestro fervor
democrático: “Que es lo que han hecho con los desaparecidos,
la deuda externa, la corrupción. Que pasó con las Malvinas.
Esos chicos ya no están. No los hemos olvidado y por eso hay
que luchar” El país destruido, uno de cada tres obreros
vendiendo peines en el colectivo, la mayor inflación del
mundo, la incertidumbre y el NO futuro.
Como diría Charly García, ‘Yo no quiero vestirme de rojo’.
Tampoco queremos de vuelta los tiros, porque ya se demostró
lo complicado que es zafar de la violencia y quién gana
cuando reina la ley de la selva. Ya que superamos esa
violencia, lo interesante sería superar la derrota mental. Pero
eso va a ser difícil en la medida en que no logremos consenso
de todos respecto de este tema. Va a ser difícil en la medida en
que algunos insistan con la idea de que los sueños de los
muertos no son sueños humanos.
71
Haber nacido tarde o carta a los que tienen más
de cincuenta
72
entender que era lo que se estaba jugando?, ¿Hubiera sido lo
suficientemente hábil para zafar? Me habría, me hubiera,
hubiese podido... Todas son preguntas concretas con
respuestas imaginadas, posibles o no, pero sin duda
pendientes, sólo por ser, únicamente, de otro tiempo.
En ese ser de otro tiempo me tocaron vivir alternativas muy
diferentes a las suyas, tal vez menos arriesgadas, pero no por
ello al punto de ser despreciables o ser consideradas sin pena
ni gloria.
Por eso a veces me envuelve una congoja.
73
En tanto a nosotros, muchos aún niños y otros tantos casi
púberes, nos hacían escuchar “Música en Libertad” con
Rubén Matos y Heleno. Nos llevaban al cine a ver los
Superagentes, Brigada Azul y Dos locos en el aire. Leíamos la
historia argentina de Ibáñez y nos inventaron ERSA, devenida
en “Formación Moral y Cívica”, con la cual nos explicaban
que era democracia, vaya paradoja
Cuando empezamos a despertar de nuestra adolescencia, los
mismos contra los que ustedes se enfrentaron, nos
despabilaron de un baldazo a una realidad totalmente ajena y
nos mandaron a una guerra, esa misma que muchos de ustedes
apoyaron y hoy se empeñan en descalificar sin acordarse de
nosotros, ¡puta!, si hasta nos hicieron sentir cómplices de la
decisión de un general etílico, dándonos la espalda cuando más
los necesitábamos.
Sin embargo ese acontecimiento nos movilizó como nunca,
no por apoyar la guerra, sino por nuestros compañeros y
amigos que estaban siendo masacrados en Darwin y Monte
Longdon, aunque de ello nos enteraríamos meses más tarde, ya
que la propaganda oficial, sobre todo a través de la revista
Gente, nos vendía románticas historias de la guerra, o Tiempo
Nuevo de Bernardo Neustad, que resaltaba la figura del
General Menéndez como “el jefe militar que cualquiera
quisiera tener”.
La derrota militar terminó con ese proceso nefasto que cegó
durante siete años a nuestro país, y los cegó tanto, que no
pudieron vernos cuando empezamos a reunirnos por la caída
del régimen.
Seguramente, si ustedes hubieran estado con nosotros, las
cosas habrían sido diferentes, pero, el proceso nos dejó sin
referentes, la brecha era muy grande entre nuestra incipiente
participación y quienes nos convocaban. Y de ahí nuestro
reproche y nuestro dolor.
74
A fines de 1982 y principios del ’83, plena primavera
alfonsinista, nosotros también tuvimos utopías, empezamos a
creer que el cambio era posible, muchos nos involucramos,
algunos desde la universidad, pensando que ese era nuestro
puesto de lucha desde donde pretendimos volver a instalar la
idea de una sociedad más justa.
Tuvimos que empezar de cero, ustedes no estaban, muchos
no estarían más (lamentablemente los más lúcidos y audaces)
y otros tanto, estaban volviendo del exilio. Hicimos lo que
pudimos, empezamos por tratar de recrear la mística de la
militancia que sus recuerdos nos relataban. Aún hoy, ¡y mirá
que pasaron unos cuantos años! Se me eriza la piel cuando
recuerdo la primera manifestación, a la que concurrí con una
emoción desaforada. Todavía bajo la dictadura, formando
parte de la JP entrando a una Plaza de Mayo abarrotada de
gente que se iba abriendo a nuestro paso al son de “y ya lo ve,
y ya lo ve, es la gloriosa JP”. En esta instancia bien vale una
aclaración, gracias por habernos dejado esa herencia, por un
instante, quizás por unos días, portar el brazalete, ser parte de
la organización y movilizar a tantos compañeros, ha pasado a
ser un recuerdo imborrable para muchos de nosotros.
Te decía que desde nuestra escasa formación política,
tratamos de recrear un ambiente participativo y popular. Nos
tuvimos que crear “iconos”, para asimilarnos un poco más a
ustedes y su historia. Así fue como Nicaragua se convirtió en
nuestro Cuba, con su “Congreso por la Paz de Nicaragua”, sí
hasta a un nuevo idioma nos adaptamos, palabras como
“pueblo”, “jprra”, “el viejo”, “orga” y “cumpa” ocupaban
nuestro vocabulario.
El regreso de los recitales populares con interpretes de la
talla de la negra Sosa, el Nano Serrat, Víctor Heredia,
Viglietti, León y Pablo Milanés, todos prohibidos durante la
dictadura militar, se convirtieron en mítines políticos
increíbles; muchos se enganchaban en las “Brigadas del
75
Café” que viajaban a Nicaragua y otros tanto se corrían hasta
Chile para participar de las jornadas de protesta contra
Augusto Pinochet.
A diferencia de los cafés tipo La Paz, nos inventamos los
cafés literarios, en los que al igual que ustedes, discutíamos
sobre sus mesas el futuro. Fueron lectura obligada por aquellos
incipientes años democráticos, Hernández Arregui, Jauretche,
Cortazar y Walsh, para nombrarte algunos. Entiéndannos,
nosotros recién los descubríamos.
En las universidades, las cátedras cuyos titulares eran
docentes vueltos del exilio quintuplicaban en alumnos a las de
los que durante el proceso jamás perdieron sus cátedras.
Recuerdo que por aquellos años, en Arquitectura, volvían a la
docencia Fredy Garay, Jorge Moscato y la negra Córdova,
entre tantos otros. Acorde con los tiempos, al igual que en los
’70, “el taller confederado Sorondo-Moscato”, superaba en
más de cuatrocientos inscriptos al resto de las cátedras.
Los locales partidarios surgían por todas partes y ello se
debía en muchos casos, al empuje de nosotros, y desde ahí,
sino de donde iban a salir quienes se sumaron al pedido
inclaudicable por los desaparecidos, acompañando a las
Madres de la Plaza. Fue nuestra generación la inventora del
“escrache”.
En esos años, la Argentina era una fiesta y nosotros, al igual
que ustedes, fuimos utópicos, creímos de verdad que desde la
democracia la cosa se podía cambiar. Y confiamos en una
clase política que, a la vuelta de las cosas, poco a poco nos
sacó las ganas de soñar, de participar y de creer.
Es injusto pensar que los ochenta pasaron sin pena ni gloria,
nosotros tratamos de que así no fuera, pero flaco favor nos
hicieron y les hicieron quienes dijeron representarnos.
La gran diferencia entre los setenta y los ochenta está dada
en que mientras a ustedes les arrancaban la vida, a nosotros
nos iban matando la ilusión, nos asesinaron la utopía, esa
76
misma que nos legaron ustedes con su lucha: la de creer en un
tiempo más justo y solidario para todos.
Hoy, muchos de nosotros, devenidos padres de familia, con
otras responsabilidades no menos importantes, seguimos
luchando en silencio, desde otra perspectiva y otro puesto,
tratando de inculcar -una vez más- a nuestros hijos, y para que
ellos la sigan trasmitiendo, aquella vieja mística militancia por
la vida que ustedes nos legaron.
Y perdónennos por haber nacido tarde, nosotros no
tenemos la culpa.
77
Apostillas
78
79
Bibliografía
80