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Universidad Autónoma de Ciudad

Juárez

Instituto de Ingeniería y Tecnología

Ingeniería en Sistemas Computacionales

“REPRESENTACIÓN POLÍTICA Y
PARTICIPACIÓN CIUDADANA”

Competencias para el ejercicio de la


ciudadanía con enfoque de género.

Karla Samanta Mendoza Durán 168414

Mtro. Nolberto Tlacaélel Acosta Pérez

Reporte de Lectura
16 de mayo del 2021

Las definiciones que explican la convivencia política han servido para declarar
realidades muy diferentes, según la época en que se hayan vivido. Durante
muchísimo tiempo, el habla estratégica no ha sido la democracia, pero sí la
república. Los intelectuales veían con alarma que las jurisprudencias pasaran
inadvertidas para una confusa junta de multitudes beligerantes. No era lo mismo
favorecer el poder al lugar, para que éste lo ejerciera a través de deliberaciones
multitudinarias controladas por unos cuantos, que redimir a la presidencia en una
república.
El desajuste fundamental entre la democracia antigua y la nueva está en los
procesos electorales. Las decisiones estaban en manos de una minoría selecta,
los ciudadanos. Y de ahí incluso que la democracia, aprendida como una
participación colectiva por todos los que viven del lugar, resultara para aquellos
filósofos una manera perversa de presidir.
El último obstáculo ideológico hacia la ampliación universal de la democracia
regular se rompió cuando las mujeres ganaron el derecho a votar, no obstante, en
la gran generalidad de los países de la sociedad la democracia sigue siendo
igualmente un deseo. La afinidad positiva entre representación política ciudadana
es flamante, y asimismo hay cabos sueltos que tienden a enmarañar los dos
procesos en la opción de los conflictos políticos.
“La función moderna refleja –como dice Giovanni Sartori– un cambio histórico
clave”: no únicamente porque el concepto de gobernación se trasladó de las casas
reales en dirección al tesón popular, sino debido a los gobernantes y los
estamentos dejaron de representarse a sí mismos para comenzar a actuar los
intereses enormemente más amplios de una nación. Es en este emplazamiento
adonde comienza a plantearse la división y, a la misma reunión, la convivencia
entre las ideas de función política y décimo ciudadana.
El primer problema que se afrontó fue la ralea de la representación. El mandato
imperativo supone que los diputados de un legal fueron electos por un alguien
hatajo de ciudadanos y que, por lo dicho antes, ese congresista solamente es
responsable alce ellos: es su embajador, y no el comisionado de todo un país. Se
trata de una dialéctica impecable, lícitamente, si no fuera porque está antes
aquella percepción interesante de la democracia que ya comentamos: el gobierno
como el mensajero de toda la aldea. Ya no habría equivalencia entre los
ciudadanos fortuna una competencia feroz por la valla de intereses parciales a
través de representantes electos. Y la función de la soberanía global se habría
convertido en otra forma de billete escarnio.
El mayor ingrediente de los países que pausadamente fueron adoptando el
aprendizaje de parlamentos democráticos prohibió el uso de la diligencia
imperativa. El puente que une a la función con el billete está construido, Lo
primero que, con los votos autónomamente expresados por el lugar. Como todos
tienen rectilíneo a ser representados, a pesar de no todos quieren que los
represente la misma persona, deciden entonces ir a elecciones. sin embargo,
quien el capricho debe aprender que no únicamente representa a sus electores
estrella a todos los ciudadanos.
Uno de los problemas teóricos y prácticos de mayor personalidad en las
democracias occidentales consiste en eludir que las grandes organizaciones
partidistas se desprendan de la vivacidad cotidiana de los ciudadanos. El prestigio
que los partidos le otorgan a sus propios intereses, a su verdadera volición de
conservar el jefatura político por otra parte de los intereses más amplios de los
ciudadanos constituye, de hecho, el entusiasmo más grueso que se ha utilizado
por los críticos del llamado régimen de partidos. Los privilegios que los comités de
los partidos se conceden a sí mismos, y que les conceden asimismo a ciertos
grupos aliados a ellos, como la burocracia gubernamental, las grandes empresas
que suelen financiarlos o las grandes organizaciones sindicales que les ofrecen
votos; o la falta de diafanidad en la destreza de sus poderes y de la plata que se
les otorga para acatar su ocupación. Y todas aluden, a su vez, al conflicto del
gobierno imperativo que ya conocemos.
La democracia no se agota en las elecciones: continúa después a través de otras
formas concretas de décimo ciudadana, que sólo atañen tangencialmente a los
partidos políticos. después de las elecciones, los partidos han de convertirse en
gobierno: en estandarte de todos y, en consecuencia, han de resignarse a los
otros controles ciudadanos que igualmente exige la democracia. Robert Dahl
menciona ocho puntos diferentes, sólo dos de ellos aludían a esa índole
necesaria, no obstante, insuficiente. Los otros seis se referían a la fuga de
congregación de los ciudadanos para participar en los asuntos que fueran de su
ilusión; a la más plena permiso de ademán; a la selección de los servidores
públicos, con criterios de obligación de sus actos ante la comunidad; a la
pluralidad de fuentes públicas de información; y a las garantías institucionales para
asegurar que las políticas de la presidencia dependan de los votos y de las demás
formas ciudadanas de tirar las preferencias.
Personalmente, la democracia en México es un caso que los ciudadanos no se
preocupan por ocurrir un consenso consciente y activo, pues la mayoría de las
veces no saben quienes son sus candidatos, su historial, de donde vienen o que
propuestas tienen, así que se van por el partido de su conveniencia o por aquel
partido que no quieren que ganen. Ser parte de una cultura ética es conocer sus
valores y principios fundamentales como ciudadanos, así como sus derechos, y
creo que es de vital importancia conocer al mejor postor para liderar nuestra
ciudad, estado o nación.

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