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Según las encuestas realizadas las sociedades piensan que los políticos les han
fallado, estos son en quienes primero se lanza el dedo acusador de la sociedad. Ser
político en estos días es ser el payaso de las bofetadas, el prestigio es mínimo y el
descrédito es enorme. Esto se debe a la forma de gobierno que están utilizado a base
de corrupción. La corrupción del sobreprecio no es muy visible, la corrupción visible es
donde el político cede ante peticiones abusivas de ciertos selectores del electorado
para ganarse sea favores a costa de arruinar el país.
Este desprestigio hacia los políticos donde hemos llegado a un extremo de que los
políticos tienen que asegurar que son otra cosa si desean aspirar a un cargo público;
Tiene que disfrazarse, ese desprestigio se lo han ganado de una forma u otra un
ejemplo claro en República Dominicana de la corrupción que ha llevado a ese
desprestigio; Joaquín Balaguer un caso clásico de corrupción incorruptible.
Por consiguiente el estado fue una fuente rápido de aprovisionamiento para políticos.
La sociedad vivía del estado y esta perversa relación de fuerzas acabó convirtiéndose
en un rasgo permanente de nuestra manera de vincularnos. Las misma no
demandaban honestidad y buen manejo del sector público, sino tajadas, privilegios,
porciones del botín. Los políticos latinoamericanos no son más ni menos corruptos que
las sociedades en las que actúan.
Nuestra sociedad se ha acostumbrado a que solo puede vivir bien si los bienes que
recibe son del sector público, vivir fuera del presupuesto es vivir para morirse. Todos
saben hacer lo mismo, el trabajo vale muy poco, la competencia por un empleo es
feroz, desaparecen las oportunidades, y sólo queda una tabla de salvación: el sector
público, ese grupo de personas que van acumulándose de gentes sin oficio ni
beneficio hasta constituir un fragmento laboral al que no se le pueden exigir
responsabilidades.
Y no constituiría un mal augurio que algunos de los partidos democráticos más viejos
del mundo sean latinoamericanos, a no ser por la dosis de irracionalidad con que
muchas de las personas militan en ellos. Esta afiliación hereditaria, a la que no
concurre la ponderación de las ideas sino la tradición familiar, contribuye a la
ingobernabilidad de nuestros Estados y a la falta de esa mínima coherencia que debe
existir entre los partidos y los programas de gobierno.
Yaidet Cruz
Selinee Pérez
Yulenny Castillo
Pamela Martínez
Ranyeli Batista