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Mujeres

notables
de
América

Fernando Lizama Murphy

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Indice

La dama de Ampato

Francisca Pizarro Yupanqui

Mencía Calderón

Isabel Barreto

Francisca Zubiaga

Juana Azurduy

Martina Chapanay

Blanca Errázuriz

Juana Manso

Ada Rogato

Leonor Esguerra

Blanca Luz Brum

Nélida Rivas

Dalia Soto del Valle

María Reiche

Guadalupe del Carmen

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Cuesta encontrar algo que no se haya dicho o escrito sobre las mujeres. Poetas, sicólo-
gos, músicos, en fin, un número incalculable de especialistas y otros no tanto, agotan pá-
ginas y pentagramas aludiendo a estos seres que Dios habría sacado de una costilla del
hombre, para que le brindara compañía y preservara la especie humana.

Ha sido así desde nuestros orígenes, aunque en estos tiempos de cambios, ese concepto
ya no se entienda de esta manera en el mundo occidental, incluído este rincón que llama-
mos América, donde las mujeres han tenido distintos roles, desde épicos, pasando por los
de apacibles dueñas de casa, o hasta de esclava del hombre que las controla, sometidas
a los cánones que cada época les ha ido marcando.

Hoy vemos a la mujer emancipada, buscando su propio destino, persiguiendo una igual-
dad que le cuesta conseguir. Pero para llegar a estas instancias, hubo otras, algunas tal
vez más aguerridas que las actuales, que fueron pioneras, que mostraron el camino.

En estas crónicas hablamos de mujeres que, en su mayoría, han roto esquemas, se han
salido de la cancha que la sociedad les rayó y han marcado diferencias. No todas han pa-
sado por ésto. También nos adentramos en la vida de algunas que, presas de las circuns-
tancias y el entorno, han debido cumplir roles preconcebidos, muy secundarios, sin que la
historia nos haya dicho si lo hicieron a gusto o a contrapelo. Pero de igual forma cumplie-
ron el papel que su sociedad o el entorno les impusieron y dejaron una huella.

En estas páginas el lector encontrará la historia de dieciséis mujeres que, de una u otra
forma, gravitaron en el devenir de este continente.

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LA DAMA DE AMPATO

“Juanita” en la Universidad Católica Santa María de Arequipa.

“Mortui  vivos  docent”

“Juanita”, fue el nombre que le dieron los que hicieron el hallazgo. Quizás pu-
dieron llamarla Illariy, que en quechua significa “amanecer” o Urma, “que deja cosas
buenas a su paso”. Pero la bautizaron Juanita, que fue una muchachita inca de
aproximadamente catorce años, un metro cuarenta de estatura. Seguramente intuyó
que la atronadora y prolongada erupción de los volcanes Sabancayo y Mitsi, ocurri-
das hacia 1450, le costaría la vida y le daría eternidad.

Porque estaba preparada para morir. Sabía que en algún momento sería elegida
para el rito de la Capaccocha, lo que la convertiría en la mensajera entre el Inca y
Wiracocha, el creador de todo.

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Desde muy pequeña, casi recién nacida y por tener una conformación física perfecta
según los cánones incas, fue seleccionada y preparada para cumplir su misión. Lo
que faltaba por determinar era cuál sería esa misión y en qué momento la llevaría a
cabo, ambos asuntos decididos por el propio Inca, o por los sacerdotes.

Los estudios y los análisis de los objetos rescatados de la sepultura, han permitido
deducir, con bastante certeza, que fue elegida para ser sacrificada cuando se produ-
jo una prolongada erupción. Durante más de seis meses el macizo andino cercano a
Arequipa, ciudad rodeada por siete imponentes volcanes, casi todos de más de seis
mil metros de altura, estuvo escupiendo lava, humo y cenizas sobre los poblados
vecinos. Nadie estaba a salvo; los cultivos se dañaban, los guanacos, llamas y vicu-
ñas estaban inquietas o morían por falta de alimentos. Estudios del arqueólogo pe-
ruano José Antonio Chávez han permitido establecer que la ciudad prácticamente
desapareció a consecuencia de este cataclismo.

Los amautas, apremiados por el Inca para que rogaran por una solución a Wiraco-
cha, decidieron que era el momento de efectuar una Capaccocha, un rito para supli-
car al dios que levantara el castigo a que estaba sometiendo a la Tierra. Para ello
escogieron a tres niñas del Acla Wasi, el templo en el que desde la pubertad las jo-
vencitas eran preparadas para el momento solemne. Debían ser vírgenes del sol,
seleccionadas y recluidas desde la primera infancia para servir al Inca. A cambio re-
cibían una alimentación especial, y la promesa de que su muerte las convertiría en
parte del panteón de los dioses. Todas estaban entre las más hermosas del imperio,
algunas hijas de nobles, y se supone que Juanita se destacaba por su belleza ex-
cepcional.

Antes del día elegido para el holocausto, las alimentaron con maíz y charqui, y les
dieron a beber chicha de jora hasta embriagarlas. Además las vistieron con finas ro-
pas y las calzaron con zapatos especiales para una ocasión tan trascendente. Para
calmar a los dioses, necesitaban enterrarlas vivas en el volcán Ampato, vecino al
Sabancayo.

Los peones enviados para hacer la excavación de lo que sería la tumba de Juanita,
Sarita y Urpicha, a 6.400 metros sobre el nivel del mar, lo hicieron a gran profundi-

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dad para evitar que rapaces pudiesen desenterrarlas o que las niñas huyeran, algo
muy improbable, porque mientras ascendían hasta su tumba, les dieron a beber
más chicha, además de té de coca. De lo que ocurrió después, nada recordarían.
Estaban casi inconscientes. Sin embargo, para evitarles mayores sufrimientos, los
sacerdotes las durmieron con un golpe en la cabeza con una macana y las deposita-
ron en la tumba mirando hacia el este, desde donde sale el sol.

Los volcanes Ampato y Sabancayo son vecinos. En 1990 este último hizo erupción y
el calor que generó derritió los hielos del otro, dejando al descubierto una sepultura
incaica donde el equipo dirigido por el arqueólogo Johan Reinhard, norteamericano,
guiado por Miguel Zárate, peruano, encontró, a seis metros de profundidad y en po-
sición fetal, los restos de una adolescente que parecía dormir plácidamente. Estaba
tapada con una manta y mostraba la huella de un impacto en el parietal derecho de
su cabeza. En una excursión posterior encontraron que cerca yacían los restos de
otras dos niñas, además de ofrendas en diversos objetos de oro, plata, cerámica y
tejidos.

Gracias al hielo, los restos y los órganos de Juanita, bautizada también como “Dama
de Ampato”, parecían intactos. Fueron enviados al Hospital de Baltimore para que
estudiasen cómo había vivido la niña. La autopsia virtual estableció como data de
muerte entre 1440 y 1450, que se alimentó con maíz y carne seca, que era sana y
que nació en la zona de Cotahuasi, Arequipa.

Hoy el cuerpo momificado en forma natural de la niña, sin intervención a sus órga-
nos que efectivamente se conservaron intactos gracias al ambiente en el que se la
sepultó, descansan en una sala especial, calefaccionada y en penumbras para evi-
tar que la luz los afecte, en la Universidad Católica Santa María de Arequipa.

Estar frente a esos restos que conectan al visitante con un pasado remoto, de cos-
tumbres tan distintas a las actuales, es una experiencia sobrecogedora que este
cronista vivió hace un tiempo y que lo motivó a escribir esta historia.

Como el hallazgo es relativamente reciente, no existe plena certeza de las fechas,


pero una opinión bastante unánime entre los investigadores, deduce que la muerte

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coincidió con la erupción del Sabancayo, que duró varios meses y de la que tuvieron
conocimiento los cronistas españoles cuando llegaron a Cuzco.

Algunas curiosidades han arrojado los análisis de ADN que se han efectuado hasta
el momento. Por ejemplo que la madre de Juanita provenía de Puno, a trescientos
kilómetros al noreste de Arequipa. Pero lo más extraño es el origen de su padre,
que procedería de la tribu Ngöbe, de Panamá, distante tres mil kilómetros.

Según otros estudios de ADN, los Ngöbe estarían emparentados con razas taiwa-
nesas y coreanas.

¿Curioso, no?

Para saber más


Folleto elaborado por la Universidad Católica de Santa María, de Arequipa,
http://repositorio.cultura.gob.pe/handle/CULTURA/709?show=full
Consultado agosto 2020.

Sitio Arequipa
http://arequipaperuestilo.blogspot.com/2011/04/la-dama-de-ampatojuanita-la-nina-de-
los.html
Consultado agosto 2020.

La momia Juanita
http://www.geocities.ws/herbert_delgado/momia.html
Consultado agosto 2020.

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FRANCISCA PIZARRO YUPANQUI
LA ACIAGA VIDA DE LA HIJA DEL CONQUISTADOR

…“a los hijos de español y de india o de indio y española, nos llaman


mestizos por dezir que somos mezclados de ambas nasciones; fue im-
puesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en Indias y por ser
nombre impuesto por nuestros padres y por su significación, me llamo
yo a boca llena y me honro con él”.

Inca Garcilazo

Hay personajes que pasan por la vida siendo el hijo o la hija “de”…y cuyo único mé-
rito son sus ascendientes. Por lo que cuenta la historia, es el caso de Francisca Pi-
zarro Yupanqui, también conocida como la “Primera Mestiza”, hija del conquistador
del Perú, y de Quispe Sisa, bautizada por la iglesia como Inés Huaylas Yupanqui

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Inés Huaylas era una ñusta inca de mucho linaje, hermana de Atahualpa y de Huás-
car e hija de Huayna Capac. Durante una visita a su hermano mientras estaba pri-
sionero, esperando a que sus súbditos llenaran la celda de oro para pagar el resca-
te, conoció al Conquistador. Pizarro necesitaba un vínculo más allá del sometimien-
to por las armas para validar su poder frente a los autóctonos y consideró que un
matrimonio, que nunca se legalizó, con una princesa, le abriría muchas puertas sin
necesidad de espadas ni cañones.

Pese a que muchos nativos continuaron resistiéndose contra un invasor ávido de te-
soros, otros, subyugados, aceptaron la relación de una de los suyos con el español.

Inés Huaylas no residió más de tres años con Pizarro, que le dejó dos hijos: Francis-
ca y Gonzalo. Cuando éstos aún eran infantes, el Gobernador casó a su concubina
con Francisco de Ampuero, uno de sus ayudantes. Unos dicen que esta especie de
“repudio”, se debió al mal carácter de la mujer, que no dudó en hacer ejecutar a su
media hermana por algo que le molestó. Otros aseguran que el Conquistador lo hizo
para casarse con todas las de la ley con Angelina, una hermosa nativa que estaba
prometida en matrimonio a Atahualpa y que raptó para él “Felipillo”, el indio que ac-
tuaba como traductor. Existe otra versión que afirma que, al regreso de una excur-
sión, Pizarro sorprendió a Inés en coloquio con Ampuero, encontrando el pretexto
para terminar con la relación y obligarlos a casarse.

Lo concreto es que además de deshacerse de Inés Huaylas, entregó a sus hijos a


su medio hermano Francisco Alcántara, quién junto a su mujer Inés Muñoz, se hicie-
ron cargo de la crianza y la educación de sus sobrinos. Para ello contaron con la co-
laboración de Fray Cristóbal Molina.

Francisca, que había nacido a finales de 1534, en Jauja, la primera capital del virrei-
nato, para trasladarse pronto junto a sus padres a Lima, aprendió a leer y escribir, a
tocar el clavicordio y a bailar. Todo un privilegio para una mujer de la época y mesti-
za por añadidura.

Pero su padre fue asesinado en 1541 por los partidarios de Diego de Almagro, el
descubridor de Chile. También mataron a Alcántara e Inés Muñoz, su viuda, temien-
do que la masacre se hiciera extensiva a todos los partidarios de Pizarro y sus des-
cendientes, huyó hacia el norte con los niños, donde se encontró con la expedición
enviada desde España para poner orden en la colonia. Con la promesa de protec-

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ción, regresó a Lima. Poco después y por causas desconocidas, falleció Gonzalo, el
hermano de Francisca.

La niña quedó como heredera de la inmensa fortuna de su padre y en los albores de


la adolescencia, comenzó a ser pretendida por muchos españoles, la mayoría esca-
sos de caudal, que buscaban solucionar para siempre sus problemas económicos.
Pero el gran aspirante a su mano era su tío Gonzalo Pizarro, que además se consi-
deraba el heredero natural al cargo que quedara vacante con la muerte de su her-
mano Francisco.

En Sevilla no pensaban lo mismo; veían con preocupación la posibilidad de que se


generara una dinastía de la familia de los conquistadores, sobre todo con el even-
tual enlace entre Gonzalo y Francisca y que con ello desconocieran la autoridad de
la corona. Temían que la muchacha, con el apoyo de sus parientes indígenas, con-
vocara a una rebelión que apoyara la emancipación. Decidieron enviar a un reem-
plazante, junto a un ejército, desde el viejo continente.

Gonzalo Pizarro lo consideró una afrenta y financiándolo en parte con dinero de su


sobrina, armó su propio ejército para defender sus supuestos derechos, además de
las leyes que los invasores españoles se habían autoimpuesto y que, por supuesto,
los favorecían. También Gonzalo apostaba a que del matrimonio con su sobrina sur-
giera una alianza con los autóctonos, que le significaría disponer de una considera-
ble fuerza militar.

Todas estas actitudes, informadas a España por los enemigos de los Pizarro, pusie-
ron las alarmas en el Consejo de Indias, que decidió remover de América a toda la
familia. Naturalmente que Gonzalo se opuso con las armas a esta decisión. Murió
en el intento.

Una vez victoriosos, los peninsulares y sus aliados del Perú, no vacilaron en repa-
triar a todos aquellos que les merecieran dudas. Francisca, una inocente muchacha,
víctima de todas estas contingencias y de las manipulaciones de su familia paterna
y que a la sazón ya contaba con diecisiete años, pagó por los pecadores y se dispu-
so su traslado a España.

En 1551 dejó para siempre la tierra natal en compañía de doña Inés Muñoz y de dos
hermanastros, frutos de la otra mujer de su padre.

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En una España en la que su nobleza se consideraba superior a los indios e incluso
a los compatriotas que regresaban de las tierras conquistadas, su condición de mes-
tiza le significó varios contratiempos, aunque la mayoría de sus críticos vivieran a
expensas de las riquezas que el padre de Francisca les consiguiera. Pero fue su for-
tuna personal, junto con el acervo cultural que traía desde el Perú, lo que le permitió
abrir puertas y codearse con la aristocracia.

También en la madre patria comenzaron a pulular los pretendientes, pero su tío Her-
nando Pizarro, cerebro económico del clan familiar y que se encontraba preso en el
Castillo de Mota, en Medina del Campo, cortó por lo sano y decidió casarse con ella,
pese a la gran diferencia de edad. Para él, eso no era un impedimento para asegu-
rar que tanta riqueza quedara en sus manos.

Gracias a sus contactos, la prisión de Hernando contaba con muchos privilegios.


Desde ahí, aunque con discreción, continuaba manejando los negocios de ultramar,
que proveían de suculentas rentas al reino. Por lo mismo no tuvo inconvenientes
para llevarse a vivir a la “cárcel” a su joven esposa.

Durante diez años, hasta que Hernando obtuvo su libertad, vivieron en Medina del
Campo. Desde ahí trasladaron su residencia a las cercanías de Trujillo, donde cons-
truyeron el Palacio de la Conquista y donde impulsaron la edificación del Convento
de la Merced. Pese a la distancia, en su tierra natal Francisca contribuyó para que
se levantara la Catedral de la Plaza Mayor de Lima, donde un retrato la recuerda.

El matrimonio tuvo cinco hijos, algunos de los cuales se casaron con familiares, for-
mando un linaje importante entre los descendientes de la Mestiza y los Pizarro.

En 1578 muere Pizarro y Francisca, la viuda, se casa dos años después con Pedro
Portocarrero, hijo de los condes de Puñonrrostro, dueños de un gran linaje pero sin
fortuna. Con este y otros matrimonios entre miembros de ambas familias, se fortale-
ció el abolengo de los descendientes de Huayna Capac en la península ibérica.

El matrimonio Portocarrero trasladó su domicilio a Madrid, donde disfrutaron de una


vida palaciega que mermó bastante la fortuna de Francisca. No obstante, compró
dos casas en la capital española, una para ella y su marido y otra para sus suegros.

Poco a poco los descendientes de Francisco Pizarro se fueron asimilando al país de


su ancestro. De la misma forma, o sea paulatinamente, los españoles se fueron
acostumbrando a los mestizos. La aristocracia indiana de España se consolidó a

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medida que regresaban aquellos que partieron a América en busca de fortuna y que
volvieron trayendo hijos concebidos con mujeres de esas tierras remotas. Como
además casi siempre traían riquezas, no les fue difícil conseguir su lugar en la cerra-
da pero empobrecida sociedad castellana.

Francisca Pizarro murió en la tranquilidad de su hogar el 30 de Mayo de 1598, a los


63 años, edad bastante avanzada para la época.

Jamás regresó al Perú que la vio nacer y aunque no ocurrió nada en su vida que
merezca ser destacado, su historia representa un importante capítulo para compren-
der el encuentro de dos civilizaciones tan distantes física, como culturalmente.

Para saber más:


Cervera, César: La tormentosa vida de la hija mestiza de Francisco Pizarro, la mu-
jer que pudo reinar en Perú. ABC Historia 15/02/2018
https://www.abc.es/historia/abci-tormentosa-vida-hija-mestiza-francisco-pizarro-mu-
jer-pudo-reinar-peru-201803220205_noticia.html
Consultado 20 de agosto 2020

Pardo Carlos: La web de las biografías


http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=pizarro-francisca
Consultado 20 de agosto de 2020.

Rubio de Orellana, Rosario: Coloquio Francisca Pizarro Yupanqui.


https://chdetrujillo.com/dona-francisca-pizarro-yupanqui/?pdf=1735
Consultado 20 de agosto 2020.

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MENCÍA CALDERÓN,
La Adelantada

Eran mujeres de armas tomar. Abandonan un país en el siglo XVI y una


sociedad donde las mujeres eran un cero a la izquierda y se meten en un
barco, cuando esos viajes eran terroríficos, con riesgos de pirateo y nau-
fragio, para poder llegar a una sociedad que no conocían.

Carolina Aguado,
Licenciada en historia

El 10 de abril de 1550 el puerto de Sanlúcar se paralizó frente a la procesión de distingui-


das damas que cruzaban para embarcar. Nunca el populacho vio a tanta hermosa y ele-
gante mujer junta, y el hecho merecía un minuto de descanso para llenar sus pupilas de
esa belleza, tan ajena a ellos. A la cabeza marchaba una viuda, evidente por su negra
vestimenta, que tras el velo parecía una dama joven cuyo porte distinguido acusaba su al-
curnia.

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Pocos sabían que se trataba de doña Mencía Calderón de Sanabria; su marido, Juan de
Sanabria, al morir poco antes le heredó la misión que le encomendara el Consejo de In-
dias cuando el Rey lo nombró Adelantado del Río de la Plata y Paraguay.

Al otro lado del mundo, Asunción era conocido como el “Paraíso de Mahoma” por la pro-
miscuidad en la que convivían los conquistadores junto a mujeres guaraníes, de las que
cada uno de ellos llegaba a tener hasta diez, con la consiguiente descendencia bastarda,
según afirmaban los escandalizados curas al regresar a la península. En España, conoce-
dores de esta situación, temían que el excesivo mestizaje terminara por hacer perder la
identidad a los habitantes y dejasen de reconocer a la Madre Patria como su nación.

Por esta razón la corona encomendó a Juan de Sanabria una doble misión: consolidar la
presencia española en zonas aún en disputa con Portugal, trasladando matrimonios que
colonizaran territorios fronterizos; y llevar mujeres hidalgas, solteras y virtuosas para que
los soldados de Asunción se casasen, generando una descendencia racialmente pura
para el futuro gobierno de las nuevas conquistas.

En España no faltaban damas de familias hidalgas dispuestas a correr la aventura. La


vida casi conventual que llevaban, además de la escasez de hombres por las guerras y la
conquista, unidas a la falta de dinero para pagar dotes y obtener un buen marido, les
abría una puerta airosa para escapar del convento, destino casi seguro para aquellas que
no lograban encontrar un consorte. Intuían que al llegar al nuevo continente la vida reto-
maría la monotonía de toda mujer casada, aunque se afirmaba que en los territorios allen-
de los mares ellas disponían de mayor independencia.

Contraviniendo las costumbres y desechando los prejuicios, además de la falta de otros


interesados con la suficiente fortuna para financiar la misión, el Consejo de Indias terminó
por aceptar a la viuda para que se hiciese cargo del traslado de las mujeres. La otra labor,
la fundacional, la llevaría a cabo Diego de Sanabria, único hijo del primer matrimonio de
Juan, entonces de dieciocho años, considerado muy joven por el Consejo para tan impor-
tante misión, pero que al final terminó aceptando por no existir otros postulantes que cum-
pliesen con los requisitos, ni decididos a arriesgar vida y hacienda en la aventura.

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Diego de Sanabria zarparía diez meses después para darle apoyo a su madrastra y cum-
plir con la misión de fundar ciudades en esos territorios tan disputados con la vecina Por-
tugal.

Para Mencía este apoyo nunca llegó. La expedición de Diego fue desviada por un tempo-
ral hacia el Caribe y, según algunas versiones, terminó en manos de tribus antropófagas
del Orinoco. Otros dicen que desembarcó en Cartagena de Indias y desde ahí se dirigió
por tierra al sur, intentando llegar hasta Asunción, pero remató en Potosí, ciudad que no
abandonó, seducido por las minas de plata. Sea como sea, al parecer Mencía Calderón
nunca tuvo una certeza de la suerte corrida por su hijastro. Ni su apoyo.

En cuanto a la expedición en la que viajaba nuestra heroína, el 10 de abril de 1550 zarpa-


ron de Sanlúcar de Barrameda tres embarcaciones transportando a alrededor de trescien-
tas personas. Mencía, junto a sus tres hijas y a las cincuenta doncellas (ochenta, según
otras versiones), viajaba a bordo del patache San Miguel.

El viaje transcurrió sin novedad hasta las Islas Canarias, su primera escala, pero luego los
atrapó un temporal que dispersó la flota. El San Miguel fue arrastrado por el viento y las
mareas hacia la costa africana. Cuando se aprestaban a varar la nave en una playa del
golfo de Guinea para reparar los daños ocasionados por la tempestad, fueron abordados
por un pirata francés. Contrariando a los pocos hombres de la expedición, que estaban
dispuestos a dar su vida antes que entregar a las damas, Mencía decidió negociar con los
piratas. No sabemos si fue su capacidad de persuasión, la caballerosidad del galo u otro
argumento lo que permitió que solo se llevaran las joyas y otras cosas de valor, incluidos
los instrumentos de navegación, pero respetaron la honra de las mujeres. Esto doña Men-
cía lo certificó en un escrito que entregó a su llegada a Asunción, para evitar cuestiona-
mientos a la virtud de las damas que lograron arribar a destino.

Superado este trance, todos los hombres y esas mujeres que nunca hicieron otra cosa
que coser, bordar o tañer un instrumento, debieron trabajar arduamente para poner
al San Miguel en condiciones de continuar viaje, soportando además los rigores de un cli-
ma inusual para ellas y una peste que cobró muchas vidas, incluida la de una de las hijas
de Mencía. Pero nada lograba menguar el entusiasmo de la “Adelantada” título que nunca
tuvo pero con el que la reconocían los tripulantes por su entereza y por ser la viuda del
Adelantado Sanabria.

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Empujados por ella, aceleraron al máximo los trabajos para abandonar ese sitio maldito,
logrando hacerse nuevamente a la mar; pero la falta de instrumentos los hizo deambular
por el Atlántico durante meses, hasta encontrar el derrotero que los llevó a la isla de San-
ta Catalina, a la que arribaron en diciembre de 1550. En este lugar se encontraron con
la Asunción, otra nave de la expedición, también muy dañada por las tempestades. La ter-
cera embarcación nunca apareció. De los trescientos tripulantes que zarparon de Sevilla,
solo ciento veinte celebraron esa Navidad.

En esa isla sufrieron constantes ataques de tribus opuestas al asentamiento de blancos.


Dos años lucharon contra enemigos aborígenes, hasta que estos comprendieron que la
mejor forma de derrotar a los invasores era por el estómago y los bloquearon. Los alimen-
tos y el agua comenzaron a escasear, lo que no les dejó otro camino que pedir ayuda a
los enemigos portugueses.

Durante la permanencia en Santa Catalina se celebraron varias bodas, como la de María


Sanabria con el capitán Hernando De Trejo. El primer hijo del enlace nació en la isla. Con
hambre, sed y en una nave a punto de desarmarse, navegaron seiscientos kilómetros
hasta la Isla de San Vicente, ciudad principal del imperio portugués. Fueron tratados como
enemigos por el gobernador Tomás de Souza, que se oponía a los asentamientos espa-
ñoles en la cercanía de su frontera. Durante otros dos años fueron retenidas doña Mencía
y sus mujeres, algunas de las cuales se casaron con soldados portugueses, radicándose
en esa colonia lusitana.

Gracias a que Portugal cambió el gobernador y a la mediación de dos sacerdotes, consi-


guieron la libertad y los expedicionarios, que abandonaron San Vicente en abril de 1555,
se dividieron en dos grupos. El primero, liderado por Juan de Salazar al que acompañaba
su mujer, hijas, algunos artesanos, un puñado de soldados y dos sacerdotes, se dirigió di-
rectamente a Asunción, donde llegó en octubre del mismo año, después de un sinfín de
peripecias y muchas bajas.

Nuestra obstinada dama, con las doncellas que quedaban y el resto de los hombres, diri-
gidos por su yerno, el capitán Trejo, regresó hacia el sur donde fundaron una localidad lla-
mada San Francisco, para cumplir con las instrucciones del Consejo de Indias. Pero fue-
ron incapaces de defenderla contra los ataques de los indios carios, por lo que pronto la

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abandonaron y se internaron en la selva, en un esfuerzo casi suicida por llegar a Asun-
ción.

Recorrieron más de mil kilómetros, debieron cruzar montañas, vadear ríos, luchar contra
los indios, las fieras y los mosquitos. Al final, con el apoyo de los guaraníes, en mayo de
1556, seis años y un mes después de haber zarpado, alrededor de cuarenta sobrevivien-
tes entraron en la capital paraguaya. De ellos, la mitad eran mujeres.

Se sabe que el nuevo gobernador de Paraguay, Martínez de Irala, nombrado porque en


España dieron por perdida la expedición Sanabria, regaló encomiendas y privilegios a la
“adelantada” y su familia. También se sabe que su descendencia se desparramó por casi
toda Sudamérica. Entre ellos se cuenta su nieto Hernando de Trejo y Sanabria, obispo de
Tucumán y fundador de la Universidad de Córdoba, en Argentina. Pero como ocurrió en
muchos casos, el destino de las colonizadoras se pierde al concluir las aventuras que las
hicieron famosas.

De Mencía Calderón Ocampo, la mujer que cruzó miles de kilómetros de océanos y sel-
vas, que estuvo presa, que pasó hambre y sed pero que no flaqueó hasta cumplir la mi-
sión que se le encomendara, solo se sabe que murió hacia 1570, en Asunción.

Para Saber más;

Dionisi, Maria Gabriela; Revista América sin nombre N° 15 (2010): Doña Mencía la ade-
lantada: una expedición al paraíso.
https://core.ac.uk/download/pdf/41155703.pdf
Consultado julio 2020.

Bravo, Alicia: Academiaplay: La semilla española en América tiene nombre de mujer.


https://academiaplay.es/semilla-espanola-america-mujer/
Consultado agosto 2020

Gómez-Lucena, Eloísa: Españolas en el Nuevo Mundo (Cátedra, 20139)

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ISABEL BARRETO,
LA “REINA DE SABA DE LOS MARES DEL SUR”

Dame Señor, la fuerza de las olas del mar,


que hacen de cada retroceso un nuevo punto de partida.

Gabriela Mistral

La vida de algunos personajes no comienza el día de su nacimiento, sino cuando algún


suceso las saca del anonimato. Sobre todo en la América colonial, donde las mujeres no
eran demasiado consideradas a la hora de reconocerles méritos. Al género femenino le
costaba sobresalir en tierra de hombres bravos.

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Así ocurre con Isabel Barreto. Se dice que nació en Pontevedra, España, en 1567. Otros
aseguran que en Lima, por la misma fecha. Algunos sostienen que era hija o nieta del na-
vegante portugués Francisco Barreto, otros que era hija de Nuño Rodríguez Barreto, con-
quistador del Perú. Se dice que su familia formó parte de la comitiva que acompañó al
Marqués García Hurtado de Mendoza─ que antes fuera Gobernador de Chile─, cuando
viajó desde España para asumir como Virrey del Perú. Solo datos inciertos. Pero Isabel
Barreto nace para la historia en 1585, en Lima, año de su matrimonio con Álvaro de Men-
daña.

Álvaro de Mendaña era un marino español que, debido a que su tío Lope García de Cas-
tro era Presidente de la Real Audiencia de Lima, pudo obtener el apoyo para explorar el
Pacífico Sur. Durante su primer viaje, iniciado el 20 de noviembre de 1567, descubrió las
Islas Salomón, bautizadas así porque un sobreviviente del viaje de Magallanes/Elcano
mencionó en España que durante su accidentado periplo habían encontrado la bíblica
Ofir, tierra de la que provenía el oro de Salomón. El rumor se convirtió en obsesión de mu-
chos exploradores y Mendaña, que anhelaba establecer una colonia en los sitios descu-
biertos y obtener los beneficios en títulos, riquezas y encomiendas que su hallazgo conlle-
vaba, se aprovechó del rumor para atraer colonos.

Pasó veinticinco años golpeando puertas para concretar su proyecto, encontrando solo
excusas y negativas. Tan larga espera lo arruinó y la tabla de salvación apareció de la
mano de una muchacha de fortuna, hermosa, de influyente familia, a la que le llevaba
veinticuatro años.

Diez años más le costó poder concretar su sueño.

Isabel Barreto tenía seis hermanos y la simpatía del virrey García Hurtado de Mendoza.
Hay quienes aseguran que el Virrey estaba embobado por esta muchacha y que de eso
se aprovechó ella para obtener el apoyo para la expedición de su marido. También se ru-
moreó en su época que don Álvaro de Mendaña, conocedor del interés del Virrey por su
mujer, decidió embarcarla con él antes que dejarla frente a las fauces de tan insigne de-
predador.

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Lo concreto es que el 9 de abril de 1595 zarpa desde El Callao la expedición de cuatro
naves: San Gerónimo, Santa Isabel, San Felipe y Santa Catalina, con destino a las islas
Salomón para encontrar los míticos tesoros del rey hebreo.

Antes de dirigirse a su destino final, recorrieron la costa peruana para completar dotación
y aprovisionamientos. Incluso se adueñaron de una nave llena de harina, de propiedad de
un cura de Chaperre, prometiendo pagarla al regreso. En definitiva, salieron del litoral
americano desde Paita el 16 de junio de 1595.

Viajaban trescientas setenta y ocho personas, de las cuales doscientos ochenta eran
hombres de mar y los restantes colonos, entre los que se contaban veinte mujeres, ade-
más de Isabel y una hermana, varios niños y los imprescindibles sacerdotes que llevarían
paz espiritual a los nativos de esos salvajes territorios.

Cinco semanas después tocaron tierra en unas islas que no cuadraban con las coordena-
das de Mendaña y donde los aborígenes hablaban una lengua distinta a aquella cuyos ru-
dimentos él aprendiera durante su primer viaje. Dedujo que era un nuevo archipiélago y lo
bautizó Marquesas de Mendoza, en honor al Virrey. Ahí se produjo un matrimonio colecti-
vo de quince parejas de jóvenes que venían a colonizar las tierras que se descubrieran.

Después de varios días de exploración sin encontrar las riquezas ambicionadas, continua-
ron viaje. Fue ahí donde el Maestre de Campo, Pedro Marino Manríquez, que se caracte-
rizaba por su carácter hosco, mostró una faceta que desagradó a Mendaña. Sentía muy
poco respeto por los aborígenes.

Durante un mes recorrieron muchas islas que se les aparecían en el horizonte, pero nin-
guna era la tierra prometida. El 7 de septiembre divisaron Tinakula, una isla volcánica en
actividad y la Santa Isabel, al mando de Lope de Vega, se acercó a inspeccionar. Nunca
más supieron de la nave ni de su tripulación. Fueron ciento ochenta, entre hombres, muje-
res y niños, tragados por la mar.

El miedo y el desconcierto comenzaron a apoderarse de los navegantes. Además, en


la San Gerónimo desde el zarpe reinaba el malestar. Isabel Barreto, la mujer de Mendaña,
hombre de poco carácter, mandaba más que su marido. Autoritaria, pretendía imponer
sus puntos de vista, chocando con las personalidades del capitán, el portugués Pedro

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Fernández Quiroz y la de Pedro Marino Manríquez, que no disimulaba la antipatía que
sentía por la familia Barreto. Quiroz desde un comienzo se opuso a la presencia de muje-
res en la expedición, pero como el afán era colonizar resultaban indispensables.

Al día siguiente a la desaparición de la Santa Isabel encontraron una bahía en una isla


que Mendaña pensó que era su anhelado destino, pero nuevamente el idioma de los nati-
vos lo hizo ver la realidad. No estaban en las Salomón.

La bautizó Santa Cruz. La habitaban aborígenes acogedores, dirigidos por el cacique Me-


lope, que instruyó a su comunidad para que ayudaran a resolver los principales problemas
de los viajeros. El adelantado decidió establecer una colonia en ese sitio y se inició la
construcción de algunas viviendas de ramas que les permitieran residir por algún tiempo.

En tierra supo Mendaña que había cometido un grave error que solo ahora se hacía visi-
ble. Las naves elegidas para el viaje no estaban aptas para una travesía como esta. Los
carenados eran deficientes y la broma ya estaba haciendo su trabajo. Hubiese sido nece-
sario vararlas para su reparación, pero no contaban con todos los elementos necesarios.
Tampoco con tiempo, porque a los navegantes les inquietaba que los anhelados tesoros
no aparecieran por parte alguna. Para complicar aún más las cosas, la tripulación comen-
zó a ser víctima de la malaria. El mismo Mendaña cayó enfermo.

En tierra, el maestre de campo era el oído de los inquietos y él también estaba desconten-
to. La belleza del paisaje y la bonanza de los indios no bastaban. Muchos lo vendieron
todo y cruzaron el mar por oro, que era lo único que los calmaría. Comenzó a circular una
lista en la que firmaban aquellos que no querían permanecer en Santa Cruz y preferían
continuar buscando la isla de Salomón.

Con el adelantado recluido en su nave por las fiebres, Marino Manríquez capitalizó el des-
asosiego y comenzó a arrebatarles a los aborígenes la comida por la fuerza, a maltratar-
los y como el cacique Melope opuso resistencia, lo hizo asesinar. El levantamiento indí-
gena, que era lo que buscaba el contramaestre para obligar al adelantado a abandonar la
isla, no se hizo esperar. Pero Mendaña, informado de la situación y aún muy enfermo, se
levantó de su lecho para imponer el orden entre sus hombres. Hizo ejecutar a algunos de
ellos, decapitarlos y poner sus cabezas en lanzas para mostrarles a los indios que él esta-
ba impartiendo justicia, pero fue demasiado tarde. Las hostilidades no cesaron.

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El 18 de octubre, luego de hacer su testamento donde delegaba en su mujer el cargo de
Adelantada y Gobernadora y en Lorenzo Barreto, el hermano de ésta, el de Capitán Ge-
neral de la Expedición, la malaria terminó con Álvaro de Mendaña. Isabel, mostrando un
cariño que antes no aparentaba, hizo guardar en bodega el cuerpo de su marido para dar-
le sepultura en tierra de cristianos.

Pero Lorenzo apenas alcanzó a ejercer su nuevo cargo. La epidemia se lo llevó, dejando
todos los cargos, de mar y de tierra, en manos de su hermana, que se convirtió en la pri-
mera y única Almirante en la historia de la armada española.

Pese a su poder, Isabel Barreto necesitaba del odiado Quiroz. Era el único marino capaz
de sacarlos del embrollo en el que estaban metidos. El estado de las tres naves era lasti-
moso y Quiroz sugirió reparar la San Gerónimo con las partes buenas de las otras, pero
los dueños de los otros barcos se opusieron y solo se hicieron los arreglos indispensables
y con los escasos materiales disponibles, para continuar hacia la Isla de San Cristóbal,
que calculaban cercana. El 18 de noviembre, justo un mes después de quedar viuda, Is-
abel Barreto zarpaba al mando de su flota desde Santa Cruz, dejando en la isla casi me-
dio centenar de muertos o por la malaria, o por los aborígenes. Calcularon dos días para
llegar al destino que se trazaron, pero en ese plazo no encontraron nada, por lo que la Al-
mirante, decepcionada y deseosa de llegar pronto, ordenó poner proa a Manila.

La noche del 10 de diciembre el mar se tragó a la San Felipe. Ante la inminencia de que a
la Santa Catalina le ocurriera lo mismo, Quiroz recomendó a la Almiranta trasladar su tri-
pulación a la capitana, pero ella se opuso, quizás pensando que no habría con qué ali-
mentar a tanta gente. El día 19 desapareció la penúltima nave de la desastrosa misión. Is-
abel impuso un régimen estricto de reparto de alimentos y agua; sin embargo ella utilizaba
el vital elemento para lavar sus ropas. Cuando Quiroz se enteró de esta situación, que
provocaba airadas reacciones entre los tripulantes, que a duras penas lograban sobrevi-
vir, ordenó quitarle las llaves de la bodega en que se guardaban los pocos suministros,
pero ella se amparó en su cargo y en sus aliados para no hacerlo.

La situación entre la Almiranta y el Capitán era insostenible. El 3 de enero avistan Guam,


pero no pueden detenerse pues la nave capitana está sin aparejos, lo que le resta manio-
brabilidad. Deciden continuar viaje. El 14 del mismo mes se les abre una bahía que creen
que es Filipinas, pero no tardan en darse cuenta de su error. Isabel, fuera de sí, se abate

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convencida de que ha llegado su último momento. Pero Quiroz se las arregla para buscar
una bahía calma y lo logra en Mindanao. Por los nativos saben que ya se encuentran en
el otro extremo del archipiélago de las Filipinas, aún distantes de Cavite, el puerto sede
del poder español.

Al revisar la nave, el capitán sugiere abandonarla, bajar las cosas de valor que se conser-
van en ella y buscar otro medio de llegar a Cavite. Pero Isabel no solo rechaza la idea,
sino que decide juzgar a Quiroz por motín, lo que al final, aconsejada por sus cercanos,
no hace. Al parecer, el estar próxima a su destino y sentirse respaldada por las autorida-
des la convierte aún más en una despótica tirana que impone exigencias límites a sus
hombres, como prohibirles buscar alimentos fuera de la nave, pese a las evidentes caren-
cias. Nadie puede desembarcar. Un tripulante, que ha sido padre pocos días antes, deso-
bedece esta orden para conseguir leche para su hijo. Isabel ordena ejecutarlo. Quiroz, en
el límite de su tolerancia, se opone y toda la tripulación, incluso sus más cercanos, decide
que si lleva a cabo su sentencia la abandonarán.

Al final, se repara la nave con los pocos elementos disponibles y el 29 de enero zarpan,
sin saber si la embarcación resistirá el tramo que les resta. Llegan a Cavite el 11 de febre-
ro de 1596. Por la falta de aparejos, Quiroz tarda tres días en poder ingresar a la
bahía. La recepción en Filipinas fue apoteósica. Informados por marinos que lograron des-
embarcar en los botes, se conoció la procedencia de la nave y sus desventuras. Todo el
mundo quería rendirle honores a la Reina de Saba, como bautizaron a Isabel, quizás con
ironía.

Luego de sepultar a su marido, Isabel Barreto no tardó mucho en encontrar reemplazante


y se casó con Fernando de Castro, sobrino del Gobernador de Filipinas. Los novios, en
la San Gerónimo reparada, zarparon hacia Acapulco, puerto al que arribaron en diciembre
de 1597.

Luego de casada, Isabel Barreto perdió el protagonismo que alcanzara por el trágico viaje.
Mientras ella, al parecer, se convertía en madre, Pedro Fernández de Quiroz viajó a Espa-
ña a reclamar los derechos para continuar las expediciones iniciadas por Mendaña, lo que
le fue concedido pese a las protestas de Isabel. El marino portugués intuía la existencia
de otro continente en la zona.

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Se sabe que las quejas de Isabel Barreto no fueron atendidas porque Quiroz continuó con
la búsqueda iniciada por Álvaro de Mendaña y porque la vida de esta mujer aventurera
desaparece de la historia oficial. Solo se sabe que viajó a España en 1607 y que algunos
años después regresó a Perú. Pero estos pasos fueron dados junto a su marido y se co-
nocen por las actividades de él.

No existe certeza de que tuviese hijos de alguno de sus dos matrimonios, pero si se sabe
que su marido fue nombrado gobernador de Castrovirreyna, en Perú, cargo que desempe-
ñó hasta 1620. Isabel falleció en esa ciudad el 3 de septiembre de 1622 y en su iglesia
mayor fue sepultada. En el testamento solicitó que sus restos descansaran en el convento
de Santa Clara, en Lima. Se desconoce si se cumplió su voluntad.

Para Saber más:

Hernández Velasco, Irene: La fascinante vida de Isabel Barreto, la almirante que fue la
Reina de Mares del Sur en el siglo XVI. BBC News Mundo - https://www.bbc.com/
mundo/noticias-49978447

Mellén Blanco, Francisco: Real Academia de la Historia - http://dbe.rah.es/biografias/


15487/isabel-barreto

García, Alejandro: Isabel Barreto, la reina de Saba de los mares del sur- https://www.jo-
tdown.es/2015/10/isabel-barreto-la-reina-de-saba-de-los-mares-del-sur.

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FRANCISCA ZUBIAGA,
LA MARISCALA

"Era de mediana talla y fuertemente constituida, a pesar de haber sido


muy delgada; su figura no era en verdad bella, pero, si se juzgaba por el
efecto que producía en todo el mundo, sobrepasaba a la mejor belleza.
Como Napoleón, el imperio de su belleza estaba en su mirada, cuánta
fuerza, cuánto orgullo y penetración; con aquel ascendiente irresistible
ella imponía el respeto, encadenaba las voluntades, cautivaba la admira-
ción. Su voz poseía un sonido sordo, duro, imperativo”.

(Flora Tristán, Peregrinaciones de una paria)

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Desde el nacimiento la vida de Francisca fue agitada. Antonio de Zubiaga, su padre, un
contador vizcaíno, viajó a caballo con su mujer embarazada desde la costa hacia el Cusco
para que ella, Antonia Bernales, diese a luz en su ciudad natal. No alcanzaron a llegar. La
niña nació en Anchibamba, en el distrito de Oropesa, el 11 de septiembre de 1803.

Educada en el estricto protocolo religioso de su época, Francisca sintió a muy temprana


edad su vocación religiosa y en 1815 ingresó a un convento para convertirse en monja.
Pero tomó tan en serio los rigores del claustro que su salud se resintió, poniendo en peli-
gro su vida. Abandonó los hábitos cinco años después.

Justo en esa época la fiebre libertadora afectaba al Perú, como a toda América Latina, y
don Antonio, por razones que la historia no ha revelado, regresó a la madre patria dejando
a sus hijas en manos de su madre. Pero las tres hijas del matrimonio no soportaban el tra-
to que les daba su madre y buscaron refugio en el Monasterio de la Encarnación, se supo-
nía que hasta el regreso del padre.

Francisca decidió otra cosa y se vinculó sentimentalmente con el Prefecto del Cusco, ge-
neral Agustín Gamarra, quién la aventajaba en casi veinte años. Dicen que en la decisión
de la muchacha, por sobre el amor, primaron las ansias de poder y el deseo de abando-
nar la monótona vida conventual. Se casaron en Zurite, en 1825, después de que el hom-
bre la sacara a la fuerza del convento, ante la oposición de las monjas de entregarla en
matrimonio sin la autorización paterna.

Ese mismo año llegó al Cusco el Libertador Simón Bolívar y Francisca participó activa-
mente en su recepción, al extremo de ser elegida para que le ciñera una corona de pie-
dras preciosas, que el mujeriego Bolívar no dudó en depositar sobre la frente de la mu-
chacha, con la que bailó durante casi toda la velada. Con el paso del tiempo, entre ambos
se desarrolló algo más que una desinteresada amistad, lo que desencadenó potentes ce-
los en el marido. Nació en él un odio enfermizo.

Algunos años después, en 1828, Antonio José Sucre le escribe a Bolívar:

Antes de que olvide, le diré que Gamarra es acérrimo enemigo de usted; pro-
curé indagar los motivos, y por un conducto muy secreto, supe que sobre su
aspiración a la Presidencia, añadía como pretexto que, habiéndole hecho tan-
tos obsequios en el Cusco, le enamoró la mujer; que esta misma se lo ha di-
cho... Aunque doña Pancha es muy buena pieza y que realmente ha hecho
esta declaración, no sé la verdad.

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Muy pronto las ambiciones de poder de Francisca comenzaron a ser satisfechas. Su mari-
do ascendía en grado y en influencias en el ejército libertador y ella, cuando era designa-
da, asumía el poder transitoriamente en la antigua capital del incanato, imponiendo su vo-
luntad. Se rodeó de una cohorte de incondicionales y aduladores que la informaban de
todo lo que ocurría en la ciudad y sus alrededores. Se paseaba vistiendo el uniforme de
húsares y cabalgaba como un hombre, llevando siempre en la mano una fusta. Vestida de
este modo, en muchas oportunidades acompañó las expediciones de su marido, que in-
tentaba poner orden en un país en el que los caudillismos locales causaban serios trastor-
nos al gobierno central.

Se cuenta que en una oportunidad, cuando Gamarra estaba ausente y ella mandaba en el
Cusco, un batallón de infantería se sublevó. Francisca no dudó en cabalgar hasta esa uni-
dad y arrojando monedas de plata a los sublevados les gritó:

─¡Cholos, ¿ustedes contra mí?!

Los rebeldes, confundidos y atemorizados no dudaron en deponer su actitud y terminaron


coreando:

─¡Viva nuestra patrona!

La escritora peruana Clorinda Matto (1852-1909), cuando algunos años después escribió
sobre ella aseguró: “Esa mujer fue mucho hombre”.

Agustín Gamarra llegó a la presidencia del Perú y fue nombrado Mariscal. De ahí el título
con el que se conoció a su mujer, que según comentan cronistas de la época, fue la ver-
dadera gobernante. Entre los planes prioritarios del nuevo presidente estaba el expulsar
de Alto Perú, actual Bolivia, a los ejércitos de la Gran Colombia, patrocinada por Bolívar.
Los peruanos no querían pertenecer a esa confederación y se sentían muy vulnerables al
estar rodeados por ellos. Al final, después de algunas batallas en las que participó la Ma-
riscala, se logró la paz con la Gran Colombia y, con el pretexto de poner orden, Gamarra
se empeñó en anexar al Perú los territorios, ahora bolivianos. Apoyado por la mayoría de
los altiplánicos, logró su propósito y consiguió invadir casi por completo el nuevo país.
Pero Bolívar no lo aceptó y fue nuevamente a la guerra. Al final del conflicto, Bolivia con-
servó su independencia y su territorio, surgió Ecuador como república y el mapa de la
zona se modificó.

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Mientras Gamarra combatía, las espaldas políticas se las cuidaba su mujer, aunque no las
románticas, porque en esa Lima pacata se murmuraba que, en ausencia de su marido,
ella recibía con frecuencia visitas en su lecho.

En una ocasión ella supo que un joven militar se ufanaba de haber compartido sus favo-
res. Citó a varios compañeros del atrevido para que ratificaran el comentario y luego los
invitó a cenar junto al bocón. En medio de la cena y con mucha calma, le preguntó:

─¿Es verdad que usted anda diciendo que yo he sido su amante?

El afectado, paralogizado, no supo qué responder. Dos negros dejaron su espalda al aire
en la que ella dejó caer varios golpes con su fusta, hasta que perdió el conocimiento.
Todo en presencia de los otros oficiales. Quedó en claro que una cosa era yacer con ella
y otra muy distinta, vanagloriarse de ello.

A raíz de este episodio y de otras reacciones violentas que tenía con frecuencia, algunos
han llegado a afirmar que estaba afectada de algún tipo de neurosis, con atisbos de epi-
lepsia, lo que la llevaba al descontrol durante sus arrebatos. Fuera como fuese, era una
mujer temida.

Aprovechando su posición y utilizando personas de su confianza para que fuesen la cara


visible, desarrolló varios negocios, entre ellos el estanco de la harina. En 1831 su esposo
partió a Bolivia para enfrentar una asonada, dejando como vicepresidente a Antonio Gu-
tiérrez de la Fuente, que intentó terminar con este monopolio. Francisca, acusándolo de
querer derrocar al presidente, encabezó una rebelión que persiguió a Gutiérrez hasta obli-
garlo a embarcarse en El Callao. Y el estanco de la harina continuó en sus manos.

Sus contemporáneos aseguran que como enemiga era de temer, pero que cuidaba a sus
tropas como si fuesen sus hijos, esos que nunca tuvo. Se preocupaba de que estuviesen
bien alimentados y para los enfermos y heridos era el ángel de la guarda.

Rivalizó con Manuelita Sáez por el corazón de Bolívar y para enemistarlos, se cuenta que
dejó un arete en la cama del Libertador, sabiendo que su rival lo encontraría. Es imposible
asegurar la veracidad de este episodio, pero que las dos mujeres se cruzaron alguna vez
en Lima, de eso no cabe duda y seguramente no se querían.

Cuando gobernó, Gamarra decididamente ignoró la Constitución e impuso muchas medi-


das que no fueron del agrado de todos, lo que por supuesto le generó enemigos políticos
y una seguidilla de intentos por derrocarlo. Francisca sabía que su suerte estaba ligada a

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la de él, por lo que se esforzaba por apoyarlo. La mujer era los ojos en la espalda de su
marido, siempre atenta a lo que ocurría en su entorno.

Varias veces recorrió distintas ciudades del país buscando apoyo para él o por conocer lo
que ocurría en otros rincones del extenso Perú. En una oportunidad, cuando se encontra-
ba en Arequipa, se inició una rebelión. Los amotinados se dirigieron al lugar en el que se
alojaba para tomarla como rehén. Francisca, avisada oportunamente, saltó por una venta-
na posterior del segundo piso al patio vecino y huyó. Se refugió en el convento de Santa
Catalina, desde donde las monjas la ayudaron a escapar vestida de sacerdote. Pero no
consiguió evitar su captura; en El Callao la esperaban para detenerla. La rebelión había
triunfado.

Si bien es cierto que Gamarra estaba consciente de la importancia de su mujer en los


asuntos de Estado, no le bastaba con que solo le cuidase las espaldas políticas. También
necesitaba a alguien que no lo expusiera al ridículo con sus aventuras libertinas. Aburrido
de acallar rumores, en el último tiempo había decidido alejarse de ella. Pero la caída de
uno, fue la de ambos. El triunfo de la rebelión obligó al presidente a huir a Bolivia y Fran-
cisca, que estaba indisolublemente atada a su destino, quedó sin protección. En esas
condiciones fue presa fácil de sus opositores, que se ensañaron con ella. La prensa local
se llenó de adjetivos injuriosos y muchos pedían su cabeza. Se referían a ella como “mu-
jerzuela” o “su pestilencia” o “esa hidra horrible”. También la nombraron “Mesalina Empe-
ratriz de Guatanay”. No faltaron epítetos para denigrarla.

Acorralada y con su vida en peligro, muy pronto tuvo que abandonar el Perú. Buscó refu-
gio en Chile, adonde llegó en un barco inglés, en 1834. A bordo de ese barco se encontró
con Flora Tristán, la escritora feminista, socialista y abuela del pintor francés Paul Gau-
guin, que en su libro Peregrinaciones de una Paria escribió la descripción que encabeza
esta crónica.

Así publicó, lacónico, el diario “El Telégrafo” del 19 de junio de 1834, la noticia de su parti-
da:

Bergantín inglés “Guillermo Ruston”, procedente de Islay, conduce de pasaje-


ros a doña Francisca Zubiaga y don Bernardo Escudero con destino a Valpa-
raíso. La nave queda incomunicada hasta resolución del supremo gobierno.

Francisca Zubiaga de Gamarra, La Mariscala, la mujer fuerte del Perú, repudiada por par-
te del pueblo que en algún momento la adoró, carente de recursos, enfermó de tuberculo-

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sis y falleció el 8 de mayo de 1835 en Valparaíso. Como una muestra postrera del amor y
la admiración que sentía por su marido, antes de morir dispuso que le sacaran el corazón
y se lo enviaran.

Se dice que cuando falleció el mariscal, en 1841, sobre su ataúd descansaba el ánfora
con el corazón de su mujer.

Para saber más

Universidad de Nottingham: Sede Reino Unido: Género de la independencia latinoamericana- Fran-


cisca Zubiaga y Bernales de Gamarra.

https://www.nottingham.ac.uk/genderlatam/database/PersonDetails.php?PeopleID=271

Consultado agosto 2020.

Tamariz Lucar, Domingo: Diario El Peruano – 02/10/16. La Mariscala o la seducción del poder.-
https://elperuano.pe/noticia-la-mariscala-o-seduccion-del-poder-46135.aspx

Consultado agosto 2020

Nuñez, Claudia: De armas tomar: La vida de Francisca Zubiaga y Bernales antes de la presiden-
cia- Academia edu.- ttps://www.academia.edu/26468660/De_armas_tomar_La_vida_de_Francis-
ca_Zubiaga_y_Bernales_antes_de_la_presidencia

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JUANA AZURDUY
UNA FAMILIA EN GUERRA

¿Qué justicia proclamáis si continuáis esclavizando


y excluyendo a la mujer de todo ideal?

Frase atribuida a Juana Azurduy

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En la lucha por la independencia de Latino América no existe otro ejemplo de patriotismo
como el de este matrimonio altoperuano que lo entregó todo por la causa. Manuel Padi-
lla y Juana Azurduy dieron muestras de heroísmo que van más allá de lo que un ideal
puede exigir a sus defensores.

Manuel Ascencio Padilla nació en 1774, en el poblado de Chipirina, que en esa época
pertenecía al virreinato del Perú. Pasó su infancia en el campo, en permanente contacto
con los indios que trabajaban para su padre o que vivían en los alrededores. Muy joven se
enroló en el ejército del virrey, participando en la represión al levantamiento indígena diri-
gido por los hermanos Catarí. Fue testigo del ajusticiamiento de Dámaso Catarí, hecho
que lo marcó profundamente. Ese instante representó la ruptura total con el sistema virrei-
nal, que pretendía mantener sometidos por la fuerza a los aborígenes.

Decepcionado, se retiró del ejército e ingresó a estudiar leyes en la Real y Pontificia Uni-
versidad Mayor de San Francisco Javier de Chuquisaca. En esa localidad conoció a Jua-
na Azurduy, una mestiza nacida en 1780, cuyos padres, ella india y él español, fallecieron
cuando era pequeña. Fue educada por las monjas en un convento de su ciudad. Enamo-
rado, Manuel abandonó los estudios para casarse en 1805.

Alto Perú, la zona comprendida por el sur de la actual Bolivia y el norte de lo que hoy es
Argentina, era un hervidero de conflictos indígenas que combatían por la emancipación.
Estimaciones hablan de más de cien caudillos que dirigían huestes para luchar contra los
terratenientes y los empresarios mineros, españoles o realistas, que los explotaban sin
miramientos. La región, distante de las dos fuentes de poder del imperio español, Lima y
Buenos Aires, era campo propicio para que los aborígenes fueran tratados como esclavos
por patrones inescrupulosos que se amparaban en la lejanía para cometer sus abusos.

En 1809, cuando Manuel Padilla se desempeñaba como alcalde pedáneo en la localidad


de San Miguel de Matamoros, fue conminado por el gobierno de Lima a proveer de víve-
res al ejército enviado para combatir contra los indios rebeldes y una junta de gobierno
conformada, a espaldas del poder central, en Chuquisaca. Padilla se negó a cumplir,
apostando al triunfo de los insurrectos. Pero se equivocó. La junta fue derrotada y él se
vio obligado a huir hacia los montes, buscando refugio entre los indígenas. Como repre-
salia, el gobierno de Lima le confiscó todos sus bienes, incluidas sus propiedades. Mien-
tras permanecía sumergido en la clandestinidad, ocultó a su mujer y a sus cuatro hijos en

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su antigua hacienda, donde lograron mantener el anonimato gracias a la colaboración de
los indios.

Un año después, en Buenos Aires los patriotas organizaban la Primera Junta de Go-
bierno, proclama que fue poco a poco extendiéndose por todo el territorio de lo que hasta
entonces era el Virreinato del Río de la Plata. En septiembre Cochabamba se plegó a los
patriotas. Padilla fue nombrado comandante del regimiento formado para defender Chu-
quisaca, Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra. Apoyado por dos mil indios con los que,
junto a su mujer, formó un escuadrón llamado Los Leales, se plegó a las tropas de Este-
ban Arce, consiguiendo una importante victoria en la batalla de Aroma.

Pero los oficiales que enviaban desde Buenos Aires no estaban preparados para combatir
en el territorio hostil de Potosí y Cochabamba. Además, menospreciaban a los indígenas,
utilizándolos como animales de carga más que como combatientes. Padilla sentía que esa
situación era injusta, que en nada cambiaba el trato que sus aliados recibían antes, y por
ello tuvo varios enfrentamientos verbales con los bonaerenses.

Así como él se sentía incómodo en ese ambiente, Juana, su mujer, estaba impaciente en
la reclusión forzada criando a sus hijos. Al igual que muchas otras damas, decidió que su
lugar estaba en el frente y se unió al general Belgrano, que la recibió más por cortesía
que por pensar que podría ser un aporte en el combate. Se equivocó rotundamente. Jua-
na Azurduy, apoyada en sus Leales, mostró más decisión y entereza que cualquier hom-
bre en el combate, luchando mano a mano contra los realistas y mostrando tanto valor
que Belgrano, impresionado, le regaló su sable al momento de nombrarla teniente coronel
del ejército republicano.

Pero los oficiales enviados desde Buenos Aires, que por el camino reclutaban soldados
sin ninguna preparación, cometieron errores estratégicos que les significaron una seguidi-
lla de derrotas.

Por otra parte, los muchos caudillos de la zona que luchaban por la emancipación eran in-
capaces de ponerse de acuerdo para lograr la unidad necesaria y combatir como un solo
ejército. Estas disputas intestinas, además de los desacuerdos con los soldados enviados
desde la capital del antiguo virreinato del Río de la Plata, convertían a cada batalla en una
derrota.

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Tanto así que Belgrano decidió retirar sus tropas hacia el sur, dejando sin apoyo a los lí-
deres locales, que continuaron luchando solos contra los realistas.

Mientras Manuel luchaba en un sector, Juana combatía en otro, ambos contra las tropas
virreinales y la adversidad. Después de un largo tiempo de separación forzada por la gue-
rra, el matrimonio logró reunirse en Potosí el 13 de mayo de 1813, cuando las tropas, diri-
gidas por el general Eustoquio Díaz, entraron en esa ciudad.

Entonces el matrimonio inició una guerra de guerrillas en contra de los virreinales, a los
que combatieron mediante emboscadas en las cercanías de varios pueblos de Alto Perú
como Yamparaez, Mojotoro o Tarabuco.

En estas instancias fue cuando se produjo la mayor tragedia de los Padilla- Azurduy y
para la que existen dos versiones.

La primera dice que los cuatro hijos del matrimonio cayeron en manos realistas que, en
venganza por las derrotas y las muertes que sus obstinados enemigos les infringieran a
sus tropas, asesinaron a los dos hijos varones. Manuel y Juana, enterados de esta vileza,
se lanzaron a ciegas al rescate de sus hijas. Lo consiguieron, pero las niñas estaban tan
maltratadas que fallecieron a los pocos días.

La otra versión habla de que las tropas leales al matrimonio fueron cercadas en la selva,
quedando por mucho tiempo sin fuentes de aprovisionamiento. Los adultos a duras penas
lograron sobrevivir, pero no así lo niños, que habrían muerto de hambre.

Sea cual sea la verdad, la historia o la leyenda nos cuenta que Manuel Ascencio Padilla y
sus mujer, ciegos de odio, se lanzaron en una lucha casi suicida en contra de los realis-
tas, a los que les infringieron muchas derrotas.

Mientras esto acontecía en Alto Perú, desde Buenos Aires enviaron a un tercer ejército di-
rigido por José Rondeau, que manteniendo la altanería que había caracterizado a la ma-
yoría de los oficiales provenientes desde la capital, envió a Padilla a Chuquisaca para
combatir a los indios chiriguanos, que supuestamente se habrían sublevado contra el go-
bierno de Buenos Aires.

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La verdad era que se trataba de un ardid, porque Rondeau no confiaba en las tropas origi-
narias de la zona ni en sus caudillos. Su intención no fue otra que distraer a su aliado,
mientras él se enfrentaba contra las tropas de Lima. El resultado fue otra penosa derrota
para los independentistas en Sipe Sipe, en noviembre de 1815.

Entonces el comandante derrotado se acordó de su colaborador y apeló a la buena volun-


tad de Padilla para que le cubriera la retirada, lo que el patriota hizo, no sin antes enviarle
una carta en la que, enfurecido, le enrostraba todo su malestar por las constantes humilla-
ciones a que eran sometidos los combatientes locales por estos señoritos bonaerenses,
que una y otra vez caían derrotados.

Después de esta contundente derrota, Rondeau regresó a Buenos Aires, dejando el espa-
cio para que aparezca en escena José de San Martín, quien decide cambiar la estrategia
para conquistar el virreinato de Lima. Opta por ayudar a O´Higgins en la liberación Chile y
atacar en conjunto, por mar, al Perú. Con este cambio de planes, dejó una vez más a las
tropas informales de Alto Perú luchando solas y sin recursos, porque todos los medios
disponibles fueron canalizados en esta nueva aventura.

Rebosantes de patriotismo y seguramente de odio por lo que le habían hecho a sus hijos,
Manuel y Juana continuaron combatiendo contra el poder del virreinato, pero las constan-
tes disputas entre los líderes de los grupúsculos en los que se fraccionaba la resistencia
hicieron que cada día les resultase más difícil mantener a raya a los realistas.

Uno a uno van sucumbiendo los caudillos y Manuel Ascencio Padilla no es la excepción.
Cae en un enfrentamiento cerca de la localidad de La Laguna, hoy llamada Padilla. Su ca-
beza es cercenada e instalada en el extremo de una lanza para ser exhibida como escar-
miento.

Juana estaba embarazada de su quinto hijo cuando se enteró de la noticia. Con sus pro-
piedades confiscadas y perseguida por los enemigos, no le quedó otro camino que ampa-
rarse en las huestes de Martín de Güemes, otro guerrillero, hasta que éste también cayó
en combate.

36
Desesperanzada, se refugió junto a su única hija sobreviviente en la región de Salta.
Cuando en 1825 se declaró la independencia de Bolivia, la visitó el libertador Simón Bolí-
var, quien aseguró: 

“Este país no debiera llamarse Bolivia en mi homenaje, sino Padilla o Azurduy, porque
son ellos los que la hicieron libre”.

Juana de Azurduy reclamó en varias oportunidades la devolución de las propiedades con-


fiscadas a su marido, único bien que poseía para poder sobrevivir, pero la inestabilidad
política de la naciente república hizo que las promesas hechas por un gobernante no
fuesen respetadas por el siguiente.

En esta espera se le fue la vida a la aguerrida mujer, que murió en Jujuy, en la miseria, a
la edad de ochenta años. Fue enterrada en una fosa común, previo pago de un peso que
donó algún vecino.

Un siglo después de sus heroicos actos, los Padilla-Azurduy fueron reconocidos en su


país, que sólo hace poco tiempo está pagando la deuda histórica que tenía con la memo-
ria de este matrimonio que lo dio todo por la independencia de Bolivia.

Para saber más

Museo Histórico Nacional de Argentina: Juana Azurduy: la Revolución con olor a jazmín-
https://museohistoriconacional.cultura.gob.ar/noticia/juana-azurduy-la-revolucion-con-olor-a-jazmin/
Consultado agosto 2020.

Pignatelli Adrián: Juana Azurduy, la heroína que se jugó la vida por la independencia y murió olvi-
dada – Infobae- https://www.infobae.com/sociedad/2020/07/12/juana-azurduy-la-heroina-que-se-ju-
go-la-vida-por-la-independencia-y-murio-olvidada/ Consultado agosto 2020

Pigna, Felipe: Juana Azurduy, amazona de la libertad. El Historiador- https://www.elhistoriador.co-


m.ar/juana-azurduy-amazona-de-la-libertad/ Consultado agosto 2020.

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MARTINA CHAPANAY,
BANDOLERA CUYANA

“Fue la gaucha-gaucho, la mujer-hombre, arrojada y valiente.


Fue la gaucha rebelde que se convirtió en mujer samaritana.
Fue la gaucha cerril que se convirtió en santa gaucha.
Fue el gaucho de la región andina y de la travesía.
Martina Chapanay fue expresión del valor y capacidad de la mujer de la travesía”.

José Casas.

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Sobre Martina Chapanay, en Argentina, se han escrito novelas, ensayos y poemas. Se
han filmado películas y representado obras de teatro. En su honor hasta se puede escu-
char en YouTube una cueca sanjuanina interpretada por los Trovadores de Cuyo.

Su supuesta tumba, en la localidad de Mogna, pueblo ubicado a 120 km al norte de San


Juan, es objeto de peregrinación y los campesinos del sector le atribuyen milagros, como
rescatar ganado perdido, arreándolo de vuelta donde sus dueños y esfumándose cuando
los ve a salvo.

Pero como ocurre con muchos personajes que surgen espontáneamente (sobre todo en
zonas rurales remotas en las que la soledad abre la imaginación para dejar un generoso
espacio a las leyendas) y que por sus actos se arraigan en la cultura popular, el mito se
confunde con la realidad y abundan las versiones sobre sus orígenes, sobre su vida y
obra, sobre su muerte y el sitio en el que descansan sus restos. Los “dicen que” o “me
contaron que” inician la construcción de múltiples personalidades a partir del ser humano
que les dio vida. Y en este caso los “dicen que” son abundantes e inevitables. También
los “casi”. Porque casi nada es certero, casi ninguna verdad es definitiva, casi toda su vida
tiene un episodio alternativo.

Buscando una línea, partiremos diciendo que Martina nació hacia 1800 ―otros dicen que
en 1811―, en Lagunas de Guanacache, humedales cuyanos que desparecieron con la
construcción de una represa. Sobre sus padres, la versión más difundida nos explica que
era la única hija, mestiza, de Ambrosio Chapanay, cacique huarpe, y de Teodora Gonzá-
lez, una huinca posiblemente cautiva que murió cuando la niña era pequeña.

Martina se crió en el campo, montando a caballo, cazando con honda o con boleadoras.
Además manejaba el facón con destreza, maniataba y sacrificaba animales, corría y na-
daba con gran agilidad. Sabía seguir un rastro y ubicar ganado perdido.

Hasta que su padre decidió que no era la vida que quería para ella y la entregó a la seve-
ra institutriz Clara Sánchez, de la ciudad de San Juan, para su educación formal. Pero la
rebelde jovencita nunca toleró ni el encierro ni los reglamentos.

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Algunos dicen que en casa de la señora Sánchez conoció al bandido Cruz Cuero, otros di-
cen que éste nunca existió y que fue una creación del escritor decimonónico Pedro Echa-
güe, pero lo concreto es que huyó y se perdió entre los indios huarpes que vivían en la re-
gión y desde ahí inició una vida de bandidaje, a veces a cargo de sus propios montone-
ros, otras uniéndose a otros líderes.

Algunos cuentan que Martina colaboró como chasqui con San Martín en la preparación
del cruce de Los Andes, aunque no hay vestigios de que haya participado en la travesía
hacia Chile.

Lo que sí se sabe es que luchó al lado de Facundo Quiroga, de Nazario Benavidez y del
Chacho Peñaloza, míticos caudillos que pelearon en la guerra civil que por años asoló a
una Argentina, dividida en múltiples bandos, que buscaba una forma de gobierno y de di-
visión política para el país.  

Las descripciones, normalmente generosas cuando el pueblo las hace de sus ídolos, ha-
blan de que era una hermosa mestiza de piel canela, de ojos y pelo negros, menuda de
cuerpo, aunque musculosa y ágil de mente. Poseía además una mirada inquisidora y un
carácter dominante que le permitió mantener a raya a los pretendientes que ella no ele-
gía. Marcos Estrada, uno de sus biógrafos, la ve como mujer brava, curtida por el desierto
de días calurosos y noches congeladas, y endurecida tanto en las batallas como por la
presencia constante de la muerte.

Vestía de gaucho, con chiripá, casaca, poncho, además de calzar botas de potro y portar
en su mano el rebenque; por eso sus enemigos la describían como amachada. Domingo
Faustino Sarmiento la llamaba despectivamente “la marimacho”. Ella lo desmentía llevan-
do a su lecho a todo hombre que le atrajera. Al parecer, indómita como era, nunca tuvo
una relación amorosa estable, lo que provocaba habladurías y rechazos en la sociedad
pechoña de la época. Tampoco se le conocieron hijos.

La leyenda cuenta que le llamó la atención un cautivo gringo y lo llevó a su cama. Cuando
Cruz Cuero, por entonces su amante, se enteró de lo que ocurría, la golpeó y mató al grin-
go de un balazo. Ella no dudó en atravesar a su compañero de tantas jornadas con la lan-
za. También se cuenta que cuando le gustaba un prisionero, se lo llevaba a su tendal y le

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pagaba sus favores con la libertad. Parece que en lo que se refería a sus pasiones amo-
rosas, nadie podía imponerle una conducta.

Deprimida por el asesinato de Facundo Quiroga, decidió regresar a sus raíces pero se en-
contró con que las tierras en las que ella naciera estaban devastadas. El gobierno central
había ordenado la reubicación de los pocos huarpes que sobrevivieron al reclutamiento
forzoso, esos que no alcanzaron a huir hacia la sierra y prácticamente su pasado había
desaparecido. Durante un tiempo meditó en su terruño natal sobre el futuro y decidió que
el único camino que le quedaba era continuar en lo que venía haciendo.

Durante varias décadas Martina Chapanay luchó por sobrevivir y por imponer una mayor
justicia, ya fuera dirigiendo a sus propios grupos, ya aliándose con otros para combatir por
lo que consideraba justo. Convertida en el Robin Hood de la pampa, robaba a los ricos
para repartir a los pobres. Incluso se dice que asaltó iglesias para quitarles sus riquezas.
Consideraba que Dios no necesitaba de esas joyas que para los pampinos pobres podían
convertirse en alimentos y ropas.

En algún momento se hartó de esta vida nómada y marginal. Perdonada por la autoridad


por sus andanzas y ya con algunas canas tiñendo las sienes, consiguió un trabajo como
policía en San Juan. Otros dicen que fue sargento mayor del Ejército Nacional. En cual-
quier caso, en ese momento estuvo del lado de la ley.

También se dice que mientras desempeñaba este cargo se encontró con Pablo Irrazábal,
el hombre que, rompiendo un pacto, asesinó al Chacho Peñaloza y a sus cercanos, y ella
lo retó a duelo. Él eligió la espada, arma que creía dominar, pero la leyenda asegura que
Irrazábal, literalmente cagado de miedo frente a las primeras estocadas de Martina, se re-
tiró del lance, de la ciudad y se perdió para siempre en la vergüenza.

Al parecer sus últimos años los pasó trabajando como baqueana y rastreadora. Murió en
1874, según una versión en Mogna, otra afirma que en Zonda. Están los que dicen que fa-
lleció de vieja junto a sus perros, otros que la mordió una serpiente y algunos aseguran
que la atacó un puma.

Se cuenta que quien recibió su última confesión fue el cura Elacio Bustillos, a quién le en-
tregó las reliquias religiosas que guardaba como recuerdos de sus andanzas como asal-
tante. Él, después de perdonarla, la habría sepultado al pie de un algarrobo, en un costa-
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do de la Iglesia de Santa Bárbara, en Mogna, cubriendo su tumba con una laja blanca sin
ninguna inscripción, “porque todos saben quién descansa ahí”.

Hasta hoy es un lugar de peregrinaje para pedir los favores de Martina Chapanay, cuyana
valiente y generosa.

Como parte de la anécdota y que nos hace meditar respecto de las distintas trascenden-
cias de estos personajes míticos, contamos que, en la zona de San Juan, hasta hace po-
cos años a las niñas que mostraban comportamientos viriles, se las llamaba “Martina Cha-
panay”.

Para saber más

Fink, Nadia: Martina Chapanay, la bandolera indómita.- Diario la Tinta. https://latinta.com.ar/


2017/12/martina-chapanay-la-bandolera-indomita/ Consultado agosto 2020

Pastor, Viviana: Martina Chapanay, la venerada. Diario El Tiempo de San Juan - https://www.tiem-
podesanjuan.com/departamentales/2013/11/27/martina-chapanay-venerada-45098.html Consulta-
do Agosto 2020

Marín, Marta: Martina Chapanay, figur legendaria de las lagunas de Guanacache – Universidad
Nacional de Cuyo – Cuadernos del Celim N° 7-8. https://bdigital.uncuyo.edu.ar/objetos_digitales/
2848/marinpyc78.pdf

42
BLANCA ERRÁZURIZ
LA TORMENTOSA VIDA DE UNA NIÑA MIMADA

Doña Blanca Errázuriz. Imagen: Fine Art American

Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo.

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Napoleón Bonaparte

Una noche de 1919, el cine Olimpo de Viña del Mar estaba repleto de público expectante
por ver la película La mujer y la Ley, filmada y estrenada un año antes en Estados Unidos.
La cinta muda y en blanco y negro, dirigida por Raoul Walsh y protagonizada por Miriam
Cooper, Jack Connors y Peggy Hopkins Joyce, narraba un episodio de la vida real, acae-
cido el 4 de agosto de 1917, cuando una mujer asesinó de cinco balazos a su ex marido.
Este hecho pudo ser un crimen más si no hubiese sido porque ambos eran miembros de
la más rancia aristocracia neoyorkina. Aunque los lugares en los que ocurrieron los he-
chos y los nombres de los verdaderos protagonistas fueron cambiados para la historia fíl-
mica, en Chile todos sabían de quienes se trataba.

La dama que cometió el crimen era la chilena Blanca Elena Errázuriz Vergara, nieta del
multimillonario José Francisco Vergara, héroe de la Guerra del Pacífico, fundador de la
ciudad de Viña del Mar, también llamada la Ciudad Jardín, propietario de la Quinta Verga-
ra, una lujosa residencia en la que moraba junto a su familia y en la actualidad recinto en
el que desde hace sesenta años se realiza el Festival de la Canción de dicha ciudad.

¿Cómo se llegó a este fatal desenlace?

Blanca Errázuriz nació el 9 de abril de 1894 en la Ciudad Jardín. Su padre, que se había
casado con su madre en París, falleció de tuberculosis cuando ella era muy pequeña y su
abuelo materno decidió que tenía que recibir una formación europea. La enviaron a edu-
carse con las monjas de los Sagrados Corazones de Londres.

En 1910, durante sus vacaciones en Chile, conoció al magnate norteamericano John Lon-
ger de Saulles, quien viajó a Sudamérica para comprar caballos de polo, deporte que
practicaba y para el que mantenía un importante haras, del que vendía cabalgaduras a
otros deportistas.

Blanca se enamoró perdidamente de este hombre quince años mayor y vanos fueron los
esfuerzos que hicieron su madre y su abuelo para evitar que este matrimonio se concreta-
ra. La niña mimada salió con la suya y el 14 de abril de 1911 se casaron en París, para ra-
dicarse en Nueva York después de la luna de miel.

John de Saulles era un connotado empresario estadounidense que cargaba con una fama
de vividor, mujeriego y alcohólico. Famosas entre la aristocracia fueron las rupturas con

44
dos importantes herederas de su país a raíz de sus constantes infidelidades. Muy pronto
Blanquita se daría cuenta que todo lo que le habían advertido respecto a él, era verdad.

En diciembre de 1912, la joven fue madre de un varón al que bautizaron con el nombre
del padre. Ya durante el embarazo su marido comenzó con las salidas nocturnas, regre-
sando a los cabarets de Broadway, que conocía bien, pasando las noches en los brazos
de las más hermosas y onerosas coristas del ambiente artístico de Nueva York, del que
era habitué. Durante el día, tampoco el hombre aparecía mucho por casa, empeñado en
la campaña para la presidencia de la república del demócrata Woodrow Wilson, uno de
sus grandes amigos. Incluso cuando fue elegido para el cargo, Wilson lo nombró embaja-
dor en Uruguay, pero De Saulles lo rechazó, argumentando que prefería dedicarse a sus
negocios.

La vida para Blanca, acostumbrada a que se hiciera su voluntad, se convirtió en un in-


fierno.

Quizás como una manera de vengarse o de hacerle saber a su marido que ella también
podía tener vida propia, ingresó en una academia para aprender a bailar tango, danza de
moda en la época, en la que el instructor era un italiano, llegado poco antes en la tercera
clase de una nave. Su nombre, Rodolfo Giugliemi.

Él se convirtió en el confidente de la desgraciada muchacha que se resistía a avisar a su


familia el drama por el que estaba pasando. Su orgullo se lo impedía, aunque en Chile
algo sospechaban a raíz de las importantes sumas de dinero que ella, con frecuencia, so-
licitaba.

Según Emily W. Leider, la biógrafa de Giugliemi, no existe ninguna certeza de que Blanca,
cuya belleza se había convertido en mítica, tuviese algún romance con el bailarín, que, se
comentaba, estaba muy enamorado de ella. Aunque se sospecha que fue él uno de los
que le aconsejó que solicitara la anulación de su matrimonio.

En diciembre de 1916 la Corte Federal de Justicia concedió el divorcio. El marido quedó


convencido de que el italiano, al que creía amante de su mujer y que además atestiguó a
favor de ella, había sido el responsable de que las cosas llegaran a este fin. Utilizando sus
influencias políticas consiguió que lo arrestaran y casi consigue que lo expulsen, si no es
porque Giugliemi reunió el dinero para pagar una fianza de US$ 1.500, una fortuna para la
época.

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De vuelta en la calle, poco tardó en darse cuenta de que todas las puertas para trabajar
estaban cerradas para él en Nueva York. Convencido de que un enemigo como De Sau-
lles podía destruirlo definitivamente, tomó el único camino que vio y se trasladó a Los Án-
geles, California, donde, en un pueblito llamado Hollywood, una nueva actividad, el cine,
se estaba abriendo paso desde 1911. Cambió su apellido por Valentino y se transformó
en el máximo ícono de una época.

El fallo del divorcio le dio la tutela del niño mes por medio a cada uno de los padres. Al co-
mienzo todo marchó relativamente bien, pero luego John, amparado en sus influencias y
argumentando que sentía que su ex mujer no cumplía bien su labor de madre, comenzó a
dilatar las fechas para entregar el niño a Blanca.

El 1° de agosto de 1917 John, como ya lo hiciera antes, no entregó al pequeño a su ma-


dre, que en los días siguientes fue a buscarlo en reiteradas oportunidades. Pero su ex
marido siempre se negó, argumentando que el niño se encontraba resfriado. Anochecía el
sábado 4 de agosto cuando ella fue nuevamente por su hijo. Él la recibió en la puerta y
una vez más no lo quiso entregar. Blanca sacó un revólver y cuando él intentó arrebatár-
selo, le descerrajó cinco balazos. Veinte minutos después, John Longer de Saulles falle-
cía en el hospital del condado de Nassau.

Blanca Errázuriz se entregó sin oponer resistencia, fue internada en la cárcel de Mineola
acusada de asesinato en primer grado.

Pese a que en ese momento en Europa se desarrollaba la Primera Guerra Mundial, el


caso provocó tanta conmoción que alrededor de trescientos periodistas de Estados Uni-
dos y de otros países se acreditaron para seguirlo. Durante todo el tiempo que duró el
proceso la opinión pública estuvo informada. Incluso las marquesinas luminosas de algu-
nos periódicos, última tecnología en las que se daban a conocer las noticias más impor-
tantes del momento, varias veces resplandecieron con las novedades del caso.

Todo Estados Unidos opinaba y las mujeres, en su mayoría, le daban la razón a la asesi-
na. Incluso las sufragistas, que luchaban por obtener el derecho a voto entre otros benefi-
cios para las féminas, hicieron causa común con ella. Nadie permanecía indiferente.

En Chile, del crimen se tuvo conocimiento el día 7 de agosto y El Mercurio de Valparaíso


comenzó a seguir el caso día a día con las noticias que recibía por el cable submarino
que unía al país con el mundo.

Así decía la primera información publicada por ese medio:

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Las desavenencias del matrimonio De Saulles-Errázuriz tienen un trágico fin.
La señora De Saulles da muerte a su esposo.

Nueva York. 6 de agosto. La señora Blanca Errázuriz de De Saulles se pre-


sentó repentinamente ante noche (sábado 4) en la residencia de su esposo
John Lander De Saulles de quien estaba divorciada y lo mató de un balazo
como consecuencia de las muchas dificultades que había tenido con él por la
custodia de su hijo que, por disposición de la Corte Federal al conceder el di-
vorcio, debía corresponder a cada uno de los esposos en determinado periodo
del año.

Durante el juicio, Blanca fue defendida por uno de los más destacados criminalistas de los
Estados Unidos, Henry Uterhart (pagado por su familia, por cierto) quien estaba tan con-
vencido de la justicia de su causa, que llegó a anunciar que se retiraría de la abogacía si
lo perdía.

La mujer no estuvo sola durante el proceso. Su madre, Blanca Vergara de Errázuriz, una
dama de mucho carácter, viajó en vapor hasta Norteamérica y desde que arribó estuvo en
todo momento al lado de su hija.

El 1° de diciembre de 1917, el jurado compuesto por trece personas determinó, por unani-
midad, que Blanca Errázuriz no era culpable del parricidio. El tribunal la dejó en libertad.
Para el poder judicial norteamericano la decisión fue un fallo popular. Ninguna presenta-
ción ni ningún testigo lograron acreditar con certeza las facultades mentales perturbadas
que argumentó su defensa, pero una decisión tan categórica del jurado era inapelable.

No debemos perder de vista que, en ese momento, los Estados Unidos estaban recibien-
do una corriente inmigratoria particularmente fuerte. Muchos de los extranjeros que llega-
ban buscando el sueño americano, caían en manos de bandas inescrupulosas de tratan-
tes de blancas y otros eran víctimas de grupos que abusaban de la condición de desam-
paro de los recién llegados.

En la opinión pública existía la sensación de que era la oligarquía estadounidense la que


manejaba todos estos hilos, por lo que el fallo a favor de Blanca Errázuriz, por el hecho de
ser extranjera, no por su condición socioeconómica, que muchos desconocían, fue perci-
bido como una doblada de mano a los grupos de poder.

En Chile ocurrió a la inversa, entre la masa quedó la sensación de que los dueños del di-
nero podían comprar la justicia en cualquier lugar del mundo.

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Dejando en evidencia la inestabilidad emocional que fue su sino durante toda su existen-
cia, Blanca se estableció primero en San Francisco, California, donde obtuvo la tuición de-
finitiva de su hijo, al que le cambió el apellido por el de ella. Después viajó con él y su her-
mana Amalia, para establecerse durante un tiempo en Japón, país elegido sin un motivo
aparente. Finalmente regresó a Chile.

En diciembre de 1921 se casó en Santiago con Fernando Santa Cruz, con quien tampoco
pudo llevar una vida armónica y se separó. Convivir con otras personas fue siempre un
drama para Blanca Errázuriz. Al parecer era dueña de un carácter avasallador, heredado
de su madre, que le impedía entenderse con los demás. Jamás logró conservar amigos
desinteresados por mucho tiempo.

Una de las mujeres más hermosas de su época, dueña de una fortuna incalculable, no
pudo ser feliz. Terminó suicidándose en 1940, en su ciudad natal, cuando sólo tenía 46
años.

Para saber más.

HURTADO, Julio, Drama mudo en blanco y negro. El Mercurio de Valparaíso, 15 de Abril


de 2007-
http://www.mercuriovalpo.cl/prontus4_noticias/site/ar tic/20070415/pags/
20070415062040.html

FULLER, Alejandro: Personajes: Blanca Elena Errázuriz Vergara.


http://nuestros-antepasados.blogspot.cl/2010/10/blanca-elena-errazuriz-vergara.html

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JUANA MANSO,
EDUCADORA ARGENTINA Y FEMINISTA IRREDUCTIBLE

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Juana Manso gloria de la educación. Sin ella, nosotras seríamos sumisas,
analfabetas, postergadas, desairadas. Ella es el ejemplo, la virtud y el ho-
nor que ensalza la valentía de la mujer. Ella es, sin duda, LA mujer.

Juana María Gorriti - Escritora

Nació en Buenos Aires el 26 de Junio de 1819, en pleno período de inestabilidad política


en aquella América Latina que, a través de luchas fratricidas, buscaba su esquivo destino.
Su padre, un español llegado al Río de la Plata a fines del siglo XVIII y agrimensor de pro-
fesión, contrariando la que debió ser, por cuna, su inclinación política, se convirtió en un
ferviente partidario de la revolución independentista, espíritu que inculcó en su hija.

La niña recibió educación en la escuela para niñas de Montserrat, regentada por la Socie-
dad de Beneficencia, pero el compromiso político de su padre iba a marcar los caminos
que debería enfrentar en la vida.

Expulsados por Rosas, la familia debió exiliarse en Uruguay, donde Juana comenzó a im-
partir clases de francés y castellano. Las mismas madres de sus alumnas le sugirieron
abrir una escuela en la que les diera una instrucción más completa a las muchachitas
montevideanas. Así nació el Ateneo de Señoritas, que funcionaba utilizando un par de
piezas en la casona familiar, donde se educaban las niñas de la elite. Aunque también al-
gunas damas adultas, con inquietudes culturales, se matricularon para recibir los cursos.
Ahí se impartían conocimientos tan disímiles como aritmética y lecciones de moral, pasan-
do por canto, dibujo y gramática.

Juana, en esa misma época inició su carrera de poeta publicando, con diversos seudóni-
mos, como el de Mujer Poeta o Una Joven Argentina, en los periódicos El Nacional y El
Constitucional, ambos de tendencias opositoras al régimen de Rosas. También tradujo del
francés diversas obras para su edición en castellano.

Pero la vida era compleja en Montevideo, ciudad constantemente atacada por distintas
facciones que deseaban el control del pequeño país. En 1842 es sitiada por Manuel Ori-
be, en un acoso que duraría nueve años, durante los cuales la vida de los uruguayos fue
muy compleja. Los Manso deciden exiliarse en Brasil.

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Ahí Juana continúa escribiendo, pero el escaso dominio del idioma le impide hacer clases.
La situación económica ya era muy delicada; la pequeña fortuna que don José María
Manso había logrado reunir se escapaba por entre los dedos, cuando Juana recibe una
carta desde Montevideo invitándola a que regrese para que se haga cargo de una escuela
para niñas. Retorna a Uruguay con sus padres y vuelve a escribir poesía, junto con
un Manual para la Educación de Señoritas.

Los retratos que se conservan de Juana Manso la muestran como una mujer poco agra-
ciada, o tal vez fue su carácter fuerte, poco sumiso, lo que conspiró para que no pudiera
conseguir un mejor partido. Lo concreto es que se casó en 1844 con un violinista portu-
gués al que conoció en Brasil, Francisco de Saá Noronha, con el que tuvo dos hijas. Pero
el músico no destacaba por sus condiciones artísticas y los contratos escaseaban. Bus-
cando nuevos horizontes, viajaron a los Estados Unidos y Cuba donde tampoco aprecia-
ron las virtudes del artista. Claro que su permanencia en el país del norte permitió a Juana
conocer los sistemas educativos utilizados en esas latitudes.

Obligados por las privaciones, regresaron a Brasil donde ella, además de escribir algunas
obras de teatro que se presentaron con relativo éxito, funda el periódico, O Jornal das
Senhoras, en el que la moda, la literatura, el teatro, comparten espacio con artículos en
contra de la esclavitud, el racismo, o sobre la necesidad de emancipación de la mujer. Ahí
ella aprovecha de publicar, en forma de folletín de entrega periódica, su obra Los Miste-
rios del Plata.

Es en esta época cuando queda en evidencia que Francisco de Saá Noronha la había es-
cogido por interés. Cuando fallece don José María Manso, que mantuvo a la familia du-
rante toda la época de privaciones, el violinista la abandona junto a sus dos hijas. Por en-
tonces cae en Argentina el gobierno de Rosas y ella, sola, desmoralizada por la separa-
ción y triste por la partida de su padre, siente que puede volver a su patria.

En 1854, de regreso en Buenos Aires, funda el semanario Álbum de Señoritas, donde re-


pite lo que hiciera en Brasil. Pero la publicación no tiene éxito y debe cerrarla cuando sólo
habían aparecido ocho números. En los años siguientes se ve obligada a sobrevivir a du-
ras penas en compañía de sus hijas, hasta que en 1859, el escritor José Mármol le pre-
senta a Domingo Faustino Sarmiento, quien le consigue el puesto de directora en la Es-
cuela Normal Mixta N° 1. Sarmiento, muy contento con su desempeño, la elige para que

51
además se haga cargo de los Anales de la Educación Común, órgano creado para la difu-
sión de la política educacional.

Manso era una trabajadora inagotable. En 1864, con la escritora Eduarda Mansilla, publi-
can el semanario Flor del Aire, en el que ella se hace cargo de una sección que llama Mu-
jeres Ilustres de América del Sur, donde destaca a damas de espíritu revolucionario que
lucharon por la independencia de sus países. Escribió otra obra teatral, La Revolución de
Mayo de 1810 y un relato, Margarita, en el que pretende dejar al descubierto el cinismo de
las relaciones de pareja durante su época. También escribe una severa crítica a los go-
biernos de Latinoamérica por destinar pocos recursos a la educación. Lo titula La Escuela
de Flores.

Las ideas de Manso, con muchos contenidos aprendidos durante su paso por los Estados
Unidos, eran demasiado avanzadas para su época en una sociedad puritana como la bo-
naerense. La formación de los argentinos, muy influenciada por la iglesia católica, los ha-
cía mirar con malos ojos la educación mixta. Además ella se oponía al viejo adagio que
decía “la letra con sangre entra”. Su sistema priorizaba la reflexión por sobre los castigos
físicos. Para terminar de conseguir enemigos y molesta con la iglesia por la tenaz oposi-
ción a sus proyectos educativos, renuncia al catolicismo y se hace anglicana.

Juana se sentía respaldada por Sarmiento, que le confiaba más y más responsabilidades.
Le pide que continúe con las traducciones de escritores célebres y la insta a realizar acti-
vidades de difusión cultural. Aparte de todo esto se dio el tiempo, en 1862, para escribir
un manual de historia que tituló Compendio de Historia de las Provincias Unidas del Río
de la Plata, que se repartió en las escuelas.

Cuando Sarmiento es nombrado interventor en San Juan, queda sola en la capital luchan-
do contra todos aquellos que rechazaban la idea de las escuelas mixtas. Frente a la tena-
cidad con que defendía sus ideas y ausente su protector, la comenzaron a tildar de loca y
en cada conferencia que daba o debate que enfrentaba, era abucheada por un amplio
sector de los asistentes. Sintiéndose incomprendida, presentó la renuncia a su cargo.

El legado de Manso para la educación argentina es gigantesco. Mientras Sarmiento go-


bernó el país, fundaron 34 escuelas, con sus bibliotecas. Por iniciativa de ella se comenzó
a enseñar inglés, se regularizó un sistema de control de asistencia obligatoria a clases y

52
se comenzó a elegir a los directores de los centros educacionales por méritos, mediante
concursos públicos. Además impulsó un proyecto para la carrera docente en Buenos Ai-
res. En 1871 fue la primera mujer que integró la Comisión Nacional de Escuelas.

Pero la sociedad de su época no la supo valorar. Difamada reiteradamente en la prensa,


que utilizó las más grandes ofensas para descalificarla, su salud mental comenzó a que-
brantarse, lo que la arrastró a diversas dolencias físicas.

Muere en Buenos Aires el 24 de abril de 1875, cuando tenía 55 años. Sus restos reposan
en el cementerio de La Chacarita.

Para saber más

Hernández Vega, Gabriela: EDUCADORA JUANA PAULA MANSO


Precursora del feminismo en el sur del continente americano 1819 – 1875 – Revista
Historia Educación Latinoamericana- Vol 13 N° 17 – jul/dic 2011. http://www.scielo.or-
g.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0122-72382011000200014

Southwell Myriam: Juana P. Manso (1819-1875) - Perspectivas: revista trimestral de edu-


cación comparada (París. UNESCO: Oficina Internacional de Educación), vol. XXXV, n°
1, marzo 2005)- http://www.ibe.unesco.org/sites/default/files/mansos.pdf

Universidad de La Plata – Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Juana


Paula Manso (1819-1875)- http://www.fahce.unlp.edu.ar/biblioteca/noticias/juana-paula-
manso-1819-1875

53
ADA ROGATO,
NOVIA DE LOS CIELOS DE AMÉRICA

54
"No viajo por turismo.
Brasil es muy grande.
Es un país muy especial.
¡Quiero promover este país en todo el mundo!"

Ada Rogato

Pese a que uno de los grandes pioneros de la aviación fue Alberto Santos Dumont (1873-
1932), en Brasil, su país natal, no era una actividad que tuviese gran desarrollo y menos
aún entre el género femenino, siempre postergado por los hombres que creían que el co-
raje era patrimonio de lo masculino. Aun así existió una trilogía de brasileras que empuña-
ron el estandarte de la aeronáutica.

Por un tema más bien burocrático, dos se disputan el honor de haber obtenido el primer
brevet para una dama: Thereza de Marzo y Anésia Pinheiro Machado. Pese a que ambas
rindieron su examen del vuelo en solitario el mismo día, Thereza recibió la credencial N°
76 el 8 de abril de 1922 y Anésia obtuvo el documento N° 77, emitido al día siguiente.

Pero hoy nos ocuparemos de Ada Rogato, que obtuvo su brevet con posterioridad, pero
cuya trascendencia en la aeronáutica de su país y americana es muy destacada. Porque
existen personas dispuestas a renunciar a todo para poder entregarse a aquello que las
apasiona y Ada fue una de ellas.

A comienzos del siglo pasado, la mayoría de las latinoamericanas nacían con algo así
como una marca impuesta por la familia que decía “dueña de casa”. Y ese era el destino
que les esperaba. Ser buena esposa, buena madre, tejidos, bordados, la pintura y algu-
nas tertulias compartidas con la familia, llenaban una existencia en la que tampoco exis-
tían muchas más aspiraciones. Tal vez porque crecían en un ambiente que las obligaba a
resignarse a ese estilo de vida.

Ada nació en Sao Paulo el 22 de diciembre de 1910 como única hija del matrimonio de
emigrantes italianos formado por Guillermo Rogato y María Rosa Grecco. Recibió la típica
educación precaria para las mujeres de su época, enfocada a convertirla en una eficiente
esposa, madre y dueña de casa, hasta que sus padres se separaron y la niña se vio for-
zada a trabajar codo a codo con su madre para poder subsistir. Los conocimientos adqui-
ridos en el bordado, la costura y otras manualidades le permitían ganar unos pesos.

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Como además le fascinaba leer lo relacionado con la aeronáutica, sabía de modelos de
aviones, de travesías, de raid, de carreras de aeroplanos y de todo aquello que tenía que
ver con esta nueva forma de movilizarse por los aires.

Mientras muchas muchachitas brasileras elegían los hábitos para acercarse al cielo, ella
optó por ponerle alas a su vida. Con los pocos pesos que conseguía ahorrar de sus traba-
jos, se pagó el curso de piloto de planeador en el Club Aéreo de Sao Paulo, convirtiéndo-
se, en 1935, en la primera mujer de esta disciplina en su país y, al parecer, en Sudaméri-
ca. En 1936 continuó sus estudios hasta lograr el brevet de piloto.

Pero necesitaba generar recursos para seguir adelante con su aspiración, para lo que, en
1940 ingresó a trabajar como reemplazante en un puesto de mecanógrafa al Instituto Bio-
lógico (IB), dependiente del Ministerio de Agricultura. Logró conservar su puesto más allá
del plazo inicialmente previsto y en 1941 solicitó autorización para participar en la Semana
da Asa, un importante evento organizado por la Fuerza Aérea Brasileña (FAB), que se
realiza hasta nuestros días y que permite el acercamiento de la comunidad a las activida-
des propias de la FAB. Si hasta ese momento pudiésemos describir la pasión de Ada
como incipiente, a partir de ahí tomó una fuerza incontrolable.

Siguió el curso de paracaidismo, aprendiendo desde la técnica para doblar estos delica-
dos equipos y transformándose en la primera mujer que los cielos de su país vieron caer
colgando desde un gran hongo de tela.

En esta especialidad logró grandes proezas para su época. Durante su trayectoria se le


contabilizaron 105 saltos. Uno de ellos, en abril de 1942, en Río de Janeiro y en medio de
la expectación de miles de asistentes, entre los que se encontraba el presidente Getulio
Vargas, lo efectuó de noche junto a cinco varones. Realizó muchos saltos de exhibición,
ganó concursos y múltiples trofeos.

Y si de volar aviones se trata, lo hizo en muchos, tanto de procedencia norteamericana,


francesa, como fabricados en su país, participando en festivales aéreos, realizando acro-
bacias y aquellas “locuras” permitidas por las máquinas voladoras y su coraje.

Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, los desplazamientos aéreos sufrieron tras-
tornos, pero ella encontró una forma de colaborar y mantenerse activa, haciendo vuelos
voluntarios de reconocimiento a lo largo del litoral paulista. En su bitácora se registran
más de 210 de estas misiones.

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Finalizado el conflicto, en 1948 el Gobierno del Brasil se vio enfrentado a una agresiva
plaga de la broca del café, un coleóptero no más grande que la cabeza de un alfiler, que
provoca severos daños en los cafetales, afectando tanto la cantidad como la calidad de la
producción. La autoridades, siguiendo el ejemplo del uso de la aviación de otros países
para combatir pestes agrícolas, decidió pulverizar insecticidas desde el aire sobre las
plantaciones y por supuesto, Ada estuvo dispuesta a convertirse en la primera mujer en
pilotar aviones fumigadores en Brasil. Fue en esta actividad en la que sufrió el único acci-
dente de su carrera. En 1948 su avión capotó en el campo Chantebled, de la Compañía
Cafetera de Rio Feio, afortunadamente sin consecuencias demasiado graves para ella,
aunque la obligó a estar hospitalizada por un mes.

Pero esto no logró minar su entusiasmo y muy pronto estaba nuevamente empinándose
hacia los cielos, ya casi convertida en un mito viviente en su país, en el que realizó raid
promocionando la aviación civil a distintas localidades del interior, muchas veces sortean-
do serias dificultades y aterrizando en precarios aeródromos.

Cabe destacar que Ada era una solitaria. Casi todos sus vuelos, en especial los más rele-
vantes desde el punto de vista de las marcas que batió, los realizó sola, sin acompañan-
tes. Tampoco permitía la participación de terceros en la planificación de sus itinerarios y
se preocupaba personalmente de que los técnicos prepararan en forma adecuada la aero-
nave que pilotearía en cada oportunidad.

La década de los ´50 fue la más relevante en la trayectoria de esta dama del aire. Fue
cuando realizó sus mayores proezas:

─En 1950 inicia el ciclo de travesías que la harían famosa en todo el continente. Su pri-
mer desafío fue cruzar la Cordillera de Los Andes, a bordo de un avión de fabricación bra-
silera, el Paulistinha CAP-4, matrícula PP-DBL, cubriendo 11.691 kilómetros. Fue la pri-
mera brasileña en cruzar el macizo andino. Lo hizo después de visitar Paraguay, Uruguay
y Argentina, ingresando a territorio chileno por Puyehue. Una travesía en abril, en pleno
otoño, con la cordillera nevada y su primera escala fue en Osorno, para dirigirse luego al
aeropuerto de Los Cerrillos en Santiago.

Después de ser recibida por el presidente Gabriel González Videla, efectuó dos saltos de
exhibición en paracaídas, en el mismo aeropuerto de Los Cerrillos, convirtiéndose en la
primera mujer en realizar esta prueba en Chile.

57
─ El 5 de abril de 1951 despegó desde su natal Sao Paulo, en el Cessna PT-ADV, un mo-
nomotor de 60 HP, con una velocidad máxima de 160 km/h, para iniciar el que sería el
más importante raid de su carrera: El Circuito por las Tres Américas.

En un periplo de buena voluntad, llevando el saludo de su país a los demás del continen-
te, voló hacia el sur para hacer escala en Uruguay, continuó hacia Argentina cruzando Los
Andes a más de cinco mil metros de altura, desde Mendoza hasta Santiago de Chile. De
ahí continuó hacia el norte siguiendo la ruta del Pacífico, aterrizando en las capitales y
otras ciudades de todos los países de Sur, Centro y Norteamérica, para rematar en
Yukón, Alaska. Desde ahí inició el regreso por el Atlántico, para concluir en su ciudad de
origen el 27 de noviembre del mismo año. En total, aterrizó en 28 países, recorrió más de
51.000 kilómetros, enfrentando tormentas y otros fenómenos atmosféricos que pusieron a
prueba todas sus capacidades, pero que venció sin otros contratiempos que los propios
de este tipo de excursiones.

Pero le quedaban marcas por batir.

─En 1952, en el mismo Cessna, despegó desde Sao Paulo para dirigirse a La Paz, en un
vuelo complicado por la altura en la que se encuentra el aeropuerto de El Alto, ubicado
sobre los 4.000 mts. y considerado el más alto del mundo. En la época del vuelo de Ada,
el aire enrarecido por la falta de oxígeno representaba un problema adicional para las
aeronaves, sobre todo, las pequeñas, inconveniente que la aviadora superó sin mayores
inconvenientes.

Posteriormente realizó varias giras hacia el interior de Brasil, siendo la principal la que lle-
vó a cabo en 1956, por encargo del Gobierno de Sao Paulo, en la que visitó muchas capi-
tales estatales del Brasil, cruzando la selva amazónica en un audaz vuelo solitario y guia-
da solo por una brújula. Durante esta travesía de más de 25.000 kilómetros, aterrizó en lo-
calidades perdidas, carentes de pistas adecuadas, con el solo ánimo de conocer las reali-
dades de esas comarcas alejadas. En este viaje debemos aclarar que sí llevaba una
acompañante. A solicitud de las autoridades eclesiásticas de su país, viajaba con una
imagen de la Virgen de Aparecida.

El último de sus grandes periplos lo realizó en marzo de 1960, para volar hacia la Patago-
nia, última zona de América que le faltaba visitar y como siempre, lo hizo en solitario. Des-
pegó desde Piracicaba, en Sao Paulo, para llegar hasta Ushuaia, soportando vientos de
más de 80 kms y temperaturas de hasta -3°. En su vuelo de regreso visitó Bariloche, para

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luego cruzar hacia Chile, donde hizo escalas en Puerto Montt, Concepción y Santiago, an-
tes de retornar a su patria.

La vida de esta valerosa mujer continuó ligada para siempre a la aviación, quizás ya no
enfrentando desafíos tan riesgosos.

Sus últimos años los dedicó al Museo de Aeronáutica de Sao Paulo, que funcionaba en el
parque Ibirapuera. Ada era miembro de la fundación Santos Dumont, destinada a preser-
var el recuerdo del pionero y a apoyar el desarrollo de la aeronáutica, institución de la que
llegó a ser presidente. Durante su mandato visitaron el museo grandes celebridades, en-
tre los que se contó Neil Armstrong, antes de pisar la luna.

Pero desde el Gobierno central no existía mucho interés por preservar la historia de la
aviación brasilera y el museo fue deteriorándose por falta de presupuesto y terminó su-
cumbiendo, lo mismo que la salud de Ada Rogato, la insigne mujer que dedicó su vida a la
actividad aérea.

Falleció de cáncer el 15 de noviembre de 1986 y su cuerpo fue velado y homenajeado en


el museo que ella se esmeró por conservar, pero que fue cerrado poco después de su
muerte. Las colecciones fueron dispersadas en distintas instituciones y de muchas de
ellas se ignora su paradero.

Algo parecido ocurrió con los restos de la aviadora. Por razones desconocidas fueron
exhumados de su sepultura original y hoy descansan en la urna 368 del osario del cemen-
terio Santana, de Sao Paulo.

Claro que en vida Ada Rogato recibió múltiples honores en su país y en muchos de los
que visitó:

En Brasil fue la primera mujer en recibir la Condecoración Nacional al Mérito Aeronáutico,


con el grado de Caballero.

También recibió las Alas de la Fuerza Aérea Brasilera y el título de Piloto Honoris Causa,
en el grado de Caballero.

En Chile, fue condecorada con la Orden al Mérito Bernardo O´Higgins.

En Bolivia fue homenajeada con el Cóndor de Los Andes.

En Colombia, las Alas de la Fuerza Aérea Colombiana, por primera vez entregadas a una
mujer.
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E innumerables otros reconocimientos otorgados por distintas organizaciones por su apor-
te a la aeronáutica universal.

Dentro de las curiosidades, se destacan dos cachaҫa (aguardiente de caña) que se inspi-
raron en su imagen para el diseño de las etiquetas.

En el año 2000, Correos de Brasil emitió una colección de sellos homenajeando a las pio-
neras de la aviación y por supuesto está incluida Ada Rogato.

En el año 2011 la escritora Lucita Briza lanzo “ADA, mujer, pionera, aviadora” un libro so-
bre la vida de esta dama de los cielos.

Muchas calles, plazas y aeródromos en distintas ciudades de Brasil, inmortalizan a Ada


Rogato, una mujer legendaria.

Para saber más

Alarcón Carrasco, Héctor: Ada Rogato, el cóndor solitario. Chile Crónicas -https://
chilecronicas.cl/2011/12/20/ada-rogato-el-condor-solitario/

Miranda, Luis Eduardo- Rodrigues José: Mulheres Aviadoras, o Pioneirismo de Ada Rogato e
Seus Feitos Históricos na Aviação Brasileira.- http://www.engbrasil.eng.br/index_arquivos/Pa-
ge929.htm> - Acesso em outubro de 2018

Briza, Lucita: Ada, mujer, pionera, aviadora, C&R Editorial – Enero 2011.

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LEONOR ESGUERRA,
LA MONJA GUERRILLERA

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“Cuando yo veo los movimientos estudiantiles en Colombia y América, pienso que hay
una gran diferencia entre el momento que viví y el que se vive hoy en día. Ha habido un
avance, eso hay que rescatarlo y ponerlo en evidencia: estos jóvenes no están pensando
en la vía armada, lo han superado. La vía armada es una vía agotada, los estudiantes no
se dejaron permear por ideales de enfrentarse a la Policía y al Ejército. Esta juventud,
pienso, espero y confío, está un paso adelante, porque quizá las posibilidades que tiene
la sociedad civil de transformación son más amplias. En mi época, cualquier cambio había
que exigirlo a las malas”.

Leonor Esguerra, en entrevista del 2012

La década de los sesenta es de contradicciones. La Europa de la post guerra se recons-


truía al ritmo de los Beatles, mientras detrás de la cortina de hierro los países sobrevivían
bajo el imperio del terror que Kruschev había heredado de Stalin.

Al otro lado del Atlántico, los Estados Unidos se debatían entre un crecimiento económico
admirable, que cada vez lo hacía más apetecido como destino para los que buscaban la
felicidad que vendía el Paraíso Americano, y un hipismo que se resistía tanto a embarcar-
se en nuevas guerras como a trabajar.

Más al sur, en América Latina, se mantenían las diferencias sociales que se arrastraban
desde la colonia, pero ahora amenazadas por el castro-comunismo de Cuba, que se con-
virtió en un faro para muchos jóvenes que vieron en ese sistema el ideal para renovar las
anquilosadas estructuras. De ahí que se despertara una verdadera fiebre por fundar movi-
mientos guerrilleros, que, armados por Cuba con armas proporcionadas por la Unión So-
viética y sus satélites, iniciaron la lucha armada para destruir esas viejas bases sociales, e
imponer gobiernos “a la cubana” en sus respectivos países.

Se llamaron Tupamaros, Mir, Montoneros, Sendero Luminoso, Sandinistas. Cada país


tuvo un grupo extremista, encargado de sembrar la inestabilidad en sus respectivos terri-
torios. El fin último era hacer caer los gobiernos llamados burgueses, para reemplazarlos
por el “poder popular”, frase cliché que conllevaba la incierta promesa de mejores condi-
ciones de vida a los postergados.

Todo esto era apoyado por un fuerte contenido mediático, con un discurso conmovedor,
acompañado de infiltraciones en las universidades, entre los secundarios y entre los obre-
ros y empleados.

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Según predicaban, la panacea no estaba en los Estados Unidos, donde los latinos y los
negros serían los lacayos de la clase dominante y enviados a combatir a Vietnam, sino
que en la propia América morena, pero derrocando a los gobernantes retardatarios que
mantenían al pueblo sumido en la miseria.

Este discurso pegó con más fuerza en Colombia que en otros países latinoamericanos y
se formaron no uno, sino tres movimientos guerrilleros. El M-19, las Farc (Fuerzas Arma-
das Revolucionarias de Colombia) y el ELN (Ejército de Liberación Nacional). Lo otro que
diferenció a los colombianos de los demás grupos violentistas, fue la fuerte integración de
sacerdotes y monjas en sus filas.

Quizás el ejemplo de Camilo Torres, sacerdote que colgó los hábitos y se incorporó de
lleno a la guerrilla, muriendo en 1966 en el primer combate en el que le correspondió par-
ticipar, hizo que muchos otros curas siguieran su camino. Entre ellos los españoles Do-
mingo Laín, Manuel Pérez y José Antonio Jiménez.

Pero sin duda el hecho más llamativo y que más escándalo despertó en la puritana socie-
dad colombiana de la época, fue la incorporación al ELN de la monja Leonor Esguerra.

Leonor, nacida en 1930, hija de una acomodada familia bogotana que decidió educarla en
un colegio de religiosas, de esos tradicionales de misa diaria y que imponían el catecismo
y la disciplina a como diera lugar. La niña, que no se sentía cómoda en ese ambiente tan
riguroso, tuvo la suerte de que llegaran a la ciudad las monjas del Sagrado Corazón de
María, congregación de origen francés, pero que a Colombia arribaron provenientes de
los Estados Unidos. Ahí fundaron el colegio Marymount, orientado a las señoritas más
acomodadas de la ciudad.

La formación más liberal que estas religiosas entregaban sedujo a Leonor, que no vaciló
demasiado para decidir que su destino sería servir a Dios. Como el noviciado estaba en
Norteamérica, en junio de 1948 debió viajar al país del norte para su ingreso.

Estas monjas, que pese a manejar colegios de elite tenían un marcado sentido con la rea-
lidad, obligando a sus alumnas a leer los periódicos para que estuvieran enteradas de lo
que ocurría en el país, mostraron a la muchachita aquel otro mundo que ella desconocía.
El que estaba más allá de las cuatro paredes de la sociedad en la que se desenvolvía. Ahí
comenzó a sensibilizarse con el tema de los desposeídos y a hacerse partícipe del com-
promiso religioso que había adquirido la iglesia católica con ellos, sobre todo después del

63
Concilio Vaticano Segundo, en el que el Papa llamó a ser más fieles con su doctrina so-
cial.

Cuando ya fue consagrada, adoptó el nombre de Sor María Consuelo y después de algu-
nos años de labor religiosa y docente en los Estados Unidos, regresó a Colombia para
convertirse en maestra en el Marymount. Cuando tenía 35 años, fue nombrada Superiora
del establecimiento.

Paralelamente a este colegio, la congregación mantenía uno para niñas pobres en Barrio
Galán, en el sector ahora llamado Kennedy, relativamente cerca de la sede principal, pero
a diferencia del primero, que contaba con una infraestructura cómoda, el otro estaba edifi-
cado casi con desechos y las clases no siempre eran impartidas por profesores o religio-
sas, sino que por las alumnas de los cursos superiores del Marymount. Esta situación mo-
lestaba a sor María Consuelo, que sostenía que todas las niñas tenían derecho a una
buena educación. Decidió construir un colegio más cómodo y contratar profesores. Reclu-
tó a Germán Zabala, un maestro que había sido expulsado del partido comunista y que
fue quien la introdujo en las teorías marxistas. Además llegaron para dictar clases los cu-
ras españoles Laín, Pérez y Jiménez, integrantes del grupo sacerdotal Golconda, que era
dirigido por el presbítero René García y en el que participaba el obispo Gerardo Valencia
Cano. Todos estos religiosos eran seguidores de la Teología de la Liberación, que acen-
tuaba su compromiso con los más pobres. El objetivo del grupo era aplicar los principios
que emanaban de esa teología ─considerada revolucionaria por la cúpula eclesiástica y
por los católicos tradicionalistas─ a la realidad colombiana.

No fue casualidad que posteriormente los tres curas se incorporaran al FLN, llegando a
ser parte de su dirigencia.

Para evitar que a las alumnas del Marymount les ocurriera lo que le había pasado a ella,
que de sopetón se encontró con una realidad tan ajena a la propia, sor María Consuelo
creó unas instancias comunes a los dos establecimientos. Así fue como para la bienveni-
da a las nuevas alumnas del período escolar de 1969, en lugar del eterno número en in-
glés representado por las niñas que egresaban ese año, montaron un espectáculo basado
en el evangelio, que contenía una profunda crítica social.

La Superiora jamás imaginó el escándalo que esto provocaría. Muchos padres decidieron
retirar a sus hijas del colegio, los diarios locales hablaron de la infiltración marxista en el
Marymount, e incluso el New York Times informó de lo que estaba ocurriendo en Colom-
bia con un colegio dependiente de una congregación norteamericana. La monja se vio

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obligada a conceder una entrevista a ese medio estadounidense para tratar de recompo-
ner las cosas, pero la entrevista no solucionó el problema. Al final del año, se cerró el co-
legio.

Por supuesto que la superiora tuvo que cargar con la responsabilidad y fue duramente cri-
ticada por la sociedad, por la prensa y por su congregación. Pero en ella ya estaba sem-
brada la semilla del compromiso social extremo y aprovechó la coyuntura para colgar los
hábitos y partir junto al cura Laín, en canoa, rumbo a las montañas.

Se enrolaron el ELN porque no se declaraba comunista, doctrina que se oponía con mu-
cha fuerza a la formación cristiana adquirida, por los ahora ex-religiosos, en seminarios y
noviciado.

Marucha, como la bautizaron en la guerrilla, muy pronto conoció a Fabio Vásquez Casta-
ño, el fundador del ELN y se enamoró. Quizás por evitarle el riesgo de los enfrentamien-
tos o tal vez por su nivel cultural, Vásquez la usó para que actuara como coordinadora
con grupos radicales urbanos, o “embajadora” frente a otros movimientos extremistas del
continente. En esta misión recorrió Nicaragua, y México, entre otras naciones latinoameri-
canas.

Según la propia confesión de Leonor, el interior de los grupos guerrilleros era un hervidero
de opiniones y de “jefecitos” que reclamaban su espacio de poder. A ella le molestaba
esta situación que se traducía en riñas, castigos, represalias y fusilamientos a miembros
que empezaban a mostrar algunas aptitudes de liderazgo. También aquellos que fracasa-
ban en sus misiones muchas veces terminaban en el paredón, ultimados por sus propios
compañeros.

Leonor se hartó de esta situación, que la llevó a confesar que morían más guerrilleros por
las rivalidades entre ellos, que por la acción del ejército colombiano y se marginó de esta
vida aventurera.

Reconoce que incluso ella, pese a ser su amante, por una acción fallida estuvo condena-
da a muerte por el propio Fabio Vásquez, el hombre al que tanto amó. Se salvó por la in-
tervención de otros integrantes del ELN, que, aburridos del despotismo de su líder, ame-
nazaron con abandonarlo si continuaban los fusilamientos.

Al parecer, de Fabio Vásquez se podía esperar cualquier cosa. Se cuenta que como el
cura Camilo Torres le estaba haciendo sombra, lo mandó a combatir sin armas, argumen-

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tando que era la costumbre para el bautizo de fuego de los nuevos reclutas. En ese, su
primer enfrentamiento, murió el ex-sacerdote

Ahora anciana y después de 20 años de permanencia en el ELN, dice haber comprobado


que la vía armada no conduce a ninguna parte y que las acciones bélicas dejan más vícti-
mas inocentes entre los campesinos y los habitantes de las ciudades, que entre los ene-
migos.

Una vez fuera de la guerrilla, Leonor Esguerra volcó su vitalidad hacia el feminismo, aun-
que manifiesta ideas bastante particulares respecto de esta cruzada. Asegura que unas
de las grandes responsables del machismo son las madres, que no inculcan en sus hijos
el debido respeto por las mujeres con las que los hombres deben interactuar durante su
vida. Ellas, muchas veces en la actitud sumisa que manifiestan frente a sus maridos, es-
tán dando el mal ejemplo a sus descendientes.

Además piensa que la lucha armada ya no se justifica. Ya nadie la respalda. Opina que,
pese a todos los muertos sin sentido de ambos bandos en conflicto, la guerrilla no arregló
nada. Sólo aumentó la pobreza al crear un ambiente de inseguridad en el país. Dice que
la guerrilla actual no tiene la mística de la de antaño, que todos, incluso ella, se han de-
gradado con la sangre de tantos colombianos.

La vida de Leonor Esguerra está resumida en el libro “La Búsqueda”, escrito por su amiga
y también ex-guerrillera, la peruana Inés Claux Carriquiry.

Fuentes

Duzán., María Jimena - Leonor Esguerra, la monja comunista - Revista Semana


13/05/2017.https://www.semana.com/gente/articulo/leonor-esguerra-la-monja-comunista/
525009

Helbein Viveros. Alejandra – Análisis del libro “La Búsqueda. Del convento a la revolu-
ción armada” Escrito por Leonor Ezguerra e Inés Claux C. - Anuario Colombiano de Histo-
ria Social y de la Cultura – Vol 42, Ene-Jun, 2015.
http://www.scielo.org.co/pdf/achsc/v42n1/v42n1a14.pdf

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BLANCA LUZ BRUM,
UNA MUJER VOLUBLE

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Blanca Luz Brum. Imagen: Poetas del siglo XXI.

Por el amor que pusiste en mi alma


la pasión que pintaste en mi cuerpo
yo te canto y te lloro, y te lloro y te canto
con el más antiguo de los llantos
en el más antiguo de los coros
en las tragedias de la mitología
¡Oh, viejo Rey David!
ya regresa Caronte con su barca vacía
mientras muere el sol en el mar
de esta isla.

Parte final del poema “Rey David”, escrito por Blanca Luz Brum
en Juan Fernández el día que se enteró de la muerte de Alfaro Siqueiros.

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¿Existirá una única palabra para definir la vida de esa persona que, durante su paso por
la tierra, reside en varios países, se casa cuatro o cinco veces según distintas versiones,
además tiene una cohorte de amantes, escribe poesía y crónica, que hoy es apresada por
comunista y mañana es condecorada por un gobernante de extrema derecha?

Quizás la palabra que más se ajusta es “voluble” y la persona sí existió: hablamos de


Blanca Luz Brum Elizalde.

Blanca Luz nació en Pan de Azúcar, Maldonado, Uruguay, en 1905. Cuando pequeña, su
familia la internó en un colegio de monjas de Montevideo. Algunos aseguran que escuchó
el llamado Divino, pero sucedió que en un momento visitó el colegio el poeta peruano
Juan Parra del Riego y el mutuo amor surgió espontáneo. Según unas versiones, Parra
del Riego la raptó; otros aseguran que ella se fugaba del colegio para reunirse con su
amado. Lo concreto es que la muchachita decidió abandonar el internado para casarse y
muy pronto quedó embarazada. Tampoco está muy claro si ella conocía el estado de
salud de su marido, que murió de tuberculosis cuando Eduardo, el hijo de ambos, tenía
solo seis días. El único contacto que el padre tuvo con el niño fue a través de un vidrio de
la maternidad. Finalizaba noviembre de 1925 y ya Blanca Luz, con solo veinte años, era
una madre viuda.

Desolada, aceptó la invitación de sus suegros, gente de muy buena posición en Lima,
para radicarse en el Perú. En esa ciudad conoce al poeta Juan Carlos Mariátegui, se con-
vierten en grandes amigos y ella hace propia la causa marxista que él defiende. Entre
1926 y 1927, escribe en Amauta, la revista del poeta y funda su propia publicación, Gue-
rrilla. También edita un poemario de fuerte inspiración marxista llamado Levante.

Ajena al bienestar económico y a los vínculos sociales que podrían darle sus suegros,
opta por la intelectualidad limeña de izquierda y en ese medio conoce al literato César Mi-
ró Quesada, justo cuando el gobierno de ese país inicia una persecución en contra de los
marxistas. En 1927 Amauta es clausurada y Miró, junto a otros, es encarcelado. Blanca
Luz, muy comprometida con la causa, es deportada en medio del escándalo que su situa-
ción provoca en la rancia sociedad limeña y debe viajar a Valparaíso. Ahí se casa por po-
der con Miró que, en 1928, es puesto en libertad y se traslada al puerto chileno para reu-
nirse con su amada. Muy pronto deciden establecerse en Buenos Aires. Pero el matrimo-
nio resiste poco y se separan. Ya anciano Miró diría: “Blanca Luz no significó nada en mi
vida”.

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Ella regresa a Montevideo y se refugia en la amistad del escritor Eduardo Pombo, pero
considera que toda la intelectualidad de su país es mojigata, burguesa y muy lejana a la
postura rupturista que ella postula, lo que queda reflejado en sus escritos en el diario Jus-
ticia, donde deja de manifiesto que su máximo interés era acelerar los procesos revolu-
cionarios.

Además de escribir, todas sus actividades están orientadas a difundir sus ideales marxis-
tas. Colabora en la organización del “Congreso Latinoamericano de Sindicalistas” a reali-
zarse en su país, participa en la organización de ayuda a los escritores comunistas perse-
guidos a través del “Socorro Rojo Internacional”, se hace cargo de la sección El Arte por
la Revolución, de Justicia, donde, el 1° de diciembre de 1928, encabeza su aporte con la
siguiente consigna:

No se abre esta página para regocijo de los intelectuales burgueses. No pen-


samos recrear a nadie. Queremos en cambio ser intransigentes en nuestra ac-
ción y nuestro sentir: vamos hacia el pueblo y venimos del pueblo; por eso va-
mos a ahondar en la entraña dolorosa de la revolución, a entrar allí, a romper-
nos allí; sólo así podremos exhibir un arte en el sentido más profundo y huma-
no de la vida. Nos preocupa la revolución no sólo en su aspecto económico y
social, sino también, ¡tal vez mucho más!, en lo que está más pegado, más ín-
timo al espíritu y a la cultura del pueblo.

Al mencionado Congreso de Sindicalistas llega como figura estelar el muralista mejicano


David Alfaro Siqueiros, miembro del comité ejecutivo del partido comunista de su país. El
amor es fulminante y ella abandona todo ─excepto a su hijo─ por seguirlo. Parten a Nue-
va York y luego a México. Ahí se casan y conoce a Diego Rivera, a Frida Kahlo, a Tina
Modotti y otros destacados artistas aztecas.

Pero los comunistas no eran bienvenidos en ninguna parte de este lado del mundo. Avisa-
dos a tiempo, deben huir de la persecución del gobierno mexicano. Quien más los ayuda
es Augusto César Sandino, el líder nicaragüense, que los refugia durante quince días en
una mina. Pese al apoyo, ambos caen presos y ella pasa dos meses encarcelada junto a
su hijo de cuatro años. Cuando consigue salir en libertad, no es mucha la ayuda de sus
compañeros la que recibe. Cada uno está empeñado en su propia salvación. Transcurri-
dos seis meses de condena, a Alfaro Siqueiros le ofrecen cambiar la pena por la de confi-
namiento y acepta abandonar la prisión a cambio de trasladarse a Taxco, desde donde no
puede salir. Por supuesto que ella y Eduardito, que estaban casi en un completo desam-

70
paro, lo acompañan. En esa ciudad, la capital de la plata, traban amistad con Sergei Ei-
sestein, el director de cine ruso, que se encontraba filmando “Que Viva México”.

Pero pese a todo el compromiso con la causa, el partido comunista mexicano decide ex-
pulsar a Alfaro Siqueiros de sus filas, principalmente por su cercanía con Sandino, que
nunca aceptó identificarse con el comunismo. Aunque muchos años después se compro-
baría que su expulsión solo fue una pantalla para que el muralista se convirtiera en un
agente soviético encubierto en el continente. En esa misma época Diego Rivera, el otro
gran muralista mexicano, también se desvincula del partido y un año después ambos es-
tán trabajando en los Estados Unidos. Alfaro Siqueiros en Los Ángeles y Rivera en Nueva
York.

Durante el doloroso período de la prisión es cuando Blanca Luz escribe “Penitenciaría-Ni-


ño Perdido”, un compendio de cartas que reflejan todo su drama mientras duró el encar-
celamiento, trabajo que atrae la mayor cantidad de aplausos de otros escritores. Lo publi-
ca en 1931, prologado por su amigo Mariátegui.

Después de Estados Unidos, regresan a Uruguay donde no son muy bien recibidos. De
igual forma se dedican a labores políticas, pese a estar expulsados del PC mexicano. Es
muy probable que Alfaro Siqueiros ya haya estado actuando como agente encubierto
ruso, para acelerar el proceso de creación de gobiernos populares que le hicieran frente al
fascismo que comenzaba a ganar terreno en Europa. Es también probable que por ese
motivo haya cruzado el Río de la Plata e iniciado en Buenos Aires gestiones para montar
una exposición que prometía ser monumental. En la capital argentina es recibido por Vic-
toria Ocampo y Oliverio Girondo, pero el mexicano considera que los organizadores rio-
platenses no están haciendo bien las cosas y tiene con ellos varios enfrentamientos ver-
bales que hacen tambalear la muestra. La verdad es que los recursos económicos esca-
sean y necesita urgente dinero para seguir viviendo y nada resulta al ritmo que él espera y
necesita. Es en esas instancias cuando conoce a Natalio Botana, multimillonario director
del diario “La Crítica”, que lo invita a pintar un mural en su bodega “Don Torcuato”.

A Botana le gusta compartir y apoyar a artistas de todo el abanico político, desde Borges
hasta los de izquierda. Ocasionalmente organiza para ellos fiestas memorables, como lo
dejó testimoniado Neruda, que participó en una, organizada con motivo de la visita de Fe-
derico García Lorca a Buenos Aires y que el chileno describe como “aventura erótica cós-
mica”. Neruda aseguraba que, en esa ocasión, tuvo relaciones sexuales con Blanca Luz;
ella lo desmintió en forma categórica.

71
Tal vez con Neruda no pasó nada, pero harta de privaciones, termina aceptando los em-
bates del magnate periodístico y se convierte en amante de Botana, mientras su marido
continuaba con su trabajo en “Don Torcuato”.

Según algunas descripciones, Blanca Luz era una mujer bella. Otros no están de acuerdo
en esta característica, pero en lo que todos coinciden, es que se trataba de una mujer que
irradiaba sensualidad.

Cuando David Alfaro Siqueiros se entera del engaño, se desespera y quiere huir junto a
ella, pero su participación como agitador en una huelga del Sindicato de Mueblistas viene
a complicarlo todo. El gobierno argentino decide deportarlo y, obligado, se embarca hacia
Nueva York. Parte con la esperanza de que ella lo acompañe, pero Blanca Luz, que duer-
me con él la noche previa a su partida, permanecerá al lado del hombre que le daba segu-
ridad económica.

Como le ocurre siempre, también termina rompiendo con Botana y se traslada a Chile,
donde se casa con el diputado radical Jorge Béeche, que además es ingeniero en minas.
Fijan su residencia en el norte chileno. Con él tiene a su hija María Eugenia y este naci-
miento la llena de felicidad. Pero más que nunca el inmovilismo la desespera, sobre todo
viviendo en el desierto. Comienza a viajar cada quince días hacia Antofagasta, la ciudad
más cercana, a seis horas en auto, para editar una revista. También colabora con la cam-
paña presidencial de su amigo Juan Antonio Ríos. Asfixiada por la pampa, pronto abando-
na a Béeche y se traslada a Santiago.

En la capital sigue de cerca las informaciones de la revolución española, del abandono de


los republicanos por parte de los comunistas, conoce sobre el avance del nazismo en Eu-
ropa, de la caída de París y de la invasión rusa a Finlandia. Ese es el gatillo que activa su
alejamiento del comunismo:

Decepcionada, le escribe a su amigo Juvenal Ortiz Saralegui

¿Quiénes son los que han cambiado hoy? Yo creo no haber cambiado, al me-
nos. Creo en la justicia de la tierra y en la justicia de Dios. Yo creía y creo
siempre en lo divino y con Anatole France digo que las potencias del mal mue-
ren envenenadas por su propio crimen, y que los ávidos y los crueles, los de-
voradores de pueblos, revientan de frío en una indigestión de sangre.

¿Qué significa lo de Finlandia? Mi vida entera ha sido consagrada más o me-


nos íntegra (en algunos largos períodos de mi vida) al comunismo, porque he

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creído y creo que el comunismo es la única doctrina digna del hombre en la
tierra.

¿Pero es aquello acaso comunismo?

Estoy, como es lógico estarlo, en contra de los Imperialismos, del ruso y del
inglés.

Yo nunca había dudado de Stalin, hoy sí.

Para terminar de decepcionarla, Stalin se alía con Hitler, empujándola a retornar al cristia-
nismo, identificándose con la postura de Jacques Maritain.

En 1953, su hijo Eduardo muere en un accidente automovilístico en Lima, dejándola emo-


cionalmente muy afectada, lo que no impide que continúe manteniendo una liberal vida ro-
mántica. Muchos hombres pasan por sus brazos, aunque se había casado nuevamente,
ahora con Carlos Brunson, gerente de la línea aérea Panagra para Chile, con quien tiene
a su tercer y último hijo, Nils.

Viaja con frecuencia a Argentina y le entusiasma el justicialismo. Conoce a su líder y tiene


un fugaz encuentro íntimo con Perón, lo que la hace caer en la lista negra de Eva Duarte.
Dicen que cuando él asume la presidencia, Evita le da a Blanca Luz 48 horas para que
abandone el país.

Cuando Perón cae, muchos de sus cercanos, recluidos por el nuevo gobierno en el Penal
de Río Gallegos, consiguen huir hacia Punta Arenas, entre ellos Patricio Kelly, considera-
do el jefe de la fuerza de choque del peronismo. Al único que en Chile se le niega el asilo
es a Kelly y mientras se prepara su deportación, consigue huir de la cárcel disfrazado de
mujer, atuendo que le llevó, a escondidas, Blanca Luz en complicidad con su amiga Jea-
nette de Undurraga.

El argentino consigue su objetivo, pero ella es sorprendida y procesada por su acción y


durante dos meses permanece interna en la Casa Correccional de Mujeres de Santiago.
El hecho provoca un serio trastorno con Argentina, donde Kelly estaba condenado a
muerte. Su fuga causó un profundo malestar entre las autoridades rioplatenses que trami-
taban la extradición.

No se sabe si por un acuerdo secreto con el gobierno (en el que tenía muchas influencias)
como una salida alternativa a la prisión por la fuga de Kelly, o por propia iniciativa, viaja a
Juan Fernández, el archipiélago perdido en medio del Océano Pacífico. Le gusta la tran-

73
quilidad del lugar, lo apacible de sus pobladores, pero aún la atan otras cosas al continen-
te, al que regresa con cierta frecuencia.

En 1959 se separa de Brunson y se entusiasma con las ideas del democristiano Eduardo
Frei, candidato a la presidencia de Chile, que resulta electo en 1964; pero cuando comien-
za a aplicar las medidas de su programa de gobierno, sufre una nueva decepción. Las
considera un comunismo camuflado.

El triunfo de Salvador Allende y de la Unidad Popular en 1970 le causa una verdadera cri-
sis de pánico. Ella, que había sido testigo de las maniobras comunistas para conseguir
sus objetivos y sintiéndose perseguida por haber abandonado sus filas, llega incluso a te-
mer por su vida. Es tanto su miedo que le escribe al presidente de Uruguay, su país natal,
pidiéndole una designación en algún cargo diplomático fuera de Chile; cualquier cosa, con
tal de abandonar el país. Pero no lo consigue.

Está claro que por eso aplaude el golpe militar que encabeza Augusto Pinochet en 1973.
Incluso regala sus joyas para la reconstrucción del país, que ella considera devastado por
las políticas socialistas implementadas por Allende. Fue tanta la cercanía que tuvo con el
gobierno militar, que incluso Pinochet la condecoró algunos años después y le concedió la
ciudadanía chilena.

En 1975 sufre otro golpe. Su hijo menor, Nils, muere en un accidente en Santiago.

Un año antes había fallecido su gran amor, David Alfaro Siqueiros, en México.

Quizás pensando que su vida pública ya no tenía sentido, decide recluirse definitivamente
en la Isla Robinson Crusoe, del Archipiélago de Juan Fernández.

Existía una isla. Una isla en medio de los mares del Sur. La legendaria isla de
Robinson Crusoe. Mi querido corazón atribulado entró en ella, como un pájaro
en el hueco de una roca, cuando arrecia la tempestad, aterrador, sonámbulo,
golpeándose las alas en la noche dura, chorreando sangre de su pecho. Nada
podía retenerme, que no fuera la soledad. ¡Toda la soledad me parecía poca!
Mi llanto necesitaba de una tierra limpia para derramarse. Necesitaba del mar
y las estrellas donde yo buscaría las rastros desaparecidos de mi hijo. Necesi-
taba encontrar de nuevo a Dios en la interrogación abismática, en los límites
de la eternidad. El dolor me había conducido a una época silenciosa. Una
época que no será proclamada o promulgada a voz en cuello. Lugar de inde-
pendencia para leer, escribir, descansar.

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Se dedica a escribir y a pintar. Ocasionalmente recibe visitantes a los que atiende vestida
de las más exóticas maneras. Se cuenta que a un grupo de hombres los recibió tendida
en una hamaca y cubierta solo por una piel de oso.

En este archipiélago escribió su libro postrero, “El Último Robinson” dedicado a su hijo
Eduardo Parra del Riego.

Aquejada de cáncer pulmonar, es trasladada a Santiago, donde fallece en agosto de


1985. Con ella parte una de las vidas más singulares que ha producido el continente ame-
ricano.

Sus Obras:

Levante (poemas), Lima, 1927

Penitenciaría-Niño Perdido, México, 1931.

Atmósfera arriba, veinte poemas, Montevideo, 1933.

Blanca Luz contra la corriente, Chile, 1936.

Cantos de América del Sur, Chile, 1939.

El último Robinson, Chile, 1953.

Para saber más

ARREGUI, Miguel: La odisea de Blanca Luz Brum. www.elobservador.com.uy

ACHUGAR, Hugo: Falsas memorias; Blanca Luz Brum. Lom Ediciones, Santiago, 2001.

PIÑEYRO, Alberto: Blanca Luz Brum, una vida sin fronteras. Ediciones Botella al Mar,
Maldonado, Uruguay, 2011. www.autoresdeluruguay.com.uy

FERNÁNDEZ, Ana: Blanca Luz en sombras. Editorial Dunken, Buenos Aires, 2014.

BRUM, Blanca Luz: Blanca Luz contra la corriente. Ediciones Ercilla, Santiago, 1936.

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NÉLIDA RIVAS,
LA AMANTE NIÑA DE PERÓN

Nos amamos con un amor prematuro,


con la violencia que a menudo
destruye vidas adultas.

Vladimir Nabokov (Lolita)

El poder casi siempre corrompe en América Latina. Muchos de los que, por uno u otro
medio llegan a gobernar una nación, comienzan a utilizar ese poder para pagar favores de
campaña o para enriquecerse, permitiendo además que sus cercanos lo hagan mediante
manejos no del todo claros. Es ese mismo poder el que se ha prestado para otro tipo de
abusos, tanto de la casta dirigente como de aquellos que, como rémoras, los rodean. Esto
se ha hecho más patente en el último tiempo con el surgimiento de los llamados “gobier-
nos populistas”.

Actualmente la mayoría de los entendidos coincide en que el estandarte del populismo en


nuestro continente, con todo lo que eso conlleva, lo levantó, con mucha anticipación, Juan
Domingo Perón, alumno aventajado de Benito Mussolini, a quien vio actuar cuando fue
agregado militar del gobierno de su país en Roma.

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Juan Domingo Perón Sosa fue elegido presidente de la República Argentina por primera
vez en 1946 con un amplio apoyo de los sindicatos. Reelecto en 1952, fue derrocado en
1955. Este hombre llegó a tener, por méritos propios, una gran popularidad, que se acen-
tuó cuando se casó con su segunda mujer, la actriz y locutora de radio Eva Duarte.

Pero Evita, como la llamaron cariñosamente los “descamisados”, una fervorosa masa que
hasta hoy le rinde culto, siguió el manoseado ejemplo de Robin Hood y se convirtió en un
emblema popular arrastrando a su marido a la cumbre de la fama, pero llenándolo de ene-
migos. El peronismo, la doctrina política que el mandatario entronizara en la Argentina, ha
sobrevivido por más de setenta años y aún conserva una gran cantidad de adeptos.

Por supuesto que tanto fanatismo dejó espacios para mucha corrupción, pero a Perón y a
Evita el pueblo argentino les perdona todo. Por eso pasó casi desapercibida, o se mantu-
vo por mucho tiempo en secreto, la historia que nos convoca.

Antes de ahondar en ella diremos que Juan Domingo Perón se casó tres veces. La prime-
ra vez con Aurelia Tizón, que falleció en 1938 de cáncer uterino, luego, con Eva Duarte,
24 años menor que él y que falleció en 1952, de la misma enfermedad que Tizón, coinci-
dencia que en algunos especialistas despierta la sospecha de que el presidente era porta-
dor del papiloma que favorece el desarrollo de este mal. Muchos años después y ya en el
exilio, desposó a su tercera mujer, María Estela Martínez, que gobernó el país con poste-
rioridad a la muerte de él. Ella tenía 36 años menos que su marido.

Un tiempo después del fallecimiento de Eva Duarte, Perón, a la sazón de 60 años, se lle-


vó a vivir con él a Nélida Rivas, una muchachita de catorce, hija de un modesto matrimo-
nio en el que el padre era obrero de la fábrica de helados Noel y la madre aseaba el edifi-
cio bajo cuyas escaleras moraba la familia. La niña participaba activamente en la UES
(Unión de Estudiantes Secundarios), organización creada por el gobierno peronista para
fomentar el deporte, aunque sus detractores aseguran que se trataba de un centro de
adoctrinamiento político, que además servía para conseguir jovencitas que complacieran
los caprichos de la casta dirigente, especialmente del poco atribulado viudo que, para pa-
sar la pena, paseaba en motoneta, navegaba en lancha por el Tigre o conducía automóvi-
les deportivos.

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Algunas de las actividades de la UES se realizaban en el palacio de Olivos. Durante una
de estas, para el almuerzo, Nélida quedó sentada al lado del presidente y aprovechó de
contarle los problemas habitacionales que tenía su familia. Perón, aparentemente conmo-
vido, la invitó al palacio de Unzué con el pretexto de que ayudase al cuidado de los dos
perros de Eva, muy solos desde la muerte de su ama. Una noche a Nelly, como la llama-
ban en familia, se le hizo tarde y se quedó a alojar. La acomodaron en la habitación de
Evita. Las visitas se sucedieron y los pretextos para quedarse no faltaron, hasta que el
mandatario la invitó a ver televisión en su dormitorio. Es fácil imaginar, en una época en
que la TV era privilegio de pocos, la curiosidad que tiene que haber despertado en la niña
este panorama.

Muy pronto la muchachita se convirtió en la concubina de Perón y comenzó a acompañar-


lo a algunos eventos, como la inauguración del Festival de Cine de Mar del Plata. El ver-
los juntos en actos oficiales o en actividades culturales y deportivas se fue haciendo fre-
cuente y ya, entre dientes, algunos hablaron de la “Primera Damita”. Mientras estaba con-
viviendo con Perón cumplió sus quince años y los celebró en el palacio presidencial.

La historia de Nélida Rivas estuvo perdida por cincuenta años, hasta que el abogado Juan
Ovidio Zavala la sacó a la luz en su libro “Amor y Violencia. La Verdadera Historia de Pe-
rón y Nelly Rivas”.

Zavala, radical y torturado durante el primer gobierno de Perón, se hizo cargo de la defen-
sa de Nelly y de su familia luego del golpe de Estado que derrocara al presidente en 1955
y que significó el comienzo de un verdadero calvario para la muchacha, que aseguraba
estar enamorada del mandatario, al igual que muchas otras niñas de su edad: “Sería una
gran falsedad no reconocer que cada una de nosotras quería ser una segunda Evita. Con
la edad que ya teníamos, él alimentaba nuestro romanticismo y nuestras agitaciones cor-
porales”, le confesó a Zavala.

El presidente, al ser derrocado y antes de refugiarse en una cañonera paraguaya, le en-


tregó a Nélida $ 400.000.- pesos argentinos y varias joyas que antes fueron de Evita para
que pudiera sobrevivir algún tiempo, según le dijo. La niña, ingenua, sin imaginar lo que
se le venía, regresó con su familia que ahora residía en la casa que le regalara el manda-
tario y que según algunos, fue el pago que recibieron los padres por aceptar el concubina-

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to, consentimiento que según la ley argentina liberaba al hombre de una posible acu-
sación de estupro.

Pero quienes derrocaron a Perón lo requerían en Argentina para juzgarlo, además de


otros delitos, precisamente por el de estupro, y entre las debilidades que encontraron
como para hacerlo regresar, estaba Nélida. En varias cartas él le había manifestado el de-
seo de compartir una vida tranquila, cartas que, por algún camino misterioso llegaron a
Estados Unidos y fueron publicadas por un periódico de ese país en 1957.

Una de las primeras medidas que adoptaron los nuevos gobernantes fue allanar la casa
de la familia Rivas y requisaron las joyas y el dinero que le diera Perón a su pequeña
amada. Posteriormente les arrebataron la casa. Nélida, desesperada, intentó huir a Para-
guay, país del que procedía su madre, con la remota esperanza de reencontrarse con el
ex mandatario, pero fue interceptada en la frontera y recluida en el Asilo San José, lugar
de detención para prostitutas precoces. La muchachita, que hasta poco tiempo antes so-
ñaba con la gloria, se vio de pronto encarcelada, sin tener ni siquiera claros los motivos.
Ella sentía que no había cometido delito alguno. Más de doscientos días permaneció en
ese recinto, siendo víctima de las burlas y el escarnio de sus compañeras de reclusión,
que se reían de la frustrada “Primera Dama”.

Mientras, las autoridades, empeñadas en presionar a Perón para que se entregara, enjui-
ciaron a los padres de Nélida, acusándolos de amparar el estupro de quien fuera gober-
nante. Incluso intentaron, sin resultados, privarlos de su patria potestad.

Los sueños principescos de Nelly Rivas se trocaron en una película de terror que debió
soportar durante dos años hasta que, poco a poco, todos se fueron olvidando de ella. In-
cluso el abogado Zavala inició un juicio en contra del Estado pretendiendo que le devol-
vieran a su defendida el dinero y las joyas que le arrebataran. Pero todo fue en vano.

Intentando rehacer su vida y escapar de la triste fama que la perseguía, en 1958 Nélida
Rivas se casó y de su matrimonio nacieron dos hijos. De ahí para adelante su vida fue
igual a la de cualquier anónima mujer argentina de clase media baja.

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En 1973 Juan Domingo Perón regresó del exilio en Madrid en gloria y majestad y Nelly
decidió visitarlo junto a su marido. Esperaba que algo de lo que él le había prometido al
huir de Argentina se hiciera realidad, pero en cambio sólo recibió un lapidario: “Entende-
rás que esta es la última vez que nos vemos”.  Perón, ya casado con Estela Martínez,
murió al poco tiempo.

El más popular presidente que ha tenido la Argentina sentía debilidad por las mujeres y
sobre todo por las que fueran menores que él. No solo queda en evidencia en los matri-
monios con Eva y María Estela, sino que también en la historia que contamos y en otros
amoríos que se le conocen, como el caso de la mendocina María Cecilia Yurbel, apodada
“Piraña”, una niña de 16 años que el presidente se trajo a vivir con él antes de conocer a
Evita y a la que presentaba como hija. Pero Evita no se tragó el cuento y la envió con
viento fresco de regreso a Mendoza.

Nélida Rivas, la más conocida de las amantes-niñas de Perón, falleció pobre en el 2012,
después de cargar con una vida llena de pesares, en gran parte provocados por la breve
aventura juvenil con el hombre más importante de su país.

Para saber más

Gilardi, Nicolás: Las memorias completas de Nelly Rivas publicadas por primera vez en
un medio argentino – Infobae – 20 de agosto de 2017- https://www.infobae.com/
sociedad/2017/08/20/las-memorias-completas-de-nelly-rivas-publicadas-por-primera-vez-
por-un-medio-argentino/

Zavala, Juan Ovidio: Amor y violencia – La verdadera historia de Perón y Nelly Rivas.
Editorial Planeta, colección Espejo de la Argentina.

80
DALIA SOTO DEL VALLE
VIVIR A LA SOMBRA DE FIDEL

La familia Castro Soto del Valle no ha tenido color,


solo la oscuridad del silencio.
Dalia Soto del Valle nunca fue Primera Dama.
Pero algún día la vida privada de Castro dejará de ser
una conversación susurrada en el malecón.

Lissette Bustamante,
Periodista cubana

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Fue la segunda esposa de Fidel Castro, fallecido en noviembre del 2016. Estuvo a su lado
por más de cincuenta años, desde los primeros tiempos del gobierno revolucionario. Nun-
ca se supo que lo regañara por sus frecuentes infidelidades (algunos periodistas lo bauti-
zaron, con sarcasmo, “In-Fidel”) y si alguna vez lo hizo, fue con la discreción de una dama
y en la privacidad de su casa. En realidad, hasta hace muy poco tiempo, nunca se supo
nada del entorno familiar del locuaz dictador al que Dalia le dio cinco hijos, cuyos nombres
comienzan con “A”: Alexis, Alex, Alejandro, Antonio y Ángel. Entre el primero y el último
hay doce años de diferencia. Se dice que la elección de esta inicial obedece a la gran ad-
miración que Fidel sentía por Alejandro Magno.

El hogar de los Castro Soto fue un templo de discreta vida familiar; ella se mantuvo siem-
pre ausente, lejos de las cámaras, de los periodistas, de la farándula. Se mantuvo siem-
pre lejos del poder. Para eso estaba su marido.

Así fue la vida de Dalia Soto del Valle, hasta el día de la muerte de Fidel. Una primera
dama enigmática, misteriosa, casi un fantasma en la vida nacional, conocida cariñosa-
mente por el pueblo cubano como “Dalita”, aunque muchos de sus compatriotas nunca la
vieron; ni en fotografías. En todo caso este sistema de vida opaco fue la opción elegida
por el dictador para su familia, siempre temeroso de que se convirtieran en blanco de al-
gún secuestro o un atentado por parte de sus enemigos políticos, que los había y los si-
gue habiendo por montones dentro y fuera del país. Según él, algo dado a la exageración,
contabilizó seiscientos treinta y cuatro atentados en contra de su vida. Según Juan Reinal-
do Sánchez, uno de sus guardaespaldas ―en algún momento muy cercano a él, hasta
que cayó en desgracia―, los intentos de asesinato reales fueron entre cien y doscientos,
utilizando desde venenos hasta bombas. En todo caso, es una hazaña haber sobrevivido
a tanto deseo de matarlo.

Cada amanecer y solo pensando en no saber si ese día su marido regresaría vivo o den-
tro de un cajón, la vida de Dalia tiene que haber sido difícil. Porque ¿cómo será estar
siempre pendiente de un personaje reverenciado y odiado al mismo tiempo? ¿Cómo será
vivir al lado de uno de los seres más carismáticos y controvertidos de la última centuria, y
celoso por añadidura? Este Fidel, tan cuidadoso con su vida íntima, ¿sería igual de ava-
sallador dentro de su casa como lo era frente a las cámaras? ¿Cuál era el rol de Dalia en
esa casa? Tal vez el de una mujer pasiva atendida por la servidumbre o el de la jefa de
hogar dispuesta a satisfacer los caprichos de su famoso marido. No lo sabemos.

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Porque el Fidel que conocimos, ese que enfrentaba lentes y micrófonos con un desplante
admirable, el que podía estar hasta siete horas discurseando, el que tenía fama de ego-
céntrico, obstinado, cruel, voluntarioso, convencido de sus ideales y que para llevarlos a
cabo no dudaba en sacar de su camino a quién estorbara sus propósitos, no sabemos có-
mo era “puertas adentro”. Conocemos que, en lo político, era un hombre que no aceptaba
sombras, que pronto hacía eliminar a aquel que empezara a tener una participación públi-
ca más allá de la que él consideraba aconsejable; pero en su vida personal, aparte de ser,
sin lugar a dudas, un mujeriego empedernido y al parecer un amante de la buena mesa,
no sabemos mucho más.

Con respecto a la reclusión de Dalia ¿habrá sido voluntariamente cautiva por miedo a
convertirse en la sombra de su marido y tal vez por ello hacerse acreedora a la desapari-
ción? O, contagiada por Fidel, ¿fue por temor a los atentados?

Obsesionado por la seguridad, a Castro no le gustaba mezclar los asuntos de Estado con
su vida familiar. De hecho fueron muy pocas las personas que visitaron la casa oficial de
la familia (decimos “oficial” porque hubo muchas otras viviendas. Fidel rara vez dormía
dos noches seguidas bajo el mismo techo) ubicada en las Jaimanitas, una zona residen-
cial al oeste de La Habana, sector de muchas áreas verdes y de muy pocas viviendas en
sus alrededores. Se afirma ─y debe ser cierto─ que las viviendas cercanas son habitadas
por personal de seguridad y de la más estricta confianza de los Castro, lo que crea un cír-
culo de hierro imposible de cruzar sin permiso. Mientras vivió su marido, Dalia estuvo cau-
tiva dentro de su casa y al parecer, eso no le incomoda. Quienes pudieron concurrir a la
residencia y recorrer los sectores abiertos a los visitantes, aseguraban que su mobiliario
no era ostentoso, que no se veían alardes de riqueza. No se lucía la fortuna que llevó a la
revista Forbes a ubicar a Fidel entre los diez políticos más ricos del mundo.

Dalia Soto del Valle fue la segunda esposa de este hombre cuya vida estuvo plagada de
compañeras de lecho. El New York Post ―en un dato que resulta difícil de creer, aunque
incluso existe un documental sobre el tema del cineasta canadiense Ian Halperin, disponi-
ble en You Tube― estima que fueron unas treinta y cinco mil las mujeres con las que tuvo
relaciones sexuales (si, leyó bien… 35.000).

Según el mismo periódico, Fidel pedía una damita para después de almuerzo y otra para
después de cenar e incluso a veces, solicitaba compañía para el desayuno. El lector pue-

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de sacar la cuenta considerando una vida sexual promedio de cincuenta y cinco años “úti-
les” en la vida de un hombre. Para Guinness, ¿verdad? Una mujer dispuesta a aceptar
que su marido lleve este tipo de vida promiscua tiene que ser muy especial. O estar ame-
drentada, como las mujeres de Enrique VIII.

El primer matrimonio de Castro fue con Mirta Díaz-Balart, cuyo hermano llegó a ser Minis-
tro en el gobierno de Fulgencio Batista. A ella, que era hija de un rico hacendado, la cono-
ció cuando él estudiaba leyes. Era una hermosa rubia de ojos claros, estudiante de filoso-
fía. Contrariando la voluntad de la familia de la novia, se casaron en 1948, y un año des-
pués nació Fidelito, el hijo más parecido físicamente a su padre. El muchacho siguió la ca-
rrera de física en la Unión Soviética, oculto bajo un nombre ficticio, y regresó en 1980 a su
país para hacerse cargo del programa nuclear cubano, pero su padre lo despidió en 1992
por considerarlo incompetente. Se dice que lo hizo para demostrar que nadie era impres-
cindible en la isla.

Mirta, de formación burguesa muy alejada de los cánones revolucionarios e influenciada


por su familia, nunca estuvo de acuerdo con la aventura política de su marido y cuando
éste cayó preso luego del fallido asalto al Cuartel Moncada, el alejamiento fue definitivo.
Se separaron en 1954.

En el intertanto, Fidel tuvo una hija con Natalia Revuelta, también perteneciente a una fa-
milia acomodada. Esta hija, Alina, huyó a Miami, repudió a su padre, renunció al apellido
paterno y se convirtió en enemiga del régimen cubano.

Pero el hombre no perdía el tiempo y casi al mismo tiempo, de una relación con María La-
borde, nació Jorge Ángel, químico de profesión que prefería el anonimato. Hizo público el
vínculo con su padre muchos años después.

Existe otra hija, Francisca Pupa, cuya madre permanece en secreto y que fue presentada
en Miami por Juanita Castro, la hermana/enemiga de Fidel, hace unos pocos años. Y
existen muchas otras mujeres que alegan ser madres de hijos de Fidel Castro Ruz. Con
tanta presunta promiscuidad, no debe extrañar.

Pero la gran compañera del dictador, aunque solo por presunciones se puede decir que
también fue su amante, fue Celia Sánchez Manduley. La amistad entre ambos se inició en

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los años de Sierra Maestra y ella se convirtió en su consejera. Según los cercanos, fue
por más de veinte años la persona más influyente en su vida y a la única a la que escu -
chó. También era la única que lo rebatía, con la que discutió cara a cara y a la que, a ve-
ces, le hizo caso. Fue tanta la trascendencia de esta mujer, que llegó a ocupar el cargo de
Secretaria Ejecutiva del Consejo de Ministros, cosa rara en un régimen excesivamente
patriarcal. Cuando Fidel se hizo del poder, se convirtió en su secretaria y más cercana
asesora. Las dudas respecto a los vínculos románticos entre ellos son porque por esa
época apareció Dalia y pasó a ser su compañera y madre de sus hijos. Pero algo más
debe de haber pasado con Celia pues no se casó con Dalia hasta 1980, un año después
de la muerte de su cercana asesora. La consejera, secretaria y tal vez amante, falleció de
cáncer pulmonar en 1979. Murió soltera.

Aunque no es mucho lo que se sabe de ella, podemos decir que Dalia Soto del Valle na-
ció en Trinidad, en Cienfuegos y es hija de Fernando Soto, un hacendado de la zona. Ru-
bia y de ojos claros, un prototipo bastante frecuente en las parejas de Fidel, eligió la do-
cencia como profesión y ejerciéndola fue como conoció al hombre de su vida. Él, que tres
años antes se había hecho del poder, inició una campaña de alfabetización, uno de los pi-
lares de su programa de gobierno y para promocionarla recorrió algunas ciudades del
país.

Entre los profesores que concurrieron a la reunión en Trinidad, destacaba una niña de die-
cisiete años que le llamó la atención. Él tenía treinta y seis.

La jornada se coronaba con una cena a la que asistirían algunos de los profesores elegi-
dos entre los participantes a la charla. Fidel instruyó a uno de sus ayudantes para que
comprometiera la asistencia de la jovencita. No debe de haber sido difícil conseguirlo; to-
das las muchachas cubanas se disputaban al héroe del momento. Muy pronto Dalia esta-
ba embarazada de su primer hijo, Alexis. De la mano de Fidel, trasladó su residencia a La
Habana a una casa en el barrio Punta Brava y dispuso de Llanes, un chofer de la confian-
za de su hombre, que además, por encargo de su jefe, actuaba como chaperón, fiscali-
zando el comportamiento de la damita. Durante mucho tiempo, ella jamás pisó el Palacio
Presidencial.

Los hijos continuaron llegando al mundo desde el vientre de esta mujer que desapareció
de la vida pública hasta cuando Fidel comenzó con sus problemas de salud, en 1999, A

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partir de entonces, Dalia apareció en un discreto segundo plano, siempre atenta a su ma-
rido. Tampoco fueron muchas veces en las que se la vio. De hecho, muchos periodistas
tenían dudas respecto de la identidad de esta dama que desfiló en la cuarta fila en un acto
público o que aparecía sentada en lugares secundarios en actos oficiales. Fue por las fo-
tografías que turistas obtuvieron en algunos recintos públicos como se comenzó a divul-
gar su imagen al mundo.

Hoy, desparecido Fidel, se desconoce lo que fue de Dalia Soto del Valle pues, si antes ya
era de bajo perfil público, hoy prácticamente ha desaparecido de la escena cubana. Oca-
sionalmente aparece en algunos recintos públicos en actos de poca relevancia, como ocu-
rrió en agosto de 2019, cuando que visitó la Casa de la Guayabera en Sancti Spiritus.

Por lo demás, su vida es una incógnita, como tantas cosas que ocurren y seguirán ocu-
rriendo en la isla caribeña.

Para saber más

López Gándara, Angélica: Dalia Soto del Valle, la primera dama cubana que nunca lo fue. Diario
El Siglo de Torreon – 12 de febrero 2017. https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1311644.da-
lia-soto-del-valle-la-primera-dama-cubana-que-nunca-lo-fue.html
Consultado agosto 2020

ABC: Dalia Soto del Valle, una mujer a la sombra del dictador Fidel Castro- https://www.abc.es/es-
tilo/gente/20150514/abci-fidel-castro-mujer-201505131724.html
Consultado agosto 2020

González, Ángel Tomás: La señora de Castro. Diario El Mundo.es. 12 de agosto del 2001.
https://www.elmundo.es/elmundo/2001/08/12/internacional/997599282.html
Consultado agosto 2020

86
MARÍA REICHE,
LA DAMA DE LA ESCOBA

“Su pelo rubio se ha puesto blanco, pero sus ojos siguen siendo claros y viva-
ces, y su expresión, que a veces puede llegar a ser fiera, tiene generalmente la
ingenuidad de una niña y está llena de entusiasmo por la vida”

Bruce Chatwin – Escritor inglés

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Las líneas de Nazca constituyen uno de los misterios más grandes que nos ha legado la
historia de América.  Y se trata de un misterio que, lejos de aclararse, se hace más difuso
tanto con el paso del tiempo, como por la ingente cantidad de expertos que visitan el lu-
gar. Cada arqueólogo, antropólogo, geólogo o ufólogo, por nombrar a algunos, que concu-
rre al sitio, emite una nueva teoría o modifica las anteriores, dejando espacio a dudas que
van acrecentando las incógnitas. Todos estos profesionales, muy respetables por cierto,
ven o creen ver una realidad distinta.

El primero que habló sobre estas líneas, que a ojos de no doctos parecían no tener orden
ni concierto, fue el español Pedro Cieza de León en 1547, que vio señales de algunos ex-
traños trazos en el desierto alrededor de Nazca. Veinte años después de este hallazgo, el
corregidor Luis Monzón las definió como “carreteras”. A partir de entonces cayeron en el
olvido hasta que a comienzos del siglo XX fueron sobrevoladas por pilotos peruanos y de
otras naciones, que comunicaron el hallazgo de extraños trazos sobre el desierto, algunos
con formas de animales fácilmente reconocibles.

A partir de entonces comenzó el peregrinaje de una larga lista de expertos y no tanto, pe-
ruanos y de otros países del orbe, que intentaban definir qué eran, quiénes las construye-
ron y qué sentido tenían para sus autores.

En 1932 los arqueólogos peruanos Julio Tello (considerado el padre de esa disciplina en


el país) y Toribio Mejía, comienzan sus investigaciones. Tello sostiene lo mismo que ase-
verara Monzón cuatrocientos años antes; son caminos. Diez años después, el estadouni-
dense John Rowe asegura que son centros de adoración. El matemático Max Uhle los ve
como un gigantesco calendario, mientras otros creen que son canales de regadío. Paul
Kosok, que estableció su antigüedad mediante carbono 14, fijándola en el año 550 DC.,
los definió como calendario y mapa astronómico.

Fue Paul Kosok el que contrató a una ayudante para efectuar mediciones de los trazados
de Nazca y que, sin proponérselo, la condenó a una voluntaria cadena perpetua junto a
los geoglifos. La ayudante era María Reiche.

Viktoria María Reiche Neumann nació en Dresde, Alemania, el 15 de mayo de 1903. Por
problemas derivados de la muerte de su padre durante la Primera Guerra Mundial, no
pudo ingresar hasta 1924 a estudiar en la Universidad Técnica de su ciudad natal, donde

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se graduó como maestra en matemáticas, física, filosofía y geometría. Una vez titulada,
en 1932, el cónsul de su país en Cuzco la contrató como institutriz para sus hijos. Desde
el primer momento la sedujo el paisaje de la cordillera peruana, montañas que recorrió
una y otra vez, empapándose de las culturas milenarias de ese entorno casi virgen. Al pa-
recer, ella no congeniaba con la ideología nazi por lo que su patrón puso fin a su contrato
solo un año después, en lugar de los cuatro estipulados originalmente. Sin trabajo, viajó a
Lima donde sobrevivió como maestra hasta que en 1936 retornó a Alemania. Un año des-
pués volvió a Perú, estableciéndose nuevamente en Lima, donde trabajó como profesora
de gimnasia, alemán e inglés. Ya nunca más abandonaría esta tierra.

En la capital conoció a la inglesa Amy Meredith, dueña del Tearoom, un café frecuentado


por la intelectualidad limeña. Con la propietaria de ese lugar, a la que le enseñaba ale-
mán, se estableció una estrecha amistad, que según algunos fue mucho más que una
simple amistad, porque cuando María viajaba desde Nazca a Lima, alojaba en la casa de
la inglesa que, además, se convirtió en la primera mecenas de las expediciones de la ale-
mana. Ahora, cuando se han derribado muchos prejuicios, se dice que fueron pareja, pero
en la Lima santurrona de los años cincuenta, solo mencionar eso era pecado.

El vínculo entre ambas duró hasta la muerte de Amy, en 1960, víctima de cáncer. Habla
del grado de cercanía el hecho que Amy nombró a María como su heredera. Fue tanto lo
que la afectó el deceso de su amiga, que durante un tiempo abandonó todas las investiga-
ciones y se recluyó en la sierra, dedicándose a enseñar a niños pobres.

Ahí, en el Tearoom de Amy, fue donde María tuvo el primer contacto con Julio Tello, para
quien hizo algunas traducciones. Por intermedio de este arqueólogo peruano conoció a
Paul Kosok, antropólogo norteamericano, el hombre que cambiaría su destino.

Traduciendo los trabajos de Kosok supo sobre las líneas de Nazca y mostró tal entusias-
mo por el tema, que el estadounidense la convirtió en su ayudante. María viajó por prime-
ra vez a la zona en 1941 y ver en terreno todo eso que había leído y visto solo en fotogra-
fías, observar desde cerca los enigmáticos surcos, la embelesó de tal manera que decidió
dedicar su vida a su estudio.

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En ese momento sintió que había encontrado lo que había buscado por años; darle un
sentido a su vida, como se lo había hecho saber a su madre en una carta, cuyo inicio cita-
mos a continuación:

“Querida madre: tú me escribes acerca de las grandes expectativas que te


has cifrado y comparada con dichas expectativas soy un fracaso. El mundo
tiene derecho a esperar más de mí. Pero tienes razón, uno debe primero en-
contrarse a sí mismo antes de pretender ser algo para el mundo…Es posible
que viva algunos años en el anonimato, hasta que el destino me considere
digna de asignarme la tarea que ha determinado para mí…”

Junto a Kosok, que le enseñó todo lo que hasta ese momento sabía sobre los geoglifos,
en 1945 decidió establecerse definitivamente en la zona. Trabajó con el norteamericano
hasta 1949, cuando él regresó a su país. A partir de entonces, María quedó completamen-
te sola.

Pero ¿Qué tuvo la cultura Nazca para seducir de tal manera a una mujer procedente del
otro lado del mundo, hasta el punto de hacerla abandonar las comodidades citadinas para
vivir en una situación de extrema pobreza por desentrañar sus misterios?

Los nazca ocuparon el territorio hoy comprendido entre los ríos Chincha y Acarí, en la re-
gión de Ica, aunque se han encontrado elementos que permitirían suponer que llegaron
hasta las cercanías de Arequipa, unos 500 kms. más al sur. De oriente a poniente, se es-
tablecieron entre la cordillera, en lo que hoy es Ayacucho y el Océano Pacífico. La mayo-
ría de los estudiosos coinciden en que su desarrollo fue entre los años 100 AC (otros ha-
blan del 300 AC) hasta el 700 u 800 DC., aunque se estima que su mayor auge se produ-
jo en el siglo VI. La capital política y religiosa estaba ubicada en Cahuachi (o Kawachi),
cerca de la Nazca actual. Existen ruinas, entre las que destaca una pirámide que llegó a
tener veinte metros de alto, además de más de cuarenta montículos, todos de adobes y
bastante resistentes, porque han sobrevivido a incontables movimientos telúricos. A raíz
de que no se encontraron vestigios en Cahuachi que permitiesen deducir que se trataba
de una zona poblada, se cree que solo era un centro ceremonial y que la vida diaria se
desarrollaba en las cercanías de los terrenos agrícolas.

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Porque los nazca vivían de la agricultura para la que aprovecharon, aparte de otros ria-
chuelos, las aguas de los ríos Ingenio y Aja, que en su confluencia forman el Río Grande.
Además existen indicios y construcciones que permiten deducir que utilizaron para regar
corrientes subterráneas que circulaban por la zona.

Los estudios actuales los definen como un pueblo guerrero que acostumbraba a cortar las
cabezas de los enemigos vencidos y en la parte religiosa veneraban a animales. Se habla
de que su forma de gobierno fue una teocracia.

En la parte artística, eran eximios ceramistas, la que pintaban con un amplio abanico de
colores obtenidos de la naturaleza. También destacaron por sus tejidos en lana de llamas,
alpacas y algodón, que gracias a factores climáticos se conservan muy bien hasta nues-
tros días.

Pero sin duda que el gran legado que dejaron los nazcas a la humanidad son los dibujos
trazados en el desierto mediante el sistema de retirar las capas superiores de terreno, de-
jando a la vista los estratos inferiores. En cualquier otro sitio del mundo estos trazos hu-
biesen desaparecido en poco tiempo por la acción de la lluvia y del viento, pero en esta
zona las condiciones se confabularon para permitir que se mantuviesen casi incólumes
durante más de mil quinientos años.

La gran incógnita es establecer cómo lograban tanta precisión en sus trazos si desde el
piso tenían una perspectiva limitada. Para descifrar este misterio se han elaborado las
más descabelladas teorías. Incluso unos norteamericanos construyeron un globo utilizan-
do, según ellos, los elementos disponibles en la época nazca, para poder dirigir desde la
altura un eventual diseño. El globo solo se mantuvo por pocos minutos en el aire.

No se conocen las causas de la desaparición de esta extraordinaria cultura, aunque se


supone asociada a algún cataclismo o a una prolongada sequía que permitió que el de-
sierto que rodeaba sus territorios fértiles se expandiera sin control, lo que los obligó a emi-
grar hacia mejores tierras.

Existe un estudio del Instituto de Investigación Arqueológica de la Universidad de Cambri-


dge, encabezado por David Beresford-Jones, que concluyó que la desaparición de la cul-

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tura Nazca está asociada a la deforestación ocasionada por la tala indiscriminada del hua-
rango, árbol clave en su ecosistema, tala que obedeció al deseo de ampliar las áreas de
cultivo. Esto, unido a la corriente del Niño que provocó grandes inundaciones en esos
años, arrastrando las tierras fértiles hacia el mar, los obligó a buscar otros territorios para
los cultivos, lo que facilitó la dispersión de sus habitantes. Al parecer, parte de esta forza-
da emigración dio origen a la cultura Huari o por lo menos influyó notablemente en ella.

En todo caso, lo que encontraron los investigadores, entre ellos María Reiche, los dejó
asombrados. Hasta poco tiempo antes de los hallazgos, nadie imaginaba el enorme lega-
do de esta cultura singular.

La investigadora alemana declaró:

“Aunque se puedan tener diferentes opiniones sobre los dibujos y su significa-


do, una cosa es cierta sin embargo, y es que la existencia de las figuras de-
muestra que los habitantes de la costa peruana habían alcanzado un nivel cul-
tural insospechado.”

María Reiche no disponía de muchos recursos para llevar a cabo la misión que se autoim-
puso y verla deambular por el desierto con una escala en un hombro, una escoba en la
mano y un cesto en el que portaba una brújula, la huincha de medir, escuadras y otros
elementos básicos utilizados en geometría, la convirtió, en la opinión de los habitantes lo-
cales, en “la bruja”. Además, mientras trabajaba, su aspecto personal no le resultaba im-
portante, por lo que vestía ropas que más la hacían parecer mendiga que científica. Al co-
mienzo, los habitantes locales le temían.

Desde la escala observaba con una mejor perspectiva los trazos y con la escoba barría
los surcos para que se destacasen las formas que se ocultaban bajo el polvo acumulado
por siglos. Además, intentaba reponer los estropicios que causaban vehículos o personas
que pasaban por sobre las líneas, dañándolas. Con la huincha medía las figuras, con las
escuadras hacía las triangulaciones, componiendo los levantamientos y replicando en su
libreta los dibujos que iba descubriendo.

Las líneas de Nazca se convirtieron en su obsesión y su conservación pasó a ser la razón


de su existencia. En 1948 publicó su primer libro: “Los dibujos gigantescos en el suelo de

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las pampas de Nazca y Palpa. Descripción y ensayo de interpretación”, editado por Edito-
ra Médica (Lima).

Poco a poco, este tesoro de alrededor de cincuenta kilómetros de largo, por quince de an-
cho, se fue haciendo conocido y eso representó otro drama, porque una avalancha de
personas, más motivadas por la curiosidad que por el deseo de saber, llegó al sector y co-
menzó a sacar rocas y reliquias que encontraban en los surcos y a circular por sobre los
geoglifos. Muchas veces María utilizó su escoba, único elemento a la mano, para espan-
tarlos.

Preocupada por la suerte de sus hallazgos, decidió ocupar una casucha abandonada en
medio del desierto para poder estar pendiente día y noche del lugar. Además necesitaba
caminar menos para llegar a su lugar de trabajo. Carecía de agua, luz y baño, pero eso
parecía no preocuparla. Ahí residía y desde ese sitio iniciaba, todos los días a partir de las
cinco de la madrugada, su recorrido, tomando medidas, limpiando y efectuando anotacio-
nes. Eso durante muchos años. Su alimentación era precaria y su vista, nunca buena, se
fue dañando aún más con el sol.

Tal como dijimos, interrumpió su trabajo por un breve espacio de tiempo en 1960, cuando
falleció su amiga Amy Meredith. Un año antes había muerto el hombre que la empujó a
esta aventura, Paul Kosok. Pero no pudo permanecer mucho tiempo alejada de sus dibu-
jos y pronto regresó a cumplir el apostolado que se había impuesto.

Pocos años antes de estas pérdidas, hacia finales de la década del cincuenta, tuvo que
llevar a cabo una lucha sin cuartel para salvar este irreemplazable patrimonio.

Estudios desarrollados por algunas instituciones establecieron que los terrenos en los que
se encuentran los geoglifos tenían aptitud para el cultivo del algodón. Esto llevó a las au-
toridades, en Lima, a evaluar un enorme proyecto de irrigación para los valles de Nazca y
Palpa, que hubiera hecho desaparecer para siempre este tesoro. Con la energía que la
caracterizaba, María recorrió oficinas, publicó artículos en diversos diarios, buscó apoyo
en instituciones, montó exposiciones de fotografías que tomó ella misma desde un heli-
cóptero, pero como los trineos le impedían una buena visibilidad, se colgó para que las
imágenes resultasen lo suficientemente claras. Tengamos en cuenta que para entonces

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ya tenía más de cincuenta años. Pero al parecer todos sus esfuerzos caían en el vacío.
Nadie mostraba interés por estos dibujos trazados en la tierra.

Cabe hacer notar que el proyecto contra el que combatía María contaba con el respaldo
de la comunidad, la mayoría indígenas, que veían en el riego la posibilidad de salir de la
pobreza. María tenía que hacerles comprender que el desarrollo turístico de la zona podía
darles tantas o más expectativas de trabajo que la agricultura.

Al final y en vista de tanta insistencia, el alcalde de Nazca decidió congelar el proyecto,


del que, al parecer, nunca más se volvió a hablar.

Paradojalmente, los nuevos enemigos de Nazca fueron los turistas que circulaban por en-
cima de los dibujos sin ningún cuidado. En una nueva batalla por conseguir fondos, María
pudo contratar vigilantes y construir una torre desde la que es posible apreciar algunos de
los trazados, a la que permitía subir a los turistas gratis, con el fin de que no invadieran el
recinto. Además consiguió que se organizara, en 1965, la Corporación de Reconstrucción
y Fomento de Ica, que colaboró con ella en el cuidado y mantención de este gigantesco
museo al aire libre.

Ya los años y el desgaste de tanto tiempo de vivir en condiciones mínimas y mal alimenta-
da, le empezaban a pasar la cuenta, su vista empeoraba día a día y el resplandor del de-
sierto poco ayudaba a una eventual recuperación. Decidió hacer un alto y comenzó a or-
denar toda la información recolectada. Para esto creó un fichero en el que fue clasifican-
do, organizando apuntes, dibujos y fotografías, en definitiva, preparando su legado.

En 1968 escribió el libro “Secreto de la Pampa”, editado en Alemania, que por fin le abrió


las puertas al reconocimiento internacional, lo que significó que muchos investigadores de
todo el mundo se avecindaron por Nazca para conocerla en persona y saber de su traba-
jo. También comenzó a recibir algún respaldo financiero, aunque no conseguía que las lí-
neas fuesen declaradas Patrimonio de la Humanidad.

Junto con los investigadores comenzaron a llegar turistas europeos atraídos por las imá-
genes, hasta poco tiempo antes desconocidas para el mundo. Por fin, en 1978 consiguió
el primer peldaño de reconocimiento al ser declarados los geoglifos “Zona Protegida”. La

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trascendencia que estaba tomando el sector quedó en evidencia cuando lo visitaron per-
sonalidades de todo el mundo, entre ellas, la reina Sofía, de España,

La ceguera aumentaba y su salud la acompañaba poco para continuar con su peregrinaje


a través de la pampa. Un parkinson incipiente la limitaba y ella percibía que iba en aumen-
to.

Para mejorar sus condiciones de vida ocurrieron dos hechos importantes. Su hermana
Renate, médico en Alemania, jubiló y se vino a vivir con ella a Nazca, en 1984, tanto para
cuidarla como para hacerse cargo de algunos asuntos de María. También por esos tiem-
pos se edificó un hotel en esa misma ciudad, que la acogió junto a su hermana en una ha-
bitación mucho más digna que la casucha que ocupaba en el desierto.

Pese a todas las limitaciones que le imponía su salud, continuó con sus recorridos, mu-
chas veces en silla de ruedas, tomando medidas y apuntes, aunque el fuerte del trabajo
se lo llevaba Renate, porque ella pasaba muchos días sin poder levantarse, días que
aprovechaba para revisar apuntes y escribir. En 1993 publicó su último libro: Contribucio-
nes a la geometría y a la astronomía en el Perú antiguo. Este libro fue editado por la Aso-
ciación María Reiche para las Líneas de Nazca. Un año antes el gobierno le había con-
cedido la nacionalidad peruana, un gran anhelo de María. Y al año siguiente de la publica-
ción de ese libro, se concretó el otro anhelo de la ahora peruana María Reiche. Los geo-
glifos fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

En 1996 se estremeció con la muerte de su hermana, durante el último tiempo su gran so-
porte, tanto en lo anímico como en lo material. Al verla partir sintió cómo su propia vida se
le iba y que no le iba a alcanzar el tiempo para hacer todo lo que ella hubiese deseado.

Alguna vez declaró: Tengo definida mi vida hasta el último minuto de mi existencia: será
para Nazca. El tiempo será poco para estudiar la maravilla que encierran las pampas. Ahí
moriré.

Y ahí murió. El 8 de junio de 1998 un cáncer de ovario puso fin a la vida de esta mujer no-
table. Había dedicado casi cincuenta años a preservar uno de los tesoros más grandes
que las culturas preincaicas legaron a la humanidad.

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Hoy muchas organizaciones luchan por conservar la herencia de María y ese invaluable
monumento histórico al aire libre, entre ellas la Asociación María Reiche, pero perciben
que están perdiendo la batalla. En el sector se han producido tomas ilegales de terrenos,
se practica la minería informal, además del daño que causan los vehículos y las personas
que circulan por el sector, que por lo extenso, resulta muy difícil de controlar.

El polvo se ha ido acumulando en los surcos que marcaban los dibujos, que se hacen
cada vez más difíciles de ver desde el cielo. Los nazqueños extrañan la escoba de María
Reiche, su Gran Dama.

Para saber más

Sitio Huellas de Mujeres Geniales. En http://www.huellasdemujeresgeniales.com/maria-


reiche/. Consultado, Junio 2018

María Reiche, la matemática alemana que dedicó su vida a proteger las líneas de Nasca
en Perú. BBC Mundo 15 de octubre 2017. En http://www.bbc.com/mundo/noticias-
41474754. Consultado junio 2018

Asociación María Reiche (http://www.maria-reiche.org/nasca/Inicio.html). Consultado ju-


nio 2018.

Historia del Perú – Cultura Nazca. En https://historiaperuana.pe/periodo-autoctono/cultu-


ra-nazca/. Consultado junio 2018

Civilizaciones andinas: Cultura Nazca. En https://www.socialhizo.com/historia/edad-an-


tigua/civilizaciones-andinas-cultura-nazca. Consultado junio 2018

Historia del Perú – Proceso económico social y cultural. Autor: Instituto de Ciencias y Hu-
manidades. Lumbrera Editores – 2012

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DEJO CON USTEDES A…

LA REINA DEL CANTAR MEXICANO

Guadalupe del Carmen es una de las figuras fundamentales de la música po-


pular chilena de toda la historia, igualable a nombres como Ester Soré en la
interpretación de tonadas, a Margot Loyola en su trabajo de proyección folcló-
rica y a Violeta Parra en la composición de música chilena de raíz.

Fabián Llanca - Periodista

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El 24 de enero de 1939 una vez más Chile se estremecía con un terremoto. Esta vez el
epicentro fue cercano a la ciudad de Chillán y dejó un saldo devastador; entre veinticinco
y treinta mil muertos. La zona afectada era la más importante en cuanto a la producción
agrícola, el hambre y la pobreza se enseñorearon en el país. El mundo vivía el preámbulo
de la Segunda Guerra Mundial y la mayoría de los países tenían preocupaciones mayores
que un terremoto en un territorio lejano. Excepto México.

Con el ánimo de traer un poco de consuelo frente a la desolación y la miseria, en febrero


de 1940 el gobierno mexicano del Presidente Lázaro Cárdenas, dispuso el envío de una
nave, el “Durango”, trasladando a una nutrida delegación de 400 artistas, boxeadores,
charros, motociclistas, jinetes, policías y un variopinto conjunto de personas, con el único
fin de entretener a los chilenos.

Se presentaron en la Quinta Normal, el Estadio Nacional, en cárceles y en muchos luga-


res donde la alta concurrencia fue la tónica. Las manifestaciones artísticas aztecas se
adueñaron de los medios locales y la música mexicana, sobre todo las rancheras y los co-
rridos, comenzaron a ser entonados por todos los chilenos, especialmente por los habitan-
tes del campo y de los barrios populares.

Esta manifestación musical no era desconocida en el país, que pocos años antes habían
comenzado a apreciarla a través del cine mexicano, en cuyas películas la música ocupa-
ba un lugar preferente. En esa época en México se decía que no se podía ser actor sin
ser cantante, ni cantante sin ser actor. Pero el impacto provocado por la visita de esta de-
legación, se impregnó en el alma popular.

El 7 de enero de 1931, en un rincón campesino llamado Quilhuiné, en la comuna de


Chanco, en el Chile central, zona conocida por el queso que recibe su nombre, nació Es-
meralda González Letelier. La niña creció al calor de los braseros, tomando agüitas de
yerba, comiendo tortillas al rescoldo y en la soledad del lugar, su mayor entretención fue
aprender a tocar la guitarra y cantar las tonadas y cuecas que alegraban las tertulias y las
fiestas campesinas. Sin duda tenía buena voz, lo que llevó a una tía a sugerirle que se
trasladara a Santiago. En ese campo remoto sus aptitudes artísticas no tenían ningún
destino.

Como suele ocurrir, la vida en la capital no le fue fácil. Después de deambular algunos
meses buscando trabajo, lo consiguió como dependiente en un céntrico local de Cristale-

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rías Chile, donde hizo amigos con los que compartía veladas de camaradería. Ahí mostró
sus dotes de cantante y alguno le sugirió que se presentara en un programa buscador de
talentos que se desarrollaba en la Radio del Pacífico, ubicada en el Portal Fernández
Concha, en plena Plaza de Armas de la ciudad y muy cerca de su trabajo. Se convirtió en
asidua a este programa.

En 1946 visitó Chile el popular actor y cantante mexicano Jorge Negrete, de cuyas pelícu-
las la muchachita era fanática. El arribo del artista a la Estación Mapocho, en tren desde
Argentina, fue una apoteosis multitudinaria que dejó dieciocho heridos.

El historiador César Albornoz, afirmó en un conversatorio:

Me atrevo a afirmar que Jorge Negrete constituye el evento que consagra la


cultura de masas en Santiago de Chile. El año 1946 quedó marcado por su vi-
sita, a partir de la cual se consagra la cultura popular de masas en este país.

Tener la posibilidad de verlo actuar en una de las seis presentaciones que el músico reali-
zó en el país, superó la capacidad de asombro de Esmeralda. “Casi me desmayé”, reco-
nocería más adelante la estrella en ciernes. A partir de ese instante se convirtió en incon-
dicional de la música mexicana.

Pero no pudo darle todas las riendas que quisiera a este género, porque en una de sus
presentaciones en la radioemisora conoció al folklorista Marcial Campos, integrante del
dúo de los Hermanos Campos y se enamoró. Se casaron en septiembre de 1947 y el dúo
pasó a ser trío. Además, tres hijos nacieron del matrimonio.

Se radicaron en la comuna de Conchalí y para sobrevivir de la música, las calles, los mer-
cados, los trenes al sur y a la costa se convirtieron en el principal escenario, además de
las esporádicas presentaciones radiales, donde ella comenzó con sus primeras incursio-
nes con la música mexicana. La bautizaron “Sandra, la Mexicanita” y a alguien se le ocu-
rrió decir que provenía de Chihuahua. Esmeralda no lo desmintió. Muchas personas
creían que efectivamente había nacido en el país de los aztecas.

Más los esfuerzos por salir adelante siempre topaban en las fronteras del mismo círculo,
hasta que consiguieron que Aurelio Rojas Vergara, un importante empresario artístico del
medio local, se hiciera cargo de su carrera. A partir de ese momento, los más destacados
locales, quintas de recreo, restoranes santiaguinos, clubes nocturnos, pasaron a convertir-

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se en los lugares habituales de presentación y sus voces comenzaron a ser difundidas en
las radios locales.

Como guinda de la torta, a Rojas se le ocurrió cambiarle el nombre a Sandra la Mexicanita


por Guadalupe del Carmen, aludiendo a las patronas de los dos países que se fusionaban
en su música. La Vírgen de Guadalupe, en México y la Del Carmen, en Chile.

Para educar la excelente voz de la mujer, el empresario le sugirió que tomase clases de
canto en el conservatorio.

Y ahí se inicia una de las trayectorias más exitosas de la música popular chilena. Vienen
las giras en las que recorre desde Arica a Tierra del Fuego, actuando casi siempre a ta-
blero vuelto y junto al dúo conformado por su marido y su cuñado, en espectáculos al que
van incorporando y rotando a otros artistas.

De esta época data también su sociedad con Abelardo Astudillo Moreno, conocido en el
ambiente artístico por su seudónimo Jorge Landy, profesor de música y compositor de
muchas de las canciones que ella popularizó, entre las que destaca “Ofrenda”, con la que
la artista ganó el primer Disco de Oro que se entregó en Chile, por superar las 175.000
copias vendidas. La canción fue grabada por el sello RCA Víctor.

La carrera de la cantante parecía imparable, aunque su sueño incumplido era cantar en la


Plaza Garibaldi, de la Ciudad de México, acompañada por auténticos charros.

Los medios y periodistas, aún los dirigidos a otros públicos, como Marina de Navasal, de
la revista Ecran, una publicación más especializada en Hollywood y sus actores, a fines
de 1954 le dedica una parte importante de un artículo en el que destaca a los nuevos va-
lores de la música popular chilena.

En 1960, cuando ella está en el apogeo de su carrera, visita Chile el presidente mexicano
López Mateo. Su señora escucha hablar de Guadalupe del Carmen y la invita a su país
para que realice el sueño incumplido de cantar en la Plaza Garibaldi. Pero enferma y no
puede viajar.

Quizás su enfermedad se origina en el impacto que le produce la separación de su mari-


do, a comienzos de ese mismo año, aunque continuaron ligados por sus actividades musi-
cales.

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Ella pronto encuentra consuelo en los brazos de Daniel Sandoval, taxista, hasta ese mo-
mento completamente ajeno al mundo artístico, con el que convive durante casi tres déca-
das.

Pero la música ranchera estaba en declinación. En abril de 1957 había muerto, en un ac-
cidente de aviación, Pedro Infante, el mayor ícono del género y con su pérdida, sumada a
la aparición del rock and roll, que empapó con su ritmo a la juventud de toda América, lo
que interpretaba Guadalupe fue perdiendo espacio en los medios de difusión, sobre todo
en la televisión, esa incipiente entretención que le fue quitando espacios a las demás for-
mas de esparcimiento.

Guadalupe, con su carrera bastante alicaída, recibe un golpe que la arrastra a una profun-
da depresión. En la víspera de la Navidad de 1971, su hijo menor, Martín, aparentemente
jugando, recibe un balazo disparado por un hermanastro y muere. El dolor de madre la
empuja hacia un tremendo vacío en el que no quiere saber nada de actuaciones ni de la
vida.

El impacto emocional es tan fuerte, que sufre una amnesia temporal. Cuando, a insisten-
cia de su pareja o de sus amigos consigue pararse sobre un escenario, se le olvidan las
letras de las canciones o le despiertan tales evocaciones, que la hacen llorar, impidiéndo-
le cantar. Nada logra consolarla. Solo la paciencia de Daniel poco a poco la ayuda a en-
contrar consuelo.

La vida a veces es irónica. A comienzos de 1972 visita Chile el Presidente mexicano Luis
Echeverría, que sabe del frustrado viaje de Guadalupe a su país doce años antes y le rei-
tera la invitación, pero el ánimo de ella está desplomado y lo rechaza. Por segunda vez
deja escapar la posibilidad de realizar su sueño.

Pero la vida continúa y necesitan generar ingresos para vivir. Abren una botillería en la
población La Bandera, de Santiago, que ella atiende cuando no está realizando algunas
esporádicas giras junto a otros cantantes, que, como ella, están atravesando momentos
difíciles.

Entonces, en medio de una pena que no logra superar del todo, se abre una puerta. Enri-
que Maluenda, animador de un programa de televisión de mediodía, llamado Festival de
la Una, la invita a presentarse en su show y lo hace con tal éxito, que se convierte en ar -
tista frecuente.

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Su público no la ha olvidado y vuelven a disfrutar de sus canciones que corean, porque se
han arraigado profundamente en el alma popular.

Por esa época Sandoval consigue un nuevo empleo, como chofer del camión que traslada
parte de la escenografía del Circo Timoteo, un espectáculo nómade cuya principal atrac-
ción son los travestis y los humoristas de subido tono. Él convence a su mujer para que se
incorpore como parte del show, haciendo lo que mejor sabe, cantando rancheras. Pronto
es el centro de atracción, la artista principal y junto a ellos realiza giras por todo el país,
las que combina con sus presentaciones en televisión.

Nuevamente es una estrella rutilante del espectáculo popular. La mayoría de sus presen-
taciones son con las aposentadurías repletas y ella se siente renacer en medio de los
aplausos de aquellos que nunca la olvidan.

Tampoco la olvidan los mexicanos residentes en Chile, que preparan un homenaje para
hacerle a mediados de junio de 1987, y que como obsequio contempla pasajes a Ciudad
de México para dos personas. Así ella podrá, por fin, cantar en la Plaza Garibaldi.

Pero el veleidoso destino tenía escrito que jamás conociera el país cuya música hizo pro-
pia. Pocos días antes, el 5 de junio, en la localidad de Peñablanca, cercana a Viña del
Mar, un fulminante ataque puso fin a su vida. Falleció en la carpa del Circo Timoteo, que
compartía con su leal Daniel.

Sus restos fueron velados en la sede de los folkloristas, institución a la que se había incor-
porado en 1961. Ahí se dieron cita muchos artistas para rendirle un postrer homenaje a
esta colega entronizada en lo más profundo del sentir popular.

Miles de flores engalanaron el sector y la gigantesca comitiva que la escoltó hasta el Ce-
menterio Metropolitano de Santiago, obligó a suspender el tránsito por largos minutos.

Hasta ahí llegó el cuerpo de Esmeralda González Letelier, porque el espíritu de Guadalu-
pe del Carmen sigue vivo en el alma popular.

En Chanco, su tierra natal, la recuerda un modesto museo y todos los años, desde 1988,
en el mes de febrero, la bucólica tranquilidad se rompe porque la localidad se viste de
charro por tres días, para celebrar el Festival del Cantar Mexicano Guadalupe del Car-
men.

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El pequeño pueblo se llena de afuerinos, muchos de ellos vestidos a la usanza charra,
pero lo que más llama la atención es la gran cantidad de cantantes, muchos de ellos muy
jóvenes, entusiasmados con la idea de competir en el concurso para elegir la mejor voz
ranchera.

Cuando otros géneros musicales muy distintos acaparan la atención de los muchachos,
alegra ver a éstos que reviven, año a año, la herencia que dejó la gran cantante chanqui-
na.

Para saber más.

Llanca, Fabián: MusicaPopular.cl – la enciclopedia de la música chilena. https://www.musicapopu-


lar.cl/artista/guadalupe-del-carmen/
Consultado 28 de julio 2020.

Alarcón Carrasco, Héctor: Identidad y futuro. Guadalupe del Carmen ícono de la música ranchera
nacional
ttps://identidadyfuturo.cl/2012/01/04/guadalupe-del-carmen-icono-de-la-musica-ranchera-nacional/
Consultado 28 de julio 2020.

Chamorro Ricardo: Nuestro gusto por México- Revista Punto Final


http://www.puntofinal.cl/874/mexico874.php
Consultado julio 2020

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