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LA CULTURA POLÍTICA (Cultura Cívica). GABRIEL ALMOND y SIDNEY VERBA.


RECENSIÓN.

Preprint · February 2019


DOI: 10.13140/RG.2.2.14325.63200

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Hugo Pereira Chamorro


University of Santiago de Compostela
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LA CULTURA POLÍTICA por GABRIEL ALMOND y SIDNEY VERBA
Hugo Pereira Chamorro, CLIS-3
El texto que me dispongo a comentar fue escrito por los politólogos Gabriel A. Almond
y Sidney Verba, siendo extraído de su libro La Cultura Cívica, publicado en el año 1965.

Almond y Verba comienzan dándonos unas nociones sobre cultura política, así, en “Un
enfoque sobre la cultura política” nos acercan la idea de que “no podemos estar seguros
que las naciones del continente europeo lleguen a descubrir una forma estable de
proceso democrático que se acomode (…) a su cultura particular”; en este sentido,
consideran que, con la llegada del fascismo y el comunismo a Europa, la contingencia
de la pervivencia de la democracia es un hecho.

Así mismo, Almond y Verba, nos afirman que “el problema central de la ciencia política
consiste en saber cuál será el contenido de esta nueva cultura mundial”, pues, el
progreso del conocimiento y el control de la propia naturaleza -que tuvo su germen en
Occidente hace cuatro siglos- posee un ritmo muy acelerado que está transformando el
orden mundial. La ingeniería y la organización social se ocupan, igualmente, de la
aplicación de la racionalidad, sin embargo, según Almond y Verba, la primera la aplica
a las cosas materiales y la segunda a los seres humanos y grupos sociales. Desde esta
perspectiva podemos considerar que en todas las naciones jóvenes, los individuos que
conforman esa sociedad se consideran políticamente importantes y miembros activos
del sistema político. Así mismo, podemos considerar que las nuevas naciones podrán
optar por dos modelos diferentes de Estado [moderno]: el totalitario y el democrático. El
modelo que el joven Estado elija, será determinante para las relaciones que éste
establezca con sus ciudadanos: en el primer caso, el individuo jugará el papel de
“súbdito participante” mientras que en el segundo de “ciudadano influyente”. De este
modo, hemos de igualmente considerar que si el Estado elige la democracia como
modelo debe, además de desarrollar las instituciones formales propias de una
democracia (el sufragio universal, los partidos políticos y la legislatura efectiva) -que
también se encuentran en el modelo totalitario aunque en un sentido formal, ya que no
funcional-, agregar a la nación una cultura política congruente con este sistema político.

La “cultura cívica” es el siguiente aspecto que tratan Almond y Verba. Podemos


considerar la cultura cívica como una mezcla de modernización y tradición, no se trata,
pues, de una cultura moderna sino de una ambivalencia entre lo pasado y lo moderno.
Herring -politólogo- afirma que la ciencia y la democracia surgieron de la mano en la
cultura humanística de Occidente. Sin embargo, mientras que la ciencia sigue un camino
recto y avanza a pasos agigantados, la cultura democrática es lenta. En Inglaterra, el
surgimiento de la cultura cívica puede ser considerado por el choque -no muy fuerte, tal
que pudiera causar la desintegración del sistema- entre modernización y
tradicionalismo. Esto se plasmó en dos procesos importantísimos: primeramente lo fue
la secularización -la separación de la Iglesia de Roma y la tolerancia por parte de
diversos “credos religiosos”- y en segundo lugar, otro aspecto importantísimo, fue la
aparición de una clase comerciante próspera -consciente de su poder- en la que
participase, incluso, la nobleza y la monarquía. Así, a raíz de la participación de las
fuerzas aristocráticas y monárquicas con las tendencias secularizadoras surgió una
tercera cultura, ni tradicional ni moderna pero que participaba de ambas, una cultura de
consenso y diversidad, una cultura que permitía el cambio y también lo moderaba. Había
nacido, pues, la cultura cívica. Podemos, así mismo, considerar que la cultura cívica y
el sistema político democrático son los dones del mundo occidental pero, sin embargo,
la tecnología y la ciencia han dejado de ser patrimonio único de Occidente, ya por todas
partes se está expandiendo el espíritu de la Revolución Industrial.
La siguiente pregunta que se plantean Almond y Verba es: ¿Qué es la democracia y
como sobrevive?1. Nos dicen que se afirma que el sistema democrático se basa en la
participación influyente de la población adulta “como un todo” y que, además, el
individuo debe utilizar el poder que se le otorga de un modo inteligente para no alterar
el sistema político. Así, los teóricos de la democracia (desde Aristóteles hasta los
actuales) han insistido en que las democracias se mantienen gracias a la participación
activa de los ciudadanos en los asuntos públicos, así como, a la existencia de una
elevada información sobre estos mismos asuntos dentro de la sociedad y gracias a la
pervivencia de un sentido de responsabilidad cívica entre los miembros conformantes
de dicha nación. En esta misma línea versan los estudios de Lipset -sociólogo- quien
aseguró una correlación entre la modernización y la pervivencia de una democracia
estable. Harold Lasswell, por su parte, ha estudiado las características de una persona
que se define demócrata (un ego abierto, una aptitud para compartir valores comunes,
orientación plurivalorizada, fe y confianza en los demás hombres y relativa ausencia de
ansiedad); sin embargo, vemos en este estudio una falta de actitudes y sentimientos
“específicamente políticos”.

La siguiente parte del texto que nos atañe es la tipología de la cultura política.
Primeramente, debemos extraer la definición que Almond y Verba nos dan sobre cultura
política: “el término cultura política se refiere a orientaciones específicamente políticas,
posturas relativas al sistema político y sus diferentes elementos, así como actitudes
relacionadas con la función de uno mismo dentro de dicho sistema (…) es un conjunto
de orientaciones relacionadas con un sistema especial de objetos y procesos sociales”.
Así, pues, la cultura política de una nación consiste en la particular distribución entre
sus miembros de las pautas de orientación hacia los objetos políticos. Las preguntas
que nos caben son: ¿Cuáles son las orientaciones hacia los objetos políticos? y ¿Cuáles
son los objetos políticos? Almond y Verba se suman a la clasificación de orientaciones
políticas que introdujo en su momento Talcott Parsons, tenemos: orientaciones
cognitivas -conocimientos y creencias acerca del sistema político y de sus aspectos
políticos (inputs) y administrativos (outputs)-; orientaciones afectivas -sentimientos
acerca del sistema político- y orientaciones evaluativas -juicios y opiniones sobre los
objetos políticos-. En cuanto a los objetos que componen el sistema político, Almond y
Verba se sienten muy influenciados por la teoría sistémica de David Easton, así
introducen como objetos políticos: el sistema como objeto general, los objetos políticos
-inputs- (es decir, la corriente de demandas que va de la sociedad al sistema político y
la conversión de dichas demandas en principios de autoridad), los objetos
administrativos -outputs- (es decir, procesos administrativos mediante los cuales son
aplicados los principios de autoridad del gobierno las estructuras que predominan en
este proceso son las burocracias y los tribunales de justicia) y la percepción de uno
mismo como participante activo (el self).

La siguiente pregunta es: ¿Cuáles son los tipos de cultura política? Almond y Verba nos
comienzan introduciendo una serie de culturas políticas -puras- bajo la advertencia de
que (a excepción de las que son sencillamente parroquiales) no podemos encontrarlas
per sé en la realidad, sino que todas ellas aparecen conjugadas entre sí, con subculturas
en su interior. Así tenemos: la cultura política parroquial es aquella en la que las
orientaciones hacia los objetos políticos se acercan a cero; ejemplos de ella son: las
sociedades tribales africanas y las comunidades locales autónomas. El individuo en este
tipo de cultura no espera nada del sistema político. Así mismo, en estas sociedades
una misma persona engloba muchos roles distintos, no hay, pues, roles políticos
especializados. Así mismo, los habitantes de las ciudades y pueblos bajo este tipo de
cultura no tienen conciencia de los gobernadores centrales. En la cultura política de

1
Esta pregunta que formulo no está explicitada en el texto que comento, sino que es de cosecha propia
para una mejor estructuración formal y textual de este trabajo.
súbdito sí que existen orientaciones de los individuos hacia el sistema como objeto
general, hacia los objetos administrativos pero, sin embargo, las orientaciones respecto
a los inputs y al self tienden a cero. El súbdito, por tanto, tiene conciencia de la existencia
de una autoridad que lo gobierna pero la relación individuo-sistema se da mediante una
relación pasiva. En la cultura política de participación los miembros de la sociedad
tienden a estar explícitamente orientados hacia el sistema “como un todo” y hacia sus
estructuras y procesos políticos -inputs- y administrativos -outputs-. Así mismo, los
individuos tienden a orientarse hacia un rol activo en la política (aunque, como es obvio,
sus sentimientos hacia el sistema pueden ir desde el rechazo hacia la aceptación).

Como he comentado, ninguna cultura política se encuentra de forma pura y objetiva en


la realidad. Incluso los sistemas políticos con una cultura predominantemente de
participación podrán incluir vestigios de cultura de tipo parroquial o de súbdito. Sea como
fuere, no podemos obviar los conceptos de congruencia e incongruencia, pues las
culturas políticas pueden ser congruentes o no con el sistema político que las alberga.
Una cultura política será congruente si es apropiada para la cultura, es decir, una cultura
de súbdito o participante será más congruente con un sistema político tradicional y una
cultura de participante con un sistema democrático.

En la realidad, como ya hemos reiterado, podemos encontrar culturas políticas mixtas,


es decir, que combinan diversos rasgos de diversas culturas políticas. Así tenemos, la
cultura parroquial de súbdito en la que una parte de la población ha rechazado las
pretensiones de mando exclusiva de una autoridad difusa (tribal, rural o feudal) y ha
desarrollado lealtad hacia un sistema político más complejo (es decir, con estructuras
de gobierno centrales y especializadas -no difusas-). Tenemos por ejemplo el
nacimiento de los reinos clásicos a partir de unidades sociales indiferenciadas y con
autoridades difusas (ejemplo: reinos africanos e, incluso, el Imperio Turco). Por otro lado
tenemos la cultura de súbdito participante en la que una parte sustancial de la población
adquirió orientaciones hacia los inputs del sistema mientras que el resto de la población
está sumida en orientaciones hacia una estructura gubernamental autoritaria. Así,
debido a que solo una parte de la población funciona bajo orientaciones de participación
(mientras que la otra continúa doblegada en un autoritarismo extremo) ésta solo podrá
permanecer como aspirante a la democracia. Tenemos como ejemplo a Inglaterra, que,
gracias al desarrollo de una cultura se súbdito participante, sus estructuras culturales y
sus ciudadanos se pudieron relacionar con su propio gobierno, hacia los inputs. Por su
parte, la cultura parroquial participante se encuentra fundamentalmente en las naciones
incipientes, en donde la cultura política predominante es la parroquial pero las normas
estructurales que se introducen en el mismo suelen ser de participación; para que haya
congruencia, por tanto, nos dicen Almond y Verba, deben desarrollar una política de
participación combinada con ciertos aspectos de la parroquial. Como norma general,
estos sistemas políticos se balancean constantemente entre el autoritarismo y la
democracia.

De todo esto surge el concepto de cultura y subcultura que ya introduje más arriba. Así,
trayendo a colación las palabras de Ralph Linton (antropólogo) podemos considerar que
subcultura hace referencia a los elementos componentes de las culturas políticas. El
ejemplo más paradigmático de subcultura política se puede encontrar en Francia, en
donde, tras la Revolución Francesa, la población se movió entre estas dos subculturas:
la de participación y otra dominada por orientaciones parroquiales y de súbdito.

Almond y Verba, a continuación, nos vuelven a profundizar en la cultura cívica, una


cultura que califican como mixta. En primer lugar, hemos de considerar la cultura cívica
como una cultura leal de participación, es decir, una cultura política de participación en
la que cultura y estructura política -sistema político- son congruentes. Así mismo, no
debemos obviar que la cultura cívica combina las orientaciones políticas de participación
con la de súbdito y las parroquiales, sin que ninguna de ellas ocupe el lugar de las otras.
Por tanto, los individuos se convierten en participantes del proceso político, pero sin
abandonar sus orientaciones de súbdito y parroquiales. Además, nos dicen Almond y
Verba, no solo mantienen las orientaciones al mismo tiempo sino que las orientaciones
parroquiales y de súbdito son congruentes con las de participación. Podemos concluir
diciendo que: las orientaciones parroquiales y de súbdito, en cierto sentido, mantienen
en su lugar las orientaciones políticas de participación, conduciéndonos, por tanto, a
una cultura política equilibrada en la que la actividad política, la implicación y la
racionalidad existen pero compensadas por la pasividad, el tradicionalismo y, en fin, la
entrega de la sociedad a los valores parroquiales.

En el siguiente apartado, Almond y Verba, nos dicen que “micropolítica”, extrayendo la


definición de Rokkan y Campbell, se refiere al estudio del individuo, sus actitudes y
motivaciones políticas. Por su parte, “macropolítica” hace referencia al estudio más
tradicional que se interesa por los asuntos políticos, por los sistemas políticos, por las
instituciones y sus efectos sobre la acción política pública. Así mismo, debemos
considerar que el nexo entre micro y macro política es la propia cultura política.

Con los conceptos de subcultura política y cultura de rol, podremos llegar a localizar
actitudes e inclinaciones especiales hacia una conducta política en determinados
sectores de la población, así como, en roles particulares, estructuras o subsistemas del
propio sistema político.

Otra de las ideas de importancia que exponen Almond y Verba es que los objetos
políticos pueden ser reducidos a sus elementos componentes. Así, el sistema político
en general podría ser reducido al concepto de “nación” y “sistema político”. Los inputs a
“medios de comunicación”, “grupos de intereses”, “partidos políticos”, “poderes
legislativos y ejecutivos”. Los outputs a “ejército”, “policía”, “autoridades fiscales”,
“autoridades de educación” y otras muchas de igual talante.

El estudio que Almond y Verba llevan a cabo en el libro del cual está extraído el texto
que comento, comprende estos países: Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Italia y
México. La inclusión de estos países no es arbitraria. Cada uno de ellos representa un
aspecto que se desea estudiar. Así, por ejemplo, se incluyen Italia y México como
ejemplos de sociedades menos desarrolladas, con un sistema político de transición, y
que poseen una estructura social y política premoderna. Sin embargo, podemos decir
que México tiene en común con muchas naciones avanzadas que posee un elevado
índice de industrialización y urbanización, así como un aumento en el nivel educativo y
regresión del analfabetismo. México es, para concluir, el país menos moderno de estos
cinco países: todavía posee una población ampliamente campesina con una orientación
tradicional y un elevado índice de analfabetismo.

Como es de esperar, Estados Unidos, Alemania e Inglaterra son ejemplos de países


modernos con una ciudadanía igualmente, pues, moderna, avanzada.

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