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EL MUÑECO JAPONÉS

Darío Fo

Personajes:
Armida
Prímula
Severa
Teresa
Quiteria
Sexta
Sisebuta
El Director
El Dueño de la empresa
El Médico
La Mujer del médico

PRESENTADORA.- (la misma actriz que interpreta a Armida) En la fábrica, las mujeres viven la
frustración elevada al máximo... que se añade a la que ya llevan acumulada en casa, con la familia.
Los ritmos son a menudo insoportables. No es una novedad para nadie que existen fábricas donde, a
una cierta hora de la tarde se te ofrecen “ciertas pastillas que te tienen en pie”. “No te hacen daño...
te quitan el cansancio, te hace sentirte relajada y te da energía... No lo agradezcas, cógela... es
gratis... paga el dueño. Generosamente ofrecida por la empresa”.
Después pasa que hay algunas a las que una pastilla de vez en cuando no le basta; ni siquiera una al
día... los ritmos de trabajo son cada vez más fuertes... el puesto de trabajo no lo puedes perder... y
entonces ¡venga pastillas!... ¡como son gratis!
He conocido a una muchacha un poco simple pero muy simpática y buena gente que ha acabado en
el manicomio a fuerza de tragarse pastillas para poder “tenerse en pie”. Después la han dado de alta
y ha vuelto al trabajo y entonces le ha sucedido algo realmente divertido... Nos lo ha contado ella,
esta historia suya que más parece una farsa, y nosotros queremos contárosla con sus propias
palabras. La muchacha en cuestión se llama Armida, es simpaticota, algo despistada y bonachona y
la fábrica donde trabajaba es... (se lo pìensa un poco).. ¡no! Mejor no decirlo no sea que alguno ya
la conozca y nos chafe el final de la historia. Una historia verdadera.

La Presentadora sale del escenario, se apagan las luces y, cuando vuelven a encenderse, tenemos
en escena ya a ARMIDA, vestida de trabajador de una empresa cualquiera, hablando directamente
al público.

ARMIDA.- Sí, es cierto, acabé en el manicomio... pero fue todo por culpa de esa mierda de pastillas
que tomaba para tenerme en pie. Fue el director el que me las empezó a proporcionar... se acercaba
al sitio donde estaba yo trabajando sudando como una gorrina... y me daba una palmada en el
trasero ¡y entonces me cogía un cabreo! Y no por la palmada, ¡qué más me daba a mí la palmada!,
era por la manera que tenía de dármela, propia del patrón, como si yo fuese una yegua. ¡Me venía
una mala ostia! Entonces le respondía con mala leche y él, con esa cara de pavo sin cocer, me decía:
“¡Eh, muchacha, si estás de los nervios no es problema mío, ¿eh? Mira a ver cómo me respondes
que soy el ingeniero” ¡Mira tú a mí qué me importa que sea ingeniero. “Usted será el ingeniero,
pero mi culo no es todavía de la empresa... ya me habéis jodido dos dedos con la cortadora” y le he
enseñado la mano donde me faltan los dos dedos. Pero sigamos: “Está bien, dejémoslo correr -me
dice él- pero hazme caso y tómate un par de pastillas calmantes. Si ni siquiera sabes aguantar una
broma quiere decir que estás mal de los nervios”. Que no es cierto, porque yo sí sé aguantar las
bromas... ¡pero depende de quién me las haga! Que por ejemplo las compañeras del trabajo están
siempre gastándome bromas y yo caigo siempre, pero no me enfado nunca, al revés, soy la primera
que se ríe, y mira que a veces son un poco pesadas... Como aquella vez, recién llegada del
manicomio, que mira que tuvieron mal idea también ellas, porque menuda falta de delicadeza, que
parece que tengan un poco de mala leche. Pero en fin, aquella vez estábamos en la hora del
almuerzo, y escucho a una que dice... pero mejor vean primero cómo es la fábrica y juzguen por sí
mismos

Salen todos los actores del grupo imitando el trabajo en una fábrica con sus movimientos y los
ruidos hechos con boca, brazos y piernas. Tras unos momentos, suena una sirena que anuncia la
hora del almuerzo. Todos los actores se retiran y quedan en escena sólo PRÍMULA, SEVERA,
TERESA y ARMIDA, que sacan sus almuerzos y se sientan a comer.

PRÍMULA.- ¡Habría que empezar por apalear al director y dejarse de huelgas! ¡Él es el auténtico
cabrón! ¡Mira aquí: firmado: el director! (enseña un papel)
ARMIDA.- ¿Qué es eso?
PRÍMULA.- Es una carta de despido para dos del almacén. Las han despedido porque le han
respondido mal.
TERESA.- ¡Y apuesto que el dueño no sabe nada!
SEVERA.- Claro. ¡Siempre pasa igual! Si pienso en cómo estaba todo abatido ese cerdo asqueroso
el día en la Miguela se dejó la mano en la prensa, con la cabeza baja, que parecía un perro apaleado:
“Por favor, muchachas, -gemía- estamos en vuestras manos, no nos arruinéis... Lo sé, tenéis razón,
la culpa es toda nuestra. Esta vez no hay excusas, pero no nos arruinéis!”
ARMIDA.- ¡Ese cerdo! ¡Cómo me gustaría darle en todo el morro! Me sentiría tan bien que si luego
me echa... ¡me daba igual!
SEVERA.- Deberían hacer como en Japón que en dos o tres grandes industrias han puesto el
director de goma.
PRÍMULA.- ¿Qué han hecho en Japón? ¡No te tires pegotes!
SEVERA.- ¡Qué pegotes! Ha salido en todos los periódicos
ARMIDA.- ¡Vamos anda!
TERESA.- ¡Cómo que no? Lo he visto hasta en El País. en dos o tres fábricas modernísmas, así
como tienen el retrete y la ducha, hay también un despacho con un fantoche de goma, igual que el
director, un auténtico retrato, de modo que cuando un trabajador o una trabajadora se encorajina,
como nosotros ahora, se planta allí, va al despacho ése donde está el muñeco detrás de la mesa,
como si estuviese vivo, y ¡zas! comienza a decirle de todo, a cagarse en sus muertos o ¡pumba! le
da de tortas. Le puedes hasta escupir e incluso romperlo que, en cualquier caso paga la empresa, que
son cuatro duros, y además la empresa está contenta porque después el trabajador o la trabajadora
sale de allí descargada, satisfecha y vuelve a trabajar y rinde más, ¡pero mucho más!
ARMIDA.- ¡Pero qué suerte tienen esos japoneses! Ya me gustaría a mí emprenderla a patadas con
un director desgraciado como el nuestro, aunque sea de goma.... ¡Pero qué gustazo!
SEVERA.- No hace falta irse al Japón, que en cualquier momento nos lo meten también aquí.
ARMIDA.- ¿Aquí? ¡Venga ya!
PRÍMULA.- (Que ya ha entrado en el juego) Ahora que lo dices, ahora recuerdo que hace poco me
pasaron una circular del ministerio donde decía algo de eso, pero entonces no sabía de qué iba.
Decía algo así como que: “Toda fábrica que tenga más de 300 empleados es´ta obligada a tener tal
como indica la ley, etc., etc... un despacho o habitación apropiada con un muñeco o copia perfecta
del director. Todo ello a disposición del personal con el propósito de que estos últimos, trabajadores
y trabajadoras, puedan desfogar su rabia y su rencor reprimido”
SEVERA.- Porque si a alguno se le queda dentro el rencor reprimido se pone enfermo del hígado o
de los nervios y acaba como tú en el manicomio y a la empresa le toca pagar los gastos y readmitirle
luego.
ARMIDA.- ¡Ah! Si me dices que es para evitar los gastos de la cura, entonces te creo. Aunque eso
de darle una torta a un monigote de goma, que no dice ni ¡ay! ¿Qué gusto te puede dar?
SEVERA.- ¿Cómo que no dice ¡ay!? ¿Tú te crees que hoy, que nos paseamos por la luna, hagan un
muñeco para darle de tortas y patadas y que no diga ni ¡ay!?
ARMIDA.- ¿¡Ah, pero dice ay!? ¿Y cómo lo hacen? ¡Ah, ya caigo! Es como las muñecas que dicen
mamá y papá cuando les aprietas el ombligo, ¿verdad?
SEVERA.- Bueno, algo así. La cosa es que lo tienen todo grabado en una cinta incorporada en el
estómago.
ARMIDA.- ¡Qué pasada! Y lo tiene todo ya metido en la cinta, ¿no?
SEVERA.- (imitando al director) ¿Pero cómo se permite? ¡Mida sus palabras o se lo comunico al
Dueño!”
TERESA.- ¡Exacto, justo así! Tú llegas, abres la puerta y nada más asomar la cabeza, zas, se
dispara un relé, salta la cinta y el muñeco dice: “Por favor, pase, espere un momento que acabe con
esto” Tú saludas y él ni te mira, esperas y él que hace como que lee un folio, a propósito, para
hacerte sentir mal, de modo que tú te acabas de cabrear y le coges por la corbata y le gritas
“¡mírame a la cara, mamoncete!” Y además no importa dónde lo toques, porque salta otro relé y la
cinta se dispara de nuevo y dice: “¡Pero cómo se permite! ¡Salga de aquí de inmediato! ¡De esta le
echamos!”
ARMIDA.- ¡Y patam, un tortazo en toda la jeta!
SEVERA.- ¡Perfecto!
ARMIDA.- Y luego un puñetazo y otra bofetada y un pisotón...
TERESA.- ¡Bravo!
ARMIDA.- (entusiasmada) ¡Estupendo, fantástico! ¿Cuándo ponen ese muñeco? ¿Dónde hay que
apuntarse?
SEVERA.- Pues no sé, puede que hoy mismo.
ARMIDA.- ¿Y dónde lo colocan?
PRÍMULA.- En aquella habitación de allí y no hace falta apuntarse en ningún sitio; el primero que
llega mete su moneda de euro...
ARMIDA.- ¿Una moneda de euro? ¿Cómo en las tragaperras?
TERESA.- Exacto. De hecho sólo puedes desfogarte lo que dura un disco. Después no reacciona y
ya no hay satisfacción.
ARMIDA.- Ya, como la máquina de flipper que hace pum, bang, bum, pam, tin, ploch
(preocupada) ¿Y también hace falta?
SEVERA.- ¿Qué?
ARMIDA.- Digo que si lo meneas demasiado fuerte, ¿hace falta como las flipper de antes y se
atasca?
SEVERA.- Sí, justo como las flipper de antes. Pero basta con que le tires de la oreja, le metas otra
moneda...
ARMIDA,. ¿Otra moneda? ¿Dónde?
TERESA.- En la boca. Le aprietas la nariz como si fuese un botón, la moneda baja y vuelve a
comenzar la partida.
ARMIDA.- ¡Qué maravilla! Ya sé dónde me voy a gastar toda la paga sólo con que se parezca un
poco al director.

Suena el final de la hora del almuerzo

PRÍMULA.- Se acabó la comida. Vámonos...


ARMIDA.- (notando que las tres compañeras van riéndose por lo bajini) ¡Eh, un momento!
¿Porqué os reís así?
SEVERA.- Por nada, por nada.
ARMIDA.- ¿Cómo que por nada? ¿Qué creéis, que llevo aquí escrito un cartel que pone “tonta del
bote”? Todo eso del fantoche japonés es una trola enorme y esperábais que me la tragara como la
moneda de euro ésa que había que meterle dentro de la boca. ¡Anda y que os den a todas!
TERESA.- Si no te lo crees peor para ti.
PRÍMULA.- ¡Llega el director! A moverse o nos echa la bronca.

Salen todas. Cambio de escena de nuevo. Ahora aparecen acumuladores, generadores, turbinas y
todo lo que suene a electricidad, pero que parezca muy viejo. Entra el director seguido de otras
tres trabajadoras.

DIRECTOR.- ¡Pero por favor! Ahora resulta que tenemos que tirarlos todos, los cuatro
acumuladores que no tienen ni 20 años... ¡y con las guarniciones casi nuevas!
SISEBUTA.- Sin embargo, señor director, dan cada calambrazo... Yo hace un momento casi me
quedo seca.
DIRECTOR.- ¡Pero qué te vas a quedar tú! Si serán 4 voltios como mucho... Hará un poco de masa,
eso es todo. El caso es que para vosotras cualquier excusa es buena para no trabajar.
QUITERIA.- Que no, señor ingeniero, es el transformador que está fastidiado de puro viejo.
DIRECTOR.- Tú sí que estás vieja. Dame tus guantes y pásame la caja de herramientas, ¡idiota!
SISEBUTA.- Aquí tiene.
DIRECTOR.- A ver. Te voy a enseñar yo si funciona o no, y en menos de 10 minutos. (de la caja
de herramientas saca una llave inglesa y se acerca al generador)
SEXTA.- Si estuviera en su lugar, señor ingeniero, yo quitaría la corriente.
DIRECTOR.- ¡claro! Bloqueo toda la fábrica y paro la producción sólo por una chorrada así...
QUITERIA.- (entre dientes) ¡Así te diese un buen garrampazo!
SEXTA.- Espere, señor directos, que le pase las botas con suela de goma.
DIRECTOR.- No me hace falta, llevo ya suelas de goma.

En cuanto el ingeniero mete la llave inglesa en el generador éste le da un garrampazo tremendo


que lo lanza despedido contra el otro extremo de la habitación.

SEXTA.- (asustado) ¡Dios mío, otra vez! Quita la corriente, deprisa. ¡Qué calambrazo!
SISEBUTA.- (llevando al director hacia la parte delantera del escenario) ¡Se ha quedado seco! Y
se lo había dicho...
SEXTA.- No, no, quizá no esté del todo apañado. Ayudadme a ponerlo en esa silla. Tú, vete a decir
que llamen al doctor (QUITERIA sale de escena) Está paralizado. Fíjate cómo se le han quedado
plegadas las piernas; igual se le parten si se las enderezamos...
SISEBUTA.- ¿Y para qué vamos a enderezarlo? Lo sentamos en la silla, que parece que está
plegado justo a medida (hablando al DIRECTOR paralizado). Si estuviese aquí por lo menos el
enfermero, como te hemos pedido un montón de veces, pero no señor, para ahorrar se le hace venir
sólo por la mañana y ahora aguántate que es por la tarde.
SEXTA.- ¿Pero estás loco? ¿Qué crees, que no te oye? Está paralizado, pero entiende.
SISEBUTA.- Pues si entiende, mejor. (al DIRECTOR) ¿Te gustaría que estuviese aquí el doctor,
como dice el reglamento? (imitando al DIRECTOR) “Pero no, ¿para qué? Es dinero tirado a la
basura” ¡Ahora toma ya! ¡Me alegro!
SEXTA.- ¡Qué estatua tan bonita!

Entra ARMIDA y ve a las dos compañeras que colocan al DIRECTOR en la silla y se lo llevan a la
habitación de al lado, un despacho con mesa, bolígrafos, libros, folios, tinteros, teléfono y un
armario botiquín habilitado como armario de la limpieza, con los utensilios propios de este
menester: detergentes, limpiasuelos, fregonas, bayetas, trapos, etc.

ARMIDA.- ¡Pero mira! ¡Ya está aquí! ¡Qué maravilla! Dejadme ver... Es para no creérselo... ¡Y es
de verdad! Y yo que pensaba que era todo una broma.
SEXTA.- Llámalo broma si quieres, pero me juego lo que quieras a que él no se ríe nada.
ARMIDA.- Ya, ya. A el no le hará gracia que nos desfoguemos en su cara, claro. ¿Lo lleváis a esa
habitación?
SISEBUTA.- Sí, sostén la puerta, gracias.
ARMIDA.- ¡Eh! Me pido primera, ¿eh? O mejor, hagamos una cosa: no se lo decimos a nadie y nos
desahogamos nosotras primero. ¿Qué te parece? Si no, se monta aquí una cola hasta el pueblo.
SISEBUTA.- ¿Nos desahogamos?
ARMIDA.- Bueno, dos o tres partidas nada más, por probar... Yo ya sé cómo funciona, ¿Y
vosotras?
SEXTA.- ¿Dos o tres partidas? (a SISEBUTA) Pásame la silla. (sientan al DIRECTOR en la silla)
ARMIDA.- Bueno, 1 euro no es nada caro... (se busca en los bolsillos) Aunque ahora no llevo
suelto. ¿Lleváis monedas?
SISEBUTA.- ¿Monedas? ¿Qué monedas?
ARMIDA,. ¿Pero entonces no sabéis cómo funciona? Es como los flipper de antes. Luego os
enseño (observa complacida al DIRECTOR) ¡Pero qué bien lo han hecho! Tiene los ojos un poco a
la virulé, pero no está mal. En fin, mientras lo acabáis de colocar, voy a buscar una moneda, pero
haciendo como que no sé nada, digo que voy un momento al servicio y me vengo para acá.
SISEBUTA.- Eso, eso, vete al servicio y coge la moneda...
ARMIDA.- Y no se lo digáis a nadie...
SEXTA.- (siguiéndole la corriente como a los locos) No, no tú tranquila

ARMIDA sale haciendo gestos de silencio

SISEBUTA.- Pobrecita. Estaba ya un poco sonada antes de las pastillas.... y ahora ya desde que se
volvió majareta con ellas se le va la olla cada dos por tres.
SEXTA.- ¿Sólo la olla? El flipper, la moneda, nos desahogamos... no sé cómo la han dejado venir
así del manicomio. (volviendo a lo suyo) ¿Y aquí qué hacemos? Mira a ver en el botiquín por si algo
le pudiera venir bien.
SISEBUTA.- Aquí sólo hay cacharros de limpieza. Lo han cogido para utilizarlo para guardar
detergentes, bayetas y cosas así. ¡Anda, mira! Hay una manta eléctrica.
SEXTA.- Tráela, que igual le va bien al estómago.

Mientras le meten la manta eléctrica bajo la camisa entra QUITERIA.

QUITERIA.- ¿Pero quién os ha dicho que lo traigáis aquí? No teníais que moverlo
SISEBUTA.- No podíamos dejarlo en aquel cuartucho asqueroso.
QUITERIA.- ¿Pero no os dais cuenta de que esto es como cuando uno tiene un accidente de tráfico,
que no se puede mover a nadie hasta que no viene el médico?
SEXTA.- Pero no digas tonterías. ¿Qué tiene que ver esto con un accidente de coche? A este le ha
dado un garrampazo que lo ha dejado medio seco.
QUITERIA.- Exacto. Que es como cuando le da a uno un infarto. Lo he visto en televisión en un
documental de la 2, y decían que no había que moverlo, y ni siquiera tocarlo.
SEXTA.- ¿Estás segura?
QUITERIA.- Segurísima. ¡La Virgen! Cómo se ha quedado de rígido. Parece paralítico. Señor
director, ¿me oye? Nada; ni se menea.
SEXTA.- Pero te oye, seguro, estate tranquila: mira cómo mueve los ojos.
SISEBUTA.- ¡Qué olor a quemado! ¿Qué es? ... ¡Mierda! La manta eléctrica! ¡Corre!
¡Desenchúfala! Por eso movía los ojos, el pobre. Hay que ver qué mala suerte tiene este hombre con
la electricidad. ¿Cuándo ha dicho que viene el doctor?
QUITERIA.- Ah, no lo sé. En su oficina no había nadie. Todo cerrado con llave.
SEXTA.- Claro, hoy es sábado... Aquí hay un teléfono, pero seguro que no tiene línea. ¡Hay que ver
qué mala suerte tiene el director!
SISEBUTA.- (cogiendo el teléfono) ¡No, no, funciona! Espera que tengo aquí el número de la
mutua. (saca una agenda y la pasa velozmente buscando el número hasta que lo encuentra y lo
marca)
QUITERIA.- Sí, pero a esta hora en la mutua no habrá nadie.
SISEBUTA.- Pero el que yo tengo es el de su casa.
SEXTA.- Y un médico va a estar en su casa en sábado. Estará por ahí de fin de semana.
En un lateral del escenario aparece una habitación señorial. Una mujer sentada responde al
teléfono.

MUJER.- ¿Diga?
SISEBUTA.- Buenas tardes, señora (a SEXTA) Te equivocaste ((otra vez al teléfono) ¿Está el
doctor?
MUJER.- No, lo siento, mi marido ha tenido que salir de urgencia por un niño que se ha tragado un
coche, ¡figúrese!
SISEBUTA.- ¿Que se ha tragado un coche?
MUJER.- Sí, de esos llenos de caramelos... de carreras...
SISEBUTA.- ¿Caramelos de carreras?
MUJER.- No, los caramelos no son de carreras, los caramelos son de menta. ¿Está usted tonto o
qué? El envoltorio es de carreras, con las ruedas y todo. Deberían denunciar a esos inconscientes
que hacen semejantes cosas, ¿no cree? ¿Cómo quieren que un niño sepa si tiene que comerse el
coche que contiene los caramelos, máxime si tiene ruedas?
SISEBUTA.- Es verdad, no puede saberlo... Pero perdone, ¿cuándo vuelve?
MUJER.- Mi marido no lo sé. Espero que para la hora de la cena. Si no se le va a enfriar.
SISEBUTA.- Es por el director, que le ha pegado un garrampazo. Está como paralizado.
MUJER.- ¡Oh, pobrecito!
SISEBUTA.- Y no sabemos qué hacer. ¿Usted no podrá decirnos algo?
MUJER.- No, mi marido no me dice nunca nada. ¿Pero por qué no llaman al hospital para que lo
recojan?
SISEBUTA.- Tiene razón, gracias.
MUJER.- De nada. Hasta luego.
QUITERIA.- Espera, dile que te dé el número.
SISEBUTA.- ¿Qué número?
QUITERIA.- El del hospital, claro.

Mientras hablan las dos compañeras, la MUJER ha colgado y desaparece de escena.

SISEBUTA.- ¡Ha colgado ya!. De todas formas lo tenemos en la guía, ¿no?


SEXTA.- ¿En qué guía, tía lista? Mira, lo único que podemos hacer es llamar al dueño. Aquí tengo
el número (marca el número)
SISEBUTA.- Mira que se enfada si se le telefonea a casa.
SEXTA.- Tiene poco de qué enfadarse.
QUITERIA.- Podíamos pedir el número de urgencias en información.
SEXTA.- Lo siento, ya está aquí. (al DUEÑO) Buenos días, señor director.

Aparece en un lateral la casa del DUEÑO, que responde sentado en un sofá.

DUEÑO.- ¿Diga? ¿Quién habla?


SEXTA.- Soy Sexta Empírica... de la fábrica.
DUEÑO.- Espero que sea por algo serio eso de venirme a molestarme en casa.
SEXTA.- Es por un accidente. Ha quedado fulminado.
DUEÑO.- ¿Está muerto?
SEXTA.- No, sólo paralizado... como enyesado.
DUEÑO.- ¿Mierda! ¿Y cómo ha sucedido?
SEXTA.- Estaba tratando de ajustar el transformador y ¡zas! le ha dado un garrampazo.
DUEÑO.- ¿Y no podía haber quitado la corriente? ¡Siempre igual! Todo sólo por fastidiarme, para
sacarme de mis casillas. Vais a trabajar borrachos, sin interés... y eso que por todas partes hay
carteles: “Para ciertas tareas, quitar la corriente”, “cuidado con los cables”, “bebeos la leche”, “no
escupir en el suelo”, “no blasfemar”...
SEXTA.- nosotros ya le hemos dicho que quitara la corriente pero él no ha querido.
DUEÑO.- ¿Quién no ha querido?
SEXTA.- Él, el señor director.
DUEÑO.- Bueno, habrá tenido sus razones... quizá era una tontería y no se puede parar toda la
producción. ¡Ha hecho bien, seguro! ¿Han llamado al médico?
SEXTA.- Sí, le hemos llamado, pero no estaba. Había salido por otro accidente, un accidente de
coche. Uno que se tragado un pequeño coche de carreras con ruedas y todo.
DUEÑO.- ¿Un coche de carreras?
SEXTA.- Sí, pero con caramelos.
DUEÑO.- Vamos a ver, ¿me equivoco o eres tú la que ha recibido el garrampazo?
SEXTA.- ¿Qué?
DUEÑO.- Nada, nada, llamad al hospital. Ahora pasadme al director, o mejor, no, que se apañe él
solo.
SEXTA.- Él no puede...
DUEÑO.- ¿Cómo que no puede? ¿Qué tiene que hacer para no poder ocuparse de esto? Mándalo a
llamar y pásamelo.
SEXTA.- Es que no creo que pueda, de verdad.
DUEÑO.- Pero vamos a ver, ¿dónde está?
SEXTA.- Aquí.
DUEÑO.- (dando una orden casi militar) Pues venga, pásamelo.
SEXTA.- (casi en posición de firmes) Enseguida (al DIRECTOR) Trate de hablar, señor director (le
pone el teléfono delante de la boca) Es el Dueño.
DUEÑO.- ¿Oiga?
DIRECTOR.- (con gran esfuerzo) ¿Ssssssssssííí? (sigue tratando de hablar pero sólo balbucea y
acaba con una gran pedorreta) Prrrrrrrrrt
DUEÑO.- ¿Quién me ha hecho una pedorreta? ¿Eh, quién ha sido?
SEXTA.- No, no ha sido una pedorreta, señor director, es que no puede mover bien la boca.
DUEÑO.- ¿Quién no puede?
SEXTA.- El señor director, escuche (vuelve a poner el auricular en la boca del DIRECTOR)
¡Ánimo señor director! (de nuevo al DUEÑO) Dígale algo, señor.
DUEÑO.- ¿Oiga, ingeniero?
DIRECTOR.- Prrrrrrrrrt (gran pedorreta)
SEXTA.- ¿Ha visto?
DUEÑO.- No he visto, pero he oído: ¡ha sido una pedorreta y qué pedorreta!
SEXTA.- Es que es lo único que es capaz de hacer, ¿sabe? Es el efecto del garrampazo.
DUEÑO.- ¿Pero quién se ha llevado el garrampazo?
SEXTA.- El señor director en persona, ¿no se lo había dicho?
DUEÑO.- ¡No, imbécil!

Muy enfadado, el DUEÑO cuelga el teléfono y se levanta para dirigirse a la fábrica,


desapareciendo de escena.

SEXTA.- Pero señor, si le había dicho incluso que no quería quitar la corriente y usted me ha dicho
que ha hecho bien y que tendría sus razones... para quedar fulminado. ¿Oiga, oiga? Ha colgado.
SISEBUTA.- Seguro que está viniendo para acá a toda prisa.
QUITERIA.- Vamos, vamos, que si nos pilla aquí fuera del puesto de trabajo nos pone una multa.
SEXTA.- ¿Y dejamos aquí solo al director?
SISEBUTA.- Pues mira, lo siento, pero no quiero saber nada. Me quedo a curarlo y luego en
agradecimiento me dicen: ¿quién te lo había mandado? y me descuentan un tanto por ciento por
pérdida de producción.
QUITERIA.- Exacto. Además es mejor que se quede aquí solo tranquilito. Lo han dicho por
televisión.

TODAS (a coro) Y si lo ha dicho la televisión...

Salen todas de la habitación y casi al mismo tiempo, por el lado opuesto, se siente cómo alguien
llama a la puerta. Al poco se abre y aparece ARMIDA.

ARMIDA.- ¿Se puede? (Se queda un tanto sorprendida, como sin saber qué hacer) Perdone...
(entra en la habitación, pero con recelo) quería hablar con usted porque... (para sí) A ver si esto es
de verdad o no... (de nuevo al director) Perdone ¿es usted un muñeco? (el director no dice nada ni
se mueve. Amina le pasa una mano por delante de los ojos) ¡Mierda! Me había parecido que era el
director de verdad. ¡Sí que está bien hecho, caray! Pero como no ha dicho nada cuando he abierto...
(ve el cable de la manta eléctrica desenchufado)) ¡Ah, mira! Está desenchufado. Pues nada, nada, a
enchufarlo (hace lo que dice) Ahora ya tiene que funcionar, digo yo... si por lo menos se le
encendiese alguna luz de control o algo... (pone la mano sobre el estómago del director) Sí, sí, está
encendido, seguro: se está calentando. Pues venga, vamos a meter la moneda de euro (rebusca por
los bolsillos) ¡Aquí está! (la mete en la boca del director) Abre un poco la bocaza.... así. ¡Eh! ¿Qué
pasa? No se la traga. ¡Ah, claro! Hay que girarle la nariz. (lo hace) ¡Pues tampoco!. ¡Pero qué idiota
soy! Es la oreja lo que hay que girarle. La nariz hay que apretarla. Pues nada, nada, le hago todo
(dicho y hecho, con cierto esfuerzo) ¡Aprietonarizgirooreja! (el director emite una especie de
gruñido y después tose) ¡Ya va, ya va! Se ha tragado la moneda. ¡Estupendo! Ha movido hasta el
brazo y ha girado los ojos. ¡Qué pasada, si parece de verdad! Tiene la misma cara de bofetada.
¡Toma! (le propina un buen guantazo)
DIRECTOR.- ¡Ay!
ARMIDA.- (para sí) ¡Qué bueno, igualito que las muñecas! (al director) Mírame a la cara, tú. ¿Qué
es eso de echar a la calle a esas dos compañeras del almacén, eh? ( para sí) ¡Qué puntazo! ¡Cómo
me estoy desahogando! (al director) ¡Cerdo asqueroso! ¡tiralevitas, siervo, asesino, criminal! (para
sí) ¡No me acuerdo de más! espera que por aquí tengo que llevar aquel folleto que nos repartieron el
otro día los del sindicato... ¡Aquí está! (saca del bolsillo un panfleto sindical y se lo lee al director)
¡Lacayo! ¡Siervo del capital! ¡Traidor del proletariado en lucha, siervo de los Estados Unidos,
lacayo de los lacayos! (lo sacude sujetándole por las solapas de la chaqueta) ¡Infame siervo del
capitalismo multinacional y globalizador! (le da un golpe en el lugar donde lleva la manta
eléctrica) ¡Guau! Cómo quema aquí. Debe ser el lugar donde lleva los relés del magnetófono y toda
la maquinaria. (al director) ¡Eh, tú, director-flipper! Esto no puede ser toda la diversión; me tienes
que responder y decirme frases de ésas que nos sueltas tan asquerosas para que me pueda cabrear
más. Si no, esto es un rollo.... ¡y me devuelves mi euro, ¿entiendes? (le da un golpe en la cabeza)
DIRECTOR.- (mascullando) Desgraciada... esta me la pagas...
ARMIDA.- ¡Ah! Ahora empieza a funcionar bien. (al director) ¿Quién es una desgraciada, eh? ¿A
quién se la vas a hacer pagar? ¡Di, repítelo si tienes lo que hay que tener! ¿No lo repites? ¡Pues
cómete este capón, cerdo tocón (para sí) Je, hasta en verso me salen los insultos.
DIRECTOR.- ¡Maldita... bastarda.... pprrrrrrrrr!
ARMIDA.- ¡Fantástico! ¡Hasta hace pedorretas! ¡Qué fenómeno! Pues ahora te tiro el tintero. ¡No!
¡Quietos paraos todos! Te voy a hacer un bigotito mejor.... Un bigote que te dé un poco de
prestancia porque eres tan poquita cosa... (habla mientras se lo dibuja) ¡Qué bigote más bonito! ¿Y
barba? No, mejor no. Pero un lunar sí... Aquí. .. Espera que también te voy a dibujar unos labios
amorosos...
DIRECTOR.- Cerda, me las pagarás...
ARMIDA.- ¿A quién se lo pago? Tú eres el que me debes dos dedos... ¡y la mano de la Miguela!
¡Eh! Mira qué bonito tampón (lee lo que pone en el tampón) Pagado (timbra la frente del director
con el tampón) ¡Vendido y pagado! ¡Vaya! Ya me he pasado! Ahora ya no se parece tanto al
director. Tengo que limpiarlo porque igual no me dejan venir a desahogarme más en vete a saber
cuánto tiempo (saca un pañuelo del bolsillo, escupe en él y trata de limpiar la frente del director)
DIRECTOR.- Cerda, me las pagarás...
ARMIDA.- ¡Vaya! ¿Se habrá rayado el disco que lleva? ¡Puf! Ahora parece un negro. ¿No habrá
por aquí un trapo? (mira a su alrededor y descubre cacharros de limpieza) Ahí lo tenemos. Un cubo
para fregar los suelos con estropajo y todo. Pues adelante con la fregada (moja una bayeta en el
cubo y empieza a restregarla sobre la cara del director) Servicio esmerado y perfecto. ¡Puaj, qué
asco! ¿Pero qué diablos había en ese cubo? Huele que apesta. ¡Ah! Desinfectante para retretes!...
Pues muy bien: el auténtico perfume para el hombre de clase. ¡Toma ya! (mira alrededor con
curiosidad y luego abre el armario y mira dentro) ¿Y aquí qué hay? ¡Oh! Esto es estupendo: Splaf,
el detergente para suelos que los deja blancos como la nieve (va echando todo lo que coge sobre la
cabeza del director) ¡Champo! Limpia en seco sin hacer espuma... Y para terminar, Vram,
antipolillas con vetrotill, el detergente para cabellos delicados. Menos mal que eres de goma,
porque si no te quedabas pelado como una bola de billar. (el DIRECTOR se queja) ¡Oh, qué
lamento más estúpido te han grabado! Qué pena que no seas el director en carne y hueso, porque te
iba a hacer pagar lo de la Miguela y lo del Antonio... y todos los manos y dedos de la empresa.
¡Vaya! Se me está quedando el pelo en la mano... habrá que hacer una reclamación a la fábrica.
¡Nos mandan muñecos con tara! (ha cogido un cepillo de esparto y cepilla al director como si fuera
un caballo. El DIRECTOR patalea, se agita, gime casi en un relincho. ARMIDA le habla como si
fuera un potrito) ¡Eh, eh! ¡Vamos! Potrito bueno, tranquilo (le pasa un trapo seco) ¿Ves? Ya se ha
acabado el baño. Ahora te hago la raya (siempre a golpes de cepillo) Y unas ondas en el pelo...
(coge otro frasco)... y para terminar, polvos de talco; ¡ah, no! no son polvos de talco; son polvos
para matar hormigas y parásitos varios... en fin, no se puede tener de todo en la vida (se lo echa).
¡La vida te sonríe, muchacho! (el DIRECTOR tose, mueve un brazo con la agitación y, sin querer,
acaba con la mano sobre el culo de la muchacha) ¡Cerdo asqueroso! ¿Cómo se permite estas
confianzas con mi culo? (le da un sopapo con la bayeta húmeda).

Entra el DUEÑO seguido de algunas trabajadoras, según las dimensiones del escenario.

DUEÑO.- ¡Pero qué está haciendo, desgraciada!


ARMIDA.- Nada, jugar una partida, señor gerente.
DUEÑO.- ¿Una partida?
ARMIDA.- Lo he estrenado yo. Sólo cuesta 1 euro pero pagaría mil. Y me he dejado llevar un poco
por el gusto... Felicitaciones, porque es todo un hallazgo. Se lo he hecho.
DUEÑO.- ¿Qué le ha hecho?
ARMIDA.- ¡Todo! Servicio completo, patadas, tortas, bofetadas, capones. Y le he puesto también
el bigote, un lunar y los labios amorosos.
DUEÑO.- ¿El bigote? ¡Esta se ha vuelto loca otra vez!
ARMIDA.- ¡Pero si ha sido un bigotito pequeño...! Sí, ya sé que no está dentro del programa pero
debe comprender... no se vive sólo de sopapos. De todos modos, yo creo que lo mejor es que pruebe
usted mismo: ¡es un descargador de nervios estupendo! Si me permite, yo le dejo el euro. Mire, se
hace así...(le mete el euro en la boca)
DUEÑO.- ¡¿Se la ha metido en la boca?!
ARMIDA.- Claro, para que funcione. Es como esas máquinas de antes, los flipper. Luego se le gira
una oreja, se le aprieta la nariz... así... y ¡zas! el euro ya está en la tripa.
DIRECTOR.- (tosiendo) ¡Basta maldita!
DUEÑO.- ¿Pero se te ha ido la olla del todo o qué?
ARMIDA.- No se preocupe, es todo una grabación. Al principio impresiona, pero después, míreme,
fíjese que bofetada le voy a dar (le suelta al director un enorme soplamocos)
DUEÑO.- ¡Pero basta ya, desgraciada!

Entra el médico sin resuello

MÉDICO.- ¡No, no, déjela hacer, por favor! El masaje es la única manera de resolver el problema
en casos así.
DUEÑO.- Pero qué masaje ni qué leches, doctor. Menuda torta le ha sacudido.
MÉDICO.- Cierto. Debe ser un masaje enérgico y sostenido, de lo contrario no sirve.
ARMIDA.- Y además da un gustazo...
MÉDICO.- ¿Cómo es que está todo mojado?
ARMIDA.- Nada; que le he dado un pequeño baño y unas fricciones
MÉDICO.- ¿Unas fricciones? Fantástico, señorita (al dueño). Si el director no se ha quedado tieso
debe agradecérselo a esta trabajadora. Para que luego me venga diciendo que los trabajadores no
aman a sus jefes. Fíjese cómo le ha reactivado la circulación; qué colorado está. ¡Enhorabuena,
señorita!
ARMIDA.- ¡Bah! He hecho lo que he podido
DUEÑO.- (a Armida) Perdona si me he dejado llevar por los nervios y he sido un poco brusco pero
yo no sabía... No entendía...
ARMIDA.- ¡Toma, ni yo! Es la primera vez que lo hago y lo he hecho un poco así, al tun-tún, a lo
que saliera, echándole un poco de imaginación... Hasta he usado creosota...
DUEÑO.- ¿Creosota?
ARMIDA.- Sí, lo que se usa para desinfectar retretes. Fíjese que peste (se lo da a oler)
MÉDICO.- Sí, bueno, es un vesicante óptimo... un poco fuerte, quizá (le pone una inyección al
director)
ARMIDA.- Más que fuerte. Se le caía el pelo a puñados. Menos mal que era sólo un peluquín...
MÉDICO.- Pues con esto ya está fuera de peligro. ¿Pero qué es este olor a quemado?
DUEÑO.- (señala la tripa del director de donde sale humo) ¡Le sale humo de la tripa!
DIRECTOR.- ¡Aaaaaaayyyyyyy!
ARMIDA.- Es un cortocircuito. Desenchúfelo.
DUEÑO.- ¿Desenchufarlo?
ARMIDA.- Sí, de aquí (desenchufa)
MÉDICO.- (saca la manta eléctrica de la tripa del director) ¿Quién le ha metido una manta
eléctrica? ¿Usted?
ARMIDA.- ¿Yo? ¿Esa cosa? ¿Para qué?
MÉDICO.- (mientras el DUEÑO empieza a pasarse la manta eléctrica de mano a mano,
quemándose, hasta que la deja en una mesa, el MÉDICO abre la camisa del director y le examina
el estómago) ¡Fíjese, lo tiene medio tusturrado!
ARMIDA.- ¡Ah! Ya me había dado cuenta de que este flipper tenía taras.
MÉDICO.- ¿Flipper?
ARMIDA.- Sí, él, esto.
MÉDICO.- Rápido, llevémoslo rápido fuera de aquí.
ARMIDA.- Sí, sí, cierto. Hay que llevárselo enseguida

Entre las trabajadoras que han entrado, el MÉDICO y el DUEÑO cogen al DIRECTOR y se lo
llevan de escena.
ARMIDA.- ¡Vaya porquería! Un director de goma con peluquín. Que le den morcilla ( y con un
gesto de desprecio y una pedorreta, hace mutis final)

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