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EL SÉPTIMO: ROBA UN POCO MENOS

Darío Fo

Personajes
ENTERRADOR 1
ENTERRADOR 2
ENTERRADOR 3
ENTERRADOR 4
ENEA
DIRECTOR DEL CEMENTERIO
FERETRÓFOBO
MUJER DEL FERETRÓFOBO
PUTA
COMISARIO
POLICÍA 1
POLICÍA 2
PUTA2
PUTA3
LADRÓN
PORTERO
MUJER DEL PORTERO
MONJA 1
MONJA 2
LOCO1
LOCO 2
LOCO 3
LOCO 4
LOCO 5
PROFESOR LOCO
MADRE SUPERIORA
CHANTAJEADO
JUEZ
PRESIDENTE

Primer Acto

Almacén de un depósito de ataúdes del ayuntamiento. Por todas partes se ven ataúdes
amontonados; un carro fúnebre con sus paredes abatidas; un carro para el transporte manual de
ataúdes y un tubo de descarga que sube hacia el techo y que desaparece por la parte del fondo.
Por un lateral entran 4 sepultureros con un ataúd a hombros. Para entrar en escena tienen que
agacharse caminando en cuclillas como los bailarines rusos. Una vez dentro depositan el ataúd
en el centro de la escena, al tiempo que terminan la canción que iban cantando:

Un bello ramo de crisantemos


para su cumpleaños le he regalado;
a mi amada que es remilgada
que soy enterrador no le diré.
Un bello ramo de crisantemos
para su cumpleaños le he regalado;
La desgraciada me ha dado una torta:
no le ha gustado la bella flor.

ENTERRADOR 1.- Despacio, hombre, que no hay un cadáver dentro para tirarlo así. (llama
hacia dentro) ¡Enea! (a sus compañeros) Sacad las cosas, que yo voy a ver dónde está.
Sacan del ataúd botellas, platos, cubiertos y un mantel de colores que extienden sobre el
catafalco.

ENTERRADOR 2.- Oye, vale que soy nuevo en esto, pero ¿no había un lugar un poco más
alegre para almorzar?
ENTERRADOR 3.- ¿Más alegre? Cuando conozcas a Enea ya me dirás si no es un sitio alegre.
ENTERRADOR 4.- (grita) ¡Enea! Mírala allí, al fondo, está regando las plantas de plástico.
¡Vete a llamarla!

El ENTERRADOR 1 sale

ENTERRADOR 2.- ¿Pero es una mujer?


ENTERRADOR 3.- Sí. la única enterradora del mundo... Una mujer especial, sin embargo. ¡Ya
verás qué juerga!
ENTERRADOR 2.- ¿Y se llama Enea?
ENTERRADOR 3.- Pues sí, su padre lo tenía claro: “todos los nombres que terminan en “a” son
femeninos”; así pues, Enea no podía más que ser nombre de mujer.
ENTERRADOR 2.- ¡Ja, ja! ¡no me digas! ¿Pero cómo ha llegado a trabajar aquí?
ENTERRADOR 4.- Nació aquí.
ENTERRADOR 3.- Es hija de un enterrador, o mejor dicho, del guardia del cementerio, uno
que bebía como un condenado. Y para olvidar el ambiente macabro también ella se ha dado a la
bebida.
ENTERRADOR 4.- Tendrías que haberlos visto: cogorzas los dos de la mañana a la noche.
ENTERRADOR 3.- Luego el padre ha muerto y ella ha mantenido el puesto del padre... incluso
el de borrachina, claro.
ENTERRADOR 4.- Pero lo mejor es que no bebe sólo vino: se traga también las trolas, las más
gordas que le cuentes.

Traen otros dos ataúdes hasta el catafalco para que les sirvan de asiento.

ENTERRADOR 3.- La hemos hecho creer que es una gran médium y le hacemos hablar con los
muertos: tut, tut, tut y se pone a hablar con el más allá, como si estuviese al teléfono. “¿Diga?
¿Con quién hablo?” y uno de nosotros, desde el tubo de descarga: “”habla con los muertos”, y
ella, tranquila, allá que te va: “Perdonen, señores muertos, querría hablar etc., etc.”. No te digo,
nosotros: partidos de risa. (Todos ríen)
ENTERRADOR 2.- ¡Ja, ja! “Perdonen, señores muertos”. Yo es que me parto...

Con la excitación de la risa, el ENTERRADOR 2, aparta sin querer la tapa de un ataúd, pierde
el equilibrio y se cae dentro. Los compañeros, partidos de la risa, no se dan cuenta de nada. Uno
de ellos, incluso, vuelve a poner la tapa despreocupadamente. Mientras siguen hablando,
empiezan a darse cuenta de que falta un compañero.

ENTERRADOR 4.- Pero la broma más gorda se la estamos preparando estos días: le hemos
hecho creer que el Ayuntamiento tiene el proyecto de vaciar el cementerio y transportarlo a 20 o
30 kms. fuera de la ciudad.
ENTERRADOR 2.- (levantando de repente la tapa del ataúd como si fuera un resucitado)
¿Con tumbas y todo?
ENTERRADOR 3.- ¡Claro! El área entera será destinada a parques y jardines públicos. Zonas
verdes, lagos, jardín zoológico (mira hacia un lado) ¡Ojo, que viene!

Entra la enterradora ENEA, seguida del ENTERRADOR 1. Lleva puesto el mismo uniforme
que los compañeros y un gorro que le tapa el cabello. Calza botas de goma enormes que le
obligan a caminar como el gato con botas. Lleva en la mano una regadera, una pala y un
rastrillo. Cuando entra tira al suelo el gorro y se lía a patadas con todo lo que encuentra en su
camino

ENEA.- ¡Mecagonlaleche con estos repugnantes politicuchos de mierda!


ENTERRADOR 3.- ¿Eh, qué te pasa?
ENTERRADOR 1.- Estaba contándole el discurso que ha hecho el alcalde a propósito del
traslado del cementerio...
ENEA.- A mí tenía que haberme soltado el discursito... ¡Voy al ayuntamiento y le digo de todo!
ENTERRADOR 1.- ¡Eso! Y ya sabes dónde ibas a terminar... Anda, estate tranquila aquí y
cálmate: echa un trago. ¡Oh! ¿Conoces a Armando? Es uno de los nuevos.
ENEA.- Encantada.
ENTERRADOR 2.- Encantado.
ENEA.- ¿Pero quiénes se creen que son para quitar las cosas de en medio cuando les viene en
gana? (inclina distraídamente la regadera, que deja caer un chorro sobre los pies del
ENTERRADOR 2).
ENTERRADOR 2.- ¡El agua!
ENEA.- Perdona.
ENTERRADOR 3.-Y lo mejor es cómo van a hacer para quitarlo de en medio.
ENTERRADOR 4.- Sí, yo me pregunto si han pensado en el espectáculo que van a dar.
ENTERRADOR 3.- Ya lo estoy viendo: miles de féretros atravesando la ciudad día y noche, día
y noche, durante meses...
ENTERRADOR 1.- ¡Bueno! Para esto ya han pensado en la solución: van a construir un
cadaveroducto.
ENEA.- ¿Un qué?
ENTERRADOR 1.- Un cadaveroducto (mima con gestos las acciones que siguen) Un gran tubo
de un metro de diámetro. Meten un féretro en una especie de cabina-proyectil, como un torpedo,
meten el torpedo en el tubo que lleva directamente al camposanto periférico, y ¡plaff! ¡fuego el
uno! fffssssssss, el tiempo de un réquiem y, catacrac, llega a su destino dentro ya de su agujero,
colocadito.
ENEA.- (alucinada) ¡Oooooh!
ENTERRADOR 3.- (exasgerado) En Estados Unidos lo usan ya hace años
ENEA.- ¿En Estados Unidos?
ENTERRADOR 3.- Sí.
ENEA.- (asqueada) Ahora entiendo por qué algunos votan a los comunistas. ¡Vamos, hombre!
¡Un cadaveroducto!
ENTERRADOR 1.- (mintiendo sádicamente) Pero todavía no sabes lo mejor: el cadaveroducto
seguirá funcionando luego para los funerales.
ENEA.- ¿Estás seguro?
ENTERRADOR 1.- Por supuesto: 18 kilómetros son un viaje excesivo para desplazarse. Así, en
lugar de eso, ¡todos en cadaveroducto! En el primer torpedo el féretro, ¡fuego el uno! (mueve la
cabeza como siguiendo el movimiento del torpedo fúnebre) ¡Ñiaoooo! En el segundo la viuda,
¡fuego el dos! (lo mismo) ¡Ñiaoooo! Y en el tercero el cura con dos monaguillos: ¡fuera el tres!
(imita el sonido del torpedo terminando en un salmo) Ñiaoooooooooognus dei qui tolis pacata
mundi, ¡plop! Y para terminar, un torpedo familiar con los pariente (los ENTERRADORES
repiten a coro los gestos y sonidos del ENTERRADOR 1 como espectadores viendo pasar una
carrera automovilístico). Los amigos...
ENTERRADORES.- (a coro) ¡Ñiaoooo!
ENTERRADOR 1.- Y las monjas habituales...
ENTERRADORES.- (a coro) ¡Ñiaoooo! ¡Ñiaoooo!
ENTERRADOR 1.- Que nadie sabe de dónde salen, claro
ENTERRADOR 2.- ¡Qué asco! ¿Y entonces nosotros qué haremos entonces?
ENTERRADOR 3.- (demagogo) Nos echarán a todos y en nuestro puesto pondrán unos
técnicos con camisa blanca, pluma estilográfica en el bolsillo...
ENTERRADOR 2.- ¡Mierda, mierda, mierda! Tienes razón quejándote como lo hacías antes,
Enea. Tendríamos que salir a la calle con pancartas...
ENEA.- ¡Ah, no! Lo siento, pero no estoy a favor de las manifestaciones. Si las autoridades han
decidido esto, quiere decir que hay que hacerlo así. en el fondo, lo hacen para ofrecer zonas
verdes al público.
ENTERRADOR 3.- Cómo se ve que no entiendes nada... Como decía aquél: ¡algo huele a
podrido en Dinamarca!
ENEA.- ¿Podrido en Dinamarca?
ENTERRADOR 3.- (como si fuera un tribuno) El negocio no lo hace la administración pública,
sino un grupo de especuladores que han comprado en bloque todas las construcciones, las casas
que circundan el cemnterio.
ENTERRADOR 4.- Casas que habían perdido muchísimo valor porque, desde las ventanas, se
admiraba un bonito panorama de tumbas
ENTERRADOR 1.- Y todo comprado por una nadería, mil millones de nada. Y que cuando, en
el lugar del cementerio sea colocado el más hermoso parque de la ciudad con árboles, lagos...
ENTERRADOR 4.- Monos, leones, hipopótamos...
ENEA.- ¿También hipopótamos?
ENTERRADOR 1.- Sí, sí, también.
ENEA.- ¡Mamma mía!
ENTERRADOR 1.- ¿Y sabes cuánto subirán entonces los pisos?
ENTERRADOR 3.- Ahí está lo podrido en Dinamarca.
ENTERRADOR 1.- Venga, di una cifra... ¡Adelante, exagera!
ENEA.- ¡Qué sé yo! ¿ Dos mil millones?
ENTERRADOR 1.- ¡Ocho mil millones! ¿Has entendido? Siete mil millones de ganancia. Y
luego dicen que el 7 trae mala suerte.
ENEA.- ¡Cómo huele a podrido en Dinamarca!
ENTERRADOR 2.- (fingiendo enorme indignación) Asquerosos de mierda! Está claro que han
sido ellos los que han pagado a algún asesor para que presentase el proyecto de traslado del
cementerio.
ENEA.- ¿Y qué hay de malo? Si uno compra algo, tiene derecho a revalorizarla Estamos en un
país democrático, me parece.
ENTERRADOR 3.- ¿Llamas democracia a especular con las tumbas de los muertos, comprar
400 tumbas en bloque, en un área de casi 20.000 m2, como han hecho ellos?
ENTERRADOR 2.- ¿Veinte mil? (le hace señas de que no exagere)
ENEA.- ¡Veinte mil! ¿Para hacer qué?
ENTERRADOR 3.- (pidiendo ayuda al ENTERRADOR 1) ¿Para hacer qué?
ENTERRADOR 1.- (a ENEA) ¡Pero cómo! ¿No conoces la ley 143QR sobre expropiaciones?
ENEA.- ¿La ley 143QR? (piensa un poco) Ni idea. ¿Qué dice la ley 143QR?
ENTERRADOR 1.- (inventando) Dice: “En caso de expropiación de área privada...”
ENTERRADOR 4.- Y en nuestro caso las 400 tumbas son propiedad privada...
ENTERRADOR 1.- “área para transformar en espacio público, los propietarios de la citada área
pueden estar exentos de expropiación siempre que el espacio referido venga dedicado a
construcción de hospitales o clínicas en general”
ENTERRADOR 4.- ¿Has entendido? ¡Clínicas en general!
ENTERRADOR 3.- Y todo en mitad del más hermoso parque de la ciudad.
ENTERRADOR 4.- Monos, leones, hipopótamos.
ENEA.- Bueno, sí, en cuanto a los hipopótamos te doy la razón... Tan gordos, siempre mojados,
me dan un asco...
ENTERRADOR 3.- ¡Y ésta pensando en los hipopótamos! ¡Están ganado miles de millones
comerciando con cadáveres!
ENEA.- ¿Comercian con qué?
ENTERRADOR 3.- Pero bueno, ¿dónde tienes los ojos? Las tumbas del reparto central, están
ocupadas o no?
ENEA.- Sí, claro, ¿y?
ENTERRADOR 3.- Como se trata de una propiedad privada, ¿de dónde te crees que han sacado
los cadáveres para rellenar las tumbas?
ENEA.- ¿De dóne?
ENTERRADOR 1.- Los han comprado
ENEA.- ¿Comprado? ¿Dónde?
ENTERRADOR 3.- En el extranjero, de contrabando.... Yugoslavia, por ejemplo, a cambio de
aparatos janponeses.
El resto de ENTERRADORES hacen esfuerzos para no partirse de risa.

ENEA.- ¡Pero fíjate! Entonces, esos féretros que hay en aquella capilla ardiente y que habían
trasladado aquí por dis... dis...
ENTERRADOR 1.- Distinci´n burocrática.
ENEA.- ¡Eso! Entonces no es verdad, es un cadáver yugoslavo.
ENTERRADOR 3.- ¡Exacto! Por fin lo has entendido.

Las risas mal reprimidas de los ENTERRADORES se transforman en extraños sonidos, casi en
mugidos.

ENEA.- ¡Oye, oye! Que no soy tan tonta. ¡Qué pandilla de mentirosos!
ENTERRADOR 1.- No, ellos son los listos. Los imbéciles somos nosotros, que estamos aquí
mirando sin hacer nada.
ENTERRADOR 4.- Y dejar que nos echen.
ENEA.- ¿Y qué quieres que hagamos?
ENTERRADOR 3.- ¡Ah, claro! ¿Qué vamos a hacer? Mírala, claro, como tú tienes siempre la
suerte de cara...
ENEA.- ¿Cómo que la suerte de cara?
ENTERRADOR 3.- ¡Vamos! Eres una mujer... y además, si me permites...
ENEA.- ¿El qué?
ENTERRADOR 3.- ¿Me dejas que te lo diga?
ENEA.- Sí, sí, te dejo
ENTERRADOR 3.- Bueno, si yo fuese una mujer como tú, con tu temperamento, tu carga
sensual, iría por ahí con un colchón en la espalda.

El ENTERRADOR 1 está a punto de morir de la risa, aunque trata de contenerse como puede,
mientras emite unos ruiditos como si fuese un perro al que le han cortado la cola. ENEA le mira
sin entender lo que pasa.

ENTERRADOR 4.- ¡Yo haría lo mismo!


ENTERRADOR 3.- Sacaría tanta pasta que me daría hasta para rellenar el colchón con los
billetes.
ENTERRADOR 2.- ¡Ya lo creo!
ENEA.- ¿Pero qué narices me estáis contando del dinero sobre la espalda? ¿Qué se tendría que
hacer con ese colchón?
ENTERRADOR 1.- Tumbarse uno
ENEA.- ¿Qué?
ENTERRADOR 1.- Pero bueno, ¿eres dura de mollera, eh? Tumbarte como hacen esas que
pasean allá al fondo, al otro lado de la plaza.
ENEA.- O sea que tendría que meterme a puta. ¡Qué agradables! Gracias por el cumplido
ENTERRADOR 1.- ¡Encima se ofende! Es un consejo, y además desinteresado.
ENTERRADOR 3.- Un consejo que se da a una persona amiga. ¡Aun diría más, a una hermana!
ENEA.- ¿Pero tú estarías contento de tener a una hermana haciendo la calle?
ENTERRADOR 3.- Mi padre cuando nació mi hermana se puso a gritar: “¡Por fin una mujer!
Esperemos que tenga carácter y que sepa explotar lo que la naturaleza le ha dado gratis, y que la
moral la esconda en un ladrillo”.

Mugido del ENTERRADOR 1 al que los demás hacen gestos de que se calme.

ENEA.- ¡Qué original era tu padre!


ENTERRADOR 3.- Original, pero sabio. En cambio, la desgraciada ha querido estudiar para
maestra... (el ENTERRADOR 1 suelta una carcajada aguda completamente igual al cacareo de
una gallina poniendo su primer huevo). Se ha casado y ha tenido 3 hijos, todos del marido. Mi
padre, pobrecito, murió de un ataque al corazón (el ENTERRADOR 1 continua con su absurdo
cacareo)

ENEA.- ¿Pero qué te pasa?


ENTERRADOR 3.- (a un tiempo) ¿Pero qué te pasa?
ENTERRADOR 1.- (que sigue sin poder aguantarse) ¡Cococococo! (mira alrededor, abre una
caja y saca una gallina viva: se la lleva fuera de escena y vuelve a entrar con un huevo que se
bebe tras echarle un poco de sal)
ENEA.- Pues lo siento, pero tu padre estaba un poco loco. Querer hacer caer a una hija tan
bajo...
ENTERRADOR 1.- (ya calmado) ¡Aquí tenemos el lugar común de siempre! No querida: para
una mujer la prostitución, como decía Heráclito, es subir a lo más alto, es el primer peldaño
hacia la emancipación.
ENEA.- ¡Anda ya!
ENTERRADOR 1.- Escucha un poco: ¿El hombre no es superior a la mujer porque la
mantiene?
ENEA.- Bueno, sí, ¿y?
ENTERRADOR 1.- Pues que las prostitutas mantienen a su hombre: el único caso de
superioridad de la mujer sobre el hombre.
ENTERRADOR 2.- Un hombre que ha elegido ella sola.
ENTERRADOR 4.- Y que vive gracias a ella.
ENTERRADOR 1.- El único caso de verdadera emancipación, la primera meta hacia la
igualdad social de los sexos.
ENTERRADOR 3.- Como dice su canción.
ENEA.- ¿La canción de quién?
ENTERRADOR 3.- De las prostitutas.
ENEA.- Las prostitutas tienen una canción?
ENTERRADOR 1.- ¿Por qué no? Un verdadero himno de batalla. ¿No la conoces?
ENEA.- Pues no.
ENTERRADOR 3.- Pues ven aquí que te la cantamos.

Los 4 ENTERRADORES se suben al carro fúnebre que, para la ocasión, se transforma en café-
teatro cubierto: cada uno se pone una máscara carnavalesca de mujer y, bailando a la manera de
las bailarinas de music-hall, cantan:

Las primeras mujeres que en las Cruzadas


en Palestina fueron desembarcadas
éramos nosotras, las desvergonzadas
las primeras mujeres cruzadas.
En el Nuevo Mundo fuimos cuarenta
las primeras mujeres de la España santa:
antes que los curas fuimos desembarcadas
y a los caciques fuimos vendidas.
Somos el faro de la civilización,
las auténticas damas de caridad:
vendemos amor que no tiene precio
a escondidas y a bajo precio.
Cuando en tiempos pasados
en casas de citas se pecaba,
nuestro amor venía tasado
y un tercio de lo nuestro se quedaba el Estado:
con este dinero, han calculado,
se han comprado un acorazado,
un acorazado y una fragata
que aun hoy navega los mares,
todo pagado con nuestros amores.
Si además piensas que los marineros
el sueldo en nosotras se han gastado,
y que de nuevo la hemos dado
en un tercio a nuestro buen Estado,
queda claro que hemos cubierto
todos los gastos del almirantazgo,
y nuestro Estado en sus fragatas
ni una peseta han desembolsado.
Somos el faro de la civilización,
las auténticas damas de caridad:
la patria siempre nos deberá recordar.
Y cuando pase un destructor
¡recuerda que está hecho con nuestro amor!

Al final de la canción llegan desde fuera gritos y disparos, reproducidos en sistema


estereofónico. El estruendo va acompañado de un continuo ulular de sirenas. Los
ENTERRADORES se acercan al proscenio donde se supone que hay una ventana.

ENEA.- ¿Qué pasa? ¿Quién dispara?


ENTERRADOR 2.- ¡La poli!
ENTERRADOR 3.- ¡La leche! Se están zurrando de verdad
ENTERRADOR 1.- ¿Pero con quién va la cosa?
ENEA.- Será con algunos chorizos
ENTERRADOR 2.- ¡Míralos. Allí están!
ENEA.- ¡Fiiuuuu! En mi vida había visto tantos chorizos juntos
ENTERRADOR 3.- ¡Ya! Y con pancartas, menos aun, ¿verdad?
ENEA.- Serán chorizos en huelga...
ENTERRADOR 1.- Mira, vienen hacia aquí.
ENEA.- ¿No pensarán meterse en el cementerio? ¿Pero qué hace ése?
ENTERRADOR 4.- ¿Cuál?
ENEA.- Aquél: se ha tirado al suelo... ¡Qué inconsciente! Le va a atropellar cualquier coche que
pase... (gritando) ¡Desgraciado! ¡Levántate! (en tono normal) Menos mal que sus amigos le
obligan a levantarse. Mira tú qué gracioso: se hace llevar como si fuera un saco de patatas...
(gritando) ¡Ignorante!
ENTERRADOR 1.- ¿Pero no ves que le han golpeadoen la cabeza?
ENEA.- ¿Que le han golpeado? ¿Con qué?
ENTERRADOR 3.- Con una bala, ¿no oyes los disparos?

Desde el fondo de la platea siguen llegando gritos ahogados por el crepitar de los fusiles.

ENEA.- ¡Pero por favor! disparan sólo con balas de fogueo... sólo para asustar a la gente....

Los ENTERRADORES han hecho cuerpo a tierra y se refugian detrás de los ataúdes. ENEA se
queda tranquilamente en mitad de la escena.

ENTERRADOR 3.- Pues entonces asustan de verdad porque, fíjate en ese otro, a ése el miedo le
ha dado en una pierna... Pobrecito, se ha quedado tirado todo largo.
ENEA.- Bueno, quizá no sean de fogueo. Se ve que no se las han dado en dotación.
ENTERRADOR 1.- (con evidente ironía) ¡Ya! Puede ser...
ENEA.- Pero no es culpa suya, oye: cada uno dispara con lo que tiene.
ENTERRADOR 2.- Sí, sí, pero de todos modos podrían disparar al aire.
ENEA.- ¿Y quién te dice que no disparen al aire? Lo que pasa es que son fusiles defectuosos.
Tú te crees que disparas al aire y en cambio, paf, le das a uno en la cabeza. Y encima esos
inconscientes hacen de todo por provocar. Lo que quieren es ser la víctima cueste lo que cueste.
(se sube a un ataúd para ver mejor las cosas) ¡Guau! ¡Lo que he visto!
ENTERRADOR 4.- ¿Qué has visto?
ENEA.- (mimando la descripción) Uno de esos fan´ticos se ha puesto a saltar hasta que ha
conseguido interceptar con la cabeza una bala que pasaba un poco alta...
ENTERRADOR 3.- ¡Pero no digas tonterías! Ha saltado un seto para que no le atropellara una
furgoneta...
ENEA.- ¡Ya, la excusa de siempre! ¡Míralos, lo que están haciendo! (vuelta a sus
compañeros) .... Fijaos, tiran piedras...

Se escucha un disparo: el cubo que contenía flores junto al carro, se vuelva empapando al
ENTERRADOR 2 que estaba debajo.

ENTERRADOR 1.- ¿Qué ha pasado?


ENTERRADOR 2.- (intentando secarse) Un proyectil
ENEA.- ¡Coñes, sí que son defectuosos estos fusiles!
ENTERRADOR 2.- Lo mejor es que nos vayamos de aquí.

Los 3 ENTERRADORES se van hacia el fondo escondiéndose detrás del carro.

ENEA.- Pero yo me pregunto, ¿quién les hace meterse en estos líos? ¿Qué quieren?
ENTERRADOR 2.- Mira a ver si puedes leer las pancartas.
ENEA.- Sí. Dicen. “No más despedidos. Queremos trabajo para todos”. Están locos: se hacen
matar para poder trabajar, para luego matarse trabajando cuando están en el curro.
ENTERRADOR 2.- (a sus compañeros) ¿Y seguís diciendo que ésta es una idiota?
ENEA.- No les entiendo.
ENTERRADOR 3.- Por fuerza: ¿qué vas a entender tú de la lucha de clases?
ENEA.- ¡Vaya! Según tú toda esta refriega es lucha de clases. ¿Pero qué te crees, que no leo los
periódicos, yo? ¡Los de verdad, los independientes! (de un tirón, como quien recita el
padrenuestro) “Esos son una banda de exaltados que se enfrentan a las fuerzas del orden las
cuales, a pesar suyo, tienen que reaccionar para no sucumbir a la furia devastadora de la peor
especie”
ENTERRADOR 1.- ¿Te lo has aprendido de memoria?
ENEA.- Claro, así, cada vez que me viene el ansia social me repito una de estas parrafadas y
vuelvo a ser feliz y biuenpensante.
ENTERRADOR 1.- ¡Toma ya!
ENTERRADOR 2.- Se están yendo todos...
ENEA.- ¿Quiénes, los exaltados? (se sube de nuevo al ataúd como si fuese un observatorio)
Déjame ver... ¡Mira cómo huyen! ¡Qué valiente, la policía! Han limpiado bien toda la calle. ¡Ya
ha vuelto el orden! (gritando) ¡Viva la libertad!

A espaldas de la muchacha entra el DIRECTOR del cementerio

DIRECTOR.- ¡Desgraciada! ¿Pero qué haces?


ENEA.- Nada, señor director, alababa a las fuerzas del orden.
DIRECTOR.- Mentirosa, te he oído gritar “Viva la libertad”. Tus compañeros son testigos.
ENTERRADOR 3.- Sí, es verdad. Gritaba “Viva la libertad”.

Los ENTERRADORES tratan de esconder, sin que el DIRECTOR se dé cuenta, los platos,
vasos, etc. colocándolos todos dentro del mantel. Cada vez que el DIRECTOR se gira dejan
caer todo el envoltorio, que hace un gran ruido al caer a tierra. Por fin, los ENTERRADORES
consiguen hacer desaparecer todo dentro del carro fúnebre.
ENEA.- Sí, pero en el sentido de libertad de gobierno, de la fuerza pública.
DIRECTOR.- ¿Me tomas por imbécil? ¿Desde cuándo existe la libertad en un gobierno que
permite a la fuerza pública disparar contra la gente?
ENEA.- ¿N o existe?
DIRECTOR.- Si te han oído gritar te vas a enterar si existe o no. Claro que, ¿a ti qué más te da?
no se van a meter contigo, por supuesto... Con una borrachina como tú... Se meterán con tus
superiores. Apuesto lo que quieras a que lo has hecho adrede, para arruinarme. Quieres acabar
conmigo, como el borracho de tu padre, que en paz descanse.

Los ENTERRADORES han terminado de arreglar lo suyo y regresan sobre sus pasos para
sentarse uno junto al otro sobre el sarcófago, en la actitud de colegiales aplicados.

ENEA.- (resentida) Señor director, por favor, deje en paz a los muertos
DIRECTOR.- (agresivo) No, eres tú la que debes dejar en paz a los muertos, ahora que me
acuerdo. (se vuelve hacia los otros que se levantan de golpe) ¿Quién os ha dicho que llevarais
ese muerto a la capilla ardiente? ¿Quién lo ha cogido de la cámara donde estaba?
ENEA.- ¿Está hablando del cadáver yugoslavo?
DIRECTOR.- ¿Yugoslavo?

Los ENTERRADORES le hacen señas a ENEA para que se calle.

ENEA.- (que no entiende las señas que le hacen). Sí, hombre, el que ha venido de contrabando
a cambio de aparatos japoneses, ya sabe...
DIRECTOR.- ¿Qué historia es esta de los aparatos japoneses?
ENEA.- Sí, para ocupar las tumbas. Lo sabe, ¿no? Lo sabe todo el mundo. De todos modos esté
tranquilo que no diré nada a nadie.
Los ENTERRADORES le hacen gestos ya desesperados

DIRECTOR.- ¡No, no, lo has dicho ya! Y como me estés tomando el pelo... (el ENTERRADOR
4, a espaldas del director, le hace gestos a Enea de que se calle, y cuando el director se da la
vuelta de repente, finge coger al vuelo un imaginario moscón sobre la cabeza del director, lo
tira a tiuerra y lo pisotea. El DIRECTOR mira con recelo al ENTERRADOR 4) Que me estáis
tomando el pelo...
ENEA.- ¿Quién le toma el pelo? ¿O acaso me he inventado yo la ley 143QR sobre
expropiaciones de cementerios para construir lugares públicos, como parques, clínicas e incluso
zoológicos con monos, leones y hasta hipopótamos? ¡Si hasta a mí me da asco!

El ENTERRADOR 2 está subido a un ataúd detrás del director, haciendo gestos desesperados
con los brazos, hasta el punto de que pierde el equilibrio y se cae encima de éste.

DIRECTOR.- ¡Pero qué haces, desgraciado! (a ENEA) ¡Y tú, explícate mejor!


ENEA.- Tranquilo, no se preocupe, que yo no digo nada...Incluso aunque he entendido bien que
hay de por medio una especulación de tres pares. ¡Vamos, señor director! (le da un codazo
cómplice) La excusa del parque público para desalojar el cementerio y llevárselo a 18
kilómetros (repite la pantomima del ENTERRADOR 1) Y los funerales... con el torpedo en el
cadaveroducto... pac, ¡fuego el uno! ñiaaaooooo! y el cura con los monaguillos: dooomine, qui
tollis.... ¡vaaaaaaaa! ¡Plac! ¿Qué se piensa usted? ¿Qué me he caído del guindo? de todas
formas, esté tranquilo, señor director, que no diré nada, aunque lo sienta tanto (pone cara de
dolor que precede a un llanto incontenible)
DIRECTOR.- ¡Pero qué dice! ¿Dónde están tus compañeros? (todos los ENTERRADORES se
han ido, expceto el ENTERRADOR 2 que ha quedado atónito con la historia de ENEA) ¡A ver,
tú! Ven aquí a explicarme lo que dice ésta. Tradúcemelo.
ENTERRADOR 2.- Con gusto, señor director. (estirando el cuello en dirección a la puerta de
acceso) Espere, creo que le están buscando.
DIRECTOR.- ¿Quién?
ENTERRADOR 2.- Una camioneta de la policía se ha detenido justo en la puerta de las
oficinas. Seguro que quieren hablar con usted.
DIRECTOR.- (deseperado) ¡La policía! Justo lo que había dicho (a ENEA) Te habrán oído
gritar “Viva la libertad” y habrán pensado que lo has hecho para joderlos y ahora vienen a por
mí.
ENEA.- ¡Pero señor director, ¿Qué sabía yo?! Dígales que la culpa es sólo mía, que estaba
borracha: aquí están las pruebas (señala la botella). Y por si acaso, me echo un par de tragos
por si me hacen la prueba del doping (bebe a morro) ¿Gusta?
DIRECTOR.- ¡No! No basta con pasarse por borracha: te tienes que pasar por loca.
ENEA.- ¿Por loca?
DIRECTOR.- Seguro. Está probado que el oficio de enterrador conduce a la locura en un
porcentaje del 80 %. ¡Imagínate en el caso de enterradoras!
ENEA.- Pero dado que no estoy loca, me opongo.
DIRECTOR.- ¡La clásica reacción de los locos. (al ENTERRADOR 2, amenazante) Tú eres
testigo de que está loca. Ya le has oído hace poco las tonterías que contaba...
ENTERRADOR 2.- (intentando escaquearse) ¿Qué tonterías?
DIRECTOR.- ¡A ver! Eres testigo o prefieres pasar por loco también tú?
ENTERRADOR 2.- No, gracias, prefiero pasar por testigo.
DIRECTOR.- ¡Bravo! Entonces estamos de acuerdo: eso de gritar “Viva la libertad” ha sido un
desahogo inconsciente que le viene cuando le da la crisis.
ENTERRADOR 2.- Entendido. Cuando le viene una crisis neurótica grita “Viva la libertad”.
DIRECTOR.- ¡Bravo! (a ENEA) Escúchame: si alguno viene y te pregunta cómo te llamas,
¿qué le respondes?
ENEA.- ¡Viva la libertad!
DIRECTOR.- ¡No, no! Antes tienes que decir el nombre y el apellido
ENEA.- ¡Ah, sí, qué tonta!
DIRECTOR.- A ver, ¿cómo te llamas?
ENEA.- Nombre y apellidos... esto, sí, quiero decir.... Enea Angellari.
DIRECTOR.- ¿Y luego?
ENEA.- Hija del difunto Francesco y de Maria Galluti.
DIRECTOR.- No, del difunto Francesco y de “Viva la libertad”
ENEA.- (preocupada) ¿Pero director, y mi madre?
DIRECTOR.- ¿Qué tiene que ver aquí tu madre? Tienes que decir esto porque estás loca. ¿O
prefieres que te despida inmediatamente?
ENTERRADOR 2.- Enea, convéncete de que estás loca
ENEA.- Está bien: estoy loca.
DIRECTOR.- ¡Y ay de ti como cambies de idea! Y luego, más tranquilamente, ya me explicarás
esa historia de la especulación.
ENEA.- Sí, señor director, pero estése tranquilo: yo no digo nada. Me hago la loca y ya está.
¿Está contento?
DIRECTOR.- Así lo espero. Me voy (empieza a salir)
ENEA.- ¡”Viva la libertad!”
DIRECTOR.- (volviéndose rápidamente) ¡Y no me toques las narices, deficiente! (sale a través
de la puerta del fondo)
ENEA.- ¿Quién le toca las narices? ¡Me estaba entrenando!
ENTERRADOR 2.- (tras asegurarse de que el director se ha ido de verdad, arremete a la
muchacha) ¡Desgraciada! ¡Tú estás pirada de verdad!
ENEA.- ¿Cómo?
ENTERRADOR 2.- ¿Pero no te das cuenta de que te estábamos metiendo unas trolas enormes?
ENEA.- ¿De qué me hablas? ¿Qué trolas?
ENTERRADOR 2.- Lo del traslado del cementerio, el cadaveroducto y todo lo demás.
ENEA.- ¿Cómo? Entonces, ¿no es verdad todo lo del torpedo?
ENTERRADOR 2.- ¡Pues claro que no! Mira, yo me largo.
ENEA.- ¿Dónde vas?
ENTERRADOR 2.- Me las piro (señala la puerta de entrada) Tienes visita: un fulano vestido
de oscuro... debe ser un comisario.... Por mí puedes seguir haciéndote la loca.
ENEA.- Espera, quédate conmigo y ayúdame.
ENTERRADOR 2.- ¡Viva la libertad! (sale)
ENEA.- ¡Ignorante!

Entra un señor vestido de oscuro: mira alrededor con gestos rápidos, como si tuviese prisa.

FERETRÓFOBO.- Buenos días (ENEA le mira sin responder. Vuelve a hablar algo
mosqueado) He dicho buenos días...
ENEA.- (tímidamente) ¡Viva la libertad!
FERETRÓFOBO.- ¿Cómo?
ENEA.- ¡Viva la libertad!
FERETRÓFOBO.- (atónito) ¡Viva, sin duda! (reponiéndose) ¿No está su marido?
ENEA.- ¿Mi marido?
FERETRÓFOBO.- Sí, supongo que usted será la mujer del guardia.
ENEA.- No, soy su hija.
FERETRÓFOBO.- Estupendo, ¿dónde está su padre?
ENEA.- (indica la salida hacia el cementerio) Sexta tumba, fila número 12, contando por la
derecha.
FERETRÓFOBO.- ¿Enterrando a alguien?
ENEA.- No, enterrado.
FERETRÓFOBO.- ¿Muerto?
ENEA.- Sí. ¡Viva la libertad!
FERETRÓFOBO.- (más atónito aún) No me parece muy correcta con la memoria de su pobre
padre... (nervioso) ¿Quién es entonces el responsable de este almacén?
ENEA.- Soy yo... Pero no sé nada, no he visto nada.
FERETRÓFOBO.- ¿De qué está hablando?
ENEA.- De la carga de la policía... quiero decir, de la carga de los manifestantes... Han sido
ellos los que disparaban, lo he visto estupendamente.
FERETRÓFOBO.- Yo también lo he visto: me he tenido que meter dentro de un urinario
público. Pero no me parecía que los trabajadores tuvieran armas. Tiraban piedras, eso sí.
ENEA.- Exacto: piedras contra las fuerzas del orden desarmadas.
FERETRÓFOBO.- ¿Desarmadas? Y entonces, ¿los disparos que se oían?
ENEA.- Eran los manifestantes con la boca. ¡Uuuuh! Son buenísimos haciendo ruidos con la
boca y con bolsas de plástico hinchadas (hace el gesto) ¡Pum!
FERETRÓFOBO.- (con tono enfadado) ¿Y los muertos?
ENEA.- Todos fingidos
FERETRÓFOBO.- ¿Fingidos?
ENEA.- Sí, señor, fingidos, para impresionar a la opinión pública. ¡Son unos sinvergüenzas esos
huelguistas!
FERETRÓFOBO.- (tenso, casi silabeando) Perdóneme, pero me parece que usted está algo
loca...
ENEA.-(agresiva) Sí señor, estoy loca... ¡Uuuuuu! ¡Y qué loca que estoy! Por eso grito “Viva la
libertad” (de golpe cambia de tono y empieza a sollozar) La culpa es toda mía, el señor director
no sabe nada, ni de la libertad ni del muerto yugoslavo ni del traslado del cementerio para
especular (al FERETRÓFOBO, aterrorizado, le da un extraño tic que le afecta a las piernas:
intenta irse andando como un bailarín de blues, pero ENEA se da cuenta y le grita) ¡Señor! A
lo mejor sabe alguna coseja sobre los hipopótamos!
FERETRÓFOBO.- ¿Hipopótamos?
ENEA.- Creo que eso lo sabe. Pero no lo arreste, por favor.
FERETRÓFOBO.- ¿Arrestar al hipopótamo?
ENEA.- No, a mi director. Por favor, señor comisario...
FERETRÓFOBO.- (casi ofendido) Yo no soy ningún comisario.
ENEA.- ¿No es un comisario? ¿Quién es usted entonces?
FERETRÓFOBO.- (embarazado, tras una breve pausa durante la cual un escalofrío le hace
superar el tic de las piernas) Soy un economista.
ENEA.- (desilusionado) ¿Un economista? (fastidiada) ¿Y qué quiere de mí?
FERETRÓFOBO.- (siempre con embarazo) Un favor... Pero me da la impresión de que no
querrá ayudarme.
ENEA.- ¿Qué tipo de favor?
FERETRÓFOBO.- No sé por dónde empezar. (coge aliento como si tuviese que tirarse al agua)
¿Me podría alquilar un ataúd?
ENEA.- (como si hubiera entendido mal) ¿Un ataúd?
FERETRÓFOBO.- Sí, en alquiler.
ENEA.- ¿Pero quién le ha dicho a usted que los ataúdes se alquilan?
FERETRÓFOBO.- Ya sé, ya sé que no se alquilan... (tímido) Es por eso que me dirijo a usted...
esperando que su comprensión... su buen corazón...
ENEA.- ¿Qué buen corazón? Mire, querido economista, si fuera por mí, le daría todos los
ataúdes que quisiera (con tono burocrático) El problema es que todo esto pertenece al
ayuntamiento, cajas para funerales de indigentes, alguno para autoridades o similares, pero todo
registrados, de tal modo que si desaparece uno se enteran enseguida.
FERETRÓFOBO.- Pero yo no tengo ninguna intención de hacerla desaparecer. Quiero decir,
que no tengo intención de llevármela.
ENEA.- ¿La consume aquí?
FERETRÓFOBO.- Exacto. Querría probar una para acomodarme.
ENEA.- ¿Acomodarse?
FERETRÓFOBO.- ¡Sí!
ENEA.- ¡Ah, no!
FERETRÓFOBO.- ¿Y por qué no?
ENEA.- Lo que digo que el que está loco es usted.
FERETRÓFOBO.- ¿Qué tiene de raro? (con calma de loco racional) Cuando uno va a un hotel
y alquila una habitación, ¿le obligan luego a llevárselo a casa?
ENEA.- Aparte de que esto no es un albergue, le pregunto: ¿para qué quiere dormir en una caja
de muerto? No me irá a decir que lo hace para curarse el reuma.
FERETRÓFOBO.- Casi, casi. No es para el reuma, sino para curarme una enfermedad nerviosa
de tipo obsesivo: la feretrofobia.
ENEA.- ¿La féretro... qué?
FERETRÓFOBO.- Fobia... feretrofobia.
ENEA.- ¿Y qué es eso?
FERETRÓFOBO.- ¿Usted sabe lo que es la claustrofobia, no?
ENEA.- ¿Cómo no? (con aire de colegiala bien preparada) Esa especie de angustia que les
entra a las personas que no soportan estar encerradas en un lugar pequeño y cerrado.
FERETRÓFOBO.- ¡Eso es! La feretrofobia en cambio es la enfermedad de aquellos individuos
que no soportan la idea de estar encerrado dentro de un ataúd.
ENEA.- (minimizando) ¡Esa enfermedad la tengo también yo!
FERETRÓFOBO.- (muy interesado) ¿Sí? ¿Y cómo se está tratando?
ENEA.- ¡Con esto! (señala la botella de vino) Me cojo cada cogorza que puedo quedarme frita
dentro de un ataúd con muerto y todo.
FERETRÓFOBO.- No, no. He probado también con el alcohol pero es peor. Me da pesadillas...
¿También usted sufre pesadillas?
ENEA.- ¿Qué pesadillas?
FERETRÓFOBO.- (dramático) Se despierta usted en mitad de la noche, sobresaltada, con la
idea de estar dentro de un ataúd? ¿Convencida de que las paredes de la caja están apretando sus
brazos? (angustiado) Ver cómo se cierra la caja delante de sus ojos...
ENEA.- (conmovida) ¿Sufre usted de esta enfermedad?
FERETRÓFOBO.- (al principio tranquilo, pero poco a poco al borde de la crisis epiléptica) Sí,
y créame, es terrible. Uno está a punto de ahogarse, la caja me aprieta en los hombros... Grito y
no me sale la voz: me quedo como paralizado. Esto es la feretrofobia. Fíjese: me ha bastado sólo
pensar en ello para ponerme así. (los brazos y las piernas se agitan desarticuladas, como en un
baile yé-yé)
ENEA.- Cálmese, señor, cálmese. (contagiada del baile, se mueve frenéticamente) ¡Me ha dado
también a mí! (se agarra un apierna con ambas manos para pararla, pierde el equilibrio y se
deja llevar hasta sentarse en el catafalco) ¡Mamma mia! Qué horrible enfermedad (coge
aliento; también el FERETRÓFOBO se ha calmado) Pero no entiendo de qué le serviría
“acostumbrarse”, y en un ataúd alquilado, además.
FERETRÓFOBO.- (poco a poco le vuelve a dar el tic, aunque esta vez se comporta como si
fuera una marioneta) Verá, según el psiquiatra que me está tratando, sería la única forma para
neutralizar la obsesión. Entrenándome en un ataúd, mi inconsciente iría introyectando la
asunción del hecho obituario y el féretro perdería el sentido macabro que hoy me atormenta y
así, en mi sistema psíquico llegaría a tener el mismo valor que una caja de embalaje.
ENEA.- Entiendo. ¿Y entonces por qué no coge una caja de embalaje normal y corriente y le
hace creer a su sistema psíquico que ese un ataúd? (contagiada por el FERETRÓFOBO, vuelve
a saltar por escena) ¡Pero qué enfermedad más chunga!
FERETRÓFOBO.- (dejándose caer agotado sobre un ataúd) Es inútil: necesito un ataúd
auténtico.
ENEA.- Pues entonces cómprese una en la empresa de pompas fúnebres que hay enfrente del
cementerio.
FERETRÓFOBO.- ¿Hay una ahí mismo?
ENEA.- ¡Claro! La más importante de la ciudad, y además está de suerte porque estos días están
de liquidación.
FERETRÓFOBO.- ¡No!
ENEA.- Sí, hombre: después de las fiestas bajan los precios. Usted va allí y se compra una. Las
hay de segunda mano muy bien conservadas, que todavía hacen buen servicio. Se la lleva a
casa, debajo de la cama y en cuanto le venga la obsesión, ¡zas!, se mete dentro y el psíquico está
jodido.
FERETRÓFOBO.- ¡Ah, no! En casa perdería todo el sentido macabro que posee en el
cementerio. Y además, ya sabe lo que pasa en casa con la mujer... (mima grotescamente los
gestos de un ama de casa excéntrica) Empezaría a ponerle encima un centro de mesa, un jarrón
con flores, algún cacharrajo, un candelabro, una figurita de porcelana y ¡hala! ya la tienes
transformada en un original y gracioso mueble para enseñar a las amigas. ¡Imagínese las
carcajadas que se echaría mi sistema psíquico!
ENEA.- (con odio) ¡Pues líese a patadas en la boca con ese sistema psíquico de mierda si se ríe,
hombre!
FERETRÓFOBO.- (sin esperanza) ¡Si fuera posible...! (suplicante) ¿Se da cuenta de que usted
es la única persona que puede ayudarme? Por favor, déjeme tumbarme en alguno de estos
ataúdes. Mire, le doy 100 euros por sentarme.
ENEA.- ¿Por sentarse o por tumbarse?
FERETRÓFOBO.- ¿Es lo mismo, no?
ENEA.- ¡Ah, no, no es lo mismo! Si entra alguien y le ve sentado siempre puedo decirle que no
había sillas y se ha arreglado así; pero si está tumbado no puedo decir que es que no había
camas...
FERETRÓFOBO.- (rebusca en los bolsillos por ver si tiene más dinero) ¿Le parece bien 150?
(ENEA los coge al vuelo y hace un gesto de asentimiento) ¿En cuál me puedo tumbar?
ENEA.- En éste. (indica un ataúd colocado sobre un carretillo) Pero 5 minutos y ni uno más:
mi jefe es muy nervioso (conduce el carretillo con el ataúd para dejarlo en mitad del
escenario)
FERETRÓFOBO.- (mira el ataúd como si fuera una chaqueta que está comprando) Oiga, ¿no
me apretará un poco en lo hombros?
ENEA.- (molesta) ¿Está de broma? ¡Es un 38 sobrado! ¿O es que quiere enseñarme ahora mi
oficio? Antes de hablar, pruébesela, ¿no? Ya verá cómo le viene como un guante. (el
FERETRÓFOBO levanta una pierna, indeciso) Creo que tendría que descalzarse...
FERETRÓFOBO.- (como si le hubiese pedido que se metiera desnudo) ¡Por favor!
ENEA.- (tranquilizándole) ¡Va, venga!. Métase como quiera. Además, no llueve... (el
FERETRÓFOBO empieza a meterse en el ataúd, pero se comporta siempre como si estuviese
entrando en una bañera: toca el agua imaginaria con una mano, la saca rápidamente, luego
introduce un pie y emite grititos como los domingueros que se meten en la playa con el agua
fría. Finalmente, tras una vistosa serie de muecas y gestos, está por tumbarse dentro boca
abajo. ENEA le detiene casi escandalizada) ¡Señor!
FERETRÓFOBO.- (asustado) ¿Qué pasa?
ENEA.- Perdone, señor, es mejor que se gire porque, si no, se va a encontrar con la cara... ( hace
un gesto de aplastarse la cara con la mano)
FERETRÓFOBO.- (nervioso y mortificado) ¡Es que es la primera vez! (se gira colocándose en
la posición correcta. Va a tumbarse, pero se levanta rápidamente, arqueando la espalda y
apoyando las manos y los pies en los bordes del ataúd) ¡No, no! No puedo... Es más fuerte que
yo.
ENEA.- (como una enfermera comprensiva que debe convencer al paciente) ¡Pero cuántas
historias! ¡Déjese ir! ¡Haga como que va en una barca!
FERETRÓFOBO.- ¿En una barca? (radiante) ¡Tiene razón! ¿No tendría por casualidad un par
de remos? Me ayudarían en la autosugestión.
ENEA.- (tras una breve reflexión) No, no tenemos remos aquí: sólo un par de cirios. (los coge
del carro) Si le sirven...
FERETRÓFOBO.- Estupendo: démelos (Los coge y los coloca en la posición adecuada para
empezar a remar con buen estilo: el ataúd empieza a moverse a lo largo de la escena sobre el
carretillo) ¡Ey! Parece que vaya en una barca. Hop, hop... (tras haber recorrido un buen
trayecto por la escena) Perdone, ¿le importaría ponerse ahí y darle un empujoncito al carretillo
para que me dé la sensación de balanceo?
ENEA.- (conteniéndose de las ganas que le dan de estrangularlo) ¿Sabe lo que voy a hacer por
usted? Me ha venido una idea estupenda: le doy un empujón al carretillo, luego con la boca
hago el ruido de las olas y cada poco le soplo en la oreja para que tenga la ilusión del viento,
¿qué tal?
FERETRÓFOBO.- (estremeciéndose de placer) Usted me vicia
ENEA.- (le da una patada enorme al ataúd: por el balanceo, el FERETRÓFOBO se cae cuan
largo es dentro del ataúd) ¿Pero usted ha venido aquí a entrenarse para las olimpiadas o para
qué?
FERETRÓFOBO.- (lloroso) ¿Por qué lo ha arruinado todo?
ENEA.- (mirando a la puerta) Sssssscchh! Silencio. ¡Rápido, salga de ahí!
FERETRÓFOBO.- (todavía aturdido por el golpe) ¿qué pasa?
ENEA.- Hay una mujer que viene hacia aquí.
FERETRÓFOBO.- ¿Una mujer vestida de negro?
ENEA.- Sí, tiene la cara tapada con un velo... Debe ser una viuda.
FERETRÓFOBO.- (minimizando) No, es mi mujer: ha venido ella también a entrenarse.
ENEA.- (escandalizada) ¿Quieren estar los dos en un ataúd? ¿Qué hacemos, inventamos el
ataúd de matrimonio?
FERETRÓFOBO.- No, mujer, ella tiene que entrenarse para hacer de viuda. Pobrecita, está
obsesionada con la idea de verme tarde o temprano en un ataúd. Es una pesadilla que le persigue
cada noche.
ENEA.- (algo asqueada) ¿También ella con pesadillas?
FERETRÓFOBO.- (pedagógico) Sí, está afectada de feretrofobia refleja, conocida vulgarmente
como “fobia de la viuda”. Para ella, la única cura eficaz es la de entrenar el subconsciente, poco
a poco, viéndome tumbado en un ataúd.
ENEA.- (ya con claros gestos de asco) ¡Tienen ustedes un subconsciente que da asco!
FERETRÓFOBO.- Tiene razón, pero se lo ruego: no la haga esperar, pobrecita, seguro que está
al borde la crisis... Y por favor, una vez que haya entrado, déjenos solos... entiéndame: es nuesto
primer encuentro fúnebre y nos sentiremos algo extraños.
ENEA.- (angustiada) ¡Desde luego, estas cosas sólo me pasan a mí! (tira los cirios con rabia
dentro del carro) Está bien, la haré entrar. Pero sólo 5 minutos. (va hacia la puerta y la abre:
entra la mujer con el velo que, después de dar unos pasos, se queda repentinamente parada)
Por favor, señora, acomódese, su marido está ya en el ataud (la mujer se mueve como un
autómata. ENEA la dirige con órdenes secas, casi militares) ¡A la izquierda! ¡Derecha! ¡Ahí!
(cuando llega a la altura del ataúd la mujer emite un gemido) ¡Ah! y nada de gritos estridentes
ni gemidos ni alaridos, ¿eh? (Coge del cubo el ramo de crisantemos, se acerca al ataúd y deja
las flores sobre el pecho del muerto fingido y se agacha dando la espalda a la viuda que se
desmaya suavemente cayéndole sobre la espalda. ENEA, molesta por tanta familiaridad:)
¡Señora! ¡Señora! (breve pausa) ¿Se va a quedar ahí mucho tiempo? (camina con la señora
apoyada en la espalda, hasta que la deposita sobre el catafalco) Mire, señora, usted puede
hacer lo que le parezca, pero si se queda así no se va a entrenar nada, y los 5 minutos pasan
rápido. (se da cuenta de que la mujer no da señales de vida) ¡Eh! ¡Oiga! Mecahislamar. ¡Pero si
se ha desmayado de verdad!
FERETRÓFOBO.- (levanta la cabeza asomándola apenas del ataúd) ¿Desmayada? Pero por
favor, en lugar de estar ahí mirándola, haga algo para reanimarla. No me ha dado más que una
ojeada de refilón. ¿Así cómo se va a entrenar?
ENEA.- (tras tomarle el pulso) Y le ha bastado, porque está muerta.
FERETRÓFOBO.- ¿Muerta? ¡Imposible! (se sienta en el ataúd, sin salir del mismo)
ENEA.- ¿Imposible? Tómele el pulso: no tiene.
FERETRÓFOBO.- (estalla en una carcajada irrefrenable: saca las piernas del ataúd, aunque
continuando sentado y las agita imitando a las bailarinas del can-can) ¡Ja, ja, ja! ¡Qué bueno!
Sabía que estaba mal del corazón, pero no tanto como para quedarse seca a la primera. N o me
lo esperaba, de verdad. (ríe convulso)
ENEA.- (trastornada) ¿Sabía que estaba mal del corazón?
FERETRÓFOBO.- (enciende un cigarrillo para calmar el exceso de euforia) Por supuesto. El
médico nos había advertido de que una emción fuerte podría resultar fatal. (le brillan los ojos de
la felicidad) De hecho, evitaba toda emoción con muchísimo cuidado: no iba ni al cine ni al
teatro ni al circo ni a ningún espectáculo del tipo. Pero no ha podido evitar venir a mi
espectáculo: ¡un espectáculo de primera clase! ¡Ja, ja! La pobrecita la ha palmado y ahora el
viudo soy yo, ja, ja, ja (se ríe en registro de tenor) No me había reído nunca tanto en un
cementerio; pero ahora hay que volver... (breve pausa y se serena)... con los amigo.
ENEA.- (cada vez más trastornada) Pero... pero... entonces... ¿todo eso de la feretrofobia era
una mentira para asesinar a su mujer?
FERETRÓFOBO.- (jugando con el humo del cigarrillo) Pues claro, y gracias a su valiosa
colaboración, señorita, lo hemos conseguido.
ENEA.- (saliendo del aturdimiento) ¿Qué colaboración? ¡Eh, yo ahí no tengo nada que ver!
(pone los crisantemos sobre el pecho de la señora muerta) ¿No pensará implicarme, eh? ¡Ahora
mismo llamo a la policía y ya veremos...!
FERETRÓFOBO.- (fumando tranquilamente) Llame, llame... Y ya veremos si la policía se
tragará su historia del feretrófobo. ¡Ja, ja! No existe ninguna enfermedad que se llame así.
ENEA.- (se detiene de golpe justo cuando acababa de levantar el teléfono) ¿Otra mentira?
FERETRÓFOBO.- Por supuesto. ¿Sabe lo que le digo? Que si viene la policía se juega que la
lleven a la cárcel (ríe)
ENEA.- (fastidiada) ¿La cárcel? (desesperada) ¡Y se ríe el asqueroso!
FERETRÓFOBO.- (buscando hacer las paces) Perdóneme, he exagerado un poco. Ya verá
cómo entre los dos lo arreglamos todo. A ver: lo primero tenemos que pensar en cómo
acomodar a la querida difunta. Con todas las tumbas que tendrán abiertas por aquí, no será
difícil hacerla desaparecer.

ENEA coge cuatro botas de agua que había sobre el carro y los coloca uno en cada ángulo del
catafalco donde la viuda ha quedado tumbada, luego coge cuatro cirios y mete uno en cada bota,
transformada así en candelabro, improvisando una capilla ardiente.

ENEA.- No, difícil no es (con la lógica aplastante de una cosa sabida por todos) Podríamos
hacerla pasar por yugoslava...
FERETRÓFOBO.- ¿qué?
ENEA.- Y encima nos darían un par de radiocassetes japoneses...
FERETRÓFOBO.- ¿Pero qué dice? ¿De qué radiocassetes habla? ¿Me toma el pelo?
ENEA.- (fulminada por la duda) ¡Maldición! ¿Será otra mentira?
FERETRÓFOBO.- ¿Qué farfulla?
ENEA.- (empieza a hablar para sí misma y acaba hablando con el otro) Nada, nada. No hay
nada que hacer: las tumbas son todas privadas. Las únicas disponibles son las destinadas a los
pobres... Debería meterla junto a algún otro.
FERETRÓFOBO.- (optimista y sarcástico) ¡Oh, no se preocupe! Mi mujer siempre ha sido una
mujer muy democrática. algo feúcha, pero democrática. Se adaptará.
ENEA.- (levanta el velo que tapa el rostro de la viuda) Bueno, no tan feúcha, ¿eh?: bonita piel,
bonitos cabellos... ¿es pelirrojo natural?
FERETRÓFOBO.- (distraído) ¿El qué?
ENEA.- ¿Cómo tiene el pelo su mujer?
FERETRÓFOBO.- (molesto) Moreno.
ENEA.- No ésta lo tiene rojo. Y, ahora que me fijo, debe ser natural, porque también tiene
pecas, como todas las pelirrojas.
FERETRÓFOBO.- (sufriendo un vistoso sobresalto) ¿Pecas? ¿No será mi Angela?
ENEA.- ¿Por qué? ¿Quién es esa Ángela? Venga, dele un vistazo.
FERETRÓFOBO.- (lo intenta, pero se vuelve hacia el público) No, no puedo, no tengo
fuerzas... mírela usted: ¿Tiene un lunar muy grande en la frente?
ENEA.- (con el placer que las mujeres tienen en desenmascarar a las otras) ¡Bueno, yo no lo
llamaría lunar! Es una verruga pintada de negro.
FERETRÓFOBO.- (de nuevo presa del tic que le afecta a las piernas) ¡Ángela! ¡Es mi Ángela!
(va dando tumbos de aquí para allá hasta que se cae dentro de un ataúd, completamente
tumbado pero con un brazo extendido hacia arriba: entre sus dedos mantiene encendido el
cigarro)
ENEA.- (se dirige hacia el FERETRÓFOBO, preocupada y también un poco fastidiada) ¡Oh,
pobrecito, se ha puesto malo él también.

A su espalda, la muerta se levanta de golpe, se sienta y empieza a reirse.

FERETRÓFOBO.- ¡Ja, ja, ja, ja!


ENEA.- (con sobresalto y aterrorizada) ¡Dios mío!
MUJER.- (señalando a su marido) Esta vez has caído tú... (ríe)
ENEA.- (recuperándose poco a poco del susto) ¡Mamma mia! ¿pero cómo ha resucitado usted?
MUJER.- (continúa hablando con el marido sin hacer caso de ENEA) ¿Pero de verdad me
creías tan tonta como para picar el anzuelo? Primero me dices que tengo que venir al entierro de
un amigo tuyo que descubro que no ha existido jamás; luego me pides que me vista de luto y me
ponga este velo negro (se arranca el velo) ¡Pero vamos! no era difícil darse cuenta de que el
velo serviría para que nadie me reconociese y así poder deshacerte de mi cadáver más
fácilmente... ¡ja, ja, ja! (coge el cigarrillo de la mano de su marido y se lo fuma con placer)
ENEA.- Pero entonces, ¿se puede saber quién es usted? ¿La mujer o la otra?
MUJER.- Soy la mujer maquillada como la amante. Me he puesto una peluca roja ( se la quita
con gesto de prestidigitador, rapidísima), un poco de polvos en la cara para simular las pecas,
un pedacito de chicle ha sustituido el vistoso lunar (se despega de la frente el fingido lunar y lo
tira al aire) y ¡alehop! la broma queda devuelta. (ríe a carcajadas)
ENEA.- (aturdida) Pero entonces, ¿el pulso que le he tomado y que no latía?
MUJER.- ¿Pero qué pulso? Usted ha tocado este brazo de goma (saca un brazo de maniquí con
la mano cubierta con un guante negro como el suyo)
ENEA.- (está a punto de aplaudir pero se da cuenta de lo que ha pasado y reacciona con
fastidio) ¡Vaya tomadura de pelo! Bueno, ahora que se han divertido, hágame el favor de
largarse de aquí, que ya he tenido bastante (la coge por los hombros y la empuja brutalmente
hacia la salida. Luego se acerca al ataúd donde está el FERETRÓFOBO) ¡Venga! salga de ahí
que los 5 minutos hace rato que han pasado (tira hacia sí de la mano del hombre invitándolo a
salir del ataúd pero la mano sigue rígida con los dedos abiertos de par en par. ENEA trata de
cerrarlos en un puño: lo consigue, pero un segundo después los dedos vuelven a abrirse. ENEA
se retira un paso y diagnostíca) Este se ha muerto de verdad.
MUJER.- (con voz quebrada) ¿Muerto? ¿Está segura?
ENEA.- Ya lo creo. Está seco: mire (sube y baja el braza del FERETRÓFOBO, que hace que
todo el conjunto del ataúd empiece a funcionar como una maquinaria, de modo que el mismo se
coloca en el centro de la escena moviéndose al ritmo que le marca ENEA con el subibaja del
brazo) Mire aquí... (la señora lanza un grito agudísimo) Coraje, señora, valor.... (el grito
desesperado se transforma en una gran carcajada) ¡Oh, vaya!...
MUJER.- ¡Es fantástico! Y pensar que lo había preparado todo para mí. No me lo puedo creer:
pensaba que, tras la primera impresión, mirándome mejor, se habría dado cuenta. Y en cambio
la ha palmado a la primera. ¡Ja, ja, ja! ¡Esto es fantástico! (se sienta sobre el catafalco
pataleando de felicidad)
ENEA.- ¿Se querían bien, eh?
MUJER.- (vuelve a ponerse de pie y le da unos billetes a ENEA) Tenga, tenga, y gracias por las
molestias.
ENEA.- ¿Qué molestias?
MUJER.- Las molestias de tenerlo que enterrar.
ENEA.- (devolviendo el dinero) ¡Pero esto es un vicio de familia! ¿Escuche, ¿quiere un
consejo? Usted se lleva a su amado y todos contentos.
MUJER.- (perdida) ¿Pero cómo puedo hacer eso?
ENEA.- No creo que haya venido en el metro, ¿verdad?
MUJER.- No, en coche. Lo he dejado allí abajo...
ENEA.- (con energía) Estupendo. Entonces aprovechémoslo: como este almacén es un bajo
puedo pasarle el muerto por la ventana, se lo carga en el coche y se va a dar una vuelta por ahí.
MUJER.- ¿Y qué hago por ahí con éste?
ENEA.- (como si estuviese dando una receta para el osobuco) Escoge un buen obstáculo y se
empotra contra él, luego pide ayuda: “he tenido un accidente, mi marido se ha golpeado la
cabeza y se ha desmayado”. Y cuando a usted le dicen que no se ha desmayado, sino que está
muerto...
MUJER.- (entusiasmada, acaba la frase) ¡Zas! me caigo redonda, como hace unos minutos.
ENEA.- Y el asunto está terminado... (se aproxima al ataúd del que todavía sale el brazo tieso
del FERETRÓFOBO y lo baja: automáticamente se levanta el otro brazo. ENEA baja éste y se
levanta una pierna. El juego se repite varias veces en una secuencia absurda) ¿Nervioso, eh?
(Desesperada, le da una patada al ataúd: como por encanto, brazo y piernas se colocan en su
posición natural)
MUJER.- ¡Bravo! Sí, sí, lo haré como me ha dicho. (sinceramente admirativa) Usted debe ser
una maestra en el arte de inventar historias, ¿eh?
ENEA.- (coge el carretillo) ¡Qué maestra si todavía voy a la guardería! Pero hace falta que
aprenda también yo, porque si no me las cuelan todas. Venga, ayúdeme a llevar el carro del
extinto a la capilla ardiente. Allí hay una ventana que da a la plazoleta en un punto bastante
escondido: no nos verá nadie. (se llevan el ataúd fuera de la escena) Vale. Así está bien. Aquí
ya me apaño sola (vuelven a entrar) ahora usted vaya a poner el coche bajo la ventana, y cuando
lo tenga allí, me ayuda a sacarlo del ataúd para cargarlo.
MUJER.- De acuerdo (va hacia la salida)
ENEA.- Hay que darse prisa, porque si pasa demasiado tiempo, se quedará frío y ya no habrá
forma de colocarlo en ningún lado. Ya sabe, se pone rígido y haría falta un martillo, lo que sería
una pena, porque se rompe todo. (la viuda va a abrir la puerta de la derecha) No, salga por allí
que es más rápido.

Indica una puerta en la pared opuesta a la entrada habitual y salen por ella. Por el otro lado entra
una mujer vestida de manera casi escandalosa. El vestido está estampado con flores de todos los
colores: es una prostituta.

PUTA.- (mira alrededor algo amedrentada por el ambiente) ¿Se puede? ¿Hay alguien?
Perdone, señor enterrador...
ENEA.- (desde fuera) ¿Quién es?
PUTA.- Soy yo... Sabe, la puerta estaba abierta...
ENEA.- (entrando) ¡Pero mecagoentodo! aunque la puerta esté abierta, habrá que pedir permiso
para entrar, ¿no? Hágame el favor de salir.
PUTA.- ¡Pero qué maneras!
ENEA.- (la coge de un brazo) He dicho que salga o si no...
PUTA.- (soltándose, resentida) ¿Y si no qué? ¡Habráse visto este enterrador con voz de mujer!
ENEA.- (agresiva) ¿Y qué? ¿Qué tiene que decir de mi voz de mujer?
PUTA.- (malvada) Digo que me parece uno de esos a los que les gustan los hombres. Eso digo.
ENEA.- (imita a la PUTA caricaturizando sus gestos) Por supuesto que me gustan los
hombres... Querida: ¡soy una mujer! (tras una breve pausa, desconsolada) ¡La desgracia es que
no encuentro!
PUTA.- ¿Una mujer enterradora? (ríe a carcajadas)
ENEA.- (molesta) ¿de qué te ríes, eh, ignorante con florecitas?
PUTA.- Nada, nada... Cada uno tiene sus gustos... Hay quien hace de enterrador y quien hace de
puta y yo soy la última que pueda discutir qué oficio es mejor.
ENEA.- ¡Ah! Es que usted... (le señala el catafalco con solicitud, haciéndole signos de que se
siente) ¿Usted es puta?
PUTA.- (con naturalidad, sentándose suavemente) Sí, ahí enfrente.
ENEA.- (suspirando) ¡Qué suerte!
PUTA.- (la mira con incredulidad) ¿Qué dice?
ENEA.- (suspira de nuevo; luego habla como declamando) ¡el único caso de superioridad de la
mujer frente al hombre!
PUTA.- (estupefacta) ¿Quéééé?
ENEA.- (épico-didáctica) Pues que su oficio es el único que emancipa, eleva, le hace sentirse
importante. (le coge una mano y se la aprieta emocionada) ¡Gracias!
PUTA.- (ya fastidiada) ¡Quiere dejar de fastidiar con esas tonterías! Además, es mejor hacer de
puta que de besamuertos como tú.
ENEA.- (con calma) ¿Pero quién fastidia? (monumental) ¿Pero tú sabes que habéis hecho las
cruzadas?
PUTA.- (atónita) ¿Quééééé?
ENEA.- (exaltada, la interroga apuntándole con uno de los cirios que ha cogido de las botas de
agua) ¿Y quién ha descubierto Estados Unidos?
PUTA.- Colón.
ENEA.- (coge el resto de cirios de sus respectivas botas) Sí, pero con una nave cargada de
putas de la época, que luego ha vendido a los salvajes a cambio de espejos rotos, botones y
radiocasetes japoneses.
PUTA.- (cada vez más atónita) ¡Toma!
ENEA.- ¿Y quién ha pagado las fragatas?
PUTA.- ¿Las fragatas?
ENEA.- Sí, y los acorazados que navegan a su lado.
PUTA.- (con el tono de quien sospecha que se encuentra delante de una loca) ¿Quién los ha
pagado?
ENEA.- (casi cantando) ¡Tú las has pagado! Tú y tus amigas. Por no hablar de las pagas de los
marineros...
PUTA.- (con un gesto de fastidio) ¿Pero de qué sueldo y de qué diablos estás hablando?

Vuelve la viuda.

MUJER.- Ya está. El coche está preparado. (se detiene al ver a la PUTA)


ENEA.- ¡Estupendo! Vamos enseguida.
MUJER.- (acercándose a ENEA) ¿Y quién es ésta?
ENEA.- Una amiga... Tranquila, es una mujer emancipada... no dirá nada.
MUJER.- Está bien. Si lo dice usted... (comienza a andar hacia la capilla ardiente)
ENEA.- (a la PUTA) ¿Me puede esperar un momentito?
PUTA.- Pues la verdad es que tenía un poco de prisa...
ENEA.- ¿Qué tiene que hacer?
PUTA.- Querría hacer una llamada telefónica: algo urgente. Y como por aquí no hay bares y un
amigo me ha dicho que aquí tienen teléfono...
MUJER.- (con impaciencia, tratando de que no le escuche la PUTA) Perdóneme si la
interrumpo, pero es mejor largarse. Si se queda frío, ya sabe... (se interrumpe al darse cuenta de
la PUTA está escuchando)
PUTA.- Oh, perdone, ¿estaba comiendo?
ENEA.- (tras una breve pausa) ¿Si gusta?
PUTA.- (revuelve en el bolso buscando un cuadernillo) No, gracias. Hago la llamada y me
largo enseguida.
ENEA.- (coge la llamada y lo posa sobre el catafalco) Le marco el prefijo para coger línea... Ya
tiene; si me dice el número...
PUTA.- Gracias (sigue buscando el cuadernillo) ¿Dónde lo he dejado? Un poco de paciencia....
Estoy segura de haberlo metido en el bolso.
MUJER.- (cansada de esperar) Perdone, pero su amiga podrá hacerlo solita, ¿no? Si nos damos
prisa se nos va a hacer de noche.
PUTA.- (buscando el cuadernillo, saca del bolso un montón de cosas: medias, un rosario, un
par de sujetadores, un vestido ligero de seda y hasta unas sandalias de tacón alto) ¡Pero dónde
habré puesto la maldita libreta!
ENEA.- Bueno, en vista de que ha convertido este banco en un mercadillo, usted misma... (se
aleja un par de pasos, pero cuando ve el vestido de seda regresa extasiada, lo coge y lo observa
a contraluz) ¡Qué bonito! ¿Qué es? ¿Va usted siempre con la ropa interior en el bolso?
PUTA.- (haciendo inventario de sus cacharros) No, no. Es un vestido. Con lo que puede
sucederle a una, hay que ir siempre preparada y tener un cambio.
MUJER.- (que ya no puede aguantar más) ¡Nos movemos o qué!
ENEA.- (la detiene con un tono que no admite réplica) ¿Quiere calmarse? (la MUJER sale
dando un portazo. ENEA se dirige a la PUTA, terriblemente interesada) ¿Por qué? ¿Qué cosas
le pueden suceder? ¿Eh?
PUTA.- De todo... desde el pirao que te pide un trozo del vestido como prenda de amor, al que
le gusta hacerlo tan fogosamente que me lo destroza todo...
ENEA.- (se tapa la cara para disimular su sonrojo) Ooooooooh....
PUTA.- Previo pago, por supuesto. Eso sin hablar de los polvorones...
MUJER.- (asomándose, fuera de sí) ¿Viene o qué?
ENEA.- Voy, voy. (desaparece la MUJER) ¡Ni que tuviese el muerto en casa! (de nuevo a la
PUTA) ¿Y qué son los polvorones?
PUTA.- Pues cuando llegan la bofia... la poli, a hacer una redada. Hay que salir pitando, aunque
sea por mitad del campo, saltando muros o lo que sea.
ENEA.- (admirada y suspirando) ¡Qué oficio más deportivo!
PUTA.- Sí... Y entonces, adiós zapatos, medias y vestidos... (agita al viento una libreta por fin)
¡Por fin! ¡Lo encontré! (lo hojea rápidamente)
MUJER.- (vuelve a entrar demudada) ¡No está!
ENEA.- ¿Quién no está?
MUJER.- (con la voz destrozada) ¡Mi marido ha desaparecido! (vuelve a entrar en la capilla
ardiente)
ENEA.- (la sigue irritada) Me gustaría saber por qué dejan ir por ahí sola a este tipo de gente.
(a la PUTA) Espere un poco que quiero hablar con usted (sale y se la oye hablar con tono
agresivo) Señora, ¿quiere dejar de gastar bromitas? ¿Qué es eso, eh?
MUJER.- (fuera de escena) ¡Oh, vaya! Pues me había parecido que la caja estaba vacía...
ENEA.- (fuera de escena) ¡Claro! ¡le había parecido! ¡Qué bonita excusa! Y todo para hacerme
dejar plantada a mi amiga... ¡Hala, venga! cierre la puerta y hagamos el traslado.

Se cierra la puerta. La PUTA, que había quedado por un momento escuchando, se va hacia el
teléfono.
PUTA.- (tras haber marcado el número) ¡Comunica! (cuelga el auricular) y ahora me he
quedado sin línea (grita hacia donde salió ENEA) ¿Cuál es el prefijo para coger línea? (va a
abrir la puerta y, cuando lo hace, se queda paralizada ante lo que ve)
ENEA.- (fuera de escena) ¡Venga! hay que ponerlo sobre el alféizar.
MUJER.- (fuera de escena) ¡Es que pesa una barbaridad!
ENEA.- (fuera de escena) ¡Venga, que ya casi está! ¡hop! ¡Ya está! Deje, déjelo, que se sostiene
solo, ahora salga fuera y tire de él por los pies que yo lo sujeto desde aquí.
MUJER.- (fuera de escena) De acuerdo, así será menos pesado.
ENEA.- (fuera de escena) Es una suerte que el coche sea descapotable, si no a ver cómo nos las
apañábamos. (vuelve a escena)
PUTA.- (está como paralizada, articulando las palabras con fatiga) Perdona, pero, sin querer
he visto cómo sentabais sobre el alféizar de la ventana a ese...
ENEA.- ¡Ah, sí! (sin descomponerse) Hemos sacado al muerto ése para que le diera un poco el
aire.
PUTA.- ¡Venga, no bromees!
ENEA.- (fuera de escena) No bromeo en absoluto. (suena el claxon del coche) Espera que tengo
que hablar contigo (sale dejando la puerta abierta) ¡Vamos allá! No, no, usted sólo tire de las
piernas: hay que dejarlo caer sentado sobre el asiento porque, hágame caso, señora, es mejor
que conduzca usted, ¿sabe? ¡Perfecto!
MUJER.- (fuera de escena) Gracias y adiós.

Se oye el motor del coche al encenderse y luego al alejarse.

ENEA.- (fuera de escena) ¡Adiós! (Entra de nuevo. La PUTA, para verlo todo mejor se había
subido a una caja) ¡Eh! ¿Qué haces ahí arriba?
PUTA.- Esto... Así, sin querer me he subido aquí... y he visto... sin querer, ¿eh?
ENEA.- ¿Sin querer?
PUTA.- Bueno, chica, ya sabes... (vuelve al teléfono) ¿cuál es el prefijo?
ENEA.- Cero dos
PUTA.- Escucha... y perdóname, pero ¿por qué esa señora se ha llevado al muerto?
ENEA.- ¿La viuda?
PUTA.- Sí.
ENEA.- (como diciendo la cosa más normal del mundo) Nada, se ha ido a dar una vuelta con el
cadáver de su marido.
PUTA.- (alucinada) ¿Una vuelta con el cadáver?
ENEA.- (igual que antes) Bueno, sí, así da una vuelta y pasa el rato.
PUTA.- ¿Que así pasa el rato?
ENEA.- (con marcada indiferencia) Sí, pero conduce ella, ¿eh? En una hora o así me lo vuelve
a traer.
PUTA.- (cada vez más alucinada) ¡¡¿En una hora?!!
ENEA.- (en parte liberada con la enorme mentira) Y qué quieres... Tendría que haberle dicho
que no, pero no soy capaz... Vienen aquí, estas pobre viudas, llorando desconsoladas: primero te
piden que les dejes verles por última vez, luego que les dejes darles el último abrazo y luego, al
final, que antes de enterrarlo, que les dejes darse una vuelta romántica... (para sí, complacida)
¡Ya he aprendido a soltar trolas! ¡Soy la leche!
PUTA.- ¿Pero el director lo sabe?
ENEA.- (ya toda una profesional de la mentira) Claro que lo sabe, pero hace la vista gorda.
Además, sabe que yo soy así: o me tomas o me dejas. Es inútil: no soy capaz de decir no.
PUTA.- (dando un profundo suspiro) ¡A quién se lo dices!
ENEA.- ¿Tampoco tú eres capaz de decir no?
PUTA.- (con sincera amargura) Pues no... Y además a mí me pagan por decir sí. ¿Qué puedo
hacer?
ENEA.- ¿Y te lamentas? (con el tono retórica de antes) ¡Venga! cuando una tiene un oficio
como el tuyo, que no es un oficio sino una misión... ¡Ah! Si yo tuviese el coraje! ( exaltada)
¡Tendría que ir por ahí con el colchón a la espalda! ¡La de pasta que ganaría! Porque, mira,
todos me dicen que tengo un temperamento sensual que es puro fuego... (se gira sobre sí misma,
como exhibiéndose) ¿A que se me nota?
PUTA.- (sin ironía) Bueno, la verdad es que vestida así no se nota nada de nada...
ENEA.- (sorprendida) ¿Cómo? ¿Que no se me nota? (Para sí) ¡Envidiosa! (con tono normal)
Toma claro, si tuviese un vestido como el tuyo...
PUTA.- (tras marcar el número en el teléfono, vuelve a colgar) ¡Ahora no responde nadie!
ENEA.- (con el vestido de seda entre las manos) ¿Me lo vendes?
PUTA.- ¿El qué?
ENEA.- Este vestido (suplicando) Por favor, véndemelo. Te doy... 20.000 liras
PUTA.- (en un arrebato de honestidad, y continuando con su intento de hablar por teléfono)
¿Veinte mil? ¿Estás loca? Lo compré por diez mil y me lo he puesto un millón de veces. Por eso
está tan descolorido.
ENEA.- no me importa. Me gusta así. Te doy veinte mil liras.
PUTA.- Bueno, si te gusta tanto... pero no nos pasemos: a mí me costó sólo diez mil, así que
con que me des quince mil, te lo quedas.
ENEA.- (realmente conmovida, sin sombra de ironía) ¡Qué maja! Lo has pagado a diez y me lo
dejas en quince. ¡Me descuentas nada menos que 5! (le da el dinero) ¡Gracias!
PUTA.- (metiendo el dinero en el bolso) ¡Figúrate! (vuelve a colgar el teléfono) No hay nada
que hacer, no responde nadie... Tendré que coger un taxi. ¡Oye! ¿No tendrás mil liras sueltas
para pagar el taxi, verdad?
ENEA.- (saca del bolsillo lo que le pide sin apartar los ojos del vestido que tiene
amorosamente sobre las rodillas ) Sí, toma...
PUTA.- Gracias. (saca del bolso unas medias de seda y se las da) Toma, te regalo estas medias:
cosa fina: te hacen unas piernas que para qué.

ENEA, extasiada, coge las medias y la puta le da otras.

ENEA.- (abriendo mucho los ojos) ¿Las dos?


PUTA.- Sí. Y estas sandalias también. ya son muy viejas.
ENEA.- (se prueba unas por encima de las botas de goma) ¡Oh, qué sandalias! ¡Mamma mia,
qué sandalias!
PUTA.- (como un vendedor ambulante cuando llega al “y con esto me arruino”) Y toma
también este frasco. Todavía queda un dedo de “Noche de pecado”. Perfume de categoría, oye.
¡Un par de gotas y te persiguen hasta los gatos!
ENEA.- (loca de alegría) Fíjate: con tu vestido, las medias, los gatos detrás de mí... ooooooh
(ve la peluca pelirroja olvidada por la viuda) Esta es la peluca de esa tonta de antes: me la
quedo, me la pongo y me voy a pasear por la valla del cementerio. Verás qué cosas me dicen.
PUTA.- (conmovida) Escucha: me caes bien. Nos vemos otro rato, ¿vale? (va hacia la salida)
ENEA.- (excitada) Sí, vale, que me gustaría preguntarte más cosas... Y ahora ya no me puedo
quedar aquí. Me voy a poner todo esto (gran suspiro) ¡Tengo algo dentro de mí que...! Me
siento... (está conmovida casi hasta las lágrimas) Me siento como... ¡No sé ni cómo me siento!
(sale corriendo pero de repente se detiene y se da vuelta hacia la PUTA) Tú no eres una puta, tú
eres un hada (suspiro) ¡Eres el hada puta! (sale)
PUTA.- ¡Adiós!
DIRECTOR.- (entra y se encuentra cara a cara con la PUTA) ¿Qué hace usted aquí dentro?
PUTA.- (con embarazo) Nada, pasaba por aquí y...
DIRECTOR.- (con aires de sargento) ¡Este no es un lugar de tránsito, señorita
PUTA.- ¿Ah, no? Entonces, perdone... (hace por irse)
DIRECTOR.- (la detiene, siempre en plan sargento) Nada de excusas. Ahora me va a decir lo
que estaba haciendo aquí o...
PUTA.- (con el mismo tono, con la esperanza de achantarle) ¿O si no qué? ¿Quién es usted, el
Padre eterno?
DIRECTOR.- (con soberbia) Ha andado cerca: soy el director del camposanto.
PUTA.- (cambiando de técnica) ¿El director? Pero mira tú que casualidad...
DIRECTOR.- (volviendo al tono de sargento) ¿Entonces me lo va a decir o prefiere que llame a
la policía?
PUTA.- (templando ánimos mientras busca un pretexto convincente) ¡Por favor! Le estaba
buscando justo a usted... por lo de mi marido.
DIRECTOR.- (cogido a contrapié) ¿Su marido?
PUTA.- (encontrando por fin la excusa perfecta, se echa casi a llorar) Sí, mi pobre marido...
DIRECTOR.- Entonces ¿usted es viuda?
PUTA.- (finge dolor contenido) Sí, desde hace tres días
DIRECTOR.- (irónico) Nadie lo diría
PUTA.- ¿Cómo?
DIRECTOR.- (aludiendo al vestido que no es muy ”doloroso”) Veo que observa un luto
riguroso.
PUTA.- (dándose cuenta, se esfuerza por remediar el fallo) ¡Ah, sí, tiene razón! Pero verá, la
cosa es que he tenido que salir de casa así, deprisa... Pero ya me ha visto el pelo: me lo he teñido
de negro.
DIRECTOR.- (para nada convencido) Aprecio la delicadeza. Entonces, estaba diciendo que su
marido es nuestro huésped.
PUTA.- (viuda desconsolada) Sí, me lo enterraron ayer mismo.
DIRECTOR.- ¿Y entonces?
PUTA.- Quisiera que lo desenterrasen.
DIRECTOR.- (sorprendido) ¿Para qué?
PUTA.- (como diciendo algo obvio) Para dar una vuelta...
DIRECTOR.- (dando un bote) ¿Una vuelta?
PUTA.- (siguiendo con lo obvio) Sí, una vuelta romántica en coche: una hora nada más y se lo
devuelvo. (como dándole garantías) ¡conduzco yo, claro!
DIRECTOR.- (atónito) ¿Conduce usted? Mire, seño..
PUTA.- (con desengaño) No, tiene razón... No puedo conducir porque no tengo coche
DIRECTOR.- (trata de interrumpirla sin conseguirlo) Mire...
PUTA.- (feliz de haber encontrado una solución) ¡Pero podemos coger un taxi!
DIRECTOR.- ¿No está usted exagerando?
PUTA.- Bueno, son mil liras me apaño: se gasta tanto dinero tontamente.
DIRECTOR.- Escuche, quizá sería mejor si usted...
PUTA.- (desencadenada) ¡Alto! No, no, escuche... Ya he entendido a dónde quiere llegar (le
obliga a sentarse a su lado) Lo primero que me ha venido en mente también a mí: ¡la bicicleta!
¿He adivinado, verdad? él en la barra y yo pedaleando. Sí, será romántico. Pero, vamos, ¿usted
me ve sobre una bicicleta de hombre? Sudando, con el vestido subido hasta aquí... Mire, no me
ha gustado nunca, ni siquiera de novios... Es inútil: la mujer debe hacer de mujer, si no...
DIRECTOR.- (gritando desesperado) ¡Basta, por favor!
PUTA.- (se pone de pie y se pone una mano sobre el pecho) ¡Eh, que me ha asustado!
DIRECTOR.- (la empuja hacia la salida) ¡Salga por favor!
PUTA.- ¡Oh! Qué maneras. ¡Ojito con las manos, ¿eh?
DIRECTOR.- (dándole otro empujón) ¡Fuera o pierdo la paciencia!
PUTA.- (se desase y le ira amenazante) ¡Ah!, con que pierde la paciencia, ¿eh? Sin embargo,
con esa otra que sí tenía el tipo fino de la viuda se hace la vista gorda... le deja dar la vueltecita
romántica... ¡como tiene el coche descapotable!... Esto es una injusticia social, querido.
DIRECTOR.- (con temor casi de que le muerda) ¿Pero qué está diciendo? ¡Ande, váyase, se lo
ruego!
PUTA.- Sí, será mejor (heroica) ¡Nosotras que hemos hecho las cruzadas...!
DIRECTOR.- ¿Las cruzadas?
PUTA.- (como si estuviese sobre las barricadas) ¡Ah! Pero me voy al ayuntamiento y monto un
escándalo, o mejor, hago intervenir la marina. ¡Habremos pagado las fragatas para algo, digo
yo! (sale cantando) ¡A las armas, marineros!
DIRECTOR.- ¡¡Fuera!! (cierra la puerta) ¡Esta tía está loca! (gritando) ¡¡Enea!! ¡¡Enea!! ¿se
deja entrar aquí a cualquier loco o qué? ¡¡Enea!!... Pero dónde se habrá metido (sale buscando a
ENEA, justo cuando ésta entra por el fondo: lleva el vestido y las sandalias de la puta. Se ha
maquillado vistosamente y lleva la peluca roja. Se mueve con dificultad sobre los tacones
altísimos que lleva y atraviesa la escena trastabillando. El DIRECTOR entra de nuevo y no la
reconoce) ¿Otra? ¿Pero qué mercado tenemos aquí dentro?
ENEA.- Oh, perdone señor director (está a punto de caerse: hace el molinillo con los brazos y
consigue agarrarse al marco de la puerta) Un momento de paciencia y me desnudo enseguida.
DIRECTOR.- (saca un pañuelo y se seca la frente) ¿Se desnuda?
ENEA.- Sí, me desnudo, me desnudo...
DIRECTOR.- Escuche, señorita, no me parece que éste sea el lugar más apropiado para ciertas
cosas. ¿Me puede decir qué está sucediendo? (llamando) ¡Enea! ¡Enea!
ENEA.- (trata de moverse de nuevo) Diga, señor director...
DIRECTOR.- ¡¡Enea!!
ENEA.- (balanceándose sobre los tacones) Diga, señor director, pero no grite que no estoy
sorda.
DIRECTOR.- (girándose sorprendido) ¡Dios mío! ¿no me dirás...?
ENEA.- ¿Qué no debo decirle?
DIRECTOR.- (incrédulo) ¿Eres Enea?
ENEA.- (coqueta) ¿No me había reconocido? (se sienta suavemente, trata de cruzar las
piernas, pero la pierna que pone encimase desliza hacia el suelo haciendo un ruido enorme al
golpear el suelo)
DIRECTOR.- No, no, ni mucho menos. (la coge de una mano y la obliga a ponerse de pie)
Déjame que te vea...
ENEA.- (se da una vuelta sobre sí misma) ¿Ha sido por la peluca?
DIRECTOR.- No, no sólo... ¿Pero dónde tenías toda esta...?
ENEA.- (se mira el escote y, asustada y sorprendida de tanta profundidad, trata de cubrirse
con las manos) ¡Mi madre!
DIRECTOR.- (sonriendo con intención) Estás muy cambiada, desde luego... ¡Felicidades!
ENEA.- (caracolea velozmente hacia el fondo: lleva una mano sobre el pecho y la otra sobre el
pubis, como si fuera desnuda) Si me espera un momentito, me pongo otra vez los pantalones
DIRECTOR.- (la retiene por un brazo: tiene el tono y las maneras de un galán pasado de
moda) No hace falta. Mejor siéntate aquí, a mi lado...
ENEA.- (halagada, juega a hacerse la señora) Siento no pode ofrecerle una silla.
DIRECTOR.- (seductor democrático) ¡Oh, basta con una caja cualquiera! (se va a sentar sobre
el catafalco)
ENEA.- no, en el catafalco no. (lo coge de la mano y lo sienta en un ataúd ricamente tallado)
Siéntese en esta caja especial, para autoridades.
DIRECTOR.- (sin soltar la presa) Gracias. Acomódate tú también.
ENEA.- (como una gata coqueta) No, no me atrevería a hacerlo en una especial como ésa.
DIRECTOR.- Por favor...
ENEA.- Si insiste (se sienta, púdica)
DIRECTOR.- ¡Vaya! Te ves realmente bien. Así, cómo decirlo...
ENEA.- ¿Emancipada? (intenta de nuevo cruzar las piernas, pero de nuevo falla. Obstinada,
sujeta la pierna rebelde para que no se le caiga)
DIRECTOR.- Sí, sí... Por cierto, cuéntame eso que decías antes del traslado del cementerio por
motivos especulativos...
ENEA.- ¡Bah! Era una broma.
DIRECTOR.- ¿Cómo que una broma? ¿Una broma de quién?
ENEA.- Se dice el pecado pero no el pecador. De todos modos, le digo que era de verdad una
broma, puede estar tranquilo.
DIRECTOR.- No estoy nada tranquilo. Venga, preciosa, dime la verdad.
ENEA.- Pero es la verdad. (entran los 4 ENTERRADORES con una escalera plegable) Mire,
pregúnteselo a él (señala al ENTERRADOR 1) Dile al señor director si no es una broma... (a los
demás) Y vosotros también, decídselo vosotros también.
ENTERRADOR 2.- Buenos días , señor director. (mira a ENEA; luego, con perplejidad) Pero,
¡Enea! no te había reconocido.
ENTERRADOR 1.- Ni yo.
ENTERRADOR 3.- ¡Guau!
ENTERRADOR 4.- ¡Vaya con la chica!
ENTERRADOR 1.- ¡quién lo iba a decir! (para admirar mejor a la muchacha se sube sobre la
escalera que sujetan sus compañeros en posición vertical)
ENEA.- (halagadísima) Sí, soy yo. Pero a lo que estamos: ¿queréis decirle lo de la trola que me
habéis largado?
DIRECTOR.- ¿Por qué? ¿También ellos están al corriente?
ENEA.- (levantándose y desfilando como en un pase de modelos) Sí, todos están al corriente...
Y de más cosas.
ENTERRADOR 3.- ¿De qué, si se puede saber?
ENEA.- ¿Cómo que de qué? De todo: estafa, área del cementerio, traslado, etc. ¿Qué creéis, que
no lo sabía? Pero venga, ¡decídselo!
ENTERRADOR 2.- (rapidísimo, tratando de disimular) Sí, señor director, es una broma. Una
mentira inventada así... (no sabe cómo continuar)
ENTERRADOR 4.- (al rescate) Sin mala intención
DIRECTOR.- ¿Inventada por quién?
ENTERRADOR 3.- (en un golpe de genio) Enea, ¿podemos decirlo?
ENEA.- (metida en su nuevo personaje) ah, por mí... Si sois felices así...
ENTERRADOR 3.- De ella. Ha sido Enea.
ENTERRADOR 4.- Sí, ella.
DIRECTOR.- (sorprendido) ¿Enea?
ENEA.- (más sorprendida todavía) ¿Yo?
ENTERRADOR 1.- (en plan camarada) Sí, venga, no lo niegues: ¡nos estás siempre tomando el
pelo!

Le hacen todos gestos de que colabore.

ENEA.- (halagada por el papel que le han asignado) Ah, sí, es verdad: bromeo mucho... Les
meto cada trola, señor director... Y ellos, tontorrones, se las tragan todas.
DIRECTOR.- (está por estallar en gritos, pero de repente cambio de tono) ¡Vale! ¡Ya está
bien! Es inútil que tratéis de escaquearos. Enea no ha contado ninguna mentira. Y quiero saber
de dónde ha sacado ciertas informaciones.

los ENTERRADORES se miran unos a otros, atónitos.

ENTERRADOR 3.- Pero señor director, ¿de qué verdad está hablando?
ENEA.- (con una sonrisa compasiva) ¿Señor director, no se creerá usted también la historia de
los cadáveres trasladados, como han hecho estos idiotas?
DIRECTOR.- (molesto, saca un periódico del bolsillo) ¡Dad una ojeada a esto! (enseña el
periódico a todos)
ENTERRADOR 1.- (recorriendo la página con la vista) ¿Dónde?
DIRECTOR.- Ahí, debajo del título (lee) “Concejales especuladores maniobran para convencer
al ayuntamiento del traslado del cementerio monumental: mañana habrá un encuentro entre os
asesores...”
ENTERRADOR 3.- ¡Esto es algo increíble! (leyendo) “pero se cree que los especuladores
lleven las de ganar”...
ENTERRADOR 1.- (dando un puñetazo al marco de la puerta) ¡Es la leche! No se puede tener
una idea extravagante: en seguida te la roban
ENTERRADOR 2.- Basta con que sea sucia, además de extravagante.
ENEA.- (al ENTERRADOR 2) Entonces, ¿por qué tú me has venido a decir...?
DIRECTOR.- ¡Enea! (mira alrededor; ENEA está tapada por dos enterradores) ¿Dónde estás?
(ENEA se asoma detrás de un enterrador) A ver, en lugar de andar dando vueltas por ahí, ven
aquí y dime cómo lo has sabido y de quién.
ENTERRADOR 3.- (se entromete para evitar que ENEA meta la pata) Si me permite, señor
director, creo que esto ha sido un caso... sí, un caso en el que la fantasía ha sido superada por la
realidad.
ENEA.- (que pretende seguir con su papel de primadonna) Sí, sí, no lo he sabido de nadie: me
ha venido así... me lo he imaginado y entonces... ¡Ah! me pasa tantas veces que sucedan cosas
que había pensado... Debe ser un don... como profético. Porque yo soy médium...
ENTERRADORES.- (a coro, entusiasmados) ¡Exacto!
DIRECTOR.- (agresivo) Escucha, médium, o me cuentas lo que sabes o yo...
ENEA.- (de reina ofendida) ¿No se cree que yo sea un médium? Decídselo vosotros si no es
cierto que hablo con los muertos como si estuviesen al otro lado del teléfono.
ENTERRADOR 3.- (preocupado por el cariz peligroso que toma el asunto) Bueno, sí, es cierto.
ENTERRADOR 4.- (cortando la indecisión del compañero) ¡Como si estuviera hablando por
teléfono!
DIRECTOR.- (histérico, trastornado) ¡Pero queréis dejar de decir estupideces!
ENTERRADOR 2.- (asustado, suelta la escalera y se la da al compañero que tiene más cerca)
Lo siento, pero ahora os toca a vosotros apañárosla. (sale sin que le vea el director)
ENTERRADOR 4.- ¡Desgraciado!
ENTERRADOR 1.- (decidido a jugarse el todo por el todo) Señor director, si no se enfada, le
digo cómo ha sucedido todo: entiendo que no se crea que Enea es una médium, pero hace mal,
porque la verdad procede precisamente de allí.
DIRECTOR.- ¿Cómo? ¿De dónde dices que viene?
ENTERRADOR 1.- La cosa es que, hablando con los muertos, a veces consigue saber cosas del
otro mundo, cosas que deben ocurrir en el futuro.
ENEA.- (feliz de encontrarse de nuevo en medio del asunto) Sí, sí, me dicen cada cosa...
DIRECTOR.- ¿Y han sido los muertos lo que os habrían dicho lo del cementerio?
ENEA.- (borracha de éxito, se lanza a tumba abierta) Sí, sí, los muertos. ¡Estaban fuera de la
gracia de Dios! ¡Muertos enfadados! ¡enrabietados! Me han dicho: “Dile al director que ay de él
si hace una cosa así. si permite que nos echen de nuestras tumbas es un ser despreciables”
DIRECTOR.- (con voz destrozada) ¡Eh, oye!
ENEA.- (señalando al aire) Lo han dicho los muertos...
ENTERRADOR 4.- (con voz de ultratumba) Los muertos....
DIRECTOR.- (indeciso) ¡Pero qué muertos ni qué muertos! ¡Tú eres tan médium como yo un
rinoceronte!
ENEA.- (apuntándole con el dedo y metiéndoselo casi en la cara) ¡Director, no insista!
(perentoria, a los compañeros) Haced tutut, quiero demostrarle que es realmente un rinoceronte.
ENTERRADOR 1.- (previendo el desastre, trata de detenerla) No, mujer, déjalo correr... Si el
señor director no quiere...
ENEA.- Ni hablar. Haced tutut.

ENEA coge un escaño, lo coloca sobre el ataúd del centro y se sienta, mientras los 3
ENTERRADORES y el DIRECTOR se colocan en torno suyo.

ENTERRADOR 3.- (preocupado) Le va a impresionar...


ENTERRADOR 4.- (preocupado) Son cosas que turban...
DIRECTOR.- (que ha intuido el estado de ánimo de los ENTERRADORES, divertido, sádico)
¿Quién se turba? ¡Adelante! asistamos a esta payasada.
ENEA.- (fanfarrona inconsciente) ¡Se va a enterar! ¡Payasada! ¡Adelante con el tutut!
ENTERRADORES.- (de mala gana, a coro) Tutut-tutut...
DIRECTOR.- (mira a los ENTERRADORES con conmiseración) He asistido a un montón de
veladas mediáticas, pero en mi vida había oído esto del tutut.
ENEA.- (como si fuera un capataz que habla con un obrero sin contrato) ¡Conmigo, sin
embargo, se debe hacer tutut! ¡Y titit si me da la gana! Y si no se llama usted a sus muertos,
¿entendido?
DIRECTOR.- (irónico) ¡Oh, por favor, siga, siga!
ENEA.- ¡Entonces, adelante con el tutut! tut-tut-tut-tut-tut-tut-tut-tititititit
Todos se unen a coro, avergonzándose todos por la estupidez que están haciendo. El
DIRECTOR da la espalda a los ENTERRADORES, lo que aprovecha uno de ellos (el
ENTERRADOR 4 para subir por la escalera y emitir un grito por el tubo que sube hacia el
techo. El sonido sale distorsionado y amplificado.

ENTERRADOR 4.- (desde la escalera) ¡Fohtoooohtooo!


ENEA.- (levanta las manos como un sacerdote) Silencio... ¿Habéis escuchado todos, no?
ENTERRADOR 1.- Sí, sí, ¡qué impresión!
ENTERRADOR 3.- (finge terror) Parecía una voz de ultratumba
DIRECTOR.- (tras unos segundos de desconcierto) Y, sin embargo, más bien parecía de
ultratubo (señala el tubo)
ENTERRADOR 3.- (haciéndose el loco) ¿Cómo?
DIRECTOR.- Nada, nada... (al ENTERRADOR 4 que está en la escalera) Tú, hazme el favor de
bajar de ahí, llevar la escalera a la pared y sentarte aquí, donde te vea.

El ENTERRADOR 4, mortificado, lo hace

ENEA.- (molesta) ¿Podemos seguir?


ENTERRADOR 1.- (trata de irse) Yo casi prefiero irme: son cosas que impresionan...
ENTERRADOR 3.- (lo mismo) Y yo... Luego no puedo dormir.
DIRECTOR.- (obligándoles a quedarse) En cambio, yo empiezo a divertirme, así que hacedme
el favor de quedaos donde estáis.
ENEA.- ¡Bravo, señor director! ¡Adelante con el tutut!

De repente se oye un farfullar que se convierte en una especie de grammelot, esto es, en una
serie de sonidos sin sentido aparente pero totalmente onomatopéyicos y alusivos en su cadencia
y tono que permiten intuir el sentido del discurso.

ENEA.- Silencio, ya lo tenemos...


ENTERRADOR 1.- (mirando hacia arriba) ¡Por dios!
ENTERRADOR 3.- ¡Dios mío, ¿qué es eso?!
ENTERRADOR 4.- ¡Mamá!
ENEA.- (con calma y seguridad) ¿Cómo que qué es? Es un muerto que responde, no? Como si
fuera la primera vez... (con fastidio) ¡Y con la tontería habéis interrumpido la comunicación!
DIRECTOR.- (que se ha quedado mudo, secándose la frente con el pañuelo) Yo no creía...
ENEA.- (indiferente) Mal hecho. Venga con el tutut.

Un momento de pausa: luego todos vuelven a empezar ahora mirando hacia lo alto, como
temerosos de que el techo se les caiga encima.

TODOS.- tutututututututut
Vuelve el grammelot lleno de ecos: todos gritan asustados.

ENEA.- ¡Silencio! (los cuatro se esconden como aplastados por la tremenda voz que viene de
lo alto) ¿Diga? ¿Hablo con el otro mundo? (breve respuesta en sentido afirmativo; luego en
sentido interlocutorio) Sí, estoy aquí abajo... ¿Con qué muerto hablo?

La voz del otro mundo comienza una auténtica diarrea de sonidos sin pausa.

ENTERRADOR 3.- ¡Diablos! ¿Pero de dónde viene esa voz? Me está poniendo la carne de
gallina.
ENTERRADOR 1.- Tú y tu manía de gastarle bromas. ¿Lo ves ahora? ¡Ya te había dicho que
dejaras en paz a los muertos.
ENEA.- (dándole una patada al ENTERRADOR 1) ¡Eh! ¡no me dejáis entender nada! (retoma
el diálogo con el otro mundo) ¿Con qué muerto hablo? (la voz responde en tono solemne. ENEA
se queda sorprendida: mira a sus amigos, luego de nuevo hacia arriba. Se mira el escote con
vergüenza, coge los bordes del escote y se levanta el vestido hasta el cuello. Se dirige a los
demás) ¡Es un ángel!

Gran silencio. el ángel continua con su discurso.

DIRECTOR.- Qué modo tan extraño de hablar. No entiendo nada.


ENTERRADOR 1.- Debe ser la lengua del otro mundo.
DIRECTOR.- ¿Y cómo lo entiende ella?
ENTERRADOR 3.- ¡Vaya pregunta! Es médium.
DIRECTOR.- ¡Ah, claro!
ENEA.- (con furia hacia los que disturban todo) ¿Queréis callaros? ¡Por lo menos cuando se
habla con el más allá! ¡Un respeto!
(grammelot en tono molesto)
Sí, sí... tiene razón, ángel.
(grammelot en tono molesto)
Sí, pero eran estos fastidiosos... Sí.
(el ángel expresa su enojo)
Sí, escuche, yo querría, si es posible...
(continua sin pausa, en tono interlocutor)
Sí, soy médium, yo, sí.
(el grammelot se hace sostenido)
Querido ángel... (ENEA trata de interrumpir el largo monólogo del ángel, que recuerda un
“solo” de algunas señoras al teléfono)
Querido ángel...
(grammelot)
Pero que parlanchín es este ángel...
(el ángel se interumpe)
Sí, querría hablar, si fuera posible, con un difunto...
(breve grammelot en tono burocrático; momentos de pausa)
(a los demás) ha dicho que me pasa al encargado.
(del alto llega un grammelot con voz femenina)
¿Oiga? ¿Señorita?
(respuesta con un leve tonillo)
¿no es señorita?
(De nuevo el tonillo anterior)
¡Es un querubín!
(nuevo grammelot con el tono de “¿y usted está casada?”)
No, todavía soy señorita... Querría hablar, si fuera posible, con mi padre...
(grammelot burocrático)
nacido en San Giano...
(como antes)
Francesco Angellari...
(el grammelot del querubín se dispara en un sonido que es casi el de una metralleta; luego
silencio. los ENTERRADORES miran a ENEA con aire interrogativo)
¡Se me ha escapado la última palabra!...
(del más allá, como un trueno, llega un grammelot cantado con aire de taberna)
(conmovida) ¡Oh, mamá! Es mi padre: ha bebido también hoy. ¡Papá, papá!
(grammelot etílico)
¿Cómo estás?
(grammelot interrogativo)
Soy yo, Enea...
(grammelot por un momento conmovido, luego d enuevo de borrachín)
No, yo nada: era el director el que no nos creía...
DIRECTOR.- (aterrorizado, restando importancia) Bueno, no es que no creyese...
ENEA.- (sin piedad) No, no: ¡él no nos creía!
(grammelot de insultos casi a motor)
Sí, se lo digo--- Mi padre me ha dicho que le diga que usted es un asqueroso (el DIRECTOR se
sobresalta. ENEA se disculpa indicando hacia lo alto) Perdona, ya sabe...
(el padre de Enea continua con la serie de invectivas)
Y que es...
(No, eso no se lo puedo decir... Díselo tú )
(gruñido de asentimiento)
(al DIRECTOR) Mi padre quiere hablarle.
DIRECTOR.- (temblando) ¿A mí?

El grammelot se transforma poco a poco en lenguaje normal

VOZ DE ULTRATUMBA.- ¿Director, me oye?


DIRECTOR.- (levantándose) Sí, Francesco, le escucho
VOZ DE ULTRATUMBA.- Usted es un hijo de...
(interrupción de una voz femenina que habla en grammelot)
Querubín, déjame hablar
(voz resentida del querubín)
Usted, señor director, es un jodido ladrón: se está forrando con la pasta que retiene de nuestro
sueldo, se baña con “flor de porcentajes”, el perfume que les cobra a los marmolistas, a los que
venden las coronas, a los fabricantes de ataúdes, a los transportistas fúnebres... Niéguelo si se
atreve.
DIRECTOR.- (desesperado) No, no me atrevo. ¡Es verdad! Soy un ladrón, es cierto. (se sienta
sobre un ataúd, derrotado)
VOZ DE ULTRATUMBA.- Y ahora di a los señores por qué te preocupa tanto saber quién les
ha informado del traslado del cementerio. ¡Venga, dilo!
DIRECTOR.- Sí, sí: es porque la empresa...
VOZ DE ULTRATUMBA.- ¡De pie!
DIRECTOR.- (asustado, se levanta de golpe) Sí, es porque la empresa me ha dado cierta suma
para que diese un informe favorable al traslado del camposanto.
VOZ DE ULTRATUMBA.- ¿Y qué más?
DIRECTOR.- (sollozando) Y porque, porque, porque... (vuelve a sentarse) También yo he
entrado a formar parte de esa sociedad...
VOZ DE ULTRATUMBA.- ¡De pie!
DIRECTOR.- (otro sobresalto) Ha sido mía la idea de comprar cierto número de tumbas...
VOZ DE ULTRATUMBA.- ¡Qué pedazo de delincuente!
DIRECTOR.- Sí, sí, soy un delincuente... (rompe a llorar)
VOZ DE ULTRATUMBA.- ¡De rodillas!
DIRECTOR.- (cae de rodillas) ¡Perdón!
VOZ DE ULTRATUMBA.- ¡Y una mierda te voy a perdonar! Lo que tienes que hacer es
deshacerlo todo, tirarlo todo al retrete
(voz del querubín, resentido)
Querubín, quítate de en medio..
(grammelot combativo del querubín)
No me interrumpas.
(voz del querubín)
Sí, estoy hablando... ¿Dónde me había quedado?
DIRECTOR.- (plañidero) En el retrete...
VOZ DE ULTRATUMBA.- Ah, sí. (de nuevo despiadado) Debes denunciarlo todo... ¡todo!
¿has entendido? Si no te enviaremos un millar de difuntos que te meterán gusanos hasta en las
narices.
DIRECTOR.- Sí, sí, lo juro. voy ya mismo... Me denuncio, ¡lo denuncio todo!
VOZ DE ULTRATUMBA.- ¡Denuncia y así los jodes a todos, hombre!
(siempre en grammelot, el querubín le increpa duramente por la palabrota)
Se me ha escapado, querubín...
(el querubín no admite excusas y, en su extraño lenguaje, le da a entender que no le concede ni
siquiera la atenuante genérico: “pase la primera expresión –parece decir- pero después del
“retrete” has dicho “jodes”. ¡Es demasiado!” )
Está bien, no lo digo más. (vuelve a agredir al DIRECTOR) Debe contarlo a todo el mundo o si
no, iré yo: o mejor aun, te voy a enviar a...
ENEA.- (preocupada) ¿A quién vas a enviar?
VOZ DE ULTRATUMBA.- Ya me sé yo a quién enviaré para destripar a este bastardo... que
especula con los muertos.
DIRECTOR.- ¡Perdón! ¡Perdón! (llora postrado)
ENEA.- (en tono caritativo) Basta papá, mira que el bastardito está mal...
ENTERRADOR 1.- (hecho polvo) ¡Aquí estamos todos mal!

El querubín, siempre en grammelot, parece preguntar si la comunicación va a durar todavía


mucho.

VOZ DE ULTRATUMBA.- Sí, sí, ya he terminado... Un beso, Enea. Y usted, director,


acuérdese: porque dentro de poco le llegará un encargado. ¡Dese prisa!
ENEA.- Espera, papá... Escucha, te tengo que preguntar una cosa de familia. ¿Dónde has puesto
la libreta de la caja de ahorros? Hace ya dos años que la busco... ¿Oiga? ¿Oiga? ¡Se ha
marchado sin decírmelo!
VOZ DEL QUERUBÍN.- ¿Ha terminado?
ENEA.- Sí, ya he terminado.

De golpe, regresa el silencio absoluto.

DIRECTOR.- (cubriéndose la cara con las manos) ¡Oh, Dios mío, Dios mío! ¡Es terrible! ...
Esas voces...
ENTERRADOR 3.- (poniéndose de pie atónito) Muchachos, me tiembla todo el cuerpo.
ENTERRADOR 4.- (andando casi como un autómata) ¡Déjame beber un poco de agua!
DIRECTOR.- (se pone a andar de un lado a otro sin sentido) Tengo que ir enseguida al juzgado
y luego a los periódicos.

Presas de su propia excitación, no se han dado cuenta de que ENEA sigue subida a su escaño,
como petrificada.

ENTERRADOR 1.- ¡Enea! Mirad lo que le ha pasado: está todavía en trance... ¡Hay que
despertarla! (la mueve)
ENTERRADOR 3.- (deteniéndole) No, así no: hay que sacarla igual que ha entrado... Haced
tutututututut.
TODOS.- (a coro) Tu tut tut tut tut...
ENEA.- (levanta lentamente los brazos, articulando con fatiga las palabras) Alguien... Siento
que está llegando alguien...
ENTERRADOR 3.- ¡Venga, que vuelve a entrar! (dirigiendo el coro) tu tut tut tut tut...
ENEA.- (respirando con esfuerzo) Llega... está llegando...
DIRECTOR.- (con tono agudísimo) ¿Quién?
ENEA.- (la respiración es cada vez más agitada) El encargado... El muerto encargado...
(gritando) ¡Aquí está!

Desde el fondo, andando como un autómata completamente desarticulado, entra el


FERETRÓFOBO: lleva el traje destrozado, en jirones.

ENTERRADORES (huyen en todas direcciones como gallinas asustadas) ¡Socorro!


DIRECTOR.- (bloqueado por el terror) ¿Quién es?... ¿Qué hace?
ENEA.- (con voz inspirada) ¿Quién eres? (le mira y empieza a hablar en tono normal) ¡Ah, es
usted! ¿Le han mandado a usted aquí abajo?
DIRECTOR.- (escondiéndose detrás de ENEA) ¿Le conoce?
en.- ¡Claro! Es amigo mío. Se me ha muerto casi en brazos, hace un par de horas...
ENTERRADOR 3.- (de rodillas) ¡Misericordia, Dios mío!

Los demás se apretujan contra las paredes

ENEA.- (con aires de jefa de safari que tiene que tranquilizar a cazadores novatos asustados
por los leones) Tranquilos, no os asustéis. Si os ponéis así, huelen el miedo y puede haber
problemas...
FERETRÓFOBO.- (con cadencia esforzada y profunda) Perdonen si he entrado sin avisar y sin
llamar a la puerta...
DIRECTOR.- (casi paralizado) Perdón, perdón: voy enseguida... Me iba ya mismo... Pregunte a
los demás si digo la verdad...
FERETRÓFOBO.- (sin entender nada, mueve las piernas como soltando los músculos) ¿Me
permiten que me siente?
ENEA.- Por favor. (el FERETRÓFOBO parpadea como afectado por la intensa luz) Y usted,
director, deje ya de llorar... Siéntese aquí y cállese.
FERETRÓFOBO.- ¡Ay! ¡Mis piernas! He hecho un viaje infernal (dobla las rodillas, acabalga
las piernas y se sienta en el aire)
ENEA.- Ya me lo imagino... Siéntese aquí, a mi lado.
FERETRÓFOBO.- (la mira de frente, sonríe y se acerca a ella) Señorita, ahora me doy cuenta
de que es usted...
ENEA.- (halagada) Sí, soy yo...
FERETRÓFOBO.- (se sienta al lado de ENEA moviéndose siempre como al ralentí) Está usted
estupenda con este vestido... los cabellos rojos... así tan pimpante...
ENEA.- (se agita, toda orgullosa pero con falsa modestia) Me hace reír... pimpante... Y me lo
dice usted que llega fresco de allí arriba... con los ángeles, donde debe haber un esplendor...
FERETRÓFOBO.- (minimizando) Sí, no lo niego, son hermosos... pero tan inmaculados, ¡tan
perfectos! Yo diría casi que fríos... A decir verdad, allá arriba es todo un poco frío... cómo diría
yo, asexuado (los ENTERRADORES, si bien con cuidado, se han juntado todos). A no ser que
te vayas con los árabes... Allí es muy distinto: unas odaliscas todo curvas, todo guiños, que
parece que estés en el paraíso.... (el interés por lo que está diciendo es tal que los demás
empiezan a perder el miedo inicial)
ENEA.- ¿Entre qué árabes?
FERETRÓFOBO.- En el paraíso de los árabes.
DIRECTOR.- (algo más tranquilo pero siempre a respetuosa distancia del redivivo) ¿Cómo?
¿Es que existe el paraíso musulmán?
FERETRÓFOBO.- (cordial) Claro, y no sólo el musulmán: también el hindú., el budista, el
brahmán... Los hay para todos los gustos y razas.
ENTERRADOR 3.- (atónito) ¿Pero por qué? ¿No nos han dicho que sólo hay un paraíso: el
nuestro?
FERETRÓFOBO.- (docente, pero democrático) Sí, de hecho al principio existía sólo el nuestro,
el bíblico: tomarlo o dejarlo. Pero luego, qué queréis, el padre eterno es tan bueno, tiene un
corazón tan grande que uno no se lo puede ni imaginar... En suma: ¡es un gran hombre!
ENEA.- ¿Y tiene barba?
ENTERRADOR 1.- (como un alumno) ¡Y qué importa si tiene barba!
ENEA.- ¿Cómo que no importa? Si no tiene barba para mí no puede ser un padre eterno,
¿verdad?
FERETRÓFOBO.- (sin convicción) ¡Verdad! (retoma el tono didáctico) Y ya podéis imaginar
que un padre eterno tan bueno, con un corazón tan grande (con énfasis), tan justo, permita que
uno sólo de sus hijos, cualquier hijo suyo.... Pongamos por ejemplo, qué sé yo, un hindú.
Imaginémoslo: un hindú llega al paraíso y pregunta: “Perdone, por favor, ¿dónde está mi
paraíso?” y se le responde (sarcástico y pérfido) “¡ja, ja, hindú, te han engañado! Tu paraíso no
existe” (breve pausa) ¿Os imagináis la cara de ese pobre diablo, su desesperación? (tono
desesperado) “¿Pero cómo que no existe? ¿Pero cómo? He llevado una vida morigerada,
honorable, he permanecido 30 días con los brazos en alto, que se me han anquilosado hasta dar
asco... Me he puesto a rezar con las piernas cruzadas, como lo escribió el desgraciado que las
escribió, que me ha dado una hernia de disco y la ciática (pausa) y la artritis reumática...
Siempre he respetado, os lo juro, siempre he respetado la vaca sagrada (sin respirar) que se
comía las verduras que acababa de plantar en el huerto... (pausa, cambio de tono) y los geranios
en el jarrón... (de nuevo con rabia e in crescendo) ¡y no la he emprendido a patadas con esa
vaca asquerosa en ese culo raquítico que tenía! (postrado, plañidero) En resumen, lo he hecho
todo, todo lo que se espera de un buen hindú y ahora me dicen que el nirvana (coge aire) el
paraíso hindú (grito rítmico y violento) es todo un engaño con pedorreta que me hacéis
vosotros” (pausa, luego con aire bonachón) “Bueno, no te pongas así – le dicen- tienes el limbo”
(saltando fuera de sí) “¡Pero a quién le importa el limbo! ¡Iros vosotros a limbo, miserables,
asquerosos, repugnantes hijos de un paria... (continua moviendo la boca como si se hubiese
quedado sin voz, luego dibuja un círculo en el aire que reúne a todos los beatos del paraíso en
un único globo, ata a la base del círculo una mecha, se saca del pantalón una cerilla
imaginaria y le da fuego a todo) ¡Buuuum! (breve pausa, un gran suspiro y luego en tono
distendido) En este punto, decidme: ¿qué podía hacer ese gran hombre que es el padre eterno?...
Se rascó un poco la barba, le puso una mano al hindú en la cabeza y le dijo: “venga, venga,
hindú, no te pongas así, que vamos a ver qué podemos hacer... ¡Calma! ¿Quieres tu paraíso?
Pues aquí lo tienes: ¡zas!” (gesto de prestidigitador) Hace un movimiento tremendo sobre una
nube grandísima que pasa por encima en esos momentos, la nube se abre de par en par y, scscsc,
empieza a llover... (se levanta las solapas de la chaqueta, se comporta como si tuviera frío y
estuviera calado) y ya está hecho el paraíso hindú. Luego llega un árabe: la misma canción.
“Pero cómo, a ese otro se lo has dado, ¿por qué a él sí y a mí no?...” y el padre eterno,
comprensivo, generoso, justo: zas (otro gesto de prestidigitador), un bello paraíso lleno de
mujeres desnudas para los musulmanes sensuales. Y así para todos los que justamente lo
solicitan...
DIRECTOR.- (interrumpiéndole interesado) Y a usted, ¿en qué paraíso le han metido?
FERETRÓFOBO.- (con profunda melancolía) ¡Oh! Yo todavía estoy esperando... He
presentado una petición para ir al árabe, pero ya sé lo que me responderán: que hay muchas
demandas, ya son allí una multitud: unos encima de otros... (mima la multitud de beatos que se
empujan unos a otros como si estuvieran en la entrada de un estadio de fútbol) ¡Por no hablar
de los revendedores! No podré entrar en aquel paraíso a menos que consiga llevar a buen
término esta misión...
ENEA.- ¡Ah! ¿Está aquí en una misión?
FERETRÓFOBO.- Sí.
DIRECTOR.- (aterrorizado) ¿Qué misión?
FERETRÓFOBO.- Misión punitiva. (mueve las piernas en dirección al DIRECTOR, casi como
apuntándole con una espada) Contra usted, director. Si, en el plazo de 3 horas, no ha dado
cumplimiento a lo que se le ha ordenado, tendré que llevármelo conmigo, vivo o muerto.
DIRECTOR.- (trastabilla hacia atrás, golpeándose contra el muro) ¿Llevarme? ¡no, no, por
favor! Voy, voy enseguida (atraviesa corriendo la escena) Un taxi, rápido, un taxi. Llamadme
un taxi... (regresa saltando sobre los ataúdes) ¡No!, mejor atravieso corriendo la plaza: allí
encuentro uno seguro y más rápido... (sale raudo)
FERETRÓFOBO.- Bien, esperemos que se dé prisa (se mira las manos) Escuche, señorita, ¿me
permite lavarme un poco? (se frota las manos con las mangas de la camisa) Mire qué traje más
majo me he destrozado
ENEA.- ¡Vaya! Ya lo creo. Esos pantalones están ya para tirarlos. (le acompaña precediéndole
hacia el lado izquierdo) Venga por aquí, a lo mejor tengo unos de mi padre que me parece que
le vendrán bien. (sale)
FERETRÓFOBO.- (anda detrás de ENEA: de repente se da la vuelta asustando a los
enterradores) Con permiso (otra media vuelta y desaparece)
ENTERRADOR 3.- Por favor, vaya, vaya (Pausa. Verifica que el FERETRÓFOBO se ha ido
definitivamente) ¡Muchachos, estoy bañado en sudor! Y esa inconsciente de Enea, como si
nada: ¡un muerto que regresa! ¡Como si pasara todos los días!
ENTERRADOR 2.- (entra en escena por la puerta, la misma por la cual ha salido el director.
Habla y ríe mirando hacia el exterior) ¡ja, ja! ¡Mira como corre, pobre director!
ENTERRADOR 1.- ¡Sí, tú ríete, pero no sabes lo que ha sucedido!
ENTERRADOR 2.- (tremendamente divertido) ¡Cómo que no lo sé! ¿Y de quién te creías que
era la voz que venía del más allá, o mejor dicho, del más arriba?
ENTERRADOR 3.- ¿También tú la has oído?
ENTERRADOR 4.- ¿Y de quién era?
ENTERRADOR 2.- (caricaturesco) Era la mía.
TODOS.- (sorprendidos) ¡¡¿Tuya?!!
ENTERRADOR 2.- (igual que antes) Y tenéis que agradecer también la amabilidad y el humor
de la señorita de la oficina de tumbas privadas: era ella la que hacía de querubín.
ENTERRADOR 1.- ¿Ella? ¿Pero desde dónde hablabais?
ENTERRADOR 2.- Desde el tubo de refrigeración, ahí arriba. (se sube al catafalco) Os
habíamos escuchado y nos habíamos dado cuenta de que estabais en dificultades. Entonces...
(gesticula) solución de emergencia: adelante con la comedia del paraíso...
ENTERRADOR 3.- ¡La leche! (le agarra con violencia de la chaqueta) ¡Nos ha hecho casi
morir de miedo, este desgraciado! (le tira del catafalco)
ENTERRADOR 2.- ¡Ja, ja! ¿Hemos estado bien, eh?
ENTERRADOR 1.- ¡sí, sí, estupendamente!
ENTERRADOR 3.- (se sienta sobre un ataúd) Hemos caído como imbéciles (se levanta de
golpe) ¡Ey! Pero entonces, ¿el muerto que ha venido en misión punitiva?
ENTERRADOR 4.- Eso, ¿y el muerto?
ENTERRADOR 2.- (le da un manotazo de tranquilidad) ¡Pero qué muerto! Es uno que nos
hemos cruzado en la entrada. Estaba buscando a Enea y le hemos contado la historia; se ha
prestado para el gran final... A decir verdad, estaba tan machacado que parecía un auténtico
muerto.
ENTERRADOR 1.- ¡Fíjate tú este imbécil como nos ha tomado el pelo! (le pega una patada)
ENTERRADOR 4.- (otra patada) Para emprenderla a patadas contigo
ENTERRADOR 2.- ¿Eh, estás loco? ¡Ya vale!
ENTERRADOR 3.- Ya te voy a enseñar yo si vale o no vale... (otra patada)
ENTERRADOR 2.- ¿Qué pasa? ¿Que sólo a ti te está permitido gastar bromas? Pero si os he
librado de que os despidan... (sale de escena perseguido por sus compañeros que siguen
golpeándole enrabietados)
FERETRÓFOBO.- (entra con ENEA. Se ha puesto pantalones limpios) Entonces, ¿he hecho
bien mi papel del difunto en misión punitiva?
ENEA.- Sí, pero ¿cómo ha conseguido fingirse cadáver tan bien? Casi parecía con el rigor
mortis...
FERETRÓFOBO.- ¡Oh! Es facilísimo: soy capaz de quedarme seco a voluntad. Mire. (se queda
rígido, con los ojos vidriosos, la boca semiabierta, las manos en posición de cadáver) ¡Hop!
(extiende los brazos y se recompone) No, no me ha salido bien... (lo intenta de nuevo) ¡Hop! Ya
está. Pruebe a tocarme y dígame si no parezco un muerto de verdad... ¡Venga, venga! (ENEA le
toca el estómago) No, ahí no que me hace cosquillas... Tiene que tocar el brazo, la mano...
(ENEA le toca el brazo) De madera, ¿eh? ¡De madera!
ENEA.- ¡Guau! ¡Usted es un mago! (le da la vuelta) ¡Oiga! ¿pero qué le ha pasado aquí detrás?
Tiene la chaqueta chamuscada.
FERETRÓFOBO.- ¡Por fuerza! Mi mujer, tal como usted le ha aconsejado, se ha chocado
contra un muro estupendo y luego ha dejado allí el coche conmigo dentro, mientras iba a pedir
ayuda.... Entonces he pensado: “éste es el mejor momento para hacer desaparecer el cadáver...”
ENEA.- ¿Qué cadáver?
FERETRÓFOBO.- El mío.
ENEA.- ¡Ah, ya!
FERETRÓFOBO.- Abro el depósito de la gasolina, tiro dentro una cerilla encendida... Y no me
ha dado casi ni tiempo para darme la vuelta: ¡¡bum!! Una explosión que me ha hecho pensar que
de verdad me había muerto.
ENEA.- (contenta de haber entendido el embrollo) Y ahora su mujer pensará que usted, esto es,
su cadáver, se ha quemado junto con el coche.
FERETRÓFOBO.- Y no sólo mi mujer, sino todo el mundo: los amigos, la policía, los
periódicos... (breve pausa) ¿Pero sabe que le queda muy bien el pelo así?
ENEA.- ¿De verdad? Pero fíjese que no son los míos.
FERETRÓFOBO.- Ya lo sé, son lo s que llevaba mi mujer. Esa estúpida ha sido tan presuntuosa
como para hacerse pasar por mi chica...
ENEA.- ¡Ah, pero... ¿entonces no había caído en su trampa?!
FERETRÓFOBO.- ¡Pero bueno! ¿está de broma o qué? A mi Angela la reconocería hasta por
los pies.
ENEA.- (celosa) ¡Vaya! Habrá que ver los pies que tiene esa Angela, ¿eh?
FERETRÓFOBO.- (orgulloso) ¡Hermosos, espléndidos! Mire, parecidos a los suyos.
ENEA.- ¿Por qué? ¿Tengo los ppies bonitos yo?
FERETRÓFOBO.- ¡Por supuesto! Esbeltos, con el talón fino, el empeine largo...
ENEA.- ¡Vaya! Nadie me había dicho nunca que tenía los pies bonitos! (los mira admirada
como si los acabase de descubrir) ¡Pero mira, qué bonitos que son! ¡Qué pies! ¡Parecen manos!
FERETRÓFOBO.- Nadie se lo habrá dicho porque, y permítame la presunción, habrá tratado
siempre con hombres superficiales (sentenciando) ¡El pie de una mujer lo es todo!
ENEA.- ¿Lo es todo?
FERETRÓFOBO.- bueno, es bastante... Lo que sí es cierto es que somos pocos los que los
apreciamos. No digo que usted no tenga otras cualidades: la desenvoltura casi desvergonzada
con la que se mueve dentro de ese vestido, casi como si dijese “aquí estoy, para quien me
quiera, estoy en venta...”
ENEA.- (llena de esperanza) ¿En venta, como una desvergonzada?
FERETRÓFOBO.- ¡Oh, perdone! No quería ofenderla... No se ofende, ¿verdad?
ENEA.- Oh, no, no, claro que no. (resentida) ¿Y quién se ofende? ¿Qué se cree, usted? (intenta
coger el tono de su compañero enterrador) ¿Sabe que mi padre, cuando nació mi hermana... (se
interrumpe) No, yo no tengo hermanas... (vuelve a empezar)Cuando he nacido yo, ha dicho...
(casi como en un aparte) espere, ¿cómo era? ... Ha dicho, ¡vaya!... ha dicho... ¿Qué ha dicho?
En resumen, ¡estaba muy contento!
FERETRÓFOBO.- Me lo imagino.
ENEA.- No, usted no se imagina por qué estaba contento.
FERETRÓFOBO.- ¿Por qué?
ENEA.- (fastidiada por tener que constatar tanta dificultad en entender) ¡Por qué! ¡Por qué!
Porque era una chica y quería que hiciera la calle.
FERETRÓFOBO.- (algo sobresaltado) ¿La calle?
ENEA.- ¡Sí señor, la calle! Y en cambio, yo, desgraciada, inconsciente, ¿no me he metido a
hacer de maestra?
FERETRÓFOBO.- (se sienta) ¿Ha estudiado usted para maestra?
ENEA.- Bueno, sólo algunos meses. Sin embargo, el pobrecito se murió de un infarto.... en
cambio si le hubiera hecho caso, a saber dónde podría estar yo...
FERETRÓFOBO.- ¿Y dónde estaría?
ENEA.- (con tono obvio) Estaría, estaría... (cambia de entonación repentinamente) ¿Sabe qué
me estaba enseñando?
FERETRÓFOBO.- ¿Qué le estaba enseñando?
ENEA.- Todo: cómo se sostiene el bolso... (mima toda la explicación) el paseo insinuante...
cómo se sonríe al cliente... cómo se lo detiene... Toda la técnica, pero de práctica, nada de nada.
FERETRÓFOBO.- Menos mal
ENEA.- Sí, en eso estoy a cero. Y si una no prueba de verdad, es inútil. (como iluminada por
una idea) Señor, señor, ¿tendría inconveniente en emanciparme usted?
FERETRÓFOBO.- (se levanta de golpe, sorprendido) ¿Cómo?
ENEA.- Sí, sí, yo querría convertirme en una prostituta auténtica, de ésas que se ganan la vida
solitas, y con usted seguro que puedo romper el hielo. Sabe, como ya le he visto muerto, puede
decirse que hay confianza, ¿no? Además también ayuda el hecho de que tengo los cabellos de su
mujer y el pie de su Angela... ¿Me ayuda?
FERETRÓFOBO.- (nervioso, como se habla a una desequilibrada) Escucha, no digamos
tonterías. Mira, hagamos otra cosa: si quieres... (se interrumpe contrariado) ¡Vaya día que
llevo! Le he tratado de tú
ENEA.- No importa. Mejor, tráteme de tú.
FERETRÓFOBO.- (seco) ¿Quieres formar sociedad conmigo?
ENEA.- (esperanzada) ¿Quiere hacerme de chulo?
FERETRÓFOBO.- No exactamente. Yo te financio. Te consigo dinero para que te conviertas en
una señora: lo único que tienes que hacer es recogerlo de mi oficina. Está en la caja fuerte. ( saca
del bolsillo un llavero) Mira, aquí está la llave de la calle, de la puerta de la oficina y hasta la
del ascensor.
ENEA.- ¿Y si me pillan?
FERETRÓFOBO.- No hay ningún peligro. Bastará con que te vistas de monja.
ENEA.- ¿Y por qué de moja?
FERETRÓFOBO.- Porque la oficina se encuentra en un viejo edificio que fue convento, donde
aun quedan en un ala unas pocas monjas que llevan una especie de instituto para menoscabados
psíquicos.
ENEA.- ¿El qué?
FERETRÓFOBO.- Locos.
ENEA.- ¡Ah, vale! ¿Y entonces?
FERETRÓFOBO.- (deprisa, con pausas muy breves) Pues entonces... lo primero que aunque
entres a plena luz del día el portero no te dirá nada. Allí las mojas van y vienen. Si por
casualidad te pillan en mi oficina puedes decir que te has equivocado de piso, de puerta o qué sé
yo y salir tranquilamente por donde has venido.
ENEA.- No, no, de eso nada. No es un trabajo para mí. Además, ¿de dónde saco un hábito de
monja?
FERETRÓFOBO.- Eso es lo de menos. Hay tiendas donde venden todo tipo de artículos sacros:
hábitos de monja, de cura, de fraile...
ENEA.- ¿Y por qué no cogemos un hábito de monje y va usted solito a su oficina?
FERETRÓFOBO.- (con amargura) Ni disfrazado de caballo con un carromato detrás me
dejaban pasar.
ENEA.- ¿Por qué?
FERETRÓFOBO.- (con rabia) Porque tengo entre manos un asunto de ésos que no acaban
nunca: lo tengo todo escondido y me he metido por medio para salvar a los idiotas de mis socios
y de mis clientes, y ahora si me pescan me meten en la cárcel por lo menos para 10 años.
ENEA.- (tras una breve pausa) ¿Y hay mucho dinero en esa caja fuerte?
FERETRÓFOBO.- No, no mucho (exaltado) Pero hay documentos que valen su peso en oro:
con ellos le saldrían úlceras a media Italia.
ENEA.- ¡Bah! Con las úlceras no se hace mucho dinero.
FERETRÓFOBO.- (compadeciéndola) ¡Eso es lo que tú te crees! Tácito decía (lapidario) “La
úlcera lleva el oro en la boca” (en tono de desafío) Prueba a hacer una fotocopia de uno de esos
documentos y mandársela a quien yo te diga con una breve nota: “si dentro de una semana no
nos envía equis millones, la presente fotocopia será reenviada a todos los periódicos del país y
del extranjero”
ENEA.- ¡Un chantaje, en resumen! ¿Pero por qué no lo ha hecho ya?
FERETRÓFOBO.- Porque hasta ahora se habrían dado cuenta de dónde venía la historia. Sólo
yo tengo esos documentos: esos imbéciles me los han confiado y luego se han quedado
tranquilos: sabían que me habría hecho asesinar antes que traicionarlos. ¡Soy un liante, sí, pero
leal! Leal mientras estaba vivo... pero desde el momento en que me he muerto para todos
(irónico y malvado) tengo también el derecho de vivir como ellos.

De fuera llega el sonido de una sirena


ENEA.- (se dirige al proscenio) ¡Ya estamos! ¡Otro follón de huelguistas!
FERETRÓFOBO.- (mira a la platea como si en esa dirección estuviese la plaza) No. Esta vez
van a la caza de las muchachas. Mira a las pobres cómo se escapan.
ENEA.- ¡Ah! Es una redada (llaman a la puerta) ¿Quién es?
PUTA.- (desde fuera) Soy yo, la de antes... la del vestido. ¡Abre!
ENEA.- (la deja entrar y cierra con llave) Ah, sí, entra... Esperemos que no la tomen conmigo,
luego.
PUTA.- Tranquila, ni me han visto entrar aquí. (la mira admirada) ¡Pero fíjate cómo te queda
todo de bien! (ENEA se pavonea) ¡Míralos! (señalando a la platea) ¡Esos desgraciados! Ni
siquiera nos dejan en paz en el cementerio... ¡Oh! Mierda, mierda, mierda.... Están viniendo
hacia aquí... ¿Dónde me escondo?
ENEA.- Entra allí, en el carro y baja las cortinas.
PUTA.- ¡Gracias! Y no digáis nada, por favor
POLICÍA 1.- (llamando violentamente a la puerta) ¡Abran!
FERETRÓFOBO.- Y yo, ¿dónde me escondo si llegan? Si me reconocen...
ENEA.- (le hace señas de que salga hacia la capilla ardiente) Métase en un ataúd y demuestre
que ha aprendido bien el papel de muerto.

El FERETRÓFOBO sale y ENEA le sigue.

POLICÍA 1.- (desde fuera) ¡Abran!


ENTERRADOR 3.- (entrando por el fondo, a ENEA que se dirige a la capilla ardiente) ¿Qué
esperas para abrir? ¿No oyes que llaman?
ENEA.- (sale) ¿Y tú? ¡Abre!
POLICÍA 1.- (desde fuera) ¿Abren o qué?
ENTERRADOR 3.- ¡Ya voy! ¿Quién es?
COMISARIO.- ¡Vamos, no te hagas el listo! Abre.

Entra el POLICÍA 1 seguido del COMISARIO y del POLICÍA 2, vestidos todos de paisano.
Empujan a dos muchachas.

POLICÍA 1.- (señalando a ENEA) ¿Ahí está! ¿Qué le decía comisario? La había visto entrar
aquí.
ENEA.- (al POLICÍA 1 que la tiene cogida por un brazo) ¡Eh, para quieto! ¿Qué te pasa a ti?
Yo...
PUTA 2.- ¿De dónde sale ésa?
COMISARIO.- (al ENTERRADOR 3) ¡Bravo! ¿Ahora resulta que dais asilo a las prostitutas?
ENTERRADOR 3.- No, señor comisario, hay un error con la señorita...
POLICÍA 1.- (empujándole y con ironía) ¿La señorita?
PUTA 3.- (riéndose) ¡La señorita! Mira cómo habla el enterrador idiota...
ENTERRADOR 3.- ¿Quién es un idiota? Como te...
COMISARIO.- Silencio o te pongo también a la sombra por complicidad.
ENEA.- ¿Por qué? ¿Me llevan a la sombra a mí?
POLICÍA 1.- Mira tú el angelito que no sabe por qué nos la llevamos... Se dedica a hacer la
calle y no sabe nada, pobrecita...
ENEA.-. ¡Que hago la calle! (feliz) ¡Gracias! (volviéndose al ENTERRADOR 3) Dicen que hago
la calle, que soy una profesional... como ellas. (coge a una de las muchachas por el brazo)
¡Vamos a la sombra!
COMISARIO.- ¡Pero bueno! ¿Encima quieres tomarnos el pelo?
ENEA.- ¿Quién le toma el pelo? Soy yo la que no sabe qué hacer para agradecértelo... ¡Qué
simpático! Qué majo es usted, señor comisario. (en plena crisis de alegría intenta hacerle
cosquillas al comisario, como se hace con los niños pequeños)
COMISARIO.- ¡Para ya, loca!
ENEA.- (sale por el fondo gritando feliz) ¡A la sombra, me llevan a la sombra!
COMISARIO.- (a los POLICÍAS, que están completamente estupefactos) ¡Venga! ¡Qué hacéis
ahí, parados como estatuas! ¡Llevaos a esa loca.
POLICÍA 1.- En seguida, comisario (sale detrás de ENEA)
POLICÍA 2 .- (mira en el carro fúnebre y encuentra a la primera PUTA) ¡Comisario, aquí hay
otra pollita!
COMISARIO.- ¡Fuera, llévatela fuera! (a las prostitutas) ¡Y vosotras, seguidme!

Salen

ENEA.- (vuelve a entrar procedente de la capilla ardiente) ¡Esperadme! ¡Esperadme! (sale


siguiendo a los demás)
POLICÍA 1.- (que había seguido a ENEA, vuelve a entrar cogiendo por las patas a la gallina
que habíamos visto al inicio de la escena) ¡Comisario, hay otra pollita, hay otra pollita! (sale)
ENTERRADOR 3.- (le persigue desesperado) ¡Esa no! ¡Esa no!

Telón

Segundo Acto

Oficina construida en un edificio en el que abundan los arcos y las decoraciones renacentistas.
Los muebles tampoco son modernos. Cuadros en las paredes. Alguna que otra estatua en nichos
de la pared. En un lateral, una estufa de hierro con la chimenea que sube hasta el techo, se dobla
y desaparece a la derecha. Cuando se abre el telón vemos en escena a un individuo que se afana
en torno a los cajones de las mesas: algunos están ya por tierra. Levanta un cuadro buscando la
caja fuerte y en ese momento se siente que alguien llama a la puerta. El tipo se detiene y va a
colocarse detrás de la puerta y saca de la chaqueta una pistola, empuñándola por la caña,
dispuesto a golpear con ella. Entra ENEA vestida de monja.

ENEA.- ¡Vaya! No hacía falta girar la llave, estaba abierta. (da unos pasos y ve otra puerta
contigua) ¿Y esta puerta dónde da? (sale. el LADRÓN asoma la cabeza de su escondite y la
sigue. ENEA vuelve a entrar por la primera puerta y la cierra a sus espaldas) ¡Mira tú! Una
oficina gemela

El LADRÓN abre la puerta empujando a ENEA entre el muro y la estufa. Entra en escena y no
ve a ENEA que, viendo al LADRÓN armado con una pistola, grita

LADRÓN.- (gritando también) ¡Mamá!


ENEA.- ¡Papá!
LADRÓN.- Perdone, hermana, la había tomado por un ladrón. Ya sabe, como ya ha habido
ladrones por aquí... Mire, la cerradura está rota. (señala la puerta)
ENEA.- ¡Ah, por eso no giraba la llave!
LADRÓN.- ¿Tiene llave de la oficina? ¿Por qué?
ENEA.- (dando vueltas a la llave entre los dedos) ¡Ya! ¿Por qué? ¡Pero mira qué estúpida! Me
debo haber equivocado de puerta... Porque esto no es el convento, ¿verdad? No, no veo a
ninguna monja... (mira debajo de la mesa) No, no hay ninguna... Perdone.
LADRÓN.- Nada, nada, por favor...
ENEA.- (se da cuenta de que los cajones están por tierra) ¡Qué desastre! ¿Han pasado
ladrones?
LADRÓN.- (recoge un cajón) Sí, pero por suerte no han encontrado lo que buscaban
ENEA.- ¡Menos mal!
LADRÓN.- Estaba haciendo ahora el inventario
ENEA.- ¿Es usted de la policía?
LADRÓN.- No, soy el cajero jefe.
ENEA.- ¡Ah! el cajero jefe... por eso tiene una pistola... Lo he visto en una película, uno que
hacía de cajero y llevaba una pistola: “vente a la cama conmigo, muñeca”... Ya sabe, muy sexy
y tal. Besos, besos... (se da cuenta de lo que está diciendo y se interrumpe hábilmente
embarazada)
LADRÓN.- ¿Una película cómo?
ENEA.- (finge no entender) ¿El qué?
LADRÓN.- Me parecía que hablaba de una película...
ENEA.- (indignada) ¿Pero qué ha entendido usted? (pausa) ¡Demonio! (de golpe servicial)
¿Quiere que le eche una mano para ordenar todo esto?
LADRÓN.- Oh, no, gracias, hermana (empieza a recoger cajones) Por desgracia debo hacerlo
solo: si se me escapa un cajón o algo me pasa desapercibido, ya sabe, un documento fuera de su
lugar...
ENEA.- Entiendo. Pues entonces, siento haberle molestado (va a salir pero se lo piensa)
Escuche, ahora que me lo pienso, ¿puedo hacer una llamada? (sin esperar la respuesta, levanta
el auricular y marca un número) Es para avisar a mis hermanas del convento para que no se
preocupen, que llego enseguida.
LADRÓN.- (con ironía) Por favor, hermana, acomódese. ¡Si ya lo está haciendo!
ENEA.- ¿Puedo marcar también los números que me faltan?
LADRÓN.- Continúe, por favor, continúe.
ENEA.- Gracias... ¿Hola, es el cementerio? (al LADRÓN, que está sorprendido) Es el nombre
del guardia del convento. ¿Qué nombre más raro, verdad? (al teléfono) Páseme al interno doce...
Sí, donde está Enea... Gracias.... ¿Oiga? Soy sor Enea...

Sobre un carro, procedente de la izquierda, entra un ataúd dentro del cual está sentado el
FERETRÓFOBO, que está recibiendo la llamada.

FERETRÓFOBO.- ¡Por fin! ¿Desde dónde hablas?


ENEA.- ¿Es usted, madre superiora? Estoy aquí, en una oficina... Me he equivocado de puerta,
¿sabe?
FERETRÓFOBO.- ¡Braco! ¡Lo has conseguido!
ENEA.- Por suerte estaba ya dentro el cajero jefe, que casi me dado un golpe en la cabeza con
una pistola.
FERETRÓFOBO.- ¿El cajero jefe?
ENEA.- Sí, madre. Figúrese, me había tomado por un ladrón...
FERETRÓFOBO.- Pregúntele cómo se llama.
ENEA.- ¿Cómo se llama el ladrón?
LADRÓN.- (preocupado) ¿Cómo?
FERETRÓFOBO.- ¡Pero qué dices! Cómo se llama él.
ENEA.- ¡Ah, sí! (al LADRÓN) La madre superiora me pregunta que cómo se llama
LADRÓN.- ¿Y puede saberse por qué?
ENEA.- (al teléfono) ¿Por qué, madre?
FERETRÓFOBO.- Invéntate algo. Dile q... yo qué sé, cuéntale lo que sea.
ENEA.- Sí, sí, se la cuento. (al LADRÓN) La madre dice que como ha sido tan amable
conmigo, querría regalarle una medalla con sus iniciales.
LADRÓN.- Gracias. me llamo Armando Pieruzzi.
ENEA.- (al teléfono) Se llama Armando Pieruzzi
FERETRÓFOBO.- ¿Pieruzzi? Nunca he tenido un cajero con ese nombre. ¿Cómo es?
ENEA.- (al LADRÓN) ¿Cómo es?
LADRÓN.- ¿Cómo es quién?
ENEA.- Usted. Quiero decir... La superiora quiere saber... (cubre el auricular) Sabe, es una
curiosona: tiene que disculparla. Quiere saber si es un tipo fino o vulgar, si tiene bigote o no (le
mira durante unos segundos; luego, al teléfono) no, no tiene bigote.
FERETRÓFOBO.- Mira a ver si tiene algún diente de oro: los incisivos superiores.
ENEA.- (al LADRÓN) Perdone, señor, ¿podría hacer aaaaaaaaaaah? (tras mirarle la boca) No,
dientes de oro no tiene, pero tiene las anginas rojas
LADRÓN.- ¿Pero para qué quiere saber todas esas cosas? ¿Quiere hacerme el pasaporte?
ENEA.- No, es para la medalla.
FERETRÓFOBO.- Ya está bien con la medalla. Pregúntale cuándo y por quién fue contratado.
ENEA.- ¡No, basta! Yo no le pregunto más. Se lo pregunta usted, madre (le pone el auricular en
la oreja al LADRÓN)
LADRÓN.- (le devuelve el auricular) Perdone, hermana, pero yo, como puede ver, tengo cosas
que hacer. Le agradezco lo de la medalla, pero ahora, si me hiciese el favor de...
ENEA.- Por supuesto... en seguida... pero primero, si no le importa, mi superiora le querría
preguntar una cosa.
LADRÓN.- (desarmado) ¡La superiora! (coge el auricular) ¡Está bien! ¿Oiga? Buenos días,
madre...
FERETRÓFOBO.- Buenos días, hijo...
LADRÓN.- (tapa con la mano el micrófono) ¡Pero tiene voz de hombre!
ENEA.- Sí, de hombre... Pero es muy religiosa.
FERETRÓFOBO.- Escuche, señor Armando, yo conozco bien a su director, el señor Sandrini...
LADRÓN.- Ah, sí, el señor Sandrini...
FERETRÓFOBO.- Por favor, dele recuerdos de mi parte cuando le vea mañana en la oficina.
LADRÓN.- Por supuesto, no se preocupe, no s eme olvidará.
FERETRÓFOBO.- Gracias. Era todo. Tanto gusto en saludarle... ¿Me puede pasar a la hermana
un momentito?
LADRÓN.- En seguida. Adiós (le pasa el auricular a ENEA) Quiere hablar con usted. ¡Pero
qué voz! ¡Qué impresión!
ENEA.- Diga, madre...
FERETRÓFOBO.- Escucha, ese tipo no es un empleado, ni mío ni de mis socios: le he hablado
del señor Sandrini... que no existe en absoluto. O es un ladrón o es de la policía.
ENEA.- (asustada) ¿Policía?
LADRÓN.- (sobresaltado) ¿Qué?
ENEA.- (con la sonrisa más tranquilizadora de que es capaz) La madre me dice que tendría que
llamar a la policía.
LADRÓN.- (con un gran suspiro) ¡Ah, ya! Sí, sí, lo haré...
ENEA.- (cuelga el teléfono y desaparece el FERETRÓFOBO) Bueno, pues no le molesto más.
Me tengo que ir al convento que tengo mucho que hacer allí. (corre hacia la salida)
LADRÓN.- (la agarra por la maga) Un momento, hermana, no soy tan tonto como parece:
¿Qué es todo eso de la policía? ¿Quién era ese hombre con el que me ha hecho hablar?
ENEA.- Ya se lo he dicho: era mi superiora.
LADRÓN.- ¿Su superiora es un hombre?
ENEA.- Pues sí, en nuestra orden casi todas las superioras son hombres.
LADRÓN.- Fíjate qué cosas...
ENEA.- La nuestra, además, es un exjerarca del fascismo. Se escondió entre nosotras en el 45.
Y como se encontraba bien, ha permanecido allí. De todos modos, si no me cree peor para
usted... Yo tengo que irme porque ya llego tarde y tengo que tocar las campanas (intenta irse de
nuevo)
LADRÓN.- (le corta la salida) No: usted cuando salga de aquí no va a ir a ningún convento,
usted se va derecha a la policía, a decirles que aquí hay un ladrón.
ENEA.- ¿Un ladrón?
LADRÓN.- Hermana, deje de hacerse la tonta; se ha dado perfecta cuenta de que soy un ladrón
y quiere denunciarme.
ENEA.- Ni mucho menos... yo...
LADRÓN.- Usted se queda conmigo hasta que encuentre lo que busco. Y luego será tan amable
de acompañarme hasta la salida. En su compañía a nadie se le ocurrirá detenerme. ¿Le parece
bien, hermana? (le apunta con la pistola)
ENEA.- Me parece estupendo, hermano.
LADRÓN.- ¡Estupendo! Y ahora se va a sentar allí y va a ser buena y me va a dejar trabajar. Y
nada de bromas, que me pongo nervioso.
ENEA.- Sí, sí, seré buena... Cuando uno está nervioso, lo mejor es no molestarle. ( el LADRÓN
empieza a ,mirar detrás de todos los cuadros, luego se sube a un escaño y golpea en una
columna. ENEA, completamente inmóvil, tiene la vista perdida en el vacío) Frío.... frío.
LADRÓN.- (amenazante) Oiga, ¿me está queriendo fastidiar?
ENEA.- ¿Yo? Ni en sueños. Sólo quería ayudarle.
LADRÓN.- ¿Ayudarme?
ENEA.- Sí, a encontrar la caja fuerte. ¿O no es eso lo que está buscando?
LADRÓN.- Sí, busco la caja fuerte... ¿pero quiere dejarme en paz? Aparte de que tendría que
comportarse de otra manera, ¿no cree? Una monja como usted, ¡vamos! ¿le parece bonito?
(angustiado) ¿Qué se cree, que me divierte hacer de ladrón? Si he llegado a este punto es
porque estoy desesperado... en una situación que da asco... con una familia a mis espaldas... Me
gustaría que viese la cara de mi mujer y de mis hijos cuando vuelva a casa sin un duro, con las
manos vacías...
ENEA.- ¡Pero si lo que digo es precisamente que quiero ayudarle! Pero si sigue buscando de esa
manera, me parece que vamos a estar aquí hasta mañana.
LADRÓN.- ¿Pero qué sabrá usted?
ENEA.- Lo sé, lo sé: tengo un sexto sentido. Cuando en el convento alguien pierde algo,
siempre me llaman a mí. Yo empiezo a decir: frío, frío, caliente, templado... y lo encuentran
enseguida. Soy una rabdo... rabdo...
LADRÓN.- ¿Rabdomante?
ENEA.- Sí, rabdomante.
LADRÓN.- Bueno, pues vamos a probar también conmigo (le apunta con la pistola) Pero si
descubro que es una broma...
ENEA.- Estése tranquilo que no lo descubrirá. ¡Venga! (el LADRÓN retrocede y entra en el
juego) Frío... frío... (el ladrón está a punto de tropezarse con una silla) ¡silla!... frío...
templado.... (otro tropezón) ¡silla!... templado.... caliente... muy caliente... ¡que se quema!
¡Uuuuh! ¡Está ardiendo!
LADRÓN.- (señala la estufa) ¿Aquí?
ENEA.- Sí.
LADRÓN.- Pero si está llena de puertecillas, ¿cómo va a estar dentro la caja fuerte?
ENEA.- Primera regla: no dejarse engañar nunca...
LADRÓN.- ¿cómo?
ENEA.- No dejarse... (pausa)... por las apariencias.
LADRÓN.- (tira de un adorno de la estufa y de repente toda la pared de la misma se abre a
modo de puerta: aparece la caja fuerte. Aturdido) ¡Toma ya!
ENEA.- ¿Ha visto, imbécil de imbéciles? ¡Y no me creía!
LADRÓN.- Sí, tengo que admitir que sin su ayuda no la habría encontrado nunca... ¿Pero cómo
ha hecho?
ENEA.- Rabdomante
LADRÓN.- ¡Qué fuerza! (examina la caja fuerte) ¡Aquí te quiero ver! Es una Stranger
ENEA.- ¿Qué?
LADRÓN.- Digo que el mecanismo de seguridad es Stranger, con doble cerrojo.
ENEA.- ¿Y?
LADRÓN.- Pues que si no se conoce la combinación, es un desastre. Sólo se la puede abrir
volándola por los aires: y hace falta un kilo de trilita. ¡Vaya mierda! ¡Tenía que ser un cacharro
de éstos! ¡Mecagoen...! (se detiene, embarazaado) ¡Oh, perdone, hermana!
ENEA.- ¿El qué?
LADRÓN.- Casi s eme escapa una blasfemia.
ENEA.- Oh, no se preocupe. Se me escapan hasta a mí, de vez en cuando...
LADRÓN.- ¿De verdad?
ENEA.- (busca en su bolso y extrae un cuadernillo: se acerca a la caja fuerte y apunta con el
dedo a los números de la combinación) ¡Ah! Aquí están los números.
LADRÓN.- (se sube a una silla y abre la portezuela del tubo chimenea para mirar dentro)
¡Mierda! Comunica con la parte de dentro, sí, pero han puesto una reja y está todo soldado:
tendría que serrarlo.
ENEA.- No hace falta: quizá yo conozca un sistema más rápido.
LADRÓN.- ¿De verdad?
ENEA.- Pero mire que lo hago sólo por sus hijos.
LADRÓN.- ¡Oh, gracias!
ENEA.- Pero vamos al cincuenta por ciento.
LADRÓN.- ¿Cómo?
ENEA.- Claro: para mis niños...
LADRÓN.- ¿Ah, los del orfanato? (se baja de la silla) está bien, de acuerdo: partimos el botín.
Pero dese prisa.
ENEA.- Y otra cosa: los papeles que hay dentro son cosa mía.
LADRÓN.- ¿Y cómo sabe que hay papeles dentro?
ENEA.- Rabdomante.
LADRÓN.- ¡Ah, sí, rabdomante! Vale, vale. (se frota las manos) Veamos cómo se las apaña.
ENEA.-. ¡Veamos un cuerno! Me va a hacer el favor de no mirar. Se va a poner delante de
aquel santo (indica la estatua dentro de un nicho, al fondo a la derecha) y me reza un
padrenuestro.
LADRÓN.- ¿Un padrenuestro?
ENEA.- Sí, me ayuda mucho. ¡De rodillas! (el LADRÓN se arrodilla no muy convencido y mira
de reojo) ¡A rezar, y con convicción!. Si no, no funciona.
LADRÓN.- Pero no me acuerdo del padrenuestro.
ENEA.- Pues se lo inventa. Diga lo que le venga en mente... La intención es lo que cuenta.
LADRÓN.- Está bien: probaremos con la intención. (farfulla palabras incomprensibles)
ENEA.- (para sí) Entonces, primer paso... (consulta el cuadernillo)

Mientras ENEA trabaja con la caja fuerte, el LADRÓN continua a farfullar una extraña oración

LADRÓN.- Padre nuestro, que estás en los cielos,... por mi culpa, por mi culpa, por mi
grandísima culpa... cuatro esquinitas tiene mi cama...
ENEA.- Tres, seis, cuatro (procede sobre la caja fuerte: se oye un ruido como de
ametralladora, como si se descerrajara un mecanismo complicadísimo y luego un trac seco )
¡Bravo! La primera cerradura está abierta.
LADRÓN.- ¡Déjeme ver!
ENEA.- (intransigente) ¡A su puesto! De rodillas y a rezar, si no, nada de segunda cerradura.
LADRÓN.- Sí, sí, a mi puesto, de rodillas y a rezar (vuelve a farfullar con gran fervor)
ENEA.- Uno, nueve, siete.

Gran estruendo, un breve ruido de muelles y engranajes, luego un cu-cu-cu de reloj tirolés y al
final silencio.

LADRÓN.- con dios me acuesto, con dios me levanto...


ENEA.- ¡Mecagontodoloquesemueve! ¡Se ha bloqueado.
LADRÓN.- ¿Bloqueado? Eh, no, eso no vale. (rezando con fervor de catecúmeno) Oh, santo
bonito, santo simpático, que no sé ni quién eres, haz saltar la cerradura. Otro golpecito, ¿qué te
cuesta? ¡Oh, santo bonito que no sé ni cómo te llamas!
ENEA.- (se ha levantado y le ha dado una patada a la caja fuerte que emite una especie de
gemido y luego, gimiendo, se abre de par en par) ¡Se ha abierto, se ha abierto!
LADRÓN.- ¡Gracias, santo simpático! ¡Toma! (le da un beso en la frente y luego corre hacia la
caja fuerte)
ENEA.- (le detiene con firmeza) ¡Quieto! Recordemos el pacto
LADRÓN.- Sí, sí, vamos a partes iguales.
ENEA.- exacto, pero las partes las hago yo (extrae de la caja fuerte u fajo de documentos y un
mazo de billetes de diez mil)
LADRÓN.- ¡Vaya! Pues tampoco hay tanto!
ENEA.- Tampoco es una miseria. (va hacia una mesa e inicia el reparto) Uno para mí, uno para
ti...
LADRÓN.- ¡Quién lo iba a decir! Una monja que es capaz de abrir cajas fuertes (coge una silla)
¡Es increíble! Yo tendría que encontrar una mujer así (
aprovechando la distracción del LADRÓN, ENEA mete un buen montón de billetes en su
montón) Y no esa inútil de mi Luisa. Perdone, ¿usted ha hecho ya sus votos?
ENEA.- ¿Los votos? ¿Qué le importa a usted de mis votos?
LADRÓN.- No nada, por decir algo...
ENEA.- Ahora me ha hecho equivocarme: no me acuerdo si era uno para mí o para ti... Bah,
mitad para cada uno (rompe en dos el billete)
LADRÓN.- (tiene un gesto de enfado que contiene rápidamente) Claro que si usted pudiera
dejarlo todo y venirse conmigo, formar una sociedad... ¿Se imagina qué pasada? Yo rezando al
santo y usted saltando la combinación: en un mes vaciamos todas las cajas fuertes de Italia.
ENEA.- ¿Qué? No mire, no me gusta la idea, quítesela de la cabeza. Una puede hacer esto una
vez... la necesidad, los niños que esperan... ya sabe, todos somos pecadores... pero que se
convierta en un vicio... (repite el juego de la división en beneficio propio)
LADRÓN.- Pero es un vicio bonito, ¿sabe? ¡Da beneficios! ¡Hermana, asóciese conmigo! Mire,
estoy dispuesto incluso a casarme con usted, si quiere. Usted cuelga los hábitos...
(melodramático) No me creerá, pero ya me parece que la quiero (le coge una mano y se la lleva
al pecho) Escuche cómo me late el corazón: ¡Estoy enamorado!
ENEA.- ¿Pero está usted loco? (se libera del agarrón) ¡Enamorado! ¿Pero usted no está ya
casado?
LADRÓN.- (riéndose) ¡Pero qué dice! Vivo con una amiga, pero si usted acepta, la dejo ya
mismo.
ENEA.- ¡Bravo! ¿Y los niños que le esperan en casa?
LADRÓN.- (como antes) Pero si yo nunca he tenido hijos.
ENEA.- (le mira con desprecio, le da un fuerte empujón: el LADRÓN se cae con estrépito sobre
la silla) ¡Menudo imbécil hijo de mala madre! Y me viene con el cuento miserable de la mujer y
los hijos... Le escupiría en un ojo... Mejor dicho: le escupo ¡spuah! (escupe)
LADRÓN.- ¡Eh, hermana, calma! (coge el montón) De acuerdo, hágase la santa si quiere, pero
entonces el montón me lo llevo yo. Nada de repartos.
ENEA.- Desgraciado, lo había repartido estupendamente. De acuerdo, quédese con el dinero:
me basta con lo demás (coge los papeles)
LADRÓN.- ¿Qué demás? ¡Ah! Los papeles... ¿Y qué más le da todo eso?
ENEA.- Cosas mías.
LADRÓN.- Eh, no, son también cosas mías, si no le molesta. Déjeme ver.
ENEA.- Ni pensarlo.
LADRÓN.- ¡Démelo o acabaremos mal! (le apunta con la pistola: ENEA le lanza los papeles
encima al LADRÓN con todas sus fuerzas)
ENEA.- ¡Cógelos entonces!

Suena un disparo: ENEA cae al suelo. El LADRÓN se apoya en la mesa con el rostro
demudado.

LADRÓN.- ¡Dios mío! ¡La he matado! Desgraciado, ¿qué he hecho?

Se oyen voces que llegan de fuera

MUJER DEL PORTERO.- (desde fuera) ¿Quién ha disparado? Tú también lo has oído, ¿no?
PORTERO.- (desde fuera) ¡No soy sordo! Me parece que el ruido ha salido de la oficina del
primer piso.
MUJER DEL PORTERO.- (desde fuera) ¡Ve a ver qué ha pasado!
PORTERO.- (desde fuera) ¿Y qué quieres que vaya a ver? No puede haber nadie dentro: está
cerrado y trancado.
MUJER DEL PORTERO.- (desde fuera) Da lo mismo, tú sube igual: el ruido tiene que haber
venido de alguna parte.
PORTERO.- (desde fuera) Pues sube tú conmigo.
MUJER DEL PORTERO.- (desde fuera) ¡Pues podías haber dicho antes que es que tienes
miedo!
Mientras tanto el LADRÓN ha intentado meterse en la caja fuerte con el mazo de dinero y todo,
pero tan cargado no le es posible: o él o el dinero. Va a meterlo en un cajón, pero luego lo
piensa mejor, su mirada cae sobre el santo que está en el nicho: levanta la estatua y mete todo
dentro del interior hueco. Luego va a esconderse en la estufa.

PORTERO.- (desde fuera) ¡Qué miedo ni qué leches! Es para que si alguien dispara de nuevo
me hagas de escudo.

El LADRÓN cierra tras de sí la fingida puerta de la estufa: se oye saltar el mecanismo al revés,
incluido el cu-cu y el resto de sonidos. Entran el PORTERO y la MUJER DEL PORTERO.

PORTERO.- (se detiene a pocos pasos del cuerpo exánime de ENEA) ¡¿Una monja?!
MUJER DEL PORTERO.- Pobrecita, ¿estará muerta?
PORTERO.- (ve sobre la mesa la pistola olvidada por el LADRÓN) Mira allí, una pistola...
MUJER DEL PORTERO.- Déjala donde está, no la toques... Si está muerta, cuando la policía
llegue encontrará tus huellas.
PORTERO.- (se arrodilla y le toca la garganta) No, no está muerta, aun respira... Quizá sólo
esté desmayada.
MUJER DEL PORTERO.- ¡Menos mal!
PORTERO.- (la levanta por las axilas y la sienta sobre una silla) No veo heridas ni pérdidas de
sangre. Ve a llamar a alguna de las hermanas ahí al lado. ¡Rápido!
MUJER DEL PORTERO.- ¿Y cómo habrá llegado hasta aquí? Debe ser una novicia.
PORTERO.- ¡Te he dicho que vayas a llamar a alguna hermana!
MUJER DEL PORTERO.- Sí, sí, ¿pero quién le habrá disparado? ¿Crees que habrá intentado
suicidarse?
PORTERO.- ¡Muévete o te disparo yo!
MUJER DEL PORTERO.- Voy, voy. ¡No te pongas nervioso! (sale)
PORTERO.- Y trae vinagre... algo... (mira alrededor) ¿Eso no son botellas de coñac?

En uno de los muebles registrados por el LADRÓN hay algunas botellas: el PORTERO se
levanta y va a coger una. Vierte unas gotas de coñac en un vaso y se lo acerca a los labios de
ENEA.

ENEA.- (con gesto de disgusto) Mhuuuuuuuuummmm...


PORTERO.- ¿Qué tal está, hermana?
ENEA.- ¡Qué asco!
PORTERO.- ¿Qué dice, hermana?
ENEA.- El coñac, digo: hay allí una botella de auténtico coñac francés, y usted me está dando
esta porquería hecha en casa...
PORTERO.- ¡Oh, sí, perdone! Pero ya sabe, con las prisas... Enseguida lo remedio. (vuelve al
mueble y coge otra botella)
ENEA.- ¡Ay! Me debo haber golpeado la cabeza. ¡Qué golpe!
PORTERO.- ¿Pero quién le ha disparado?
ENEA.- Un ladrón. (al PORTERO que le da de beber con excesiva cautela) ¡Venga, venga! ¿Es
que esto es una medicina que hay que dar con cuentagotas?
PORTERO.- Tiene razón (le llena el vaso) ¿Un ladrón? ¿Le ha disparado un ladrón?
ENEA.- Sí, he entrado y él estaba allí (bebe) y en cuanto me ha visto, se ha asustado y me ha
disparado.. (bebe de nuevo) he sentido que me pasaba la bala a un dedo. Mire allí el agujero que
hay en el muro. (se termina el vaso) ¡Oh, mamá! Me siento mal de nuevo... ¿Me puede dar un
poco más de esto? (el PORTERO coge una de las botellas. ENEA, sin mirar, con voz casi
agónica, le detiene) ¡De la otra!
PORTERO.- (dándose cuenta de haber cogido la botella de coñac nacional) ¡Ah, sí! (coge la
otra botella, llena el vaso y se lo ofrece a ENEA)
ENEA.- ¡Qué miedo he pasado! (bebe degustando) ¡Uhm! Es especial de verdad. ¿Qué marca
es? (da un vistazo a la botella) ¡Reserva 30 años! Ya lo decía yo...
PORTERO.- (dándose un golpe en la frente) ¡mierda! Ahora que me acuerdo, le he dejado
escapar delante de mis narices
ENEA.- ¿A quién?
PORTERO.- El ladrón. Me ha pasado por delante, aquí mismo, en el pasillo: fingía que bajaba
del piso superior y me he dejado engañar...
ENEA.- ¿Era uno delgado con las anginas rojas?
PORTERO.- ¿Qué dice?
ENEA.- ¿llevaba un paquete bajo el brazo?
PORTERO.- No, no llevaba nada. De eso estoy seguro: llevaba las manos en los bolsillos... y
bajaba silbando.
ENEA.- (se levanta tambaleándose) Entonces lo ha dejado aquí todo. ¿dónde lo habrá
escondido?
PORTERO.- ¿Qué ha escondido?
ENEA.- (pausa: el tiempo justo para arreglar la metedura de pata) Sus herramientas:
palanquetas, ganzúas, ya sabe...
PORTERO.- ¡Ah, claro! Ahora que pienso: hay que avisar a la policía enseguida.
ENEA.- ¿La policía?
PORTERO.- Sí, para hacer la denuncia
ENEA.- No hace falta... Aparte de que no ha tenido tiempo para llevarse nada
PORTERO.- No es motivo. Además, hay por medio un intento de asesinato. ¿No es nada eso?
(coge el listín telefónico y busca el número)
ENEA.- ¡Pero qué asesinato ni qué ocho cuartos! ¿Qué hace? No lea tanto que se va a cansar (le
cierra el listín) Déjelo estar (evangélica) Perdonemos... Todos podemos equivocarnos alguna
vez... (acelerándose) Perdonemos y no hablemos más (se sirve de beber)
PORTERO.- (admirado y conmovido) ¡Es usted demasiado buena, hermana! ¡Virgen santa, qué
corazón tan grande tiene! ¡Ah, si todos los curas fuesen como usted...!
ENEA.- ¿Los curas?
PORTERO.- Bueno, sí, ya sabe...¡Usted es una santa! Tendría que aprender mi mujer, que en
cambio me pone a parir cada dos minutos... ¿Pero por qué no habré encontrado una mujer así
yo?

Se oyen pasos fuera.

MUJER DEL PORTERO.- (desde fuera) aquí, por este pasillo, hermanas. Una rampa y ya
estamos.
ENEA.- ¿Quién es?
PORTERO.- (va hacia la puerta del fondo) Mi mujer que ha ido a llamar a sus hermanas del
convento.
ENEA.- (dejándose caer sobre una silla) ¿Mis hermanas? ¡Oh, mis hermanas! (vacía el vaso de
un trago y se desmaya de nuevo)
MUJER DEL PORTERO.- (entrando seguida de dos MONJAS) Aquí está.
PORTERO.- (señalando el camino a las MONJAS) Tranquilas, hermanas, no es nada. Sólo es
un pequeño desmayo...
MONJA 1.- (levanta la cabeza de ENEA) ¡Oh, madre! ¿Cómo se siente?... ¿Madre?
MONJA 2.- (coge una botella de la mesa) ¿Pero todavía no ha vuelto en sí?
PORTERO.- Sí, sí, hemos estado hablando hasta ahora. Se ve que la emoción de escuchar que
llegaban...
MONJA 1.- (la abofetea con delicadeza) Madre, responda...
MONJA 2.- Páseme aquel vaso. (sirve de la botella y acerca el vaso a los labios de ENEA )
Beba, madre, le hará bien.
PORTERO.- ¿Madre?... ¡Ah! Es la superiora. ¿Y cómo es que no la he visto nunca antes?
MONJA 1.- Tampoco nosotras la habíamos visto nunca antes.
MONJA 2.- Es nuestra nueva madre superiora: la esperábamos... aunque no tan temprano, sin
embargo.
MONJA 1.- Figúrese: ¡viene de la India!
MUJER DEL PORTERO.- ¿De la India?
MONJA 1.- Sí. ¡Imagínese qué viaje! Y, pobrecita, justo ahora le tenía que suceder una cosa
así...
MONJA 2.- ¿Y quién le ha disparado?
PORTERO.- Un ladrón. Por poco la mata. Y ella, esta santa mujer, no ha querido que
telefonease a la policía... “Perdonemos, perdonemos”, decía... “Todos los hombres pueden
equivocarse” (a su mujer, agresivo) Tendrías que aprender tú, que me gritas siempre. ¿Has
entendido que los hombres “pueden” equivocarse?
MONJA 1.- (levantándole el velo) ¡Qué cara más dulce tiene!
MUJER DEL PORTERO.- Son afortunadas de tener una superiora así. Porque, esa otra que
tenían antes, con todo el respeto...
MONJA 2.- Sólo era un poco severa. Es cierto que, como dice usted, la madre Antonia es tan
buena, el Señor nos ha premiado.
PORTERO.- ¿Madre Antonia? ¿Se llama así?
MONJA 1.- Sí, así nos lo han escrito. Tendría que llegar dentro de 3 meses, por mar...
MONJA 2.- Habrá cogido el avión.

ENEA mueve ligeramente la cabeza.

MONJA 1.- ¡Silencio, está volviendo en sí!


ENEA.- (con tono de sonámbula) Los hindúes, ¿dónde están mis hindúes?
MONJA 1.- ¿Hindúes? ¿Qué dice, madre?
MONJA 2.- Pobrecita, se cree que está todavía en la India.

El PORTERO enciende un cigarrillo.


ENEA.- (agita los brazos manteniendo los ojos cerrados) Espantad, espantad a esa vaca sagrada
que se está comiendo los geranios del jarrón... (pausa, luego un vistoso hipo) ¡Hip!
MONJA 1.- Madre, trate de despertarse... Madre...
ENEA.- ¡Hip!
MONJA 2.- Pobrecita, le ha entrado el hipo.
PORTERO.- A la fuerza: ¡se habrá bebido medio litro de coñac!
MONJA 2.- ¿Y quién se lo ha hecho beber?
MUJER DEL PORTERO.- (petulante, al marido) ¡Este imbécil! ¿Qué te creías, que era una
borrachina como tú? ¿No sabes que las monjas son abstemias?
PORTERO.- (con media sonrisa irónica) Pues no me parecía que lo fuese... Entendía de coñac,
¡y cómo!
MUJER DEL PORTERO.- ¡Cállate, blasfemo! La has emborrachado, pobrecita... (le empuja
bien lejos) Y apaga ese cigarro asqueroso, por favor (el PORTERO va a apagar el cigarro en un
cenicero). ¡No, ahí no, que me lo ensucias! Échalo en esa estufa (el PORTERO tira el cigarro
por la portezuela superior de la estufa. La mujer avanza hacia las monjas) Hay que darle un
café (al marido) Ven abajo para que le prepare uno, atontao... ¡Muévete! ¿Pero dónde tendrás la
cabeza, digo yo? ¡TE la haría reventar! (sale)
PORTERO.- He ahí su sentido del perdón. Lo juro, la próxima vez que nazca, ¡me caso con una
monja! (va hacia la salida y se golpea violentamente la cabeza contra el canto de la puerta)
¡Me cago en...!
MONJAS.- (escandalizadas, previendo la palabrota) ¡¿Qué?!
PORTERO.- Nada, hermanas, nada... Me voy con mi mujer (sale)

ENEA trata de coger de nuevo el vaso

MONJA 1.- No, madre, basta. No beba más, que le hará mal.
ENEA.- (con el clásico despertar de aturdimiento) ¿Eh? ¿Dónde estoy? ¿Quiénes sois?
MONJA 2.- Ha llegado a casa, madre, ¡al convento!
MONJA 1.- Mejor dicho: al edificio donde está el convento.
MONJA 2.- Se había equivocado de puerta, madre.
ENEA.- ¿Ah, sí? (se levanta fingiendo fatiga, ayudada por las MONJAS)
MONJA 2.- Sí, pero todo ha terminado ya. Yo soy sor Lucía, ¿Me recuerda? La he escrito...
MONJA 1.- Yo soy sor Carmela.
ENEA.- Tanto gusto... yo soy... (se tambalea y emite un hipido) ¡Hip!
MONJA 2.- Lo sabemos: usted es la madre Antonia Ranieri.
MONJAS (a coro) ¡Bienvenida a casa, madre!
ENEA.- ¡Gracias hermanas! Pero soltadme, que ya me tengo sola de pie. (abre los brazos como
si estuviese sobre un alambre. Se mantiene en equilibrio con esfuerzo) Sentaos (se apoya en la
mesa) Y bien, ¿cómo os va?
MONJA 2.- Mal, madre. Las cosas, por ahora, no pueden ir peor.
MONJA 1.- Desde que nos quedamos sin superiora nos ha sucedido de todo (casi como una
sentencia del rosario) Los techos y las paredes de las habitaciones de los pacientes están
cediendo... Sabe, la construcción es vieja y la administración no quiere soltar una lira para
arreglar nada. Dice que toca a la secretaría de monumentos históricos.
MONJA 2.- (como la otra) Y los de monumentos dicen que el nuestro no es un edificio
histórico ni artístico.
MONJA 1.- Nos faltan camas, hemos pedido y nos han mandado hamacas y literas triples... Los
pacientes, pobrecitos, se caen siempre de cabeza... y como comprenderá, madre, para los
enfermos de la cabeza no es la mejor forma de curarlos.
ENEA.- (mientras las MONJAS hablan, ENEA, sin hacerse notar, y dando la espalda al
público, se echa de beber) Basta, hermanas, basta: ¡me van a hacer llorar! (se tapa con el velo y
bebe)
MONJA 2.- Y además, madre, ahora, como desde hace un año no pagamos el canon de alquiler,
nos quieren echar a la calle.
ENEA.- En resumen, y hablando claro, con buena picha bien se jode.
MONJAS.- (turbadas) ¿Cómo, madre?
ENEA.- (tranquilizadora) ¡Proverbio hindú!
MONJA 2.- Sí, harían falta un par de millones para tapar sólo los agujeros más grandes.
ENEA.- ¿Un par de millones? (estira el cuello y mira en torno) Mierda, quién sabe dónde lo
habrá metido ése... Si ha salido con las manos en los bolsillos deben estar aquí.
MONJA 2.- ¿Cómo, madre?
ENEA.- Nada, nada (se separa de la mesa y tambaleándose se dirige hacia el centro de la
habitación) Pensaba que, si pudiera... en resumen, que aquí hay dinero, estoy segura, lo siento.
Si consiguiéramos encontrarlo...
MONJA 1.- Pero aunque los encontrásemos, no podríamos tocarlos: no son nuestros.
ENEA.- ¡Son nuestros y de qué manera! Habría que encontrar dónde los ha escondido ese
desgra... (se interrumpe embarazada: luego, convencida de haber dicho una palabrota, estalla
en una sonora exclamación de desagradado) Ooooh... (pausa: comienza a hablar con otro
tono) ¡Si pudiese hablar con los muertos!
MONJAS (a coro) ¿Con los muertos?
ENEA.- (sin darle importancia) Sí, hablo a menudo con los muertos. He aprendido en la India.
(del tubo de la estufa sale una nube de humo) Pero necesitaría a mis amigos hindúes para que
me hiciesen tu-tut.
MONJA 1.- ¿Hacer qué?
ENEA.- Tu-tut-tut... Así.
LADRÓN.- (con voz sofocada desde dentro de la caja fuerte) ¡Ayuda, me quemo! ¡Hermana,
ayuda!
MONJAS.- (mirando alrededor asustadas, sin darse cuenta del humo que sale de la caja fuerte)
¿Qué es eso, virgen santa?
ENEA.- (en absoluto asustada) Habéis oído, ¿verdad?
MONJA 1.- (corriendo a esconderse a la espalda de ENEA) Sí, una voz que pedía auxilio.
MONJA 2.- (lo mismo) Sí, ha dicho: “¡Socorro, me quemo!”
ENEA.- Será una pobre ánima del purgatorio... Oh, hermanas, ya no puedo ni hacer tu-tut, que
me responden enseguida.
MONJA 1.- ¡Recemos, hermana!
ENEA.- ¡Silencio! (con voz transportada) ¿Quién eres, ánima bendita? Habla, ¿me escuchas?
LADRÓN.- (con voz tan sofocada que parece que venga del otro mundo) Sí, te oigo, te oigo...
Pero sacadme de aquí: me estoy prendiendo fuego.
MONJA 2.- Pobrecito, está en el fuego eterno. ¡Quién sabe lo que estará sufriendo!
ENEA.- (a las monjas) Será una pobre ánima del purgatorio. (vuelta al presunto muerto que
habla) Haremos todo lo que sea posible (a las monjas) Habrá que rezar unas cuantas oraciones
por su ala... (al muerto que habla) ¿Cómo te llamas?
LADRÓN.- Armando. Soy yo, Armando: sacadme de aquí que me sofoco... ¡el humo, el humo!
(tose: del tubo, en sincronía con los golpes de tos, salen nubecitas)
MONJA 1.- Ha hablado de humo...
ENEA.- Estará en un horno con el carbón húmedo (de nuevo con la voz transportada, dando
constantemente la espalda a la caja fuerte-estufa) Armando, haremos todo lo que podamos para
sacarte de ahí, pero tú debes ayudarnos. Si sabes dónde están escondidos los billetes, dínoslo.
LADRÓN.- (cada vez más apagado) Sí, sí, os lo digo. ¿Pero no me dejaréis luego aquí tirado?
ENEA.- ¡Oooooooh! Qué ánima más desconfiada... (al muerto que habla) Puedes estar
tranquilo.... dinos, ¿dónde están los billetes?
LADRÓN.- Debajo de la estatua del santo, dentro del nicho. Están todos allí.
ENEA.- ¿Debajo de la estatua? (va a ver) Pero aquí no hay nada... (separa la estatua y descubre
el escondite) ¡Ah, sí, aquí están! ¡Bravo, ánima santa! ¡Bravo!
MONJA 1.- ¡Oh, madre, que dios os bediga!
MONJA 2.- Madre, es el cielo quien os ha enviado

Intentan besarle las manos

ENEA.- ¿Pero qué hacéis, hermanas? ¡Besarme las manos! ¿Estáis locas?
LADRÓN.- ¡Eh, hermanas! Recordad la promesa...
ENEA.- (con aire inspirado) Sí, puedes estar tranquilo... Rezaremos, rezaremos tanto por ti... y
desde este mismo instante. Recemos, hermanas: “Réquiem aeternam dona eis, domine, et lux
perpetua...”

Las MONJAS se unen a la oración mientras abandonan la escena.

LADRÓN.- (con voz destrozada) ¡Me han dejado tirado!

Oscuro.

Cuando regresa la luz un pequeño telón ha bajado sobre el proscenio, para permitir el cambio de
escena. Delante del teloncillo se están ordenando algunos dementes psicopáticos, vestidos con
el clásico pijama gris. Estamos, evidentemente, en el manicomio.

LOCOS.- (recitan en forma descontrolada: trastabillan y dan vueltas en sincronía)


Casi una vez al día, ja, ja, ja
nos dan un electroshock, ja, ja, ja
porque somos psicopáticos, ja, ja, ja
y algunos también neuróticos, ja, ja, ja.

Se diponen en un gran desorden. Uno le da un tortazo enorme a otro sin que éste reaccione. Dos
fingen serrar un banco por la mitad, imitando con la boca el ruido de la inexistente sierra. Otros,
con expresión ausente, observan el trabajo de esos dos. Entra una MONJA que ya conocemos.

MONJA 1.- Venga, venga, chicos. Va a llegar la nueva superiora: enseñadle lo bien que os
portáis. Venga, cada uno a su banco. ¡Venga, vamos!
Cuatro locos salen y entran enseguida llevando dos grandes bancos.

LOCO 3.- Por favor, hermana, acomódese, siéntese aquí (indica el banco que fingía aserrar)
MONJA 1.- No, gracias, querido. Eres muy amable, pero tengo que ir a recibir a la madre
superiora.

Entran dos locos persiguiéndose.

LOCO 1.- Hermana, éste de aquí (indica al loco que le sigue) sigue sacándome la lengua.
MONJA 1.- Bueno, ¿y qué hay de malo? Entiendo que en personas adultas no está muy bien,
pero tampoco hay que ponerse asi.
LOCO 1.- Sí, pero es que lo que hace es tirar de mi lengua con la mano para sacármela, así
(hace el gesto) ¡Y duele!
MONJA 1.- ¡Oh, dios mío! Venga, poneos en fila, a vuestros puestos. Y cantad todos al mismo
tiempo, sin desentonar (mira alrededor) Por cierto, ¿quién os dirige?

Entra el FERETRÓFOBO que viene vestido como un loco más. Camina algo desarticulado y
habla como un imbécil.

FERETRÓFOBO.- Hermana, si no le importa, les dirijo yo


MONJA 1.- ¿Crees que serás capaz? (le observa mejor) Pero tú, ¿de dónde has salido que no te
he visto nunca?

Todos ríen exageradamente

FERETRÓFOBO.- No lo sé ni yo. No hace ni media hora que he subido a un tranvía y, como no


tenía dinero para pagar el billete, me han saltado todos encima como si estuvieran... (breve
pausa) como si estuvieran locos y me han traído aquí: entre los... (breve pausa) que he dicho
antes.
MONJA 1.- ¿Sólo porque no llevabas dinero?
FERETRÓFOBO.- Llevaba 50 liras en billetes en los bolsillos, pero no los he encontrado...
MONJA 1.- ¿Los billetes?
FERETRÓFOBO.- Los bolsillos: me los he dejado olvidados en casa con los pantalones.

Los locos ríen, fuera de tono.

MONJA 1.- Está bien, está bien. Ahora ya llevas pantalones: veremos cómo te las apañas.
FERETRÓFOBO.- (levanta los brazos y observa fijamente a los locos; baja los brazos) Daos la
vuelta: me da vergüenza.

Todos se giran hacia el muro, para luego girarse de lado en cada verso de la canción. La primera
estrofa es cantada por el FERETRÓFOBO; los locos dan la respuesta a base de ¡ja, ja!

Casi una vez al día, ja, ja, ja


nos dan un electroshock, ja, ja, ja
porque somos psicopáticos, ja, ja, ja
y algunos también neuróticos, ja, ja, ja.
y los endocefálicos, ja, ja, ja
hacemos furor en la sociedad, ja, ja, ja
Pero en las últimas elecciones
las monjas del convento
nos hicieron votar,
poniendo una cruz,
con la mano sujeta
cantándonos una historia
y todo por la gloria
de nuestra civilización, ja, ja, ja
Y gracias al conocido método, ja, ja, ja
del condicionamiento, ja, ja, ja
en uso en el convento, ja, ja, ja
hoy más normales somos, ja, ja, ja
Somos siempre psicopáticos,
tarados endocefálicos
pero de los usos corrientes
las normas conocemos;
porque sabio es quien desea
las cosas como están
que es un loco el que se queja
de lo poco que tiene.
ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja
Si quieres descargar los nervios
cuenta unos pocos chistes
sobre unos u otro ministro
sobre curas o sobre mujeres
Di cualquier cosa,
que hay muchos impuestos,
pero sigue trabajando,
ni pensar en hacer huelga,
porque si quieres un aumento, ja, ja, ja
estarás en pecado mortal, ja, ja, ja
harás llorar al Estado, ja, ja, ja
harás llorar a papá, ja, ja, ja
Tú harás llorar a papá, que manda el dinero a Suiza
e impuestos no paga nunca,
financia empresas en el extranjero,
y entonces nos conviene
no lamentarnos más.
Somos neuropsicopáticos, ja, ja, ja
somos tarados psíquicos, ja, ja, ja
por eso estamos contentos, ja, ja, ja
de lo que no tenemos, ja, ja, ja
por eso queremos que se queden, ja, ja, ja
las cosas como están, ja, ja, ja
ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja

FERETRÓFOBO.- (suspira) ¡Oh, madre mía! (sale abatido)

Por el lado opuesto entra ENEA seguida de dos MONJAS y un PROFESOR.

ENEA.- Son muy buenos, estos locos... de verdad, no parecen perturbados.

Los dos LOCOS del banco continúan con su absurdo trabajo

PROFESOR LOCO.- De hecho, es erróneo llamarles perturbados o tarados: lo que les sucede es
que tienen un percepción metafísica de la realidad.
ENEA.- ¿Qué es eso?
PROFESOR LOCO.- Me explicaré con un ejemplo práctico. Mire a esos dos (indica a la
pareja de serradores) Ahora fíjese bien (a un loco) ¡eh, tú, siéntate ahí, en el banco! ¡Ponte
cómodo!
LOCO 4.- ¿Qué te crees, que soy tonto o qué? Como si no lo hubiese visto... ¡Hace ya media
hora que están serrando ese banco!
PROFESOR LOCO.- ¿Alguien quiere sentarse? (todos se giran hacia otro lado, mirándole con
desprecio) ¿Ha visto? Están todos convencidos de que esos dos han serrado de verdad el banco.
El hecho de que tengan o no la sierra no les interesa: es el gesto lo que cuenta. Es decir: el
clásico disociamiento paranoico de la realidad (se sienta en el banco que se parte en dos)

Los LOCOS ríen. El PROFESOR LOCO, sorprendido y fastidiado, se levanta.

MONJA 1.- ¿Se ha hecho daño, profesor?


PROFESOR LOCO.- No, no. No sé cómo ha podido suceder esto.
LOCO 2.- (hace el gesto de serrar) sctcs sctsctsctscts.
PROFESOR LOCO.- A propósito del disociamiento paranoico, madre, si me permite, querría
que presenciara el test más representativo de todos los que he ideado. Fíjese: finjo que tengo un
vaso en la mano, sirvo de una imaginaria botella y le ofrezco la inexistente bebida a uno de mis
pacientes (hace un gesto a uno de los locos que se acerca, el LOCO 5 finge coger el vaso y
beber) Ahora le gritaré al sujeto que la bebida que ha ingerido está envenenada. Ya verá cómo
se comporta realmente como si hubiera ingerido el veneno.
ENEA.- Oh, pobrecito, ¿para qué fastidiarlo así?
PROFESOR LOCO.- Es un experimento científico. (vuelto al LOCO 5 en tono dramático)
¡Pero qué has hecho, desgraciado! ¡Ese vaso estaba lleno de veneno! ( el desgraciado le escupe
en la cara al PROFESOR LOCO una gran cantidad de agua) ¡Mierda! ¿Qué está sucediendo
aquí hoy? ¡Fuera, fuera todos! ¡A vuestros cuartos, al salón a donde queráis! ¡Pero fuera de mi
vista.

Todos los LOCOS salen corriendo

LOCO 2.- (entrando de nuevo y suplicando) Profesor, ¿podemos ir al jardín a hacer el juego de
las naciones?
PROFESOR LOCO.- Haced lo que queráis. Con que no os comáis la hierba ya está bien, que
luego a mediodía no tenéis hambre y me dejáis las piedras en el plato. Madre, con permiso
(hace media vuelta militar, baja la cabeza y sale a paso ce carga )
ENEA.- ¿Pero de verdad les dan de comer piedras?
MONJA 2.- No le haga caso a ése, madre... No es un profesor de verdad.
ENEA.- ¿Ah, no?
MONJA 2.- No. Es otro loco, un enfermo como los demás. Tiene, por decirlo así, el hobby de
hacerse pasar por profesor. los médicos le dejan porque en el fondo es útil y además nos
ahorramos un sueldo.
ENEA.- ¿Pero no es peligroso?
MONJA 2.- Bueno, de vez en cuando consigue atrapar a algún paranoico y a escondidas se lo
lleva arriba y le hace una trepanación del cráneo, pero nada grave.
ENEA.- ¿Cómo que nada grave?
MONJA 2.- Sí, el resultado es el mismo que cuando opera el médico habitual. Nadie notaría la
diferencia.

Las MONJAS salen llevándose las dos partes del banco serrado. sube el teloncillo y aparece un
claustro con sus columnas. Se oyen voces que provienen de fuera: son los LOCOS de antes.

LOCO 1.- (desde fuera) ¡No, Polonia me la había pedido yo!


LOCO 2.- (desde fuera) ¿Quién me ha cogido Francia?
LOCO 3.- (desde fuera) Queda libre Italia.
LOCO 4.- (desde fuera) ¿Nadie quiere Italia?
LOCO 5.- (desde fuera) ¡Fuera las manos de Cuba!

Una MONJA entra y avanza hacia el fondo, donde se oyen las voces.
MONJA 1.- ¡Pero por favor! ¿Es posible que cada vez que juguéis a este juego de las naciones
acabéis pegándoos?
ENEA.- ¿Qué clase de juego es?
MONJA 1.- (entrando) ¿Cómo, madre? ¿De pequeña no ha jugado nunca al juego de las
naciones?
ENEA.- Ah, sí, ese en el que se hacen círculos en el suelo y luego nos metemos dentro...
MONJA 1.- ¡Justo! Sólo que aquí lo juegan con una tal pasión, un apasionamiento...

Entra un demente con una máscara grotesca que recuerda un león, un gran casco rodeado de
banderas y banderines y delante los tres leones de los Tudor: todo se asemeja a las divinidades
guerreras del teatro chino pero en forma clownesca, con exageraciones típicas de la Comedia
dell’Arte. Le siguen, o mejor dicho, le persiguen, dándole caza, otras dos máscaras
representando Alemania (casco con punta) y Francia (una extraña mezcla entre De Gaulle y
Pierrot: cruz de Lorena, bandera y coronas sin fin). Avanzan saltando rítmicamente, pirueteando
casi en una danza.

ENEA.- ¡Qué máscaras tan bonitas!


MONJA 2.- Se las han hecho ellos solitos... y todo lo demás también.
LOCO INGLATERRA.- Hermana, hermana, Alemania y Francia me hacen el vacío: no me
dejan entrar en su círculo...
LOCO ALEMANIA.- Por fuerza: éramos ya cinco en el Eurocírculo y si entra Inglaterra no
cabemos.
LOCO ITALIA.- (apareciendo con un gran salto de Arlequín) ¡Bien dicho! (hace una media
pirueta que hacen ondear las banderas colocados sobre su espalda)
LOCO INGLATERRA.- ¡Y por qué no echáis fuera a Italia, que no hace nada?
LOCO ITALIA.- ¿Cómo que no hago nada? Me gustaría saber quién te ha dado vela en este
entiero...
MONJA 1.- Venga, venga, empezad de nuevo.
LOCO ITALIA.- He dicho que quiero saber...
MONJA 2.- (elevando poco a poco el tono de voz) ¡Venga! A empezar de nuevo...
LOCO ITALIA.- Ahora quiero saber...
MONJA 2.- ¡Empezad a formar los bloques...
LOCO ITALIA.- (con voz histérica) ¡Quiero sab...!
MONJA 2.- ¡Y daré la señal de salida! ¡Adelante!
LOCO ITALIA.- ¡Ahora ya no quiero saber nada, hala! (dala espalda al público, enrabietado)
LOCO INGLATERRA.- Si no me dejan entrar en el Eurocírculo, no quiero jugar.
MONJA 1.- Haced una cosa: que decida Estados Unidos
LOCO ESTADOS UNIDOS.- (entrando a la manera de los bateadores de béisbol) Yo digo que
, a mi parecer, Inglaterra no se equivoca del todo.

Entra a paso de samba el LOCO CUBA.

LOCO ITALIA.- (lloriqueando) ¡Estados Unidos tiene toda la razón! (levanta los brazos y
grita) ¡Qué razón tiene Estados Unidos! (sube de un salto a un pequeño palco que hay en
escena) Hace poco estaba yo diciendo a Estados Unidos tenía razón: antes incluso de que
Estados Unidos decidiese tener razón, en cuanto lo he leído en el “Osservatore romano”, me he
dicho: ¡qué razón tiene Estados Unidos! Inglaterra no se equivoca del todo (indica a los LOCOS
ALEMANIA y FRANCIA) Son esos los que no tienen...
LOCO ALEMANIA.- ¿Yo también?
LOCO ITALIA.- Perdón. Salvo a Alemania y a Francia. Y a Luxemburgo, Bélgica, Dinamarca,
Holanda... La culpa es de Polonia.
LOCO ESTADOS UNIDOS.- ¿Y qué tiene que ver Polonia en esto?
LOCO ITALIA.- Es verdad. Polonia no tiene nada que ver... Ha sido Cuba.
LOCO ESTADOS UNIDOS.- (dándole una patada a la máscara que representa Cuba) ¿Ah,
con que has sido tú?
LOCO CUBA.- ¡Hermana, Estados Unidos me ha dado una patada!
LOCO ESTADOS UNIDOS.- ¿Yo?
LOCO ITALIA.- Iiiiiiih, ¡Qué mentiroso! Lo he visto con mis propios ojos: Cuba se ha dado la
patada ella sola, así (con un salto se las apaña para darse una patada a sí mismo en el culo) ¡Y
se ha hecho un daño!
LOCO ESTADOS UNIDOS.- (de niño mentiroso) Yo estaba hablando con Francia...
LOCO CHINA.- (entra saltando sobre sus piernas desencajadas) No, yo le he visto... Le ha
dado una patada a Cuba y también una cuchillada.

Todos dan vueltas en sincronía con los tropezones del recién llegado.

LOCO ESTADOS UNIDOS.- (voz nasal clownesca) ¿Quién es ese?


LOCO CHINA.- Soy China
LOCO ESTADOS UNIDOS.- ¿China?
LOCO ITALIA.- ¡Ja, ja, China!
LOCO ESTADOS UNIDOS.- ¿Pero quién te conoce a ti?
LOCO ITALIA.- (en tono vulgar, grosero) ¿Pero quién conoce China? ¡China no existe! ¡China
es un invento de Albania para hacer rabiar a la URSS!

Todos los locos ríen dando grandes saltos por la escena y gritan palabras incomprensibles.

MONJA 1.- (tratando de poner orden) ¡Basta! ¡Venga, muchachos! Volved a empezar el juego
sin regañar. ¡Venga! A formar de nuevo.

Saltando siempre como marionetas salen todos menos la máscara que representa Italia.

ENEA.- Venga, Italia, obedece: vete fuera tú también y deja de lloriquear. ¡Por Dios, siempre
dando la razón a todos. ¡Un poco de coraje, Italia!
FERETRÓFOBO.- (quitándose la máscara) Justo a mí me vienes a hablar de coraje, que para
entrar aquí dentro casi me matan.
ENEA.- (sorprendida y feliz) ¿Eres tú? ¡hola! ¿Pero cómo has hecho para entrar aquí?
FERETRÓFOBO.- ¿Que cómo he hecho? He tenido que escalar un muro de 4 metros, que casi
me rompo un pie haciéndolo, y he tenido que dejar que me pongan este traje de paranoico,
medio Arlequín, medio Pulcinella (fuera de tono) ¡No lo quería ninguno, jo!
LOCO CUBA.- (entrando seguido del LOCO ALEMANIA) Hermana, los Estados Unidos han
elegido un senador que quiere tirar una bomba atómica sobre Vietnam.

Los dos se persiguen con pasos breves y veloces. Entran las dos MONJAS.

MONJA 1.- ¡Aquí estáis! ¡Otra vez igual!


LOCO ALEMANIA.- Pero también Rusia ha escondido un montón en el jardín.
MONJA 2.- ¡No, chicos! He dicho que se juega sin bombas. Si no, acabamos ya.

Las máscaras salen, con las dos MONJAS les siguen andando a la manera de los LOCOS.

ENEA.- ¿Pero cómo ha adivinado que estaba aquí?


FERETRÓFOBO.- Bueno, un poco por intuición. He esperado un día, dos días y luego, viendo
que no regresaba, me he dicho: ¡a que se ha hecho encerrar con las monjas!

Entran otros dos LOCOS: FRANCIA y CHINA. Hacen piruetas, se hacen cucamonas, se
abrazan. Salen como enamorados.

ENEA.- Pero fíjate, China y Francia... ¡Quién lo iba a decir!


FERETRÓFOBO.- (minimiza irónico) ¡Están haciendo una comedia (con otro tono) A lo que
vamos, ¿el dinero?
ENEA.- (tras una pausa, bajando los ojos temerosa) Se lo he dado a las monjas.
FERETRÓFOBO.- (fuera de sí) ¿A las monjas? ¿Dos millones a las monjas?
ENEA.- (hermanita de la caridad) Claro, pobrecitas, tenían el techo a punto de caerse, los locos
cayéndose de cabeza de las hamacas...
FERETRÓFOBO.- (alterado, ansioso) ¿Y los documentos? ¡No le habrás dado a las monjas
también los documentos!
ENEA.- (sonríe plácidamente) No, he hecho lo que me has dicho. He hecho las extorsiones que
me dijiste.
FERETRÓFOBO.- ¿Qué extorsiones?
ENEA.- (alumna aplicada) He hecho una copia, le he metido una nota que decía “Si dentro de
una semana no nos hace llegar equis dinero, los siguientes documentos caerán en manos de
todos los periódicos nacionales y extranjeros, y luego a la justicia”.
FERETRÓFOBO.- (entusiasta) ¡Ah, has tenido una idea maravillosa! Crear el centro de
operaciones aquí, en medio de las monjas: nadie sospechará nunca de dónde viene la historia.
Ahora hace falta pensar en la manera de manejar ese dinero.
MONJA 1.- (entra con una tarjeta de visita que entrega a ENEA. El FERETRÓFOBO se separa
un poco) Madre, hay un señor ahí afuera, un tipo raro, con un sombrero hongo. Me ha dado esta
tarjeta de visita y me ha dicho: “ Diga a la madre Ranieri que algo huele a podrido en
Dinamarca, que está aquí con las barbas en remojo, antes de que se regale el caballo”. Me
parece que hay que internarle...
ENEA.- No te preocupes. Vuelve allí y le dices: “Quien a buen árbol se arrima viene un perro y
se le orina”
MONJA 1.- ¿Cómo, madre?
ENEA.- (perentoria) Haz lo que te digo, obedece... que la madre soy yo. Y dile también que
estaré con él en unos minutos.
MONJA 1.- Está bien, madre (sale)
FERETRÓFOBO.- (que ha asistido al diálogo sobresaltándose a cada frase) “Quien a buen
árbol se arrima ponga sus barbas a remojar” ¿Pero qué discurso es ese?
ENEA.- (agitando la tarjeta de visita) Estamos en el buen camino: el primer pez ha picado el
anzuelo y creo que es un pez gordo. (le da la tarjeta)
FERETRÓFOBO.- (leyendo atónito) “Honorable Señor... “¿Él? ¡Ha venido él en persona!
ENEA.- ¡Sí, el Honorable Señor! ¿No es ése que se ha hecho entregar por el Estado, casi gratis,
una nave seminueva para desmantelar y luego, en lugar de desmantelarla, se la ha revendido al
Gobierno de Brasil como nueva?
FERETRÓFOBO.- Sí, es él. (cambiando de tono) ¡Mierda! Pero entonces han descubierto de
dónde viene la historia.
ENEA.- ¡Pero qué dices! Soy yo la que le he dicho que tenía que traer el dinero al convento:
tres millones para beneficencia. Un óbolo por la gracia recibida.
FERETRÓFOBO.- Un óbolo de tres millones? ¡Menudo óbolo!
ENEA.- Y le he dicho la contraseña con la que tenía que dirigirse a la madre Antonia Ranieri.
FERETRÓFOBO.- ¿Qué contraseña?
ENEA.- LA que has escuchado al principio: “lo podrido en Dinamarca, las barbas en remojo,
etc.” Respuesta: “Quien a buen árbol se arrima viene un perro y se le orina”
FERETRÓFOBO.- (divertido) ¿“Quien a buen árbol se arrima viene u perro y se le orina”?
ENEA.- Ahora sé bueno y quédate aquí. Espérame que voy allá, cojo el dinero y te lo traigo.
FERETRÓFOBO.- (reteniéndola por un brazo) ¡Ni en sueños! Tú de aquí no te mueves: con
esta gente no se bromea. No es el tipo de gente con el que las cosas son fáciles. Voy yo. No le
he visto nunca, pero si lleva un sombrero hongo no me será difícil reconocerle.
ENEA.- ¡Estás tonto! El dinero sólo puede dárselo a la madre Antonia Ranieri y, hasta que se
demuestre lo contrario, la madre Antonia Ranieri soy yo.
FERETRÓFOBO.- ¡No! Desde este momento, para él, la madre Antonia Ranieri seré yo.
ENEA.- ¿Tú? No entiendo.
FERETRÓFOBO.- Ya lo entenderás.
Durante la última parte del diálogo han entrado los LOCOS todavía con las máscaras que,
saltando como siempre, han formado un círculo. Cuando ENEA ha terminado su parte, simulan
la explosión de una bomba atómica. El FERETRÓFOBO se ha puesto la máscara y vuelve a su
personaje.

LOCO ITALIA.- ¡Una bomba! ¡Han hecho explotar una bomba!


MONJA 1.- ¿Quién ha sido?
LOCOS.- (a coro) ¡Yo no! ¡Yo no!

Huyen por toda la escena saltando y haciendo piruetas como endemoniados. En mitad del follón
entra decidida y autoritaria una monja que no habíamos visto hasta ahora.

MADRE SUPERIORA.- ¿Qué es todo esto? ¡Orden, orden! ¡Fuera de aquí todos! ¿Qué es este
manicomio?
ENEA.- (imperturbable) Un manicomio
MADRE SUPERIORA.- ¡Pues a partir de ahora las cosas cambiarán! Venga, todos fuera de
aquí, a vuestras habitaciones... Y vosotras, hermanas, venid enseguida a mi despacho. ¿Dónde
está mi despacho?
MONJA 1.- Eh, depacio, hermana, ¿Qué pretende?
MONJA 2.- ¿De dónde ha salido esa?
MADRE SUPERIORA.- No soy hermana, sino madre: vuestra madre superiorar.
MONJA 1.- ¿Cómo? ¿Nos la han cambiado otra vez?
MONJA 2.- Nosotras ya tenemos una
MADRE SUPERIORA.- ¿Quién es?
MONJA 2.- ¡Ella! (señalan ambas a ENEA) Madre Antonia Ranieri
MADRE SUPERIORA.- A ver, no digamos tonterías... Madre Antonia Ranieri soy yo.
MONJA 2.- ¿Usted?
MADRE SUPERIORA.- Por supuesto.
ENEA.- (esforzándose por aparecer tranquila) ¡Vaya! Fíjate qué casualidad: dos Antonias.
MADRE SUPERIORA.- Hermana, ¿Cómo se ha permitido apropiarse de mi puesto y de mi
nombre?
ENEA.- (cándida) ¿Yo? Mire que usted se equivoca... Yo no me apropiado ni del nombre ni del
puesto de nadie: me lo han dado. De todos modos, si usted lo quiere, se lo puede quedar todito,
que yo me voy a mi casa y adiós muy buenas. (hace ademán de salir)
MONJA 1.- (deteniéndola) No, madre, no debe ser tan permisiva.
ENEA.- No, yo me voy a mi casa: ya estoy nerviosa. Me ha puesto de los nervios, y cómo me
ha puesto... (la MONJA 1 la empuja dulcemente contra la MADRE SUPERIORA, animándola
con la mirada. ENEA está indecisa, pero se anima finalmente) ¡Está bien! Mitad para cada una
y no se hable más.
MADRE SUPERIORA.- ¿Mitad para cada una dice?
MONJA 2.- ¡No se hacen mitades de nada! Nosotras no reconocemos otra madre superiora más
que ella (se acerca a ENEA haciéndole de escudo)
MONJA 1.- ¡Eso! (imita a la otra)
MONJA 2.- (mirando con acritud a la MADRE SUPERIORA) Por cuanto sabemos, esta
hermana puede ser una suplantadora.
MONJA 1.- ¿Y quién dice que no lo sea de verdad?
FERETRÓFOBO.- Sí, sí, se ve perfectamente que suplanta. ¡Uuuuh, como suplanta!
(aprovecha la situación de confusión para salir)
MADRE SUPERIORA.- (levantando el cuello, majestuosa) ¡Cállense! Y, para terminar con la
discusión, les pido que den un vistazo a mis documentos (saca un bolso) Aquí está la carta de
presentación de nuestra madre general y éste es mi pasaporte.
ENEA.- Veamos, veamos este pasaporte (aferra todo el paquete) sin embargo, aquí, las
hermanas, la esperaban dentro de 3 meses. ¿Cómo es que ha llegado antes?
MADRE SUPERIORA.- He cogido el avión.
ENEA.- Eh, no, eso del avión lo he dicho yo antes, no vale.

Entran los dos agentes de policía y el COMISARIO que ya conocemos.

COMISARIO.- (a los agentes) Tú bloquea esa salida y tu ponte allí, que no salga nadie.

ENEA reconoce al COMISARIO y hace de todo para pasar inadvertida.

MADRE SUPERIORA.- ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren?


COMISARIO.- Soy un comisario, hermana. Estábamos trayendo aquí al director del
camposanto, que se ha vuelto loco, para ver si se podía tratar, cuando el portero nos ha dicho
que un ladrón había disparado a una monja. Nos ha acompañado a la oficina de ahí arriba y en
una caja fuerte trucada hemos encontrado al ladrón medio asfixiado quien, apenas ha salido, se
ha puesto a gritar que el dinero y los documentos los había cogido una de ellas.
MONJA 1.- Sí, es verdad, hemos sido nosotras, pero no se trata de un robo, ha sido un ánima
del purgatorio la que nos lo ha hecho encontrar, gracias a la intercesión de nuestra madre
superiora.

El COMISARIO se da cuenta de la presencia de ENEA, que está un poco aparte. Se queda


perplejo durante unos segundos.

MADRE SUPERIORA.- Es mentira, comisario. La madre superiora soy yo.


COMISARIO.- ¿Así que ha sido usted la que ha cogido el dinero?
MONJAS.- (a coro) No, lo hemos cogido nosotras, comisario.

El COMISARIO vuelve a mirar a ENEA, que no sabe dónde mirar.

COMISARIO.- (a ENEA) ¿Sabe, hermana? Cuanto más la miro, más me parece haberla visto en
algún sitio.
ENEA.- (con voz ligeramente alterada, fingiendo indiferencia) ¡Bueno! Quizá en la india... ¿Ha
estado usted en la India?
COMISARIO.- Sí, he estado tres años allí.
ENEA.- (obvia) Entonces es allí donde nos hemos visto (dirigiéndose victoriosa a la MADRE
SUPERIORA) ¿Ha oído, eh? Y no me creía: hasta el comisario me ha reconocido... la auténtica
madre superiora soy yo.
COMISARIO.- (tras un momento de reflexión) No, es imposible que podamos habernos visto,
madre. Estoy hablando de hace muchos años: usted no era más que una niña.
ENEA.- Sí, era una monja niña.madre superiora.
MADRE SUPERIORA.- Pero comisario, ¿no se da cuenta de las tonterías que está diciendo
ésta?
MONJAS.- (al unísono, dirigiéndose hacia la MADRE SUPERIORA) No se le dice “ésta” a una
madre superiora.
COMISARIO.- (que se encuentra en mitad de los contendientes) Pero hermans, por favor...
MADRE SUPERIORA.- Ya he dicho que la madre superiora soy yo. Es una ladrona. ¡Arréstela!
MONJAS.- (como antes) ¡No!
COMISARIO.- Vamos a ver. Sé perfectamente lo que debo hacer. (a las MONJAS y a la
MADRE SUPERIORA) Colóquense ahí, por favor (a ENEA) Y usted déjeme ver sus
documentos
ENEA.- Aquí tengo el pasaporte. (le entrega el documento que había recibido de la MADRE
SUPERIORA)
COMISARIO.- Estupendo. (leyendo) Hermana Antonia Ranieri... nacida en... de y de... Bien,
me parece que está en orden. (breve pausa) De todas formas, la fotografía es un tanto extraña:
no se le paree en nada.
ENEA.- (mujer de mundo) ¿Verdad? Nada de nada... Me alegra que también usted se haya dado
cuenta... Me la han hecho en la India... Es inútil, siempre lo he dicho: los hindúes serán buenos
en todo, pero para la fotografía son negados... Sobre todo porque insisten en sacar fotos sin
máquina fotográfica... ¡A mano las hacen! (mima la toma de una foto) ¡clic! Así: ¡clic!
(pedagógica) artesanía local.
COMISARIO.- (revolviéndose de mal humor) ¿Pero quiere dejar de decir tonterías? Esta es la
foto de la monja que está allí. Y ahora que la veo bien, me estoy dando cuenta de dónde y
cuándo la he visto (atraviesa la escena) Tenga, madre, su pasaporte.
MADRE SUPERIORA.- Oh, gracias.
COMISARIO.- Y perdone por las molestias que le hemos causado. (volviendo a ENEA) Dos
minutos: una pequeña conversación con esta vieja conocida mía y luego solucionamos todo (lo
piensa mejor, se detiene en mitad de la estancia y le susurra algo a uno de los agentes)
MADRE SUPERIORA.- Sin duda, comisario. Y ahora, hermanas, ¿os molesta enseñarme
dónde está mi despacho?
MONJAS.- (a ENEA) Madre, rezaremos por usted (se dirigen a la salida)
ENEA.- Sí, sí, porque me hace una falta...
MONJAS.- (a coro, como musitando una oración) La culpa es toda de esa suplantadora que ha
cogido el avión para venir.

Se forma una especie de procesión con la MADRE SUPERIORA a la cabeza, los dos
POLICÍAS y las MONJAS.

POLICIAS.- (transformados en orantes parroquiales) Paciencia, hermanas...


MONJAS.- Sí, paciencia.

Salen. ENEA se pone a la cola de la procesión intentando escaquearse sin que la vean pero,
justo cuando se cree ya a salvo, el COMISARIO la detiene sujetándola por un brazo.

COMISARIO.- Entonces, ¿Es una manía tuya esto de se una transformista?


ENEA.- ¿Cómo?
COMISARIO.- ¡Venga, venga, deja ya la comedia! Antes te transformaste de enterradora en
prostituta; y ahora te encuentro vestida de monja.
ENEA.- (hierática) ¡Comisario, me he redimido!

El COMISARIO se la lleva fuera de escena. Vuelven a entrar los dos POLICIAS caminando
uno junto al otro, aun en el tono místico de cuando se han ido en procesión. Se encuentran con
el Honorable Señor chantajeado procedente del otro lado.

CHANTAJEADO.- Perdonen: ¿la madre Antonia Ranieri, por favor?


POLICIAS.- (a coro, señalando fuera de la escena) ¡Allí está! (llamando) ¡Madre!
MADRE SUPERIORA.- (fuera de escena) ¿Qué sucede?
POLICIAS.- (a coro) Madre, hay un señor que le busca.

Salen

MADRE SUPERIORA.- (entrando) ¿Qué desea?


CHANTAJEADO.- Perdóneme, madre, pero no puedo esperar.
MADRE SUPERIORA.- Por favor, no pasa nada. Digame, ¿en qué puedo ayudarle?
CHANTAJEADO.- (mirando alrededor con circunspección) ¡Estoy aquí con las barbas en
remojo...
MADRE SUPERIORA.- ¿Cómo?
CHANTAJEADO.-(tras haber verificado que nadie está escuchando en los alrededores) Algo
huele a podrido en Dinamarca
MADRE SUPERIORA.- ¿En Dinamarca?
CHANTAJEADO.- (perplejo) Sí, ¿por qué? ¿No era en Dinamarca?
MADRE SUPERIORA.- ¿El qué?
CHANTAJEADO.- el olor a podrido. La frase para hacerme reconocer. Me la he aprendido de
memoria (otra mirada alrededor) Quien a buen árbol se arrima viene un perro y se le orina.
MADRE SUPERIORA.- (molesta y atónita al mismo tiempo) ¿Pero qué está diciendo?
CHANTAJEADO.-(tras una breve pausa y mirándola con sospecha) ¿Pero usted es la madre
Antonia Ranieri?
MADRE SUPERIORA.- Sí, soy yo.
CHANTAJEADO.- (resentido) ¿Entonces por qué no me da la contraseña?
MADRE SUPERIORA.- ¿Qué contraseña?
CHANTAJEADO.- Ya se lo he dicho: Quien a buen árbol se arrima viene un perro y se le orina.
(nervioso perdido) ¿Quiere pasarse de lista conmigo, eh? Yo no tengo tiempo que perder (saca
una tarjeta) Esta es mi tarjeta de visita (saca de la bolsa un fajo de billetes) Y aquí están los 3
millones por la gracia recibida. Ahora me da el contrato de la nave de Brasil y no se hable más.
MADRE SUPERIORA.- (convencida de estar hablando con un loco, con mucha dulzura) Ah,
sí, la nave de Brasil... Ya, claro... Por favor, siéntese. (le obliga a sentarse en un banco) ¿Pero
ha venido usted solo? (mira alrededor y va hacia un lado; bate palmas para llamar la atención
de la monja que está allí)
CHANTAJEADO.- ¿Solo?
MADRE SUPERIORA.- Sí, quiero decir, ¿no ha pasado por ingreso?
CHANTAJEADO.- ¿Por ingreso? ¿Pero qué dice, madre?
MADRE SUPERIORA.- (a las MONJAS que entran en ese momento corriendo) ¡Hermanas!
¿cómo es que no hay nadie en ingresos? ¿Dónde está el profesor?
PROFESOR LOCO.- (entrando) ¡Aquí estoy, siempre presente!
MADRE SUPERIORA.- (le va al encuentro y le habla en voz baja, molesta) Pero profesor,
¿ahora me deja circular a los locos solos por todas partes? (volviendo hacia el CHANTAJEADO,
con tono suave) Por favor, acomódese. las hermanas le darán su nave, con los marineros, el
mástil y los pendones, toda iluminada.
CHANTAJEADO.- (se levanta del banco, se coloca preocupado en mitad de la escena) ¿Qué
pendón? ¡oiga, madre, no hagamos bromitas!
MONJAS.- (al unísono) ¿Pero quién bromea?

Le cogen dulcemente por los brazos y se lo llevan aparte.

PROFESOR LOCO.- (a la MADRE SUPERIORA, en voz baja, exaltado) Me preocupa, pero


creo que, a ése habría que hacerle enseguida una trepanación.
MADRE SUPERIORA.- No creo...
PROFESOR LOCO.- (afirmando con la cabeza) Sí, una pequeñita...
MADRE SUPERIORA.- Bueno, pregúnteselo al médico.
MONJAS.- (se llevan al CHANTAJEADO hacia el PROFESOR LOCO que lo espera con la
camisa de fuerza preparada) Venga, venga, póngase cómodo (le ponen la camisa de fuerza)
CHANTAJEADO.- ¡Eh!, ¿qué hacen?... Déjenme en paz... ¡Socorro!

Las MONJAS se lo llevan. El PROFESOR LOCO, para inmovilizarlo definitivamente, se le


monta a caballito.

COMISARIO.- (entrando a la carrera) ¿Qué sucede?


MADRE SUPERIORA.- (con indiferencia) Nada, un pobre disminuido.
COMISARIO.- (señala el fajo de billetes de manos de la MADRE SUPERIORA) ¡Ah, lo ha
encontrado! ¿Son los billetes que estaban en la caja fuerte? (alarga una mano para que se le
entreguen los billetes: la MADRE SUPERIORA los aprieta contra el pecho)
MADRE SUPERIORA.- No, me los ha dado ese pobrecito. Quería que le vendiese una nave
brasileña con marineros, pendones, banderas, etc. ¡A qué cosas conduce la locura! Se ha
presentado hablándome de lo podrido en Dinamarca, de barbas a remojar, de arrimarse a un
árbol... (llamando hacia fuera) ¡Hermana! (de nuevo al COMISARIO) En fin, ya que está usted
aquí, hágame el favor de restituirlo a sus parientes (le da el fajo) Así me evita tener que ir a la
comisaría. ¡Ah! aquí está su tarjeta de visita (le da una ojeada antes de dárselo) Fíjese, qué gran
señor... ¡Cómo estará la familia! Con permiso (sale)
COMISARIO.- Por favor, madre, haga. (va a sentarse en el centro de la escena)

Del fondo entra, travestido de monja, el FERETRÓFOBO, con el fajo de documentos bajo el
brazo. En un primer momento no hace caso del COMISARIO. Le sobrepasa y vuelve hacia
atrás. El COMISARIO se pone distraídamente el sombrero hongo que había perdido el
chantajeado. El FERETRÓFOBO, entonces, se le acerca con una sonrisa espléndida.

FERETRÓFOBO.- ¡Buenos días!


COMISARIO.- (levantando apenas los ojos del fajo de billetes que está contando) Buenos días,
hermana.
FERETRÓFOBO.- No soy hermana, sino madre: Madre Antonia Ranieri... Antonia...
COMISARIO.- (poniéndose de pie de repente, más que sorprendido) ¿Usted también?
FERETRÓFOBO.- ¿Por qué, usted también se llama Antonia?
COMISARIO.- No, claro que no... (agita involuntariamente delante de sus ojos la tarjeta de
visita)
FERETRÓFOBO.- (arranca la tarjeta de manos del COMISARIO: la lee) Coincide todo
(aludiendo al fajo de dinero) Perdone, ¿están los 3 millones justos?
COMISARIO.- Bueno, no lo sé...
FERETRÓFOBO.- No tiene importancia, me fío (intenta coger el dinero)
COMISARIO.- (alejándose) No, perdone.
FERETRÓFOBO.- Entiendo, no se fía. Y tiene razón: primero las presentaciones. De acuerdo,
hagamos las cosas bien. ¿Quiere que empiece yo? Como quiera. Si prefiera empezar usted...
Pero quizá sea mejor que empiece yo... Espere un momento que me acuerde... ¡Ah, sí! los
árboles se arriman... no, no, espere... quien a buen árbol se arrima viene un perro y se le orina
(ríe cómplice y satisfecho) ¿Perfecto, no? Ahora le toca a usted. Me tiene que contestar (le
levanta y le hace colocarse en su lugar)
COMISARIO.- ¿Qué?
FERETRÓFOBO.- (le mira convenido de que no recuerda y para ayudarle se pone a hacer
gestos de olor a podrido) ¡Uuuuh! ¡Qué asco, ¿eh?! (continúa con los gestos pero al ver que no
consigue nada cambia de tono ) Poca hay memoria, eh? “Algo huele a podrido en Dinamarca”.
COMISARIO.- (aterrorizado) ¿A podrido?
FERETRÓFOBO.- (tras una breve reflexión) A decir verdad no recuerdo si era a podrido o a
letrina (ríe campechano) Pero no creo que sea el caso de andar con sutilezas, ¿no?
COMISARIO.- ¿Sutilezas?
FERETRÓFOBO.- Estamos hablando de una cosa ya de por sí desagradable, que es un olor
repugnante, ¿y usted pretende conocer el origen del mismo? ¡Ah, no! esto es excesivo.
COMISARIO.- No, no, mire, madre, yo no pretendo nada.
FERETRÓFOBO.- ¡Faltaría más! Aparte que, sobre las frases convenidas no se discute nunca...
COMISARIO.- Pero madre, ¿de qué estamos hablando? ¿A qué frase convenida se refiere?
FERETRÓFOBO.- Entonces quiere dar rodeos, ¿Eh? Pues mire, casi vamos a cambiar el
discurso porque no me fío de usted. Dígamelo a la cara, lo prefiero. Lo acepto, ¿sabe? Soy una
monja de mundo... (entra el CHANTAJEADO en una silla de ruedas que empuja el PROFESOR
LOCO: va amordazado y atado de pies y manos. Querría pedir ayuda pero no le sale más que
un gruñido grotesco. Atraviesa la escena y salen por el lado opuesto. El FERETRÓFOBO y el
COMISARIO le dan apenas un vistazo pero luego vuelven a lo suyo) ¡Basta con las discusiones!
Deme los tres millones y aquí tiene el contrato de su nave.
COMISARIO.- (abriendo los ojos de par en par) ¿Otra nave?
FERETRÓFOBO.- No, hombre, misma de siempre.
COMISARIO.- ¿Brasileña?
FERETRÓFOBO.- Brasileña.
COMISARIO.-(convencido de estar delante de una monja que se ha vuelto loca) ¿Con
marineros, pendones, banderas...?
FERETRÓFOBO.- (primero con perplejidad pero luego sonriendo) Entiendo, lo está pensando
y trata de cogerme para que me caiga con todo el equipo, ¿Eh? (le coge por el cuello de la
camisa y le levanta por el aire) Pero si te crees que te voy a dar el contrato gratis, ya puedes
írtelo quitando de la cabeza. (le da un golpe en la frente tras soltarle)
COMISARIO.- ¡Pero madre, por favor!
FERETRÓFOBO.- (vuelve a agarrarlo por el cuello y lo agita como si fuera una marioneta)
¡Ni por favor ni leches! ¡Sinvergüenza de mierda!
COMISARIO.- ¡Madre!
FERETRÓFOBO.- (de un empujón lo proyecta por los aires y le hace caer de rodillas) ¡Voy a
hacer que te pudras en la cárcel! Y haré públicas todas las porquerías que has hecho: las estafas
que has hecho en bolsa con los valores hinchados, los líos de la aduana. Aquí están todos los
documentos y, si los quieres, ya puedes soltar 300 millones, ni un céntimo menos. ( vuelve a
entrar el CHANTAJEADO en la silla de ruedas, empujado por el PROFESOR LOCO: los dos
atraviesan la escena y desaparecen por el lado opuesto. El COMISARIO aprovecha el momento
para liberarse mientras el otro ríe) Y no trates de revolverte porque te meto un soplamocos...
(oye pasos procedentes de la izquierda) Vaya, viene alguien (le agarra y le obliga a bailar con
él)

Entra la MADRE SUPERIORA que se queda petrificada y luego estalla en un grito


escandalizado.

MADRE SUPERIORA.- ¡Hermana! ¡Hermana! ¿Pero qué hace?


FERETRÓFOBO.- (con voz de falsete) ¡Me ha invitado!
MADRE SUPERIORA.- (cada vez más escandalizada) ¡Pero usted, comisario! (va hacia el
fondo tapándose el rostro con las manos)
COMISARIO.- ¡Madre! ¡Madre! Yo no... (trata de liberarse)
MADRE SUPERIORA.- ¡Por favor, déjeme en paz! (sale indignada)
COMISARIO.- ¡Madre, socorro! (se libera, pero el otro le vuelve a atrapar y, con una llave de
lucha libre, lo voltea sobre la espalda y le manda al suelo)
ENEA.- (entrando por el fondo) ¿Pero qué sucede? ¡Hermana, deje al comisario! (se da cuenta
de que la hermana es el FERETRÓFOBO) ¡dios mío!
COMISARIO.- ¿Pero quién es esta energúmena que me está agrediendo?
FERETRÓFOBO.- (a ENEA) ¿Es un comisario?
COMISARIO.- ¡Pues sí!
FERETRÓFOBO.- ¡Oh, dios mío, qué gafe! (hace una especie de reverencia al COMISARIO y
sale con un gran salto)
ENEA.- No entiendo por qué estaba vestido de monja
COMISARIO.- ¿Cómo? ¿Otra disfrazada?
ENEA.- ¿Pero qué disfrazada? ¡Es un hombre!
COMISARIO.- ¡Desgraciado! Y se ha permitido... ¡Como le atrape se va a enterar... (hace
ademán de perseguirle)
ENEA.- (le cierra el paso obligándole a detenerse) No, no, déjele ir, es un pobre loco: tiene la
manía de disfrazarse, pero es inofensivo.
COMISARIO.- ¡Pero cómo que inofensivo! ¡Le ha faltado un pelo para que me destrozase!
Venga, ahora te vienes conmigo a la central. (recoge os documentos, el dinero y el sombrero
que se había caído con él)
MONJAS.- (entrando) ¡Madre!
COMISARIO.- Pero debe decirme el nombre de su socio, admitiendo que sea un solo.
ENEA.- ¿De qué socio está hablando?
COMISARIO.- Venga, ¿no irá a decirme que lo ha preparado todo solita? ¿Quién te ha dicho
que en esa oficina había una caja fuerte camuflada de estufa? ¿Quién te ha dicho cómo se abría?
FERETRÓFOBO.- (entrando vestido aun de monja) Yo, he sido yo, señor comisario.
COMISARIO.- ¡La energúmena!
FERETRÓFOBO.- He sido yo quien la ha vestido de monja y le ha dado las llaves.
COMISARIO.- Quítenmelo de mi vista o hago una desgracia... (se le acerca amenazador
blandiendo el sombrero como si fuera un arma)

Con un cambio imprevisible, el FERETRÓFOBO se convierte en una fiera rampante,


mostrando los dientes como si lo quisiese devorar. El COMISARIO se echa para atrás, asustado.
Las dos MONJAS sujetan al FERETRÓFOBO por los brazos y con dulces sonrisas tratan de
amansarlo. Lo consiguen hasta el punto de que, entre las dos MONJAS, transforma el rugido en
un ronroneo de placer. El COMISARIO quería volver al ataque pero ENEA le disuade.

ENEA.- No, no así... Es un psicópata: podría entrar en crisis. Déjeme hacer a mí, que he
aprendido a tratarlos (al FERETRÓFOBO, aparte) ¿Pero por qué te metes por medio?
FERETRÓFOBO.- ¿Tendré que sacarte del lío en que te he metido, no?

El COMISARIO trata de acercarse a los dos. El FERETRÓFOBO se vuelve de repente


convertido de nuevo en la bestia rampante. El COMISARIO retrocede perplejo.

ENEA.- A mí me caerán unos meses y fuera. Tú tienes ya por lo menos 10 años.


COMISARIO.- ¡Basta! (vuelve a la carga. El FERETRÓFOBO lo esquiva con un salto y, con la
mano al modo de los niños que empuñan una pistola imaginaria, finge disparos haciendo el
ruido con la boca. El COMISARIO se asusta) ¿Eh, qué hace? (El FERETRÓFOBO continua
mimando una serie de malabarismos con la pistola inexistente y luego finge volver a meter la
pistola en la bandolera. Se oye un disparo de verdad. El FERETRÓFOBO empieza a saltar
sobre un pie como si el proyectil le hubiera dado en el pie) ¡Este tío está como un cencerro...!
Eh, samaritana, deja al loco y vámonos...
FERETRÓFOBO.- No estoy loco. Soy el socio que busca. Pero si me quiere dejar en paz,
muchas gracias.

Al fondo, aparece el PROFESOR LOCO.

COMISARIO.- Un momento, profesor, perdone...


PROFESOR LOCO.- Diga, diga.
COMISARIO.-Este individuo, ¿es un interno suyo o no?
PROFESOR LOCO.- A menos que haya ingresado esta misma mañana, no, no le he visto
nunca. De todos modos, basta con preguntar en admisión.
FERETRÓFOBO.- Donde no sabrán nada, porque he entrado aquí saltando un muro de 4
metros.
COMISARIO.- ¿Vestido de monja?
FERETRÓFOBO.- (irónico) Sí, y con los pies juntos.
ENEA.- Pero no le haga caso: es un pobre loco...
PROFESOR LOCO.- Podríamos verificarlo ahora mismo: si me lo dejasen un momentito, le
hago una trepanacioncita en el cráneo y lo vemos rápidamente.
COMISARIO.- ¿Una trepanación?
PROFESOR LOCO.- Sí, pequeñita...
COMISARIO.- Está empezando a dolerme la cabeza.
PROFESOR LOCO.- ¿Quiere que le haga una a usted también? ¡Si supiera lo bien que sientan!
COMISARIO.- No, gracias, profesor.
PROFESOR LOCO.- No hay de qué. De todos modos, si lo piensa mejor, estoy arriba, siempre
a su servicio, siempre a su disposición (sale)
COMISARIO.- Me pregunto si no estará loco también ese.
ENEA.- Lo ha adivinado.
COMISARIO.- Bueno, ya basta. Salgamos de aquí. No es un lugar que me guste.
POLICÍA 1.- ¿Nos llevamos también a ése?
FERETRÓFOBO.- No “también”, sino sólo a mí se deben llevar, si es que queréis hacerlo bien.
Ella no tiene nada que ver, no ha robado nada.
MONJAS.- (al unísono, como liberándose de una pesadilla) ¡Ah!
FERETRÓFOBO.- Sólo me ha hecho un encargo.
MONJAS.- (como antes) ¡Oh!
COMISARIO.- ¿Un encargo! Y luego dice que no está loco.
FERETRÓFOBO.- Sí, señor, un encargo, porque, si no le importa, ese dinero y esos
documentos son míos.
MONJAS.- (al unísono, sorprendidas) ¡Eh!
COMISARIO.- ¿Quién eres tú?
FERETRÓFOBO.- Soy el doctor en finanzas Arnaldo Nascimbene.
ENEA.- ¡Arnaldo! ¿Te llamas Arnaldo? (a las monjas) ¡Qué nombre tan bonito!
MONJAS.- (al unísono, cómplices) ¡Oh, sí!
COMISARIO.- Ja, ja, ja. ¡Esta sí que es buena! Pero si el financiero Arnaldo Nascimbene murió
la semana pasada, abrasado en su propio coche...
MONJAS.- (como antes) ¡Oh!
FERETRÓFOBO.- ¿Y cómo lo ha sabido usted?
COMISARIO.- ¡Pero bueno! Todos los periódicos han hablado de ello.
MONJAS.- (como antes) ¡Ah!
ENEA.- ¿Has salido en los periódicos? ¡Pero qué importante eres!
COMISARIO.- ¡No es para menos! Antes de que muriese era el procurador de un montón de
sociedades y ha tenido suerte de morirse, porque si lo hubieran pillado le caían, por lo menos,
una buena decena de años...
FERETRÓFOBO.- Pues bien, ya podéis frotaros las manos, porque le habéis pillado. (ofrece las
muñecas para que le pongan las esposas)
ENEA.- Arnaldo, déjalo correr.
FERETRÓFOBO.- No te preocupes: como mucho me caerán unos pocos meses por muerte
fingida.
COMISARIO.- ¿Muerte fingida? ¡Qué astuto!
ENEA.- (comiéndoselo con los ojos) Sí, sí, es un zorro...
COMISARIO.- ¡Bravo! Y admitiendo que las cosas sean como dice, ¿Qué tendría que hacer yo?
FERETRÓFOBO.- (cogiéndolo del brazo) Si acepta un consejo, yo le diría que hay que hacer es
dejar las cosas como están.
ENEA.- Sí, sí, dejémoslo correr.
MONJAS.- (a coro) Sí, dejémoslo correr.
FERETRÓFOBO.- Le conviene, ¿sabe?
COMISARIO.- ¿Y por qué me debería convenir?
FERETRÓFOBO.- Por estos documentos (le entrega la cartera de los documentos que tenía
escondidos bajo el banco)
ENEA.- ¿Los has cogido de mi despacho?
FERETRÓFOBO.- Sí, y son documentos que, necesariamente, con mi arresto, debería hacer
públicos, con el resultado de hacer estallar tal escándalo que dejaría a todo el mundo sin aliento.
MONJAS.- (asustadas) ¡Oh!
FERETRÓFOBO.- Verían saltar por los aires tantos peces gordos que, si no estuviera alerta,
dimitiendo rápidamente, como mínimo le mandaban a dirigir una cárcel en la islas Eolias.
COMISARIO.- ¡Vaya! Intentando chantajearme, ¿eh? Si trata de intimidar a un pobre
comisario... ¿Y si le dijese que ser enviado a las islas Eolias ha sido siempre el sueño de mi
vida?
FERETRÓFOBO.- Estupendo, comisario: es usted un valiente. De todos modos, antes de irnos,
¿Quiere echar unas risas? ¿No le gustaría dar un vistazo a estos documentos? (se los pone en las
manos)
ENEA.- (llevándoselo al otro lado de la escena) ¿Por qué haces esto? Dejar perder todos esos
papeles que valen una millonada, sólo por el gusto de echar unas risas. Te hago reír yo, si
quieres.
FERETRÓFOBO.- No, es por el gusto de salvarnos los dos.
ENEA.- (sorprendida y conmovida) ¿Cómo, los dos? ¿Los dos significa también yo? Y ahora
que pienso, sobre todo a mí, porque ¿quién te mandaba meterte de por medio? Podías haberte
largado con los documentos. ¡Oh, Arnaldo! ¿No me dirás que te estás volviendo tonto por mí?
(abrazándolo) ¡Arbaldo!
MONJAS.- ¡Oh! (escandalizadas, huyen de escena)
COMISARIO.- ¡Eh, no eh! Ya basta de cariñitos vosotros dos. (a los POLIS) Venga, ponedle un
par de esposas a ambos y vámonos de aquí de una vez.
POLICÍAS.- Sí.
COMISARIO.- O mejor no: primero que se quiten esos vestidos.
POLICÍAS.- (a coro) Enseguida, comisario. (obligan al FERETRÓFOBO a quitarse el hábito
de monja. Debajo lleva el pijama gris de los locos)
CHANTAJEADO.- (entra saltando a la manera de los canguros, dado que está atado por los
tobillos) ¡Comisario! ¿Es usted un comisario, no? ¡Arrésteme, por favor! Mire (entra el
PROFESOR LOCO que rápidamente da media vuelta y desaparece. El CHANTAJEADO
agarra al COMISARIO por las muñecas y continúa saltando por la escena obligando al
desesperado COMISARIO a hacerlo con él) ¡Ese tío me quiere trepanar!
COMISARIO.- ¡¿Pero qué es esto?!
CHANTAJEADO.- Sí, sí, soy culpable (saltan los dos con los pies juntos, en perfecta
sincronía, hasta que llegan al otro extremo de la escena donde se sientan en un banco, uno
sobre las rodillas del otro) He cometido estafas y desfalcos sin cuento, sí; me caerán más de 20
años, pero no me importa, comisario. Estoy dispuesto a dar el nombre de mis cómplices, pero
por favor, ¡por favor! ¡Mire! (señala al lado opuesto, por donde entra el PROFESOR LOCO.
Camina como un autómata que va a cuerda y llega a la altura del FERETRÓFOBO; éste
empieza a agitar los brazos como un agente de tráfico, obligándole a volver por donde venía.
Los otros policías se comportan igual, obligándole a marcharse fuera de escena) ¡Ese es el que
me quiere trepanar! ¡Arrésteme!
COMISARIO.- ¡No, no, no! ¡Basta! ¡Ya está bien de locos!
FERETRÓFOBO.- (que acaba de reconocer al CHANTAJEADO) ¡Pero este no es un loco: es
un auténtico corrupto, de los peces gordos implicados. No le deje escapar y denúncielo.
CHANTAJEADO.- No me deje escapar, denúncieme (se le vuelve a sentar en las rodillas, de
donde se había levantado al ver al PROFESOR LOCO)
COMISARIO.- ¡Esto es para volverse loco! (deja caer al CHANTAJEADO, se pone de pie y,
aun condicionado, se va hacia el lado opuesto saltando como un canguro) Esto de
autodenunciarse es ya una manía (se da cuenta de los saltos que está dando y se recompone)
¡Por los clavos de Cristo! Primero el director del cementerio y... (recordando algo de
improviso) ¡El director! ¡Qué cabeza la mía! Veníamos aquí para ver si se podía recuperar y
luego le hemos dejado en el furgón... ¡Id a por él!

El POLICÍA 1 va hacia el fondo

CHANTAJEADO.- ¿Y yo, señor comisario?


COMISARIO.- ¿Usted? Acompañadlo a la Central. (el POLICÍA 1 vuelve sobre sus pasos) Que
se autodenuncie, si todavía quiere hacerlo, y llamad al juez, que venga aquí inmediatamente,
porque yo solo no puedo entender un carajo.

El pol1mse pone al lado del CHANTAJEADO, le coge por un brazo y a saltos sincronizados
salen por la derecha. El FERETRÓFOBO los mira salir más divertido que otra cosa, pero de
repente la sonrisa se le hiela en los labios.

FERETRÓFOBO.- (gritando a los que están ya fuera de escena) ¡Los escalones! (del exterior
llega un gran ruido que representa la caída de los que salían. Mirando hacia los imaginarios
escalones que bajan a la calle, el FERETRÓFOBO mima las fases de la caída) ¡Los escalones!
POLICÍA 2.- (que está leyendo el periódico) Comisario, la verdad es que se le parece.
COMISARIO.- ¿Quién?
POLICÍA 2.- Aquí, en el periódico, hay una foto del financiero: ¡es clavadito a ése!
COMISARIO.- (le arranca de las manos el periódico y verifica) ¡Por la virgen! ¡Cómo es
posible! ¿No será verdad, por un casual, toda la historia de la muerte fingida?
FERETRÓFOBO.- ¡Hombre, por fin lo han pillado!
ENEA.- Sí, señor comisario, es todo un sinvergüenza éste. Y hace una hora que se lo está
diciendo.
COMISARIO.- A ver si nos aclaramos: travestidos, locos, simuladores, autolesionados; me
gustaría saber qué es lo que quieren de mí.
FERETRÓFOBO.- ¿Me permite? Yo acabo de darme cuenta de lo quiero hacer: quiero ver
saltar todo por los aires.
COMISARIO.- ¿Por los aires?
FERETRÓFOBO.- (fanático religioso) ¡Sería tan hermoso! ¿Se imagina usted el maravilloso
espectáculo que sería ver a toda esa masa de sinvergüenzas corruptos, como ése que acaba de
salir, reunidos juntitos y de rodillas haciendo confesión pública, como en los tiempos de las
primeras comunidades cristianas? ¡Qué espectáculo! ¡Es para reventar de placer!
ENEA.- ¿Te estás olvidando de que tú estarías en mitad de todos esos caraduras, entonando el
mea culpa?
FERETRÓFOBO.- (exaltado) ¡Y qué me importa! Ese sería el mayor de los placeres: estar en
mitad de todo el follón que se va a organizar.
DIRECTOR.- (entra con el POLICÍA 1: reconoce enseguida al FERETRÓFOBO) El
resucitado: ahí está. ¡Y no me creían! (se libera de los POLICIAS que tratan de retenerlo y se
precipita hacia el FERETRÓFOBO) Señor muerto, me creen loco: dígaselo usted, dígales que le
han enviado en misión punitiva, para verificar si de verdad me denunciaba.
COMISARIO.- (desesperado) ¡O le hacen callar o si no, aquí mismo, le vuelvo loco yo mismo!
PROFESOR LOCO.- (entra con la silla de ruedas vacía) ¿Hacemos ahora esa trepanacioncita?
COMISARIO.- ¿Ahora este? Déjenos en paz, por favor.
PROFESOR LOCO.- No he dicho nada. Siempre, siempre a su servicio (sale rápidamente)
FERETRÓFOBO.- Los escalo... (golpe) Los escalo... (golpe) Los escalo... (golpe y luego un
momento de silencio. el FERETRÓFOBO coge aliento y finalmente consigue dar el grito
completo) ¡Los escaloneeeeees!
ENEA.- Comisario, ¿puedo ir a cambiarme? (sale)
COMISARIO.- Sí, sí... Entonces, decíamos... (se interrumpe) No, no, no se decía nada...
FERETRÓFOBO.- ¡Cómo que no, comisario! Hace una hora que estamos hablando y usted dice
que no se dice nada...
COMISARIO.- Ah, sí, es cierto. Admitamos por un instante que tu... no, perdone, admitamos
que usted...
FERETRÓFOBO.- ¡Pero qué “usted” ni qué gaitas! Comisario, tráteme de tú... Además...
hemos bailado juntos (le da un manotazo confidencial: sonríe abriendo tanto la boca que se le
bloquea la mandíbula)
COMISARIO.- ¿Entonces, a qué punto habíamos llegado?
FERETRÓFOBO.- Estábamos hablando del follón, de hacer saltar el escándalo. ¡el gran follón!
COMISARIO.- Sí, ¿pero cómo?
FERETRÓFOBO.- ¿Qué cómo? Basta con que se decida a dar un vistazo a esos documentos y
lo entenderá.
COMISARIO.- Ya los he visto: actas notariales, mapas. No se entiende nada. Están redactados
de una manera tan abstrusa y profesional que para descifrarlos haría falta por lo menos otro
profesional como usted.
FERETRÓFOBO.- Tiene razón, comisario: entonces, si no le molesta, se lo explico de forma
cantada.
COMISARIO.- ¿Cantada?
FERETRÓFOBO.- Es el mejor modo, infalible para hacer entender las cosas a la gente. Meteos
en fila, por favor y hacedme el coro. ¡Venga! (distribuye los documentos a los presentes que
cantan como si fuesen un coro que lee lo que canta en los pentagramas)
Aquí se habla de funcionarios muy comprometidos:
todos brava, todos brava, todos brava gente,
y aquí se habla de por lo menos seis procesos
(vuelan por los aires los papeles)
por millones a este Estado que es tan pobre,
aquí se habla de un banco que asedia a un convento,
aquí hay uno que a la marina le ha robado un cargamento,
aquí hay otro que ha corrompido a un jesuita,
asignados 4 contratos a una empresa inexistente,
concesiones bajo mano a contratos en blanco,
estafas en medicamentos, mutuas y hospitales,
en aduanas, tabacos, dátiles y bananas.
Oh, qué jeta, qué cucaña:
¡la vida es bella para quien se lo monta bien!
Pero tú, de la clase media baja,
tú debes ahorrar, aceptar este salario:
no debes comer carne,
debes salvar la lira
y, mientras otros te engañan, ¡tú sé austero!

COMISARIO.- ¡Felicitaciones, es formidable!


ENEA.- (entrando con el vestido de prostituta) ¡sí, sí, qué bonito!
COMISARIO.- ¡Pero desagradable! (empieza a irse)
FERETRÓFOBO.- ¡Eh, no señor comisario! No se vaya, n he terminado todavía. Aquí hay para
seguir cantando la mañana entera. (le enseña otros documentos)
COMISARIO.- ¿Pero no les parece bastante? ¿Me quieren hacer vomitar? Apuesto a que si me
ponen el termómetro me marca más de 40 graos de fiebre.
JUEZ.- (entra, severo, turbado) Yo en cambio no tengo necesidad e termómetro para saber que
ya tengo fiebre.
COMISARIO.- ¡Señor juez! ¿Hace mucho que está detrás de la puerta?
JUEZ.- Unos diez minutos. Y perdónenme que me haya permitido asistir al espectáculo sin
haber sido invitado.
COMISARIO.- ¿Ha escuchado la canción?
JUEZ.- Sí, la canción y el resto. Hace poco que he recogido la autodenuncia del Honorable
Señor, el de la nave “desmantelada”. Y además, esta mañana he dirigido una breve
investigación acerca de un turbio ausnto en el cementerio...
COMISARIO.- ¿Y bien?
JUEZ.- ¡Es todo cierto!
DIRECTOR.- (explotando, directo al COMISARIO) ¿Lo ve, lo ve? ¡Y no me creía!
COMISARIO.- ¡Sujétenlo! (los POLICIAS le aferran y se lo llevan en volandas al banco de
donde se había levantado) ¡Qué me dice, señor juez!
JUEZ.- Digo que nos encontramos en mitad de un campo minado: aquí, si nos movemos estalla
el fin del mundo.
FERETRÓFOBO.- (irónico, provocador) ¡Ah, bravo! ¿Tenemos miedo de dar el golpe, eh?
JUEZ.- (replica cargando el tono) Sí, a decir la verdad la cosa me da miedo: no tanto por el
golpe en sí, sino por el desastre de las reacciones en cadena, que se sucederían al infinito. Aquí
cada escándalo arrastra a otros diez y así sucesivamente, sin detenerse jamás.
FERETRÓFOBO.- (insolente) He entendido, estamos como siempre (con gestos y movimientos
de Pulcinella) “¿Pero qué va a hacer? Mejor estémonos tranquilos, seamos buenos, dejemos
correr todo”
ENEA.- (en voz baja) El juego de los primeros cristianos se fue a la porra.
FERETRÓFOBO.- (a ENEA, pero señalando a los presentes con violencia) ¡La cosa es que son
todos unos calzonazos, eso es lo que son!
COMISARIO.- (envolviéndose en la bandera de la dignidad nacional) Nada de eso. ¿Por quién
nos ha tomado?
DIRECTOR.- Yo no, yo he tenido el valor necesario.
JUEZ.- (como el otro) ¡Y nosotros también! Traedme un teléfono y vais a ver todos!
POLICÍA 1.- Aquí está.
Va hacia el fondo y reaparece con un teléfono que le ofrece al JUEZ: todos le siguen, menos
ENEA y el FERETRÓFOBO que se quedan en el proscenio. El JUEZ marca un número.

COMISARIO.- ¡Aquí se va hasta el fin del mundo, cueste lo que cueste!


FERETRÓFOBO.- (demagogo eufórico) ¡Bravo! Demostraremos que todavía tiene el hígado
para lavar los trapos sucios delante de todo el mundo. Por todos los diablos, somos un país que
está a la cabeza de la producción mundial de detergentes y lavadoras: ¡usémoslas por una vez!
TODOS.- ¡Sí, sí, usémoslas!
JUEZ.- (al teléfono) ¿Diga? ¿Sede del gobierno? Me pasa con su excelencia, por favor.
DIRECTOR.- ¿Con su excelencia?
JUEZ.- (tapando con una mano el receptor) Sí, ya sé que no me espera, pero somos viejos
conocidos el presidente y yo.
DIRECTOR.- Sí, sí, un hombre recto: he votado por él.
FERETRÓFOBO.- (con evidente disgusto) ¡Bravo, continúe así!
JUEZ.- ¿Diga? ... ¿Es usted excelencia? ... Perdone si le molesto, pero es un asunto de la
máxima importancia...
FERETRÓFOBO.- (coge a ENEA de la mano) Ven, vamos a escuchar la conversación
ENEA.- (le suelta) ¡Déjame!
FERETRÓFOBO.- ¿Qué te pasa?
ENEA.- Me pasa que tengo ganas de darte una bofetada y romperte todos esos dientes de morsa
que tienes.
FERETRÓFOBO.- ¿Pero por qué?
ENEA.- ¡Y me pregunta por qué, el dientes éste! Y yo, estúpida de mí, que pensaba al principio
que te estabas sacrificando sólo por mí...
JUEZ.- (al teléfono) Sí, sí, todo son actas notariales firmadas y contrafirmadas. No hace falta
más que dar vía libre a los arrestos, abrir una investigación...
ENEA.- ¿Qué es esta manía que te ha entrado de jugar a los primeros cristianos?
FERETRÓFOBO.- Bueno, no sé cómo explicártelo...
JUEZ.- (siempre al teléfono) Hay un montón de gente implicada... ¿Gordos? ¡Gordísimos!... Ni
se lo imagina.
ENEA.- ¿Ah, no sabes, eh? Pues entonces te lo digo yo: tú tienes en mente un juego
maquiavélico: haces la escena del “ay de mí pecador” para hacerte pasar por el hijo pródigo y,
zas, te colocas en política y a coger una buena poltrona.
FERETRÓFOBO.- ¡No digas tonterías! Déjame escuchar y sobre todo, sé buena.
ENEA.- ¿Qué sea buena me dices?
JUEZ.- (al teléfono) ¿Subsecretarios? ¡Esos son los más bajos!
ENEA.- ¿Pero quién te crees que eres?
JUEZ.- (al teléfono) Está incluso metido...
ENEA.- (al FERETRÓFOBO) ¿El primer ministro?
JUEZ.- (al teléfono) Sí, incluso ése, con su hermano y su cuñado. Espere que mire... (consulta
los papeles)
ENEA.- ¿Qué crees que vas a hacer?
FERETRÓFOBO.- No lo entenderías. Es todo tan extraño.
JUEZ.- (al teléfono) Sí, también está su tío el obispo...
ENEA.- ¿Qué hay de extraño?
FERETRÓFOBO.- El hecho de que he motnado todo esto porque el sólo deseo de honestidad.
ENEA.- ¿Honestidad, tú?
FERETRÓFOBO.- Sí, honestidad, yo.
ENEA.- ¡Anda con el cuento a otra parte! ¿Te crees que somos todos imbéciles aquí?
JUEZ.- (al teléfono) ¡Sí, todos! Estamos todos aquí, en el instituto neuropsiquiátrico... Exacto...
Sí, sí, por favor... No, de aquí no se mueve nadie. Está bien, excelencia, le esperamos a usted.
Hasta ahora mismo, excelencia. (cuelga el aparato. Al COMISARIO) Viene aquí.
COMISARIO.-¡Dios santo! Si el jefazo viene en persona es que le ha dolido el golpe.
FERETRÓFOBO.- (va hacia el grupo) ¡Felicitaciones! Lo han hecho. ¡Bravo! (le da la mano al
JUEZ y al COMISARIO)
DIRECTOR.- ¡Me adhiero!
JUEZ.- (se sienta) Y ahora, no nos queda más que esperar tranquilos y esperar el gran estallido.
COMISARIO.- ¡Exacto, el gran follón!
JUEZ.- (se levanta y se acerca al COMISARIO) Escuche, ¿no cree que sería mejor ir a su
encuentro?
COMISARIO.- ¿Del follón?
JUEZ.- Del jefazo.
COMISARIO.- Sin duda.
DIRECTOR.- ¡Me adhiero!
COMISARIO.- ¿A qué?
DIRECTOR.- digo: ¿les molesta que vaya yo también?
COMISARIO.- ¡De ningún modo! Siempre que se está calladito y nos deje hablar a nosotros.
(se dirige a la salida)
JUEZ.- (le detiene) ¡Oh! Una cosa importante: estaría bien no decirle nada, de momento, a su
excelencia (indica al FERETRÓFOBO) de nuestro amigo, el difunto en misión. No nos creería
y nos arriesgaríamos a que se enterrase todo.
COMISARIO.-De acuerdo. Diremos que los documentos nos los ha proporcionado la
muchacha.
ENEA.- ¿Y si me pregunta que quién me los ha dado?
COMISARIO.- Un cliente. Te los ha dado un cliente desconocido.
ENEA.- (con aire de reina ofendida) ¡Ah, estupendo! ¿Me quieren hacer pasar por una puta?
COMISARIO.- ¡Cuánto teatro! Hace poco te divertías dándolo a entender y ahora nos hacemos
la ñoña.

Salen el JUEZ, el COMISARIO el DIRECTOR y los POLICIAS.

ENEA.- (mira de reojo al FERETRÓFOBO que se ha sentado en el lado opuesto de la escena)


¿Eh, todavía estás enfadado conmigo?
FERETRÓFOBO.- ¿Yo, enfadado contigo? Eras tú la que estabas enfadada conmigo.
ENEA.- Pero... yo creía que estabas enfadada conmigo, porque yo estaba enfadada contigo... (el
FERETRÓFOBO ríe) Perdóname, ¿sabes?, es que no había entendido el asunto del follón... No
son cosas fáciles de entender... Ahora en cambio ya lo he entendido... ¡Bravo! Has hecho muy
bien poniendo la lavadora!
FERETRÓFOBO.- Gracias. Ahora hace falta que me vaya de aquí. Ya has oído al juez, es
mejor que no esté cuando llegue su excelencia.
ENEA.- (se le acerca y le coge de la mano) ¡Quédate conmigo!
FERETRÓFOBO.- Se estropearía todo. Pero estate tranquila: bajo al jardín solamente. (le
aprieta afectuosamente la mano y luego sale)
ENEA.- No te vayas, ¿eh? Espérame, que luego nos vamos a casa.
FERETRÓFOBO.- (desde fuera) ¿Dónde?
ENEA.- ¡Al cementerio!
FERETRÓFOBO.- (desde fuera) ¡Ah! (gritando) ¡Los escalones!

Gran estruendo que alude a la caída por la escalera. Entra su excelencia acompañado por el
COMISARIO, el JUEZ y el DIRECTOR.

JUEZ.- (abriendo camino) Por aquí, por favor. Aquí, excelencia, ésta es la muchacha de la que
hablábamos.
PRESIDENTE.- Muy hermosa. ¡Tanto gusto! (la mira con expresión de viejo sátiro)
ENEA.- (afable) Tanto gusto.
PRESIDENTE.- Muy hermosa... ¿Dónde se sitúa habitualmente?

El COMISARIO y el JUEZ le pasan los documentos que el PRESIDENTE apenas ojea,


ocupado como está en el examen de ENEA.
ENEA.- ¿Cómo?
COMISARIO.- (con embarazo) Te ha preguntado que en qué calle se te puede encontrar...
ENEA.- ¡Ah!... Bueno, un poco por allí, un poco por allá.
JUEZ.- Aquí está, éste es el anexo. (indica un documento)
PRESIDENTE.- (observa con interés el último folio) ¡Espantoso!
DIRECTOR.- (complacido) Sí, sí, espantoso...
COMISARIO y JUEZ.- (le mandan callar) ¡Sssssssshhhh!
PRESIDENTE.- (volviendo, donjuanesco, hacia la ENEA) ¿Zona cnetro, imagino?
ENEA.- Imagina bien.
JUEZ.- Si me permite, excelencia: mire esto (otro folio)
PRESIDENTE.- ¡Extraordinario! ¡Qué documentación! (a ENEA) ¿Quizá en la calle Andegari?
JUEZ.- (le pasa otro folio) Aquí está el nueve, el doce y el catorce.
COMISARIO.- Y aquí, el 21.
DIRECTOR.- El 21...
COMISARIO y JUEZ.- (le mandan callar) ¡Sssssssshhhh!
PRESIDENTE.- (que parece darse cuenta solo en este momento de la gran cantidad de
documentos que le han puesto en las manos) ¡Déjenme respirar, por favor!
JUEZ.- Tiene razón: son cosas que dejan sin respiración.
DIRECTOR.- Sí, sí, la quitan...
JUEZ, COMISARIO y PRESIDENTE.- (le mandan callar) ¡Sssssssshhhh!
PRESIDENTE.- ¡Dios mío!
JUEZ y COMISARIO.- ¡dios mío!
DIRECTOR.- (les manda callar) ¡Sssssssshhhh!
PRESIDENTE.- (se levanta y se pasea nervioso por el proscenio) Mientras escuchas estas cosas
circular por los ministerios en plan de broma...
DIRECTOR y PRESIDENTE.- (ríen al unísono) ¡Ja, ja, ja!
PRESIDENTE.- Te echas cuatro risotadas.
DIRECTOR.- Y a otra cosa.
PRESIDENTE.- Y a otra cosa.
JUEZ y COMISARIO.- ¡Sssssssshhhh! (no se han dado cuenta y llevados por la inercia han
mandado callar al PRESIDENTE) ¡Oh, perdón!
PRESIDENTE.- Pero verlo aquí negro sobre blanco.
DIRECTOR.- ¡Sobre blanco! (anticipándose al JUEZ y al COMISARIO, se autosilencia)
¡Sssssssshhhh!
PRESIDENTE.- (a ENEA) ¿Pero sabe que es hermosa de verdad?
DIRECTOR.- Sí, sí, muy hermosa.
PRESIDENTE.- ¡Sssssssshhhh!
JUEZ.- Bueno, ahora se reirán un poco menos, ¿no le parece? Cuando les aireen estos papeles
delante las narices (agita los documentos delante de las narices del COMISARIO)
DIRECTOR.- ¡Ja, ja, qué ventolera! (ríe divertido)
PRESIDENTE.- ¿de qué se ríe usted? (el DIRECTOR enmudece de golpe. Una pequeña pausa y
luego el PRESIDENTE reprende al JUEZ y al COMISARIO) Y ustedes, por favor, ya basta con
las bromitas.
JUEZ.- (consternado) ¿Bromas? ¿Sobre qué?
PRESIDENTE.- Sobre la ventolera
COMISARIO.- ¿No se airea nada?
PRESIDENTE.- (alterado) ¡No! Aquí no se airea nada de nadie. Al revés, me van a hacer el
favor de recoger todos estos papelotes y hacer una buena hoguera.
TODOS.- ¿Una hoguera?
COMISARIO.- Quizá no hemos entendido bien.
DIRECTOR.- Sí, sí, no hemos entendido
PRESIDENTE.- No. Lo han entendido perfectamente. (a ENEA) ¡Qué bonita piel! ¿en la calle
Andegari ha dicho? (sin esperar respuesta, campechano) ¿Y estos deberían ser los guardianes
del orden y de la legalidad?
COMISARIO.- (ofendido) ¿Por qué? ¿No estamos defendiendo la legalidad?
PRESIDENTE.- ¡Hágame el favor! (coge una mano de ENEA y se la besa) ¡Qué manos tan
bonitas! ¡Y qué largas!
JUEZ.- ¿Pero qué hemos hecho?
PRESIDENTE.- (a ENEA, tras haberle acariciado la mano) Sujétemela un momento (ENEA
agarra su propia mano y la sujeta como si fuera un objeto precioso) Gracias (A los otros) ¿Pero
es posible que no se den cuenta? Escuchen: usted, comisario, si le dijeran que un criminal loco
está andando tranquilamente por la ciudad con una bomba que, al explotar, destruiría un barrio
entero, ¿qué haría usted?
DIRECTOR.- (imitando el tono del PRESIDENTE) ¡Eso! ¿Qué haría?
COMISARIO.- (breve reflexión y luego seguro de sí mismo) Intentaría capturarlo o por lo
menos conseguir que fuera inofensivo, él y su bomba.
PRESIDENTE.- ¡Bravo!
ENEA.- ¡Bravísimo!
DIRECTOR.- Para mí es el más bravo de todos.

Durante la conversación entran dos locos que llevan un micrófono y un atril y los colocan en el
centro de la escena.

PRESIDENTE.- (con voz potente) ¿Y qué creen ustedes, que sus documentos son menos
peligrosos que ese loco con una bomba encima? No, en el momento en que queríais hacer saltar
por los aires una nación entera (sin hacer pausas, usando un tono de discurso político) Y no
sería tan grave si el desastre terminase con una crisis de gobierno y el cese de algún ministro.
Esto hasta estaría saludable, porque como dice Maquiavelo (pedagógico) “algún escándalo, de
vez en cuando, bien dosificado, refuerza el poder y da confianza al ciudadano descontento)
(breve pausa y luego in crescendo) ¡Pero aquí, señores míos, se exagera! el hecho
verdaderamente grave es que, tras semejante putiferio general (se interrumpe embarazado, a
ENEA) Perdone, señorita... (vuelve a coger el tono de antes) Nadie tendría ya nunca confianza
en ninguna promesa que se hiciera desde el poder. Esos discurso electorales del tipo “vamos a
hacer tal cosa” acabarían con el lanzamiento general de tomates podridos, gatos muertos y
ratones vivos.
ENEA.- ¡Oh, qué asco!

Uno de los locos que hace de sirviente acomoda al PRESIDENTE delante del micrófono. La
voz del PRESIDENTE viene así amplificada con ayuda de ecos que retumban.

PRESIDENTE.- ¿Y qué le sucedería a ese subsecretario o ministro que se arriesgase entonces a


exhibirse en la clásica pose de la “primera piedra”? ¿Cómo se podría gobernar así un país?
ECO.- (voz muy lejana) País, país, país, país...
PRESIDENTE.- Que en este punto no creería ni a los sacerdotes que prometen el más allá...
ECO.- Más allá, más allá, más allá...
PRESIDENTE.- Ni al militar que hace el encomio de morir...
ECO.- morir, morir, morir...
PRESIDENTE.- del morir por la patria...
ECO.- patria, patria, patria...
PRESIDENTE.- Cómo te las arreglas si la gente no se contenta con las promesas...
ECO.- promesas, promesas, promesas...
PRESIDENTE.- No tiene ya fe en la virtud católica llamada “esperanza”
ECO.- Espera, espera... Estás bueno si esperas algo... Tú espera y verás...
PRESIDENTE.- La esperanza de una providencia que todo lo resuelve, la esperanza de un
mundo mejor que está en el más allá...
ECO.- Más allá... allá... (canturreando) lalalalalalalá.
PRESIDENTE.- Para los pobres de espíritu y aquí para los ladrones de siete suelas
ECO.- De siete suelas, de ocho, de nueve, depende del sinvergüenza...
PRESIDENTE.- Si se hunde todo esto, entonces mejor una bomba atómica (gran ruido que
imita a una explosión atómica) ¡¡Y que nos mate a todos!
ECO.- Todos, todos... ¡Eh, oye, no te pases!
PRESIDENTE.- Como decía justamente el ministro di Biella.
ECO.- Biella, Biella, Biella... ¿Seguro que era di Biella?
PRESIDENTE.- ¡Sí!
ECO.- ¡Mira tú!
PRESIDENTE.- (a ENEA) ¿O me equivoco, hermosa?
JUEZ.- (provocador) Lo lamento, excelencia, pero no estoy de acuerdo con usted ni con el
ministro Biella.
COMISARIO.- (el mismo tono) ¡Exacto!
DIRECTOR.- Me adhiero
COMISARIO.- Creo que es el momento justo para abrir las alcantarillas y peor para el que esté
en ellas.
JUEZ.- ¡Y peor aún para el que no sepa nadar!
DIRECTOR.- ¡Yo no sé nadar!
PRESIDENTE.- ¡Pero qué lenguaje es ése! ¡Qué pésimo gusto! ¿Verdad, preciosa?... Hablan
ustedes como dos fanáticos.
DIRECTOR.- No son dos, sino tres: yo también hablo así.
JUEZ.- ¿Fanáticos?
PRESIDENTE.- (fuera de sí) Sí, dos fanáticos subversivos, irresponsables y criminales. Un
auténtico peligro para la sociedad de hombres civilizados. Por lo tanto, y aun doliéndome de
corazón, como alto representante del orden público, es mi deber sacrosanto hacerlos inocuos.
(llamando en voz alta) ¡Profesor!

Entra el PROFESOR LOCO, seguido de otros dos locos.

PROFESOR LOCO.- ¡Aquí estoy, siempre presente!


PRESIDENTE.- Cogedlos: son todos vuestros.

Son inmovilizados con camisas de fuerza.

JUEZ.- (tratando de desasirse sin éxito) ¿Pero qué están haciendo?


COMISARIO.- (igual) ¿Se han vuelto locos?
PRESIDENTE.- No, vosotros os habéis vuelto locos. Y yo debo salvar a la patria de vuestra
locura destructora. Y lo primero, mirad lo que vamos a hacer con vuestros documentos (empieza
a rasgarlos y lo tira todo a un brasero que hay cerca)
DIRECTOR.- ¡Déjenme! ¿Yo qué tengo que ver con esto? ¡Soy el director del cementerio!
PRESIDENTE.- Lo sé, pero por desgracia está al corriente de demasiadas cosas...
COMISARIO.- ¡Esto es un abuso! ¡Pero, en cuanto salgamos de aquí, declararemos,
denunciaremos todo!
JUEZ.- ¡Lo denunciaremos!
PRESIDENTE.- ¿Fuera de aquí? ¿Y desde cuando a los pobres psicópatas crónicos, como lo
sois vosotros, se les permite salir?
COMISARIO.- ¿Nos deja en manos de un loco? Este no es un auténtico profesor...
PRESIDENTE.- Lo sé, lo sé, lo sé todo. Estad tranquilos.
JUEZ.- ¡Maldito!
COMISARIO.- ¡Hijoputa!
DIRECTOR.- ¡Socorro!

Se los llevan.

PRESIDENTE.- ¿Qué me dices, hermosa? ¿Soy simpático, no?


ENEA.- ¡Hasta dar asco! Y digo yo, ¿no se le pasa por la cabeza que pueda haber alguien
dispuesto a contarlo todo y que salte por los aires?
PRESIDENTE.- (afectado e irónico) ¿No será usted, espero, tan hermosa como es, la que tenga
estas feas intenciones?
ENEA.- ¡Yo no. algún otro, alguien que tenga el vicio de la honestidad.
PRESIDENTE.- (riendo) ¿Quién?
ENEA.- Se llama Arnaldo Nascim... (entra el FERETRÓFOBO. Lleva un casquete en la cabeza
y en medio del mismo una hélice. el típico juguete de feria) ¡Aquí está! ¡Oh, Arnaldo! ¿Qué
haces con ese cacharro que te has puesto en la cabeza?
FERETRÓFOBO.- Una hélice, para aprovechar el viento...
ENEA.- ¡Venga, que no es el momento de andarse con bromas! Aquí lo han estropeado todo.
Este señor ha quemado los documentos y les ha puesto una camisa de fuerza al comisario y al
juez. Hace falta que actúes enseguida. Venga, Arnaldo, dile de quién eran esos documentos, dile
quién eres de verdad...
FERETRÓFOBO.- Soy el financiero Arnaldo Nascimbene.
PRESIDENTE.- Tanto gusto (le da la mano al FERETRÓFOBO y se la estrecha con fuerza)
ENEA.- (al PRESIDENTE) ¿Ha escuchado bien? ¡Es el financiero del que han hablado todos
los periódicos!
PRESIDENTE.- Sí, he leído que había muerto, en efecto.
ENEA.- Y en cambio ni está muerto ni ha resucitado. ¡Está vivo! Y ahora le va a escuchar de
verdad (le coloca delante del PRESIDENTE) ¡Ánimo Arnaldo!
PRESIDENTE.- (sin descomponerse, con sonrisa de oreja a oreja) Me agrada tanto verle gozar
de tan buena salud.
FERETRÓFOBO.- Gracias, excelencia. (se dan de nuevo la mano) Como ya habrá
comprendido, he cometido un grave delito al haber fingido mi muerte...
PRESIDENTE.- Bueno, no es para tanto...
FERETRÓFOBO.- No, yo...
PRESIDENTE.- ¡Pero por favor!
FERETRÓFOBO.- Es usted demasiado bueno y comprensivo.

El PRESIDENTE le da las dos manos al FERETRÓFOBO, que se las sujeta casi COMISARIO
si quisiera besárselas. ENEA le da un gran golpe que impide realizar un gesto tan servil.

ENEA.- ¿Pero qué estás haciendo con éste? ¡Venga, cuéntalo todo!
FERETRÓFOBO.- (impaciente) No sé qué es lo que se pretende que haga. ¿De qué estamos
hablando? (voz casi nasal) Es cierto, he sido algo imprudente, he hecho alguna cosa poco lícita:
sustracción de documentos no autorizada. Pero dado mi estado actual, deberían descontárseme
algunos años...
PRESIDENTE.- (benévolo) Veremos si se puede abrir de nuevo el caso.
FERETRÓFOBO.- Gracias. Usted es comprensivo de verdad (el PRESIDENTE le ofrece la
mano como si fuera un cardenal: el FERETRÓFOBO la mira parpadeando admirativo) ¡Qué
manos tan bonitas, y qué largas!
ENEA.- (dando un gran golpe en el dorso de la mano del PRESIDENTE) ¿Me equivoco o estás
bajándote los pantalones?
FERETRÓFOBO.- (afectado) ¡Oh, qué modo más vulgar y grosero de expresarse! Sólo estoy
intentando entrar de nuevo en la sociedad de hombres bienpensantes.
PRESIDENTE.- (aprobando) ¡Oh!
FERETRÓFOBO.- Porque los bienpensantes ... incluso aunque no piensen... cuando piensan...
(breve pausa, luego a sí mismo) ¿Qué piensan?

De improviso la conversación del FERETRÓFOBO se bloquea y se transforma en una extraña


sucesión de sonidos. Igualmente sus movimientos se hacen mecánicos y los gestos aparecen
disociados. Se parece a una máquina que esté empezando a funcionar mal. En las
intervenciones que siguen, el FERETRÓFOBO alterna raros momentos de lucidez con otros de
total disfunción vocal y gestual: parece entonces un robot.

ENEA.- (fuertemente preocupada) ¿Qué te pasa, Arnaldo?


FERETRÓFOBO.- Contra todo subversivismo.
PRESIDENTE.- ¡Bendito seas!
FERETRÓFOBO.- El subversivismo, por sí mismo... (balbucea algunas palabras
incomprensibles)
ENEA.- ¿Qué te pasa, Arnaldo?
PROFESOR LOCO.- (entrando consternado) ¡Se ha bloqueado, qué desgracia! (le da un
pequeño empujón a la hélice: el FERETRÓFOBO vuelve a hablar)
FERETRÓFOBO.- Respeto por las formas... por las formas y las consecuencias (sigue una
breve pantomima en la que finge tocar el violín, que a veces se transforma en un contrabajo y
de nuevo en un violín)
ENEA.- ¿Qué es lo que se ha bloqueado?
PROFESOR LOCO.- Aquí, la hélice... ¿Lo ve? Gira mal... (otro pequeño golpe de hélice)
FERETRÓFOBO.- El respeto de las propias ideas: sobre todo cuando las ideas no se tienen...
(vuelve a la pantomima: el violín se transforma en un fusil con el que hace alguna figura
militar: dispara, finge haber sido alcanzado en un brazo por un proyectil... Repliega el brazo
sobre la espalda y así parece haberse quedado manco y en esa postura empieza a marchar.
Mima una explosión y finge haber sido alcanzado en una pierna. Repliega la pierna a la altura
de la rodilla como si se la hubiesen amputado. Pero sigue adelante con su marcha marcial.
Extrae rápidamente un montón de medallas y con gesto solemne se las cuelga del pecho. da
otros pasos de marcha marcial a la pata coja. luego, siempre impedido y mostrando
ostentosamente las medallas, extiende la mano hacia el público en una postura mendicante. Al
final, se queda rígido como si fuera un maniquí inanimado)
PROFESOR LOCO.- Se ha vuelto a bloquear... pero no hay que preocuparse... Siempre pasa lo
mismo cuando la operación está fresca... Pero luego va como un guante.
ENEA.- ¿Operación fresca? ¿Pero qué le han hecho?
PROFESOR LOCO.- ¿Le hemos operado, no? Una pequeñísima trepanación... ¡Una nadería!
Tres minutos de reloj, y aquí le tienen funcionando de maravilla.
ENEA.- (gritando) ¡Desgraciado, asesino! ¡Me lo han arruinado!
PROFESOR LOCO.- (con gestos amplios, estudiados) ¡No exageremos! ¿Es de asesinos curar a
un alucinado? ¿A un anormal que busca destruir la sociedad?
PRESIDENTE.- Con el acostumbrado discurso populista...
FERETRÓFOBO.- (vuelve a moverse: haciendo ondular una mano, mima el movimiento de una
nave que avanza por el mar y con la otra un torpedo que va a golpear a la nave. La nave se
hunde) ¡Glu, glu, glu!
PROFESOR LOCO.- Después de todo no hemos hecho más que eliminar algunas
circunvoluciones del cerebro.
PRESIDENTE.- Circunvoluciones que la ciencia ha descubierto que son las que determinan a
los revolucionarios, la pérdida de la razón.
PROFESOR LOCO.- Quitadas éstas, obtenemos un cerebro completamente normal.
PRESIDENTE.- Normal en el nivel que deseamos: respetuoso con todo lo que procede de la
autoridad.
ENEA.- ¿Hasta convertirlos en borregos, no?
PRESIDENTE.- Exacto, señorita. Y si todos los ciudadanos poseyesen esta cualidad, ¿no nos
encontraríamos en un mundo ideal?
ENEA.- Sin duda, en un mundo en el que la moral sería: “como todos roban, pues bueno, roba
también tú, pero un poco menos” Un mundo donde alguien que se dedicase a mi profesión
tendría ya una dignidad.
PRESIDENTE.- Señorita, diga usted lo que quiera: lo importante es que, gracias a esto, nuestra
sociedad no corra más riesgos.

Entran el JUEZ, el COMISARIO y el DIRECTOR, los tres vestidos de la misma manera que el
FERETRÓFOBO: casquete, hélice y andando como marionetas.

PROFESOR LOCO.- Aquí están todos nuestros amigos, perfectamente curados.


ENEA.- ¿También les han trepanado a ellos?
PRESIDENTE.- ¡Bravo, profesor! Ha hecho un trabajo estupendo (a los tres) ¿Cómo se
encuentran?
JUEZ, COMISARIO y DIRECTOR.- (a coro) Oh, estupendamente...
COMISARIO.- nunca me había sentido tan bien.
JUEZ.- Debe perdonarnos si antes le hemos contrariado.
PRESIDENTE.- Por favor, no se preocupen; todo el mundo puede tener momentos de
nerviosismo... (entran dos locos: llevan las botas de goma, la regadera y los aparejos de
enterradora de ENEA) Señorita, ¿ve cómo son felices? ¿No es usted feliz también?
ENEA.- (amarga) Sí, sí... Yo soy felicísima (se pone la ropa de enterradora encima de la de
prostituta) Es más, debo darles las gracias porque, sin darse cuenta, me han trepanado también a
mí, pero en el sentido justo... De un solo golpe me han abierto el cerebro (se quita la peluca y se
la pone a uno de los enterradores) Gracias, excelencia (se quita las sandalias y se pone las
botas de goma)
PRESIDENTE.- Pero por favor, señorita... ¿Por qué se está poniendo esa ropa? ¿Qué hace?
ENEA.- Me vuelvo al lugar de donde salí. No me apetece ponerme la hélice en la cabeza ni
unas gafas verdes para darme comer paja haciéndome creer que es hierba.
PRESIDENTE.- ¿Pero cómo? ¿Se va?
ENEA.- (mira tristemente al FERETRÓFOBO y le acaricia la cara) Sí, me voy...
PRESIDENTE.- Espero que nos veamos algún día...
ENEA.- (le mira con una media sonrisa, dirigiéndose a la salida) ¡Con placer, excelencia, con
muchísimo placer! (sale)
DIRECTOR.- (se agita, se mueve a golpes) añi, añiañiaañi...
PRESIDENTE.- ¿Qué le pasa?
PROFESOR LOCO.- Un pequeño infortunio, por desgracia. Mire, a este no le hacía falta
operarle, tenía ya un cerebro bastante obtuso y con la intervención, desgraciadamente, se ha
exagerado. Con estas reducciones del cerebro, se está siempre en un tris de quedarnos con un
cerebro idiota. Es por eso que nuestra nuestros resultados psicofísicos son denominados
comúnmente complejo del italiota.

El FERETRÓFOBO, el DIRECTOR, el COMISARIO y el JUEZ, alienados en el proscenio,


empiezan a cantar la canción del italiota. Se unen poco a poco todos los personajes que quedan
en escena: el PRESIDENTE, el PROFESOR LOCO y los dos LOCOS.

Estamos felices, estamos contentos del cerebro que tenemos,


tenemos la hélice que nos obliga a andar siempre con el viento.
Si nos dicen: ese roba, ese engaña, ese desfalca,
nos encogemos de hombros y sonreímos como idiotas.
Porque somos italiotas, raza antigua indo-fenicia,
estamos felices, estamos contentos del cerebro que tenemos.
También vosotros deberíais hacerlo: trepanaos el cerebro
y poneos una hélice para andar siempre con el viento.
Trepanémonos contentos, reduzcámonos el cerebro
y así todo será bello, no tendremos que pensar.
Si nos dicen: ese roba, ese engaña, ese desfalca,
le daremos nuestros votos, toda nuestra confianza
y seremos italiotas,
un poco obtusos de cerebro.
Venga, daos prisa, curaos también vosotros, haced lo mismo,
haced lo mismo que nosotros, haced lo mismo que nosotros.

Salen saltando de escena mientras lentamente cae el telón.

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