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Darío Fo
Personajes
ENTERRADOR 1
ENTERRADOR 2
ENTERRADOR 3
ENTERRADOR 4
ENEA
DIRECTOR DEL CEMENTERIO
FERETRÓFOBO
MUJER DEL FERETRÓFOBO
PUTA
COMISARIO
POLICÍA 1
POLICÍA 2
PUTA2
PUTA3
LADRÓN
PORTERO
MUJER DEL PORTERO
MONJA 1
MONJA 2
LOCO1
LOCO 2
LOCO 3
LOCO 4
LOCO 5
PROFESOR LOCO
MADRE SUPERIORA
CHANTAJEADO
JUEZ
PRESIDENTE
Primer Acto
Almacén de un depósito de ataúdes del ayuntamiento. Por todas partes se ven ataúdes
amontonados; un carro fúnebre con sus paredes abatidas; un carro para el transporte manual de
ataúdes y un tubo de descarga que sube hacia el techo y que desaparece por la parte del fondo.
Por un lateral entran 4 sepultureros con un ataúd a hombros. Para entrar en escena tienen que
agacharse caminando en cuclillas como los bailarines rusos. Una vez dentro depositan el ataúd
en el centro de la escena, al tiempo que terminan la canción que iban cantando:
ENTERRADOR 1.- Despacio, hombre, que no hay un cadáver dentro para tirarlo así. (llama
hacia dentro) ¡Enea! (a sus compañeros) Sacad las cosas, que yo voy a ver dónde está.
Sacan del ataúd botellas, platos, cubiertos y un mantel de colores que extienden sobre el
catafalco.
ENTERRADOR 2.- Oye, vale que soy nuevo en esto, pero ¿no había un lugar un poco más
alegre para almorzar?
ENTERRADOR 3.- ¿Más alegre? Cuando conozcas a Enea ya me dirás si no es un sitio alegre.
ENTERRADOR 4.- (grita) ¡Enea! Mírala allí, al fondo, está regando las plantas de plástico.
¡Vete a llamarla!
El ENTERRADOR 1 sale
Traen otros dos ataúdes hasta el catafalco para que les sirvan de asiento.
ENTERRADOR 3.- La hemos hecho creer que es una gran médium y le hacemos hablar con los
muertos: tut, tut, tut y se pone a hablar con el más allá, como si estuviese al teléfono. “¿Diga?
¿Con quién hablo?” y uno de nosotros, desde el tubo de descarga: “”habla con los muertos”, y
ella, tranquila, allá que te va: “Perdonen, señores muertos, querría hablar etc., etc.”. No te digo,
nosotros: partidos de risa. (Todos ríen)
ENTERRADOR 2.- ¡Ja, ja! “Perdonen, señores muertos”. Yo es que me parto...
Con la excitación de la risa, el ENTERRADOR 2, aparta sin querer la tapa de un ataúd, pierde
el equilibrio y se cae dentro. Los compañeros, partidos de la risa, no se dan cuenta de nada. Uno
de ellos, incluso, vuelve a poner la tapa despreocupadamente. Mientras siguen hablando,
empiezan a darse cuenta de que falta un compañero.
ENTERRADOR 4.- Pero la broma más gorda se la estamos preparando estos días: le hemos
hecho creer que el Ayuntamiento tiene el proyecto de vaciar el cementerio y transportarlo a 20 o
30 kms. fuera de la ciudad.
ENTERRADOR 2.- (levantando de repente la tapa del ataúd como si fuera un resucitado)
¿Con tumbas y todo?
ENTERRADOR 3.- ¡Claro! El área entera será destinada a parques y jardines públicos. Zonas
verdes, lagos, jardín zoológico (mira hacia un lado) ¡Ojo, que viene!
Entra la enterradora ENEA, seguida del ENTERRADOR 1. Lleva puesto el mismo uniforme
que los compañeros y un gorro que le tapa el cabello. Calza botas de goma enormes que le
obligan a caminar como el gato con botas. Lleva en la mano una regadera, una pala y un
rastrillo. Cuando entra tira al suelo el gorro y se lía a patadas con todo lo que encuentra en su
camino
ENEA.- ¡Pero fíjate! Entonces, esos féretros que hay en aquella capilla ardiente y que habían
trasladado aquí por dis... dis...
ENTERRADOR 1.- Distinci´n burocrática.
ENEA.- ¡Eso! Entonces no es verdad, es un cadáver yugoslavo.
ENTERRADOR 3.- ¡Exacto! Por fin lo has entendido.
Las risas mal reprimidas de los ENTERRADORES se transforman en extraños sonidos, casi en
mugidos.
ENEA.- ¡Oye, oye! Que no soy tan tonta. ¡Qué pandilla de mentirosos!
ENTERRADOR 1.- No, ellos son los listos. Los imbéciles somos nosotros, que estamos aquí
mirando sin hacer nada.
ENTERRADOR 4.- Y dejar que nos echen.
ENEA.- ¿Y qué quieres que hagamos?
ENTERRADOR 3.- ¡Ah, claro! ¿Qué vamos a hacer? Mírala, claro, como tú tienes siempre la
suerte de cara...
ENEA.- ¿Cómo que la suerte de cara?
ENTERRADOR 3.- ¡Vamos! Eres una mujer... y además, si me permites...
ENEA.- ¿El qué?
ENTERRADOR 3.- ¿Me dejas que te lo diga?
ENEA.- Sí, sí, te dejo
ENTERRADOR 3.- Bueno, si yo fuese una mujer como tú, con tu temperamento, tu carga
sensual, iría por ahí con un colchón en la espalda.
El ENTERRADOR 1 está a punto de morir de la risa, aunque trata de contenerse como puede,
mientras emite unos ruiditos como si fuese un perro al que le han cortado la cola. ENEA le mira
sin entender lo que pasa.
Mugido del ENTERRADOR 1 al que los demás hacen gestos de que se calme.
Los 4 ENTERRADORES se suben al carro fúnebre que, para la ocasión, se transforma en café-
teatro cubierto: cada uno se pone una máscara carnavalesca de mujer y, bailando a la manera de
las bailarinas de music-hall, cantan:
Desde el fondo de la platea siguen llegando gritos ahogados por el crepitar de los fusiles.
ENEA.- ¡Pero por favor! disparan sólo con balas de fogueo... sólo para asustar a la gente....
Los ENTERRADORES han hecho cuerpo a tierra y se refugian detrás de los ataúdes. ENEA se
queda tranquilamente en mitad de la escena.
ENTERRADOR 3.- Pues entonces asustan de verdad porque, fíjate en ese otro, a ése el miedo le
ha dado en una pierna... Pobrecito, se ha quedado tirado todo largo.
ENEA.- Bueno, quizá no sean de fogueo. Se ve que no se las han dado en dotación.
ENTERRADOR 1.- (con evidente ironía) ¡Ya! Puede ser...
ENEA.- Pero no es culpa suya, oye: cada uno dispara con lo que tiene.
ENTERRADOR 2.- Sí, sí, pero de todos modos podrían disparar al aire.
ENEA.- ¿Y quién te dice que no disparen al aire? Lo que pasa es que son fusiles defectuosos.
Tú te crees que disparas al aire y en cambio, paf, le das a uno en la cabeza. Y encima esos
inconscientes hacen de todo por provocar. Lo que quieren es ser la víctima cueste lo que cueste.
(se sube a un ataúd para ver mejor las cosas) ¡Guau! ¡Lo que he visto!
ENTERRADOR 4.- ¿Qué has visto?
ENEA.- (mimando la descripción) Uno de esos fan´ticos se ha puesto a saltar hasta que ha
conseguido interceptar con la cabeza una bala que pasaba un poco alta...
ENTERRADOR 3.- ¡Pero no digas tonterías! Ha saltado un seto para que no le atropellara una
furgoneta...
ENEA.- ¡Ya, la excusa de siempre! ¡Míralos, lo que están haciendo! (vuelta a sus
compañeros) .... Fijaos, tiran piedras...
Se escucha un disparo: el cubo que contenía flores junto al carro, se vuelva empapando al
ENTERRADOR 2 que estaba debajo.
ENEA.- Pero yo me pregunto, ¿quién les hace meterse en estos líos? ¿Qué quieren?
ENTERRADOR 2.- Mira a ver si puedes leer las pancartas.
ENEA.- Sí. Dicen. “No más despedidos. Queremos trabajo para todos”. Están locos: se hacen
matar para poder trabajar, para luego matarse trabajando cuando están en el curro.
ENTERRADOR 2.- (a sus compañeros) ¿Y seguís diciendo que ésta es una idiota?
ENEA.- No les entiendo.
ENTERRADOR 3.- Por fuerza: ¿qué vas a entender tú de la lucha de clases?
ENEA.- ¡Vaya! Según tú toda esta refriega es lucha de clases. ¿Pero qué te crees, que no leo los
periódicos, yo? ¡Los de verdad, los independientes! (de un tirón, como quien recita el
padrenuestro) “Esos son una banda de exaltados que se enfrentan a las fuerzas del orden las
cuales, a pesar suyo, tienen que reaccionar para no sucumbir a la furia devastadora de la peor
especie”
ENTERRADOR 1.- ¿Te lo has aprendido de memoria?
ENEA.- Claro, así, cada vez que me viene el ansia social me repito una de estas parrafadas y
vuelvo a ser feliz y biuenpensante.
ENTERRADOR 1.- ¡Toma ya!
ENTERRADOR 2.- Se están yendo todos...
ENEA.- ¿Quiénes, los exaltados? (se sube de nuevo al ataúd como si fuese un observatorio)
Déjame ver... ¡Mira cómo huyen! ¡Qué valiente, la policía! Han limpiado bien toda la calle. ¡Ya
ha vuelto el orden! (gritando) ¡Viva la libertad!
Los ENTERRADORES tratan de esconder, sin que el DIRECTOR se dé cuenta, los platos,
vasos, etc. colocándolos todos dentro del mantel. Cada vez que el DIRECTOR se gira dejan
caer todo el envoltorio, que hace un gran ruido al caer a tierra. Por fin, los ENTERRADORES
consiguen hacer desaparecer todo dentro del carro fúnebre.
ENEA.- Sí, pero en el sentido de libertad de gobierno, de la fuerza pública.
DIRECTOR.- ¿Me tomas por imbécil? ¿Desde cuándo existe la libertad en un gobierno que
permite a la fuerza pública disparar contra la gente?
ENEA.- ¿N o existe?
DIRECTOR.- Si te han oído gritar te vas a enterar si existe o no. Claro que, ¿a ti qué más te da?
no se van a meter contigo, por supuesto... Con una borrachina como tú... Se meterán con tus
superiores. Apuesto lo que quieras a que lo has hecho adrede, para arruinarme. Quieres acabar
conmigo, como el borracho de tu padre, que en paz descanse.
Los ENTERRADORES han terminado de arreglar lo suyo y regresan sobre sus pasos para
sentarse uno junto al otro sobre el sarcófago, en la actitud de colegiales aplicados.
ENEA.- (resentida) Señor director, por favor, deje en paz a los muertos
DIRECTOR.- (agresivo) No, eres tú la que debes dejar en paz a los muertos, ahora que me
acuerdo. (se vuelve hacia los otros que se levantan de golpe) ¿Quién os ha dicho que llevarais
ese muerto a la capilla ardiente? ¿Quién lo ha cogido de la cámara donde estaba?
ENEA.- ¿Está hablando del cadáver yugoslavo?
DIRECTOR.- ¿Yugoslavo?
ENEA.- (que no entiende las señas que le hacen). Sí, hombre, el que ha venido de contrabando
a cambio de aparatos japoneses, ya sabe...
DIRECTOR.- ¿Qué historia es esta de los aparatos japoneses?
ENEA.- Sí, para ocupar las tumbas. Lo sabe, ¿no? Lo sabe todo el mundo. De todos modos esté
tranquilo que no diré nada a nadie.
Los ENTERRADORES le hacen gestos ya desesperados
DIRECTOR.- ¡No, no, lo has dicho ya! Y como me estés tomando el pelo... (el ENTERRADOR
4, a espaldas del director, le hace gestos a Enea de que se calle, y cuando el director se da la
vuelta de repente, finge coger al vuelo un imaginario moscón sobre la cabeza del director, lo
tira a tiuerra y lo pisotea. El DIRECTOR mira con recelo al ENTERRADOR 4) Que me estáis
tomando el pelo...
ENEA.- ¿Quién le toma el pelo? ¿O acaso me he inventado yo la ley 143QR sobre
expropiaciones de cementerios para construir lugares públicos, como parques, clínicas e incluso
zoológicos con monos, leones y hasta hipopótamos? ¡Si hasta a mí me da asco!
El ENTERRADOR 2 está subido a un ataúd detrás del director, haciendo gestos desesperados
con los brazos, hasta el punto de que pierde el equilibrio y se cae encima de éste.
Entra un señor vestido de oscuro: mira alrededor con gestos rápidos, como si tuviese prisa.
FERETRÓFOBO.- Buenos días (ENEA le mira sin responder. Vuelve a hablar algo
mosqueado) He dicho buenos días...
ENEA.- (tímidamente) ¡Viva la libertad!
FERETRÓFOBO.- ¿Cómo?
ENEA.- ¡Viva la libertad!
FERETRÓFOBO.- (atónito) ¡Viva, sin duda! (reponiéndose) ¿No está su marido?
ENEA.- ¿Mi marido?
FERETRÓFOBO.- Sí, supongo que usted será la mujer del guardia.
ENEA.- No, soy su hija.
FERETRÓFOBO.- Estupendo, ¿dónde está su padre?
ENEA.- (indica la salida hacia el cementerio) Sexta tumba, fila número 12, contando por la
derecha.
FERETRÓFOBO.- ¿Enterrando a alguien?
ENEA.- No, enterrado.
FERETRÓFOBO.- ¿Muerto?
ENEA.- Sí. ¡Viva la libertad!
FERETRÓFOBO.- (más atónito aún) No me parece muy correcta con la memoria de su pobre
padre... (nervioso) ¿Quién es entonces el responsable de este almacén?
ENEA.- Soy yo... Pero no sé nada, no he visto nada.
FERETRÓFOBO.- ¿De qué está hablando?
ENEA.- De la carga de la policía... quiero decir, de la carga de los manifestantes... Han sido
ellos los que disparaban, lo he visto estupendamente.
FERETRÓFOBO.- Yo también lo he visto: me he tenido que meter dentro de un urinario
público. Pero no me parecía que los trabajadores tuvieran armas. Tiraban piedras, eso sí.
ENEA.- Exacto: piedras contra las fuerzas del orden desarmadas.
FERETRÓFOBO.- ¿Desarmadas? Y entonces, ¿los disparos que se oían?
ENEA.- Eran los manifestantes con la boca. ¡Uuuuh! Son buenísimos haciendo ruidos con la
boca y con bolsas de plástico hinchadas (hace el gesto) ¡Pum!
FERETRÓFOBO.- (con tono enfadado) ¿Y los muertos?
ENEA.- Todos fingidos
FERETRÓFOBO.- ¿Fingidos?
ENEA.- Sí, señor, fingidos, para impresionar a la opinión pública. ¡Son unos sinvergüenzas esos
huelguistas!
FERETRÓFOBO.- (tenso, casi silabeando) Perdóneme, pero me parece que usted está algo
loca...
ENEA.-(agresiva) Sí señor, estoy loca... ¡Uuuuuu! ¡Y qué loca que estoy! Por eso grito “Viva la
libertad” (de golpe cambia de tono y empieza a sollozar) La culpa es toda mía, el señor director
no sabe nada, ni de la libertad ni del muerto yugoslavo ni del traslado del cementerio para
especular (al FERETRÓFOBO, aterrorizado, le da un extraño tic que le afecta a las piernas:
intenta irse andando como un bailarín de blues, pero ENEA se da cuenta y le grita) ¡Señor! A
lo mejor sabe alguna coseja sobre los hipopótamos!
FERETRÓFOBO.- ¿Hipopótamos?
ENEA.- Creo que eso lo sabe. Pero no lo arreste, por favor.
FERETRÓFOBO.- ¿Arrestar al hipopótamo?
ENEA.- No, a mi director. Por favor, señor comisario...
FERETRÓFOBO.- (casi ofendido) Yo no soy ningún comisario.
ENEA.- ¿No es un comisario? ¿Quién es usted entonces?
FERETRÓFOBO.- (embarazado, tras una breve pausa durante la cual un escalofrío le hace
superar el tic de las piernas) Soy un economista.
ENEA.- (desilusionado) ¿Un economista? (fastidiada) ¿Y qué quiere de mí?
FERETRÓFOBO.- (siempre con embarazo) Un favor... Pero me da la impresión de que no
querrá ayudarme.
ENEA.- ¿Qué tipo de favor?
FERETRÓFOBO.- No sé por dónde empezar. (coge aliento como si tuviese que tirarse al agua)
¿Me podría alquilar un ataúd?
ENEA.- (como si hubiera entendido mal) ¿Un ataúd?
FERETRÓFOBO.- Sí, en alquiler.
ENEA.- ¿Pero quién le ha dicho a usted que los ataúdes se alquilan?
FERETRÓFOBO.- Ya sé, ya sé que no se alquilan... (tímido) Es por eso que me dirijo a usted...
esperando que su comprensión... su buen corazón...
ENEA.- ¿Qué buen corazón? Mire, querido economista, si fuera por mí, le daría todos los
ataúdes que quisiera (con tono burocrático) El problema es que todo esto pertenece al
ayuntamiento, cajas para funerales de indigentes, alguno para autoridades o similares, pero todo
registrados, de tal modo que si desaparece uno se enteran enseguida.
FERETRÓFOBO.- Pero yo no tengo ninguna intención de hacerla desaparecer. Quiero decir,
que no tengo intención de llevármela.
ENEA.- ¿La consume aquí?
FERETRÓFOBO.- Exacto. Querría probar una para acomodarme.
ENEA.- ¿Acomodarse?
FERETRÓFOBO.- ¡Sí!
ENEA.- ¡Ah, no!
FERETRÓFOBO.- ¿Y por qué no?
ENEA.- Lo que digo que el que está loco es usted.
FERETRÓFOBO.- ¿Qué tiene de raro? (con calma de loco racional) Cuando uno va a un hotel
y alquila una habitación, ¿le obligan luego a llevárselo a casa?
ENEA.- Aparte de que esto no es un albergue, le pregunto: ¿para qué quiere dormir en una caja
de muerto? No me irá a decir que lo hace para curarse el reuma.
FERETRÓFOBO.- Casi, casi. No es para el reuma, sino para curarme una enfermedad nerviosa
de tipo obsesivo: la feretrofobia.
ENEA.- ¿La féretro... qué?
FERETRÓFOBO.- Fobia... feretrofobia.
ENEA.- ¿Y qué es eso?
FERETRÓFOBO.- ¿Usted sabe lo que es la claustrofobia, no?
ENEA.- ¿Cómo no? (con aire de colegiala bien preparada) Esa especie de angustia que les
entra a las personas que no soportan estar encerradas en un lugar pequeño y cerrado.
FERETRÓFOBO.- ¡Eso es! La feretrofobia en cambio es la enfermedad de aquellos individuos
que no soportan la idea de estar encerrado dentro de un ataúd.
ENEA.- (minimizando) ¡Esa enfermedad la tengo también yo!
FERETRÓFOBO.- (muy interesado) ¿Sí? ¿Y cómo se está tratando?
ENEA.- ¡Con esto! (señala la botella de vino) Me cojo cada cogorza que puedo quedarme frita
dentro de un ataúd con muerto y todo.
FERETRÓFOBO.- No, no. He probado también con el alcohol pero es peor. Me da pesadillas...
¿También usted sufre pesadillas?
ENEA.- ¿Qué pesadillas?
FERETRÓFOBO.- (dramático) Se despierta usted en mitad de la noche, sobresaltada, con la
idea de estar dentro de un ataúd? ¿Convencida de que las paredes de la caja están apretando sus
brazos? (angustiado) Ver cómo se cierra la caja delante de sus ojos...
ENEA.- (conmovida) ¿Sufre usted de esta enfermedad?
FERETRÓFOBO.- (al principio tranquilo, pero poco a poco al borde de la crisis epiléptica) Sí,
y créame, es terrible. Uno está a punto de ahogarse, la caja me aprieta en los hombros... Grito y
no me sale la voz: me quedo como paralizado. Esto es la feretrofobia. Fíjese: me ha bastado sólo
pensar en ello para ponerme así. (los brazos y las piernas se agitan desarticuladas, como en un
baile yé-yé)
ENEA.- Cálmese, señor, cálmese. (contagiada del baile, se mueve frenéticamente) ¡Me ha dado
también a mí! (se agarra un apierna con ambas manos para pararla, pierde el equilibrio y se
deja llevar hasta sentarse en el catafalco) ¡Mamma mia! Qué horrible enfermedad (coge
aliento; también el FERETRÓFOBO se ha calmado) Pero no entiendo de qué le serviría
“acostumbrarse”, y en un ataúd alquilado, además.
FERETRÓFOBO.- (poco a poco le vuelve a dar el tic, aunque esta vez se comporta como si
fuera una marioneta) Verá, según el psiquiatra que me está tratando, sería la única forma para
neutralizar la obsesión. Entrenándome en un ataúd, mi inconsciente iría introyectando la
asunción del hecho obituario y el féretro perdería el sentido macabro que hoy me atormenta y
así, en mi sistema psíquico llegaría a tener el mismo valor que una caja de embalaje.
ENEA.- Entiendo. ¿Y entonces por qué no coge una caja de embalaje normal y corriente y le
hace creer a su sistema psíquico que ese un ataúd? (contagiada por el FERETRÓFOBO, vuelve
a saltar por escena) ¡Pero qué enfermedad más chunga!
FERETRÓFOBO.- (dejándose caer agotado sobre un ataúd) Es inútil: necesito un ataúd
auténtico.
ENEA.- Pues entonces cómprese una en la empresa de pompas fúnebres que hay enfrente del
cementerio.
FERETRÓFOBO.- ¿Hay una ahí mismo?
ENEA.- ¡Claro! La más importante de la ciudad, y además está de suerte porque estos días están
de liquidación.
FERETRÓFOBO.- ¡No!
ENEA.- Sí, hombre: después de las fiestas bajan los precios. Usted va allí y se compra una. Las
hay de segunda mano muy bien conservadas, que todavía hacen buen servicio. Se la lleva a
casa, debajo de la cama y en cuanto le venga la obsesión, ¡zas!, se mete dentro y el psíquico está
jodido.
FERETRÓFOBO.- ¡Ah, no! En casa perdería todo el sentido macabro que posee en el
cementerio. Y además, ya sabe lo que pasa en casa con la mujer... (mima grotescamente los
gestos de un ama de casa excéntrica) Empezaría a ponerle encima un centro de mesa, un jarrón
con flores, algún cacharrajo, un candelabro, una figurita de porcelana y ¡hala! ya la tienes
transformada en un original y gracioso mueble para enseñar a las amigas. ¡Imagínese las
carcajadas que se echaría mi sistema psíquico!
ENEA.- (con odio) ¡Pues líese a patadas en la boca con ese sistema psíquico de mierda si se ríe,
hombre!
FERETRÓFOBO.- (sin esperanza) ¡Si fuera posible...! (suplicante) ¿Se da cuenta de que usted
es la única persona que puede ayudarme? Por favor, déjeme tumbarme en alguno de estos
ataúdes. Mire, le doy 100 euros por sentarme.
ENEA.- ¿Por sentarse o por tumbarse?
FERETRÓFOBO.- ¿Es lo mismo, no?
ENEA.- ¡Ah, no, no es lo mismo! Si entra alguien y le ve sentado siempre puedo decirle que no
había sillas y se ha arreglado así; pero si está tumbado no puedo decir que es que no había
camas...
FERETRÓFOBO.- (rebusca en los bolsillos por ver si tiene más dinero) ¿Le parece bien 150?
(ENEA los coge al vuelo y hace un gesto de asentimiento) ¿En cuál me puedo tumbar?
ENEA.- En éste. (indica un ataúd colocado sobre un carretillo) Pero 5 minutos y ni uno más:
mi jefe es muy nervioso (conduce el carretillo con el ataúd para dejarlo en mitad del
escenario)
FERETRÓFOBO.- (mira el ataúd como si fuera una chaqueta que está comprando) Oiga, ¿no
me apretará un poco en lo hombros?
ENEA.- (molesta) ¿Está de broma? ¡Es un 38 sobrado! ¿O es que quiere enseñarme ahora mi
oficio? Antes de hablar, pruébesela, ¿no? Ya verá cómo le viene como un guante. (el
FERETRÓFOBO levanta una pierna, indeciso) Creo que tendría que descalzarse...
FERETRÓFOBO.- (como si le hubiese pedido que se metiera desnudo) ¡Por favor!
ENEA.- (tranquilizándole) ¡Va, venga!. Métase como quiera. Además, no llueve... (el
FERETRÓFOBO empieza a meterse en el ataúd, pero se comporta siempre como si estuviese
entrando en una bañera: toca el agua imaginaria con una mano, la saca rápidamente, luego
introduce un pie y emite grititos como los domingueros que se meten en la playa con el agua
fría. Finalmente, tras una vistosa serie de muecas y gestos, está por tumbarse dentro boca
abajo. ENEA le detiene casi escandalizada) ¡Señor!
FERETRÓFOBO.- (asustado) ¿Qué pasa?
ENEA.- Perdone, señor, es mejor que se gire porque, si no, se va a encontrar con la cara... ( hace
un gesto de aplastarse la cara con la mano)
FERETRÓFOBO.- (nervioso y mortificado) ¡Es que es la primera vez! (se gira colocándose en
la posición correcta. Va a tumbarse, pero se levanta rápidamente, arqueando la espalda y
apoyando las manos y los pies en los bordes del ataúd) ¡No, no! No puedo... Es más fuerte que
yo.
ENEA.- (como una enfermera comprensiva que debe convencer al paciente) ¡Pero cuántas
historias! ¡Déjese ir! ¡Haga como que va en una barca!
FERETRÓFOBO.- ¿En una barca? (radiante) ¡Tiene razón! ¿No tendría por casualidad un par
de remos? Me ayudarían en la autosugestión.
ENEA.- (tras una breve reflexión) No, no tenemos remos aquí: sólo un par de cirios. (los coge
del carro) Si le sirven...
FERETRÓFOBO.- Estupendo: démelos (Los coge y los coloca en la posición adecuada para
empezar a remar con buen estilo: el ataúd empieza a moverse a lo largo de la escena sobre el
carretillo) ¡Ey! Parece que vaya en una barca. Hop, hop... (tras haber recorrido un buen
trayecto por la escena) Perdone, ¿le importaría ponerse ahí y darle un empujoncito al carretillo
para que me dé la sensación de balanceo?
ENEA.- (conteniéndose de las ganas que le dan de estrangularlo) ¿Sabe lo que voy a hacer por
usted? Me ha venido una idea estupenda: le doy un empujón al carretillo, luego con la boca
hago el ruido de las olas y cada poco le soplo en la oreja para que tenga la ilusión del viento,
¿qué tal?
FERETRÓFOBO.- (estremeciéndose de placer) Usted me vicia
ENEA.- (le da una patada enorme al ataúd: por el balanceo, el FERETRÓFOBO se cae cuan
largo es dentro del ataúd) ¿Pero usted ha venido aquí a entrenarse para las olimpiadas o para
qué?
FERETRÓFOBO.- (lloroso) ¿Por qué lo ha arruinado todo?
ENEA.- (mirando a la puerta) Sssssscchh! Silencio. ¡Rápido, salga de ahí!
FERETRÓFOBO.- (todavía aturdido por el golpe) ¿qué pasa?
ENEA.- Hay una mujer que viene hacia aquí.
FERETRÓFOBO.- ¿Una mujer vestida de negro?
ENEA.- Sí, tiene la cara tapada con un velo... Debe ser una viuda.
FERETRÓFOBO.- (minimizando) No, es mi mujer: ha venido ella también a entrenarse.
ENEA.- (escandalizada) ¿Quieren estar los dos en un ataúd? ¿Qué hacemos, inventamos el
ataúd de matrimonio?
FERETRÓFOBO.- No, mujer, ella tiene que entrenarse para hacer de viuda. Pobrecita, está
obsesionada con la idea de verme tarde o temprano en un ataúd. Es una pesadilla que le persigue
cada noche.
ENEA.- (algo asqueada) ¿También ella con pesadillas?
FERETRÓFOBO.- (pedagógico) Sí, está afectada de feretrofobia refleja, conocida vulgarmente
como “fobia de la viuda”. Para ella, la única cura eficaz es la de entrenar el subconsciente, poco
a poco, viéndome tumbado en un ataúd.
ENEA.- (ya con claros gestos de asco) ¡Tienen ustedes un subconsciente que da asco!
FERETRÓFOBO.- Tiene razón, pero se lo ruego: no la haga esperar, pobrecita, seguro que está
al borde la crisis... Y por favor, una vez que haya entrado, déjenos solos... entiéndame: es nuesto
primer encuentro fúnebre y nos sentiremos algo extraños.
ENEA.- (angustiada) ¡Desde luego, estas cosas sólo me pasan a mí! (tira los cirios con rabia
dentro del carro) Está bien, la haré entrar. Pero sólo 5 minutos. (va hacia la puerta y la abre:
entra la mujer con el velo que, después de dar unos pasos, se queda repentinamente parada)
Por favor, señora, acomódese, su marido está ya en el ataud (la mujer se mueve como un
autómata. ENEA la dirige con órdenes secas, casi militares) ¡A la izquierda! ¡Derecha! ¡Ahí!
(cuando llega a la altura del ataúd la mujer emite un gemido) ¡Ah! y nada de gritos estridentes
ni gemidos ni alaridos, ¿eh? (Coge del cubo el ramo de crisantemos, se acerca al ataúd y deja
las flores sobre el pecho del muerto fingido y se agacha dando la espalda a la viuda que se
desmaya suavemente cayéndole sobre la espalda. ENEA, molesta por tanta familiaridad:)
¡Señora! ¡Señora! (breve pausa) ¿Se va a quedar ahí mucho tiempo? (camina con la señora
apoyada en la espalda, hasta que la deposita sobre el catafalco) Mire, señora, usted puede
hacer lo que le parezca, pero si se queda así no se va a entrenar nada, y los 5 minutos pasan
rápido. (se da cuenta de que la mujer no da señales de vida) ¡Eh! ¡Oiga! Mecahislamar. ¡Pero si
se ha desmayado de verdad!
FERETRÓFOBO.- (levanta la cabeza asomándola apenas del ataúd) ¿Desmayada? Pero por
favor, en lugar de estar ahí mirándola, haga algo para reanimarla. No me ha dado más que una
ojeada de refilón. ¿Así cómo se va a entrenar?
ENEA.- (tras tomarle el pulso) Y le ha bastado, porque está muerta.
FERETRÓFOBO.- ¿Muerta? ¡Imposible! (se sienta en el ataúd, sin salir del mismo)
ENEA.- ¿Imposible? Tómele el pulso: no tiene.
FERETRÓFOBO.- (estalla en una carcajada irrefrenable: saca las piernas del ataúd, aunque
continuando sentado y las agita imitando a las bailarinas del can-can) ¡Ja, ja, ja! ¡Qué bueno!
Sabía que estaba mal del corazón, pero no tanto como para quedarse seca a la primera. N o me
lo esperaba, de verdad. (ríe convulso)
ENEA.- (trastornada) ¿Sabía que estaba mal del corazón?
FERETRÓFOBO.- (enciende un cigarrillo para calmar el exceso de euforia) Por supuesto. El
médico nos había advertido de que una emción fuerte podría resultar fatal. (le brillan los ojos de
la felicidad) De hecho, evitaba toda emoción con muchísimo cuidado: no iba ni al cine ni al
teatro ni al circo ni a ningún espectáculo del tipo. Pero no ha podido evitar venir a mi
espectáculo: ¡un espectáculo de primera clase! ¡Ja, ja! La pobrecita la ha palmado y ahora el
viudo soy yo, ja, ja, ja (se ríe en registro de tenor) No me había reído nunca tanto en un
cementerio; pero ahora hay que volver... (breve pausa y se serena)... con los amigo.
ENEA.- (cada vez más trastornada) Pero... pero... entonces... ¿todo eso de la feretrofobia era
una mentira para asesinar a su mujer?
FERETRÓFOBO.- (jugando con el humo del cigarrillo) Pues claro, y gracias a su valiosa
colaboración, señorita, lo hemos conseguido.
ENEA.- (saliendo del aturdimiento) ¿Qué colaboración? ¡Eh, yo ahí no tengo nada que ver!
(pone los crisantemos sobre el pecho de la señora muerta) ¿No pensará implicarme, eh? ¡Ahora
mismo llamo a la policía y ya veremos...!
FERETRÓFOBO.- (fumando tranquilamente) Llame, llame... Y ya veremos si la policía se
tragará su historia del feretrófobo. ¡Ja, ja! No existe ninguna enfermedad que se llame así.
ENEA.- (se detiene de golpe justo cuando acababa de levantar el teléfono) ¿Otra mentira?
FERETRÓFOBO.- Por supuesto. ¿Sabe lo que le digo? Que si viene la policía se juega que la
lleven a la cárcel (ríe)
ENEA.- (fastidiada) ¿La cárcel? (desesperada) ¡Y se ríe el asqueroso!
FERETRÓFOBO.- (buscando hacer las paces) Perdóneme, he exagerado un poco. Ya verá
cómo entre los dos lo arreglamos todo. A ver: lo primero tenemos que pensar en cómo
acomodar a la querida difunta. Con todas las tumbas que tendrán abiertas por aquí, no será
difícil hacerla desaparecer.
ENEA coge cuatro botas de agua que había sobre el carro y los coloca uno en cada ángulo del
catafalco donde la viuda ha quedado tumbada, luego coge cuatro cirios y mete uno en cada bota,
transformada así en candelabro, improvisando una capilla ardiente.
ENEA.- No, difícil no es (con la lógica aplastante de una cosa sabida por todos) Podríamos
hacerla pasar por yugoslava...
FERETRÓFOBO.- ¿qué?
ENEA.- Y encima nos darían un par de radiocassetes japoneses...
FERETRÓFOBO.- ¿Pero qué dice? ¿De qué radiocassetes habla? ¿Me toma el pelo?
ENEA.- (fulminada por la duda) ¡Maldición! ¿Será otra mentira?
FERETRÓFOBO.- ¿Qué farfulla?
ENEA.- (empieza a hablar para sí misma y acaba hablando con el otro) Nada, nada. No hay
nada que hacer: las tumbas son todas privadas. Las únicas disponibles son las destinadas a los
pobres... Debería meterla junto a algún otro.
FERETRÓFOBO.- (optimista y sarcástico) ¡Oh, no se preocupe! Mi mujer siempre ha sido una
mujer muy democrática. algo feúcha, pero democrática. Se adaptará.
ENEA.- (levanta el velo que tapa el rostro de la viuda) Bueno, no tan feúcha, ¿eh?: bonita piel,
bonitos cabellos... ¿es pelirrojo natural?
FERETRÓFOBO.- (distraído) ¿El qué?
ENEA.- ¿Cómo tiene el pelo su mujer?
FERETRÓFOBO.- (molesto) Moreno.
ENEA.- No ésta lo tiene rojo. Y, ahora que me fijo, debe ser natural, porque también tiene
pecas, como todas las pelirrojas.
FERETRÓFOBO.- (sufriendo un vistoso sobresalto) ¿Pecas? ¿No será mi Angela?
ENEA.- ¿Por qué? ¿Quién es esa Ángela? Venga, dele un vistazo.
FERETRÓFOBO.- (lo intenta, pero se vuelve hacia el público) No, no puedo, no tengo
fuerzas... mírela usted: ¿Tiene un lunar muy grande en la frente?
ENEA.- (con el placer que las mujeres tienen en desenmascarar a las otras) ¡Bueno, yo no lo
llamaría lunar! Es una verruga pintada de negro.
FERETRÓFOBO.- (de nuevo presa del tic que le afecta a las piernas) ¡Ángela! ¡Es mi Ángela!
(va dando tumbos de aquí para allá hasta que se cae dentro de un ataúd, completamente
tumbado pero con un brazo extendido hacia arriba: entre sus dedos mantiene encendido el
cigarro)
ENEA.- (se dirige hacia el FERETRÓFOBO, preocupada y también un poco fastidiada) ¡Oh,
pobrecito, se ha puesto malo él también.
Indica una puerta en la pared opuesta a la entrada habitual y salen por ella. Por el otro lado entra
una mujer vestida de manera casi escandalosa. El vestido está estampado con flores de todos los
colores: es una prostituta.
PUTA.- (mira alrededor algo amedrentada por el ambiente) ¿Se puede? ¿Hay alguien?
Perdone, señor enterrador...
ENEA.- (desde fuera) ¿Quién es?
PUTA.- Soy yo... Sabe, la puerta estaba abierta...
ENEA.- (entrando) ¡Pero mecagoentodo! aunque la puerta esté abierta, habrá que pedir permiso
para entrar, ¿no? Hágame el favor de salir.
PUTA.- ¡Pero qué maneras!
ENEA.- (la coge de un brazo) He dicho que salga o si no...
PUTA.- (soltándose, resentida) ¿Y si no qué? ¡Habráse visto este enterrador con voz de mujer!
ENEA.- (agresiva) ¿Y qué? ¿Qué tiene que decir de mi voz de mujer?
PUTA.- (malvada) Digo que me parece uno de esos a los que les gustan los hombres. Eso digo.
ENEA.- (imita a la PUTA caricaturizando sus gestos) Por supuesto que me gustan los
hombres... Querida: ¡soy una mujer! (tras una breve pausa, desconsolada) ¡La desgracia es que
no encuentro!
PUTA.- ¿Una mujer enterradora? (ríe a carcajadas)
ENEA.- (molesta) ¿de qué te ríes, eh, ignorante con florecitas?
PUTA.- Nada, nada... Cada uno tiene sus gustos... Hay quien hace de enterrador y quien hace de
puta y yo soy la última que pueda discutir qué oficio es mejor.
ENEA.- ¡Ah! Es que usted... (le señala el catafalco con solicitud, haciéndole signos de que se
siente) ¿Usted es puta?
PUTA.- (con naturalidad, sentándose suavemente) Sí, ahí enfrente.
ENEA.- (suspirando) ¡Qué suerte!
PUTA.- (la mira con incredulidad) ¿Qué dice?
ENEA.- (suspira de nuevo; luego habla como declamando) ¡el único caso de superioridad de la
mujer frente al hombre!
PUTA.- (estupefacta) ¿Quéééé?
ENEA.- (épico-didáctica) Pues que su oficio es el único que emancipa, eleva, le hace sentirse
importante. (le coge una mano y se la aprieta emocionada) ¡Gracias!
PUTA.- (ya fastidiada) ¡Quiere dejar de fastidiar con esas tonterías! Además, es mejor hacer de
puta que de besamuertos como tú.
ENEA.- (con calma) ¿Pero quién fastidia? (monumental) ¿Pero tú sabes que habéis hecho las
cruzadas?
PUTA.- (atónita) ¿Quééééé?
ENEA.- (exaltada, la interroga apuntándole con uno de los cirios que ha cogido de las botas de
agua) ¿Y quién ha descubierto Estados Unidos?
PUTA.- Colón.
ENEA.- (coge el resto de cirios de sus respectivas botas) Sí, pero con una nave cargada de
putas de la época, que luego ha vendido a los salvajes a cambio de espejos rotos, botones y
radiocasetes japoneses.
PUTA.- (cada vez más atónita) ¡Toma!
ENEA.- ¿Y quién ha pagado las fragatas?
PUTA.- ¿Las fragatas?
ENEA.- Sí, y los acorazados que navegan a su lado.
PUTA.- (con el tono de quien sospecha que se encuentra delante de una loca) ¿Quién los ha
pagado?
ENEA.- (casi cantando) ¡Tú las has pagado! Tú y tus amigas. Por no hablar de las pagas de los
marineros...
PUTA.- (con un gesto de fastidio) ¿Pero de qué sueldo y de qué diablos estás hablando?
Vuelve la viuda.
Se cierra la puerta. La PUTA, que había quedado por un momento escuchando, se va hacia el
teléfono.
PUTA.- (tras haber marcado el número) ¡Comunica! (cuelga el auricular) y ahora me he
quedado sin línea (grita hacia donde salió ENEA) ¿Cuál es el prefijo para coger línea? (va a
abrir la puerta y, cuando lo hace, se queda paralizada ante lo que ve)
ENEA.- (fuera de escena) ¡Venga! hay que ponerlo sobre el alféizar.
MUJER.- (fuera de escena) ¡Es que pesa una barbaridad!
ENEA.- (fuera de escena) ¡Venga, que ya casi está! ¡hop! ¡Ya está! Deje, déjelo, que se sostiene
solo, ahora salga fuera y tire de él por los pies que yo lo sujeto desde aquí.
MUJER.- (fuera de escena) De acuerdo, así será menos pesado.
ENEA.- (fuera de escena) Es una suerte que el coche sea descapotable, si no a ver cómo nos las
apañábamos. (vuelve a escena)
PUTA.- (está como paralizada, articulando las palabras con fatiga) Perdona, pero, sin querer
he visto cómo sentabais sobre el alféizar de la ventana a ese...
ENEA.- ¡Ah, sí! (sin descomponerse) Hemos sacado al muerto ése para que le diera un poco el
aire.
PUTA.- ¡Venga, no bromees!
ENEA.- (fuera de escena) No bromeo en absoluto. (suena el claxon del coche) Espera que tengo
que hablar contigo (sale dejando la puerta abierta) ¡Vamos allá! No, no, usted sólo tire de las
piernas: hay que dejarlo caer sentado sobre el asiento porque, hágame caso, señora, es mejor
que conduzca usted, ¿sabe? ¡Perfecto!
MUJER.- (fuera de escena) Gracias y adiós.
ENEA.- (fuera de escena) ¡Adiós! (Entra de nuevo. La PUTA, para verlo todo mejor se había
subido a una caja) ¡Eh! ¿Qué haces ahí arriba?
PUTA.- Esto... Así, sin querer me he subido aquí... y he visto... sin querer, ¿eh?
ENEA.- ¿Sin querer?
PUTA.- Bueno, chica, ya sabes... (vuelve al teléfono) ¿cuál es el prefijo?
ENEA.- Cero dos
PUTA.- Escucha... y perdóname, pero ¿por qué esa señora se ha llevado al muerto?
ENEA.- ¿La viuda?
PUTA.- Sí.
ENEA.- (como diciendo la cosa más normal del mundo) Nada, se ha ido a dar una vuelta con el
cadáver de su marido.
PUTA.- (alucinada) ¿Una vuelta con el cadáver?
ENEA.- (igual que antes) Bueno, sí, así da una vuelta y pasa el rato.
PUTA.- ¿Que así pasa el rato?
ENEA.- (con marcada indiferencia) Sí, pero conduce ella, ¿eh? En una hora o así me lo vuelve
a traer.
PUTA.- (cada vez más alucinada) ¡¡¿En una hora?!!
ENEA.- (en parte liberada con la enorme mentira) Y qué quieres... Tendría que haberle dicho
que no, pero no soy capaz... Vienen aquí, estas pobre viudas, llorando desconsoladas: primero te
piden que les dejes verles por última vez, luego que les dejes darles el último abrazo y luego, al
final, que antes de enterrarlo, que les dejes darse una vuelta romántica... (para sí, complacida)
¡Ya he aprendido a soltar trolas! ¡Soy la leche!
PUTA.- ¿Pero el director lo sabe?
ENEA.- (ya toda una profesional de la mentira) Claro que lo sabe, pero hace la vista gorda.
Además, sabe que yo soy así: o me tomas o me dejas. Es inútil: no soy capaz de decir no.
PUTA.- (dando un profundo suspiro) ¡A quién se lo dices!
ENEA.- ¿Tampoco tú eres capaz de decir no?
PUTA.- (con sincera amargura) Pues no... Y además a mí me pagan por decir sí. ¿Qué puedo
hacer?
ENEA.- ¿Y te lamentas? (con el tono retórica de antes) ¡Venga! cuando una tiene un oficio
como el tuyo, que no es un oficio sino una misión... ¡Ah! Si yo tuviese el coraje! ( exaltada)
¡Tendría que ir por ahí con el colchón a la espalda! ¡La de pasta que ganaría! Porque, mira,
todos me dicen que tengo un temperamento sensual que es puro fuego... (se gira sobre sí misma,
como exhibiéndose) ¿A que se me nota?
PUTA.- (sin ironía) Bueno, la verdad es que vestida así no se nota nada de nada...
ENEA.- (sorprendida) ¿Cómo? ¿Que no se me nota? (Para sí) ¡Envidiosa! (con tono normal)
Toma claro, si tuviese un vestido como el tuyo...
PUTA.- (tras marcar el número en el teléfono, vuelve a colgar) ¡Ahora no responde nadie!
ENEA.- (con el vestido de seda entre las manos) ¿Me lo vendes?
PUTA.- ¿El qué?
ENEA.- Este vestido (suplicando) Por favor, véndemelo. Te doy... 20.000 liras
PUTA.- (en un arrebato de honestidad, y continuando con su intento de hablar por teléfono)
¿Veinte mil? ¿Estás loca? Lo compré por diez mil y me lo he puesto un millón de veces. Por eso
está tan descolorido.
ENEA.- no me importa. Me gusta así. Te doy veinte mil liras.
PUTA.- Bueno, si te gusta tanto... pero no nos pasemos: a mí me costó sólo diez mil, así que
con que me des quince mil, te lo quedas.
ENEA.- (realmente conmovida, sin sombra de ironía) ¡Qué maja! Lo has pagado a diez y me lo
dejas en quince. ¡Me descuentas nada menos que 5! (le da el dinero) ¡Gracias!
PUTA.- (metiendo el dinero en el bolso) ¡Figúrate! (vuelve a colgar el teléfono) No hay nada
que hacer, no responde nadie... Tendré que coger un taxi. ¡Oye! ¿No tendrás mil liras sueltas
para pagar el taxi, verdad?
ENEA.- (saca del bolsillo lo que le pide sin apartar los ojos del vestido que tiene
amorosamente sobre las rodillas ) Sí, toma...
PUTA.- Gracias. (saca del bolso unas medias de seda y se las da) Toma, te regalo estas medias:
cosa fina: te hacen unas piernas que para qué.
ENEA.- (halagada por el papel que le han asignado) Ah, sí, es verdad: bromeo mucho... Les
meto cada trola, señor director... Y ellos, tontorrones, se las tragan todas.
DIRECTOR.- (está por estallar en gritos, pero de repente cambio de tono) ¡Vale! ¡Ya está
bien! Es inútil que tratéis de escaquearos. Enea no ha contado ninguna mentira. Y quiero saber
de dónde ha sacado ciertas informaciones.
ENTERRADOR 3.- Pero señor director, ¿de qué verdad está hablando?
ENEA.- (con una sonrisa compasiva) ¿Señor director, no se creerá usted también la historia de
los cadáveres trasladados, como han hecho estos idiotas?
DIRECTOR.- (molesto, saca un periódico del bolsillo) ¡Dad una ojeada a esto! (enseña el
periódico a todos)
ENTERRADOR 1.- (recorriendo la página con la vista) ¿Dónde?
DIRECTOR.- Ahí, debajo del título (lee) “Concejales especuladores maniobran para convencer
al ayuntamiento del traslado del cementerio monumental: mañana habrá un encuentro entre os
asesores...”
ENTERRADOR 3.- ¡Esto es algo increíble! (leyendo) “pero se cree que los especuladores
lleven las de ganar”...
ENTERRADOR 1.- (dando un puñetazo al marco de la puerta) ¡Es la leche! No se puede tener
una idea extravagante: en seguida te la roban
ENTERRADOR 2.- Basta con que sea sucia, además de extravagante.
ENEA.- (al ENTERRADOR 2) Entonces, ¿por qué tú me has venido a decir...?
DIRECTOR.- ¡Enea! (mira alrededor; ENEA está tapada por dos enterradores) ¿Dónde estás?
(ENEA se asoma detrás de un enterrador) A ver, en lugar de andar dando vueltas por ahí, ven
aquí y dime cómo lo has sabido y de quién.
ENTERRADOR 3.- (se entromete para evitar que ENEA meta la pata) Si me permite, señor
director, creo que esto ha sido un caso... sí, un caso en el que la fantasía ha sido superada por la
realidad.
ENEA.- (que pretende seguir con su papel de primadonna) Sí, sí, no lo he sabido de nadie: me
ha venido así... me lo he imaginado y entonces... ¡Ah! me pasa tantas veces que sucedan cosas
que había pensado... Debe ser un don... como profético. Porque yo soy médium...
ENTERRADORES.- (a coro, entusiasmados) ¡Exacto!
DIRECTOR.- (agresivo) Escucha, médium, o me cuentas lo que sabes o yo...
ENEA.- (de reina ofendida) ¿No se cree que yo sea un médium? Decídselo vosotros si no es
cierto que hablo con los muertos como si estuviesen al otro lado del teléfono.
ENTERRADOR 3.- (preocupado por el cariz peligroso que toma el asunto) Bueno, sí, es cierto.
ENTERRADOR 4.- (cortando la indecisión del compañero) ¡Como si estuviera hablando por
teléfono!
DIRECTOR.- (histérico, trastornado) ¡Pero queréis dejar de decir estupideces!
ENTERRADOR 2.- (asustado, suelta la escalera y se la da al compañero que tiene más cerca)
Lo siento, pero ahora os toca a vosotros apañárosla. (sale sin que le vea el director)
ENTERRADOR 4.- ¡Desgraciado!
ENTERRADOR 1.- (decidido a jugarse el todo por el todo) Señor director, si no se enfada, le
digo cómo ha sucedido todo: entiendo que no se crea que Enea es una médium, pero hace mal,
porque la verdad procede precisamente de allí.
DIRECTOR.- ¿Cómo? ¿De dónde dices que viene?
ENTERRADOR 1.- La cosa es que, hablando con los muertos, a veces consigue saber cosas del
otro mundo, cosas que deben ocurrir en el futuro.
ENEA.- (feliz de encontrarse de nuevo en medio del asunto) Sí, sí, me dicen cada cosa...
DIRECTOR.- ¿Y han sido los muertos lo que os habrían dicho lo del cementerio?
ENEA.- (borracha de éxito, se lanza a tumba abierta) Sí, sí, los muertos. ¡Estaban fuera de la
gracia de Dios! ¡Muertos enfadados! ¡enrabietados! Me han dicho: “Dile al director que ay de él
si hace una cosa así. si permite que nos echen de nuestras tumbas es un ser despreciables”
DIRECTOR.- (con voz destrozada) ¡Eh, oye!
ENEA.- (señalando al aire) Lo han dicho los muertos...
ENTERRADOR 4.- (con voz de ultratumba) Los muertos....
DIRECTOR.- (indeciso) ¡Pero qué muertos ni qué muertos! ¡Tú eres tan médium como yo un
rinoceronte!
ENEA.- (apuntándole con el dedo y metiéndoselo casi en la cara) ¡Director, no insista!
(perentoria, a los compañeros) Haced tutut, quiero demostrarle que es realmente un rinoceronte.
ENTERRADOR 1.- (previendo el desastre, trata de detenerla) No, mujer, déjalo correr... Si el
señor director no quiere...
ENEA.- Ni hablar. Haced tutut.
ENEA coge un escaño, lo coloca sobre el ataúd del centro y se sienta, mientras los 3
ENTERRADORES y el DIRECTOR se colocan en torno suyo.
De repente se oye un farfullar que se convierte en una especie de grammelot, esto es, en una
serie de sonidos sin sentido aparente pero totalmente onomatopéyicos y alusivos en su cadencia
y tono que permiten intuir el sentido del discurso.
Un momento de pausa: luego todos vuelven a empezar ahora mirando hacia lo alto, como
temerosos de que el techo se les caiga encima.
TODOS.- tutututututututut
Vuelve el grammelot lleno de ecos: todos gritan asustados.
ENEA.- ¡Silencio! (los cuatro se esconden como aplastados por la tremenda voz que viene de
lo alto) ¿Diga? ¿Hablo con el otro mundo? (breve respuesta en sentido afirmativo; luego en
sentido interlocutorio) Sí, estoy aquí abajo... ¿Con qué muerto hablo?
La voz del otro mundo comienza una auténtica diarrea de sonidos sin pausa.
ENTERRADOR 3.- ¡Diablos! ¿Pero de dónde viene esa voz? Me está poniendo la carne de
gallina.
ENTERRADOR 1.- Tú y tu manía de gastarle bromas. ¿Lo ves ahora? ¡Ya te había dicho que
dejaras en paz a los muertos.
ENEA.- (dándole una patada al ENTERRADOR 1) ¡Eh! ¡no me dejáis entender nada! (retoma
el diálogo con el otro mundo) ¿Con qué muerto hablo? (la voz responde en tono solemne. ENEA
se queda sorprendida: mira a sus amigos, luego de nuevo hacia arriba. Se mira el escote con
vergüenza, coge los bordes del escote y se levanta el vestido hasta el cuello. Se dirige a los
demás) ¡Es un ángel!
DIRECTOR.- (cubriéndose la cara con las manos) ¡Oh, Dios mío, Dios mío! ¡Es terrible! ...
Esas voces...
ENTERRADOR 3.- (poniéndose de pie atónito) Muchachos, me tiembla todo el cuerpo.
ENTERRADOR 4.- (andando casi como un autómata) ¡Déjame beber un poco de agua!
DIRECTOR.- (se pone a andar de un lado a otro sin sentido) Tengo que ir enseguida al juzgado
y luego a los periódicos.
Presas de su propia excitación, no se han dado cuenta de que ENEA sigue subida a su escaño,
como petrificada.
ENTERRADOR 1.- ¡Enea! Mirad lo que le ha pasado: está todavía en trance... ¡Hay que
despertarla! (la mueve)
ENTERRADOR 3.- (deteniéndole) No, así no: hay que sacarla igual que ha entrado... Haced
tutututututut.
TODOS.- (a coro) Tu tut tut tut tut...
ENEA.- (levanta lentamente los brazos, articulando con fatiga las palabras) Alguien... Siento
que está llegando alguien...
ENTERRADOR 3.- ¡Venga, que vuelve a entrar! (dirigiendo el coro) tu tut tut tut tut...
ENEA.- (respirando con esfuerzo) Llega... está llegando...
DIRECTOR.- (con tono agudísimo) ¿Quién?
ENEA.- (la respiración es cada vez más agitada) El encargado... El muerto encargado...
(gritando) ¡Aquí está!
ENEA.- (con aires de jefa de safari que tiene que tranquilizar a cazadores novatos asustados
por los leones) Tranquilos, no os asustéis. Si os ponéis así, huelen el miedo y puede haber
problemas...
FERETRÓFOBO.- (con cadencia esforzada y profunda) Perdonen si he entrado sin avisar y sin
llamar a la puerta...
DIRECTOR.- (casi paralizado) Perdón, perdón: voy enseguida... Me iba ya mismo... Pregunte a
los demás si digo la verdad...
FERETRÓFOBO.- (sin entender nada, mueve las piernas como soltando los músculos) ¿Me
permiten que me siente?
ENEA.- Por favor. (el FERETRÓFOBO parpadea como afectado por la intensa luz) Y usted,
director, deje ya de llorar... Siéntese aquí y cállese.
FERETRÓFOBO.- ¡Ay! ¡Mis piernas! He hecho un viaje infernal (dobla las rodillas, acabalga
las piernas y se sienta en el aire)
ENEA.- Ya me lo imagino... Siéntese aquí, a mi lado.
FERETRÓFOBO.- (la mira de frente, sonríe y se acerca a ella) Señorita, ahora me doy cuenta
de que es usted...
ENEA.- (halagada) Sí, soy yo...
FERETRÓFOBO.- (se sienta al lado de ENEA moviéndose siempre como al ralentí) Está usted
estupenda con este vestido... los cabellos rojos... así tan pimpante...
ENEA.- (se agita, toda orgullosa pero con falsa modestia) Me hace reír... pimpante... Y me lo
dice usted que llega fresco de allí arriba... con los ángeles, donde debe haber un esplendor...
FERETRÓFOBO.- (minimizando) Sí, no lo niego, son hermosos... pero tan inmaculados, ¡tan
perfectos! Yo diría casi que fríos... A decir verdad, allá arriba es todo un poco frío... cómo diría
yo, asexuado (los ENTERRADORES, si bien con cuidado, se han juntado todos). A no ser que
te vayas con los árabes... Allí es muy distinto: unas odaliscas todo curvas, todo guiños, que
parece que estés en el paraíso.... (el interés por lo que está diciendo es tal que los demás
empiezan a perder el miedo inicial)
ENEA.- ¿Entre qué árabes?
FERETRÓFOBO.- En el paraíso de los árabes.
DIRECTOR.- (algo más tranquilo pero siempre a respetuosa distancia del redivivo) ¿Cómo?
¿Es que existe el paraíso musulmán?
FERETRÓFOBO.- (cordial) Claro, y no sólo el musulmán: también el hindú., el budista, el
brahmán... Los hay para todos los gustos y razas.
ENTERRADOR 3.- (atónito) ¿Pero por qué? ¿No nos han dicho que sólo hay un paraíso: el
nuestro?
FERETRÓFOBO.- (docente, pero democrático) Sí, de hecho al principio existía sólo el nuestro,
el bíblico: tomarlo o dejarlo. Pero luego, qué queréis, el padre eterno es tan bueno, tiene un
corazón tan grande que uno no se lo puede ni imaginar... En suma: ¡es un gran hombre!
ENEA.- ¿Y tiene barba?
ENTERRADOR 1.- (como un alumno) ¡Y qué importa si tiene barba!
ENEA.- ¿Cómo que no importa? Si no tiene barba para mí no puede ser un padre eterno,
¿verdad?
FERETRÓFOBO.- (sin convicción) ¡Verdad! (retoma el tono didáctico) Y ya podéis imaginar
que un padre eterno tan bueno, con un corazón tan grande (con énfasis), tan justo, permita que
uno sólo de sus hijos, cualquier hijo suyo.... Pongamos por ejemplo, qué sé yo, un hindú.
Imaginémoslo: un hindú llega al paraíso y pregunta: “Perdone, por favor, ¿dónde está mi
paraíso?” y se le responde (sarcástico y pérfido) “¡ja, ja, hindú, te han engañado! Tu paraíso no
existe” (breve pausa) ¿Os imagináis la cara de ese pobre diablo, su desesperación? (tono
desesperado) “¿Pero cómo que no existe? ¿Pero cómo? He llevado una vida morigerada,
honorable, he permanecido 30 días con los brazos en alto, que se me han anquilosado hasta dar
asco... Me he puesto a rezar con las piernas cruzadas, como lo escribió el desgraciado que las
escribió, que me ha dado una hernia de disco y la ciática (pausa) y la artritis reumática...
Siempre he respetado, os lo juro, siempre he respetado la vaca sagrada (sin respirar) que se
comía las verduras que acababa de plantar en el huerto... (pausa, cambio de tono) y los geranios
en el jarrón... (de nuevo con rabia e in crescendo) ¡y no la he emprendido a patadas con esa
vaca asquerosa en ese culo raquítico que tenía! (postrado, plañidero) En resumen, lo he hecho
todo, todo lo que se espera de un buen hindú y ahora me dicen que el nirvana (coge aire) el
paraíso hindú (grito rítmico y violento) es todo un engaño con pedorreta que me hacéis
vosotros” (pausa, luego con aire bonachón) “Bueno, no te pongas así – le dicen- tienes el limbo”
(saltando fuera de sí) “¡Pero a quién le importa el limbo! ¡Iros vosotros a limbo, miserables,
asquerosos, repugnantes hijos de un paria... (continua moviendo la boca como si se hubiese
quedado sin voz, luego dibuja un círculo en el aire que reúne a todos los beatos del paraíso en
un único globo, ata a la base del círculo una mecha, se saca del pantalón una cerilla
imaginaria y le da fuego a todo) ¡Buuuum! (breve pausa, un gran suspiro y luego en tono
distendido) En este punto, decidme: ¿qué podía hacer ese gran hombre que es el padre eterno?...
Se rascó un poco la barba, le puso una mano al hindú en la cabeza y le dijo: “venga, venga,
hindú, no te pongas así, que vamos a ver qué podemos hacer... ¡Calma! ¿Quieres tu paraíso?
Pues aquí lo tienes: ¡zas!” (gesto de prestidigitador) Hace un movimiento tremendo sobre una
nube grandísima que pasa por encima en esos momentos, la nube se abre de par en par y, scscsc,
empieza a llover... (se levanta las solapas de la chaqueta, se comporta como si tuviera frío y
estuviera calado) y ya está hecho el paraíso hindú. Luego llega un árabe: la misma canción.
“Pero cómo, a ese otro se lo has dado, ¿por qué a él sí y a mí no?...” y el padre eterno,
comprensivo, generoso, justo: zas (otro gesto de prestidigitador), un bello paraíso lleno de
mujeres desnudas para los musulmanes sensuales. Y así para todos los que justamente lo
solicitan...
DIRECTOR.- (interrumpiéndole interesado) Y a usted, ¿en qué paraíso le han metido?
FERETRÓFOBO.- (con profunda melancolía) ¡Oh! Yo todavía estoy esperando... He
presentado una petición para ir al árabe, pero ya sé lo que me responderán: que hay muchas
demandas, ya son allí una multitud: unos encima de otros... (mima la multitud de beatos que se
empujan unos a otros como si estuvieran en la entrada de un estadio de fútbol) ¡Por no hablar
de los revendedores! No podré entrar en aquel paraíso a menos que consiga llevar a buen
término esta misión...
ENEA.- ¡Ah! ¿Está aquí en una misión?
FERETRÓFOBO.- Sí.
DIRECTOR.- (aterrorizado) ¿Qué misión?
FERETRÓFOBO.- Misión punitiva. (mueve las piernas en dirección al DIRECTOR, casi como
apuntándole con una espada) Contra usted, director. Si, en el plazo de 3 horas, no ha dado
cumplimiento a lo que se le ha ordenado, tendré que llevármelo conmigo, vivo o muerto.
DIRECTOR.- (trastabilla hacia atrás, golpeándose contra el muro) ¿Llevarme? ¡no, no, por
favor! Voy, voy enseguida (atraviesa corriendo la escena) Un taxi, rápido, un taxi. Llamadme
un taxi... (regresa saltando sobre los ataúdes) ¡No!, mejor atravieso corriendo la plaza: allí
encuentro uno seguro y más rápido... (sale raudo)
FERETRÓFOBO.- Bien, esperemos que se dé prisa (se mira las manos) Escuche, señorita, ¿me
permite lavarme un poco? (se frota las manos con las mangas de la camisa) Mire qué traje más
majo me he destrozado
ENEA.- ¡Vaya! Ya lo creo. Esos pantalones están ya para tirarlos. (le acompaña precediéndole
hacia el lado izquierdo) Venga por aquí, a lo mejor tengo unos de mi padre que me parece que
le vendrán bien. (sale)
FERETRÓFOBO.- (anda detrás de ENEA: de repente se da la vuelta asustando a los
enterradores) Con permiso (otra media vuelta y desaparece)
ENTERRADOR 3.- Por favor, vaya, vaya (Pausa. Verifica que el FERETRÓFOBO se ha ido
definitivamente) ¡Muchachos, estoy bañado en sudor! Y esa inconsciente de Enea, como si
nada: ¡un muerto que regresa! ¡Como si pasara todos los días!
ENTERRADOR 2.- (entra en escena por la puerta, la misma por la cual ha salido el director.
Habla y ríe mirando hacia el exterior) ¡ja, ja! ¡Mira como corre, pobre director!
ENTERRADOR 1.- ¡Sí, tú ríete, pero no sabes lo que ha sucedido!
ENTERRADOR 2.- (tremendamente divertido) ¡Cómo que no lo sé! ¿Y de quién te creías que
era la voz que venía del más allá, o mejor dicho, del más arriba?
ENTERRADOR 3.- ¿También tú la has oído?
ENTERRADOR 4.- ¿Y de quién era?
ENTERRADOR 2.- (caricaturesco) Era la mía.
TODOS.- (sorprendidos) ¡¡¿Tuya?!!
ENTERRADOR 2.- (igual que antes) Y tenéis que agradecer también la amabilidad y el humor
de la señorita de la oficina de tumbas privadas: era ella la que hacía de querubín.
ENTERRADOR 1.- ¿Ella? ¿Pero desde dónde hablabais?
ENTERRADOR 2.- Desde el tubo de refrigeración, ahí arriba. (se sube al catafalco) Os
habíamos escuchado y nos habíamos dado cuenta de que estabais en dificultades. Entonces...
(gesticula) solución de emergencia: adelante con la comedia del paraíso...
ENTERRADOR 3.- ¡La leche! (le agarra con violencia de la chaqueta) ¡Nos ha hecho casi
morir de miedo, este desgraciado! (le tira del catafalco)
ENTERRADOR 2.- ¡Ja, ja! ¿Hemos estado bien, eh?
ENTERRADOR 1.- ¡sí, sí, estupendamente!
ENTERRADOR 3.- (se sienta sobre un ataúd) Hemos caído como imbéciles (se levanta de
golpe) ¡Ey! Pero entonces, ¿el muerto que ha venido en misión punitiva?
ENTERRADOR 4.- Eso, ¿y el muerto?
ENTERRADOR 2.- (le da un manotazo de tranquilidad) ¡Pero qué muerto! Es uno que nos
hemos cruzado en la entrada. Estaba buscando a Enea y le hemos contado la historia; se ha
prestado para el gran final... A decir verdad, estaba tan machacado que parecía un auténtico
muerto.
ENTERRADOR 1.- ¡Fíjate tú este imbécil como nos ha tomado el pelo! (le pega una patada)
ENTERRADOR 4.- (otra patada) Para emprenderla a patadas contigo
ENTERRADOR 2.- ¿Eh, estás loco? ¡Ya vale!
ENTERRADOR 3.- Ya te voy a enseñar yo si vale o no vale... (otra patada)
ENTERRADOR 2.- ¿Qué pasa? ¿Que sólo a ti te está permitido gastar bromas? Pero si os he
librado de que os despidan... (sale de escena perseguido por sus compañeros que siguen
golpeándole enrabietados)
FERETRÓFOBO.- (entra con ENEA. Se ha puesto pantalones limpios) Entonces, ¿he hecho
bien mi papel del difunto en misión punitiva?
ENEA.- Sí, pero ¿cómo ha conseguido fingirse cadáver tan bien? Casi parecía con el rigor
mortis...
FERETRÓFOBO.- ¡Oh! Es facilísimo: soy capaz de quedarme seco a voluntad. Mire. (se queda
rígido, con los ojos vidriosos, la boca semiabierta, las manos en posición de cadáver) ¡Hop!
(extiende los brazos y se recompone) No, no me ha salido bien... (lo intenta de nuevo) ¡Hop! Ya
está. Pruebe a tocarme y dígame si no parezco un muerto de verdad... ¡Venga, venga! (ENEA le
toca el estómago) No, ahí no que me hace cosquillas... Tiene que tocar el brazo, la mano...
(ENEA le toca el brazo) De madera, ¿eh? ¡De madera!
ENEA.- ¡Guau! ¡Usted es un mago! (le da la vuelta) ¡Oiga! ¿pero qué le ha pasado aquí detrás?
Tiene la chaqueta chamuscada.
FERETRÓFOBO.- ¡Por fuerza! Mi mujer, tal como usted le ha aconsejado, se ha chocado
contra un muro estupendo y luego ha dejado allí el coche conmigo dentro, mientras iba a pedir
ayuda.... Entonces he pensado: “éste es el mejor momento para hacer desaparecer el cadáver...”
ENEA.- ¿Qué cadáver?
FERETRÓFOBO.- El mío.
ENEA.- ¡Ah, ya!
FERETRÓFOBO.- Abro el depósito de la gasolina, tiro dentro una cerilla encendida... Y no me
ha dado casi ni tiempo para darme la vuelta: ¡¡bum!! Una explosión que me ha hecho pensar que
de verdad me había muerto.
ENEA.- (contenta de haber entendido el embrollo) Y ahora su mujer pensará que usted, esto es,
su cadáver, se ha quemado junto con el coche.
FERETRÓFOBO.- Y no sólo mi mujer, sino todo el mundo: los amigos, la policía, los
periódicos... (breve pausa) ¿Pero sabe que le queda muy bien el pelo así?
ENEA.- ¿De verdad? Pero fíjese que no son los míos.
FERETRÓFOBO.- Ya lo sé, son lo s que llevaba mi mujer. Esa estúpida ha sido tan presuntuosa
como para hacerse pasar por mi chica...
ENEA.- ¡Ah, pero... ¿entonces no había caído en su trampa?!
FERETRÓFOBO.- ¡Pero bueno! ¿está de broma o qué? A mi Angela la reconocería hasta por
los pies.
ENEA.- (celosa) ¡Vaya! Habrá que ver los pies que tiene esa Angela, ¿eh?
FERETRÓFOBO.- (orgulloso) ¡Hermosos, espléndidos! Mire, parecidos a los suyos.
ENEA.- ¿Por qué? ¿Tengo los ppies bonitos yo?
FERETRÓFOBO.- ¡Por supuesto! Esbeltos, con el talón fino, el empeine largo...
ENEA.- ¡Vaya! Nadie me había dicho nunca que tenía los pies bonitos! (los mira admirada
como si los acabase de descubrir) ¡Pero mira, qué bonitos que son! ¡Qué pies! ¡Parecen manos!
FERETRÓFOBO.- Nadie se lo habrá dicho porque, y permítame la presunción, habrá tratado
siempre con hombres superficiales (sentenciando) ¡El pie de una mujer lo es todo!
ENEA.- ¿Lo es todo?
FERETRÓFOBO.- bueno, es bastante... Lo que sí es cierto es que somos pocos los que los
apreciamos. No digo que usted no tenga otras cualidades: la desenvoltura casi desvergonzada
con la que se mueve dentro de ese vestido, casi como si dijese “aquí estoy, para quien me
quiera, estoy en venta...”
ENEA.- (llena de esperanza) ¿En venta, como una desvergonzada?
FERETRÓFOBO.- ¡Oh, perdone! No quería ofenderla... No se ofende, ¿verdad?
ENEA.- Oh, no, no, claro que no. (resentida) ¿Y quién se ofende? ¿Qué se cree, usted? (intenta
coger el tono de su compañero enterrador) ¿Sabe que mi padre, cuando nació mi hermana... (se
interrumpe) No, yo no tengo hermanas... (vuelve a empezar)Cuando he nacido yo, ha dicho...
(casi como en un aparte) espere, ¿cómo era? ... Ha dicho, ¡vaya!... ha dicho... ¿Qué ha dicho?
En resumen, ¡estaba muy contento!
FERETRÓFOBO.- Me lo imagino.
ENEA.- No, usted no se imagina por qué estaba contento.
FERETRÓFOBO.- ¿Por qué?
ENEA.- (fastidiada por tener que constatar tanta dificultad en entender) ¡Por qué! ¡Por qué!
Porque era una chica y quería que hiciera la calle.
FERETRÓFOBO.- (algo sobresaltado) ¿La calle?
ENEA.- ¡Sí señor, la calle! Y en cambio, yo, desgraciada, inconsciente, ¿no me he metido a
hacer de maestra?
FERETRÓFOBO.- (se sienta) ¿Ha estudiado usted para maestra?
ENEA.- Bueno, sólo algunos meses. Sin embargo, el pobrecito se murió de un infarto.... en
cambio si le hubiera hecho caso, a saber dónde podría estar yo...
FERETRÓFOBO.- ¿Y dónde estaría?
ENEA.- (con tono obvio) Estaría, estaría... (cambia de entonación repentinamente) ¿Sabe qué
me estaba enseñando?
FERETRÓFOBO.- ¿Qué le estaba enseñando?
ENEA.- Todo: cómo se sostiene el bolso... (mima toda la explicación) el paseo insinuante...
cómo se sonríe al cliente... cómo se lo detiene... Toda la técnica, pero de práctica, nada de nada.
FERETRÓFOBO.- Menos mal
ENEA.- Sí, en eso estoy a cero. Y si una no prueba de verdad, es inútil. (como iluminada por
una idea) Señor, señor, ¿tendría inconveniente en emanciparme usted?
FERETRÓFOBO.- (se levanta de golpe, sorprendido) ¿Cómo?
ENEA.- Sí, sí, yo querría convertirme en una prostituta auténtica, de ésas que se ganan la vida
solitas, y con usted seguro que puedo romper el hielo. Sabe, como ya le he visto muerto, puede
decirse que hay confianza, ¿no? Además también ayuda el hecho de que tengo los cabellos de su
mujer y el pie de su Angela... ¿Me ayuda?
FERETRÓFOBO.- (nervioso, como se habla a una desequilibrada) Escucha, no digamos
tonterías. Mira, hagamos otra cosa: si quieres... (se interrumpe contrariado) ¡Vaya día que
llevo! Le he tratado de tú
ENEA.- No importa. Mejor, tráteme de tú.
FERETRÓFOBO.- (seco) ¿Quieres formar sociedad conmigo?
ENEA.- (esperanzada) ¿Quiere hacerme de chulo?
FERETRÓFOBO.- No exactamente. Yo te financio. Te consigo dinero para que te conviertas en
una señora: lo único que tienes que hacer es recogerlo de mi oficina. Está en la caja fuerte. ( saca
del bolsillo un llavero) Mira, aquí está la llave de la calle, de la puerta de la oficina y hasta la
del ascensor.
ENEA.- ¿Y si me pillan?
FERETRÓFOBO.- No hay ningún peligro. Bastará con que te vistas de monja.
ENEA.- ¿Y por qué de moja?
FERETRÓFOBO.- Porque la oficina se encuentra en un viejo edificio que fue convento, donde
aun quedan en un ala unas pocas monjas que llevan una especie de instituto para menoscabados
psíquicos.
ENEA.- ¿El qué?
FERETRÓFOBO.- Locos.
ENEA.- ¡Ah, vale! ¿Y entonces?
FERETRÓFOBO.- (deprisa, con pausas muy breves) Pues entonces... lo primero que aunque
entres a plena luz del día el portero no te dirá nada. Allí las mojas van y vienen. Si por
casualidad te pillan en mi oficina puedes decir que te has equivocado de piso, de puerta o qué sé
yo y salir tranquilamente por donde has venido.
ENEA.- No, no, de eso nada. No es un trabajo para mí. Además, ¿de dónde saco un hábito de
monja?
FERETRÓFOBO.- Eso es lo de menos. Hay tiendas donde venden todo tipo de artículos sacros:
hábitos de monja, de cura, de fraile...
ENEA.- ¿Y por qué no cogemos un hábito de monje y va usted solito a su oficina?
FERETRÓFOBO.- (con amargura) Ni disfrazado de caballo con un carromato detrás me
dejaban pasar.
ENEA.- ¿Por qué?
FERETRÓFOBO.- (con rabia) Porque tengo entre manos un asunto de ésos que no acaban
nunca: lo tengo todo escondido y me he metido por medio para salvar a los idiotas de mis socios
y de mis clientes, y ahora si me pescan me meten en la cárcel por lo menos para 10 años.
ENEA.- (tras una breve pausa) ¿Y hay mucho dinero en esa caja fuerte?
FERETRÓFOBO.- No, no mucho (exaltado) Pero hay documentos que valen su peso en oro:
con ellos le saldrían úlceras a media Italia.
ENEA.- ¡Bah! Con las úlceras no se hace mucho dinero.
FERETRÓFOBO.- (compadeciéndola) ¡Eso es lo que tú te crees! Tácito decía (lapidario) “La
úlcera lleva el oro en la boca” (en tono de desafío) Prueba a hacer una fotocopia de uno de esos
documentos y mandársela a quien yo te diga con una breve nota: “si dentro de una semana no
nos envía equis millones, la presente fotocopia será reenviada a todos los periódicos del país y
del extranjero”
ENEA.- ¡Un chantaje, en resumen! ¿Pero por qué no lo ha hecho ya?
FERETRÓFOBO.- Porque hasta ahora se habrían dado cuenta de dónde venía la historia. Sólo
yo tengo esos documentos: esos imbéciles me los han confiado y luego se han quedado
tranquilos: sabían que me habría hecho asesinar antes que traicionarlos. ¡Soy un liante, sí, pero
leal! Leal mientras estaba vivo... pero desde el momento en que me he muerto para todos
(irónico y malvado) tengo también el derecho de vivir como ellos.
Entra el POLICÍA 1 seguido del COMISARIO y del POLICÍA 2, vestidos todos de paisano.
Empujan a dos muchachas.
POLICÍA 1.- (señalando a ENEA) ¿Ahí está! ¿Qué le decía comisario? La había visto entrar
aquí.
ENEA.- (al POLICÍA 1 que la tiene cogida por un brazo) ¡Eh, para quieto! ¿Qué te pasa a ti?
Yo...
PUTA 2.- ¿De dónde sale ésa?
COMISARIO.- (al ENTERRADOR 3) ¡Bravo! ¿Ahora resulta que dais asilo a las prostitutas?
ENTERRADOR 3.- No, señor comisario, hay un error con la señorita...
POLICÍA 1.- (empujándole y con ironía) ¿La señorita?
PUTA 3.- (riéndose) ¡La señorita! Mira cómo habla el enterrador idiota...
ENTERRADOR 3.- ¿Quién es un idiota? Como te...
COMISARIO.- Silencio o te pongo también a la sombra por complicidad.
ENEA.- ¿Por qué? ¿Me llevan a la sombra a mí?
POLICÍA 1.- Mira tú el angelito que no sabe por qué nos la llevamos... Se dedica a hacer la
calle y no sabe nada, pobrecita...
ENEA.-. ¡Que hago la calle! (feliz) ¡Gracias! (volviéndose al ENTERRADOR 3) Dicen que hago
la calle, que soy una profesional... como ellas. (coge a una de las muchachas por el brazo)
¡Vamos a la sombra!
COMISARIO.- ¡Pero bueno! ¿Encima quieres tomarnos el pelo?
ENEA.- ¿Quién le toma el pelo? Soy yo la que no sabe qué hacer para agradecértelo... ¡Qué
simpático! Qué majo es usted, señor comisario. (en plena crisis de alegría intenta hacerle
cosquillas al comisario, como se hace con los niños pequeños)
COMISARIO.- ¡Para ya, loca!
ENEA.- (sale por el fondo gritando feliz) ¡A la sombra, me llevan a la sombra!
COMISARIO.- (a los POLICÍAS, que están completamente estupefactos) ¡Venga! ¡Qué hacéis
ahí, parados como estatuas! ¡Llevaos a esa loca.
POLICÍA 1.- En seguida, comisario (sale detrás de ENEA)
POLICÍA 2 .- (mira en el carro fúnebre y encuentra a la primera PUTA) ¡Comisario, aquí hay
otra pollita!
COMISARIO.- ¡Fuera, llévatela fuera! (a las prostitutas) ¡Y vosotras, seguidme!
Salen
Telón
Segundo Acto
Oficina construida en un edificio en el que abundan los arcos y las decoraciones renacentistas.
Los muebles tampoco son modernos. Cuadros en las paredes. Alguna que otra estatua en nichos
de la pared. En un lateral, una estufa de hierro con la chimenea que sube hasta el techo, se dobla
y desaparece a la derecha. Cuando se abre el telón vemos en escena a un individuo que se afana
en torno a los cajones de las mesas: algunos están ya por tierra. Levanta un cuadro buscando la
caja fuerte y en ese momento se siente que alguien llama a la puerta. El tipo se detiene y va a
colocarse detrás de la puerta y saca de la chaqueta una pistola, empuñándola por la caña,
dispuesto a golpear con ella. Entra ENEA vestida de monja.
ENEA.- ¡Vaya! No hacía falta girar la llave, estaba abierta. (da unos pasos y ve otra puerta
contigua) ¿Y esta puerta dónde da? (sale. el LADRÓN asoma la cabeza de su escondite y la
sigue. ENEA vuelve a entrar por la primera puerta y la cierra a sus espaldas) ¡Mira tú! Una
oficina gemela
El LADRÓN abre la puerta empujando a ENEA entre el muro y la estufa. Entra en escena y no
ve a ENEA que, viendo al LADRÓN armado con una pistola, grita
Sobre un carro, procedente de la izquierda, entra un ataúd dentro del cual está sentado el
FERETRÓFOBO, que está recibiendo la llamada.
Mientras ENEA trabaja con la caja fuerte, el LADRÓN continua a farfullar una extraña oración
LADRÓN.- Padre nuestro, que estás en los cielos,... por mi culpa, por mi culpa, por mi
grandísima culpa... cuatro esquinitas tiene mi cama...
ENEA.- Tres, seis, cuatro (procede sobre la caja fuerte: se oye un ruido como de
ametralladora, como si se descerrajara un mecanismo complicadísimo y luego un trac seco )
¡Bravo! La primera cerradura está abierta.
LADRÓN.- ¡Déjeme ver!
ENEA.- (intransigente) ¡A su puesto! De rodillas y a rezar, si no, nada de segunda cerradura.
LADRÓN.- Sí, sí, a mi puesto, de rodillas y a rezar (vuelve a farfullar con gran fervor)
ENEA.- Uno, nueve, siete.
Gran estruendo, un breve ruido de muelles y engranajes, luego un cu-cu-cu de reloj tirolés y al
final silencio.
Suena un disparo: ENEA cae al suelo. El LADRÓN se apoya en la mesa con el rostro
demudado.
MUJER DEL PORTERO.- (desde fuera) ¿Quién ha disparado? Tú también lo has oído, ¿no?
PORTERO.- (desde fuera) ¡No soy sordo! Me parece que el ruido ha salido de la oficina del
primer piso.
MUJER DEL PORTERO.- (desde fuera) ¡Ve a ver qué ha pasado!
PORTERO.- (desde fuera) ¿Y qué quieres que vaya a ver? No puede haber nadie dentro: está
cerrado y trancado.
MUJER DEL PORTERO.- (desde fuera) Da lo mismo, tú sube igual: el ruido tiene que haber
venido de alguna parte.
PORTERO.- (desde fuera) Pues sube tú conmigo.
MUJER DEL PORTERO.- (desde fuera) ¡Pues podías haber dicho antes que es que tienes
miedo!
Mientras tanto el LADRÓN ha intentado meterse en la caja fuerte con el mazo de dinero y todo,
pero tan cargado no le es posible: o él o el dinero. Va a meterlo en un cajón, pero luego lo
piensa mejor, su mirada cae sobre el santo que está en el nicho: levanta la estatua y mete todo
dentro del interior hueco. Luego va a esconderse en la estufa.
PORTERO.- (desde fuera) ¡Qué miedo ni qué leches! Es para que si alguien dispara de nuevo
me hagas de escudo.
El LADRÓN cierra tras de sí la fingida puerta de la estufa: se oye saltar el mecanismo al revés,
incluido el cu-cu y el resto de sonidos. Entran el PORTERO y la MUJER DEL PORTERO.
PORTERO.- (se detiene a pocos pasos del cuerpo exánime de ENEA) ¡¿Una monja?!
MUJER DEL PORTERO.- Pobrecita, ¿estará muerta?
PORTERO.- (ve sobre la mesa la pistola olvidada por el LADRÓN) Mira allí, una pistola...
MUJER DEL PORTERO.- Déjala donde está, no la toques... Si está muerta, cuando la policía
llegue encontrará tus huellas.
PORTERO.- (se arrodilla y le toca la garganta) No, no está muerta, aun respira... Quizá sólo
esté desmayada.
MUJER DEL PORTERO.- ¡Menos mal!
PORTERO.- (la levanta por las axilas y la sienta sobre una silla) No veo heridas ni pérdidas de
sangre. Ve a llamar a alguna de las hermanas ahí al lado. ¡Rápido!
MUJER DEL PORTERO.- ¿Y cómo habrá llegado hasta aquí? Debe ser una novicia.
PORTERO.- ¡Te he dicho que vayas a llamar a alguna hermana!
MUJER DEL PORTERO.- Sí, sí, ¿pero quién le habrá disparado? ¿Crees que habrá intentado
suicidarse?
PORTERO.- ¡Muévete o te disparo yo!
MUJER DEL PORTERO.- Voy, voy. ¡No te pongas nervioso! (sale)
PORTERO.- Y trae vinagre... algo... (mira alrededor) ¿Eso no son botellas de coñac?
En uno de los muebles registrados por el LADRÓN hay algunas botellas: el PORTERO se
levanta y va a coger una. Vierte unas gotas de coñac en un vaso y se lo acerca a los labios de
ENEA.
MUJER DEL PORTERO.- (desde fuera) aquí, por este pasillo, hermanas. Una rampa y ya
estamos.
ENEA.- ¿Quién es?
PORTERO.- (va hacia la puerta del fondo) Mi mujer que ha ido a llamar a sus hermanas del
convento.
ENEA.- (dejándose caer sobre una silla) ¿Mis hermanas? ¡Oh, mis hermanas! (vacía el vaso de
un trago y se desmaya de nuevo)
MUJER DEL PORTERO.- (entrando seguida de dos MONJAS) Aquí está.
PORTERO.- (señalando el camino a las MONJAS) Tranquilas, hermanas, no es nada. Sólo es
un pequeño desmayo...
MONJA 1.- (levanta la cabeza de ENEA) ¡Oh, madre! ¿Cómo se siente?... ¿Madre?
MONJA 2.- (coge una botella de la mesa) ¿Pero todavía no ha vuelto en sí?
PORTERO.- Sí, sí, hemos estado hablando hasta ahora. Se ve que la emoción de escuchar que
llegaban...
MONJA 1.- (la abofetea con delicadeza) Madre, responda...
MONJA 2.- Páseme aquel vaso. (sirve de la botella y acerca el vaso a los labios de ENEA )
Beba, madre, le hará bien.
PORTERO.- ¿Madre?... ¡Ah! Es la superiora. ¿Y cómo es que no la he visto nunca antes?
MONJA 1.- Tampoco nosotras la habíamos visto nunca antes.
MONJA 2.- Es nuestra nueva madre superiora: la esperábamos... aunque no tan temprano, sin
embargo.
MONJA 1.- Figúrese: ¡viene de la India!
MUJER DEL PORTERO.- ¿De la India?
MONJA 1.- Sí. ¡Imagínese qué viaje! Y, pobrecita, justo ahora le tenía que suceder una cosa
así...
MONJA 2.- ¿Y quién le ha disparado?
PORTERO.- Un ladrón. Por poco la mata. Y ella, esta santa mujer, no ha querido que
telefonease a la policía... “Perdonemos, perdonemos”, decía... “Todos los hombres pueden
equivocarse” (a su mujer, agresivo) Tendrías que aprender tú, que me gritas siempre. ¿Has
entendido que los hombres “pueden” equivocarse?
MONJA 1.- (levantándole el velo) ¡Qué cara más dulce tiene!
MUJER DEL PORTERO.- Son afortunadas de tener una superiora así. Porque, esa otra que
tenían antes, con todo el respeto...
MONJA 2.- Sólo era un poco severa. Es cierto que, como dice usted, la madre Antonia es tan
buena, el Señor nos ha premiado.
PORTERO.- ¿Madre Antonia? ¿Se llama así?
MONJA 1.- Sí, así nos lo han escrito. Tendría que llegar dentro de 3 meses, por mar...
MONJA 2.- Habrá cogido el avión.
MONJA 1.- No, madre, basta. No beba más, que le hará mal.
ENEA.- (con el clásico despertar de aturdimiento) ¿Eh? ¿Dónde estoy? ¿Quiénes sois?
MONJA 2.- Ha llegado a casa, madre, ¡al convento!
MONJA 1.- Mejor dicho: al edificio donde está el convento.
MONJA 2.- Se había equivocado de puerta, madre.
ENEA.- ¿Ah, sí? (se levanta fingiendo fatiga, ayudada por las MONJAS)
MONJA 2.- Sí, pero todo ha terminado ya. Yo soy sor Lucía, ¿Me recuerda? La he escrito...
MONJA 1.- Yo soy sor Carmela.
ENEA.- Tanto gusto... yo soy... (se tambalea y emite un hipido) ¡Hip!
MONJA 2.- Lo sabemos: usted es la madre Antonia Ranieri.
MONJAS (a coro) ¡Bienvenida a casa, madre!
ENEA.- ¡Gracias hermanas! Pero soltadme, que ya me tengo sola de pie. (abre los brazos como
si estuviese sobre un alambre. Se mantiene en equilibrio con esfuerzo) Sentaos (se apoya en la
mesa) Y bien, ¿cómo os va?
MONJA 2.- Mal, madre. Las cosas, por ahora, no pueden ir peor.
MONJA 1.- Desde que nos quedamos sin superiora nos ha sucedido de todo (casi como una
sentencia del rosario) Los techos y las paredes de las habitaciones de los pacientes están
cediendo... Sabe, la construcción es vieja y la administración no quiere soltar una lira para
arreglar nada. Dice que toca a la secretaría de monumentos históricos.
MONJA 2.- (como la otra) Y los de monumentos dicen que el nuestro no es un edificio
histórico ni artístico.
MONJA 1.- Nos faltan camas, hemos pedido y nos han mandado hamacas y literas triples... Los
pacientes, pobrecitos, se caen siempre de cabeza... y como comprenderá, madre, para los
enfermos de la cabeza no es la mejor forma de curarlos.
ENEA.- (mientras las MONJAS hablan, ENEA, sin hacerse notar, y dando la espalda al
público, se echa de beber) Basta, hermanas, basta: ¡me van a hacer llorar! (se tapa con el velo y
bebe)
MONJA 2.- Y además, madre, ahora, como desde hace un año no pagamos el canon de alquiler,
nos quieren echar a la calle.
ENEA.- En resumen, y hablando claro, con buena picha bien se jode.
MONJAS.- (turbadas) ¿Cómo, madre?
ENEA.- (tranquilizadora) ¡Proverbio hindú!
MONJA 2.- Sí, harían falta un par de millones para tapar sólo los agujeros más grandes.
ENEA.- ¿Un par de millones? (estira el cuello y mira en torno) Mierda, quién sabe dónde lo
habrá metido ése... Si ha salido con las manos en los bolsillos deben estar aquí.
MONJA 2.- ¿Cómo, madre?
ENEA.- Nada, nada (se separa de la mesa y tambaleándose se dirige hacia el centro de la
habitación) Pensaba que, si pudiera... en resumen, que aquí hay dinero, estoy segura, lo siento.
Si consiguiéramos encontrarlo...
MONJA 1.- Pero aunque los encontrásemos, no podríamos tocarlos: no son nuestros.
ENEA.- ¡Son nuestros y de qué manera! Habría que encontrar dónde los ha escondido ese
desgra... (se interrumpe embarazada: luego, convencida de haber dicho una palabrota, estalla
en una sonora exclamación de desagradado) Ooooh... (pausa: comienza a hablar con otro
tono) ¡Si pudiese hablar con los muertos!
MONJAS (a coro) ¿Con los muertos?
ENEA.- (sin darle importancia) Sí, hablo a menudo con los muertos. He aprendido en la India.
(del tubo de la estufa sale una nube de humo) Pero necesitaría a mis amigos hindúes para que
me hiciesen tu-tut.
MONJA 1.- ¿Hacer qué?
ENEA.- Tu-tut-tut... Así.
LADRÓN.- (con voz sofocada desde dentro de la caja fuerte) ¡Ayuda, me quemo! ¡Hermana,
ayuda!
MONJAS.- (mirando alrededor asustadas, sin darse cuenta del humo que sale de la caja fuerte)
¿Qué es eso, virgen santa?
ENEA.- (en absoluto asustada) Habéis oído, ¿verdad?
MONJA 1.- (corriendo a esconderse a la espalda de ENEA) Sí, una voz que pedía auxilio.
MONJA 2.- (lo mismo) Sí, ha dicho: “¡Socorro, me quemo!”
ENEA.- Será una pobre ánima del purgatorio... Oh, hermanas, ya no puedo ni hacer tu-tut, que
me responden enseguida.
MONJA 1.- ¡Recemos, hermana!
ENEA.- ¡Silencio! (con voz transportada) ¿Quién eres, ánima bendita? Habla, ¿me escuchas?
LADRÓN.- (con voz tan sofocada que parece que venga del otro mundo) Sí, te oigo, te oigo...
Pero sacadme de aquí: me estoy prendiendo fuego.
MONJA 2.- Pobrecito, está en el fuego eterno. ¡Quién sabe lo que estará sufriendo!
ENEA.- (a las monjas) Será una pobre ánima del purgatorio. (vuelta al presunto muerto que
habla) Haremos todo lo que sea posible (a las monjas) Habrá que rezar unas cuantas oraciones
por su ala... (al muerto que habla) ¿Cómo te llamas?
LADRÓN.- Armando. Soy yo, Armando: sacadme de aquí que me sofoco... ¡el humo, el humo!
(tose: del tubo, en sincronía con los golpes de tos, salen nubecitas)
MONJA 1.- Ha hablado de humo...
ENEA.- Estará en un horno con el carbón húmedo (de nuevo con la voz transportada, dando
constantemente la espalda a la caja fuerte-estufa) Armando, haremos todo lo que podamos para
sacarte de ahí, pero tú debes ayudarnos. Si sabes dónde están escondidos los billetes, dínoslo.
LADRÓN.- (cada vez más apagado) Sí, sí, os lo digo. ¿Pero no me dejaréis luego aquí tirado?
ENEA.- ¡Oooooooh! Qué ánima más desconfiada... (al muerto que habla) Puedes estar
tranquilo.... dinos, ¿dónde están los billetes?
LADRÓN.- Debajo de la estatua del santo, dentro del nicho. Están todos allí.
ENEA.- ¿Debajo de la estatua? (va a ver) Pero aquí no hay nada... (separa la estatua y descubre
el escondite) ¡Ah, sí, aquí están! ¡Bravo, ánima santa! ¡Bravo!
MONJA 1.- ¡Oh, madre, que dios os bediga!
MONJA 2.- Madre, es el cielo quien os ha enviado
ENEA.- ¿Pero qué hacéis, hermanas? ¡Besarme las manos! ¿Estáis locas?
LADRÓN.- ¡Eh, hermanas! Recordad la promesa...
ENEA.- (con aire inspirado) Sí, puedes estar tranquilo... Rezaremos, rezaremos tanto por ti... y
desde este mismo instante. Recemos, hermanas: “Réquiem aeternam dona eis, domine, et lux
perpetua...”
Oscuro.
Cuando regresa la luz un pequeño telón ha bajado sobre el proscenio, para permitir el cambio de
escena. Delante del teloncillo se están ordenando algunos dementes psicopáticos, vestidos con
el clásico pijama gris. Estamos, evidentemente, en el manicomio.
Se diponen en un gran desorden. Uno le da un tortazo enorme a otro sin que éste reaccione. Dos
fingen serrar un banco por la mitad, imitando con la boca el ruido de la inexistente sierra. Otros,
con expresión ausente, observan el trabajo de esos dos. Entra una MONJA que ya conocemos.
MONJA 1.- Venga, venga, chicos. Va a llegar la nueva superiora: enseñadle lo bien que os
portáis. Venga, cada uno a su banco. ¡Venga, vamos!
Cuatro locos salen y entran enseguida llevando dos grandes bancos.
LOCO 3.- Por favor, hermana, acomódese, siéntese aquí (indica el banco que fingía aserrar)
MONJA 1.- No, gracias, querido. Eres muy amable, pero tengo que ir a recibir a la madre
superiora.
LOCO 1.- Hermana, éste de aquí (indica al loco que le sigue) sigue sacándome la lengua.
MONJA 1.- Bueno, ¿y qué hay de malo? Entiendo que en personas adultas no está muy bien,
pero tampoco hay que ponerse asi.
LOCO 1.- Sí, pero es que lo que hace es tirar de mi lengua con la mano para sacármela, así
(hace el gesto) ¡Y duele!
MONJA 1.- ¡Oh, dios mío! Venga, poneos en fila, a vuestros puestos. Y cantad todos al mismo
tiempo, sin desentonar (mira alrededor) Por cierto, ¿quién os dirige?
Entra el FERETRÓFOBO que viene vestido como un loco más. Camina algo desarticulado y
habla como un imbécil.
MONJA 1.- Está bien, está bien. Ahora ya llevas pantalones: veremos cómo te las apañas.
FERETRÓFOBO.- (levanta los brazos y observa fijamente a los locos; baja los brazos) Daos la
vuelta: me da vergüenza.
Todos se giran hacia el muro, para luego girarse de lado en cada verso de la canción. La primera
estrofa es cantada por el FERETRÓFOBO; los locos dan la respuesta a base de ¡ja, ja!
PROFESOR LOCO.- De hecho, es erróneo llamarles perturbados o tarados: lo que les sucede es
que tienen un percepción metafísica de la realidad.
ENEA.- ¿Qué es eso?
PROFESOR LOCO.- Me explicaré con un ejemplo práctico. Mire a esos dos (indica a la
pareja de serradores) Ahora fíjese bien (a un loco) ¡eh, tú, siéntate ahí, en el banco! ¡Ponte
cómodo!
LOCO 4.- ¿Qué te crees, que soy tonto o qué? Como si no lo hubiese visto... ¡Hace ya media
hora que están serrando ese banco!
PROFESOR LOCO.- ¿Alguien quiere sentarse? (todos se giran hacia otro lado, mirándole con
desprecio) ¿Ha visto? Están todos convencidos de que esos dos han serrado de verdad el banco.
El hecho de que tengan o no la sierra no les interesa: es el gesto lo que cuenta. Es decir: el
clásico disociamiento paranoico de la realidad (se sienta en el banco que se parte en dos)
LOCO 2.- (entrando de nuevo y suplicando) Profesor, ¿podemos ir al jardín a hacer el juego de
las naciones?
PROFESOR LOCO.- Haced lo que queráis. Con que no os comáis la hierba ya está bien, que
luego a mediodía no tenéis hambre y me dejáis las piedras en el plato. Madre, con permiso
(hace media vuelta militar, baja la cabeza y sale a paso ce carga )
ENEA.- ¿Pero de verdad les dan de comer piedras?
MONJA 2.- No le haga caso a ése, madre... No es un profesor de verdad.
ENEA.- ¿Ah, no?
MONJA 2.- No. Es otro loco, un enfermo como los demás. Tiene, por decirlo así, el hobby de
hacerse pasar por profesor. los médicos le dejan porque en el fondo es útil y además nos
ahorramos un sueldo.
ENEA.- ¿Pero no es peligroso?
MONJA 2.- Bueno, de vez en cuando consigue atrapar a algún paranoico y a escondidas se lo
lleva arriba y le hace una trepanación del cráneo, pero nada grave.
ENEA.- ¿Cómo que nada grave?
MONJA 2.- Sí, el resultado es el mismo que cuando opera el médico habitual. Nadie notaría la
diferencia.
Las MONJAS salen llevándose las dos partes del banco serrado. sube el teloncillo y aparece un
claustro con sus columnas. Se oyen voces que provienen de fuera: son los LOCOS de antes.
Una MONJA entra y avanza hacia el fondo, donde se oyen las voces.
MONJA 1.- ¡Pero por favor! ¿Es posible que cada vez que juguéis a este juego de las naciones
acabéis pegándoos?
ENEA.- ¿Qué clase de juego es?
MONJA 1.- (entrando) ¿Cómo, madre? ¿De pequeña no ha jugado nunca al juego de las
naciones?
ENEA.- Ah, sí, ese en el que se hacen círculos en el suelo y luego nos metemos dentro...
MONJA 1.- ¡Justo! Sólo que aquí lo juegan con una tal pasión, un apasionamiento...
Entra un demente con una máscara grotesca que recuerda un león, un gran casco rodeado de
banderas y banderines y delante los tres leones de los Tudor: todo se asemeja a las divinidades
guerreras del teatro chino pero en forma clownesca, con exageraciones típicas de la Comedia
dell’Arte. Le siguen, o mejor dicho, le persiguen, dándole caza, otras dos máscaras
representando Alemania (casco con punta) y Francia (una extraña mezcla entre De Gaulle y
Pierrot: cruz de Lorena, bandera y coronas sin fin). Avanzan saltando rítmicamente, pirueteando
casi en una danza.
LOCO ITALIA.- (lloriqueando) ¡Estados Unidos tiene toda la razón! (levanta los brazos y
grita) ¡Qué razón tiene Estados Unidos! (sube de un salto a un pequeño palco que hay en
escena) Hace poco estaba yo diciendo a Estados Unidos tenía razón: antes incluso de que
Estados Unidos decidiese tener razón, en cuanto lo he leído en el “Osservatore romano”, me he
dicho: ¡qué razón tiene Estados Unidos! Inglaterra no se equivoca del todo (indica a los LOCOS
ALEMANIA y FRANCIA) Son esos los que no tienen...
LOCO ALEMANIA.- ¿Yo también?
LOCO ITALIA.- Perdón. Salvo a Alemania y a Francia. Y a Luxemburgo, Bélgica, Dinamarca,
Holanda... La culpa es de Polonia.
LOCO ESTADOS UNIDOS.- ¿Y qué tiene que ver Polonia en esto?
LOCO ITALIA.- Es verdad. Polonia no tiene nada que ver... Ha sido Cuba.
LOCO ESTADOS UNIDOS.- (dándole una patada a la máscara que representa Cuba) ¿Ah,
con que has sido tú?
LOCO CUBA.- ¡Hermana, Estados Unidos me ha dado una patada!
LOCO ESTADOS UNIDOS.- ¿Yo?
LOCO ITALIA.- Iiiiiiih, ¡Qué mentiroso! Lo he visto con mis propios ojos: Cuba se ha dado la
patada ella sola, así (con un salto se las apaña para darse una patada a sí mismo en el culo) ¡Y
se ha hecho un daño!
LOCO ESTADOS UNIDOS.- (de niño mentiroso) Yo estaba hablando con Francia...
LOCO CHINA.- (entra saltando sobre sus piernas desencajadas) No, yo le he visto... Le ha
dado una patada a Cuba y también una cuchillada.
Todos dan vueltas en sincronía con los tropezones del recién llegado.
Todos los locos ríen dando grandes saltos por la escena y gritan palabras incomprensibles.
MONJA 1.- (tratando de poner orden) ¡Basta! ¡Venga, muchachos! Volved a empezar el juego
sin regañar. ¡Venga! A formar de nuevo.
Saltando siempre como marionetas salen todos menos la máscara que representa Italia.
ENEA.- Venga, Italia, obedece: vete fuera tú también y deja de lloriquear. ¡Por Dios, siempre
dando la razón a todos. ¡Un poco de coraje, Italia!
FERETRÓFOBO.- (quitándose la máscara) Justo a mí me vienes a hablar de coraje, que para
entrar aquí dentro casi me matan.
ENEA.- (sorprendida y feliz) ¿Eres tú? ¡hola! ¿Pero cómo has hecho para entrar aquí?
FERETRÓFOBO.- ¿Que cómo he hecho? He tenido que escalar un muro de 4 metros, que casi
me rompo un pie haciéndolo, y he tenido que dejar que me pongan este traje de paranoico,
medio Arlequín, medio Pulcinella (fuera de tono) ¡No lo quería ninguno, jo!
LOCO CUBA.- (entrando seguido del LOCO ALEMANIA) Hermana, los Estados Unidos han
elegido un senador que quiere tirar una bomba atómica sobre Vietnam.
Los dos se persiguen con pasos breves y veloces. Entran las dos MONJAS.
Las máscaras salen, con las dos MONJAS les siguen andando a la manera de los LOCOS.
Entran otros dos LOCOS: FRANCIA y CHINA. Hacen piruetas, se hacen cucamonas, se
abrazan. Salen como enamorados.
Huyen por toda la escena saltando y haciendo piruetas como endemoniados. En mitad del follón
entra decidida y autoritaria una monja que no habíamos visto hasta ahora.
MADRE SUPERIORA.- ¿Qué es todo esto? ¡Orden, orden! ¡Fuera de aquí todos! ¿Qué es este
manicomio?
ENEA.- (imperturbable) Un manicomio
MADRE SUPERIORA.- ¡Pues a partir de ahora las cosas cambiarán! Venga, todos fuera de
aquí, a vuestras habitaciones... Y vosotras, hermanas, venid enseguida a mi despacho. ¿Dónde
está mi despacho?
MONJA 1.- Eh, depacio, hermana, ¿Qué pretende?
MONJA 2.- ¿De dónde ha salido esa?
MADRE SUPERIORA.- No soy hermana, sino madre: vuestra madre superiorar.
MONJA 1.- ¿Cómo? ¿Nos la han cambiado otra vez?
MONJA 2.- Nosotras ya tenemos una
MADRE SUPERIORA.- ¿Quién es?
MONJA 2.- ¡Ella! (señalan ambas a ENEA) Madre Antonia Ranieri
MADRE SUPERIORA.- A ver, no digamos tonterías... Madre Antonia Ranieri soy yo.
MONJA 2.- ¿Usted?
MADRE SUPERIORA.- Por supuesto.
ENEA.- (esforzándose por aparecer tranquila) ¡Vaya! Fíjate qué casualidad: dos Antonias.
MADRE SUPERIORA.- Hermana, ¿Cómo se ha permitido apropiarse de mi puesto y de mi
nombre?
ENEA.- (cándida) ¿Yo? Mire que usted se equivoca... Yo no me apropiado ni del nombre ni del
puesto de nadie: me lo han dado. De todos modos, si usted lo quiere, se lo puede quedar todito,
que yo me voy a mi casa y adiós muy buenas. (hace ademán de salir)
MONJA 1.- (deteniéndola) No, madre, no debe ser tan permisiva.
ENEA.- No, yo me voy a mi casa: ya estoy nerviosa. Me ha puesto de los nervios, y cómo me
ha puesto... (la MONJA 1 la empuja dulcemente contra la MADRE SUPERIORA, animándola
con la mirada. ENEA está indecisa, pero se anima finalmente) ¡Está bien! Mitad para cada una
y no se hable más.
MADRE SUPERIORA.- ¿Mitad para cada una dice?
MONJA 2.- ¡No se hacen mitades de nada! Nosotras no reconocemos otra madre superiora más
que ella (se acerca a ENEA haciéndole de escudo)
MONJA 1.- ¡Eso! (imita a la otra)
MONJA 2.- (mirando con acritud a la MADRE SUPERIORA) Por cuanto sabemos, esta
hermana puede ser una suplantadora.
MONJA 1.- ¿Y quién dice que no lo sea de verdad?
FERETRÓFOBO.- Sí, sí, se ve perfectamente que suplanta. ¡Uuuuh, como suplanta!
(aprovecha la situación de confusión para salir)
MADRE SUPERIORA.- (levantando el cuello, majestuosa) ¡Cállense! Y, para terminar con la
discusión, les pido que den un vistazo a mis documentos (saca un bolso) Aquí está la carta de
presentación de nuestra madre general y éste es mi pasaporte.
ENEA.- Veamos, veamos este pasaporte (aferra todo el paquete) sin embargo, aquí, las
hermanas, la esperaban dentro de 3 meses. ¿Cómo es que ha llegado antes?
MADRE SUPERIORA.- He cogido el avión.
ENEA.- Eh, no, eso del avión lo he dicho yo antes, no vale.
COMISARIO.- (a los agentes) Tú bloquea esa salida y tu ponte allí, que no salga nadie.
COMISARIO.- (a ENEA) ¿Sabe, hermana? Cuanto más la miro, más me parece haberla visto en
algún sitio.
ENEA.- (con voz ligeramente alterada, fingiendo indiferencia) ¡Bueno! Quizá en la india... ¿Ha
estado usted en la India?
COMISARIO.- Sí, he estado tres años allí.
ENEA.- (obvia) Entonces es allí donde nos hemos visto (dirigiéndose victoriosa a la MADRE
SUPERIORA) ¿Ha oído, eh? Y no me creía: hasta el comisario me ha reconocido... la auténtica
madre superiora soy yo.
COMISARIO.- (tras un momento de reflexión) No, es imposible que podamos habernos visto,
madre. Estoy hablando de hace muchos años: usted no era más que una niña.
ENEA.- Sí, era una monja niña.madre superiora.
MADRE SUPERIORA.- Pero comisario, ¿no se da cuenta de las tonterías que está diciendo
ésta?
MONJAS.- (al unísono, dirigiéndose hacia la MADRE SUPERIORA) No se le dice “ésta” a una
madre superiora.
COMISARIO.- (que se encuentra en mitad de los contendientes) Pero hermans, por favor...
MADRE SUPERIORA.- Ya he dicho que la madre superiora soy yo. Es una ladrona. ¡Arréstela!
MONJAS.- (como antes) ¡No!
COMISARIO.- Vamos a ver. Sé perfectamente lo que debo hacer. (a las MONJAS y a la
MADRE SUPERIORA) Colóquense ahí, por favor (a ENEA) Y usted déjeme ver sus
documentos
ENEA.- Aquí tengo el pasaporte. (le entrega el documento que había recibido de la MADRE
SUPERIORA)
COMISARIO.- Estupendo. (leyendo) Hermana Antonia Ranieri... nacida en... de y de... Bien,
me parece que está en orden. (breve pausa) De todas formas, la fotografía es un tanto extraña:
no se le paree en nada.
ENEA.- (mujer de mundo) ¿Verdad? Nada de nada... Me alegra que también usted se haya dado
cuenta... Me la han hecho en la India... Es inútil, siempre lo he dicho: los hindúes serán buenos
en todo, pero para la fotografía son negados... Sobre todo porque insisten en sacar fotos sin
máquina fotográfica... ¡A mano las hacen! (mima la toma de una foto) ¡clic! Así: ¡clic!
(pedagógica) artesanía local.
COMISARIO.- (revolviéndose de mal humor) ¿Pero quiere dejar de decir tonterías? Esta es la
foto de la monja que está allí. Y ahora que la veo bien, me estoy dando cuenta de dónde y
cuándo la he visto (atraviesa la escena) Tenga, madre, su pasaporte.
MADRE SUPERIORA.- Oh, gracias.
COMISARIO.- Y perdone por las molestias que le hemos causado. (volviendo a ENEA) Dos
minutos: una pequeña conversación con esta vieja conocida mía y luego solucionamos todo (lo
piensa mejor, se detiene en mitad de la estancia y le susurra algo a uno de los agentes)
MADRE SUPERIORA.- Sin duda, comisario. Y ahora, hermanas, ¿os molesta enseñarme
dónde está mi despacho?
MONJAS.- (a ENEA) Madre, rezaremos por usted (se dirigen a la salida)
ENEA.- Sí, sí, porque me hace una falta...
MONJAS.- (a coro, como musitando una oración) La culpa es toda de esa suplantadora que ha
cogido el avión para venir.
Se forma una especie de procesión con la MADRE SUPERIORA a la cabeza, los dos
POLICÍAS y las MONJAS.
Salen. ENEA se pone a la cola de la procesión intentando escaquearse sin que la vean pero,
justo cuando se cree ya a salvo, el COMISARIO la detiene sujetándola por un brazo.
El COMISARIO se la lleva fuera de escena. Vuelven a entrar los dos POLICIAS caminando
uno junto al otro, aun en el tono místico de cuando se han ido en procesión. Se encuentran con
el Honorable Señor chantajeado procedente del otro lado.
Salen
Del fondo entra, travestido de monja, el FERETRÓFOBO, con el fajo de documentos bajo el
brazo. En un primer momento no hace caso del COMISARIO. Le sobrepasa y vuelve hacia
atrás. El COMISARIO se pone distraídamente el sombrero hongo que había perdido el
chantajeado. El FERETRÓFOBO, entonces, se le acerca con una sonrisa espléndida.
ENEA.- No, no así... Es un psicópata: podría entrar en crisis. Déjeme hacer a mí, que he
aprendido a tratarlos (al FERETRÓFOBO, aparte) ¿Pero por qué te metes por medio?
FERETRÓFOBO.- ¿Tendré que sacarte del lío en que te he metido, no?
El pol1mse pone al lado del CHANTAJEADO, le coge por un brazo y a saltos sincronizados
salen por la derecha. El FERETRÓFOBO los mira salir más divertido que otra cosa, pero de
repente la sonrisa se le hiela en los labios.
FERETRÓFOBO.- (gritando a los que están ya fuera de escena) ¡Los escalones! (del exterior
llega un gran ruido que representa la caída de los que salían. Mirando hacia los imaginarios
escalones que bajan a la calle, el FERETRÓFOBO mima las fases de la caída) ¡Los escalones!
POLICÍA 2.- (que está leyendo el periódico) Comisario, la verdad es que se le parece.
COMISARIO.- ¿Quién?
POLICÍA 2.- Aquí, en el periódico, hay una foto del financiero: ¡es clavadito a ése!
COMISARIO.- (le arranca de las manos el periódico y verifica) ¡Por la virgen! ¡Cómo es
posible! ¿No será verdad, por un casual, toda la historia de la muerte fingida?
FERETRÓFOBO.- ¡Hombre, por fin lo han pillado!
ENEA.- Sí, señor comisario, es todo un sinvergüenza éste. Y hace una hora que se lo está
diciendo.
COMISARIO.- A ver si nos aclaramos: travestidos, locos, simuladores, autolesionados; me
gustaría saber qué es lo que quieren de mí.
FERETRÓFOBO.- ¿Me permite? Yo acabo de darme cuenta de lo quiero hacer: quiero ver
saltar todo por los aires.
COMISARIO.- ¿Por los aires?
FERETRÓFOBO.- (fanático religioso) ¡Sería tan hermoso! ¿Se imagina usted el maravilloso
espectáculo que sería ver a toda esa masa de sinvergüenzas corruptos, como ése que acaba de
salir, reunidos juntitos y de rodillas haciendo confesión pública, como en los tiempos de las
primeras comunidades cristianas? ¡Qué espectáculo! ¡Es para reventar de placer!
ENEA.- ¿Te estás olvidando de que tú estarías en mitad de todos esos caraduras, entonando el
mea culpa?
FERETRÓFOBO.- (exaltado) ¡Y qué me importa! Ese sería el mayor de los placeres: estar en
mitad de todo el follón que se va a organizar.
DIRECTOR.- (entra con el POLICÍA 1: reconoce enseguida al FERETRÓFOBO) El
resucitado: ahí está. ¡Y no me creían! (se libera de los POLICIAS que tratan de retenerlo y se
precipita hacia el FERETRÓFOBO) Señor muerto, me creen loco: dígaselo usted, dígales que le
han enviado en misión punitiva, para verificar si de verdad me denunciaba.
COMISARIO.- (desesperado) ¡O le hacen callar o si no, aquí mismo, le vuelvo loco yo mismo!
PROFESOR LOCO.- (entra con la silla de ruedas vacía) ¿Hacemos ahora esa trepanacioncita?
COMISARIO.- ¿Ahora este? Déjenos en paz, por favor.
PROFESOR LOCO.- No he dicho nada. Siempre, siempre a su servicio (sale rápidamente)
FERETRÓFOBO.- Los escalo... (golpe) Los escalo... (golpe) Los escalo... (golpe y luego un
momento de silencio. el FERETRÓFOBO coge aliento y finalmente consigue dar el grito
completo) ¡Los escaloneeeeees!
ENEA.- Comisario, ¿puedo ir a cambiarme? (sale)
COMISARIO.- Sí, sí... Entonces, decíamos... (se interrumpe) No, no, no se decía nada...
FERETRÓFOBO.- ¡Cómo que no, comisario! Hace una hora que estamos hablando y usted dice
que no se dice nada...
COMISARIO.- Ah, sí, es cierto. Admitamos por un instante que tu... no, perdone, admitamos
que usted...
FERETRÓFOBO.- ¡Pero qué “usted” ni qué gaitas! Comisario, tráteme de tú... Además...
hemos bailado juntos (le da un manotazo confidencial: sonríe abriendo tanto la boca que se le
bloquea la mandíbula)
COMISARIO.- ¿Entonces, a qué punto habíamos llegado?
FERETRÓFOBO.- Estábamos hablando del follón, de hacer saltar el escándalo. ¡el gran follón!
COMISARIO.- Sí, ¿pero cómo?
FERETRÓFOBO.- ¿Qué cómo? Basta con que se decida a dar un vistazo a esos documentos y
lo entenderá.
COMISARIO.- Ya los he visto: actas notariales, mapas. No se entiende nada. Están redactados
de una manera tan abstrusa y profesional que para descifrarlos haría falta por lo menos otro
profesional como usted.
FERETRÓFOBO.- Tiene razón, comisario: entonces, si no le molesta, se lo explico de forma
cantada.
COMISARIO.- ¿Cantada?
FERETRÓFOBO.- Es el mejor modo, infalible para hacer entender las cosas a la gente. Meteos
en fila, por favor y hacedme el coro. ¡Venga! (distribuye los documentos a los presentes que
cantan como si fuesen un coro que lee lo que canta en los pentagramas)
Aquí se habla de funcionarios muy comprometidos:
todos brava, todos brava, todos brava gente,
y aquí se habla de por lo menos seis procesos
(vuelan por los aires los papeles)
por millones a este Estado que es tan pobre,
aquí se habla de un banco que asedia a un convento,
aquí hay uno que a la marina le ha robado un cargamento,
aquí hay otro que ha corrompido a un jesuita,
asignados 4 contratos a una empresa inexistente,
concesiones bajo mano a contratos en blanco,
estafas en medicamentos, mutuas y hospitales,
en aduanas, tabacos, dátiles y bananas.
Oh, qué jeta, qué cucaña:
¡la vida es bella para quien se lo monta bien!
Pero tú, de la clase media baja,
tú debes ahorrar, aceptar este salario:
no debes comer carne,
debes salvar la lira
y, mientras otros te engañan, ¡tú sé austero!
Gran estruendo que alude a la caída por la escalera. Entra su excelencia acompañado por el
COMISARIO, el JUEZ y el DIRECTOR.
JUEZ.- (abriendo camino) Por aquí, por favor. Aquí, excelencia, ésta es la muchacha de la que
hablábamos.
PRESIDENTE.- Muy hermosa. ¡Tanto gusto! (la mira con expresión de viejo sátiro)
ENEA.- (afable) Tanto gusto.
PRESIDENTE.- Muy hermosa... ¿Dónde se sitúa habitualmente?
Durante la conversación entran dos locos que llevan un micrófono y un atril y los colocan en el
centro de la escena.
PRESIDENTE.- (con voz potente) ¿Y qué creen ustedes, que sus documentos son menos
peligrosos que ese loco con una bomba encima? No, en el momento en que queríais hacer saltar
por los aires una nación entera (sin hacer pausas, usando un tono de discurso político) Y no
sería tan grave si el desastre terminase con una crisis de gobierno y el cese de algún ministro.
Esto hasta estaría saludable, porque como dice Maquiavelo (pedagógico) “algún escándalo, de
vez en cuando, bien dosificado, refuerza el poder y da confianza al ciudadano descontento)
(breve pausa y luego in crescendo) ¡Pero aquí, señores míos, se exagera! el hecho
verdaderamente grave es que, tras semejante putiferio general (se interrumpe embarazado, a
ENEA) Perdone, señorita... (vuelve a coger el tono de antes) Nadie tendría ya nunca confianza
en ninguna promesa que se hiciera desde el poder. Esos discurso electorales del tipo “vamos a
hacer tal cosa” acabarían con el lanzamiento general de tomates podridos, gatos muertos y
ratones vivos.
ENEA.- ¡Oh, qué asco!
Uno de los locos que hace de sirviente acomoda al PRESIDENTE delante del micrófono. La
voz del PRESIDENTE viene así amplificada con ayuda de ecos que retumban.
Se los llevan.
El PRESIDENTE le da las dos manos al FERETRÓFOBO, que se las sujeta casi COMISARIO
si quisiera besárselas. ENEA le da un gran golpe que impide realizar un gesto tan servil.
ENEA.- ¿Pero qué estás haciendo con éste? ¡Venga, cuéntalo todo!
FERETRÓFOBO.- (impaciente) No sé qué es lo que se pretende que haga. ¿De qué estamos
hablando? (voz casi nasal) Es cierto, he sido algo imprudente, he hecho alguna cosa poco lícita:
sustracción de documentos no autorizada. Pero dado mi estado actual, deberían descontárseme
algunos años...
PRESIDENTE.- (benévolo) Veremos si se puede abrir de nuevo el caso.
FERETRÓFOBO.- Gracias. Usted es comprensivo de verdad (el PRESIDENTE le ofrece la
mano como si fuera un cardenal: el FERETRÓFOBO la mira parpadeando admirativo) ¡Qué
manos tan bonitas, y qué largas!
ENEA.- (dando un gran golpe en el dorso de la mano del PRESIDENTE) ¿Me equivoco o estás
bajándote los pantalones?
FERETRÓFOBO.- (afectado) ¡Oh, qué modo más vulgar y grosero de expresarse! Sólo estoy
intentando entrar de nuevo en la sociedad de hombres bienpensantes.
PRESIDENTE.- (aprobando) ¡Oh!
FERETRÓFOBO.- Porque los bienpensantes ... incluso aunque no piensen... cuando piensan...
(breve pausa, luego a sí mismo) ¿Qué piensan?
Entran el JUEZ, el COMISARIO y el DIRECTOR, los tres vestidos de la misma manera que el
FERETRÓFOBO: casquete, hélice y andando como marionetas.