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derrochador
Cuentan que un campesino vivía felizmente de lo que cultivaba en sus tierras. Jamás le
había importado la fama de avaro que tenía. Antes al contrario, se jactaba de sus bienes,
haciendo alarde de tener los mejores cultivos de la zona.
Un día tuvo conocimiento que alguien había entrado sin permiso en uno sus cultivos y
había robado algunas manzanas. Raudo y veloz abandonó todos sus quehaceres para
buscar al ladrón. Se fue a la ciudad y, tras varios días indagando, averiguó quien había
sido: un joven ladronzuelo que pretendía vender esas manzanas en el mercado.
Consiguió denunciarlo y fue detenido por las autoridades. Esa misma noche, el campesino
lo celebró e invitó a vino a otros agricultores.
A los pocos días, el muchacho fue juzgado y condenado. El campesino, que había
permanecido toda esa semana en la ciudad para asegurarse que el ladronzuelo fuese
condenado, lo volvió a celebrar.
Tras casi dos semanas, el campesino volvió al campo y retomó sus labores.
Sin embargo, a los pocos días, el propietario de un campo colindante le planteó una nueva
amenaza. Pretendía reajustar los lindes entre ambas parcelas y le reclamaba un metro
cuadrado de tierra. El campesino puso el grito en el cielo. Se negó en rotundo y, pensó,
“debo emplear todas mis fuerzas en defender mis tierras”.
Volvió a dejar sus tareas y se fue a la ciudad para buscar y contratar al mejor abogado.
Permaneció en la ciudad hasta que su demanda fue presentada en el Juzgado.
Un anciano que pasaba por allí escuchó al campesino, quien advirtió su presencia. Ambos
se miraron fijamente. El anciano detectó la rabia en los ojos del campesino y le dijo:
– “Si el ladrón y el vecino no me hubieran intentado quitar lo que es mío, nada de esto
hubiera pasado. ¿De quien si no es la culpa?”.
-“Es propio del hombre eminente no dejar que le escatimen nada de su TIEMPO. Si
hubieras defendido tu tiempo con el mismo ímpetu que has defendido tus tierras,
nada de esto te hubiera pasado.»