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Ridícula Muerte

Escrito e ilustrado por Framely González López

Matrícula 2022-0628
Capítulo 1

Premonición

En un pueblo perdido en algún país de la década de los veinte, donde persevera la naturaleza y los

bosques, con calores sofocantes y gente morena, existe una cantina, la única del pueblo y atendida

por dos hermanos. El mayor, el propietario y quien lleva las cuentas, se llama José Miguel de los

Santos, un viejo y cansado hombre de cincuenta y tres años que a la joven edad de veinte tuvo que

hacerse cargo de su hermano veinte años menor, de piel y rasgos oscuros y, sin embargo, cabellos

lacios y poco abundantes como muestra de su ascendencia. Miguel Canario de los Santos, el menor,

es un joven hombre en sus treinta, vigoroso, guapo y pretencioso, de piel morena, cabellos largos

y rizados, y unos hipnotizantes ojos verdes, y que trabaja de cantinero en el negocio familiar. Estos

rasgos han sido heredados de sus padres: un rico local de la ciudad cercana a finales del siglo

pasado, viejo hombre blanco y privilegiado que gozó de varias noches con su esclava negra en

busca de herederos a falta de ellos en su matrimonio oficial. Su madre, por otro lado, una pobre

mujer negra esclavizada desde antes de nacer que contó con la belleza suficiente como para que

su amo, un hombre quince años mayor, fijara su mirada en la joven adolescente que le servía.

A pesar de todo, ella fue feliz. A los quince, su amo de treinta la sedujo prometiéndole que, si le

daba herederos, ella no volvería a la laboriosa vida de esclavos, Y dicho y hecho, dio a luz a un

heredero y su amo, feliz como él solo, la tomó como segunda esposa, dándole todos los privilegios

que podía permitirse, siendo aún más feliz en su segundo embarazo. Tristemente, la joven murió

en el parto, dándole un segundo heredero a su amo, quien contento instigó a su primera y olvidada

mujer a criarlos como suyo. Empero, la dama ya había tenido suficiente de su marido y sus, en sus
propias palabras, repugnantes hijos mestizos, por lo que instigó a una hermana suya a seducir a su

marido y así darle el heredero que les aseguraría a ambas su lugar correspondiente. No contenta

con ello, mandó a envenenar a los mestizos, y el hombre, temeroso, compró un local, el que

rápidamente inauguró como una cantina, en un pueblo cercano y envió a su mayor, de en ese

entonces veinte años, y a su menor, de en ese entonces cinco meses, a vivir allá, donde sabría,

estarían seguros. Los envió con un trabajador de confianza, quien los crio y atendió el negocio

hasta que el mayor cumplió sus veinticinco.

Su Cantina, llamada Cantina de los Ángeles, cuenta con restricciones en cuanto a vender alcohol

se refiere, sin embargo, ellos son uno de los tantos establecimientos que vende aguardiente, vodka

y otros similares, de manera clandestina, por lo que son bastante solicitados en altas horas de la

madrugada, donde Miguel Canario aprovecha para entablar conversaciones, para nada profundas,

con sus comensales y establecer relaciones con una que otra dama de la buena vida.

Esta noche, antes de abrir a la clandestinidad, Miguel Canario sale a la parte trasera del negocio

para botar la basura, cuando de pronto escucha un casi imperceptible maullido, haciéndolo levantar

la mirada para ver, ahí frente suyo, un bonito y mullido gato, asume que callejero, de pelaje casi

en su totalidad negro y con una peluda cola blanca. Sus bigotes son largos y abundantes, con una

papada de semental abundante en pelo y unos preciosos ojos verdes que lo miraban fijamente.

Ensimismado con la belleza del minino, Miguel intenta acercarse, más el gato huye de su toque y

corre hasta perderse en la lejanía.

Más tarde esa noche, durante el tiempo de clandestinidad de la cantina, Miguel Canario se

encuentra preparando una bebida para don Arturo Aguilar, el viejo dueño de la granja más grande

del pueblo. Habla con sus comensales, pues su simpatía siempre le ha servido paras ganar mas

clientes. Entonces, su hermano, José Miguel, asoma su cabeza por la puerta de su oficina y con la
mano le indica que se acerque. Extrañado, Canario le entrega a Don Arturo su bebida, limpia sus

manos con la toalla de algodón que siempre ubica en su brazo izquierdo, deja la toalla al lado de

la vieja caja donde guardan el dinero y se acerca a la oficina de su mayor. Una vez dentro,

vislumbra a su hermano con una pipa en labios, sentado detrás de su escritorio con algunas hojas

esparcidas y una lampara a gas en una esquina.

—¿Me llamabas, José? Porque espero sepas, hay clientes esperando por su bebida —le dijo

Canario a su mayor, esperando a que hablara.

José Miguel sostuvo su pipa entre su mano derecha y soltó un largo suspiro, el humo saliendo a

montones y ondeando por la habitación hasta salir por una pequeña ventana de madera ubicada en

la pared derecha, diez centímetros antes del techo. Tras esto, finalmente respondió.

—Necesito irme más temprano para comenzar con las cuentas de lo acumulado este mes, así que

cierra la cantina cuando sea la hora. —dice, para después pausar durante unos segundos antes de

agregar. — Y, por favor, no guíes a ninguna dama a la habitación del siguiente piso, recuerda que

esto no es un prostíbulo.

Horas más tarde, en la habitación del segundo piso y tras una acalorada noche de pasión, Miguel

Canario inicia una conversación de almohada con su amante de esta noche, una bella dama de la

buena vida llamada Sofía Huelva Rosa, hija del comisionario del pueblo. De vida acomodada,

preciosa y joven, Sofía se ha permitido una vida de libertinaje, despreocupada de su futuro, pues

ha sido comprometida con el dueño de una tienda concurrida en el pueblo vecino.

—¿Entonces, dices que ese gato es, definitivamente, un gato caro de raza que, por alguna, quedó

en las calles? ¿Te estás escuchando? —dice la joven con voz risueña, burlándose.
—¡Te estoy diciendo la verdad! Ese era el gato más hermoso que estos bellos ojos verdes han visto

alguna vez. —dice decidido, haciendo reír a la chica por el comentario sobre sus propios ojos.

Entonces, un brillo travieso reluce en los bonitos ojos marrones de Sofía, y dice.

—¿Y por qué no me lo traes la próxima vez que lo ves? Tal vez así te crea.

—Lo haré. —dice Canario con seguridad, para después agregar con una sonrisa de lado. —Pero

¿qué tal si continuamos donde lo dejamos? La noche es joven.

Y entonces salta sobre la muchacha, quien suelta un grito de sorpresa junto con una serie de

carcajadas, continuando ambos con sus actividades.

Es justamente tras días después que Miguel Canario vuelve a ver al felino en el mismo lugar de la

ultima vez. Por suerte, pronto cerrarían para darse un descanso antes de abrirse a la ilegalidad, así

que dejó la basura en su respectivo lugar y siguió al gato. Este, digno ser callejero, saltaba las

vallas y corría entre espacios por los que el corpulento Miguel no podía pasar, por lo que este, sin

más remedio, tuvo que buscar atajos y arreglárselas para no perder a su guía. Afortunadamente, se

estaban alejando de la zona central del pueblo, entrando al bosque circundante a este. Los zapatos

de Miguel podían malograrse si no pisaba con cuidado, por lo que comenzó a alternar su vista entre

el frente y suelo, asegurándose de no perder al minino, chocar con un árbol y dañar sus zapatos,

todo al mismo tiempo, por lo que, en un momento en que miró hacia abajo, no se fijó en la

horriblemente inclinada ladera, cayendo estrepitosamente y dando varias vueltas en el proceso.

Una vez paró de rodar, se quedó viendo el cielo azul oscuro de la noche, para minutos después

levantarse a pura fuerza, porque no planeaba dejarse morir así. Camina a tropezones hasta subir la

ladera, traspasa el bosque y toma el camino principal para llegar a la cantina, cuando entra va

directo a la oficina de su hermano, quien al verlo se levanta exaltado.


Después de eso, todo ocurre borroso para Miguel Canario, quien no notó cuando su hermano lo

hizo sentarse en su silla, no notó cuando el mayor salió a por el doctor y volvió con él, no notó el

escozor que causa el aguardiente en sus heridas, ni tampoco notó cuando lo guiaron a la habitación

de arriba. Apenas recobró la lucidez cuando su hermano empezó a llamarlo con insistencia.

—¿Puedo saber en qué carajos estabas pensando? ¡Casi te rompes el brazo! —le discute el mayor.

—Y, sin embargo, estoy entero.

—Ese no es el punto, y lo sabes. —tras decir eso, suelta un suspiro y relaja su mirada, siendo ahora

más perceptible su preocupación. —¿Se puede saber qué hacías como para recibir tales heridas?

Casi me infarto cuando te vi.

El menor, ahora más culpable, le responde.

—Perseguía a un gato precioso, de ojos verdes y pelos negros, tan negros como el ébano, excepto

su mullida cola, la cual es blanca, tan blanca que brilla con el sol, y-

—¿Me estás diciendo que te lastimaste a este grado, por perseguir un gato callejero que te pareció

bonito? —pregunta atónito, sin creérselo. Sin embargo, Miguel Canario asiente en confirmación,

a pesar de que no es necesario. —Escucha, no se qué mosca te ha picado ahora, pero claramente

no estas pensando con la cabeza si piensas someterte a cualquier peligro por un gato, así que te

pido encarecidamente que pares de seguir a este animal en pro a tu propia seguridad.

Y tras esto, simplemente se levanta y sale de la habitación. Tristemente, esta negativa solo aviva

las ganas de Miguel Canario de conseguir ese gato.


Capítulo 2

Calma antes de la tormenta

La siguiente vez que Miguel Canario ve al precioso gato, es justamente un mes después de lo

acontecido. Sus heridas ya han sanado, pero dejaron como remanente un incómodo escozor en la

parte baja de la espalda cada vez que hace fuerza de más para levantar algo particularmente pesado

y, sin embargo, eso no hace que Canario pare sus andanzas coquetas, típico guapetón con miedo

al compromiso. Eran las tres de la tarde y esta vez el gato de cola blanca le maúlla mientras se

acerca, Miguel, sorprendido, acaricia suavemente al gato, quien lo mira fijamente con sus grandes

ojos verdes antes de darse la vuelta. Canario lo mira preguntándose si el gato querrá que él lo siga,

y aunque dudoso de hacerlo, tras el segundo maullido del gato, decide seguirlo.

Esta vez no lo lleva entre callejones hacia el bosque, sino que lo guía por detrás de la hilera de

negocios, ubicados unos al lado de los otros, hasta salir de la zona comercial del pueblo. En un

momento, el minino empezó a correr, por lo que Miguel, para no perderlo, lo sigue, igualmente

corriendo. Tras unos diez minutos persiguiéndolo, un escozor en la espalda baja hizo que parara y

cayera en la tierra en seco, con el fuerte sol pegándole directamente en la cara, como si se estuviera

burlando. Entonces escucha una risa, bonita y femenina, y cuando sube la mirada, aun desde el

suelo, la ve. No era la dama más bella que había visto, sin duda había visto mejores, pero tenía un

encanto inusual, su piel morena complementa sus grandes ojos oscuros, su cabello rizado sujeto

en una cola baja y sus manos sujetas, juntas, en el inicio de la falda de su largo vestido. Es

rechoncha y luce a mediados de sus treinta, pero cuenta con una linda expresión simpática que, a

opinión de Miguel, le resta años.

—¿Te vas a quedar ahí, en el suelo? —pregunta la mujer. —¿Necesitas que llame a mi esposo?
Entonces, tras escuchar eso último, cae en cuenta de que está en frente de Emely Castaño de

Castillo, esposa del doctor Castillo, recién mudados al pueblo, y a quién nunca había visto.

Empero, había escuchado de su inusual belleza y su rico sazón, pero de ahí en más la dama pasa

desapercibida como una ama de casa más de la zona.

—¿Deseas que te cure? Soy la mujer del Dr. Castillo y una o dos cosas he aprendido de mi marido.

—Sí no es mucha molestia, mi señora, no me caería mal algo para cierto dolor que tengo en mi

espalda. —responde.

Una vez en la casa, el ambiente se tornó extraño, la dama estaba colocándole una crema para el

dolor de la espalda, sus manos tocándolo directamente. Y, de un momento a otro, se estaban

enrollando. Y mientras continuaba, Miguel Canario no pudo evitar pensar que estaba

contribuyendo a un acto de infidelidad, de nuevo.

Más tarde, mientras mantenían una suave conversación de almohada con Doña Emely, se enteró

de que hacía esto porque su marido, el doctor Castillo, le fue infiel con su anterior vecina, razón

por la que se mudaron, y ella, a pesar de lo mucho que dice amar a su marido, decidió pagarle con

la misma moneda, para así estar a mano y poder finalizar este horrible capítulo de su vida marital.

Miguel Canario, desde ese momento, comienza a describir al matrimonio Castillo como raro, una

pareja extraña que parece estar bien con serse infiel el uno al otro para después, y a la larga, fingir

que eso nunca pasó.

Más tarde ese mismo día, Canario está en el bar, en horario clandestino, limpiando una copa con

su toalla de algodón mientras en la barra hay dos personas. La primera, con quien está hablando,

es su mejor amiga, llamada Luz María Caamaño, una bonita mujer unos años menor que Canario,

a quien este considera una hermana. Crecieron juntos, lado a lado, y aunque muchos pensaron que
se casarían algún día, José Miguel entre ellos, realmente ambos nunca vieron que su relación diera

para algo más que la amistad.

La segunda persona es Alejandro José de las Almendras, dueño de la tienda de comestibles más

grande del pueblo, abastecida por Don Arturo. El hombre, quien cuenta con unos pocos años más

que Canario, no es guapo ni mucho menos, pero es acomodado y, hasta cierto punto, inteligente,

pues culminó sus estudios secundarios, algo casi impensable para la mayoría de la gente de la zona.

Por tanto, es respetado, aunque muchos lo aborrezcan. Y en este instante estaba escuchando a

Miguel Canario explicarle a Luz María lo que ha vivido en las últimas semanas tras conocer a ese

gato al que tanto adora, escuchando como un ratón escondido esperando para robar una deliciosa

tajada de queso. Sisea de dolor ante la descripción de su caída por la ladera y ríe cuando escucha

como ayuda a Doña Castillo con su infidelidad hacia su marido. Finalmente, deja de fingir beber

su copa cuando escucha a la dama tratar de darle un consejo al menor de los Santos.

—No entiendo por qué te empeñas tanto en seguir a ese gato. —dice Luz, levantando una fina ceja

mientras saca su pipa de tabaco de sus rojos labios hasta colocarlo entre dos delgados dedos, en su

mano derecha. —Déjalo vivir su callejera vida y vuelve a tu monotonía. Ya una vez caíste por una

ladera, no querrás que te pase algo peor. Ni siquiera se el porqué lo sigues haciendo, como un

ceporro.

—Bueno, yo-

—¿En serio seguirás los consejos de una mujer, ser precioso pero que no entiende el placer

masculino de la adrenalina? —pregunta Alejandro José, interrumpiendo abruptamente a Canario.

—Solo sigue tus instintos, chico. —aconseja.


Y a pesar de la duda en Miguel, pues en su cabeza todavía retumban las palabras de su querida

amiga, este decide seguir el consejo del mayor, pues tiene razón. Él es un hombre, Alejandro lo

entiende mejor que la dama. Además, está curioso de a dónde lo llevará la próxima vez el gato.
Capítulo 3

Tormenta

Ha pasado solo una semana desde la charla en la cantina, son las diez de la mañana y Miguel

Canario se encuentra saliendo del banco, pues estaba pagando unas cuentas pendientes, cuando

visualiza a lo lejos el cuerpo negro y la cola blanca, contrastantes tal luz y sombra, del precioso

gato que lo tiene ensimismado desde hace ya algún tiempo. De nueva cuenta, decide seguirlo,

corriendo entre el gentío del mercado, quienes buscan abastecerse de algunos productos que los

granjeros locales venden. Dobla en unos cuantos callejones cuando pierde al gato, por lo que,

desanimado, decide volver a la cantina. Al entrar, se fija que todo está vacío, y con razón, pues a

estas horas la vida es ajetreada.

—Es temprano, no hace tanto calor y el banco no queda muy lejos, entonces ¿Por qué estás tan

sudado? —pregunta José Miguel, quien va saliendo de su oficina con unas cuantas hojas de cuentas

en las manos.

Miguel Canario va caminando hasta ubicarse detrás de la barra para prepararse, tanto para el como

para su hermano mayor, un poco de jugo. Ya ahí responde ante la atenta mirada del cincuentón.

—Vi al gato de nuevo, traté de seguirlo, pero lo perdí de vista. —dice, pasándole un vaso con jugo

a su hermano.

José Miguel solo niega moviendo la cabeza de un lado a otro, lento y cansado, y empieza a tomarse

el jugo.

Más tarde ese día, Miguel Canario ve nuevamente al gato. Esta vez, apareció justo en el marco de

una de las tantas ventanas del primer piso de la cantina y de nueva cuenta empieza seguirlo. En
esta ocasión el viaje es más cansado, más lejos también, Miguel nota como salen del pueblo pero

no le importa, solo sigue corriendo tras el gato. No hay piedras en el camino, ni laderas ni dolores

que le impidan seguir al gato, por lo que corre detrás de él durante cerca de veinte o treinta minutos,

siempre con su mirada fija en el felino. Y así, llega al pueblo vecino, al que ha visitado pocas veces

solo para abastecerse de alcohol, el cual trafican.

Miguel se detiene cuando lo ve saltar una alta valla, pintada de un blanco desgastado por la

antigüedad, la cual da a una casa cerrada completamente, algo extraño teniendo en cuenta que

tanto en su pueblo como en este los robos son escasos. Duda en si entrar o no, pero luego,

recordando el concejo de Alejandro José, decide hacerlo. De esta forma, Miguel Canario salta la

valla y camina un poco por la residencia. Ya a una buena lejanía de la entrada, escucha unos

gruñidos que causan que sus vellos se ericen.

Al día siguiente, José Miguel despierta en su oficina confundido, pues escucha varios murmullos

de lo que parece ser una pequeña multitud cerca de la barra, por lo que sale y, ciertamente, estaba

en lo correcto. Sin embargo, sus ojos no pierden como hay varias mujeres llorando calladamente

y varios hombres con expresiones dignas de un funeral, serios y tristes, uno que otro con lágrimas.

Siente miedo.

—¿Qué sucede? ¿Qué ha pasado? —pregunta, apresurado.

Entonces los murmullos aumentan de volumen, llega a identificar unos cuantos “oh, Dios” y “él

no lo sabe”, causando más exasperación en su accionar. Por suerte, ve a la infame Luz María

Caamaño, quien parece por una vez haber dejado su pipa de tabaco en su bolso. En su lugar, hay

un periódico enrollado con fuerza entre sus manos, sus ojos, por otro lado, están rojos y las
lagrimas no paran de caer silenciosamente por sus mejillas, arruinando su maquillaje. Entonces,

ella le extiende el periódico, por lo que José Miguel lo toma y lee la primera plana.

Y es justo en ese momento que siente su mundo derrumbarse, como si hubiera sido un delicado y

fino cristal que durante treinta y tres años estuvo esperando, hasta que finalmente se volvió añicos

en una sola noche. El mayor, con sus buenos cincuenta y tres años, ya no está para estas noticias

y cae al suelo como saco viejo, siendo ayudado rápidamente por Luz María y algunos más en la

multitud. Alejandro José le acerca una silla, el doctor Castillo revisa su salud, Don Arturo diciendo

algo de contribuir con la comida al alcalde, mientras este y a su hija hablan de que ayudarían en

todo lo posible con el funeral, y ve borrosamente como la hija de este, junto con dos damas mas

de entre la multitud, una a la que identifica como la mujer del doctor y otra como Alondra López,

quien se había mudado hace unos meses, todas colocando sus manos en sus vientres con leve

parsimonia.

En el periódico, en primera plana, sale la imagen en blanco y negro de un hombre adulto, en sus

treinta, de bellas facciones, con ojos cerrados y leves rasguños esparcidos por su rostro, mientras

que el titulo del artículo es el siguiente: Presunto ladrón muere a mordidas por perros de caza. El

lugar de publicación, en el pueblo vecino. José Miguel mira la imagen una vez más antes de caer

desmayado, es seguro.

Miguel Canario ha muerto.

Continuación con Anny Hidalgo.

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