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CUENTOS Y RELATOS

Un estudiante fue con un maestro para aprender el arte de


curar. Vieron venir a un paciente y el maestro dijo:

-Este hombre necesita granadas para curar.


El estudiante recibió al paciente y le dijo:

-Tiene usted que tomar granadas, es todo lo que necesita.

El hombre se fue protestando y probablemente no consideró en


serio el consejo. El estudiante corrió a su maestro y preguntó
qué es lo que había fallado. El maestro no dijo nada y esperó a
que de nuevo se dieran las circunstancias.

Pasó un tiempo y el maestro dijo de otro paciente:

-Ese hombre necesita granadas para curar, pero esta vez seré yo
quién actúe.

Le recibió y se sentaron, hablaron de su familia, de su trabajo,


de su situación, dificultades e ilusiones. El maestro con aire
pensativo dijo como para sí mismo:

-Necesitarías algún fruto de cáscara dura, anaranjada, y que en


su interior contenga granos jugosos de color granate.

El paciente interrumpió exclamando:

-¡Granadas!, ¿y eso es lo que podría mejorarme?.

El paciente curó y el estudiante tuvo una ocasión más para


aprender.
El remedio es la mitad de la cura, la otra mitad es la respuesta
de aquel a quien se cura.
Los vecinos y el malentendido

Había una vez un hombre que salió un día de su casa para ir al


trabajo, y justo al pasar por delante de la puerta de la casa de su
vecino, sin darse cuenta se le cayó un papel importante. Su
vecino, que miraba por la ventana en ese momento, vio caer el
papel, y pensó:

- ¡Qué descarado, el tío va y tira un papel para ensuciar mi


puerta, disimulando descaradamente!

Pero en vez de decirle nada, planeó su venganza, y por la noche


vació su papelera junto a la puerta del primer vecino. Este estaba
mirando por la ventana en ese momento y cuando recogió los
papeles encontró aquel papel tan importante que había perdido y
que le había supuesto un problemón aquel día. Estaba roto en mil
pedazos, y pensó que su vecino no sólo se lo había robado, sino
que además lo había roto y tirado en la puerta de su casa. Pero no
quiso decirle nada, y se puso a preparar su venganza. Esa noche
llamó a una granja para hacer un pedido de diez cerdos y cien
patos, y pidió que los llevaran a la dirección de su vecino, que al
día siguiente tuvo un buen problema para tratar de librarse de
los animales y sus malos olores. Pero éste, como estaba seguro de
que aquello era idea de su vecino, en cuanto se deshizo de los
cerdos comenzó a planear su venganza.

Y así, uno y otro siguieron fastidiándose mutuamente, cada vez


más exageradamente, y de aquel simple papelito en la puerta
llegaron a llamar a una banda de música, o una sirena de
bomberos, a estrellar un camión contra la tapia, lanzar una lluvia
de piedras contra los cristales, disparar un cañón del ejército y
finalmente, una bomba-terremoto que derrumbó las casas de los
dos vecinos...
Ambos acabaron en el hospital, y se pasaron una buena
temporada compartiendo habitación. Al principio no se dirigían la
palabra, pero un día, cansados del silencio, comenzaron a hablar;
con el tiempo, se fueron haciendo amigos hasta que finalmente,
un día se atrevieron a hablar del incidente del papel. Entonces se
dieron cuenta de que todo había sido una coincidencia, y de que si
la primera vez hubieran hablado claramente, en lugar de juzgar
las malas intenciones de su vecino, se habrían dado cuenta de que
todo había ocurrido por casualidad, y ahora los dos tendrían su
casa en pie...
Y así fue, hablando, como aquellos dos vecinos terminaron siendo
amigos, lo que les fue de gran ayuda para recuperarse de sus
heridas y reconstruir sus maltrechas casas.
El árbol de los problemas

El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una


vieja granja, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo.
Su cortadora eléctrica se daño y lo hizo perder una hora de
trabajo y ahora su antiguo camión se niega a arrancar.
Mientras lo llevaba a casa, se sentó en silencio. Una vez que
llegamos, me invito a conocer a su familia. Mientras nos
dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un
pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos.
Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente
transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas.
Abrazo a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa.
Posteriormente me acompañó hasta el carro.
Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunte
acerca de lo que lo había visto hacer un rato antes.
¡Ah! Ese es mi árbol de problemas. – contestó - Se que yo no
puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es
segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a
mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche
cuando llego a casa. Luego en la mañana los recojo otra vez. Y
continuó sonriendo: lo divertido es que cuando salgo en la mañana
a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado
la noche anterior.
El palacio de Rubilandia

El en palacio de Rubilandia había un ladrón de rubíes. Nadie sabía


quién era, y a todos tenía tan engañados el ladrón, que lo único
que se sabía de él era que vivía en palacio, y que en palacio debía
tener ocultas las joyas.
Decidido el rey a descubrir quién era, pidió ayuda a un enano
sabio, famoso por su inteligencia. Estuvo el enano algunos días
por allí, mirando y escuchando, hasta que se volvió a producir un
robo. A la mañana siguiente el sabio hizo reunir a todos los
habitantes del palacio en una misma sala. Tras inspeccionarlos a
todos durante la mañana y el almuerzo sin decir palabra, el enano
comenzó a preguntar a todos, uno por uno, qué sabían de las joyas
robadas.
Una vez más, nadie parecía haber sido el ladrón. Pero de pronto,
uno de los jardineros comenzó a toser, a retorcerse y a quejarse,
y finalmente cayó al suelo.

El enano, con una sonrisa malvada, explicó entonces que la comida


que acababan de tomar estaba envenenada, y que el único
antídoto para aquel veneno estaba escondido dentro del rubí que
había desaparecido esa noche. Y explicó cómo él mismo había
cambiado los rubíes aunténticos por unos falsos pocos días antes,
y cómo esperaba que sólo el ladrón salvara su vida, si es que era
especialmente rápido...

Las toses y quejidos se extendieron a otras personas, y el terror


se apoderó de todos los presentes. De todos, menos de uno. Un
lacayo que al sentir los primeros dolores no tardó en salir
corriendo hacia el escondite en que guardaba las joyas, de donde
tomó el último rubí. Efectivamente, pudo abrirlo y beber el
extraño líquido que contenía en su interior, salvando su vida.

O eso creía él, porque el jardinero era uno de los ayudantes del
enano, y el veneno no era más que un jarabe preparado por el
pequeño investigador para provocar unos fuertes dolores durante
un rato, pero nada más. Y el lacayo así descubierto fue detenido
por los guardias y llevado inmediatamente ante la justicia.

El rey, agradecido, premió generosamente a su sabio consejero, y


cuando le preguntó cuál era su secreto, sonrió diciendo:
- Yo sólo trato de conseguir que quien conoce la verdad, la de a
conocer.
- ¿Y quién lo sabía? si el ladrón había engañado a todos...
- No, majestad, a todos no. Cualquiera puede engañar a todo el
mundo, pero nadie puede engañarse a sí mismo.
Lobo con piel de hombre

Era una de esas tardes en las que nada había que hacer y la loba
paseaba con su cachorro inquieto en busca de alimento. Se
resguardaron bajo unos matorrales y esperaron que sigiloso
pasara el cazador que olfatearan minutos antes.

El frío cañón del arma se asomó entre la enramada y las botas del
hombre castigaban con su peso, las hojas secas que se negaban a
gritar. caminó un poco, encendió su cigarro y esperó. El cachorro
indignado preguntó a su astuta madre:

-Mamá, la grama verde y generosa tiene un enemigo: las ovejas,


que se alimentan de ella para sobrevivir, hasta el día de su
muerte. Las ovejas tienen un enemigo, nosotros, los lobos, que
nos alimentamos de ellas cuando es posible, hasta el día de
nuestra muerte. Nosotros tenemos un enemigo: el hombre, que
quema nuestros bosques, nos pone dolorosas trampas y mata a los
de nuestra especie por deporte o por ignorancia, hasta el día de
su muerte. Pero madre, tiene el hombre un enemigo?

La loba clavó su mirada fría en el hijo amado y respondió:

-Hijo mío, el enemigo del hombre, es el hombre, hasta el día de


su muerte.

El inventario de las cosas perdidas

Muchas veces nos arrepentimos no solo por lo que hacemos sino


también por lo que no hacemos, damos por supuesto que las
personas que queremos lo saben y no nos molestamos en decírselo
dando muchas cosas por sentado, acércate a las personas
importantes para ti y diles lo mucho que las quieres. Se sentirán
bien ellas y se sentirá bien tu alma.
[...]
A mi abuelo aquel día lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en
lo distante. Casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que
era el último día de su vida. Me aproximé y le dije: "¡Buenos días,
abuelo!". Y él extendió su mano en silencio. Me senté junto a su
sillón y después de unos instantes un tanto misteriosos, exclamó:
"¡Hoy es día de inventario, hijo!". "¿Inventario?", pregunté
sorprendido. "Sí. ¡El inventario de tantas cosas perdidas! Siempre
tuve deseos de hacer muchas cosas que luego nunca hice, por no
tener la voluntad suficiente para sobreponerme a mi pereza.
Recuerdo también aquella chica que amé en silencio por cuatro
años, hasta que un día se marchó del pueblo sin yo saberlo.
También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero no me atreví.
Recuerdo tantos momentos en que he hecho daño a otros por no
tener el valor necesario para hablar, para decir lo que pensaba. Y
otras veces en que me faltó valentía para ser leal. Y las pocas
veces que le he dicho a tu abuela que la quiero, y la quiero con
locura. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados,
tantas oportunidades perdidas!".
Luego, su mirada se hundió aun más en el vacío y se le
humedecieron sus ojos, y continuó: "Este es mi inventario de
cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mi ya no me sirve. A ti sí.
Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a
tiempo". Luego, con cierta alegría en el rostro, continuó: "¿Sabes
qué he descubierto en estos días? ¿Sabes cuál es el pecado mas
grave en la vida de un hombre?". La pregunta me sorprendió y
solo atiné a decir, con inseguridad: "No lo había pensado.
Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y
desearle el mal...". Me miró con afecto y me dijo: "Pienso que el
pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado por
omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin
tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas."
Al día siguiente, regresé temprano a casa, después del entierro
del abuelo, para hacer con calma mi propio "inventario" de las
cosas perdidas, de las cosas no dichas, del afecto no
manifestado.

El samurai
Cerca de Tokio vivía un gran samurai ya anciano, que se dedicaba
a enseñar a los jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda de
que todavía era capaz de derrotar a cualquier adversario. Cierta
tarde, un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos,
apareció por allí. Era famoso por utilizar la técnica de la
provocación. Esperaba a que su adversario hiciera el primer
movimiento y, dotado de una inteligencia privilegiada para
reparar en los errores cometidos, contraatacaba con velocidad
fulminante.
El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una lucha.
Con la reputación del samurai, se fue hasta allí para derrotarlo y
aumentar su fama. Todos los estudiantes se manifestaron en
contra de la idea, pero el viejo acepto el desafío. Juntos, todos
se dirigieron a la plaza de la ciudad y el joven comenzaba a
insultar al anciano maestro.
Arrojó algunas piedras en su dirección, le escupió en la cara, le
gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus
antepasados. Durante horas hizo todo por provocarle, pero el
viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, sintiéndose ya
exhausto y humillado, el impetuoso guerrero se retiró.
Desilusionados por el hecho de que el maestro aceptara tantos
insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron: "¿Cómo
pudiste, maestro, soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usaste
tu espada, aún sabiendo que podías perder la lucha, en vez de
mostrarte cobarde delante de todos nosotros?".
El maestro les preguntó:
- "Si alguien llega hasta ustedes con un regalo y ustedes no lo
aceptan, ¿a quién pertenece el obsequio?". "A quien intentó
entregarlo", respondió uno de los alumnos.
- "Lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos -dijo el
maestro-. Cuando no se aceptan, continúan perteneciendo a
quien los llevaba consigo".

Aprender a comunicarse
Un Sultán soñó que había perdido todos los dientes. Después de
despertar, mandó llamar a un sabio para que interpretase su
sueño. "¡Qué desgracia, Mi Señor! Cada diente caído representa
la pérdida de [...]
Un Sultán soñó que había perdido todos los dientes. Después de
despertar, mandó llamar a un sabio para que interpretase su
sueño. "¡Qué desgracia, Mi Señor! Cada diente caído representa
la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad", dijo el sabio.
"¡Qué insolencia! ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa?
¡Fuera de aquí! ¡Que le den cien latigazos!", gritó el Sultán
enfurecido. Más tarde ordenó que le trajesen a otro sabio y le
contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al Sultán
con atención, le dijo: "¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido
reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros
parientes". Se iluminó el semblante del Sultán con una gran
sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando éste
salía del Palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado: "¡No es
posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la
misma que el primer sabio. No entiendo porque al primero le pagó
con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro. El segundo
sabio respondió: "Amigo mío, todo depende de la forma en que se
dice. Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a
comunicarse. De la comunicación depende, muchas veces, la
felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. La verdad puede
compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el
rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un
delicado embalaje y la ofrecemos con ternura ciertamente será
aceptada con agrado."

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