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EL MALESTAR DE LA INCAPACIDAD

Ma. Rita Martínez Antón

Este trabajo analiza algunas demandas que atiende la terapia ocupacional, proponiendo desde la
noción de incapacidad la consideración de un tratamiento del malestar ofrecido por nuestra
práctica.

Introducción
La terapia ocupacional, en tanto terapia, implica la oferta de alguna respuesta a la demanda de
tratamiento de algún malestar. Cualquier forma de tratamiento, ya desde la delegación que autoriza
su práctica (la formación profesional, la concesión de un título, el establecimiento de una ley de
ejercicio profesional, etc.), está atravesada por una demanda social de resolución de algún
problema. Pero está también atravesada por las demandas particulares de los sujetos que llegan a
tratamiento, que esperan una reducción de su padecer. La delimitación de cuál es el malestar a
tratar definirá distintas ofertas, diferentes intervenciones.
¿Cuál es la demanda social que recibe la terapia ocupacional? Para responder a esta pregunta,
necesitamos pensar en algunas formas que toma esta demanda. Por lo general, se nos pide que:
Demos al paciente algo útil para hacer;
El paciente ocupe su tiempo en algo productivo;
Logremos que el paciente se interese por algo;
Hagamos que los pacientes hagan algo que se vea;
Mantengamos entretenidos a los pacientes;
Logremos una mejoría en las capacidades del paciente.
Los cuatro primeros pedidos suelen aparecer en las instituciones geriátricas y psiquiátricas. En
estas instituciones se nos suele exigir que "ocupemos" a los pacientes porque están aburridos, o
porque "están muy demandantes porque no tienen nada útil para hacer", o que organicemos una
exposición con los trabajos de los pacientes, "así se ve lo que hacen".
Si consideramos ingenuamente estos pedidos, podríamos creer que se nos demanda que
sostengamos la posibilidad de producción de los pacientes. Pero no podemos engañarnos: lo que se
nos demanda es que sostengamos el gesto de la producción, no la producción en sí. Si la demanda
fuese que los pacientes puedan producir, se nos exigiría, por ejemplo, que armemos una feria para
que los pacientes puedan vender sus productos, no una exposición para mostrar que entre las
paredes de la institución los pacientes no están "inactivos". O se nos exigiría en un geriátrico que
ayudemos al residente a transmitir su experiencia, en vez de pretender que le enseñemos algo,
despreciando que ese sujeto tiene muchos más años que el terapeuta ocupacional, sus familiares,
médicos y tantos otros en el arte de arreglárselas con la vida.
En el caso en el que se nos pide que consigamos una recuperación de las capacidades, podemos
decir que sí se nos demanda que mejoremos las posibilidades del paciente para producir. Este
pedido suele presentarse en el tratamiento de los efectos de algunas patologías orgánicas como
artritis, lesión medular, lesión de nervio periférico, etc. Esto es: con respecto a determinadas
patologías, se espera que el sujeto recupere capacidad productiva, y se exige a la terapia
ocupacional que logre esa recuperación; con respecto a otras, la expectativa es que el sujeto no
puede ser productivo, y se exige a la terapia ocupacional que sostenga la apariencia de la
productividad.
¿Cuál es la demanda, por su parte, del sujeto que llega a una terapia ocupacional? Por lo general,
cuando un paciente llega por primera vez, no conoce nuestra oferta de tratamiento. Por lo tanto,
suele llegar por indicación de otro profesional, o porque la terapia ocupacional forma parte del
dispositivo de tratamiento. Esto hace que sea difícil que nos plantee algún pedido: llega esperando,
más bien, que le digamos qué hacer, o incluso obligado por la indicación, pero sin idea de qué
relación podemos tener con lo que le pasa.
Frente a esto, los terapeutas ocupacionales podemos actuar en relación con la derivación que
nos realizaron o sosteniendo el lugar de la terapia ocupacional en el dispositivo , sin esperar
despejar ninguna demanda particular del sujeto en tratamiento. O podemos pensar cuál es la oferta
que realizamos, y generar un espacio para que el consultante realice su propia demanda .
La oferta y la demanda

La oferta de la terapia ocupacional


Si estamos hablando de una oferta de tratamiento, necesitamos establecer qué es lo que
tratamos. En la adhesión al modelo médico–biológico –como el período que Kielhofner y Burke
denominan 'paradigma reduccionista'–, la terapia ocupacional trata los efectos de la enfermedad. Y,
como podemos comprobar ampliamente, desde esta perspectiva ha podido ofrecer no sólo
importantes paliativos para muchos de ellos –por ejemplo, las denominadas 'compensaciones' de
algunos déficits– sino también la curación –por ejemplo, en muchos de los procesos de
rehabilitación de mano . Frente a la reducción de movimiento, ha ofrecido la ampliación de éste;
frente al dolor, formas de aplacarlo o eliminarlo sin el recurso a la medicación –con la ventaja que
esto implica, dados los inevitables efectos secundarios de las drogas.
Pero la oferta de la terapia ocupacional siempre ha excedido los límites planteados por la reducción
de los efectos de una enfermedad. Por ejemplo, no considera un fracaso que un paciente que
presenta una hemiparesia no recupere el movimiento en el hemicuerpo afectado; en cambio, sí
considera un fracaso del tratamiento que ese paciente no pueda desempeñarse en la forma más
autónoma que sea posible para su arreglo personal. Esto implica que el principal interés de nuestra
práctica no es la reducción o eliminación de la enfermedad, sino la recuperación o el
mantenimiento de la capacidad para participar en la cotidianeidad como miembro de un grupo
social.
Por eso, intentar pensar nuestra oferta de tratamiento en relación con la enfermedad no da cuenta de
muchas de las acciones de los terapeutas ocupacionales. Entre otras cosas, determina que el
paciente no consulte en forma directa: para el tratamiento de la enfermedad, uno consulta al
médico, porque la medicina es la práctica que se define en relación con ese problema.
¿Cuál es el problema que nos convoca a los terapeutas ocupacionales? A mi entender, es la
incapacidad. Es aquello que un sujeto ubica como lo que no puede, y le provoca un malestar. Y
hablo de 'incapacidad' y no de discapacidad ex profeso, porque me interesa diferenciarlas.
El concepto de discapacidad es una definición médica: la discapacidad es la falta de capacidad para
realizar de la manera acostumbrada una actividad habitual para la edad, sexo y cultura de un
individuo, provocada por una deficiencia, esto es, "una desviación en el estado biomédico del
individuo". Esta definición, entonces, implica muchos de los problemas tratados por la terapia
ocupacional, pero también excluye muchos.
Por ejemplo, ¿dónde incluimos la imposibilidad de realizar las actividades y ocupaciones habituales
para un sujeto a partir de su exclusión del sistema productivo, no causada por una enfermedad, sino
por los cambios en las exigencias planteadas por ese sistema? En ese caso, no existe una
discapacidad, pero sí podemos hablar de una incapacidad: hay algo que ese sujeto, en ese momento,
no puede. Y ese no poder puede ser para ese sujeto un malestar. De la misma manera, una lesión
que provoca una discapacidad puede ser para un sujeto un malestar, o puede ser la ocasión para
intentar cobrar una indemnización de su empleador, considerando que con eso puede solucionar la
estrechez económica.
Para continuar la delimitación de la 'incapacidad', agrego que no implica cualquier ausencia de
capacidad en un sujeto. La mayoría de nosotros no tiene la capacidad de bailar ballet, y no estamos
incapacitados por esto, a menos que hayamos deseado hacerlo y no lo hayamos conseguido. En ese
caso, sí puede presentársenos como un malestar.
La incapacidad implica la impotencia, aquello que el sujeto todavía no puede, y la
imposibilidad, aquello que el sujeto no puede ni podrá, aquello que le hace límite, y que define, por
lo tanto, el campo de sus posibilidades. La pertenencia de una dificultad al campo de las
impotencias o al de las imposibilidades es algo que, en la mayoría de los casos, necesitará
delimitarse durante un tratamiento de esa incapacidad.
Si se trata de una impotencia, las intervenciones pasarán por construir formas en las que se
adquiera la potencia. Si se trata de una imposibilidad, la intervención pasará por la posibilidad de
que el sujeto la considere tal, logrando de esta manera que caiga la ilusión de resolverla, que hace
que persista como malestar.
En la terapia ocupacional, se ha hablado más de 'capacidades' que de 'incapacidad'. Trabajar con la
incapacidad implica dar lugar a las capacidades. Pero, como dije antes, cuando uno consulta, lo
hace por un malestar. Uno no consulta por lo que siente que anda bien. Uno no consulta por aquello
en lo que se siente capaz, sino justamente por aquello en lo que se siente incapaz, por lo que busca
a otro que le resuelva el problema.
La incapacidad puede aparecer a partir de un accidente, de una enfermedad, de una desventaja
social, educacional, económica. Pero no está definida por ninguno de estos factores. No todos los
sujetos que tienen una paraplejía presentan la misma incapacidad, como bien sabemos los
terapeutas ocupacionales. Pueden presentar, con la misma deficiencia, la misma discapacidad, pero
no la misma incapacidad. Porque la incapacidad estará determinada por lo que ese sujeto no pueda
hacer con los recursos que tiene –no con los que no posee.

Una clínica de la incapacidad


Para explicar la idea presentada, expondré dos viñetas clínicas.
S. tenía 65 años y estaba internada en un geriátrico a raíz de un A.C.V. que había sufrido hacía dos
años. Era una mujer muy corpulenta. Presentaba una hemiparesia izquierda, con marcada flaccidez,
escasos valores musculares en miembro superior y mayores en miembro inferior. Permanecía la
mayor parte del tiempo en la silla de ruedas, a instancias de la médica y las auxiliares de la
institución, ya que prefería permanecer en cama. Dado su peso, los auxiliares tenían gran dificultad
para ayudarla en las tareas de vestido, higiene y transferencias, lo que generaba constantes
maltratos hacia la paciente. S. no mostraba interés en ninguna de las actividades propuestas por la
institución. No tenía dificultades en el habla, pero hablaba muy poco. Tenía la posibilidad de
realizar actividades manuales con algunas adaptaciones, pero rechazaba cualquier propuesta de este
tipo. Escuchando qué le interesaba, planteó como su único interés intentar volver a caminar.
Cuando atendí a S., hacía pocos meses que me había graduado. Frente a su pedido de caminar,
hablé con la médica para que solicitara un kinesiólogo a la obra social. La médica desestimó la
idea, dado que, por el tiempo de evolución, consideraba que no existía posibilidad de recuperación.
Con el entusiasmo de las primeras épocas, decidí comenzar a trabajar con S. para que intentase dar
algunos pasos, en un pasillo que reemplazaba las paralelas con las que no contaba la institución.
Entre las protestas de los auxiliares, que presagiaban una caída, y el temor de la médica, que,
sin embargo, no entorpeció el intento al ver las precauciones tomadas para evitar los riesgos, S.
empezó a caminar. Las protestas de los auxiliares comenzaron a ceder cuando observaron el
cambio de humor de S. Estaba contenta, entusiasmada, por primera vez la veían interesada en algo,
y les resultaba mucho más fácil el trato con ella. Cuando S. había logrado caminar ida y vuelta todo
el pasillo, la médica confirmó que había logrado una mejoría inesperada para ella y solicitó un
kinesiólogo. Mis intervenciones pasaron entonces por charlar con S. acerca de sus progresos.
Poco tiempo después, renuncié a mi cargo en la institución. S. continuaba con el tratamiento
kinesiológico y se estaba preparando para utilizar un andador y dejar la silla de ruedas. Una colega
conocida por mí tomó el cargo vacante. Por ella me enteré, casi un año después, que S. había vuelto
a la silla de ruedas y al desinterés, a partir de haber confirmado que sus hijos no estaban dispuestos
a externarla aun cuando ella caminara.
¿Cuál fue mi error en este tratamiento? Creí que la incapacidad para S. estaba ubicada en la
discapacidad de movilidad física, y que si podía paliarse, su incapacidad podría reducirse. Pero no
estuve atenta a que para ella, la incapacidad estaba ubicada en la dificultad para estar en su casa. Si
hubiese escuchado esto, las intervenciones deberían haber pasado no sólo por facilitar la marcha y
la deambulación, sino por un trabajo con los familiares y con ella, para establecer allí las
impotencias y las imposibilidades. Dentro del geriátrico, a S. no le interesaba deambular.
En esa misma institución, atendí por un lapso muy breve a C., un hombre de 45 años, albañil.
Presentaba una paraplejía a raíz de una caída que le había provocado una lesión medular. Llegó al
geriátrico derivado del hospital en el que había concluido su rehabilitación. Podía transferirse en
forma autónoma e impulsar la silla de ruedas. Su mujer venía a visitarlo tres o más veces por
semana. Pero no había podido regresar a su casa, porque vivía en una villa. Con la silla de ruedas ni
siquiera podía ingresar a las calles de tierra de su barrio, y mucho menos a su casilla. En el
geriátrico, C. se negaba a levantarse de su cama. Dado que oponía una resistencia activa, y contaba
con gran fuerza en miembros superiores, las auxiliares del geriátrico dejaron de intentar que lo
hiciese. C. comenzó a perder fuerza y cualquier propuesta de actividad que le hice recibió la
respuesta: "¿para qué? Si total estoy acá adentro, no me va a servir de nada".
Para C., la incapacidad no pasaba fundamentalmente por la paraplejía, de hecho en su proceso
de rehabilitación, mientras tenía la expectativa de regresar a su casa, había obtenido grandes logros.
Pero el malestar preponderante para C. no era la paraplejía sino el hecho de no poder regresar a su
casa, a su barrio, con su gente. Frente a esa imposibilidad, C. decidió quedarse postrado, al menos
hasta el momento en el que renuncié a mi cargo en esa institución.

Conclusiones
Pensar el tratamiento ofrecido por la terapia ocupacional como un tratamiento de la
incapacidad, presenta las ventajas de:
Incluir las deficiencias, las discapacidades y las desventajas como parte de las cuestiones que
intervienen en la situación del sujeto y que son objeto de la intervención;
Incluir otros factores que dificultan la participación del sujeto en la vida cotidiana como
miembro de un grupo social y cultural, como parte propia de la intervención, y no como factores
externos al objeto de tratamiento ;
Implicar otros motivos de consulta, además de las dificultades instaladas a partir de una
enfermedad;
Posibilitar el trabajo con la demanda particular del sujeto que llega a tratamiento, y no sólo con el
problema "objetivo", definido en la ajenidad de éste;
Implicar al sujeto en la impotencia y la imposibilidad –en lo que la terapia ocupacional tiene
una amplia trayectoria–, reconocer como determinante del problema la posición de éste, y
reconocer, por lo tanto, su capacidad para decidir sobre su existencia como el principal capital con
el que contamos.
Pero, sobre todo, permite una delimitación de nuestra práctica desde nuestra propia definición
de los problemas que nos incumben. La definición conlleva inevitablemente un recorte –existente
en cualquier campo y constituyente de él– pero, al enunciarlo, nos implicamos: su enunciación nos
hace cargo de nuestra oferta. Una responsabilidad que nos es imprescindible tanto para
"interrogarnos acerca de la función social de nuestra profesión" y para apropiarnos de nuestras
respuestas a los malestares que padecen nuestros consultantes, como para reconocer a éstos su
derecho a decidir sobre sí mismos, comenzando por no quitarles el poder de definir su malestar.
Porque, como dijo Roland Barthes: "Robar a un hombre su lenguaje en nombre del propio lenguaje:
todos los crímenes legales comienzan así".

Bibliografía
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