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Todo sobre el hígado

Definición
El hígado es una víscera u órgano de los seres vertebrados, que tiene forma
irregular y color rojo oscuro. Se encuentra ubicado en la parte superior derecha de la
cavidad abdominal, debajo del diafragma y por encima del estómago, el riñón derecho y los
intestinos.

Este órgano cumple con diversas funciones que resultan vitales, como filtrar y almacenar la
sangre en el organismo y colaborando en la conversión de los alimentos en energía.
En los seres humanos, el hígado es la glándula más voluminosa.
El hígado, que tiene un peso aproximado de 1,5 kilos, se encuentra dividido en cuatro
lóbulos: el derecho, el izquierdo, el cuadrado y el lóbulo caudado o de Spiegel. Las
principales relaciones de este órgano se realizan con aquellas estructuras que se sitúan a la
izquierda del abdomen.

¿Cuáles son las funciones del hígado?


En los seres humanos, el hígado es la glándula más voluminosa. Se encarga de la
síntesis de las proteínas plasmáticas, almacena vitaminas y elimina de la sangre las
sustancias que son dañinas para el organismo, entre otras funciones.
En concreto, el hígado produce bilis (una sustancia necesaria para la digestión de los
alimentos), metaboliza los carbohidratos y los lípidos (con lo que sintetiza el colesterol),
elimina la insulina, sintetiza las proteínas, transforma el amonio en urea y actúa como
depósito de glucógeno y vitaminas, por ejemplo.

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Se han identificado más de 500 funciones vitales del hígado, y entre las más conocidas
podemos encontrar:
 Producción de bilis (ayuda a transportar los desechos y a descomponer las grasas en
el intestino delgado durante la digestión).
 Producción de ciertas proteínas para el plasma sanguíneo.
 Producción de colesterol y proteínas especiales para ayudar a transportar las grasas
por todo el cuerpo.
 Conversión del exceso de glucosa en glucógeno de almacenamiento (este glucógeno
más tarde se puede convertir nuevamente en glucosa para la obtención de energía).
 Equilibrio y producción de glucosa según fuera necesario.
 Regulación de los niveles de aminoácidos en la sangre (son las unidades formadoras
de proteínas).
 Procesamiento de la hemoglobina para la distribución de su contenido de hierro (el
hígado almacena hierro).
 Conversión del amoníaco tóxico en urea (la urea es uno de los productos finales del
metabolismo de las proteínas y se excreta en la orina).
 Depuración de fármacos y otras sustancias tóxicas de la sangre.
 Regulación de la coagulación sanguínea.
 Resistencia a las infecciones mediante la producción de factores de inmunidad y
eliminación de ciertas bacterias del torrente sanguíneo.
 Depuración de bilirrubina (una acumulación de bilirrubina haría que la piel y los
ojos se tornasen amarillentos).

Síntomas que indica que tu hígado no está funcionando bien


La enfermedad hepática no siempre causa signos y síntomas perceptibles. Si se
presentan signos y síntomas de enfermedad hepática, estos pueden incluir los siguientes:
 Color amarillento en la piel y los ojos (ictericia).
 Hinchazón y dolor abdominal.
 Hinchazón en las piernas y en los tobillos.
 Picazón en la piel.
 Orina de color oscuro.
 Color pálido de las heces.
 Fatiga crónica.
 Náuseas o vómitos.
 Pérdida del apetito.

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 Tendencia a que aparezcan moretones con facilidad.

¿Qué sucede cuándo el hígado funciona mal?


Muchas personas suelen confundir la función primordial del hígado, creyendo
erróneamente que es digestiva, cuando en realidad esté órgano se dedica a sintetizar.
“El hígado es un órgano de síntesis, produce colesterol que es necesario para la
vida, glucógeno y proteínas. Básicamente es una fuente muy importante de
producción de proteínas.” Clínica Pueyrredón.
El hígado no tiene forma de suplantar su función con otra cosa, entonces cuando falla
empieza a haber déficit proteico. El paciente no tiene proteínas estructurales, comienza a
perder masa muscular, se desnutre, no tiene anticuerpos, se le bajan las defensas porque
estas están armadas de proteínas, empieza a juntar líquido en la panza porque baja la
albumina, y aparecen otros problemas como la hipertensión portal (aumento de la presión
en la vena porta, que es la vena que lleva sangre desde los órganos del sistema digestivo al
hígado).
Además de disminuir la función de síntesis hepática el hígado se vuelve rígido, entonces
empieza a haber aumento de las presiones en los vasos que llegan al hígado. Comienzan las
complicaciones como la acumulación de líquido en la panza (Ascitis), en las piernas
(edemas), empieza a haber circulación colateral, que son vasitos que tratan de esquivar el
hígado para llegar al corazón. En algunos lugares se empiezan a formar varices, como por
ejemplo en el esófago o en el estómago y estas pueden sangrar y generar hemorragias
digestivas, que son cuadros a veces muy graves, que incluso pueden llevar a la muerte del
paciente.

Enfermedades del hígado


La Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos define las patologías
hepáticas como ‘muchas enfermedades que impiden que el hígado funcione o evitan que
trabaje bien’. El color amarillo de la piel (ictericia), el dolor abdominal, la acumulación de
líquidos corporales y la pérdida de peso son algunos de los síntomas usuales derivados de

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estas condiciones. A continuación, se recogen las enfermedades hepáticas más comunes sin
orden específico:
1. Cáncer de hígado: El cáncer tiene lugar cuando las células del cuerpo mutan, lo que
promueve que crezcan y se dividan sin control (dando o no lugar a un tumor). Así
pues, el cáncer de hígado es aquel que tiene origen primario en el tejido hepático. Se
estima que esta neoplasia maligna representa el 2,4 % de los cánceres totales en
ciertos países de alto ingreso, como Estados Unidos. La probabilidad de
desarrollarlo a lo largo de la vida es de un 1 % aproximadamente, pero su alta tasa
de mortalidad justifica su importancia clínica.
Esta enfermedad está asociada a otros padecimientos en el hígado. Por ejemplo, los
pacientes con hepatitis B crónica tienen una probabilidad de desarrollar cáncer de
hígado de un 25 a un 40 % a lo largo de su vida. Las malas noticias no acaban aquí:
en todas sus etapas combinadas, la tasa de supervivencia a 5 años del diagnóstico es
del 18 %. Si la persona es apta para el trasplante en etapas iniciales, las
probabilidades de superar la enfermedad son mucho más altas.
2. Cirrosis hepática: La cirrosis hepática es la consecuencia final de muchas
enfermedades hepáticas crónicas. Esta condición se caracteriza por la sustitución de
la arquitectura normal del hígado por bandas de tejido fibroso, lo cual provoca que
cada vez funcione peor. Si está muy avanzada, la cirrosis es potencialmente mortal.
Las hepatitis virales crónicas (B, C y D), el alcoholismo y la fibrosis quística son
algunos de los desencadenantes principales de la cirrosis. Se estima que esta
condición se halla detrás de unas 800 000 muertes anuales y, en Europa, tiene una
prevalencia de 250 casos anuales por cada 100 000 personas. En España, esta
enfermedad se presenta en el 1-2 % de la población y es más frecuente en varones
de 50 años en adelante.
3. Hepatitis A: La hepatitis A es una infección del hígado responsable de la mayoría
de los cuadros de hepatitis aguda en todo el mundo. El virus causal infecta las
células de este órgano y produce inflamación, pero no es responsable de daños
permanentes. No existe un tratamiento para esta enfermedad, ya que el propio
organismo genera anticuerpos contra el patógeno y lo elimina con el tiempo.
Descansar en casa y controlar las náuseas suele ser suficiente.
4. Hepatitis B: La hepatitis B es una infección hepática grave provocada por el virus
de la hepatitis B. Si el cuadro tiene una duración corta (menos de 6 meses) se
considera agudo, pero puede tornarse crónico cuando no desaparece más allá del
límite establecido. Hasta el 90 % de los niños infectados evolucionan a un estadio
crónico, mientras que este porcentaje en adultos sanos es mucho menor (del 2 al 6
%). Este último escenario debe abordarse farmacológicamente con medicamentos
antivirales, inyecciones de interferón y hasta un trasplante.
5. Hepatitis C: La hepatitis C es una infección vírica que causa inflamación del
hígado, tal y como ocurre con los dos cuadros anteriores. De todas formas, existen
claras diferencias entre ellos: la hepatitis B se puede transmitir durante el contacto
sexual y la mezcla de fluidos, mientras que la C casi siempre se contagia por la vía
sanguínea. Hasta el 30 % de las personas con hepatitis C combaten la enfermedad y

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se curan de forma espontánea antes de los 6 meses, pero el 70 % restante desarrollan
una variante crónica.
La probabilidad de desarrollar una cirrosis derivada de una hepatitis C crónica es
del 15 al 30 % después de 20 años. Por suerte, los tratamientos con antivirales son
cada vez más efectivos y su función es evitar que esto ocurra.
6. Hepatitis D: Curiosamente, esta infección solo provoca síntomas en aquellas
personas que ya están infectadas por el virus de la hepatitis B. Concretamente,
afecta hasta al 5 % de la población mundial que tiene una hepatitis B crónica. En sí
mismo no es un cuadro letal, pero puede acelerar la progresión de la enfermedad ya
existente en el 70-90 % de los pacientes.
7. Hepatitis E: Aunque sea poco conocida, es necesario nombrar a la última de las
enfermedades hepáticas comunes de naturaleza vírica. La hepatitis E afecta a unos
20 millones de personas en todo el mundo y representa el 3,3 % de la mortalidad
debida a las hepatitis víricas. Un porcentaje importante de los infectados no
presentan síntomas, pero la patología puede provocar problemas de salud severos en
países de bajo ingreso en los que la atención sanitaria es deficiente.
8. Hígado graso: La enfermedad por hígado graso es una afección en la que, tal y
como lo indica su nombre, se acumula un exceso de grasa en el hígado. Esta
patología tiene una prevalencia global nada desdeñable, pues afecta del 10 al 24 %
de la población en varios países. Cabe destacar que el 65 % de las personas con
obesidad tipo I-II desarrollan hígado graso, aunque la probabilidad aumenta a un 85
% cuando se habla de la obesidad tipo III.
El hígado graso puede ser alcohólico (derivado del consumo de esta sustancia) o no
alcohólico (más común en diabéticos, pre diabéticos y obesos). En general, estas
afecciones provocan síntomas leves o nulos, lo cual dificulta su diagnóstico y
abordaje clínico. Perder peso en caso de que sea necesario y dejar el alcohol son los
frentes más útiles para tratar el hígado graso, pues a día de hoy no hay
medicamentos aprobados en este frente.
9. Hemocromatosis: La hemocromatosis es una patología en la que el exceso de hierro
se acumula en el organismo. La hemocromatosis genética se debe a mutaciones en
el ADN heredadas que se transmiten de los padres a los hijos. Por otro lado, hay
cuadros secundarios que se adquieren a lo largo de la vida por ciertos desequilibrios
(por ejemplo, la necesidad de múltiples transfusiones sanguíneas o un consumo
exagerado de suplementos).
La hemocromatosis se puede tratar de forma segura y eficaz mediante la extracción
periódica de la sangre corporal, algo conocido como flebotomía. El objetivo de este
procedimiento es reducir la cantidad del mineral en el organismo. En aquellos que
no toleran la extracción se puede utilizar el fármaco desferroxiamina, que aumenta
la eliminación de hierro, pero este tratamiento es menos eficaz.
10. Enfermedad de Wilson: La enfermedad de Wilson es un trastorno hereditario poco
frecuente, pero hay que tenerlo en cuenta a la hora de hablar de las enfermedades
hepáticas comunes. Este cuadro provoca la acumulación patológica de cobre en

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varios órganos y tejidos, especialmente en el hígado y en el cerebro. Su prevalencia
estimada es de 1 caso entre cada 30 000 recién nacidos vivos.
La enfermedad de Wilson se hereda con un patrón autosómico recesivo. Esta
patología está presente desde el nacimiento, pero los síntomas empiezan a
manifestarse entre los 5 y los 35 años de edad. Curiosamente, el signo clínico más
característico es la presencia de un anillo color marrón alrededor de la córnea del
ojo.
Algunos de los medicamentos empleados para abordar la enfermedad de Wilson son
la penicilamina, la trientina y el acetato de zinc. El objetivo es que el cuerpo pueda
eliminar el cobre antes de que su acumulación se torne nociva. Si los daños
hepáticos derivados de esta enfermedad son graves, es posible que sea necesario un
trasplante de hígado.
11. Colangitis esclerosante primaria: La colangitis esclerosante primaria es una
enfermedad de los conductos biliares. Las principales funciones de estas estructuras
son transportar la bilis a través del hígado y liberarla en la segunda porción del
duodeno. En este cuadro, los conductos biliares se inflaman y cicatrizan, lo cual
provoca que se estrechen y un daño hepático derivado. La enfermedad progresa
lentamente y desemboca en infecciones frecuentes, insuficiencia hepática y
tumores.
Las causas de esta enfermedad no están claras, pero su aparición se asocia en
muchos casos a una enfermedad intestinal inflamatoria. Existen múltiples fármacos
que buscan ralentizar el daño hepático de este cuadro, pero el trasplante de hígado
es el único abordaje que puede curar la patología a día de hoy. Además, aunque no
es común, la enfermedad puede reaparecer después de esta cirugía.
12. Hepatitis auto inmunitaria: La hepatitis auto inmunitaria tiene lugar cuando las
células implicadas en el sistema inmunitario humano destruyen, por equivocación,
los tejidos del hígado. Estos ataques pueden derivar en daños continuados al órgano
e inflamación crónica.
El tratamiento inicial de esta patología incluye la administración de prednisona, un
fármaco corticosteroide sintético. Por desgracia, este medicamento reporta una
amplia gama de efectos secundarios, así que el objetivo es alcanzar la dosis más
baja posible para controlar la enfermedad. La hepatitis auto inmunitaria suele
reaparecer si no se sigue el régimen farmacológico adecuado, así que el tratamiento
es de por vida.

Cáncer de hígado
Se decidió hacer hincapié en esta enfermedad del hígado sobre otras, por su alta
tasa de mortalidad en quienes, por desgracia, lo contraen. A continuación, explicaremos en
mayor detalle sobre el cáncer de hígado, sus causas, tratamientos, etc.

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El cáncer de hígado es un cáncer que comienza en las células hepáticas. El hígado es un
órgano del tamaño de un balón de fútbol que se encuentra en la parte superior derecha del
abdomen, debajo del diafragma y por encima del estómago.
Se pueden formar varios tipos de cáncer en el hígado. El tipo más común de cáncer de
hígado es el carcinoma hepatocelular, que comienza en el tipo principal de célula hepática
(hepatocito). Otros tipos de cáncer de hígado, como el colangiocarcinoma intrahepático y el
hepatoblastoma, son mucho menos comunes.
El cáncer que se disemina al hígado es más común que el cáncer que comienza en las
células hepáticas. El cáncer que comienza en otra área del cuerpo, como el colon, el pulmón
o las mamas, y luego se disemina al hígado, se denomina cáncer metastásico en lugar de
cáncer de hígado. Este tipo de cáncer lleva el nombre del órgano en el que comenzó, como
el cáncer de colon metastásico, para describir el cáncer que comienza en el colon y se
disemina al hígado.

La mayoría de las personas no tienen signos ni síntomas en las primeras etapas del cáncer
primario de hígado. Cuando existen señales y síntomas, estos pueden incluir los siguientes:
 Pérdida de peso sin proponértelo.
 Pérdida de apetito.
 Dolor en la parte alta del abdomen.
 Náuseas y vómitos.
 Debilidad y fatiga general.
 Hinchazón abdominal.
 Decoloración amarillenta de la piel y la parte blanca de los ojos (ictericia).
 Heces blancas o blanquecinas.
Por otro lado, podemos encontrar algunos de los factores que aumentan el riesgo de padecer
cáncer primario de hígado son los siguientes:

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1. Infección crónica por el virus de la hepatitis B o el virus de la hepatitis C: La
infección crónica por el virus de la hepatitis B o el virus de la hepatitis C aumenta el
riesgo de padecer cáncer de hígado.
2. Cirrosis: Esta afección progresiva e irreversible hace que se forme tejido cicatricial
en el hígado y aumenta las probabilidades de desarrollar cáncer de hígado.
3. Ciertas enfermedades hepáticas hereditarias: Algunas de las enfermedades
hepáticas que pueden aumentar el riesgo de padecer cáncer de hígado son la
hemocromatosis y la enfermedad de Wilson.
4. Diabetes: Las personas con este trastorno del azúcar en sangre tienen un mayor
riesgo de padecer cáncer de hígado que las que no tienen diabetes.
5. Enfermedad del hígado graso no alcohólico: Una acumulación de grasa en el
hígado aumenta el riesgo de padecer cáncer de hígado.
6. Exposición a aflatoxinas: Las aflatoxinas son venenos producidos por mohos que
crecen en cultivos mal almacenados. Los cultivos, como los granos y las nueces,
pueden contaminarse con aflatoxinas, que pueden terminar en los alimentos
elaborados con estos productos.
7. Consumo excesivo de alcohol: Consumir diariamente y durante muchos años una
cantidad de alcohol que es superior a la moderada puede llevar a un daño hepático
irreversible y aumentar el riesgo de padecer cáncer de hígado.

Por último, podemos hallar diferentes formas de prevenir contraer este terrible cáncer, las
cuales son:
1. Reduce el riesgo de cirrosis: La cirrosis es la cicatrización del hígado y aumenta el
riesgo de cáncer de hígado. Para reducir el riesgo de padecer cirrosis, puedes seguir
estos consejos:
 Si bebes, hazlo con moderación. Si decides beber alcohol, limita la cantidad.
En caso de las mujeres, esto significa no más de una copa al día. En el caso
de los hombres, el límite es de no más de dos copas al día.

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 Mantén un peso saludable. Si tu peso actual es saludable, sigue una dieta
equilibrada y haz ejercicio la mayoría de los días de la semana para
mantenerlo. Si necesitas bajar de peso, reduce la cantidad de calorías que
consumes por día y aumenta la cantidad de actividad física. Apunta a perder
peso lentamente, de 1 a 2 libras (0,5 a 1 kilogramo) por semana.
2. Vacúnate contra la hepatitis B: Puedes reducir el riesgo de contraer hepatitis B si
recibes la vacuna contra la hepatitis B. La vacuna puede administrarse a casi
cualquier persona, incluidos bebés, adultos mayores y personas con sistemas
inmunitarios comprometidos.
3. Toma medidas para prevenir la hepatitis C: No existe ninguna vacuna contra la
hepatitis C, pero puedes reducir el riesgo de contraer la infección, por ejemplo:
 Conoce el estado de salud de cualquier pareja sexual. No tengas relaciones
sexuales sin protección a menos que tengas la certeza de que tu pareja no
está infectada con el virus de la hepatitis B, virus de la hepatitis C u otra
infección de trasmisión sexual. Si no conoces el estado de salud de tu pareja,
usa un preservativo cada vez que tengas relaciones sexuales.
 No uses drogas ilícitas intravenosas, pero si lo haces, usa una aguja limpia.
Reduce el riesgo de contraer la infección por el virus de la hepatitis C al no
inyectarte drogas ilícitas. Pero si esa no es una opción para ti, asegúrate de
que las agujas que uses sean estériles y no las compartas. La parafernalia de
drogas contaminadas es una causa común de la infección por el virus de la
hepatitis C. Aprovecha los programas de intercambio de agujas de tu
comunidad y considera buscar ayuda para superar tu consumo de drogas
ilícitas.
 Busca tiendas seguras y limpias cuando te hagas un piercing o tatuaje. Las
agujas que no se esterilizan adecuadamente pueden propagar el virus de la
hepatitis C. Antes de hacerte un piercing o tatuaje, investiga las tiendas de tu
zona y pregunta a los miembros del personal acerca de sus prácticas de
seguridad. Si los empleados de una tienda se niegan a responder a tus
preguntas o no las toman en serio, esa será una señal de que el lugar no es
adecuado para ti.
4. Buscar tratamiento para la infección por hepatitis B o C: Existen tratamientos
disponibles para la hepatitis B y la hepatitis C. Las investigaciones demuestran que
el tratamiento puede reducir el riesgo de cáncer de hígado.
5. Pregúntale al médico acerca de los exámenes de detección del cáncer de hígado:
Para la población en general, no se ha demostrado que los exámenes de detección
del cáncer de hígado reduzcan el riesgo de morir de cáncer de hígado, y
generalmente no se recomiendan. Las personas con afecciones que aumentan el
riesgo de padecer cáncer de hígado podrían considerar la posibilidad de someterse a
exámenes de detección, por ejemplo, las personas que padecen:
 Infección por hepatitis B.
 Infección de hepatitis C.
 Cirrosis del hígado.

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Trasplante de hígado
El trasplante de hígado es la extracción quirúrgica de un hígado sano o, a veces,
de una parte del hígado de una persona viva que luego se transfiere a una persona cuyo
hígado ya no funciona.
El trasplante de hígado es la extracción quirúrgica de un hígado sano o, a veces, de una
parte del hígado de una persona viva que luego se transfiere a una persona cuyo hígado ya
no funciona.
El trasplante de hígado es el segundo tipo más común de procedimiento de trasplante de
órganos. Esta es la única opción cuando este órgano ha dejado de funcionar.
Un hígado completo solo puede obtenerse de una persona que haya fallecido, pero los
donantes vivos pueden proporcionar una parte. El hígado donado se almacena hasta un
máximo de 18 horas.
Muchas personas mueren mientras esperan un hígado compatible, pero, después del
trasplante, el porcentaje de receptores de un trasplante hepático que sobreviven es
 Al cabo de 1 año: 90 a 95%
 Al cabo de 3 años: 80 a 85%
 Al cabo de 5 años: alrededor del 75%
La mayoría de los receptores tienen el hígado destruido por la cirrosis (reemplazo del tejido
del hígado por tejido cicatricial), normalmente debido a la infección por el virus de la
hepatitis C. Otras razones para un trasplante hepático son la colangitis esclerosante primaria
(cicatrización de los conductos biliares, que produce cirrosis), los trastornos hepáticos auto
inmunitarios, y, en niños, la destrucción parcial o completa de las vías biliares (atresia
biliar) y los trastornos metabólicos.
Cuando el hígado está destruido debido a alcoholismo, el receptor debe dejar de consumir
alcohol antes de someterse a un trasplante. También se realiza este tipo de trasplantes
cuando el cáncer hepático no está muy avanzado.
Aunque la hepatitis C y los trastornos auto inmunitarios tienden a recidivar en el hígado
trasplantado, la supervivencia sigue siendo buena.

Tanto el donante como el receptor se someten a un cribado previo al trasplante. Esta prueba
de cribado se realiza para asegurarse de que el órgano está lo suficientemente sano para el
trasplante y que el receptor no sufre ninguna afección médica que lo prohíba.

¿Quiénes son las personas que donan su hígado?


Casi todos los hígados donados provienen de personas con muerte cerebral y
cuyo corazón sigue latiendo. El tipo de sangre y el tamaño del corazón del donante y del

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receptor deben ser compatibles. No es necesario que exista una coincidencia exacta en el
tipo de tejido.
Algunos trasplantes proceden de donantes vivos que donan un fragmento de hígado, lo cual
es posible porque basta con un fragmento de hígado sano. Algunos trasplantes provienen de
personas que han sufrido una muerte cerebral y cuyo corazón ha dejado de latir. Sin
embargo, el hígado de estos donantes suele estar dañado, porque no recibía sangre.

Procedimiento para el trasplante de hígado


El hígado lesionado se extrae a través de una incisión en el abdomen, y el nuevo
hígado se conecta a los vasos sanguíneos y a las vías biliares del receptor. Por lo general, se
requieren transfusiones de sangre.
La intervención suele durar un mínimo de 4 horas y media, y la permanencia en el hospital
es de 7 a 12 días.
Medicamentos para inhibir el sistema inmunitario (inmunosupresores), incluyendo
corticosteroide, que empiezan a tomarse el mismo día del trasplante. Estos medicamentos
pueden ayudar a reducir el riesgo de que el receptor rechace el hígado trasplantado. En
comparación con el trasplante de otros órganos, el trasplante de hígado requiere las dosis
más bajas de inmunosupresores.

Complicaciones del trasplante de hígado


Posterior a la cirugía del trasplante de hígado, se puede presentar diversas
complicaciones, entre las cuales destacan las siguientes:
1. Rechazo: A diferencia de la sangre transfundida, los órganos trasplantados, incluso
si son muy compatibles, suelen ser rechazados a menos que se tomen medidas para
evitarlo. El rechazo es consecuencia del ataque al órgano trasplantado por parte del
sistema inmunológico del receptor, que lo reconoce como material extraño. El
rechazo puede ser leve y fácilmente controlable, o grave y causar la destrucción del
órgano trasplantado. Aunque el rechazo de los trasplantes de hígado es menos
intenso que el de los de riñón, de corazón o de otros órganos, es necesario
administrar inmunosupresores después del trasplante.
Si el receptor presenta un hígado agrandado, náuseas, dolor, fiebre, ictericia o una
función hepática anómala (detectada mediante análisis de sangre), puede que se
realice una biopsia por punción. Los resultados de la biopsia permiten determinar si
se está produciendo un rechazo o si es necesario ajustar el tratamiento
inmunosupresor.
2. Hepatitis: La mayoría de las personas reciben un trasplante de hígado porque tienen
cirrosis provocada por una hepatitis vírica. Los inmunosupresores, que son
necesarios para ayudar a prevenir el rechazo del hígado trasplantado, también
reducen la capacidad del cuerpo de defenderse contra las infecciones. Como
resultado, las hepatitis B o C vuelve a aparecer en casi todos los receptores de un

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trasplante de hígado. Sin embargo, los medicamentos antivíricos son efectivos en el
tratamiento de la hepatitis que ocurre en receptores de trasplante de hígado.
3. Otras complicaciones: Algunas complicaciones del trasplante hepático pueden
ocurrir dentro de un periodo de 2 meses. Por ejemplo, el hígado puede funcionar
mal, pueden formarse coágulos de sangre que bloqueen los vasos sanguíneos que
entran o salen del hígado, o la bilis puede filtrarse desde los conductos biliares. Las
complicaciones que ocurren poco después del trasplante suelen causar fiebre,
hipotensión arterial y resultados anómalos en las pruebas para evaluar la función
hepática.

Referencias bibliográficas
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