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Santo Tomás de Aquino

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Tema 1
El cristianismo ante el judaísmo y el paganismo
El valor de la revelación dada desde antiguo cuando ADios habló a nuestros
padres@ (Heb 1, 1) constituye la misma entraña del cristianismo. Por eso la historia de la
Iglesia solamente es comprensible si se entronca con la tradición religiosa judía: ALa
salvación viene de los judíos@ (Jn 4, 22). Esto quiere decir que la fuente del cristianismo
está en la historia del judaísmo. La novedad radical, que se resume en el acontecimiento
Jesucristo con lo que implica de inédito en relación con Dios y con los demás, surge en
esa matriz. Por eso, la cuestión de la herencia judía fue decisiva para la comunidad
surgida de la fe en la pascua de Cristo.
Junto a la herencia judía, hay que señalar también el rápido progreso de la misión
entre los gentiles de cultura greco-romana. Aquí el fenómeno es bien diverso. Este
mundo se encontraba bien configurado política y religiosamente, con una conciencia de
superioridad basada en la cultura helénica y en la organización política de Roma. Pronto
se deja sentir el influjo de esta cultura por obra de los neófitos provenientes del
paganismo, a quienes, después de las reservas iniciales, la Iglesia se abrió con decisión y
confianza. Ahí está el punto de partida de una religión con vocación universal. Para
nuestra historia se asume la continuidad >misteriosa= entre el evangelio de Jesús y la
historia del cristianismo, es decir, la historia de la Iglesia sólo es explicable a partir de
Jesucristo.

1. El mundo judío y los orígenes del cristianismo


Uno de los aspectos más característicos del pueblo judío, forjado en trece siglos,
es la fusión del sentimiento religioso y la conciencia histórica de pueblo. Ello da lugar a
algunos aspectos originales propios de esta visión de la vida: monoteísmo, el culto y la
ley y el mesianismo. Esta historia comienza con los relatos del patriarca Abrahán, los
hechos del guía y liberador Moisés y se continúan con el período glorioso de los reyes.
Sin embargo, a pesar de los profetas y de su culto, fueron deportados por un
período de unos cincuenta años. El 538 a. C. un edicto de Ciro les permite el retorno del
exilio. La historia considera como judaísmo las características de este pueblo a partir del
regreso de Babilonia. Dos hechos conmovieron al judaísmo después del regreso de este
exilio. El primero es la helenización intentada por Antíoco IV Epifanes entre 175 y 164.
La resistencia de los macabeos y la fidelidad a la ley de los hassidim o Apiadosos@ van a
quedar como la prueba de acatamiento a la voluntad de Dios. El segundo es la invasión
de Roma en el 63 a. C. La zozobra producida por estos acontecimientos encuentra en el
idumeo Herodes el Grande un astuto previsor. Como buen aliado de Roma va a ser rey
efectivo de los judíos entre el 37 y el 4 a. C. A partir del 6 a. C., Augusto concede la

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autoridad del país a los procuradores romanos, que tienen su sede oficial en Cesarea. La
administración directa de Roma, hace que la esperanza mesiánica todavía intensa y viva,
adquiera al advenimiento del cristianismo un significado marcadamente político.

1.1. Situación religiosa del mundo judío


Al presentar la situación del judaísmo en este tiempo suele hacerse una
distinción entre Palestina y la diáspora, judíos que vivían fuera de su hogar nacional.
Éstos se expresaban en la lengua llamada κoιvή (común) y traducen en el siglo segundo
antes de Cristo en Alejandría los libros del Antiguo Testamento. Esta traducción es
conocida como de los LXX. Del judaísmo de Palestina se conocen varios movimientos y
modos de entender la tradición de este pueblo: esenios, zelotes, fariseos, saduceos. Para
completar este mosaico hay que aludir a algunos movimientos marginales, como las
sectas baptistas, y, sobre todo, añadir el clima de expectación y de espera de un Mesías
genuinamente religioso, tal como lo habían anunciado los profetas. La convocatoria
escatológica de Dios era un sentimiento muy difundido en la masa de las gentes.

1.2. La "secta de los nazarenos"


Algunos datos sirven para dar comienzo a esta historia, pero sin ocultar los
problemas de cronología absoluta (fecha del nacimiento y comienzo de la predicación de
Jesús) y de cronología relativa (número de viajes a Jerusalén y últimos acontecimientos
de su vida). Lo único que cabe señalar ahora es que entre los años 30 y 50 de nuestra era
se colocan algunos hechos importantes del naciente cristianismo. Ahí se inserta la
interpretación teológica de la vida de Jesús, que se basa en datos históricos avalados por
la historia general: Josefo, Tácito, Suetonio, pero en la que se integra el hecho decisivo
de la fe en su resurrección.
Jesús, enraizado en la tradición religiosa judía, pero sin identificarse con alguno
de los grupos ya mencionados, da origen a la primera comunidad. Entorno a Él se forma
un grupo que, después de la resurrección, es el origen de la Iglesia. Por eso, se dice que
la Iglesia es apostólica. Las apariciones de Galilea (Mc 14, 28 y 16, 7) significan que
Jesús tenía allí muchos discípulos, pero fue Jerusalén donde se concentraron los
apóstoles, de modo que va a ser el centro del nuevo movimiento religioso (Hech 1, 15-
26). Este grupo también tenía conciencia de representar la convocatoria escatológica de
Israel.
Los judíos llamaban a los seguidores de Cristo: e ton nazaraion airesis (la herejía
de los nazarenos (Hech 24, 5). Los judíos fácilmente confundían a ese Agrupo=herejía@
con otros situados al margen del judaísmo oficial. El grupo de Jesús, inicialmente
aparece como secta del judaísmo, pero la aspiración universal de la Revelación y la
fidelidad al mandato misionero Ahasta los confines del mundo@, le daba a esta agrupación
una dimensión universal, a la cual se mantienen fieles. Es la primera célula madre de la
Iglesia.

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Se usa para denominar a este grupo el término genérico de judeo-cristianismo.


Aquí se refiere a los cristianos que daban valor permanente a la Ley mosaica, pero que
tienen dificultades para definir los límites de la observancia de las prescripciones
rituales. Eran de origen palestino y se denominan hebreos. Junto a ellos aparece
enseguida el grupo de los helenistas: conversos provenientes de la diáspora. Pronto
surgen problemas entre estos dos grupos, por relación a la actitud a mantener ante las
observancias judaicas o sobre la asistencia a las viudas (Hech 5, 1).
Las relaciones de esta nueva comunidad con el mundo judío no parecen
contrapuestas, al menos inicialmente. Este cristianismo no se desliga del judaísmo, de
modo que los apóstoles van al templo, pero la novedad de su aspiración universal va a
tener su propia evolución. Pronto se destaca Esteban, que osaba decir que con Jesús
había sido abolida la antigua alianza. Ello dio lugar a su martirio entre los años 36 ó 37.
A esta tensión se suma otro incidente con el judaísmo hacia los años 42/43. Herodes
Agripa, para congraciarse con los judíos, mandó encarcelar a Pedro y Santiago. Pedro se
salvó, pero Santiago fue ejecutado (Hech 12, 17).
El período que va desde el 40 hasta el 70 está marcado por dos hechos
importantes. De una parte, la exasperación del nacionalismo judío y sus frecuentes
rebeliones contra Roma. De otra, la difusión del cristianismo en medios paganos va
tomando cada vez más consistencia. La predicación llega a Antioquía, lugar donde muy
pronto reciben el nombre de cristianos (Hech 11, 26). Hay aquí un tercer grupo del
primitivo cristianismo, que son los fieles provenientes de la gentilidad. La cuestión de la
herencia del judaísmo requería un discernimiento, pues algunas leyes mosaicas
contenidas en los libros sagrados no podían imponerse a todos los miembros.
La dirección de la Iglesia de Jerusalén, después de la muerte de Santiago el
Mayor, pasa a Santiago Ael hermano del Señor@ (Gal 1, 19). La identificación de este
importante personaje es discutida. Hegesipo lo presenta como un judío convertido, que
conserva un fuerte ascetismo tradicional. Fuentes judeo-cristianas lo presentan como el
personaje más destacado y centro de todos los apóstoles. Las atribuciones que le
confieren induce a pensar que el grupo más importante de la comunidad de Jerusalén era
adicto a su patria y atraía las simpatías de los fariseos por su celo de la ley.
Es el protagonista de las reivindicaciones judías frente a los nuevos
planteamientos de los helenistas en la misión. El año 49/50 está marcado por dos hechos
muy conocidos, que se sitúan en este ambiente: concilio de Jerusalén e incidente de
Antioquía (Hech 15, 1-29; Gal 2, 11-21). Son la prueba de las tensiones entre los
partidarios de abrir la misión a los gentiles y los que querían mantener el peso de la
tradición y de algunas costumbres judías. Santiago permanece al frente de la comunidad
hasta el 62, cuando es lapidado por los judíos en ausencia de la autoridad romana.
Eusebio dice que Jerusalén tuvo quince obispos hasta el asedio de Adriano (117-132).
Todos eran de la circuncisión, es decir, hebreos (Ep de Judas).

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1.3. La crisis del judeo-cristianismo


Las causas históricas de la desaparición de esta Iglesia madre son complejas, pero
se pueden fijar así: inicial discrepancia con la rama cristiano-helenística; progresivo
enfrentamiento con sus connacionales a causa del escaso fervor nacionalista en la lucha
contra los romanos; definitivo alejamiento de los cristianos de cultura helenística, que los
acaban considerando una rama aislada, e incluso herética, del cristianismo.
En el período que va desde la muerte de Santiago, en el 62, hasta el 135 se
acentúan algunas situaciones críticas. El nacionalismo judío se hace más luchador y su
presión afecta también a los judeo-cristianos. Al mismo tiempo la nueva fe en Jesús gana
terreno en los ambientes de la cultura helenista y del mundo romano. En el 64 Gessius
Florus es procurador de Judea. Su administración tiránica hace explotar la revolución, ya
incubada hacía tiempo. Esto provoca la guerra de los romanos contra los judíos entre el
66 y el 67. En la primavera del 70 Jerusalén es sitiada y en septiembre Tito la conquista,
destruyendo el Templo. La comunidad judeocristiana emigra a Pella en Transjordania.
A partir de este momento la comunidad cristiana de Jerusalén también serán
hostigada por sus connacionales judíos. La literatura rabínica se hace más violenta contra
los judeocristianos: son considerados herejes en el 90 y en el 92 los rabinos redactan en
Jamnia un propio canon bíblico, avalado por el rechazo del naciente cristianismo. La
segunda sublevación judía, entre 132 y 135, contra los romanos arruina definitivamente
al nacionalismo judío, que pierde definitivamente su hogar nacional.
Con el tiempo esta primera comunidad será acusada de herejía ebionita, al no
reconocer la plena divinidad de Cristo, y se fragmenta en otros movimientos sectarios.
Justino da su juicio sobre esta comunidad: AAquellos, en cambio, Trifón, de vuestra raza
que dicen creer en Cristo, pero que pretenden obligar a todo trance a los que han creído
en El de todas las naciones a vivir conforme a la ley de Moisés, o que no se deciden a
convivir con éstos; a éstos, digo, tampoco yo los acepto como cristianos@ (Diálogo con
Trifón XLVII, 3).

2. Difusión del cristianismo en el mundo romano


Eusebio en su Historia de la Iglesia III, 1, 1, después de describir la caída de
Jerusalén, refiere que la oÆκoυµέvη, es decir, la tierra habitada por los romanos, fue
repartida entre los apóstoles en zonas de influencia. Cada apóstol fundó iglesias en las
regiones que le tocaron en suerte. Esta piadosa leyenda de la dispersión de los apóstoles
recoge el carácter peregrino y misionero de la primitiva comunidad. Esta aspiración
universal hace que la Iglesia se abra al mundo y rompa con los estrechos límites de la
sinagoga. De hecho la difusión del cristianismo en el mundo antiguo se extiende
fundamentalmente en los territorios ocupados por el imperio romano, aunque haya
algunas comunidades fuera de este ámbito.

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2.1. Situación político-religiosa del mundo romano


Roma, que había extendido su dominio por el mar Mediterráneo (medium terrae o
mare nostrum), tenía ocho siglos de historia, cuando nace Jesús. Este espacio sometido a
los romanos por voluntad de los dioses se denomina oÆκoυµέvη (orbis terrarum), es decir,
no hay más mundo que el que habitan los romanos. Así, pues, Roma era caput mundi
(cabeza del mundo). Roma encarnaba la idea inmutable de un imperio eterno, cuyo
influjo fue notable en la antigüedad y en el medievo. En el año 27 a. C. el Senado otorga
el poder absoluto Octavio con el nombre de Augusto. Así se convierte en fundador de un
imperio por su moderación y su conciencia de la pax romana. El imperio romano es la
realidad política más importante de la edad antigua.

2.1.1. La Areligio licita@ u oficial


La religión había sido un factor importante en la gestación de Roma. En efecto,
había un cónsul encargado de las celebraciones religiosas, pero con el paso de la
república al imperio, la religión se convierte más abiertamente en un factor político. La
lenta decadencia del politeísmo griego y de la antigua religión romana exigen la
introducción del culto al emperador. Entonces este culto se convierte en religio licita, es
decir, religión oficial.
La religión, cuya práctica garantizaba la grandeza y la fuerza del imperio,
atribuye el título y los deberes del pontifex maximus (sumo pontífice) a Augusto. Los
calificativos de señor, salvador, protector, que se le daban al emperador, expresaban el
agradecimiento de la plebe a su benevolencia. De este modo el culto al emperador se
ponía al servicio de la reorganización política y hacía del mismo la base de la religión
oficial. El respeto a las leyes imperiales es un factor de bienestar público (salus publica)
para la sociedad. Por eso, no obedecer estas normas significa cometer un crimen de
ofensa a la majestad imperial, lo cual implicaba la pena de muerte. Los excesos e
intemperancias de algunos emperadores, por su desmesurada manía de grandezas, hizo
que este culto fuera controlado por el Senado y que no fuera muy popular.

2.1.2. Los cultos mistéricos u orientales


Juntamente con el cristianismo se difunden en el mundo romano los llamados
Acultos orientales@ o Areligiones mistéricas@. Este nombre genérico deriva del origen
oriental de las mismas o de su condición de religiones de iniciación, es decir, que
captaban y formaban en un largo proceso a los candidatos. Frente a la decadencia de los
cultos tradicionales, en parte por obra del racionalismo filosófico y en parte por el
sincretismo consecuencia de la situación política, se difunden en aquel mundo este tipo
de religiones. Alcanzan gran difusión y se extienden por todo el imperio a la par que el
cristianismo.
Tienen orígenes diversos: Isis y Osiris son egipcios; Demeter (Cibeles) es
asiática; iraniano es el culto de Mitra y el orfismo en honor de Orfeo es griego. Se trata
de grupos religiosos que ofrecían una salvación. Se caracterizan por la creencia en la

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ultratumba, la metempsicosis y un peculiar régimen de vida, al que debían someterse los


que se iniciaban en ellas. El éxito de estas religiones mistéricas estriba en el pretendido
poder de dar al iniciado una respuesta satisfactoria a la pregunta existencial por el propio
destino, librándose así de todo inicuo fatalismo.

2.1.3. La religiosidad popular


Hay que aludir, para describir este ambiente, a toda esa gama de manifestaciones
religiosas como la superstición, la magia, la astrología, los oráculos y los aurispicios
(adivinaciones especiales), que seguían teniendo gran importancia. De ese modo se
podían explayar los instintos humanos así como el temor ante lo desconocido o el gusto
por lo sensacional y el espanto ante lo horroroso. Los apologistas cristianos se
encargarán de desacreditar todas estas manifestaciones politeístas. Sin extenderse ahora
más en estos temas al hacer un balance del encuentro entre cristianismo y paganismo no
debe hacerse solamente en beneficio de uno de ellos.

2.2. Evangelización apostólica y difusión del cristianismo:


Como refiere Mateo 24, 14 el evangelio debía ser predicado en toda la tierra
habitada, expresión de un ideal universal. Centro político de este espacio era Roma, que
los cristianos, en razón de su antipaganismo, primero califican de Babilonia (I Ped 5, 13),
pero que, al hacerse cristiana, unen sus voces a la alabanza generalizada. El encuentro
del cristianismo con el mundo romano fue el de dos fuerzas dispares. El mundo romano
tenía una organización fuerte y una cultura estructurada. En cambio, la debilidad del
cristianismo era evidente. En la difusión primera no hay que abandonarse a visiones
providenciales, aunque no haya que descartarlas. Aunque el cristianismo se presenta
como una fuerza unificadora distinta de la filosofía helenista o de la idea imperial de
Roma, sin embargo encontró en aquel mundo factores que favorecieron su difusión. A
esta disposición los cristianos la denominan como preparación evangélica o
disposiciones positivas hacia el evangelio de los hombres y de las culturas.
La referencia a la persona del fundador, es decir Jesucristo, es siempre un dato
fundamental para la difusión del cristianismo. Sin embargo, también se pueden
mencionar algunos factores históricos, a modo de la preparación evangélica. Así, en
primer lugar, la κoιvή cultural o cultura común, que era un hecho desde Alejandro
Magno. Este vehículo favorece al cristianismo, que tenía vocación universal. Además, la
movilidad y las comunicaciones hacían posibles los viajes por esa red viaria. Por eso, la
primera predicación cristiana sigue el curso de las grandes comunicaciones y es
fundamentalmente urbana. En tercer lugar, la tolerancia religiosa, que permitía un cierto
sincretismo entre las instituciones políticas romanas y las propias religiones. Este
sincretismo plantea al cristianismo la cuestión de sus señas de identidad. Al lado de este
ambiente hay que señalar, todavía, la tendencia al asociacionismo. En ese momento
funcionaban los Acollegia@, que permitían reuniones de diversas categorías de personas.
Por fin, el judaísmo de la diáspora, que fue otro vehículo importante de la misión
cristiana.

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Sobre la evangelización apostólica hay subrayar la presencia de Juan en Asia


Menor, donde arraiga un cristianismo que limita a lo imprescindible su renuncia al
judaísmo. Por otra parte hay que mencionar la obra fundamental de Pablo. Bernabé, ya
versado en la difusión del cristianismo entre los gentiles, entra en contacto con Pablo,
convertido y retirado a su patria Cilicia. Por fin, la estancia de Pedro en Roma. En el
discurso de Pentecostés (Hech 2, 10) se cita a Aforasteros romanos@. Aunque existan
lagunas sobre la llegada del cristianismo a Roma, sin embargo pronto hay allí una
comunidad, que conservará como título de honor la estancia de Pedro y Pablo y su
martirio. Los argumentos en favor de este hecho son suficientes y positivos.
Los apologistas del siglo II magnifican los datos sobre el número de cristianos.
Pero lo que para ellos era simple previsión, sin embargo estaba llamado a convertirse en
realidad. Las noticias de los paganos también son polémicas. Aquí se hace un análisis
pormenorizado de la geografía cristiana de la difusión del cristianismo en los siglos II y
III.
11) ANTIOQUÍA: Los primeros discípulos son judeo-cristianos y helenistas y fue
allí donde se llamaron por primera vez cristianos (Hech 11, 26). La comunidad se define
mejor con la afirmación de la tesis paulina y con la superación del incidente con Pedro
(Gal 2, 1-14), es decir, abierta a los gentiles o paganos no judíos. De su impulso
misionero habla la Didachè o Enseñanza de los apóstoles, escrito a caballo entre el siglo
I y II, que es una especie de manual de evangelización originario de esta iglesia.
Testimonio de una iglesia organizada es Ignacio de Antioquía († 112), mártir y
autor de siete cartas, que acentúa el carácter realista de los misterios cristianos. A finales
del siglo II el obispo Teófilo incrementa el número de fieles y continúa su actividad
misionera hacia Siria oriental, llegando hasta Mesopotamia. También Armenia romana
es evangelizada desde Antioquía en el siglo III por Gregorio el Iluminador. Antioquía va
a ser también sede metropolitana de la Capadocia, donde el cristianismo en el siglo IV
tiene ilustres representantes. En el siglo III florece su escuela teológica, en la que enseña
Luciano († 312) con quien estudió Arrio. La liturgia, desde tiempos apostólicos, se
celebraba en griego. Tanto por su importancia cultural como por su origen apostólico se
va a convertir en una iglesia con rango superior, que se denominan patriarcado.
21) ALEJANDRÍA: Fue pronto uno de los primeros objetivos de la misión
cristiana. La tradición (EUSEBIO, Historia eclesiástica II, 15, 1) hace remontar la
predicación al evangelista Marcos, pero no se puede controlar la noticia. El desarrollo de
esta comunidad cristiana está envuelto en la oscuridad hasta mediado el siglo II. Para
algunos la causa de este silencio significaría que los orígenes de esta iglesia fueron
gnósticos, es decir, heterodoxos. En todo caso la documentación sobre la jerarquía es
abundante a partir del obispo Demetrio (188-231).
Pero Alejandría va a destacar por su importante escuela catequística y teológica.
Para comprender los orígenes de esta escuela hay que reconocer que durante el siglo II
era mayoritario el dominio del gnosticismo. En este ambiente se daba un contraste entre

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cristianismo ortodoxo, que tendía a identificarse con gente poco preparada, y heterodoxo,
que se identificaba con gente culta. La superación de este dilema, es decir, presentar un
cristianismo ortodoxo y culto, es la tarea de esta escuela, que encuentra en Orígenes (†
254) a su astro y que había sido precedido por Panteno y Clemente. Dada la estrecha
relación de la escuela con el episcopado, de la que varios obispos fueron miembros, la
enseñanza se hizo oficial y penetró en Egipto.
La organización eclesial contó muy pronto con la celebración de sínodos. Hacia
el 231/232, el obispo Demetrio, reunió un concilio para juzgar a Orígenes. Hacia el 305
Atanasio menciona otro concilio, en el que se condenó a Melecio de Licópolis, que había
dado origen a un cisma. El tema del arrianismo se convierte en causa pública a partir del
sínodo del 322. El influjo alejandrino se extiende por Arabia, Pentápolis y Etiopía. El
obispo de Alejandría fue siempre reconocido como jefe superior de la Iglesia egipcia, es
decir, es otro patriarcado.
31) ASIA MENOR: Los escritos apostólicos citan muchas ciudades de Asia
Menor. En esta región estuvieron Pedro, Pablo y Juan. La invasión de Palestina en
tiempos de Vespasiano y Tito hizo que muchos fieles de Palestina emigraran a esta
región. A principios del siglo II Plinio el Joven dice de Bitinia que el cristianismo no
solamente inundaba los campos, sino que creaba el vacío en torno a los templos. Esto se
comprueba con la situación en la que se encuentran las autoridades romanas, que se
lamentan de que apenas si pueden aplicar los edictos persecutorios.
La iglesia asiática conserva gran amor por la tradición, que entronca con el
mismo judaísmo. Ejemplos de este empeño son Papías († 154), Policarpo († 156),
Melitón de Sardes († 189), que entró en diálogo con los funcionarios imperiales e Ireneo
(† 202). Hacia el 190 los obispos de esta zona escriben al Papa Víctor a propósito de la
fecha de Pascua.
La viveza religiosa de la zona hizo surgir pronto allí algunos peligros para el
cristianismo: el gnosticismo, el marcionismo y el montanismo. Los obispos de Asia
Menor unificaron criterios con los sínodos de Iconio y Synnada (234) en los días de la
controversia sobre el bautismo de los herejes. Ancira, metrópoli de Galacia, es escenario
en el 314 de un gran sínodo. Hacia el 300 el cristianismo de Oriente tenía una buena
organización. En esta zona había diversas metrópolis como Éfeso, Mira, Ponto, Cesarea
de Capadocia, Ancira y Nicomedia, pero serán desplazadas por Constantinopla, que se
convierte en nueva sede imperial en 330. Así tendrá también el rango de patriarcado.
41) ÁFRICA-CARTAGO: Los romanos llamaron África al territorio arrebatado a
Cartago desde las guerras púnicas. Los orígenes cristianos tienen dos tesis contrapuestas:
para unos llegó de Oriente, a través de Egipto y Libia, mientras que para otros llegó de
Roma. Las primeras informaciones seguras son de finales del siglo II. Del 180 son las
actas de los mártires de Scilli escritos en latín, así como las actas de la Passio Felicitatis
et Perpetuae (203). Este carácter martirial, propio de la iglesia africana, desembocará a
veces en el rigorismo en cuestiones de disciplina eclesiástica. De este tiempo es la

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versión latina de las cartas de Pablo y la versión de la Biblia: Vetus latina o Ítala.
Cipriano en el 250 usa ya una versión oficial de la Biblia en latín.
El primer escritor conocido es Tertuliano († 225). La sedes más importantes son
Cartago, capital de África, y Lambesi en Numidia. Los concilios son una institución
tradicional de África, en la que se tratan los importantes problemas del rebautismo de los
herejes y cismáticos y la cuestión de los apóstatas (lapsi). El gran organizador de esta
iglesia es Cipriano († 258). El problema grave de esta zona va a ser el donatismo, cisma
provocado como consecuencia de la persecución de Diocleciano del 303. Aunque no
adquiere rango de patriarcado, sin embargo hay que reconocer que era una iglesia
independiente o autónoma.
51) ROMA: Pablo se había dirigido a esa comunidad como a Atodos los amados
de Dios, llamados santos, que estáis en Roma@ (Rom 1,7). La intervención de Clemente
en Corinto o la expresión de alabanza de Ignacio, Ala que preside la caridad@, indican la
conciencia en el cristianismo extrarromano de una estima por esa comunidad en cuanto
tal, que la sitúa en la línea de una cierta preeminencia.
Era una comunidad floreciente desde antiguo y con numerosos mártires, pero sus
orígenes son desconocidos. A partir del año 50 ya se tienen noticias de la presencia de
cristianos en la capital imperial. La iglesia romana tiene una fuerte expansión como
iglesia particular en el siglo II. Tanto ortodoxos como fundadores de movimientos
sectarios se dan cita allí: Policarpo, Justino, Hegesipo, Ireneo, Taciano, Valentín,
Cedrón, Marción, Teódoto. Unos para que se reconozcan sus doctrinas especiales y otros
para conocer aquí la doctrina no falseada u ortodoxa. Hermas (hacia 150), que escribe en
griego, presenta una vida eclesial activa y problemática por la administración de los
bienes que poseía. Con el papa Víctor (189-199), que interviene en la controversias
pascual con Polícrates y que excomulga al monarquiano Teódoto (ponía en duda la
divinidad de Cristo), comienza a pasar a primer plano en esta iglesia el elemento latino.
Las controversias teológicas, características de Roma, eran sostenidas por lo
general por griegos. Hipólito († 235), el primer teólogo de talla que vive en Roma, es
oriundo de oriente y publica sus trabajos en griego. Cuando a comienzos del siglo III
Calixto (217-222) declara que la Iglesia tiene por válidos los matrimonios entre esclavos
y matronas, cabe deducir de ello que el cristianismo penetra en las clases superiores. La
cita de Cipriano, según la cual Decio se inquietaba menos de que surgiera un rival en el
imperio que de saber quién había sido elegido nuevo obispo de Roma, habla en favor del
prestigio del mismo. De Roma parte la misión hacia Occidente. También tiene desde
antiguo el rango de patriarcado, como las otras iglesias citadas.

3. Confrontación entre el imperio romano y el cristianismo


Las comunidades cristianas se le presentaban a un observador externo como un
conglomerado de grupos religiosos presentes en algunas ciudades. El número de adeptos
no significaba una preocupación especial para Roma, pero el creciente desarrollo de la

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Iglesia hace que despierte interés por parte del paganismo. Se asiste en el curso del siglo
II a un proceso de propaganda contra los cristianos, aunque el imperio no tenga una clara
línea política sobre la conducta a seguir.

3.1. Cristianismo e imperio en los siglos II1 y III1


Las relaciones entre cristianismo e imperio en este tiempo pasan por un período
de ajuste más que por un enfrentamiento radical. Sin embargo, los cristianos, que
tuvieron que someterse a la prueba del rechazo de aquella sociedad, respondieron a estas
situaciones dolorosas no solamente con la crítica apocalíptica, sino también con
franqueza ante el emperador. Melitón de Sardes († 180) no dudó en poner en relación el
bienestar del estado con el surgir del cristianismo. En la historiografía eclesiástica
tradicional este momento adquiere los rasgos de un período épico, conocido como Ala era
de los mártires@. En los tres primeros siglos hay una serie de víctimas cristianas, de los
que la Iglesia ha guardado una memoria indeleble, porque no aborrecieron su fe en la
persecución y así corroboraron con su vida la verdad del cristianismo.

3.1.1. Bases legales de las persecuciones


Los historiadores han discutido sobre las bases de este enfrentamiento. Sin duda
el tema tiene su importancia, pero estos planteamientos responden a una visión superada
de la historia. Hoy día el tema de las persecuciones pasa a segundo plano, aunque no se
niegue su realidad. Se prefiere ver las persecuciones como algo episódico y el interés se
centra en el grado de aceptación del imperio y de sus valores humanos por parte del
cristianismo.
La valoración de las pocas fuentes disponibles buscaba la explicación de este
enfrentamiento en una ley especial, a la que aludiría el testimonio de Tertuliano sobre el
institutum neronianum. Así desde Nerón (54-68) habría existido una ley que permitía
perseguir a los cristianos. Otra explicación partía de la aplicación de normas generales
del derecho penal, como las relativas al sacrilegio o a la lesa majestad. En este caso los
magistrados disponían de un poder coercitivo (coertio) en virtud del cual podían dictar
sentencias capitales. Hoy día se prefiere una presentación histórica de los casos
constatados más que una descripción general. No se niega que hubo mártires, pero se
evitan explicaciones demasiado globales.

3.1.2. Desarrollo de las persecuciones


Algunos paganos acusaban a los cristianos de no ser lo suficientemente patriotas
en su defensa de Roma. La acusación es clarividente, porque ese patriotismo implicaba
el culto al emperador, lo cual para un cristiano era idolatría, que es el pecado contra el
primer mandamiento. Las persecuciones hay que encuadrarlas en el contexto político-
religioso romano, pero hay que tener presente que el cristianismo no es algo uniforme, de
modo que muchas veces las medidas podían ir dirigidas contra grupos más extremistas o

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rigoristas. Además, no hay que olvidar que semejantes medias podían ser tomadas por
otras causas.
Las primeras medidas las toma Nerón el 64. Así lo escriben Suetonio y Tácito.
Aluden al odium generis humani o misanthropia (desprecio del genero humano) se usaba
como acusación contra los judíos. También califican a la religión cristiana como
perniciosa superstición. Los cristianos pronto serán acusados por el pueblo de
costumbres reprobables, pero los procesos de Nerón y Domiciano no parecen dirigidos a
herir la fe cristiana en cuanto tal.
Plinio el Joven hace una consulta, siendo emperador Trajano (98-117), sobre las
medidas a tomar contra los cristianos. Esto indica que no existía todavía una legislación
clara sobre el caso. Trajano responde que se siga la ley en toda regla: castigo máximo a
quien no respete la religión romana. Ser cristiano es de suyo punible, pero no deben
buscarse víctimas ni aceptar denuncias anónimas. En la misma dirección actúan los
emperadores del siglo II, que fueron grandes burócratas y filósofos, incluso practicantes
de religiones orientales.
Los mismos cristianos entendieron esta política como algo positivo. Se puede
afirmar que durante el siglo segundo no existe una ley que regule jurídicamente la actitud
del estado frente a los cristianos. Sin embargo, la actitud hostil del medio pagano crea
una especie de aforismo jurídico, que permite a las autoridades intervenir contra los
cristianos. Las persecuciones que surgen tienen carácter local y son esporádicas. Mártires
famosos de este tiempo son Ignacio de Antioquía († 110) y Policarpo († 155).
Cómodo, el último de los antoninos, fue asesinado el 193. Se instaura entonces en
el imperio un período de grave anarquía. El absolutismo militar se encuentra con la
situación agravada por las presiones de los bárbaros. Todo ello confiere al siglo III un
clima de extrema agitación. Por otra parte, en este período, en algunas iglesias se discutía
sobre los oficios aceptables o no por parte de los cristianos. Quiere decir que no se
sentían integrados en el imperio romano.
Entonces toma las riendas el africano Septimio Severo (193-211), que no
albergaba contra los cristianos la antipatía intelectual de un Marco Aurelio. Pero el 202
publica un edicto en el que prohíbe la actividad misionera. Las persecuciones alcanzan
ahora a los catecúmenos y la escuela de Alejandría perdió algunos maestros. De esta
época es la joya del martirologio: Passio ss. Perpetuae et Felicitatis. Sin embargo, el
período posterior presenta abundantes signos de tolerancia. Su sucesor Caracalla (211-
217) es alabado por Agustín (De civitate Dei V, 17). Las relaciones de la corte con los
cristianos se intensifican bajo Alejandro Severo (222-235), cuya madre Julia Mammea
oye a Orígenes, a quien convoca a la corte, e Hipólito le dedica un libro sobre la
resurrección.
La dinastía de los Severos se acaba el 235, cuando el joven emperador y su
madre, son asesinados y sube al trono Maximino el Tracio. La segunda mitad de este
siglo la cuestión cristiana da lugar a nuevos brotes sanguinarios. El deseo de devolver al

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imperio romano el esplendor de Augusto y la urgencia de defenderse de los bárbaros,


junto con la necesidad de confiscar bienes para fortalecer el imperio, serán los motivos
más sobresalientes de este último y más encarnizado enfrentamiento. Aunque la política
de las autoridades no es uniforme, precisamente por los cambios bruscos que suponían
los emperadores militares, sin embargo la posibilidad de una reconciliación era todavía
utópica. Decio (249-250) invita a todos súbditos a una supplicatio generalis (oración
general por el imperio), cuya ejecución debía ser controlada mediante la concesión de un
certificado (libellus). Por los lamentos de Dionisio y de Cipriano se puede pensar que
fueron más los cristianos que siguieron las órdenes que los que se resistieron, lo cual da
lugar al espinoso problema de la readmisión en la comunidad cristiana de los lapsi
(traidores de la fe en tiempo de persecución).
La ola de intolerancia tiene otros brotes posteriores, pero los cristianos estaban ya
mejor preparados. La práctica de los asesinatos de emperadores terminó por llevar a la
cúspide del imperio al militar Diocleciano (285-305), imbuido de las ideas tradicionales
sobre el ideal monárquico y el absolutismo político. De una forma teatral y feroz publica
cuatro edictos de persecución entre 302 y 303. La persecución resulta mas bien aparatosa
y desigualmente difundida. Los cristianos estaban ya presentes en muchos estamentos y
su número era tan abundante que en muchas regiones no se pueden ni aplicar estas
medidas. Como consecuencia de estas persecuciones arraiga en África a partir del 303-
304 el cisma del donatismo y en la iglesia de Alejandría tiene lugar el cisma meleciano.
Los promotores de ambos mantienen una actitud rigorista enfrentada a la legítima
jerarquía eclesial.

3.2. Cristianismo e imperio en el pensamiento cristiano


El reino de Dios, tema central de la predicación de Jesús, sigue presente en las
primeras generaciones de cristianos, pero cada vez se propone más como una realidad
futura y al mismo tiempo el interés teológico se va centrando en la situación presente de
la Iglesia. La Iglesia de finales del siglo II consideró el montanismo como una herejía,
por sus connotaciones anti jerárquicas. En todo caso lo cierto es que a la espera del reino
de Dios sucedió un interés creciente por el imperio en cuanto ambiente de la vida de la
Iglesia.
Había entonces una admiración generalizada por el nuevo régimen monárquico
romano, que había dado lugar a la Apax augusta@. La expresión de Homero Ael gobierno
de muchos no es bueno, dejad que haya un solo señor, un solo rey@, tenía un crédito
generalizado. El filósofo Celso y el cristiano Orígenes citan este pasaje (Contra Celso 8,
68). Por eso, no debe sorprender que los autores cristianos participen de este clima
positivo hacia el imperio romano.
El planteamiento de las relaciones entre el reino de Dios y el reino del César va a
seguir las líneas marcadas por Pablo y el Apocalipsis. La línea paulina tiene en el libro
de los Hechos una orientación positiva sobre este tema. En su carta a los Romanos 13, 1-
2, Pablo escribe bajo Nerón sobre el sometimiento a los Apoderes constituidos@ y en 1

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Timoteo 2, 1 alude a las oraciones que hay que hacer por los gobernantes. Estos textos se
pueden espiritualizar, como hacían los gnósticos, pero sirvieron a los cristianos para
expresar sus juicios positivos sobre la colaboración con los otros ciudadanos y la
integración en el sistema político romano.
Junto a esta orientación existe, en el cristianismo primitivo, otra línea de
resistencia a Roma, que se puede denominar apocalíptica. El libro del Apocalipsis,
compuesto a finales del siglo I, es hostil a todo lo que Roma ha hecho. El autor parece
alarmado por la amenaza de la adoración obligatoria del emperador (13, 8.15) y por los
altos precios practicados en aquellas provincias (6, 6). El libro termina con una
terrorífica profecía sobre la destrucción de Babilonia (Roma). A principios del siglo III
hay dos autores, por lo demás sectarios dentro de la Iglesia, que no son tan entusiastas de
Roma. Se trata del romano Hipólito († 235) y del africano Tertuliano († 226), que
radicaliza su teología en dependencia de las profecías montanistas sobre la historia:
Anada más ajeno a nosotros que el estado@ (Apologético 38). Para él, como para el
Apocalipsis, Roma constituye un aparato de poder del orgullo humano, un enemigo de
los santos de Dios.
La posición de la Iglesia respecto al orden político no fue nunca unitaria, pero en
la acogida de estos textos prevalece la línea paulina frente a la apocalíptica. Los
cristianos no se presentaron como reformadores en profundidad del antiguo orden social
y político, sino que se adaptan en la medida de lo posible. Clemente Romano († 97)
tiene un juicio semejante a Pablo sobre las estructuras políticas existentes. Los escritores
del siglo II participan de las ideas generalizadas entre los romanos sobre el
reconocimiento del imperio, aunque algunos pasen sin rigor de la teología a la política.
Sobre el tema es importante la actitud de Melitón de Sardes († 190). Algunos piensan
que trató el tema con Celso en tiempos de Marco Aurelio. El texto de su carta, donde
presenta a la Iglesia y al imperio como gemelos que han crecido juntos y que deben
convivir pacíficamente, lo recoge Eusebio (Historia eclesiástica IV, 26, 7-8).
La línea paulina está representada por Orígenes († 254), que se ocupó de la
naturaleza del Estado romano. El pagano Celso había recriminado a los cristianos su
desinterés por las cosas del imperio y los había acusado de no estar comprometidos con
su suerte. Orígenes resuelve la contraposición fundamental entre imperio e iglesia
estableciendo una relación necesaria entre ambos para la salvación, aunque distinguiendo
el cometido específico de cada uno. Por eso, el lealismo de Orígenes no era sin
condiciones, sino que mantiene en pie la prohibición de cargos públicos y del servicio
militar para los cristianos. Cipriano († 258), Dionisio de Alejandría († 265), Gregorio
Taumaturgo († 270) adoptan una actitud pragmática, es decir, solucionar los casos
concretos que surgían del enfrentamiento entre ambas instancias.

4. Vida cristiana y organización eclesiástica


El cristianismo en su configuración exterior se presenta como un movimiento
oriental, urbano e interclasista. Desde el punto de vista externo su configuración aparece

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como una serie de comunidades implantadas en diversas ciudades sin aparente conexión
entre ellas. Pero tenían internamente muchos puntos de identidad.

4.1. Organización eclesiástica


Los ritos del bautismo y de la eucaristía eran los fundamentales. En este período
se institucionaliza muy pronto el catecumenado como larga etapa para ingresar en la
Iglesia. La imagen, que puede servir para comprender aquella situación, es la que
Tertuliano expresa con estas palabras: ALos cristianos se hacen, no nacen@. Por eso,
todos los actos posteriores del cristiano están marcados por el bautismo, de modo que
incluso cuando se habla del perdón se entiende como Aun segundo bautismo@. La
posibilidad de readmisión a la comunidad después de un pecado notorio era muy
reducida y bajo condiciones muy exigentes. El clima parusíaco explicas la pronta
aparición de este sistema de admisión así como una disciplina rigurosa para los casos de
laxismo o traición, es decir, ante el pecado en general. Las tensiones entre rigoristas y
eclesiales hace comprender que, frente a una comunidad culta y rigorista, se opta por otra
más popular y universal, en la que se podía experimentar la alegría del perdón.
El ritmo del culto es semanal con el domingo como día cristiano y anual con la
fiesta de la Pascua, que era la más importante. A este respecto es conocida la polémica
entre las iglesias de Asia Menor y de Roma sobre la fecha de la Pascua. Los asiáticos la
celebraban el 14 de Nisán, día fijo en el mes y variable en la semana, y se llamaron
Acuatordecimanos@. Los romanos la celebraban en domingo, día fijo en la semana y
variable en el mes. Los contrastes se advierten ya a principios del siglo II, pero un
intento de solución se produce el 154 cuando Policarpo viaja a Roma y se encuentra con
el papa Aniceto. No pudieron asegurar la uniformidad litúrgica, pero guardaron la paz
entre ellos poniendo como signo la concelebración eucarística.
Sobre los lugares del culto hay que mencionar las tumbas de los mártires, cuyos
lugares van a ser centros cristianos. Todavía no tenían iglesias, pero pronto comienzan a
usar la basílica, un tipo de edificación del tiempo. Las catacumbas eran necrópolis
subterráneas. El término catacumbas es una denominación topográfica, anterior al
cristianismo, que significa cerca de la depresión. Las catacumbas eran cementerios
comunales donde descansan bajo tierra todos, no sólo los mártires, que crecen según la
necesidad funeraria. Abarcan un espacio de tiempo entre los siglos II y VI. Por eso hay
que excluir una serie de imágenes legendarias y fantásticas. Las catacumbas no son
lugares de refugio durante las persecuciones, porque su morfología excluye cualquier
tipo de vida. Tampoco lugares para las reuniones habituales de la liturgia. Lo único que
se celebraba eran ritos funerarios, no eucarísticos.
También van apareciendo en los siglos segundo y tercero las referencias más
importantes de estas comunidades, normativas de la fe del kerigma (anuncio evangélico).
Primero, las Sagradas Escrituras. Hay un largo proceso en la formación del canon, que se
resuelve a favor del uso del Antiguo Testamento y de la añadidura de otros libros,
conocidos como Nuevo Testamento. Pronto también, el problema de las herejías, hace

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surgir otra referencia fundamental: el símbolo o las fórmulas de fe. No existe


inicialmente una forma única para todas las comunidades, aunque todos confiesan su fe
en el Señorío de Cristo sobre la historia.
Por fin, los ministerios ordenados entendidos como servicios, que cubren una
serie de funciones dentro de la comunidad. A principios del siglo II la trilogía obispo,
presbítero y diácono era común, pero las comunidades algunas eran colegiales, regidas
por un conjunto de presbíteros, y otras monárquicas, regidas por un presidente,
denominado epískopos. Sin duda que en su evolución influyeron necesidades
apologéticas, pero también es cierto que los apóstoles se preocuparon por dejar
encargados por ellos mismos en las comunidades. En el siglo III aparecen también las
irregularidades de los ministerios, que impiden el acceso a los mismos: lapsi (traidores),
baptismum clinicorum (bautismo de emergencia en peligro de muerte), mutilaciones.
Existen también instituciones como la de las Aviudas@ o el Aorden de la vírgenes@.
También aparece en documentos de esta época la figura de la Adiaconisa@, aunque resulte
problemático atribuirle funciones de presidencia.
Este conjunto de señas de identidad encuentran su justificación en el recurso
constante a la tradición apostólica, que afianza con fuerza la conciencia de la Iglesia de
Cristo y se convierte en expresión de la unidad de la comunidad de todos los tiempos.
Los sucesores de los apóstoles adquieren aquí una creciente importancia para asegurar el
evangelio y para estabilizar las comunidades. La elaboración de la tradición apostólica,
expresada en las cartas pastorales como el Adepósito@ confiado al Apóstol y a sus
sucesores garantiza la identidad de los cristianos a través del cambio de los tiempos y
frente a las falsas doctrinas. Ireneo subraya que la tradición de los apóstoles ha sido
transmitida sólo públicamente por los obispos sus sucesores. La Iglesia es la única
depositaria de la verdad salvífica. Pero esto no evita las divisiones de las primitivas
comunidades con sus cismas y herejías. Todo esto da la imagen de diversificación y
pluralidad de la comunidades, pero también de los límites de las mismas.
La visión teológica y transcendental de la Iglesia tiende a ir concretándose ahora
bajo el influjo del juridismo romano. Sin embargo, la unidad de las comunidades es ante
todo interna y espiritual. Se expresa en aquella koinonia, que es don del Espíritu. Pero
sus usos y costumbres admiten una gran variedad. La tensión entre la iglesia local,
sostenida por Cipriano en África, y la universal, mantenida por Esteban (254-257) en
Roma, da lugar a la intervención de Roma en algunos asuntos. Para evitar que la
pluralidad produjera divisiones mayores, desde el siglo II, los obispos se reúnen para
discutir juntos la forma de resolver estos problemas en concilios o σύvoδoς (reunión,
asamblea). Sobre el origen de estas asambleas supracomunitarias hay dos teorías: la
matriz común apostólica de algunas iglesias y las necesidades comunes de las diversas
regiones. En todo caso es una forma de organización, que se impone y se mantiene.

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4.2. Vida espiritual cristiana


El clima espiritual de las primitivas comunidades era fuertemente parusíaco, pues
estaban convencidas de la inminencia de la llegada del Señor. Esta intensidad de vida
hace explicable la pronta aparición de un sistema de admisión así como una disciplina
rigurosa para los casos de laxismo o traición, es decir, ante el pecado en general. La
apostasía era uno de los grandes pecados de la conciencia cristiana antigua. Por eso, las
fuertes exigencias de esa vida tienen en los primeros siglos una tendencia rigorista, pero
no se impone de forma generalizada. Son conocidas expresiones rigoristas de la fe
cristiana el tema del bautismo de los herejes o la interpretación del sistema penitencial.
La vida cristiana se desenvuelve entre la normalidad de los ciudadanos romanos y
la fidelidad a la propia fe: la oposición a la milicia de algunos textos y oficios públicos
hay que relacionarla con la idolatría. Frente a los que eran reacios a todo diálogo con la
cultura circundante se impone la corriente de los que veían que el evangelio estaba
llamado a encontrarse con todas. Esto da lugar a la teología y a una amplia producción
literaria. Figuras importantes de este tiempo son Justino, filósofos y mártir, († 165),
Ireneo de Lyón († 202), Tertuliano († 230), Hipólito de Roma († 235) Orígenes (†
253) y Cipriano de Cartago († 258).
Los fieles tienen conciencia de ser romanos y viven de los oficios ordinarios de
aquella sociedad. Sin embargo, pronto surge la teoría de la perfección con una fuerte
dosis ascética, que fomenta la oración, el ayuno o la limosna. Los primeros grupos
monásticos fueron animados por Antonio (251-355) y por Pacomio (292-347). Pero la
perfección máxima seguía siendo el martirio, que edifica la Iglesia con el testimonio y
confiere el perdón de los pecados.

Bibliografía

E. FERNÁNDEZ MITRE, Judaísmo y cristianismo, Madrid 1980.


E. SÁNCHEZ SALOR, Polémica entre cristianos y paganos, Madrid 1986.
M. SORDI, Los cristianos y el imperio romano, Madrid 1988.
M. SOTOMAYOR M.-J. FERNÁNDEZ UBIÑA, Historia del cristianismo. I El
mundo antiguo, Trotta-Universidad de Granada, Madrid 2003.
R. TEJA, El cristianismo primitivo en la sociedad romana, Madrid 1990.
R. TREVIJANO, Orígenes del cristianismo. El trasfondo judío del cristianismo
primitivo, Salamanca 1995.

Sugerencias para la reflexión y estudio personal del capítulo


1. Dependencia y novedad del cristianismo por relación al judaísmo.
2. Factores que favorecen la difusión del cristianismo en el mundo romano.

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3. Difusión geográfica del cristianismo en los siglos II y III.


4. Problemas de las comunidades cristianas derivados de las persecuciones.
5. Valoración en el mundo cristiano del régimen político romano.

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