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Tema 1
El cristianismo ante el judaísmo y el paganismo
El valor de la revelación dada desde antiguo cuando ADios habló a nuestros
padres@ (Heb 1, 1) constituye la misma entraña del cristianismo. Por eso la historia de la
Iglesia solamente es comprensible si se entronca con la tradición religiosa judía: ALa
salvación viene de los judíos@ (Jn 4, 22). Esto quiere decir que la fuente del cristianismo
está en la historia del judaísmo. La novedad radical, que se resume en el acontecimiento
Jesucristo con lo que implica de inédito en relación con Dios y con los demás, surge en
esa matriz. Por eso, la cuestión de la herencia judía fue decisiva para la comunidad
surgida de la fe en la pascua de Cristo.
Junto a la herencia judía, hay que señalar también el rápido progreso de la misión
entre los gentiles de cultura greco-romana. Aquí el fenómeno es bien diverso. Este
mundo se encontraba bien configurado política y religiosamente, con una conciencia de
superioridad basada en la cultura helénica y en la organización política de Roma. Pronto
se deja sentir el influjo de esta cultura por obra de los neófitos provenientes del
paganismo, a quienes, después de las reservas iniciales, la Iglesia se abrió con decisión y
confianza. Ahí está el punto de partida de una religión con vocación universal. Para
nuestra historia se asume la continuidad >misteriosa= entre el evangelio de Jesús y la
historia del cristianismo, es decir, la historia de la Iglesia sólo es explicable a partir de
Jesucristo.
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autoridad del país a los procuradores romanos, que tienen su sede oficial en Cesarea. La
administración directa de Roma, hace que la esperanza mesiánica todavía intensa y viva,
adquiera al advenimiento del cristianismo un significado marcadamente político.
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cristianismo ortodoxo, que tendía a identificarse con gente poco preparada, y heterodoxo,
que se identificaba con gente culta. La superación de este dilema, es decir, presentar un
cristianismo ortodoxo y culto, es la tarea de esta escuela, que encuentra en Orígenes (†
254) a su astro y que había sido precedido por Panteno y Clemente. Dada la estrecha
relación de la escuela con el episcopado, de la que varios obispos fueron miembros, la
enseñanza se hizo oficial y penetró en Egipto.
La organización eclesial contó muy pronto con la celebración de sínodos. Hacia
el 231/232, el obispo Demetrio, reunió un concilio para juzgar a Orígenes. Hacia el 305
Atanasio menciona otro concilio, en el que se condenó a Melecio de Licópolis, que había
dado origen a un cisma. El tema del arrianismo se convierte en causa pública a partir del
sínodo del 322. El influjo alejandrino se extiende por Arabia, Pentápolis y Etiopía. El
obispo de Alejandría fue siempre reconocido como jefe superior de la Iglesia egipcia, es
decir, es otro patriarcado.
31) ASIA MENOR: Los escritos apostólicos citan muchas ciudades de Asia
Menor. En esta región estuvieron Pedro, Pablo y Juan. La invasión de Palestina en
tiempos de Vespasiano y Tito hizo que muchos fieles de Palestina emigraran a esta
región. A principios del siglo II Plinio el Joven dice de Bitinia que el cristianismo no
solamente inundaba los campos, sino que creaba el vacío en torno a los templos. Esto se
comprueba con la situación en la que se encuentran las autoridades romanas, que se
lamentan de que apenas si pueden aplicar los edictos persecutorios.
La iglesia asiática conserva gran amor por la tradición, que entronca con el
mismo judaísmo. Ejemplos de este empeño son Papías († 154), Policarpo († 156),
Melitón de Sardes († 189), que entró en diálogo con los funcionarios imperiales e Ireneo
(† 202). Hacia el 190 los obispos de esta zona escriben al Papa Víctor a propósito de la
fecha de Pascua.
La viveza religiosa de la zona hizo surgir pronto allí algunos peligros para el
cristianismo: el gnosticismo, el marcionismo y el montanismo. Los obispos de Asia
Menor unificaron criterios con los sínodos de Iconio y Synnada (234) en los días de la
controversia sobre el bautismo de los herejes. Ancira, metrópoli de Galacia, es escenario
en el 314 de un gran sínodo. Hacia el 300 el cristianismo de Oriente tenía una buena
organización. En esta zona había diversas metrópolis como Éfeso, Mira, Ponto, Cesarea
de Capadocia, Ancira y Nicomedia, pero serán desplazadas por Constantinopla, que se
convierte en nueva sede imperial en 330. Así tendrá también el rango de patriarcado.
41) ÁFRICA-CARTAGO: Los romanos llamaron África al territorio arrebatado a
Cartago desde las guerras púnicas. Los orígenes cristianos tienen dos tesis contrapuestas:
para unos llegó de Oriente, a través de Egipto y Libia, mientras que para otros llegó de
Roma. Las primeras informaciones seguras son de finales del siglo II. Del 180 son las
actas de los mártires de Scilli escritos en latín, así como las actas de la Passio Felicitatis
et Perpetuae (203). Este carácter martirial, propio de la iglesia africana, desembocará a
veces en el rigorismo en cuestiones de disciplina eclesiástica. De este tiempo es la
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versión latina de las cartas de Pablo y la versión de la Biblia: Vetus latina o Ítala.
Cipriano en el 250 usa ya una versión oficial de la Biblia en latín.
El primer escritor conocido es Tertuliano († 225). La sedes más importantes son
Cartago, capital de África, y Lambesi en Numidia. Los concilios son una institución
tradicional de África, en la que se tratan los importantes problemas del rebautismo de los
herejes y cismáticos y la cuestión de los apóstatas (lapsi). El gran organizador de esta
iglesia es Cipriano († 258). El problema grave de esta zona va a ser el donatismo, cisma
provocado como consecuencia de la persecución de Diocleciano del 303. Aunque no
adquiere rango de patriarcado, sin embargo hay que reconocer que era una iglesia
independiente o autónoma.
51) ROMA: Pablo se había dirigido a esa comunidad como a Atodos los amados
de Dios, llamados santos, que estáis en Roma@ (Rom 1,7). La intervención de Clemente
en Corinto o la expresión de alabanza de Ignacio, Ala que preside la caridad@, indican la
conciencia en el cristianismo extrarromano de una estima por esa comunidad en cuanto
tal, que la sitúa en la línea de una cierta preeminencia.
Era una comunidad floreciente desde antiguo y con numerosos mártires, pero sus
orígenes son desconocidos. A partir del año 50 ya se tienen noticias de la presencia de
cristianos en la capital imperial. La iglesia romana tiene una fuerte expansión como
iglesia particular en el siglo II. Tanto ortodoxos como fundadores de movimientos
sectarios se dan cita allí: Policarpo, Justino, Hegesipo, Ireneo, Taciano, Valentín,
Cedrón, Marción, Teódoto. Unos para que se reconozcan sus doctrinas especiales y otros
para conocer aquí la doctrina no falseada u ortodoxa. Hermas (hacia 150), que escribe en
griego, presenta una vida eclesial activa y problemática por la administración de los
bienes que poseía. Con el papa Víctor (189-199), que interviene en la controversias
pascual con Polícrates y que excomulga al monarquiano Teódoto (ponía en duda la
divinidad de Cristo), comienza a pasar a primer plano en esta iglesia el elemento latino.
Las controversias teológicas, características de Roma, eran sostenidas por lo
general por griegos. Hipólito († 235), el primer teólogo de talla que vive en Roma, es
oriundo de oriente y publica sus trabajos en griego. Cuando a comienzos del siglo III
Calixto (217-222) declara que la Iglesia tiene por válidos los matrimonios entre esclavos
y matronas, cabe deducir de ello que el cristianismo penetra en las clases superiores. La
cita de Cipriano, según la cual Decio se inquietaba menos de que surgiera un rival en el
imperio que de saber quién había sido elegido nuevo obispo de Roma, habla en favor del
prestigio del mismo. De Roma parte la misión hacia Occidente. También tiene desde
antiguo el rango de patriarcado, como las otras iglesias citadas.
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Iglesia hace que despierte interés por parte del paganismo. Se asiste en el curso del siglo
II a un proceso de propaganda contra los cristianos, aunque el imperio no tenga una clara
línea política sobre la conducta a seguir.
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rigoristas. Además, no hay que olvidar que semejantes medias podían ser tomadas por
otras causas.
Las primeras medidas las toma Nerón el 64. Así lo escriben Suetonio y Tácito.
Aluden al odium generis humani o misanthropia (desprecio del genero humano) se usaba
como acusación contra los judíos. También califican a la religión cristiana como
perniciosa superstición. Los cristianos pronto serán acusados por el pueblo de
costumbres reprobables, pero los procesos de Nerón y Domiciano no parecen dirigidos a
herir la fe cristiana en cuanto tal.
Plinio el Joven hace una consulta, siendo emperador Trajano (98-117), sobre las
medidas a tomar contra los cristianos. Esto indica que no existía todavía una legislación
clara sobre el caso. Trajano responde que se siga la ley en toda regla: castigo máximo a
quien no respete la religión romana. Ser cristiano es de suyo punible, pero no deben
buscarse víctimas ni aceptar denuncias anónimas. En la misma dirección actúan los
emperadores del siglo II, que fueron grandes burócratas y filósofos, incluso practicantes
de religiones orientales.
Los mismos cristianos entendieron esta política como algo positivo. Se puede
afirmar que durante el siglo segundo no existe una ley que regule jurídicamente la actitud
del estado frente a los cristianos. Sin embargo, la actitud hostil del medio pagano crea
una especie de aforismo jurídico, que permite a las autoridades intervenir contra los
cristianos. Las persecuciones que surgen tienen carácter local y son esporádicas. Mártires
famosos de este tiempo son Ignacio de Antioquía († 110) y Policarpo († 155).
Cómodo, el último de los antoninos, fue asesinado el 193. Se instaura entonces en
el imperio un período de grave anarquía. El absolutismo militar se encuentra con la
situación agravada por las presiones de los bárbaros. Todo ello confiere al siglo III un
clima de extrema agitación. Por otra parte, en este período, en algunas iglesias se discutía
sobre los oficios aceptables o no por parte de los cristianos. Quiere decir que no se
sentían integrados en el imperio romano.
Entonces toma las riendas el africano Septimio Severo (193-211), que no
albergaba contra los cristianos la antipatía intelectual de un Marco Aurelio. Pero el 202
publica un edicto en el que prohíbe la actividad misionera. Las persecuciones alcanzan
ahora a los catecúmenos y la escuela de Alejandría perdió algunos maestros. De esta
época es la joya del martirologio: Passio ss. Perpetuae et Felicitatis. Sin embargo, el
período posterior presenta abundantes signos de tolerancia. Su sucesor Caracalla (211-
217) es alabado por Agustín (De civitate Dei V, 17). Las relaciones de la corte con los
cristianos se intensifican bajo Alejandro Severo (222-235), cuya madre Julia Mammea
oye a Orígenes, a quien convoca a la corte, e Hipólito le dedica un libro sobre la
resurrección.
La dinastía de los Severos se acaba el 235, cuando el joven emperador y su
madre, son asesinados y sube al trono Maximino el Tracio. La segunda mitad de este
siglo la cuestión cristiana da lugar a nuevos brotes sanguinarios. El deseo de devolver al
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Timoteo 2, 1 alude a las oraciones que hay que hacer por los gobernantes. Estos textos se
pueden espiritualizar, como hacían los gnósticos, pero sirvieron a los cristianos para
expresar sus juicios positivos sobre la colaboración con los otros ciudadanos y la
integración en el sistema político romano.
Junto a esta orientación existe, en el cristianismo primitivo, otra línea de
resistencia a Roma, que se puede denominar apocalíptica. El libro del Apocalipsis,
compuesto a finales del siglo I, es hostil a todo lo que Roma ha hecho. El autor parece
alarmado por la amenaza de la adoración obligatoria del emperador (13, 8.15) y por los
altos precios practicados en aquellas provincias (6, 6). El libro termina con una
terrorífica profecía sobre la destrucción de Babilonia (Roma). A principios del siglo III
hay dos autores, por lo demás sectarios dentro de la Iglesia, que no son tan entusiastas de
Roma. Se trata del romano Hipólito († 235) y del africano Tertuliano († 226), que
radicaliza su teología en dependencia de las profecías montanistas sobre la historia:
Anada más ajeno a nosotros que el estado@ (Apologético 38). Para él, como para el
Apocalipsis, Roma constituye un aparato de poder del orgullo humano, un enemigo de
los santos de Dios.
La posición de la Iglesia respecto al orden político no fue nunca unitaria, pero en
la acogida de estos textos prevalece la línea paulina frente a la apocalíptica. Los
cristianos no se presentaron como reformadores en profundidad del antiguo orden social
y político, sino que se adaptan en la medida de lo posible. Clemente Romano († 97)
tiene un juicio semejante a Pablo sobre las estructuras políticas existentes. Los escritores
del siglo II participan de las ideas generalizadas entre los romanos sobre el
reconocimiento del imperio, aunque algunos pasen sin rigor de la teología a la política.
Sobre el tema es importante la actitud de Melitón de Sardes († 190). Algunos piensan
que trató el tema con Celso en tiempos de Marco Aurelio. El texto de su carta, donde
presenta a la Iglesia y al imperio como gemelos que han crecido juntos y que deben
convivir pacíficamente, lo recoge Eusebio (Historia eclesiástica IV, 26, 7-8).
La línea paulina está representada por Orígenes († 254), que se ocupó de la
naturaleza del Estado romano. El pagano Celso había recriminado a los cristianos su
desinterés por las cosas del imperio y los había acusado de no estar comprometidos con
su suerte. Orígenes resuelve la contraposición fundamental entre imperio e iglesia
estableciendo una relación necesaria entre ambos para la salvación, aunque distinguiendo
el cometido específico de cada uno. Por eso, el lealismo de Orígenes no era sin
condiciones, sino que mantiene en pie la prohibición de cargos públicos y del servicio
militar para los cristianos. Cipriano († 258), Dionisio de Alejandría († 265), Gregorio
Taumaturgo († 270) adoptan una actitud pragmática, es decir, solucionar los casos
concretos que surgían del enfrentamiento entre ambas instancias.
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como una serie de comunidades implantadas en diversas ciudades sin aparente conexión
entre ellas. Pero tenían internamente muchos puntos de identidad.
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Bibliografía
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