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Estado sin Nación y Nación sin Estado: Hacia un entendimiento

de la soberanía compartida

Jans Erik Cavero Cárdenas

De acuerdo con la clásica teoría de Estado, que aún viene impartiéndose en


algunas facultades de Ciencia Política y Derecho Constitucional, la compleja
relación entre Estado y nación fuerza a postular la interdependencia entre
ambas categorías. Por años, y aún hasta hoy, se suele interiorizar la tesis que
los identifica, tesis conocida como el dogma del Estado - Nación, el cual
presenta una vertiente descriptiva (Estado y nación son coincidentes) y otra
normativa (a cada Estado debe corresponder una nación, y viceversa). De esta
forma, la soberanía sería unívoca y monocéntrica.

Desafortunadamente, y con la venia de aquéllos que profesan un nacionalismo


in extremis, ese dogma está en retirada, pues su falacia viene siendo demostrada
no solamente a nivel teórico, sino sobretodo desde el punto de vista empírico. Y
es que hoy, aunque suene paradójico, existen Estados sin nación y naciones sin
Estado propio. Prueba fehaciente del primer supuesto es el Reino Unido, en el
que los 4 países del reino (Gales, Inglaterra, Escocia, Irlanda del Norte)
difícilmente reivindican una nación británica; y del segundo supuesto,
Palestina, nación que hace años viene clamando ser Estado.

El país Vasco sería otro ejemplo de una nación que desea reivindicar un Estado
propio diferente al español, y lo mismo habría que decir de Chechenia, que pese
a la pérdida de vidas humanas reclama su secesión de la federación Rusa. Estas
evidencias de Estados plurinacionales y de naciones sin Estado propio (los
casos de Chipre, las islas Aland en Finlandia, y las islas Feroe en Dinamarca, no
deberían pasar desapercibidos) llaman a la reflexión y al debate, toda vez que
las transformaciones que venimos experimentando, supondrá nuevas
construcciones políticas y una reingeniería de la concepción misma de Estado.

¿Qué tiene un Estado, que no tenga una nación? Palestina, que posee un
profundo sentimiento patriótico, a pesar de no ser Estado formalmente
reconocido, carece de un territorio perfectamente delimitado. Asimismo, una
nación sin Estado propio no tiene soberanía ni personalidad jurídica
internacional, con lo cual si una nación desea tener soberanía política tendría
que ejercer, vía referéndum, su libre autodeterminación. El caso del nuevo
Estado de Montenegro, independizado de Serbia hace poco más de 4 meses, es
ilustrativo al respecto.

Pero las transformaciones políticas van mucho más de lo que nos imaginamos,
y actualmente estamos frente a un ente que no siendo nación, ni Estado, goza
de soberanía. Nos referimos a la Unión Europea, un cuerpo supranacional
surgido en 1992 con el Tratado de Maastricht, aunque el proceso de integración
europea viene desde 1952 con la Comunidad Económica del Carbón y Acero
(CECA), seguida en 1957 con la Comunidad Económica Europea (CEE) y la
Comunidad Europea de la Energía Atómica (CEEA o EURATOM) en 1958.

Esta soberanía de la Unión Europea es denominada soberanía compartida, pues


los 25 Estados miembros (a futuro 28 con los ingresos de Rumania, Bulgaria y
probablemente Turquía) han decidido ceder parte de su soberanía a favor de la
Unión. En virtud a este proceso de integración comunitaria se ha transitado de
la idea de Estado – Nación a Estado miembro de la comunidad, y se ha
instaurado la ciudadanía europea para los ciudadanos de los Estados parte. De
esta manera, un vasco es ciudadano vasco, ciudadano español, y ciudadano
europeo; uno de Flandes es ciudadano flamenco, belga, y europeo.

El revés sufrido por la negativa de Francia y Holanda a ratificar el Tratado


Constitucional para Europa es consustancial a todo proceso de integración,
dada su complejidad; no obstante, al margen de la existencia de pocas voces
que perciben tal negativa como un retroceso, la Comisión Europea, el Consejo
Europeo, el Parlamento Europeo, y sobretodo el Tribunal de Justicia Europeo,
son instituciones de la Unión garantes de las políticas de integración y de la
legalidad comunitaria.

En el Perú, la clase política, la ciudadanía, los partidos, los gobiernos, entre


otros actores, deberían ser conscientes que los conceptos de Estado, nación,
nacionalismo, vienen reinventándose de tiempo en tiempo, y que hoy el
paradigma de los Estado – Nación, la idea de que únicamente la soberanía
estatal implica poder real, y la tesis de que sólo existe el Derecho de un Estado,
son postulados superados. Es menester, por tanto, educar a la ciudadanía,
máxime cuando tenemos retos como la Comunidad Sudamericana de Naciones
y la consolidación de la Comunidad Andina de Naciones.

Si bien estas transformaciones son inevitables, llama la atención el anuncio de


Alan García y el planteamiento de los economistas neoliberales. El primero,
porque pese a que estamos sometidos a la Convención Interamericana de
Derechos Humanos, advierte con instaurar la pena de muerte para violadores y
terroristas. Y los segundos, porque saben que en la Unión Europea no hay
cabida para su máxima “dejar hacer, dejar pasar”.

Hay libre competencia sí, pero la libertad económica se armoniza con un control
de la Unión, que impone incluso topes a la producción agrícola de las empresas
asentadas en cada Estado miembro. La búsqueda de un mercado común
impone ciertas restricciones por parte de la Unión, y el Tratado Constitucional
para Europea habla de una economía social de mercado. La Unión Europea
profesa entre sus fines el empleo, la protección social, la libertad, justicia,
seguridad, y el respeto por los derechos fundamentales de los ciudadanos
europeos se constituye en la piedra angular de la integración.

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