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Terapia de aceptación y compromiso (ACT)

Es un tipo de intervención psicológica orientada a la aceptación psicológica y a los valores


personales. Es la más conocida dentro de las denominadas Terapias Contextuales o de
Tercera Generación, la ACT emplea la aceptación, entendida como la capacidad humana de
experimentar en el aquí y en el ahora, de las sensaciones, los pensamientos, sentimientos,
emociones y recuerdos. Esta capacidad de estar conscientes está unida al compromiso de
llevar a cabo acciones acordes a los valores personales y con las estrategias de cambio
necesarias para aumentar la flexibilidad psicológica (Luciano, 2001).
La ACT se presenta como una alternativa a la psicología tradicional y es un modelo de
psicoterapia que está respaldado científicamente y que utiliza distintas técnicas: paradojas,
ejercicios experimentales, metáforas, trabajo con valores personales e incluso el
entrenamiento mindfulness, siendo éstas técnicas separadas de la ACT, pero
complementarias. Tiene sus bases en la Teoría del Marco Relacional (RFT), por lo que se
encuadra en nueva teoría del lenguaje y la cognición (Luciano, 2001).
La ACT asume que el sufrimiento psicológico está causado por la evitación de
pensamientos, emociones, sentimientos, recuerdos y consecuencias que son vividos como
negativos. Este tipo de terapia se utiliza para trabajar el dolor crónico, las adicciones, la
depresión, ansiedad, el trastorno por estrés postraumático, la psicosis, el estrés laboral hasta
el duelo complicado y el afrontamiento de enfermedades como el cáncer, así mismo, ha
sido ampliamente utilizada para abordar las adicciones a sustancias psicoactivas (Luciano
et al., 2006).
Se utiliza la terapia ACT para este tipo concreto de trastornos haciendo hincapié en la
aceptación del paciente, que resulta imprescindible ante experiencias relacionadas al dolor
emocional, ansiedad, proceso de duelo o trastorno postraumático. Por otro lado, esta terapia
también se centra en la potenciación del compromiso personal, que permite tomar
consciencia de las conductas que suponen un peligro para la salud, como el consumo de
drogas y alcohol (Wilson & Luciano, 2002).
Principios de esta terapia:
Aceptación
Esta primera etapa tiene como objetivo principal conocer al paciente en su globalidad.
Indagar sobre la personalidad del individuo, sus habilidades y destrezas, y los problemas o
dificultades psicológicas que pueda presentar. La aceptación significa reconocer y aprobar
nuestra experiencia emocional, nuestros pensamientos o nuestros sentimientos. Tiene que
ver con tratarnos con cariño y compasión a pesar de no ser perfectos. No debemos luchar
contra nuestros eventos privados ni huir de ellos. En realidad, la aceptación de la situación
presente contribuye a que muchos de los aspectos de nuestra vida que percibimos como
problemas dejen de serlo, disminuyendo así el nivel de ansiedad y los factores de malestar
asociados a este (Luciano, 2001).
En particular, los pacientes que padecen de alguna adicción a sustancias psicoactivas
tienden a sumirse en una profunda negación de sus problemas relacionados a las drogas,
padeciendo y sufriendo a causa de la adicción, pero aferrados a la idea de que pueden
controlar su consumo y que éste no les genera ningún daño (Hayes et al., 2003), por ello es
muy importante contribuir a la concientización y aceptación del problema, en particular en
este tipo de población.
Así mismo, debemos entender que la aceptación no significa resignación o rendición ante el
malestar. Aceptación significa una actitud de apertura a la experiencia, estar dispuesto a
ver, sentir, pensar, lo que aparezca, sin resistencias ni lucha.
Defusión cognitiva
La segunda fase de la terapia es la más larga, y consiste en la intervención psicológica en sí
misma. El terapeuta intentará identificar la forma en la que el paciente piensa, se comporta
y cómo genera sus emociones y sentimientos. Posteriormente, se administrará una serie de
técnicas psicológicas para que sea capaz de identificar por sí mismo su forma de pensar y
comportarse, y se aportarán conocimientos y herramientas para mejorar esas áreas en las
que tenga mayores dificultades.
Uno de las misiones más importantes de esta terapia reside en el desarme del pensamiento
(defusión cognitiva) (Luciano & Hayes, 2001). Esta consiste en considerar los
pensamientos como hipótesis y no como verdades absolutas. El desarme (defusión)
cognitivo implica un cambio en el uso normal del lenguaje y las cogniciones de tal manera
que el proceso de pensamiento se hace más evidente y las funciones de los productos de
pensamientos se amplían. Es decir, nos damos cuenta de que estamos pensando, no
viviendo la realidad. Esto nos permite hacer conscientes lo que el pensamiento nos impulsa
a hacer.
En resumen, la defusión cognitiva consiste en aprender a observar los pensamientos,
imágenes, recuerdos y otras cogniciones como lo que son –nada más que piezas de
lenguaje, palabras e imágenes- en oposición a lo que dicen ser –eventos amenazantes,
reglas que tienen que ser obedecidas, verdades objetivas y hechos.
Para lograr ambos objetivos o estados del individuo se recurre a diversos aspectos de la
ACT, tales como:
Experiencia presente
El presente es el único momento que podemos vivir. El estar en el aquí y el ahora con una
mentalidad abierta y la conciencia plena, participando totalmente con la atención debida a
lo que está ocurriendo en nosotros y nuestro alrededor es la clave de nuestro bienestar.
Vivir en contacto con el momento presente consiste en brindar total atención a la
experiencia en el aquí y ahora, con apertura, interés y receptividad, focalizándose y
comprometiéndose totalmente (participando de lleno) en lo que se está haciendo en ese
momento (Hayes et al., 2003).
El yo observador
Significa desprenderse del yo conceptualizado, es decir, del apego hacia nuestras propias
narraciones. Desde la perspectiva del yo como observador vemos las cosas desde un punto
de vista no enjuiciador. Retomar el yo observador y neutralizar el yo conceptualizado
implica acceder al sentido trascendente del ser, la continuidad de conciencia que es
imperturbable, siempre presente e impermeable al daño. Desde esta perspectiva, es posible
experimentar en directo el hecho de que no somos nuestros pensamientos, emociones,
recuerdos, impulsos o sensaciones. Estos fenómenos cambian constantemente y son
aspectos periféricos de nosotros, pero no son la esencia de quienes somos (Hayes et al.,
2003).
Claridad de valores
La ACT exige un trabajo de autoconocimiento que permita clarificar nuestros valores y
prioridades, a fin de trabajar sobre ellos y potenciar la eficacia terapéutica. Preguntas tales
como ¿qué es lo verdaderamente valioso para nosotros? ¿dónde queremos estar o ir en
realidad?, son algunas de las preguntas a las que hay que responder. Eso sí, siempre con
honestidad. En este sentido, clarificar lo que es más importante, desde el fondo del corazón,
qué clases de personas queremos ser, qué es lo significativo y valioso en nuestra vida y qué
queremos representar en esta vida. Los valores son el horizonte hacia el que caminar.
Hacen referencia a qué tipo de persona se quiere ser, qué tipo de amigo, de pareja, de hijo,
padre, trabajador, estudiante, etc. (Hayes et al., 2003).
Acción comprometida
La acción comprometida implica establecer metas guiadas por valores e involucrarse en
acciones efectivas para alcanzarlas. Esto es, involucrarse en acciones significativas para
nosotros mismos. De este modo somos mucho más propensos a comprometernos con
nuestros proyectos y hacer que progresen al ritmo que queremos. Comprometerse con la
acción implica establecer objetivos en la dirección de los valores elegidos, y actuar en esa
línea haya o no presencia de malestar. Significa que la finalidad de lo que uno hace sea
avanzar en la vida, y no centrarse en reducir sensaciones negativas o perseguir positivas de
forma inconsistente (Hayes et al., 2003).
Evitación experiencial
ACT descansa entonces en la suposición de que el lenguaje humano naturalmente crea
sufrimiento psicológico en todos nosotros. Una de las maneras en que lo hace es
preparándonos para la lucha contra nuestros propios pensamientos y emociones, a través de
un proceso llamado evitación experiencial. Dado que el abordaje desde la resolución de
problemas funciona bien para el mundo exterior, es natural que intentemos aplicarlo a
nuestro mundo interno: el mundo psicológico de pensamientos, emociones, recuerdos,
sensaciones e impulsos. Pero con demasiada frecuencia, desarfortunadamente, cuando
tratamos de evitar o deshacernos de nuestras experiencias privadas no deseadas, lo que
hacemos es crearnos sufrimiento extra. Por supuesto, no todas las formas de evitación
experiencial son poco saludables. Esta terapia se focaliza en las estrategias de evitación
experiencial sólo cuando los clientes las usan en un grado tal que se convierten en
altamente costosas y dañinas para la vida que es significativa para ellos (en el corto plazo,
cancelar un evento social puede dar lugar a cierta clase de alivio, pero en el largo plazo, el
incremento del aislamiento social puede aumentar la experiencia de la depresión, por citar
un ejemplo). El terapeuta ofrece a los clientes una alternativa a la evitación experiencial a
través de una variedad de actividades o habilidades diferentes, que se deben ir
desarrollando de forma personalizada y a medida que se llevan a cabo las sesiones (Hayes
et al., 2003).
En resumen, el terapeuta de ACT presentará –y pedirá al cliente- metáforas o ejemplos,
mostrará paradojas y realizará tantos ejercicios como sea preciso para tratar de normalizar
el malestar que surja en sesión, aceptando pensamientos, sentimientos y recuerdos difíciles
o contradictorios, etc., sin hacer movimiento alguno para liberar al paciente del contacto
con tales experiencias privadas en tanto que hacerlo esté en dirección valiosa. Y fomentará,
en tantas oportunidades como ocurran y se provoquen en sesión, la discriminación del
contexto del yo y de los contenidos cognitivos que le surjan para generar el espacio
psicológico necesario que permita al paciente elegir la acción valiosa aún en presencia de
las emociones, pensamientos o recuerdos que previamente controlaban su acción (Soriano
& Salas, 2006).
A través de la ACT se promueve la flexibilidad psicológica con la que uno puede decir sí a
la vida, y decir sí a la vida implica decirles sí a las cosas buenas, y también a las malas, y
poder avanzar y construir una vida rica en presencia de sensaciones, emociones y
pensamientos positivos, así como negativos. Se trata de hacer grande a la persona ante su
malestar, con un repertorio de habilidades que le permitan ir con él cuando se presente.
En el campo de las adicciones, este patrón de evitación experiencial destructivo (o
inflexibilidad psicológica) se evidencia en el rígido control de los eventos privados sobre la
conducta del sujeto (Luciano et al., 2010). Por ejemplo, dada la particular historia del
individuo, la aparición de eventos privados aversivos (como la tristeza, la ansiedad o la ira)
cumplirían una función discriminativa de conductas de abuso de una determinada sustancia,
a fin de acabar o reducir tal estado. Al consumir, se produce un alivio o reducción del
malestar y se potencia, además, el actuar de una forma coherente de acuerdo a la regla de
que hay que evitar el malestar para poder vivir. Cuando se dan múltiples ejemplos de esta
regulación se puede establecer la clase funcional de evitación experiencial, con un resultado
problemático: el malestar sigue y la vida queda limitada.
El desarrollo de la flexibilidad psicológica en adicciones supondrá que la elección
conductual de un sujeto no dependerá del malestar ni de las “ganas” de consumir que esté
experimentando, sino de lo que sea importante para él en función de sus valores personales
(por ejemplo, mantenerse en el cuidado de su hijo pequeño en lugar de irse a consumir para
reducir el estrés producido por el trabajo). De esta manera, la persona aprenderá a lidiar con
sus circunstancias personales y a relacionarse de manera diferente con los pensamientos y
emociones (por ejemplo, los generados por el fallecimiento de un ser querido o la pérdida
de un trabajo importante). Para ello, ACT propicia (1) aprender habilidades de
distanciamiento de los eventos privados, y propicia (2) la clarificación de direcciones
importantes de acción personal (Luciano et al., 2004).

Referencias
Hayes, C., Kirk, D., & Strosahl, G. (2003). Acceptance and Commitment Therapy: An
Experiential Approach to Behavior Change. The Guilford Press.
Luciano, C. (2001) (Ed.), Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT). Libro de casos.
Promolibro.
Luciano, C., Páez, M. & Valdivia, S. (2010). La Terapia de Aceptación y Compromiso
(ACT) en el consumo de sustancias como estrategia de Evitación Experiencial.
International Journal of Clinical and Health Psychology, 10(1), 141-165.
Luciano, C., Rodríguez, M. & Gutiérrez, O. (2004). A proposal for synthesizing verbal
contexts in experiential avoidance disorder and acceptance and commitment
therapy. International Journal of Psychology and Psychological Therapy, 4, 377-
394.
Luciano, M. C., Valdivia, S., Gutiérrez, O., & Páez, M. (2006). Avances desde la Terapia
de Aceptación y Compromiso (ACT). EduPsykhé. Revista de Psicología y
Psicopedagogía, 5(2), 173-201.
Luciano, M. C., & Hayes, S. C. (2001). Trastorno de Evitación Experiencial. Revista
Internacional de Psicología Clínica y de la Salud, 1, 109-157.
Soriano, M. C. L., & Salas, M. S. V. (2006). La terapia de aceptación y compromiso
(ACT). Fundamentos, características y evidencia. Papeles del psicólogo, 27(2), 79-
91.
Wilson, K. & Luciano, C. (2002). Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT). Un
tratamiento conductual orientado a los valores. Pirámide.

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