Está en la página 1de 481

ANTOLOGIA

EMBAJADA DEL
REINO DE EOS PAISES BAJOS IICACION
Juana Azurduy de Padilla 1825

“Abandoné mi domicilio y me expuse a buscar mi sepulcro en país


desconocido, sólo por no ser testigo de la humillación de mi patria, ya que
> mis esfuerzos no podían acudir a salvarla. En este estado he pasado más
de ocho años, y los más de los dias sin más alimento que la esperanza
de restituirme a mi país..."

“El Condor”, Chuquisaca, 1927


¿i 1‘ “Esta hermosa mitad del jenero humano ha sido descuidada casi
jeneralmente, y su educación tenida como innecesaria, y por muchos
como perjudicial. Rebujados algunos en su mandato filosófico, han fallado
que las mujeres no deben ocuparse de otra cosa que de criar a sus hijos,
y de los negocios mecánicos y caseros. Otros han dicho, que las
compañeras de los hombres han de tener una participación activa en
todos los negocios públicos, e injerencia hasta en los asuntos nacionales..."

Cupertino de la Cruz Méndez, 1852


“En vano se ha dicho que los hombres hacen solo las leyes i las mujeres
forman las costumbres. Entre nosotros leyes i costumbres han sido hechas
por los hombres, y en sus relaciones con la mujer, ha sido en todos
desfavorecida esta. Jime hoy en una humillante condición, víctima del
abuso de poder que en las leyes i en las costumbres ha ejercido el hombre
contra ella".

José Selgas, 1875


“Porque justo es reconocerlo; una mujer sometida a la autoridad de sus
padres, ó sumisa al cariño paternal de su marido, ó sujeta a la sagrada
obligación que la imponen los hijos por el doble vínculo de la naturaleza
y de la religión, no es, ciertamente la mujer á propósito para desempeñar
en el mundo las libres funciones á que la destina la sociedad presente”.

Joaquín de Lemoine, 1897


“Los adversarios de la emancipación política del sexo femenino sostienen
que ella conduciría a un cataclismo universal que cubriría de ruinas
sociales la faz de la tierra, que demolería los cimientos del doméstico
hogar: y prefieren que la mujer permanezca en él conquistando corazones
tiernos y no derechos políticos: coronada de azahares y no de lauros;
arrobando con el encanto de sus caricias y de la música de sus besos al
compañero de su existencia íntima..."

grupo editorial
Ó Beatriz Rossells

Nacida en Sucre, antropóloga


con e s t u d i o s en las
Universidades de Cambridge
y París y la Escuela de Altos
Estudios en Ciencias Sociales
de París. Es docente de la
Universidad Mayor de San
Andrés e investigadora en el
I ns t i t ut o de E s t u d i o s
Bolivianos. Es autora de
varios artículos y libros. Entre
ellos “Caymari vida” : la
emergencia de la música
popular de Charcas” (1996),
“La gastronomía en Potosí y
Charcas. Siglos XVIII y XIX
(1995), las biografías de Lola
Sierra, Gladys Moreno y
Matilde Casazola (1997), “La
mujer: una ilusión. Ideologías
e imágenes de la mujer en
Bolivia (1989).
Sol de Intercomunicación

mes
EN LA HISTORIA DE BOLIVIA
IMÁGENES Y REALIDADES DEL SIGLO XIX
(ANTOLOGIA)

Estudio e introducción por


Beatriz Rossells

Realizado con la cooperación financiera de la


Embajada Real de los Paises Bajos

Embajada del
Sol de Intercom unicación Reino de los Paises Bajos

La Paz - Bolivia
Primera edición: 2001
Depósito legal:
4-1-1653-00
“Las Mujeres en la historia de Bolivia
Imágenes y realidades del siglo XIX (Antología)"
Beatriz Rossells

Sol de Intercomunicación

Realizado con la cooperación financiera de la


Embajada Real de los Países Bajos

Grupo editorial
Av. República 1584
Tel 384010 Cas. 6535

Diseño de tapa y arte:


Juan de Dios Rojas P.
Lámina tapa:
Trajes de mujeres comerciantes de Cochabamba
(1830-1833) Alcides D' Orbigny

La Paz - Bolivia

Impreso en Bolivia
Printed in Bolivia

2001
A mi madre,
Esperanza Montalvo de Rossels,
la infaltable,
la jardinera,
la bienamada
INDICE
PRESENTACION
PRIMERA PARTE 25

INTRODUCCION
]. Las heroínas y el imaginario nacional 27
2. Leyes y tribunales para las mujeres de la nueva República 33
3. La participación de las mujeres: oficios, ocupaciones, actividades 44
y propiedades
4. “Esta herniosa mitad del género humano”. Prescripción civil y eclesiástica 62
5. La representación literaria 70
Representaciones y visiones masculinas sobre las mujeres
6. Representaciones y visiones de mujeres 76
7. Formas de ver desde afuera: visión de viajeros 86
8. Formas de ver desde adentro: la escritura privada 91
9. Formas de ver: iconografía femenina del siglo XIX 93
10. La educación y emancipación de la mujer: 96
los vientos del liberalismo finisecular

SEGUNDA PARTE
ANTOLOGIA 105
FUENTES PRIMARIAS 107

1. DOCUMENTOS JUDICIALES DE ARCHIVOS


Demandas sobre la libertad 109
• Solicita libertad de su hija reclusa en monasterio, La Plata, 1805 109
• Esclava negra solicita libertad, La Plata, 1810 110
• Denuncias contra mujeres por delito de supersticiones, La Plata, 1824 111
Testamentos, cartas de dote yasuntos de propiedades 112
• Recibo y carta de dote de Melchor Daza. Potosí, 1825 112
• Testamento de Doña Bartolina Morales y Reyes, Arequipa, 1830. 116
• Capital de bienes del Mariscal Andrés de Santa Cruz aportados al 119
matrimonio, 1831
• Carta de dote de Francisca de Paula Sentadas, declarada por su esposo 121
Mariscal de Andrés Santa Cruz, Presidente de Bolivia, 1831
• Inventario de bienes de la indígena Juana Valencia v de Chuquimamani, 126
Collocollo, 1832
• Testamento de Josefa Ríos, Hacienda de Guanchaca, 1847 128
• Testamento de María Tomasa Bemal y Mariaca, La Paz, 1851 131

- 7 -
B eatriz Rossells

• Demanda de tercería escluyente de finca heredada, 1860 134


• Reclamo sobre el valor de una vaca, La Paz, 1865 135
• Viuda reclama por perjuicios en posesión de su propiedad, La Paz,1889 136
• Solicitud de licencia marital para vender propiedades parafernales, 137
La Paz, 1891
Matrimonio y divorcios 138
• Demanda de divorcio por malos tratos, La Plata 1802 138
• Demanda de divorcio por D. Melchora Michel de Zárate por crueles 139
maltratamientos, 1807
• Denuncia de vida escandalosa que hace su esposo con Francisca Torrez, 141
La Plata, 1807
• Demanda de divorcio de la indígena Vicencia Escalante contra Mariano Medina 142
• Solicitud de disolución de matrimonio desigual de su hijo promovido por la 144
Marqueza de Haro, D. María Carmen Bilbao la Vieja, La Paz, 1817
• Demanda de divorcio de Francisca Flores contra José Manuel Taboada, 1827. 149
• Juicio de divorcio de Manuel María Infantas contra su esposa por 151
desaparecer y abandonar la casa, La Paz, 1874
• Demanda de divorcio de la indígena Fulgencia Quispe 1874 153
• Demanda de divorcio de María Santos Gonzales por malos tratos, La Paz, 1875 154
• Reclamo de esposos por sanciones de autoridad después de pelea y 155
avenimiento, La Paz, 1873
• Querella por seducción, adulterio y rapto de su esposa, La Paz, 1891 156
• Demanda de Divorcio de Félix Aldana contra su esposa de la que ya 158
está divorciado, Sucre, 1882
• Demanda preliminar de divorcio por ultrajes y maltratramientos, Sucre, 1890 160
Violencia contra mujeres y de mujeres
• Sumario por maltratos a Leandra Delgado, La Paz, 1860 161
• Querella de María Manuel Ondarza por injurias, La Paz, 1860 163
• Querella contra Manuela Campos por heridas, 1865 165
• Juicio criminal por delito de asesinato de Juana Hurtadoy su hijo, 1860 168
• Querella por golpes y heridas contra Cecilia Guanea, La Paz, 1866 169
• Malos tratos en la policia por heridas a otra mujer, La Paz, 1866 170
• Querella criminal de María Molina contra Cayetano Suazo, 1844 171

2. CARTAS DE MUJERES
• Carta de Juana Azurduy de Padilla a las Juntas Provinciales de 172
Salta Formosa, 1825
• Súplicas de una monja desde una celda al General Antonio José de 173
Sucre, 1827

- 8 -
(Z ^ _ (: ¡ y O Í / l l j e r c s en ,a h istoria de B olivla - Imágenes y realidades d el s ig lo X IX

• De Juana Baptista a su padre José Manuel Baptisía; Sucre, agosto y 175


septiembre de 1846
• De María Josefa Mujía a Gabriel René Moreno, Sucre, 1868 178
• Del General Eliodoro Camacho a su hija Inés; Tacna, marzo de 1880 179
• Cartas de Corma Moreno de Harriague a su hermano Gabriel René Moreno 180
París, 1867-1873

FUENTES BIBLIOGRAFICAS 185

1. DESPACHOS MILITARES , RELATOS Y 187


LITERATURA SOBRE MUJERES EN
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
• Juana Azurduy de Padilla en la lucha, según el Informe de Guerra 189
de su esposo, 1813
• Mujeres en la Guerra de la Independencia. José Santos Vargas, 1852 190
• El alzamiento de las mujeres en la novela «Juan de la Rosa»; 195
Natanicl Aguirre, 1885
• La Teniente Coronela de la Independencia. Gabriel René Moreno, 1886 205
• Heroínas Potosinas; Adolfo Vargas, 1889 207

2. LITERATURA PRESCRIPTIVA CIVIL Y ECLESIASTICA 213


• "Esta herniosa mitad del jenero humano"; Peiiódico “El Cóndor”, Chuquisaca, 1827 215
• La mujer; Cupertino de la Cruz Méndez, Cochabamba, 1852 216
• Moral del bello secso; Germán Aliaga, La Paz, 1872 222
• Trabajos de Aguja. Instrucción básica para las niñas; 228
C. Damitte/ Traducción: Modesta Sanjiné's, 1874
• Carta Pastoral del Obispo de Santa Cruz; 1879 231
• Instrucción Cívica; Julio César Valdés, 1888 234
• Devocionario Jesuíta, «Nueva Ancora de Salvación», 1888 235

3. LA PARTICIPACION DE LA MUJER: OFICIOS OCUPACIONES 237


Y ACTIVIDADES.
INTERPRETACION Y TESTIMONIOS DE LA HISTORIA
• El encanto del lujo y los trapos. Un aldeano. 1830. 239
• Rabonas: Servidoras del soldado 241
• Cocineras: Recetas del buen gusto 242
• Sobre las cocineras 244
• Mujeres en el cuerpo de ambulancia del Ejército Boliviano, 245
durante la Guerra del Pacífico
• Proyecto de reglamento de la Sociedad de Beneficencia, La Paz, 1859 248

- 9 -
B eatriz R ossells

• Las vendedoras y chicheras de Cochabamba, Rodríguez y Solares, 1990 251


• Ideologías sobre la mujer boliviana en el siglo XIX, Rossells, 1988 258
• La mujer andina en la historia; Taller de Historia Oral, 1990 268
• Trajes de mujeres del siglo XIX, Mary Money, 1983 277

4. REPRESENTACIONES Y VISIONES DE LAS MUJERES 285


• A la Madre; Juan Wallparrimachi, 1812-1814 287
• Versos; José María Vaca (Cañoto) 288
• Aviso a las solteras, Comedia; Mendez, 1834 289
• “Corazón vale más” Pctipieza, Cochabamba, 1854 307
• María Josefa Mujía: Semblanza, poesía y homenajes. Gabriel Rene Moreno, 1858 308
• «La mujer»; Manuel María Gómez, 1867 311
• «La coquetería», Sucre, 1876 320
• ¡Bolivia!; Lindaura Anzoátegui de Campero, 1879 322
• A una niña fumadora, 1885 323
• «Nacer Hombre»; Adela Zamudio, 1887 326
• La Virgen del Carmen. Reo de Rebelión; José Rosendo Gutiérrez, 1888 328
• Oda mística. Amorosos ecos del solitario a María Santísima 330
C.F. Beltrán (Recopilador), 1888
• Como se vive en mi pueblo. Lindaura Anzoátegui de Campero, 1892 331
• ¿Qué es la mujer?; A. Diez de Medina, 1893 333
• «Celichá» Daniel Campos, 1896 334
• La Patria y la Mujer; Modesto Omiste, Potosí, 1897 337
• Para la amada y la malpagadora; Poesía popular, tristes y bailecitos anónimos 338
de la tierra (fines del siglo XIX)
• Queruqueru, Cochabamba, 1898 340
• Ramillete, Cochabamba, 1898 342
• Sor Estematina. (Tradición) 343
• Almas en pena. (Tradición) 346

5. VISION DE VIAJEROS 349


• Mujeres de Bolivia. Alcides D'Orbigny, 1830 351
• Las mujeres de las tribus del Gran Chaco. Daniel Campos, (1883) 1888 359
• Las chiriguanas. mataguayas y tobas del Gran Chaco. Arthur Thouar, 1883-1887 364
• Indias, cholas y bolivianas. André Bresson, 1886 371
• La mujer boliviana. Alberto Blancas, 1900 373
• Mujeres y hombres de Chuquisaca. Ciro Bayo, 1912 377

6. LA EDUCACIÓN Y EMANCIPACIÓN DE LA MUJER 381


• El matrimonio civil. José Selgas, 1875 383
• Contra los afeites y las que los usan. Damián de Vegas, 1874. 388

- 10-
sea s QÁ újjeres en la h isto ria de B o livia - Imágenes y realidades d e l sig lo X IX

• La educación de la Mujer en la esfera de las especulaciones científicas 396


Rodolfo Soria Galvarro, 1878
• La educación de la mujer. Hercilia Fernández de Mujía, Sucre, 1889 400
• Educación e influencia de la mujer. Adolfo Mier, La Paz, 1897 405
• La condición jurídica de la mujer. Joaquín de Lemoine, 1897 407

7. ICONOGRAFÍA FEMENINA DEL SIGLO XIX 411

FUENTES Y BIBLIOGRAFIA 461

-11 -
PRESENTACION

Beatriz Rossells

V
olver los ojos hacia 500 años atrás en lo que fue el pasado de Bolivia, en relación
a una temática determinada parece a primera impresión, un objetivo muy
ambicioso. No es impropio, sin embargo, imponerse en este fin de siglo un examen de
cambios, continuidades y rupturas, pues como nunca antes en la historia de la humanidad,
se puede contar con los recursos tecnológicos y mediáticos como para conocer y calibrar
el pasado. El fin del milenio y el inicio de uno nuevo, convocan a sopesar los cambios
que el paso del tiempo ha producido en nuestra sociedad.
En su obra Año 1000, año 2000. La huella de nuestros miedos, Georges Duby
rastrea los miedos humanos universales a fines del año 1.000. Esas gentes temían a la
miseria, a las epidemias, a la violencia, al otro y al más allá. Transcurridos diez siglos,
cuántos de aquellos temores se han mantenido, plasmándose con mayor fuerza en la
realidad? Podríamos decir que todos, pese a los inmensos avances en otros aspectos de
la vida humana: la miseria de gran parte de la humanidad, como contraparte de la
pequeña sociedad de la abundancia; las epidemias sustituidas por las enfermedades
incurables; la violencia masificada con novísimas armas y la violencia intrafamiliar
recién reconocida, que constituyen el pan de cada día en el mundo entero; el miedo al
más allá sigue empujando a millones de seres a perseguir respuestas desde la magia
hasta el extremo fundamentalismo; el miedo a la violencia es contiguo del miedo al
otro, y continúa provocando en la mente humana toda suerte de soluciones, general­
mente más dañinas que el propio terror que las engendró, pasando por ideologías,
dogmas, enajenaciones, sectarismos en franca negación de las cualidades positivas
que también posee la especie humana. Entre los miedos al otro, está el machismo,
junto con el egocentrismo, el racismo, el clasismo, el nacionalismo, el patriarcalismo,
la xenofobia, el sexismo y muchos otros sectarismos y prejuicios. Marcela Lagarde,
desde la cultura feminista, examina el miedo de género, instaurado entre hombres y
mujeres durante el milenio patriarcal. El miedo que impide a hombres y mujeres en­
frentarse a las tantas enajenaciones que los separan y que inducen a las segundas a la
obediencia, la sumisión y la repetición. Enajenaciones que han construido “sexualida­
des femeninas y subjetividades en las mujeres, centradas en ser-para-otros, apropiadas
por seres-de-otros- subordinadas a otros”, merced a “la expropiación principal, la del
cuerpo”. La dominación construida sobre el sexo continuó durante este milenio que
termina, pero escondida a través de mecanismos que impidieran la presencia de muje­

- 13-
B eatriz R ossells

res en los niveles de poder político y de sus instituciones para que aceptasen la suje­
ción y la inferioridad como su propia naturaleza, el analfabetismo como una inocencia
de género, la violencia como mal humor y la culpa como una segunda piel...Y mascu-
linidades, culturas contenidas en las identidades de los hombres, que organizadas en
tomo a jerarquías y ataduras verticales a la ley del padre, conservan idéntica la viven­
cia de ser hombre, para millones de ellos, centrada en ser el paradigma de lo humano,
tener el poder sobre otros y la dominación sobre las mujeres (1).
El establecimiento, consolidación o sustitución de mitos y normas sociales
puede durar siglos o milenios. En las relaciones entre los sexos y entre las generacio­
nes, la estructura que constituye la familia y el hogar, es de una resistencia pétrea. Las
características principales de la llamada familia tradicional occidental -monogamia,
exclusividad, superioridad del marido sobre la mujer y los hijos y de las generaciones
mayores sobre los jóvenes- se han mantenido por siglos. Según Eric Hobsbawm, sólo
en la segunda mitad del siglo XX, se puede hablar de una revolución cultural que
implica un cambio vertiginoso en la concepción de la familia tradicional, sobre todo en
los países occidentales con influencia católica. La crisis de este modelo de familia está
vinculada a importantes cambios en las actitudes públicas acerca de la conducta sexual,
la pareja y la procreación, tanto en el nivel oficial como extraoficial. Las transforma­
ciones más importantes datan de las décadas de 1960 y 70 en la que ocurre una libera­
ción extraordinaria de las costumbres sexuales y se configura una cultura juvenil inde­
pendiente hegemonizada por la industria norteamericana (2). Lo que significa que has­
ta 1950 el molde familiar y femenino en el mundo occidental, incluyendo los países de
América Latina, continuó dependiendo de las tradiciones del siglo pasado.
En Bolivia, a partir de 1980 se han realizado diversos estudios sobre la mujer,
pero son escasos los trabajos de carácter historiográfico. Es pertinente anotar que un
antecedente inmediato de esta Antología es la serie Protagonistas de la Historia publi­
cada por la Coordinadora de Historia y la Subsecretaría de Asuntos de Género (1997),
uno de los primeros intentos sistemáticos de escribir historias de mujeres de distintos
horizontes cronológicos, geográficos y sociales, que produce tanto biografías indivi­
duales de mujeres sobresalientes como biografías colectivas de mujeres de la servi­
dumbre, siglo XVI, o terratenientes del siglo XX. En una lectura de conjunto de las
biografías colectivas de esta serie, se constata un elemento transversal a todas ellas, el
de “los espacios femeninos” en los cuales las mujeres se encontraron y participaron en
distintas actividades. “Es decir que fue mucho más evidente ver dónde estaban que
quiénes eran, en la medida en que fue casi imposible escuchar a las mujeres. No perci­
bimos su voz sino sus huellas: aquí en testamentos, en contratos de trabajo, en juicios,
allá en las sentencias de castigo, en planillas de trabajo, en periódicos y telegramas....
Solo en algunos casos ellas contaron personalmente sus historias. Tratando de escu­
charlas fue que los sitios que habitaban y las relaciones que construyeron, surgieron
como espacios donde imprimieron sus huellas fragmentarias de su presencia en la his­

- 14-
K ^ v f l l j o t C S en *a h isto ria de B olivia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo XIX

toria. De esta manera los espacios se volvieron los referentes principales de nuestra
lectura” (3).
La presente Antología se plantea un amplio horizonte cronológico, geográfico
y social, con contenidos y objetivos distintos. Precisamente, intentamos presentar “las
huellas” de las mujeres y sobre ellas: testamentos, contratos, leyes, descripciones, car­
tas, fotografías, novelas, artículos de prensa, poemas, imágenes, es decir, documentos
primarios al alcance del lector de y sobre mujeres de distintas épocas históricas del
país. Este propósito tiene que ver con las dificultades inherentes a la aproximación
entre el lector del gran público e incluso el docente, universitario o político y el docu­
mento primario, generalmente inaccesible, salvo para el investigador que se introduce
en los archivos y las bibliotecas con un proyecto específico. Creemos que la posibili­
dad de tener entre manos, piezas o fragmentos que constituyen las huellas mismas de
mujeres del siglo XVI o del XIX, datos a veces contradictorios en relación con las
diversas fuentes y fundamentalmente con la historia oficial, enriquece el conocimiento
del mundo femenino que hasta hace poco fue considerado de escasa o nula importan­
cia. Por ello, los libros o artículos escritos sobre la mujer eran apenas apéndices de las
historias generales, entendidas fundamentalmente como historias protagonizadas por
el varón, es decir historias masculinas. Como sostiene Julián Marías “La historia se ha
escrito como si no hubiera más que hombres, con una nota al pie de página que nos
dice que también hay mujeres, porque si no, no marcharían las cosas”.
Esas historias generales tradicionales han privilegiado el tema político, al tema
del poder, monopolizado por los hombres. Sin embargo, la historiografía de los últi­
mos años ha disminuido su interés por el estudio de la vida política como objeto
central, enfatizando más los aspectos de la vida cotidiana, incidiendo incluso en lo
personal. Esa mirada a la vida cotidiana descubrió el mundo interior, privado, domés­
tico en que pareció natural incluir a la mujer.
La presente Antología recupera documentos, datos de la realidad, imágenes y
percepciones no sólo del ámbito doméstico sino de la vida social económica, política y
de las representaciones simbólicas que se han producido sobre la mujer en el territorio
conocido hoy como Bolivia. Aunque esta búsqueda ha intentado en lo posible cubrir
ampliamente la diversidad en espacio geográfico, social y étnico, una gran parte de los
testimonios encontrados corresponde a las mujeres de estratos dominantes en detri­
mento de mujeres de otras condiciones sociales, campesinas, artesanas, indígenas. Se
ha tratado de corregir este desequilibrio al igual que el que se produce en relación a la
documentación ciudad/campo, siendo esta última menos accesible. Pese a estas limita­
ciones, esperamos que este trabajo de recopilación, contribuya a acrecentar la informa­
ción disponible sobre las mujeres.
Los textos obtenidos, algunos ya publicados y conocidos y otros inéditos, se
han integrado unos con otros siguiendo la interacción de la realidad de la que provie­
nen, organizados en capitulos y relacionados con ámbitos o espacios de participación

- 15-
B eatriz R ossells

femenina de orden laboral, social o cultural, se intercalan con los datos de la ley, los
fondos judiciales y la literatura preceptiva civil y eclesiástica. La Antología ha sido
dividida en tres volúmenes correspondientes a los períodos Colonial, Republicano y
siglo XX y hasta 1950. Cada volumen está precedido por una introducción que es un
análisis de la situación femenina en cada época basado en los documentos que presen­
tan y contextualizado en las condiciones estructurales históricas de la sociedad. A la
vez se ofrece una información mínima para facilitar la lectura de los documentos.
La finalidad de este trabajo de recopilación es dar a conocer la situación de las
mujeres en Bolivia en diferentes períodos de la historia a través de datos y documentos
primarios. Interesa dar visibilidad y valorizar la producción de los distintos sectores
elitarios y de origen popular, masculino y femenino, conservador y progresista sobre
el papel de las mujeres y los cambios que han ocurrido en más de medio milenio.
Pensamos que el mayor conocimiento del imaginario y la realidad contribuirá a supe­
rar continuamente la situación de inequidad e injusticia en que viven la mayor parte de
las mujeres en el país.
Para avanzar hacia una historia de las mujeres es necesario apelar a metodologías
y planteamientos innovadores, a formular preguntas originales que hagan visibles a las
mujeres como sujetos históricos y que averigüen el significado concreto para ellas de
las permanencias y los cambios históricos, observando las diferencias entre los sexos.
Uno de los aportes más importantes para la historiografía de las mujeres es la categoría
sociocultural de género, como herramienta analítica que establece que las relaciones
entre los sexos no están determinadas por lo biológico, sino por lo social, y, por lo
tanto, son históricas. El término género supera esa concepción limitante y permite la
visibilidad de los valores, costumbres, actividades y sus representaciones sociales tan­
to de los hombres como de las mujeres y de los roles que se establecen para lo mascu­
lino y lo femenino como un conjunto de normas y prescripciones que se construyen ,
imponen y transforman o reproducen en el tiempo (4).
La noción de género y diferencia y la reflexión sobre la especificación histórica
de las formas en que se construyen las relaciones entre lo femenino y lo masculino
sustituyó la categoría universal de “mujer” que no contribuía a la comprensión de la
construcción simbólica o social de las diferencias de género. La especificidad histórica
es fundamental para alejarse de las categorías y nociones ahistóricas y esencialistas
que hacen ver una realidad concreta como inmutable. Es conveniente superar el térmi­
no “mujer” y referirse a “las mujeres”, categoría sujeta a variaciones temporales, a
espacios y tiempos determinados. Con el mismo fin, resulta necesario medir con otras
categorías del análisis social como la clase, la etnia, la raza, la edad, en el entendido de
que las mujeres pertenecen a diferentes clases sociales y no conforman una clase
oprimida homogénea, pueden pertenecer a distintos grupos de edad y etnias diferentes.
Todas estas categorías les otorgan una ubicación diferencial.

- 16-
v í l l Í 61 '6 S en la h is to r'a de B o livia ■ Im ágenes y re a lid ad es del s ig lo X IX

El análisis de la historia de largo plazo muestra que las transiciones de un perío­


do a otro no son tan netas como se presentan en algunos esquemas. Las transformacio­
nes suelen ser más lentas de lo que se supone y los cambios políticos no necesariamen­
te atraviesan a toda la población, a veces tan sólo afectan a las élites, y no a los diferen­
tes ámbitos de la sociedad. Lo cultural, en el sentido antropológico, parece estar más
profundamente anclado en la colectividad y por lo tanto, menos susceptible a cambios.
La mirada centrada en acontecimientos políticos resulta estrecha para comprender rea­
lidades complejas. Y antes que rupturas pueden presentarse continuidades. Pero ade­
más, el propósito de analizar la vida y participación de las mujeres, requiere de la
adopción de otras perspectivas y temáticas para ubicarse en una periodización históri­
ca adecuada en esta revisita de largo plazo en tanto que la visión tradicional de los
hechos políticos no considera aquellos factores que afectan considerablemente a la
población femenina. Por esto, se ha mantenido como guía la periodización de la histo­
ria boliviana referida a los cambios estructurales económicos, políticos, sociales: Pe­
ríodo Prehispánico, Colonia y República, formulándose a la vez planteamientos y pre­
guntas relativas a la situación de las mujeres. Es pertinente por ejemplo una revisión
del período de la creación de la República, teniendo en cuenta la implantación de un
nuevo sistema legal y una nueva organización política. El análisis de esta normativa y
los datos de la realidad permiten ver si estos cambios tienen un significado real para
las mujeres que continúan dentro del mismo sistema patriarcal de dependencia de los
hombres. Si para los varones ya resultaba insoportable el semi-feudalismo vigente en
el agro hasta 1952, ¿qué podía decirse de las mujeres sometidas al mismo régimen?
¿Tiene significación la consolidación del capitalismo a fines del siglo XIX, por su
influencia en el cambio de costumbres y valores de la familia y en la relación de géne­
ro? La pregunta principal que nos planteamos es ¿cómo se transformaron la relación
de género, el comportamiento femenino y el imaginario colectivo a lo largo de la
historia de Bolivia en su pasado prehispánico, colonial y republicano?
Para responder a una pregunta tan amplia hace falta un análisis histórico cen­
trado en las mujeres, sin que ello signifique prescindir de una concepción de la historia
global, las estructuras económicas, sociales y políticas. El énfasis debía ser puesto en
las transformaciones de la concepción de lo femenino, las conexiones entre la esfera
privada y la pública, la prescriptiva y la real, la ley, la moral, la sexualidad, la religión,
cultura, la educación, el trabajo, junto con tres ejes temáticos esenciales: el género, la
clase y la etnia. Pese al interés del proyecto por enriquecer la búsqueda de ciertos
temas como los mencionados y otros, como la cuestión del poder y jerarquías sociales,
ciudadanía, voto, salud, producción, etc., por las características propias de los perío­
dos y la falta de acceso o inexistencia de fuentes primarias se dificultó este cometido,
convirtiéndose la accesibilidad de la documentación en un factor central, en gran me­
dida determinante del carácter final de la Antología . Pese a haberse contemplado en el
proyecto inicial el período llamado Prehispánico, y a haberse realizado la búsqueda

- 17-
B eatriz R ossells

archivística y el trabajo de recopilación e incluso la introducción del material sobre las


mujeres de las culturas prehispánicas, se ha decidido finalmente, postergar la publica­
ción de lo que iba a ser el primer volumen, en razón de las dificultades de acceso a las
fuentes prehispánicas sobre Charcas y más aún sobre mujeres, considerándose conve­
niente una búsqueda de mayor envergadura que permita captar las especificidades de
lo que fue ese momento histórico en nuestro territorio. Tal propósito tiene que ver con
la necesidad de encarar un proyecto concreto que incluya tanto la revisión en archivos
rurales y otros de Bolivia como en los archivos de Buenos Aires, Cuzco y Sevilla, sin
dejar de lado los aportes de la arqueología y otras disciplinas.
En la medida en que la documentación lo permite nos acercamos a las fuentes
primarias, intentando una re-lectura de la historia de Bolivia, en base a fragmentos de
documentos seleccionados en función de su representatividad (del tema, la época, o el
grupo social), y básicamente los escritos sobre mujeres y/o de mujeres. Las fuentes
primarias son contrastadas con la visión clásica u “oficial” sobre la historia (historiografía
strictu sensu), vigente en todos los estratos sociales (escuela, colegio, opinión pública,
universidad) con los testimonios expresados en las fuentes. Por eso la Antología privi­
legia el uso de las fuentes primarias (v.g. materiales de archivo) y sus variantes inme­
diatas (información de prensa, crónicas, informes de viajeros testimonios) así como la
literatura existente, con el objetivo de mostrar de la manera más clara y objetiva posi­
ble la participación y el rol de las mujeres en el proceso histórico del país. La visión
histórica posibilita una aproximación dinámica a los distintos períodos de la historia
nacional y a las variantes discursivas que adopta la sociedad en tomo a las mujeres y
aquellas producidas por ellas mismas. En ese sentido, es importante el análisis del
discurso y la interpretación de la norma sea civil o religiosa para contrastarla con los
datos de la realidad. La lucha por el poder de interpretación en la sociedad heterogénea
que es la América indígena conquistada, está centrada en la cuestión de la racionali­
dad. En la subordinación de la mujer, basada en argumentos distintos a los utilizados
respecto a indios y negros, principalmente su “debilidad” natural, eje ideológico del
poder, la iglesia jugó un papel fundamental protegiendo los límites entre la racionali­
dad y lo irracional. “La religión, el nacionalismo y por último la modernización cons­
tituyen narraciones hegemónicas y sistemas simbólicos que no sólo consolidaron la
sociedad, sino que asignaron a las mujeres su lugar en el texto social. Estas narraciones
no son fijas sino que se constituyen en el contexto de la represión y la violencia...” (5).
Una historia de Bolivia más compleja, dinámica e intrincada aparece ante nues­
tros ojos como producto de documentos primarios poco conocidos, con luces y som­
bras, rupturas y continuidades, donde los actores, hombres y mujeres soportan el peso
de las estructuras durante largos períodos o las renuevan y recrean. Una historia en la
que efectivamente, las mujeres reciben el papel decidido para ellas por los hombres,
dentro de una trama de múltiples factores.

- 18-
C Mujeres en la h isto ria de B o livia ■Im ágenes y re a lid ad es del s ig lo X IX

El largo período revisado permite ver los resultados de la fractura que significó
la Conquista española de un modo de vida propio de las sociedades andinas, y una
norma impuesta por 400 años, que empieza a erosionarse en las postrimerías de la
Colonia. La “Conquista” española abrió un largo período de reinado del hombre
blanco sobre la población indigena a través de mecanismos e instituciones diferencia­
dos para hombres y mujeres. El orden sacralizado por la iglesia y legitimizado por las
leyes significa una articulación de poder en tomo al varón, manifiesto no sólo sobre las
mujeres y los hijos, sino también sobre los dependientes, individuos de la población
sometida, la mayoría indígena. En el proceso de dominación se implantaron nuevas
formas de relacionarse entre hombres y mujeres: españoles, indígenas, mestizos y
otros, modificando incluso las existentes previamente entre los indígenas. A este nue­
vo relacionamiento se dirige la búsqueda de “una historia del género en donde lo im­
portante sería la modificación de la relación entre los individuos que se insertan en un
sistema de poder en razón de sus diferencias biológicas, su clases, su etnia, las cuales a
su vez son construcciones sociales, políticas, ideológicas, procesos con características
y temporalidad específicas” (6). El poder no es entendido exclusivamente como poder
político, sino como capacidad de articulación y representación. Interesa comprender
las relaciones de género en los distintos ámbitos de la vida social en que se manifies­
tan, en la cultura, como espacio en el que se producen y reproducen los valores y
representaciones, en los sistemas económicos, sociales y políticos y en la interrelación
de éstos.
La iglesia, como poder indiscutible, junto al Estado al servicio de una clase
expoliadora de las mayorías indígenas son el marco histórico en el que se desenvuelve
la acción y participación de las mujeres adscritas y determinadas por clases, género y
etnia. Determinadas a movilizarse en un mismo ámbito social, limitado por jerarquías
omnipresentes, las mujeres encuentran sin embargo formas de escabullirse de las pro­
hibiciones explícitas o implícitas y con la fuerza de los hechos transgreden constante­
mente el molde patriarcal a través de numerosas formas generadas por la necesidad. La
incorporación forzada de la población nativa a formas culturales totalmente distintas
fue un acto de violencia que dejó una impronta secular de distintas características. De
allí partieron asimismo, nuevas modalidades a las que retomaban los parámetros andinos
a través de manipulaciones y negociaciones.
El mercado intemo quedó prácticamente en manos de las mujeres mestizas e
indígenas y ellas conformaron también el servicio doméstico, explotación específica
de las mujeres subordinadas. La familia emerge como la institución articuladora de
este modelo patriarcal y autoritario, única proveedora de identidad a la mujer como
hija, esposa o madre. Es a la vez un instrumento de alianzas políticas y de consolidación
del orden establecido.
De ese medio milenio surgen imágenes de mujeres imposibilitadas de “ser”
fuera de las relaciones familiares, a la espera de un destino inminente y eterno, salvo la

- 19-
B eatriz R ossells

marginalidad que era asimismo una condena. En la medida en la que se profundiza la


investigación se completa la visión de las mujeres que no siempre acataban las reglas
aunque respetaban las apariencias, como también hay mujeres que con su rebeldía
explícita y notoria sentaron precedentes de libertad. Muchos de estos ejemplos mati­
zan y anulan la idea de un solo tipo de mujer. Los cambios y transgresiones parecen
más factibles desde abajo hacia arriba mediante la migración (campo-ciudad), el as­
censo social (indígena-mestiza-chola) y el desarraigo familiar (comunidad-mercado
urbano). En el otro sentido, las huidas sociales eran difícilmente realizables por la
dureza de las relaciones jerarquizadas.
El siglo XIX, mas continuación de la Colonia que Modernidad transferida,
mantiene a las mujeres en el seno del hogar y dependientes de los hombres con cam­
bios muy moderados y poco significativos hasta la mitad y las postrimerías del siglo,
cuando grupos pequeños de mujeres ilustradas y centenares de mujeres mestizas due­
ñas de la producción de un sector agrícola e industrial y de los puestos de venta de los
mercados ponen los cimientos a una apertura que se opera en las primeras décadas del
XX con condiciones generadas externamente, desde económicas hasta sociales y polí­
ticas. Una serie de hitos femeninos de esta modernización testimonian los cambios
acelerados de este período (ampliación de estudios para las mujeres, creación de es­
cuelas de maestros y maestras que generará el importante colectivo del magisterio,
aparición de organizaciones femeninas gremiales y de lucha política, impactante parti­
cipación de mujeres en la prensa, creación de numerosas revistas femeninas, etc. , y
cambios abruptos durante y después de la Guerra del Chaco, que origina la muerte de
50.000 hombres y la emergencia de las mujeres en puestos masculinos. Allí se abren
recién las puertas para los traslados físicos, la movilidad en el espacio geográfico y la
posibilidad de obtener trabajos en otros ámbitos distintos a los tradicionalmente feme­
ninos. Los logros y frustraciones seculares de las mujeres en sus luchas hacia mejores
niveles de vida con reconocimiento de su cualidad de género son la base que ha hecho
posible las veloces y transcendentales transformaciones de las últimas décadas del
siglo XX, aunque queda todavía mucho por recorrer.
En el corsi y ricorsi de la historia, las mujeres muestran en los momentos más
dramáticos de transiciones, guerras y levantamientos populares cuán dispuestas están
siempre al sacrificio y al dolor y en qué medida su abnegación y entereza contribuyen
a que la sociedad reponga sus fuerzas y recupere su equilibrio. Ellas están a la sombra
pero siempre presentes desde la marcha de los mitayos de tantas provincias del Alto y
Bajo Perú hacia Potosí, las insurrecciones indígenas de 1780, la guerra de la Indepen­
dencia y los conflictos internacionales de la República así como las conmociones de
sus guerras civiles. Y, tan pronto concluyen estas eclosiones, ellas también restablecen
la normalidad de la vida social haciéndose cargo de numerosos roles.
El recuento de siglos del pasado de las mujeres en Bolivia, plantea el desafío de
continuar la investigación de períodos en los que la documentación, sea arqueológica,

- 20-
O ÍÚ IJ 61'6 5 en la h isto ria de B olívia ■Im ágenes y realidades d e l s ig lo XIX

archivística y de otras fuentes, esta todavía a medio descubrir. El reto corresponde a la


paradoja de que el fin del milenio que vivimos nos ofrece información desbordante y
alucinante sobre otras realidades y fantasías, cuando el conocimiento de nuestro pasa­
do todavía merece más de una generación de investigadores dedicados a su
desbrozamiento.

Notas
1. Marcela Lagarde, “Mujeres y hombres, feminidades y masculinidades al final
del milenio” en Mujer y género: Potencial alternativo para los retos del milenio, Uni­
versidad Centroamericana, Managua , 1997, pgs. 154-5.
2. Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, Crítica, Buenos Aires, 1998.
3. Barragán, Lema y Medinaceli, “De Barzolas y Barzolas. Lecturas de los espa­
cios. femeninos en Protagonistas de la Historia” Historias, 1 La Paz, 1997, pg. 213.
4. Ana Lidia García, Problemas metodológicos de la historia de las mujeres: la
historiografía dedicada al siglo XIX mexicano, UNAM, México, 1994.
5. Jcan Franco, Las conspiradoras. La representación de la mujer en México. Fon­
do de Cultura Económica, México, 1993, pgs. 12-13.
6. Carmen Ramos Escandón, «La nueva historia, el feminismo, la mujer en Género
e Historia» Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora”, México, 1992, pg. 25.

-21 -
Nuestro reconocí/, tiento a Mariano Baptista Gumuciopor su aporte
en los inicios ael Proyecto, a los directores y personal de los
archivos y bibliotecas en las que los investigadores obtuvieron los
materiales: Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, Archivo
Histórico de Potosí de la Casa Nacional de Moneda, Archivo de
La Paz, Biblioteca Central de la Universidad Mayor de San Andrés,
Archivo Arquidiocesano de Sucre, Archivo Histórico de la Casa
de la Libertad, Archivo Arzobispal de La Paz, Archivo Arzobispal
de Arequipa, y al Ing. Alberto Vasquez. A la Lie. Ximena Medinaceli
por la lectura crítica de los trabajos y sus valiosos comentarios. A
la Embajada Real de los Países Bajos por el apoyo económico a
la realización de esta Antología.
PRIMERA PARTE
INTRODUCCION
.¿s£r*\

1. LAS HEROINAS Y EL IMAGINARIO NACIONAL

l siglo XIX empezó para el territorio colonial llamado Char^


E cas con una grave depresión económica producto de la¡
baja de la economía minera de exportación a la que se suma­
ron epidemias, sequía y hambruna. Este marco recesivo de
la primera década de 1800 afectó tanto a la población urbana
como a las zonas rurales y fue un componente de las accio­
nes regionales que desencadenarían el fin del imperio espa­
ñol después de una larga lucha independentista a lo largo de toda América.
La Guerra de la Independencia, preludio del momento constitutivo de la nueva
República de Bolivia, concentró en cierta medida, las fuerzas vivas de la población,
pues participaron aunque en formas e intensidades distintas: peninsulares, criollos,
mestizos, indios, mujeres, niños, artesanos, estudiantes, clérigos. Pero, esta participa­
ción multitudinaria de distintos grupos se dio solamente mientras duró el proceso auto­
nomista. Una vez caído el poder español, el gobierno fue absorbido por los criollos
quedando intacta la estructura de jerarquías y privilegios y olvidadas las motivaciones
y esperanzas que se había generado en gran parte de los actores de este proceso. Muje­
res de diferentes clases sociales se involucraron en las luchas, a través de múltiples
medios, desde aquellas de posiciones de privilegio y mestizas de las ciudades hasta
indígenas en las guerrillas rurales. Centenares pagaron con su vida sin que ello sirviera
para forjar una sociedad menos discriminadora.
Las mujeres cumplieron roles fundamentales para el éxito de las revueltas, en
lo que se refería a las tácticas y estrategia, especialmente en el orden del trabajo clan­
destino y de apoyo a las acciones:
- la seguridad en la ubicación de domicilios distintos para cada reunión, bajo el
pretexto de visitas y juegos sociales. El traslado y hospedaje de emisarios secretos,
como el esconder patriotas bajo sospecha.
- la transmisión de instrucciones secretas y el envío de dineros o bienes que se
realizaba a través de una especie de red organizada y rápida para situaciones de emer­
gencia (Seoane, 1997:41.42).
- la recolección y donación de joyas y dinero para la adquisición de armamento.
En la ciudad de La Plata se formó la “Sociedad Patriótica”.
- el funcionamiento de salones en casas de esposas de funcionarios o miembros
de la élite, como espacios de sociabilidad intermedia entre lo público y lo privado,

- 27-
B eatriz R ossells

donde podían reunirse los hombres públicos involucrados en los alzamientos, incluso
de distintas clases sociales, para intercambiar información y tomar acuerdos.
La agitación de multitudes y la actuación en las tribunas públicas es una prácti­
ca frecuente de las mujeres, dada su exclusión de las organizaciones políticas. Las
tribunas públicas tienen una función política primordial en la mentalidad popular. Les
pemiite mezclarse en la esfera política “de un modo a la vez concreto y simbólico”
(Godineau, 1993:28). Cuando lo hacen, actúan en representación de las mujeres, pero
también de la sociedad y a nombre de la patria, y exigen y exhortan a los revoluciona­
rios, les dirigen arengas de conmovedor contenido, mencionan la ignominia de la do­
minación, los ultrajes a la patria, el humillante yugo, ofreciendo su propio sacrificio y
su acción a través de todos los medios. Instan a los guerreros a la acción en el campo de
batalla hasta sellar con la sangre la libertad. Así actúa por ejemplo, Mercedes Tapia al
entregar alhajas a los patriotas argentinos a su ingreso a la ciudad de La Plata (1810).
El general español Pezuela en su memoria militar (1813) relató de esta manera
la entrega de la mujer paceña a la revolución de julio de 1809: “fue la más acérrima
defensora de la independencia, llegando a tal extremo que las mujeres tomaron el más
acalorado partido, abandonaron la religión, prostituyeron el pudor y finalmente vivie­
ron con el mayor desenfreno, hasta el 11 de octubre del mismo en que la recuperó el
ejército real pacificador al mando del brigadier Goyeneche” (Costa: 1977:16). Las nor­
mas jurídicas coloniales no permitían la participación femenina en el campo de la
política, que era particularmente incómoda al romper la división sexual imperante. Por
ello, las represalias contra las mujeres que habían participado en las matanzas de sep­
tiembre de 1814 fueron dirigidas a mellar los sentimientos femeninos con caracterís­
ticas de represión sexuada (paseo públicos con la cabeza rapada, o el cuerpo desnudo,
violaciones), prisión y finalmente la muerte (Seoane, 1997: 69) Las relaciones fami­
liares y sociales, su pertenencia a la élite colonial y su habilidad para las negociacio­
nes salvaron de tales penas a algunas de ellas. Las mujeres y las familias sufrieron la
feroz respuesta de los realistas: destierro, cárcel, confiscación de bienes, humillacio­
nes, personales, castigos crueles. Sólo las personas muy adineradas, bien relacionadas
pudieron salvar la hacienda o la vida. Las ciudades y el campo fueron afectados por la
desolación, el miedo y la pobreza.
Este período revolucionario, espacio abierto de cambios y contradicciones en­
tre lo antiguo que se prolongaba y lo nuevo que empezaba a vislumbrarse, permitió
algunos cambios en los usos sociales y en las relaciones entre los sexos. Los momentos
de insurrección y conmoción desvirtuaban prácticas obligatorias y limitaciones im­
puestas por la costumbre colonial. Algunas mujeres que participaron en la insurrección
hicieron gala de su libertad personal o por lo menos ignoraron las reglas establecidas
para el accionar femenino. La rigidez del sistema de castas en el que, tanto hombres
como mujeres tenían una ubicación no se quebraría sin embargo en su totalidad. En el
fondo fue más bien una flexibilización coyuntural y no la ansiada libertad para todos

- 28-
(S 'C Á f ^ M u je re s en la h lsto ria de B o,ivia ■Imágenes y realidades d el sig lo X IX

que vislumbraban y ansiaban los que padecían del despotismo, la tiranía y la


marginalidad (Godineau, 1993).
Pese a intervenir en las insurrecciones con graves consecuencias para su inte­
gridad física familiar y para sus responsabilidades maternas, en todas partes, las muje­
res, como Dominique Godineau lo hace notar, quedan excluidas de la estructura
organizativa tanto del cuerpo del pueblo armado (ejército patriota o guerrilla) como
del pueblo deliberante (asambleas, comités locales y asociaciones políticas). Dice la
autora : “En el curso de la insurrección, las relaciones de los sexos se modifican: mien­
tras que, en las sublevaciones más o menos espontáneas, las mujeres desempeñan un
papel motor, apenas el acontecimiento es dirigido por las asociaciones revoluciona­
rias, se las expulsa a la periferia” (Godineau, 1993: 27). No obstante la reconocida
participación de las mujeres en los acontecimientos de Julio, ellas no participan en la
constitución de la Junta. Las propias mujeres patriotas definen su papel fuera de las
organizaciones políticas y militares en calidad de simple resistencia y apoyo a los
varones, y sólo de manera coyuntural y extraordinaria en la acción.
Juana Azurduy de Padilla fue una excepción total a esa división de género, se
convirtió en guerrillera combatiente, ágil jinete, terminó mandando tropas y manejan­
do arcabuces y espadas con grado de teniente coronel, quedó viuda y perdió cuatro de
sus hijos en los campos de batalla.
Pero no sólo Juana Azurduy tuvo un papel individual de total entrega y sacrifi­
cio por la causa americana. Muchas mujeres participaron también incluso con la ofren­
da de su vida. Teresa Bustos de Lemoine fue una de ellas, proveniente de una distingui­
da familia y casada con el también patriota del movimiento revolucionario de mayo
del 1809, José Joaquín de Lemoine, tuvo diez hijos, fue perseguida y desterrada con
sus niños. Le confiscaron sus bienes por más de 60.000 pesos. Al escuchar la sentencia
condenatoria de los españoles pronunció: “La aurora de nuestra felicidad acaba de
nacer, una nube pasajera la obscurece, para disiparla hemos de menester: Constancia.
¡Podría haber patriotismo si se renuncia a esta virtud? Luego de ser liberada retomó a
Sucre con traje militar y en medio de vítores. Nuevamente encarcelada sufrió torturas
psicológicas hasta perder la razón, dejando a los niños huérfanos. Murió antes de ver
culminado el proceso independentista (Abecia,1909).
La historia de las guerrillas -ejércitos irregulares- en el proceso de la indepen­
dencia es aún poco conocida. Marginal y poco valorizada, sino despreciada por los
oficiales y tropas regulares y por los notables que organizaron el país, sus acciones
fueron fijadas en ciertos clichés que no permiten conocer en profundidad la vida inten­
sa, azarosa y sacrificada de las huestes populares patriotas. Por eso resulta una fuente
de primera mano el extraordinario documento que es el Diario de un Comandante de
la Independencia Americana (1814-1825), del guerrillero José Santos Vargas, cronista
casi iletrado pero con la inspiración de un escritor y el detalle de un historiador, apunta
hasta los hechos más pequeños, caso por caso, de la lucha guerrillera en una de las

- 29-
B eatriz R ossells

provincias altoperuanas. Concluido en 1852, el Diario es una rica fuente para conocer
el rol de las mujeres en las jomadas de la Independencia. Según Santos Vargas, las
mujeres no participan en primera línea en las batallas pero, su presencia es constante
en la retaguardia, en la vida cotidiana, preparando avíos para los soldados, atendiendo
heridos, defendiendo, recibiendo daños y heridas e incluso la muerte, expuestas a la
«carnicería y rapiña de las tropas españolas» y a la violencia de los encuentros entre
los grupos contrincantes. Uno de los rasgos que sobresale de estas crónicas es la cruel­
dad de las luchas en las que las mujeres son las primeras víctimas. Está el caso de una
«vecina llamada Juliana, mujer del alcalde Nicolás Condori de Choro Chico, estando
quemando todo el pueblo seguramente prendieron la casa de ésta: entró a ella y se
cerró atrancándose bien la puerta donde se quemó y murió»
Un hecho histórico del que se han registrado diversas versiones convirtiéndose
en un acontecimiento central de la historia patria es el de la participación de un grupo
de mujeres en la colina de San Sebastián en Cochabamba, cuando el ejército realista
bajo las ordenes de Goyeneche atacó la ciudad para extinguir allí las últimas señales de
agitación. Pobremente armadas con palos y restos de cañones combatieron con sus
hijos y los pocos varones que quedaban, tomando el mando de la acción, airadas ante
la decisión de las tropas patriotas de rendirse. Expresaron a gritos que si no había
hombres para defender a la patria, ellas recibirían al enemigo. Su inflamado sentimien­
to alentó a toda la población que, admiró su sacrificio.
Las fuentes sobre las acciones de la guerra de la Independencia, provienen tan­
to de datos y memorias militares de alto rango y soldados rasos, como de testimonios
de actores, narrados por sus contemporáneos. Muchas informaciones, por la trascen­
dencia y la duración de la lucha armada, se fueron transmitiendo de generación en
generación hasta convertirse en anécdotas y leyendas, no necesariamente coincidentes
con los hechos. Más aún, siguiendo la tradición, de que la historia la hacen quienes la
escriben, los objetivos y finalidades de la rebeldía popular, las reivindicaciones y lo­
gros fueron transformados por nuevos actores y nuevos registros interpretativos. En el
último cuarto del siglo XIX y en el siguiente del siglo XX, las élites regionales habían
hecho suyas las jornadas libertarias, a través de la creación de Sociedades Patrióticas,
erección de estatuas, celebraciones, homenajes y la publicación de tradiciones y nove­
las con sabor a estado nacional criollo. Extractos de estas fuentes han sido selecciona­
das en esta Antología para dejar en manos del lector la compulsa final de los hechos.
Entre los informes militares y escritos de los propios actores está el del soldado
Francisco Turpin «testigo de vista» dirigido al General Manuel Belgrano sobre la lu­
cha de las mujeres de Cochabamba; el parte de Belgrano a la superioridad sobre las
actuaciones de Juana Azurduy de Padilla; el agradecimiento de los patriotas argentinos
a esta guerrillera y a «algunas otras más en las mismas penalidades» cuyos nombres
no se mencionan; el parco informe del guerrillero Manuel Ascensio Padilla sobre la

- 30-
G sví UÍ6V6S en la h isto ria de B o livia ■ Im ágenes y realidades d e l s ig lo XIX

durísima vida de campaña de su esposa y, finalmente el diario del guerrillero José


Santos Vargas.
Los trabajos literarios posteriores sobre los patriotas que intervinieron en la
Guerra de la Independencia y los discursos de las heroínas son versiones recogidas de
historiadores contemporáneos o un tanto posteriores a los sucesos, o de otros autores,
y publicaciones de la segunda mitad del siglo XIX. Entre ellos los citados por Valentín
Abecia (1909). que toman la información de La Gaceta de Buenos Aires (1810) o del
libro Ilustres Americanas publicado en París en 1825. De la segunda mitad del siglo
son también los homenajes de Julio César Valdés (1888), Gabriel René Moreno (1886),
y Adolfo Vargas (1889). Ellos permiten percibir la interpretación de los autores en
función de ideologías propias, relacionadas con la necesidad de fortalecer las bases de
unidad del país, anclándolas en el pasado histórico, en los héroes y heroínas de la
patria.
Todos los textos de historiadores bolivianos del siglo XIX y principios del XX
hasta la más difundida novela boliviana de ese siglo, Juan de la Rosa de Nataniel
Aguirre, que toma como hecho culminante de la narración el relato de la batalla de
Cochabamba, han consignado este acápite de la historia de Bolivia, recordado anual­
mente por autoridades, prensa y escolares, y en el que se ha configurado el Olimpo de
los héroes y heroínas. Allí se encuentran junto con las cochabambinas de la Coronilla,
mujeres de clase alta como Vicenta Juaristi Eguino y mestizas como Simona Manzaneda,
registradas por la memoria popular y oficial como abanderadas de la lucha
independentista. El reconocimiento del arrojo de las heroínas de la independencia no
fue inmediato, la nueva república dominada por los supérstites de la larga guerra, mu­
chos de ellos ajenos al conflicto, se mostró poco dispuesta a valorar a los caídos. En las
décadas subsiguientes, signadas por las luchas de facciones, los caudillos sustituyeron
a los héroes, como lo prueba la soledad y el olvido en que terminó sus días en 1862 la
chuquisaqueña Juana Azurduy de Padilla.
Recién a fines del siglo, en el marco de los enfrentamientos entre las oligar­
quías del sur y del norte, el encono histórico por la primogenitura de la proclama de la
independencia de España y la lucha por la capitalía entre Sucre y La Paz, se dio mayor
importancia a la celebración de los aniversarios cívicos, remarcando la importancia de
los respectivos aportes en la construcción de la nacionalidad.
El “Homenaje al primer centenario del 25 de mayo de 1809”, auspiciado por la
Sociedad Patriótica de señoras “Juana Azurduy de Padilla” tiene por objeto publicar
los datos biográficos dispersos de las patricias y heroínas del Alto Perú, dando a cono­
cer “los esfuerzos que hicieron nuestras abuelas para darnos el ambiente vivificador de
la democracia y de la libertad”. Valentín Abecia, encargado de la recopilación y el
prólogo, dice “tal vez ninguno de las estados hispanoamericanos pueda exhibir” en la
historia de la guerra de la independencia, patricias y heroínas más sobresalientes que el
Alto-Perú, hoy Bolivia.' En el recuento del pasado histórico, el autor menciona como

-3 1 -
B eatriz Rossells

otro momento fundamental de la memoria local, la participación de una mujer en la


defensa de la ciudad de La Plata contra el sitio impuesto por los indios en 1781 durante
las sublevaciones liderizadas por Catari, con lo que se aclara la distancia de la élite que
festeja el centenario del país y la población indígena que no ha sido incorporada al
mismo y cuya rebelión ancestral permanece en la memoria citadina como un signo
enemigo.
La expresión misma de la oligarquía chuquisaqueña está representada en esta
sociedad femenina al figurar como su presidenta Clotilde Argandoña, princesa de “La
Glorieta”. En sutil juego de continuidad patriótica, en la primera página aparece la
nómina de socias, y en la última, la de las 24 ninfas que saludaron con un himno al
Libertador Bolívar a su ingreso a la ciudad de Chuquisaca el 4 de noviembre de 1825,
presididas por la “matrona” Josefa Lizarazu de Linares, Condesa de la Casa Real de
Moneda, viuda de un militar del bando realista (madre de quien años después sería
Presidente de Bolivia, José María Linares). Frente a este documento de personalida­
des conocidas, optamos para la Antología por el de las Heroínas Potosinas cuyos nom­
bres han resonado poco.
La novela “Juan de la Rosa” constituye una de las novelas fundacionales de la
narrativa latinoamericana, transfigura la defensa de las mujeres de Cochabamba en un
importante símbolo nacional, más tarde declarado texto oficial de lectura obligatoria
en la enseñanza. Publicada en 1885, fue escrita hacia 1880, a la manera del diario del
guerrillero tambor Vargas (persona real). El narrador de Juan de la Rosa, supuestamen­
te actor de la guerra de la independencia, pretende representar la memoria popular,
pero en el fondo transmite el imaginario nacional liberal del autor, Nataniel Aguirre,
estadista, abogado y miembro de la Asamblea Constituyente de 1872 y jefe militar en
la guerra con Chile (1879). La intención del autor, es difundir la historia nacional,
entregar ejemplos de vida para la juventud, como el amor a la patria, pero también
recuperar las hazañas de las luchas cochabambinas y su importancia regional en la
formación del estado- nación boliviano asignando papel protagónico a los héroes crio­
llos y mestizos y relegando al pasado lo indígena (Godkowitz, 1997).
García Pabón (1998 a) ha realizado un estudio sobre la novela, considerada
como un “romance histórico”, que a través de un texto ficcional narra la nación por
medio de símbolos, arquetipos y hechos, funda sus orígenes y define el pueblo, pero a
la vez sustenta la ideología del Estado. Según García Pabón, Juan de la Rosa es un
espacio novelesco de perspectiva novedosa donde tiene espacio la mujer, la tensión
criolla-mestiza vs. indio cholo, el amor a la madre y a la patria y otros elementos
ausentes en novelas de la época. Aparece singularmente la esposa del narrador que
sirve de mediadora y restauradora entre la narración y su proyección hacia el presente.

- 32-
*}'& 5 en la h isto ria de B o livia - Imágenes y realidades d e l sig lo X IX

2. LEYES Y TRIBUNALES PARA LAS MUJERES


DE LA NUEVA REPÚBLICA
A la Asamblea Constituyente de Bolivia convocada en Charcas por el Mariscal
Sucre el 6 de agosto de 1825 sólo asistieron dos jefes guerrilleros, la mayoría, más de
un centenar, ya había sacrificado la vida, y los pocos sobrevivientes, o no cumplían los
requisitos de renta y alfabetismo o fueron postergados en sus respectivos distritos. La
masa indígena fue olvidada pese a que el legendario Manco Kapac es mencionado en
la retórica acta de fundación. Ninguna mujer asistió ni hubo una sola representante
femenina entre los diputados de esa Asamblea pese al rol protagónico y al sacrificio
realizado en la guerra independentista, unánimemente elogiado por los cronistas de la
época. Era simplemente inconcebible que una mujer pudiese representar a su comu­
nidad.
El país nació con aproximadamente 2.300.000 kilómetros cuadrados y una po­
blación de alrededor de un millón de habitantes mayoritariamente indígenas, que con­
tinuaron sometidos a la minoría criolla durante todo el siglo XIX figurando como prin­
cipales contribuyentes del Estado a través del tributo indígena. En esta República que
excluía deliberadamente a la mayoría de su población de todo derecho, continuaron
dominando, además de la clase militar, los dueños de hacienda, mineros y sacerdotes,
con una clase intermedia formada por artesanos y pequeños comerciantes. Las autori­
dades eran exclusivamente hombres pues la mujer no tenía el goce de derechos civiles
ni políticos.
Cabe formular la pregunta ¿cuál fue el cambio de la situación de la mujer en el
paso de la Colonia a la República a través del examen de una de las instancias consti­
tutivas de las relaciones sociales como es el Derecho? Tanto el Derecho como el Esta­
do reflejan la estructura desigual de la población en el sentido de las características
raciales, de grupo social y género. El discurso y la razón jurídica no son neutrales
sirven al ejercicio del poder para reproducir y mantener la organización social, por lo
tanto, el sistema legal que se organiza con la creación de la República instala un entra­
mado de falacias que va a perdurar por todo el siglo XIX e incluso el XX. En el nombre
de la modernidad, se fortalece la sociedad patriarcal y androcéntrica del Derecho Cas­
tellano que toma al varón como modelo de lo humano y sujeto legal cuyas necesidades
deben ser legisladas. Las mujeres tienen un rol complementario y subordinado.
Las nuevas Repúblicas toman como modelo el Código Napoleón de 1804, pro­
ducto de las doctrinas liberales del individualismo laico imperante en el período post
revolución francesa. El reconocimiento jurídico de igualdad de los habitantes es parte
del lenguaje formal y funciona como un manto que impide ver la realidad: una socie­
dad fuertemente jerarquizada y racista.
La Constitución Política del Estado de 1826, «garantiza a todos los bolivianos
su libertad civil, su seguridad individual, su propiedad, y su igualdad ante la ley ya
premie, ya castigue” (Art. 149). Sin embargo, el ejercicio de la ciudadanía tal como se

- 33-
B eatriz R ossells

lo establece, implica limitaciones de tipo social y económico insalvables no solamente


para el acceso a la vida pública y al manejo del Estado sino para diversas transaccio­
nes y actividades de la vida civil. Hombres y mujeres que no saben leer y escribir
(aunque formalmente esta calidad según la Carta Magna solo debía exigirse desde
1836) o no tienen algún empleo, o industria, o no profesan «alguna ciencia o arte, sin
sujeción a otro en clase de sirviente doméstico” (Art. 14) no pueden ser ciudadanos. El
art. 17 de la Constitución Política especifica que: “Sólo los que sean ciudadanos en
ejercicio, pueden obtener empleos y cargos públicos”. Esta legislación funciona como
una barrera efectiva de género y combina con la distribución de cargos públicos a
grupos que gozan de la prerrogativa del poder. Las mujeres están excluidas de hecho
de este ejercicio al ser dependientes.
El cuerpo legal que define más claramente la situación profundamente
discriminatoria de la mujer es el Código Civil Santa Cruz (1831), heredero de la revo­
lución francesa que proclama los derechos del hombre, pero prolonga el status femeni­
no colonial caracterizado como un ser «incapaz» de realizar acciones similares a las de
los hombres, asimilado a la minoría de edad y a la inferioridad abiertamente decretada
de la mujer, y como consecuencia de ello, su dependencia y la prohibición y restricción
de realizar una serie de actos por sí misma. Así por ejemplo, dice el Código: “Los
testigos en los intrumentos <del estado civil> no serán sino del sexo masculino, mayo­
res de veinticinco años, y podrán ser elegidos por los interesados” (Art. 28). «La
muger no puede comparecer en juicio sin licencia de su marido (Art. 132), salvo en
materia criminal cuando es considerada culpable; Aún en caso de que el marido estu­
viera ausente, impedido o hubiera sido condenado a una pena, la mujer no podría com­
parecer enjuicio ni contratar, salvo autorización expresa del juez (Arts. 137,138).
Si durante la minoría de edad (hasta los 25 años) el padre era el administrador
de sus bienes, al contraer matrimonio, esta facultad recaía en el marido. Con este
estado civil, la mujer pasa a tener una serie de obligaciones que el hombre no contrae
y que identifican el rol diferenciado de una y de otro: «El marido debe protección a su
muger, y ésta obediencia al marido» (Art. 130). “La muger casada, no tiene otro domi­
cilio, que el de su marido. (Art. 53). Está obligada a habitar con él, «y a seguirle donde
él juzgue conveniente residir. El marido está obligado a recibirla en su casa, y a darle
todo lo necesario para la vida según sus facultades y su estado (Art. 131). Se añaden las
restricciones en la vida civil y económica: «La mujer no puede dar, enagenar, hipote­
car, ni adquirir por título gratuito ú oneroso sin la concurrencia del marido al acto, ó sin
su consentimiento ó ratificación posterior por escrito» (Art. 134).
En el ámbito de las relaciones domésticas, la legislación de la iglesia se mante- ?
nía inalterable con un férreo control de la normativa matrimonial, familiar y de la
moralidad femenina. Si bien el matrimonio está legislado por el Código Civil, por su
carácter de «sacramento» reconocido por las leyes bolivianas, debía someterse a las
formalidades y disposiciones del Concilio de Trento. Después de que la Pragmática,

- 34-
^Ekr C'Mujeres en la h isto ria de B olivia - Im ágenes y realidades del s ig lo XIX

política borbónica que intentaba reforzar la patria potestad impuesta en España en


1776 y extendida a América en 1778, una Cédula Real de 1803, fortaleció aún más el
derecho de los padres a autorizar u oponerse a los matrimonios de los hijos. Es claro el
objetivo de evitar las uniones desiguales en fortuna o posición social. Así, en pleno
período del quiebre de la hegemonía española, en 1816 en la ciudad de La Paz , la
Marquesa de Haro inicia una causa criminal contra la madre de la novia, por haber
intentado celebrar «clandestinamente sin su licencia y beneplácito» el matrimonio de
su hijo Ignacio Pinedo, subteniente de caballería, con María Astete, ambos menores.
Los pormenores del juicio se asemejan a una historia de Romeo y Julieta criollos, por
la cantidad de mecanismos que funcionan más allá de la voluntad o los sentimientos de
un par de adolescentes. La Marquesa obtiene rápidamente el mandamiento de prisión y
embargo contra las personas y bienes de los cuatro participantes en la ceremonia: para
el novio y los testigos, compañeros del ejército, en el cuartel general de Infantería;
para la novia la «carcelería» en el Monasterio de la Concepción para ser trasladada
luego al Beaterio de Recogidas. Ante la información de que su hija sería llevada a este
último sitio de reclusión, la madre reclama se la mantenga en el primer convento por el
rango y el tipo de reclusas, llamadas «las mujeres del siglo”. Ella es arrestada en su
casa y sufre una orden de embargo de sus bienes, que no puede ejecutarse al carecer de
ellos (salvo unas bancas de estrado y sus alfombras de uso). La intervención de los
brazos de la justicia se acelera por las vinculaciones excepcionales de la madre ofendi­
da que recurre en primer lugar a su primo político el Oidor José María de Lara.
Las reacciones de la Marquesa ante el matrimonio «por sorpresa» que realiza
su hijo menor con una niña que parece carecer de nombre ilustre y fortuna, muestran la
dureza de las estructuras y privilegios de la aristocracia española, sus conexiones con
la alta burocracia gobernante, el manejo discresional de los mecanismos legales, el
apego a las disposiciones de la corona en tanto sean beneficiosas y, fundamentalmen­
te, la defensa cerrada de la ideología de superioridad social y racial en relación a la
población llana del territorio nacional, que en este caso, es una viuda con hija, sin
recursos, pero con la conciencia de que la nombrada desigualdad entre los contrayen­
tes solo tiene que ver «con la diferencia de algunas circunstancias accidentales de poco
momento». Por ello, consigna y valora el destino ocupacional y profesional del mari­
do ya fallecido y los parientes, como cualidades honoríficas comparables a las prove­
nientes de los títulos.
Es sumamente informativo este juicio pues precisamente por encontrarse en los
albores de la República arroja datos acerca de la interrelación conflictiva entre la po­
blación de origen peninsular y la población criolla aspirante a ocupar lugares de impor­
tancia en la sociedad y a equiparar sus méritos a los títulos de Castilla. No conocemos
la conclusión del combate simbólico entre las madres de los jovenes supuestamente
enamorados, en una sociedad que está en plena crisis política, pero cuyos valores do­
minantes parecen mantenerse en vigencia y arraigados. Se puede vislumbrar que la

- 35-
B eatriz R ossells

creación de una República «democrática» formal no cambiará grandemente esta ideo­


logía al no realizarse una transformación en las bases de la sociedad.
El matrimonio es entendido como una sociedad conyugal y mantiene la tradi­
ción del Derecho Castellano antiguo y moderno. Sobreviven las prácticas de la dote,
las arras, los bienes parafernales y se estila que las ganancias durante el matrimonio
sean partibles. El Código Civil de 1831 define el matrimonio como una sociedad con­
yugal y legal, «por la que se hacen entre los dos partióles todos los bienes ganados
durante su unión, aunque los capitales traídos sean desiguales, ó aunque el uno llevase
capital y el otro no». Son bienes gananciales los adquiridos con su trabajo, industria
oficio o profesión por cualquiera de los cónyuges así como las rentas y frutos percibidos
y pendientes de bienes que cada uno aportó al matrimonio, y de los que vinieron duran­
te la unión por herencia, legado, donación o por otro título cualquiera. Más aún, inclu­
so los bienes de patrimonio de cada uno se presumen comunes mientras no se pruebe
lo contrario, de acuerdo a instrumentos dispuestos para ello.
De ahí que las familias de gran poder económico registraban cuidadosamente
los aportes de los contrayentes. Así, al casarse el Presidente de la República de Bolivia,
Andrés de Santa Cruz, la esposa declara para los efectos consiguientes, los bienes
aportados por el marido que alcanzan a 121.794 pesos, consistentes en una casa, los
muebles y adornos, tres haciendas y una estancia. Tal aporte entra al fondo de la socie­
dad conyugal como resguardo para la esposa. El documento sostiene que forman
parte del caudal aportado, todos los bienes «que herede y adquiera, o por donación u
otro contrato lucrativo de algún pariente u estraño deducido primero el importe de la
dote, arras de la Sa. otorgante, y de más que por herencia, legado, donación o cesión
recaiga en ella, para que a ninguno se perjudique en los gananciales que pueda haver
cuando el matrimonio se disuelva». Por su parte, la novia Da. Francisca de Paula
Sernadas, en carta de dote, donde figura la dote y caudal propio que asciende a 17.458
pesos de los cuales “ofreció otorgar el competente resguardo prometiendo por aumen­
to de dote o en arras y donación propter nuptias la de quince mil pesos...... La dote
entregada incluía una casa en la ciudad del Cusco, alhajas, vajilla de plata labrada y
otros. Todos los bienes ingresados a este patrimonio fueron debidamente tasados por
«personas inteligentes».
Hasta el punto de la presunción de bienes gananciales salvo prueba en contra­
rio, el manejo del patrimonio ganancial parece efectivamente una sociedad (art. 959).
Pero el siguiente artículo aplica la noción de incapacidad legal de la mujer casada
estableciendo: «Sin embargo de que el dominio de los bienes gananciales es común á
ambos cónyuges, solo el marido puede enagenarlos aun sin consentimiento de la muger».
Por cierto que, esta disposición basada en la suposición de la debilidad e inferioridad
intelectual de la mujer que la inhabilita para manejar su propio patrimonio ha sido la
causa de innumerables abusos en los que el marido disponía de los bienes a su arbitrio.

- 36 -
éZas C'Mujeres en la h isto ria de B olivia ■Imágenes y realidades d el s ig lo X IX

La legislación del siglo XIX establece la continuidad de la costumbre castella­


na de la dote, que según el Código Civil es «la suma de bienes que la muger ú otro por
ella dá al marido para soportar las cargas matrimoniales. Puede constituirse y aumen­
tarse tanto después de celebrado el matrimonio, como antes». La dote comprendía
todos los bienes presentes y venideros de la mujer o solo los presentes y aún solo parte
de los presentes y futuros. La dote podía ser justipreciada o no. En el primer caso la
responsabillidad para el marido aumentaba pues era una especie de venta. En el caso
de no evaluarse la dote, el provecho o daño recaía sobre la mujer y sus herederos. Una
serie de condicionamientos propios de la figura jurídica de la dote obligaba a los con­
trayentes a estipular los detalles cuidadosamente.
Al igual que en el caso de los bienes gananciales “solo el marido tendrá la
administración de los bienes dótales durante el matrimonio; mas para su devolución
estarán por la ley hipotecados todos sus bienes». Pero en este caso, existían medidas de
protección para la mujer, por las que el marido tenía con respecto a los bienes dótales
las mismas obligaciones de un usufructuario. Así los inmuebles constituidos en dote
no podían enagenarse durante el matrimonio por ninguno de los cónyuges salvo en
casos excepcionales establecidos por la ley. Además, en caso de que la dote estuviera
constituida por bienes inmuebles o muebles, el marido o sus herederos estaban obliga­
dos a restituirla a los veinte días después de la separación del matrimonio. Si la dote
estaba en riesgo de perderse, la esposa podía pedir la seguridad de los bienes de acuer­
do a disposiciones pertinentes.
Las arras son la donación hecha a la mujer por el marido «en remuneración de
la dote, virginidad ó juventud. Su dominio es de la muger y sus herederos» establece el
art. 980 del Código Civil, dejando en claro «el valor» de mercado asignado a la virgi­
nidad de la mujer lo que regula su sexualidad hasta el momento de su matrimonio.
Los bienes parafernales también establecidos por el Código Santa Cruz son
aquellos que pertenecen a la mujer y no han sido constituidos en dote. Ella tiene la
administración y goce de estos bienes, pero no puede enajenarlos ni comparecer en
juicio por estos bienes, sin tener antes la licencia del marido. Este puede disfrutar de
los bienes parafernales tanto por un poder expreso de la mujer como sin él, con las
consecuencias explicitadas en la ley, de tal manera que tiene las obligaciones del usufruc­
tuario.
En la práctica se llegaron a confundir los bienes parafernales con los patrimo­
niales de la mujer y el marido podía oponerse al goce y administración que esta tenía
derecho, aún después de estar separados los cónyuges. Veamos un caso en 1891, en
que Francisca Vargas, separada por más de seis años del marido, solicita la licencia
marital para vender sus propiedades parafernales, hacer nuevas adquisiciones, nego­
ciar préstamos con hipotecas sobre ellas, etc. El marido simplemente se opone alegan­
do algunas razones, entre ellas, que la esposa malversaría los bienes, «de la general
discrecionalidad surjiría la malbercion i poco tino en los contratos i demas emerjencías»

- 37-
B eatriz R ossells

y, a continuación, subraya «debe ser consultada mi autoridad de marido que como jefe
de la familia en el matrimonio, tengo la tuición de los intereses».
En otros casos de divorcio, se logran acuerdos de manera más fácil como en el
caso de Doña Maria del Carmen Franco y José Manuel de Rebollo, iniciado ante el
Provisor y Vicario General de la Diócesis en 1834, debido a que en un largo tiempo
vivieron «en una continua contradicción, y disgustos, que no hacen sino atraemos males
de primera magnitud, tanto en lo moral, quanto en lo físico».... Cumplido el término de
un año de separación, solicitan proceder al justiprecio de mejoras, habidas y adquiridas
durante el matrimonio, liquidación de cuentas y otros pasos para proceder a la separa­
ción de bienes, por existir asuntos graves -litigios- que exigen soluciones inmediatas a
favor de los intereses, convienen amistosamente en la distribución de haciendas, es­
tancias y ganado, alegando que este es uno de los casos que concede el Derecho para
que la mujer casada pueda tratar por sí, bajo la libre, franca, absoluta administración
de ella y por consentimiento de su marido, algunas de las fincas patrimoniales, sin que
el marido «tenga responsabilidad alguna, ni obligación para agitar estos, y otros plei­
tos movidos, y por mover a favor o en contra de los intereses que hasta hoy han sido
comunes de su administración en el matrimonio..,»(ALP/JL 1834-1836).
Durante el siglo XIX, como en el período colonial, es posible que tanto el
esposo como la esposa demanden el divorcio ante los tribunales civiles y eclesiásticos
por causales de adulterio, excesos, sevicias o injurias graves. La condenación de uno
de ellos a pena infamante será para el otro una causa de divorcio. El divorcio-separa­
ción está regido por el Código Civil y se mantiene subsistente el vínculo jurídico legal,
sólo los tribunales eclesiásticos pueden fallar sobre el divorcio. En orden a la presta­
ción de alimentos, son los tribunales civiles los que tramitan. La mujer demandante o
demandada de divorcio podrá dejar la casa del marido durante el litigio y pedir una
pensión alimenticia al marido, pero ella no puede elegir libremente su nueva residen­
cia, el juez debe fijar el lugar donde debe residir la mujer. Y ella está obligada a justi­
ficarla en la casa indicada, en caso de exigírsele. De lo contrario, el marido puede
negarle la pensión alimenticia, y si ella es la demandante en el divorcio, hacerla decla­
rar inhábil para proseguir el litigio.
Son varios los aspectos en los que la situación de la mujer se presenta de mane­
ra gravemente injusta en las relaciones matrimoniales y cuando se plantea la separa­
ción. El primero es la privación de libertad una vez iniciado el juicio de divorcio por
cualquiera de los cónyuges, pues sea demandante o demandada debe dejar la casa
común y trasladarse a un beaterío o recogimiento (“casas de virtud y honrades”). Con­
siderado inconveniente el habitar en otra vivienda que no fuera señalada por el juez, se
juzga la incapacidad de la mujer de cuidar por sí misma de su honorabilidad, pues de
eso se trata. Incluso cuando ha finalizado el divorcio ella no puede abandonar el beaterío
por su cuenta.

- 38-
íC ^ ¿ £ f ( ~ ^ v £ lJ 6 1 0' S en la h isto ria de B o llvla ■ Im ágenes y realidades d e l sig lo XIX

Una condición que ponen los maridos dentro del juicio de divorcio para prestar
los alimentos es que se mantengan las esposas en un monasterio, caso contrario, no
solamente se niegan a esa obligación, sino que ponen en duda sus actividades. En el
caso del inicio del divorcio de Francisca Flores, ella es acusada de “disfrutar de su
libertinaje al tamaño de su deceo y desemboltura” estando en la calle y de pretender
“sacudirse el yugo de sus liviandades” y de mantener a expensas del marido “la
carrera de su adulterio y prostitución” (CSJCh 12.036).
La respuesta esperada de parte de las mujeres ante los problemas del matrimo­
nio, por difíciles que estos sean es la resignación y la paciencia, y sólo ante situaciones
verdaderamente insostenibles las mujeres “se determinan” a iniciar la demanda. La
violencia y el mal trato aparecen como las situaciones de mayor frecuencia y gravedad
“crueles golpes de cuias resultas casi perdí la vida”, azotes, golpes con palos y piedras
que dejan cicatrices y otras consecuencias “tube que padecer por mucho tiempo del
flujo de sangre que me sobrevino, probeniente de un golpe que me dio en las caderas,
que me desconserto los huesos..asi mismo estube otro tiempo con las manos balda­
das”. Otra mujer dice “cada dia cada momento está el palo cruzando mis pulmones,
cada dia cada momento soi estrujada bajo el peso de sus puños y patadas, cada dia cada
momento el estoque roza mi cuerpo”. Denuncian grandes padecimientos, persecusión,
tormento y penas, expresiones como “la mujer mas infeliz, la mas desgraciada y la que
puede servir de remedo a los maiores infortunios” son encontradas en estas denuncias
de malos tratos que sirven de base a las demandas de divorcio.
De todas maneras, el divorcio tampoco se presenta como una medida que vaya
a facilitar y cambiar totalmente la vida de las mujeres, ésta seguirá llena de dificulta­
des, empezando por todos los trámites y pasos a seguir. Los períodos de conciliaciones
obligatorias por ley solían acarrear mayores agravios y la división de bienes, querellas
de mayor o menor gravedad.
Otro problema emergente de la solicitud de divorcio es la apropiación de los
bienes muebles, joyas, e incluso ropa por parte de algunos maridos durante el juicio,
mientras las mujeres se encuentran recluidas en los beateríos.
El artículo 449 del Código de Procederes prescribe la obligación de presentar
una descripción estimativa de los bienes muebles e inmuebles y alhajas. En algún caso
como el de Faustina Nuñes y Manuel Infantas, el marido solicita la entrega de todas las
alhajas y especies por ser “el único buen administrador y responsable de los bienes”
con el argumento de que la consorte pueda quedarse con ellas de manera subrepticia.
Tampoco es extraño el caso de disipación de bienes provenientes de la dote de la espo­
sa por el marido.
Y ciertamente, los juicios muestran la complejidad de la vida matrimonial y de
las relaciones de pareja, como el divorcio iniciado por Manuel Félix Aldana a María
Urquia cuando la pareja ya había obtenido el divorcio por sentencia ejecutoriada. La
esposa alega “la desgracia de reunirme otra vez con él...por influencias estrañas”. O el

- 39-
B eatriz R ossells

caso de los esposos que después de haber tenido una pelea en la que ella recibió “una
pequeña rotura de cabeza”, ambos reclaman por haber pasado el marido algunos días
en la cárcel y por cobros ilegales.
En caso de que el divorcio tuviese como causa el adulterio de la mujer, ésta
podía perder los bienes, al igual que la dote constituida por el marido.
La ley prevee la concesión de una pensión moderada al marido si la mujer fuere
rica y el otro pobre, viejo o inhábil para trabajar, y el divorcio se hubiere declarado sin
culpa suya.
La aproximación desde la dimensión de género al contenido del mundo jurídi­
co revela la discriminación de las medidas legales así como la profunda relación con
la moral cristiana tradicional que juzga con un doble standard las faltas y delitos de
hombres y mujeres. El Código Penal promulgado en 1831 por Andrés de Santa Cruz y
el vigente durante todo el siglo, promulgado en 1834, seguía al Código Civil español
de 1822, que bebió a su vez de varias fuentes como las leyes españolas de las partidas,
los fueros, el código francés de 1810 y otras, de realidades muy diversas a la boliviana,
es otra muestra de las injusticias e incongruencias en la relación de género: el honor
del hombre es defendido por encima de los derechos de la mujer. Así, tratándose de
raptos, fuerzas y violencias contra las personas, «si fuere casada la mujer contra quien
se cometa la fuerza.... sufrirá el reo un año más de obras públicas, i el destierro en su
caso durará, también mientras viva el marido, a no ser que este consienta lo
contrario....«(Código Penal, Art. 553). El Art. 13 del Código Penal autoriza la violen­
cia contra la esposa, si ésta es encontrada en falta, comprendiendo el derecho del hom­
bre al honor como circunstancia que destruye la criminalidad o culpabilidad.
Si la Ley representa una camisa de fuerza para la mujer, impidiéndole el desa­
rrollo de su ser, bajo la dependencia masculina, la propia ley abre resquicios que per­
miten la expresión del desacuerdo, la protesta e incluso la rebelión personal contra el
status quo de género, pero de una manera muy limitada. En otras palabras, si la ley es
de y para los hombres, no se crea que los tribunales son para las mujeres. Todo el
sistema judicial está presto a responder a los intereses masculinos pues ese es su fin, de
ahí que jueces y abogados, tarde o temprano preferirán dar la razón a sus pares, con
excepciones obviamente. De todas maneras, los tribunales representan para las muje­
res una gran puerta para replantear los asuntos, salir a luz pública y ejercer el derecho
de reclamo o de ejercicio de su menoscaba ciudadanía.
Para conocer esta otra cara de la realidad del mundo jurídico que es la propia
vida real, los archivos judiciales resultan ser la gran fuente inagotable y poco explora­
da. Entre procuradores, escritos, juzgados, autoridades, abogados y litigantes se defi­
nen los intereses sociales y económicos del ámbito familiar. Pero también los dramas
personales de mujeres y hombres que renuncian a continuar una situación dada o pro­
curan alcanzar beneficios de todo tipo en desmedro de otras personas. En los litigios
aparecen las mujeres, muchas veces al límite de su resistencia, despojadas de las limi-

- 40-
(^uis oM ujeres en la h isto ria de B o livla - Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

taciones formales -no teniendo ya nada que perder- proponen, reclaman y gritan sus
verdades, por intermedio de los notarios y abogados: acusaciones de violencia, de
abusos intrafamiliares de larga data, de apropiaciones indebidas, y también de quere­
llas interminables entre mujeres. Tratamos de ofrecer esta riqueza de información de
primera mano, presentando varios casos sobre el mismo tipo de asuntos-divorcios o
riñas- y otros de diferentes períodos, a fin de percibir los cambios y continuidades.
Los piezas o extractos de querellas que reproducimos en esta Antología conser­
van la ortografía propia con la excepción de palabras que de no corregirse o completar­
se hubieran dificultado la lectura de las mismas.
Un problema frecuente en este período es el derivado de la vida de las mujeres
en los beateríos o monasterios donde eran internadas para resguardar su honor o como
pena de reclusión. En estos lugares se encerraba a adolescentes de familias adineradas
cuyo honor se quería cuidar de malas amistades o influencias, y como lugar de instruc­
ción básica y religiosa a falta de escuelas públicas. Los beateríos eran finalmente,
cárceles para mujeres que no habían cometido delitos. Siendo estos espacios alternati­
vos del hogar para la mujer, se producían solicitudes de traslados de beateríos, raptos
de jovenes por familiares, etc.
Es conocido que durante el régimen colonial la única salida a las jovenes que
no hallaban marido era el refugio del convento, bien fuese como novicias o como
domésticas. Pero aquellas que no se casaban estaban destinadas, como se solía decir y
se dice todavía “a vestir santos”. No todas las jóvenes podían entrar a los conventos
pues para ello debían contar con una dote. Las demás quedaban condenadas a las ta­
reas domésticas o a las faenas agrícolas. Con el paso de los años, la fe religiosa y la
disciplina fueron perdiéndose en los claustros, dando lugar a muchos escándalos.
El convento colonial que se extiende en el siglo XIX, aparece como el espacio
de paso obligatorio para la mujer joven y vieja. “Mala” y “buena”, allí va tanto por
condena como por salvación. Salió esta monja “a gozar de su libertad y sus derechos”
dice José María Rey de Castro, a propósito de una novicia que solicitó el penniso para
dejar el convento al Mariscal Sucre. La “revolución” de la independencia no cambia­
ría mucho las libertades y derechos de las mujeres, la prueba es que el convento y el
beaterío, continuaron siendo lugares de encierro para las mujeres. Sin embargo en
1846 hay constancia de mujeres presas en la cárcel.
La violencia contra la mujer aparece como una constante a lo largo del siglo y
como una costumbre asentada entre los hombres. En las primeras páginas de su novelita
Soledad, escrita en 1847, en la hacienda paceña de Cebolullo, el escritor y futuro gene­
ral argentino Bartolomé Mitre, consigna una escena conyugal de violencia en una pa­
reja de hacendados: “La cólera largo tiempo concentrada del marido de Soledad estalló
al fin. Se apretó la cabeza con ambas manos, sus ojos se inyectaron de sangre, y arro­
jándose sobre Soledad dejó caer ambos puños sobre la angélica cabeza de aquella
desgraciada. Soledad cayó al suelo aturdida por el golpe; al chocar sus labios sobre las

-4 1 -
B eatriz R ossells

baldosas del piso, brotaron sangre, y exhaló un gemido doloroso. Ese gemido llegó al
fondo del alma del verdugo y se arrepintió de su barbarie. Se inclinó hacia su mujer y
quiso levantarla en sus brazos, pero ella, que había recuperado sus sentidos, se incor­
poró rechazándolo con dignidad.
-Señor, el que maltrata a su mujer es un infame que no tiene derecho a exigir
nada de ella, pero permito ser pisoteada con tal de que se me deje al menos la libertad
del corazón” (Mitre, 1996: 14-15).
Ya en 1852, Cupertino de la Cruz Méndez, daba su voz de alarma sobre el
particular: la “costumbre tan bárbara como vil de dar golpes a sus mujeres, con honro­
sas excepciones en la sociedad, la mayor parte de los maridos la practica brutalmente,
sin darse cuenta siquiera de la perversidad, de la vileza, de la infamia que lleva consigo
esa acción” (Méndez, 1852: 304).
Méndez habla de la falta de educación moral, de la distancia con las institucio­
nes democráticas que se han adoptado, de los vicios y andrajos que en la población
masculina quedaron de la revolución después del despotismo español, de las grandes
distancias entre la formación de las mujeres y los hombres, las primeras con una supe­
rioridad en “la cultura del corazón” que es la causa de su inferioridad social; y los
segundos, sólo con instrucción: “aquella se educó con cuanta perfección se pudo al­
canzar en nuestra naciente civilización y realzó su corazón con prendas inestimables;
pero éste quedó con los vicios del campamento patriótico <...> al hombre se le ha
prodigado cuanta instrucción es imaginable en nuestro país y en nuestra época; su
inteligencia se ha cultivado cuanto han pedido las exigencias del país; pero no ha reci­
bido educación alguna; su corazón ha permanecido seco, informe, sin pulimento, sin
moralidad, sin amor. Historia, filosofía, literatura, política, legislación, economía, cien­
cias físicas y naturales; todo lo sabe, todo le es familiar, y en sus escuelas sólo amar no
ha podido aprender” (Méndez, 1852: ).
Los sectores sociales a los que Méndez se refiere no son los populares y su
análisis toca los mismos puntos neurálgicos que décadas más tarde tratará también
incisivamente Adela Zamudio.
José María Dalence en el mismo período, atribuye los dos tercios de los delitos
consistentes en peleas, heridas, homicidios al estado de beodez y distingue el asesinato
propiamente dicho como homicidio con alevosía, de los 29 consignados en este tipo.
Además, atribuye la mayoría de ellos a los aborígenes “que enfadados de sus consor­
tes, se deshicieron por este medio de ellos, para unirse a otras personas de su afición”.
Ingenuamente propone que si el divorcio verdadero fuera permitido en el país, desapa­
recerían con la causa “estos delitos tan comunes en los aborígenes” (Dalence, 1852).
Si para Dalence los buenos hábitos y la religión podían disminuir esta mala
conducta, una mirada histórica de lo que significa la violencia, la caracteriza como una
práctica de un orden normativo al interior de la sociedad en sus diversas y múltiples
formas y desde las prácticas del poder. Para las mujeres, la violencia adquiere una

- 42-
é^ías C'Migares en la h isto ria de B olivia - Imágenes y realidades del s ig lo X IX

racionalidad histórica: son objeto de la violencia que ejerce el Estado, de la violencia


que ejerce la moral pública y de la violencia que ejercen la ideología dominante y la
cultura. La violencia estructural y simbólica funcionan dentro de una permanente
interacción y causalidad recíproca entre sujeto y objeto (Montúfar, 1996). Hombres y
mujeres son afectados por la violencia del sistema que penetra en el hogar en la políti­
ca y la vida cotidiana. Las mujeres de estratos populares sufren una violencia mayor
debido a su posición social y de género. Para ellas la violencia se convierte tanto en
una práctica de dominación como de transgresión. De esta manera en la dura lucha por
la sobrevivencia, las propias mujeres recurren a la violencia. Hay juicios criminales
por injurias y peleas entre mujeres o entre mujeres con grupos de mujeres y hombres.
uLa injuria se convierte en un mecanismo regulador de las relaciones cotidianas, A
través de ella se establecen relaciones de poder entre sectores informales. Las injurias
se concretizan como instrumentos de ajuste. El poder se levanta aquí sumido desde
concepciones marginales, y por supuesto, eregido paralelamente al poder formal de la
sociedad, mostrándonos que si bien la dominación política, económica y social forman
parte del componente estructural de la violencia, los sectores populares desde su
marginalidad la han levantado consciente o inconscientemente frente a la violencia
estructural” (Montúfar, 1996: 168).
Las mujeres de los estratos populares urbanos resuelven las contingencias de su
vida cotidiana en un ámbito más público que las de otros estratos. Sus reyertas y liti­
gios se desarrollan en la escena pública. La injuria mancha el honor y para querellarse
defendiéndolo, esta defensa debe ser hecha en público. Pero el sentido del honor es
diferente en los distintos estratos sociales. El honor codificado desde el poder está
vinculado con el deshonor de los dominados y con la transgresión a la moral dominante.
La ilegitimidad de los hijos es otra expresión de las relaciones de género origi­
nadas en la violencia de la conquista y la colonia, bajo el signo de la explotación y la
diferencia cultural. Es parte del proceso de mestizaje producido entre familias blancas
con indígenas o mestizas, principalmente el hombre proveniente del sector de la pobla­
ción blanca, razón por la cual las uniones eran consideradas ilegítimas y quedaban al
margen del matrimonio. El problema de la ilegitimidad/bastardía atraviesa el orden
social en los países hispanoamericanos convirtiéndose en una «marca» definitoria del
sujeto en la historia nacional, vigente en los Códigos Civiles, cargada de signos nega­
tivos. «La ilegitimidad jugó un papel esencial en la formación de nuestra sociedad, y
creemos que sus implicancias no sólo pueden analizarse desde un correlato sexual y
cultural, sino también social....” (Montecino, 1993). El sello de ilegitimidad no sólo
implica el estigma para los hijos ilegítimos sino configura una forma peculiar de cons­
titución de la familia centrada en la madre y con un padre ausente.
En 1826, el 29% de los nacimientos en Bolivia corrrespondían a mujeres solte­
ras especialmente mestizas (75%) (Crespo, 1975:52). Como producto de la larga Gue­
rra de la Independencia quedó un alto índice de hijos ilegítimos, expósitos, viudas,

- 43-
B eatriz Rossells

niños huérfanos. La ley sancionada en 7 de enero de 1827 trató de resolver el problema


de la ilegitimidad de tipo civil o eclesiástico abriendo la posibilidad de los hijos natu­
rales de heredar “expreso testamento” y “ab intestato” de sus ascendientes en defecto
de legítimos. Para que surja efecto este goce era indispensable el reconocimiento del
padre por medio de documento legal. Los hijos llamados espurios de cualquier calidad
y condición podrán ser herederos forzosos de sus madres expreso testamento y ab
intestato en defecto de legítimos y naturales.
En el siglo XIX se reprodujo el modelo de la familia peculiar y del hijo ilegíti­
mo dado el incremento del mestizaje en las ciudades debido a los altos índices de
migración femenina en busca de oportunidades laborales, generalmente como emplea­
das domésticas, situación social en la que eran fácil presa de los abusos de los patro­
nes; en igual desamparo estaban las mujeres indígenas en las haciendas donde sus
maridos cumplían sus obligaciones de pongueaje, ellas lo hacían con el mitanaje, creando
los patrones la costumbre de desvirgar a las jóvenes, así nacían los bastardos.
El médico e historiador Valentín Abecia en los tareas de censo que realiza en
Sucre durante 7 años observa: «Resulta de las cifras anteriores que la matrimonialidad
en Sucre es de 8.13 por 1.000 habitantes. La cifra máxima en Europa es de 10.4 i la
mínima de 5.1 por cada 1.000. Anteriormente dijimos que la poca matrimonialidad era
una de las causas mas poderosas para aumentar la ilegitimidad que está en razón direc­
ta del atrazo de un pais. Los hijos ilegítimos son el fruto de uniones ilícitas, las cuales
son mayores cuanto mas pobre es el pais i hai falta de industria. La guerra tanto civil
como estrangcra que deja en las ciudades el sedimento de hombres de malas costum­
bres i enemigos del trabajo, la fortuna mal invertida por carencia de educación intelec­
tual i el favoritismo de los Gobiernos que crea falanges de empleomaniacos, son las
causas que contribuyen á la ilegitimidad. Por sobre todas estas causas, hay una aun
mas poderosa, es la falta de educación en las mujeres i la afición al lujo. Esta última
causa arredra en especial á la clase decente para contraer matrimonio” Abecia, 1886).

3. LA PARTICIPACION DE LA MUJER: OFICIOS, OCUPACIONES,


ACTIVIDADES Y PROPIEDADES
Las condiciones de desigualdad jurídica que impiden a las mujeres participar
en la vida civil, política y la administración de sus bienes configuran una situación de
invisibilidad para ellas. En la historia oficial del siglo XIX no se destacan como due­
ñas de grandes negocios ni en algún rubro de la producción o el trabajo. Pero la mitad
de la población de Bolivia, estaba compuesta por mujeres, cabe preguntarse: ¿dónde
estaban? ¿qué hacían? ¿en qué trabajaban? ¿que producían? ¿estaban realmente margi­
nadas de toda administración de propiedades y dineros?
Los documentos relacionados con oficios, ocupaciones y poder económico des­
cubren multitud de mujeres, algunas ricas, hacendadas y agricultoras; otras, las más,
pobres, vendedoras, labradoras, indígenas. En los estrados judiciales aparecen muje-

- 44-
G / í ( llje iC S en h isto ria de B o livia - Imágenes y realidades d el sig lo X IX

res con diversos oficios, pulperas, matanceras, tejedoras, chicheras, cocineras recla­
mando por sus bienes e intereses, a veces de poca monta, pero defendidos a ultranza
mediante los mecanismos de la legalidad formal del mundo dominante. Mujeres que
ocupan espacios laborales y de producción, esforzadas y de gran dinamismo realizan a
la vez, labores domésticas cotidianas y otras, para el sustento familiar.
La mayor parte de las mujeres de sectores populares urbanos y la totalidad de
las indígenas tiene oficios artesanales que las hacen portadoras de cultura y de prácti­
cas que han perdurado ancestralmente. La transmisión de tecnologías y significados
tiene que ver con la memoria colectiva. En ese sentido, tejedoras, ceramistas y otras
artesanas son especialistas en la construcción manual de bienes culturales y tienen
como ocupación y oficio no sólo la manufactura utilitaria sino la elaboración simbóli­
ca de las representaciones de la identidad colectiva. Su valoración como fuerza laboral
no es reconocida, como otras actividades femeninas realizadas al interior del hogar.
Por lo mismo estas actividades, no suelen ser mencionadas en fuentes del sigloXIX,
pese a ser actividades centrales de las mujeres. No ocurre lo mismo con la rabona,
personaje que se pierde al terminar el siglo que ha captado el interés de varios autores,
como un personaje curioso, probablemente como un símbolo no confesado de las ta­
reas femeninas más esteriotipadas: servicio y sexo.
Las rabonas (mujeres de los soldados) aparecen en las largas y duras jomadas
de la guerra de la Independencia. Su oficio limitado al servicio de los soldados tiene su
lado denigrante y su lado humano y práctico pero es parte de la historia del país. Desde
el gobierno de Santa Cruz hasta el de Daza, con los breves interregnos civiles de Linares
y Frías, el país vive una convulsionada existencia caracterizada por motines e insurrec­
ciones que movilizan a los ejércitos de una y otra facción a lo largo del territorio y en
esos ejércitos juega un papel hasta ahora poco valorado pero que en su momento fue
decisivo, el contingente femenino conocido como las «rabonas», vivanderas o compa­
ñeras de los soldados que se ocupaban de preparar el rancho, lavar la ropa y atender a
los heridos. Ningún regimiento se movilizaba sin ellas, aunque naturalmente no figu­
raban como parte de los mismos sino para pagar anónimamente su cuota de sacrificio.
Las vivanderas aparecen oficialmente como parte del Ejército Boliviano en el Código
Militar de 1843 dictado por el gobierno Ballivián.
La rabona es la que sigue al soldado en sus peregrinaciones. En el cuerpo del
ejército boliviano no habían cantineros, por lo que los soldados tenían una especie de
sirvientas que se ocupaban de los víveres en el campamento como en el cuartel, del
transporte del equipaje y a menudo incluso de las municiones de los guerreros a quie­
nes ellas dedicaban su vida. La rabona es también paciente, y puede ser más infatigable
que el soldado al que ella sigue por todas partes. A tal punto el soldado boliviano
necesita de su rabona que, las veces que los jefes han tratado de suprimir la existencia
de estas útiles auxiliares de sus tropas, han visto a sus hombres desertar en masa
(Bresson, 1886: 401).

- 45-
Beatriz R ossells

Joaquín de Lemoine, citado por Rafael Ballivián dedicó en el siglo XIX un


estudio a la rabona:
«Figura anónima de mil jomadas bélicas fue siempre el complemento del ejér­
cito. Figura indispensable en los cuarteles, campamentos, marchas y acciones de ar­
mas, constituyó un factor necesario, en la misma condición que los fusiles o las muni­
ciones. Sin ella no hubo para que contar con la milicia». Lemoine afirma que los lazos
de estas mujeres con los soldados tenían a menudo carácter transitorio:
«Hecha la rabona para seguir como perro fiel a su hombre, no fue más que un
ser pasivo sin soberanía individual. Eso es cierto. Cualquier día recibía el abandono de
su hombre, abandono definitivo, sin adioses. En lugar de ella nunca faltaba la reempla­
zante, sin prerrogativas como la anterior. El hijo no era cadena sino para la
madre...Clásica como era su figura, carácter, indumentaria, se la podía señalar con el
dedo sin que ella hiciera el menor gesto de disgusto. Para su defensa tenía su ascen­
diente militar, sus uñas y su lengua procaz. Pasiva con su hombre, era feroz con los
demás hombres”.
Ballivián elogia a Lemoine, como el único autor del siglo pasado que se ha
acercado con simpatía y cariño a estos seres patéticos de la vida militar, ofrece también
una estampa del aspecto que tenían: «¿No véis aquella cabalgata de mujeres que aban­
dona aprisa la ciudad, levantando tras de sí una nube de polvo, hasta que se pierda de
vista a lo largo del camino?”
“Allá van cabalgadas en acémilas y asnos, llevando pendientes -tanto por de­
trás y por adelante, como por uno y otro costado- útiles de cocina, comestibles, arreos
harapientos de viaje, un niño de pechos a la espalda, un kepí en la cabeza, un fusil en la
maleta, una fornitura en la cintura o una bayoneta en la mano». (Ballivián, 1929).
Su curioso nombre se debe a que se hallaban a la cola (el rabo) del ejército.
Alcibíades Guzmán en su libro sobre los Colorados de Bolivia señala que: «Se daba el
cognomen injurioso de rabonas a todas las mujeres que, en su mayor parte eran concu­
binas que no esposas de militares, siendo más y de condición inferior desvergonzada
las de los soldados, denominación que probablemente derivaba de su costumbre de ir
apegadas al ejército haciendo los servicios de su sexo y de cocina». Mientras el dicta­
dor Linares que se distinguió por su afán moralizador y su menosprecio por la clase
militar señalaba en su mensaje a la Convención de 1861 que «el concubinato del
soldado» era uno de los males del ejército que la civilización extirparía, Belzu y
Melgarejo aparecen como los gobernantes que utilizaron a las rabonas políticamente
convirtiéndolas en comadres, asegurándose así el apoyo de los maridos o amantes en la
oficialidad y la clase de tropa según la investigación realizada por Juan R. Quintana
(1998). Este autor señala que la institucionalización del servicio militar después de la
guerra del Pacífico con la introducción del sistema de rancho para soldados y la mesa
común para oficiales dio fin con las rabonas en el ejército. Los conservadores que
llegaron al gobierno con el convencimiento de que los caudillos militares y la propia

- 46-
sEkr O \tiijeres en la h istoria de B o livia - Imágenes y realidades d e l s ig lo X IX

institución armada habían destruido la República y causado la derrota en la guerra del


Pacífico reaccionaron también contra la presencia de las mujeres en los cuarteles. En
1890, el Dr. Severo Fernández Alonso asentaba con satisfacción en su Memoria al
Congreso «Comprendéis la relación que hay entre lo uno y lo otro, cuando el cuartel es
una sentina de vicios, razón tienen los padres para horrorizarse a la idea de que sus
hijos muy amados, cuyos corazones han procurado preservar del hálito de inmortali­
dad, vayan a sumirse, casi adolescentes todavía en el fondo de un antro de prostitución».
En la expedición del Dr. Daniel Campos (1829-1902) que atravesó el Chaco
Boreal, cinco mujeres bolivianas despertaron la admiración del público de Asunción
del Paraguay que las aplaudió entuasiastamente al verlas llegar con la ropa raída y
señales evidentes de las penalidades que habían pasado. El viaje de ciento cincuenta
hombres acompañados de las cinco amazonas demandó cuatro meses en los que tuvie­
ron que enfrentarse a ataques de los selvícolas y los tormentos de la sed y el hambre:
«Nadie había creído en la realidad de las cinco mujeres expedicionarias (..). Todos las
buscaban. Apoco constituían el centro de un gran círculo en el que se las contemplaba
en actitud modesta y ceñidas de desgarradas polleras, su traje nacional» (Campos,
1897). Eran rabonas.
En los documentos oficiales de los albores de la República aparecen pocas mu­
jeres con oficios y ocupaciones, entre ellos las monjas. Gabriel René Moreno mencio­
na un total de 259 monjas con un número similar de sirvientas en 1806, en los tres
conventos de Chuquisaca, Santa Clara, Nuestra Señora de los Remedios y Santa Tere­
sa de Jesús.
En los primeros años de la guerra de la Independencia se dio una baja de la
población eclesiástica debido a la decadencia económica y la declinación en las voca­
ciones religiosas. Santa Teresa de Potosí albergaba en 1825, a 16 monjas, 10 sirvientas
y 4 muchachas auxiliares mensajeras. El Convento de las Carmelitas en Cochabamba
tenía ese mismo año 17 monjas, cada una con sirvienta. Destinadas al destierro de la
vida profana en nombre de la religión, no tenían una vida únicamente espiritual por los
datos que existen. Durante el primer cuarto del siglo XIX, en los monasterios femeni­
nos administraron sus bienes y manejaron cifras importantes al igual que en la Colo­
nia, a través de propiedades agrarias y de los réditos o intereses de los censos (tipo de
préstamos con hipoteca). Por ejemplo, en la ciudad de La Paz, el Monasterio de las
Concebidas acaparó varias haciendas en diferentes pisos ecológicos y hacia 1814, te­
nía un total de réditos de 13.494 pesos (Barragán, 1990: 60-61). El de Santa Clara de
Cochabamba tenía en 1825, un capital total de 565.430 pesos con un ingreso anual de
18.718 pesos y había reducido ligeramente hacia 1827, con 55 religiosas y una servi­
dumbre de 60 recogidas, huérfanas o abandonadas y 180 sirvientas. Estos datos con­
signados por Lofstrom (1983: 115-122) evidencian el nivel de vida acomodado de las
monjas que detentaban la propiedad de extensas haciendas, edificios y capitales lo que
producía altos ingresos anuales permitiéndoles una vida fácil rodeadas de servidumbre.

- 47-
B eatriz R ossells

El convento agustino de Nuestra Señora de los Remedios de Potosí tenía en


1825, 11 monjas de velo negro y 10 de velo blanco. Estas monjas poseían 27 casas en
la ciudad y dos haciendas, gran parte del capital del convento se hallaba dado en prés­
tamos e hipotecas. Para mediados de siglo, Dalence calcula un número de 500 monjas
en los conventos de todo el país, además de alrededor de 100 “beatas ligadas con voto
simple, seglaras y demanderas de todos los monasterios”, considerando esta cifra como
baja. No menciona específicamente ninguna casa de recogimiento de Sucre, pero esa
población aparentemente está absorbida en ese total.
Conventos y beaterios cumplían el mismo fin de controlar la virtud de las
mujeres y a través de ellas la de la sociedad, dado que mujeres solas no podían hacer
una vida independiente. Pero mientras los conventos habían sido previstos para las
jóvenes de linaje que no podían contraer matrimonio por falta de dote, los beaterios
eran comunidades de mujeres de clases bajas, mestizas e indias que no tomaban los
votos pero vivían en comunidad, dedicadas a la oración y a las manualidades para la
venta. En 1825, en Potosí solo habían tres beaterios con una docena de beatas en total,
uno de ellos tenía una escuela de caridad para niñas. Los tres beaterios que existían en
La Plata en 1805, albergaban a 150 personas entre beatas, huérfanas y sirvientas. Un
año antes, el de Santa Rita contabilizaba 8 beatas y 10 novicias.
Al interior de los mismos conventos se volvía a reproducir la jerarquía social
revelando las características de clase y raza. Solo las mujeres blancas podían ser mon­
jas y tenían por sirvientas a las mestizas e indígenas. Dalence menciona en sus estadís­
ticas que “las indias en Bolivia jamas se han metido a monjas, a lo menos que yo sepa”
(1852: 29), aunque podían éstas ser parte de la numerosa servidumbre que las monjas
ricas tenían en los conventos.
En las últimas décadas del siglo, monjas europeas y de otros países de América
Latina fueron traídas a Bolivia para hacerse cargo de la enseñanza en colegios de mu­
jeres (Colegio Santa Ana) y de asilos y hospicios. En 1882, Monseñor Sanz presidente
de la Sociedad Católica de San José consiguió que las Hermanas de la Caridad de la
orden de San Vicente de Paul vinieran desde Lima para hacerse cargo del Hospicio
dividido en la sección de Huérfanos y el Asilo de Ancianos. A cambio, la Sociedad
debía otorgar 600 francos anuales a cada hermana y cubrir todos los gastos de alimen­
tación, combustible, alumbrado y lavado (Escobari, 1991).
El Censo realizado en La Paz en 1877, sobre una población supuesta de 18.945
habitantes, aunque otras fuentes mencionan 69.180, enseña una ciudad distinta a la
colonial por la composición poblacional esencialmente mestiza (Barragán, 1990). El
interés de este censo para nuestros fines, reside en la información que aporta sobre las
mujeres. Del total de habitantes, éstas aparecen con un porcentaje mayor (56%). No
podía haber mayor visibilidad femenina! sobretodo porque aparecen vinculadas en
alto grado a actividades laborales. Las costureras (1.116), 11% de la población total
censada con profesiones, aparece como la ocupación más frecuente entre las mujeres.

- 48-
<
^ Á / íllJ 6 ró S en la h istoria de B o livia - Im ágenes y realidades del sig lo XIX

En la categoría “Ocupaciones” de profesiones no registradas, se suman 2.917 mujeres


en los oficios de hilanderas (58), tejedoras (85), lavanderas (200), pulperas (291), ciga­
rreras (158), chicheras (113), cocineras (552), regatonas (330). Nicolás Acosta en su
Guía del Viajero de La Paz 1880, menciona a más de 200 indias que venden comidas
(omankhapfaya) a gente popular y pobre en las esquinas de extramuros. El total de
estas mujeres trabajadoras es visiblemente alto comparado con la población masculina
en profesiones y oficios como los abogados (235) médicos (37) zapateros (456) y la
ocupación más solicitada: comerciantes (920). Al interior de la categoría de profesio­
nes religiosas (1% de la población total) hay 59 monjas contra 118 eclesiásticos.
Entre los 40 institutores registrados en el censo de 1877, no se menciona a las
mujeres dedicadas a la enseñanza. Seguramente son muy escasas, lo que no significa
que ya algunas estuvieran dedicadas a esa actividad. Es previsible que en las contadas
escuelas para niñas se hubieran mantenido algunas beatas de los conventos y beateríos
que albergaban niñas huérfanas y que durante las reforma educativa del Presidente
Sucre, se convirtieron en maestras, pues de lo contrario debían abandonar los monaste­
rios. Asimismo, de los egresados de la escuela normal organizada junto con la escuela
lancasteriana en la ciudad de Sucre, de muy corta vida, con el fin dar clases de pedago­
gía para jóvenes de otros departamentos y de las provincias y una vez entrenados pu­
dieran volver a sus pueblos (Lofstrom, 1983).
En el informe solicitado a las autoridades del hospital de San Salvador de
Cochabamba por el gobierno del Presidente Sucre en 1825, se menciona a las enferme­
ras. El informe detalla el funcionamiento catastrófico del hospital colonial con 15 en­
fermos varones y 15 mujeres, un solo médico y un cirujano, éstos perciben un sueldo
de 500 pesos y 300 respectivamente. La enfermera está citada juntamente con la coci­
nera, el pongo, el sacristán y el músico. Todos ellos considerados como sirvientes
tienen un sueldo de 6 reales. En el plan de mejoras del hospital enviado al Presidente
Sucre se establece:
«Enfermeras.- Serán elegidas por el administrador a propuesta del enfermero
mayor, serán dos y sus obligaciones son: Io- La una de ellas se hará cargo de los coci­
mientos, lavativas, cataplasmas y fomentos que ande darse a los enfermos, la otra
quedará en la sala de mujeres cuidando el orden, de la dieta, de la salida de las enfer­
meras, aplicando las lavativas, ventosas y demás que ocurra; ambas cordinarán sema­
nalmente en el desempeño de estas obligaciones, cada una tendrá la dotación de cua­
renta y ocho pesos al año» (Calvo, 1992).
Como parte de las políticas sanitarias instauradas por el Presidente Sucre, me­
diante decreto de 9 de febrero de 1928 se reglamenta los hospitales. En relación a las
enfermeras dice:
«En los hospitales donde se gradúe <sic> pasen de veinte las enfermas, habrá
dos enfermeras, una primera y otra segunda, que cuidarán a las de su secso. Son sus
obligaciones: el que la sala de mujeres esté bien servida, y todo se haga con aseo. No

- 49-
B eatriz Rossells

faltarán al cuidado de las enfermas: entregarán la ropa y la recibirán del ropero con
cuenta, para que en caso de estravío puedan responder. La enfermera ó enfermeras,
correrán con disponer los cocimientos de simples, y las ayudas ó enemas. Todos los
sirvientes estarán prontos a obedecer al médico en cuanto haga relación al cuidado y
servicio de los enfermos».
Las cocineras comparten el mismo marco de trabajo manual que las empleadas
domésticas cuyo trabajo podía ser remunerado o no, según las condiciones de depen­
dencia de las mujeres indígenas y mestizas al servicio de las familias acomodadas de la
ciudad y del campo, atadas al trabajo gratuito del mitanaje. Pese a su labor fundamen­
tal en la organización de las labores de la casa, el trabajo de las cocineras, es subvalorado
al igual que el de las empleadas domésticas. Sin embargo la actividad culinaria que en
mayor o menor grado la realizan todas las amas de casa de todos los niveles sociales
tiene una importancia extraordinaria dentro del sostenimiento de la familia y la sociedad.
En el siglo XX aparece la tecnología que facilita la conservación y preparación
de los alimentos, por lo tanto, es posible suponer que, al igual que en los siglos pasa­
dos, gran parte de los condumios son confeccionados laboriosamente en horas y días
de preparación, con metodologías tradicionales e innovaciones particulares hasta al­
canzar una verdadera maestría en su realización. Estos niveles de calidad no sólo se
encuentran en la comida sofisticada sino también en la comida popular.
El desarrollo de la comida boliviana de diferentes regiones y sectores sociales,
así como la de otros países de gran mestizaje cultural, se consolida durante el siglo
XIX, a partir de las cocinas española e indígena del período colonial. El logro que
significa establecer nuevas modalidades en la preparación de alimentos, la creativi­
dad, ingenio y sabiduría popular para encontrar alianzas convenientes de gustos y sa­
bores y los esfuerzos por equilibrar productos locales, costos y necesidades correspon­
de fundamental y casi exclusivamente al género femenino. Los cientos de recetas trans­
mitidas oralmente y en ocasiones a través de recetarios, avalan la inventiva de mujeres
que con nombre o anónimamente han contribuido a incrementar un monumental patri­
monio cultural y gastronómico que aún no ha sido debidamente aprovechado.
Según los escasos recetarios del siglo XIX publicados (muchos se mantienen
en la privacidad de las familias), aparecen ya los principales platos nacionales que hoy
forman la denominada comida típica. El Manual de Cocina de Manuel Camilo Crespo,
transcrito y publicado por Julia Elena Fortún, ha sido fechado aproximadamente hacia
1860 y permite conocer la comida en una familia criolla andina de esos años. Aparecen
en el recetario el fricasé de chancho, el tamal, el locro, el chuño atamalado, las achojchas
rellenas, el uso intensivo del ají, el zapallo, el maíz, la quinua, el lacayote, la racacha y
otros alimentos andinos que han sido plenamente incorporados a los ingredientes euro­
peos. Asimismo, en La cocina ecléctica , la escritora Juantf'Manuela Gorriti incluye
recetas bolivianas. Las empanadas de caldo, tamales, humintas y conejo a la “summa
Guarmi” que son platos centrales del mestizaje gastronómico.

- 50-
Q Á Ü lje re S en la h is to ria de S o livia - Imágenes y re a lid ad es del s ig lo X IX

La cocina tiene una función testimonial para la sociedad, en cuanto las recetas
conservan y transmiten generación tras generación los usos y costumbres, valores,
influencias y gustos de la sociedad, la administración, adaptación y creación de nuevos
sabores en base a los productos agrícolas locales y regionales. En ese sentido, las rece­
tas culinarias tienen el valor de testimonios culturales relacionados con la historia de
los pueblos y de las propias mujeres (Rossells, 1997).
Por otra parte, la actividad de las cocineras además de su importancia de tipo
económico y social como trabajo doméstico reproductivo al interior de la familia, cons­
tituye -como comercialización de comida- uno de los rubros económicos en el que
más participa la población femenina de escasos recursos. Estos negocios funcionan
bajo el mando y responsabilidad de las mujeres en el marco de unidades familiares lo
que les permite su autonomía económica.
En distintos niveles de la sociedad, las mujeres administraban sus bienes pa­
sando por alto la legislación en vigencia. Las restricciones establecidas en el manejo
patrimonial de las mujeres afectaban mayormente a los sectores acomodados, mientras
que en los populares urbanos, resultan menos convincentes, por cuanto muchas muje­
res mestizas de hogares de escasísimos recursos debían apoyar a los maridos en la
búsqueda del sustento o sustentarse por sí mismas, así como a sus hijos. El censo de
1845, estima que la cifra más prominente entre los establecimientos industriales pro­
viene de las chicherías que arrojan un total de 5.013 en todo el país, con una mayor
parte de establecimientos en Chuquisaca (1.148), seguida de Cochabamba (1128), Po­
tosí (978), La Paz (950) Santa Cruz (528), Tarija (189) Oruro (72) y finalmente Atacama
(20). (Dalence, 1975:256).
En efecto, la población de chicheras es muy alta. Sin embargo existen contra­
dicciones en las cifras. Mientras que el censo de 1845 menciona 950 chicherías, el de
1877 anota solo 113 chicheras. El volumen de producción y venta de esta actividad
monopolizada por mujeres, era tan grande que formaba un verdadero ejército de pro­
ductoras chicheras. Ellas movilizaban la producción de maiz, que según los datos de
Dalence (1846), duplicaba la producción de trigo. A partir de 1880, se produce un
incremento continuado de la cantidad de chicherías, tendencia que alcanza su punto
más alto hacia 1900, por lo menos en Cochabamba. Sin embargo, merced a los anhelos
de modernización urbana de las élites de la ciudad, se empezó a ver las chicherías
como antros de insalubridad, mala vecindad e inmoralidad, por lo que a través de la
Alcaldía se inició una guerra para alejarlas del centro de la ciudad, mediante el cobro
gradual de patentes elevadas, lo que no impidió la expansión del número de estableci­
mientos de venta de chicha. Como una gran ironía, la ciudad se modernizó gracias a
los impuestos a la chicha (Rodríguez y Solares, 1990).
Como efecto de la producción de la bebida valluna, un importante sector de la
población se beneficiaba: los molinos; un mercado de trabajo masculino compuesto
por colonos o desocupados para el oficio del muckeo (procesamiento de la chicha).

- 51 -
B ea triz R ossells

Arrieros y conductores de harina de maíz y leña requeridos para la elaboración de la


chicha también participaban del efecto multiplicador de la producción chichera. «La
elaboración y particularmente la comercialización propiamente dicha era realizada casi
siempre por mujeres en el marco de unidades familiares diversificadas que en el siglo
XIX, en la ciudad de Cochabamba y los principales pueblos. Las estrategias pasaban
por articular la chichería femenina con los talleres artesanales comandados por varo­
nes (zapatería, sombrerería, etc.)” (Rodríguez y Solares, 1990: 30).
La chichería no era solo el espacio de elaboración y venta de la chicha, licor
popular para los artesanos humildes, por su contenido cultural mestizo por excelencia
- expendio de bebidas, comidas e interpretación de música- era también un lugar de
encuentro de diversas clases sociales, actividades e ideologías. «En este precario «es­
pacio democrático» se derrumbaba el sistema estamental oligárquico, se formaban
amistades de juerguistas que vulneraban los preconceptos sociales....El personaje cen­
tral de este escenario es la chichera, respetable matrona o incluso singular y arrebatadora
«Eva». Ella conduce el ceremonial de este microcosmos, reparte sonrisas y requiebros
y todos por igual se disputan sus favores, y de tarde en tarde, tienen la honra de prota­
gonizar con ella sentidos bailecitos, huayños y cuecas» (Ibid. 143). Obtenida su auto­
nomía económica y su gran espacio de libertad personal y familiar en tomo a la chichería
que es su lugar de trabajo, de negocios, su hogar y un lugar de esparcimiento público,
la chichera goza de un particular poder en la pequeña sociedad, gracias a los persona­
jes influyentes que frecuentan su local con los que entabla vínculos de compadrazgo y
en algunos casos procrea hijos. La chichería es también un lugar de encuentro entre la
ciudad y el campo, entre la economía campesina productora del maiz y la industria infor­
mal de la chicha, entre las lenguas (castellano y nativas) y entre clases sociales y culturas.
Al igual que el oficio de chichera, el de vendedora de mercado y tambo estaba
monopolizado por mestizas cholas que eran las vendedoras de carnes, frutas y otros
productos en las diferentes ciudades. Múltiples generaciones de mujeres a través de un
tiempo muy largo llegaron a conformar un protagonismo tanto económico como
social y simbólico hasta el punto de existir en algunas ciudades una especie de matriar­
cado (Cochabamba con las chicheras y vendedoras de mercados) a partir de un campe­
sinado femenino que se vio forzado a abandonar los patrones culturales en los que la
mujer tenía una participación en las decisiones comunales.
Los espacios públicos ganados por las mujeres en la Colonia en los mercados
de las plazas de las ciudades se consolidaron en la República. Su participación en el
mercado regional boliviano en la articulación mercantil entre ciudades, valles y minas
fue muy importante y existen datos sobre el papel decisivo de las unidades domésticas
comandadas por mujeres (Larson, 1992, Rodríguez y Solares 1990). Silvia Rivera des­
taca la serie de láminas de Melchor María Mercado (1841-1869) donde se encuentran
retratadas las mujeres comerciantes junto a las trajinantes y viajeros (Rivera, 1997).
El Código Civil de 1831 se aleja del concepto de justicia y de la realidad mis­
ma en lo referente a la administración de la propiedad que fue negada a todas las

- 52-
^ M u je r e s en la h is ,o r'a de B o livla - Imágenes y realidades del sig lo X IX

mujeres, tanto a las menores de edad, como a las casadas. Solo las viudas, las solteras
mayores de edad escapaban a estas reglas. Si existía de por medio la concurrencia del
padre o del marido o su consentimiento la ley admitía la validez de una transferencia.
Esto no se cumplía en la realidad. Los documentos existentes en distintos archivos dan
cuenta de cómo las mujeres, puestas al caso, administraban perfectamente sus bienes,
ejerciendo su capacidad real de autonomía negada en las leyes, pero perfectamente
asumida por ellas. Incluso muchas tenían una notable habilidad para llevar adelante los
negocios y para reclamar por sus intereses ante la justicia. Este es el caso de Teresa
Bustos Tabera, propietaria de la Hacienda “La Candelaria, soltera, que en 1865, se
presenta ante la autoridad competente como “labradora, propietaria, blanca, boliviana
y con el libre ejercicio en sus derechos civiles” otorga poder absoluto a Mariano Mauiña
para entablar juicio de tercería de dominio excluyente por su hacienda y una casa de su
propiedad en Camargo, al estar embargados ambos bienes por una tercera persona
(AHCL, C-2.3.15*0506).
Irónicamente, sólo en el acto de testar, la mujer podía actuar libremente sin
ninguna autorización del marido (art. 40). Por ello, los testamentos de las mujeres,
además de ser una fuente para conocer su posición económica y el tipo de bienes que
poseían, sirven para conocer sus valoraciones éticas, humanas y sociales según el tipo
de decisiones que tomaban, aparentemente de manera muy cuidadosa, en la elección
de personas y los bienes que dejaban. El caso de Manuela Moscoso es expresivo por
cuanto al testar en 1862, no teniendo herederos forzosos en línea ascendente ni descen­
dente, deja en su testamento los bienes a su hermana y sobrinos y no al marido. Para
evitar pleitos, transige con éste, disponiendo que la hermana le dará una cantidad de
pesos a cambio de la mitad de las ganancias que por ley le corresponde. De todas
maneras, los bienes testados por Manuela no son bienes inmuebles, sino plata labrada,
alhajas y muebles y por eso adquieren una connotación afectiva y simbólica (AHCL,
C-2.3.16*0516). En otros casos recibían varias haciendas y casas.
El testamento de Josefa Ríos, hecho en la hacienda mineral de Guanchaca es
otro documento de gran interés, la mujer de 47 años declara ser “ejercitada en mineria”
y que en el momento del matrimonio ambos cónyuges ingresaron sin bienes y termi­
nan como propietarios de dos pedazos de Viña en Cinti y la tercera parte de la hacienda
de Guanchaca. Sin hijos propios deja expresamente algunos bienes y dinero a los hijos
de un hijo natural del marido, a una niña educada como a hija propia, a un ahijado y a
un muchacho huérfano.
Doña María Tomasa Bemal y Mariaca, en el momento de hacer su testamento,
ya viuda ella, declara ser propietaria de numerosos bienes que introdujo al matrimo­
nio: plata labrada, alhajas, una esclava, una cuarta parte de su chacarilla, tres cuartas
partes de una casa en Esquibel. Asimismo posee una mitad de los bienes patrimoniales,
que ya han sido divididos por acción de la herencia a los hijos, entre ellos: mitades de
dos fincas ubicadas en el cantón Pucarani, Provincia de Omasuyos, mitades de huertas

- 53-
B eatriz R ossells

en otros lugares del cantón de Mecapaca, más mitades en haciendas cercanas a Esquibel,
una chacarilla al pie de la Alameda, una mitad de la casa de su morada, efectos comer­
ciales de ultramar que se encuentran ya bajo la administración de una de sus hijas. Un
piano y un órgano que afirman su pertenencia a una familia relativamente adinerada y
finalmente, en pleno 1860, doña Tomasa posee dos esclavas llamadas María Santos y
María, las mismas que quedan en beneficio de todos sus herederos.
Asimismo es ilustrativo el testamento de Doña Bartolina Morales y Reyes, na­
tural de la Provincia de Tarapacá, esposa de Don Manuel José de Reyes, Oidor de la
Real Audiencia de Buenos Aires, que expulsado en medio de los acontecimientos de
1810 de esa ciudad fue luego nombrado Oidor de la de Charcas. Falleció en Chuquisaca
en 1822. Doña Bartolina regresó después al Perú, pero sus descendientes están vincu­
lados a las familias Reyes y Calvo de Bolivia. La fortuna de esta familia según el
testamento está casi exclusivamente basada enjoyas, habiéndose vendido una parte de
una hacienda en ese país.
El recibo y carta de dote de Melchor Daza a favor de su esposa Ana Orozco y
Daza fechada en Potosí en 1827, es una lista justipreciada de alhajas, de oro, diaman­
tes, perlas y ropa “desente de vestir” entregadas por el padre de la esposa que alcanza
el valor de 7881. Tanto la descripción de las joyas como la de los trajes, chales, com­
plementos de vestir y bienes que revelan la riqueza de la familia son un valioso docu­
mento para e! estudio de la moda y la vestimenta en el siglo XIX.
Una de las mujeres que junto con la cacica Bernardina Mango mantiene un
lugar central en la historia de Laja en la primera mitad del siglo XIX, es la cacica de
Huarina Juana Basilia Calahumana. Estas mujeres según el estudio de Marilú Soux,
son autoridades por derecho de sangre y conservan sus derechos y poder durante el
período republicano: “Es importante hacer notar la importancia que tuvo el rol femeni­
no en los cacicazgos de Omasuyos. A principios del siglo XIX, la mayoría de los caci­
ques de la región eran mujeres: Nicolasa Garicano, Ana María Choqueguanca y su hija
Bernardina Mango, María Santa Cruz Calahumana. Estas, a pesar de no ejercer de
forma directa el cacicazgo, sobre todo las primeras, fueron fundamentales en la forma­
ción de redes de poder. El caso nos plantearía la hipótesis sobre nuevas formas de
sucesión al cacicazgo, de una sucesión lateral masculina (tío a sobrino) que prevaleció
en la colonia temprana a una sucesión directa y femenina (madre a hija) como el caso
estudiado” (Soux, 1997: 99). Así, María Santa Cruz Calahumana, hermana del presi­
dente Andrés de Santa Cruz, heredó el cacicazgo de Huarina de su madre, Basilia
Calahumana y Salazar. El fallecimiento de ésta, por el rango y la gran riqueza de la
familia íiie un acontecimiento en La Paz y la población de Huarina. Al morir sin dejar
testamento en 1832, los dos hijos, Andrés y María Santa Cruz viuda de Ignacio Peña
acuden al Escribano Público para solicitar el inventario judicial de los bienes, los arre­
glos correspondientes de la testamentaría y la división y partición de los mismos. El
dinero, joyas, platería, haciendas y otros bienes inmuebles contabilizan una fortuna en

- 54-
O Á Íllje r e S en h isto ria S o livia ■Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

términos de la época y el país. Varias talegas con dinero, alrededor de veinte cajas,
petaquillas y baúles de madera, algunos forrados en baqueta negra, con chapas de
plata, todos con su respectiva cerradura conteniendo joyas de oro, plata, topacios, dia­
mantes, perlas, aretes, faluchos (pequeños bolsos metálicos de fiesta), prendedores,
relicarios, rosarios. Muebles, platería, espejos y otros bienes de uso de la fallecida son
enumerados en el inventario1.
Resulta de interés el manejo cuidadoso de Basilia Calahumana de documentos
y fondos de distinta procedencia, los que provenían del «queseo», las cuentas del
arriendo de una finca, el inventario de los bienes, la venta de una Samba y la constan­
cia al pie de la entrega de su importe. Guardaba en sus cajas y petacas más de setenta
documentos entre testimonios de propiedad y expedientes de litigios o trámites de
diferentes haciendas y tierras de la familia, sin contar numerosas cartas, recibos y cuentas.
En varios de estos documentos ella figura como parte activa. Los bienes raíces desig­
nados por la Calahumana, además de la casa de su morada en el barrio de Carabobo,
son las haciendas de Carvisa, Soncachi, Poque, Allancachu, Chacarilla, tierras y ampa­
ros del Casicasgo de Guarina en la Provincia de Omasuyos. Según la documentación,
la administración de esas propiedades estaba a su cargo en gran medida.
La cacica de Laja y Carabuco, Bernardina Mango, llegó a establecer una com­
pleja red de poder en tres niveles: familiares a través de sus hijos y yernos; “partida­
rios” a través de autoridades regionales y locales que apoyaban los intereses de la
familia; y redes de subordinados, es decir los colonos de las haciendas que servían
como elemento de choque en los conflictos (Soux, 1997:20).
Durante todo el siglo XIX muchas mujeres criollas se hicieron cargo de las
haciendas, con el apoyo de un administrador. Debido al prestigio social y económico
que significaba tener una hacienda en este período así como por la importancia que
tenían como ingresos por la venta de productos y otros ingresos crediticios, las fami­
lias de la élite tenían acceso a las tierras, ya fuera como herencia de las encomiendas de
la colonia o producto de compras posteriores incluidas las forzosas a las comunidades
indígenas. No solo poseían una hacienda sino varias, la acumulación de tierras era una
inversión estable y garantizada. Entre las familias terratenientes se dio con frecuencia
el caso de las viudas herederas de haciendas cuya administración tomaban a su cargo.
Dos viudas de gran poder y abolengo en el sur del país fueron Juliana de
Anzoleaga y Josefa de Lizarazu. La primera, viuda del propietario de la hacienda
vitivinícola San Pedro Mártir del valle de C inti2 tuvo a su cargo la propiedad hasta

1 Inventarios y tasaciones de los bienes de la Sa. Da. Juana Basilia Calahumana. Año de 1832. Tomo: manus­
crito Nu 183. Año: 1830-32. Folio: 556.(527). En: Portugal Zamora. 1976, págs. 359-396.
: Actualmente esta viña es el principal eje industrial de la Sociedad Agrícola Ganadera e Industrial de Cinti
(SAGIC S.A.) empresa líder en la fabricación de singanis y vinos. La permanencia y continuidad de esta hacienda
a través de 3 siglos ha sido el tema de un estudio excelente de E s t h e r A i l l ó n S o r i a : «La «Viña San Pedro Mártir»
y su propietario en los últimos dias de la Colonia y durante la guerra de la independencia». El siglo XIX. Bolivia
y América Latina. [FEA/Embajada de Francia/ Historias, La Paz, 1997.

- 55-
B eatriz Rossells

1840 en que falleció; y la segunda, la Condesa de la Casa de Real de Moneda, fue


madre del presidente José María Linares. Los maridos, como militares de la Corona,
defendieron el bando realista durante la Guerra de la Independencia, pero tuvieron que
hacer cuantiosos donativos tanto a las armas del rey como a los insurgentes, en desme­
dro de sus caudales. Ambos fallecieron antes de que concluyera el conflicto bélico.
Instaurado el nuevo gobierno, las viudas intentaron tomar contacto con el nuevo go­
bierno para recuperar al menos una parte de los gastos realizados por los patriotas.
Doña Josefa aparece según las crónicas como la matrona que recibe al Mariscal Sucre
a la cabeza de las ninfas de la aristocracia chuquisaqueña. Como única sobreviviente
de los hermanos, se concentraron en la persona de Josefa Lizarazu varias haciendas,
Ticala y Yani, Conapaya, Inga Huasi y Anexos, Culpina y Santa Elena, Coraguan, San
Pedro de Porco, La Compañía, etc. (Ayllón, 1997).
Una investigación más profunda de documentos judiciales de las zonas rurales,
permitirá conocer mejor el manejo propietario entre las indígenas. Entre los contados
casos a los que tuvimos acceso, se encuentra el de la indígena Juana Valencia vda. de
Chuquimamani, fallecida en 1832 de la comunidad de Catavi, cantón de Llocolloco de
La Paz. El hilacata Mariano Mamani, a nombre de la comunidad se declara heredero
en base a la “memoria simple” testamento privilegiado que es aprobado por la autori­
dad. El inventario de bienes es representativo del tipo de riqueza personal que tiene
una mujer de su categoría social.
Klein (1993) sostiene que a fines del siglo XIX, la clase terrateniente del De­
partamento de La Paz estaba constituida por un 25% de hacendados mujeres, es decir,
que un cuarto de las haciendas estaban controladas por mujeres y por lo tanto, una
cantidad correspondiente de la riqueza agropecuaria. El autor sostiene que esas
hacendadas realizaban transacciones a su nombre, y el control que tenían de las tierras
no quedaba como una obligación simplemente emergente de la muerte de los esposos
o padres sino que desarrollaban una verdadera actitud de gran independencia y capaci­
dad. Testimonios orales tomados a mujeres terratenientes de La Paz de la primera mi­
tad del siglo XX, informan de las condiciones en que sus abuelas, fueron en la práctica
las que se dedicaban a la tierra y a la supervisión de las actividades agrícolas y ganade­
ras de las propiedades rurales, en tanto que los maridos, en caso de las casadas estaban
dedicados al comercio, la política o la abogacía en la capital. Muchas de esas mujeres
no solo que se desenvolvían con propiedad y carácter, sino que obtenían ganancias y
multiplicaban la herencia (Quayum, 1997).
Ser hacendada implicaba además «ser patrona», es decir, una mujer como auto­
ridad máxima en la relación de propietarios y colonos indígenas. Una relación vertical
social y de género en la que los campesinos hombres y mujeres tenían la obligación de
trabajar para los patrones. La servidumbre indígena en Bolivia de origen colonial se
convirtió en una costumbre generalizada durante el republicano siglo XIX. Los indios
debían hacer diversas tareas tanto en las haciendas como en las ciudades. Las mujeres

- 56-
C Á
' Á ’u jó rC S en la h isto ria de S olivia ■ Imágenes y rea lid ad es del sig lo X IX

estaban obligadas a servicios personales como la mitani o cocí (cocinera), la tienda


warmi, la serviré. Generalmente las mitanis estaban obligadas a llevar sus ollas y algu­
nos útiles así como la mecha y el cebo para el alumbrado de la cocina para atender a los
patrones (Choque, 1997).
Como un paliativo a las graves diferencias económicas entre los sectores aco­
modados de la sociedad y aquellos carentes de condiciones básicas en salud, educa­
ción y alimento, causadas por un sistema injusto y explotador, se crearon sociedades
de beneficencia. Como continuación de las Juntas de Beneficencia organizadas por el
gobierno en 1825, dentro del concepto de Estado benefactor y paternal, se promovie­
ron en la segunda mitad del siglo XIX varias instituciones que tenían como objetivo
atender los problemas de pobreza y falta de salud, especialmente en la ciudad de La
Paz. Las mujeres de la oligarquía y la pequeña burguesía urbana hallaron también en la
labor filantrópica un medio de servicio a la comunidad. Tal fue el caso de la Sociedad
de Beneficencia de Señoras de La Paz, vigente entre 1871 y 1886, y en cuyo directorio
se encontraban mujeres como Modesta Sanginés y Natalia Palacios. La Sociedad orga­
nizó una botica casera y una despensa para atender con víveres a los pobres, socorrió a
los enfermos en sus domicilios y a los presos en la cárcel. En el hospital de mujeres,
logró «una mayor proligidad en la distribución de las medicinas, un poco más de hu­
manidad en las sirvientas y auxilio especial para esas desgraciadas» con aportes de las
socias desde 1 peso hasta 40 de acuerdo a las posibilidades personales. La labor social
de las señoras no estaba exenta de dificultades en el afán de recaudar fondos principal­
mente para aliviar las necesidades del hospital de mujeres debido a la poca sensibili­
dad de los gobernantes.
En ocasión de la Guerra del Pacífico, la Sociedad de Beneficencia envió contri­
buciones al ejército en Tacna para un hospital de campaña. Los excombatientes que
volvieron fueron también solícitamente atendidos con medicinas y alimentos y en los
trámites administrativos. En la Memoria de 1881, se afirma que «Las hijas de La Paz
prodigaron una amplia atención a los caídos en desgracia, las damas a pesar de ser
señoritas delicadas, acostumbradas a vivir en medio de flores, en la atmósfera del mimo
y de las comodidades del hogar, abandonaron todo ese confort para dedicarse a curar
las heridas y las llagas cancerosas de los sobrevivientes, manejaron el bisturí, prepara­
ron y confeccionaron los apósitos y los alimentos» (Chuquimia Bonifaz, 1998).
Otras agrupaciones de mujeres también realizaron actividades de apoyo a la
educación de sectores pobres. Es el caso de las señoras de la Sociedad San José, que
bajo la dirección de las Hermanas de la Caridad, fundaron una escuela primaria mixta
construyéndola en el terreno del Hospicio. Durante la Guerra del Pacífico, las promotoras
de la Sociedad, organizaron bazares para recaudar fondos para los heridos en campaña
con destino a la adquisición de una ambulancia provista de drogas, medicamentos e
instrumentos de cirugía (Escobari, 1991).

- 57-
B eatriz R ossells

Las mujeres participaron en la Guerra del Pacífico (1879) desde su situación de


madres, esposas e hijas, atendiendo heridos, recogiendo medicinas y sobretodo alen­
tando y apoyando a los soldados.
La poesía “ ¡Bolivia!” de Lindaura Anzoátegui de Campero es una ofrenda líri­
ca dedicada a su esposo que está en campaña. Las mujeres de fin de siglo están distan­
ciadas del papel de heroínas dado que el conflicto tiene otras implicaciones y se realiza
en una zona alejada de los centros más poblados. Es el hombre el encargado de defen­
der a la patria. Sin embargo varias cooperaron también en el servicio de ambulancias,
creado por el ejército boliviano, bajo la bandera de la “Cruz Roja” con asiento en la
ciudad de Tacna. Entre otras, allí prestó un servicio meritorio la señora Ignacia Zeballos.
La revalorización de la actividad minera en las últimas décadas del novecientos
fue una fuente de riqueza y modernización para escasos sectores de la sociedad, pero
comprometió también el esfuerzo no solamente de mujeres trabajadoras sino también
de niños a los que los propietarios utilizaban indiscriminadamente como mano de obra
barato. En el medio rural dominado por el sistema de haciendas, las mujeres eran
explotadas con funciones específicas de servicio a los patrones al igual que sus mari­
dos tanto en la producción agrícola como en la atención doméstica de las casas de
hacienda. Esta explotación que no solamente significaba duras tareas físicas sino el
abandono de sus hogares y la atención de sus hijos era parte aceptada y no discutida de
la realidad social boliviana que se prolongaría hasta bien entrado el siglo XX. La
historiografía boliviana recién empieza a registrar las inhumanas condiciones de este
modelo de explotación hacendal, y la resistencia indígena al mismo.
Es reciente el interés por el conocimiento de las relaciones de género y las
actividades y los saberes femeninos de la población indígena del pasado y del presente.
Esta labor se está realizando a través de la escasa documentación escrita, pero sobre
todo de testimonios recogidos en las comunidades y el análisis cruzado de la historia
oral, la información documental y etnográfica. De estas fuentes se alimentan los estu­
dios de THOA y de antropólogos, etnohistoriadores y otros estudiosos. Estas aproxi­
maciones del presente hacia el pasado permiten reconstruir laboriosamente los vacíos
de la historia oficial y establecer las transformaciones y continuidades de la vida social
indígena a lo largo de los períodos colonial y republicano, arrojando diversos resulta­
dos que plantean incluso controversias. Una de ellas es el criterio de que las ideas
acerca de la construcción social del género no son secundarias en los Andes como
muchos autores sustentan, sino que son fundamentales en la vida andina y organizan a
la vez varias prácticas diarias relacionadas con el pastoreo, la agricultura, la salud
materna y la educación (Arnold y Yapita, 1996: 303).
Arnold y Yapita han realizado investigaciones en la comunidad rural de
Qaqachaka que históricamente formó parte de la nación aymara de Killakas-Asanaqi,
poseedora de grandes rebaños de llamas. Los viejos de la comunidad hablan de los
largos viajes de sus antepasados para proveer de productos a las minas de Potosí y más

- 58-
(2 ~ j-¿ y en la h istoria de B olivia ■ Imágenes y rea lid ad es del s ig lo XIX

tarde, a Colquechaca. Entre los Qaqachakas comienza la diferenciación de género como


construcción a nivel social desde el crecimiento de los niños, aprendiéndose la divi­
sión establecida y los trabajos propios de cada sexo a través de los padres y las madres
hacia los hijos del mismo sexo, así como las ideas sobre el mundo de los hombres y el
mundo de las mujeres.
A lo largo del ciclo vital, las mujeres Qaqachaka tienen roles distintos.
También participan en el pastoreo de los camélidos de la región, en la economía
local relacionada con los rebaños de animales y la reproducción de los mismos. El
conocimiento fisiológico de los animales está interrelacionado con el conocimiento de
los partos de las mujeres. Las ancianas son reconocidas como expertas en la atención
del embarazo y el parto y también aptas para desempeñar algunos cargos de autorida­
des políticas del ayllu. Además son las cantantes principales de las canciones a los
animales y de su enseñanza a las nuevas generaciones (Ibid. p.352).
Muchas diferencias fundamentales de género eran expresadas en términos de
las diferencias de los modos de comunicación y la información, son dos los caminos:
uno que concentraba a los varones en la escritura y el otro a las mujeres en el tejido. En
el pasado, los varones del ayllu requerían de la lectura para la defensa de los derechos
a sus terrenos junto con los memoristas que conocían los documentos coloniales sin
saber leer (Ibid:325).
Las niñas ingresaban al conocimiento de las “prácticas textuales andinas” que
“surgen del tejer como base del conocimiento andino, incluyen el tejer mismo, el tren­
zar, el hilar y sus derivaciones en la música, el canto, la coreografía, etc. (Ibid: 326 y
Amold 1992b y 1994b). En el norte de Potosí, el canto femenino durante las tareas de
pastoreo y agricultura, no es una labor ritual especializada, todas las mujeres del ayllu
tienen el poder de cantar, por la creencia de que la intimidad de la comunicación perso­
nal entre las mamalas humanas del ayllu y las mamalas de los productos alimenticios,
sus contrapartes espirituales, producen el éxito de la futura cosecha (Amold, Jiménez,
Yapita, 1992:164). En el norte de Potosí (Laymis, Jukumanis, Aymayas, Pukuwatas)
persiste la tradición de cantar a las semillas nuevas de los productos alimenticios antes
de sembrarlas, costumbre olvidada ya en otras zonas del altiplano (Ibid. p. 111), prove­
niente de la ancestral metafísica andina y de las creencias de equivalencia y reciproci­
dad entre la vida humana y la de las plantas. Dice la antropóloga Denise Amold:
“La sabiduría femenina, en general, ha sido muchas veces rechazada por su aten­
ción a las funciones fisiológicas tanto en el dominio personal como en el
cosmológico. Sin embargo, hemos indicado en este ensayo cómo la expresión cor­
poral, llevada a la praxis cultural, nos lleva a hacer conexiones con las ciencias
andinas del pastoreo, del manejo de los rebaños y su reproducción, del manejo del
ayllu y su población. Como artificios mnemónicos y didácticos, los textiles -y las
canciones- son archivos de estos campos entrelazados del conocimiento. Como
parte de su práctica, se cuida el mantenimiento de las tierras, ligado a la vez con el
mantenimiento de la sabiduría femenina de generación en generación.

- 59-
B eatriz R ossells

Este conocimiento femenino, a la vez recursivo y “matrizante”, derivado de la


praxis del tejido, es, como supone Derrida, intrínsecamente opuesto a las abstrac­
ciones del conocimiento teórico generado por la escritura y los textos escritos. El
tejer como sistema semasiográfico es, en este sentido, más un modo de conoci­
miento empírico del cual surge la lógica y la ciencia andina.
Por estas razones, habría que tomar muy en serio las prácticas textuales andinas,
incluyendo el tejido, para entender en su totalidad las culturas andinas; se necesita,
además, entenderlas en todas sus dimensiones, tanto teóricas como practicas”
(Amold, y Yapita, 1996: 380).
En efecto, se han realizado algunos estudios sobre los textiles tanto desde la
vertiente artística, como desde la semiológica, la cultural, tecnológica y étnica. Uno de
los más amplios y pormenorizados es Arte textil y mundo andino (Gisbert, Arze y
Cajías, 1992), que estudia las técnicas, nomenclatura, estilos y los antecedentes histó­
ricos de diversos grupos étnicos y regiones de la actual Bolivia, analizando las influen­
cias y transformaciones que han ocurrido en la textilería indígena a través de los diver­
sos períodos. Una de las conclusiones obtenidas es que, los textiles no fueron unifor­
mados ni por la dominación incaica ni por la española y parecen derivar de la época
post tiahuanaco y pre-inca, es decir del período correspondiente a los señoríos aimaras.
Asimismo, las influencias del siglo XIX, en cuanto a elementos añadidos son escasas
debido a una separación virtual de las comunidades indígenas y los elementos de la
cultura urbana y, en el siglo XX, se regresa a la representación del mundo circundante
incluyendo objetos propios de la tecnología actual, especialmente los referidos a me­
dios de locomoción.
Ciertamente los tejidos de distintos lugares del altiplano recogen elementos
prei-incas como la visión radiográfica de un animal dentro de otro, aves y seres
mitológicos. De este período son también iconografías estilizadas de gran abstracción
“pallai” de los tejidos Macha. Del período incaico queda el uso de los tocapos, figuras
geométricas enmarcadas dentro de cuadros y las estrellas de ocho puntas en la antigua
zona de los Charcas que corresponde a Llallagua y zonas aledañas. La influencia his­
pana de la Colonia significó la inclusión de numerosos elementos de tipo barroco,
ornamentos florales, caballos, agudas bicéfalas, etc. Esto muestra una significativa
continuidad en algunas zonas y en algunos tipos de técnicas. Estudios especializados
como el de Adelson y Tratch1realizan un seguimiento a piezas y técnicas como la de
urdimbre vista, encontrando importantes similitudes entre tejidos de los siglos XIX
hasta el XVII, en zonas del norte de Chile y zonas aledañas del estilo tiahuanacoide, lo
que indica una supervivencia de tres siglos del período colonial (Gisbert, Arze y Cajías
(1992: 160). Piezas del siglo XIX como “aesus “ y “llicllas” ceremoniales de extraordi­
naria calidad han sido catalogadas por Adelson y Tracht procedentes de Oruro donde
estuvieron asentados los antiguos señoríos de Carangas, Quillacas y Soras (Ibid. pg. 180).
' Adelson. Lauric y Tracht Arthur, Aymara weavings. Smithsonian Institution. Washington. 1983 (citado por Gisbert,
Ar/.c y Cajías, 1992)

- 60-
s S íf O iú ijc i GS en la h isto ria de B olivia ■ Imágenes y realidades d e l s ig lo X IX

Sólo la suprema importancia de las funciones religiosas, sociales y políticas


que cumplen los tejidos en la cultura andina puede explicar una continuidad de tan
larga data. Recién contemporáneamente se ha empezado a comprender el significado
de los tejidos en los Andes como documentos y manifestaciones del pensamiento y la
cultura, además de la extraordinaria belleza que poseen algunas piezas.
“Hoy podemos apreciar el arte textil andino desde una nueva perspectiva, dado
que sus realizaciones pueden equipararse a las de la pintura contemporánea. Los dise­
ños abstractos de los Macha, los pájaros en carmín y negro de los Potolo, las represen­
taciones ingenuas y figurativas de Llallagua, y los monstruos surrealistas de Leque,
pueden compararse a las composiciones geométricas de Vasarely, a la ingenuidad del
aduanero Rosseau y al surrealismo de Miró. A su vez, representan a diferentes grupos
humanos que en sus expresiones creadoras mantienen el testimonio de su identidad
cultural” (Ibid, prólogo a la 2a. ed.).
La industria de obrajes fue importante en La Paz y Cochabamba mientras duró
el dominio español. El obraje de Paria funcionó en los primeros años del siglo XIX.
Documentos de 1806, mencionan entre los obrajeros más de cuarenta hilanderas muje­
res, catalogadas como indias y mestizas jornaleras voluntarias (Money, 1983: 65-67).
En cuanto al oriente, hay información de d ‘Orbigny y de otros viajeros sobre la fabri­
cación de textiles en las misiones, y Manuel María Mercado deja en su Album elo­
cuentes láminas sobre los tejidos en telar de pedal y devanado según las técnicas hispanas.
El tejido en la cultura andina es fundamentalmente una actividad femenina, es
parte de su actividad cotidiana y se desarrolla a lo largo de todo su ciclo vital con los
instrumentos tradicionales que son la rueca para hilar y el telar rústico prehispánico
que aún persiste en algunas zonas. En otras, se introdujeron técnicas o materiales his­
panos. A partir de fines del siglo XIX, empezaron a reemplazarse anilinas por los tintes
naturales, desmejorando la calidad de las piezas. En el siglo XX, las fibras sintéticas
hicieron lo propio. No obstante, la actividad textil continúa formando parte fundamen­
tal de la vida de las mujeres andinas, manteniéndose técnicas y elementos propios y
sobretodo, la profunda significación cultural y ritual que poseen los tejidos.
El Taller de Historia Oral Andino (THOA) en La Mujer Andina en la Historia
(1990), intenta la recuperación del conocimiento de las relaciones de género de co­
munidades aymaras en la primera parte del siglo XX y el siglo XIX, la vida cotidiana
de las mujeres, sus labores, su participación en los rituales, en las tareas de siembra y
cosecha y trabajo gratuito en las haciendas, la explotación de que eran objeto, así
como en la defensa de las comunidades.
Utilizando la metodología de la historia oral, el THOA recoge los recuerdos de
abuelas de comunidades, que a su vez, han guardado la memoria de sus abuelas, es
decir información de más de tres generaciones. Por ello, incluimos fragmentos de esta
publicación en la Antología.

-6 1 -
B eatriz R ossells

Los testimonios inciden en la unidad básica de la economía, la organización


comunal y la relación con el mundo natural y sobrenatural andina: la pareja hombre-
mujer. La constitución de la pareja es de tal importancia que a través de ella se alcanza
el status de persona, jaqi, con obligaciones y derechos en la comunidad. Los relatos
sobre la vida cotidiana se refieren a la división y complementariedad del trabajo
femenino y masculino, sin dejar de exponer el recargo de las labores femeninas prove­
niente de las múltiples labores que desempeñan tanto en las labores domésticas de
atención, a los hijos, preparación de alimentos, confección de ropa para la familia y a
la vez, su participación en el trabajo agrícola. En este campo, son las encargadas espe­
cialmente del pasteado y cuidado de animales junto con los niños, de la selección de
semillas, administración de cosechas y la previsión de alimentos para los tiempos de
escasez.
El tejido en telar y a mano para la confección de ropa para la familia era en el
pasado responsabilidad de la mujer, participaba también en la fabricación de cerámi­
cas para el trueque. El saber tejer para una mujer le otorgaba su plenitud como tal, y
significaba el aprendizaje de las tradiciones de las abuelas y tatarabuelas. Continuar la
tradición en el tejido no significa la repetición de piezas, todas son diferentes aunque
mantienen un estilo comunal o étnico, el tejido como actividad humana y artística,
requiere de gran creatividad, habilidad y gusto estético. Las mujeres aymaras, según
los relatos, eran idóneas para realizar ritos de comunicación con los espíritus tutelares
y las íuerzas sobrenaturales, para realizar curaciones con yerbas medicinales según
fórmulas heredadas de los antiguos y para la atención del embarazo y el parto.
Los testimonios también se refieren a los abusos y opresión de los indígenas
por parte de los patrones de haciendas y a las luchas en defensa de las tierras en las que
las mujeres participaban. Bajo el coloniaje y el sistema de haciendas republicano la
vida familiar y comunal de las mujeres cambió, añadiéndose a sus labores domésticas
y agrícolas, las provenientes del trabajo gratuito para los patrones tanto en las casas
como en la hacienda misma. Uno de los trabajos indígenas femeninos que rendía im­
portantes ingresos para los patrones era el ordeño y elaboración de quesos. Se estable­
cieron con estos sistemas ciclos de dominación bajo el signo de la violencia y la discri­
minación cuyos efectos han marcado la historia del país.
Muchas de las tradiciones andinas aún se conservan mientras que otras han
desaparecido o están en proceso de desaparición. No ha sido nula la influencia del
modelo patriarcal de la sociedad hispana y occidental y de la modernización.

4. “LA HERMOSA MITAD DEL GENERO HUMANO”:


PRESCRIPCION CIVIL Y ECLESIASTICA
Un editorial del “Cóndor de Bolivia” (No. 89, 16. 8. 1827), primer periódico
boliviano y único órgano de prensa en los años iniciales define la posición del nuevo

- 62*
€ > E !¡£ r ^ M u je r e s en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo XIX

gobierno y del siglo XIX republicano en relación al lugar que ocuparán las mujeres en
la vida política y civil de este nuevo país1. En los breves planteamientos de esta nota
está impresa la ideología liberal en relación a la “hermosa mitad del género humano”
haciendo notar que se sitúa en medio de dos supuestas corrientes antagónicas: aquellos
que consideran innecesaria e incluso perjudicial la educación de las mujeres, destina­
das a ocuparse de la crianza de los hijos y las tareas domésticas, y otros, que sostienen
la conveniencia de participación activa de las «compañeras» en todas las actividades
públicas incluso de orden nacional.
“El Cóndor” postula la necesidad de que las jóvenes lean, escriban, sepan de
aritmética, de bordado y de música, conocimientos con los que atraerán el aprecio de
los hombres y constituirán el omato de la sociedad y fundamentalmente, obtendrán la
preparación necesaria para ser madres transmisoras de la virtud a sus hijos
Dentro de las reformas educativas que realizó el primer gobierno de la repúbli­
ca se crearon colegios de huérfanas en varias ciudades del país, generalmente aprove­
chando la infraestructura de los monasterios y beateríos donde existían “recogimien­
tos” de niñas huérfanas. La enseñanza comprendía: lectura, ortografía, aritmética y
oficios acomodados a su sexo: bordado, costura, música. Las niñas no tenían acceso a
la enseñanza de las ciencias ni de la literatura, es decir al ámbito de la abstracción y de
la palabra. La educación pública era uno de los objetivos principales, pero las reformas
educativas tuvieron muchas dificultades por la inexistencia de maestros, presupuesto,
textos, etc. y la resistencia a los cambios. Se creó una escuela para niños y niñas en
cada capital de departamento. Los tres colegios de Educandas de fines de la Colonia
para las hijas de familias ricas y niñas huérfanas de buenas familias, fueron transfor­
mados, el de Chuquisaca se convirtió en colegio de Huérfanas, el de La Paz, lúe funda­
do en 1826 como Colegio de Huérfanas Educandas de Bolívar. Las educandas de
Cochabamba eran más bien un beaterío con mujeres de todas las edades, se convirtió
en Colegio de Huérfanas, siendo las profesoras las beatas los resultados eran malos.
Por ello, Sucre inauguró en 1828 una escuela lancasteriana para 80 niñas bajo la direc­
ción de uno de los maestros egresados de la escuela normal de Chuquisaca. (Lofstrom,
1983:227).
Para los varones, el reglamento orgánico de colegios de ciencias y artes incluía
ciencias exactas, naturales, morales y bella literatura (28.10.1827). Solo quienes cur­
saban estos colegios podían acceder a la educación superior con una oferta-escasa
(carreras de medicina y derecho). El uniforme establecido único (para varones) era
frack, pantalón, chaleco, medias y corbata negros, y sombrero redondo del mismo
color, con la escarapela nacional. El brusco final del ensayo de reformas implementadas
'.E l Mariscal Antonio José de Sucre, primer presidente de la República (1825-1828), tuvo un rol de primer nivel en la
conformación de instituciones y la aprobación de leyes que introdujeran ia modernidad en Bolivia, entre ellas la educa­
ción, la ciencia, la cultura y la salud. Fue también el autor intelectual de “ ERCóndor de Bolivia”. Como hijo de la
ilustración, y liberal como todos los grandes jefes^de la independencia, pese a su actitud favorable al progreso y la
educación de la mujer, estuvo condicionado como el resto de la población masculina, dueña de la cultura política local,
al considerar que la mujer no estaba en grado de acceder a ninguna función pública.

- 63-
B ea triz Rossells

por Sucre, debido a su alejamiento del país, terminó con los establecimientos fundados
casi al año de su apertura.
Una guía de forasteros consigna los siguientes datos para 1838: el Colegio de
Educandas en Chuquisaca tenía 5 maestras de costura y bordado, 2 de doctrina, 2 de
escuela y 1 de música y otro de dibujo para 29 educandas pensionistas y 25 gratuitas.
En las Educandas de La Paz, enseñaban aritmética, geografía, canto y piano y el infaltable
bordado (en seda, blanco y tambor, costura y marcado, en oro y plata). Asisten 58
niñas, en el Colegio de Huérfanas de Potosí: 34 alumnas gratuitas. En Oruro, una es­
cuela de primeras letras con el método Lancaster atiende a 50 niñas. En Santa Cruz, en
una escuela similar, hay una preceptora para niñas y para las de cantones y Vallegrande
2 maestras. En tarija hay 60 niñas en la escuela primaria1.
Otros gobiernos hicieron algunos intentos para dotar de una educación adecua­
da a la población femenina. En 1841 se reglamentó los institutos de educación femeni­
na llamados Colegios de Educandas que ofrecían una instrucción básica, religiosa y de
labores de casa. Con el reglamento, el Presidente de la República se convertía en Su­
premo Protector. Las materias eran lectura, escritura, aritmética, dibujo, doctrina cris­
tiana, música y canto. Huelga decir que se exigían las virtudes femeninas pureza, sen­
cillez, docilidad. En general, los conocimientos adecuados para las niñas eran la reli­
gión y la labores femeninas, coser, bordar, tejer. No estaba previsto que se formaran
como profesionales ni que tuvieran estudios superiores de ningún tipo. Las únicas
profesiones permitidas eran la monástica y la docencia. En ese sentido, las mujeres
populares gozaban de una mayor libertad al ejercer actividades relacionadas con la
agricultura, el comercio y las pequeñas industrias. (Reyeros, 1952: 107-110). Excep­
cionalmente, las familias acomodadas permitían a sus hijas un acceso mayor a la mú­
sica y a algunos conocimientos rudimentarios en geografía y ciencias, principalmente
dentro del hogar. La comedia “Aviso a las solteras” representada en Cochabamba en
1834, en un colegio de huérfanos, presenta las posiciones encontradas de la población
masculina sobre lo que debía aprender y ser una mujer.
En el gobierno de Ballivián se firmó un contrato con una destacada educadora
chilena para que se hiciese cargo de un colegio de niñas en La Paz, en el que se les
daría el mismo tipo de clases que describíamos en años anteriores: lectura, escritura,
gramática, aritmética, doctrina, costura y bordados, y dependiendo de las cuotas de los
padres, las clases de piano, canto, idiomas, geografía, baile, dibujo, instrucción reli­
giosa y moral ejercicio de correspondencia epistolar, lógica e ideología. El estableci­
miento que debía servir también a niñas del interior y convertirse en el núcleo de una
Escuela Normal para futuras maestras, apenas duró tres años, cerrándose a la caída del
gobernante (Quezada, 1996).

C a le n d a r io . G u ia d e F o r a s te r o s d e la R e p ú b lic a B o liv ia n a p a r a e l a ñ o d e 1 8 3 8 . Paz, de Ayacucho.


Im prenta del Colcjio de Artes.

- 64-
(é ^U X S en la h isto ria rie (Solivia - Imágenes y realidades d el sig lo X IX

El Presidente José Ballivián había gobernado con la oligarquía remanente de


la Colonia, mientras el nuevo caudillo Manuel I. Belzu, se apoyó en los indios de la
campiña y los artesanos de las ciudades, equilibrando su régimen entre el populismo,
la modernidad y la tradición conservadora y católica. Desde el principio, puso énfasis
en la educación popular, destacando que también las niñas tenían derecho a la educa­
ción, lo que se reflejó en los presupuestos para éducación primaria que de 8.950 pesos
que se destinaba en el régimen anterior subieron en 1851 a 102.210 pesos, o sea 11
veces más que en 1845, lo que significó la creación y sostenimiento de nuevas escue­
las tanto en las ciudades como en el campo. En 1844 solo había una escuela de niñas
en la Paz, en el régimen de Belzu, se abrió una más y otra en la provincia, en el resto
del país no había ninguna. (Calderón, 1998). Belzu firmó un decreto (7.2.1854) esta­
bleciendo un curso de obstetricia con duración de dos años al interior de los Colegios
de Educandas de Sucre, La Paz, Potosí, Cochabamba y Oruro, a cargo de médicos
titulares. El objetivo era proporcionar a las niñas un medio de subsistencia y satisfacer
la imperiosa necesidad de estos servicios en el país. Al egresar las alumnas serían
incorporadas a los hospitales de mujeres. No tenemos información sobre el cumpli­
miento de este decreto.
El censo de Dalence de 1846, apenas menciona 4 colegios de niñas, con 68
alumnas en todo el país (Dalence, 1951). No queda claro si entre ellos cuenta los
conventos y colegios de huérfanas, lo que significa un escaso incremento para las
mujeres de las posibilidades de aprender a leer. Como para probar la evidencia de este
cuadro desolador se menciona siempre el nombre de la poeta ciega María Josefa Mujía
en la primera mitad del siglo XIX, como la personalidad femenina más destacada,
pues en efecto, ninguna otra mujer llegó a distinguirse en esas décadas salvo las espo­
sas de los presidentes, gracias a la aureola de poder que irradiaban los maridos.
El Congreso de 1884, discutió el proyecto de instalación de la instrucción fe­
menina en el Beni donde se había avanzado muy poco. Un diputado instó a agregar a
los ramos de enseñanza la aritmética práctica en vista de su utilidad para el comercio.
La oposición de otro diputado fue más contundente con el argumento de que ese estu­
dio no era necesario para las mujeres en ese momento (Reyeros, 1952: 122). Las últi­
mas décadas del siglo no significaron un progreso en la enseñanza femenina, cuando
más medidas aisladas. Se entregó a las religiosas “Hijas de Santa Ana” el colegio de
Educandas de Sucre que servía para las niñas de la élite. Las mismas religiosas debían
atender una escuela para las de escasos recursos.
Pese a los cambios del pensamiento a partir del siglo XVIII que suponen la
construcción de un sistema democrático nuevo, los escritos de los padres de la ilustra­
ción Montesquieu, Rousseau y Diderot son totalmente contradictorios cuando se re­
fieren al papel del sexo femenino en la vida civil. A través de la revisita que realiza
Lucía Guerra (1995) en esos dominios, se perfila la influencia arrolladora de la ilustra­
ción europea en las nuevas repúblicas, que tomaron como modelo de Europa no sólo la
construcción política de los países, su legislación e instituciones, sino los valores bási-

- 65-
B ea triz R ossells

eos relacionados con la familia, la educación y la concepción misma de lo que debía


ser un hombre y una mujer y las relaciones entre éstos.
Rousseau, el gran inspirador de los fundadores de las naciones americanas,
reitera la oposición entre el ser masculino como individuo político, y el ser femenino,
como entidad biológica que reproduce y protege a la especie. Esa dicotomía que en la
biblia fue producto del designio divino, en el discurso de Rousseau tiene una forma
argumentativa relacionada con las leyes de un orden natural originado en un Ser Su­
premo, legitimado por la historia y la ciencia. En su teoría no existe igualdad entre los
sexos, ni en lo biológico, ni en lo intelectual ni económico. La mujer es designada “el
complemento del bello sexo”, ser pasivo y débil creado para agradar y subyugar al
elemento masculino que es el activo y fuerte, por ello, la educación debe ser adecuada
a cada naturaleza1.
El discurso filosófico sobre la diferencia de los sexos proviene como muchas
otras teorías del contexto histórico concreto de Francia en las postrimerías de la revo­
lución cuando jacobinos y otros revolucionarios estigmatizan la participación política
de la mujer, después de haberla tenido como figura de primera fila en los aconteci­
mientos de 1789. Allí se generaron también años más tarde dos libros pioneros funda­
mentales escritos por mujeres sobre la reivindicación de los derechos de la mujer.
Mencionaremos el de Mary Wollstonecraft2 por su lucidez y “capacidad” irreprocha­
ble para debatir y rechazar los argumentos prejuciosos de Rousseau, en respuesta al
proyecto relativo a la educación de las jóvenes francesas3, ferviente convencida de que
el espíritu de reforma de la Ilustración era también un derecho para la mujer, muestra
que la aplicación de una ideología patriarcal desde la Ilustración no estuvo exenta de
voces disidentes -a partir de mujeres- cuyo discurso tempranísimo finalmente quedó
silenciado por el bullicio masculino, pero sólo por unas décadas, convirtiéndose luego
en una de las fuentes de desarrollo del feminismo.
«Quién ha decretado que el hombre es el único juez cuando la mujer comparte
con él el don de la razón?....¿Acaso no estáis haciendo lo mismo <que los tiranos>

En su obra E m ilio (1762) Rousseau dice: «La búsqueda de las verdades abstractas y especulativas, de los
principios y axiomas de las ciencias, de todo aquello que tiende a generalizar ideas, no está en el ámbito de
competencia de las mujeres. Todos sus estudios deben relacionarse con lo práctico, debe aprender costura y finanzas
caseras, ser pura y moderada, ser «agradable sin ser brillante, sólida sin ser profunda».
3. Pese a ser de 1791, el libro de Mary Wollstonecraft ha sido publicado en Madrid, a pocos meses del fin del siglo
XX, en la colección ”S ie te libros p a r a e n te n d e r e l sig lo X X " , junto con las obras fundamentales de Darwin, Marx,
Nietzche, Kafka y Freud, lo que avala su importancia. Es interesante conocer el entorno familiar de la autora,
casada con el escritor, William Godwin, fue madre de Mary, esposa del poeta Shelley y creadora del personaje de
Frankenstein en la novela del mismo nombre.
He aquí lo que dice en su prólogo de 1791, «¿Cómo puede esperarse de una mujer que coopere si no se sabe por
qué razón ha de ser virtuosa, si la libertad no viene a fortalecer su razón de tal modo que comprenda cuál es su
deber y vea en qué medida puede contribuir a su bienestar? Si deseamos inculcar a los niños los verdaderos
principios del patriotismo, es necesario que su madre también los sienta, el amor por la humanidad, con las virtudes
que de él se desprenden, sólo puede nacer cuando se toma en cuenta el interés moral y civil de la humanidad; ahora
bien, la educación y la situación social de la mujer hoy día impiden tales suposiciones”.

- 66-
^ M u je r e s en la h isto ria de B olivia - Im ágenes y re a lid ad es del sig lo X IX

cuando negáis a las mujeres sus derechos civiles y políticos, obligándolas con ello a
permanecer encerradas en la oscuridad del pequeño ámbito familiar? Pues seguramen­
te, señor, no podréis afirmar que sea una obligación ese deber que no está basado en la
razón”. (Wollstonecraft, 1998:14-15).
«Examinad sin pasión, señor, estas observaciones, pues parece haberos alcan­
zado algún resplandor de esta verdad cuando observáis que ver «una mitad de la raza
humana excluida por la otra mitad de toda participación en el gobierno es un fenó­
meno político que no puede verse justificado en nombre de principios abstractos». Si
es así, ¿sobre qué se basa vuestra Constitución? Si los derechos teóricos del hombre
se prestan a discusión y explicación, los de la mujer podrán, por analogía, evaluarse
según los mismos criterios; pero en este país reina un criterio bien diferente que justifica
la opresión de la mujer con uno de los argumentos que vos utilizáis: la costumbre».
Las referencias al alegato de Mary Wollstonecraft permite ver la enorme dis­
tancia entre las influencias del pensamiento europeo en las políticas de gobierno en
Bolivia y la realidad; la distancia histórica y de mentalidad entre colonia y moderni­
dad; distancia geográfica entre Europa y América, a donde algunas ideas llegaban tar­
de, y otras, mal o nunca; la distancia conceptual, de valores y de cosmovisión entre
los planteamientos femenistas europeos y la Carta del Oidor de la Audiencia de La
Plata, Juan José de Segovia a su hija María Rosalía, que siendo del mismo periodo
(fines del siglo XVIII), constituye un decálogo medieval. Por lo que se conoce, las
libertades intelectuales de que hace gala doña Francisca de Briviesca y Arellano de
principios del siglo XVII, fueron propias de una figura excepcional en el Alto Perú
(ver período colonial, Bridikina, 2000). Y más bien fue el modelo de doña María Rosalía
el que prevaleció en este territorio en las primeras décadas del siglo XIX.
Es posible suponer que Mary Wollstonecraft y otras feministas europeas no
fueron conocidas por los bolivianos ilustrados empeñados en producir modelos y nor­
mas de comportamiento para la mujer, copiando de los autores europeos. En cambio sí,
tuvo un éxito extraordinario el abogado y literato francés llamado Aimé L. Martin
(1786-1847) autor, entre otros textos, «De la educación de las madres de familia ó de
la civilización del genero humano por las mujeres (1834) trabajo que fue premiado por
la Academia francesa. Su libro, traducido, fue pasado de mano en mano y tuvo gran
circulación y aceptación entre los gobernantes e intelectuales bolivianos, algunos de
sus capítulos fueron reimpresos por el prefecto de Cochabamba y los vocales de la
Junta de Propietarios en 1847, bajo el título De la civilización de las aldeas por medio
de las mujeres. Dedicado a las señoras, a los alcaldes y a los curas de aldea. Como si
se tratara de la palabra definitiva sobre esta cuestión, Aimé, no solo fue citado por casi
todos los autores que escribieron sobre la mujer, su educación y emancipación, sino
re interpretado y copiado.
En su anhelo de absorber ideas, los bolivianos ilustrados reeditaron también a
otros autores. Melchor Urquidi, Jefe Político de Cochabamba, dedicó especialmente a

- 67-
B eatriz R ossells

las Señoras de la Junta de Caridad de esa ciudad en 1861, la reproducción de algunos


documentos, entre ellos un texto del educador argentino Faustino Sarmiento titulado
Educación de las mujeres
La definición de la naturaleza y funciones de la mujer se convierte para la so­
ciedad patriarcal en un quehacer de primer orden. Múltiples aspectos son considerados
en esta búsqueda, como tema central la familia y el lugar que la mujer tiene en ella, la
moral y la virtud como características imprescindibles.
En los contados establecimientos de instrucción primaria para niñas, las pres­
cripciones religiosas y morales eran estrictamente transmitidas mediante manuales,
catecismos y un sistema de premios, constituyendo la base de la enseñanza. Así fue la
ceremonia de fin de curso de 1853, en el Colegio de niñas Educandas de Sucre que
describe Manuel Ignacio Salvatierra (1853) 2.
Cupertino de la Cruz Méndez, uno de los entusiastas promotores del “progre­
so” fue también uno de los responsables de la Revista de Cochabamba, la primera
revista boliviana de gran importancia por reunir en su seno a una generación de crio­
llos preocupados tanto por el estado de estancamiento del país a un cuarto de siglo de
haberse fundado, como por la bella literatura. Aparecen dos artículos de Méndez, ins­
pirados en Aimé Martin, además de los maestros de éste, Rousseau y Bousseau, donde
reitera la doctrina dicotómica de las capacidades y funciones del hombre y la mujer. El
autor añade un análisis descamado de la sociedad boliviana sobre la situación de la
mujer.-
Es notable la preocupación de docentes e intelectuales varones por dotar de
textos dedicados a la moral femenina como el de M. Antonio Quijarro de 1854, basado
en conferencias del señor Campé, al estilo de un catecismo con preguntas y respuestas
taxativas, para facilitar su aprendizaje. El texto define la existencia de un destino gene­
ral y un destino particular para la mujer. El primero es el común con el hombre, pero el
segundo, establece las funciones de esposas, buenas madres y prudentes gobernadoras
de sus casas y familias que les corresponde. De este destino de la mujer dependería en
última instancia la felicidad de los estados, a través de la felicidad de las familias,
fundamentalmente como obra de la mujer.
Explica esta Moral del Bello secso la desfavorable situación de la mujer a partir
de lo que la naturaleza y la sociedad han establecido: el hombre, protector y jefe de la
mujer e hijos, y la mujer, su compañera agradecida y dócil. Como si se tratara de

'. Sarmiento comenta que la prensa chileua también reprodujo la “b ellísim a o b r a ” de Aimé Martin, y es un
partidario decidido no sólo de impartir instrucción básica sino de introducir a las mujeres en la enseñanza pública,
sobretodo a las industrias manuales

La función incluye los exámenes, la ceremonia religiosa, la distribución de premios a cargo de la Junta de
Matronas, otras señoras y las autoridades más importantes del Departamento, el Prefecto, el Cancelario de la
Universidad, el Decano de la Facultad de Derecho, profesores y maestras. Una de las autoridades cita en primer
término un párrafo de Aimé Martin sobre la educación de las mujeres, pero además reproduce todo el discurso
sobre la degradación y envilecimiento de «ese preciosa mitad del humano linaje».

- 68-
<S'C¿£f QMujereS en la h is to r‘a de B o livia - Im ágenes y realidades d el s ig lo X IX

condiciones históricamente inmutables y legitimando la situación de la mujer en base


a designios divinos y sociales afirma: “Por esto la naturaleza ha concedido al hombre
mayor vigor y fortaleza en el cuerpo: le ha dado mas valor, más osadía, mas constan­
cia, serenidad mas perseverante, y tal vez un espíritu mas vasto. La educación y la
manera de vivir diferente en los dos secsos hace que el hombre desenvuelva y fortifi­
que estas disposiciones, mientras que la muger se queda débil, delicada, sensible, y
tímida. La vida sedentaria y casera á que la muger está precisada desde su primera
juventud, la naturaleza de su vestidos que no le permiten movimientos libres y rápidos,
la mayor parte de sus ocupaciones, y en una palabra toda su manera de vivir y de ser
contribuyen á mantenerla en un estado de desfallecimiento. De lo que se infiere que la
muger se halla constituida en un estado de dependencia que nada tiene de malo ni
deshonoroso, sino que al contrario es necesaria dicha dependencia para conseguir el
orden social por un designio manifiesto del Criador” (Quijarro, 1854:2-3).
El texto se ocupa también de la literatura. Si en la Colonia estuvieron prohibi­
das las novelas tanto para hombres como para mujeres, en el siglo XIX, las mujeres
están excluidas de su lectura. Para Quijarro, la literatura y el arte son factores peligro­
sos para ellas junto con la moda, en sentido de que el ejercicio de la imaginación
serviría para la corrupción de las costumbres. Las novelas merecen una nota expresa
del autor para explicar su influencia nociva al pintar la sociedad tal como es, con vicios
y virtudes, penas, placeres, lujuria y sensualidad. Son especialmente criticadas las co­
medias, aventuras quiméricas, el espíritu visionario y los héroes “fmjidos” Pero no
sólo eso, la adquisición de conocimientos científicos y de nociones profundas en las
artes (literatura, pintura, baile) es considerada inadecuada para la mujer porque la aparta
del cumplimiento de “su destino esencial”. Tampoco es conveniente el aprendizaje de
las artes por ser “perjudicial a la salud, por cuanto mantiene doblado el cuerpo.... ”.
El abogado José Manuel Loza 1 en la publicación La mujer en sus relaciones
domestica i social o Manual de la Mujer (3a. Edición) enfatiza el destino sufriente de la
mujer por voluntad divina acudiendo a las sagradas escrituras: “La mujer fue conside­
rada, por una tradición universal, cual autora de todos los males i desventuras de la
tierra. Eva fue la Pandora de los vicios, la Sirena del Edén, quien ocasionó con su canto
de muerte el naufrajio del primer hombre i de toda su posteridad. Parecía pues justo,
que la Mujer fuera sepultada por siglos en el abismo de sufrimientos i rencores, hasta
que llegase la expiación por su propio sexo” (Loza, 1855:11).
La iglesia católica viene a ser el pilar fundamental de la discriminación de la
mujer merced a las nociones de culpa, expiación y redención que transmiten los textos

1José Manuel Loza Nació en La Paz en 1801. Doctor en Derecho y Teología . Fue uno de los fundadores de la
Universidad Mayor de San Andrés y después cancelario de la misma. Estuvo desterrado. Fue parlamentario, fiscal
de Distrito y Ministro de Educación. Redactor del “Iris de La Paz”. Publicó M e m o ria b io g rá fica d e S ucre, M e m o ­
ria b io g rá fic a de B o líva r. Escribió versos en latín, pues era un entusiasta de esa lengua, Gabriel René Moreno dijo
que esos versos eran “perfectamente ridículos” y le pareció “pasmoso” que hubieran sido premiados en un certamen
católico. Citado en Mesa y Gisbert (1976: 59).

- 69-
B eatriz R ossells

básicos de la biblia y el nuevo testamento en relación al origen dependiente de la


primera mujer, extraída de la costilla de Adán y la posterior incitación al pecado y la
caída. De esa culpa emerge la condena a sufrir dolores y penas y el dominio del varón.
Solo la figura de la Virgen María, Madre de Jesús, es según la iglesia la que rehabilita
el sexo femenino bajo la condición de la virtuosidad y el sometimiento. Este es un
tema expresado en todos los manuales de comportamiento femenino: “La mujer apren­
da en silencio con toda sujeción. No le permite que enseñe ni que domine al Varón,
sino que guarde silencio: Adán fue formado primero que Eva. Pero la mujer se salvará
por los hijos, que dará al mundo, si permaneciese en fé i caridad, en santidad i modes­
tia” (San Pablo en su carta Ia a Timoteo, Cap. 2. v. 12).
La publicación de Quijarro1 de 1854 (reeditada en La Paz en 1855), cuenta con
el patrocinio de Melchor Urquidi, el mismo personaje de la Junta de Propietarios de
Cochabamba que promovió la reimpresión de los libros de Aimé y de Sarmiento, lo
que muestra un consenso de importancia en el medio masculino sobre esta temática. El
propio Melchor Urquidi2 publicó el «Tratado de moral, virtud i educación» (1865)
dirigido a ambos sexos. Las mujeres tienen mayores exigencias de conducta por la
desconfianza y la severidad con que se la juzga en su uso del cuerpo. La decencia
alcanza hasta al estilo de miradas femeninas que deben mantener un estricto límite. La
Moral del bello sexo de Germán Aliaga(l 872), profesor del Liceo «El Porvenir» y del
colegio de señoritas del «Sagrado Corazón de María, el Manual de instrucción prima­
ria dedicado a los Trabajos de aguja (1874) “indispensables para las niñas de toda
condición y el texto de Instrucción Civica (1888) de Julio César Valdés confirman la
continuidad de esta línea a lo largo de medio siglo.
Los autores de los textos prescriptivos femeninos y sobre la educación y la
emancipación de la mujer son miembros de la élite política e intelectual del país que
ostentando una especie de “autoridad moral” otorgada por su pertenencia al sexo mas­
culino, elucubran y escriben para determinar los roles y conductas de la población
femenina. Los literatos que a través de la poesía y la prosa se refieren a las virtudes de
la mujer cumplen las mismas funciones reiterativas de consolidar la división de los
sexos. Una revisión de las biografías3 de los mencionados autores muestra también la
diversidad de actividades que realizaban y de temas sobre los que escribían desde la
política, la historia, asuntos de gobierno, literatura, etc. En muchos casos esta profu­
sión era contraproducente pues se obtenían malos resultados literarios.
1Antonio Quijarro (1831-1903) Nació en Potosí, jurisconsulto, publicista y diplomático, parlamentario y ministro
de Relaciones Exteriores. Su bibliografía sobrepasa los cincuenta titulos sobre diversos asuntos, literatura,
ferrocarriles, limites, exploraciones, jurisprudencia, feminismo, historia, política, navegación, etc.
1 Melchor Urquidi. Nació en Cochabamba, abogado y estadista, tiene numerosos escritos sobre finanzas, instrucción
pública y otras materias.
5Algunas de las notas biográficas se encuentran al pie de los textos de los autores en la Antología. Todas han sido
tomadas de: “Apuntes para un diccionario biográfico boliviano” (1825-1915) B o livia en el p r im e r c en ten a r io d e
su in d e p e n d en c ia . The University Society. 1925.

- 70-
(^ M u je re s e r la h isto ria ¿e B o lM a - Im ágenes y rea lid ad es d e l sig lo XIX

Las fuentes prescriptivas menos flexibles para las mujeres continuaban siendo
las eclesiásticas: la Instrucción de la mujer cristiana (1524) de Juan Luis Vives y La
perfecta casada de Fray Luis de León (cuya primera edición data de 1583) permane­
cían como manuales de conducta para las mujeres, especialmente el de León, que era
obsequiado a las recién casadas incluso durante la primera mitad del siglo XX.
A este género corresponden la Carta Pastoral (1879) que el Obispo de Santa
Cruz de la Sierra dirige a sus Diocesanos, exhortando a padres y madres de familia
tanto como a las hijas, a seguir las disposiciones divinas concedidas como prerrogati­
vas de su sexo para cumplir su misión en el plano de la virtud y la religión. Bien impuesto
de las novedades y los cambios de la sociedad, el Obispo dice “Jóvenes todos, de uno y
del otro sexo, comprended que la Religión Católica, no se opone, no, al estudio de las
ciencias y artes, al progreso verdadero ni a la adquisición de bienes de fortuna, con tal
que no hagais de ello causa ú ocasión de vuestra eterna ruina” (Baldivia, 1879).
La nueva áncora de salvación ó devocionario (1888) de la Compañía de Jesús,
es una ayuda sacerdotal para el examen de conciencia, donde se marca los límites de lo
permisible de aquello que está reñido con la moral, tanto para los hijos como para los
casados. La ubicación cronológica de estos textos, en el último cuarto del siglo, cuan­
do ya se ha planteado el debate sobre la emancipación y la educación de la mujer, es
una prueba de su vigencia en patrones de comportamiento de la sociedad boliviana, del
predominio de la iglesia al interior de las relaciones familiares y del control de la
sexualidad femenina y el rol de las mujeres.

5. LA REPRESENTACION LITERARIA
REPRESENTACIONES Y VISIONES MASCULINAS
SOBRE MUJERES
Si se trata de revisar las representaciones sobre las mujeres hay que ver necesa­
riamente la producción masculina sobre ellas, pues son los hombres los que producen
casi todos los discursos sobre el género femenino, sea en forma de versos, ensayos o
teorías. En todos los períodos «la debilidad de las informaciones concretas y circuns­
tanciadas contrasta con la sobreabundancia de las imágenes y los discursos. A las
mujeres se las representa antes de describirlas o hablar de ellas, y, mucho antes de que
ellas mismas hablen. Incluso es posible que la profusión de imágenes sea proporcional
a su retiro efectivo. Las diosas pueblan el Olimpo de ciudades sin ciudadanas; la Vir­
gen reina en altares donde ofician los sacerdotes; Marianne encama a la República
Francesa, cuestión viril. Todo lo inunda la mujer imaginada, imaginaria, incluso fan­
tasmal» (Duby y Perrot, 1993). Por ello es fundamental atender a la evolución de este
imaginario. La escritura es un medio de gran libertad para transmitir la representación
de la mujer, para forjar la imagen que los hombres desean tener de la mujer pues su
realidad es ignorada.

-7 1 -
B eatriz R ossells

En el marco de la preeminencia legal y política, y del rechazo a reconsiderar la


discriminación de la mujer y a aceptarla como a un ser real, la producción lírica de los
varones muestra la más variada imaginación para concebir la existencia femenina.
Esta es representada como objeto del amor, con una serie de atributos ideales para los
hombres, principalmente la belleza y la virtud. Puede ser una diosa, una diva, una
hechicera, un dulce amor, una pasión devastadora, un demonio: una ilusión. «La difi­
cultad de capturar el ser femenino va más allá de todo límite. La mujer que no es
concebida como un astro o una flor, sino a partir de una visión más aproximada a la
naturaleza humana, se vuelve una figura más compleja y enigmática, colaboradora del
demonio o santa, y está sujeta a todas las pasiones humanas» (Rossells, 1988). Se diría
que antes de describirlas, los varones prefieren representarlas, como en todo el imagi­
nario occidental. En la Bolivia mestiza, la mujer es la Virgen María y todas las Vírgenes
Patrañas de las ciudades, del Ejército y la Policía. También es la Pachamama de las
culturas andinas que ha llegado a consustanciarse con la Virgen cristiana para gran
parte de la población. De ahí el abigarramiento del imaginario boliviano referido a la
mujer, de gran riqueza en el uso de la simbología pero siempre atado a los estereotipos
de la mujer sublimada y mujer víctima.
De inicios del siglo los versos del joven guerrillero indígena Juan Wallparrimachi
(1793-1814) que combatió en la lucha por la Independencia a lado de Manuel Ascencio
Padilla y Juana Azurduy quedan versos muy sentidos amatorios y a la madre. A dife­
rencia de otros poetas bolivianos, Wallparrimachi, más que influenciado por el roman­
ticismo lo está por su propia cultura, la quechua. Su identificación con la naturaleza
andina es casi mística y atraviesa su expresión lírica. Los versos de «Cañoto», el gue­
rrillero cruceño que luchó también en las jomadas de la Independencia, emparentados
con las letras de tristes y bailecitos de la tierra, poesía popular que sirve de sustento a la
música, al canto y al baile. Generalmente son de autor anónimo, difundidas durante
décadas y aún por el período de un siglo o dos, representan los sentimientos encontra­
dos^ que inspira la mujer, inolvidable, hechicera, traicionera, huidiza, reiterativamente
invocada por los cantores y el público de las culturas mestizas consolidadas en espa­
cios y grupos alternativos como las chicherías frecuentadas por intelectuales y estu­
diantes de la pequeña burguesía y la naciente clase media urbana.
Uno de los ejemplos más profusos del imaginario femenino de mitad del siglo
XIX, con gran influencia colonial y eclesiástica es el largo poema «La Mujer» de
Manuel María Gómez, que nombra a la mujer «misterio incomprensible», «luz inson­
dable», virginal, Eva pecadora, mensajera del dolor, proscrita y errante, celestial María
y Madre. Pero igualmente se encuentra el humor y la amabilidad:

Al Bello Secso de Potosí


Secso de amor y hermosura,
Que engalanas la natura

- 72-
écas oM ujeres en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

Y derramas el placer;
Dígnate con tu presencia
Compartir de su contento
Darte destresa y aliento
Y esta fiesta embellecer1

De la década de 1860, en que se publicó el poema de Gómez, hasta fines de


siglo cuando encontramos la poesía de Eduardo Diez de Medina, que igualmente
denomina a la mujer, Luzbel o sirena cruel-hechicera (1897), con sentido similar al
que le confiere Angel Diez de Medina cuando dice: «¿Si hay algo indefinible en este
mundo,/es la bella mitad de nuestro ser» (1893), ha cambiado el tono siniestro, la
alegoría infernal y pecaminosa ligada a la ideología eclesiástica, después de que el
liberalismo y la laicización del Estado arremetieron por lo menos en parte con el poder
de aquella. Continúan siendo pensadas y nombradas por los hombres aunque bajo un
manto de cierta mundanidad y más cerca del modernismo.
Los representantes de la iglesia católica y los sectores conservadores defienden
a ultranza los valores de la virtud femenina, el recato y la modestia, contra la bestia que
llega disfrazada de modernismo, lujo, coquetería y pecado. El estilo de sátira sirve
para este efecto, en largas estrofas en las que se critica a la mujer que se pinta, se viste
y usa su cuerpo a la moda. También Adela Zamudio consignó este cambio en la vesti­
menta e imagen femeninas. Estas formas de aproximación -poesía de humor, petipieza,
tradición, anécdota- son las que más recogen los temas cotidianos, costumbres, y valo­
res de las mujeres en la sociedad y permiten el tratamiento de problemas sociales, de
creencias o de conflictos de una manera inmediata, reiterando la división entre lo fe­
menino y lo masculino como la crítica al cigarrillo: “Porque la mujer, ¡per Baco!/
hechicera y tierna flor, /debe exhalar grato olor/ Y no oler nunca a tabaco”.
Las estrategias matrimoniales que describe la petipieza “Corazón vale más”
publicada en Cochabamba en una temprana fecha -1854- son reveladoras de las con­
tradicciones entre la moral, las conveniencias de la posición social y los sentimientos.
Se ocupa también de la reacción contra novelas y periódicos que por lo visto, a escasos
veinte años de la creación de la República llegaban con bastante facilidad y eran con­
sumidas por la reducida población femenina letrada.
La Virgen María es parte importantísima del culto católico, su devoción fue
renovada a mediados de siglo gracias a la proclamación como dogma de fe por el
Vaticano y a la institución de la fiesta de la Inmaculada Concepción. Innumerables
manifestaciones en tomo a la Virgen y a las patrañas regionales y locales son patrimo­
nio eclesiástico, artístico literario y musical a lo largo de la historia colonial y republi­
cana. Los poemarios y cancioneros para la Virgen María entronizada en algunas ciuda­

1Potosí, agosto 18,1862; H.S. ABNB

- 73-
B eatriz Rossells

des de Bolivia, tienen una tradición muy larga que ha bebido de fuentes cristianas y
nativas, del castellano y de las lenguas locales. Los cancioneros son cantados por
hombres y mujeres en las fiestas del calendario religioso y son parte del patrimonio
cultural. La tradición sobre la Virgen del Carmen narrada por Rosendo Gutiérrez es un
ejemplo de las contradicciones centrales de la cultura republicana que comparte un
catolicismo ritual y una modernidad impuesta no racionalizada ni asumida a partir de
la realidad propia. Algunos estudios hacen evidente el uso extendido de imágenes
providencialistas en los sermones y las homilías en honor de los presidentes bolivianos
en una tendencia de verdadera “sacralización de la vida política”, por la que se asimila
a los mandatarios con el Sol y Cristo, asociados a la Virgen María en sus diferentes
apelativos y patronatos'.
Es particularmente romántico el largo poema Celichá, escrito por el abogado y
explorador Daniel Campos, inspirado en la visita a los selvícolas del Gran Chaco del
que ofrecemos extractos. El tema es el romance y sacrificio de una joven princesa de la
llanura, en realidad, una joven toba de piel blanca. La obra premiada por el Congreso
Nacional de Bolivia parece haberse inspirado en el poema Tabaré (1888) del uruguayo
Juan Zorrilla de San Martín. Modesto Omiste en su alegoría La Patria y la Mujer
(1897), donde apoya el derecho al sufragio y a la emancipación de la mujer escribe:
“La Patria es una deidad, y la mujer su sacerdotisa”.
Ciertamente, los extractos de la Antología son sólo una muestra de la produc­
ción literaria de la época. El teatro es otro espacio importante de transmisión de ideo­
logías. Su trascendencia en la construcción del imaginario nacional en el siglo XIX,
los proyecta más allá de ese límite histórico, llegando incluso al presente, a través de
las “obras clásicas” reproducidas por el pensum escolar. En estas obras se expresan los
temas centrales de la colectividad: lo nacional, lo social, la cuestión étnica y el género.
Un estudio reciente que analiza precisamente las imágenes femeninas en la
literatura nacional tomando como fuente las principales novelas y obras de teatro del
siglo XIX, da cuenta de las finalidades didácticas de los principales productos de esos
géneros: la novela “Juan de la Rosa” de Nataniel Aguirre, las obras teatrales “Los
Lanza” de Félix Reyes Ortiz y “Los Mártires” de Hermógenes Jofffé.
La imagen femenina del siglo XIX según esas obras posee rasgos coloniales
religiosos así como códigos culturales europeos configurándose como ambigua y cam­
biante. Sin embargo, las diferentes vertientes confluyen en el reconocimiento de un
conjunto de virtudes en la mujer, ligados a su fortaleza, moralidad y capacidad afectiva.
“El imaginario femenino boliviano de la mujer se ha conformado como un complejo y
abigarrado escaparate de figuras y símbolos que se modifican periódicamente en tanto
la construcción social, el espacio y el tiempo van construyendo nuevas modalidades y
premisas de relaciones entre los sexos” (Cajías y Rossells, 1997: 81).
‘.El providencialismo llegó a su apogeo en el período de Belzu cuando salvó la vida de un intentó de asesinato,
atribuyéndoles la protección a Dios y la Virgen María (Richard, 1997). A esta última le mandó construir una
capilla en Sucre.

- 74-
O M u je re S en la h isto ria da S o livia - Imágenes y rea lid ad es d e l s ig lo X IX

El teatro mantuvo en el siglo XIX la atracción que había ejercido en tiempos


coloniales. Este género fue considerado especialmente apto para “civilizar”, organizar
y modernizar a la población en las nuevas repúblicas. Por su capacidad pedagógica en
sociedades mayormente iletradas fue muy apreciado para la transmisión de valores.
Resulta así un buen referente para escudriñar los ideales de las clases dominantes. El
teatro histórico trató de fijar en el pueblo, fechas y hechos históricos y personajes
heroicos de conducta ejemplar. En “Los Lanza”, obra inspirada en los hechos del
proceso libertario en la ciudad de La Paz, figuran héroes masculinos plenos de virtudes
patrióticas y humanas. Las mujeres no son las protagonistas pero comparten con los
hombres la valentía, solidaridad y sacrificio. Criollos e indígenas asumen la defensa
del proyecto libertario. La familia y la patria son la base de la sociedad.
La obra más importante de la escasa producción novelística del siglo XIX es
“Juan de la Rosa” de la que nos hemos ocupado en el primer capítulo, la misma que se
ubica en la dirección pedagógica y patriótica de “Los Lanza”, formando parte de la
literatura de construcción de una conciencia nacional, que prioriza el sentimiento de
unidad por encima de las diferencias de clase, etnia y género.
La comedia Aviso a las solteras de una fecha tan temprana como 1834, repre­
senta toda la influencia del teatro español, con reminiscencias de la Dama Boba de
Lope de Vega de 1613, así como la comedia española del neoclasicismo del estilo de
Moratín (Mesa y Gisbert, 1977), introducida en las escuelas creadas en los primeros
años de la República. La trama tiene que ver con los dos modelos opuestos de mujer: la
señorita muy instruida que solo se preocupa por adquirir conocimientos, y la niña
hacendosa y virtuosa. El novio elige a esta última. Pero en un final feliz, la señorita que
sabe latín, geografía y ciencias se casa también con el médico que la atendió del dis­
gusto de perder al primer candidato.
Dos narraciones del género romántico son destacables en las décadas de la mi­
tad del siglo en relación al tratamiento de la mujer: Soledad (1847) de Bartolomé Mitre
y La isla de Manuel María Caballero (1864). En el caso de Soledad, los personajes
femeninos son modelos de la época y de la realidad, mujeres enamoradas, rechazadas
y aún maltratadas por los elegantes galanes. Finalmente, la virtud se impone con des­
enlaces felices, se evita dos muertes, se resuelve un embarazo no aceptado, se frustra
un adulterio y finalmente, se permite el matrimonio de los enamorados, previa la muer­
te del anciano marido. Así triunfa el amor por encima de las conveniencias económi­
cas. Muchas anécdotas vinculan este novelín de Mitre a algún triángulo amoroso ocu­
rrido en Cebollullo, la bella propiedad del presidente José Ballivián, en los cálidos
valles paceños, donde pasaron temporadas los escritores argentinos Bartolomé Mitre y
Juana Manuela Gorriti, exiliados de su propia patria pero bien acogidos por la sociedad
paceña. En La Isla, más bien una leyenda, se narra la historia de un romance frustrado
por las veleidades de un joven, indeciso entre dos mujeres. Filomena, la abandonada,

- 75-
B eatriz R ossells

sucumbe de pena en el lago Poopó al igual que sus padres, convirtiéndose en un fantas­
ma que circulaba por la orilla del lago.
La influencia de la iglesia y de las tradiciones coloniales está profundamente
anclada en la vida cotidiana del siglo XIX prolongándose más allá de 1950. La tradi­
ción de las Almas en pena, como la de las viudas, duendes y otros seres del imaginario
hispanoamericano cuenta las actividades de una señora virtuosa y una monja, como
mediadoras de las almas que se comunican con ellas fluidamente. Sor Estematina no
es una tradición tan benévola, reproduce la historia real o no, existente en muchas
ciudades, de la monja que huye con un galán, médico o de otra actividad. Estos aman­
tes sufren el castigo de Dios
Es sustantivo y rompe con el estilo festivo, prescriptivo o superficial de otros
autores que se refieren a la mujer, el ensayo de Gabriel René Moreno sobre María
Josefa Mujía, el mismo que recoge una selección de versos y los poemas de otros
autores dedicados a ella. Se trata de un análisis riguroso extendido a varios otros poe­
tas bolivianos. En su opinión de crítico, la Mujía se encuentra por méritos propios en el
pequeño círculo de poetas reconocidos. Mujía y Adela Zamudio son calificadas por los
intelectuales de su tiempo como sobresalientes, mujeres fuera de lo común, incluso en
su vida personal, distinta a las casadas, amas de casa y madres.
Una visión del conjunto de la producción literaria sobre la mujer permite ver
cambios en el imaginario femenino de las élites del país. En las primeras décadas
persiste el romanticismo con el tema central relacionado con el amor, que puede termi­
nar en tragedia, siempre con un sentido moral. En las últimas el interés se vuelca a la
polémica sobre las transformaciones de la situación de la mujer en el mundo.
Los autores que analizamos parecen no conocer a las mujeres en su compleji­
dad psicológica pero les marcan el camino, trazan los límites de su comportamiento y
de su destino. Se diría que la literatura confunde su función con la prescriptiva. Ambas
se complementan. Se percibe que los autores tienen menor vocación por el análisis
social y cultural de la realidad y por cierto, sobre cuestiones relativas al género feme­
nino que las autoras que analizamos en el siguiente capítulo. De ahí que subsisten las
imágenes coloniales y los discursos moralistas, cuando no los versos irónicos.

6. REPRESENTACIONES Y VISIONES DE MUJERES


Es asimismo fundamental, conocer qué escriben y cómo se representan las
mujeres a sí mismas.
De aquellas que publican versos y escriben en el siglo XIX, que son contadas,
interesa tanto su producción literaria como la visión que tienen ellas de las mujeres de
su época y el tipo de respuesta del público masculino, pues cuanto más tempranas son
sus irrupciones en el discurso público, tanto más próximos están sus escritos a la trans­
gresión del orden, al rechazo de las prescripciones de género que impiden “hablar” al

- 76-
fffj£ S C C fC u fC T ó S en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

público y en público a las mujeres, pues su función es el silencio prudente, la interiori­


dad del hogar y la modestia, contrarios a la exposición a un público lector.
María Josefa Mujía (1812-1888) nacida en Sucre, es una precursora de la mu­
jer intelectual en el país, pues fue la primera mujer en publicar versos en la historia
cultural de Bolivia y en ingresar al ámbito público de la prensa dominado por los
hombres. Su poema «La ciega» fue publicado en 1852, obtuvo críticas favorables,
pero sobretodo conmovió al público lector por el profundo dramatismo de su pluma,
encarnación de su sufrimiento al haber perdido la vista en la adolescencia. Sus versos
dieron lugar al surgimiento de un coro de reconocidos poetas y voces nuevas que le
rindieron homenaje. Colaboradora de “La Aurora Literaria” de Sucre (1862-1864),
fue considerada una de las máximas figuras de la lírica nacional entre otros poetas
varones de ese período y la única mujer admitida en 1863, a la Sociedad Literaria de
Sucre, a la que ingresó junto con Manuel José Cortés, autor de Un Ensayo Sobre la
Historia de Bolivia.
María Josefa Mujía es hija de la primera mitad del siglo XIX. Su vida misma
está marcada por la violencia y la inestabilidad del país: el padre, español y coronel
real, y el hermano, militar de Melgarejo, ambos murieron en acción. Inmersa en la
religión católica que da consuelo a su espíritu, cultiva una imagen de mujer virtuosa,
destinada al sufrimiento y la resignación, tan característica del romanticismo de los
primeros tiempos en Bolivia:
Mas, mira mi triste imagen
En una cándida rosa,
Que aun lozana destroza
El huracán bramador.
Son puros, sí mis suspiros
Y puro y blando mi aliento,
Porque mi pecho está exento
Del dardo impuro del amor.
No soy expatriado arcángel
Sino una débil criatura
No soy expatriado arcángel
Condenado a la amargura,
Cuyo destino es sufrir.
Canto y lloro mis pesares
Al son de mi triste lira,
Siento que el alma respira
Así en cantar y en gemir
De espinas una corona
Puso sobre mi frente

- 77-
B eatriz R ossells

Y me ordenó tiernamente
A que abrazara la cruz
Y luego...sobre mis ojos
Puso un negro y denso velo
Y dijo “Sigue en el suelo
Tú las huellas de Jesús.

Mas, entre la oscura niebla


De aquesta noche sombría,
Dióme una lumbre que guía
Mi débil e incierto pie.
Dióme un consoladorfaro.
El que a mi mente ilumina
Con celeste luz divina,
Y aqueste faro es la fe.

Adela Zamudio, (1854-1928) nacida en Cochabamba utilizó en sus primeros


tiempos el seudónimo “Soledad”, probablemente por los prejuicios existentes contra
los poetas y artistas, más aún tratándose de mujeres. En los inicios de su vocación
artística, rindió un homenaje a la poeta ciega: “¡Ay! no gimas, no señora,/ por ün
ignorado bien;/ y mientras que el munda llora/ busca en tu alma soñadora/ lo que tus
ojos no ven”. La Zamudio es el gran personaje femenino literario de la otra mitad del
siglo e incluso más allá. Sale a la luz pública a partir de la década de 1870 hasta 1929.
Su trayectoria va desde los álbumes poéticos para las amistades en su ciudad natal
hasta la notoriedad nacional. La valoración literaria de su obra prioriza la parte más
acabada de su poesía lo que la ubica en lo más representativo de la lírica romántica
boliviana, pero sus obras satíricas dan lugar a sus ideas feministas y críticas de la
sociedad. Su producción es amplia como multifacético su talento, incursiona también
en el cuento y aún en la novela, se interesa por la pintura, el canto y la guitarra. Publica
un periódico anual humorístico en verso El alegre carnaval (1896).
Sus lecturas en la biblioteca del padre fueron más lejos que los autores román­
ticos que leían las élites del país: Byron, Víctor Hugo, Lamartine, Chateaubriand, Goethe,
Shiller, Heine y los españoles Becquer, Campoamor, Núñez de Arce, Caballero, Caro­
lina Coronado y otros. Valora a los clásicos Dante y Cervantes, Shakespeare y Milton,
Longfellow y Cooper. Los humanistas franceses del siglo XVIII y los realistas Flaubert,
Stendhal, Balzac, George Sand, Sor Juana Inés de la Cruz, Lope de Vega, Jorge
Manrique, Santa Teresa y Ernesto Renán (Guzmán, 1955). Con el apoyo del padre,
publicó su primer libro en Buenos Aires Ensayos poéticos (1887), el mismo que con­
tiene poemas que definen su obra, “Peregrinando” notable poema romántico de des­
consuelo y rebelión y “Nacer Hombre”. Aquí están también “Despedida”, cuadro som-

- 78-
C V ^ v C ljS rC S en la h isto ria do B o livia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

brío de la guerra del Pacífico a la que asistieron dos de sus hermanos, y “El hombre”
en la que retoma su querella contra los privilegios masculinos:

Cuando abrasado por la sed del alma


quiere el hombre, viajero del desierto,
laureles recoger, al umbral de las puertas de la gloria,
“Deténte aquí” le dice a la mujer.
Y al volver a emprender la ardua carrera,
si siente que flaquea su valor,
‘‘Ven, ven ”, le dice entonces,
‘‘tú eres mi compañera
en las horas de lucha y de dolor.
Su aproximación a la religión fue distinta a la de la Mujía. Su cristianismo
misional se tomó agnosticismo. La “Soledad” de su pseudónimo, fuente de una actitud
más cerebral que pasional. Su alegría, desolación. Nunca salió del país, pero conoció
mejor que otros autores áreas rurales que abrieron también su pluma a la incursión en
el realismo narrativo. No gozó de gran situación económica y su pertenencia a la socie­
dad cochabambina le sirvió mientras fue considerada poeta y escritora pero sufrió el
rechazo inmediato cuando su voz se alzó con notas de rebelión.
Alcanzó la plenitud personal en algunos momentos de su vida pero no alejó
nunca el cuestionamiento profundo a la vida inscrito en el epitafio dedicado a sí misma:
Vuelo a morar en ignorada estrella
Libre ya del suplicio de la vida
Allá os espero: hasta seguir mi huella
Lloradme ausente pero no perdida.
La Zamudio tiene un impulso de inconformidad social que se revela tanto en su
obra poética como en sus actividades y artículos posteriores para la prensa donde utili­
za una afilada pluma para criticar la hipocresía de la sociedad, el absurdo y la injusticia
de la discriminación del género femenino e incluso los dictados de la moda. Esta
postura personal y precursora de actitudes y grupos feministas, no fue compartida ni
aceptada en su momento, en su ciudad ni en el país, salvo contadas voces femeninas y
masculinas. «Nacer Hombre» (1887) es un cuestionamiento implacable a los privile­
gios de los hombres y las injusticias que sufren las mujeres y “Quo Vadis” a las contra­
dicciones de la iglesia católica. Aunque ambas poesías han sido muy difundidas y la
figura y la obra de Zamudio un tanto desdibujadas por la difusión a veces poco perti­
nente, como lo sugiere un autor (Portugal, 1999), más allá del cambio de muchas
formas sociales, la cuestión de fondo -la injusticia contra las/ mujeres- en su absoluta
falta de lógica, se mantiene incólume, de tal manera que el poema puede ser parafraseado
con las prácticas de poder y abuso de género a más de un siglo de distancia.

- 79-
B eatriz Rossells

Nuevas lecturas de su obra, especialmente de la narrativa han echado luces más


comprehensivas sobre su ideología y las proyecciones de sus elaboraciones literarias.
Leonardo García Pabón a cuyo cargo estuvo la reciente reedición de la novela de
Zamudio, Intimas (1913), publicación duramente criticada por sus colegas varones en
su época, García Pabón reitera la importancia de la obra de la escritora por la “clara
posición no sólo de defensa social de la mujer, sino una búsqueda -novedosa para su
época- de un espacio para la construcción de una subjetividad femenina” (García Pabón,
1999: xvii).
A pesar de las escasas oportunidades, otras poetas y escritoras también
incursionaron en la prensa en las últimas décadas del siglo: Carolina Freyre de Jaimes
(Tacna, 1830-La Paz, 1916), Hercilia Fernández de Mujía (Potosí, 1860-Sucre-1929).
Modesta Sanjinés Uriarte (La Paz, 1832 - París, 1887), autora de varias composicio­
nes musicales, pianista y literata cuyos versos fueron publicados en la Lira Boliviana.
Lindaura Anzoátegui de Campero (Tarija 1846-1898), Mercedes Belzu de Dorado (La
Paz, 1835-Cochabamba,1879), Sara Ugarte de Salamanca (Cochabamba, 1866).
Carolina Freyre de Jaimes y Hercilia Fernández de Mujía fueron animadoras de
la primera revista para mujeres publicada en Sucre, en 1889, “El Album”. Con la
publicación pretendían: “....escoger la ilustración de tan bella porción del género hu­
mano, lo que tienda a elevar y engrandecer sus ideas <...> Impulsar, sacudir simple­
mente la inercia de los espíritus y señalar, copiando algunas veces, el jardín de donde
pudieran extraerse las perfumadas rosas de la literatura...”. La directora de la publica­
ción fue Carolina Freyre de Jaimes, esposa del periodista y tradicionalista potosino
Julio Lucas Jaimes y madre de los poetas Ricardo y Raúl Jaimes Freyre. Pese a que la
revista alcanzó a tener un año de vida y existía en ese momento en la ciudad de Sucre,
alguna agrupación de señoras dedicadas al cultivo de la literatura y la música, no se
organizó un espacio literario fructífero al ser las actividades muy ocasionales, 1; s es­
critoras se reducían a las redactoras del Album. La labor de Carolina Freyre fu> pro-
mocionar sutilmente la emancipación de la mujer así como el «espíritu de soc abili-
dad” que a su juicio hacía falta en Sucre, concretado en los salones, bailes y tertulias,
favorables para la creatividad literaria. Junto con otra escritora ya había fundado en
Lima en 1874, el quincenario «El Album», cuyo título reproduciría en Sucre años más
tarde. Tenía una posición muy clara de reconocimiento de las diferencias de los sexos
y se preguntaba en términos emblemáticos: «¿Qué será más tarde de la sociedad cuan­
do hombres y mujeres confundan sus tareas, cuando el quitasol y el abanico se mez­
clen con el bastón y la cigarrera?», que sirvieron de título a un estudio sobre las muje­
res ilustradas en el Perú (Denegri, 1996).
Hercilia Fernández de Mujía, poeta, compositora, pianista, también hizo tra­
ducciones de poetas franceses. Hija de Benjamín Fernández, difusor del positivismo
en Sucre. Casada con el vate Ricardo Mujía, a quien acompañó en sus misiones diplo­
máticas en Argentina, Uruguay, Perú, Chile y Paraguay, relacionándose en eso? países

- 80-
T

< C ^¿ íS C C X C u jó T ó S en la h isto ria de B o livia ■ Im ágenes y rea lid ad es del s ig lo X IX

con grupos de literatos e intelectuales. Su producción es amplia, incluye un libro


publicado en Lima, varias composiciones musicales una parte de las cuales fueron
publicadas y ejecutadas (valses, zarzuelas, canciones). En Sucre, fundó el Centro de
Lectura que constituyó un estímulo para la actividad literaria y artística y fue miembro
de la Sociedad Filarmónica y de Beneficencia de señoras. Con Carolina Freyre de
Jaimes, como encargadas de “El Album” dieron su contribución en el tema de la eman­
cipación y la educación de la mujer.
Lindaura Anzoátegui, fue una mujer destacada, como esposa del Presidente
Narciso Campero fue su colaboradora en el trabajo de oficina. Organizó actividades de
ayuda a los heridos durante la Guerra del Pacífico cuando Campero comandó la 5a.
División del Sur. Como escritora tuvo una producción variada, destacando en la narra­
tiva corta. La no veleta más difundida Huallparrimachi (1849) con numerosas edicio­
nes y otras de tinte histórico y patriótico como En el año 1815 y Manuel Ascencio
Padilla, también publicó poesía. Utilizó el seudónimo de “El novel”.
Sus novelas Mujer Nerviosa (1891), La Madre (1891) y Cuidado con los celos
(1893) están centradas en el tema del ideal de mujer para los hombres, con capacidad
de sacrificio y relegamiento al ámbito doméstico, etc. No obstante la “mujer nerviosa”
en medio de la frivolidad, reclama derechos a la independencia dentro del hogar y a la
lectura, presentándose como un antimodelo femenino en el siglo XIX. Cuidado con los
Celos es su más lograda novela corta donde presenta ideas políticas sobre la mujer y el
indigenismo, a través de la sublimación de lo indígena. Expone las divergencias entre
ciudad y campo y las relaciones entre criollos citadinos e indios rompiendo con el
extrañamiento de lo nacional de la novela romántica. Y “logra juntar dos ámbitos hasta
ahora separados: la madre y el indio, ya que ambos tendrán como rasgo definitorio el
sacrificio como un deber ser. El sacrificio de la madre y el sacrificio del indio son dos
caras de la misma moneda: el otro” sujeto debe tener como base de su identidad la
inmolación” (Olivares y Ayllón, 2000). Las referencias específicas a la zona del chaco
boliviano en esa novela y el ambiente popular de Como se vive en mi pueblo (1892),
entre compadres y mujeres que discuten a calzón quitado, incluyendo bailes de la tierra
en una chichería, ubican a Anzoátegui en un espacio muy lejano a los soñados salones
parisinos de la oligarquía, aproximándose a las costumbres y debilidades de la socie­
dad boliviana, sin ahorrarse explícitas críticas a la iglesia y las modalidades corruptas
de la democracia del siglo XIX, nada alejadas de nuestro tiempo.
Mercedes Belzu de Dorado (1835-1879), también poeta, hija del Presidente
Isidoro Belzu y de la poeta y escritora argentina Juana Manuela Gorriti, cuya influen­
cia fue decisiva en su inclinación literaria. Asistió en La Paz, al famoso Colegio de
Señoritas fundado por la educacionista chilena Dámasa Alonso Cabezón. Murió pobre
como modesta institutora en Cochabamba.
Todas las mujeres escritoras nombradas fueron parte de la agitada historia de la
Bolivia del siglo XIX, las más, sufrieron la pérdida de familiares por las acciones de la

-8 1 -
B eatriz Rossells

violencia política, fueron autodidactas, carecieron de una educación sistemática, algu­


nas de ellas asistieron a beaterío para recibir las primeras letras. Su ingreso al campo
de la ^literatura y su presencia en las revistas y prensa de la época así como de su
notoriedad fue en cierta medida producto de la influencia familiar, de las lecturas de
autores románticos franceses y españoles realizadas con la complicidad o bajo la direc­
ción de padres y hermanos. Salvo María Josefa Mujía y Adela Zamudio, todas ellas
realizaron viajes y tuvieron estadías en países de Europa o América Latina, absorbien­
do las corrientes literarias en boga. Algunas dominaban el francés y realizaban traduc­
ciones de poetas.
Sus vínculos sociales fueron decisivos en las simpatías e influencias por deter­
minadas formas de expresión literaria, hijas o esposas de hombres públicos de la cum­
bre política social y cultural, terratenientes y grandes propietarips, compartían una
visión de mundo desde las clases privilegiadas. Esta producción literaria resulta, como
la de sus colegas varones, un tanto ajena al país. Salvo algunas excepciones, no hay
mención a las culturas nativas, a la explotación del agro, de la cual muchas eran bene­
ficiarías, a las condiciones infrahumanas de vida de las mayorías del país, y de las
demás mujeres, que vivían las características de la Bolivia profunda. Esta constatación
remarca el grado de desestructuración que vivía la sociedad boliviana novecentista,
incrementada por la violencia e inestabilidad política de gran parte del siglo, que
afectaron a las mujeres de todas las clases sociales por los confinamientos, exilios o
muerte de sus familiares varones y la injusticia social del sistema.
No es adecuado el uso del término generación ni agrupación para hablar de las
mujeres que escriben en las décadas de 1850 a 1900, desde María Josefa Mujía hasta
Adela Zamudio que viene a ser la máxima expresión de la producción literaria femeni­
na del siglo XIX, porque no existe entre ellas una postura similar ante el mundo y la
sociedad, ni siquiera una vinculación asociativa entre ellas con objetivos determina­
dos. Mientras María Josefa Mujía dedicó un poema en homenaje al dictador Mariano
Melgarejo, entre las apasionadas poesías de Mercedes Belzu, hay una apocalíptica
contra Melgarejo y Yañez, escrita después de las Matanzas de Loreto: “A Bolivia en
una tumba/ convirtió su férrea mano,/ Más guarde, guarde el tirano,/ que está sobre él
la de Dios”.
Pese a la inexistencia de una organización expresa, es posible precisar los vín­
culos de continuidad y estímulo mutuo que existen entre las autoras que recogen la
influencia de María Josefa Mujía y se incorporan a la actividad literaria en la segunda
mitad del siglo, y más tarde, a partir de la reconocida trayectoria de Adela Zamudio.
Incluso hay una vinculación directa entre ellas. Hercilia Fernández no solo intercambió
poesías con su esposo Ricardo Mujía, sino con “la Ciega”, tía de Mujía. Ya menciona­
mos el vínculo literario entre esta última y Adela Zamudio. Igualmente la fructífera
amistad de Carolina Freyre de Jaimes en Lima con el grupo de mujeres ilustradas,
especialmente con Juana Manuela Gorriti a cuyo entierro, en Salta, la Freyre asistió. El
0 ^ v (u j6 T C S en la h isto ria tle B o livia - Imágenes y rea lid ad es del sig lo X IX

reconocimiento femenino de la labor y fama poética de la Zamudio está patentizado en


la publicación de sus poemas en las pioneras revistas para señoras y señoritas El Album
(1889) y La Rosa (Cochabamba, 1898).
Es posible distinguir el período de mayor producción de estas obras destacadas
durante los últimos años del siglo pasado, a partir de 1887, con Ensayos Poéticos de la
Zamudio, los artículos de Fernández y Freyre sobre la Educación de la mujer en 1889
y la sostenida publicación de novelas cortas de Anzoátegui entre 1891 y 1895. Ya de
principios del XX son las siguientes obras centrales dé la Zamudio. Igualmente
destacable la pertenencia y participación de casi todas estas mujeres a agrupaciones
literarias de varones a las que fueron invitadas y en algunas de ellas su particular expe­
riencia en otras ciudades y países. La Mujía en Sucre en la década de 1860, la Gorritti
con su salón en La Paz en 1845, y más tarde, con la Freyre en el Club Literario de
Lima.
La directora y fundadora de la revista, Carolina Freyre de Jaimes, nacida en
Tacna había tenido en Lima una rica experiencia en estas actividades nuevas para la
mujer, publicó algunas obras dramáticas, escribió numerosos artículos sobre temas
diversos en “El Correo del Perú”, fue la segunda escritora, después de Juana Manuela
Gorriti, en ser invitada en 1874, como miembro del prestigioso “Club Literario de
Lima”, asistió al salón literario de la Gorriti, y formó parte de la generación de mujeres
ilustradas del Perú quienes, a través de sus veladas literarias y publicaciones, lograron
promover una generación de escritoras en ese país1. Es destacable la influencia de
estas mujeres nacidas en otros suelos en las ideas de emancipación de la mujer en una
corriente de comunicación con la ciudad de Lima. El Ateneo de esta ciudad distinguió
a Adéla Zamudio como socia correspondiente antes de que circularan sus Ensayos
Poéticos (1887) y Clorinda Matto de Tumer, una de las principales componentes de la
generación de mujeres ilustradas del Perú, conoció y ponderó su obra (Guzmán, 1955).
La Zamudio, como bien se sabe, fue parte de los intelectuales y literatos de su
tiempo, mientras que Hercilia Fernández vivió en medio de los más destacados poetas
modernistas sucrenses de los que formaron parte Ricardo Mujía, su esposo, los hijos,
y entre otros, el célebre Gregorio Reynolds, quien a la muerte de Hercilia en 1929, le
dedicó el poema “Remember” Fue considerada por la prensa de la ciudad de Sucre, la
intelectual más importante después de la ciega Mujía, comparándola con otras voces
líricas del país e incluso del exterior. Un obituario de la prensa afirmó: “La capital de la
República pierde -sino es al único- a uno de sus mayores exponentes de alto valor del
bello sexo” 2.
Como parte de ese primer grupo que incursionó en la literatura, en el ámbito hasta entonces exclusivo de los
hombres, en Lima, Carolina Freyre experimentó la vulnerabilidad de las escritoras, cuyas obras desafiaban los
valores conservadores de la élite peruana, despertando los reclamos y críticas de sus colegas varones, por lo que
tuvieron que replegarse o mantener un discurso muy sutil o incluso un doble discurso (Denegrí, 1996: 45-49).
2. Periódico sin data de la colección de documentos de Hercilia Fernández de Mujía, que contrariamente a otros
casos de escritores varones o mujeres, fue cuidadosamente guardada por la familia y entregada al Archivo Nacional
de Bolivia.

- 83-
B eatriz R ossells

Es fundamental destacar por lo tanto, que se trata del surgimiento no sólo de


seis u ocho escritoras, sino de una pléyade de mujeres ilustradas que se atreven a
tomar la pluma, a expresar sus sentimientos e ideas y sobretodo a ocupar un territorio
público tradicionalmente vedado a la mujer. Más allá de la valoración específicamente
literaria de las obras, de la que no nos ocupamos, es decisivo el impacto y naturaleza de
su participación como poetas y escritoras en revistas y periódicos, los órganos más
importantes de comunicación escrita. Estos son algunos criterios que permiten tal eva­
luación:
- El ejercicio permanente, decidido y de largo aliento de la vocación literaria de
las autoras nombradas que dejan un número crecido de obras editadas e inéditas en el
transcurso de varios años, es un indicador de su dedicación consciente y determinada
casi a tiempo completo;
- El ejercicio de variadas formas de expresión literaria y artística: poesía (reli­
giosa, patriótica, sentimental) /novela corta/ cuento/leyenda/ traducción/ artículo de
prensa/composición/ canto/ ejecución instrumental) lo que, más allá de los parámetros
de afición o perfección, tiene que ver con la decisión irrevocable de ser admitidas en el
ámbito público y permanecer en él, bajo cualesquier circunstancia;
- Las reacciones que esta presencia femenina causaron en el discurso típica­
mente machista que era el medio escrito, el mismo que se manifiesta tanto por expre­
siones explícitas de reconocimiento del talento, la calidad literaria, o las ideas subver­
sivas, como por críticas acervas o disimuladas en caso de disenso. De todas maneras,
la respuesta pública que los escritos femeninos tuvieron en la prensa certifica el espa­
cio ganado en la territorialidad masculina.
- Incluso si la posición de todas las autoras no es explícitamente feminista, el
continuo incremento de nombres femeninos en la prensa, significa un cambio en las
condiciones de género. Muchos de esos nombres no han sido tomados en cuenta por la
historia de la literatura o su contribución ha sido poco significativa. Una lista de muje­
res escritoras del período incluye a Sabina Méndez Unsueta, Clotilde Méndez de Ca­
rrillo, Corina del Pozo de Aramayo, Edelmira Belzu de Córdova, Genoveva G. de
Tovar, Natalia Palacios, Zumilda Vargas (Más de Bejar, 1925).
El siglo XIX significa en primer lugar el triunfo de los medios escritos en la
élite criolla y su libertad de usarlos frente a la imposibilidad de hacerlo antes de la
creación de la República. Para la población femenina, de una ausencia total en las
primeras décadas, se pasa a una presencia, escasa pero continuada y representativa,
hacia fines del siglo. Esta participación puede ser considerada como un intento de
sobrepasar los límites discriminatorios establecidos en contra del derecho de expre­
sión de las mujeres junto con otros derechos civiles y políticos. Si bien, en el conjunto
de los escritores, las mujeres continúan siendo muy pocas, ^1 avance es visible en la
perspectiva de una solitaria María Josefa Mujía, que irrumpe en la palestra pública en
1852, y parte de cuya resonancia fue su figura fuera de lo común -una mujer ciega y
sufriente que escribía versos-, a la cuasi normalidad de las colaboraciones femeninas

- 84-
^ M u je r e s en la h isto ria B o liv ia - Imágenes y realidades del sig lo X IX

en las dos últimas décadas del novecientos. No resulta inútil mencionar que la ausencia
de mujeres en las listas biográficas de literatos y personajes distinguidos, puede deber­
se en gran medida al hecho de ser realizadas por hombres y a la idea dominante de
privilegiar las áreas de la política y el poder militar y económico. Tan evidente resulta
esta irrupción femenina que en 1884, algún autor anónimo dice “en broma” en el pe­
riódico “Las verdades” de La Paz:
“Lo dicho: las mujeres con el tiempo van a dejamos a un lado. Hasta hoy nos
disputaban laureles en el campo de la literatura y el arte. Pretendieron ocupar
asiento en los parlamentos; llevar su voto a las cámaras, obtener carta de ciudada­
nía ¡que no han pretendido las mujeres! Sin embargo, no habían ensayado todavía
las exploraciones peligrosas, ni ocupado un puesto en la milicia, ni en la marina”.
No hay que argumentar mucho para dejar en claro que la posición feminista no
era la predominante entre las mujeres de las diversas clases sociales. Todo el ordena­
miento social jurídico y cultural configuraba su posición subalterna, edulcorada por
visiones del orden divino. Las mismas mujeres suscribían dignamente este patrón de
conducta como ocurre con la corta narración titulada “Queruqueru” de la primera re­
vista femenina de Cochabamba, La Rosa de 1898, y los juegos de palabras sobre las
mujeres, muy estimadas por la población masculina, en la misma publicación, salvo
que este acatamiento literario solapado pudiera ser una estrategia en la búsqueda de
más libertades. Por lo mismo, es importante señalar que Adela Zamudio no fue una
isla, la discriminación de la mujer fue objeto de preocupación también de otras precur­
soras como Lindaura Anzoategui y Hercilia Fernández de Mujia. Anzoátegui trató el
tema de la situación de la mujer, planteó ideas de simpatía al indio y realizó críticas a
la iglesia y los partidos políticos a través de la novela; Hercilia Fernández escribió
artículos explícitos sobre las desigualdades y la necesidad de educación de la mujer.
Adela Zamudio, en especial con su novela Intimas, consolida una “nueva posición
critica y narrativa que solo podía venir de un sujeto femenino.. .se opone en más de un
aspecto a las preocupaciones dominantes en los intelectuales y escritores de la época:
a las grandes preocupaciones por lo nacional, la preocupación por la vida diaria; a los
narradores monológicos, un texto dialógico; a la narración de hechos históricos, la de
la cotidianidad y la intimidad» (García Pabón, 1999: xi). Tanto Zamudio como
Anzoátegui y Fernández contribuyen con su dedicación a los análisis de los sentimien­
tos y la interioridad femenina al reconocimiento y defensa de la diferencia de género y
de los derechos que deben asistir por igual a hombres y mujeres. Sus aproximaciones a
lo local, lo cotidiano lo privado y lo íntimo, y las contradicciones con el poder y lo
público son parte de los temas que sólo un siglo más tarde reconocerán los estudios
interdisciplinarios y las corrientes antiautoritarias de una sociedad moderna.
Esos planteamientos en relación con la situación de injusticia de la mujer e
incluso en relación a los de la sociedad resultan más iluminadores, lúcidos y compro­
metidos que los de muchos autores, pese a contar éstos con las facilidades de acceso a

- 85-
B eatriz R ossells

los instrumentos de opinión pública, nada más que por ser varones de la clase domi­
nante. Algunos de ellos persisten al filo del cambio de siglo, con un idealismo extremo
en el tema femenino, que en realidad viene a ser la forma de disfrazar su rechazo al
reconocimiento de las mujeres como sujetos de derechos y obligaciones. Resulta una
ironía que Lindaura Anzoátegui en su novela Como se vive en mi pueblo (1892), el
único texto sobre varones en la Antología, haga una crítica tan acertada a las eleccio­
nes y a las formas corruptas del sistema democrático.

7. FORMAS DE VER DESDE AFUERA: VISION DE VIAJEROS


En las Humanidades y las Ciencias Sociales en general y en la historiografía se
está produciendo un tipo de conocimiento, relacionado con una «nueva forma de
ver». Esta posición y propuesta pasa por “reconocer y tratar el pasado también como
testimonio, considerando el sujeto concreto, ver su afuera histórico desde su adentro”;
desde la subjetividad, centrar el conocimiento de lo humano en tomo a la categoría de
«lo cultural», concepto que entiende lo real-histórico desde el sistema de signos crea­
dos por la sociedad humana: el texto (Gonzáles y otros, 1998).
Esta diferenciación entre el afuera histórico y el adentro, la subjetividad, tiene
que ver con lo que dice Gunnar Mendoza a propósito de un campo distinto, pero con­
currente y vecino, el de las láminas realizadas por D ’Orbigny sobre Bolivia y las reali­
zadas por Manuel María Mercado, al comparar las que este último copió del francés.
“El cotejo de las láminas de d’Orbigny con las copias que de ellas hizo Melchor María,
provee material invalorable y confirmatorio sobre que ambos supieron ver a Bolivia,
pero con la diferencia de que uno la vio con ojos franceses y otro con ojos bolivianos”
(Mendoza, 1990:40). Manuel María Mercado es un viajero y retratista excepcional,
exiliado por razones políticas, recorre gran parte del país dejando una colección de
láminas del período 1841-1859. Su galería de bolivianos en diversas actividades y
lugares denota el calor humano y la simpatía de quien cree en esas gentes y de su
cercanía con ellas. Mercado ve a las personas “desde adentro” y así las relaciona con
su medio ambiente.
El francés Alcides D ’Orbigny (1802-1857), uno de los viajeros naturalistas cu­
yos materiales reproducimos en esta Antología fue enviado por la Academia de Cien­
cias de París para recolectar muestras de la naturaleza, hizo también extensas investi­
gaciones sobre diversos grupos étnicos describiendo sus usos y costumbres y reco­
giendo vocabularios distintos. Recorrió América a lo largo de ocho años, período ini­
gualado incluso por los primeros cronistas españoles. Su convicción humanista y una
fe invencible en el progreso de la civilización y en la justicia para pueblos y naciones,
le otorga cierta sensibilidad y respeto por la dignidad de las gentes que describe.
El naturalista desembarcó en el puerto boliviano de Cobija en 1829, y recorrió
el territorio nacional por el período de tres años, teniendo la oportunidad de evaluar los
adelantos o falta de ellos, en una nueva República. Dedica muchos folios a la descrip-

- 86-
en la h is to r' a de B o livia ■ Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

ción de las mujeres, sus vestidos, costumbres, actividades y relaciones con los hom­
bres. A sus descripciones y grabados se debe en buena parte, el conocimiento de los
cambios en la vestimenta a principios de la República y de diversos aspectos de la
cultura en un período muy temprano de la historia nacional Se ocupa tanto de la pobla­
ción femenina de las ciudades como de las zonas rurales.
Para los viajeros no siempre es accesible la mirada “desde adentro”. Las múlti­
ples motivaciones que alientan los viajes de exploración condicionan estas empresas
de acercamiento a lo ignoto: naturaleza y culturas radicalmente distintas a la occidental.
Entre las descripciones de la gran belleza natural, el peligro, las frecuentes con­
diciones infrahumanas de sobrevivencia en regiones inhóspitas, los recursos naturales
y tierras indígenas para su explotación, aparecen las descripciones de sus habitantes.
La aproximación a los selvícolas está condicionada en gran medida por los prejuicios
basados en la creencia de la superioridad de la raza blanca.
En la historia boliviana del siglo XIX, la relación de los gobiernos y la pobla­
ción dominante con los indígenas de la zona andina aymara-quechua como con las
tribus del oriente mantenía conflictos de larga data, provenientes de la estructura
jerarquizada e injusta impuesta en la colonia por la que los indígenas se encontraban en
la base de la pirámide social y económica y sin derecho alguno.
Para la mentalidad pragmática y liberal de las élites bolivianas que considera­
ban un desperdicio que las comunidades indígenas siguieran poseyendo la propiedad
del suelo, pareció natural emprender una ofensiva contra ellas a través de medidas
específicas (subasta pública en 1866 y Ley de Exvinculación en 1874). Si las comuni­
dades andinas del altiplano paceño, fueron gravemente afectadas con la expansión del
latifundio criollo, las tierras del oriente sufrieron la invasión blanca de diferentes fren­
tes. A ello se refiere el abogado Daniel Campos en su informe al Gobierno, después de
culminar la expedición por el Chaco, con el arribo a Asunción del Paraguay en no­
viembre de 1883. Este difícil recorrido tenía por objeto encontrar una ruta fluvial nave­
gable hacia el océano Atlántico y disminuir así los perjuicios de la mediterraneidad
boliviana. Dice Campos: “Mientras mi permanencia en Caiza y mi visita á Yacuiva
pude comprender que existía una funesta colisión de intereses entre los padres
conversores y los propietarios de fincas de aquellos centros de población. Ambos se
disputan los brazos trabajadores. Aquellos á título de que esos trabajadores son neófi­
tos suyos, escapados de la misión, y que fuera de ella van á corromper las puras cos­
tumbre adquiridas á su sombra. Estos afirman que esos trabajadores habían abandona­
do la insoportable situación de vida de las misiones.... Como dije antes, la lucha abier­
ta de intereses entre los PP. Misioneros y los propietarios de la frontera, existe. Ella ha
dado por resultado inmediato la sensible decadencia de la industria, principalmente
desde que se puso en pie el Reglamento del año 71. Caiza, como lo espresé, es una
ruina” (Campos: 1888:273- 278-9). Campos explica que al ser monopolizados los bra­
zos obreros por los misioneros, los establecimientos de ganadería, fábricas de

- 87
B eatriz R ossells

curtiembres, jabonería, etc., van desapareciendo. Estas disposiciones consideran va­


gos a los indígenas que están fuera de la misión y deben ser entregados a ella. En su
informe, Campos afirma: “Queda vencido el Chaco. Queda desvanecido el misterio.
Esa región encantada no es infranqueable para el hombre. Sus tribus, tratadas con
energía y benevolencia, lejos de ser el obstáculo son el poderoso auxiliar del explora­
dor, y mañana serán los fuertes brazos del trabajo productor” (Campos, 1888: 320).
Aboga por la navegabilidad del Pilcomayo como un hecho, mientras que deshaucia el
ferrocarril. Y en primer lugar, sostiene la necesidad de una reforma del Reglamento de
Misiones de 1871, dejando una mayor libertad a los neófitos, los indígenas no
evangelizados, para que sean dueños de su trabajo personal y de su tiempo y propieta­
rios de lotes de terreno.
Campos fue recibido en las misiones por el Padre Giannechini, autor del Album
Fotográfico de las Misiones Franciscanas (1898) del que reproducimos algunas mues­
tras, pero se cuidó de manifestarle sus opiniones críticas.
Los detalles que Campos narra de traslados, quitoneos y devoluciones de cien­
tos de neófitos, entre misioneros y propietarios, arrancándolos de sus hogares, son
parte del funcionamiento de la ideología social darwinista de las élites bolivianas que,
despreciando al indio por una supuesta inferioridad racial los consideraban indignos
de asumir su vida propia. Intelectuales como Gabriel René Moreno y José Vicente
Dorado (casado con la poeta Mercedes Belzu Gorriti) promovieron y sostuvieron esa
ideología. Dorado escribió en 1864: “Arrancar estos terrenos de manos del indígena
ignorante, o atrasado, sin medios, capacidad o voluntad para cultivar, y pasarlos a la
emprendedora y activa raza blanca, ávida de propiedades, es efectivamente la conver­
sión más saludable en el orden social y económico de Bolivia. Exvincularla, pues de
las manos muertas del indígena es volverla a su condición útil, productora y benéfica a
la humanidad entera; es convertirla en el instrumentos adecuado a los altos fines de la
Providencia” (citado en Rodríguez, 1978:137).
La colonización de tierras del oriente se presenta como uno de los problemas
agudos para los gobiernos y los grupos de decisión que no dejan de observar las polí­
ticas seguidas por países europeos con sus colonias o con América del Norte, país del
que Campos dice “ha resuelto el problema después de muchos rumbos recorridos, y lo
ha resuelto acudiendo á las fuerzas vivas de su democracia y libertad, depositarías de
todas las soluciones permanentes. Llevando á las colonias su temperamente autonómi­
co y espansivo é incorporando al colono desde el primer momento en la ley común, ha
improvisado de él al hombre, al propietario. El hombre ha sido un ciudadano, el suelo
se ha poblado y fecundado, la nación se ha asimilado a esa fuerza” (Campos, 1888:
315). Claro que no menciona a las tribus indígenas nativas del país del Norte, violenta­
mente extinguidas. Luego Campos se pregunta, qué se debe hacer con el habitante del
Chaco, frente a esas lecciones:

- 88-
é ^ la s o K G u je re s en la h isto ria de B olivia ■ Imágenes y realidades d el sig lo X IX

“Habremos de encerrarlo, como sucede al presente, á ese tutelaje secular de la


colonización por el sistema de misiones? Quedarán satisfechos nuestros lejítimos
intereses con el lento resultado de la gota que cae al pedernal?”
“O abordaremos resueltamente á su conquista militar, pronta y rápida, como hijos
de la época, sin dejar de contar por esto con la eficaz cooperación de las misiones
cristianas reducidas á su terreno propio? Una vez efectuado esto dominaríamos
esa región como territorios, ó administraríamos llevando allí nuestro organismo
constitucional modificado, pero no alterado?” (Campos, 1888: 315).
El francés Arthur Thouar participó de la expedición al Gran Chaco dirigida por
Campos que finalizó en 1883. A la vez, la misión debía buscar los restos de expedicio­
narios franceses extraviados en la región. Aunque Thouar carecía de formación cientí­
fica logró incorporarse como miembro a la Sociedad Geográfica de París y recorrió
países del Caribe y otros, entre ellos Bolivia. En su libro A través del Gran Chaco
registra la vida de los pueblos chiriguanos, mataguayos (matacos) y tobas. Encuentra a
los chiriguanos ya reducidos a siete u ocho mil individuos, casi todos civilizados por
los misioneros. Las actividades de las mujeres, sus relaciones intrafamiliares, los ritos
de pasaje, tecnologías de parto y la producción alimentaria y artesanal están reseñadas
por Thouar. La división del trabajo según el género aparece delimitada con obligacio­
nes de producción y cuidado para las mujeres. Las niñas se dedican a la atención de la
familia, la ayuda en labores artesanales y de preparación de la chicha y los alimentos.
Las mujeres deben realizar un arduo trabajo cosechando el maíz, preparando la chicha,
ocupándose de la siembra, el hilado, teñido y tejido del algodón, la preparación de
arcillas para fabricar cerámicas, etc. Entre los Tobas según el viajero francés, está
difundida la práctica de tratar a la mujer como esclava, aunque sin usar métodos vio­
lentos. Los grabados de Riou que ilustran este trabajo son también una fuente impor­
tante de información sobre los grupos étnicos del Chaco. En su informe, Campos afir­
ma que el Padre Giannecchini, Prefecto de Misiones, y uno de los mayores conocedo­
res de los idiomas y costumbres de las tribus del Chaco, entregó una “inmensa copia de
datos” a Thouar. De ser así, seguramente el viajero francés le dio buen uso.
André Bresson, ingeniero francés y más tarde Cónsul de Bolivia, realizó un
estudio general sobre el canal interoceánico de Panamá, descripciones de Perú y Chile
y otras repúblicas hispanoamericanas, acompañando su obra de ilustraciones de Henri
Lanos. En la introducción a su libro sobre Bolivia, siete años de exploraciones, viajes
y de estadías en la América Austral (1886) dice»...al escribir este libro....deseaba
probar que no solamente en nuestro viejo mundo europeo es posible que el hombre
encuentre la felicidad». Explica a continuación, los objetivos de su trabajo de recolec­
ción de datos al explayarse en las ventajas de los viajes por tierras lejanas y el desarro­
llo de las ideas de industrialización y comercialización en el extranjero, la coloniza­
ción y la inmigración trasantlánticas pues, estas ofrecerán a los desheredados de la
fortuna, tierras fértiles, países escasamente habitados, ricos en productos y metales
preciosos.
- 89-
B eatriz R ossells

Ea su descripción de los hombres y mujeres de algunas ciudades, no puede


evitar los comentarios prejuciados, dividiendo a la población en tres: los blancos en los
que encuentra gente encantadora e incluso mujeres bellas, graciosas y coquetas; los
cholos, raza nueva, herederos más de vicios y defectos de españoles e indios; y los
indios que habrían perdido el genio creador de sus ancestros y gracias a la vida precaria
que llevan estarían condenados a ser tristes, sin iniciativa y carentes de honor y dignidad.
Finalmente, considera una verdadera desgracia ser indígena del sexo femenino.
Otros viajeros dejaron también impresiones de viaje sobre el país. Ciro Bayo,
considerado una figura menor de la generación del 98, es un avispado español que
llega a Chuquisaca a fines del siglo XIX, en su recorrido' por diversos lugares de His­
panoamérica. Muy pronto se encuentra trabajando como profesor de los hijos de fami­
lias adineradas, en vista de la carencia de escuelas. Más tarde, llegará al cargo de
taquígrafo y corrector de estilo de las actas de los diputados en La Paz. A su regreso a
Madrid, escribe sus recuerdos y experiencias, salpicados de picardía, en los que descri­
be las diferencias sociales y económicas de la sociedad chuquisaqueña, las jerarquías
con sus privilegios y cargas, la situación de los indios, los cholos y los viracochas o
caballeros. Se ocupa de las actividades pasando de una clase social a otra y usa un tono
de critica al hablar de las «malas costumbres», los vicios como la chicha o la inmora­
lidad del sirvinacu (concubinato). Pero también destaca la sufrida dedicación de las
rabonas, la laboriosidad de las indias en los mercados donde no dejan de hilar en pe­
queños husos mientras venden sus productos; destaca también la gracia de las cholas y
de las criollas, reprocha la falta de limpieza de las primeras y deja constancia de las
veleidades de algunas jóvenes, como aquella que respondió a sus requerimientos amo­
rosos, según un método vigente en el momento, la consulta a los pétalos de las flores.
Alberto Biancas, que arriba a Bolivia en los últimos años del siglo XIX, consig­
na en un capítulo específico a la «mujer boliviana». Cuando se refiere a «la boliviana»
está hablando claramente de la citadina y blanca, la misma que según sus impresiones
no conoce la moda, pues solo se presenta ataviada en los bailes y tiene la costumbre de
salir generalmente «de manto y con la cabeza descubierta». Encuentra que todas tie­
nen gran capacidad artística, pues niñas y mayores tocan diferentes instrumentos o
cantan. Le despierta curiosidad enterarse de la gran cantidad de viudas que hay en
Bolivia, respondiendo a su curiosidad con bromas. Dedica la segunda parte de su nota
a las cholas, a quienes encuentra bonitas, airosas, altivas y generosas, pintorescas de
vestimenta incluso lujosas los días de fiesta. Las cholas ricas realizan actividades co­
merciales independientes en sus propias carnicerías o almacenes si no chicherías y
realizan gastos extraordinarios costeando las fiestas religiosas de los santos. En una
plaza pequeña se encuentra el mercado donde ellas tienen sus tiendas ambulantes.
Termina con severas críticas a los efectos de la bebida y de las pasiones políticas a las
que las cholas a son capaces de entregarse ayudando a sus maridos, hijos o amantes.

- 90-
O M iy e re S en ,a ^ 's to r'a de S olivia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo XIX

8. FORMAS DE VER: DESDE ADENTRO:


LA ESCRITURA PRIVADA
Las cartas son escritos personales cuyo destino no es la publicación ni su difu­
sión al público, por ello, suelen revelar lo más íntimo de los sentimientos, problemas o
ambiciones. Los testimonios de algunas mujeres y de un padre a una hija reproducidos
en esta Antología permiten por lo tanto atisbar por una rendija lo recóndito de la vida
privada.
Del escaso porcentaje de mujeres que habían aprendido a leer y escribir, ya que
no habían terminado ni el ciclo escolar primario, muchas recurrieron a la escritura
epistolar, primero por necesidad de comunicarse con parientes o personas relacionadas
por cuestiones prácticas, la administración de propiedades por ejemplo, y otras, las
menos, encontraron en las cartas, en su calidad de escritura privada, un medio de ex­
presión personal, en el que podían correr como manantial los sentimientos religiosos,
familiares y también los asuntos de sociedad. Pese a corresponder a un ámbito cerra­
do, las misivas tienen un alcance insospechado como fuentes de información.
El acceso de las mujeres a los medios de expresión pública, principalmente
diarios y revistas, constituía una actividad casi imposible. Las mujeres no tenían den­
tro de su abanico de posibilidades de ser y hacer, la de escribir para el público. Muy
raras lo hicieron, caracterizándose por un nivel fuera de lo común, sea que tuvieran
cualidades literarias aceptadas, reales o no, o gracias a experiencias y viajes al extran­
jero hubieran ingresado al mundo de la expresión literaria y del goce de una mayor
libertad intelectual. La expresión pública, escrita o de palabra (discursos, intervencio­
nes públicas) era un territorio vedado para las mujeres. Paralelamente, el analfabetis­
mo era un verdadero escollo para la mayoría del país, tanto la población masculina
como femenina, más aún para esta última.
El autor de la recopilación de Cartas de mujeres en Chile 1630-1885, se refiere
a la doble miopía con que se ha castigado a las cartas femeninas, de parte del mismo
mundo de la mujer, calificándolas de “intrascendentes” y desde la hegemonía de la
historia política, militar y económica, ignorando su aporte como fuente para la historia
por la riqueza que contienen en cuanto a la índole privada y directa de su comunica­
ción que las aleja de los compromisos de la formalidad escrita, la variedad del registro
de hechos desde cotidianos hasta sociales, políticos, económicos y sentimentales
(Vergara, 1987).
Las cartas seleccionadas, o más bien accesibles para esta antología, muestran
justamente los usos y los distintos registros que ellas tienen. Desde la subversiva carta
de una monja dirigida al Mariscal Sucre que había decretado la supresión de numero­
sos conventos con la consiguiente secularización de las monjas. En el artículo 2 de la
Ley de 23 de agosto de 1826, se establece que “no se permitirá en la república hasta
nueva resolución, dar ningún habito ni profesar a ningún novicio o novicia”. A las
niñas que profesaban votos, no siempre se les preguntó si deseaban hacerlo. Esta era
una decisión que tomaban los padres imbuidos de las creencias religiosas pensando

-9 1 -
B eatriz R ossells

que de esa manera se allanaba el camino al cielo, pero consultando además las pocas
posibilidades que tenía la niña de encontrar acomodo en la vida civil como esposa. En
esa atmósfera de intolerancia y forzada violencia, la joven Inés Campero, monja profe­
sa del convento de Santa Mónica de Chuquisaca, al enterarse de tal medida decidió
acogerse a ella enviando una desesperada carta al Mariscal Sucre quien ordenó realizar
los trámites correspondientes y mediante resolución del 18 de enero de 1827, registra­
da en el No. 59 del periódico “El Cóndor”, se le abrieron las puertas del convento
después de 16 años de encierro. En dicha nota se destaca que “a la señorita Campero le
queda la eterna satisfacción de haber sido la primera monja americana que ha roto esta
formidable barrera de ilusión, y disipado el encanto de una perfección divina, que sólo
cabe en una imaginación acalorada, demuestra que al Creador del Universo se le sirve
con más celo y con una voluntad más pura entre la gran familia del mundo, que no
entre la sepultura de un Convento”.
Sigue una conmovedora comunicación de Juana Azurduy de Padilla a las auto­
ridades de Salta en los momentos de gran necesidad económica y de abandono en la
que expone su dolor y decepción de no tener ni una mano amiga que la apoye, dice «el
origen de mis males y de la miseria en que fluctúo es mi ciega adhesión al sistema
patrio....» cuando ella entregó su vida en la lucha contra los españoles, perdió casi a
toda su familia y renunció a las invitaciones que le hizo el enemigo para atraerla.
Contrasta este testimonio con la falta de reconocimiento e insensibilidad del país que
ayudó a formar, pues, pese a que Simón Bolívar la visitó a su llegada a Sucre en 1825,
como una muestra de homenaje, y el primer gobierno le asignó una pensión, pronto
ésta le fue suspendida y Juana murió (1862) en la miseria que ya había conocido, y sin
siquiera el acompañamiento de una banda del ejército que le correspondía como a ex­
combatiente. Contrasta enormemente la pobreza y humildad de su vida real y de su
muerte solitaria con la figura mitológica que después construye la clase dominante
como elemento femenino del panteón de sus héroes para consolidar la nación que aún
está desestructurada. A esos intentos corresponden algunos de los materiales que figu­
ran en el segundo capítulo de esta Antología.
Las cartas de Juana Baptista a su padre transmiten los sentimientos filiales y
religiosos muy profundos, en una relación privilegiada de confianza y amor registra­
dos en estas y otras cartas de la época. No sabemos en qué medida, y de qué manera
intervenían en las respetuosas y afectuosas relaciones filiales, los moldes de someti­
miento de los hijos. Todo ello nos plantea muchas preguntas sobre las mujeres, vistas
desde una perspectiva de subjetividad y de intimidad que ni los documentos oficiales
ni los escritos de los hombres pueden revelar. Por ello, las cartas de mujeres son
verdaderos veneros de información sobre la vida, las relaciones intrafamiliares, societales
y la vida cotidiana. La descripción que hace Juana Baptista del entierro del prelado en
Sucre, es como una escena viva: «el tañido de todas las campanas de la ciudad, la
música lúgubre, las cajas, el órgano, de retumbante sonido, con el débil golpeteo del
(^ J v C u }6 V 6 S en la h istoria da B olivia - Imágenes y realidades d e l s ig lo X IX

badilejo del albañil que fue lo último y después se acabo todo y calló la música». Son
de gran sensibilidad las reflexiones que hace después, sobre los honores y la muerte:
«Así se acaba el hombre? Me decía a mí misma y con él toda su grandeza, su dignidad,
sus honores? Con que el último actor de esta tragediíde la vida ha de ser un albañil?
Como esta hija que se explaya y utiliza la escritura epistolar como medio para
testimoniar sus sentimientos y su propia existencia, muchas otras mujeres han debido
hacerlo, dejando quién sabe, cuantos miles de cartas perdidas, destruidas por el tiem­
po, por las familias o por ellas mismas, juzgándolas irrelevantes, fútiles para la histo­
ria, cuando son una especie de cajas de Pandora.
De este mismo período es la carta que dirige María Josefa Mujía a Gabriel René
Moreno en relación con unos versos que le han sido enviados al gran bibliógrafo. ¿Que
otra forma puede haber más próxima y desnuda de conocer lo que piensa y siente una
autora sobre su obra que a través de esta carta tan temerosa y huriiilde, pero a la vez,
incapaz de ocultar su anhelo de salir al mundo?
La única misiva que hemos seleccionado de un padre a una hija es la del gene­
ral del Ejército Eliodoro Camacho que se encuentra en plena campaña de la Guerra con
Chile, pero aún así muestra también una relación de confianza y profunda comunica­
ción con la hija Inés, a quien incluso confía en otras misivas, los pormenores de la
contienda, pero en esta carta además de acusar recibo de las impresiones que tiene la
hija sobre un escrito oficial del padre, la congratula por su buena redacción y fluidez y
la impulsa a adherir al movimiento de emancipación de la mujer «i verás que lindo es
que una mujer se levante sobre las trapuzondas de la ropa i menestras de la despensa
para ocuparse de la cosa pública, recordando que es un ser tan racional i tan completo
como el hombre mismo”.
Finalmente, las cartas de Corina Moreno de Harriague, hermana del notable
bibliógrafo y escritor cruceño, Gabriel René Moreno, que son también de una relación
cariñosa y maternal de la hermana que se angustia por los problemas laborales y la
soledad de la inminente soltería del intelectual y quiere evitarla a toda costa, pero son
asimismo, escaparates de los anhelos y valores de la oligarquía chuquisaqueña que
soñó con París como la cúspide de su consagración. La señora de Harriague logró tener
un salón parisino antes que la «Princesa de la Glorieta», Clotilde Urioste de Argandoña.

9. FORMAS DE VER:
ICONOGRAFIA FEMENINA DEL SIGLO XIX
Parece que de todos los géneros artísticos tradicionales de occidente, el más
conservador es el retrato, en cuanto impide recurrir a otros significados que no sean los
de representar a la persona. Aunque en el pasado, se podía retratar cualquier escena o
cosa, “si la palabra ha quedado exclusivamente destinada a referir la reproducción
mimética de un rostro de un individuo “real” quizá sea porque de todos los géneros
representativos, en el retrato el referente parece siempre listo a opacar cualquier otra

- 93-
B ea triz R ossells

significación. Alguien es arrastrado, contra su naturaleza o su voluntad, hasta hacerlo


comparecer ante nosotros, Se le obliga a venir, incluso cuando ya está muerto” (Medina,
1998). Así de fuerte es el poder inmanente de una imagen retratística. Aunque se trate
de la obra de un artista importante, es difícil ver un retrato sin acabar pensando en la
persona que representa , dice Richard Brilliant (1991). Por eso es que un retrato no
sólo toca resortes emotivos sino también otorga a la imagen la medida del ejercicio del
poder.
El uso cultural del retrato se dirige a testificar la especificidad del rostro con
sus atributos físicos y sociales, plasmando en la tela hitos biográficos y personales
pero también revelaciones de la colectividad, jerarquías, posesiones, relaciones,
involuntariamente sentimientos y pasiones, Durante la Colonia, el retrato de las auto­
ridades implicaba su propia presencia, baste recordar las procesiones que se organiza­
ron en Charcas a principios del siglo XIX, a la llegada del retrato de Femando VII.
También la nobleza indígena se retrató con fines culturales y políticos. Los libertadores
Bolivar y Sucre se hicieron tantos retratos que hasta hoy las copias ornan las escuelas
de todo el país. Parte de la historia del siglo XIX se encuentra en la estética del retrato,
sometida a fines políticos y simbólicos. El surgimiento de una nueva república, la
profunda contradicción de las ideologías y valores coloniales que permanen y los nue­
vos principios liberales que son impuestos, el avance del mestizaje y a la vez la subsis­
tencia de prejuicios racistas y clasistas en los grupos encargados de la organización
burocrática, se concreta en la necesidad de construir una imagen para el país y para los
nuevos ciudadanos, una imagen que a la vez de renovar la jerarquización, legitimice
los nuevos poderes. De ahí la proliferación de retratos en las clases adineradas y en
ascenso.
Los retratos femeninos no se alejan de las exigencias de la representación sim­
bólica masculina. Deben enseñar la jerarquía, el poder económico y el honor del mari­
do o del padre. La autoridad del jefe de familia es visible en los retratos de gmpo en la
elección del espacio y la ubicación de las personas, la subordinación y el mando puede
captarse en la posición de los cuerpos, en las miradas, la vestimenta y objetos elegidos
para acompañar la representación. La nobleza, la belleza, la virtud son cualidades que
idealmente deben ser transpuestas en el lienzo en el rostro y figura de las mujeres. El
carácter, la firmeza, la inteligencia, la severidad son las elegidas por los hombres. La
naturaleza de los vínculos intrafamiliares queda expuesta en los movimientos del cuer­
po, en la confianza de las manos apoyadas en la otra persona.
La moda es parte de la representación, parte de las formas de administración
del cuerpo femenino y la sexualidad, cubren y descubren. Según los períodos y las
tendencias culturales, afinan cinturas, ensanchan caderas, acentúan las diferencias
sexuales, resaltan la función reproductora. Aunque para las mujeres por obra de la
iglesia, el cuerpo es el demonio, las normas sociales se imponen, descubriéndolo con­
venientemente. O cubriéndolo severamente.

- 94-
en la h isto ria de B o liv ia • Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

Los trajes étnicos pueden ser parte de la identidad cultural de los pueblos o
resultado de los cambios producidos por disposiciones legales coloniales y republica­
nas que normaron incluso sobre la vestimenta en su objetivo de dominio de la pobla­
ción indígena, pero esos cambios son muestras de la resistencia o la apropiación de
signos pertenecientes a las clases altas para obtener ventajas en la intrincada dinámica
social de los pueblos mestizos (Barragán, 1992).
Los “retratos” fotográficos, que ingresan a Bolivia en las últimas décadas, con­
servan junto con el nombre, los requisitos de la representación iconográfica. La retóri­
ca de la investidura de la imagen utiliza igualmente una teatralización en tomo de la
persona. No basta la vestimenta y los arreglos del cuerpo. Los estudios fotográficos
proveen de escenarios pintados con columnas de mármol, graderías, jardines o jarro­
nes para dar profundidad y veracidad a las figuras humanas y sobre todo jerarquía
social. Es una ironía que el estudio fotográfico “Cordero” de La Paz haya empleado
los mismos escenarios para mujeres de diferente rango social con lo que quedan ex­
puestas las artimañanas de los retratistas y las fotografiadas.
La galería de mujeres de Bolivia del siglo XIX que ilustra esta antología, puede
ser distribuida en varios grupos: las retratos pictóricos y fotográficos de mujeres de la
élite; los retratos fotográficos e ilustraciones de mestizas; los mismos de mujeres indí­
genas; algunos retratos e ilustraciones exponen grupos de personas de distinta clase
social, remarcándose las jerarquías en la vestimenta y adornos. Grupos de finales de
siglo o principios del XX que muestran las transformaciones de la sociedad, el ensan­
chamiento de las élites producto del mestizaje y el ascenso de familias adineradas. Son
asimismo importantes los retratos de maestras y alumnas de colegios, en la severidad
de la vestimenta, la adustez del rostro de las “matronas”, los premios a la virtud, listos
para ser distribuidos, se puede sentir el ambiente de restricciones y religiosidad.
Un importante número de estas ilustraciones corresponde a las realizadas por
científicos y viajeros como Alcides de D ’Orbigny cuyo objetivo puede ser considerado
principalmente de registro científico. La gran calidad de la técnica empleada y la fide­
lidad de los rasgos con las descripciones realizadas abonan por ellas como un testimo­
nio serio. Se utilizan también ilustraciones hechas por Henri Lanos para la publicación
de Bresson y de Riou para Thouar y las magníficas fotografías de los misioneros
Giannecchini y Masció de las maestras, estudiantes y habitantes de la misión a su
cargo en el Gran Chaco. Todos estos elementos gráficos son documentos auxiliares
invaolorables para la información.
El otro grupo de ilustraciones corresponde al boliviano Melchor María Merca­
do que dejó un conjunto iconográfico muy representativo de la mestizada pero
jerarquizada sociedad boliviana. Los retratos que hace a hombres y mujeres de dife­
rentes regiones en el transcurso de 40 años (1841-1869) constituyen tqpfo un aporte
artístico como documental de gran riqueza por el contenido de amplié información
económica, social y cultural.

95- « •.
B eatriz R ossells

Del siglo XIX quedan numerosas pinturas populares de vírgenes patronas de


pueblos que forman parte del imaginario colectivo del país, como Nuestra Señora del
Patrocinio de Tarata (1861).

10. LA EDUCACION Y EMANCIPACION DE LA MUJER:


LOS VIENTOS DEL LIBERALISMO FINISECULAR
El discurso filosófico de todo el siglo XIX en Occidente y más tarde el XX,
incluye la temática de la situación de la mujer. Autores de gran trascendencia desde
Kant, Marx, Hegel, Fichte hasta Freud reflexionan sobre la mujer como resultado de
los cambios históricos y económicos de la época moderna. Se reformula la relación
entre los sexos ante la conciencia de la desigualdad y la posible emancipación de las
mujeres. Los enunciados contradictorios y variados de estos filósofos están todavía
lejos de considerar en forma equitativa los derechos de la mujer, pero la interrogación
queda como parte de la agenda obligatoria del siglo XX.
El positivismo de Augusto Comte ampliamente difundido en América Latina y
Bolivia reiteró la ideología de inferioridad femenina con la particularidad de proponer
un verdadero culto de su imagen como recompensa por sus servicios y su rol subordi­
nado de madre y esposa. Tal contradicción -ser idolatrada y a la vez no tener otro
destino que el de servir- confirió una pátina de seriedad filosófica conveniente para los
hombres y de consuelo santificante para las mujeres que encontraron nuevas motiva­
ciones para prolongar su destierro de una vida plena. Así explica Comte la veneración
debida a las mujeres: “Nacidas para amar y ser amadas, eximidas de los deberes de la
vida práctica, libres en el sagrado retiro de sus hogares, las mujeres de occidente reci­
birán de los Positivistas el tributo de la profunda y sincera admiración que sus vidas
inspiran” (Guerra, 1995: 69).
El romanticismo y el positivismo se aliaron prestamente promoviendo una
prolífera producción literaria y musical en la que se halaga el corazón femenino, pues
el cerebro es atrofiado y las manos deben estar siempre ocupadas en las labores domés­
ticas. El positivismo continuaba el objetivo de privar a la mujer de su participación
histórica en el desarrollo del mundo, aunque a diferencia de la iglesia que temía al
poder maligno del demonio, le teme al feminismo beligerante que nació en textos
como Vindicación por los derechos de la mujer (1792) de Mary Wollstonecraft y La
subyugación de la mujer (1869) de John Stuart Mili.
El liberalismo que estableció el reconocimiento de la igualdad de los habitantes
no tuvo repercusiones en la estructura social que se mantuvo dentro de un sistema de
castas, exclusiones y segregación hacia la población indígena. La interiorización de
esta ruptura social y cultural era de tal magnitud que se la aceptaba como real, de la
misma manera que se cultivaba la discriminación de la mujer. La religión, la ley, el
Estado eran patrimonio de los varones no indígenas. Una pequeña porción de los habi-

- 96-
(2 ^ Á /C u /(jt(' 3 5 en *a h istoria de B olivia ■ Imágenes y realidades del sig lo X IX

tantes manejaba el país entero con la falsa conciencia de buscar “el progreso” sin pro­
curar una sociedad más democrática.
Sólo a fines de siglo se puede verificar la creación de un mayor número de
planteles de instrucción para niñas que beneficia a las élites urbanas sin cambios tras­
cendentales aunque continua la discriminación que impide el acceso al conocimiento
científico. La educación media y superior eran de hecho inaccesibles para la mitad de
la población del país así como así como para los indígenas y mestizos pobres.
La cuestión de la educación y la emancipación de la mujer se plantea como una
polémica en la década de 1870. Los avances realizados en relación a la educación
superior femenina, los cambios en las costumbres (mujeres que fuman, conducen au­
tos) en Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. Las exigencias para lograr la plenitud
de los derechos civiles y políticos para las mujeres repercuten en América Latina.
Las ideas en boga, los cuestionamientos y las polémicas se presentan funda­
mentalmente en la prensa. Por ello, los medios escrito^ resultan una fuente privilegiada
para conocer la ideología de este período. Periódicos, revistas, así como folletos y en
menor medida, libros, pretenden controlar la opinión pública. Tratándose de cuestio­
nes que se resolvieron con la aprobación de nuevas leyes, después de debates parla­
mentarios, los archivos pertinentes son otra fuente importante para la historia oficial.
No obstante, nos interesa ver en qué medida la discusión sobre estos dos temas centra­
les para nuestra investigación-la educación y la emancipación de la mujer- y los temas
colaterales -libertad de cultos y matrimonio civil -llegaron a públicos más amplios
más allá de las élites políticas y sociales. Ciertamente, los medios escritos tenían un
alcance muy reducido si se toma en cuenta el analfabetismo reinante en la mayor parte
de la población, añadido a las diferencias sociales, culturales y lingüísticas. Según los
cálculos de Dalence hacia medio siglo, sólo habían 100.000 personas letradas en todo
el país.
La población está dividida en el acceso a la información, pues ni siquiera se
contempla el goce de los derechos de todos los bolivianos. La información escrita es
un artículo de lujo consumido exclusivamente por los círculos privilegiados. La pobla­
ción de origen modesto, los indígenas, las mujeres, no tienen contemplado en su hori­
zonte cultural este tipo de medio de comunicación. De ahí que es importante valorizar
la presencia heterogénea de medios en la circulación de las ideas.
El púlpito, en el caso de la iglesia, resulta una tribuna excepcional de comuni­
cación especialmente con la población femenina, además de las cartas pastorales, el
confesionario, los misales y otros elementos de la parafemalia eclesiástica. El caso de
manejo de opinión que citaremos por parte del diario católico “El Cruzado” muestra de
qué manera heterogénea funcionan los canales de opinión (púlpito-prensa), en esté
caso, y por tanto, cuán diversificadas están las fuentes de la información, más aún si se
trata de sectores de la población que usualmente no utilizan los medios de información

* 97r
B eatriz R ossells

formales, sino otros informales, entre ellos la transmisión oral, de gran tradición no
sólo cofonial sino también precolonial.
Precisamente en ocasión de la aprobación constitucional de la libertad de cul­
tos, que significó la disminución del predominio de la iglesia católica, ésta presentó
un frente de oposición y hábilmente empleó los distintos medios a su alcance para
apelar a las mujeres de distintas clases sociales, con el argumento de que se trataba de
la defensa de la fe, utilizando tribunas como su órgano de prensa “El Cruzado”1donde
se ocupa tanto de la emancipación de la mujer como del matrimonio civil. Ambos
temas son confluyentes pues afectan el centro mismo de la organización social pa­
triarcal -la familia- regida por principios de orden religioso.
Con seguridad que en los oficios religiosos, este asunto fue tratado como una
cuestión de vida o muerte, pero no quedó en el ámbito de los templos sino que se
consiguió incluir en un número de “El Cruzado” de 1875, una confesión de fe pública
firmada por cientos de mujeres bajo el epígrafe de “Otros fieles de Cristo que profesan
la fé católica contra el exequátur contitucional” . Entre ellas 42 mujeres de la Casa de
recogimiento de Santa Rita, 9 religiosas Terceras de Santo Domingo, 84 de la Casa de
recogimiento de la Purísima Concepción y alrededor de 300 firmas de otras mujeres.
A la rebeldía contra la iglesia ellas oponen ”un acto público de obediencia y docilidad”
aunque evidentemente estas piadosas firmantes no son lectoras habituales de la prensa
ni siquiera de “El Cruzado”. Más bien el total de firmantes de las Casas de recogimien­
to de Santa Rita y la Purísima Concepción parece excesivo. Diferencia numérica que
hace suponer un manejo interesado de la cifra, o de lo contrario, un incremento de la
población de beateríos en esta década, correspondiendo a la necesidad de la Iglesia
Católica de fortalecer la fe y a la feminización de la iglesia producida también en otros
países. Según esta tendencia, la figura típica de las parejas urbanas era un marido ateo
o liberal y una esposa católica ferviente.
Los liberales propugnan la separación de la iglesia y el Estado. En 1871 obtie­
nen que la Constitución Política del Estado consigne la libertad de cultos que significa
la disminución de su poder, lo que abrirá las puertas para la aprobación del matrimonio
civil. La iglesia católica boliviana realizaba diligentemente su papel de resistencia junto
con los sectores conservadores. En las libertades ofrecidas a las mujeres según esa
visión, se estaría jugando la estabilidad familiar y societal: “El Estado viene de la
ciudad, la familia produce la ciudad y el matrimonio es el gérmen de la familia. Allí
donde la familia es honesta y buena, morigerada por el amor de Dios; “ (O rtiz, 1874).
La condición de este tipo de familia es la mujer legitimada por la iglesia, en su rol
tradicional de apoyo del hombre con las cualidades de pureza, debilidad y virtud. Toda
otra tendencia la anula: “”La secta liberal en son de ennoblecer á la mujer, la degrada:
sacala de su natural condición que es la de señora de la casa, madre y amiga, para
lanzarla en el agitado torbellino de la política y hacerla sufragante, legisladora y
juez...... haciéndola renunciar a los sentimientos calmados de la casa por los furores

- 98-
& Z .C ÍS C v v /lljó W S en la h isto ria de B o l ¡via ■ Imágenes y realidades del s ig lo XIX

democráticos de la plaza pública, trastorna el orden y desquicia la familia para destruir


la sociedad.... (Ibid). La propuesta católica enfoca dos visiones irreconciliables: Como
si el matrimonio religioso fuera un seguro para la felicidad, la iglesia bendice los
sufrimientos naturales que la mujer debe aceptar, muchos producidos por la inconstan­
cia, la necedad, la poca compasión del hombre, y la prepara para ellos, con el simple
pedido de proteger el tesoro: “Vos varón, dice, compadeceos de vuestra mujer como de
vaso mas flaco, compañera os damos y no sierva”. En el otro frente, se muestra el
futuro horrendo que espera a la mujer de casarse civilmente con un hombre impío.
La defensa acérrima del matrimonio como sacramento devela la profunda uni­
dad de la iglesia y el patriarcado, al consagrar la sujeción total de la mujer y la libertad
total del hombre. Nada debería cambiarse: la ausencia de la ley divina en el matrimo­
nio eliminaría las formalidades que precautelan el pudor y la virtud femeninas, pues la
mujer podría casarse más de una vez y tener hijos para diferentes padres. Siendo el
matrimonio civil un contrato, la mujer podría quebrantar los “vínculos eternos” de la
iglesia y liberarse de la autoridad del marido. Esto es lo que la moral tradicional en­
cuentra intolerable, denominando prostitución legal a la posible sucesión de matrimo­
nios civiles de una mujer que se casara nuevamente (Selgas, 1875). Mientras que la
paternidad múltiple está aceptada y legalizada al admitir la ley existencia de hijos
ilegítimos que son el producto de la libertad irrestricta de los hombres para procrear
con distintas y numerosas mujeres.
En qué consiste entonces la emancipación de la mujer según el autor de los
influyentes artículos de la revista del Arzobispado? Es sencillamente inimaginable la
emancipación femenina al extremo de plantearse que la mujer tendría que convertirse
en hombre: “Para que la mujer caiga en la cuenta de que puede cambiar la condición de
su naturaleza, es preciso librarla del yugo de la familia, es preciso que no tenga padre,
que no tenga marido, que no tenga hijos; porque los hijos, los maridos y los padres le
harán creer siempre y en toda ocasión que es hija, que es esposa o que es madre; esto
es, le harán creer siempre que es mujer”(Selgas, 1874:512). Todo el artículo escrito en
tono de soma gira en relación de cualquier cambio que pueda realizarse, negaría la
naturaleza misma de la mujer, emanciparla significaría arrancarla de la servidumbre
del marido, del yugo de los hijos, de los cuidados de la casa, de las cadenas del decoro,
la honestidad y el recato, para plantarla en el arroyo. Sus funciones en calidad de
madres, esposas o hijas, son en esta visión, totalmente incompatibles con cualquier
tipo de profesión llegando a la conclusión de que, evidentemente, las mujeres pueden
llegar a ser hombres, pero en ese caso, las mujeres tendrían hombres, y los hombres se
quedarían sin mujeres. El autor se pregunta: “ ¡Dónde está el hombre tan cruelmente
enfermo, que se decida al fin a casarse con un médico? ¡Será posible que haya en el
mundo un criminal tan desalmado que se determine a tomar por esposa a un escriba­
no?” (Ibid. 513).
En el otro frente existen autores que tienen propuestas más positivas en este

- 99-
B eatriz R ossells

período, más abiertas incluso que la gran mayoría de las mujeres. Mencionamos los
trabajos de Manuel María Jordán y Rodolfo Soria Galvarro, el primero es un discurso
leído en la inauguración del Colegio de Educandas del Carmen de Oruro que analiza la
injusta y falsa democracia boliviana “desigualdad democrática en medio de la igual­
dad republicana”, al carecer los indios y las mujeres de libertad y derechos accesibles
a los demás seres. La mirada crítica del autor, poco frecuente, al atravesar la cuestión
racial, social y de género de la sociedad boliviana calibra la distancia en que se coloca
Bolivia frente a otros países que han superado estos “formidables muros de la injusti­
cia” que a causa de los olvidos de la política mantienen “la ignorancia de la mujer y la
barbarie del indio”. Sostiene que la reforma social no puede llevarse a cabo sin la
reforma de la situación de la mujer, y ésta no puede llegar sino a través de la instruc­
ción. A diferencia de sus contemporáneos que desechan la posibilidad de que la mujer
tenga la capacidad o posibilidad de alcanzar un grado de preparación similar al del
hombre, Jordán sostiene que puede ser tan sabia e ilustrada como éste, y bajo esta
condición dejar su situación de sierva degradada de su patria y pupila de su consorte.
Propone con fuerza la “restitución” de los derechos de la mujer, así como los del indio.
Cuestiona la irracionalidad de la ausencia de la mujer en la elaboración de la
ley que hace su propia opresión y el abuso excesivo del hombre aprovechando de la
supuesta debilidad de la mujer para mantener el “tutelaje de perenne opresión”.
El término Ilustración que en la década de 1850, fue utilizado con un significa­
do más religioso -piedad ilustrada- es utilizado por este autor y por otros, como un
equivalente de educación e instrucción de la mujer, revelando de que manera ocurren
las transformaciones ideológicas.
La posición de apoyo a la educación de la mujer no sólo fue seguida por algu­
nas representantes del sexo llamado “débil”, sino también por algunos hombres, como
el caso citado anteriormente y el que veremos a continuación en el discurso que hace
Rodolfo Soria Galvarro ante el “Círculo Literario de La Paz” en 1878, bajo el título de
“Discurso sobre la educación de la mujer en la esfera de las especialidades científi­
cas”. Soria Galvarro, al igual que Jordán, inserta sus propuestas en la propia religión
católica, pero con una interpretación relativamente distinta a la de la iglesia, en cuanto
Dios habría dispuesto para la mujer la misión de ayudar al hombre sin encadenar sus
preciosas facultades. Incide en el punto central de la discusión sobre las funciones de
la mujer, no desechándolas para no incurrir en “esto que se ha llamado objeción y que
es mas bien un argumento contraproducente”, sostiene que la mujer “para ser buena
madre, debe ser ilustrada”.
Con datos de universidades americanas sobre el éxito de mujeres en las cien­
cias naturales y abstractas desde 1861, Soria Galvarro, propone abrir la educación
superior a las mujeres tanto en las especialidades anteriormente nombradas como en
las profesiones más importantes que siguen los hombres: la abogacía y medicina en
base a cualidades femeninas favorables para el desenvolvimiento de estas actividades.

- 100-
O M u
' je re S en la h is to ria B o lM a - Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

Mientras la educación superior ya es un hecho en Europa y Estados Unidos, las


élites masculinas del país persisten en negarla a las bolivianas. Bajo el seudónimo de
“Juan Valero de Tomos”, un varón sostiene en la publicación femenina El Album (1889),
la inconveniencia de convertir a las mujeres en profesionales en cuanto su contribu­
ción al progreso se mide en función de “lo sentimental”, como “representación de la
fantasía y del sentimiento”. Como en otros casos, el autor considera la emancipación
femenina como una vía para la inmoralidad y una amenaza para la destrucción de la
familia y la sociedad, recurre a la escritura irónica que no provee de argumentos sóli­
dos a sus aseveraciones: “No han menester ser ingenieras, son ingeniosas, y hacen más
que ningún mecánico, crean fuerzas al hombre...” (Valero, 1889).
En “El Album” la primera publicación femenina en el siglo XIX en Sucre y en
el país, y la única (con excepción de “La Rosa” de Cochabamba), sus editoras Carolina
Freyre de Jaimes y Hercilia Fernández de Mujía, promueven la emancipación y edu­
cación femenina, en medio de crónicas sociales, noticias diversas y escasas colabora­
ciones masculinas. No conocemos las influencias inmediatas de esta prensa femenina
que se difunde en un estrecho grupo ni tenemos indicios de otras mujeres que hicieran
el relevo inmediato de esta publicación, una vez suspendida.
Empero, las actividades de Hercilia Fernández de Mujía, de estímulo a la cul­
tura se extendieron por un largo período, cuatro décadas más, desde su participación en
“El Album” hasta su fallecimiento y fueron ampliamente reconocidas por instituciones
y prensa. Asimismo, las dos escritoras tuvieron una experiencia común de viajes y
estadías en países de América Latina, debido a la labor diplomática de los maridos,
donde estuvieron vinculadas con grupos de mujeres ilustradas, lo que lleva a pensar
que su posición respecto de la situación de la mujer no era necesariamente compartida
por el resto de la élite femenina de Sucre, para la cual, la actividad de mayor trascen­
dencia en la ciudad era desarrollar las ramas femeninas de la Sociedad Filarmónica y
alguna labor benéfica.
Como directora de “El Album” en Sucre, Carolina Freyre de Jaimes, catorce
años más tarde de su experiencia literaria en Lima, pide a los legisladores apoyar la
mayor participación de la mujer en la sociedad, especialmente en profesiones como el
profesorado y la medicina. No es raro entonces que, caracterice algunas de ellas (nego­
cios o tribunales) como definitivamente masculinas. (No. 3, mayo 1889).
La serie de artículos sobre “La educación de la mujer” de Hercilia Fernández de
Mujía por su extensión, entregas en cuatro números y por sus planteamientos puede ser
descrito como un artículo sesudo, que expone las inconveniencias de una situación de
plena injusticia para la mujer, los condicionamientos y abusos en la relación de género
al no solucionarse a partir de medidas y políticas desde el Estado. Apunta, entre los
obstáculos que existen para hacer realidad la emancipación de la mujer, la actitud de
soberbia de los hombres “que se aferran á su antigua preponderancia, juzgando a las
mujeres muy por debajo de su exajerada superioridad”. Se refiere a la directa relación

-1 0 1 -
B eatriz Rossells

entre la falta de información que desmerece a la mujer pese a la influencia social que
tiene en relación a las costumbres y hábitos de la vida cotidiana donde reina la supers­
tición. Compara los avances de otros países en esta materia frente a la población regre­
siva que representa la mujer en Bolivia por su anclaje en el pasado. Se ocupa también
de un problema que está en la estructura de una sociedad jerarquizada y amarrada a las
castas donde la discriminación social y cultural representa una barrera para “la unidad
social que forma el fondo de la democracia contemporánea” (Fernández, 1889).
Junto a las ideas de estas autoras, no exentas de una visión particular de clase y
fuertemente influenciadas por la moda, las de Adela Zamudio sobresalen por su radi­
calismo y su lucidez. Desafió los valores patriarcales, propugnó el matrimonio civil, la
separación de la iglesia católica del Estado, el laicismo en el sistema educativo civil.
Todas esas ideas causaron polémica en el medio social y eclesiástico, al extremo de
dividir las opiniones de los intelectuales y las instituciones. Tuvo que enfrentarse con
un enemigo implacable: las mujeres católicas de Cochabamba, además de la curia
eclesiástica y los sectores conservadores de una ciudad pequeña y mezquina. Como
ninguna otra mujer ingresó al territorio del discurso público dominado por los hom­
bres, más allá del ámbito estrictamente literario, manifestando sus adhesión al libera­
lismo en sentido de libertad y renovación. La educación de la mujer fue la otra vertien­
te de su preocupación, organizó una Academia de Dibujo y Pintura para las jovenes, ya
entrado el siglo XX dirigió una escuela fiscal de Señoritas y publicó artículos sobre
temas pedagógicos y sobre el papel de la mujer. Recién a partir de 1915, recibió un
amplio reconocimiento público por su obra como poeta y por su contribución a la vida
cultural, a partir de las simpatías de intelectuales paceños y de otras ciudades. Por todo
lo mencionado, Zamudio constituye un hito en el desarrollo del movimiento feminista.
¿Cuál es la respuesta masculina de los sectores más abierto a los planteamien­
tos de las mujeres?
Contamos con un extracto de Adolfo Mier, escrito al límite del fin de siglo,
sobre la “Educación e influencia de la mujer”, publicado como capítulo de un libro de
lectura. El autor se refiere al tema de la moralidad de la mujer en la historia del género
humano, donde aparece la recurrente Eva: costilla del hombre, compañera y origen de
su desventura, relegada del predominio por su mala influencia, esclava subyugada por
la fuerza brutal del hombre. Analiza el rol determinante de la mujer en la historia de
Occidente para bien o para mal. Pero no se arriesga el autor a apoyar lo que en su
opinión está en el debate de duración indefinida, dejando como preguntas para los
escolares las cuestiones pendientes: “¿En qué consistirá la buena educación e instruc­
ción para la mujer? ¿Le enseñarán todas las ciencias y artes conocidas? ¿Ejercerán
todas las profesiones, según sus aptitudes? ¿Desempeñarán todos los cargos públicos,
ingresarán a la vida tumultuosa de la política?” (Mier, 1897). Sugestivas preguntas
para las nuevas generaciones de varones que se instruían en las escuelas de la capital
andina, reflejo de los prejuicios acendrados que aún dominaban la mentalidad mascu-

- 102-
{' u j& G
' S en la h isto ria de B o livia ■ Im ágenes y realidades del s ig lo X IX

lina, acechada por el fantasma de los avances de la mujer que recién en el siglo XX se
irían concretando, como respondiendo una por una, a las preguntas de Adolfo Mier.
Junto con un artículo sobre la “Mujer Nueva” de una novelista inglesa y noti­
cias sobre el último congreso feminista realizado en Bruselas, aparece publicada en la
Revista de Bolivia en 1898, la conferencia de Joaquín Lemoine. La misma que ofreci­
da en Buenos Aires, propone aplazar la cuestión de los derechos políticos de la mujer
en virtud del peligro que representa para la desorganización de la sociedad. Al propio
tiempo considera necesario otorgarle la empancipación que rompa la dependencia del
marido. Lemoine tiene una cómoda postura para ser nieto de la heroína de la Indepen­
dencia, Teresa Bustos de Lemoine que según las crónicas, ofrendó la vida en aras de la
nueva república, sufriendo una serie de desventuras (Ver el primer capítulo).
Ya iniciado el nuevo siglo, Joaquín de Lemoine publica en París, un inventario
del feminismo mundial de casi quinientas páginas en el que hace un recuento del avan­
ce de instituciones, programas oficiales y toda clase de actividades de las mujeres en
campos tan diversos como el trabajo, la condición jurídica, la educación, las acade­
mias, literatura, teatro, etc., en países como Francia, Gran Bretaña, Italia, Bélgica,
Escandinavia, Alemania, Suiza, Norteamérica. En relación a América Latina su re­
cuento es brevísimo y sobre Bolivia menciona casi exclusivamente a su abuela la he­
roína. Y sostiene: “En verdad, la evolución feminista en América Latina no es potente
porque ella está aún fuertemente atada al pasado. La corriente de ideas liberales mo­
dernas, se estrella contra las rancias preocupaciones ultramontanas. Es por eso justa­
mente, que la ley moral y civilizadora del divorcio, sancionada en todo el mundo civi­
lizado no está todavía admitida en el pueblo hispanoamericano (Lemoine, 1913: 377).

- 103 -
II PARTE
ANTOLOGIA DE FUENTES PRIMARIAS
Y BIBLIOGRAFICAS
1. FUENTES PRIMARIAS
0- ^ / 0- C h im e s en la h 'storia de B o livia ■ Im ágenes y realidades d e l s ig lo XIX

1.1 Demandas sobre la libertad


•Solicita libertad de su hija recluso en monasterio
La Plata, 1805*
Doña Maria Diante vecina de esta ciudad y madre legítima de Doña Nicolasa
Diante con mi mayor rendimiento a los benignos pies de vuestra Excelencia, me pre­
sento y digo, que la referida mi hija se halla en el día contra mi voluntad en el monas­
terio de Sta. Clara, sin poder yo encontrar la razón por qué había sido trasladada por
empeño y diligencia de Doña Valeriana Romero, vecina y del comercio de esta Corte.
Verdad es que ella estaba antes de ahora en el Beaterío de Santa Catalina pero así
mismo fue allí puesta por la misma señora sin consenso mío y si por entonces la dejé
fuera de mi casa en el día no puedo desentenderme de la autoridad que como a madre
me toca, para disponer de ella y en su virtud ocurro a la justificación de vuestra Exce­
lencia para que se digne mandar de plano como corresponde que la referida mi hija sea
restituida mi poder de cualquiera casa de donde se halle sin réplica ni contestación,
librando para el efecto el mandamiento en forma a continuación. Por tanto:
A vuestra Excelencia pido y suplico así lo provea y mande, que será justamente
lo necesario.......

* A N B .E C . 1805.216

- 109 -
B ea triz Rossells

• Esclava negra solicita libertad, La Plata, 1810*


Al Señor Presidente:
Juana Alvarez , soltera negra esclava de Nación Banguela puesta a los pies de
V:S. con mi rendimiento, Digo que ha el espacio de mas de onze años en reconosimiento
de mi esclavitud he servido con toda sugeción, amor y fidelidad a dn Hermenegildo
Alvarez, y su distinguida Da. Francisca Toledo, en cocinar labar la ropa blanca, y
quanto ha ocurrido a su entera familia, en todo a beneplácito y agrado suyo, no solo
como de sexso femenil, si también de baronil en el trabajo de su Hazienda d e ........
Pero Sr. Piadoso y recto Juez, hallándome al presente ya descaecida de las fuerzas
naturales, escaseada de los necessarios alimentos, y vestuario, de suerte que solo tengo
el que traygo al cuerpo en un trabajo incesante y duplicado, siendo l a ....... estar yo
abominada de dicha Francisca, de modo que mis servicios ya le desagradan, solicito en
remedio pronto el que se me venda, según acredita la Boleta que presto y juro mas
como en ella se haya abultado el valor de mi esclavitud hasta quinientos, por ser libres
de Alcavala, me es preciso implorar la piedad que en V.S. resplandece para que con
atención a mi servicio de mas de onze años, y que según mi aspecto mi servicio de mas
de veinte años, me compraria otro D. Hermenegildo antes de la puvertad, como podra
constar de la respeextiva escritura en mucho menor precio del que ahora pretende, se
sirva la recta y zelosa justicia de V:S: mandar que se me venda en quatrocientos pesos,
pagando el real derecho de Alcavala el vendedor conforma a estilo corriente,
poniéndoseme de pronto en otra cassa a fm de que libremente solicite comprador y
evite algunos agravios que justamente.... executen en mi infeliz persona....................
La Plata mayo de 1810. Juana Alvarez

♦EC.1810.R9

- 110-
(^ C í'X r O M lje r e S en la h isto ria d® B olivia - Imágenes y realidades d el sig lo X IX

• Denuncias contra mujeres por delito de supersticiones, La Plata, 1824*


En la ciudad de la Plata en cinco dias del mes de enero de mil ochocientos
veinte y cuatro años. El Sr. D. Sebastián Toribio Cabiedes Alcalde Constitucional de
primera elección por su Majestad que Dios guarde(.... ) Que se le acaba de denunciar
que unas mugeres han cometido el grave delito de Supersticiones en detrimento de
nuestra sagrada religión. Y para la debida averiguación y castigo a sus autores debía
mandar y mandó se proceder inmediatamente a la resepción del Sumario con los testi­
gos que puedan ser sabedores del hecho. Y por este su auto cabeza de proceso asi lo
preveyo, mando y firmo poniéndose un certificado del cuerpo del delito según las
especies manifestadas de que doy fe.
Sebastián Toribio Cabiedes, Dionisio Barrientes, Ante mi. Tomás Delgadillo
C.ss.Ccs.M.
--------------- Yo el infrascripto Escribano certifico y doy fe...(faltan páginas2 y
3)........ persuadió a que se fuese a la casa de aquella, y efectivamente la trasteo, y allí le
entregó todas las especies que se han encontrado enterradas suplicándole le hiciere
algún hechizo a su amacio Pedro Flores que aunque la declarante se escuso asegurándole
ignorar como se hechizaba, la misma Bartola le persuadió a que precisamente hiciera
algo, y por complacerla porque andaba como loca tuvo a bien asegurarle estaba ya
hecho el hechizo, y juntas fueron a una quebrada donde la Bartola condujo a la decla­
rante, y en un ojo de agua enterraron las especies sin que la declarante hubiese hecho
mas que lo que lleva dicho. Que esta es la verdad en que se afirma y ratifica, que es
mayor de sesenta años, y no firmó por no saber, y lo hizo su merced con su asesor de
que doy fe. Sebastián Toribio Cabiedes. Dionisio Barrientes. Tomás Delgadillo.
--------------- Auto del Regente Precidente y Ministros de la Excelentísima Au­
diencia Nacional:
Vistos: Con lo expuesto por el Ministerio Fiscal, se aprueba el Auto de quince
de enero corriente pronunciado por el Alcalde de primera elección de esta ciudad, y
debuelbase este, con prebención a dicho Jues instruya al Párroco, o Párrocos respecti­
vos de las contenidos en este Expediente de lo que de el resulta; a fin de que cuiden se
les enseñe la Doctrina Cristiana. Sebastián de Irigoyen y otras firmas.

*EC1824.35

- 111 -
B eatriz Rossells

1.2 Testamentos, cartas de dote y asuntos de propiedades.


• Recibo y cavia de dote de Melchor Daza. Potosí, 1827*.
(S/F) Resivo y carta de dote por el ciudadano Melchor Daza, a favor de su
consorte doña Ana Orosco y Daza. Expediente de Actas Notariales Archivo Casa de la
Moneda de Potosí 1827
(f. 412) En la ciudad de Potosí en diez y seis días del mes de mayo de mil
ochocientos veinte y siete, ante mí el escribano de Bolivia público de número y testi­
gos que adelante irán nombrados. Fue presente el ciudadano Melchor Daza de este
vecindario de quien doy fe conosco, y dijo que (F: 415). Ahora un año el día cíete de
mayo a honrra y gloria de Dios Nuestro Señor y de su Santísima Madre Reyna de los
angeles Señora Nuestra contrajo Matrimonio con Doña Ana Orosco y Daza hija natu­
ral de don Manuel Orosco y Doña Josefa Daza, quien para el efecto y como adquiridas
con su industria ha introducido por via de dote o Capital Varias Alhajas de Oro, Dia­
mantes, perlas y ropa desente de vestir del que por varias ocupaciones en el servicio
público y otras que han ocurrido no pudo otorgar el correspondiente recibo y atento a
hallarse sin estos obstáculos dentro el termino dispuesto por derecho, justipreciadas
dichas alhajas y vienes por personas y moratas de practica y conocimiento que condicha
su consorte reciprocamente nombraron para el efecto yde cuenta y riesgo de ambos
prosede a verificar y otorgar el correspondiente recibo de las especies siguientes y
tasación de ellas.
Razón de las alhajas plata labrada y ropa que tiene mi esposa doña Ana Daza
con demostración de sus balores según tasación.......A saber

Primeramente. Un anillo grande de brillantes tasado en 320


Yt. Otro id. Chico de brillantes en 120
Yt. Otro id. de Diamantes en 60
Yt. Otro id. de diamantes en 80
Yt. Otro id. de diamantes en 70
Yt. Otro id de diamantes en 20
Yt. Otro id de diamantes en 60
Yt. Otro id de diamantes en 12
Yt. Un prendedor de diamantes en 80
Yt. Un broche de diamantes en 120
Yt. Otro id de diamantes en 62
Yt. Un par de sarcillos chicos de diamantes en 60
Yt. Una peineta chica de diamantes en 20
Yt. Un par de Carabanas de diamantes en 250
Yt. Una gargantilla de perlas con peso de una onza y seis 700
Yt. Otra id de perlas con peso de una onza y un adarme 320
Yt. Una caja de Tafilete punson con un collar un peine,
Sarsillo y broche de piedras francesas en 150
Yt. Un par de sarsillos de diamantes en 250
* C N M - A H E N 20 3/1827

- 112-
^ j X S Q ^ X ü jó Y C S en la h isto ria de B o l¡via ■ Imágenes y rea lid ad es d e l sig lo X IX

Yt. Un par de peinetas de piedras en 12


Yt. Un par de Savinadores de plata con sus limones de Oro
y guarniciones de este mismo metal 400.
Yt. Setenta y ocho marcos de plata labrada en barias
Piesas útiles a siete pesos marco importan 546
Yt. Ochocientos cincuenta pesos en monedacorriente 850
Yt. Una media acción en la Sociedad delSocabon 250
Yt. Un traje tul de seda verde conrealce deplata 100
Yt. Un mantón Tul blanco en 17
Yt. Un tonelete tul blanco en 30
Yt. Otro tonelete tul blanco en 17
Yt. Una pieza de Damasco blanco de la China en 200
Yt. Tres varas blonda (encaje) de seda negraancha en 30
Yt. Un pañuelon grande de tul blanco 17
Yt. Un belo blanco te de seda en 20
Yt. Otro belo tul negro en 15
Yt. Otro id. pequeño blanco en 12
Yt. Otro id negro en 12
Yt. Un pañuelon tul de seda blanco en 25
Yt. Un mantón tul de id negro en 20
Yt. Siete varas encaje de sobrepieza superior a seis
Pesos vara 42
Yt. Un belo tul de seda morado en 10
Yt. Una gola de seda en 7
Yt. Otra gola de seda blanca en 6
Yt. Otra gola de seda negra en 8
Yt. Otra gola de seda blanca 6
Yt. Otra gola de seda blanca 5
Yt. Otra gola de seda rosada en 4
Yt. Otra gola de seda berde en 7
Yt. Seis varas blonda negra de seda a tres pesos vara 18
Yt. Una pañueleta de tul con felpa 6
Yt. Una chaquetilla de tul de seda blanca en 8
Yt. Otra chaquetilla de tul de seda blanca en 6
Yt. Un pañuelo de taparse de seda realsada con oro 50
Yt. Otro pañuelo de seda bordado en tul blancoy morado 60
Yt. Otro pañuelo de taparse de seda 50
Yt. Otro pañuelo de seda bordado, turquesa 25
Yt. Un chal de espumillon, punson (seda gruesa) 8
Yt. Un traje de raso francés rosado 25
Yt. Otro traje de raso francés liso berde 25
Yt. Otro id. espumillon caña 20
Yt. Otro traje en pumillon Seleste 25
Yt. Otro traje alepín morado en 25
Yt. Otro traje razo calado seleste 25
Yt. Otro traje razo liso blanco en 26
Yt. Otro traje razo flor de malva en 12
Yt. Otro traje espumillon punzón 10
Yt. Otro traje espumillon negro 17
Yt. Otro traje razo francés regadonegro en 30
Yt. Otro traje sarga de seda negrocon cinta espumillon 20
Yt. Otro traje sarga de seda negro llano 15
Yt. Otro traje de alepin negro 18
Yt. Un mantón de sarga (cordoncillo) negro 10
Yt. Otro traje de seda con sinta de espumillon 14
Yt. Una red de Saya, de seda negra en 40

- 113-
B ea triz R o ssells

Yt. Un pañuelo de tapane felpa de seda caña 17


Yt. Un dial de felpa de seda punzón en 12
Yt. Una gola (cuello de felpa de seda seleste con guarda morada 8
Yt. Una chaquetilla razo liso plomo 10
Yt. Otra chaquetilla raso liso blanca 9
Yt. Otra chaquetilla de raso a flores morada 14
Yt. Otra chaquetilla de raso 7
Yt. Otra chaquetilla de raso flor de malva 17
Yt. Otra chaquetilla de raso turqui con cuello y alamares 14
Yt. Otra chaquetilla de terciopelo punzón 18
Yt. Dos pañueleras, red de seda a cuatro pesos 8
Yt. Dos ridiculos (bolsa pequeña) de terciopelo el uno carmesí
Yel otro morado a seis pesos 12
Yt. Dos pañuelos de seda de pecho a tres pesos uno 6
Yt. Una cajita de charol verde 25
Yt. Una vara paño de seda grana en 20
Yt. Cuatro pañuelos de casimir de tapane finos a ocho pesos 32
Yt. Una chaquetilla de montar razo liso seleste 12
Yt. Dos chales paño color pasa a 8 pesos 16
Yt. Otro chal casimir malva 5
Yt. Un traje paño verde de dama en 18
Yt. Un capotillo (mandil) casimir pasa en 16
Yt. Un chal de paño verde 5
Yt. Una chaquetilla de paño grana conalamares (precillas) 16
Yt. Otra chaquetilla de paño azul conalamares 15
Yt. Otra chaquetilla de paño verde 14
Yt. Un plumage negro de cabesa en 12
Yt. Otro plumage blanco de cabeza 8
Yt. Otro plumage blanco de cabeza 8
Yt. Otro plumage vicolor blanco y seleste 8
Yt. Otro plumage rosa en 8
Yt. Otro plumage tricolor, caña verde y punzón 8
Yt. Otro plumage negro 6
Yt. Otro plumage vicolor blanco yceleste 4
Yt. Dos ramos rosas artificiales a 4 pesos 8
Yt. Un par de baúles forrados en baquetilla que comprehenden
Todo lo dicho 80
Yt. Una araña de cristal en 100
Yt. Un par de espejos de medio cuerpo 25
Yt. Dos tocadores abalados en 25
Yt. Otro tocador triangulo en 15
Yt. Un reloj redondo de mesa en 50
Yt. Tres alfombras inglesas con 5 varas cada una 25
Yt. Dos alfombras de paño berdes grandes en 36
Yt. Tres alfombras dobles finas grandes en 100
Yt. Otra alfombra triple demisa 17
Yt. Otra alfombra chica demisa 6
Yt. Un traje de camino con ropaje de Sarcua 60
Yt. Una guitarra con barnis y conchas 50
Yt. Un costurero con sus adherentes de concha 50
Yt. Un par de baúles forrados en seda negra llenos de ropa 200
Blanca tasados en 7881

Potosí Mayo 12 de 1827 = Melchor Daza

- 114-
é z u j O M w a e s en la h isto ria de B olivia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

Ana Orosco y Daza=


Prosigue: en cuya conformidad se da por contento y (F. 418 v.) entregado de las
alhajas, ropa y demás vienes mencionados anexas y pertenecientes en su totalidad a la
citada su consorte Doña Ana Orosco y Daza renunciando por no ser de presente su
resibo las Leyes de la Nomerata Pecunia y su prueva hierro de cuenta y engaño y con
las demás del caso en forma. Y como verdaderamente entregado y satisfecho de ellos y
su total importancia de siete mil ochocientos ochenta y un pesos, a que ha asendido:
Otorga el más bastante recibo y carta de dote en forma y cual combenga a fabor de la
indicada su muger de quien son las repetidas alhajas y demás vienes tasados,
ratificándolos por su legalidad y en el que no ha intervenido dolo, fraude ni engaño
alguno; declarando que dicha percepción la estima y constituye por Dote, vienes y
caudal de la referida su consorte Doña Ana y se obliga a tenerlos iniestos y vien para­
dos sin la menor dicipación, menoscabo, ni obligarlos a ninguna sus deudas particula­
res, crímenes ni exesos, fondos públicos ni otros de la clase que fueren; y caso que lo
haga hade tener la dicha dote su preferencia lugar y antelación en todos eventos y
circunstancias aunque los créditos que contragere sean por su naturaleza recomenda­
bles y demas estrecho vínculo por cuanto la dicha Dote está (F. 419) resivida ycontraida
en tiempo legal y oportuno y con las puras calidades de tasación y entrega que rinde al
liquidar de la quenta referidos siete mil ochocientos ochenta y un pesos.
Y al cumplimiento y firmesa de lo que lleva espresa se obliga con todos sus
vienes havidos y por haver en la mas bastante forma de derecho y en testimonio de ello
vajo de clausula quarentigia quela da por marca (sic) sumicion y renunciación de Le­
yes, fueros, derechos y privilegio que le favorecen con la general que lo proive, así lo
otorga y firma con dicha su consorte siendo testigos los ciudadanos Camilo Cordova y
Eusebio Sandi presentes.
(Firmado) Melchor Daza
Ana Orosco de Daza
Ante mí
Apolinar Higueras
Escribano público.

- 115-
B ea triz R ossells

• Testamento de Doña Bartolina Morales y Reyes, Arequipa, 1830*


En el nombre de Dios todopoderoso con cuyo principio todas las cosas tiene
feliz medio y dicho fin. Amen. Sepan cuantos esta carta vieren como yo, doña Bartoli­
na Morales de Reyes, natural del pueblo de Pica, Provincia de Tarapacá y actual resi­
dente en esta ciudad, hija legítima de don Tomás Morales y de doña Rosalva Dávalos,
mis padres difuntos que en santa gloria descansen:
Estando enferma en cama de enfermedad natural que Dios nuestro Señor se ha
servido enviarme; pero en mi buen juicio, memoria y entendimiento natural; creyendo
como firmemente creo en el inefable misterio de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo que son tres divinas personas y un sólo
Dios verdadero y en todo lo que cree, manda, predica y enseña nuestra Santa
Madre la Iglesia Católica Apostólica Romana, bajo cuya verdadera fe y firme creencia
he vivido y protesto vivir y morir como católica y fiel cristiana que soy invocando
como invoco por mi abogada y especial intercesora a la serenísima
Reina de los Angeles María Santísima madre de Dios y señora nuestra para que
interceda y encamine mi alma por camino de salvación.
Digo que por cuanto la gravedad de mi enfermedad no me puede dar lugar a
disponer las cosas tocantes al descargo de mi conciencia y mediante a que estas las
tengo comunicadas con mi hijo legítimo Coronel de Ejército Juan Francisco Reyes
Prefecto del Departamento de la ciudad de Puno, le quiero dar mi poder para testar, el
que en efecto le confiero para que después de mi fallecimiento pueda otorgar mi testa­
mento en el término que tenga por conveniente, pues a más de aquel que prefija la ley,
le prorrogó el demás que necesite reservando para mi el declarar lo siguiente:
Primeramente encomiendo mi alma a Dios nuestro Señor que la creó de la nada
y redimió con su preciosísima sangre, pasión y muerte y el cuerpo mando a la tierra de
que fue formado, cuando su divina majestad sea servido llevarme de esta presente vida
a la eterna, quiero que mi cuerpo sea sepultado en el panteón de la pampa de Miraflores
que mis exequias se hagan en la iglesia del convento de Santo Domingo o donde mis
albaceas dispongan a cuyo arbitrio dejo con lo demás de mi funeral.
Dejo a la manda forzosa nuevamente establecida por el estado tres pesos por
una sola vez con lo cual lo sepan del derecho que pueda tener a mis bienes.
Declaro que fui casada y velada según orden a nuestra Santa Madre Iglesia con
Manuel José de Reyes difunto de cuyo matrimonio hubimos y procreamos por nues­
tros hijos legítimos catorce, de los cuales murieron ocho sin sucesión alguna en vida de
mi marido y quedaron superstites, el referido don Juan Francisco, don Hilarión, doña
Manuela, doña Victorina y doña Juana a quienes declaro por mis hijos legítimos y del
dicho mi marido. Declaro que dicha doña Manuela mi hija, se casó en vida de mi
marido con Juan Antonio Zavala y falleció ya en el tiempo de mi viudez hará cerca de
dos años, dejando por su única hija legítima y del citado su marido a doña Manuela
*Archivo Arzobispal de Arequipa (AAA), Subscric Testamentos. En: Málaga Nuñez Zeballos, Alejandro, Guia, Publiunsa,
Arequipa. 1993.

- 116-
^ Á / {'lj6 V 6 S en la h ls,o ria de B o liv ia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo XIX
<

Zavala de Reyes que existe y a quien declaro por mi nieta legítima para que conste,
existiendo también los otros mis cinco hijos legítimos referidos, de los cuales, doña
Victorina está casada con don Ponse y doña Juana con don Matías Morales, mi sobrino.
Declaro que fui albacea de mi difunto marido don Manuel José de Reyes que
murió en la ciudad de Chuquisaca, en el año de 1822, de cuyo desempeño de testamen­
taria ha estado encargado mi hijo legítimo don Juan Francisco por la suma confianza
que he tenido de su amor filial honradez y esclarecida conducta que de los bienes de
dicha testamentaria y míos como adquiridos en matrimonio, le entregué a dicho mi
hijo en la ciudad de Puno, el año de mil ochocientos veinte y tres, la cantidad de tres
mil quinientos pesos en plata y unas onzas de oro que poco más o menos importarían
mil pesos que de esta totalidad ha hecho pagamentos mi hijo a cuenta de la testamenta­
ria de su padre emprendido gastos en mi venida y de sus dos hermanas doña Victorina
y doña Juana a esta ciudad, arrendamientos de casa en ella, mueblaje y adorno de ella
y socorros de importante consideración para mi decente subsistencia: mando que en
las cuentas que se haya de dar de la testamentaria de su padre y parte de bienes míos ya
referidos se está a las que justamente debe abonarse y a todo lo demás de descargos de
la testamentaria de dicho su padre como que el está muy bien instruido de ella y con­
serva en su poder el libro de caja de su padre firmado por este, a cuyo contenido debió
y debe sujetarse.
Declaro que mi hijo don José Francisco tomó en Chuquisaca de dichos bienes
de testamentaria y míos, cinco onzas de oro selladas y otros bienes, muebles, de cuya
especie y número sabe bien mi hija. Mando que se le traigan a colación en particiones
según la razón que diere dicha mi hija.
Declaro que mi hijo don Juan Francisco participó en la venta de una parte de
hacienda mía propia cita en el pueblo de Matilla que con poder mío verificó don Fran­
cisco Estevan García y habiendo dicho mi hijo recibido el producto, mando que se este
a las cuentas que diese de ella.
Declaro que mi hija legítima doña Manuela cuando casó con Juan Antonio Zavala
le dimos mi marido y yo varias alhajas que constan apuntadas en el citado libro de caja,
mando que se traigan a colación en la legítima de su hija y mi nieta doña Manuela
Zavala y Reyes.
Declaro que a mi hija doña Victoria le he dado un par de zarcillos de diamantes
con seis perlas - dos de aretes de topacio - una peineta de idem- un kilo de perlas
menudas - un anillo de diamantes rosa, una cruz de diamantes idem - y una cadena de
oro: mando que todo por su legítima importancia se le traiga a colación.
Declaro que a mi hija doña Juana le tengo dados dos pares de aretes de topacios
- un par idem de diamantes con seis perlas grandes -una cruz de diamantes- y un par de
zarcillos de esmeraldas: mando que asimismo se traiga a colación por su legítima im­
portancia de herencia.
Declaro que la cruz de diamantes dada a mi hija doña Victorina tiene consigo
un broche de diamantes.

- 117-
B ea triz R ossells

Mando que a la negra esclava Joaquina que sirvió a mi marido y a mi mucho


tiempo con la mayor fidelidad y que hasta ahora me está haciendo lo mismo, quede
libre y con la compensación por su buen servicio de seis cubiertos de plata que le
entrego yo misma; pero con la condición de que se vaya a Puno a asistir como libre a
mi hijo don Juan Francisco para que El también la proteja con la consideración que se
merece: entendiéndose siempre sin restricción alguna que coarte su libertad sirviéndo­
le esta cláusula de bastante instrumento que haga su resguardo.
Declaro que de las pocas piezas de plata labrada que existen en mi poder como
bienes míos, me dispongo hacer una distribución entre mis herederos, pero si mi enfer­
medad no me permitiese el tiempo para que todos partan por iguales partes de ellas,
separen antes una azucarera y dos matecitos guarnecidos con oro con que quiero mejo­
rar a mi nieta legítima doña Manuela Zavala y Reyes por el amor con que me la he
criado y que se le entregarán luego después de mi fallecimiento a su padre legítimo
Juan Antonio Zavala, entendiéndose como debe entenderse estas mejoras sin perjuicio
de su parte en la general distribución.
Para cumplir y pagar este mi poder para testar y el testamento que en su virtud
se otorgue, sus mandas y legados en el contenido, dejo y nombro por mis albaceas y
tenedores de bienes en primer lugar a mi hijo legítimo el Coronel don Juan Francisco
Reyes, en segundo a mi otro hijo legítimo don José Francisco; y en tercero a mi hijo
político Juan Antonio Zavala para que entren en mis bienes, los tomen y aprehendan, y
vendidos en almoneda o fuera de ella cumplan y contenten este mi poder para testar y
el testamento que haya de otorgarse.
El remanente que quedare y fincare de todos mis bienes, deudas, derechos,
acciones y futuras sucesiones, instituyo y nombro por mis universales herederos a los
dichos mis hijos legítimos ya citados y nieta para que los haya y hereden con la bendi­
ción de Dios y mía. Por el presente revoco y anulo, doy por ninguno de ningún valor ni
efecto otros cualesquier testamentos, codicilos, poderes para testar, y otras últimas
disposiciones que antes de este mi poder y el testamento que en su virtud se otorgarse,
para que ningún valor tengan ni haga fe enjuicio ni fuera de Él, salvo el presente que
ahora otorgo y el que se otorgare, que ambos quiero se guarden y cumplan por mi
última y final voluntad en aquella vía y forma que mejor lugar en derecho y más firme
sea. Que es hecho en la ciudad de Arequipa a diez y seis días del mes de marzo de mil
ochocientos treinta años.
Y la señora otorgante a quien yo el escribano conozco de quien doy fe, que esta
en su entero juicio, memoria y entendimiento material a lo que me participo y conmigo
ha comunicado lo otorgo y firmo, siendo testigos, llamados y rogados don José Tadeo
de Rivera, don Juan de Dios Bolanos, don José María de la Arena presentes, vecinos de
esta ciudad -Entre renglones - siendo testigos - vale.
Bartolina de Morales Reyes.
J. Tadeo de Rivera (Testigo) Juan de Dios Bolanos (Testigo) José de la Arena
(Testigo) Ante mi, Ignacio Morales (Escribano público).

- 118-
en la h isto ria de B o livia ■Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

• Capital de bienes del Mariscal Andrés de Santa Cruz aportados al


matrimonio, 1831*.

Capital de bienes de los correspon.tes a S.E. el Precid. te de la Repub.ca al tpo.


que contrajo matrimonio.
En la Benemérita Ciudad de la Paz de Ayacucho Capital de Departam.to a los
quince dias del mes de Marzo de mil ochocientos treinta y un años. Ante mi el Escno.
publico del numero y Tgos. infrascriptos, la Exma. Sa. Da. Fran.ca de Paula Semadas
y Camara dijo: Que en veinte y nueve de Julio de mil ochocientos veinte y nueve,
mediante poder especial, contrajo matrimonio infasee con el Exmo. Sr. Gran Mariscal
Presid.te de Bolivia Andrés de Santa Cruz; y p.a los efectos que combenga en la mas
bastante forma q.e haya lugar en dro. confiesa y declara q. el referido su Marido trajo
a su Matrimonio, y tenia p.r causal suyo propio los Bienes siguientes:

La Casa de su abitac.n realenga, y sin gravamen alguno estimada en


treinta mil cuatrocientos tres pesos. 30.403” 0.
L o s M u e b le s y a d o rn o s q .e existen en ella estim a d o s en
o c h o m il p e s o s 8 .0 0 0 ” 0.
La H a c ie n d a d e Sta. R o sa y C h a ru b a m b a reu n id a s en
una. q. e stá n situ a d a en e l C a n tó n d e P a c a llo P rovincia
d e Yungas, e stim a d a s en sin c u e n ta y d o s m il o ch o cien to s
------
d iez y se is p e s o s 5 2 .8 1 6 ” 0.
L a d e A n a c u x o ven d id a a D. Ild efo n so V illam il en c a n tid a d de
vein te m il p e s o s p .r a rm a d a s de a cinco m ilp .q .e s e están
o b ra n d o— 20.000 ” 0.
La E sta n c ia d e P ocq u e. situ a d a en el C a n tó n L aja
P ro vin cia d e O m a su yo s, en sie te m il p e s o s ---- 7 .0 0 0 ” 0.
L a c a n tid a d d e tres m il q u in ien to s se te n ta y cin co
p e s o s q u e tien e en p o d e r d e l S r D. M a csim o S am udio,
y en d e p ó sito— 3 .5 7 5 ” 0.

P e so s 1 2 1 .7 9 4 ” 0.

Importan los Bienes expresados, ciento veinte y un mil setecientos noventa y


cuatro pesos, de q. la Ecsma. S.a otorgante, se da por contenta, y satisfecha por ser
cierta y efectiva su existencia, y haverlos traido el espresado su Marido, y puesto p.r
fondo en la Sociedad conyugal; otorga a su favor el resguardo mas efícas que a su
seguridad combenga, y declara que los Bienes referidos han sido valuados por perso­
nas inteligentes, y que en su Tasac.n no hay lección ni engaño, y q. a mayor abundam.to
la aprueva y ratifica, y se obliga a no reclamarla, y si lo hiciese sea visto p.r lo mismo,
haberla aprovado nuevamente añadiendo fuerza a fuerza y contrato a contrato. Y en su
consecuencia reconose p.r caudal del citado su Consorte todos los Bienes espresados y
*Recopilacion del Archivo de la Casa Murillo. Tomo: M a n u sc rito N ° 183. A ñ o 1830-32. F o lio : 153. E n
P o rtu g a l Z a m o ra , 1976, p g s. 351-353.

■ 119-
B eatriz R ossells

los q. herede y adquiera, o p.r donac.n u otro contrato lucrativo de algún pariente u
estraño deducido primero el importe de la dote y arras de la Sa. otorgantes y de mas q.
p.r herencia, legado, donación o secion recaigan en ella, p.r q. a ninguno se perjudique
en los gananciales que pueda haver cuando el Matrimonio se disuelva; y al cumpli­
miento de lo referido obliga sus Bienes dótales parafernales hereditarios y multiplica­
dos, y da amplio poder a los S.S. Juezes de la Nación para que a todo lo susodicho la
compelan como p.r Sentencia definitiva pasada en autoridad de cosa Jusgada, y renun­
cia las Leyes fueros y derechos de su favor, para que jamas le aproveche su aucilio,
jurando p.r Dios Ntro. Sr. y una señal de Cruz q.e p.a formalisar esta Escritura, no ha
sido persuadida con eficacia ni violentada, directa ni indirectam.te p.r el citado su
Consorte, y q. antes bien la otorga de su libre y espontanea voluntad; siendo la causa
impulsiva de que sus efectos se convierten en utilidad suya. Y hallándose presente al
otorgamiento de esta Escritura dicho Ecsmo. Sr. Gran Mariscal Presid.te de Bolivia
Andrés de Santa Cruz, declaró bajo la misma formalidad del Juramento que los bienes
contenidos en la razón inserta son suyos propios, sin cargas, ni gravámenes algunos;
que no tiene deudas contra si. Y en su Testimonio asi la otorgan los Ecselentisimos
Señores comparecientes a quienes conosco de que doy fe, y firmaron siendo presentes
por Testigos los Ciudadanos Juaquin Mariano Prieto, José Manuel Valdes y Manuel
Felipe Liendo.- A Sta. Cruz.- fdo.- FP.C. de Sta. Cruz.- fdo.- Ante mí.- Mariano Tapia.-
Escno. Pub.co.- fdo.-

- 120 -
s<as oMujei'es en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y rea lid ad es d el s ig lo XIX

• Carta de dote de Francisca de Paula Sernadas, declarada por su esposo


Mariscal Andrés de Santa Cruz, Presidente de Bolivia, 1831*.

Carta de Dote de la Ecsma. Sra. Da. Fran.ca de Paula Sernadas, declarap.r su espo­
so el Ecsmo. Si: D. Andrés de Sta. Cruz, q.n ha aumentado con donas y arras q. le ha
señalado.
En la Ciudad de la Paz de Ayacucho Capital de Departam.to a los quince días
del mes de Marzo de mil ochocientos treinta y un años Ante mi el Escno. publico del
numero y Tgos. infrascriptos, fue presente en el Palacio de su Morada el Ecsmo. Sr.
Gran Mariscal Presid.te de Bolivia Andrés Santa Cruz, natural de esta misma Ciudad,
hijo lgmo. del Maestre de Campo Coronel D. José Sta. Cruz, y la Sa. Da. Juana Basilia
de Calaumana, y dijo: Que en la Ciudad del Cusco, a veintinueve de Julio de mil
ochocientos veinte y nueve, mediante poder especial, contrajo Matrimonio in facie
Ecletiez con la Ecsma. Sa. Da. Fran.ca de Paula Sernadas y Camara, natural de aquella
Ciudad, hija lgma. del Sr. D. Pedro Antonio Sernadas y de la Sa. Da. Eulalia de la
Camara, la cual trajo a su poder p.r dote y caudal suyo propio diferentes Bienes q.
entonces se valuaron, y asendió su importancia a diez y siete mil cuatrocientos cin­
cuenta y ocho pesos, y de ellos ofreció otorgar el competente resguardo prometiendo
p.r aumento de dote o en arras y donación propter nuptias la de quince mil ps.; mas p.r
la auciencia del Sr. otorgante, graves ocupaciones, y otros embarazos, no ha podido
formalisarlo hta. ahora, y cumpliendo con lo prometido, otorga y confiesa haver resivido
real y efectivam.te de la referida Sa. su Consorte los Bienes y especies que ella trajo
por dote y caudal suyo propio, y son los siguientes.

H e red a d o s d e su s fin a d o s Padres.


U na C a sa en la C iu d a d d e l C usco a v a lu a d a en la c a n tid a d
d e d o se m il p .s 12.000”0.
A lh a ja s
Un a n illo d e b rilla n te so lita rio g ra n d e en cu a tro cien to s p esos. 400"
O tro id. en fig u r a d e u n a f l o r con un b rilla n te m e d ia n o
v se is c h ic o s en vein te p eso s. 20 ”
O tro id. con trein ta y un b rilla n tes m en u d o s y ve in te y
tres sa jiro s, en sin c u e n ta p eso s. 50”
O tro id. d e cin c u e n ta y cu a tro brillantes, ch isp a s y d o s
m a n o s, en se se n ta p e s o s 60”
A la b u e lta ------ 530” 12.000”. 0

F o lio 170
\’ta.)
P o r la b u e lta 530” 12.000 ” 0.
D o s a n illo s con cin co b rilla n te s ro sa d a s y cu a tro rubíe s
ca d a una. en cu a ren ta p s. 40"
Un p r e n d e d o r d e un b rilla n te so lita rio g ra n d e en d o sie n to s
s in c u e n ta p s. 250”
* De pg. 104

-121 -
B eatriz Rossells

Un p a r d e S a rsillo s d e D ia m a n te s con d ie z y se is d ia m a n te s m edianos. 40 ”


O tro id. co n cu a tro P e rla s m ed ia n a s y cu a ren ta y
o c h o D ia m a n te s tablas, en sin c u en ta p eso s. 50”
O tro id. co n se se n ta y o ch o d ia m a n tes ro sa s m e d ia n a s en se se n ta p e so s. 60 ”
U na h e r id a co n se se n ta y o ch o d ia m a n te s m e d ia n o s en o ch e n ta p e so s. 80 ”
O tro id. co n d ie z y o ch o to p a cio s g ra n d e s y p e q u e ñ o s en
sin c u e n ta p e s o s. 50”
U na G a rg a n tilla d e p e r la s g ra n d e s, con treinta y tres p e r la s
y un p e n d .te d e u n a p e r la g ra n d e en o ch o c ie n to s p eso s. 800 ”
U na G a rg a n tilla con v ein te to p a cio s m ed ia n o s, cuarenta
d ia m a n te s ta b la s, y ve in te p e r la s g ra n d e s en d o sie n to s c u a ren ta p s. 240 "
U na C a d e n a d e O ro tre m a d a g ru e za en se se n ta p eso s. 60”
Un p a r d e h e v illa s d e Oro, co n un p a r d e C h a rrete ras
co n p e s o d e ca to rc e o n sa s a ca to rce p e s o s onsa, ciento
n o v e n ta y seis. 196”
Un E sp a d ín co n p u ñ o d e O ro con d iez y sie te onsa s a
id. d o sie n to s tre in ta y ocho. 238 ”

E n P la ta L a b ra d a .
S e is fu e n te s en tre g ra n d e s y p e q u e ñ a s, con p e s o to d a s de
trein ta m a rco s a o ch o p e s o s m arco, d o sie n to s cu a ren ta p e s o s 240”
D o s fu e n te s ta ig a s con p e s o d e och o marcos, a id., se senta y cuatro p eso s. 64 ”
S e se n ta p la to s co n p e s o d e cien to c in cu en ta m a rco s a id.,
M il d o sie n to s p e so s. 1 .2 0 0 ”
D o s e C u c h a ra s co n p e s o d e o ch o m a rco s a id. se se n ta y
c u a tro p e so s. 64”
Veinte y cu a tro ten ed o res co n o c h o m a rco s a id. se se n ta y
cu a tro p e s o s. 64”
V einticuatro c u c h a r ita s d e café, c o n p e s o d e o ch o M a rc o s a id.
v
se se n ta c u a tro p e so s. 64 ”
V einticuatro te n ed o res d e p o str e con o c h o m a rco s a id.
s e se n ta y c u a tro p e s o s. 64 "
C uatro Tasas c o n ta p a s g ra n d e s, con vein te m a rco s a id.,
cie n to se se n ta p eso s. 160 ”
U na O lla g ra n d e con ta p a y p e s o d e cu a tro m arcos a id.,
tre in ta y d o s p e so s. 32 ”
S e is o ja s d e p a r r a con cu e n ta s p a ra p o sillo s co n cuatro
v
m a rco s a id ., trein ta d o s p eso s. 32 ”
U na S a lse ra con p e s o d e un m arco a id., o ch o p e s o s 08”

A l fre n te 1 .9 9 2 ” 14.6 3 4 ” 0.
Fol. 171) -------
P o r e l fr e n te 1 .9 9 2 ” 1 4 .6 3 4 ” 0.

Un c a le n ta d o r d e fig u r a d e torito, con tres m a rcos a id.


vein te y c u a tro p s. 24 ”
U na tin teresa co n tres p ieza s, una ca m p a n illa y a siento
co n p e s o d e o ch o m a rco s a id., se sen ta y cu a tro p e so s. 64 ”
D o s C u ch a ro n es con p e s o d e tres m a rco s a id., v ein te y cuatro p e so s. 24”
D o s P a la n g a n a s con p e s o d e d ica y o ch o m a rco s a id.,
cie n to cu a ren ta y cu a tro peso s. 144 ”
U na B a se n ilh t co n p e s o d e se is m arcos, a id., cu arenta y ocho. 48”

- 122 -
¡ fiffifS G Á fllfC V C S en la h isto ria de B olivia - Imágenes y rea lid ad es del sig lo X IX

C u a tro C a n d e le ro s d e d o s lu ces con vein te y cu atro


m a rco s a id., cie n to n o v e n ta y d o s p eso s. 192 ”
C u a tro C a n d e le ro s g ra n d e s d e una luz con veinte
m a rco s a id., cie n to se sen ta p eso s. 160 "
D o s ca n d elero s p e q u e ñ o s d e una lu z con se is m arcos
a id .. cu a ren ta y och o p eso s. 48 ”
U na L a m in a g r a n d e d e Sta. M a ría M a g d a len a con su
se rco d e p la ta con p e s o d e se is m a rco s a id., c u a ren ta y och o p eso s. 48"
O tra id. m e n o r d e la P u rísim a con se is m a rco s a id., cu arenta y och o p eso s. 4 8 "
O tra s d o s p e q u e ñ a s con p e s o d e cuatro m a rco s a id., treinta y d o s p e so s. 32 ”

Lo q u e le regaló la S e ñ o ra su Suegra.
Un A n illo d e B rilla n te s d e a un q u ila te im p o rta trescientos p eso s. 300 ”
D o s S a rta s d e p e r la s m e d ia n a s con p e s o d e cu atro o n sa s
tres a d a rm e s en m il q u in ie n to s ps. 1 .500 ”

L o q u e le rega la ro n los C a n ó n ig o s d e C haquisaca.


Un re tra to d e su e sp o so g u a rn e sid o con trese b rilla n tes
m e d ia n o s y c ien to o n c e m en o res y su ca d en a d e Oro,
im p o rta q u in ie n to s p eso s. 5 0 0 ” 0.
Sum a n . 19.7 5 8 ” 0.

Importan los bienes espresados, diez y nueve mil setecientos cincuenta y ocho
pesos, salvo error de q. S.E. el Si: Gran Mariscal se da p.r contento y entregado a su
voluntad p.r haverlos recivido de la mencionada Sa. su Esposa y traído a su poder p.r
dote y caudal suyo propio, cuya entrega ha cido cierta y efectiva y p.r no pareser de
presente la escpc.n de la non numerata pecunia de la Ley 9a. del Jd. I o. Part. 5a. q. de
ella trata con los años q. prefine p.a pedir la prueva de su recibo, q. da p.r pasados
como si efectivam.te ¡o estuviera y las demas Leyes propicias. Por tanto otorga afavor
de la presitada Sa. su Muger el resguardo masfirme y eficas q. a su seguridad condusca;
y declara q. los Bienes referidos han sido valuados p.r personas inteligentes con cuyo
juicio se conforma y que en su Tasación no hubo lecc.n ni engaño, y en caso de que lo
haya sea en poca o mucha cantidad hase a favor de la Sa. su Consorte, gracia y
donac.n pura, perfecta e irrebocable Ínter vivos con insinuac.n y renunciac.n y demas
estavilidades legales y congruentes, y a mayor abundam.to apruevay ratifica la cita­
da Tasac.n y se obliga a no reclamarla y si lo hiciese sea visto p.r lo mismo haverla
aprobado nuevam.te, añadiendo fuerza a fuerza y contrato a contrato, a cuyo fin re­
nuncia la Ley 16 Tit. 11. Part. 4a. que ordena “que si el que da o recive la cosa aprecia­
da se dente agraviado de su valuac.n puede pedir que se deshaga el engaño en cual­
quier cantidad q. sea, aun q. no llegue ni exeda de la mitad del justo precio como en
las ventas y las demas leyes que le sean favorables, para que en ningún tiempo le
sufraguen. Y cumpliendo con la oferta que luso a la Sa. su Consorte de dar la cantidad
q. el dro. le permite p.r aumento de dote en arras o donac.n propter nuptias, desde
luego, en atenc.n a la virtud onestidad y relevantes prendas de que está adornada,
reitera y siendo necesario de nuevo, hase la misma oferta; y declara que el aum.to de

- 123-
B eatriz R ossells

dote, se entienda en la cantidad de quince mil ps. de q. son parte las Alhajas q. le
obsequió antes del Matrimonio, y son las siguientes

A H uyas q u e le d io s u E cselen cia .


Un R e tra to g u a rn e sid o con b rilla n tes m ed ia n o s y
o c h e n ta y cin c o m enores, im p o rta n o v e c ie n to s treinta p e s o s 9 3 0 ”.
Un A n illo d e un b rilla n te so lita rio d e cuatro quilates,
ro d e a d o d e vein te ch ico s d a d o p .r esp o n sa les, im p o rta
M il d o sie n to s p eso s. 1. 200”
Un A n illo d e un b rilla n te m ed io largo so lita rio d e cuatro
q u ila tes, ro d e a d o d e vein te c h ico s d a d o p .r esponsales,
im p o rta M il d o sie n to s p eso s. 1. 200 ”
Un A n illo d e un b rilla n te, m ed io largo so lita rio g ra n d e de
c u a tro q uilates, im p o rta un M il p eso s. 1.000”
O tro id. m e n o r d e la m ism a fig u ra ro d ea d o d e veinte
v cin c o ch ico s, im p o rta tre sien to s sin c u en ta peso s. 350”
O tro id. en fig u ra d e rosa con d ie z y n u e v e brilla ntes
m ed ia n o s, im p o rta cien ps. 100 ”
Tres A n illo s d e a tres b rilla n te s m ed ia n o s a se ten ta
p e so s, im p o rta d o sie n to s d ie z p eso s. 210 ”
U no id. d e cin co b rilla n te s m ed ia n o s en n o v e n ta p esos. 90”
Un p a r d e C a ra b a n a s d e b rilla n tes en esq u eleto con cuatro
v
b rilla n te s d e A lm e n d ra trein ta y cuatro m enores,
im p o rta o c h o c ie n to s o ch en ta p eso s. 880”
Un p a r d e C a ra b a n a s d e D ia m a n tes rosas con
sin c u e n ta y cu a tro d ia m a n te s p e q u e ñ o s en cien to
cu a ren ta p eso s. 140”
A l fre n te 4 .9 0 0 ” 0 0 0 ”0
F ot. 172)
P o r c í fr e n te 4 .9 0 0 ”
Un p a r d e C a ra va n a s co n cu a tro p e r la s g ra n d e s y
trein ta b rilla n te s p e q u e ñ o s en cu a tro cien to s vein te peso s. 420”
Un p re n d e d o r d e u n a p e r la g r a n d e con sie te d ia m a n tes
ta b la s p e q u e ñ a s en d o sie n to s ps. 200
O tro Id. m e n o r con cu a tro b rilla n tes ch isp a s en sie n to
c in c u e n ta peso s. 150”
Un P a r d e C a d e n a s d e Oro tre m a d a s, u n a d e ellas
g ru e sa , im p o rta tre sien to s p eso s. 300”
Un Relo.x d e B rieg et en d o sie n to s p eso s. 200 ”
Sum an 6 .1 7 0 ”0.

Importan seis mil ciento setenta p. las Alhajas entregadas, y los ocho mil ocho­
cientos treinta ps. que aun faltan p. completar la suma de quince mil ps. en q. quiere
haser el aum.to de dote se entienda hecho en lo mejor parado de sus Bienes, los mis­
mos que caven en la desima de los q. poseía a tpo. de celebrar el Matrimonio, y aun
posee como es notorio p.r las fincas de valor q. tiene; y agregadas a los demas q. le
pertenesen bien alcansan a la desima consignada, y en el caso de que no quepan, se
los consigna en los mejores y mas bien parados, q. en lo subsesivo adquiriese a su

- 124-
^ M u je re s en la h is to r'a S o livia - Im ágenes y rea lid ad es del s ig lo XIX

elecc.n; en la inteligencia q. p.r este aam.to de dote, no viene a pobreza, y q. le quedan


vienes de sobra para vivir en la abundancia; pactando que si la Sa. su Consorte Mu­
riese primero que el Si: otorgante sin Igma. subsec.n de este Matrimonio, ning.n here­
dero suyo ha de tener dro. a las arras q. por aum.to de dote le ha prometido, ni podran
demandárselas jamas; pues ella sola hade poder exigirlas de sus Bienes en caso de
sobrevivirle, p.r ser el obgeto de ellos en beneficio personal y privativo suyo, y p.a con
sus herederos ex testam.to, v ab intestato hade entenderse nula y como no hecha. Uni­
dos los espresados quince mil ps. a la cantidad dotal, asienden a treinta y cuatro mil
setecientos cincuenta y ocho pesos, los cuales se obliga a restituir y entregar en dinero
efectivo a su actual Señora Muger, o a quien su acción tenga in continenti q. el Matri­
monio se disuelva por cualq.a de los motivos proscriptos p.r dro., salvo los existentes
al tpo. de la disolución del Matrimonio, los que a su elecc.n podrá restituir en especie
p.r su valor estimado, y p.r la deteriorac.n q. hayan padesido p.r su culpa u omic.ny
por los consumidos, su importancia a justa tasac.n. Ya ello quiere ser apremiado p.r
todo rigor de dro. como también a la soluc.n de las costas q. en su exacc.n se causaren,
cuya liquidac.n defiere a su juram.to p.a lo cual renuncia la Ley penúltima de dro. Tit
v Parí, y el termino anual que le consede. Yp.a poder cumplir lo referido mas puntual
v exactam.te, se obliga igualm.te a no disipar, gravar, hipotecar ni sujetar a sus res­
ponsabilidades el importe de esta dote y arras o su aum.to p.a q. en todo evento gose
del privilegio dotado. En cuyo Testimonio asi lo otorgó el espresado Señor
Ecselentisimo, a quien conosco de que doy fe, y previno se franqueasen los Testimo­
nios que pidiere la Señora interesada para su resguardo todo con arreglo a derecho, y
firmó siendo presentes por Testigos los Ciudadanos Joaquin Mariano Prieto, José
Manuel Valdes, y Manuel Felipe Liendo-A. Sta. Cruz-fdo. Ante mí.-Mariano Tapia-
fdo.- Escbno. Pub.co

- 125-
B eatriz R ossells

• Inventario ele bienes de la indígena Juana Valencia v de Chuquimamani,


Collocollo, 1832. *

En el Cantón de Collocollo a los beinte un dias del mes de Julio de mil ocho­
cientos treinta y dos habiendo muerto la indijena Juana Balencia viuda de Francisco
Chuquimamani del ayllo Catavi tuve noticia que el dia de ayer habia muerto la espresada
Juana intestata y solo había hecho un papel simple sin autorización de autoridad algu­
na en esta virtud pase a la casa y morada de la finada acompañado del Señor Corregi­
dor del Cantón Alcaldes de Campo y de más ministros de Justicia y puse en practica el
presente imbentario.
Poniendo primeramente de depositarios a los principales abonados de dicho
ayllo y C. Fueron ciudadanos Salbador Limachi, Manuel Mamani.
Primeramente dos tazas de plata que se igualan entre ambas pesan doce onsas
Id. dos topos de plata con forma de cuchara su respectiva cadena de
lana y manta de lino.
Id. un topo de oro que conforma la figura de León con su cadenilla corta.
Id. nueve polleras azules bayeta de la tierra nuebas
Id. cuatro rebosos uno seleste y dos berdes y un musgo
Id. tres axsos de dos colores y uno mozo de buen uso
Id. una chaqueta de lanilla berde y un chaleco de bayeta rosada
Id. unjubón de bayeta con sus manguillas de paño nacar yun par de manguillas de bayeta rosada
Id. una pieza de bayeta blanca
Id. una cuchara de plata
Id. nuebe llicllas de lista y siete mozos
Id. ocho taris de colores
Id. un jubón de bayeta morada y dos piesas de encajes
Id. un poncho de colores
Id. siete frasadas de colores
Id. doce costales entre nuebos y usados
Id. siete sogas y sus reatas cuatro cargas de chipas
Id. tres pesos y cuatro reales de caytos
Id. un poncho chico viejo de chino
Id. una mesa chica de buen uso
Id. dos sillas de madera
Id. una yunta de tres cojudos azadones
Id. seis burros entre hembras y machos
Id. sesenta y tres ovejas madres
Id. una montera de terciopelo nueba
Id. un relicario de plata con adbocación de San Bicente
Id. dos rosarios de cuentas ordinarias con sus dos cruces y dos medallas de plata
Id. una balancita chica de metal
Id. dos botas de aguardiente chicas
Id. una azuela vieja
Id. un arado nuebo con sus respectibos útiles corriente
Id. dos palos biejos
* Dentrodel sumario de herederos que siguen Manuel BalboayMariano Mamani, anombre de la comunidad.
ALP/JPC3N°21. 1<S32

- 126-
en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX
UO KJMll,

Id. una hampa chica y ocho palos de telar y cuatro tocoros


Id. un crusifixo y un santo Francisco de bulto de buen tamaño
Id. una imagen en su cajoncito con su niño ambos con sus sombreritos de plata
Id. Un lienso de San Ignacio y un sital lienso y un paño de tocuyo
Id. dies pellejos de obeja y siete bobillos de lana y una altagia y una cajita chica de guardar ropa
de traje de algodón y una tapa
Id. dos lizas de tafetán biejas y sinco tiras de sinta diferentes tres piesas de encaje
Id. tres segadoras un paño de lienso
Id. una carga y media de chuño entre amargos y dulses
Id. dies chalonas y un pedaso de sebo una red de encerrar al ganado un telar
Id. tres cuartos con su buen maderaje dos con sus puertas de cuero y sus respectivos candados
Id. dos cargas de papas dulces semilla y una carta de monda y un serdo
Id. nuebe cargas de cebada engrano endostrojes yse regulan dies yseis qq. De papa de cebada tres
cargas de quinua entre blanca y colorada
Id. cuatro tablones de tierras barbechadas para sembrar
Y no encontrándose mas bienes que inventariar se dieron por concluidas las
diligencias quedando todo depocitado de los ante dichos depocitarios.
En el mismo acto comparecieron las partes que cada una suponen ser herederos
de dicha finada y que es el indigena Pedro Arubiri y Mariano Mamani quienes separa­
ron barios muebles y unos cortos montones de granos alegando ser de helios.
En esta birtud mande prueben ser de helios los muebles y granos a lo que pre­
sentaron por testigo.

- 127 -
B eatriz Rossells

• Testamento de Josefa Ríos, Hacienda de Guanchaca, 1847 *

En esta hacienda mineral de Guanchaca, cantón de Tolapampa en la pro­


vincia de Porco, a horas once de la mañana del dia veinte de diciembre de mil ocho­
cientos cuarenta i siete años ante mi el Juez de Paz segundo, ciudadano Manuel Mendoza
y de los testigos ciudadanos en ejercicio llamados y rogados para este acto, fue presen­
te en su habitación la señora doña Josefa Ríos, muger lejitima del ciudadano Mariano
Ramírez. De cuarenta i siete años de edad i ejercitada en la minería i de este domicilio
á quien conosco de que certifico, i dijo que há resuelto otorgar su testamento y ultima
disposición invocando para su devido acierto y protegida del auxilio de la Divina Pro­
videncia en cuya vendicion se obtiene aquel, y por lo mismo declaro:
10 Primero: Que es católica, apostólica, romana i lleva el nombre que tiene
expresado, y cree y confianza todos los místenos de nuestra santa relijión que enseña y
predica la Iglesia en cuya firme creencia ha vivido y protesta morir—
2o Segundo: Que es hija natural del finado don Antonio Ríos Villa de Moros i
de doña Ignacia Estrada ambos finados que Santa Gloria hayan—
3o Tercera: Que encomienda su alma a Dios que la crio y redimió con su precio­
sa sangre, i el cuerpo a la tierra de que fue formado, para que acaecido su fallecimiento
sea sepultado su cuerpo en la entrada de la puerta del Panteón de esta Hacienda, i de
modo que tubiese por conbeniente su alvacea—
4o Cuarta: Declara que es casada y velada según las leyes canónigas y
Eclesiásticas con don Mariano Ramírez vecino y natural de este cantón en cuyo matri­
monio de veintinueve años han tenido dos hijos que murieron en su minoridad, i no la
sobrevive ninguno—
5o Quinta: Que cuando contrajo el espresado matrimonio con don Mariano
Ramírez, supo que este tenia un hijo natural nombrado Manuel de ocho añoz, á quien
lo recojio y lo ha criado con los cuidados y ternura maternal hasta los treinta añoz, en
que con dolor y displicencia de sus padres se caso causándoles este sentimiento, el que
olvidado han acordado entre ambos cónyuges reztituirle al ceno de su familia con su
mujer e hijos, i en prueba del maternal afecto que profeza, ha tenido el gusto de ver
satisfechos sus deseos el dia primero de noviembre de mil ochocientos cuarenta i cinco
que por Ezcritura Publica lo reconoció por hijo natural de su citado marido don Mariano
Ramires, el mismo que desgraciadamente falleció el veintiseiz de junio pasado con
una grabe enfermedad dejando dos hijos llamados Zantiago de cuatro años i Clara de
tres y la mujer Catalina Polo embarazada que existen en la casa y se les sostiene: que es
su voluntad que si existe la viuda con el juicio i la moderación que hasta hoy, se les
sostengan en casa y eduquen los hijos con amor y con cariño y si fuese lo contrario lo
dispondrá zu marido según viese que convenga.
* AHCLC-2-312*0494, 1846-1847

- 128-
Q M im e
' S en la h isto ria de S o livia - Imágenes y realidades del sig lo X IX

6° Sexta: Que declara que cuando se caso, ambos cónyuges ingresaron ál matri­
monio sin bienes algunos i con el único recurzo de su honrades i créditos con cuyo
apoyo han adquirido dos pedazos de Viña que se compraron en Cinti colindantes con
los de sus finados padres: los muebles i útiles que existen, i la tercera parte en el valor
del Establecimiento de esta hacienda de Guanchaca, cuyo trabajo emprendieron en
sociedad con los señores don José Santiago Portuondo y don José Ygnacio del Rio
hacen catorce años, una empresa incierta y fiados en la divina Providencia con cuyo
apoyo se halla bien cimentado el trabajo i con obras de grande esperanza; por lo que
ordena que la parte que le corresponda por ser bienes adquiridos entre los doz cumpla
i pague su Albacea las mandas y legados que adelante se precisará.
7°Septima: Que por los meses de junio y julio del año cuarenta i cinco, fue su
marido al valle de Cinti á hacer las tasaciones y particiones de los interezes de los
finados su padres don Samuel Bailón Ramírez i doña Maria Magdalena Rebollo, i
hecha esa operación, se hizo la divicion con sus hermanos don Seberino Ramires y
doña Justina del mismo apellido, quienes recibieron a lo primero la parte que les
correspondió de lo que todabia se les deve áunque no el todo—
8o Octava: que por sus bienes también reconoce la casa aceada i cómoda que
compraron en Tomave hace maz de tres años al señor cura Doctor José Agustín Cavezas:
igualmente és suya una Imagen de Nuestra Señora del Rosario que esta en la Iglesia de
esta hacienda con sus adornos correspondientes, que la dejo por herencia zu finada
suegra en la mitad de zu vida á su marido, i la otra mitad a su hermano don Seberino, á
quien se le dieron cincuenta pesos por lo que como lleva dicho es propia de ambos—
9o Novena: Que hace mas de quince años se há criado en zu compañía á una
niña llamada Isabel, hija natural de su cuñada doña Justina Ramires y la ha educado
como á hija propia, con esperanza de que fuese el váculo de su vejes, quien la ha
ocacionado incomodidades fuertez y graves á ella, y a su marido agravando sus males,
i há casado con la decencia i honor que deseaban lo que declaro para que conste—
10°Dccima: Que sin embargo de lo espuesto en la presente claúsula, tanto la
otorgante cuanto su marido don Mariano Ramires de común consentimiento y acuerdo
hicieron el dos de noviembre del cuarenta i siete ante el Escribano Publico de la Pro­
vincia Don Yldefonzo Giménez Escritura de secion y donación irrebocable entre vivos
á favor de doña Isabel dandolá y poniéndola en posesión de las espresadas viñas de
Cinti cuya finca se denomina con la de Ysumita y és de valor poco mas ó menos de seis
mil pesos; y como el pasado año en Potosí, mi compañero después de que entablo
pleito con don Mariano Tavera marido de la dicha Isabel á causa de los justos motivos
que ocurrieron, causando el mismo Tavera según se probó en juicio por ruegos de este i
empeño de otros señorez tuvo que modificar i hacer otra Escritura en la que Tavera se
compromete dar mil quinientos pesos en el termino de cinco añoz y quedando siempre
reatado en la clausula de dar otros quinientos pesos al hermano de Isabel, Angel Ramírez
lo que declaro para que conste, i que sea requerido sobre el cumplimiento de lo estipulado-

- 129-
r-
Beatríz R ossells

11 °Once: que igualmente haran once meses recogió de poder de cuñada un hijo
de esta llamado Angel Rosendo haijado de la otorgante á quien lo ha recibido hasta el
presente con amor i cariño i es zu voluntad dejarle quinientos pesos que se los entrega­
rán en dinero efectivo don Angel Mariano Tavera y su mujer doña Isabel Ramírez en
los términos y tiempo que se designa en la escritura de secion i donación que ella y su
marido otorgáron lo que declara para que conste—
12°Doce: que también crió desde la edad de un año a un muchacho huérfano
llamado Sacariaz por muerte de su madre, que lo dejó en la infancia, hermano de
Mariano Calderón, ordena que á este lo eduque su marido don Mariano Ramires con
amor i cariño i según su servicio y actitudes le proporcione su mejor estar, i por parte
de la otorgante se le entregue cien pesos por su Albacea en el tiempo conveniente—
13°Trece: Que hace mas de siete añoz trajo su marido de Cinti á un sobrino
suyo llamado Mariano Avilés de veinticinco años de edad, hijo natural de doña Josefa
Raya i Ramires, entregado por su dicha madre ya finada para que lo eduque, que á este
lo recibió como á huérfano y le há tratado con amor...

• 130-
Qyvilljeresenla
h ls,o ria de S olivia - Imágenes y rea lid ad es del sig lo X IX

• Testamento de María Tomasa Bernal y Mariaca. La Paz, 1851

En el nombre de Dios todopoderoso y el de la gloriocícima siempre virjen


amen. Sepan cuantos esta carta de mi testamento, ultima y postrimera voluntad vieren,
como yo doña María Tomasa Bernal y Mariaca hija de la finada señora Doña Melchora
Castillo y Mariaca estando enferma de enfermedad corporal que Dios Nuestro Señor
se ha servido enbiarme pero en mi entero juicio memoria y entendimiento natural cre­
yendo firmemente como creo en el ministerio inefable de la Santísima Trinidad Padre
Hijo y Espíritu santo tres personas distintas y un solo Dios todopoderoso y en todos los
demas ministerios artículos y sacramentos que tiene y cree y confiesa nuestra Santa
Madre Iglecia Católica Apostólica Romana bajo de cuya fé y creencia he vivido y
protesto vivir y morir en adelante como católica cristiana elijiendo como elijo por mi
Abogada Intercesora Soberana Reina de los Anjeles y de los hombres Maria Santísima
Señora nuestra Santo Anjel de mi guarda el de mi nombre y demas Santos y Santas de
mi devoción, para que intercedan por mi alma y ponga en carrera de salvación y teme­
rosa que la muerte no me sorprenda desprevenida quiero hacer y ordenar mi testamen­
to para el descargo de mi conciencia en la forma y manera siguiente:
IaPrimeramente encomiendo mi alma a Dios nuestro Señor que se crio y redimió
con la preciosicima sangre vida pación y muerte y el cuerpo a la tierra y si su divina
Majestad fuese servido llevar de esta presente vida á otra, mando que mi cuerpo sea
sepultado en el panteón de este departamento haciéndose mis exequias en la Iglesia ó
lugar donde dispusieren mis hijos.
2a Iten declaro: que fin casada y velada según orden de nuestra Santa Madre
Iglesia con el finado Don Diego Sanjines en cuyo matrimonio hemos tenido por nues­
tros hijos lejitimos a Macdalena, Manuela, Florentino, Fortunata, Leoncio, Fructuosa,
Ignacio, Carlota, Casimira, Bruno, Placido, Ignacio y Leoncio, Jacinto Sanjines y Bemal
de los cuales han fallecido Fortunata, Leoncio, Carlota y Bruno Placido y los demas
existen los cuales declaro por tales mis hijos lejitimos sin que otro de ninguna clase lo
que declaro para que conste =
3a Iten declaro que ratifico en todas sus partes el testamento que otorgó mi
finado esposo ahora nueve meses poco mas ó menos, y quiero se lleve a debido efecto
en todas sus partes=
4a Iten declaro que cuando contraje matrimonio con mi citado esposo Don Diego
Sanjines, introduje al matrimonio alguna plata labrada alhajas de mi uso, una esclaba,
una cuarta parte de mi chacarilla nombrada Echarani, es decir una mitad cita en la Villa
de Esquibel otra igual denominada Tenería que se vendió á mi sobrino Don Francisco
Bemal y tres cuartas partes de una casa cita en la misma Villa de Esquivel que también
se vendió.

* ALP/CSD c.163, 1860

- 131 -
r
B eatriz R ossells

5a líen declaro que poseo y tengo por mis bienes una mitad de las fincas de
Lequiñoso y Chirioco, ubicadas en el Cantón Pucarani Provincia de Omasuyos con las
respectivas mejoras que se han puesto desde su adquisición; mas una mitad de las
Huertas quiciaion; mas una mitad de las Huertas de Valencia, cituadas en el Cantón
Mecapaca y otra mitad de la Hacienda de San Jerónimo del Prado cituada en los
suburvios de esta ciudad y frente al panteón igualmente con mejoras capilla y casa
6a Iten declaro que poseo una chacarilla, cituada al fin de la Alameda, adquirida
con la venta de una parte de mis bienes patrimoniales= Iten declaro que poseo como
dueña una mitad de esta casa de mi morada declaro lo para que conste=
7a Iten declaro que todos los muebles que tengo en esta casa que actualmente
recido una mitad me pertenece y otra es de mis hijos como herederos de mi finado esposo=
8a Iten declaro también por mis bienes una mitad de los efectos comerciales de
ultramar que se hallan bajo la inmediata intervención y administración de mi hija
Florentina Sanjínes y el valor que me corresponde se enumerará por la razón de la
citada mi hija previniendo á mis herederos que se sujeten á lo que detennine aquella,
porque conosco su honrradez y buena fe, y que para el surtido de ella se halla afecta
dicha tienda al crédito activo de Don Juan Granier si aun no se ha satisfecho^
9a Iten declaro que devo cerca de mil pesos y mando que mis herederos, de lo
mejor de mis bienes satisfagan dicha cantidad á la persona que ellas saben=
10a Iten declaro que lego á mi nieto lejitimo nombrado Raymundo Sanjines
seiscientos pesos, de los que se hara cargo mi hija Manuela, y no podra tener intervención
el padre, deviendo la encargada que a mi antedicha hija procurar su instrucción y mejor
educacion=
1Ia Iten declaro que lego asimismo sien pesos al menor Marcos, hijo de una
domestica que tengo=
12a Iten declaro que no me acuerdo dever a otra persona, corta ni mucha canti­
dad, pero si pareciere alguno con justificativos suficientes, mando se le paguen por mis
herederos
13a Iten mando: que en calidad de patrimonio haciendo la divicion competente
y con acuerdo de mi finado marido distribuyo de la manera siguiente que la finca de
puna denominada Lequiñoso por hijuelas tomen mis hijos Ignacio y Leoncio la de
Chirinoc-a mis hijas y herederas Fructuosa y Casimira. La hacienda de San Jerónimo
del Prado, mis hijas Macdalena y Manuela, y las huertas de Balencia en el Cantón
Mecapaca mis hijas Florentina e Ignacia, en calidad de que si hay alguna pequeña
diferencia en los valores, las que lleven mas quedan amejoradas en la parte de demacia,
pues asi es mi voluntad por facultarme la ley=
14a Iten declaro y mando que esta mi casa de mi morada la posean
mancomunadamente todos mis herederos^
15a Iten declaro que el mulato Remigio es de la pertenencia de mi hija Manuela,
y en caso de cuestión le lego

- 132-
•C ^ U ÍS G f en la h isto ria de B olivia - Im ágenes y realidades d el s ig lo XIX

16° Iten declaro: que las esclabas Maria Santos y María quedan con beneficio
de todos mis herederos
17a Iten: que de las alajas y plata labrada y ropa se hará la distribución corrien­
te, y que los herederos tienen conocimiento de sus pertenencias=
18a Iten mando que en cumplimiento del testamento de mi finado marido se
practiquen los imbentarios judiciales ó extrajudiciales inmediatamente=
19a Iten lego el piano grande y el horgano con anuencia de mi finado esposo a
mis hijas Casimira e Ignacia=
20a Iten declaro: que todos los bienes que llevo designados los he adquirido en
mancomún con mi finado marido, esepto los designados como patrimoniales. Y para
cumplir y pagar este mi testamento y todo lo que en el contenido, digo y nombro por
mis albaceas en primer lugar a mi sobrino Señor Don Fermín Bemal de Mariaca, en
segundo lugar a mi hijo lejitimo Ignacio Sanjines y en tercero a mi igual hijo Leoncio
Sanjines para que cada uno de ellos en su lugar y grado ejecute mi disposición,
proiTogandoles el tiempo que fuese necesario. Y cumplido y pagado en el remanente
de mis bienes, deudas y futuras suceciones digo y nombro por mis herederos universa­
les, a los citados mis hijos lejitimos existentes Macdalena, Manuela, Florentina, Fruc­
tuosa, Casimira, Leoncio, Ignacia é Ignacio Sanjines Bemal, para que hereden con la
bendición de Dios y la mia hermanablemente, pues asi es mi voluntad, que quiero la
guarde y cumpla y ejecute esta mi disposición como hecho y otorgado ante el presente
Escribano publico de esta Capital. Y yo el escribano que me hallé presente al otorga­
miento de este testamento Certifico y doy fe que conosco a la Señora Da. Tomasa
Mariaca y Bernal de esta vecindad, mayor de edad, viuda y propietaria, sin embargo de
hallarse enferma en la cama en su entero juicio, memoria y entendimiento natural
dispuso sin bacilar ni contrabenir todo cuanto lleba dicho y sin que haya sido interrum­
pida ni violentada en manera alguna. Con lo cual rebocó y anuló otras cualesquiera
dispociciones, mandas por escrito o de palabra, para que no valgan ni hagan fe en
juicio ni fuera de él, salvo el presente como hecho y otorgado ante el nominado Escri­
bano en la muy Ilustre y denodada Ciudad de La Paz a horas dos de la tarde del dia diez
de agosto de mil ochocientos sincuenta y un años y por ante los testigos que se hallan
presentes a ruego y a elección de la testadora y lo fueron los ciudadanos José Maria
Gonsales, José María Balderrama y Benjamín Valdez todos de esta vecindad, mayores,
el primero empleado publico y los últimos plumarios, ante quienes se le leyó y se
conformó con su tenor y firmó expresando les su testamento ultima y postrimera vo­
luntad de que asi mismo doy fe= Tomasa Mariaca de Bemal= Testigo= José Maria
Gonzales= José Maria Balderrama^ Benjamin Valdez= Ante mi Juan Varela Escribano
Publico.

- 133-
B eatriz R ossells

• Demanda de tercería escluyente de finca heredada, 1860 *

Propone demanda de tercería escluyente en la causa que espresa y pide que se


declare como solisita.
Presidente y Vocales de Partido
Ignacia Sanjines de esta becindad ante U.U. con arreglo á derecho me presento
y digo: Que casualmente há llegado á mi noticia que Da Monica Aguirre ejecuta a mi
hermana Da. Florentina Sanjines por deuda de cantidad de pesos. El embargo y remate
que actualmente se practica en la oficina del Secretario Dn. Eusebio Vargas sobre la
Finca de Valencia sita en el Cantón Mecapaca, han recaído en el todo de ella, sin
advertir que una mitad me corresponde á titulo de herencia. El Testimonio del Testa­
mento que acompaño otorgado por mi finada madre Da. María Tomasa Bemal Mariaca
en 16 de agosto de 1851 acredita que la finca de Valencia nos corresponden en el todo
á mi y mi hermana Florentina por partición que hicieron nuestros padres por Testamen­
to. No puedo crer que la Sora. Aguirre, así como los demas acreedores de mi hermana
hubieran ignorado esta circunstancia mas para que tengan conosimiento de ella y se
declare a mi fabor el derecho que tengo, propongo la siguiente demanda de tercería de
dominio escluyente por la mitad de la finca de Valencia.
Según he indicado, por la clausula 13 del testamento adjunto, una mitad de
Valencia es de mi esclusiva propiedad por herencia de mis finados padres. Siendo este
derecho indisputable, y no pudiendo persona alguna, sea quien se fuese, enajenar, em­
peñar ni pagar con la mitad que me toca, sus deudas, me beo presisada á balerme de los
recursos que me dan los artículos 408,409 y 410 del Codigo de Prosederes, y alegando
por mi parte derecho de dominio escluyente a la mitad referida, ruego a U.U. que con
sujeción al articulo 571 del sitado Codigo se sirvan declarar Ioque la ejecutante Aguirre
o cualquiera otro acreedor de mi hermana Florentina, tienen espedido su derecho para
pagarse de sus deudas con una mitad de Valencia. 2a Que en el Auto que se pronuncia
en la presente tercería, se me declara propietaria de la otra mitad, y por consiguiente
ecempta de toda pencion o responsabilidad. 3a Que el remate que esta practicándose
por deuda de mi hermana se encienda esclusivamente enla mitad que le toca. 4a Que
resuelta la tercería, se me entreguen las piesas nesesarias para proseder a la divicion
material de Valencia para conservar mis derechos sobre aquella parte, en razón a que
admite divición comoda, suspendiéndose entretanto el remate que se practica a solici­
tud de la Sora. Aguirre. Sera Justicia.
Otrosí bibo en casa propia barrio de Casacantia
Ignacia Sanjines
La Paz, julio 13 de 1860

♦ A L P /C S P C 163. 1860

- 134-
O iú w r e s en la h isto ria de B o livia ■Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

• Reclamo sobre el valor de una vaca. La Paz, 1865. *

Señor Juez Instructor


Teresa Gallegos viuda del finado José Manuel Delgado vecina del Vice cantón
de Quime, en este papel común por la notoria falta del que corresponde con cargo de
reintegro, ante la justificación de U paresco y digo: Que el dia 14 de diciembre del año
próximo pasado, hé sido perjudicada con la mayor violencia por Da. Felipa Rocha, que
por Unicamente haber pasado una baca preñada a su finca llamado Tuine, ha hecho
balear con la mayor inominia con su hijo llamado Anselmo Torrejon sin que se hubiese
hecho cargo del daño que há causado, y sin orden de ninguna autoridad pues Sr. Juez
esta clase de violencia arvitraria no se puede evitar, con este hecho ha cometido un
delito criminal, no restaba otra cosa que organisar el sumario.
Sobre esta circunstancia me quejé al Correjidor de aquel Cantón contra Felipa
Rocha pidiendo únicamente el valor de otra Baca, por una justa tasación que para el
efecto los peritos nombrados han justipreciado en la cantidad de veinte y cinco pesos,
según constan la diligencia puesta del corregidor, con el debido respeto acompañado,
en dicha diligencia ordena en que me pague en el termino de tercero dia; mas hasta la
fecha no se ha dignado ha satisfacerme otra cantidad con el mayor perjuicio y
causándome gastos insificantes. En su mérito y por las razones espuestas ruego a U
para que se sirva mandar que el Alcalde Parroquial del vicecanton de Quime, haga
pagar inmediatamente con la mencionada Rocha, los 25 pesos 111 reclamados, sin oir
ninguna relación ni pretesto. Es lo que a U pido y suplico asi lo determine y mande por
ser justicia y para ella.
Firma ilegible.

(*) ALP/.IL 1865 d i el

- 135-
B eatriz R ossells

• Viuda reclama por perjuicios en posesión de su propiedad. La Paz, 1889. '

Sr. Juez Instructor

Entabla demanda de amparo de posesión contra las personas que refiere, ofre­
ciendo la prueba Ursula Mamani de la parroquia San Sebastian, viuda i matarife ante
U. presentándome, digo: Que por herencia de mis padres Apolinar Mamani i Dominga
Quispe, poseo en propiedad un terreno i casa en Challapampa, colindante con los de
Lorenzo Suri i Manuel Ibañez, todo cercado i con tres salidas á la calle ó vía-ducto, por
donde trajinaba con mis bestias.
Dicho Suri é Ibañez confavulados viendome mujer é indefensa, han cerrado la
vía céntrica el 11 de marzo ultimo, siguiente día de Tentación, poniendo pared i
privándome el paso; i el 10 de junio siguiente día de Pentecostés o Espíritu santo
cerrado también las otras dos vías, situadas en sus pertenencias, dejándome así, sin
salida ni entrada i perturbada en el gose civil i natural de la posesión.
Por lo que, entablo demanda de amparo de poseción contra Suri é Ibañez i pido,
que admitiéndola en forma, me reciba U. Sobre el caso, la prueba que ofresco de los
testigos del marjen, conforme el articulo 544 de la Compilación, para que se me ampa­
re en ello, condenando en costas al perturbador i espeditandose las vías ó al menos la
céntrica...... La Paz, septiembre 27 de 1889

Por la presentante Manuel E. Díaz

* ALP/CSD 1889

-136-
6 5 en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y realidades d el s ig lo X IX

• Solicitud de licencia marital para vender propiedades parafernales.


La Paz, 1891.*

Señor Juez Instructor—Francisca Vargas, ante U. Digo que hace mas de seis
años que me hallo separada de mi esposo Dn. Augusto Belmonte por motivos que es
escusado referir al presente. Tengo intereses parafernales, y necesito que, para hacer
los arreglos que crea convenir, se sirva U. mandar se notifique a mi esposo me confiera
licencia marital para los fines siguientes, Io para que pueda vender libremente mis
propiedades parafernales y pueda hacer las nuevas adquicisiones con el precio que las
ventas de aquellas me produscan y 2o para que pueda negociar prestamos á intereses
con hipoteca de las mismas..... Paz, julio 11 de 1891.
Por mi Sra. Madre. Zenon Vargas.

Señor Juez Instructor— Se opone a la licencia exijida- Augusto Belmonte ante


U. Digo: que á solicitud de mi esposa Fransisca Vargas de se habia servido U. De
mandar que yo le de Usencia jeneral para que venda i compre bienes, i adquiera otros
con la administración, contrayendo créditos.
Yo me opongo a ello por tres motivos Io por que mi esposa tiene establecido su
jiro comercial en una tienda pulpería con fondos fijos, fuera de los arriendos de sus
casas i otros jiros con capital propio. 2o porque la licencia jeneral importa un mandato
proivido por el art. 1337 del Código Civil edición Terrazas; i basta la administración
que tiene en los bienes. 3o porque con los actos de la jeneral discrecionalidad surjiria la
malbercion i poco tino en los contratos i demas cmerjencias.
Me hallo en esta ciudad i para cualquier contrato especial deve ser consultada
mi autoridad de marido que como Jefe de la familia en el matrimonio, tengo la tuición
de los intereses.
La Paz, a 13 de junio de 1891.
Augusto Belmonte.

* ALP/CSD. 1891, C563

- 137-
B eatriz R ossells

1.3 MATRIMONIO Y DIVORCIO

• Demanda de divorcio por malos tratos. La Plata 1802. *

Al Sr. Prov y V. Gral


Pone demanda de diborsio por las rasones que expresa y para formalizarla y de
se le reciva la información sumaria que ofrece conforme a estilo.
Otrosi, pide que para la otra información se libre Desp de Recepturia al lugar
que se refiere por los motivos que se espresan
Otro si igualmente solicita que el Nt de la Curia le de el certificado que expresa
por los efectos que se indican.
Los dos últimos otrosí es, sup.ca se lea:
Barbara Rodríguez, mestisa natural del pueblo de Moromoro, contra Pablo Cam­
peros.
Daño no solo de palabras (improperios) sino de obra y “crueles golpes de cuias
resultas casi perdí la vida, no contento con estos insesantes maltratamientos. Llego al
exeso de asotarme por dos ocaciones, sin que le hubiese dado el mas lebe motivo, pa
ser tan cruelmente castigada y no pudiendo tolerar mas este cruel trato, ahora año y
medio me determine apromover esta misma demanda de diborcio........ tiene animo
deprabado de hacer un omicidio, toma tales instrumentos como son palos y piedras y
descarga golpes en una muger débil y indefensa de cuias resultas he quedado en el
cuerpo con diferentes sicatrices y aun tube que padecer por mucho tiempo del flujo de
sangre que me sobrevino, probeniente de un golpe que me dio en las cadera, que me
desconserto los huesos de aquella parte, asi mismo estube otro tiempo con las manos
baldadas...”
<á£a? O Mujeresen la h isto ria de B o livia ■Im ágenes y rea lid ad es d el s ig lo X IX

• Demanda de divorcio, puesta por d. Melchora Michel de Zarate,


contra su marido d. Toribio Daza por crueles maltratamientos, 1807.*

Sr. Provisor y Vicario General


Otrosí. Pide que el Notario actuario le de certificación que expresa. Da. Melchora
Michel de Zarate, vecina de esta ciudad y muger legitima de Dn. Toribio Daza, como
mejor proceda de otro, ante las justificaciones de U.S. paresco, y pongo Demanda de
Diborcio en forma contra el referido mi marido y por los crueles maltratamientos que
me causa, y relacionando el caso Digo que haviendo contraido matrimonio con aquel
en tierna edad, violentada y obligada por mis padres en el transcurso demas de treinta
y un años de este enlase, han sido grandes mis padesimientos, que para explicarlos
holgaría mucho hallar voces que igualen su gravedad, ya lo que he tenido de dolor,
entan dilatado tiempo, pues desde el primer año demostró este hombre sus pésimas
inclinaxiones de vivir entregado continuamente a la bebida, al ocio por no tener oficio
alguno, y ala deshonestidad por el livertinaje conque ha vivido, sobretener un genio
luciferino y coadyuvar mas asu tonteza, la embegecida sordera que adolese: circuns­
tancias suficientes, que sin mas demostración por la notoriedad, hacen conocer al pri­
mer golpe de vista, la carrera tan penosa, y arresgada que he tenido con un hombre de
este carácter. Por lo que no molestare la atención de V.S. haciendo una relación polixa
de mis padecimientos por q. a mas de renovar mi dolor, seria ocupar mucho papel con
incomodidad del Magistrado, hablare solo del hecho reciente que me motiva y resuel­
ve al presente juicio por parecerme bastante, para que la justificación de V.S. se sirva
en su mérito y prueva, determinar la separación de aquel en forma.
Estando yo la noche del Domingo 18 del corriente en la vivienda de Da. Brígida
Lora, que esta en la mesma casa que vivo celebrando el festejo del Nacimto del Niño
Dios, entre muchas personas de honor que concurrieron a este acto religioso: sucede
que otro mi marido, sin mas motivo que esta asistencia tan honesta, se huviere introdu­
cido a la vivienda ebrio y, perturbado escandalosamente el concurso con varias accio­
nes indecentes, con animo de sacarme con la mayor violencia, afano haverme levanta­
do con ligereza, y salido a persuadirlo con ruegos y otras demostraciones de cariño, de
que se puciere a cenar, y que no se demandase de esa suerte, viendo los respetos que
mediaban, lo huviera executado, pues estava como digo ebrio, furioso, y lleno de atre­
vimientos en el comedor de otra casa, del que apenas por evitar mayor escándalo, pude
introdusirlo ami propia vivienda, donde virtiendo amenazas graves dequitarme la vida
esa noche, ya que sele frustraron sus designios de arrebatarme, logro hechandome en
tierra, descargar en mi devil cuerpo, crueles golpes, y en la cara, como están de mani­
fiesto. A lo que compadesida de mi, y viendo que los golpes eran ya exesivos, e inhu­
manos, sele echo a sus pies mi hija Da. Juana Daza, llena de lagrima, y ruegos para
contenerlo, pero nada fue bastante para aquietarlo pues antes revertido de colera al ver
*AANo. 5445

- 139-
B ea triz R ossells

esta demostración tierna, y que le decía únicamente que no hiciere escándalos en una
noche en quese festejaba al Niño Dios, la agarro con un Ímpetu furioso, y estrello
contra el suelo, dexandola quasi muerta que a no ocurrir a su gritos y llamamientos un
carpintero que vive en la misma casa, y que la defendió, miserablemente es victima de
la muerte, y aquel cruel homicida pues sin embargo de quela escondieron y procuraron
hacerla entrar asu vivienda que es un alto de otra casa inmediata, por las escaleras
quese pusieron por defuera de la calle, con grande alboroto délas gentes del barrio (que
compadecidas de ver la persecución de un padre desnaturalizado le dieron todo auxi­
lio), y que yo emprendí igual presipitada fuga ala calle donde dormí esa noche estaba
toda ella de sentinela asechándola, paseando por el corredor de la casa, enla suposición
de que estábamos en ella, para executar sin remedio el extrago fatal de que Dios nos ha
librado, pues estava con un Batan grande para damos la muerte.
Al fin esa noche no fue pocible contenerlo, a este hombre que tuvo una
desidida intención de quitarme la vida, como que en pmeba de ella, se dejo decir el
mismo, que tenia dispuesto, y determinado acavarme de una vez, por ser grande el
odio, y mala voluntad queme profesaba, y aun por esto se hallava ya de doliente de
antemano, como que en efecto se halla vestido de este trage desde muchos dias, anun­
ciando mi próxima muerte: Por lo que vivo temerosa de que este execute sin remedio,
esta u otra palidad de un dia a otro, por no esperarse otra cosa de un hombre tonto, y
continuamente perturbado por la bebida.
En estos términos y estando pronta a justificar a su devido tiempo, estos
hechos, con otros muchos mas que no se numeran, no hallo otro remedio que ocurrir
como (ilegible) a la justificación de V.S. para que admitiéndome esta demanda en quanto
ha lugar de otro se sirva en virtud demis fundamtos declarar la ceparacion en forma.
Por tanto-AVS pido y suplico asi lo provea y mande por ser de justicia y por ello
juro lo necesario en tro. Costas, Otrosí digo. Que igualmente se ha de servir la
justificación de VS mandar, que el Notario actuario me de una certificion dehaver
entablado el presente juicio para los fines que convengan.
Pido just supra
Mclchora Inacia Michel de Zarate
6<<rs en la h istoria de B o livia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

• Denuncia de vida escandalosa que hace su esposo con Francisca Torrez,


La Plata 1807. *

Doña Josefa Calvimontes mujer lejitima de Don Joaquín Buitrago según sea
mas conforme acudo ante U paresco y digo: que noticiosa de hallarse U comicionado
por el Excmo Señor Presidente de La Plata para tomar conocimiento sobre la vida
escandalosa de Dña Francisca Torrez: siendo yo la que siento con mas inmediación los
efectos de su libertinage, se ha de servir U recibir una información de testigos quienes
vajo la religión del juramento declaren al tenor de las preguntas siguientes.
Primeramente: digan si saven les consta o han oido decir que la citada Francis­
ca Torrez ha mantenido ilicita amistad con dicho mi marido quien tiene dos hijos con ella.
Si es cierto que el enunciado mi marido continua en la casa de esta muger con la
misma frecuencia que en soltero.
Si es cierto que el dia veinticinco de diciembre ultimo se presentaron juntos en
el pueblo de Camataquí y concurrieron en todas las funciones de los dias de Navidad
del mismo modo que lo han hecho en todas las que ha habido assi publicas como
privadas.
De publico y notorio publica voz y fama y la verdad quanto en el particular
supieren y hasta que sea en la parte que baste se haran igualmente tomar la Providen­
cia y que tenga por conveniente y gradué de fuerza mediante ella=Pido y suplico pro­
voca y mande como llevo pedido para lo necesario en daño y paraello. Josefa
Calvimontes
Otrosí digo que para precaver la fuga u ocultación de dicha Torrez conviene a
mi daño pase U perzonalmente a la casa de su avitacion ha practicar la pricion de su
perzona y asegurarla donde tenga por conveniente pues en caso contrario se hara iluso­
ria cualesquiera providencia que tome U en el particular: Pido justicia. Ut
supra. Calvimontes.

*EC1XC)7.I3

-1 4 1 -
B eatriz Rossells

• Demanda de divorcio de la india Ucencia Escalante contra el mulato


Mariano Medina por concubinato, La Plata, 1807. *

Sor. Pros y Vic Gral.


Con el poder que presenta pone demanda de Divorcio en forma para que corra
traslado a parte que refiere Otrosí: suplica se lean
Juan Baptista Mostajo a nombre de Vicencia Escalante india de la Doctrina de
Guata muger lexitima de Mariano Medina y en virtud del poder necesario que con
intervención de la protecsion Fiscal me tiene conferido el que en devida forma presen­
to y puso como mejor proceder de Derecho ante la justificasion de US paresco y digo:
Que al presente solicita Divorcio la muger mas infeliz, la mas desgraciada y la que
puede servir de remedo a los maiores infortunios, porque aunque se matrimonió con un
hombre destituido e indigente en quien no recidian mas prendas que un mutuo amor y
el fin primario de alibiar dos almas, nunca premeditó los funestos efectos de su enlace
a que incautamente se arrojo. Ella es cierto, que en mas de treinta años que se halla
casada, otros tantos quenta de persecusion tormento y penas; porque aunque con su
silencio en honor de tan santo Estado no habían salido a luz sus padecimientos, por fin
se ilustraron estos por los mismos criminales ecesos de Medina, quien no satisfecho
con la lealtad constante de mi parte y su incesante trabajo en adquirir proporciones
para la subsistencia, lo miró todo con el maior abandono, y en que por el exercicio
mancomunal, se desnudó de su muger abatida. Ya corren cosa de cinco años, que abu­
sando de la micerable constitución de mi parte, introdujo en la casa una muchacha
crecida con el titulo de hija que se refugiaba a su padre natural y aunque pudo persua­
dir á la inocente cónyuge que sola la humanidad y naturaleza executaban su abrigo, sus
mismas demonstraciones torpes lo desmintieron como que al fin con la maior
desemboltura la trataba como á su verdadera concubina, hasta que la puso en sinta y
dio a luz un hijo que actualmente vive. Por este hecho horrorizada mi parte se postró a
los pies de su infiel marido, suplicándole anegada en lagrimas cortase la amistad y
siendo su hija se denunciase, pero no tubo mas fruto tan heroica acsion que el de
manifestarle su ultimo desengaño con amarrarla a un tirante y azotarla por tres veses a
vista de multitud de gentes. Atormentada de este modo una inocente muger ofiendida,
no tuvo mas refugio que querellarse ante el Dor. Dn. Pedro Carbajal y aunque este por
algunos días pudo conccguir la separación de ambos adúlteros: mas después se renobó
su infidelidad é incontinencia con haber sido sorprendido por mi parte en un segundo
exeso cometido en el estupro que perpetró en su entenada que es hija de la micerable
india, como que todo en obsequio de la justicia se ha de acreditar en el progreso de esta
Causa.

*AA5443

- 142-
^ M u je re s en la h isto ria de S o liv ia ■ Imágenes y realidades d el s ig lo X IX

Aqui falleció la tolerancia de mi parte, e ignorante de los remedios que el mis­


mo daño le franqueaba en tales casos para una justa separación: Se condujo á esta
ciudad a elebar la queja ante un Juez Secular que se hallaba de sobstituto el Subdelega­
do de Yamparaes, y entre varias gestiones que ocurrieron entre demandante y deman­
dado, resultó siempre mas confirmado el primer adulterio (ó tal ves incesto) por la
mixtión con aquella muger llamada Cecilia á quien bajo la sombra de hija la sustubo el
infiel consorte y en maior conbencimiento confesó sus crimenes su citada hija; Y como
qualesquiera devia aparecer no se departiere un punto el fuerte vinculo del matrimo­
nio, la alucinasion a mi parte con presentarle fiadores que asegurasen lo interior de un
hombre perberso, y qual es el fruto que se saco con esta reconciliación? No fue otro,
que el de renobar los padecimientos de mi parte, aumentan con mas fuego el concubi­
nato, y por fin publicar el escándalo, por que volvió a conducir su hija a esta ciudad
destinándole habitación en donde ambos disfrutaban de su liviandad, hasta que por
ultimo de orden verval U.S los ha sorprendido el Alguacil de Coronas------ :Mas como
a Medina le sobra arte para alucinar la sinceridad del respetable Juzgado, ha persuadi­
do a U.S de que se ve arrepentido, como que por ello se me tiene reclusa en este
Recogimiento en donde viendo frustradas mis quejas no tarda en formar biaje con su
citada hija.
Haora es tiempo de que la Verdad salga como por un alambique, y siendo cierto
de que esta siempre recobra sus daños, tampoco se duda de que la integridad de U.S
justamente ha de declarar el Divorcio solicitado porque aun prescindiendo la sevicia
que era suficiente por daño por el intento, son motibos capitales los duplicados adulte­
rios y lo demas contenido; y siendo suficiente por haora lo expuesto para correrse
traslado. A su fin.
A.V.S pido y suplico asi lo probea y mande que será justicia y para ello juro en
forma con lo demas de daño costas.
Otrosí digo: Que la justificación de US se ha de serbir mandar que el Notario
me franquee Certificado de esta solicitud de divorcio para ocurrir al Juez Primero para
que las litis expensas con arreglo á las facultades que tienen y a la persona de mi parte.
Otrosí: se ha de serbir la rectitud de VS ordenar igualmente que Mariano Medina
no salga de esta ciudad quedando notificado de arraygo; por la evidente noticia de que
ha formado viaje intentado profugar con su concubina, como que al efecto, ha fonnado
su matansa de varias reses pertenecientes á ambos. Pido justicia ut supra.
Fdo. Josef Venancio de Roxas = Juan Bautista Mostajo

- 14 3 -
B ea triz Rossells

• Expediente promovido por la Marqueza de Haro, doña María Carmen Bil­


bao La Vieja por la disolución del matrimonio desigual de su hijo don Ignacio Pinedo
con doña María Astete. La Paz, 1817* .

Certificado notarial. Ante mi el dia de ayer diez y ocho del mes que rige a las
siete y media de la noche estando en la casa de mi havitación con el medico D.D.
Hilaron Viscarra, nos sorprehendieron el Subteniente D. Ignacio Pinedo, y D. Maria
Astete, ambos menores, sin permiso de sus madres legítimas, y dijo el varón que la
niña era su legitima mujer, y ella, que el otro era su marido, siendo testigos que trajeron
el Teniente Don Juan José Zuñiga y el Alférez Dn. Tomás Cabezas, a verificar el matri­
monio por sorpresa, y ser constante que una acción de esta naturaleza es digna del mas
severo castigo y que con ella se atropellan las Leyes Reales y Eclesiásticas, y de pésimas
consecuencias para los hijos de familia que se substraen de la debida legítima obedien­
cia y subordinación a sus padres: Hásese oficio al Sr.Gobernador Indendente para que
proceda contra los delincuentes y cómplices en orden a las penas
(........... ilegible) por lo que toca al valor, o nulidad del matrimonio que corres­
ponde a este Juzgado, recíbase la respectiva información.................La Paz, 19 de junio
de 1816. Guillermo Zarate. Ante mi Juan Manuel Varela, Notario Mayor.

--------------- Señor Gobernador Intendente. Doña Maria Juana Aparicio, madre


tutora y curadora legitima de Doña Maria Astete y Aparicio, como mejor en Derecho
proceda ante U.S. paresco y digo: que la citada mi hija sehalla casada con el subteniente
Dn. Ignacio Pinedo, acuio efecto desde luego le concedi la licencia necesaria para que
con la que el esposo recabase de la Sa. Marquesa su madre, procediesen al matrimonio
según las solemnidades asi canónicas como siviles del caso, con todo tengo noticia se
ha librado por V.S. la reclucion de mi hija en el Beaterío de Nasarenas: su honestidad,
sus virtudes morales, y su regular cuna no permiten pase al dicho recogimiento á que
ordinariamente se han destinado en calidad de recluidas las mujeres del siglo y de
diferente rango: a mas de que precedida de mi licencia materna, si acaso su esposo
faltó en el modo y estaciones que devieron preceder al matrimonio, parece que la niña
no ha delinquido en lo mas leve; pues su mismo secso y sencillez la ponen a cubierto,
como también el no tener motivo de saber ni estar instruida en las disposiciones
canónicas y siviles: por lo que espero de la providente concideracion de V.S. se sirva
ordenar que en el caso de estar sugeta a alguna reclucion, quede en el mismo convento
de monjas de la Concepción de N. Sa. donde la tengo puesta desde el dia del suceso:
Por tanto, pido y suplico así lo provea y mande sera Justicia. Juro no proceder de
malicia....Maria Juana Aparicio (s/d)
------------------- En el pueblo de Caracato a los ocho dias del mes de julio de mil
ochocientos dies y siete años, ante mi el Alcalde (..... )de dicho pueblo y testigos
* E C . 1 8 1 7 .1

- 14 4 -
(^ s v l lljCYCS en la h isto ria de S olivia - Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

infrascriptos, fue presente la Sa. Marqueza de Aro, doña María del Carmen Bilbao la
Vieja de cuio conocimiento certifico, y dijo que con noticia que tuvo del matrimonio
clandestino de su hijo legitimo Dn Ignacio Pinedo con persona notoriamente desigual,
y sin su lizencia y beneplácito, .escrivió en veinte y uno del pasado mes.de junio a su
primo político el Sr. Oydor Dr. Dn. José María de Lara para que por su nesesaria
auzencia pidiese el cumplimiento de las soberanas dispocisiones relativas a los matri­
monios, y al castigo que por ella merecen (......... )le confiere al efecto el mas amplio e
ilimitado poder especial y espesialisimo (..... ) para que en fuerza de él y representan­
do su misma persona, acción, y derecho se presente ante el Gobernador Intendente de
la Paz y en cualesquiera tribunales superiores e inferiores de la Monarquía............ La
Marquesa de Haro. Francisco Santivañez y otras firmas.
--------------- Señor Govemador Intendente:
Doña María Juana Aparicio viuda de Dn. José Astete en autos seguidos con
motibo del matrimonio que contraxo Dn. Ignacio Pinedo con mi hija D. María Astete,
con lo deducido, y en uso del traslado comunicado de la acusación puesta por parte de
la Madre de Pinedo, digo: Que en aquel enlace que causa tanta agitación, no he tenido
otra interesencia que haber prestado mi consentimiento en el supuesto de que estubieren
allanadas las diligenicas peculiares al Novio, y de que no se precentaban un principio
rasional que apoyase el dicenso de los ascendientes.
Para envolverme en los conflictos y amarguras de la acusación no se designa
ningún hecho que indusca la culpabilidad que se me atribuye: si la noche en que se
celebró el matrimonio estube asociada con mi hija menor Da. María Astete y la acom­
pañé hasta la casa del Sr. Gobernador Eclesiástico D.D. Guillermo Zarate, fue por
conservar el decoro y honestidad de una Niña tierna, pues estaba persuadidda de que la
edad y enfermedades habituales del citado Sr. Gobernador Eclasiastico, no le permitirían
pasar a mi morada: Este procedimiento es conforme a las máximas de precausion que
dicta la prudencia en iguales casos, y de manera puede resultarme cargo alguno, ni la
mas leve culpa sugetandose a un juicio despreocupado é imparcial, en el que tampoco
se advierte la menor desigualdad entre los contrayentes.
Los consanguíneos é inmediatos parientes de la Madre de la Niña han sido de
las primeras familias por su origen y destinos que han optado. Entre ellos ha habido
Curas de respeto en este vesindario y otros han sido condecorados con el honorífico
empleo de Abogado, cuyas distinciones y prerrogatibas nada comunes, sino exeden a
las de los titulos de Castilla se equiparan en lo formal con sola la diferencia de algunas
circunstancias accidentales de poco momento.
El padre legitimo de mi hija obtubo también el empleo de Abogado y la Ley
Real de Partida que priva de la hidalguía y honores á los que faltan á las obligaciones
de Basallage comprendiendo á tal prole, les concerva expresamente a las hijas en
consideración y miramiento á la atendible calidad del sexo; y asi no se alcanza en que
consista la decantada desigualdad y efectos degradantes que se suponen a bueltas de

- 145-
B eatriz Rossells

un matrimonio realizado sin remedio y que no está al arvitrio del hombre el disolverlo.
En esta inteligencia y fenesido el juicio que gira en la Curia Eclesiástica sobre la sub­
sistencia del indicado Matrimonio espero que la invariable rectitud de V.S. se sirva
declararme libre de los cargos á que inméritamente se me intenta reatar. Por tanto.
A V.S. pido y suplico se sirva proveer, y mandar como llevo pedido que será
justicia....
Otro si digo, que por mi anterior escrito hice instancia para que se me alsase el
arresto que guardo en mi casa. De esta solicitud se comunicó traslado á la parte contra­
ria, quien devolvió los autos con la acusación entablada, en la que no se opone á mi
pretencion en prueba de ser ella justa y arregladora, baxo cuyo concepto y sin perjuicio
del progreso de la causa, se ha de servir V.S. ordenar se alse aquel mi arresto, p ues son
indecibles los perjuicios y gravámenes que me acarrea ‘en circunstancias de hallarse
también mi hija reclusa en el Monasterio de Consevidas y no tener una persona quien
se encargue de nuestra asistencia y de activar los diferentes pleitos que nos ha promo­
vido la Madre de Pinedo; en lo que pido justicia ut supra. Paz, 28 de septiembre en
1816. Maria Juana Aparicio.
------------ Señor Gobernador Intendente:
Silvestre Terceros Procurador (de numero........ ) a nombre de la Sra. Marquesa
de Haro en la causa criminal que sigue por el matrimonio de su hijo legitimo Dn.
Ignacio Pinedo, Subteniente de cavalleria en esta guarnición, trató de celebrar clandes­
tinamente sin su lizencia y beneplácito, con lo demás deducido en uso del traslado que
se me ha comunicado, digo: Que la rectitud en V.S. se ha de servir despreciando las
vanas excepciones que se proponen en contrario, imponer a los pretendido esposos y a
la Madre de la Muger, las penas que prescriben las leyes y Pragmática de S.M. según
he pedido en el antecedente escrito (....) que reproduzco, por ser lo que corresponde en
Justicia, y al mérito del expediente.
Para disculpar un exceso tan criminal, escandaloso y de funestas consequencias,
se ocurre al miserable refugio de la violencia de las pasiones, y de la impunidad con
que hasta ahora se han cometido iguales delitos; y que no estando aun declarado el
valor, ó nulidad del matrimonio, se supone que lo menos dudoso es el delito. Este
modo de discurrir, es tan punible, como cuanto han obrado en el negocio. Las Leyes, y
Pragmáticas se han dictado para refrenar el ímpetu, y desorden de las pasiones: de otra
manera, todos los delitos serian disculpables. La impunidad de los de esta clase, tam­
poco debió servir de pretexto para que atenten celebrar un matrimonio clandestino;
pues esta circunstancia no disminuye su malicia, ni cabe prescripción contra las leyes
que lo prohíben. Tanto mas interesa hacerles sentir la justa severidad del castigo para
retraer a otros del mismo crimen.
El no haber solicitado la lizencia y consentimiento de la Madre, lexos de ser un
Testimonio de beneracion y respeto, como se pretende persuadir, ha sido un desprecio
a su Autoridad, según se lee repetidas veces en las R.S. Pragmáticas, y declaraciones

- 146-
<
& Z Í¿ í5 Q Á ÍllJ O V G S en la h isto rla de S olivia - Imágenes y realidades d el s ig lo X IX

de S.M. y un argumento nada equiboco de que los mismos contrayentes y cómplices


estaban convencidos de la raxionalidad de las causas que habían de obligarla al discenso,
por la notoria desigualdad de la Muger.
Por más que la Sra. Marquesa quiera prescindir de esta circunstancia, y por más
que el Real Decreto de abril de 1803, la escuse de manifestar las razones y motivos
para desaprobar semejante enlace, ¿podrá desentenderse de los sentimientos de la san­
gre a viste de un matrimonio, que ha desaprobado todo el público? Puede ser, que la
pena de infamia impuesta por la ley a 2a Tit. 2° partida 7a, no sea trascendental á las
hijas, pero siendo éllas, como es regular, herederas de los sentimiento de sus Padres, se
incurre en el inconveniente que quiso Dios evitar prohibiendo a los de su pueblo, que
no recibieses por mugeres a las hijas de los Amorreos, que quiere decir, rebeldes: quia
seducet filium tuum ne sequatur me Justamente debe temer, que corrompa de corazón
y trastorne sus leales sentimientos. Con decir que el Padre fue abogado, tampoco cali­
fica la legitimidad, y nobleza de su nacimiento, porque puede ser, que este sea uno de
los muchos, que han sido admitidos a esta ilustre Profesión, ocultando la baxeza de su
origen, con la capa de expócitos.
Sobretodo, supóngase a la pretendida novia, adornada de todas las qualidades,
y virtudes necesarias, basta que el varón al ser menor de edad haya faltado á los debe­
res, que imponen las leyes de la iglesia, y del estado para que incurran los Esposos, y
los que cooperaron al Matrimonio clandestino en las penas que ellas prescriben. ¿Qué
importa, ni á qué conduce la declaración de su valor o subcistencia? El cuerpo del
delito, y sus autores, resultan calificados en el oficio del Sr. Dean, y de las confesiones
de los propios delinquentes. Si el matrimonio es válido, habiéndose contrahído sin
lizencia,ni consentimiento de la Madre, estamos en el caso preciso del Real Decreto de
abril de 1803, y si fuere nulo, por defecto de las solemnidades que la Iglesia ha dis­
puesto, será clandestino el Matrimonio y por consiguiente estamos en el caso de la ley
Ia Titulo 1° libro 5 de Castilla que impone la mínima pena de confiscación y
estrañamiento del Reyno
El exemplo del matrimonio del Sor. Conde de Carma, que les inspiró el mismo
Sor. Dean, es un dcspropócito como todo lo demas. La. Real Cédula de 8 de marzo de
1787, copiada en el 4o. Tom. De Colon, fol.82, manifiesta, que intentando este caballe­
ro contraer Matrimonio con la Sra. Da. Manuela Larreatigue, ocurrió el embarazo de
no haber impetrado como Titulo de Castilla la lizencia y consentimiento de la Cámara:
consultando á S.M. el Sor. Provisor y Vicario Gral. Del Arzobispo de Charcas en sede
vacante, si bastaría al efecto la de otro Juez, ó Tribunal. En este intenintermedio,
pendiente el cumplimiento de los esponsales, se fue el Sor. Conde a España,y por
quexa de la Sra. Larreatigue, y justificación de sus circunstancias, mandó S.M., se
restituyese aquel á celebrar el matrimonio prometido. A vista de éstos hechos, que son
notorios en el Reyno ¿Qué argumento pueden sacar los patronos de éste criminal aten­
tado a favor de sus clientes?

- 147 -
B eatriz Rossells

Aunque la Madre de la Astete, para disculparse há querido afectar ignorancia


de la falta de consentimiento de la Sra. Marquesa, suponiendo allanados todos los
requicitos necesarios, los mismos contrayentes la desmienten en sus declaraciones, y
está calificado el modo furtivo, encuvierto y misterioso con que se manejó, a pesar de
la franqueza, que debió proporcionarle la relación de compadrasgo con el Sr. Dean, y
otras cinrcunstancias que presedieron, de que á su tiempo se hará mérito, concluyéndose,
que ella, no solo fue consentidora, sino cómplice, y Agente para su execucion. En ésta
virtud, y reproduciedo lo expuesto en mi escrito de acusacion-
AUsia pido y suplico, que evaquado el traslado que corresponde, se sirva man­
dar recibir la causa á prueba por el termino, que sea suficiente: que es justicia. Sera lo
necesario en dinero y para ello.
...............Otrosí suplico a VS que lexos de relebar a D. María Juana Aparicio
del Arresto que se le mandó guardar en su casa, se la traslade al Recogimiento de
Nazarenas, por haberlo violado con desacato del Gobierno, paseándose de noche y de
día por los lugares públicos de la ciudad, como que en uno de éllos la misma Sra.
Marquesa la encontró en la portería del Monasterio de Concebidas, y no pocas noches
ha ido a visitar á su pretendido yerno en el Quartel de su arresto: pido justicia ut supra.
Paz, octubre 10 de 1816. Silvestre Terceros (Procurador de la Sra. Marquesa de Haro).

- 148 -
éhxs oMujeres en la h isto ria de B o livia - Imágenes y rea lid ad es del sig lo X IX

• Demanda de juicio de divorcio por sevicia y adulterio.


Francisca Flores contra Manuel Taboada, Chuquisaca, 1827*.

El Ciudadano Doctor Andrés Dorado, Abogado en las Cortes de Justicia de la


República Boliviana y Juez de Paz de esta Capital
Certifico: que en un libro conforme á la ley de 8 de enero de 827 Resoluciones
de Paz donde se escriben las actas de las consiliaciones que pasan en este Juzgado, a fs.
16 se halla la del tenor siguiente.
En Chuquisaca á 14 de mayo de 1831 se presentó en este Juzgado de Paz Da.
Francisca Flores muger lejitima del ciudadano Manuel Taboada demandando en Juicio
de Consiliacion a dicho su marido sobre el divorcio que solisita y esponiendola dijo:
que solicitaba divorcio por sevisia, por adulterio e igualmente por haberla disipado sus
bienes, pidiendo al mismo tiempo que le justifique los agravios que le ha susitado, y
también le entregue sus alhajas: a lo que contestó el demandado que es falso y falsisimo
que haya habido sevisia, que por lo que respecta al adulterio, es supuesto y figurado, y
que en cuanto ha haberse disipado sus bienes y justamente asegurado sin atención a
que no ha metido dote alguna al matrimonio; que no son calumnias las que le ha susitado
sino confesadas por su propia boca con señales que indicaban que habia confesado a lo
que repuso la demandante que efectivamente havia dicho pero coactada para que con­
fesase, pero que no pudiendo conseguir que dijere cosa alguna, un dia que quiso matar­
le le dijo, pero fue solamente por evitarse del peligro: a lo que igualmente repuso el
demandado que los dos bofetones que le dio una noche que estaba entre sueños lla­
mando a su amorío llámale —seria pero que no ha havido tal cosa: lo que oido por mi,
y los hombres buenos que fueron por la demandante el ciudadano Doctor José Manuel
Justiniano, y por el demandado el C. Doctor Juan Manuel Santos cuyos dictámenes, —
atendieron, y cumpliendo con la ley del caso resolbieron que en atención ha haberse
condonado los agravios en dos conciliaciones que se han practicado en las que se han
informado, igualmente teniéndose presente que por ambas partes se han cumplido con
las condiciones puestas en la ultima consiliacion y haberse practicado esta tercera ins­
tancia del Sr. Provisor de este Arzobispado, no resta otra cosa sino que se reúnan, pues
que han sido puntuales en cumplir las condisiones lo sean también en reunirse puesto
que es lo único que resta. Publicada esta resolución no se conformó la demandante, y
el demandado sino que si ella no se conformaba tampoco el, y se concluyo el acto con
mi subscripción la de los hombres buenos y partes en el dia, mez y año de la fecha.
Doctor Andrés Dorado= José Manuel Justiniano=Juan Manuel Santos= Francisca Flo-
res= Josef Manuel Taboada.

Contestación del demandado


Señor Juez de Letras
*CS.ICh 12.036

- 149-
B ea triz Rossells

El Ciudadano Manuel Taboada, marido de Dona Francisca Flores ante los res­
petos de U conforme a derecho me precento y digo: Que apedimento de mi citada
muger, se me ha notificado una Providencia por el Juez de Paz del Cantón de Palca,
reducida a que yo satisfaga doscientos pesos. Ignoro el motibo de este cargo tan abul­
tado como imaginario. Si por el divorcio que ha intentado mi muger, con el obgeto de
sacudirse del yugo que le embaraza el libre uso de sus liviandades, se engaña, el que a
mis expensas se mantenga en la carrera de su adulterio y prostitución. No se me puede
obligar a ninguna contribución alimentaria no haviendome obligado a ella mas estando
en la calle ya mi muger, disfrutando de su libertinaje al tamaño de su deceo, y
desemboltura. Si yo me obligue aprestarle sus alimentos fue con la condición de que se
mantenga en un monasterio hasta en el entretanto se resuelba hacer vida marital con­
migo olvidando sus locuras y después de haver avenido a esta propuesta tan religiosa y
después que por mi parte se executaron todas las condiciones impuestas así por ella,
como por los Jueces conciliadores, jamas ha querido cumplir con lo instipulado . Las
tres actas que las precento en devida forma confirman en el todo esta verdad y persua­
den en las faltas que ha incurrido mi dicha muger, no solamente en el imaginario cargo
que me hace, después de haver recivido todas las mesadas de mi parte, por el tiempo
que le prometí, sino que instigada tan solamente de sus paciones desprecia toda pro­
puesta, reducida a la consolidación del matrimonio. En el caso parece que no tengo la
menor obligación para dar mas alimentos porque se miran ya estos como pabulas de su
iniquidad y concerbacion de su mala vida. A mas de esto mi cituacion deplorable en
que me hallo me priba de toda obligación como la de entrar en un pleito porque no
tengo para papel ni mucho menos para pagar Escribanos y los demas gastos que suele
ocacionar un litigio fabricado por el capricho y por la mala versación. Caso de que mi
muger insista a pesar de las nulidades, de su conducta, en que le dé los alimentos,
después de asegurarse, en el Monasterio que me paresca, tendrá de rendirme cuentas
de todo el dinero que he dentrado a su poder proveniente de mi personal trabajo en 17
años, suma que de esta internación hayga yo gastado mas que en lo necesario del
mismo trabajo. Tendrá debolverme todas las especies que me ha substraído su hijo
falceandome las puertas de mi havitacion, como igualmente la caja donde estubo mi
ropa: tendrá devolverme 32 p, que ahora pocos dias me ha traído con un pellón nuebo
y la obra de David perseguido, con mas los arriendos que licenciosamente se fueron
acobrar de mis tierras nombradas Molleguata. De otro modo no podre asignarle ningu­
nos alimentos, porque tampoco ella metió ninguna dote al matrimonio mas que dos
hijos para que yo los mantenga, quienes después de haverse alimentado y criado con
mi sustancia me han salido tan mal agradecidos que como verdaderos Entenados, incisten
en el dia atacar mi vida y mis propiedades. La Resolución de esta Causa como inciden­
te del divorcio entablado, deverá ser verbalmente según lo previene el Código reciente,
como por las razones que para el efecto tengo expuestas. Por lo que.
A U pido y suplico asi lo determine y mande que sera justicia.
Josef Manuel Taboada

- 150-
O M lje i'e S en la h isto ria de S o livia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo XIX

• Juicio de divorcio seguido por Manuel Maña Infantas contra su esposa por
desaparecer y abandonar la casa, La Paz, 1874*

El Doctor Francisco Meliton Chavez Presidente del Primer Tribunal de Partido


de este Departamento
Certifico en cuanto haga lugar en derecho como en el respectivo libro de juicios
verbales que corren en este Tribunal a fin de que aparezca un acta y demas obrados en
el juicio preliminar de Divorcio seguido por don Manuel Maria Infantas contra doña
Faustina Nuñez que es como sigue_ En La Paz a los veintisiete de abril de mil ocho­
cientos setenta y cuatro años. Ante el señor Presidente del Primer Tribunal de Partido
fue presente como demandante don Manuel Maria Infantas y como demandada doña
Faustina Nuñez aserca del juicio preliminar de Diborcio y dijo Que de poco tiempo a
esta parte su demandada ha entrañado la malificie tomando por sistema el desaparecer
y abandonar la casa común negándose a llenar los deberes y obligaciones y ha habitar
con el esposo como lo prescribe el articulo 134 del Codigo Civil y asi es que nunca ha
cido digno de hacerle la mas lijera reconbencion y prevención sin que esta no fuese
una causa para que ella pidiese la partición de bienes y separación de la sociedad,
como no aceptase el que habla propuesta tan descabellada hace acostumbrado y abesado
a desaparecer de la casa común con frecuencia dias y noches enteras sin saberse de su
paradero pretextando sevicia hasta que el dia diecisiete del presente con motivo de
hacer arreglos de balance encontró todos los baúles vados con las alhajas y plata labra­
da y otras especies que se encontraban en su poder sin encontrar la ropa y demas
bestidos lo que aciende la suma de 2965 pesos encontrándose entre ellas armas de
fuego y una nabaja puñal ademas hace presente para que su demandada pueda vivir
ampliamente donde mejor le plasca para ecsonerarse de la pensión que podría pasarle
a una casa de reclucion donde se le encontrara. Visto esta que el art 449 del Codigo de
Procederes prescribe la obligación de presentar una descripción de estimación
aprocsimatiba de los bienes muebles e inmuebles y alhajas en la calidad de que la
consorte no proceda de un modo subrepticio y solapado y por tener derecho a los
gananciales sin embargo de que la ley le priva este derecho y su proceder le hase
perder, es de la nobleza y caballería del que habla consederle por benefisencia derecho
a la mitad de los gananciales que pudiera haber hasta la finalización del juicio incoada.
Pide ademas que se ordene la entrega de todas las alhajas y especies que conserva en su
poder según la descripción que se manifiesta por ser el que habla como único esposo
que es el único buen administrador y responsable de los bienes sin embargo de que su
demandada no ha llebado al matrimonio bien de ninguna clase ni los haberes conoci­
dos. Antes de terminar la presente esposicion pide al señor Juez ordene a su demanda
que la tenencia de las alhajas y especies indicadas como una cadena larga de oro y su
pendiente que no se halla incluida en la lista para continuar. Contéstese a la presente
* A L P / C S D 1874

-1 5 1 -
B ea triz R ossells

demanda por la parte de doña Faustina Nuñez de Prado - Chavez Manuel Mana
Infantas
En la fecha hace saber el anterior decreto a doña Faustina Nuñez, certifico

Contestación de la demandada

Faustina Nuñez en la Paz a los veinte de abril de mil ochocientos setenta y


cuatro ante el señor Presidente del Tribunal de Partido fue presente Faustina Nuñez en
prosecución del juicio preliminar de Divorcio promovido por su esposo don Manuel
Infantas. La primera que mi esposo el señor Infantas sin alegar ninguna de las causales
consignadas en el titulo 6o capitulo Io libro Io del Codigo Civil y sin hallanar la licen­
cia marital y judicial del art. 132 me ha puesto una demanda injuriosa de Divorcio que
titulándome ladrona afecta también mi honradez y virtud ya que a esto se me llama la
acepto pidiendo también de mi parte este divorcio por la notoria sevisia de mi esposo,
sus injurias graves y embriaguez en ese furia pone en peligro mi vida. En los diez años
de sociedad conyugal he seguido la condición de Infantas sujeta al art. 131 del citado
Codigo mas la sevicia y demas ultrajes me ponen al extremo de solicitar el Divorcio
renunciando a la convención prevista por el art 490 del Codigo de Proceder, ya que me
abandona el marido al aceptar el derecho a la mitad de las gananciales cedida por
graves o fuerza por que ambos los adquirimos durante el matrimonio, pido que el señor
Infantas reconosca la letra contenida y suma del balance al aspecto que ahora dos
meses lo certifico espontanea y libremente por la cantidad de 15464 pesos asi como a
la carta y consiguiente vale fecha 25 de enero de 1873 en que por la indicada mitad los
gananciales ofreció darme solo en pesos a fin de que con esta diligencia prebia se tenga
por hecho la prescripción de los bienes muebles e inmuebles rechazando esa ilegal y
estemporanea petición de ecsigirme el juramento sobre retención de alajas, armas blancas
de fuego como se fuera arsenal. Resuelta a probar como estoy los estremos del diborcio
creo que el señor Infantas remediara su enojo de no odiarme ni afligir mas desgraciada
cituacion puesto que con la mitad de los 15464 pesos puedo vivir bien sin ser la presa
de mas ultrajes. Tal que aguardo de esta presidencia que hecha la descripción, partición
y entrega de este capital en que no esta mencionado el reloj de oro crucifijo, corona de
oro, la --------- y otras efijies asi como el valor de la casa comprada en 8000 pesos y los
botones de brillantes, e pase el asunto al Juez Eclesiástico. Con lo que firmo el señor
Presidente don las partes de que certifica. Chavez- Faustina Nuñez -

- 152-
■éc¿u QMujei'es en la h isto ria de B o livia ■Im ágenes y realidades d el sig lo X IX

• Demanda de divorcio de la indígena Fulgencia Quispe por maltratos,


La Paz, 1874.*

Señor Provisor ...La indijena Fulgencia Quispe mujer lejítima de Claudio


Catacora ante US en los términos mas arreglados a derecho me presento y digo: Que
he tenido la necesidad urjente de proponer juicio de diborcio, por cuanto mi esposo no
solo se ha constituido mi enimigo sino que jamas ha querido mi prosperidad
reduciéndome a un estado miserable mediante los continuos maltratos que me infería y
lo peor que toda la casa que teníamos la incendió y cuyo hecho criminoso se halla
sujeto a penas.
Este delito he cubierto con el velo de la paciencia, mas mi moderación ha sido
para mi esposo un crimen. Mi resignación al sufrimiento le ha sido mas bien mi cuchi­
lla que por repetidas veces me ha flagelado y por fin ha tocado ultimo medio de aburri­
miento en quererme desaparecer de este mundo. Jamas mi unión con mi Esposo me
hallo resignada a seguir el diborcio y por esta razón he renunciado los alimentos y la
descripción de bienes. La conciencia me guia y por lo tanto no puedo vivir entregada a
mi enemigo. Considerando antecedentes ocurro al Tribunal U. Para que se proceda a la
primera acta del diborcio: será justicia. La Paz, octubre 20 de 1874. Por la presentante:
una firma.

* A L P , C S D , 1874

- 153-
B eatriz R ossells

• Demanda de divorcio de María Santos Gonzalespor malos tratos.


La Paz, 1875.*

Al Doctor Francisco Melitón Chaves. Presidente del PrimerTribunal de Partido


de este Departamento................
Doña Maria Santos Gonzales como demandante, aserca del juicio preliminar
de diborcio contra su esposo Don Ladislao Balmante el que habiendo cido citado le­
galmente por las dos boletas de ley, no ha comparecido, y en rebeldía de esto dijo la
primera: Que hace cíete años, poco mas ó menos que he contraido matrimonio con el
espresado Balmante que este hombre hubiera cido un verdadero marido, es decir, un
padre, un hermano, un compañero, en fin, mi apoyo y el de mis hijos. Pero desgracia­
damente es todo lo contrario. En cumplimiento de mi deber y por toda la resignación
de una mujer virtuosa con la honrradez y buena voluntad de una compañera débil a
quien deberia dar su amparo al menos merecer en consideración, pero he cido una
esclaba sujeta a rigor. He resuelto seguir su suerte donde el me llebara, sin mas apoyo
que la miseria y los sufrimientos. Nos hemos establecido en uno de los puntos de
Caupolicán y en el trabajo que ha emprendido ha sido la mujer que con todos los
inconvenientes que ofrecen estos mortíferos lugares... Mas el juicio inacible y fugado
de mi marido nunca ha atenuado su furia con la dulzura la persuación que debe tener
un marido para la compañera se han cambiado en la torpesa y malos tratos de muerte.
Pero todo he sufrido en olocausto de mi honor y bien de mi matrimonio. Mas todo ha
cido enbano. Hase poco que nos hemos restituido á esta ciudad: crei que mudara de
carácter en respeto no diré de una madre anciana que tengo, sino de la sociedad, pero
este hombre todo atropella, siempre he seguido siendo la victima de su furor. Cada dia
cada momento está el palo crusando mis pulmones, cada dia, cada momento soi estru­
jada bajo el peso de sus puños y patadas, cada dia, cada momento, el estoque roza mi
cuerpo; en fin soi la mujer mas desgraciada. Al amaneser del dia 11, del que curza,
haciendo algazara se ha recogido, y en cama he cido pegada y casi asesinada atrabesada
con un estoque, sino son las besinas indudablemente hubiese sido muerta. Apenas he
podido ebadirme de la ferosidad de aquel hombre. Fundada en todos estos hechos y en
resguardo de mi honor he resuelto intaurar juicio de diborcio pidiendo se le cite. No
tenemos bienes ningunos ni muebles. Trabaja en (ilegible) y tiene su capital mas de mil
pesos, el tribunal resolberá sobre este punto. Tenemos dos hijas llamadas Raquela y
Jesusa Baluante, y a mas en la actualidad me hallo enbarazada y pido los alimentos que
debe pasarme, tanto a mi, como para mis hijos, así como también señalarme la casa
donde debo vivir mientras dure este ju icio ........
La Paz, (..) agosto de 1875. Ma. Santos Gonzales.

* A L P , C S D , 1875

- 154-
0 ^ /{llJ 6 V 6 S 8,7 la h lstoría <te S o livia - Im ágenes y rea lid ad es d e l s ig lo XIX

• Reclamo de esposos por sanciones de autoridad después de pelea y


avenimiento. La Paz, 1873. *

Señor Agente Fiscal


Se quejan contra Alcalde Parroquial de Mecapaca y piden de U ordene para que
suspenda todo procesamiento en el sumario que indican y se haga la devolución del
dinero y hacha que espresan.
Tiburcio Rodrigues y Mercedes Castillo del Cantón Mecapaca, ante U según
derecho decimos que á consecuencia de haber tenido entre nosotros dos una pelea, en
que yo Mercedes Castillo recibí una pequeña rotura de cabeza, inferida por mi marido
Tiburcio Rodrigues, y que como casados concluimos por un abenimiento, el Alcalde
Parroquial de Mecapaca D. José Gabriel Perez organizó un sumario, sin que haya de­
nuncia ni querella y sin que sea de su atribución y jurisdicción, dictando la detención
contra el primero, habiéndolo tenido en la cárcel por el espacio de seis dias con sus
noches. Este acto importa una detención arbitraria.
El Alcalde Parroquial Perez nos hace cargo de cinco pesos cuatro reales por sus
derechos. Nos ha hecho pagar dos pesos y pretende a rigor que abonemos el resto,
amenasandonos con la cárcel.
Nos ha arrebatado una hacha de leñatero, valor 3 pesos, bajo el pretexto de ser
el instrumento con que se infirió la herida. Habiendo solicitado su devolución, hemos
recibido la negativa y trata de apropiarse. Por tanto, interponemos queja contra el ex­
presado Parroquial, pidiendo que en el dia lleve los obrados, prestando su informe, y
suspenda todo procedimiento, devolviendo el hacha y los dos pesos.
Sírvase U. acceder á esta solicitud por ser de justicia.
La Paz, 24 de marzo 1873.
A ruego de los presentantes, Juan Ruiz.

•ALP/CSD c.410,1873

- 155-
B eatriz R ossells

• Querella por seducción, adulterio y rapto de su esposa, La Paz, 1891. *

En la ciudad de La Paz de Ayacucho a horas doce del dia diezynueve de setiem­


bre de mil ochocientos noventa y un años. Ante mi el Dr. Daniel Peñailillo Notario de
primera clase con residencia en la Capital de este Distrito Judicial y testigos que sus­
criben, ha comparecido el indíjena Miguel Choque, mayor de edad, viudo, labrador de
la finca de Mullacani, aillo Pacajes del cantón Achocaba, provincia del Cercado, de
tránsito en ésta, hábil para este otorgamiento a quien de conocerlo doy fe y dijo:
Que confiere poder especial y bastante a Lino Rosao------ para que arreglado á
sus instrucciones interponga querella constituyéndose parte civil contra el indíjena
Simón Vega por los delitos de ceduccion, adulterio y rapto de la que fué esposa del
otorgante Francisca Quispe de Choque; a cuyo fin le confiere todas las facultades de
derecho y las de enjuiciar seguir lo enjuiciado, producir pruebas, tachar, recusar, ape­
lar, compulsar, decir de nulidad, desistirse, admitir desistimientos y sustituir. En su
testimonio así otorgó no firmó por ignorar y lo hizo á su ruego uno de los testigos
ciudadanos Antonio Birbuet, soltero, Coronel de Ejército y Enrique Noriega, casado,
comerciante, vecino de ésta, mayores de edad y capaces, quienes como el conferente,
quedaron enterados. Doy fe.
A ruego del otorgante y como testigo Enrique Noriega, Antonio Birbuet
Ante mí Daniel Peñailillo. Notario de Primera Clase.

Señor Agente Fiscal


Interpone querella contra la persona que indica constituyéndose parte civil.
(Fs.2) Lino Rosao, por Miguel Choque, según consta del poder que acompaño
ante Ud. digo:
que mi poderdante ha sido víctima en su vida de familia por consecuencia de un
infame seductor Simón Vega que la corrompió a Francisca de Choque, esposa del Io
cometiendo el mas descarado adulterio y terminado por robarla, para conducirla desde
Achocaba hasta Ocobaya en estado de embarazo, donde la dejó muerta para venir el
seductor a esta ciudad á corromper, seducir y robar a otra mujer, Gabina Gutiérrez y a
una menor Manuna.
Como tales hechos no pueden quedar impunes me querello contra dicho Simón
Vega á nombre de mi poderdante el esposo infamado Miguel Choque para que se sirva
U. requerir la instrucción del correspondiente sumario en el que se le tendrá por parte
civil a mi poderdante.
Por lo espuesto, pido que acumulándose a la denuncia fiscal esta querella, se
espida mandamiento de aprehensión y detención contra el delincuente a fin de que
rinda su indagatoria y el de comparendo para los testigos sabedores del hecho. Será
justicia etc. La Paz, 7 de diciembre de 1891
* A L P /C S D C 563 1891

- 156-
u iS T G S en la h is,o ria de B o lM a ■Imágenes y realidades d e l s ig lo X IX

Firmado Lino Rosao.


(FS.3) Fiscalía del Distrito
A 12 de septiembre de 1891
Al señor Juez Instructor de Tumo en lo Criminal:
Señor: Hace algunos meses que el indígena Simón Vega del cantón Achocalla
sedujo a la esposa de Miguel Choque, Francisca N. y la condujo robada al pueblo de
Ocobaya, donde la mató, viniéndose después a esta ciudad a seducir y robar a la do­
méstica Gabina Gutiérrez que ha dejado su casa antes de anoche robando algunas es­
pecies, para vivir con el seductor.
Un hombre de tan funestos antecedentes debe ser castigado con severidad por
lo que lo denuncio, a fin de que le instruya sumario, mandando su inmediata detención,
si no es que el infrascrito lo entrega en la cárcel valiéndose de la policía.
Dios Guarde a U . Severo Matos.
(Fs.9 Indagatoria)
La ciudad de La Paz a hora una del día diez de diciembre de mil ochocientos
noventa y un años.
Fue presente un indíjena a quien después de reconocer el mandamiento aunque
fue aprehendido se le exhortó a que diga la verdad y nada más que la verdad y en
seguida fue examinado así:
P. Como se llama U que edad, estado, profesión y domicilio tiene
Me llamo Simón Vega de esta ciudad, mayor de edad, casado, albañil, vivo en
casa de NN, calle de Lanza.
P. Sabe U quien ha seducido a Francisca de Choque, esposa de Miguel Choque,
llevándola en estado de embarazo desde Achocalla hasta Ocobaya, la ha dejado muerta
en este último punto?
R. Como la pregunta se me refiere declaro que con Francisca de Choque he
tenido relaciones adulterinas, pero no por haberla seducido como se dice en la pregun­
ta sino porque ella me había seguido de Achocalla a esta ciudad y como servimos licor,
había llegado a tener cópula camal con la espresada mujer, la que no quizo volver ante
su marido y me indujo a que la lleve a Ocobaya donde murió de parto, como probaré
con abundantes testigos.
P. Sabe U quien a su regreso de Ocobaya sedujo a Gabina Gutiérrez y a una
menor Manuela N.
R. No importa seducción mi relación ilícita con Gavina Gutiérrez porque es
esta que me indujo a tener relaciones con ella y como en tales circunstancias la había
contratado Angela Lobo para su cocinera no tuve inconveniente para seguirla hasta
Araca, donde me dijeron que había trabajo y que se ganaba un buen jornal. Allí nos
habían seguido el Doctor Severo Matos y su hijo y me han traído preso. Con lo que
terminó, leída que le fue persistió en su tenor. No firmó por no saber y lo hizo el señor
Juez. Doy fe. Aliaga. Ante mí Armaza.

- 157-
B eatriz Rossells

• Demanda de divorcio deM. Félix Aldana contra su esposa de la que ya esta


divorciado, Sucre, 1882. *

Señor Juez de Partido Primero


Para el objeto que espresa pide la providencia que indica. Otrosí.
M. Félix Aldana presentándome ante U con el debido respeto digo: Que para
entablar juicio de divorcio contra Doña María Urquia necesito llenar los requisitos
preliminares exijidos por lei. Al efecto ocurro al Juzgado en los términos siguientes:
No tengo bienes de ninguna clase, i por lo tanto no me es posible describir ni
inventariar.
No tengo hijo alguno en Doña María Urquia por lo tanto no hai que ocuparse
de ese punto.
El lugar en que debe residir la demandada será el que señále el Juzgado, si la
Sra Urquia no conviene pasar al recojimiento de Santa Catalina que señalo por mi
parte.
La cuota que debe tener para su alimentación Doña María Urquia, parece que
será la que le producen sus bienes; pero si dicha Sra. exije el que yo le pase, cumpliré
con esa obligación, usando de los derechos que tengo como esposo.
Si la Sra. Doña Maria Urquia conviene en lo que llevo espuesto se dignará
autorizar el Juzgado, i si no acepta habrá necesidad de la resolución judicial, después
de la prueba, sobre los puntos contra dichos o repulzados.
Para el efecto
Pido se digne correr traslado de este escrito a la mencionada Urquia que me
dicen se encuentra en el Beaterio de Santa Rita.
Sucre, 16 de enero de 1882
Otro si digo: que para las notificaciones señalo la Secretaria de su Juzgado Ut
Supra. M. Félix Aldana

Contestación de Maria Urquia


Señor Juez de Partido Io
Maria Urquia, presentándome con el debido respeto ante la justificación de U
digo: Que D. Manuel Félix Aldana había presentado burlescamente el escrito á que con
bastante desagrado contesto . Ningún preliminar para divorcio ya puede tener lugar al
presente, por que ese juicio ya se halla fenecido con la sentencia que el Juez Eclesiás­
tico pronunció previos los requisitos erijidos por la Ley. Seria un sarcasmo ocurrir
nuevamente en demanda de divorcio i ecsijir nueva sentencia. Si después del divorcio
declarado por sentencia ejecutoriada tuve la desgracia de reunirme otra vez con él, fue
por influencias estrañas, i una punible condescendencia mia: hoy que felizmente me
encuentro separada, para mi tranquila en el goce de mis derechos civiles, no necesito
*CSJCH 34261

- 158-
e^as QMujeres en la h isto ria de B olivia - Im ágenes y rea lid ad es del sig lo X IX

de nuevo juicio de divorcio, ni comprendo que el Juez eclesiástico pueda admitir nue­
va demanda sobre los mismos hechos plenamente comprobados que motivaron la sen­
tencia de separación.
Los artículos 152 i 153 del Código Civil esplican muy bien que la acción de
divorcio puede estinguirse en dos casos sin que pueda volverse á ella sino por causas
sobrevinientse; esto solamente en el supuesto de no haberse sentenciado, el derecho
puesto en acción. Aun cuando no fuera asi es notorio i público que ya estoi divorciada
legalmente de un mal marido, que inventa dia a dia medios de atormentarme.
El Sr. Aldana confiesa que no tiene bienes que describir ni inventariar, que no
tiene hijo ninguno en mi, y que debo antenerme con los productos de mis bienes, pero
que sin embargo,sujetándome a su capricho, debo pasar del Beaterío de Santa Rita
donde actualmente estoi asilada, á Santa Catalina. Estas proposiciones las creo inútiles
o delirantes, por que, repito, ya se halla fenecido el juicio de divorcio con sus previos
preliminares moniciones i pruebas.
Anteriormente i durante la prueba estuve serrada en Santa Catalina sin que el
Sr. Aldana me hubiera socorrido con un solo cuartillo para mi alimentación, a pesar de
que fue obligado, en la convención preliminar para divorcio, a pasarme una mensuali­
dad de 18 Bs. Al contrario i hasta el presente se ha apropiado de todos mis bienes
muebles; pero comprende hoy que el apego a ellos ha impulsado al Dr. Aldana á pro­
mover el nuevo irrisorio juicio de divorcio, por que en dias anteriores le hice prevenir
con la esposa del Dr Ceferino Mendez que iba á promover pleito contra él, para la
devolución de mis bienes muebles.
En conclusión pongo en conocimiento de este Jdo. que en la actualidad estoi en
el Beaterío de Santa Rita, casa de virtud y honradez conocidas; i que aun cuando estu­
viese en la calle en completa libertad nada tendría que hacer conmigo D. Félix Aldana,
supuesto que no subsisto á sus espensas i me hallo definitiavmente divorciada de él.
Por lo espuesto ruego se sirva rechazar la solicitud de Aldana con costas i la multa
legal de 8 Bs pido justicia i para ello .
Sucre marzo 2 de 1882.
Otrosí digo: Que las notificaciones se me haran en el Beaterío de Santa Rita:
fecha ut supra.
María Urquia

- 159-
B eatriz R ossells

• Demanda preliminar de divorcio por ultrajes y maltratamiento.


Sucre, 1890. *

Sr. Juez de Partido


Pide se lo conceda autorización judicial para la demanda que interpone. Otrosí.
Jeronima Valenzuela de este vecindario, mayor de edad, de ejercicio cocinera,
casada con Felipe Arce, ante U, respetuosamente digo que deduzco demanda prelimi­
nar de divorcio contra mi espresado marido, y al efecto, pido que con previa citación
de él, i dictámen del Sr. Fiscal se digne U. Autorizarme judicialmete para dicha deman­
da y el juicio consiguiente de divorcio. Es. Lo que a U. Ruego, por ser de justicia.
...Sucre, 15 de setiembre 1890. Aniego de la ocurrente José Maria Fernández.
Audiencia Pública....»se le concedió la palabra ala demandante, previniéndosele
que dos son los puntos de la convención: Io sobre su residencia durante el juicio de
divorcio y 2o sobre el alimento que debe pasarle su esposo. En cuanto al primer punto,
espresó: que por los ultrajes recibidos de su marido i maltratamientos que le dá este se
ha permitido deducir este juicio y que por tanto señala para su residencia la casa de sus
madrinas las Señoras Mallo, y haciendo notar al Juzgado que no tiene hijo alguno para
su esposo demandado. Respecto al segundo punto, manifestó: que renuncia toda pen­
sión alimenticia. Concedida la palabra al demandado, espuso que no tenía que decir
nada, por estar conforme a lo espresado por su esposa....................................................
Razón de los bienes pertenecientes a Jerónima Valenzuela que presenta en la
demanda preliminar de divorcio que tiene entablada contra su esposo Felipe Arce ante
el Juzgado de Partido 2o.
A saber: Bs. Cs
Un catre de cedro 5
Dos cajitas, la una de cedro i la otra de pino 6
Cuatro estampas de Santos, con cuadros de madera, el uno en lienzo,
el otro con vidrio 7
Cuatro planchas de aplanar ropa 8
Una mesa de cedro 3
Un par de polleras de cien hilos 20
Otro id. De mantas de merino 10
Suma 59

(CSJCH 12.032)

- 16 0 -
^ M u je r e s en la h is ,o r'a B o llvla - Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

1.4. Violencia contra mujeres y de mujeres

• Sumario por maltratos a Leandra Delgado, La Paz, 1860*

Paz, 8 de abril de 1860


A S.S. el Fiscal del Distrito
SrF.
Leandra Delgado acaba de dar parte contra Elias Torres por haberla flajelado en
la mañana de hoi, y maltratado las costillas y el vientre de un modo cruel é inhumano,
robándole ademas seis pesos en dinero y su reboso. El acusado no ha podido ser habido
por la premura del tiempo pero hasta mas tarde debe ser tomado. Lo que pongo en
conocimiento de U.S. para que se ordene el reconocimiento y se organise la causa
respectiva
Dios guarde a U.S.

Acta de Tribunales Correccionales

El Ciudadano Juan Ibañez Actuario de los Juzgados de Instrucción de la Capi­


tal. Certifico que á f 88vta del libro de Tribunales Correccionales que corre a mi cargo
aparece una acta del tenor siguiente.
En la Paz a horas doce del dia seis de Octubre de mil ochocientos sesenta y un
años. Se reunió el Tribunal Correccional compuesto del Señor Juez Instructor Doctor
José Enrique Murillo Presidente, el Señor fiscal de Partido Doctor Basilio Garcia i de
los Alcaldes Parroquiales Doctor José Varela y Hermogenes Michel para jusgar en
primera instancia la querella interpuesta por Doña Leandra Delgado vecina de esta
mayor de edad, casada, chichera vive en su casa propia esquina de Uturunco, contra
Elias Torres, María de la Paz Loaiza y Francisca Ugarte vesinos de esta mayores de
edad, sobre maltratamientos de obra. Se leyeron los documentos escritos y no se oyo
ninguna deposición de testigos por no haberse presentado. El Fiscal concluyendo dijo:
que de la instrucción resulta que el dia ocho de nobiembre por la mañana Elias Torres.
Francisca Ugarte y María de la Paz Loaiza maltrataron ala querellante Leandra Delga­
do y le causaron las heridas que se espresan en el reconocimiento medico legal; que
este comprueba el cuerpo del delito, y que habiendo dos declaraciones conformes jun ­
to con la existencia del cuerpo del delito, hacen plena prueba y es evidente que tuvie­
ron lugar los maltratos referidos, sin que se hubiese probado la flajelacion ni la perdid:
del dinero y mantilla que demanda la querellante; por tanto el fiscal requiere al Tribu
nal para que imponga a los sindicados el minimun de la pena prescrita en el artícuh
quinientos veinte y tres del Código Penal, debiendo abonar ala querellante un joma i
diario por los seis dias de emfennedad y declararse no provada la perdida del dinero, y
♦ALP/CSD 1860, c 163

- 161 -
B eatriz R ossells

por consiguiente sin responsabilidad alguna por el a los sindicados. . El tribunal Co­
rreccional jusgando en primera instancia y en publica audiencia de comformidad con
las conclusiones del Señor fiscal y considerando primero: que el delito denunciado se
halla comprovado con el reconocimiento medico legal y la deposecion uniforme de
dos testigos presenciales: segundo que los sindicados enunciados anteriormente son
los autores de dicho delito, sin que ellos hayan provado lo contrario por lo tanto conde­
na a los individuos Elias Torrez, María de la Paz Loaiza y Francisca Ugarte a sufrir el
minimun de la pena establecida por el articulo citado por el ministerio publico y ademas
debiendo abonar ala querellante un jornal diario atendida la posibilidad de los sindica­
dos Debiendo sufrir el arresto en la Cárcel publica sin costas. Fundase esta sentencia
en los articulos dies i nueve caso cuarto y quinientos veinte i tres del Código Penal,
cuyo testo literal es el siguiente ”La pencion al herido o maltratado durante su incapa­
cidad para el trabajo equivalente al importe de uno á tres jornales”- Si la enfermedad o
incapasidad de trabajar que resultare de la herida, golpe o maltratamiento de obra no
exediese de ocho dias, pasando de dos, la pena del agresor sera de uno a tres meses de
arresto; y de uno á seis meses de reclucion, si mediare alguna de las circunstancias de
asesinato. Con lo que termino el Tribunal Correccional firmando los señores que lo
compusieron, advirtiendo que no han comparecido los sindicados sin embargo de
habérseles hecho saber legalmente de que certifico- José Murillo- Bacilio García- José
- Hermogenes Michel-

A continuación aparece una apelación de la sentencia.


C > í¿ C f ( ~ ^ A \llj& T 6 S en la flis ,o r'a de S o livia - Im ágenes y realidades d el s ig lo XIX

• Querella de María Manuela Ondarza por injurias. La Paz, 1860. *

El ciudadano Pablo Sánchez, Alcalde Parroquial de esta ciudad


Certifico en cuanto me permite el derecho, que en el libro de juicios criminales
que corre a mi cargo aparece una acta y sus dilijencias afin y sacada a la letra es como
sigue- En la ciudad de La Paz a horas nueve de la mañana del dia dieciseis de junio de
mil ochocientos sesenta años. Ante el Alcalde Parroquial fué presente Maria Manuela
Ondarza en compañía de su esposo Domingo Herrera querellándose contra don Pablo
Rivera y su esposa Maria N. y deduciendo su acción la primera dijo: que los demanda­
dos el dia de hoy hace poco rato entrando a la casa de la que habla la ha injuriado con
las espresiones de alcahueta y como quiera que estas espresiones tratan de denigrar su
honor y reputación; constituyéndose parte civil pide el castigo de Ley y se le dé una
satisfacción. Oído lo espuesto por esta parte y en vista de lo que dispone el art. 134 del
Procedimiento Criminal. Yo el Juez ordeno se comparezca el cuerpo del delito por
medio de los testigos presenciales del hecho para los que se libraran las cédulas de
comparendo. Con lo que termino este acto no firma por no saber y lo hizo un testigo
certifica - Sánchez -por los querellantes-Placido Reyna
Testigo de la Ondarza
En La Paz a horas dos de la tarde del dia dieciseis de junio de mil ochocientos,
sesenta el alguacil del Juzgado presento por testigo en la querella de Ondarza con
Rivera, á una mujer a quien se le puso de manifiesto la cédula de citación, y dijo ser la
misma con la que la han citado y ecsaminado por su nombre y demas generales de la
ley, dijo llamarse Ignacia de la Santa Ortega, de esta vecindad, mayor de edad, soltera,
cocinera, vive en la casa pequeña del señor Iturralde en el barrio de la ------compren­
dida en las generales de la ley, juramentada en legal forma para que diga la verdad y
nada mas que la verdad se la interrogo, donde estubo el dia de hoy a horas nuebe con
quienes y que sucesos tubieron lugar. A lo que contesto: que el dia de hoy á la hora
referida estubo en su tienda y presencio que Maria Salazar de la puerta de la Ondarza le
grito de alcahueta, y que lo demas ignora. Esta dijo ser la verdad en fuerza del jura­
mento que tiene hecho y ratificándose no firmo por no saber y lo hizo un testigo.
Certifico- Sánchez Testigo. Placido Reyna............................ Otra. En la ciudad el dia
dieciocho de junio de mil ochocientos sesenta, el algualcil del Juzgado presento al
testigo de la Ondarza a una mujer quien habiendo reconocido la cédula de citación fue
examinada por su nombre y demas generales de la ley y contesto llamarse Isavel Arce,
natural de Salta y residente en esta de treinta años, soltera, labandera, vive en el barrio
de Urquepata------ignora el nombre del dueño de casa, no es comprendida en las gene­
rales de la ley, juramentada en legal forma para que diga la verdad y nada mas que la
verdad se la interrogo de la manera siguiente: ¿Donde estuviste el dia dieciseis del que
rije a horas nueve de la mañana con quienes y que sucesos tuvieron lugar ese dia.
*ALP/CSD C. 163. 1860.

- 163-
B eatriz Rossells

Contesto que el dia y hora que se le pregunta estuvo pasando por la puerta de la Ondarza
y presencio que una mujer insultaba a esta de Cochabambina alcahueta que habia son­
sacado a su hija a lo que la reconvino la que habla y fue contestada déla misma manera
que tiene expuesto. Esta dijo ser la verdad en fuerza del juramento que tiene hecho
leída que le fiie se ratifico no firmo por espresar no saber y lo hizo un testigo, certifico
Sánchez- testigo Anacencio Medina.
Contestación de Rivera
En la ciudad de La Paz horas doce del dieciocho de junio de mil ochocientos
sesenta ante mi el Alcalde Parroquial fue presente don Pablo Rivera a efecto de contes­
tar la demanda de María Manuela Ondarza y deduciendo su acción dijo: que como
quiera que tenia de ausentarse de esta población dejo en su tienda a su padre y a su hija
a la cual la demandante habia llebado a una diversión a su casa hasta tarde de la noche
con cuyo motivo la embriagaron y le saco varias especies de su casa por lo que sin
querer injuriarla le dijo al esposo de su demandante que con que motivo la habia
alcahueteado, por lo espuesto se le absuelva de la demanda. Oido lo espuesto por esta
parte, yo el Juez ordeno, se proceda como se tiene mandado. Y estando presente firmo
de que certifico- Sánchez- Pablo Rivera.

- 164-
S
' ^ U ÍS C ^ K illj C V C S en la h isto ria de S o livia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

• Querella contra Manuela Campos por heridas, 1865.*

Julio B. Porcel, Alcalde Parroquial


Certifico en legal forma que 1389 del libro de juicios cursan los criminales que
se halla a mi cargo, existe un acta cuyo tenor es el siguiente:
En la ciudad de La Paz a horas diez del dia 13 de marzo de 1865-ante mi el Juez
suscrito fue presente Feliciano Lopes querellándose contra Manuela Campos i dijo el
Io que la noche del ocho de nobiembre del año pasado, como a horas ocho de la noche
se hallaba en su propia casa, barrio de Carajchinca, bien divertido y espedido del licor
i abusando de esta circunstancia le había arrimado una paliza fuerte dañándole el ojo
izquierdo, el que se halla reventado, pues desde esa fecha ha permanecido enfermo sin
poder dar paso judicial. Más ahora, denuncia el delito el que merece pena corporal i se
compromete a la prueba constituyéndose parte civil i pide que la querellada sea deteni­
da en la cárcel hasta que se organise el respectivo sumario i se de cuenta a la respectiva
autoridad competente. Estando presente Manuela Campos dijo que no puede contestar
la querella hasta nombrar un apoderado. Oida la querella i contestación practíquese el
reconocimiento médico y pásese al Señor Agente Fiscal para que requiera lo conve­
niente, quedando la sindicada detenida en la cárcel pública mientras se provea lo con­
veniente. Con lo que terminó: No firmaron por no saber y lo hicieron los testigos que
suscriben—Pórcel—Otra firma.

(Fs.2. Respuesta de la demandada)


Señor Agente Fiscal
Con el documento adjunto i constituyéndose parte civil se querella del delito
que espresa contra la persona que indica. Otrosi señala domicilio
Manuela Campos ante la integridad de U.S. respetuosamente digo: Que por el
certificado que acompañado aparece una denuncia contra mi, cuyo autor lejos de provar
sus acertos se ocupa solo de vilipendiar mi honor asegurando que soi yo quien le he
maltratado el ojo. Como semejante imputación ofende directamente mi honor i
reputación, constituyéndome parte civil.
A U.S. me querello en forma del delito de calumnia contra mi detractor Feliciano
López para que con los mandamientos correspondientes requiera lo conbeniente, sera
justicia. La Paz 15 de marzo de 1865.
A ruego de la presentante José Perez.
Otrosi.Que vivo en casa de Dn Juan Velasquez, barrio de Caraquichinca, fecha
ut supra.
(Fs.3. Testigo)
La ciudad de La Paz de Ayacucho a horas una y media de la tarde, compareció
un indijena quien reconoció la cédula de citación por no saber el idioma castellano se
* A L P /C S D C 2 1 3, 1865

- 16 5 -
r B eatriz R ossells

nombro de interprete a Víctor León quien acepto el cargo en legal forma, juramentado
para que diga toda la verdad y nada mas que la verdad de lo que supiese y fuese pre­
guntado declaro como sigue:
Como te llamas que sueldo tienes que edad tienes que estado que profesión y
que domicilio.
Me llamo Juan de La Cruz Mallea, mayor de edad soltero sigarrero natural y
vecino de esta vivo en la casa de Manuela Campos, barrio de Capacanani.
Conoce a Feliciano López y Manuela Campos y que relación tienes con estos
Los conozco y no tengo ninguna relación con ellos.
Donde estuviste a horas de la noche del dia ocho de noviembre ultimo con
quienes y que suceso tubieron lugar.
En la parte que se me pregunta me hallaba en el cantón Chulumani Provincia de
Yungas enfermo y no he presenciado un caso alguno.
Sabes quien ó quienes hubieren inferido a Feliciano López maltratos graves en
el ojo izquierdo y de cuyas resultas lo ha perdido.
El dia de la Concepción 8 de diciembre ultimo, en el rio de Siquilini comprensión
de Chulumani tuve una conversación con Tiburcio N el ayudante de Feliciano López y
habiéndole preguntado yo a Tiburcio N por que el patrón López había perdido el hojo
me contesto áquel: que dias antes de la Concepción habían estado veviendo entre el
patrón y el ayudante en una casa y que se retiraban por la noche por la calle del puente
de S Juan de Dios, y que alli Feliciano López empezó á maltratarlo al espresado Tiburcio
á lo que se presentaron dos caballeros que de hecho empezaron á darle puñaladas al
insinuado López en la cara, reconviniéndolo de la manera siguiente “por que pegas y
maltratas a un hombre conosido y que después los dos caballeros se retiraron, López
fue para el lado de su casa bien maltratado y Tiburcio alzando el sombrero de aquel se
corrio también para su casa asegurándome por fin Tiburcio N que la causa por la que
había perdido el ojo su patrón Feliciano López era precisamente por los maltratos que
le habían inferido a este los espresados caballeros esa noche que lo defendían.
Con lo que se concluyo leida que le fue no firmo por no saber y lo hice yo el
actuario e interprete
Matos. Ante mi Esteban Duran.
Paz mayo de 1865
(Fs.5 vta Otro testigo)
La ciudad de La Paz á horas dos de la tarde del dia dieciocho de mayo de mil
ochocientos sesenta y cinco. Ante mi el Jues Instructor y Actuario que suscribe
compareció un hombre á quien después de reconocer la cédula de citación se le tomo
juramento para que diga la verdad y toda la verdad declaro como sigue:
Como se llama U que edad que estado y que profesión y domicilio es U pariente
o sirviente de las partes y en que grado
Me llamo Manuel Juan Viserra mayor de edad, casado, carpintero de esta ve­
cindad vivo en casa de Da Dominga Nuñez barrio de San Francisco y no tengo relación

- 166-
sEkr OMujeres en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y rea lid ad es del sig lo X IX

alguna con las partes


Donde estuvo U la noche del ocho de diciembre del año próximo pasado en
compañía de quienes y que sucesos presencio U relativamente a los maltratos que le infirió
Manuela Campos a Feliciano López ocasionándole en aquellos la perdida de un ojo?
La noche indicada estuve en su tienda desde las ocho de la noche hasta el dia
siguiente, solo y no he presenciado suceso alguno relativo a los maltratos que se indica
mas hacia á las nueve de la noche estando yo ya en cama y con mi puerta cerrada hoí
que benia un individuo bastante embriagado y gritando conocí por eso que era Feliciano
López quien aproximándose a la puerta de calle de su casa llamo y le habrieron y
conocí también por eso que la mujer de López es quien le habría la puerta; habiendo
entrado este ultimo dentro de su casa hoí que gritaba siempre embriagado y al parecer
lo hacia en el patio y como yo avito en una tienda contigua al espresado patio note que
salía una persona de la casa abriendo la puerta de calle y volvio a segurarse y en este
estado percibí unos golpes que se asemejaban a los dados con un palo sobre un cuerpo
ya este momento dejo de gritar el espresado Feliciano López de lo que presumo que los
que probablemente entraron de afuera a la llamada del que salió rato antes le huvieran
hecho callar a fuerza de palos.
Estando U fuera del lugar de escena como pudo distinguir que los golpes
percibidos eran precisamente de palo y sobre el cuerpo de López
Porque los golpes de puño son muy diferentes a los de palo y solo es una
presunción mia que hubieran sido dados a López por solo el hecho de que se callo y
dejo de gritar y hablar.
Ha tenido U algún motivo de riña o enemistad con Manuel Campos y su familia
No he tenido ningún motivo de enemistad con los espresados
Save U quien lo hubiera invitado a López para que la demandara a Manuela
Campos asegurando que servirá de testigo y que sabia y le constaba que la espresada
Campos le havía inferido los males tratos á López
Ignoro, al dia siguiente hoí decir que López estaba con ojo maltratado.
Con lo que termino, leída que le fue....

-167-
"
B eatriz R ossells

• Juicio criminal por delito de asesinato de Juana Hurtado y su hijo, 1865. *

Señor Alcalde Parroquial


Denuncia el delito que espresa, constituyéndose parte civil. Otrosi.
Pedro Salasar ante U presentándome digo: Que el dia veinte y cuatro de no­
viembre ultimo pasado y en el lugar nombrado Cahajachuni comprensión del Cantón
Araca, se ha perpetrado el delito de asesinato en la persona de mi esposa Juana Hurta­
do é igualmente que en la de mi hijo el menor José María Salasar por los indicados
Ildefonso Mamani y Miguel Quispe. Combiene pues que un echo tan escandaloso y
temerario no quede impune sin castigo previsto por las leyes a los autos de tan atros
omisidio; por lo que el jusgado en observancia de la resolución del Fiscal General de
27 de junio de 1858 se dignara practicar las dilijencias de la sumaria y mucho mas
cuando el delito denunciado es de aquellos que la Lei declara infragante conforme a la
disposición del caso 2o del articulo 34 del Prosedimiento criminal. No solamente los
predichos autores son reos de homicidio sino también reos de robo por haverse apro­
piado de las especies que'trajo consigo mi espresada esposa, constando aquellas de un
macho, dos burros, una carga de sebollas, otra de berduras y otros articulos, protestan­
do de mi parte probar los hechos que llebo referidos constituyéndome en parte civil
para los fectos consiguientes. A U pido asi lo mande sera justicia.
Otrosi digo que se me admita en este con cargo de reintegro.
Asiento enero 7 de 1865
Pedro Salazar

♦ALP/JL 1865 C.ll E.l

- 16 8 -
é^íás oM ít/enss en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y realidades d el s ig lo X IX

• Querella contra Cecilia Guanea por golpes y heridas. La Paz, 1866. *

Entabla querella contra las personas que indica, i pide que se mande practicar
en el momento el reconocimiento de las heridas que indica.
Señor Juez Instructor
Dionicio Rivera ante los respetos de U como mas haya lugar en derecho me
presento i digo: que Cecila Guanea ha tomado por costumbre constante la tarea de
molestamos a mi i a todos los individuos de mi familia, y atacamos violentamente a
mano armada infiriéndonos golpes i heridas como lo ha verificado con mi madre a
fines del mes pasado, i como lo acaba de verificar hoi mismo en mi persona causándome
dos grabes heridas en la mano derecha i en la cabeza inferidas con un instrumento
cortante, i con mi mujer a quien por dos veces le ha pegado y dado golpes injuriándola
con palabras ofensivas a su honor, por todo lo que manifestándome por parte civil para
que se me indemnicen todos los daños y perjucios que me ocasionen, interpongo la
respectiva querella por los delitos que se han cometido con los hechos que acabo de
referir sucintamente, i le mego a U. que por pronta providencia mande que en el acto se
practique el reconocimiento medico legal por los facultativos de tumo, a fin de que,
practicada esta diligencia pueda ponerme en cura: espero asi lo mande por ser de justicia.
La Paz enero 8 de 1866.
Por no poder firmar el interesado lo firma a mego
Juan Centellas.

*ALP. CSD. 1866 C 2 13

-169-
B eatriz Rossells

• Malos tratos en la policía por heridas a otra mujer. La Paz, 1866. *


Libertad bajo fianza
La Paz, 1866 Señor Agente Fiscal:
A mérito de las razones que expone, pide se le mande poner en libertad bajo la
fianza que ofrece.
Matilde Torres, detenida en esta cárcel por supuestas heridas a Isabel Cuéllar,
ante la justificación de Ud. presentándome digo: Que en la mañana del día 6 del co­
rriente he sido injuriada en el cuartel del primer batallón por la Cuéllar, celándome con
su hombre, de palabras i obra, no menos que empuñándome de los cabellos me arrastró
al interior de un toldo de otra mujer, donde por hacerme largar también me vi obligada
a tomarla a ella, en que muy pronto nos separaron. De este hecho, de suyo tan nimio i
que ni merece que se entienda en un Tribunal de Simple Policía, he sufrido el castigo
de flagelación en mis carnes desnudas por dos cabos, estirada por cuatro soldados en la
Prevención a presencia de un sinnúmero de personas, por orden del Capitán Párraga;
castigo desconocido para la clase de mi secso, aún entre los infieles del mundo entero
tanto más cuanto de un supuesto delito que no ha llegado aún a comprobarse. Inmedia­
tamente me pasaron a la Policía donde permanecí arrestada por tres días; cumplidos
ellos, me trasladaron a esta cárcel donde ya hacen cinco días con hoy que me hallo
presa sin saber mi delito; pues que hasta el día no ha dado paso alguno mi contraria
para adelantar el sumario i solo se place con verme gemir en esta prisión sin auxilio ni
recurso el más pequeño porque estudiosamente i (por influjos de ella a ese capitán) aún
no dejan salir a mi marido de aquel Cuartel con tal de que no pueda dar paso alguno en
mi favor. Esa Cuéllar se halla en el día en el Hospital no por las supuestas heridas de
que se me calumnia sino por distintas roturas de cabeza inferidas por un hombre, como
es constante a todos los que habitan el Cuartel, i que aún ella misma no podrá asegurar
lo contrario de esto; desde donde me hace hablar con el fin de componemos pero, ¿De
qué componerme cuando no existe delito ni este se halla comprobado i ni aún ella
misma ha prestado su instructiva? A mí me la hicieron rendir antes de ayer en lo del
Instructor Dr. Cabero y no encontraron base sobre qué interrogarme.
Por todas estas razones Sr. Agente Fiscal ocurro a su celo justificado a fin de
que se digne mandar mi encarcelación, pues no puedo permanecer por más tiempo sin
grave perjuicio i detrimento de mi salud i sin que se llame arbitrariedad o atentatorio
mi permanencia; por lo que, sea cual hubiere sido el delito, ya he sufrido las penas
corporal , correccional i de Simple Policía, antes de nada o antes de todo, i no es
posible, sufra la de reclusión perpetua; proponiéndome probar y justificar (en caso
preciso) cuanto llevo expuesto aunque mi propósito no es objetar contra el dicho capi­
tán Párraga ni menos contra la Cuéllar y si solamente pedir mi excarcelamiento a fin de
no perecer o ser víctima de la necesidad aquí dentro. Será justicia- Otrosí: Que por mi
indigencia no presento patente.
Paz, agosto 13 de 1866 A ruego de Matilde Torres Marcelino Loayza
*ALP, CSD, 1866

- 170-
ézías oM ujeres en la h isto ria de B o livia ■Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

Querella criminal de María Molina contra Cayetano Suazo, 1844. *

Sr. Juez de Letras


Maria Molina en la causa criminal que se sigue de oficio contra Cayetano Suazo
por heridas graves que me ha inferido coadyubando al Ministerio Fiscal digo: que la
noche que alevosamente me imposibilito á cuchilladas mi agresor injusto estaba pre­
sente luego el sereno mayor, quando huyó aquel: en cumplimiento de su deber fue
auxiliado de gendarmes a prenderlo, juntamente a otro joven también inocentemente
herido; no encontrando al agresor, le habia tomado dos muías y un caballito propios de
este, y dio cuenta á la Policía en el mismo acto, y ordenó la retención sin duda para que
le presente Suazo. Este ademas de estas bestias tiene otras, y nunca pueden ser de su
padre, pues yo he mantenido el caballo, y si esta se amadrinaban sus muías, mientras
estaba en Yungas el dicho Suazo. Su padre faltando a la verdad a pesar de su caduca
edad; asi como tiene oculto á un hijo, quiere con la mas descarada suposición engañar
al Juzgado, sacar las bestias y despacharlo fuera en ellas, en agravio de los damnifica­
dos, y de la vindicta pública: esto no es regular y mas que el art. 18 del Codigo Penal
dice que desde el momento en que se cometa un delito los bienes de los delinquentes se
tendrían por hipotecados especialmente para la satisfacción. Los males que me ha oca­
sionado, y estoy sobrellevando son grandes, y no se sim e idemnice con grandes canti­
dades: le consta al Juzgado que desamparada en el rincón de mi habitación no solo
soy atormentada de mis dolores, sino de todo genero de penurias, y las mas veces hasta
del alimento; lo mismo que mi vastago tierno por puertas buscando que lactar: al fin
Señor, del centro de mi incapacidad aun para moverme del circulo de mi horfandad, y
del monton de escaseses, y penurias de que estoy constituida imploro justicia; que
también es caridad para que se sirva mandar que esas bestias propias del agresor se
rematen para que con su resultado me socorra, y alivie mis muy urgentes necesidades
ocasionadas por Suaso, en especial la curación, asi mia, como del otro ofendido con
alevosia: ordenando en consequencia que el mentiroso padre del agresor sea apercibi­
do por haberse posesionado con falsedad, y para retirar a su hijo del lugar: por todo lo
que y estando para dar testigos que digan por la propiedad de las muías, si el Juzgado
duda de mi verdad, y que no perteneciere a su padre sino al delinquente .
A U suplico sumisamente que considerando mis padecimientos y la situación
de imposibilidad a que estoy reducida, aun para levantar la mano, asi lo mando que
será merced y justicia.
A ruego de la presentante.
Alejandro Yañez

*ALP / CSD. I844C. 75b E 10

- 171 -
B eatriz R ossells

2 CARTAS DE MUJERES

• Carta de Juana Azurduy de Padilla a las Juntas Provinciales de Salta


Formo sa, 1825*
A las muy honorables Juntas Provinciales:
Doña Juana Azurduy, coronada con el grado de Teniente Coronel por el Supre­
mo Poder Ejecutivo Nacional, emigrada de las provincias de Charcas, me presento y
digo: Que para concitar la compasión de V.H. y llamar vuestra atención sobre mi
deplorable y lastimera suerte, juzgo inútil recorrer mi historia en el curso de la Revo­
lución... Aunque animada de noble orgullo tampoco recordaré haber empuñado la
espada en defensa de tan justa causa... La satisfacción de haber triunfado de los enemi­
gos, más de una vez despecho sus victoriosas y poderosas huestes, ha saciado mi am­
bición y compensado con usura mis fatigas; pero no puedo omitir el suplicar a V.H. se
fije en que el origen de mis males y de la miseria en que fluctúo es mi ciega adhesión
al sistema patrio... Después del fatal contraste en que perdí a mi marido y quedé sin los
elementos necesarios para proseguir la guerra, renuncié a los indultos y a las generosas
invitaciones con que se empeñó en atraerme el enemigo.
Abandoné mi domicilio y me expuse a buscar mi sepulcro en país desconoci­
do, sólo por no ser testigo de la humillación de mi patria, ya que mis esfuerzos no
podían acudir a salvarla. En este estado he pasado más de ocho años, y los más de los
días sin más alimento que la esperanza de restituirme a mi país... Desnuda de todo
arbitrio, sin relaciones ni influjo, en esta ciudad no hallo medio de proporcionarme los
útiles y viáticos precisos para restituirme a mi casa... Si V.H. no se conduele de la viuda
de un ciudadano que murió en servicio de la causa mejor, y de una pobre mujer que, a
pesar de su insuficiencia, trabajó con suceso en ella....

*Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, Biblioteca de la Nación,


Buenos Aires, 1902.

- 172-
\^ y y l en la h ,stor,a cie S o livia - Imágenes y realidades d el sig lo X IX

• Súplicas de una monja desde una celda


Carta al General Antonio José de Sucre, 1827

“Excelentísimo señor general Libertador, Antonio José de Sucre:


Venerable Padre de la Patria:
Desde la tumba de inocentes e indiscretos seres; desde el solitario recinto de un
funesto claustro, albergue sólo de la inocencia, y para mí cubierto de las horrendas
sombras de la noche del pesar, del horror y del tormento; de entre estos muros espanto­
sos, cuya vista recuerda sin cesar el alma mía que, nacida libre, sociable y señora de sí
misma, para huir del mal, y buscar mi dicha, sufro, un cautiverio espantoso en el reina­
do de la libertad, y arrastró una cadena, cuando en el último ángulo del Continente sólo
existen fragmentos de las que oprimían al Nuevo Mundo, yo me atrevo a elevar mi
clamoroso ruego, acompañado de torrentes de lágrimas; me atrevo, digo, a elevar a los
piadosos oídos de la V.E. la quejas de una víctima del fanatismo, de la violencia, del
respeto, del engaño, de la inexperiencia y de la debilidad; y mes lisonjero esperar de
un héroe que ha consagrado su vida, su sangre, sus intereses y su quietud a la libertad
de la Patria y al bien de los hijos de América, que no se desdeñará de echar una mirada
de compasión sobre la más desgraciada de las mortales.
En la tierna edad de quince años, cuando la débil voz de mi corazón apenas
bastaba para conocer mi propia existencia, incapaz de calcular mis verdaderos intere­
ses, ni de pesar el valor y arduidad de los tremendos votos que emiten al Señor las
vírgenes que se consagran a la solitaria vida del claustro, una monja con ascendiente
sobre mi espíritu, por el respeto que inspira la edad, el hábito religioso, la idea de la
santidad y por la gratitud que debía a sus caricias y beneficios, empezó la obra fatal del
conducirme a la habitación de dolor y de la desesperación misma; ella me presentó las
sendas del claustro cubiertas de flores y de los encantos de la paz y de la dicha; pero me
ocultó las punzantes espinas que deben arrancar lágrimas de sangre a las almas que no
poseen un temple heroico, capaz de sobreponerla a los más fuertes impulsos de la
naturaleza; ella calló que un alma no persuadida e incapaz de ser humana y elevarse a
la perfección de la vida monástica, era condenada en los claustros a llamas devoradoras,
a tormentos atroces; ella calló que fuera de los claustros se puede, tanto como en ellos,
agradar al cielo, y agradarle sin perjuicio de la naturaleza; sin luces, sin experiencia,
tímida, llena de prestigios y promesas, no cumplidas hasta el día, tuve que ceder aun
cuando una imperiosa voz me decía desde lo más profundo del alma: ¿Qué haces?
¡Detente! Presté pues un sí fatal; pero acercándose el día horrible de mi profesión,
manifesté a mi madrina, la seña doña Mercedes Gil mi absoluta repugnancia; la mani­
festé también a los ministros del Altar que dirigían mi conciencia: mis lágrimas, mis
sollozos, mi gemir continuo, así lo publicaban; pero por causas que aún debo callar,
*.íosé María Rey de Castro. Recuerdos del Tiempo Heroico. Páginas de la vida Militar y Política del Gran Mariscal
de Ayacucho. Comisión Nacional del Bicentenario del Gran Mariscal Sucre (1795-1995) Caracas, 1995.

- 173-
B eatriz Rossells

víctima desgraciada, fui conducida al altar del sacrificio. El Padre de los seres, ese
justo Dios a quien yo no puedo engañar jamás, sabe que, en 15 años transcurridos
desde entonces, el coro, el claustro, la ófrica celda, han sido otros tantos lugares donde,
en vez de los cantares que les dirigen las vírgenes libremente comprometidas, yo no
he hecho sino derramar lágrimas y apelar a su misericordia de la violencia y de las
leyes violadoras de la naturaleza, que me han impuesto un yugo que detesto, y
privándome de servirle y de servir a la sociedad fuera de estos fatales muros. Mis
confesores, todas las monjas y las personas del siglo, que han merecido mi confianza,
todas saben, Señor, que no he dejado de mirar el hábito que visto como santo y dichoso
para ciertas almas, pero como un germen de desgracias para mí. Ah!, quien me lo diría.
En este estado; para no concluir mis funestos días en la desesperación; para no
atacar por mi misma una existencia abominable, mientras es con tanta opresión de mis
derechos, inclinaciones y sentimientos; es al héroe de Pichincha y Ayacucho, al que
venció los déspotas, porque no hubiese tiranía, al que defendiendo la libertad y los
derechos de la naturaleza, al que halla en su corazón ha hecho juramento solemne ante
los hombres de proteger al afligido, al que ha comprobado que posee un alma justa y
sensible, a él es, Señor, a quien apelo, y ruego por la presente, que consultando sus
profundas luces y la ley salvadora que se ha publicado, preste un remedio a quien
protesta probar cuanto expone y a quien si logra romper sus cadenas, será eternamente
reconocida a V.E: de lo contrario, está resuelta a ser la víctima del claustro.

Inés

- 17 4 -
^ y v iU jC V C S en la h isto ria de B olivia ■ Imágenes y rea lid ad es d el s ig lo X IX

• De Juana Baptista a su padre José Manuel Baptista *

Sucre 4 de Septiembre, 1846.


Amado Padre y Señor:
Le anuncio sin quererme persuadir de la desaparición de nuestro prelado, ya
entró en la casa de la eternidad con una muerte edificante ayer 3 de septiembre. Ase­
guro a Ud. que envidié a su Eminencia al ver la profusión de los socorros espirituales
que le prodigaron desde el principio de su enfermedad: plegarias en toda la ciudad,
comuniones y clamores de todas las Almas justas, misas de agonía, lágrimas y ruegos
al Padre de misericordia. Espero que así rogara por nosotros en la mansión Eterna.
Lo que me aflige es que no todos se fijan en la fragilidad humana y como
desaparece como el humo, repito a Ud. los más no se fijan, ni hay más goce para ellos
que la nada de esta vida y el humo de sus grandezas, infelices que se infatúan en tanto
extremo. Así es que no he sabido que acciones de gracia podía dar al Dios al leer la
carta de Ud. tan edificante en la que me asegura que está Ud. animado de las mismas
ideas que yo, es decir, que en el mundo no hay más bien que el poder obrar para nuestra
Salvación, esto meditaba profundamente el día del entierro del prelado en la Catedral
y tanto me fije en aquel contraste que presentaban las pompas fúnebres tan magníficas,
el tañido de todas las campanas de la ciudad, la música lúgubre, las cajas, el órgano, de
retumbante sonido, con el débil golpeteo del badilejo del albañil que fue lo último y
después se acabo todo y calló la música. Así se se acaba el hombre? Me decía a mí
misma y con él toda su grandeza, su dignidad, sus honores! Con que el último actor de
esta tragedia de la vida ha de ser un albañil? Con que este ha de ser el último personaje
que concluya con el encierro en una bóveda a un hombre tan eminente? Y concluí con
aquella memorable saeta “Si a cuanto el mundo alaba, pone fin la sepultura, no quiero
bien que no dure, ni temo mal que se acabe” esta son mis reflexiones y estas las estoy
inculcando en mi familia. Dios quiera que esto se impregne en sus corazones como lo
esta en el de mi amado Padre.
Tengo encargo particular del señor Ramallo a hacer presente en todas mis car­
tas sus afectos, ha estado muy agitado con la enfermedad y muerte de su Prelado. La
señora Dolores siempre buscándonos y preguntando por Ud., lo mismo mi pobre tía
María Manuela y Martina, su Mariano, Liberata y Tomás, buenos en conducta y salud,
todos buenos. Su Juana.

Septiembre 19, 1846


Mi amado Padre, mi señor, mi consuelo: cada carta suya es para mi un tesoro,
una mina y todo un mundo entero, pues me hace saber que se conserva sin novedad, lo
único que amo en esta vida, mi anhelo, mi Padre. No encuentro expresiones para ex­
presar mi amor que ha crecido y crece por momentos con su ausencia; parece que se
*Del archivo de Mariano Baptista Gumucio

- 175-
B eatriz R ossells

confunde el entendimiento y no atina a acortar los sentimientos de un corazón entrega­


do a la más grande sensibilidad, al amor más tierno e intenso ¡el amor a mi Padre!
¡Cuánto mejor fuera poder transportarme en ese momento a su presencia! arrojarme en
sus brazos; y mis lágrimas, mi silencio exprese mis sentimientos, mejor que mi pobre
pluma. Mi Padre, mi querido Padre; para estos lances hubiese querido aprender los
rasgos más tiernos de cuantos hijos han habido más amantes de sus padres, para poder
unificar mis sentimientos al mejor de todos los padres, al Padre sin igual que Nuestro
Padre Celestial nos ha dado por su misericordia y me lo conserve aunque sea necesa­
rio sacrificarme yo como el quiera, aunque sea en su rincón cargada de males, pero al
lado de Ud. Todo lo que expreso no es para afectarlo y consternarlo. En tal caso mi
cariño sería una terquedad reprensible y no deseo más que hacer presente que lo amo y
se conserve hasta que el Señor nos reúna lo más pronto con dobladas satisfacciones.
El Sr. Boeto no me dice nada del pago de sus deudas... y mi inocente familia no
me deja salir para averiguar, en particular en los días de toros que debo estar y si he
estado presa en casa.... Mañana tampoco saldré pero en todo caso haré averiguar con
los niños.
Su Sr. Cueva se aflige de Ud., el Sr. Ramallo siempre preguntando y encargan­
do le ponga expresiones a pesar de que está tan afectado por la salud del Señor Arzo­
bispo, al que ha confesado y dado la comunión en su casa, hoy esta de mucho peligro
y será sacramentado. Todos estamos muy angustiados, todas estamos comulgando por
nuestro Prelado ojalá se apiade el Señor de Chuquisaca y le otorgue la vida.
Su Mariano, su ñatita, Tomas y Gregorio buenos robustos, la Juana Marta está
aquí y me dice le diga a Ud. de que venga ahorita.
Al Sr. Calbimontes le he pedido cincuenta pesos más, me le ha mandando hoy día.
Mi ñata se empeña en que participe a Ud. de la muerte del cónsul inglés Masterton
esta tarde lo han enterrado. Juana

Sucre 4 de Noviembre de 1846


Amado Padre de mi corazón: seguro a Ud. que el día de ayer fue el más grande
placer para mi, pues me anuncaba Ud. que podía curarse de su vista y no pude dejar de
llorar admirando la bondad de Dios para conmigo y como me anega en sus beneficios,
como remunera un poco de buena voluntad! Se conoce que es más misericordioso que
castigador de las ofensas, así es que se dilata mi corazón con una cierta seguridad de
que recuperará Ud. su vista para esto hubiera querido estar a su lado para administrarle
las recetas no por desconfiar del cuidado y exactitud del Dr. José María pues conozco
el cariño que le tiene a Ud. y estoy muy segura del esmero con que lo hará; desconfío
de Ud. porque conozco su genio, se cansará Ud. o más bien se aburrirá de ese régimen
tan exacto y continuado y lo dejará todo y no dará este grande placer a sus hijos en
aprovechar de los próximos años en compañía de Ud.; no enjuagará Ud. tantas lágri­
mas que casi diariamente ha derramado una desventurada hija al ver que a grandes

- 176-
Q ^ v {u j6 V 6 S en la h isto ria de B olivia ■ Imágenes y realidades d el s ig lo X IX

pasos iba Ud. perdiendo la vista y ya la fatalidad caía sobre mí, ya veía formarse la
cadena de infortunios, angustias y miserias que remachados años, eslabonando unos
con otros, se ensañaban con nosotros. Nunca le he hecho esta reflección ni la hiciera
ahora si no fuera por estimularlo a que aproveche esa oportunidad de curarse que tanto
he anhelado y que tanto rogaba al Señor que así fuera y si Ud. no ayuda a curarse
concluyo con decirle que lo hago responsable ente Dios.
El 20 de octubre avise a Ud. que los niños iban a dar su examen, lo dieron bien
y salieron plenamente aprobados ahora están en asueto que su ñatita está una perfecta
jineta correteando en la mulita como si siempre hubiese montado, la ha estado hacien­
do ejercitar Mariano por si acaso vayamos a Nuccho porque el hijo del Dr. José María
se ha empeñado mucho y lo han convencido al Señor Cueba que está porfiando en que
no vamos si no recibíamos los cien pesos que el señor Fernández tenía ofrecidos con
insistencia.
A los señores Santibañes y Garbiso procuraré encontrarlos aquí y por si acaso
aún pienso dejar encargado a que los visite algún camarada a mi nombre agradeciendo
sus ofrecimientos esto es en un caso de que absolutamente no pudiéramos venimos tan
pronto de Nuccho como pensamos.
Reciba Ud. muy tiernas expresiones de su Señor Cueva y Señor Ramallo y
todos los de casa, de mi parte al Dr. José María mil cariños que en el próximo correo le
escribiré y Ud. tenga presente todo lo que le a dicho de su curación su más amante hija.

Juana Baptista

- 17 7 -
r B eatriz Rossells

• De María Josefa Mujía a Gabriel René Moreno *


Sucre, 1868

Sr. Dr. René Moreno


Sucre Noviembre 25 al 68.
Mi apreciado Señor:
Tengo en mi poder su estimada carta, en la que V. se digna favorecerme, pidien­
do mis pobres composiciones, en verdad, que ellas, no son mas que una miserable
arcilla para ser mescladas entre las bellas flores del Genio y no merecen salir a la luz
pública. Mas, por complacer á V. y dar siguiera esta pequeña muestra de amistad,
remitiré á V. por cada correo, las que me parezcan un poco regulares.
Me ha sorprendido y avergonzado mucho, al ver como hubiesen podido ser
substraídas para llegar a poder de V. las que, por la lista me indica V. tenerlas; me
parece que como autora propietaria de ellas, tengo derecho para impedir el que salgan
impresas, porque no son dignas ni de ser leídas, como son los primeros ensayos, están
llenas de faltas y defectos de toda clase, así es que más bien suplico á V. encarecida­
mente que las eche al fuego, eceptuando la Ciega y el Arbol de la Esperanza; todas las
veces que algunas de ellas han salido impresas y reimpresas, ha sido siempre con la
desgracia de salir con errores de imprenta. Con bastante pesar á muchas de ellas las he
encontrado, cojas, mancas y mutiladas, como ha sucedido en una obra titulada Lira
Americana edición de París; en esta obra y en la Revista del Pacífico impresa en Chile
no me acuerdo si en Santiago ó Valparaíso, encontrará V. mi biografía bastante igual y
conforme, en ambas. Puede V. sacar una copia de cualquiera de ellas.
Dar V. las gracias amable amigo por el regalo que me hace V. en la preciosa
entrega, ella, está muí bien escrita y su lectura me ha agradado mucho, éspero y deseo
que el fruto de tan bella tarea, sea la venébola acojida y protección del público.

Dígnese V. aceptar mi amistad contando en el número de sus amigas á su mui S.S,

María J. Mujía

* Biblioteca Nacional de Bolivia. Colección G.R. Moreno

- 178-
' S en ,a h isto ria de B otivia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo i
^ ^ v C ljJ C lG

• Del General Eliodoro Camacho a su hija Ines *


Tacna marzo de 1880

Amada Hijita mia:


Mucho placer me han causado tus cartas de 15 i 20 del mes pasado que me han
llegado en este correo.
Si la primera es lisonjera por la agradable impresión que te causó mi Manifies­
to; la otra me ha llenado de satisfacción por la elevación de tus apreciaciones i la
corrección del lenguaje. Así debieras escribirme siempre i hasta el compadre que la ha
leído se ha quedado maravillado de tu talento e instrucción sin echar de menos la
“fluidez”.
Háblame frecuentemente el lenguaje de aquellas. Ya en el día, la mujer tiene
algo más que surcir medias; tiene que pensar en su Patria i en enseñar a sus hijos á
adorarla. Nada importa que el caduco atrazo de nuestros abuelos que se perpetúa entre
gente que se llama joven, se ocupe en censurar con acritud ese movimiento de adelanto
en las sociedades; hay que compadecer a esos infelices, despreciarlos i pasar adelante.
En comprobante de lo que te digo te mando esa carta que no tiene por que
inspirarte celos (pues no van otras que te pondrían colorada) i verás que lindo es que
una mujer se levante sobre las trapuzondas de la ropa i menestras de la despensa para
ocuparse de la cosa pública, recordando que es un ser tan racional i tan completo como
el hombre mismo.

* Archivo de Juan Carlos Calderón

- 17 9 -
B eatriz R ossells

• Cartas de Corma Moreno de Harriague a su hermano Gabriel Rene'Moreno

París 30 de enero de 1867


Mi querido hermano
He recibido tu carta del 3 de Octubre por la cual sé que piensas ir a Valparaíso
á visitar los buques de la escuadra, que se encuentran en esa, deseo que este paseo te
sea agradable i al mismo tiempo te será una distracción por lo que no dudo que con los
amigos Belisario i Delfina, sus conversaciones son sobre Bolivia; pues es un placer
acordarse de su país cuando una está ausente i las (conversaciones) son inagotables.
No he podido escribirte durante dos o tres vapores, pues estaba ocupada en el
cambio de casa como ya te lo comuniqué en mi carta anterior, en ella te decía la pena
que habíamos tenido á encontrar una habitación a nuestro gusto por fin la encontra­
mos, yo creía que una vez trasladados a nuestra nueva casa nuestros trabajos estaban
concluidos: pero no ha sido así; ahora estamos tras los tapiceros; pues aquí los arte­
sanos son como los de Bolivia siempre prometiendo y nunca exactos, hasta ahora que
hace ya veinte días que estamos en nuestra nueva casa no tenemos de amueblado que
el cuarto de dormir de Adrián ha tenido una anjina mui fuerte he tenido que residir en
el mismo cuarto del enfermo; en fin es á causa la paciencia de un Santo, es cierto que
para tener una casa bien a nuestro gusto no hemos comprado de los almacenes donde
se encuentra todo en venta pero ordinariamente lo que está en los almacenes ya fabri­
cado es de pacotilla i solo se encuentran los modelos de las casas ricas, así que es
presiso hacer fabricar todo.
Tenemos un departamento mui lindo i situado en el boulevard donde habita la
aristocracia pues los otros boulevares son habitados por el comercio i theatros. El
boulevard Malerheraisiaux i Hofman por la aristocracia, así que las casas son magnificas,
la nuestra es una de ellas pues el dueño habita en ella de manera que todo no ha sido
especulación, tenemos una grada lindísima una de las más lindas que he visto toda de
marmol blanco i con su baranda de bronce i alumbrada en cada piso por cariátides que
tienen en la mano un candelero de cuatro lamparas, alfombrado de arriba abajo con
tapiz mui rico en fin es todo lo que se puede desear de mejor; ya ves que con esterior
así, el interior deve corresponder un poco a este lujo asi es que hemos tenido que dejar
todos o la mayor parte de nuestros muebles i solo hemos conservado el cuarto de
Adrián que es en repo azul, lo que era mi salón antes, ahora hago mi boudoir pequeño
salón que es en damasco de seda colorado; los muebles son Luis XV.- Mi Gran Salón,
es al estilo Luis XVI que es la última moda, los muebles todos dorados i forrados con
un tapis d'Abouisson que es la imitación de Gobelino (Son muebles mui caros pero
parece que duran eternidades. Solamente tenemos que aguardar tres meses para que
los fabriquen).*

* Gabriel René Moreno. Intimo (1836-1908) Proyecto cultural Don Bosco, La Paz, 1986, pgs. 33-36.

- 180-
(£ z^j £ S C y V lU J £ V 6 S en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y rea lid ad es d el sig lo X IX

Mi dormida (porque es la moda también que la mujer tenga su dormida aparte


aunque nunca duerma en ella) es el Estile Gran Tapisierie con damasco amarillo boton
de oro, nuestro comedor es al estilo Renacisance i todavía no se de que jenero serán
forrados si sera de terciopelo guinda porque los muebles son negros o bien con tafilete
grabado que es lo que dicen que hai de mejor yo no estoi todavía por eso, porque los
que teníamos anteriormente eran forrados con tafilete verde i no ha durado nada. Ya
ves te entretenido largo tiempo con mis muebles para que tú puedas verme allí con el
pensamiento, yo te diré que esta mudansa de casa i todo este (trajín) que me he dado ha
sido por distraerme un poco de la pena de nuestro padre, pues no se lo que hubiera sido
de mi si no hubiera tenido una distracción como esta en que la mayor parte de mi
tiempo esta empleado i mi imaginación se distrae un poco á todas esas cositas necesa­
rias en una casa que se establece de nuevo.
En una de mis anteriores te avisé que Clemencia se iba al Beni, no tengo noti­
cias de Santa Cruz desde que me anunciaron que pensaba hacer este viaje.
Tu me dices en tu carta una palabra que no me tiene mui contenta que piensas
quedarte solterón eso no me gusta nada en mi próxima carta hablaremos sobre eso pues
ahora no tengo tiempo.
Adiós mi querido René recibe mil afectos de Adrián besos de tus sobrinos que
siempre hablan de ti i un fuerte abrazo de tu hermana
Corina H.

París, 7 de junio 1870*


Mi querido hermano:
En este momento salía Medeiros i Adrián de casa, con intención de pasearse en
los boulebares, i como hoy sale el correo que va por el Vapor de Saint quiero aprove­
char de mi solicitud para escribirte sobre nuestro proyecto de tu venida a Europa yo
espero que te hayas decidido a venir i que no tendrás razones que darme para escusarte;
pues yo las combatiré todas: sinceramente te diré que creo que sería un grande bien
para ti; que haces vejetando en Chile con un triste empleo en el que no avansas: ven
aquí quiza podríamos obtener i tu mismo antes de tu salida, quiza podrías obtener el ser
nombrado Secretario de la Legación boliviana i si es posible Secretario encargado de
Negocios de Bolivia. Precisamente el encargado de Negocios de Bolivia que dejó
Santa Cruz a la muerte, viene de morir hace dos meses. Con la influencia de algunos
de tus amigos i haciendo presente al gobierno la necesidad de tener siquiera un secre­
tario encargado de negocios de Bolivia en Europa. Algo que te mandaran de tiempo en
tiempo te sería un bien i la posición i la ventaja misma del gobierno pues que nosotros
estamos establecidos aqui i quedándole solamente el sueldo de Secretario tienen aquí
un representante i que los representará bien.*

* Ibid. pgs. 75-76

-1 8 1 -
Beatriz Rossells

De este modo tu te lanzarías a la carrera diplomática. En fin tu verás esto i la


ventaja que puedes sacar de esta idea pero sobre todo es preciso que escribas i hagan
moverse todos tus amigos. De todos modos vienes pues yo creo que esto lo puedes
conseguir tarde o temprano, por mi parte de diré que mi deseo es de verte i tenerte a mi
lado; todo lo que te he dicho es por que creo que sera un bien para ti; yo creo hermano
que en este mundo cada uno debe procurar todo lo que puede contribuir a su feliciadad
cuando no se hace mal á persona asi tu eres para mi una grande parte de felicidad que
veo privada por escrúpulos que no merecen consideración.
Adiós querido René aguardo con ansia tu contestación a mi primera carta deseo
que te decidas de una ves i bien pronto tendremos el gusto de vemos adiós recibe un
fiierte abrazo de tu affma.
Hermana

Corina.

Sucre, 1 de noviembre de 1873*


Querido Rene: Ayer he recibido tu carta cuya lectura me ha entristecido mucho
porque veo que me habían engañado respecto a tu posición en esa. Sabrás que un
amigo me dijo haberte ofrecido de parte del gobierno tres empleos; sea venir a Bolivia
a ocupar un destino cerca del gobierno, o ir a Europa como Secretario de la Legación,
o bien ser Cónsul en Chile. Tres empleos que me dijo habías rehusado por tu carácter
independiente, yo no dejaba de ver que era exagerar un poco el amor a la independen­
cia pues en tu posición me parece que podías muy bien cualquiera de esos destinos sin
perjuicio de ser independiente como que yo le rogué a Belisario Pero para que te con­
venciera que aceptes uno de los puestos, sobre todo el que te ofrecián en Bolivia mien­
tras se te buscaba una posición independiente como tu lo deseas y que tu mismo viendo
el país, verías si podías poner un Liceo o bien cualquier otra cosa pero que era preciso
que te vengas. Yo te lo repito. Si es cierto que todos esos señores están en buena
disposición con respecto a ti, es preciso que aproveches la ocasión, yo voy a ver si
puedo hacer algo por ti, pero es preciso que no rehúses venir. Si es verdad como dicen
que tú tienes algún compromiso literario, allí, de aqui podrás cumplirlo porque ya es
preciso que pienses regresar a tu país para establecerte y vivir la vida de familia que es
mas feliz, mas después ya será tarde y te pesaría. Así querido hermano, déjate conven­
cer y vente aquí que todos te ayudaremos y haremos lo posible para que te establezcas
bien.
Yo no se quien te ha contado tantas mentiras con respecto a las Urioste, es falso
todo lo que dices a este respecto. Argandoña no ha pensado casarse sino con Clotide y
a mi paso por Cobija, Amalia Arce me dio parte que su hermano Francisco había pedi­
do a Clotilde y es ella la que se casa y nunca ha sido cuestión de Cármen, y yo estoy
* Ibid. pgs. 95-96

- 182-
K ^ V ^ U jd íO S en ,a h isto ria de S olivia - Im ágenes y realidades de sig lo X IX

segura de que si este joven la hubiera pedido, ella hubiera rehusado pues el joven en
cuestión no tiene mas alternativa que ser rico y la Cármen tiene talento mientras la
Clotilde es muy guagalona y no ha sabido resistir al deseo de sus padres que querían
mucho a este joven y han sabido convencerla y como buena hija ella se casa para darles
gusto. Yo se de una joven de las buenas que hay aquí que son raras, ha querido casarse
con ella y ha rehusado; también se que ella hablando sobre ti con un amigo le había
dicho que si era cierto que tu tenías hijos como se lo habian asegurado, a pesar del
afecto que sentía por ti no se casaría contigo. Esto mismo a proposito de un joven que
quiso casarse con Clotilde y que ella rehusó porque tenía hijos naturales. Sabras que
aquí se ha dicho que tu no quieres regresar a Bolivia ya que tienes allí familia.
Ya ves que no son sino disculpas tuyas el decir que no tienes con quien. Ovidio
me ha dicho que Don Melitón te estima mucho, si tu quieres, yo podría ocuparme de
saber si son ciertas esas buenas disposiones que animan la familia y solo fallaría que tu
te decidas a venir y buscar aquí en que ocuparte.
Ya sabras que Arístides se casó el 29 de este y que lo sea siempre y yo no ceso
de hacer votos por su felicidad. Adrián me encarga te de mil recuerdos afectuosos y yo
y mis hijos te abrazan fuertemente.

Córina

- 183-
II. FUENTES BIBLIOGRAFICAS
1. DESPACHOS MILITARES,
RELATOS Y LITERATURA SOBRE
LAS MUJERES EN LA GUERRA
DE LA INDEPENDENCIA
&S en la historia de Bolivia - Imágenes y realidades del siglo XIX

Juana Azurduy de Padilla en la lucha, según el informe de guerra


de su esposo*
Año de 1813 en que tuvo dos acciones
Primera
A los tres días que llegaron a aquella ciudad, atacaron a Tristan, en la cual
acción entró, y le volvieron a quebrar con una bala el brazo izquierdo; de suerte, que
después de un mes de enfermedad, tuvo a bien él ir a buscar a su mujer e hijos meses
que aquel señor situó su cuartel general en Potosí, sanó, y para ir a la acción de
Alcapucyo, le corrió orden oficial por mando del Coronel Cárdenas, para que levan­
tando su gente, fuere allí, como que efectivamente con diez mil indios de garrote así lo
verificó, sin gravar en nada al General, ó Cajas Nacionales, y entro con ellos en acción,
habiendo servido la mayor parte de su gente en esa ocasión en la Artillería, hasta que
por ultimo fueron derrotados.

Tercera
...........con algunos tiroteos, viendo la fuerza del enemigo, se retiró con toda su
gente hasta Uliuli, delante de Pomabamba, con una ocasión reunidos ambos Coman­
dantes, o Generales, entraron hasta el número de quinientos en este pueblo. Desde
Uliuli, se fue Padilla para San Lorenzo; y desde allí hacia Suces por llamamiento. En
Umaña: A los cuatro días que estuvo con él con sus treinta y cuatro fusileros, cuatro
clarinetes, dos de ellos montados, y un cañón (fruto de sudor y trabajo) le dieron noti­
cia, de que el enemigo estaba ya en segura; y que habían tomado prisionera a su
mujer.........................................habiéndose puesto en Uliuli de regreso, mandó expre­
sos unos tras de otros lenguaraces al Cumbia, pidiendo su favor..... : Después de esta
diligencia, comenzó a buscar su mujer a quien la encontró en un bosque, desvanecida
a fuerza por la necesidad, y muertos algunos de sus hijos:
Los otros en este estado expidieron ordenes, no contentos de haberse quedado
con sus armas, a efecto de que lo prendieren; él les pasó oficio diciendo que no les
obedecía, en atención a que eran cobardes; que también él era Comandante confirma­
do por la Soberanía de Buenos Aires.

* “Sobre los méritos y servicios del Teniente Coronel Manuel Asensio Padilla”
(1809 y 1815) Parte de guerra ológrafo considerando autobiografía del guerrillero. ANB, Ruck 378)

- 189-
Beatriz Rossells

• Mujeres en la guerra de la independencia


José Santos Vargas, (1852 ) *

Carabinas y azotes para unas mujeres


Los tres ya dichos llegan a la casa del alcalde. Don Pedro Zerda se apea de su
caballo, encuentra solamente a su mujer llamada doña Paula Brañez. Le dice a ésta:
-¿Dónde está tu marido?
Responde la mujer:
-N o está aquí.
Vuelve a decirle Zerda:
-¿Dónde está? Habla claro. Si no dices la verdad mueres aquí.
Le pone el fusil o carabina al pecho de la mujer. Exclama ésta y dice:
-Por Dios no me mates, que soy una pobre mujer con hijos. Yo no sé las cosas
de mi marido quien está ausente. Luego que llegue lo llevarán y juzguen lo que con­
venga en justicia, que yo nada sé ni a nada me meto a las acciones del hombre.
Y agarrando la carabina del cañón que tenía en el pecho lo retira a un lado. Don
Pedro Zerda entonces con una furia le quita y le da el tiro, no apuntando sino en posi­
ción de cebar. Cae la mujer del balazo. A eso se le asoma un hijo que tenía la tal Brañez
llamado Ciríaco, e hincase delante de don Pedro Zerda diciéndole:
-N o a mi madre, por Dios -cuando [f. 14] ya entonces cayó la mujer,
Le había entrado la bala por la verija izquierda y le salió por la espaldilla. Los
demás (como don Pedro Zerda, Tanga y el moreno) se retiraron a la casa de doña
Petrona Ascuas donde hicieron noche. Al día siguiente a las 8 del día se fueron todos
reunidos para el lado de Maquito, donde había sido la guarida de éstos muy cerca del
cerro de Chicote.
Esta tragedia pasó a mi vista por haber estado viviendo en la misma casa del
suceso, esta acción que no dejó de atormentarme el corazón al ver la operación tan
lastimosa por entonces para mí. Como no estaba hecho a ver tales casos extrañé lo
bastante, y estaba en la casa ocho días más.

La muerte de Dña Melchora Vargas**.


Para el efecto manda a Pascual Cartagena el 26 de mayo con seis hombres
armados que le dio de escolta. A las 12 del día se baja Cartajena de Mohosa, parte para
Pocusco (que su habitación estaba en Hachicala), llega primero Cartajena ande la ma­
dre de Lira que estaba ya en esta hacienda que es contigua a Hachicala, a las 6 de la
tarde, tratan bien allí con esta señora que se llama doña Manuela Durán, que era deuda
de don Melchor Antonio Duran.
A las 8 y más llega Cartagena a Pocusco, entra a la casa de Durán, no lo encon­
tró a este mas si a su mujer doña Melchora Vargas, señora de mucho respeto en aque-
* Diario de un Comandante de la Independencia americana (1814-1825). Siglo XXI, México, 1982, pgs. 21 -22.
** Ibid pgs. 76-77.

- 190-
í?C ¿ÍIf O K i W e i ' e S en la h isto ria ®Olivia - Im ágenes y realidades d el s ig lo X IX

líos lugares y de buena familia. Esta señora, después de tener muchas criadas cocine­
ras, como lo conocía muy bien a Cartajena ella misma con sus manos va a cocinar, le
hizo un cariño con mucho aire, le mandó comprar chicha, y así se le demostró un
contento a su verdugo.
A las 11 o 12 de la noche le dice a la inocente señora:
-Vamos, ahora sabrás que yo vengo con órdenes reservadas de mi jefe. Ahora
me has de avisar claro dónde está tu marido don Melchor Durán y si no me avisas bien
o no me entregas vos sufrirás la pena que él tiene.
La señora ¿cómo se vería en aquel momento? Entonces empezó a suplicarle
que porqué le había dicho eso a ella siendo ella una [f.76] infeliz mujer que no sabe las
acciones de su marido quien está ausente, que aguardase algunos días o volviese, con
muchas súplicas. Nada le oiya Cartajena, tomando chicha le decía a la señora:
-Así entro de breve rato tomaré tu sangre.
Ofreció entonces plata a fin de que no le haga nada ni le devore tan pronto, nada
quiso el indio. Se le acercó a la señora, manda que se baje de su estrado a la media sala,
le dice que se hinque y se encomiende a Dios; que se levantó la señora con mucha
humildad expresándose lastimosamente y suplicándole: ¿qué expresiones no podría
haber dicho en semejante trance, qué palabras tiernas, qué plegarias haría en un mo­
mento tan desesperado?; que empezó medio rezar hincada en su media sala cuando ya
le descargó el palo, cayó y murió a los cuantos golpes.
Viendo este espectáculo uno de la familia va corriendo a avisar a un botado que
tenía la señora llamado Mariano Durán, mohoso, que éste había estado durmiendo en
otra parte. Avisado que fue viene de carrera a ver sin dar crédito del suceso, y que decía:
-¿Cómo ha de hacer eso Cartajena cuando ahora pocos días está en casa con la
señora?
A las tres de cuadras de la casa lo encontró a Cartajena quien lo agarró y le dice:
-¿Dónde vas? Tú no pasas de aquí.
Responde el otro:
-Voy a ver a mi madre. Yo no sé qué habrá en casa, creo que mi madre es
muerta según oigo la bulla.
Le dice entonces Cartajena:
-N o hay tal. Vos has de entrar ahora conmigo. Ya a la señora lo he mandado por
delante, en breve te encontrarás con ella. A la fuerza lo hace regresar, lo manda ama­
rrar, lo lleva por un extraviado como media legua de la casa. Repentinamente lo hace
hincar, asimismo lo matan a palos, lo botan el cuerpo a un barranco, así lo dejan y
pasan ande estaba don Melchor Durán, que había estado en [f.76*] Matarani tres le­
guas distante de su casa a las 7 de la mañana lo encuentra y le dice:
-E l comandante don Eusebio Lira lo Llama. Toda la noche he venido y no lo he
podido encontrar.

-191 -
B eatriz R ossells

Don Melchor Durán, sin saber de lo sucedido en su casa, que le saludó con
mucho cariño. Luego se había bajado. En el camino ya le dice Cartajena, o ya en el río:„
-Vaya pues, apeate de la muía para que yo pase el río. ¿Qué quieres, que yo
pase a pie también?
El caballero se apeó de su cabalgadura y le dijo. Entonces dice que vio los
chicotes ensangrentados, se sorprendió. Ya le estaba Cartajena anunciando la muerte
haciéndole preguntas de su mujer e hijo, que si sabía dónde estaba ella y el botado.
Durán entonces conoció que este bribón hubiese hecho algo en su casa o pensaba hacer
con él, ello es que lo estaba entreteniendo con la conversación.
Matan a una anciana*
De Oruro entra el coronel Siguani [Seoane] con 600 hombres realistos a Cavari
y manda poner una soga al pescuezo del señor cura doctor don Matías Calvimontes
queriéndolo ahorcar en la torre o declare de su plata: este señor pensando lo ejecutasen
declaró de su plata que había tenido oculto de debajo de una troje de trigo; lo dejan en
el cementerio los soldados, acuden a la casa, rompen la troje y sacan 8000 o 10000
pesos. En el acto la agarran a una anciana señora doña Juana Facunda, beata que le
servía al señor cura Calvimonte, la estiran y la azotan a una anciana hasta que declare
de su plata: esta señora infeliz anciana hostigada de los azotes declara, le roban 1000 y
tantos pesos suyos propios. En seguida rompen la ventana del sagrario de la iglesia,
por ay se entran a robar toda la plata labrada, vasos sagrados, hasta las crismeras de los
santos óleos robaron y se perdieron porque eran de plata. Dispersan partidas por algu­
nas partes, habían pescado éstas, meten a 10 indios (entre ellos a un tal don Silvestre
Hernández capitán comandante de la Patria, vecino del pueblo de Taca en los Yungas
de La Paz), a los 11 los fusilaron a unos infelices sin más delitos que el haber nacido en
el suelo americano.
Pasa al pueblo de Ichoca donde hicieron casi lo mismo queriendo robar la igle­
sia o sacar algo, mas como el señor cura doctor don Manuel Pereira era de la opinión
real y opuesto a la Patria él y toda su familia eleva [f.221*] su queja al señor virrey.
Restituyeron todo lo que habían robado de esta iglesia pero de Cavari nada: una corona
de la Virgen patraña de la doctrina (de la advocación de Guadalupe) de oro macizo
vaciado que tenía tres libras se lo llevaron. Así estaban estos pueblos miserables e
indefensos espuestos a la carnicería y rapiña de las tropas españolas.

Ni un grano de qué comer**


A los cuatro días como a las 2 de la tarde se fueron para el pueblo de Machaca
pero la divina providencia hizo que no pescó a uno ni hombre ni mujer. Yo me hallaba
en el cerro de Chicote (como ya dije) sin tener que comer, así mismo mi familia y otras
muchas que habían en aquel dicho cerro. La mayor compasión y ternura que causaba
* Ibid. pgs. 258-259
* Ibid. pgs. 325-326

- 19g -
é la s oM iyeres en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y rea lid ad es d e l s ig lo X IX

eran las familias (siete individuos que estábamos juntos fuera de otras que estaban algo
distantes) y no tener absolutamente que darles porque el poco combustible que lleva­
mos en tantos días se acabaron, cómo clamaban al cielo del estado en que se hallaban.
Y a este tenor andaban partidas en todas partes y en todas las montañas los españoles,
así es que causaba una lástima ver a las criaturas.
El 13 de setiembre a las 5 y más nos bajamos como quiera al río nomás y con
una sospecha de que fuésemos pillados, que estuviesen los enemigos emboscados. Ah
sospecha bien meditada, cuando antes de que rompa el día ya oímos tiros de fusil como
20 en mi misma casa. El caso había sido esto, que dos soldados de los dispersos de los
nuestros habían estado ocultos en otra montaña cerca de la casa pensando que se hu­
biesen pasado los enemigos al día siguiente, así dicen que esperaban de día en día, y
viendo que se fueron la tarde del día 13 se habían salido (cómo estarían de hambre, ¿o
tendrían en sus mochilas?), se habían entrado a dormir a un solar de casa. La suerte que
les quiso proteger, uno de ello se había levantado [f.273] y sale a hacer aguas mayores,
divisa ya al rayar el día, ve que venía un trozo de gente, éntrase de carrera al solar,
recuerda al compañero ligeramente y le dice:
-Arriba, el enemigo esta sobre nosotros.
Salen los dos, caminan lentamente y de una distancia como de una cuadra y
más dícele el uno:
-E n vano me has recordado quitándome el sueño y que dulce que dormía.
Entonces había estado cerca el enemigo rompe fuego y dicen:
-Ahora dormirán más dulce que jamás recordarán.
No les tocó ni una bala, y de tan cerca cuando oyeron lo que hablaban. Entonces
salen corriendo y escaparon, se bajan al río (a las 5 y más de la mañana), llegan al
trecho donde estábamos ya andando y esperando a uno que mandamos a ver y esplorar
lo que contenían esos tiros. Los dos soldados escapados que nos ven parten a correr
monte arriba y nosotros viendo a ellos partimos a correr monte abajo abandonando a
las mujeres e hijos, con un miedo unos a otros. Ya como a un cuarto de hora algo menos
nos llamaron en que no había nada. Regresamos, a poco se vienen los dos soldados
armados, y nos avisó todo lo sucedido. A las 9 o 10 se fueron los soldados españoles
como más de 30 hombres para Mohosa. A las 2 de la tarde nos fuimos a nuestras casas,
pero de qué nos servía cuando no hallamos un grano de qué comer por de pronto esa
noche más que tanto destrozo hecho, tanta lástima de nuestra pobreza, arrasado entera­
mente sin poder cómo sufragamos.

El entierro de Manuela (alias la Gordita)*


El 21 el desgraciado Ayllón a las 10 del día le da una puñalada a una mujer
llamada Manuela Navarro (alias la Gordita) en la pierna, originada de unos celos (como
había sido su moza la tal muchacha). La herida no había sido de mucha consideración
* Ibid. pgs. 335-336

- 193-
B eatriz R ossells

en carne muerta pero a la una hora expiró. Dan parte de lo ocurrido al coronel Lanza,
que este señor por ese tiempo pasaba por esa calle y se aproxima oyendo bulla. Des­
pués de que dio orden a un ayudante a que lo pillen a Ayllón -ah suerte la de este
hombre- algunos compañeros le dicen a éste:
-Escápate, mira, sabe ya el coronel.
Entonces sale de carrera para el campo, agarra una [f284] bestia y regresa a
sacar su montura. Algunos amigos oficiales le dicen:
-M ira Ayllón, escóndete siquiera entrando entro de los matorrales, mira que te
busca ya gente armada. *.
Regresa del campo y en una de las calles se encuentra con el mismo coronel.
Este señor le dice:
-¿Dónde va usted? Venga conmigo.
Lo llama, a la sazón parecen dos soldados al coronel, ordena que lo lleven
delante de él, lo presenta personalmente a la prevención. Acto continuo lo levanta al
sumario militarmente, sucediendo todo como a las 11 de la mañana algo menos. A las
10 de la noche lo pasan a capilla.
Al día siguiente a las 10 del día lo pasan por las armas sin dar audiencia alguna
ni oír los empeños de la oficialidad, y se enterró primero que la difunta, y era un
hombre muy valiente. Cuando la pasaban a la difunta divisa Ayllón de la capilla donde
estaba (que era una tienda de la plaza), dice:
-Ayer tu alma me llevó la delantera, ahora tu cuerpo me lleva también entrando
a la iglesia, pero yo te ganaré en entrar bajo de tierra a la sepultura. Anda, infeliz por
mí, y yo por voz.

- 194-
é^as oMujeres en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

* «El alzamiento de las mujeres» en la novela «Juan de la Rosa»*


Nataniel Aguirre, 1885

El 27 de mayo, a la hora en que rodeados de la mesa -la abuela sentada en la


única silla y todos los demás de pie- acabábamos de tomar alegremente el frugal al­
muerzo preparado por Garita, llegaron acezando a la puerta diez o doce mujeres del
mercado, entre las que reconocí a mi pobre María Francisca más haraposa que nunca.
-Ya vienen... están en la Angostura. Dicen que matan a todos los que encuen­
tran.. . que han quemado las casas... ¿qué va a ser de nosotras, Virgen Santísima de las
Mercedes? -dijeron todas juntas en quichua, pronunciando a un tiempo cada una algu­
na de las frases anteriores u otras parecidas.
La abuela se levantó golpeando fuertemente la mesa con su báculo.
-¡Ya no hay hombres! -gritó-. Se corren delante de los guampos condenados!
Ven aquí... ¡vamos, hija! -continuó buscando con la mano a Clara, quien se acercó
pálida y temblorosa a ofrecerle el hombro-. ¡Adelante, todos! -concluyó señalando
con su palo de calle.
Salimos todos. María Francisca recibió el encargo de cerrar la puerta y de se­
guirnos. Nuestra intrépida generala no consentía que nadie, ni la infeliz mujer medio
idiotizada se quedase sin participar de la gloria que se prometía hacer conquistar a los
patriotas.
-¡Viva la patria! -gritamos al poner los pies en la calle.
-¡M ueran los chapetones! Ahora sí, ahora debemos gritar: ¡mueran los
chapetones!, hijos míos -exclamó la anciana con voz vibrante que dominaba las de los
demás.
Tomamos, gritando siempre de aquel modo, la calle de los Ricos, que conducía
directamente a la plaza. Las puertas de las casas se cerraban con estrépito y oíamos
asegurarlas por dentro. Había a trechos, y principalmente en las esquinas, corrillos
compuestos en su mayor parte de mujeres y muchachos, que se incorporaban a nuestra
banda o las arrastraba ésta irresistiblemente consigo. Cuando llegábamos a la esquina
de la Matriz, la abuela preguntó:
-¿Porqué no tocan las campanas?
Y un instante después, como si su deseo se realizara por encanto, comenzó a
oírse el toque de rebato en la alta torre.
Grupos como el nuestro afluían por las otras esquinas. Por la calle del barrio
popular de San Juan de Dios desembocaba el más numeroso de todos, conducido por el

* Juan de la Rosa. Memorias del último soldado de la Independencia, Editorial Serrano. Cochabamba, 1958. pgs.
263-280.
Nataniel Aguirre (1843-1888) Abogado, estadista. Luchó contra la tiranía de Melgarejo y participó en la Guerra
del Pacífico. Miembro de la Asamblea, Ministro de Gobierno y de Relaciones, profesor universitario. Publicó
varios libros: La G uerra d e l P acífico, V isionarios y M ártires, L a B io g ra fía d e Bolívar.

- 195-
B eatriz R ossells

Mellizo y el Jorro, armados ambos hasta los dientes y danuo muestras de haber conti­
nuado la mona sin descanso, desde la mañana del 25.
-Ahora veremos a esos guapos -dijo la abuela con disgusto, cuando las dos
bandas se confundieron fatalmente en la esquina que forman las dos calles.
Había un centenar de personas reunidas ya al frente del cabildo, y allí se agolpó
la multitud, llenando poco después casi toda la plaza.
Llegaban de los alrededores de la ciudad campesinos armados de hondas y
garrotes. Los carniceros, llamados mañazos, venían con largos cuchillos afianzados
en sus palos, y sus mujeres les seguían, provistas de las mismas armas.
La entrada del cabildo estaba guardada por dos centinelas; el resto de la guardia
formaba en el zaguán: veíanse en el patio algunos hermosos caballos con lujosas mon­
turas de terciopelo bordado en oro y plata y correajes enchapados. Los gritos no cesa­
ban un instante; las campanas exhalaban esa especie de lamento fuñebre, aterrador con
que anuncian el peligro y demandan socorro.
Los matones que hacía tres días capitaneaban a la chusma bullanguera, quisie­
ron forzar la guardia del cabildo; pero retrocedieron a guarecerse asustados entre las
mujeres, tan luego que vieron el primer fusil apuntando contra ellos.
-¡Que salga el gobernador -dijo una voz de entre la multitud, y toda ella repitió
en el acto: ¡que salga el gobernador! ¡que salga el prefecto! ¡queremos que salga don
Mariano Antezana!
Un instante después apareció éste en la galería superior, seguido de algunos
caballeros criollos del partido de la resistencia. Estaba sin. sombrero y tenía un papel en
la mano. Era de mediana estatura, un poco grueso; su rostro sin barba, completamente
rasurado, con ojos claros de mirada apacible, calva y espaciosa frente, rodeada de cabellos
castaños con muchas canas venerables, inspiraba respeto, pero nunca podía infundir
temor a la multitud que lo había llamado y que lo saludó con una aclamación general.
— ¿Qué hay, hijos míos? ¿volvemos a las andadas, incorregibles gritones? —
preguntó tranquilamente.
—No queremos rendimos... que no nos vendan... ¡que nos entreguen las armas!
¡mueran los tablas! —respondieron a un tiempo muchas voces.
— Es una locura, hijos míos —repuso el prefecto.—
Dicen que don José Manuel Goyeneche viene de paz. Yo voy a entregar el
gobierno al cabildo; pero declaro que soy patriota y que no pido compasión. Sí, paisa­
nos, yo diré hasta lo último: ¡viva la patria!
La multitud contestó entusiasmada a este grito.
— Bueno —prosiguió el prefecto;— esto es lo que hemos querido todos... mu­
cha sangre ha corrido ya por la patria; pero Dios lo ha dispuesto de otro modo.
¡No, no! ¡eso dicen los cobardes! ¡nosotros no queremos rendimos! ¡Las ar­
mas! ¡ya veremos en qué paran los chapetones! —respondieron los de la banda del
Mellizo.

- 196-
Q ^ v C u jó t'S S en la h isto ria de S olivia - Im ágenes y re a lid ad es del s ig lo X IX

— ¡Que no vengan los chapetones! ¡No faltaba más! ¡que se vayan! ¿qué quie­
ren en nuestra tierra? ¿por qué han de venir si no queremos nosotras?, gritaron las
mujeres.
— ¡Ya no hay hombres! ¡venga vuestra merced, señor gobernador! ¡aquí estoy
yo que lo llevaré a verles la cara a esos picaros guampos!,—gritaba la abuela, teniendo
por delante a Clara más muerta que viva de terror, y a nosotros más entusiasmados que
nunca a sus espaldas
—Pero ¿qué voy a hacer, hijas mías? ¿Se ha visto una ocurrencia más loca que
la de estas picaras, endemoniadas mujeres? ¡Que se vayan! que no vengan, eh? ¡Bue­
no! ya se ha de ir de susto, al oír los chillidos de estas furiosas y de los muchachos!
— ¡No, señor!, —exclamó aquí alguno de los caballeros que estaban con el
prefecto;—el pueblo tiene razón...¡a las armas! ¡viva la patria!
El clamoreo de la delirante multitud fue entonces tal, que nada podía oírse ya
distintamente.
El prefecto — lo vi yo muy bien y no he podido nunca olvidarlo—se volvió
tranquilamente al que había hablado de aquella manera, y le dijo algunas palabras,
retirándose todos de la galería. Un momento después se presentaron en la plaza a caba­
llo. Uno de ellos corrió al antiguo convento de los jesuítas, en que estaban acuartelados
los dispersos de las tropas de Arze y Zenteno que habían ido llegando a la ciudad, y se
vio poco después salir a formarse en la calle un escaso batallón muy mal armado y peor
vestido. La multitud, gritando siempre, invadió el cabildo y se apoderó de diez o doce
cañones y más de cincuenta arcabuces que allí había. Todos se disputaban la dicha de
poseer alguna arma. Las mujeres no querían ceder a los hombres las que habían caído
en sus manos y defendían furiosamente la posesión de ellas. He visto ancianos que
apenas podían arrastrarse y niños de ambos sexos que ostentaban triunfalmente en el
aire las granadas de que cada uno se había apoderado.
En aquellos momentos llegaban a la plaza cuatro caballeros criollos, montados
en caballos cubiertos de sudor y espuma. El primero de ellos mostraba un pliego cerra­
do en la mano. Debieron ser la última comisión despachada por los prudentes, que
volvía con algunas de esas respuestas amenazadoras y evasivas de Goyeneche, que
revelan la perversidad y la doblez de su alma: «La desleal provincia de Cochabamba
ha colmado la medida de la clemencia», o «los buenos vasallos de su Majestad serán
amparados por las armas del rey».
Verlos la multitud y correr sobre ellos; rodearlos con gritos de burla y silbidos;
arrojarles puñados de tierra, de tal suerte que quedaron envueltos en una nube de polvo,
fue cosa de un instante, que más se tarda en decir. Confusos, aterrados no esperaron ellos,
tampoco, ni hacerse oír ni menos aquietar los ánimos irritados, y cada uno zafó como y
por donde pudo, desgarrando con las espuelas el flanco de su fatigada cabalgadura.
Era imposible ordenar de algún modo esa confusa y búhente masa popular, que
sólo ansiaba salir al encuentro del ejército de Goyeneche. El buen prefecto tomó senci-

- 197-
B eatriz R ossells

llámente la delantera; siguiéronle algunos caballeros; iban después los milicianos y


escasos soldados; luego el Gringo y Alejo, las mujeres y los de la banda del Mellizo,
arrastrando los cañones. Al pasar por la puerta de la Matriz, las mujeres pidieron a
gritos la imagen de la Virgen de las Mercedes, la Patriota, herida ya en Amiraya. Pero
el cura de la parroquia? don Salvador Jordán se presentó sobre el umbral, vestido de
sobrepelliz con el hisopo en la mano y seguido del sacristán que le llevaba el acetre, y dijo:
—Nadie entra de este modo a la casa del Señor... ¡ atrás!
— ¿Por qué, señor cura? —preguntó la abuela.— Venimos por nuestra madre...
no puede abandonamos —gritó en seguida, y mil voces repitieron sus palabras.
El cura, sofocado de furor, roció con el hisopo a las mujeres, repitiendo:
— ¡Atrás! ¡impiedad! ¡excomunión mayor! —y otras palabras que no parecían
muy eficaces; pues iba ahogándolas el clamor de la multitud a medida que salían de
sus labios, y las primeras oleadas avanzaban hasta él y retrocedían cada vez menos
ante el hisopo.
— Sí, señor cura! —gritó a su lado una voz que me hizo estremecer de ale­
gría;— ¡tienen razón! ¡qué se lleven a la Virgen cuanto antes!
— ¡Viva Fray Justo! exclamaron las mujeres.
El cura miró con asombro a mi querido maestro.
—No hay remedio—continuó éste;— ¡que se lleven a Nuestra Señora de las
Mercedes! que la hagan ver sangre humana! ¡que la madre del Redentor, la reina de los
ángeles vaya a oír blasfemias y aullidos de rabia y desesperación! Como ella es igual a
estas perdidas, nada importa que las balas la despedacen y le quiten la cabeza! ¡Ya se
llevaron dos dedos de su mano en Amiraya!
A estas palabras inesperadas las mujeres bajaron humildemente la cabeza. Mi
maestro conocía el secreto de reducir a la razón a las turbas populares. Había fingido
ponerse de su lado para llamar su atención, y usaba ahora del lenguaje irónico que más
le convenía.
— ¡Ea! —prosiguió;— ¿por qué no se la llevan? Las balas le gustan mucho a
Nuestra Señora... ¿Quién no sabe que ha sido imposible ponerle los dos dedos que le
faltan en la mano? El Cuzqueño... cabalmente creo, que está allí con el Mellizo —
puede contar lo que ha visto con sus propios ojos. Tres veces quiso ponerle los dedos
que él había hecho, y otras tres veces se cayeron sin poder pegarse de ningún modo!
¡Que venga el Cuzqueño! ¡que venga ese badulaque y diga si esto no es verdad!
Las mujeres temblaban.
¡Vamos! ¿quién quiere entrar a llevarse a la Virgen?
Sollozos y gemidos respondieron a esta pregunta.
— Bien, hijas mías dijo entonces el Padre, cambiando su tono irónico en pro­
fundamente tierno y melancólico. —La Virgen saldrá aquí, a la puerta, para dar su
bendición a los que van a morir por la patria.
Y vi, lectores míos, yo vi en seguida la escena más conmovedora que recuerdo

- 198-
(^ M u je re s en la h lsto ria de S olivia - Imágenes y realidades del s ig lo X IX

haber presenciado en mi larga vida de soldado de la independencia. La imagen fue


expuesta en la puerta del templo sobre sus andas, sostenidas por cuatro de aquellas
mujeres; el cura y el Padre agustino se arrodillaron a uno y otro lado de ella; la multitud
se postró en tierra, y el canto dulce y tiemísimo de «la salve» resonó en medro del
silencio que había sucedido a todos los gritos de furor, de muerte y venganza.
— ¡Idos! exclamó -levantándose mi maestro.— Es una locura... ¡Dios os ben­
diga, hijas mías!
Y se cubrió el rostro con las manos, y su seno se agitó convulsivamente.
— ¡Adelante! —gritó la abuela, y empujó a Clara, a la pobre Palomita, que
apenas podía sostenerse sobre sus piernas.
Pasaba yo tras ellas, con mis amigos, por la puerta de la torre que se abre sobre
la plaza; gritaba ya otra vez como todos y me entusiasmaba la idea de asistir al comba­
te y arrojar yo mismo una granada, cuando me sentí cogido de una oreja por unos
dedos que parecían de hueso, fui arrastrado al interior de la torre por una fuerza irresis­
tible, cerrándose inmediatamente la puerta y dejándome en tinieblas.
Lancé un grito de rabia; me volví furioso, con los puños cerrados, contra el que
así se atrevía a privar a la patria de uno de sus defensores, y... me encontré frío, mudo
ante los chispeantes ojos de mi maestro, que brillaban inquietos en sus órbitas.
—Es una locura... ¡oh! yo la comprendo; yo iría a hacerme matar con ellos, hijo
mío, si un deber muy grande no me ordenase ahora vivir aún para otro más desgraciado
que yo —me dijo.— Pero tú, pobre niño —continuó con acento de paternal persua­
sión—¿para qué vas a presentarte débil, indefenso, desarmado, a los que más tarde
puedes combatir mejor en defensa de la patria? ¡No!, yo no lo quiero... te mando no
separarte de mí... ¡en nombre de tu madre!
Yo estreché fuertemente su mano descamada entre las mías, e iba a rogarle que
me permitiese volver al lado de la abuela; pero él se inclinó y murmuró a mi oído estas
palabras, que bastaban para que le siguiese dócilmente hasta el fin del mundo:
— ¡Por tu padre! Tú lo verás para cerrarle piadosamente los ojos en la hora de
su muerte!
■En seguida subió la escalera de la torre, y yo subí tras él hasta el primer cuerpo
en que se abren las ventanas del campanario, donde me detuve para'tomar aliento. El
Padre hablaba consigo mismo, paseándose agitado en el campanario desierto ya y si­
lencioso.
—Es una locura... ¡Oh! si nosotros tuviésemos las armas perdidas en Huaqui!
¡si pudiéramos ponemos de algún modo en comunicación con el resto de la tierra...
Pero, encerrados así en el fondo de nuestros valles, con la honda, y el palo, y el cañón
de estaño, y la granada de vidrio por armas ¿qué nos resta? ¡Morir!.
—Ven —me dijo, deteniéndose súbitamente, y saltó a la bóveda del templo, por
una de las ventanas que daban a ella siguiéndole yo con menos agilidad a pesar de mis
pocos años y largos ejercicios gimnásticos.

- 199-
B eatriz R ossells

En aquel sitio dominante, desde el que se descubre toda la campiña, por sobre
los rojos tejados de las casas de la ciudad, había ya algunas personas, entre las que vi al
cura vestido de su sobrepelliz y al sacristán que, en su atolondramiento, lo había segui­
do con el acetre en la mano. Un caballero envuelto en su larga capa española, con el
sombrero calado hasta las cejas, llamó la atención del Padre, y no tardó en reconocerle
y entablar con él la siguiente conversación:
— ¡Cómo! ¿vuestra merced por aquí, señor Andreu?
—Yo mismo en persona, Reverendo Padre. Antes de ayer me trajeron en mi
cama a asilarme en una de las casas de este barrio. Hoy que la terciana me permite
caminar y el peligro arreciaba para mí, vine a asilarme en el templo y he subido con el
señor cura por curiosidad.
—En fin, ya se acerca don José Manuel de Goyeneche... ahora seremos noso­
tros los que busquemos un asilo y quién sabe no lo encontraremos ni en las entrañas de
la tierra.
—¿No he dicho ya que el peligro arreciaba 'para mí?
—No lo entiendo. Vuestra merced se burla'de mí, don Miguel.
—De ningún modo, Reverendo Padre. Un español peninsular, fidelísimo vasa­
llo de su Majestad el rey don Femando VII, que Dios guarde, puede correr hoy más
peligro que el insurgente don Mariano Antezana. El hombre de las tres caras... ¿no es
así como le llaman los patriotas?
— Sí señor Andreu, así le llamamos por la triple misión que recibió de la Junta
de Sevilla, de Pepe Botellas y de la infanta doña Carlota,
—Ese hombre no me perdonará jamás, por haber sido uno de los que le arranca­
ron la máscara, para que se viesen esas tres caras, que hacen la de un solo y verdadero
intrigante.
—Y execrable americano.
Una ráfaga del viento del sud trajo hasta nosotros un confuso clamor, mezcla de
todos los sonidos que puede producir la voz humana, que me recordó la comparación
que hacía Alejo de los gritos y silbidos de los patriotas en Aroma con las de la multitud
en la fiesta de toros de San Sebastián. Los dos interlocutores guardaron silencio, para
ver entonces, desde allí, el increíble combate que iba a tener lugar entre un pueblo
inerme y uno de los ejércitos mejor organizados, con todos los elementos de que podía
disponer la secular dominación española.
Ligeras nubes blancas como gasas flotantes, simétricamente plegadas a tre­
chos, hacían menos deslumbradora la luz del sol, que aparecía como un punto blanco
en medio de un círculo irisado, fenómeno frecuente en aquel cielo y aquella estación.
Si yo creyera que la naturaleza toma parte en las sangrientas luchas de los hombres,
diría que ella anunciaba así la bandera de la república, que al fin debía flamear después
de muchos años, gracias a ese y mil otros sacrificios que parecían insensatos...
Al pie del Ticti, pico saliente de las colinas de Alalai, una gran nube de polvo,

- 200-
1
(c ^ X ÍS C ~ X ^Ü J6 1 0' S en la h isto ria de S o livia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo .

en cuyo seno se distinguían fugaces resplandores, anunciaba la aproximación del ejér­


cito de Goyeneche. La multitud que iba saliendo de la ciudad inundaba la colina de San
Sebastián. La ciudad parecía completamente abandonada.
Reuniendo a mis propios recuerdos los minuciosos informes que recogí des­
pués, de muchas personas que presenciaron de más cerca los sucesos y tuvieron parte
en ellos, voy a deciros ahora todo lo que pasó entonces y que no han dicho hasta aquí
nuestros escritores nacionales, empeñados solamente en acriminar a Goyeneche.
El Gran Pacificador del Alto Perú Conde de Huaqui, a quien la conciencia de
españoles y americanos daba en aquel momento sus verdaderos nombres históricos,
por boca del fiscal Andreu y mi maestro, venía muy satisfecho a la cabeza de sus
tropas, con su Pedro Vicente Cañete y numeroso estado mayor, creyendo que de un
momento a otro vería salir a su encuentro al arrepentido pueblo de la ya sumisa Oropesa.
Figurábase que vendría el clero por delante, con el palio que debía dar sombra a su
laureada cabeza; que le seguirían el cabildo, justicias y demás corporaciones; que lue­
go se presentaría una diputación de señoras con palmas en la mano y lágrimas en los
ojos; que la multitud se agolparía por detrás, clamando: ¡piedad! ¡misericordia! Se
prometía él mostrarse sordo a la clemencia, severo, inexorable. ¡Era preciso que la
rebelde ciudad expiase sus repetidas traiciones al amantísimo monarca! ¡Qué dirían
sus valientes soldados a quienes había prometido hacer dueños de las vidas y hacien­
das de los insurgentes! Pero repentinamente oyó un clamor extraño, especie de carca­
jada y rechifla, que a un tiempo le arrojaba al rostro aquel pueblo siempre rebelde e
indomable, y miró por el camino y no vio a nadie, y levantó la cabeza y a la izquierda,
sobre la colina de San Sebastián, vio la realidad y despertó, para exclamar con rabia y
desesperación:
— ¡No hay más remedio que exterminar a esa incorregible canalla cochabambina!
( Dispuso entonces que sus tropas —más de cinco mil hombres de las tres ar­
mas— formasen en batalla apoyando su derecha en el Ticti y su izquierda en las barran­
cas del Rocha, para adelantarse a paso de carga, de modo que las alas fuesen descri­
biendo un semicírculo y se uniesen al fin al otro extremo de la colina de San Sebastián,
encerrándola en un círculo de fuego y de acero, que se estrecharía destruyendo sin
piedad a los patriotas. El terreno se presentaba enteramente despejado para esta manio­
bra Era un llano arcilloso, horizontal, nivelado por la naturaleza, en el que apenas se
veían a trechos raquíticos algarrobos. El cementerio público, que ahora existe al pie
mismo de la colina, fue construido muchos años después, durante el gobierno del Gran
\ Mariscal de Ayacucho. La pequeña aldea de Jaihuaico era una sola casa de hacienda
con una pequeñísima capilla.
Los patriotas habían colocado, entre tanto, sus cañones de estaño en la Coroni­
lla, aprestándose a servirlos hombres, mujeres y niños indistintamente, bajo la direc­
ción del Gringo y de Alejo, animados por la voz incesante de la abuela. Los que tenían
fusil, arcabuz honda o granadas se formaron confusamente para defender los costados.

-201 -
B ea triz R ossells

Una multitud completamente inerme de mujeres y niños se agitaba por detrás, rodean­
do a Antezana y los caballeros que le acompañaban. Ni un instante se interrumpían los
gritos de insensato desafío, los silbidos de burla, las inmensas carcajadas que llegaban
hasta mí, agitándome con estremecimientos nerviosos y arrancándome lágrimas de
furor y de vergüenza. Más de una vez estuve a punto de correrme y bajar a brincos la
escalera, para volar a donde creía estaba mi puesto; pero una mirada del Padre me
contenía, y volvía yo a mirar al través de mis lágrimas la colina lejana en donde iba a
morir un pueblo desesperado. De allí partieron los primeros disparos de cañón y de
arcabuz. Las tropas enemigas seguían avanzando a paso de carga, sólo rompieron el
fuego general cuando se vieron a distancia de ofender. El clamoreo de la multitud
creció entonces, como un inmenso alarido de rabia y de dolor que debieron arrojar
todas aquellas bocas al ver derramamiento de la primera sangre. Vi, también, desde
aquel momento, correr por el lado en que la colina desciende suavemente a la plaza de
su nombre, muchas personas intimidadas, notando que eran más los hombres que las
mujeres; y he sabido posteriormente que; aquel ejemplo de cobardía lo dieron el Melli­
zo, el Jorro y los más bulliciosos de su banda.
Menos de una hora tardaron las tropas de Goyeneche en rodear completamente
la colina. Quedaban sobre ella: como doscientos patriotas de ambos sexos y de todas
las edades, niños que sus madres abrazaban con desesperación contra su seno, jóvenes
que iban a vender cara sus vidas, ancianos que no tenían fuerzas para arrojar una piedra
certera a sus enemigos. El prefecto Antezana y los caballeros de su comitiva, consi­
guieron salvarse merced a la ligereza de sus caballos, no sin recibir la mayor parte de
ellos alguna herida, y sin dejar a dos muertos en el campo.
Más tiempo que el combate —le llamo así porque no quiero contrariar el parte
del Sr. Conde de Huaqui— duró el exterminio, la matanza sin piedad de los que se
encontraron sin salida en aquel círculo de muerte, que se hacía más insuperable cuanto
más se estrechaba. Los soldados de Goyeneche no dieron cuartel a nadie, ni a las
mujeres que se arrastraban a sus pies... Era la hora de matar; había tiempo de satisfacer
otras brutales pasiones en la ciudad, cuya suerte les había entregado su general...
Voy a deciros lo que fue de algunas personas humildes, cuyos nombres no figu­
ran en la historia, pero que tantas veces han aparecido en ésta de mi oscura vida.
Clara, la pobre Palomita, se había desplomado desmayada delante de la abuela
a los primeros disparos, y fue salvada sin conocimiento por las mujeres que comenza­
ron a huir con el Mellizo y su digno compañero. Dionisio ocupó su lugar y cayó con el
cráneo destrozado. Mi amigo Luis le sucedió resueltamente, y su voz resonó con la de
la anciana hasta que una bala le atravesó los pulmones. Su padre, el Gringo, hizo pro­
digios de valor, sirviendo con Alejo los cañones de estaño. Cuando vio perdida toda
esperanza de salvarse, cuando advirtió, sobre todo, que los implacables soldados de
Goyeneche mandaban arrodillarse a los patriotas, exclamó en francés:
— Non, sacré Dieu! non, par la culotte de mon pere!

- 202-
^ K {ü j6 T '6 S en la historia de BolM a - Imágenes y realidades del siglo XIX
g Q ó íS <

Y revolviendo contra su pecho la boca del cañón que había cargado de metralla,
encendió la ceba, y cayó lejos despedazado1.
Alejo, más feliz que él, sintió subírsele la sangre a la cabeza, se acordó de
Aroma, embistió al primer granadero que se le puso por delante, le arrebató su fusil y
escapo de la muerte^ herido de todos modos, sin saber él mismo cómo, merced a sus
hercúleas fuerzas y a la ligereza de sus piernas.
Los vencedores encontraron en la Coronilla un montón de muertos, cañones de
estaño desmontados, medio fundidos, y, sentada en las groseras cureñas de uno de
ellos, teniendo a dos niños exánimes a sus pies, una anciana ciega, de cabellos blancos
como la nieve.
— ¡De rodillas! Vamos a ver cómo rezan las brujas —dijo uno de ellos apuntan­
do el fusil.
La anciana dirigió de aquel lado sus ojos sin luz, recogió en el hueco de su
mano la sangre que brotaba de su pecho, y la.arrojó a la cara del soldado antes de
recibir el golpe de gracia que la amenazaba!
¡Sin embargo de todo esto, los historiadores de mi país apenas hablan de paso
del «combate de los cañones de estaño!» ¡No han visto lo que dijo de él la prensa de
Buenos, Aires y repitió la de toda América y tuvo más de un eco más allá del Atlántico!.
-x -x -x -x -
Creí haber puesto punto final a este capítulo; pero Merceditas que no me deja
en paz ni un momento, y quiere tener parte hasta en la redacción de mis memorias, y
viene a leer por sobre mi hombro lo que escribo2, me dijo repentinamente:
—Yo pondría aquí cuatro renglones de un libro que conozco y tuvo gran nom­
bre en tiempos gloriosos para tu patria.
—¿Y cuál es? —le pregunté sonriéndome con suficiencia, porque tengo la de­
bilidad de creer que sé más que ella, por más que muchas veces me haya convencido de
lo contrario.
Ella tomó de mi estante el pequeño volumen de «La educación de las ma­
dres», por Aimé Martin: lo abrió en la página que tenía señalada con una cinta de los
tres colores nacionales, y lo presentó a mis ajos.
— ¡Tienes razón, y la tienes siempre en todo, mujer de mis pecados! —exclamé
al punto y copié del libro lo siguiente:
«La América de los Estados Unidos es un mundo nuevo que nace para las nue­
vas ideas tal será la América del Sud después de su triunfo; porque no puede dejar de
1Este hecho lo veo hoy confusamente recordado por mi amigo don José Ventura Claros y Cabrera, en los apuntes
para la historia del Joven Viscarra.
: Al pie de la página en que esto dice el benemérito coronel La Rosa hay pegado con una oblea un sobre de carta, en el que la
respetable esposa de nuestro veterano ha escrito estas palabras: “No le crean al viejo chocho. El es más bien mi sombra, mi
moscón...¡no me deja en paz! Quiere que me esté a su lado mientras escribe sus chocheces. Pero es muy cierto lo que refiere en
seguida. M. A. De la R.” No sabemos si el autor lo habrá notado al tiempo de remitimos sus manuscritos, y le pedimos mil
perdones, si comentamos una indiscreción. Nota del editor.

- 203-
B ea triz R ossells

triunfar la nación en que las mujeres combaten por la causa de la independencia y


mueren al lado de sus hermanos y de su marido. Ha de triunfar la nación en que un
oficial pregunta cada noche en presencia del ejército: «¿Están las mujeres de
Cochabamba?», y en que otro oficial responde: «Gloria a Dios, han muerto todas
por la patria en el campo de honor».
— ¡Tienes razón! —volví a decir en seguida.—Yo me acuerdo que la primera
noche en que pasé lista como tambor de órdenes en el ejército porteño de Belgrano, oí
esas mismísimas palabras con una emoción que no te puedo explicar, ni se explica de
otro modo que con lágrimas. Aquel gran hijo de América, de quien tengo yo que hablar
mucho y a mi modo, pidiendo para él la eterna gratitud de mi país, había querido
estimular el valor de sus soldados honrando a las mujeres de Cochabamba de la mane­
ra que el ejército francés honraba la memoria de su primer granadero La Tour
d ’Auvergne. J
— X— X— X— X—
Después de muchos años, veo con orgullo muy bien tratado este punto por el
ilustre historiador argentino Mitre. Dice así:
«Cediendo a la influencia de las autoridades, los cochabambinos enviaron una
nueva diputación a Goyeneche... Pero no era ésta la resolución del pueblo: resuelto a
[' recer antes que rendirse se reunió en la plaza pública en número de mil hombres, y
allí interrogado por las autoridades si estaba dispuesto a defenderse hasta el último
trance, contestaron algunas voces que sí. Entonces las mujeres de la plebe que se halla­
ban presentes, dijeron a grandes gritos, que si no había en Cochabamba hombres para
morir por la patria y defender la Junta de Buenos Aires, ellas solas saldrían a recibir al
enemigo. Estimulado el coraje de los hombres con esta heroica resolución, juraron
morir todos antes que rendirse, y hombres y mujeres acudieron a las armas, se prepara­
ron a la resistencia, tomando posesión del cerro de San Sebastián, inmediato a la ciu­
dad, donde aglomeraron todas sus fuerzas y el último resto de sus cañones de estaño.
Las mujeres cochabambinas inflamadas de un espíritu varonil ocupaban los puestos de
combate al lado de sus maridos, de sus hijos y sus hermanos, alentándolos con la
palabra y con el ejemplo, y cuando llegó el momento, pelearon también y supieron
morir por su creencia. ' <
«A pesar de tan heroica perseverancia, a pesar de tanto sacrificio sublime,
Cochabamba sucumbió»... \
Estas cosas deben ser recordadas de todos modos: en los libros, en el bronce, en
el mármol y el granito.. ¿Por que no erigirían mis paisanos un sencillo monumento en
lo alto de su graciosa e histórica colina? Una columna de piedra, truncada en signo de
duelo, con un arcabuz y un cañón de estaño —precisamente de estaño y tales como
fueron—y con esta inscripción en el basamento: «27 de mayo de 1812», serviría mu­
cho para enseñar a las nuevas generaciones el santo amor de la patria, que ¡vive Dios!
parece ya muy amortiguado.

- 204-
(^ C jX S C ^ t {'u jC V C S en la h isto ria de B °H via - Im ágenes y rea lid ad es del s ig lo X IX

• La Teniente Coronela de la Independencia


Gabriel René Moreno, 1886 *
Manejando a caballo la lanza con empuje singular, y vistiendo pantalón blanco
mameluco, blusa escarlata husareada de oro y casco liviano de bruñida plata con cime­
ra, la tenienta coronela de las guerrillas de la independencia altoperuana, comparte hoy
día, en la imaginación del pueblo, comparte con su ilustre esposo la marcial legendaria
nombradla de caudillos denodados y constantes, caudillos de las partidas de campesi­
nos, que en servicio de la causa patriota regaron con su sangre las antiguas provincias
de La Plata y Potosí.
Era doña Juana Asurduy, de sangre mestiza en ese grado de cruzamiento en que
predomina más bien la tez indígena el tinte audaluz* Nació en Chuquisaca el 8 de
marzo de 1781, y allí mismo rindió el último suspiro el 25 de mayo de 1862, a la edad
de 81 años.
Mayo 25, célebre fecha de su ciudad natal, por ser la del nacimiento de la causa,
á que debía doña Juana consagrar sus años juveniles de amor, de gloria y de libertad.
Su espíritu no fue extraño, ni con mucho, a la rudimentaria educación que la
colonia brindaba aún a linajudos y adinerados criollos. Pasó algún tiempo entre mon­
jas con el Año Cristiano debajo de los ojos. Cumplía los 24 el día justo y cabal de 1805
en que se desposaba con Padilla. Siete años apenas de hogar apacible le tenía el destino
reservado.
Desde 1812 el infatigable jefe de montoneros, siempre sobre el caballo, apare­
ciendo tan pronto en un lugar como en otro, se consagró enteramente a la guerra contra
los realistas; guerra de partidarios, de caballería irregular y ligera, entre sierras y bre­
ñas, con emboscadas y sorpresas, sin cuarteles de invierno ni comisaría proveedora.
Doña Juana peleaba al lado del esposo y más de una vez la tocó llevar al combate
algunas partidas. Cinco años aquellos de infatigables correrías y terribles encuentros.
Desde 1816 los ejércitos realistas señorearon predominantes los centros princi­
pales del Alto Perú. La terrible republiqueta andante del Sur recibió rudo golpe, golpe
nunca bien reparado, en el sangriento combate del Villar. De allí escapó herida doña
Juana dejando en el campo entre los muertos a su esposo. Unióse entonces a las cara­
vanas de la emigración a la Argentina y dejó el Alto Perú.
Alguna vez en Salta las montoneras de Güemes la llamaron; su grado de tenienta
coronela le abrió un puesto en las filas; el propio instinto de la guerra la arrancaba
quizá del albergue al campamento. Pero hay tiempos que no vuelven a buscar al que
una vez dejaron en la soledad de los recuerdos. Estaba ella fuera de sus montes y
laderas; había perdido su égida marcial en la jomada de 1816. La esposa de Padilla no
estaba destinada a figurar ni señalarse entre los gauchos, como entre los cholos volun­
tarios había sabido figurar y señalarse.

* En L a s M a ta n z a s d e Y áñez 1861-1862. Imprenta Cervantes, Santiago de Chile, 1886.

- 205-
B eatriz R o ssells

Hubo de volver al hogar fijo y pacífico en poblado, resignada a su nueva suerte,


que era otra batalla, la de trabajar para vivir y suspirar en tierra extraña.
Por fin, el estruendo de Ayacucho resonó en el hospitalario asilo como un lla­
mamiento del suelo natal. Fue de los primeros en repatriarse. Un año después, en 1825,
Simón Bolívar le estrechaba la mano en Chuquisaca y decretaba su pensión.
En llegando hubo de abrir una nueva suerte de campaña, la de los litigios engo­
rrosos y gravosos, para reivindicar un periodo de propiedad, no bien adquirido en su
ausencia por terceros al amparo de la ley marcial de los realistas. Pero de mano de los
vencedores halló pronta justicia por la vía administrativa, y luego al punto pasó a la­
brar la tierra en pos de adquirir por allí bienestar para la vejez.
No lo alcanzó. Lejos de eso, en sus últimos años tuvo que vender aquella finca
para hacer frente a premiosa necesidad. El presupuesto nacional seguía anualmente
glosado, en la partida de pensiones, el item aquel de Simón Bolívar: “A la tenienta
coronela de la patria doña Juana Azurduy... 480 pesos”.Pero el pago era alguna vez
intermitente y precario. Los tiempos no eran de plata sino de hierro. No eran diferentes
de aquellos en que ella guerreaba por fundar esta patria independiente y sin ventura.
No alardeaba, sin embargo, de lo pasado ni murmuraba de lo presente. Era
sobria de palabras como un veterano. Algunos niños curiosos y ladinos, en sabiendo
que moraba de paso en la ciudad, nos costeábamos hasta su alojamiento y la acosába­
mos a preguntas*. Imposible que se prestara nunca a un franco relato. Pero una vez,
tocada seguramente en la noble, abriéndosele con ceño varonil las ventanillas de la
nariz casa tanto como la boca exclamó:
“Guay que al fin rajaron la tierra aquellos chapetones malditos”.
Rajaron la tierra. Esto si que es escapar llevando el terror y velocidad del rayo.

* Es emocionado el recuerdo que Gabriel René Moreno guarda sobre la guerrillera a quien conoció personalmente
en la ciudad de Sucre, mientras él era un jovencísimo estudiante del Colegio Junín, y ella vivía pobremente ya
olvidadas sus glorias en el combate. Junto con otros niños, narra Moreno, hacían todo un viaje hasta su alojamiento
y la acosaban a preguntas, y sólo una vez, abriendo su ventana, les espetó una contundente respuesta contra los
chapetones.

- 206-
^ M u je r e s en la h isto ria de S olivia - Imágenes y realidades d el s ig lo X IX

• H e r o ín a s P o to s in a s
A d o lf o V argas, 1 8 8 9 *
He ahí dos nombres que la historia tiene que consignar siempre en brillantes
pájinas, y que deben vivir grabados en todo pecho patriota, muy especialmente en todo
corazón potosino, porque representan el heroísmo, la abnegación, el sacrificio de dos
hijas de esta tradicional ciudad.
Algo se ha escrito respecto á estas dos notables potosinas, pero simples esbozos
en que apenas se ha perfilado sus siluetas. Poseedor, por tradición, de algunos infor­
mes relativos á su vida, he creído de mi deber darles publicidad, como homenaje á esas
mártires de la libertad, como lijeros datos á la historia, sin pretenciones de biografía, ni
mucho menos.

Doña Andrea Arias y Cuiza, criolla, hija de decente familia potosina, era en la
época á que nos referimos [1816], una garrida moza que frisaba al rededor de 23 a 25
años. De regular estatura y formas un tanto pronunciadas, tenia los ojos negros, lucien­
tes, nariz algo escorzada, señal de audacia, bien delineada boca con sonrosados labios,
pobladas y negras cejas y un par de abundantes trenzas del mismo color, signo de
virilidad y enerjía. No se puede decir que era una hermosura, pero formaba un conjun­
to agradable, simpático y atrayente, y cuando vestía, á la limeña, una elegante pollera
de atraque, de lana, la llevaba con tal aire y tal gracia que podía encender una hoguera
hasta en los corazones mas helados. Espíritu levantado, capaz de las mas grandes sen­
saciones, unía á la dulzura de sus sentimientos, un carácter firme e intrépido.
Había perdido á sus padres y vivía en su casa propia, en la calle de San Roque,
la que hoy forma esquina entre las calles Constitución y Linares, esquina llamada antes
Cori-chaca, la que hemos conocido todavía con el nombre de casa de las Arias y Cuizas.
Doña Andrea tenía dos hermanos, el uno sacerdote, entonces cura de San Lucas,
y el otro un joven, ardiente patriota que militaba á la sazón en las filas del valiente
guerrillero Camargo. Desgraciadamente no hemos podido alcanzar a conocer sus nom­
bres propios.
Respecto a doña Francisca Barrera apenas si hemos llegado á obtener muy re­
ducidos informes en cuanto á su persona y sus condiciones de existencia1. Parece que
era de una posición un poco más humilde que doña Andrea Cuiza y Arias y que debía
rayar ya por los 30 años, pero con frescura y animosidad de la primera juventud.
No obstante de esa cierta diferencia de nivel en edad y condición social, doña
Andrea y doña Francisca eran amigas íntimas y estaban ligadas por el parentesco espi­
ritual del comadrazgo. Eran vecinas; pues, la Barrera vivía en Llama-Cancha, casa que
* La Arias Cuiza y la Barrera.
Imprenta de E l T ie m p o , 1889 (Leído por su autor, en la Velada de las Escuelas, el 10 de nobiembre de 1889).
' Sobre este punto respetamos la opinión del ilustrado escritor doctor Modesto Omiste, que indica ser dos las Barrera que
fueron fusiladas, doña Francisca y doña Bartolina. Nuestras investigaciones solo nos han proporcionado datos en cuanto a la
primera.

- 207 -
B eatriz Rossells

se halla situada en la calle Linares, mas arriba de las Cuatro Esquinas. Las unía un
cariño leal y sincero y una notable paridad de sentimientos y afecciones. Bullía en sus
nobles almas el fuego ardiente del patriotismo, como resultado de las ideas de libertad
é independencia que se levantaban sobre charcos de sangre. Pero no adelantamos los
sucesos.

La libertad, don precioso del hombre, tiene que sobreponerse siempre á todas
las miserias de la vida. No importa que la fuerza bruta, que el imperio de las tiranías y
el tenebroso poder del fanatismo, la encadenen durante largas eras. Sol de vividos
fulgores desprenderá siempre sus brillantes destellos para alumbrar grandes é inmen­
sos horizontes de felicidad y ventura.
En las postrimerías del pasado siglo operóse una gran evolución social en Euro­
pa. La revolución francesa, echando por tierra las añejas tradiciones, basadas en un
indigno desnivel de la humanidad, sepultando bajo los escombros del pasado el dere­
cho divino de los reyes y llevando torres de luz á las oscuras rejiones de la perversión
y la ignorancia, hizo la declaración de los derechos del hombre, mostrándole los verda­
deros senderos en que debían desarrollar las fuerzas de su actividad.
La voz de redención social repercutióse del antiguo al nuevo continente que
hacia tres siglos estaba sumido en la esclavitud.
Conmovióse en toda su estensión el suelo americano, brotaron los genios y los
héroes, y el Alto Perú por su parte inauguró una lucha jigantesca.
En 1816 esa lucha se hallaba en su apojeo. Por todas partes la matanza y el
esterminio. El genio de la libertad lidiando á brazo partido con la esfinje de la opresión.
Potosí había dado ya su tributo de sangre. El 10 de noviembre de 1810, día que
hoy conmemoramos, gritó: “viva la Libertad”, y enarboló el estandarte de la emanci­
pación. Los que actuaron en ese movimiento pagaron con su cabeza su amor por la
independencia.
La sangre derramada había avivado mas el ardor patriótico. El sentido de liber­
tad había inflamado no solo el corazón de los hombres, sí que también hasta el de las
mujeres. Y es sabido que las afecciones y las pasiones son mas intensas en la mujer.
Nuestras heroínas se sentían inspiradas por ese fuego santo y eran patriotas.
Desde que se ahogó la revolución del 10 de noviembre, los patriotas no habían
cesado de conspirar y aquellas conspiraban con éstos, especialmente la Cuiza y Arias,
que jugaban un papel importante.
Hemos dicho que tenia un hermano que guerreaba á las órdenes de Camargo;
pues bien, por medio de ese y de doña Andrea se comunicaban los independientes de
Potosí con el guerrillero y sus parciales, así como los patriotas que en Puna, Chichas,
Tomina, Cinti y otros lugares se aprestaban á la lucha. Era, pues, la Cuiza y Arias, la
llave de la conjuración en esa Imperial Villa.
Entre tanto sucedía que ésta, víctima de la educación de su época, no sabía leer,

- 208-
en *a h isto ria de B olivia - Im ágenes y re a lid ad es del sig lo XIX

ni escribir y necesitaba de otra persona para el efecto. Esa persona era don Gregorio
Vargas, abuelo paterno del que estas líneas escribe, con el que ligaban a doña Andrea
intimas relaciones, como que eran prometidos esposos. Aquel, pues, leía y escribía las
cartas, comunicaba aquí todo lo que venia de fuera, y transmitía fuera el pensamiento
de los patriotas de Potosí.
Disponíase un golpe próximo y se esperaban noticias importantes de Camargo.
Entre tanto las autoridades realistas que presentían el movimiento, se pusieron
en guardia y desplegaron toda la actividad de su policía. La Cuiza era sospechada y se
la vigilaba y espiaba con mucho cuidado.

En una de esas tardes frías de Potosí, en que el cielo se hallaba encapotado, la


atmósfera pesada y húmeda y en que las nubes toman ese color indefinido que se llama
pecho de paloma, en una de esas tardes que llevan cierto pavor al espíritu y tristeza al
corazón, casi al cerrar la noche bajaba, por la parte superior de la calle llamada hoy
Linares, un indígena fatigado y jadeante se conocía que había hecho un viaje rápido.
Avanzó recatándose algo, hasta encontrar con una mujer que se hallaba en la puerta de
una casa y le pidió por favor que le indicara la morada de Doña Andrea Cuiza y Arias.
Aquella mujer, que no era otra que la Barrera, al oír el nombre de su comadre y amiga
condujo inmediatamente al indio á casa de ésta.
El indíjena venia de Puna, era portador de pliegos que contenian los importan­
tes avisos que esperaban. Llena de júbilo recibió la Cuiza y Arias las noticias que le
traía y encargo á don Gregorio Vargas transmitirlas á los conjurados.
En la noche, después de muy pocas horas de descanso, fue despachado el indí­
gena con una sola carta de doña Andrea á su hermano, en la que le noticiaba haber
recibido las comunicaciones y le anunciaba que muy pronto estallaría la revolución.
En tanto que la Cuiza, como buena patriota, se llenaba de placer y alegría con la
perspectiva de una próxima alborada de libertad, la policía tomaba sus medidas para
que esa alborada se convirtiera en negra y tenebrosa noche.
Hemos dicho que aquella era espiada. Bien, pues; cuando llegaba el Indio, los
sayones que espiaban, habian observado cómo éste había hablado con la Barrera y
cómo la Barrera lo había conducido á casa de Doña Andrea. Después se apostaron para
ver lo que sucedía y esperar la partida del indio.
Cuando éste salió á la calle, no lo capturaron en el acto, sino que se pusieron en
su seguimiento, con la esperanza sin duda, de hacer algún nuevo descubrimiento, por
si fuera á buscar á alguna ó algunas otras personas complicadas. Mas, como llegasen
ya hasta las afueras de la ciudad y viesen que el indio tomaba dirección por el camino
del alto á Puna, le echaron inmediatamente el guante.

La carta de la Cuiza en poder de las autoridades realistas había debelado la


existencia de un complot; pero se ignoraba por completo quienes debían ser ó eran sus
autores. Allí no aparecía mas persona comprometida que aquella.

- 209 -
B ea triz Rossells

Se había querido hacer hablar al indio, aun por medios violentos; pero nada
sabía y por consiguiente nada pudieron arrancarle.
A media noche cuando dormían tranquilas, talvez entre ensueños fantásticos de
un porvenir venturoso, fueron sorprendidas, las dos nobles patriotas, en sus respecti­
vos hogares, por los ajentes de policía y la fuerza armada.
Se las redujo a prisión y se las encerró en lóbregos y húmedos calabozos.
La casa de la Cuiza había sido prolijamente requisada; pero no se le encontró
documento alguno que pudiera dar luz sobre la conjuración y sus ajentes. Porque don
Gregorio Vargas se había llevado todos los papeles para manifestarlos á los que trama­
ban la revolución.
El Gobernador entonces de Potosí, Rolando y sus seides, se perdían en un déda­
lo de elucubraciones por descubrir á los que daban en llamar insurgentes, es decir, á los
defensores del derecho y de la libertad.
Sus investigaciones habían sido infructuosas. En vano habían puesto enjuego
todos sus ardides, todo el celo y actividad de sus esbirros; pero nada, ni una luz, ni el
menor indicio.
En el paroxismo de su desesperada fiebre. ¡Horror! ¡Oh obsecación y perversi­
dad humanas! Dirigieron su zañosa furia sobre esas dos admirables mujeres, si bien
débiles por el sexo, pero fuertes y firmes como los grandes principios, las levantadas
ideas y los abnegados sentimientos que animaban sus espíritus de acerado temple.
Desplegaron contra ellas todo el refinamiento de la crueldad, hasta llegar á la
meta de monstruoso crimen. Amenazas hostilidades, mortificaciones de todo jénero,
torturas increíbles, escollaron, como las embrabecidas olas del océano contra la roca,
en la roca de esos corazones amasados con las vivificantes fuerzas del valor, de la
heroicidad, del patriotismo, del sacrificio y del martirio.
Pasaban de la tirantéz al ruego y á la súplica; las hacían ver las perspectivas de
la vida; el perdón, en cambio de la delación de los revolucionarios, especialmente del
que servía de inmediato a la Cuiza, del que leía y escribía sus cartas, de su principal
ájente, es decir, de don Gregorio Vargas. Todo fué inútil.
¡Oh estravios de la humanidad! Hoy como ayer se ve constantemente la virtud
escarnecida, la honradez vilipendiada, la libertad perseguida y la maldad y el crimen
imperando siempre.
Agotados todos los medios imajinables de que pudieron valerse, pero que no
alcanzaron á quebrantar esas naturalezas sublimes, los monstruos resolvieron el fusila­
miento de las dos patriotas; la victimación de dos mujeres. ¡Caribes! Esos hombres no
debieron haber tenido jamás madres.
Después de un simulacro de juicio, se pronunció la sentencia de muerte; leída
á las acusadas fué escuchada con serenidad y santa resignación.
En las últimas horas de su existencia las dos heroínas se fortalecían mutuamen­
te y se encontraban felices al rendir la vida por la patria y la libertad. Sin embargo,

- 210-
O '65en la h isto ria de B olivia - Im ágenes y rea lid ad es del s ig lo XIX
t ó IJ G t

cuando las miradas de la Barrera no estaban dirigidas á su amiga, se pintaba en el


semblante de ésta una profunda tristeza, pero tan fugaz y pasajera que aquella no ha­
bría podido descubrir. Acaso algún dolor agudo torturaba su corazón pero que no
quería dejarlo traslucir, ya porque no se creyera que desfallecía, ya por no amargar los
últimos instantes de su comadre y compañera de infortunios.
Se les administró todos los auxilios de la iglesia y se les puso en capilla. Al día
siguiente por la mañana debía consumarse el bárbaro sacrificio.
Llegó el momento fatal.
Tras luminosa aurora asomaba Febo la cabeza, ostentando su rubia y esplen­
dente cabellera. ¡Qué contraste de la naturaleza! Iba á apagarse la antorcha de la vida
de dos seres y la antorcha del cielo resplandecía en todo su fulgor.
Rodeadas de guardias y acompañadas de sacerdotes que les prestaban los pos­
treros auxilios, fueron conducidas esas dos incomparables mujeres al cadalso. Pero
todavía aun en esos supremos instantes el demonio de la maldad iba á perturbar su
tranquilo espíritu. Hasta el pie del patíbulo se llevó la infamia de sus verdugos que, no
solo les ofrecían la existencia, sino que les hacían las ofertas mas tentadoras para el
porvenir, en cambio de la delación, es decir de la infamia. Pero se trataba de espíritus
muy grandes; en el desden del desprecio y la altura de la dignidad ofendida, rechasaron
las inicuas propuestas.
La majestad de su presencia, la serenidad de sus semblantes, la entereza de
ánimo con que marchaban á la muerte, podía hacer creer que eran seres superiores que
viajaban por las rejiones del empíreo. Pero eran mas que dos sublimes mártires sacri­
ficadas en holocausto de la patria, por la sed de sangre de sus matadores.
Un momento mas y ... todo habrá concluido. Mas, ¿horror! ... la pluma se
detiene ..., corramos un velo sobre tan espandoso cuadro..............
Todo había concluido! No quedaban mas que dos cadáveres y una muchedum­
bre que se retiraba silenciosa y meditabunda, después de haber ido á contemplar el
espectáculo de la muerte! ¡Dos cuerpos inertes y fríos de lo que fuera tanta virtud,
tanta bondad, tanto valor y tanta abnegación!
Se había consumado el sacrificio!

Juana de Arco rendía la vida por haber defendido valientemente los fueros de la
patria; María Antonieta había sido una inocente víctima de las exaservaciones del espí­
ritu; Carlota Corday subió al patíbulo, pero llevaba las manos ensangrentadas.
¡Qué diferencia de nuestras heroínas! Estas habían cometido los nefandos deli­
tos de aspirar al restablecimiento de esa divina ley de igualdad é independencia; á la
espansión de esa facultad dada por Dios al hombre, la libertad, y ademas había tenido
la audacia de callar, á pesar de las torturas, hasta la muerte. Una palabra y habrían
salvado la existencia. Pero no, eran seres muy privilegiados. Como la esposa de Colatino
prefirió la muerte á la deshonra, ellas prefirieron también sucumbir antes que manchar

-211 -
B ea triz R ossells

sus labios con la delación, antes que comprometer la causa de la independencia de la


patria.
Admirables y heroicas mujeres! Habian ligado su existencia sobre la tierra con
dulces é inefables lazos; al partir al mas allá, purificadas por el martirio, juntas también
hacían su camino, cobijadas bajo las alas del anjel de la abnegación que las conducía
con una dulce sonrisa, pero derramando lágrimas de tristeza y de ternura.
Epílogo
Recordemos que doña Andrea Arias y Cuiza, á pesar de su tan bien templado
espíritu tenía ciertos momentos de profunda tristeza. Ah! Cuanta razón la asistía! Lo
que debió haber sufrido aquella desgraciada, las torturas que debió sentir su atribulado
corazón, las luchas que debió sostener, para comprimir la amargura que desbordaba de
su pecho y conservar su serenidad y entereza, no es posible describir.
La mano del verdugo no solo iba á cortar el hilo de su existencia, sino que
dejaba sobre la tierra una víctima inocente, una criatura huérfana que apenas contaba
un poco mas de un año, y que al pisar los dinteles de la vida, perdía el mas grande de
los amores que hay en el mundo, el amor de la madre.
Ese niño fruto de las relaciones de doña Andre^y don Gregorio Vargas, que se
llamaba Calisto, filé recojido por el cura de San Lucas.
¡Oh, cuantas desgracias esparce en la vida la perversidad de los hombres!1

1 Después fue premiado por la patria en recompensa a los sacrificios de la madre.

- 212-
2. LITERATURA PRESCRIPTIVA,
CIVIL Y ECLESIASTICA
¿ ^ ¿ £ f C ^' K C
' u jS fC S en la h is to rl* de B olivia - Im ágenes y rea lid ad es del s ig lo XIX

“E s ta h e r m o s a m ita d d e l g e n e r o h u m a n o ” *
C h u q u is a c a , 1 8 2 7

“Esta hermosa mitad del genero humano ha sido descuidada casi generalmente,
y su educación tenida como innecesaria, y por muchos como perjudicial. Rebujados
algunos en su mando filosófico, han fallado que las mujeres no deben ocuparse de otra
cosa que de criar a sus hijos, y de los negocios mecánicos y caseros. Otros han dicho,
que las compañeras de los hombres han de tener asuntos nacionales, y traen en su
apoyo a todas las mujeres célebres que ha habido, desde Cenobia y Aspasia hasta
madame Stael y Lady Morgan. En tan encontradas opiniones creemos que los unos y
los otros se extravían, pues ni la educación de las mujeres ha de mirarse con desdén, ni
tampoco ha de considerarse para ocupaciones impropias de su sexo. .Ellas son el con­
suelo de los hombres. Con gracias y caricias atraen y conservan el cariño de aquellos.
Mas la naturaleza las doto de ciertas debilidades que las imposibilita de muchos traba­
jos y faenas propias solo de la robustez varonil. Que son madres, y estas consideracio­
nes basta para que un gobierno ilustrado y paternal se esmere en la educación de las
mujeres. ¿Podrá inspirar a sus hijos ideas de virtud, la que las desconoce? ¿Cómo
practicarla si no la aprendió? ¿Y como aprenderla si no sabe leer? Y una mujer que no
sabe leer ni escribir ¿no es como una planta parásita? ¿En que pasaran los ratos que le
dejan ociosos los quehaceres de su casa? ¿Y las que ni aun se ocupan de estos queha­
ceres de su casa? Que harán?
¡Ah!, Cuantas desertoras ha tenido la virtud por falta de ocupación o entre­
tenimientos. Entre todas, es la lectura de buenos libros, la mas noble, así como la mas
útil, pues ilustra y eleva el alma hasta el punto de querer abarcar cuanto encierra el
universo. Por otra parte ¿habrá cosa mas agradable para un hombre que el hablar con
una mujer de asuntos generales y escuchar de su boca los dulces acentos de la razón? a
todo el que no sea un necio, le cansan esas conversaciones pueriles e insignificantes,
buenas solo, si se quiere, para ser seguidos por diez minutos, y a la verdad que es harto
desconsolador el no poder hablar con las mujeres mas tiempo que aquel.
¿Y que hará el que no es un misántropo y gusta de los halagos femeninos? O
sufrir las sustancialidades que oye, o huir de la sociedad de las mujeres; cosa bien
terrible para quien no ha hecho profesión de cenobita. Leer, escribir, saber aritmética,
bordar, música; que adornos tan propios para una señorita. Con ellos se atraerá el
aprecio de todos los hombres que tengan en algo el verdadero mérito, y serán además
el omato de la sociedad. Resulta de todo que la educación de las mujeres exige una
atenciín privilegiada, y que los padres de familia serán criminales si la desatienden,
como por lo general ha sucedido hasta aquí”.

* Periódico “El Condor”, No. 89,


Chuquisaca, 16 de agosto de 1827

- 215 -
B ea triz R ossells

L a m u je r
C u p e r tin & d e la C r u z M e n d e z 1852*
El hombre no puede degradar a la mujer sin degradarse a si
mismo, ni realzarla sin enaltecerse a si propio. No hai medio, o los
pueblos se embrutecen en sus brazos, o se civilizan a sus pies.
Aimé-Martin.
Un periódico boliviano dijo ha muchos años de la mujer: “El influjo de la mujer
en el mundo social es decisivo: las impresiones que el labio maternal deposita en el
corazón naciente son indelebles, i constituyen ordinariamente el fondo característico
del individuo. El seno de la mujer es el primer santuario donde viene el hombre a
depositar sus penas, sus temores i esperanzas, i ella el primer misionero santo que
enjuga sus lágrimas, organiza i dirije sus tiernas emociones. Lleno de vida estranjero al
universo en que asoma el niño, devora con pasión sus primeras palabras, i sus jestos de
amor i de ternura; el cielo, la tierra, la patria, el doloroso misterio de la vida, todo se
desenvuelve por primera vez a sus ojos espantados, i se imprime hondamente en su
alma pura i apasionada.
“Mas tarde, cuando este primer acto de la vida pasa, cuando la chispa celestial
de las pasiones viene a inflamar su mente con instintos de otro orden, la mujer que
habia sido el apoyo de sus primeros años, i el centro de sus afecciones nacientes i se
convierten en un objeto mas bello, en una figura enteramente poética e inagotable en
grandes inspiraciones. El corazón del joven vuelve entonces a manos de la mujer, ella
lo mueve, lo inflama, es un instrumento cuyos sonidos se exalan mas o menos noble­
mente, según la esencia de su soplo consolador.
“Bajo este noble carácter la mujer influye, o está llamada a influir en el desen­
volvimiento humano; su misión es poderosa, divina. Como el sol, su destino es derra­
mar un calor dulce i fecundo en las operaciones del mundo moral.
“A medida que la mujer se eleva, que la educación la pule, aquella influencia se
desarrolla, se hace mas libre i las costumbres se levantan. Tan estrechos son los víncu­
los que la ligan al progreso social, que basta conocer su carácter en tal o cual pueblo
para comprender el grado de su felicidad, i la altura de su civilización especial. Asi
nunca serán exesivos los cuidados de un gobierno o de una sociedad, que se dirijan a
cultivar el espíritu i el corazón de la mujer. Instruirla en sus deberes, darle ía majestad
que le corresponde, hacerle conocer bien su rol, todo esto en intimidad con nuestras
instituciones i creencias democráticas, será acelerar su emancipación, trabajar en el
engrandecimiento social, segundar las miras del Criador.
“Nada hai entre nosotros que se recienta tanto del atraso jeneral como la educa­
ción de la mujer. Para nosotros la mujer todavía no es mas que una bella esclava, un
gracioso juguete; su principal mérito consiste en una belleza efímera que ffecuente-
*Revista.de Cochabamba, N° 7, 1852, pgs. 299-305. (Artículo Io)

- 216-
(S ^ÍC ÍS ^^V ^U J S V C S en la h isto ria S olivia - Im ágenes y realidades del s ig lo X IX

mente es la causa de su perdición; su influjo moral es absolutamente nulo, o mas bien


no existe en ningún sentido. En ella todo es positivo; las sensaciones que inspira son
tan materiales como su condición; en su juventud todo es frivolidad, una figura elegan­
te, un poco de música o de baile constituyen toda su habilidad, toda su importancia,
todo su Ncr: ningún respeto la rodea, nada de poético brilla en su frente, i lejos de
encender en el corazón del hombre sentimientos grandes i elevados, lo afemina i lo
convierte en un muñeco despreciable. Nuestros jóvenes a su vez no son mas cumpli­
dos: en vez de dar la mano a este ánjel caído, lo pisotean, lo envilecen, lo corrompen,
en fin, i en seguida van a ostentar con insolencia sus infames trofeos en medio de una
sociedad embrutecida que los aplaude.
“Como madres de familia, tampoco pueden nuestras mujeres transmitir a sus
hijos impresiones que no han recibido. En los pueblos civilizados i libres las virtudes
sociales jerminan i crecen a la sombra del techo paternal; en los nuestros que también
se llaman intelijentes i soberanos, el hogar doméstico es un suelo maldito que solo
produce egoismo, lodo i perversidad. En aquellos pueblos la patria es la humanidad, es
la imajen viva del Eterno, tiene su culto, tiene su altar; la mujer conoce sus dogmas, i
aprende a obedecer sus relijiosas inspiraciones. Entre nosotros todo es absolutamente
nuevo i extranjero: a los ojos de nuestra mujer la patria no tiene otro aspecto que el de
un soldado despreciable por sus vicios i andrajos, i ni sospecha siquiera las relaciones
que la ligan a este ser abstracto i divino. ¿Como puede crear buenos ciudadanos un
corazón formado bajo de estas influencias?. Lo diremos de una vez, la educación que
nosotros damos a la mujer, no es la que reclaman las instituciones democráticas que
hemos adoptado; es una educación española, viciosa, solo propia a formar esclavos
corrompidos, nunca hombres libres i virtuosos.
“Si nuestros sacerdotes, que por naturaleza de su ministerio intervienen tan
poderosamente en la educación de este ser débil e inocente, fuesen mas filósofos, mas
cristianos; si comprendiesen mejor la esencia i los mandatos del hombre Dios que
representan en la tierra, la belleza moral de la mujer no sería el único servicio que la
patria les debiera. Desgraciadamente empero, ellos como el resto de la sociedad están
contaminados de los vicios de la época, i viven en medio de la revolución como som­
bras errantes de lo pasado, como fragmentos sin vida de una sociedad decrépita i sin
virtudes. I ¡qué!... ¿No alzaremos alguna vez la frente para estudiar el cielo i la tierra;
para comprender mejor la Divinidad i el hombre, la relijion y la patria?”
-Desde que esto se escribió, una jeneracion nueva ha venido ya a ocupar el
puesto social entre las mujeres; i sin embargo, ¿ha variado su condición entre noso­
tros?
Vamos a examinarlo.
La sociedad desde entonces comprendió bien que el lugar que la mujer debe
ocupar en el rango social no era subalterno. Democrática y cristiana, quiso conformar­
se a todas las condiciones inherentes al primer carácter i ser consecuente a las tradicio-

- 217 -
B ea triz Rossells

nes relijiosas, sacando a la mujer de ese estado semibárbaro i semi-turco en que jemia
-Considerada ella bajo el aspecto político i reconocida su influencia sobre la familia, i
por consiguiente sobre la sociedad, se la había querido hacer digna de nuestro constan­
te anhelo- la Libertad. Ella es zelosa de las prerrogativas de su sexo, se habia dicho; es
necesario no ultrajarla en sus hijas para que no nos abandone; porque en verdad, la
historia de los tiempos i la esperiencia diaria de los pueblos han enseñado que donde
quiera que la mujer está degradada i solo es el instrumento de los placeres torpes del
hombre i la víctima inocente de su brutal poder, el hombre también está degradado
bajo el peso de las instituciones opresoras de los derechos naturales i de la dignidad
moral. No hai verdaderamente familia es ese estado, i sin familia la sociedad esta en
disolución.
Las virtudes de la mujer, así como su prostitución, no han tenido tampoco in­
fluencia pequeña en la vida política de las naciones. Enaltecida por sus virtudes, o
envilecida por sus escesos, ha sido siempre la muestra de la sociedad. Las naciones que
mas han gozado la posesión santa de las libertades políticas i civiles, la han debido
siempre a las virtudes femeniles: donde pierde la mujer su liviandad, no puede menos
el hombre de recobrar su temple de alma, su altivez nativa, i allí no puede habitar la
tiranía. Al contrario, las pájinas de la historia están llenas de las abominaciones de los
imperios, de la corrupción de sus costumbres, de la prostitución de sus mujeres, junta­
mente con el envilecimiento de los ciudadanos i la crueldad del despotismo de sus
reyes. Como causa o efecto, la corrupción i la tiranía marchan siempre juntas: Mesali-
na es el ejemplo de la Roma prostituta i esclava de su tiempo, i Lucrecia el simbolo de
Roma virtuosa y libre.
Examinada religiosamente la suerte de la mujer, las tradiciones sagradas la habían
ennoblecido, i la vuelta de las creencias cristianas debía restaurar su dignidad perdida.
La primera mujer, compañera inseparable del primer hombre, en la virtud i en el peca­
do, en la felicidad i en la desgracia, en el Paraíso i fuera de él, habia conservado siem­
pre su altura al nivel de este. Formada de los huesos, de la carne i de la sangre de su
esposo, era su misma sustancia, i como su propio cuerpo, no le había abandonado
jamas. Desterrado Adan de su palacio nupcial, Eva habia sido su ánjel consolador:
juntos gozaron i juntos sufrieron; juntos habitaron el Paraíso i juntos peregrinaron. Esa
común suerte, esa igual distribución de penas i de placeres que Dios habia repartido a
los padres del linaje humano, estableció también entre ellos la igualdad.
Todo esto se recordó, se hicieron todas estas reflexiones; pero se comprendió
también que lo presente no siempre es lo que fué, que la imitación no siempre corres­
ponde al ejemplo, el recuerdo a la impresión presente, la poesía de la relijion a la
realidad de la vida; i queriendo fundar los derechos de la mujer en fundamentos mas
positivos, se pensó en perfeccionarla con dones mas palpables. No se pude querer, no
se puede respetar, sino lo que por sí mismo merece cariño i respeto. Se pensó, pues, en
hacerla señora digna de tales tributos. Educación, cuidados, ternura, predilección, for-

- 218-
^ 3¿ ¡ y Q ^ \/fu /ó 1ó' S en la h isto rla de B olivia - Im ágenes y rea lid ad es del s ig lo X IX

tuna, todo-seles prodigo por los padres, que en bien de la familia i rejeneracion de la
sociedad, se propusieron enaltecer el ser moral de las hijas. No filé esto en vano: logra­
ron su fin; i la mujer ha conseguido efectivamente una importancia real que la hace
digna de las mas bellas épocas de la historia. Relativamente a nuestro estado, cultura,
sentimiento, moralidad, cualidades sociales y domésticas, del espíritu i del corazón,
poco o nada hai que desear mas para la mujer entre nosotros. -¿Pero con esto ha mejo­
rado su condición?.
Parece una paradoja sustentar lo contrario, i causará asombro nuestra sola pre­
gunta; pero préstesenos un momento mas de atención.
La revolución, después del largo dominio del despotismo español, dejó a la
sociedad en un estado de total disolución é hizo triunfar mas de una vez la inmoralidad
i los vicios, i los efectos del escándalo afectaron mas, como todas las cosas, al sexo
sensible, que al fin vino a participar i resentirse de la corrupción jeneral. Era mui
natural: el Jénesis no es mas que el compendio de la historia de todos los pueblos i de
todos los tiempos; i si Eva acompaña i participa siempre de la suerte i condición de
Adan, en el descanso como en el trabajo, en la virtud como en el pecado, es que la
mujer de todos los tiempos, en el orden natural, ha de correr la misma suerte, i aunque
repudiada por el hombre, ha de seguirle siempre, como ánjel de sumisión, su real com­
pañera.
Mas en Bolivia entonces, queriendo hacer variar la condición de la sociedad i
rejenerarla, se principió por tratar de variar la condición de la mujer enalteciéndola a
ella sola. Se consiguió esto respecto a su importancia real; pero se descuidaron sus
relaciones con el hombre. Aquella se educó con cuanta perfección se pudo alcanzar en
nuestra naciente civilización i realzó su corazón con prendas inestimables; pero esta
quedó con los vicios adquiridos en el campamento patriótico, asi que la mujer perma­
neció a sus ojos como el oro puro envuelto entre escoria en manos del ignorante que no
conoce el precio del tesoro que posee. Al hombre se le ha prodigado cuanta instrucción
es imajinable en nuestro pais i en nuestra época; su intelijencia se ha cultivado cuanto
han pedido las exijencias del pais; pero no ha recibido educación alguna: su corazón ha
permanecido seco, informe, sin palimiento, sin moralidad, sin amor. Historia, filoso­
fía, literatura, política, lejislacion, economía, ciencias físicas i naturales; todo lo sabe,
todo le es familiar, i en sus escuelas solo amar no ha podido amprender. ¡Desgraciado!
De él se puede decir lo que decía del diablo Santa Teresa de Jesús: ¡Desgraciado, no
sabe amar!
Quedó, pues, la mujer mui superior al hombre en la cultura del corazón; pero
esta superioridad es también la causa de su inferioridad social. Como ella no ha podido
permanecer inerte, ha querido, unida a su esposo, ejercer su benéfica influencia sobre
él, educarlo; mas era tarde, i oponiéndose resistencia por parte de este, ha principiado
la lucha. En ella ha debido sucumbir la mujer i ha sucumbido siempre, porque es mas
débil que el hombre, i es mas débil, porque tiene virtud y sencibilidad de que este

- 219 -
B eatriz Rossells

carece. Ha debido sucumbir, porque parece ese haber sido su destino; parece que la
mujer, este ánjel que pisa la tierra con su lijera planta, solo ha venido a ella para llorar
las injusticias de la vida, las victorias del hombre, que donde quiera ostenta contra ella
su despótico poder. Con esta convicción también, sin duda, ha podido decir el jénio de
la epopeya, el Homero malogrado de los tiempos modernos1:
¿Qué es la mujer? Angel caído,
O mujer nada mas todo inmundo;
Hermoso ser para llorar nacido,
O vivir como autómata en el mundo.
En vano se ha dicho que los hombres hacen solo las leyes i las mujeres forman
las costumbres. Entre nosotros leyes i costumbres han sido hechas por los hombres, i
en sus relaciones con la mujer, ha sidó en todo desfavorecida esta. Jime hoi en una
humillante condición, victima del abuso de poder que en las leyes i en las costumbres
ha ejercido el hombre contra ella. No habría sido esta su suerte si hubiese tenido el
dominio de las costumbres. La memoria de los bellos tiempos de la caballería, tan
lisonjera para ella, le habría hecho pensar en restablecerlos; pero en mala hora cayó esa
hermosa i cristiana institución bajo la jurisdicción de la risa burlona de Cervantes, i el
hombre desde entonces por no parecer ridiculo quizo mas bien ser cruel.
Mas en ninguna parte lo es tanto que entre nosotros. El honor, un último resto
de esos tiempos de caballería, tiene todavía algún poder en otras sociedades. En la
nuestra carece de todo prestijio; i el hombre sin reconocer freno alguno, ni encontrar la
menor barrera a la natural ferocidad de su Índole, hace llorar amargamente a la mujer
la desgracia de su debilidad física. Esa costumbre tan bárbara como vil de dar golpes a
sus mujeres, con honrosas escepciones en la sociedad, la mayor parte de los maridos la
practica brutalmente, sin darse cuenta siquiera de la perversidad, de la vileza, de la
infamia que lleva consigo esa acción.
Increíble parece esto: no se comprende como se puede cometer esa acción tan
brutal con una persona querida, como debe serlo la mujer; i si no lo es, como ha podido
i con que vinculo unirce el hombre con un ser que le ha de ser odioso i con quien ha de
participar no obstante de su lecho; de ese santuario de castidad i de amor consagrado
por el Señor. Pero el lecho de esas jentes sin amor, solo es un mercado inmundo de
sensualidad, fango de prostitución i de sacrificio teatro vil de esa unión infernal del
verdugo i de la victima.
Entretando él mal se eterniza i se hace trascendental a los hijos. ¡Los hijos! ¿Se
puede prometer nada la sociedad de ellos? La escuela del ejemplo, que puede mas que
las doctrinas de los filósofos i las máximas de la sabiduría, les hará ser en grandes lo
que han sido sus padres: se casaran sin amor, maltratarán a sus esposas, como sus
madres han sido maltratadas, i sus hijos crecerán i se educarán con el mismo ejemplo i
continuarán la tradición de sus abuelos. ¡Ved la perpetuidad del ma . ?Mdirá algu-
'• Bspronceda.

-220-
(^ M u je re s en la h istoria de B o lM a - Im ágenes y realidades del s ig lo XIX

na vez la sociedad entre la raza de los perversos i la raza de los hombres virtuosos,
como ha dividido en otro tiempo a los hijos de Dios de los hijos de los hombres a la
descendencia de Seth de la descendencia de Cain!.
Os irritáis sin duda contra mi, compatriotas mios. Estoi resuelto a soportar el
enojo de aquellos sobre los que cae mi indignación: nada quiero con esos seres degra­
dados deshonra de su linaje. Tampoco los temo; no me pegarán a mi como a sus débiles
esposas, porque yo, uno de los hombres de este tiempo i de esta sociedad, haya dicho
amargas verdades em obsequio de la mujer, en favor de inocencia, en apoyo de la
debilidad. Pero dejadme que aun les dirija la palabra a esos trompeadores, a esas bes­
tias feroces, i les diga:
¡Hijos de Cain! ¿Porqué maltratáis a vuestras mujeres? Cómo habéis obtenido
ese derecho? La compañera que ante las aras del Señor se os ha dado para que la
estiméis, porque la habéis convertido con vuestras brutales fuerzas en la bestia de
carga que deba sufrir con sumisión vuestro látigo cmel? Habéis elejido una compañera
para repudiarla, para maltratarla tan luego que las frivolas ilusiones del placer hayan
desaparecido? La mano que le habéis dado en el altar en signo de protección, porqué la
habéis convertido contra ella? Quién la protejera de su protector? -¡Seres degradados!
No veis que es débil, que está desamparada, i que es indigno abusar de la fuerza, de esa
fuerza animal de vuestros músculos? Os jactáis de hombres civilizados i libres, de
miembros útiles de una sociedad democrática i buenos padres de familia, i con qué
provecho servís entonces a la patria que envilecéis en su esencia? Cómo hacéis enton­
ces con vuestra esposa lo que el soldado inmoral i rudo hace con su ramera? ¡Oh!
¡Cuan viles sois i cuan menguados! ¿Porqué, si os queda alguna dignidad de hombres,
no os cortáis esas manos, instrumento cmel de profanación, i que como la Jeroboan al
dirijirse sobre el profeta debiera secarse por castigo de Dios? Me causáis horror! He
querido alguna vez despreciaros; no he podido. No habrá un Cervantes que os ridiculi­
ce; no temáis: nada teneis de caballeros. Vuestro proceder indigna, i la indignación no
es burlona. Pero temed que vuestro nombre pase como un baldón de ignominia a vues­
tra futura jeneracion!

-221 -
B eatriz Rossells

Moral del bello sexo,


Germán Aliaga, La Paz, 1872*

Dedicatoria
A la Señora Narcisa Palacios de Zaconeta
Rectora del Colegio de Señoritas Del Sagrado Corazón de María
Señora:
Dignifica; el corazón de la mujer y encamina a su alto destino, es el Ministerio
mas augusto de nuestra regeneración social.
La mujer, que de lo alto de la Cruz, fijo en María llena de gracia, la luminosa
estrella de su pomenir, esta llamada a ser el centro propagador de la civilización; en
vano se erigirían en un Estado instituciones benéficas, legislaciones sabias, si se des­
cuida la educación de las Señoritas; ni el imperio de la ley, ni el prestigio del poder, ni
el esplendor de las ciencias alcanzarán jaméis una sola mejora en beneficio de la
humanidad, si la influencia moral de la mujer no les asocia su poderoso concurso.
Que feliz, la Nación donde, con una cuidadosa educación de niñas, se levanta
la prosperidad pública, de entre las manos de un pueblo laborioso, frugal y próbido;
mas un bien tan necesario, esperamos conseguirlo, sin en nuestro elevado Magisterio
procuráis, como hasta hoy, ilustrar la misión bienhechora de esa preciosa mitad del
genero humano.
A fin de contribuir por mi parte a tan grandiosa obra, heformulado este peque­
ño redacto, que en compendio contiene las virtudes y obligaciones mas precisas al
ornamento del bello sexo; y que tengo el honor de dedicaros.
Permitidme, Señora que lo deposite en vuestras manos, dadle este mérito mas,
y recibidlo junto con el homenaje de mi mas deferente estimación y respeto

Moral del bello sexo


La moral del bello sexo prescribe virtudes y obligaciones que la mujer esta en
el deber de cumplir, para llegar a su destino general y particular.
El destino general de la mujer es hacer feliz a si misma y a sus semejantes,
cultivando sus facultades físicas, intelectuales y morales. Su destino particular es cum­
plir fielmente con las obligaciones de su estado, como hija, esposa, madre, &
Nuestros deberes en general son tres: deberes para con Dios, para con la socie­
dad y para consigo misma.
Deberes para con Dios
Educación relijiosa de la mujer
La relijión Cristiana, esa relijión de amor, de paz y de consuelo, debe ser de
preferente instrucción y practica para la mujer, en quien influye mas poderosamente,
* Moral del bello sexo. Editada por Germán Aliaga profesor en el Liceo de “El Porvenir” y en el colegio de niñas del “Sagrado
Corazón de María” aprobada para instrucción de las señoritas. La Paz, Imprenta del S. XIX, 1872.

- 222-
(¿ M u je re s en la h is,o ria de Bo,ív,a ■ Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

por la dulzura de su carácter, por la delicadeza de su índole y por la suavidad de sus


costumbres.
La humildad de su fé, la conformidad de sus costumbres a los preceptos mora­
les y el sacrificio de su amor propio; tal es el holocausto mas propicio, que una niña
está en el deber de ofrecer a los pies del Trono de Omnipotente, para merecer después
la protección del cielo, el distinguido respeto de su semejantes y la felicidad eterna de
los bienaventurados.
Educación moral de la mujer
Las verdaderas cualidades morales de la mujer, son la pureza de corazón y
piedad ilustrad; la castidad y el pudor; la afabilidad y bondad de corazón, el hábito de
la independencia y modestia.
Pureza de corazón y piedad ilustrada
La pureza de corazón consiste en mantener siempre una conciencia sin manci­
lla; y la piedad ilustrada en tener una confianza filial y timorata en Dios.
Para que una niña adquiera estas preciosas virtudes, debe:
Io estudiar y practicar los preceptos de la moral; 2o arrancar de su corazón las
malas pasiones e inclinaciones; 3o detener los hábitos del mal y desarraigarlos, si tuvo
la desgracia de contraerlos; 4o refleccionar y consultar para todo a la conciencia; 5o
recurrir a la oración y a la practica de las virtudes cristianas; 6o evitar las ocasiones
peligrosas, como las malas costumbres, las malas compañías y la lectura de libros
prohibidos.
Con la práctica de estas virtudes morales, una niña divinizará su inocencia, y
llegará a ser tan pura, piadosa y feliz, como puede serlo un serafín sobre la tierra.
Castidad y pudor
La castidad es la virtud por la que se resiste a los deseos desordenados; y el
pudor es el temor de encender en nosotros mismas o en otras pasiones peligrosas.
Una niña para conservarse en'estas virtudes, debe ser sumamente modesta y
reservada para con todos, hasta para consigo misma; su cuerpo virginal debe ser para
si y los demás, un santuario, siempre guardado de todo mirar profano y de todo acto
inmodesto; debe rigurosamente evitar la mucha familiaridad con personas de otro
sexo, aun cuando esté cierta de que su honra no corre ningún peligro; debe, en fin,
evitar escrupulosamente todo lo que sea capaz de mancillar las virtudes de su inocen­
cia, como aquellas personas, objetos o acciones indecentes, que propenden siempre a
manchar el cándido vestido de las vírgenes.
Afabilidad y bondad de corazón
La afabilidad y bondad de corazón son aquella feliz disposición de una niña,
que exenta de vanidades, estima las buenas cualidades ajenas, aun mas que las suyas.
En esta virtud preciosa están comprendidas: la paciencia, la apacibilidad, la
mansedumbre y la resignación; virtudes sublimes, que hacen a la mujer el ángel de paz
y de consuelo, para que en el orden social y doméstico, lejos del predominio del desorden,

- 223-
B eatriz Rossells

reine la fraternidad, la dicha y la alegría; una niña llena de estas virtudes, es aun en su
casa misma, lo que la luz de una luna despejada, que derrama su esplendor sobre la
apacible y silenciosa naturaleza.
Hábito de la dependencia y modestia
El hábito de la dependencia consiste en que por un orden establecido, debe la
mujer someter su voluntad a la del hombre; y la modestia en no ostentar oficiosamente
sus talentos y virtudes.
La naturaleza y la sociedad han establecido, que el hombre sea el protector y
jefe de la mujer, y que ésta sea su compañera fiel, dócil y agradecida, quedando así esta
constituida en un estado de dependencia, que nada tiene de deshonroso, sino que al
contrario, se hace necesario, para conseguir el orden social, por un designio manifiesto
del Criador. En este estado, que la mujer debe hacerse mas interesante y amable por
sus acciones modestas y apacibles, por su vida sencilla, frugal y libre; siempre escenta
de vanidades, del deseo de lucir y de ser admirada; y solo entonces verá rendirse a su
influencia todo el poderío del hombre.
Deberes para con la sociedad.
Deberes de la mujer para con la sociedad en jeneral y en particular.
La mujer tiene la elevada misión de formar las costumbres, que son los princi­
pios constitutivos de una sociedad y, en tan alto destino, ésta debe ser el verdadero
modelo de las virtudes cívicas y cristianas, a fin de que estas mismas virtudes florez­
can en todas las clases de la sociedad, la prosperidad pública nazca de entre las manos
de un pueblo laborioso, frugal y próbido y se establezca el orden social, que es el gran
fin a que se dirigen incesantemente las sociedades humanas. Además, en particular,
son deberes de una niña: la atención y buenas maneras para con todos, la benevolencia
y gratitud para con sus benefactores, el respeto y la beneficencia para con los ancianos
y desgraciados y, mas que todo, el procurar la paz, la concordia y la armonía que debe
reinar en la sociedad.
Deberes de una hija para con sus padres
La paternidad es el sacerdocio de la naturaleza, al que en todo tiempo le debe­
mos nuestros amor, respeto, obediencia y subvención, para merecer aquel celestial
vivirás largo tiempo sobre la tierra. -Además en particular, es deber de una hija no
desviarse jamás de sus padres, a quienes debe mirarlos como al Angel tutelar, que el
cielo le ha enviado para proteger su inocencia y su virtud; debe recibir y observar sus
consejos y ejemplos, como que son de los mentores mas encarecidos de su felicidad,
honra y buena reputación; por lo mismo debe abrirles su corazón, sin ninguna reserva
y depositar en ellos todos sus pensamientos, deseos y sentimientos; no debe ocultarles
nada, ni sus faltas, ni su flaqueza misma, bien persuadida de que sus padres jamas
abusaran de su confianza filial, sino que con un amor verdaderamente paternal, la
apartará siempre de los peligros en que abunda este mundo engañoso, y la dirigirá por
la senda del honor, de la virtud y del deber. Con la práctica de estas virtudes una hija

- 224-
(é ^u X S ^Z ^ /C liJ C V C S en ta h isto n a de S o livia - Im ágenes y rea lid ad es d e l s ig lo XIX

no solo será un estimulo de moral edificante, sino también un centro luminoso de


civilización que reflejará donde quiera, que hayan almas sensibles a la virtud y candor.
Deberes de una esposa
El Matrimonio, institución tan santa como divina, en que la mujer une su ino­
cencia a las virtudes del hombre, es un don del Cielo.— En el debe conocer la mujer,
con toda modestia, que por un designio de la Providencia, ha sido y está destinada a la
protección y dependencia del hombre y que debe someter su voluntad a este orden
establecido, por lo mismo, esta le debe a su esposo todo el homenaje de su amor,
respeto y fidelidad. Además, una buena esposa debe presentarse a su esposo, franca,
cándida y leal, mostrándole el espejo fiel de su alma, sin ocultar ni desfigurar ante él
ninguna de sus acciones. Debe así mismo, con el interés mas íntimo, con el amor mas
tierno, amenizar la vida del hombre, templando los rigores de su desgracia, llenando de
consuelo sus días desventurados y haciéndole olvidar los amargos pesares y fatigas, a
que vive condenado por el trabajo. Para vencer algunas de sus contrariedades, debe
emplear la condescendencia, la afabilidad, los ruegos y aun las caricias, y solo enton­
ces la prudente esposa, verá el corazón caprichoso del hombre a su arbitrio, y entonces
verá también las tímidas ideas de dominación, perderse en los deliciosos afectos de
una perfecta y verdadera armonía.
Deberes de una madre
Las máximas de la moral y de la virtud se aprenden en el corazón de las madres,
donde Dios las depositó en toda su pureza; esas primeras impresiones son indelebles y
deciden de la suerte de toda su posteridad; por eso una madre debe ser muy escrupulo­
sa en observar los deberes que tiene para con sus hijos, y que se reducen: al amor,
educación, corrección y buen ejemplo; con los que procurará inspirar en el corazón de
sus hijos los sentimientos de la Relijión, de la Moral, de la virtud y el deber. Además
debe conocer que es la élegida de su casa y que su presencia basta para alejar de ella el
soplo impuro de la corrupción. También es virtud digna de una madre fomentar el
amor a la casa, haciendo grata la sociedad de su familia, en términos que esta, no pueda
hallar esta dicha en otra parte; pero evitando siempre toda dicipación que no sea con­
forme a la decencia ni a las relaciones de su estado. Otra virtud indispensable es el
orden doméstico, que consiste en establecer un plan invariable de ocupaciones y traba­
jos, con la equitativa distribución de ellos, entre las personas que deben desempeñar­
los; como también una prudente economía en sus rentas para no estar expuesta mas
tarde a necesidades, pobreza ni miseria. Últimamente es su deber presidir su casa en
ausencia del esposo, haciendo que ella sea la morada común de la paz, de la alegría y
de las mas pura felicidad.
Deberes para ser religiosa
El estado religioso, es el estado mas santo de la perfección cristiana, y para
conseguirlo, es necesario tener vocación, es decir, sentirse llamada a una vida pura­
mente mística; la que solicite debe, por medio de un noviciado, probar las fuerzas de

- 225-
B ea triz R ossells

su cuerpo y de su espíritu a la Regla que ha de observar, acostumbrándose al silencio,


a la pobreza y a la obediencia, y practicando una humilde, llena de abnegación y cari­
dad; siempre convencida de que la verdadera felicidad se consigue mas fácilmente en
la soledad del claustro, fuera del bullicio del mundo, y contemplando a las innumera­
bles personas, que viven desgraciadas, en medio de los gustos y placeres aparentes del
siglo.
Deberes para con la Patria
La felicidad de los Estados nace de las familias, y la felicidad de la familia es
toda de la mujer, de donde se deduce necesariamente, que a la influencia de la mujer
está librada la próspera o adversa suerte de la Patria: por lo mismo, una mujer debe
contribuir a la gloria, tranquilidad y progreso de su Nacionalidad, influyendo podero­
samente en la moral pública e inspirando en el corazón de sus hijos los sentimientos de
la virtud, del deber, del heroísmo y de la gloria; teniendo siempre presente que estos
hijos, a quienes educa, han de llegar a ocupar mas tarde diferentes puestos públicos, y
que en todos ellos han de entrar con las impresiones buenas o malas, que han sabido
inspirarles la enseñanza materna. Aun mas, una mujer en una Nación libre, no ha
nacido para vivir solamente de la industria de sus esposos, sino para vivir con gloria, y
esta gloria es: la Patria, la Humanidad.
Deberes pra consigo misma
Educación intelectual
El primer deber de una niña es ilustrar su inteligencia, con los conocimientos
más precisos y buenos de su destino general y particular de las obligaciones de su
estado; este estudio le proporcionará un campo vasto para desarrollar sus facultades,
fortalecerla y ennoblecerlas; sin aspirar a la adquisición de conocimientos abstractos y
de luces peregrinas, que lejos de ilustrarla, la apartarían siempre de su destino. Esta
educación en su parte dispositiva comprende: el conocimiento de la religión, moral,
lectura, escritura, el idioma pátrio, cálculos, geografía e historia; también conviene al
ornato de una niña el aprendizaje de las artes agradables, como la música, el canto, el
baile, etc. Y todo concierne a su oficio o a su utilidad, como: la costura, el bordado, el
dibujo, etc.
De los libros, comedias y novelas
En los pueblos que han progresado en la carrera de la civilización, una niña
necesita de más ilustración, para que brille en esa culta sociedad, y siendo los libros
los tesoros de la sabiduría, que han formado estos pueblos cultos, su lectura le es abso­
lutamente necesaria, como uno de los médicos más seguros de adelantar en todos los
ramos de la educación y en la carrera del pensamiento humano.
Las comedias y novelas también contribuyen mucho, a ilustrar nuestro espíritu
y nuestros sentimientos, cuando estas no son sino la pintura de la vida inocente y
tranquila, el elojio de las acciones grandes y jenerosas, el mundo de los más finos y
ocultos modales y el examen de las pasiones y sus funestos efectos; pero de estas son

-22Q-
<
\^ \ / {u j0 V 6 S en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y re a lid ad es del s ig lo X IX

mui pocas, las más son un enjambre de miserias y vicios, que ajan sin compasión la
flor de la inocencia y victiman la imaginación incauta y errante de las niñas; las más
son una orgía desenfrenada de pasiones, que acallan la humilde oración, que la inocen­
cia dirige al Divino Jesús; por lo que una niña debe proscribir absolutamente estas,
como al más peligroso enemigo de su felicidad y virtudes.
Educación física
El principal deber de la educación física, es la propia conservación, porque la
que cuida de su salud, vive para servir a Dios y hacer bienes a sus semejantes. La
belleza física y gracias exteriores de una persona, aunque son un don especial de la
naturaleza, pero no constituyen por si un verdadero mérito, y para que éstas adquieran
el precioso mérito de la belleza moral, es necesario que una niña realze su espíritu con
la nobleza, sinceridad y rectitud de sus efectos y con la amenidad, modestia y sencillez
de sus maneras; virtudes sublimes, que teniendo su asiento en el corazón, se traslucen
al exterior, sin afectaciones fementidas, por la apacibilidad de sus modales finos, en
términos que la presente como el más bello ornamento de su sexo y de su reputación.
Del vestido y de la moral
El vestido de una niña virtuosa no se distingue por su magnificencia, ni por su
fausto insultante, sino por su limpieza, modestia y sencillez; pues de otro modo ésta no
daría sino una prueba ridicula de la flaqueza de su corazón y de la pobreza de su
espíritu.
La moda es uno de los mayores enemigos que en estos tiempos tiraniza a la
mujer; ella con su pomposa vanidad, desnaturaliza sus virtudes, la arrastra a pretensio­
nes exajeradas y la sujeta a privaciones sin término, dándole por último resultado la
confusión, el desasosiego y la miseria misma. El verdadero adorno de un vestido es la
naturalidad, la limpieza y la sencillez y el verdadero mérito de una niña, a ese respecto,
es que viva modestamente, aun en la prosperidad.
B ea triz Rossells

•Trabajos de aguja. Instrucción básica para las niñas


Guilles Damitte, 1874 *

Se llama en jeneral trabajos de aguja á todo lo que se ejecuta sobre una tela con
una aguja é hilo, para hacer vestidos ú objetos útiles en la casa y para entretenerse.
Hay dos clases de trabajos de aguja: los indispensables para el uso de la vida, y
aquellos que se hacen para dar mas elegancia á las guarniciones y para servir de adorno
en el tocador. Estos últimos recrean á las jóvenes ricas, y procuran una ocupación
lucrativa á las que tienen necesidad de su trabajo par& vivir.
Los trabajos de aguja son uno de los objetos de enseñanza de la instrucción
primaria y hacen parte de las materias de exámen de las institutrices, que deben no
solamente saber coser, sino estar también en estado de enseñar todo jénero de trabajos
familiares á las mujeres.
Trabajos de aguja indispensables para los usos de la vida.
Los trabajos de aguja indispensables para los usos de la vida pueden dividirce
en tres clases principales: I oLa costura; 2 oEl modo de confeccionar telas; 3 oEl punto
de medias.

Indice de las Materias


Introducción 1
I. Trabajos de aguja indispensables para el uso de la vida 3
Io De la costura 4
Puntos de costura id
Punto de orlar ó punto de costado 5
Punto-adelante 6
Punto de surjete id
Punto-atras 7
Punto cruzado bueleado 8
Punto de ojal ó de botones 9
Punto de marca 10
Fruncidos 11
Costura de botones id
Remiendos y surcidos 12
Surcidos sencillos 13
Remiendo de piezas 14
Remiendo de surjetes 14
Surcidos á punto de ojal id
Surcidos encordonados ó entrelazados id
Surcidos perdidos 15
*Biblioteca usual de instrucción primaria.Guillet Damitte, Traducido por Modesta C. Sanjinés. Imp. Libertad. La Paz, 1874

- 223-
LIÍ6Í6S en la h isto ria de B olivia - Im ágenes y realidades d el s ig lo X IX

Remiendo de medias id
Forrar medias 16
Plantillar medias 17
Rebajar medias id
Unir puntos de medias 13
Injerir puntos de medias id
2o Cortar y confeccionar telas id
Pañuelos id
Delantales id
Paño de manos ó tohallas 19
Servilletas id
Manteles id
Sábanas id
Fundas de almohadas 20
Cortinas id
Vestidos de mujer id
Camisas de mujer id
Vestidos ó trajes 21
Del modo de forrar un vestido 23
Enaguas id
Camisolas, cuellos, pañoletas, canesus, corsees id
Camisas de hombre 25
Vestidos para hombres id
Calsoncillos 26
3o Del punto de medias id
Modo de hacer el punto ó tejido de medias 27
Manera de disminuir ó aumentar los puntos de
Medias ó de tricot 28
Precauciones que se deben tener
para el punto de medias id
Punto ingles 29
Punto calado id
Puntos variados 30
Punto espiral ó torcido id
Modo de tejer medias id
Punto de escarpin 32
II. Trabajos de recreación
que se efectúan con la aguja 33
Io Del bordado id

- 229-
B ea triz R ossells

Festón 34
Bordado de plumetis id
Bordado de aplicación 35
Bordado de crochet id
Bordado al pasado 36
2o De la tapicería 37
Puntos de tapicería id
El punto entero id
El punto de los gobelinos id
El punto doble id
El punto mosaico sencillo 38
El punto de mosaico doble id:
El punto á cuadros ó dameros 3Í
3o Del fílet, malla ó redecilla 40
Modo de hacer el fílet ó malla 41
4o Trabajos al crochet 43
III Nociones elementales de Economía doméstica 44
De la habitación 45
De la cama id
De la ropa blanca id
De los vestidos 46
Medios de quitar las manchas id
Manchas que son de naturaleza vejetal 48
Manchas de ácidos y cuerpos minerales id
Del calor y de la claridad 49
De las frutas y conservas id
De las bebidas 50
IV Nociones sencillas para preparar los alimentos id
Sopas id
De las viandas 52
Pescados 55
Legumbres id
Fin del Indice

- 230-
(S^LcíS C ^K fujSt6S en la h isto ria de B olivia - Im ágenes y realidades del s ig lo XIX

Carta Pastoral del Obispo de Santa Cruz 1879*

Padres de familia: vosotros debeis ejercer el sacerdocio en el interior de vues­


tras casas; vosotros debeis ser los apóstoles de vuestros hijos; inspiradles, pues, en su
tierna edad, preferente amor a Dios, y un reverente temor a su santo nombre; dadles
buenos ejemplos, y hacedles comprender, que el negocio mas importante es la salvación
de sus almas, de las que habéis de responder ante Dios. Tened presente, que el padre,
que descuida la educación moral y religiosa de sus hijos, no tiene fé, como dice San
Pablo, es peor que un infiel [Ad Thimot V.8]. Por tanto, vosotros nos secundareis en
nuestro ministerio pastoral, acordándonos de estas sentencias del Espíritu Santo: “El
hijo sabio es alegría de su padre, y el hijo necio es pesar de su madre” (Prov. lO.v. 11).
El padre que no castiga a su hijo, lo aborrece (Ib. XIII. 24). -No juzgamos necesario un
largo razonamiento, para haceros ver,- que la felicidad de la familia y, con ella, la de la
sociedad depende de la educación cristiana de los hijos. Los enemigos de la Religión
católica, y por consiguiente, de todo orden social y político, se esfuerzan por extraviar
el corazón de la niñez, para hacer desaparecer todo principio de autoridad, civil o
eclesiástica; para derribar tronos y altares, bajo pretexto de igualdad, fraternidad, li­
bertad. Con cuánta razón ha dicho nuestro Santísimo Padre León XIII: “Una dolorosa
esperiencia nos enseña, que, en la guerra hoi declarada a la Iglesia, los enemigos diri­
gen todos sus esfuerzos a la juventud con el manifiesto designado de infundirle nuevas
ideas, y de ganarla para su causa” [Carta del 25 de marzo del corriente año].
Por ello, os exhortamos y rogamos, por el amor a Nuestro Señor Jesucristo, y
con todo el afecto paternal de nuestro corazón, que vigiléis la educación religiosa de
vuestros hijos, a quienes está encomendada la regeneración de la sociedad entera. Si
los hijos son buenos cristianos, amarán, temerán y obedecerán a Dios; y de igual modo,
amarán también y obedecerán en Dios y por Dios, a sus padres, con el convencimiento
de que, toda paternidad viene de Dios [S. Paul ad Ephs. III. 15.]; amarán, temerán y
obedecerán así mismo a los que gobiernan, y a todas las demás autoridades, con la
conciencia de que los gobernantes y los legisladores, gobiernan y legislan por El (Prov.
VIII. 15). Los hijos, pues, serán buenos ciudadanos, y por consiguiente, buenos defen­
sores de la Iglesia y de la Patria, como lo fueron los esforzados Macabeos.
Muy particularmente vosotras, respetables matronas; vosotras, madres tierna­
mente amorosas, que, por admirable disposición del Supremo Autor de la naturaleza,
teneis las grandes prerrogativas concedidas a vuestro sexo, de reinar por vuestra debi­
lidad, de encantar por vuestra timidez, y de imponer por vuestro pudor, y que, coloca­
das e el seno de la familia entre el padre y el hijo, sois el término medio, el centro y el
vínculo mas dulce de la sociedad doméstica; sí, vosotras nos secundareis también mas
eficazmente en nuestro ministerio pastoral.
*Carta pastora! que el Obispo de Santa Cruz de la Sierra, Dn. Juan José Baldivia dirije a sus Diocesanos. La Paz,
B eatriz R ossells

La madre ejerce un dominio irresistible sobre el corazón del hijo, y le inspira


sentimientos de piedad hacia Dios, y de amor y respetuosa sumisión hacia el padre;
fomenta en éste el cariño y solicitud hacia aquel, y hace la alegría y felicidad de la
familia. La madre escusa, defiende y protege al hijo c ulpable ante el padre irritado, ora
calmando la indignación o templando el rigor de éste, ora obteniendo el perdón de
aquel. La madre hace valer a los ojos del hijo, la autoridad del padre, y procura la
sumisión y el arrepentimiento del hijo. La madre, cuando el hijo es culpable de alguna
falta, no halla paz ni sosiego, hasta alcanzar la reconciliación y contento entre él y su
padre: tan grande influencia ejerce la madre cristiana, en el orden natural; y la ejerce
mucho mayor y mas poderosa, en el orden de la gracia. Por esto, oh madres de familia,
os instamos, os encargamos, y os pedimos, con toda la ternura de nuestro corazón, que,
desde los primeros dias de vuestra maternidad, no descuidéis la instrucción religiosa
de vuestros hijos: emplead vuestro poderoso influjo a favor de ellos, procurad con
esmero, formar esos tiernos corazones con las sanas máximas de nuestra augusta
Religión, ciertas de que, si, desarollada mas tarde su razón, y viciada su inteligencia
por las perversas máximas del mundo, llegan a extraviarse, algún dia recordarán las
buenas lecciones que hubieren recibido en vuestro seno, y volverán al buen camino,
tanto mas fácilmente, cuanto mas arraigadas estuvieren en su corazón las instrucciones
recibidas, en el regazo materno.
Estad firmemente ciertas y seguras de que Dios jamás deja de escuchar benigno
las súplicas y de dulcificar la dolorosa aflicción de una madre piadosa, que confiada­
mente le pide alguna gracia, o que vuelva a la vida a su amado hijo—Teneis para
vuestro consuelo los ejemplos de una Agar, de una viuda de Nain, de una Mónica, y de
tantas otras piadosas madres. Con semejante conducta, mantendréis la paz de vuestras
familias, formareis buenos cristianos, y preparareis buenos ciudadanos, que sean la
honra y gloria de la Patria y de la Iglesia, nuestra piadosa Madre.

Hijas de familia, si vosotras escucháis y os aprovecháis de cuanto acabamos de


decir a los hijos, en general, vuestra modestia, candor y sencillez tendrán mayor encan­
to; y las dotes con que Dios ha querido distinguir vuestro sexo débil, quedarán acre­
centadas con las virtudes cristianes que atesoréis. Vosotras teneis la alta misión de
contribuir, con mayor eficacia, a la reforma de la sociedad. Ahora, que sois hijas, pro­
curad serlo buenas, para que vuestros padres os colmen de bendiciones: mañana que
hubiéreis sembrado de vuestros padres. Si sois buenas hijas, humildes, hacendosas,
obedientes, respetuosas......., en una palabra, virtuosas, serán también vuetros hijos
igualmente buenos, humildes, trabajadores, obedientes, respetuosos y virtuosos. Sed,
pues, hoy buenas hijas, y sereis mañana buenas esposas y madres. Nunca olvidéis, que,
cuando seáis madres, “se os medirá con la misma medida con que hubiereis medido, y
aun se os añadirá algo más” [Mar. IV. 24],

- 232-
O M u /e fá S en ,a h lstoria de B ol' v!a ■Imágenes y realidades d el s ig lo X IX

Hijos e hijas: guardaos de faltar, ni en lo mas pequeño a vuestros deberes, y


orad a Dios que os preserve de la desgracia de causar algún pesar a vuestros padres,
que son los representantes de nuestro Padre celestial, en este mundo, y que os quite la
vida, antes que tengáis la infelicidad de hacerlos verter una sola lágrima de pesar las
lágrimas de los padres, no caen sobre la tierra, suben hasta el trono de Dios a pedir
venganza. Grabad en vuestra memoria estas pocas sentencias: “Cuán infame es el que
abandona a su padre y cómo es maldito Dios de Dios el que exaspera a su madre!... La
bendición del padre afirma la casa del hijo: pero la maldición de la madre la derriba
desde los cimientos” [Eccli. 111. 11. 18]. Guardaos mucho de que vuestra conducta
atraiga sobre vosotros y vuestros hijos la maldición que cayó sobre Cam! Poned gran­
de cuidado en evitar una muerte ignominiosa, y, tal vez, muy semejante a la del infeliz
Absalon..... !
Jóvenes todos, de uno y del otro sexo, comprended que la Religión Católica, no
se opone, no, al estudio de las ciencias y artes, al progreso verdadero ni a la adquisición
de bienes de fortuna, con tal que no hagais de ello causa ú ocacion de vuestra eterna
ruina. ¿Qué aprovecha al hombre, dice nuestro Señor Jesucristo, ganar todo el mundo,
si pierde su alma” [Marci VIII. 36]. También dice á todos: “buscad primero el reino de
Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” [Matt. VI. 33] Ved aquí la
norma de vuestra conducta, si queréis ser verdaderamente dichosos, en cuanto sea
posible, durante vuestra mansión en este valle de lágrimas y amarguras.
Si, conservando siempre, con fírme constancia, en vuestro pecho, el fuego san­
to de la Religión del Hombre Dios, la cual eleva y engrandece el noble sentimiento
patrio; si, decimos, tuvieseis la suerte de veros, como nuestros hermanos, entre las
duras fatigas y penosas privaciones de una campaña, conoceriais, por esperiencia pro­
pia, que el hombre cristiano y virtuoso, que teme á Dos á quien ama, y le obedece, es
siempre un soldado moral, piadoso, compasivo y valiente; y que, siendo terrible en el
combate, es también generosamente humano con el vencido. El cilicio de San Luis no
rechazaba la coraza; y Voltaire mismo confesaba de buena fé, que un ejército dispuesto
á pelear por obedecer á Dios es invencible. Así lo atestigua también la Legión tebana.
Creemos y esperamos que, tal será nuestro ejército, en la dolorosa guerra que
ha sido declarada á nuestra cara Patria, con tanta injusticia. Sí, nuestro ejército, com­
puesto de honrados y valerosos ciudadanos, y engrosado por ilustrados y abnegados
jóvenes, la mas querida porción y la mas firme esperanza de la familia y de la Pa­
tria.....
B ea triz Rossells

Instrucción cívica
Julio Cesar Valdés, 1888*

De la Familia
9. Un padre, una madre y uno o mas hijos, es lo que constituye la familia, la
primera y la mas sencilla de las sociedades y la primera también que el hombre apren­
de a conocer y á amar.
En el seno de la familia recibimos la existencia; ella vela nuestra cama, dirige
nuestros primeros pasos en la niñez, nos enseña á creer, amar y venerar á Dios y se
alegra con nuestras alegrias y sufre con nuestros dolores.
Cada uno de los miembros de la familia, según el lugar que ocupa en ella, tiene
que cumplir ciertas obligaciones.
10. El padre es el jefe de la familia. Uniéndose á su esposa por el matrimonio,
ha formado una sociedad en la que ésta ocupa el segundo lugar con respecto á la auto­
ridad.
El hombre posee cualidades naturales que lo hacen más apto que la mujer, para
la representación de la familia ante la sociedad civil. A él está encomendada la difícil
tarea de proteger, sostener y conservar á la familia.
11. La mujer unida á la autoridad del jefe de la familia, a la felicidad común o la
desgracia, llamada á ayudarle y reemplazarle si llegase á faltar, ocupa en el hogar un
puesto importantísimo. Su misión es de paz y amor. Está encargada á sus cuidados la
primera educación del niño; ella le enseña á caminar por la senda del bien, le inculca
máximas de virtud y honor, le enseña a juntar las manos para adorar al Supremo Hace­
dor, le da consejos saludables para huir del viento y del crimen; ella es, en una palabra,
la segunda providencia del hogar y con su abnegación y su ternura mantiene la paz y
armonía en la familia.
12. Los esposos se deben afección, respeto y atenciones recíprocas. Están obli­
gados á vigilar, educar y proteger á sus hijos.
13. Los hijos, á su vez, deben á los padres veneración, respeto y obediencia. El
amor que Dios ha puesto en el corazón del hombre para querer á los que le dieron el
ser, le prescribe estos sagrados deberes. El hijo no necesita que ninguna ley le mande
respetar, venerar y querer á sus padres, esa ley natural está grabada en el corazón y no
se borra de allí sino con la muerte.
Los hijos, cuando llegan á la mayor edad, forman nuevos hogares bendecidos
por sus antecesores y perpetuando esta sagrada tradición, impuesta por la naturaleza y
prescrita por Dios en el Sinaí: Honra á tus padres y vivirás muchos años sobre la
tierra.
*Imprenta de “La Revo!ución”La Paz, 1888.
Julio César Valdés nació en La Paz, fue periodista, literato diplomático y hombre público, diputado, critico literario y costum­
brista. fundó el Ateneo Boliviano. Entre sus obras: Bolivia y Chile. El estado de guerra, Heroínas paceñas.

- 234-
Q M k f& t'e S en la h isto ria de S o livia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

Devocionario Jesuíta
Nueva Ancora de Salvación, 1888*

CASADOS
Si viven en buena paz y armonía entre sí, y con los suegros y parientes.
Si han negado el débito á su consorte sin causa legítima, ó imaginándose que
todo era lícito, han profanado la santidad del matrimonio.
Si han escandalizado á la familia con discursos y acciones libres.
Si se sufren mutuamente los defectos.
Si se molestan con celos indiscretos.
Si se han maltratado de palabra ó de obra.
Si han guardado la fidelidad prometida á Dios y á su consorte.

LA MUJER CASADA
Examine si cuida bien de su familia.
Si trata al marido con cariño y humildad.
Si ama á sus hijos con amor excesivo, dejándoles vivir según sus caprichos,
excusándolos y defendiéndolos cuando el padre quiere castigarlos justamente.
Si los ha maldecido, deseado la muerte, ó echado imprecaciones.
Si ha resistido injustamente al marido, y porfiado con él.
Si ha malgastado el dinero en vanidades, galas y antojos.
Si es pendenciera, burlona, fingida, ó está reñida con alguna vecina ó parienta.
Si en el traje, modo de hablar y proceder ha guardado el recato y la modestia
conveniente, sobre todo vistiendo, ó dando el pecho á la criatura.
Si ha perdido el tiempo en visitas, conversaciones frívolas, murmuraciones, etc.
En caso que tenga alguna duda sobre el matrimonio, expóngala con humildad á
un confesor prudente.

* Nueva Ancora de Salvación o devocionario que suministra a los fieles copiosos medios para caminar á la perfección.
Y a los párrocos abundantes recursos para santificar la parroquia por el Rdo. J.M. de la Compañía de Jesús.
Quincuagésimo tercera edicción con letra gorda. Librería de Ch. Bouret. París, Méjico, 1888.

- 235-
3. LA PARTICIPACIÓN DE LA MUJER:
OFICIOS, OCUPACIONES ACTIVIDADES
Y PROPIEDADES
INTERPRETACION Y TESTIMONIOS DE LA HISTORIA
<
S ^.líS Q Á'Ú tjereS en h isto ria de B o livia ■ Im ágenes y realidades d e l sig lo XIX

El encanto del lujo y los trapos.


Un Aldeano, 1830*
En bello sexo está todo el desatino. Una señorita no ha de concurrir al baile sino
con un traje de tul y con todo lo demás que se parezca a esta tela. El que sirvió para una
primera función, ya no es aparente para una segunda. Todo ha de ser nuevo para cual­
quiera. Y sino es bajeza, es insensibilidad y es un desacato.
Si fuéramos a calcular lo que se gasta en una noche en estas cosas, ¿a cuánto
ascenderla la suma de valores disipados en un solo pueblo al cabo de un año? Tantos
besamanos, tantos cumpleaños, tantas diversiones particulares y tantas otras que tie­
nen por costumbre, ¿cuántos caudales no consumirán? El mal fuera pequeño si queda­
ra de todo eso siquiera una décima parte en el país. Todo o casi todo sale fuera y sale
sin retorno......
Se descarga en una plaza una factura de efectos extranjeros en que todo es
nuevo y todo primoroso. Corren todos a la novedad y el bello sexo que es el más
sensible a los encantos del lujo queda aprisionado desde luego por el brillo de estas
preciosidades. Vuelve a su casa y he aquí el diálogo que se oye en ella .
Fulana le dice a su marido, o su amante:
-Ya sabes que se ha abierto una tienda en tal parte: tiene tales y tales efectos
que no es posible ponderarte su hermosura y delicadeza. Los señoritos Sutano y Men­
gano, las señoritas Fulana y Sutana han sacado para un estreno tales trajes y demás
cosas: yo no soy capaz de quedarme sin otro tanto o algo más.
¡Terrible comprometimiento para el padre de la familia! Sus baúles y sus gave­
tas no tienen un peso, o sólo aquello muy preciso para la plaza. Recorre todas sus
cuentas y halla que no tiene un sobrante para dar gusto a su dama. Echa la vista por
todos los recursos imaginables y no encuentra alguno verificable. Arroja al fin un
suspiro y contesta así a la querida:
- Hija mía, le dice, he agotado el discurso por hallar un medio de complacerte y
veo que no hay de dónde sacar un peso. Tendrás paciencia hasta otra ocasión.
- No digas tal, replica ella. Aunque te cueste un sacrificio, tú me has de dar este
gusto; ya yo estoy comprometida a comprar tales y tales mercancías; le he dicho al
mercader que me las tenga separadas y no puedo desentenderme de tomárselas: ¿que
dirán en caso contrario este comerciante y todas las personas que estaban allí? Otras
de mi rango o tal vez inferiores han comprado telas preciosas y han de tener un estreno,
¿y yo he de estar indecente entre ellas? Sobre todo yo me he casado o te he prodigado
mis favores por comer y vestir con decencia despreciando infinitas propuestas ventajo­
sas, etc.
* Bosquejo del estado en que se halla la riqueza nacional de Bolivia con sus resultados, presentado al examen de la
Nación por un Aldeano hijo de ella. Año de 1830, páginas 34 y 35. Coordinación de edición: Ana María Lema .
PLURAL/ UMSA, La Paz, 1994. pgs. 39-41.
'■Ibid. pg. 44-45

-239-
B ea triz R ossells

Al cabo pues de muchos debates de esta naturaleza, ya cariñosos, ya violentos,


ella misma propone un medio muy fácil de proporcionar el dinero. Y dice:
- Tenemos tantas alhajas y tantas piezas de plata labrada; muchas son inútiles
y ya no están en uso y todo han sustituido en su lugar lozas, vidrios y cristales, que son
más decentes y están más baratos. Tienes el Banco a la mano, toma estas piezas,
véndelas y ya tenemos el numerario pronto.
- ¿Qué genio o qué corazón podrá resistir a la fuerza de tanto poder y a tanto
atractivo?

- 240-
é^Láj O t (ujeres en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y rea lid ad es del s ig lo XIX

• Rabonas: Servidoras del soldado*

Casi todo el contingente militar lo dan los indios y los cholos.


Los españoles, como se llaman los criollos en su filiación, forman la guardia
nacional y se añaden al ejército sólo en caso de guerra. Ese vicio de origen, causa del
descrédito militar, es, en cambio, lo que hace del soldado boliviano el primero de Sud-
América. Más disciplinado que el soldado de Bolivia será sin duda el de muchos
países, pero más sufrido y más estoico, ninguno. Diez o doce leguas por sendas escar­
padas, son una jornada que el indio vence a pie, sin experimentar cansancio ni fatiga.
Un poco de coca, de maíz tostado o de papas cocidas le basta para alimentarse y adqui­
rir nuevas fuerzas; y después de largas jomadas, en medio de su desnudez y privacio­
nes, pelea en los momentos de combate, siempre que sus jefes le den el ejemplo y
pueda después folgar con sus rabonas.
La rabona es la compañera del soldado, aunque no siempre sea la legítima,
pues hay muchos que dejan su cuya en el pueblo y toman su rabona, que viene a ser la
mujer en campaña. En el ejército boliviano no hay cantineras, ni hacen falta, desde que
cada guerrero tiene una sirviente que le prepara la comida en marcha, en los campa­
mentos y en el cuartel. En esto se parecen a los lansquenetes de Wallenstein.
La rabona es tan sufrida como el soldado. Le sigue a todas partes y le acompa­
ña en sus marchas por largas y penosas que sean. El indio, que soporta toda fatiga, no
aguanta la falta de su rabona. Cuando algún jefe ha querido impedir la compañía de
esas mujeres, hase notado que el soldado estaba violento y que las deserciones se mul­
tiplicaban.
Lo más que se ha podido conseguir, es que se cumpla una orden dada por
Severo F. Alonso, siendo ministro de Guerra (1893), por la que se prohibió a las rabo­
nas dormir en el cuartel, estableciéndose por primera vez el rancho.

*Ciro Bayo. C h u q u isa c a o L a P la ta P eru lera , Librería General de Victoriano Bayo, Madrid, 1912.

-2 4 1 -
B eatriz R ossells

• Cocineras: Las recetas del buen gusto*

Empanadas de caldo
Ha una libra de harina se le pone yemas de huevo, dos onzas de manteca, una
taza de leche, un vaso de agua tibia en la que se ha disuelto. Se soba mucho la masa que
es la parte esencial para que estas salgan buenas y se hacen las tortitas que se amonto­
nan a fin de evitar que se sequen.
Jigote.- En media libra de manteca caliente se rehoga catorce o diez y seis
vainas de ají molido, una vez que haya cocido un poco se le pone medio platillo de
cebolla blanca picada y después medio platillo de colas de cebolla picadas, pimienta,
orégano, cominos, media cucharada de sal, cuatro cucharillas de azúcar y tomates,
cerca de una libra de carne de pierna de vaca picada muy menudita y se le echa agua
hirviendo hasta cubrirla, quedando después de mezclada aguanosa y se le une con el
rehogado. Al día siguiente se le pone papa picada y cocida, arvejas, choclos desgrana­
dos. Con esto se va rellenando las tortitas poniendo huevos duros y perejil picados y
aceitunas o pasas. Se humedecen los bordes con clara de huevo, se cierran las empana­
das y se untan con manteca derretida por encima. Hay que evitar el que estén mucho
tiempo rellenas sin hornear, el temple del homo debe ser fuerte para que cuezan rápi­
damente. En lugar de humedecer los bordes de las tortitas con clara de huevo, es bueno
hacerlo con azúcar disuelta en agua.
Tamales
Se coge un poco de chochoca, se la remoja y después pela, con cal o ceniza, se
le hace dar unos dos hervores en leche, y depués se la muele, pero que quede el grano
algo grueso pues muy molido es malo; después se amasa con bastante manteca, yemas
de huevos, anís, y leche (a falta de leche, caldo de tocino con sal) la masa ha de quedar
aguanosita. Para rellenarlos se hace un ajicito de pollo. Se hacen cocer en una olla con
agua sazonada con sal, atravesándolos unos palitos, encima de éstos se pondrá paja y
después los tamales. Se hace cocer desde el alba, el agua no debe cubrir los tamales
porque se echan a perder. Debe tenerse al alcance agua hirviendo para aumentar cuan­
do se seque.
Humintas
Se ralla el choclo y en seguida se le muele en un batán o a falta de éste, en un
mortero de piedra. Bien molido ya, se le sazona con sal al paladar, un poquito, muy
poquito de azúcar y una buena cantidad de manteca de chancho, frita con ají y previa­
mente pasada al tamiz. Mezclado todo esto, se revuelve y bate con una cuchara, y en
las hojas del mismo choclo puestas de a dos en sentido opuesto, para cada huminta se
echan al centro de estas dos hojas cruzadas, tres cucharadas de la pasta. Se dobla se lía
con hilo de pita, y se las hace cocer, en olla, homo o guatía.

*Recetas bolivianas, C o cin a E c lé c tic a (1 8 8 0 ?) Juana Manuela Gorriti, Librería Sarmiento B u e n o s A ires, 1977.

- 242-
é^kr CMujeres en la h isto ria de B olivia ■Imágenes y realidades del sig lo X IX

Conejo a la “summa guarmi”


Después de pelar, lavar y vaciar el conejo, se le da un último baño en vinagre y
sal. Se le abre bien, aplastándole el lomo con golpes dados con la mano del mortero, o
cualquier otro peso; se le unta con mantequilla frita con ají, y tras un lijero espolvoreo
de sal, se le cruzan dos palitos a lo largo del interior, para mantenerlo abierto, y envuel­
to en un papel enmantecado, se le pone en el asador a fuego vivo, al aire libre o en una
cocina espaciosa, a fin de que no se impregne con el humo de las viandas. Cuando el
conejo está ya cocido, se le quita el papel para que tome el color dorado de la perfecta
cocción. Se le sirve con salsa de ají amarillo para los criollos y de mostaza inglesa para
los extranjeros, ambas sazonadas con un desleído de yemas de huevos duros en aceite
y vinagre, con perejil picado.

- 243-
B ea triz R ossells

• S obre la s c o c in e r a s *

“En todas partes no hay gremio peor que el de batelero y cocheros, pero tene­
mos evidencia de que éstos no proporcionan tantos disgustos e incomodidades como
las sirvientas y sobre todo las cocineras de aquí.
Rara vez las señoras cochabambinas gozan de completa salud y es debido a
que aquellas las tienen siempre malhumoradas y con el malhumor viene la revolución
de la bilis.
Y si son las suegras las que tienen que bregar con la servidumbre, fíjense Uds.
las torturas por que tendrá que pasar los pobres yernos, con sus queridas madres dadas
al traste a causa de disgustos cotidianos con el servicio doméstico.
¿Con razón las hay las que a los 30 años tienen surcadas la faz de prematuros
pliegos y la cabeza de madrugadores hilos de plata!
Pero lo peor del caso no es que sirvan mal las unas y que las otras hagan
quemar el arroz o ahumar la sopa; hay algo que excita más los nervios de las señoras
madres de familia y es que en el momento menos pensado toman aquellas las de
Villadiego, dejando las camas a medio tender o la carne a medio hervir, y llevándose
como recuerdo algo de poco o mucho valor.
Y entonces las señoras o las señoritas de la casa son las que tienen que con­
cluir el arreglo de los lechos o penetrar en la cocina saliendo de allí con los ojos lacri­
mosos e irritados por el humo que invade la atmósfera de ese recinto”.

*E1 Heraldo, Cochabamba, Febrero, 1893.

- 244 -
O m itie re s en la h isto ria de B o livia ■ Im ágenes y realidades d el s ig lo I

• M u je r e s en e l c u e r p o d e a m b u la n c ia d e l E jé r c ito B o liv ia n o ,
d u r a n te la G u e r r a d e l P a c ífic o
C r e a c ió n y o r g a n iz a c ió n d e l c u e r p o d e a m b u la n c ia s , D a le n c e 1 8 8 1 *

En nuestro tránsito, encontramos varias partidas de tropa y oficiales sueltos que


recorrían el campo, recogiendo armamentos y municiones y agrupando á la vez, á
trechos, los cadáveres de los suyos. Uno de aquellos nos indicó la dirección donde
había encontrado un herido, que decía ser de los nuestros, y que por lo apartado del
lugar en que se encontraba, temía que no dieramos fácilmente con él: fuimos siguien­
do el rumbo que nos indicó y solo encontramos otro herido chileno, á quien prestamos
el auxilio que necesitaba y lo trasladamos, a indicación suya, hasta un lugar de donde
podía ver y ser visto a distancia.
Continuamos nuestro camino, á lo largo de los campamentos que había ocupa­
do antes el ejército unido, procuramos proveemos de los instrumentos de escavación,
que hasta entonces nos faltaban, y de agua que estaba próxima á concluírsenos. Lo
primero obtuvimos sin dificultad alguna; no así lo segundo que, allí mismo, se encon­
traba tan escasa como entre nosotros.
Al estremo derecho de nuestra límea, en la fortificación pasagera que se había
formado para una sección de nuestra artillería, encontramos que se habían refujiado
once heridos del ejército aliado que, hasta ese momento, eran guardados por un centi­
nela. La ambulancia peruana mas próxima, había principiado á recojer los primeros,
nosotros continuamos haciéndolo hasta el último, que fué un soldado del Batallón
“Ayacucho”.- El centinela fué retirado inmediatamente que nos llevamos á aquel.
A nuestro regreso al campamento, doce y media á una p.m. encontramos una
nueva sección de nuestra ambulancia que acababa de llegar de Tacna, con una cantidad
de agua, leña y algunas otras provisiones para nuestos heridos.- Venía a cargo de ella
el doctor Narciso Cueto y el practicante Caballero con la señora Ignacia Zeballos y dos
escuadras de sanitarios. La señora Zeballos tomó á su cargo la inspección de la dieta
que, en ese mismo instante, principió á prepararse para nuestros heridos.

El servicio facultativo, distribuido en secciones bajo la inmediata inspección de


nuestro estimable colega el doctor Abelardo Rodríguez, era eficazmente atendido por
éste y los doctores Demétrio Moscoso, Constantino D. Medina, Braulio Pereira, Narci­
so Cueto, Bailón Mercado, José Pedro Sequeiros y los Cirujanos auxiliares Cesáreo
Caballero y José Tomás Adriazola, secundados por un buen número de practicantes y
dos farmacéuticos. En los primeros dias después del combate, tomó también á su
cargo la asistencia de una sección, el doctor Agustín Cortéz, de quien, habiendo des-

*Dr. Zenón Dalence, La Paz, 1881, Creación y organización del cuerpo de ambulancias, Diarios y Memorias de
la Guerra del Pacífico, Casa Municipal de la Cultura “Franz Tamayo”, La Paz, 1980, pgs. 22-23.

- 245-
B eatriz R ossells

aparecido de entre nosotros un dia, supimos que lo habian llevado a Chile, en clase de
prisionero de guerra.
La lenzería, la inspección de la cocina y la del aseo general de la ambulancia,
fueron encomendadas á la espontánea colaboración de algunas señoras, que generosa­
mente han compartido con nosotros hasta el fin, la ardua tarea de la asistencia de tantos
heridos, en las anormales condiciones en que nos encontrábamos después de la derrota.1

El servicio manual, confiado á nuestros sanitarios, no podía jamás ser mejor


desempeñado por otra clase de auxiliares. Habría sido aun mas completo, si la organi­
zación del cuerpo hubiera tenido tiempo de perfeccionarse con un poco mas de prác­
tica y de severidad de disciplina militar, que no era posible observar estrictamente
hallándonos como estábamos en medio del campo enemigo. Adjunta á esta sección
sirvió desde la organización de las ambulancias, una señora, modesta, sagaz y comedi­
da, llamada Vicenta Paredes Mier: es natural de Tocopilla, de cuarenta y cinco á cin­
cuenta años de edad. Cuando se nos presentó por primera vez, á principios de marzo,
solicitando un puesto en el servicio de nuestros enfermos del hospital de la Legión nos
manifestó: “que no tenia pariente alguno; y que, no pudiendo vivir en nuestro Litoral,
en medio de los enemigos de su patria, había preferido abandonar su hogar y venir
hacia nuestro ejército, para seguirlo en la campaña y tener siguiera el placer de alcan­
zar un vaso de agua á sus compatriotas en el campo de batalla”. Aceptamos su oficio­
sidad encargándola de una sección del servicio manual. Mas tarde, cuando salimos al
campo, antes del combate del 26, reiteró su ofrecimiento de seguir al ejército, de que la
disuadimos, haciéndola ver lo embarazoso que seria para ella la movilidad frecuente
en que podia estar aquel, y la idéntica significación que tenia, moralmente, el servicio
que quería prestar en el campo, con el que podía continuar prestando á nuestros enfer­
mos entonces para prestarlo también, mas tarde, á nuestros heridos: accedió á nuestras
observaciones y quedó resignada desepeñando su rol en la ambulancia sedentaria. Un
rasgo de conducta que la recomienda de una manera sobresaliente, aparte de de la
asiduidad, cariño y prolijidad con que ha cuidado á nuestros heridos, hasta el día de la
partida de la última sección de nuestra ambulancia general, es haberse desprendido de
su cama en los primeros días después del combate, para repartirla entre los heridos que
se hallaban faltos de ella y pasar las noches, silenciosa, por mas de un mes, sobre una
ligera estera. La recomienda el desinterés con que ha prestado sus servicios, resignán­
dose al pequeño pré de tropa que se le había asignado en nuestro presupuesto, apesar
' Señora del Director de Ambulancias Ana M. de Dalence
Señora María N. v. de Meza.
Señorita Mercedes Meza
La "Ambulancia boliviana” está bien servida. Tiene un gran número de empleados y cuenta con toda clase de recursos.
La esposa de uno de los médicos atiende personalente á los heridos.
(Del "Eco de Tacna” número 2, correspondiente al 27 de Junio de 1880).

- 246-
(E>C<£f O M liJ ó re S en la h isto ria de B o l ¡vía - Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

de carecer de un vestuario medianamente decente. La recomienda, en fin, el último


rasgo de su desprendimiento: haberse marchado nuevamente, á su pobre casita de
Tocopilla, después de haber cumplido concienzudamente, el deber que se había pro­
puesto llenar para con sus compatriotas y cuando creía que sus servicios no eran ya
necesarios, sin esperar la gratitud de una sola familia, de los heridos y enfermos, que
había cuidado con tanta abnegación y esmero..... 1
Por un rasgo de esquisita delicadeza, las señoras de la “Ambulancia Arequipa”
recibieron á nuestros heridos en las camas que de antemano les tenían preparadas y nos
propusieron la devolución de las que se habían llevado con aquellos, suponiendo, talvez,
que pudieran necesitarse en la cruda travesía de la rejión de Vincocaya, que según
nuestro itinerario debíamos cruzar á media noche. Rehusamos aceptarlas, manifestán­
doles que áun teníamos algunos bultos sobrantes, y aún nos permitimos obsequiarles
uno de estos.
A la mañana siguiente, después de ayudar á la curación de nuestros heridos, las
señoras de la “Ambulancia Arequipa” procedieron personalmente á distribuirles la dieta
y el vino obsequiados por el señor Valdéz y á alistarlos del mejor modo posible para la
continuación de nuestra marcha.
Hay situaciones en que una delicada atención, una palabra de soliclitud ó con­
suelo, importan para el que sufre tanto como la mejor de las prescripciones de un
médico, tanto como el mejor rejenerador de las fuerzas vitales en su organismo. Tal
debió pasar entonces con nuestros heridos á juzgar por la animación y alegría que se
notaba entre ellos. Tal fué el efecto que ocasionaron en nuestro espíritu, las delicadas
atenciones de que fué objeto nuestra ambulancia durante su corta permanencia en la
ciudad de Arequipa2.

1 Ibid. pgs. 32-33


\ Ibid pgs. 68-69

- 247-
B eatriz R ossells

• P r o y e c to d e r e g la m e n to d e la S o c ie d a d d e B e n e fic ie n c ia *
Capitulo Io
De la Sociedad
Artículo Io La Sociedad de Beneficencia tiene por objeto consagrarse al ejerci­
cio de la caridad cristiana, aliviando en lo posible la situación desgraciada de los
menesterosos o dolientes. Se compone de las Señoras que voluntariamente quieran
pertenecer a ella: su número es indeterminado, y sus funciones no perjudicarán las
peculiares obligaciones que cada una tenga según su estado.
2o Siendo ella hija de la relijion e inspiración del Evanjelio, no tiene mas estí­
mulo que el deseo de obrar el bien; no cuenta con mas elementos que la caridad públi­
ca; ni espera otra recompensa que la que la relijion promete a la verdadera caridad. Por
tanto, se pone bajo el patrocinio especial del Sagrado Corazón de Jesús.
3o Para pertenecer una Señora a la Sociedad, solo necesita inscribir su nombre
en el rejistro correspondiente con la determinación de prestar sus socorros o sus servi­
cios personales, o unos y otros a la vez.
4o La Sociedad se reunirá en sesión ordinaria en el dia del Corazón de Jesús, y
en el siguiente a la Navidad, y extraordinariamente siempre que la junta directiva la
crea necesaria, con motivo de algún asunto de gravedad.
5o En las reuniones ordinarias, se ocupará Io de informarse con estension o de
todos los procedimientos de la junta; 2o de examinar el movimiento de la tesorería; 3o
de remover los obstáculos que embaracen la marcha y desarrollo de la Sociedad; 4o de
elejir en conformidad del artículo 9o las Señoras que formen la junta, en su caso; 5o de
tratar y acordar todo lo concerniente a su instituto. En las extraordinarias se ocupará
del objeto que motive su reunión.
6o La Sociedad ejercerá sus oficios de caridad Io en favor de los enfermos de
los hospitales; 2o en favor de los huérfanos indijentes; 3o en los domicilios, en favor de
los enfermos o pobres vergonzantes; 4o en las cárceles.
7o La Sociedad, para llenar el objeto que se propone, cuenta con la caridad
pública; en el supuesto que cualquiera cantidad o especie, por pequeña o inservible que
parezca, podra ser útil, y será recibida con gratitud. Cuenta asimismo con la coopera­
ción de todas las personas que por su profesión puedan prestar sus servicios a la huma­
nidad, en nombre de Dios.
Capitulo 2o
De la Junta Directiva
8o La Sociedad será representada y rejida por una junta directiva, la cual se
renovará anualmente.
9o Esta se compodrá de una Presidenta, Tesorera, Secretaria y cinco Conseje­
ra s - La elección de todas ellas se hará a pluralidad de votos de la Sociedad - La

*. José María Santivañez, Avelina Veamurguia, Juan de Dios Bosque. La Paz, Julio 23 de 1859

- 248-
áckr O Mujeres en la h isto ria de B olivia - Imágenes y rea lid ad es d e l sig lo X IX

votación será secreta - La prioridad de elección en las consejeras determinará su orden


o precedencia.
10° Siempre que alguna de las Señoras que formen la junta tuviese de ausentar­
se temporal o perpétuamente, será elejida la que debe reemplazarla por la misma junta.
11° La junta se reunirá ordinariamente todos los viernes del año, y extraordina­
riamente todas las veces que sea convocada por la Presidenta. Las reuniones ordinarias
tendrán por objeto Io acordar todo lo que tenga relación con los fines de la Sociedad;
2o elejir de estas comisiones los datos y observaciones que hubiesen hecho en el des­
empeño de ellas; 4o mandar publicar por la prensa listas de las especies de que mas
necesidad tuviere la Sociedad, según las circunstancias - El objeto de las reuniones
extraordinarias, será el que proponga la Presidenta.
12° La junta está autorizada para arbitrar los fondos de que necesita la Sociedad
por todos los medios que le sujiera el amor a la humanidad, y el celo por corresponder
dignamente a la confianza de la Sociedad jeneral. A este efecto podrá depositar en las
iglesias u otros lugares una arca para que la piedad pública deje sus limosnas.
Capitulo 3
De las Comisiones
13° Para los fines que la Sociedad se propone en el artículo 6o, habrá tres comi­
siones inspectoras y una cuestora, de a dos Señoras cada una: la Io de hospitales que
durará ocho dias; la 2o de los domicilios que durará quince; la 3o de cárceles que durará
un mes; la 4o será la comisión cuestora, encargada de recojer la limosna pública; esta
durará un mes. Podrán duplicarse, y aun multiplicarse estas comisiones, siempre que
lo exijan las circunstancias.
14° Las Señoras que formen todas las comisiones referidas llenarán las pres­
cripciones siguientes: Io presentarse ante la Presidenta, al principiar su comisión para
recibir las instrucciones que fueren necesarias'; 2o presentarse ante la junta, terminada
la comisión a dar prolija de ella; 3o presentar igualmente un minuta de los gastos urjentes
que hubiesen hecho.
15° Cada vez que alguna Señora nombrada en comisión tuviese impedimento
lejítimo para desempeñar su deber, dará aviso por medio de un billete a la Presidenta,
quien la subrogará con otra.
16° Cualquiera de las asociadas, por cuyo medio se invocaren los aucilios de la
Sociedad, podrá informarse de las necesidades y situación de la persona interesada,
para trasmitir sus observaciones a la comisión respectiva, o a la Presidenta.

24° La Tesorera administrará los fondos de la Sociedad, con sujeción a las


obligaciones siguientes: Io llevar un libro de cuentas, en el que consignará a toda
cantidad que recibiere, sea en dinero o en especies, con la firma de la persona que haga
la entrega; 2o llevar un rejistro de las personas que voluntariamente se hubiesen suscri­
to, con espresion del tiempo y de la cantidades a que se hubiesen obligado; 3o no hacer

- 249-
B eatriz R ossells

erogación alguna de los fondos sino mediante el boletin espedido por la Presidenta; 4o
presentar cada fin de mes ante la junta el libro orijinal de cuentas con la colección de
boletines que comprueben sus partidas; 5o formar a la terminación de su cargo un
estado jeneral de los ingresos que hubiesen tenido la tesorería.
25° La suscripción de las Señoras socias no podrá exeder de la proporción de
dos reales semanales. Las que quieran ampliar su liberalidad podrán hacerlo secreta­
mente por medio de la Tesorera o de la comisión cuestora, quienes en este caso quedan
obligadas al correspondiente sijilo.
26° La Secretaria llevará un libro de los acuerdos, tanto de la Junta como de la
Sociedad jeneral; llevará también el rejistro de las Señoras que se hubieren inscrito en
la Sociedad; otro de los beneficios dispensados por ella, y otro de las personas que se
hubiesen distinguido por su liberalidad o servicios notables.

- 250-
O M w e re S en la h isto ria de B o livia - Imágenes y realidades del sig lo X IX

Las vendedoras y chicheras de Cochabamba


R o d r íg u e z y S o la r e s , 1 9 9 0 *

Sistema Ferial y Chichería:La Alternativa Popular


Frente a esta actividad dirigida esencialmente a llenar las necesidades de un
mercado de consumo de ingresos altos y medios que incluyen a terratenientes, buro­
cracia estatal, estratos profesionales, incipientes sectores empresariales, etc., se desa­
rrollaba paralelamente un “otro comercio”, el de las ferias regionales ya mencionadas,
que además de llenar las necesidades de abastecimiento del conjunto de la población
urbana, permitían la satisfacción de las necesidades de los sectores populares: artesa­
nos, pequeños productores agrícolas, pequeños comerciantes, empleados del Estado
de bajo rango, empleados en servicios domésticos, etc.
En la ciudad se hicieron famosos los mercados feriales de San Antonio y Caracota
(Plaza Alejo Calatayud), donde se comercializaban los productos del Valle Alto y de
Sacaba, en tanto en la Plaza Corazonistas y Osorio (Mercado de la Carbonería), menos
populoso, se comercializaban los productos del Valle Bajo. A comienzos de la Repú­
blica, el mercado de abasto principal, se encontraba en la Plaza de San Sebastián o
«Pampa Grande» como la describe D’Orbigny en su famosa crónica.
A lado de estos mercados, se ubicaban la «recoba» o Mercado Municipal, en el
predio actualmente ocupado par el edificio de la H. Alcaldía y un «mercado de com­
bustible» sobre las calles Argentina (hoy Jordán) y San Martín, ocupando parte del
actual mercado «27 de Mayo».
Particularmente los mercados feriales que funcionaban como hasta hoy los miér­
coles y sábados le dieron dinámica y una fisonomía particular a la zona Sud: la Plaza
San Sebastián en esa época muy concurrida por artesanos, la tortuosa Pampa de las
Carreras (hoy la populosa Av. Aroma), la prolongación de la calle del Comercio (hoy
Nataniel Aguirre), hasta la Plazuela del templo de San Antonio y finalmente la Plazue­
la de Caracota que se prolongaba irregularmente hasta el final de las calles Antezana y
Esteban Arze (hoy 16 de Julio), definían los sitios de mayor actividad del pequeño
comercio. Aquí se organiza el mundillo del intercambio, al que concurren desde los
sitios más alejados del valle, centenares de pequeños productores, artesanos y comer­
ciantes: a pleno sol, en medio de una constante nube de polvo e insectos, desordenada
y precariamente (en realidad como hasta hoy), se concentraban los productos agríco­
las: muchas zonas de valle aportaban con maíz «willcaparu» o mococho; el
«willcaparillo» o blanco; el «kullizaca» o mocado, el «chuspillo», blanco, amarillo o
rosado; «chekchi» o maíz gris, los tubérculos como la papa «imilla», «runa» «murmu»,
«ch’ili»; la papa lisa, la oca, provenientes de las alturas de Arque, Tapacarí, Capinota,
al igual que la quinua y el tarhui; excelentes verduras y frutas de temporada provenien­
tes de los huertos de Santa Ana de Cala Cala y lugares próximos; la harina de trigo
*Gustavo Rodríguez y Humberto Solares.
Sociedad oligárquica, chicha y cultura popular. Editorial Serrano, Cochabamba, 1990, pgs. 66-75

-251 -
B eatriz Rossells

«flor» -la variedad más fina- y otras muchas más; el azúcar «San Nicolás» y otros de
Santa Cruz; el arroz «Carolina», «Cruceño», etc, la chancaca, el alcohol y otros pro­
ductos de la misma procedencia, los ajíes y locotos, esenciales en toda mesa valluna;
además diversos productos artesanales: abarcas* zapatos, ponchos, mantas, bayetas,
polleras, etc. Todo este conglomerado heterogéneo era vendido a la manera «tradicio­
nal» por indios y cholas sentadas en el suelo, sobre el que extienden un lienzo donde
colocan sus productos, incluso comidas de las más diversas y preparadas según cos­
tumbres que se pierden en lo remoto de los tiempos; todo este conjunto abigarrado,
estaba precariamente protegido por una suerte de rústicos toldos criollos o “Hantuchas”.
En los años cuarenta del siglo pasado, durante el Gobierno de Belzu, el norteamerica­
no Lardner Gibbon dejó esta significativa descripción de los mercados de la ciudad de
Cochabamba:
«En los días ordinarios el mercado está lleno de indios e indias que venden, siendo
los criollos los principales compradores. El lugar está convenientemente arregla­
do: tienen sus respectivos departamentos las que venden efectos y abalónos, así
como las zapateras, fruteras y carniceras: no falta carne de vaca, de cordelo y de
puerco. Hacia el centro varias mujeres se ocupan de cocinar chupe para los que
vienen de fuera de la ciudad.(...) En las espaldas de las indias duermen colgadas
sus criaturas; y las alegres indiecitas provocan la risa de los muchachos de campo
(...). Muchas indias compran de los comerciantes telas de algodón, cuentas, tije­
ras, dedales de bronce y de plata y espejitos, que venden al por menor bajo los
sauces de la plaza o a la sombra que hay en algunas calles; al mismo tiempo que se
ocupan de labores de aguja o de hilar lana y algodón, en los momentos que les
permite su tráfico. Otras venden zapatos”. (El Comercio, Sucre. 9 y 14 de Marzo
de 1878).
La hermosa imagen no difiere en nada de las que actualmente se observa en la
Cancha. Y no son burdos anacronismos, sino expresiones concentradas de una cultura
popular que supo sobrevivir a todas las trabas que le puso el destino, dando hasta hoy,
un tinte indiscutible a la región como si ella llevara pegada a su ser más íntimo las
voces y figuras que emanan de sus ancestrales ferias.
Estos congestionados núcleos de comerciantes y compradores, bulliciosos y
multicolores, estaba rodeado por estrechas callejuelas, donde este frenesí se prolonga­
ba mediante «puestos» que se desplegaban a lo largo de las estrechas veredas, al lado
de modestas y desaliñadas «tiendas», donde vociferantes tenderos ofrecían sus mer­
cancías o suculentas viandas que exponían a la vista de una masa densa de peatones:
chicharrones, mote, picantes, saices, laguas y una variedad sin fin de «platos especia­
les» para todas las horas del día, que eran devorados incansablemente por esta multitud
valluna que alternaba estos bocadillos con enormes cantidades de chicha, el licor «Au­
reo» o el «vino de la tierra» que reinaba indiscutiblemente sobre el paladar de todos:
pobres y ricos. Aquí se engarza lo rural y lo urbano. Lo rural, que como ya advertimos

- 25? -
éías oM 'upvs en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

dependía para sobrevivir del maíz, y lo urbano con su sistema de ferias en tanto espa­
cio de realización mercantil de la chicha. Por supuesto que somos conscientes que la
chicha se vendía también en zonas rurales o en los diversos pueblos, pero para nuestro
propósito es suficiente detenemos en las ferias de la ciudad de Cochabamba.
Ya dijimos que en realidad el gran protagonista de este «otro comercio» era la
chicha, cuya importancia económica no fue debidamente comprendida por Viedma ni
por el propio D ’Orbigny quien hacia 1835 anotaba:
«Nada iguala la pasión del pueblo por la chicha, es un verdadero furor. Los indios
y los mestizos no se contentan con consumirla continuamente, con bebería en la
comida o para refrescarse, buscan también todas las ocasiones posibles en las fies­
tas religiosas, para reunirse y beber día y noche»... Si el pueblo ama la chicha, los
otros miembros de la sociedad no la desean menos... por eso, el consumo es gene­
ral»...
El elemento articulador del mundo ferial es la chichería, en tomo a las que se
concentrarían un sin fin de negocios anexos -comidas, empanadas, tortillas, coca, hela­
dos, etc.- y un flujo ininterrumpido de parroquianos que dinamizan este escenario ferial,
aún muchas horas después de que la actividad comercial ha concluido.
Son en rigor las chicherías con sus banderines a manera de emblema o símbolo
de una cultura popular local, que el gusto importado de Europa no ha podido eliminar,
lo que da a la ciudad su peculiaridad y sabor aldeano tradicional. Desde el siglo XVIII
y particularmente las primeras décadas de la República, las chicherías son componen­
tes infaltables de este escenario urbano. En cierta forma, esta presencia inicial y su
paulatino alejamiento de las zonas centrales, donde habitan las familias que dominan
el escenario político social y económico de la ciudad y que ven en ella, o por lo menos
quisieran ver, la reproducción de los gustos europeos, que hacia fines de siglo se vuel­
ven obsesión; marcan los ritmos desiguales en la escena urbana del conflicto entre la
persistencia de la vieja aldea y de la ciudad «moderna» que dificultosamente trata de
asomar. Ocurre que la chichería, pese a acaparar el gusto de toda clase de ciudadanos,
es un símbolo popular mestizo y tradicional, opuesto a los valores de los nuevos tiem­
pos y si bien es frecuente que caballeros de bastón, sombrero y levita continúen devo­
tos de la tradicional «jarra de chicha», no dejan de sentirse incómodos con la presencia
de estos establecimientos en el ámbito de su vida cotidiana.

Modernización Urbana y Contra Cultura Oligárquica


De pronto con el correr del tiempo una sociedad la criolla y blanca que había
convivido con las chicherías por años en relativa paz, empezó a descubrir que para su
modo de vida, la insalubridad, los olores, la mala vecindad, hasta hace poco soporta­
dos e ignorados, se vuelven insoportables. No se trata precisamente de repentinos ata­
ques de moral, buenas costumbres y salubridad los que provocan este cambio de acti­
tud, sino la comprobación de que «el otro comercio» y su dinámica estorbaban sus

- 253-
B eatriz R ossells

ansias de modernidad señorial. La presencia de bancos, casas importadoras, represen­


taciones y agencias del gran comercio paceño y de otros horizontes, exigen la consoli­
dación de un espacio urbano propio y exclusivo: las chicherías que «avanzan de Sud a
Norte» por las canes San Martín, 25 de Mayo, San Juan de Dios (hoy Esteban Arce),
Comercio, etc., y que además rodean la ciudad e invaden la campiña, son una amenaza
a esa aspiración. Además la flamante industria cervecera -La Cervecería Taquiña se
organizó en 1885 y la Colón en 1890- comienza a disputar a la chicha el gusto de los
paladares de las clases dominantes y pronto el «gusto alemán» aparece como más
apropiado para el barniz de «modernidad» que trata de abrirse paso en medio de las
antiguas costumbres locales.
A inicios de la República la chichería era una institución respetable que ocupa­
ba su lugar al lado de otras instituciones no menos respetables. Franqueadas por los
símbolos del poder mundano (Prefectura y Consejo Municipal) y el divino (catedral)
las chicherías ocupan el mismísimo corazón de la ciudad: la Plaza Principal y sus
calles adyacentes, como si fueran parte ineludible de los sacrosantos poderes que defi­
nían la vida y milagros de los habitantes'de “Cochapampa». Un cronista describió así
el maravilloso momento cuando las chicherías dominaban aun la ciudad.
«En la Plaza 14 de Septiembre había una en la vereda del Palacio (hoy Prefectura),
con sus enormes ollas de comida en la puerta. En la calle del Teatro (hoy España),
dos en la casa que hoy es de la familia Unzueta; una en la de la viuda de Daza con
sus ollas de comida servidas por un matrimonio de africanos, una al frente de los
señores Fernández; una en la casa que es de las señoritas Quiroga; otra en la casa
que es de la Sra. Clara Villarroel, antes del finado Dr. Zacarías Arze, otra en la que
ocupa el hojalatero Cesar N., tres en la casa que pertenece al Dr. Gutiérrez
Argandoña, una en la de don Pedro Loureiro, otra al frente, en la casa del Dr.
Francisco Rojas; otra en la de dona Juana Ariscain; otra al frente de la de doña
Manuela Córdova y otra en la que fue de don Luciano Sanzetenea, que hoy es
propia de una familia Gómez de Mizque. En todo, han desaparecido una en la
Plaza y 16 en la calle del Teatro (en Las dos primeras cuadras). (El Heraldo.
Cochabamba. diciembre de 1889).
Esta situación se mantuvo sin mayores variaciones hasta la gran epidemia y
sequía de 1878- 79, cuando se recomendó por razones sanitarias su desplazamiento
hasta un radio de tres cuadras de la Plaza 14 de Septiembre, mediante una Ordenanza
Municipal a inicios de la década de 1880.
A partir de este antecedente la cuestión de las chicherías versus salubridad e
higiene urbana, fueron el gran argumento que periódicamente se esgrimió, con razón
aunque sin convicción, para ir desalojando estos establecimientos de las áreas centra­
les. Cierto es que la falta de higiene y las pésimas condiciones de las chicherías y su
frecuente desempeño como focos infecciosos, era inobjetable, pero una vez producida
su remoción, poco o nada se hacia para completar y perfeccionar esta actitud con otras

- 254-
C>C¿Cf '6S en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

medidas complementarias como la eliminación de aguas estancadas, basurales, innu­


merables recovecos convertidos en mingitorios, etc., que presentaban las calles benefi­
ciadas con tal medida.
A partir de esta época, ante cada brote epidémico -estando aun fresca en. la
memoria ciudadana la catastrófica epidemia de 1878 analizada por Pentimalli y
Rodríguez Ostria (1987)- una cuestión obligada era el desplazamiento de las chicherías,
que en enero 1887 por ordenanza municipal fueron empujadas una vez más hasta un
radio de 5 cuadras en tomo a la Plaza de Armas.
Sin embargo este tipo de disposiciones administrativas no se hacían cumplir
con rigor y superada la causa que las provocó, todo volvía a la normalidad, es decir que
los establecimientos de expendio y elaboración de chicha amenazados, volvían a ser
tolerados y el asunto quedaba olvidado hasta una nueva oportunidad. Dicha oportuni­
dad se presentó a mediados de 1888, cuando una amenaza de difteria conmovió a la
ciudad y nuevamente se puso en vigencia la medida citada anteriormente, recrudecien­
do los airados reclamos por la desidia municipal para hacer cumplir sus propias dispo­
siciones sobre este particular, es decir, que estando en vigencia un radio de prohibición
de 5 cuadras, muchas chicherías aun permanecían en la vecindad de la Plaza Principal.
Una denuncia particularmente enérgica acusaba de inoperancia a la Policía de Salubri­
dad creada en 1878, en concreto se anotaba que pese a estar terminantemente prohibi­
das chicherías dentro de un radio de 3 cuadras de la Plaza Principal: “existen a dos
cuadras y medias las de Mancilla, Hipólita Abasto (famosa comerciante de chicha,
conocida como la «fondista Hipólita») y otras». (El Heraldo, No. 1347 de 5 de julio de
1888).
Esta nueva ofensiva tal vez más severa que las anteriores, encontró una res­
puesta a la altura de las circunstancias. A diferencia de la acostumbrada pasividad del
gremio a espera de que “cese la toimenta», las chicheras hicieron sentir su presencia
como grupo social escenificando un reclamo que El Heraldo, totalmente opuesto a esta
causa, describía irónicamente como el desencadenamiento de una curiosa «guerra de
la chicha y el chicharrón», en los siguientes términos:
“Un numeroso y compacto grupo de más de 300 «evas» emperifolladas con visto­
so domingueros llenaban el jueves el estrecho recinto de la barras en el salón de
sesiones del Concejo Municipal. Eran del gremio de chicheras e iban a implorar
por la vida de millares de inocentes cerdos... humanizado el Concejos ha concedi­
do 60 días para el destierro de los cerdos. La noticia fue acogida con vivas mues­
tras de alegría» (El Heraldo. No. 1.369, de 25 de agosto de 1888)
La ofensiva final para el desalojo de cerdos y chicheras estaba contenido en el
siguiente aviso municipal «Se advierte que el plazo último e improrrogable concedido
para que los establecimientos de destilación y chicherías se alejen fuera de las 4 cua­
dras de la plaza 14 de Septiembre, debe vencer el día 23 que cursa. Si las personas que
no den cumplimiento a las disposiciones contenidas en el Reglamento adicional de 22

- 255-
B eatriz R ossells

de febrero de 1887, en el que se comprende también el alejamiento de los cerdos, se les


aplicará estrictamente las penas y multas que en dicho reglamento se imponen. Arturo
Zamudio -Intendente Municipal. (El Heraldo, Cochabamba, 27 de octubre de 1888).
Finalmente, este plazo fue prorrogado basta el 23 de noviembre de 1888.
La pugna continuó sin pausa en la segunda mitad de 1888, entre los «sanitaristas»
que con asombro y mucho atraso descubrieron que su ciudad era un enorme foco de
infecciones y los amantes del «néctar de los valles» que acudían a la tradición y la
cultura popular para mostrar lo injusto de estos insidiosos argumentos. La campaña de
El Heraldo en pro de erradicarse estos establecimientos, tampoco se dio pausa, de
pronto la industria de la chicha, a la que paradójicamente se reconocía esencial para la
economía de la ciudad y el departamento, pasó también a ser sinónimo de «bebida
cochabambina que fomenta las fiebres, los sarampiones y otras enfermedades, que se
pi esentan de tiempo en tiempo con la guadaña en la mano, y diezman a la población de
una manera espantosa». (El Heraldo, Cochabamba 8 de diciembre de 1888)...
También prontamente se estableció que además los cerdos eran portadores de
peligrosas enfermedades y que gracias a ellos en la ciudad abundaban ratones y toda
clase de insectos (El Heraldo, Cochabamba 21 de Febrero de 1889). El Concejo Muni­
cipal de 1889 finalmente resultó inconmovible y determinó el alejamiento de las
chicherías y «el eterno destierro de los cerdos». Las afectadas renovaron sus airados
reclamos e intentaron una vez más la revocatoria de la medida, amenazando la exalta­
ción de los ánimos con una singular «poblada» que sirviera de marco a una última
petición. La intervención policial frustró tales preparativos. Una amenaza de epidemia
diftérica finalmente lanzó la cuestión y la policía puso en vigor sus disposiciones eli­
minando a los cerdos infractores y desalojando a las chicherías:
«Ayer ha sido día de actividad para la Policía Municipal. Era llegada a la hora de la
degollación y destierro de los inocentes cerdos y los feroces gritos y protestas
fueron durante todo el día, motivo de especulación» (El Heraldo, No. 1463. de 18
mayo de 1889).
Finalmente, la «modernización urbana» había ganado espacios a costa de la
cultura popular. Con ello, se procedió a un paulatino reacomodo de estos estableci­
mientos toda vez que no se trataba de su extinción sino de emplazarlos en sitios cada
vez más alejados de una ciudad que buscaba «europeizarse». Salvada esta pequeña
«formalidad administrativa» nadie negaba que la chicha era una alternativa nada des­
preciable para enfrentar las adversidades de la exportación cerealera. En efecto, un
editorialista de la época anotó:
«La chichería es una de las industrias principales del Departamento y la que da
salida a la fuerte producción de maíz de nuestros valles»... “pero es preciso regla­
mentarla, conciliándola en lo posible en el radio de la ciudad con la salubridad
pública»... para añadir a continuación: «después de la tercera cuadra del radio de
la ciudad, no es ya muy densa la población. Por otra parte el aire es más puro y por

- 256-
en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y rea lid ad es del sig lo X IX

tanto más sano a partir de la cuarta cuadra adelante, donde se encuentra mucha
vegetación que modifica favorablemente la atmósfera»... «con el tiempo, la cuarta
cuadra, la quinta y aun la sexta, quedarán despejadas de chicherías y de sus adya­
centes forzosos los cerdos, como ha sucedido en la Plaza (14 de Septiembre) y la
calle del Teatro (primera cuadra de la actual calle España), desde el año 1842 a
esta parte. El acrecentamiento de los habitantes, el mejoramiento de las casas el
establecimiento de nuevas industrias, ha ido retirando poco a poco a las chicherías
sin necesidad de la acción municipal». (El Heraldo N° 1559 de 7 de diciembre de
1889).
Esta relocalización se acelera en las últimas dos décadas del siglo XIX y dichas
chicherías comienzan a ser clasificadas en los patentes municipales por «clases» -pri­
mera, segunda, tercera hasta la quinta y sexta-, de acuerdo a la distancia que los separa
del «radio urbano» donde se prohíbe su emplazamiento, inicialmente 3 cuadras en
tomo a la plaza, luego 5, etc.

- 257-
B ea triz R ossells

• I d e o lo g ía s s o b r e la m u je r b o liv ia n a en e l s ig lo X I X
R o s s e lls , 1 9 8 8 *

E l R o l d e la m u je r

La mujer además de ser bella y virtuosa debe cumplir ciertas funciones ineludi­
bles fundamentalmente relacionadas con el otro sexo, más bien de apoyo y comple­
mento. La mujer ha sido creada por Dios para ser compañera del hombre según la
mitología bíblica. Podríamos añadir que, según la mayor parte de las culturas, para
servirle. Naturalmente, el lenguaje poético no se refiere a las tareas cotidianas, al tra­
bajo doméstico y de crianza de los hijos, sino más bien a la función afectiva, incluyen­
do el dolor y el sufrimiento, y a la de transmisión de valores morales y normas culturales.
«Ser tierna y consolar es su destino;
«Amar, sufrir, llorar», esa es su historia .
“El Album” transcribe una rima de Manuel Gutiérrez Nájera, el influyente
poeta mexicano considerado uno de los introductores del modernismo:
«Para aliviar a aquellos que destierra
Y darles la esperanza y el consuelo,
Dios puso las mujeres en la tierra
Y derramó los astros en el cielo
Dio luz al valle y a los bosques bruma,
Nieve a los montes y a los soles llama,
Y a la entreabierta flor dijo: ¡Perfuma!
Y al corazón de las mujeres: ¡Ama!».
En la misma revista, José Manuel Gutiérrez dice: «En esa pequeña república
que es el hogar, la mujer es algo más que soberana: ángel, guía tutelar que cubre con
sus alas la cuna del niño y cura con el cendal de su amor, las heridas del hombre».
Con su peculiar ironía, Adela Zamudio confirma en su poema «El Hombre»,
publicado en el libro Ensayos poéticos, el papel de soporte moral, que juega la mujer
en la relación con su compañero.
«Cuando abrazado por la sed del alma
quiere el hombre, viajero del desierto,
laureles recoger, al umbral de las puertas de la gloria,
«Detente aquí» le dice a la mujer
Y al volver a emprender la carrera,
si siente que flaquea su valor
«Ven, ven» le dice entonces
«tú eres mi compañera
en las horas de lucha y de dolor».
* Beatriz Rossells. La mujer: una ilusión. Ideologías e imágenes de la mujer en Bolivia en el Siglo XIX. CIDEM, La Paz, 1998, pgs. 47-53
'• "La M ujer ", El Diablo, el cuento 8, (Tarija, 24, Vil. 4. 98) p. 1
- Manuel Gutiérrez Najera, "Rima". El Album, 4 (Sucre, 24. V. 1889) p. 2.
■\ José Manuel Gutiérrez. "La esposa y madre". El Album, 3 (17.V.1889) p. 3.

- 258-
<
Z ^ Á / C u jC l6
' S en la f,isto ria de B o livia ■Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

El amor, el matrimonio y la maternidad son los tres grandes objetivos de la


mujer en la tierra según se desprende de dos artículos sobre el «bello sexo» firmados
por Cupertino de la Cruz Méndez, el mayor impulsor de la Revista de Cochabamba,
importante órgano de prensa tempranísimo pues data de 18524. Méndez, en realidad,
toma la mayor parte de sus ideas acerca de la mujer, de una obra de gran difusión en
Bolivia, titulada La Educación de las Mujeres, del francés Aimé Martin.
En sus artículos, Méndez desarrolla varios temas tratados por Martín, entre
ellos, la importancia del amor y el matrimonio para la civilización de los pueblos. No
se refiere al hablar de amor, solamente a aquel que despierta deleites sensuales, sino al
que impulsa a la contemplación de la perfección moral. La mujer posee la altísima
capacidad de poder influenciar en el corazón del hombre a través del amor verdadero
producido únicamente por la belleza del alma, y por lo tanto, capaz de movilizar las
tendencias civilizadoras. En definitiva, el influjo de la mujer en el mundo social es
decisivo, en virtud de esta su «especialización» en el amor. Siendo divino el origen de
esta adscripción, es de suponer su carácter permanente y eterno. La división de roles
según lo establece Méndez es igualmente definitiva: «en la participación de sus dones
[realizada por el Criador Supremo] entre el hombre y la mujer, cúpole a ésta en su
mayor parte el amor. Nacida débil y sin valor, pero sensible y hermosa, solo el amor es
su tesoro, su vida, su porvenir, su destino. El hombre, el contrario, es el valor personi­
ficado, y como actos de la voluntad más bien que del sentimiento, los deseos, la ambi­
ción, la gloria, son los objetivos varios de su anhelo...»
Modesto Omiste, en un trabajo literario dedicado a «La Patria y la Mujer» defi­
ne a esta última como «la más delicada y la más alta personificación de [...] esa causa
generadora [el amor], el manantial fecundo e inagotable de amor y ternura, de sacrifi­
cios y martirios [...] Ella desde el centro de la familia, en que manda como soberana,
señala los rumbos de la humanidad y la encamina a su destino [...] despierta las facul­
tades de su espíritu del hombre, desde la cuna, educa los sentimientos de su corazón,
dirige sus instintos naturales y le enseña a conocer y amar a Dios y a la Patria».
Entre las escasas opiniones femeninas que llegan a la palabra escrita y publica­
da, sobresalen precisamente dos de ellas, provenientes de las mayores voces de la
poesía femenina del país en el siglo XIX, con una mirada adversa acerca del amor.
Poniendo de manifiesto las contradicciones entre la realidad y la idealización que ha­
cen los literatos, de la relación matrimonial, como consecuencia del amor, y de la
verdadera capacidad de decisión de la mujer dentro del hogar, Adela Zamudio desde su
posición de observadora feminista, señala este lazo como una trampa peligrosa.
Cupertino de la Cruz Méndez, "La M ujer", Revista de Cochabamba, 7 y 9, (Cochabamba, 1852) pp. 299-306 y 383-395.
La Revista de Cochabamba, a sólo 27 años de la creación de la República, contiene valiosa información sobre el pensamiento
político y social de la época.
*• Martin. 1847. La obra de Martin, influencia por Rousseau y Fenelon, fue premiada por la Academia Francesa. En Bolivia,
varios autores citan a Martin aparte de Méndez, entre ellos Urquidi (1918). Un capítulo entero del libro es reimpreso en
Cochabamba (1847). bajo el título de "Civilización de las aldeas po r medio de las mujeres", a expensas del prefecto del
Departamento. Gral. León Galindo y de ciudadanos de la Junta de Propietarios, Melchor Urquidi, Gil Gumucio y otros.
*■Cupertino de la Cruz Méndez, op. cit., p. 383.
7- Omiste. 1897.

- 259 -
B eatriz R ossells

«Hoy del amor, preciso es no hacer caso,


porque el amor es pobre y pide plazo,
y por salir cuanto antes del apuro
se acepta lo más próximo y seguro».
Coincidentemente, María Josefa Mujía, célibe .al igual que Adela Zamudio,
desconfía en grado extremo de la relación amorosa, recelo sin duda acrecentado por el
sentimiento religioso con el que trató de sobreponerse a la desgracia de su ceguera y
manifestado en su poema «Desengaño a Damón»:
Yo no quiero saber
Qué cosa es amor,
Jamás presté oídos
A su eco traidor».
Rechazo que se toma violento y lleno de repulsión en los versos dirigidos «Al Amor»:
«Tu nombre odioso escucho con horror.
Te dice el labio: maldición, amor!
Yo te desprecio y te maldigo, amor!»
La mayor parte de los autores cuyos trabajos hemos consultado coinciden en
cuanto a los roles fundamentales de la mujer amada-amante-novia, esposa y madre.
Hay quienes exaltan el grado superlativo de una de estas figuras. La mujer amada es la
que recibe el mayor número de homenajes poéticos. Acerca de la esposa, no hemos
encontrado un solo poema o prosa laudatoria se la menciona solamente como «ideal
cristiano», mientras que la mujer-madre es también objeto de diversos trabajos literarios.
«Todo el mundo sabe lo que es. una hermana. ..una esposa, pero quien sabe lo
que es una madre? Suma de virtudes sacrificio, heroísmo «abismo que el hombre no
medirá jamas» es el amor de la madre, inmensidad donde el mismo corazón de la
mujer se pierde. ..Un corazón hecho a prueba de toda clase de dolores y de todo género
de ingratitudes, un corazón que no se cansa nunca de sufrir».
Belisario Loza, en su ensayo sobre la mujer, se refiere también a la madre en los
siguientes términos:
«!Una madre! es el puerto de salvación en las tribulaciones de la vida, es el
amparo seguro contra las inconstancias de suerte, contra los vaivenes de la fortuna. ..
Considerada la mujer en su carácter de madre, tiene una misión sublime que llenar.
Está destinada (...) a formar su alma (la del niño)» .
Se observa en las producciones literarias acerca de la mujer una tendencia muy
fuerte a la recurrencia de «tipos ideales» muy artificial por cierto, de la que pocos
autores se salvan. Se habla de la «mujer sentimiento», la «mujer corazón», «la niña»,
«la mujer educada», «la mujer de Sucre», «la tarijeña» (ideal griego, suave corte de su
garganta de cisne, sensible, afectuosa y tierna) , «la mujer sensata», «la necia», «la
frivola» (sepulcro blanqueado), «la coqueta» y otras.
*• José Selgas, “La Madre”, Revista Científico Literaria, 1 (Santa Cruz, 6. VIII. 1897) p. 57.
’• Belisario Loza. “La Mujer”, La Aurora Literaria, 5 (Sucre, 1863) pp. 89-90.
I0- José Manuel Gutiérrez, op. cit, p. 4.

-260-
<élíxs QÁúijeres en la h isto ria de B o liv ia ■Im ágenes y realidades del sig lo XIX

Hay tres tipos que en total coincidencia, parece que debieran estar excluidos de
la especie femenina y de cualquier otra digna de vivir, nos referimos a «la suegra», «las
viejas» y «las beatas». Así, encontramos que cuanto mas alejada se encuentra la mujer,
de las funciones «naturales» y fundamentales (novia-esposa-madre), tanto más se aleja
del ideal de «mujer», y entra en las categorías de lo censurable y execrable. El agudo
sentido del humor chuquisaqueño, a través de La Tijera define a las viejas y a las beatas
de las siguiente manera:
LAS VIEJAS
«Hay otras terribles viejas,
esas del tiempo de Adán,
enemigas del progreso,
y malas cual Satanás
viejas que solo se ocupan
de la política actual».
«Tenemos viejas arcistas,
o amigas del general,
y en favor de sus caudillos
hasta clubs suelen formar
donde hablan como cotorras
de lengua aguda y m ordaz...»
«Hay otras...
de esas que en la iglesia viven
golpeándose el pecho, que cual chalona
suena con la sequedad»
«Y beben agua bendita
como nosotros coñac .
LAS BEATAS
«Finge ella mucha humildad,
lleva la cabeza gacha,
pero sus ojos de zaeta
por todas partes se clavan»
«Escudriña todo, todo,
si hay una fiesta en la Iglesia,
allí está nuestra fulana,
roncando en medio sermón
envuelta en su negra manta»
«La víbora, el alacrán
el áspid, el basilisco»,
«Ningún animal, lectoras n
puede igualarse a la beata».
"• "Las Viejas. La Tijera (Publicación cortante y peligrosa, que dice la verdad en verso y prosa) 125 (Sucre, 17. VI. 1887).
“La Beata”. La Tijera. 103 (Sucre, 1887).

-261 -
B eatriz Rossells

S o c ie d a d e id e o lo g ía : en t o m o a la m u je r *

Frente a un material tan parcial y limitado como el que hemos analizado (mate­
rial bibliográfico de 1850 a 1900) es obvio que no se pueden adelantar premisas teóri­
cas globales. De todas formas, existen ciertas dificultades al realizar un análisis socio/
antropológico de la expresión literaria, por cuanto no se han realizado aun, como mar­
co de referencia, estudios acerca de la realidad de la situación femenina en el período
que analizamos. Por ello, hemos optado por un trabajo fundamentalmente descriptivo
que haga accesible el abundante material proveniente de las fuentes literarias.
Señalaremos a continuación algunas características que consideramos sobresa­
lientes, y que pueden ser enriquecidas por la confrontación de otros canales de expre­
sión y de otras clases sociales.
¿Cuál es la imagen de la mujer urbana, perteneciente a las fracciones dominan­
tes de la sociedad boliviana en el siglo XIX?
Una mujer idealmente bella, moralmente intachable, tierna, afectuosa, senti­
mental, pero emocionalmente inestable, proclive a la rivalidad femenina en forma de
celos, envidias, intrigas, como producto de su dependencia de los hombres. Funda­
mentalmente nutricia, por determinación «natural», la mujer debe ser fértil, doméstica,
no competitiva, paciente, resignada y sacrificada. Su preparación debe estar dirigida a
la atención y cuidado de los hijos y del hogar, y por ello, su educación se especializa en
lo moral y lo social, con escasa o ninguna instrucción relativa a conocimientos básicos
de la realidad que se imparten al estudiante varón.
La mujer es reproductora de agentes sociales no solo en los aspectos biológicos
y económico^, sino en el aspecto importante de la reproducción de las formas de rela­
ción social, de especial relevancia para el funcionamiento de una clase dominante.
Es la mujer, en su papel de madre, la mayor responsable de la enseñanza, a nivel cons­
ciente e inconsciente, de las normas culturales, del lenguaje y de los valores produci­
dos por una clase social para representarse a si misma y en su interrelación con las
demás fracciones y clases de la sociedad. Este aprendizaje tiene como marco primario
la unidad familiar , mediante la transmisión de estereotipos y de creencias, valores e
imágenes, desde los primeros años de vida, juntamente con las normas de higiene y los
buenos modales. Entre esos estereotipos, los referidos a la definición de los roles fe­
menino y masculino.
Esta tarea fundamentalmente femenina, no esta confinada al estrecho marco
del hogar; el espacio donde se aprenden intensivamente las normas adecuadas para la
interrelación social es el salón. El aprendizaje extensivo se realiza en la iglesia, el
comercio, la calle. Pero, el árbitro -por excelencia- de las pautas de distinción (buen
tono y elegancia) en los grupos sociales que hemos observado, es la mujer.

*lbid. pgs. 93-105


Ver: "La fam ilia como marco social inmediato de los niños y la mujer en CEPA L ”, 1982.

- 262-
(^yy(Ujeresen *a h isto ria de S olivia - Imágenes y realidades del sig lo XIX

La imagen global de la mujer urbana del s. XIX, mezcla de elucubraciones


ideales como de observaciones y críticas elaboradas casi exclusivamente por la pobla­
ción masculina, es la de un ser de menor importancia, capacidad y confiabilidad que el
hombre, por el tipo de actividades que realiza, y por si misma, esto último girando en
redondo, a su vez, la inhabilita para ejercer funciones de decisión y para cualquier tipo
de tare as intelectuales o laborales fuera del molde típicamente femenino. Esta supues­
ta «inferioridad de la mujer», en la relación de jerarquía con el hombre, es compartida
como creencia a nivel general por hombres y mujeres. Correspondiéndole a la mujer,
incluso en el nivel de las comunicaciones, el canal del lenguaje afectivo, no lógico ni
racional (sentimientos y poemas).
La imagen de la mujer boliviana urbana del s. XIX, dentro del marco limitado
que hemos señalado en la introducción, esta influenciada por dos vertientes con fre­
cuencia en oposición: la tradición colonial cristiana/católica y el modelo europeo en
vigencia.
Es posible encontrar patrones continuos de tratamiento de la mujer que datan
del periodo colonial, especialmente en los aspectos religioso y jurídico. Una carta es­
crita por un oidor de la Real Audiencia de Plata, Dn. Juan José de Segovia a su hija
Dña. María Rosalía, en ocasión de su matrimonio, deja constancia de interesante infor­
mación sobre las leyes y costumbres en uso entre la aristocracia española y criolla
gobernante hacia el año de 1794. El documento colonial establece, al fijar las obliga­
ciones y deberes de la mujer casada, una línea divisoria irreconciliable entre la «mujer
buena» y la «mujer mala». La primera es diligente para las buenas obras, laboriosa,
santa, honesta, devota de María, y la segunda es rencillosa, aborrecible, celosa, deslen­
guada, altanera, afecta a los «bayles», a las galas, afeites y modas. El modelo ha cam­
biado solo en parte, subsistiendo la distancia entre el ideal de mujer y la realidad, entre
la moral y la naturaleza humana, y la consecuente sublimación de la sexualidad feme­
nina, según el mandato de las Sagradas Escrituras y de los santos, efectivizado por un
sistema rígido de control, vigilancia y castigo propio de la sociedad.
La situación jurídica de la mujer en el siglo XIX, presenta la misma figura de
subordinación al marido que en la Colonia. La mujer pasa de la patria potestad del
padre a la del marido, de la misma manera en que lo hacia tres siglos antes. La autori­
dad plena está en manos del hombre y la mujer le debe sumisión.
En suma, la imagen de la mujer está modelada por la sociedad en que esta vive,
y determinada por la clase social a la que pertenece. Los condicionamientos económi­
cos y políticos definen en gran medida las instituciones sociales y jurídicas
específicamente relacionadas con la mujer; por su parte, la estructura familiar y los
valores culturales e ideológicos tienen un marco de acción inobjetable.
En el s. XIX, no son sino los efectos de la industrialización; el ingreso de Boli-
via a las vías del desarrollo capitalista y la creciente penetración mercantilista, junta-
IJ- Segovia. 1794.

- 263-
p
B eatriz R ossells

mente con la influencia de las corrientes liberales y positivistas15 de la mano del men­
tado «progreso», los que provocan la ruptura del modelo de mujer que subsistía desde
la colonia. Consideramos que la primera mitad del s. XIX, incluso las décadas de los
sesenta y setenta, constituyen apenas una lenta transición hacia el modelo de mujer
moderna, más que una imagen distinta, pues se encuentra un manifiesto predominio de
las concepciones cristianas de sello colonial sobre las influencias europeas de tipo
mundano. Aun el romanticismo artístico con su orientación mística, confluye en el
ideal virginal de la mujer. Es únicamente en las dos últimas décadas, que se configura
el modelo de mujer «galante» como centro de la distinción social y propagandista de la
civilización, cuando el consumo de insumos de preferencia extranjeros, con destino
al patrón moda y a la ostentación (vestimenta, cosméticos, artículos de lujo, etc.) lo­
gran imponerse sobre las restricciones del ideal cristiano de la modestia. Se trata de un
reinado relativamente corto, pues a vuelta del siglo, el liberalismo,, después de quebrar
la hegemonía oligárquica del sur, abre caminos para otras opciones que se efectivizan
ya en pleno siglo XX, con la llegada de «la mujer moderna», cambio notable, simboli­
zado en la sustitución del vestido largo y de cola, por el traje corto.
Insistimos en la necesidad de ampliar la investigación hacia otros niveles, ade­
más de los simbólicos, para acercamos a la estructura real de la familia y la sociedad,
como instituciones que configuran el rol femenino. Es importante por ejemplo conocer
la participación real de la mujer privilegiada, en el trabajo doméstico reproductivo,
pues podemos suponer que una gran proporción de este, es obtenido a través de otras
unidades domésticas (vía servidumbre). De esta forma el ideal de vida de estilo
netamente europeo (alienación) dedicado preferentemente a la vida social, estaba apo­
yado en el trabajo de la mujer campesina que servía obligatoriamente en la casa del
patrón, liberando al ama de casa de muchas de las tareas más pesadas, que en otros
casos están bajo su completa responsabilidad.
De ahí que resulta imprescindible, referirse a la estructura económica y social
del país y de cada grupo social, si se trata de comprender la cuestión de la mujer, pues
no es posible establecer generalizaciones. Si bien existen formas de discriminación
l5- He aquí algunas impresiones de esas influencias: “El positivismo del siglo viene invadiéndolo todo. El mundo es una bolsa
donde todo se cotiza [...] Esto en verdad, no es un progreso; todo lo contrario. [...] Un pensador dice con la mayor sangre fría:
“Qué es el hombre?” Una máquina para ganar dinero. Y qué es la mujer? Una máquina para gastarlo” Ha viso ud. desvergüenza
igual...” {"Cosas del mundo ”, Las verdades, 123 (La Paz, 9. V. 1884)) pp. 3-4.)
I6' Otra relación de las contradicciones y batallas ideológicas: “En nuestra época se hace gala de espiritualismo, de ilustración
y de cultura, lanzando ciertas frases de doble sentido, que son annas que hieren el alma. Revestidas de galana apariencia y
seductor ropaje ocultan en el fondo repugnante veneno”. (Mariano Enrique Calvo. "Las Flores", La Colmena Literaria, 20
(Sucre, 8.VI. I875)p . 3.
,7- Los insumos que utilizan los individuos y las unidades domésticas en el transcurso de su ciclo vital comprenden la alimentación,
indumentaria, vivienda, educación, recreación y descanso, salud transporte, etc., (Ver: "La integración de la mujer en el
desarrollo. Marcos conceptuales y lincamientos para políticas" en CEPAL, 1982, p. 24).
I8, “Trabajo doméstico reproductivo” es aquel que se realiza para el mantenimiento de los miembros de la familia y se destina
al consumo inmediato. Los bienes y servicios que aplican las unidades domésticas a la reproducción de sus miembros, obtienen
por producción propia, por adquisición en el mercado o de otra forma (provisión o donación de organismos públicos, privados
o de otras unidades familiares.) Op. cit. pp. 23-25.

- 264-
en ,a h isto ria de S olivia ■ Im ágenes y realidades d e l s ig lo XIX

que alcanzan a las mujeres de las distintas clases sociales tanto del área urbana como
rural, manifestadas en los ámbitos de la producción y reproducción de la fuerza labo­
ral, el sistema político y social y en el ámbito de las ideas, valores y normas de la vida
social como expresan Calderón y otros, las formas y niveles de la discriminación va­
rían en cada clase social. La mujer campesina sufre una doble discriminación, de parte
de los hombres de su propio grupo social en virtud de su sexo, y en tanto que miembro
de la población oprimida, opresión en la que participa la mujer de clase dominante en
su rol opresor.
La estructura semifeudal de Bolivia en la segunda mitad del siglo XIX, el siste­
ma de latifundio que domina la actividad agraria y el desequilibrio de la población con
solo un tercio en las ciudades y la mayoría indígena en el campo, constituyen el marco
de la realidad nacional insoslayable de ese período. Además de constituir un país ma­
nejado por una reducida clase dominante formada por terratenientes criollos (23.107
incluidas familias, de una población total de l .373.896 habitantes, Dalence, 1975) que
detenta la propiedad de aproximadamente el 50% de las tierras cultivables y la explo­
tación de la mano de obra nativa de unos 160.000 peones de hacienda. Referencias
estas necesarias para ubicar la situación económica y social de las elites que son el
objeto de interés de este trabajo, sin las cuales, los elementos analizados en los prime­
ros capitulos, quedarían como simples componentes de una revista cosmopolita del
siglo pasado, sin relación geográfica ni histórica con Bolivia. Precisamente, el otro
factor inseparable del análisis es el proceso histórico, en tanto que las peculiaridades
específicas en la configuración de imágenes e ideologías de la mujer, correspondientes
a situaciones reales dadas, están definidas por las características de los distintos perío­
dos del proceso de desarrollo del país.
Se comprende así, que en las décadas de 1850 a 1880, correspondientes al pe­
riodo de los gobiernos militares caudillistas, en un país básicamente agrícola, de las
características que hemos señalado antes, persistieran en lo fundamental, los moldes
coloniales, tanto en los niveles estructurales como superestructurales. La educación
típicamente «femenina» y la ideología de la mujer, reproducen en mayor medida la
visión del mundo señorial y cristiano de sustrato feudal y colonial, que la del galopante
siglo XIX. La lírica del periodo, con sus ofrendas de nutridos y abstractos adjetivos
coinciden en un ideal de belleza y virtud que convierte a la mujer en un ser inaccesible
con un destino trazado, parte de un mundo inconmovible creado por Dios.
A partir de 1880, en que se consolida la economía de enclave basada en la
explotación de minerales y la importación de productos del capital internacional y la
relación de las elites oligárquicas con el exterior, paralelamente a la ausencia de un
proyecto de desarrollo de contenido nacional, se refleja en el ámbito cultural una acu­
sada tendencia a la europeización. Llegándose probablemente en ese periodo hasta
principios del siglo XX, al nivel más alto de alienación ideológica, expresada por una
parte, en la exclusión, negación y rechazo de la población nativa y su cultura; junto a

- 265-
B eatriz R ossells

proyectos de desaparición y exterminio de estas, apoyados en teorías seudo científicas,


dirigidos en el fondo a legitimar la explotación servil de las masas indígenas y la usur­
pación de sus tierras. Se manifiesta por otra parte, en la adhesión febril a la civilización
«occidental» y a los valores, ideas y modas de la metrópoli. Juntamente con las merca­
derías (muebles, alimentos, cosméticos, telas, vestimentas, artículos de lujo) que inva­
den los mercados locales urbanos, se absorben las nuevas formas de relación social y
las corrientes ideológicas que van a producir cambios importantes en la sociedad boli­
viana. La tendencia a convertir los valores de uso en valores de cambio, el consumismo,
la influyente intervención del dinero, el positivismo, el anticlericalismo, el prosaísmo
van desgastando las otrora bases incambiables del tradicionalismo cristiano, no sin
provocar polémicas entre los sectores extremos y malestar espiritual entre los más
conservadores.
La cultura femenina que analizamos, manifiesta la unidad ideológica del dis­
curso oligárquico, asumiendo varios tonos y formas según las corrientes en boga, pero
con una matriz constante de enajenación de la realidad, centrada en los dos polos men­
cionados anteriormente, negación de lo interno y asimilación de lo externo.
Aunque en el periodo finisecular no cambia la situación de la mujer en los
niveles de producción, ni en los políticos, jurídicos o laborales, y ni siquiera en lo
educativo, pues la educación formal superior permanece inaccesible, la mujer de clase
alta en Bolivia tiene una fuerte participación en los beneficios del poder, prestigio y
bienes a través de la estructura social a la que pertenece. Cumple un activo papel de
consumidora que el dinamismo del sistema le impone y asume un rol social de mayor
importancia, tanto en el despliegue de actividad social organizada en tomo a clubes y
reuniones públicas y privadas, como en su participación en instituciones sociales y
culturales (beneficencia, arte). Aumenta la movilidad geográfica hacia el exterior, es­
pecialmente Europa y se establecen fluidos medios de comunicación literaria con los
«focos» culturales. Entre estos medios sobresalen -dirigidos a las mujeres- suplemen­
tos de revistas y periódicos dedicados a la moda y la crónica de la vida europea munda­
na, distribuidos por suscripción, tales como El Correo de París y El Correo de Ultra­
mar.
Existen pues, diferencias radicales entre la situación de la mujer privilegiada y
la de clases subalternas, por ello, las reivindicaciones que reclaman las escasas voces
femeninas que se dejan escuchar en el siglo XIX, en los medios literarios, se refieren a
las discriminaciones jurídicas, políticas y educativas fundamentalmente y a la necesi­
dad de obtener una mayor participación, a la par del hombre, en la vida del país, y no se
refieren a los problemas de existencia y subsistencia de su propia clase ni del resto de
la población. En ocasiones, cuando mencionan la situación de miseria de «otras muje­
res», no se intenta obviamente ninguna explicación de raíz, a excepción de Adela
Zamudio que como señalamos, llega a la crítica del orden social mismo.

- 266-
^ s K ^ liJ C rC S en la h isto ria de B olivia - Imágenes y realidades del sig lo X IX

Todo este conjunto de hechos que se refieren a la realidad material e intervie­


nen en la configuración de la visión del mundo del grupo y del individuo, conforman
una imagen de la mujer que refleja fundamentalmente el status económico y social, los
roles que cumple y las influencias, determinantes de los modelos culturales de la me­
trópoli.
La imagen ideal de la mujer privilegiada del siglo XIX esta aun ligada en gran
medida al patrón colonial con características que persisten hasta finalizado el siglo:
sujeción legal de la mujer al hombre, definición del rol doméstico, sublimación sexual.
Esta imagen es modificada en parte por las transformaciones económicas y sociales
que se producen en el país debido a su inserción en el sistema capitalista, dando un
vuelco en la esfera de lo social, que.rompe las restricciones -recato y modestia- propias
del ideal cristiano y ofrece a la mujer un sitial en los ámbitos en los que se representan
los ideales estéticos, de lujo y poder económico de la oligarquía boliviana, que no son
otra cosa que niveles simbólicos de la realidad.
La importancia del análisis de las funciones que cumplen imágenes e ideolo­
gías acerca de la mujer, reside en que las luchas e intentos por obtener la igualdad de
derechos y por alcanzar mejores niveles de trabajo y de participación para la mujer
están sujetas a estos invisibles lazos del pensamiento. A pesar de las trascendentales
transformaciones ocurridas en el siglo que vivimos, en el que las reivindicaciones fe­
meninas y sociales han alcanzado en algunos países niveles óptimos y en otros, resul­
tados limitados pero significativos, gran parte de los hombres y mujeres del mundo,
siguen manteniendo y reproduciendo en la vida publica y privada, estereotipos sexua­
les ancestrales, según los cuales, cada sexo tiene distintos atributos, lo cual es relativa­
mente cierto. El problema es que, en la imaginaria distribución, las cualidades asigna­
das al hombre son clara y sustancialmente superiores o más estimables, como señala
Sontag, y dirigidas a formar adultos independientes, mientras que las atribuidas a la
mujer, fortalecidas por los sistemas de educación tradicional y los de dominación mas­
culina, tienden todavía a producir en muchos sectores, seres incompatibles con los
requisitos plenos de la ciudadanía.
Es un hecho que a nivel de las estructuras mentales, los cambios se producen
más difícilmente o no se producen. Por esto, no se pueden esperar milagros mientras
continúen los estereotipos en la representación que se hace de las mujeres y más aún en
la que estas se hacen de sí mismas. Estereotipos dañinos y peligrosos como todo len­
guaje y mecanismo que seculariza la alienación de la realidad, justamente por su com­
pleja naturaleza, propia de toda expresión ideológica y por encontrarse arraigados en
las raices de las culturas y en la conciencia de hombres y mujeres. Merecen ser objeto
de reflexión los estereotipos, conocido su poder de convicción al lograr que mujeres,
en pleno uso de sus facultades mentales, prefieran ser «rosas» aun cuando no sean
abordadas en el lenguaje del corazón.

- 267-
B eatriz R ossells

• La m u je r a n d in a en la h isto ria ,
T a lle r d e H is to r ia O r a l A n d in a , 1 9 9 0 *

I. La lucha cotidiana por la vida


«Entre los dos, hombre y mujer siempre tienen que ayudarse. Pero la mujer traba­
ja por demás; tiene que cocinar la comida, lavar la ropa, cargar las wawas, pastear
las ovejas, tejer los ponchos, costales, awayos para las wawas, todo eso tiene que
hacer la mujer. Los hombres mas bien trabajan poco: ellos arrean las vacas, y
alzan las cosas pesadas, eso nomás hacen. En cambio la mujer: sembrar la papa,
¡uj! de todo tiene que hacer la mujer, bastante tiene que ayudarlo al hombre, si lo
quiere».
(Matilde Qulqi de Jach’a Qullu).
Las mujeres de los Andes trabajan en la casa y en el campo. En el campo,
comparten con sus esposos las tareas: ellos trabajan la chacra, aran, aportan, constru­
yen acequias, cosechan, mientras las mujeres y los niños se ocupan de pastear las
llamas, ovejas y de cuidar otros animalitos. Pero la mujer también trabaja en la agricul­
tura: en la siembra de papa como iluri, no se puede trabajar sin la mujer; porque la
tierra no daría buenos frutos. Lo mismo en la cosecha, o al escoger los frutos para
destinarlos al consumo, a la semilla o a la elaboración, el trabajo de la mujer es impres­
cindible.
Además, todas las tareas de la casa están a cargo de la mujer: Preparar los
alimentos, cuidar a los hijos, hacer alcanzar la cosecha para todas las necesidades:
guardando semilla y provisiones para los meses de escasez (awtipacha) y velando por
que toda la familia tenga una buena alimentación. Sobre todo en años de mala cosecha,
las mujeres tienen que ser previsoras y guardar ch’uñu, tunta y otros alimentos, para
que la familia pueda aguantar hasta que lleguen las lluvias.
El tejido en telar y el tejido a mano, visten a toda la familia, y son obra de la
mujer. Antiguamente, toda la ropa de la familia, así como los costales, frazadas y otras
prendas eran confeccionadas por las mujeres, y casi no se compraba nada en el merca­
do. En muchas comunidades, las mujeres también eran habilosas ceramistas, produ­
ciendo útiles domésticos tanto para la casa como para el trueque con otros productos.
En algunas regiones, estas artes siguen siendo el principal sostén de la economía co­
munal, y en su elaboración participan también los varones y hasta los niños. Pero las
que conocen la tradición de estas artes, trasmitida de abuelas a madres y a hijas, son
generalmente las mujeres.
l.Jaqichaña: ser o hacerse persona
En el mundo andino, la pareja hombre-mujer es la unidad básica de la econo­
mía, de la organización comunal y de la relación con el mundo sobrenatural. Ser
pareja es ser persona: ser reconocido como jaqi , con todos los derechos y deberes
^Ediciones del Thoa, Chuquiyawu, La Paz, 1990, pgs. 5-25

- 268-
<£las O Mujeres en la h isto ria de B olivia ■Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

hacia la comunidad. Por eso la palabra que define al matrimonio es jaqichaña: conver­
tirse o ser convertido en gente, ser reconocido como jaqi por toda la comunidad.
Doña Matilde Qulqi cuenta cómo ve a la pareja:
«¿Acaso el hombre va a poder solo? Con una sola ala -si le cortamos un ala a un
pajarito- acaso con una sola ala va a poder levantar vuelo? Sólo no puede, siempre
entre los dos podrán levantarse y hacer cualquier cosa, hombre-mujer siempre.
Pero la mujer hace más.»
La pareja no sólo esta en la sociedad humana: el mundo animal, mineral, y el
paisaje están formados también por parejas. Por ejemplo, se dice urqu-qachu en todas
las especies animales pero también en las piedras y en los ríos. También el cerro y la
pampa forman una pareja, así como la organización de los ayllus: alaysaya y
manqhasaya. Las autoridades comunales son mallku-t’alla; que son igual que el cerro
tutelar y la fértil tierra de cultivo, que vigilan y nutren a toda la comunidad. Por eso es
que en aymara hay un proverbio que dice: “todo en el universo es par” . Taqikunas
panipuniw akapachcmxa.
2. La tejedora
La habilidad de tejer está en manos de las mujeres, que desde sus abuelas y
tatarabuelas han recibido la enseñanza de este arte. En muchas comunidades sigue
vigente esta tradición: ser mujer significa saber tejer. Desde niña hay que aprender a
tejer, para que cuando sea joven casadera pueda lucir con orgullo hermosas prendas, y
cuando se case pueda dar a su familia todo lo necesario. Cuando se es mujer de una
autoridad comunal, tiene que lucir lo mejor de su arte en los finos ponchos; chalinas,
lluch’us, ch’uspas, que distinguen a la autoridad y le dan prestigio.
Dice doña Matilde:
Cuando la mujer se casa su suegra le dice lo que a mi me dijo: -¡Ay! Ahora te
vas a casar con mi hijo, asi que tienes que tejer con palillo lindos diseños, y tejer en
telar poncho, faja, cintillo, bolsas de distintas clases, hondas, costales. Habiendo hila­
do bien, el hombre a la mujer le pondrá pollera... Pero si el hombre ya no tiene costales,
la mujer tiene que tejérselos.
Cada comunidad tiene sus formas de tejer, sus colores, dibujos y salt’as que la
distinguen de las demás. Así que el trabajo de la mujer es el que produce los símbolos
de identidad de las comunidades y la belleza de una de las más altas artes de la humani­
dad: el tejido andino. Y esta habilidad no es sólo buen gusto personal, ni tampoco es una
repetición ciega de lo enseñado por la tradición. Para tejer bien es necesario tener cabeza:
tener memoria para respetar la tradición, y tener pensamiento propio para hacer variacio­
nes y crear nuevos diseños. De esta forma, ningún tejido es idéntico a otro y sin embargo
todos son claramente identificables según la región y la comunidad de origen.
3. La mujer y el ritual
En las comunidades de toda el área andina, la participación en los rituales, ceremo­
nias y fiestas es general: hombres y mujeres, niños y viejos suelen asistir a los rituales
comunales para que haya buena cosecha o para conjurar la sequía o una desgracia.

- 269-
B eatriz Rossetls

Doña Matilde cuenta cómo desde niña participaba en estos rituales:


«Cuando yo era niña, siendo pequeña, mi papa decía: -No esta queriendo llover,
hija, vamos al cerro-. A media noche nos llevó al cerro, con unos diez niños, para
ofrendar con incienso, y sabemos pedir: -Padre, danos pues tostado, te estamos
pidiendo que nos des tostado-. Ya esta; comenzaron a salir las nubes, las nubes se
llenaron, y ofrendando incienso sabe llover ¿Tu crees que los q ’aras pueden hacer
llover? Yo creo que no. Antes se hacían muchos sacrificios, ahora nada. Cuando
sembrábamos papa también hacíamos ofrendas con incienso y q’uwa. Ahora no
hay nada, ni papa no quiere dar, nada, nada siempre. En los tiempos antiguos era
diferente, era mejor».
Existen mujeres, como doña Matilde, que saben comunicarse con los uywiris,
la pachamama y otras fuerzas sobrenaturales. Muchas mujeres saben las curaciones de
los antiguos con yerbas medicinales y otros métodos. Saben llamar el alma cuando un
niño se asusta. Conocen también cómo atender el embarazo y el parto, colocar al feto
en su lugar y muchos otros conocimientos que ayudan al bienestar de otras mujeres y
de los miembros de la comunidad en general. Doña Matilde cuenta cómo se dedicó a
curar y cómo se comunica con los espíritus tutelares a través de los sueños:
«A muchos yo he curado; mas de cien he debido curar. Había una wawa que se
estaba muriendo, había perdido el conocimiento. -Señora, usted debe saber curar
de ataques-. Sí, yo sé- le dije. Después llamé con un poco de tierra y una campani­
lla: -¿Ya, ven ánimo, ven!-. Levantando un poco de tierra con un cuchillo le hice
tomar. Y después se sanó de los ataques. Todo eso estoy sabiendo hasta ahora. En
curar nomás yo pienso, desde pequeña. Es que lo que yo hablo se cumple cabal­
mente, lo que pienso sucede. Una vez estaba yo muy asombrada: era un lugar
como Macchu Picchu, dónde sería. Vi mucha gente con velas y gallinas. Desde el
cerro grité: -¡Vengan!-. Así los llamé a todos. De pronto salió el sol. Era como
Macchu Picchu, los rayos del sol abrasaban. ¡Ay señor! La gente venía hacia mí en
cantidad. Así me he soñado, es un sueño de suerte».
La desaparición de estos conocimientos y rituales preocupa a las mujeres
mayores. La falta de relación con los cerros, con los uywiris protectores y el descuido
de las labores de reciprocidad que debe tener la sociedad para con la naturaleza, pue­
den ser la causa de que la tierra se haya vuelto mezquina y que las cosechas no sean
como antes. Si no se alimenta a la tierra, ¿cómo va a retribuir dando sus frutos? Así
piensa doña Catalina Kuyawri, comunaria de Iskuma:
«A la tierra siempre hay que ofrendar. Ahora las autoridades no se acuerdan de
eso. A todos los cerros hay que ofrendar: Qhapa-Jik’i, Chhilluni, a todos estos
lugares hay que servir. Ahora ya no se hacen esas ceremonias, por eso los lugares
lloran de hambre. Por eso no conocemos nada; ni la lluvia es como antes, ni la
cosecha es como antes».

- 270-
c' ^ .C ÍS ^ ^ íu jG T C S en la h' storia de B olivia - Imágenes y realidades del s ig lo X IX

II. La participación femenina en la historia


Las actividades cotidianas de las mujeres son la base de la participación de la
mujer en la historia de la comunidad. Si la opresión en tiempos de los patrones ha sido
muy grande para el colono, lo ha sido más para la mujer, porque tenia que trabajar,
pero también cuidar a la familia y buscar el sustento en condiciones muy duras. Así
también en la resistencia y en la lucha por la libertad, las mujeres han participado
acompañando a sus compañeros, pero desde su propia condición y con sus propios
métodos. Veremos algunos aspectos de esta resistencia, tanto en las haciendas, donde
los colonos sufrían los abusos de los patrones, como en las comunidades, donde los
corregidores y curas siempre andaban usurpando y maltratando a las familias comuni­
tarias, y además siempre estaban amenazadas de perder la tierra y la libertad.
1. En tiempos de la hacienda
En algunas regiones, las haciendas se han formado desde el Tiempo de la colo­
nia española. Pero, después de la independencia, y especialmente desde la época de
Melgarejo y de Tomas Frías, las haciendas comenzaron a crecer hasta someter grandes
extensiones de tierras comunales y convertir a miles de comunarios en colonos. Estas
nuevas usurpaciones se dieron con los decretos melgarejistas de “subasta de tierras
comunales” de 1866-1869, y con la Ley de Exvinculación de Tierras Indígenas” de
1874 y la Revisita de 1881.
En muchas comunidades, todavía se recuerdan estos dolorosos momentos cuando
la comunidad era saqueada, las casas incendiadas, y los comunarios obligados a “ven­
der” sus tierras y a entregar sus títulos revisitarios a los nuevos patrones. La exigencia
de los más duros y agotadores trabajos, la explotación de toda la familia y las perma­
nentes humillaciones, hacían intolerable la situación. Y las mujeres llevaban la peor
parte, porque ellas tenían que cumplir doble trabajo: cuidar a la familia en condiciones
más difíciles, y además trabajar en las distintas tareas que exigían el patrón y los ma­
yordomos.
Doña Matilde Qulqi cuenta cómo se extendieron los patrones y los abusos que
cometían con las mujeres:
«-Son de allí esos q’aras- diciendo, mi padre sabe contarme: -Esos q ’aras son espa­
ñoles, ellos no son de esta tierra, han llegado del mar esos españoles. Yo por ese
entonces no entendía bien. Recién, después se comenzaron a extender los patrones,
por el lado de La Paz, por el lado de Sucre, bastantes patrones había... Umm. Hu­
bieras visto hija cómo a punta de chicote los manejaban; hasta que no terminen de
tostar el grano los pegaban, a las embarazadas a patadas las llevaban sin considera­
ción alguna: -Ya está carajo, ponguito-. A gritos nomás sabían hablar los patrones».
a. La siembra y la cosecha
Las principales obligaciones cotidianas exigidas a la mujer, en la hacienda eran:
juntar y llevar abono, preparar la comida para llevarla donde estaban trabajando los
colonos, y participar en las tareas agrícolas cuando más necesidad había de trabajado­
res, especialmente en la siembra y la cosecha. Por las grandes distancias que había que
-271 -
B eatriz Rossells

recorrer cargando el abono o las meriendas, estas labores se volvían muy penosas. Así
cuenta doña Marta Qulqi v. de Arukipa, de la hacienda Phaxchan Molino (Umasuyu):
«Ya a las cinco de la madrugada había que ir por abono. Yo sabía ir cargando tres
meriendas a la espalda, con mi wawa encima y la otra en brazos. Casi sé caerme al
agua; el camino era largo por la inmensa pampa, y había que dar toda la vuelta.
Los sitios de pastoreo eran unos siete u ocho; de esas pampas sacábamos abono.
Para desgranar era igual, se iba al amanecer, chacra por chacra. Lo mismo había
que llevar la merienda donde estaba apilado el grano. Para abonar se hacía de la
misma forma, y para arar también; había que terminar un surco hasta las cinco con
uno poniendo la semilla, otro abonando y otro arando. Así era».
También doña Felisa Castaña cuenta cómo era el traslado de abono para la
siembra en la hacienda Phaxsi Amaya (Pukarani):
«En tiempo de siembra también había que echar wanu al sembrado. ¡Ay señor!
Había que ir por wanu a lugares muy distantes. Uno de esos lugares era donde se
pasteaba las ovejas; también habían otros lugares, mas lejos. Como éramos jóve­
nes íbamos entre dos a juntar el abono hasta esos lugares. Llegábamos con burro,
¡Ay señor! había que juntar el wanu y cargar rápido hasta dos burros, y arrearlos
por delante. De ahí íbamos una por delante y otra por detrás, y /el mayordomo/ arreando
y chicoteando por detrás a la que que se atrasaba. Por eso ir por wanu era mucho
sufrimiento».
La cosecha era un momento en que se necesitaba del concurso de las mujeres,
porque sólo los colonos varones no abastecían para la cantidad que había que cose­
char. Doña Felisa nos relata dos pasajes, en la cosecha de papa y de cebada, donde el
trabajo, era realizado bajo severa vigilancia de mayordomos y jilaqatas, que maltrata­
ban y abusaban a los cosechadores:
«Nos arreaban para la cosecha de papa, que daba por montones en la hacienda ¡Ay
señor! Tanta papa que daba, de muchas clases, y había que escoger las que eran
buenas para hacer tunta porque habían otras papas que no se remojaban bien. Ese
trabajo, se hacía entre cincuenta personas. Después el patrón nos alquilaba a otro
patrón, él nos maltrataba peor. Cavando surco por surco, terminando el surco re­
cién podíamos descansar y sentamos, mientras al otro lado los jilaqatas vigilaban.
Entonces iban a inspeccionar los surcos para ver quien no había recogido bien la
papa. -Así, así- nos reñían, escogiendo a los que habían hecho mal. A los que
hubiéramos dejado enterradas unas cuantas papas, nos decían:-Ya,ven-,diciendo,y
haciéndonos desvestir fuerte nos chicoteaban, hasta hacer levantar polvo de nues­
tros cuerpos. A los que hacían derramar poca papa no les pegaban, pero a los que
habíamos dejado cinco, o mas papas, nos daban hasta hacemos suplicar. Del mis­
mo modo, cuando se segaba la cebada, ¡Ay señor! Había que segar completamen­
te. Si es que no segábamos bien o nos atrasábamos, nos sabían chicotear fuerte. Es
que en la hacienda producía mucha cebada, habían muchos sembradíos, y eran
muy extensos. Ahí harto hemos sufrido, todo eso yo sé ver, porque ahí también
harto he trabajado».

- 272-

h
!& ^.ÍÍS Q Á'íüjSIG S en la h isto ria de B olivia - Imágenes y rea lid ad es del s ig lo X IX

Después de la cosecha, otra de tareas importantes era seleccionar las distintas


clases y tamaños de papa, para los distintos usos que había que darles: ya sea consumo,
semilla, o elaboración de derivados. Estas tareas las realizaban todos los colonos hom­
bres y mujeres. Así cuenta doña Felisa:
«Entonces, nos reuníamos de cuatro en cuatro personas, distribuidas aquí y allá,
para reunir la papa, amontonarla, escogerla y cargarla. Una vez escogida, cargába­
mos la papa de dos en dos, para llevar a la pirwa, donde se tapaba. Luego se
nombraba a dos personas para que se queden a dormir donde estaban los montones
de papa cosechada, y al día siguiente había que terminar de acarrear completa­
mente. Uno tenia que llevar las papas grandes, otro llevaba las papas pequeñas,
otro llevaba las que servían para semilla, y otro también tenia que sacar las papas
dañadas, o las que se habían cortado al cosechar. Estas había que llevarlas arras­
trando en una canasta. Por eso es que para nosotros no quedaba tiempo, no tenía­
mos abarcas, ni nada, y andábamos con pie pelado. Bastante trabajo era en esos
tiempos».
b. La elaboración de productos
En las haciendas, el trabajo agrícola y de pastoreo no terminaba con la cose­
cha o la reproducción del ganado. Los hacendados tenían mucho interés en los produc­
tos elaborados, como los quesos, la tunta y el ch’uñu, porque estos se vendían bien en
la ciudad. Los conocimientos tradicionales de la mujer en la tecnología de la elabora­
ción de productos eran así aprovechados por los patrones, explotando el trabajo tanto
de hombres como de mujeres.
La elaboración de la tunta requería de un trabajo organizado, pareja por pareja
donde el hombre y la mujer cumplían tareas complementarias. Doña Felisa cuenta
cómo elaboraban la tunta en la hacienda Phaxi Amaya:
«Otro trabajo era pisar y remojar la papa; desde la noche hasta la madrugada había
que terminar de pisar dentro del agua para hacer la tunta. Nos distribuíamos los
montones entre vanas personas, y cada uno tenia que terminar un montón. Reunimos
los montones de cuatro personas en uno sólo, y una pareja, marido y mujer de una
casa, nos reuníamos con otra pareja para distribuimos el trabajo: mientras uno
escogía la papa que ya estaba bien remojada, otro agarraba la canasta y otro
lampeaba la tunta a la canasta, mientras el último tenía que seguir pisando en el
agua helada, hasta congelarse los pies. ¡Cómo sabría aguantar en esa agua helada,
sus pies remojados hasta abrirse! Así sabíamos trabajar; al día siguiente había que
hacer lo mismo y al otro día también; trabajar en la hacienda era para cansarse
siempre».
El remojo y pisado de la papa en las corrientes de agua helada y en los momentos
del invierno más crudo, hacían sangrar los pies de los pisadores. La mujer tenia que aliviar
los sufrimientos de su compañero recurriendo a curaciones de medicina tradicional:
«En esos tiempos los hombres tenían los pies completamente rajados, hasta san­
grar. Entonces teníamos que frotamos despacito con grasa, así nomás trabajába­
B eatriz Rossells

mos. Con el sebo de oveja que usábamos para el mechero, con eso había que
hacerles gotear, hasta hacerles adormecer las partes rajadas, y así tenían que seguir
trabajando. ¡Ay señor! En esa heladera había que seleccionar la papa que ya estaba
bien remojada, meterla en la canasta y sacarla del agua, para llevarla hasta un
hueco grande en la tierra. Ahí echábamos dos canastadas, y pellizcábamos para
pelar. Luego había que escoger la que quedaba para chuño y la que quedaba para
tunta había que volver a meterla al agua, donde un joven tenia que seguir pisando.
Así nomás era».
En cuanto al ordeño y la elaboración de queso, eran tareas que exigían el traba­
jo principalmente de mujeres. En muchas haciendas del altiplano, los rebaños de ove­
jas y el trabajo de las mujeres eran la principal fuente de ganancias de los patrones.
«Había mucha oveja;íbamos a ordeñar a las cuatro de la mañana, cuando todavía era
oscuro, hasta el amanecer terminábamos un montón; luego otro gran rebaño teníamos
que terminar y meterlas al corral hasta las nueve de la mañana. Recién entonces: -
¡Nos apuraremos, nos apuraremos!- diciendo, -volvíamos a la hacienda. A veces no
teníamos tiempo ni para trenzamos el cabello y así nomás nos íbamos».
El ordeño se realizaba en corrales cerrados, bajo la vigilancia de los mayordo­
mos y jilaqatas, que frecuentemente, maltrataban y humillaban a las mujeres:
«Estábamos ordeñando la leche; de pronto entró ese mozo y agarró una oveja, para
ver si estaba bien ordeñada, diciendo: Qué es esto, aquí todavía hay leche-. Enton­
ces tuvimos que seguir frotando las ubres para seguir sacando leche. Así a las
ovejas que faltaban un poco, los mayordomos las hacían volver para que sigamos
ordeñando; queriendo o sin querer teníamos que seguir frotando las ubres, porque
si no nos pegaba. Nos ha sonado siempre. Así hemos sufrido con el arrendero de la
hacienda. A las que nos atrasábamos, los jilaqatas ya estaban esperándonos con
itapallo para sonamos. Nos levantaban las polleras, y con el itapallo nos sonaban. A
mí me han sonado hasta hacerme llorar; el ardor del itapallo no había con qué calmar,
harto he llorado siempre».
c. Pongo, mit’ani, mulero, khumunta
Finalmente, el trabajo gratuito en la casas de hacienda de la ciudad, tenían
que hacerlo hombres y mujeres. Lo mismo el acarreo de productos en recuas de muías
hacia las ciudades y minas, con que se completaba, el círculo de la explotación a toda
la familia del colono. Continúa relatando doña Felisa acerca de los tumos de pongo y
mulero:
«Así en la hacienda mucho había que hacer. Entre dos teníamos que ir de pongos,
por tumos teníamos que ir de pongos, por tumos semanales. Depués de una sema­
na terminábamos, y entonces les tocaba a los siguientes, hasta completar a todos.
Luego le tocaba nuevamente el tumo a los primeros. Para hacer de pongo había
que ir en pareja, hombre y mujer; lo mismo que de mulero. Había que barrer, dar
comida a los animales. E] patrón se había comprado unas cinco ovejas grandes de
castilla, y a esas había que cuidarlas en forma muy especial. Esas ovejas nos tumá-

- 274-
^/V illJC l 6S en h istoria de B olivia - Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

bamos cuatro días nomás para pastearlas, y luego pasaban a los colindantes. En
esos cuatro días había que ordeñar y hacer quesos para el patrón. Había que llevar
en cuatro o cinco burros el queso hasta su casa».
La khumunta era también un trabajo que se realizaba por tumos. Consistía en
llevar los productos de la hacienda a los mercados, ya sea de las minas o de la ciudad.
Las casas de los patrones tenían depósitos o “aljerias” y grandes corrales para recibir
las recuas de muía cargadas de los productos de la hacienda:
«Así trabajábamos, hasta hacemos doler los pies con el frío. Con la cebada viajá­
bamos toda la noche a las minas, pasando un ceno, bien lejos, con los bunos
cargados de cebada, aneándolos hasta llegar a la mina. Con carga de cebada, bien
amarrada, así íbamos entre cincuenta personas. Del mismo modo llevábamos la
tunta a ese lugar. A una plaza grande, donde vivía la señora, ahí llevábamos tam­
bién la tunta, y entrábamos con los animales. La carga llevábamos en animales
siempre, y luego volvíamos. En ese lugar llegábamos a un extenso comal que tenia
la señora, y ahí en el corral dormíamos. Así andábamos en tiempos de la hacienda,
trabajando, trabajando, día y noche»,
d. Dificultad de vestir a la familia
Una de las penurias que más hacía sufrir a las mujeres en la hacienda, era que no
podían darse tiempo para ocuparse de la ropa para su familia. Siendo que tejer y hacer
ropa son trabajos mayormente femeninos, las mujeres daban mucha importancia a estas
tareas, y toda la comunidad solía valorar las habilidades de las tejedoras. Por eso es que el
no tener tiempo para dedicarse al hilado y tejido, significaba un sufrimiento muy grande
para la mujer del colono. Doña Felisa nos cuenta cómo las mujeres de Phaxi Amaya
tenían que darse modos para tejer la ropa de su familia, trabajando hasta altas horas de la
noche, porque el trabajo en la hacienda no les dejaba tiempo para nada.
«Nosotros en la hacienda nos hacíamos ropa tejida de oveja; andábamos con los
pies pelados, no había nada. De noche hilábamos para hacemos rebozos, awayos,
chumpis, y otras cosas de oveja. No conocíamos camisa y con almilla nomás an­
dábamos. En las noches nomás hilábamos, porque no había tiempo, había mucho
que hacer. Por eso en la noche nos encontrábamos en las casas hasta las doce,
diciendo: -Ven a mi casa a hilar esta noche, de noche vamos a hilar-. Entonces
hasta pasada la medianoche sabíamos hilar, y recién después dormíamos. Y al
poco rato nos gritaban. Poquito llegábamos a dormir, y ya teníamos que ir a la
lechería, si no, nos hacían cargar y nos castigaban. Hemos probado chicote por
atrasarnos. Por eso teníamos que adelantamos, para, que no nos castiguen. Había
que ir a ordeñar y a hacer requesón en un gran corral que había en la hacienda. Ahí ya
no podíamos del cansancio y nos dormíamos. De dormidas otras nos pintaban las
caras con el tizne del fogón y con el mismo requesón, porque dormíamos como muer­
tas, por el cansancio. Harto hemos trabajado en la hacienda. Es que en ese tiempo no
había ley, por eso para la hacienda nomás trabajábamos».

- 275-
B eatriz R ossells

También doña Marta Qulqi v. de Arukipa, de la hacienda Phaxchan Molino, nos


relata sobre la falta de tiempo para ocuparse de la ropa:
«En la hacienda había demasiado trabajo; casi nos quedamos sin ropa. Sólo se
trabajaba para los patrones, no para nosotros. Los sábados y domingos lavábamos
nuestra ropa, pero no había tiempo, así era... Yo nomás se vestir /a mi marido/,
porque la hacienda le ha hecho terminar su ropa. Era hacienda grande; sólo tenía­
mos tiempo los sábados y domingos y no había que hilar. Los Jilaqatas nos vigila­
ban haciendo bailar el chicote; el mayordomo a caballo. Así era».
3. La defensa de las comunidades*
Los comunarios se opusieron tenazmente a convertirse en colonos, porque sa­
bían que eso iba a significar la esclavitud y las humillaciones más grandes. Sin embar­
go, la resistencia de las comunidades tenía que enfrentarse a un enemigo muy podero­
so: los hacendados, que tenían todo el apoyo de las autoridades, del ejército, de los
curas y de los vecinos de los pueblos. Por eso es que la defensa de las comunidades
costó mucha sangre, y no siempre fue exitosa.
Después de las leyes de revisita, que permitieron las más grandes usurpaciones,
se organizó en el altiplano una amplia red de apoderados indios, que bajo el mando de
Pablo Zárate Willka, Juan Lero y otros, participó en la guerra civil de 1899, entre los
liberales de Pando y los conservadores de Alonso. En esa primera etapa de la resisten­
cia comunaria, se dieron batallas masivas, en las que participaron hombres y mujeres
de las comunidades. Doña Eduarda Ibañez Chura, comunaria de Pukarani, recuerda
un relato de su abuela que nos muestra cómo participaban hombres y mujeres en esos
enfrentamientos:
Mi abuela sabía contar:
«Cuando Alonso y Pando hubieron muchos enfrentamientos. De ese lado, de ese
otro lado, Juan Lero se había levantado, decía. De este lado los soldados venían a
caballo. Los comunarios, tanto hombres como mujeres, se habían levantado como
uno solo. Los hombres amarraron agujas y huesos de telar en palos, y se metieron
entre las llamas para hacer caer a los soldados. Las mujeres, las jóvenes, los niños,
iban juntando piedras detrás; por delante iban los hombres armados con hondas,
así peleaban con los soldados decía mi abuela».
Después de la guerra civil, los principales dirigentes comunarios fueron muer­
tos y la rebelión fue derrotada. La resistencia comunaria tardó mucho tiempo en reor­
ganizarse. En 1914, comienza a surgir en el altiplano otra red de autoridades indíge­
nas, que bajo el nombre de caciques-apoderados, comenzaron a organizarse para resis­
tir las nuevas usurpaciones y abusos de los hacendados. Entre los principales dirigen­
tes de esta organización, podemos mencionar a Martín Vásquez y Santos Marka T’ula,
de Qurawara de Pacajes; Fautino Llanki de Jesús de Machaqa, Francisco Tanqara de
Qalakutu y muchos más.

* Ibid. pgs. 33-34

- 276-
<2>^¿íy &V65 en la h isto ria de B olivia - Im ágenes y re a lid ad es del s ig lo XIX

• T ra je s d e m u je r e s d e l s ig lo X I X
M on ey, 1 9 8 3 *

Ropa de la mujer Española y Criolla en el Siglo XIX


En la primera mitad del siglo décimo noveno, se experimentaron cambios en la
moda femenina aunque la inmensa mayoría seguía llevando las sayas, polleras o
faldellines y mantos, exceptuando a las españolas y criollas más acaudaladas que co­
menzaron a usar los vestidos enteros, es decir, eran de una sola pieza desapareciendo
así la separación entre la falda y el jubón. Por otra parte, los pesados trajes de brocados
de oro y plata perdieron vigencia, y se reemplazaron por los de apariencia vaporosa,
por el empleo de gasas y tules bordados con lentejuelas e hilos de oro y plata , o sim­
plemente eran estampadas o recamadas con hilos blancos.
Vestidos de fiesta
Tenemos evidencia que desde la segunda mitad del siglo décimonono, las crio­
llas ricas llevaban en su atuendo vestidos enteros, patja los días festivos, por ejemplo ,
citamos el retrato de doña Ursula Rojas de Seguróla', esposa del Primer Gobernador
Intendente de La Paz don Sebastián de Seguróla, quien retrato con un vestido entero,
cuyas mangas cortas y cuello presentan unos volados de gasa recamados integramente,
dándole el aspecto vaporoso; el escote no podía faltar para lucir el collar de perlas. El
vestido era ceñido desde el hombro a la cintura, desde la cual caía la falda con pliegues,
sobre unas enaguas, hasta formar cierto vuelo sin caer en la exageración del siglo XVIII.
Otro de los retratos que nos muestran el traje de las damas, es el estudiando por
los investigadores del arte Teresa Gisbert y José de Mesa, según ellos, corresponde al
último retrato de la época virreinal la dama “vestida según la moda imperio, de amplio
escote que descubierto deja el cuello, pecho hasta ver los hombros” .

Jubón
La mayoría de las criollas usaba jubones de seda, de cotoínas, damascos , ga­
sas pintadas, rasos de un solo color, lanillas.
Sayas
Las señoras de gusto tradicional continuaron usando las sayas acartonadas que
* Mary Money
Los obrajes, el traje y el comercio de ropa en la Audiencia de Charcas.
Instituto de Estudios Bolivianos UMSA/ Embajada de España. La Paz, 1983
'• El Capitán Manuel Maldonado, en autos con el Presbitero Lorenzo Artega, sobre cuentas de los bienes de
Melchor Mesa, ALP. Corregimiento Justicia, 1818, fol. 1 v.
2- Inventario de los bienes de Rosalía Ruíz, ALP, Corregimiento Justicia, fol 487.v.
' Mesa José-Gisbert Teresa “Holguin y la Pintura Virreinal”, La Paz, 1977. P.
4- Ibid. P. 331.
5- Testamento de doña Tomasa Gárata ALP. RE. Fol. 147 S. Fecha.
6 Expediente girado por parte de las autoridades de Coroico y La Paz, contra las personas comprometidas la noche
de 30 de septiembre con motivo de la sublevación del Cusco, ALP. Intendencia-Justicia. 1817.
7- Inventario de los bienes de Isabel Patino. AFÍM. RE. La Paz 1809-1812 Fol. 2.

- 277-
B ea triz R ossells

g
en dicha época se conocían con el nombre de “sayas a la ^hapetona” . Se confecciona­
ban de telflas variadas como: raso con corridas^e blondas, de melania (de colores azúl,
morado) , paño de seda, terciopelo, anasaya .
Las sayas se hicieron de gasas forradas con guarniciones de cintas multicolo­
res, tanto en los bordes de la cintura, el centro y el borde inferior, “una saya de gasa con
tres corridas de blondas en 100 pesos” .
Las sayas de montar con abertura, y las de ir a misa y funerales, continuaron en
uso, aunque ya no fueron como en los siglos XVI, XVII, XVIII, negras; ahora podían
ser de colores oscuros: “ocho sayas de iglesia entre ellas dos de color café, una de
blonda, otra morada con blanda guarnición de tercia, otra de patente con la misma
blonda y dos de terciopelo ” .
Faldellines
Los faldellines o faldas fruncidas, se usaron con mucha profusión , tenían el
aspecto vaporoso por las gasas bordadas con hilos de colores, de oro y plata, además
de existir con rayas, motitas, o simplemente de un solo color con guarniciones de
cintas de colores que contrastaban , por ejemplo: “una pollera de gasa bordada con su
ruedo de cinta amarilla y negra» \ Estas polleras se forraban con telas del mismo color
y por debajo de dicho forro se ponían un ruedo interno como en la actualidad las «cho­
las» en Bolivia .
Cabe aclarar que en esta centuria aparece claramente el nombre de “pollera”,
que no más que el sinónimo de faldellinesÍ7como ya lo hemos descrito anteriormente.
Hubo también “polleras de Iglesia” , servían como su nombre lo indica, para ir
al templo. Las polleras no solamente se hacían de gasas, y sedas, sino que no fueron
raras las de bayeta de la tierra, que hacían juego con el reboso, que para no perder la
gracia y el colorido se bordeaban con las cintas de colores que contrastaban.

Chales
Se pusieron de moda los chales, se llevaban sobre los hombros, de forma rec­
tangular, podían ser de casimir bordado, de tul de seda, estos se estilaban para las
s- Testamento de doña Cipriana Beites, AHM. RE. La Paz, 6 De Abril de 1801, fol. 34v.
9- Recibo de dote del Dr. Joaquin de la Riva a favor de doña Palomina Corral, AHM. La Paz, 27 de julio de 1801.
Testamento de doña Cipriana Beites. AHM. La Paz, 6 de abril de 1801.
11 Inventario de los Bienes de Tomasa de León, AHM, La Paz, 27 de julio de 1801, fol. 70.
12 Inventario de los bienes de Isabel Patiño, AHM. RE. La Paz, 9 de diciembre 1808, Fol. 1 v.
Recibo de dote del Dr. Joaquín de la Riva a favor de doña Paolomina Corral, AHM. RE. Doc. Cit. La Paz, 27 de
julio de 1801. Fol. 196.
u Testamento de doña Tomasa de Garate, Doc. Cit. fol. 147.
15- Inventario de los bienes de Isabel Patiño, Doc. Cit. La Paz, 9 de diciembre de 1808.
16- Las polleras son usadas actualmente por las “cholas”, en Bolivia conservado la forma, es decir, la frucidas en la
cintura, claro que ya no usan con guarniciones, puesto que fueron reemplazadas por las “alforzas” o pliegues
horizontales, en número de dos o ocho alforzas, que demuestran la alcurnia, determinada por el poder adquisivo
del dinero, se confeccionan de telas finas, como terciopelos, sedas, aunque la finura está determinada siempre
por el dinero.
,7‘ Testamento de María Paula Bustíos, AHM. RE. La Paz, 1804-1905, fol. 148 v.

- 278-
( " '¿ T í O M lr ie iW en la h,storia de B olivla ■ Imágenes y realidades d el s ig lo X IX

fiestas; los chales ya se habían usado en la centuria pasada servían de complemento en


el atuendo femenino y, a veces, hacían juego con el vestido: “un traje de tul bordado
con su chal de lo mismo” .
Rebosos
Tenían dos formas: los rectagulares y los de forma triangular, se colocaban
sobre los hombros cuyas dos puntas caían sobre el pecho, la diferencia entre los rebosos
y los chales es que, los primeros servían más de abrigo mientras los segundos eran más
elementos de coqueteo, por lo que los rebosos eran de telas más gruesas, mientras los
chales de telas delgadas, y obviamente, más de adorno. Habían rebosos de bayeta de
pellón” , de bayeta de la tierra .
Mantillas o mantellinas
Las mantillas servían para ponerse a manera de chales, la forma en su mayoría
eran triangulares, pero no debemos olvidar que las rectangulares: diferian porque eran
más pequeñas que los rebosos y se carecterizaban por los bordados con hilos de sedas,
existiendo también bordeadas con cintas de colores eran en general de colores vivos;
las llamadas “mantillas de Iglesia” .

Mantos
Algunas damas usaron los mantos y parece que solamente servían para ir a misa
y a los funerales, aunque encontramos en algunos testamentos e inventarios esta prenda.

Sombreros
El uso de este tocado no fue generalizado aunque no se había perdido así, por
ejemplo, vemos en el expediente criminal seguido a la zamba Lucía Rojas, por muerte
del Oidor de la Audiencia del Distrito de La Paz, Matías de Oliden, en las interrogacio­
nes la rea confesó que dos noches antes del ^esinato vió en la puerta de calle de don
Oliden a “una mujer con bucles y sombrero” . 23
Los sombreros podían ser de “pelo mirado con su forro de tafetán negro” ,
considerados ya antiguos, de tafetán, de felpa .1

111 Dote de José Bartolomé de la Vega a doña Prudencia de La Rocha AHM.RE, La Paz, 7 de mayo de 1723.
Doc. Cit. La Paz 7 de mayo de 723, fol. 545.
20 Expediente girado por parte de las autoridades de Coroico y La Paz contra las personas comprometidas la noche
del 30 de septiembre ALP. fol. 40.
21 Actualmente en Bolivia, las cholas continúan usando las mantellinas o mantas, que son de seda bordadas con
hilos de seda, de colores brillantes, dándole el aspecto llamativo, y tienen flecaduras en los bordes la forma es
rectangular y en un costado se prenden con los llamados topos de oro, con piedras preciosas, pues, es infaltable,
debido a que no sólo las cholas ricas llevan este adorno, pues, las pobres también se dan este lujo en base a su
trabajo sacrificado.
22- Expediente criminal seguido contra la zamba Lucia Rojas por el asesinato del Dr. Matías de Oliden (Oidor de la
Audiencia del Distrito) ALP, Intendencia Justicia, La Paz, 25 de marzo de 1805.
2VTestamento de doña Tomasa Gárate, AHM. RE.
2é|- Inventario de Bienes de Isabel Patiño, AHM, RE. Doc. Cit.

- 279-
B eatriz R ossells

Pañuelos de narices
En el siglo XVIII, se habían impuesto el uso en Jas danm de alcurnia, eran
tanto de tul de seda bordados y también habían sencillos , de oían .

Zapatos
Los zapatos no perdieron importancia en el atuendo femenino, y se hacían de
raso, cordobán* .

Medias 2g
Se llevaban de color carne, azuladas y otros colores .
Ropa interior, enaguas
Siguió en el atuendo femenino como una prenda importante, ya lo habíamos
señalado se ponían debajo de las sayas, faldellines o vestidos en el número superior a
siete, éstas se siguen usando por las cholas bolivianas, conservando, incluso, la forma,
de la época Colonial; se conocían también con el nombre de “fustanes” , “centros”,
por ejemplo en uno de los testamentos que encontramos:
“dos vestidos de paño de primera con su centro de paño blanc^ y el otro azúl,
con más otro centro de terciopelo de algodón, color de pacaya verde” .
Se confeccionaban de raso , de coco, y otras telas de algodón como bretañas,
batistas. Siempre se adornaban los bordes inferiores con encajes blancos .

Camisas
Las camisas se siguieron usando, al parecer, por los escotes y mangas cortas
perdieron ya, en el siglo anterior las mangas largas con bolados y encajes en el pecho
y puños. Las telas fueron algodones delgados, batistas, lanas como el algodón.

2?- Dote de José Bartolomé de la Vega a doña Prudencia de la Rocha, AHM. La Paz, 7 de mayo de 1723, fol. 545.
26- Inventario de los bienes de Francisco de Romecín, AHM. RE. La Paz, 1814.
17 Doc. Cit. fol. 545.
2K Doc. Cit. fol. 545.
27 Dote de José Bartolomé de la Vega. Doc. Cit. La Paz 7 de mayo 1723. AHM. Fol. 545.
Jacinta Cordero viuda de José Cobian pide testimonio de testamento. La Paz 1802, Intendencia Justicia ALP.
fol. 5.
Testamento de doña Josefa Vera y Aragón, AHM. fol. 74. 1804-5.
12- Jacinta Cordero viuda de José Cobian.... Doc. Cit. fol. 5.

- 280-
cécas oM ujeres en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y rea lid ad es del s ig lo X IX

R o p a d e m e s tiz a *
Apenas realizada la conquista de América por los españoles, se produjo la mez­
cla sanguínea entre indios y europeos, y asi surge la otra clase social, la mestiza, que
siempre quizo ser blanca y por tal razón trató de imitar el modo de vivir, de vestirse de
los ibéricos.
Este mestizaje en la ropa se verificó en los indios de alcurnia como habíamos
puntualizado, como también en los nativos que habían logrado prestigio en la sociedad
gracias a las riquezas que habían adquirido, tal es el caso de un indio en Potosí llamado
Mondragón “españolado en el vestido” .
La mestiza en los siglos XVI y XVII en la Audiencia de Charcas tenía vesti­
menta que la distinguía de los otros estamentos sociales. Acostumbraba usar ropa de
sedas, tafetanes, terciopelos: obviamente estaba determinada por el poder económico.
Su atuendo consistía en pollera, manta, sombrero, que diferia de acuerdo al
lugar, jubón ajustado con aldetas y botas. En general, la vestimenta de la chola se
caracterizó por el lujo, colorido y elegancia que le valió el nombre de “chula” en señal
de admiración o algo de desdén de parte de los europeos residentes en la Audiencia de
Charcas; esta palabra posteriormente se convidó en “chola “ para designar a las muje­
res mestizas ataviadas de la forma indicada que hasta hoy día existen en todos los
Departamentos de Bolivia usando la misma pollera claro está con diferencias que radi­
can en la forma del plizado, tamaño como en el fruncido de la cintura, de tal suerte que
a las cholitas cochabambinas, paceñas, chuquisaqueñas, potosinas, se las distingue por
la pollera, sobre todo. De esta manera cada Departamento de Bolivia tiene una forma
de vestir tan típica que se puede deducir por la ropa la procedencia. Además encierra
el uso de la pollera la idea de servidumbre, ignorancia, muy arraigada en la sociedad
boliviana. De ahí que mucha gente intelectual del siglo pasado abogaba por la desapa­
rición de la pollera, puesto que aludían que el atraso de Bolivia se debía a este factor.
Pasando a describir cada una de las prendas de las cholas tenemos:

Pollera
La pollera cuya forma ys la hemos detallado en la ropa de las española en las
centurias del XVII, y XVIII, fue adoptada por las mestizas o cholas: caracterizándose
por ser sumamente amplias. Les llegaba a los tobillos; a las cochabambinas y las
chuquisaqueñas la llevaban sobre las rodillas, muy a lo dieciochesco. Tanto en los
bordes inferiores, como en la cadera de la pollera, se adornaban con cintas de seda que
contrastaban con el resto, por ejemplo tenemos:
...”una pollera de color carmesí (rojo) con su tira de cinta de raso” .
...”una pollera de bayeta de castilla color canario con su tira de plata”.
* Ibid. pgs. 158-162.
'• Ocaña Diego de, Alvarez Arturo, “Un viaje fascinante por la América Hispana...”. Madrid. 1969. P. 198.
" "Testamento de doña Lorenza Salgado”. ALP. RE. La Paz 1804. s/fr.

-281 -
B eatriz Rossells

En otro documento de 1782, se describe a la pollera de la manera siguiente:


...”2 polleras de tafetán estaban concheadas la una con su cinta de fílete
blanco y otras dos polleras con sus cintas negras”.
.. ”2 polleras, una azul y otra verde, con sus cintas ribeteadas” .
La pollera aún se usa con profusión por las cholas de todos los Departamentos
de Bolivia. Esta prenda que sobrevió a lo largo del período republicano, derivó de la
saya de las españolas, puesto que tiene la misma forma, es decir, es una especie de
falda con ataderos en la cintura, con “paquis” o plizado acanalado (de la cintura hasta
las caderas) y de este plizado menudo cae hacia abajo en forma suelta en el caso de las
polleras de las cholas paceñas, o formando plizados de diferente tamaño que difiere de
acuerdo al Departamento.
Cabriolé
Era una especie de jubón sumamente ajustado a 1tronco, de mangas largas con
puños, de cuello redondo, en el centro con una abertura y botonadura, ribeteado en las
orillas con cintas de colores y encajes de oro y plata. Durante los levantamientos
indígenas de 1781, se puso de moda el cabriolé colorado, por ejemplo, Bartolina Sisa
durante el cerco de la ciudad de La Paz, en uno de sus ataques por el lado de Potopoto,
vestía de la siguiente forma:
... “bajó la india virreina a Potopoto con mucho acompañamiento en una muía
visagra, ella con cabriolé colorado” .

Jubón o chaquetilla
Prenda ajustada al tronco, de mangas largas, abertura hacía adelante. La forma
y tamaño dependía de la región, verbigracia la chaquetilla de las cholas paceñas se
caracterizaba por las aldetas acampanadas que salían de la cintura, encajes en el cuello,
mangas y la parte delantera; mientras las mestizas de Cochabamba, Chuquisaca, Poto­
sí, etc., usaban formas diferentes. Los colores eran variados, por ejemplo, “un jubón
morado con chamberí de plata”, “jubón azul”, Se confeccionaban de telas como el
raso, seda, tafetán, felpa.
Manta
La manta usada por las damas españolas y criollas también fue adoptada por las
mestizas, conservando inclusive la forma rectangular salvo que eran algo más grandes.
Las españolas del siglo XVIII, solamente se tapaban hasta media espalda, mientras las
mestizas se cubrían hasta las caderas. Este atuendo era lujoso, bordado con hilos del
mismo color o con recamados multicolores. A fines del siglo XIX se bordaban con
mostacillas.
“Cuaderno de varias justificaciones judiciales que practicaron las partes interesadas en los espolios de los bienes
y plata labrada que se tomaron de los rebeldes y se remitieron a estas Reales Cajas por el Comandante militar
don Sebastián Seguróla”, Bienes de doña María de Tarifa. BCUNSA, La Paz 1782. Doc. 146.
4 Diario del Chapetón Ledo. BCUNSA, fol. 8 v.
5 “Testamento de doña Lorenza Salgado” ALP. RE. La Paz, 1804. s. fr.

- 282-
Q M u je re S en *a ^ 's to r'a de ® °¡M a - Imágenes y realidades del sig lo X IX

Sombreros
Los sombreros de las cholas en la Colonia diferian de acuerdo a la región: las
cochabambinas usaban una especie de tongos, de copa alta y alas anchas; las
chuquisaqueñas no llevaban sino adornos de perlas; las paceñas llevaban sombreros de
hombre, y a fines del siglo XIX y a comienzos de esta centuria, por influencia de los
sombreros de hongo masculinos, adoptaron en alguna medida esta forma, que conser­
van hasta nuestros días; los codiciados fueron los de borsalino. Las potosinas tenían el
tocado de copa alta ala ancha y generalmente eran negros o azules oscuros.
Ropa interior
Los centros y la camisa constituían la ropa blanca.
a) Centro o enagua
Fueron hechos de telas blancas como muselinas de algodón o seda, bretaña,
madapolán, tenían la misma forma que la pollera salvo que en los bordes llevaban
encajes anchos. Usaban de ocho a diez centros con el objetivo de levantar la pollera.
En el siglo XVIII, el centro resultó ser un elemento importante ya que la pollera era
más corta, dando lugar al lucimiento de los recamados y encajes del borde inferior.
Camisa
Era muy parecida a la bata de mangas largas, con bordados en el pecho y los
bordes inferiores.

Botas
El empleo de botas por las cholas según la documentación consultada data de
18007en la que se consigna: “un par de botas de cholita” . Se hacían de cordobán ,
paño , tisú de plata con chamberí. Otras veces adornadas de hilos de colores y perlas.
Las cholas paceñas retuvieron en su atuendo estos calzados hasta muy entrado el siglo
XX. Claro está que, posteriormente, se introdujo el uso del: Escarpín, o zapato de una
suela y de una costura que ha sido usado por las españolas en el siglo XVI, XVII,
XVIII; en la actualidad se continúa usando este tipo de zapato.
Medias
Las medias largas fueron usadas en las piernas; se sujetaban en medio muslo
con una liga. Se importaban de Inglaterra, Francia y podían ser de seda o algodón.

Joyas
Los topos para sujetar la manta trabajados en oro con perlas y piedras precio­
sas, eran muy empleados lo mismo que los aretes o faluchos de oro. Esta costumbre se
mantiene hasta hoy día.
6' “Memoria de bienes de Joseph Joaquín Chacón” ALP. Corregimiento justicia, sin año.
7- “Cuentas generales que presenta doña Pascuala Sáenz” ALP. Intendencia Justicia, la Paz 1800.
* “Testamento de doña Lorenza Salgado” ALP. RE. La Paz 1804. s. fr.

- 283-
B eatriz Rossells

Ropa de las zambas (siglo XIX)*

En 1805, según el expediente criminal seguido a la zamba Lucía Rojas por la


muerte de Dn. Matías de Oliden (Oidor de la Real Audiencia del Distrito de La Paz),
entre los bienes confiscados a dicha rea (Lucía Rojas “amasia del Oidor”) estaban las
siguientes prendas:
“cuatro polleras de castillas dos rosadas, un verde mar, dos sajones y otro ama­
necer con sus cintas y ruedos con un reboso morado usado”
El infaltable reboso de forma rectangular usado como mantilla, complementa­
da también el atuendo de las zambas. Pensamos que sirvió como atavío de los días
ordinarios mientras las mantillas de telas más delgadas con cintas y bordados se usaron
para los días festivos (cuya procedencia era Manila)
En la cabeza tenían sombreros, lo usaban desde niñas, así entre las ropas incau­
tadas de la zamba estaban dos sombreritos:
“un sombrerito negro y otro blanco” '

Joyas
El uso de joyas de oro con piedras preciosas y perlas era exclusivamente de las
clases de status social elevado (españoles, criollas, mujeres de caciques).
Habia disposiciones que limitaban el uso de tales joyas a negras y mulatas, no
obstante éstas tenían la inclinación natural de llevar adornos en las orejas, cuello, de­
dos, etc. Estas limitaciones no objetaban que pudiesen lucir fantasías. Al margen de
estas disposiciones se hallaban negras y mulatas esposas de españoles.

Ropa de mulata
Las mulatas vestían con polleras de tafetán, las cuales se adornaban con enca­
jes de plata . Con mantillas parecidas a la de las esclavas aunque con más libertades,
sobre todo cuando se trataba de las mulatas libres.

* lbid. pgs. 199-201


1 "Expediente criminal seguido contra Lucía Rojas (zamba) por la muerte del Oidor de la Real Audiencia del
Distrito”. ALP, Corregimiento Justicia. La Paz, marzo de 1805. fol. 59 v.
: Aún se usaban por las cholitas en las ciudades de Bolivia; La Paz, Oruro, Cochabamba, Potosí, Tarija.
5 Expediente criminal contra la zamba Lucía Rojas, fol. 50 v.
Juana de Sea (mulata) en causa criminal contra Luis de Paredes por robo de una pollera amarilla de tafetán sencilla, con
guarnición de encaje de plata. ALP. Corregimiento Justicia, La Paz, 1686

- 284-
4. REPRESENTACIONES Y VISIONES
SOBRE LA MUJER
Q M u je re S en la f,ls to r'a de S o liv ia ' Im ágenes y realidades d el s ig lo X IX

A la m a d r e
Juan Wallparrimachi (1812-1814)*

El sol alumbra a todos


Menos a mí.
No falta dicha para nadie
Más para mí solo hay dolor.

Porque no pude conocerla


Lloré más harto que la fuente,
Y porque no hubo quién me asista
Mis propias lágrimas bebí.

También al agua me arrojé


Queriendo que ella me arrastrara,
Pero el agua me echó a la orilla
Diciéndome: «Anda aún a buscarla».

Si ella viera mi corazón


Cómo nada en lago de sangre,
Envuelto en maraña de espinas,
Lo mismo que ella está llorando.

O tr a p o e s ía

¿Ima pfúyu jakay pfuyu


yanayaspa hausaycmun?
¿Mamaipaj huaccaininchari
paraman tucuspa jamun?

(Traducción del quechua al castellano)

¿Qué nube es aquella nube


que trasmonta obscurecida?
¿Será de mi madre el llanto
en lluvia ya convertido?

*Josermo Murillo Vacarreza, L a canción p o p u la r en B olivia . Editorial Lilia!, Oruro, 1984.

- 287-
B eatriz R ossells

V ersos
José María Vaca (Cañoto)*

Si una mala mujer


Te hace sufrir tanto
Busca pronto el consuelo
En brazos de otro querer.

Sobre la arena grabé tu nombre


Y leve viento la arrebató
Cayó la tarde serena y triste
Cubrió la noche negro crespón.

* Fuente: Josermo Murillo Vacareza, 1984

- 288-
é fu oM ujeres en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

A v is o ci la s so lte r a s . C o m e d ia en c in c o a c to s
M a r ia n o M e n d e z , 1 8 3 4 . *

INTERLOCUTORES
Da. Ninfa, anciana madre de
Da. Carlota
D. Nicolás, hermano de Da. Ninfa, y padre de
Da. Francisca
D. Bernardo, pariente de los anteriores.
Narciso, criada.
Un Dr. en medicina
La acción comienza a las once de la mañana, y acaba a las diez de la noche.
Casa particular bien amueblada, con mesa á la derecha.
ACTO PRIMERO
Escena 1°
Da. Ninfa, sentada con anteojos, acabando de leer un libro.
Da. Ninfa
Estas novelas, cuya lectura me agradaba tanto en la juventud, hoy solo sirven
para hacer mas amarga la vejez! «Donde están aquellos en-cantos del amor? «Donde
esa multitud de adoradores que se disputaban a porfía mi corazón? ¡Todo ha desapa­
recido como el humo que sale de la chimenea, cuando la lumbre se acaba! ¡Mi frente
arrugada! ¡Eclipsada la luz de estos ojos, donde antes brillaba la llama del deseo!
¡Este talle encorbado bajo el peso de los años! ¡Estas piernas que apenas se arrastran
ahora, formaban en otro tiempo las delicias de mi corazón! ¡Ah! ¡Que recuerdos tan
tristes!... ¡Que cambio tan horroroso!... Pero tengo una hija: este es el único consuelo
que me queda.... Narciso, muchacha...

Escena 2a.
Da. Ninfa y Narciso.
Narciso
Mi señora ¿qué manda U.?
Da. Ninfa
¿Por qué me dejan tan sola? ¿Donde está la niña Carlota? ¿Que hace, por qué
no viene a acompañar a su madre?
* Representada por primera vez en el Colegio de Huérfanos de Cochabamba, el día 6 de agosto de 1834, Aniversario
de la Batalla de Junin y de la creación de la República Boliviana, Paz de Ayacucho, Año de 1834. Imprenta del
Colegio de Artes, en Mesa y Gisbert, 1974, pgs 331-355. Y otras dos veces más con éxito, por lo que imprime la
obra dedicándola a un jefe militar. Según la G uia d e F o ra stero s d e la R ep ú b lica d e B o livia para el año de 1834,
Mendez es el director del Colegio y éste es denominado de Huérfanos Artistas, donde se enseña dibujo y primeras
letras a cargo de 5 maestros con una asistencia de 70 alumnos gratuitos.

- 289-
B eatriz R ossells

Narciso
Se está peinando mi Señora, y aun no há acabado de vestirse.
Da. Ninfa.
¿Está bien peinada?
Narciso
Si Señora; la he puesto un peinado de la última moda y muy lindo.
Da. Ninfa
¿Qué peineta se ha puesto? Es preciso que hoy la adornes muy bien; porque
viene a comer con nosotros mi sobrino Bernardo. Dispon para mí la escofieta de tul,
guarnecida de encajes, y el mantón del sol.
Narciso
La Señorita se ha puesto la peineta de carey de tres cuartas, que le sienta tan
bien como la diadema en la cabeza de una reina.
Da. Ninfa
Dile a mi hija que salga; y tú sacarás el espejo y las aguas de olor.
Narciso
Voy mi Señora.
Escena 3a.
Da. Ninfa
Hoy viene mi sobrino... ¡Quejoven tan cumplido; tan buen mozo y lindo! Se ha
educado en Francia, donde ha adquirido todos los conocimientos que corresponden a
un caballero bien nacido. ¡Ah! ¡quien fuera de quince años para ser feliz en su
compañía!...pero ya no hay remedio. ..¿Y mi Carlota? ¿No está acaso en la flor de su
edad? ¿Por que no se ha de casar con su primo? Voy a hacer este enlace, y después
aunque venga la muerte.
Escena 4a.
Da. Ninfa, Carlota y Narcisa con el tocador y las aguas de olor que dejará
sobre la mesa.
Carlota
Mamita aquí me tiene U. armada en guerra.
Da. Ninfa
Hija mía has hecho muy bien; porque el día de hoy, tienes que entrar en desco­
munal batalla, para conquistar una plaza fuerte. Dadme los brazos hijita, y recibe el
parabién que te da tu madre por la victoria.
Carlota
No entiendo mamá estas alegorías, háblame con más claridad.
Da. Ninfa
Voy á casarte hija mía.
Carlota
¿ Y con quien mi madre?

- 290-
¡ S ^ u íf O U m /'& V S en la h is,o ria de B o livia - Imágenes y realidades d e l s ig lo X IX

Da. Ninfa
Con tu primo Bernardo, hijita.
Carlota
¿ Y U. esta segura de que mi primo me quiera para su esposa ?
Da. Ninfa
¿ Y por qué no te ha de querer hija mía? Nadie renuncia con facilidad una
muchacha bonita, noble y con veinte mil pesos de ribete, hija.
Carlota
Es el caso que los hombres tienen sus caprichos y ...
Da. Ninfa
Que caprichos ni que calabazas. Los hombres de ogaño, son lo mismo que los
de antaño. Cuando tratan de casarse, ven primero aquellas cosas que se llaman méri­
tos reales, que son los patacones hija mia; y si á estos se agregan los personales, como
son, la hermosura, el nacimiento distinguido y las gracias; esto es hija miel sobre
buñuelos. ¿A ti que te falta? Veinte mil pesos, hermosura, juventud, conocimientos,
nobleza: todo lo tienes hijita.
Carlota
Estoy contenta mamá; y a bien que si Bernardo sabe que estoy tan adelantada
en el conocimiento de las lenguas, la historia y la geografía, ha de quedar encantado.
Pero sabe U. mamá, que mi prima Paquita ha dicho el otro día, que las mugeres solo
debemos ocuparnos de la aguja, de los criados, de la despensa y de los cuidados
domésticos?
Da. Ninfa
Envidia... Envidia hijita. Estos cuidados están hechos para las niñas, que como
ella, no tienen como sostenerse con rango. Tu no tienes necesidad de zurcir medias, ni
remendar camisas, ni estar entendiendo en economizar los gastos. Tu marido te hade
poner costureras, repostero, cocinero y todo servicio. ¡Bueno sería que una señorita
criada con delicadeza tenga que ocuparse en objetos tan ruines! Aun cuando llegues a
tener hijos, jamás los debes criar a tus pechos; porque esto enflaquece y llena de
paños la cara; á más de que siempre anda una sucia y de mal olor. Tu prima habrá
dicho todas esas simplesas, por recomendarse con los hombres, y á ver si atrapa un
marido; pero, ya lo veremos cuando llegue el caso de que D. Bernardo compare sus
méritos con los tuyos. ¿Sabes que hoy viene á comer en casa? Haremos llamar á tu tío
y á ella, y veremos cual se lleva la preferencia. Voy a disponer la mesa y tu acaba de
aliñarte.
Escena 5o
Carlota y Narcisa.
Narciso.
Señorita. Yo me alegraré mucho que U. se case con el Señor D. Bernardo,
porque es buen mozo; pero... temo que se vaya el pájaro de la mano.

-2 9 1 -
B eatriz R ossells

Carlota
¿ Ypor qué?
Narciso
Porquefrecuenta mucho la casa de D. Nicolás. Desde que ha llegado de Fran­
cia, creo que no ha pasado día, en que no haya hecho siquiera una visita.
Carlota ¿Y qué importan estas visitas?
Narciso
Y si su prima de Ud. señorita....
Carlota
¿Que? ¿Esa bruja como tu, había de llamar la atención de un joven literato,
acostumbrado a tra tar con mugeres instruidas, ¡Que disparate! Ven necia y apriétame
el cinturón que esta muy flojo ... aprieta muchacha.
(Se acerca al espejo y se mira con complacencia, y la criada le
arregla el vestido).
Carlota
Esta bueno el talle?
Narciso
Señorita cuanto cabe.
Carlota
¿Estoy colorada ?
Narciso
Como una rosa.
Carlota
¿Y la patita ? (saca el pie hacia fuera).
Narciso
Por la patita se come el mondongo:
(Luego se pavonea Carlota y dice).
Carlota
Este garbo y este talle, no se hizo para esta calle.
Escena 6"
Da. Ninfa, Carlota y Narciso.
Da. Ninfa
Narciso, Ve corriendo a casa de mi hermano, y dile de mi parte que lo espero a
comer; y por el de la señorita, convidarás también a su prima, diciéndole que D.
Bernardo hade tomar hoy la sopa en casa.
Narciso Voy corriendo.
Escena 7o
Da. Ninfa y Carlota.
Da. Ninfa

- 292-
<^ckr O Mujeresen la h isto ria de B olivia • Imágenes y realidades del sig lo X IX

No tarda en llegar tu primo. Ahora es preciso apurar los atractivos hija mia. Tu
personita esta para hacer perder la chaveta a un cartujo.
Carlota
Voy por libros, mis globos y mis mapas, para que cuando venga D. Bernardo,
sean un motivo de que la conversación recaiga sobre mis estudios.
Da. Ninfa
Muy bien pensado hija mia, muy bien pensado.
Escena 8°
Da. Ninfa sola
¡Que talento de muchacha! ¡A mi me deja absorta! ¡Feliz el hombre que con
ella se case! ¡En toda la ciudad, no hay otra que la iguale en méritos! Por ejemplo: mi
sobrina es una tonta, que apenas sabe leer, escribir, ajustar una cuenta y santas pas­
cuas... La Josefita Reguero, es una necia presumida... La Margarita Quiñones, esta
muy pagada de su hermosura y de tocar un poco el piano; pero es tan fría, que hasta
ahora nadie la ha cortejado... La Rosita...
Escena 9o
Da. Ninfa y Carlota.
Carlota
Aquí están las armas que han de conquistar el corazón de mi primo.
Voy aformar la línea de batalla sobre esta mesa, (coloca según el orden de la
relación). Los libros, a vanguardia... Los mapas, a retaguardia... y losglovos, ocupa­
rán los flancos como la artillería.
Da. Ninfa
Perfectamente hija mia, ¡ha! ¡ha! ¡ha!
Escena 100
Las de la anterior y Narcisa.
Narciso
Ya llegan señora, y D. Bernardo los acompaña.
Da. Ninfa
Niña, no seas celoza: esta es una política a la francesa y nada más.
Escena 11°
Las de la anterior, D. Nicolás, Francisca y D. Bernardo.
D. Nicolás
Hermana, por complacerte y acompañar a nuestro sobrino, hemos podido ve­
nir dejando nuestras ocupaciones...
Da. Ninfa
Agradezco hermano. Ya esta la mesa puesta vamos a comer y después charla­
remos.

- 293-
B eatriz R ossells

ACTO SEGUNDO
Escena I o
D. Bernardo y Carlota.
Carlota
Primo ¿En Francia los helados están en uso?
D. Bernardo
Donde hay dinero. Los hombres se procuran todas las comodidades de la vida.
Carlota
¿Las mujeres parisienses serán muy bonitas?
D. Bernardo
Las hay feas y bonitas, como en todas partes.
Carlota
¿Has conocido a alguna que se me parezca?
D. Bernardo
No me acuerdo haber visto cosa igual (con ironía).
Carlota
Lisonjas francesas! Acerquémonos a la mesa.
D. Bernardo (sorprendido)
¿Que aparato es este prima ?
Carlota
Es el aparato de mis diarias ocupaciones, y el inocente recreo de mi espíritu.
D. Bernardo
¿ Y tú te ocupas en estos estudios tan serios?
Carlota
Si. Tengo bastante afición a estos conocimientos, que U. los hombres han que­
rido reservárselos para si, como si las mugeres no tuviesen alma, ni entendimiento;
pero afortunadamente me ha tocado una madre despreocupada, que teniendo los me­
dios necesarios, ha querido dar a su hija una educación varonil. Yo por mi parte,
también he contribuido con mi aplicación incesante para no dejar fallidas sus más
caras esperanzas.
D. Bernardo
Supongo prima, que esta clase de talentos habrás cultivado por solo recreo,
después de haber contraído los conocimientos propios de una mujer, que algún día
tendrá que desempeñar los sagrados deberes de esposa y madre...
Carlota
Primo. ¿Cuales son esos decantados conocimientos que sea forzoso aprender
para ser buena madre y esposa ?
D. Bernardo
La moral prima mía, que no es otra cosa que el conocimiento y la
practica de las virtudes sociales.

- 294-
^Ekr oM ujeres en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

Carlota
¡Oh! Esto es lo primero que me ha enseñado mi madre desde mi tierna edad. Yo
sé rezar todas las oraciones de la iglesia, asisto a las novenas, oigo misa casi todos los
días, tengo mi confesor o padre espiritual ¿Y que mas se necesita para ser virtuosa ?
D. Bernardo
Ya salen. Otro día hablaremos de esto.
Escena 2o
Los de la anterior, Da. Ninfa, D. Nicolás y Francisca.
Da. Ninfa
Sobrino ¿Estas disertando con tu prima? Dime ¿como la encuentras en la geo­
grafía, la historia y el latín?
D. Bernardo
Yo tía, entiendo muy poco de erudición, y no puedo tener voto en estos asuntos.
Da. Ninfa
No andemos con melindres. Desplegad los mapas y abrid los libros: también
nosotros queremos divertirnos con estas conferencias científicas Carlota, desembara­
za a tu primo que quiere hacer el moderado.
Carlota
Esplicaremos primero la esfera armilar, porque sin este conocimiento, no es
posible saber con exactitud la situación de los lugares, ni la altura de poo a que se
hallan constituidos.
Da. Ninfa
Baya con la esfera preliminar.
Carlota
Armilar mi madre.
Da. Ninfa
Sea lo que fuere, lo que importa es comenzar.
Carlota
Esta se llama esfera armilar o anular porque consta de otros tantos anillos,
como círculos consideran los Astrónomos en el cielo, por razón de los movimientos del
Sol. La dividen en círculos máximos y mínimos; los máximos son: el Ecuador, el Meri­
diano, el Horizonte, la Eclíptica y los dos Coluros. Los mínimos son cuatro: los dos
trópicos y los dos polos. Entre los círculos máximos se considera el zodiaco, el que se
divide en doce partes iguales llamadas las casas del sol, por razón de que este astro
las visita en todo el año. Cada casa tiene su nombre particular por la respectiva cons­
telación que la ocupa, y son: el Carnero, el Toro, los Mellizos, el Cáncer, el León, la
Virgen, la Balanza, el Escorpión, el Saetero, la Cabra, el Acuario y los Peces.
Da. Ninfa
Bueno! Bueno! Vamos con el latín, Carlota (toma uno de los libros y lee los
versos que siguen con tono pedantesco).

-295-
B eatriz R ossells

Hos ego versículos feci tulit alter honores


Sie vos non vobis edeficatis aves
Sie vos non vobis vellera fertis obes
Sic vos non vobis mellencatis apes
Sic vos non vobis fertis aratra Bobes

Y en castellano quiere decir:

Hice estos versos, otro fue premiado,


Así para otros lleva el buey su arado
Para otros hace el pájaro su nido
Así para otros hace miel la abeja
Para otros lleva el vellón la obeja.

Da. Ninfa (con ademanes placenteros)


Basta hijita ... ¿Que te parece Bernardo? ¿No es una alhaja tu
prima?
D. Bernardo
De escaparate (Aparte). Si señora, es una alhaja. ¿Ytu Paquita
no sabes todas estas lindezas.
Francisca
No primo.
D. Bernardo
¿Y que has aprendido en tantos años que falto yo de America?
D. Nicolás
¿Sabes lo que ha aprendido mi hija? Mientras vivía su madre, ella
misma le enseño a leer, escribir y contar: murió en este estado, y desde aquel
triste momento recayó sobre la hija todo el peso de la casa, y el cuidado de su anciano
Padre. Esto es todo lo que sabe tu prima, ni yo quiero que sepa más, porque a ser mas
sabia, se hubiera desplomado la casa y no tendría yo una vejez tan descansada como
la que gozo en su compañía.
Da. Ninfa-
Pero, hermano....
D. Nicolás
Ya es tarde hermana: debemos retirarnos, hay mucho que hacer en casa. Va­
mos hija.
Francisca
Vamos señor.

- 296 -
<^kr OMiijeres en la h istoria de B olivia ■ Imágenes y realidades d e l sig lo XIX

Escena 3°
Da. Ninfa y Carlota
Da. Ninfa
Este ha sido hija mía uno de los mejores ratos que en mi vida he tenido: y
aunque tu tío y su hija han estado mal humorados, D. Bernardo se ha marchado muy
contento y como estaciado con tus habilidades. ¡He!... Te casas!... No hay remedio.
Volverá esta noche, le hablaré yo de la boda, y no dudo que tomará a dos años un
partido tan ventajoso. Voy a echar mi siesta, y entre tanto ve repasando tus lecciones
para cuando vengan los maestros.
Escena 4a
Carlota
(Paseándose con calma en el procenio y luego precipita los pasos cuando lle­
ga) a si yo no me caso, (y luego se para cerca del espejo desde las palabras). Pero
para qué es confundirse ...
Estoy confusa. Creo que Narciso tuvo razón cuando me dijo que el pájaro
volaría de las manos. Mi madre se engaña de medio a medio. D. Bernardo está
enamorado de mi prima, no hay duda. Les he observado atentamente, y para mi des­
engaño he sorprendido a entre ambos unas miradas tan tiernas, que indican una se­
creta inteligencia. Qué lástima!... Si yo no me caso con Bernardo voy a dar al diablo,
libros mapas, latines y cuantos globos hay en este mundo... Pero para qué es confun­
dirse por meras sospechas (se mira al espejo) ¿No soy yo más bonita que mi prima ?
¿No soy más noble, más literata y más joven? Y sobre todo, sobre todo, ¿los veinte
mil pesos de dote no allanarán todas las dificultades? Animo corazón y vamos a
bailar. (Hecha sus cabriolas entonando el Londó, o fandanguillo).
ACTO TERCERO
Jardín en casa de D. Nicolás con dos sillas al medio: a la derecha está Da.
Francisca con la costura, y por la izquierda sale D. Bernardo, después de un corto
intervalo.
Escena Io
D. Bernardo y Francisca.
D. Bernardo
Querida prima: días ha que he deseado hablarte, y a propósito te encuentro
sola.
Francisca
Primo: ¿en que puedo sei-virte? Sabes que te estiman todos los de esta casa.
D. Bernardo
Sin rodeos ni cumplimientos voy a descubrirte mi pensamiento. Yo quiero ca­
sarme contigo y si con efecto me estimas como dices, no hay un motivo para que me

- 297-
B eatriz R ossells

niegues ¡a mano de esposa: antes que me contestes voy a responder a las objeciones
que pudieras hacerme: nuestro parentesco no es tan próximo que no pueda dispensarse.
¿Eres pobre? tanto mejor: yo no quiero más dote que tus virtudes. A mí no me faltan
medios para proporcionarte una subsistencia decente: por lo demás.
Francisca
Primo amado: Quiero contestarte con la misma franqueza con que tu me has
hablado. Te amo con todo el cariño de que es capaz una persona que te debe mas de un
favor, y que conoce tus prendas. Se que sería yo feliz siendo tu esposa, y que jamás se
me proporcionará un enlace tan ventajoso; pero a pesar de todo, no puedo ni debo
condescender con tus deseos. Tu sabes que mi padre no tiene mas apoyo en su edad
avanzada que los cuidados de su hija. Esto supuesto, cuantas satisfacciones pudiera
procurarme tu cariño, estarían siempre acibaradas con la memoria de haber abando­
nado a mi padre en el tiempo en que mas necesita de mis débiles fuerzas. En saliendo
yo de casa, no queda en ella otra persona que pueda reemplazar mi falta. Así que,
amado primo; sin dejar de agradecer tu elección no puedo menos que suplicarte con
todo encarecimiento a fin de que desistas de una empresa que jamás se verificara
mientras viva mi padre.
D. Bernardo
No pensaba prima adorable esta contestación de tu boca, ni creí que jamás
hubieras formado de tu primo Bernardo un concepto tan ruin como el que se trasluce
por tu respuesta. ¿Crees acaso que tenga yo la despiadada intención de arrancarte de
los brazos de tu padre? ¿ Te persuades que pueda yo cometer la injusticia de usurpar
sus derechos a la naturaleza ? No querida prima. Si llega a realizarse mis deseos, tu
padre hallará en mi un otro hijo sino tan útil que Paquita, al menos tan solicito y
cuidadoso que ella. Por Dios prima. (De rodillas, toma la mano de Francisca). No me
niegues esta mano, cuando ya es mió tu corazón. De tu respuesta depende o mi desgra­
cia eterna o mi dicha.
Francisca
Levántate Bernardo: viene mi padre; consulta con él, yo me someto en todo a
su voluntad.

Escena 2o
Los anteriores y D. Nicolás.
D. Nicolás (Toma el asiento que deja su hija). Elija, me ha hecho daño la
comida: mi estómago acostumbrado a los manjares sensillos de mi casa, ha sentido el
peso de esos adobos y condimentos que hemos comido en casa de tu tía.
Francisca
¿Quiere U. mi padre que vaya a disponer una taza de café?
D. Nicolás
Muy bien hija mía, y otra más para tu primo.

- 298-
las oM ujeres en la h isto ria de S o livia - Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

Escena 30
D. Nicolás y D. Bernardo.
D. Nicolás
¡Ah Bernardo! quefeliz me considero con tener esta hija virtuosa; cual hubiera
sido mi suerte si después de la muerte de mi adorada esposa, no me hubiera deparado
la Providencia divina esta niña, que sola y tan joven ha sido capaz de reemplazarfalta
tan grande! Ah si vieras esta humildad, ese cariño, esa constancia con que sirve a su
padre; sin desatender por esto los cargos de toda la familia, todo lo prevee: todo lo
hace! Mis cortos ingresos acaso no bastarían para sufragar nuestras necesidades, si
Francisca no los adm inistrara; así es que a pesar de nuestra fortuna escasa, el con­
tento y la abundancia reinan entre nosotros solo por ella.
D. Bernardo
Señor: es hija dígita de tan buen padre: según esto, ¿si ella quisiera tomar el
estado conyugal U. se opondría?
D. Nicolás
De ninguna manera sobrino. No soy yo de aquellos padres déspotas que por
caprichos o preocupaciones insensatas, suelen hacer desgraciados a sus hijos: si ella
quisiese casarse, que lo haga en hora buena, aun que yo quede privado de su servicio:
poco me resta de vida: moriré tranquilo si la dejo establecida con un hombre digno de
sus virtudes.
D. Bernardo
Señor Yo conozco uno que pueda convenirle, y aunque muy inferior en mereci­
mientos, creo que asegurarla su felicidad, no menos que la de su tierno padre.
D. Nicolás
¿ Y quien es ese hombre tan desinteresado, que quiera casarse con una niña tan
pobre como mi hija?
’ D. Bernardo (de rodillas)
El que U. ve postrado a sus pies...
D. Nicolás (consternado )
Levántate joven generoso: tuya es la mano de mi hija: yo te la ofrezco seguro
de que no hago violencia a sus inclinaciones ...Ella viene.

Escena 4o
Los de la anterior, y Francisca con dos tazas de café que alcanzará a su padre
y D. Bernardo, y luego se colocará a la derecha.
D. Nicolás
Hija mia, voy a pedirte un favor. ..
Francisca
Señor por Dios mude U. de lenguaje. ¿U. pedir favor a su hija, cuando sabe
que ella no tiene mas voluntad que la de su padre?

- 299-
B eatriz R ossells

D. Nicolás
Bien hija adorable. No pretendo yo forzar tu voluntad; pero tampoco quiero
que el amor que profesas a tu Padre, te haga tal vez desgraciada después de sus días,
deseo que te cases con tu primo Bernardo que te ama de veras.
Francisca
Señor. Me será forzoso que en esta ocasión parezca desobediente a los precep­
tos de mi Padre, e ingrata a ¡os favores de mi primo. Yo no puedo resolverme a con­
traer un empeño, que aunque ventajoso, me privaría del consuelo y el deber de servir
a mi padre en los últimos días de su vida. Perdone U. mi Padre a su hija la resistencia
que opone por la vez primera a su voluntad, y espero que mi primo me dispensara
también una repulza a que solo me obligan los deberes que me impone la naturaleza.
D. Nicolás
Tu ternura te hace injusta para con tu primo. Conoce mejor su corazón, y no te
desespere la idea de quedar yo abandonado en casándote con él. Tendré dos hijos, que
mientras viva me llenarán de consuelos, y ambos a dos cerrarán mis cansados párpa­
dos, cuando ya me falte el aliento, cuyo término lo veo muy próximo; pero moriré
tranquilo dejándote en compañía de mi Bernardo. Vamos, (se para) y lo que ha de ser
tarde que sea pronto: ahora mismo iremos a casa del provisor: tiene facultades para
dispensarlo todo: esta noche se hace el desposorio. ..vamos hijos.

ACTO CUARTO
En casa de Da. Ninfa (con luces sobre la mesa).
Escena 1°
Da. Ninfa, Carlota y Narcisa.
Da. Ninfa
Ya es hora de que vuelva Bernardo: el vendrá solo; luego que entre te saldrás
hija, y nos dejarás para que tratemos el negocio con toda libertad. (A Narcisa) .Si
viene algún impertinente, que le diga el portero que no estoy en casa. (A Carlota). Ve
al gabinete y del tercer cajón de la cómoda verde, saca un fárrago de papeles que ha
de haber: allí deben estar según me acuerdo las ejecutorias de tu padre, y tu carta
dotal: quiero que D. Bernardo vea estos documentos para que sepa quién eres tú hija mía.
Carlota
Voy mamá...(hace que va y vuelve).
¿Y qué le convidaremos esta noche a mi primo ?
Da. Ninfa
Lo que él gustare, hijita.
Escena 2°
Da. Ninfa y Narcisa.

- 300-
sEkr O Mujeres en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

Da. Ninfa
Narcisa, tu sola estas en el secreto de este proyecto: no sea que te descuides en
clecírcelo a alguno, y con especialidad, guárdate de darlo a entender a los criados de
mi hermano. ¿Estas muchachas?
Narcisa
Mi señora; yo se guardar un secreto como cualquiera mujer; pero no puedo
dejar de decir a U. como se lo he dicho también a mi señorita, que D. Bernardo no se
casa con ella.
Da. Ninfa
¡Insolente! ¿Cómo tienes el atrevimiento de ponerlo siquiera en duda?
Narcisa
No se enoje mi señora: escúcheme y vea si tengo razón. Clementina la criada
favorita de Dna. Francisca, me ha asegurado que D. Bernardo visita mucho a su
señora, y que la quiere tanto, que no cesa de hacerle regalitos, y que Dna. Francisquita
también le ha regalado en retorno una docena de camisas de oían batista, bordadas y
cocidas por sus propias manos. U. sabe que Dña. Francisquita tiene unas manos divi­
nas para la costura: dice Clementina que las camisas parecían agua conque mi señora
vea U. si tengo razón en asegurar, que D. Bernardo no se casa con mi señorita, sino
con su prima.
Dña. Ninfa
Estas cosas nada importan. D. Bernardo habrá hecho esos regalos por una
especie de caridad; ve que la pobrecita no alcanza por tafetanes, y por este motivo ha
buscado el medio honesto de socorrerla con capa de regalos. A fe que no se atreve a
hacer otro tanto con mi Carlota, porque sabe que un obsequio, a personas de distin­
ción, debe tener su más y su menos.
Escena 30
Las de la anterior y Carlota.
Carlota
Aquí están los papeles que apenas los he podido encontrar, porque habían es­
tado envueltos en un paño.
Dña. Ninfa
(Registrando los papeles).
He aquí la carta dotal. ..Estas son las ejecutorias de tus antepasados: que esten
a la vista. ..(A Narcisa) .Muchacha, asómate a la ventana, y ve si viene D. Bernardo.
Narcisa
Viene D. Bernardo, con el señor D. Nicolás y su hija: ya están en la puerta.
Da. Ninfa
Que majaderos! quien los habría llamado? Pero no hay remedio: arrimen sillas.

-301 -
B eatriz R ossells

Escena 4a.
Las de la anterior, D. Nicolás, D. Bernardo y Francisca.
D. Nicolás
Hermana, aquí nos tienes otra vez.
Da. Ninfa
Bien hecho hermano: tomen asientos.
D. Bernardo
¿Como ha estado U. desde el medio día?
Da. Ninfa
Sin novedad Bernardo: aguardaba tu llegada para mostrarte estos papeles que
los tengo a mano.
D. Bernardo
¿ Y que papeles son esos Tía ?
Da. Ninfa
Esta es la carta de dote de tu prima Carlota; los veinte mil pesos que constan
de ella, están asegurados en el banco al rédito del seis por ciento anual; (anual, si
señor: porque este es el único interés que permite la conciencia, y no esas usuras
exorbitantes que hay se acostumbran); pues como iba diciendo, fuera de los veinte mil
pesos tiene mi hija las haciendas de Calapiña y Sombrerete, que están avaluadas en
treinta mil pesos, poco más o menos. Estos últimos bienes raíces llegara a poseer mi
hija, cuando yo me muera; pero los veinte mil pesos están a su disposición es decir, a
la del marido que le toque. Estos otros papeles, son las ejecutorias de mi difunto espo­
so: los he leído varias veces, y se me han quedado en la memoria. El tronco principal
de lafamilia fue un caballero de Asturias llamado D. Remigio de las Viñas de Campo-
Redondo, que habiendo peleado con los moros con la bravura de un león, lleva en sus
armas la figura de este generoso animal, en oro sobre campo azul. D. Remigio de las
Viñas de Campo-Redondo, tuvo un hijo a Ricardo el Bravo, el mejor capitán que se
conoció en su tiempo, quien no habiendo tenido sucesión en su primera esposa Dña.
Leonor Perpiñán, casó en segundas nupcias con Dña. Beatriz Realejo, segunda hija
de D. Gonzalo del mismo apellido, caballero hijodalgo de las mismas montañas. De
este segundo enlace nació D. Guillermo ...
D. Nicolás
Hermana: otro dia instruirás a Bernardo mas despacio sobre la ilustre alcur­
nia de tu difunto: nosotros hemos venido muy de prisa con solo el objeto de darte la
noticia del matrimonio de tu sobrina Francisca, para que como tia suya me ayudes a
celebrar un enlace que a mí me ha llenado de gusto.
Da. Ninfa
Con que. ..Francisquita se va a casar!: espero que habras elegido para yerno a
algún hacendado honrado de esos que se encuentran en las provincias, hombres
bonazos.

- 302-
(fCjAS UNvClíJót C'S en la h isto ria de S o livia ■Im ágenes y realidades d e l s ig lo XIX

D. Bernardo
Mi tía: U. me favorece con sus elogios...
Da. Ninfa (Asustada)
One? Quieres tu casarte con Francisquita ?
D. Bernardo
Ya estoy casado tia ...
Da. Ninfa
Cómo? Ya estas casado, y sin haberme anunciado una sola palabra
de antemano? ¿Y cuando fue el matrimonio?
D. Bernardo
No hace una hora. Apenas le hice la propuesta a mi tio, cuando nos llevó a casa
del Provisor allí se han allanado todas las dificultades, y me tiene U. en posesión de mi
querida Francisca.
Carlota. (Pataleta)
Ay, ay, ay, mamita socorro, me siento indispuesta.
Da. Ninfa
Que tiene hija de mi corazón? Ah! Bernardo tu la has muerto a mi hija ...Narcisa
...Paños calientes ...Agua de colonia, espíritus... Llamen al médico.

ACTO QUINTO
Escena la.
Da. Ninfa y el Doctor
Da. Ninfa (Melancólica)
Señor Doctor: estoy con mucho cuidado por la salud de mi hija: ¿ha conocido
U. sus males? ¿Podra sanar de ellos? Por Dios, mi Doctor le pido, que apure los
recursos del arte que tan dignamente ejerce para curarla, y ponerla tan lozana y ale­
gre como estaba antes de este malhadado día, que ha causado el transtorno y la
consternación de toda la casa.
El Doctor
Señora: ¡os recursos de la medicina, son poco eficaces para esta clase de en­
fermedades que residen en el alma. Las sangrías, los purgantes y los sudoríficos, no
hacen mas que debilitar la naturaleza. En estos casos, es menester valerse de reme­
dios metafsicos, porque los físicos no tienen poder sobre el espíritu.
Da. Ninfa
¿ Y cual es este remedio metafisico mi querido Doctor?
El Doctor
Un marido Señora mía. Si la hija de U. no se casa pronto, sera víctima de una
hipocondría reconcentrada, que la llevará hasta la tumba.
Da. Ninfa
Pero mi Doctor: ella no quiere ya casarse ha llegado a detestar a los hombres,

- 303 -
Beatriz Rossells

y se le ha metido en la cabeza que ha de ser monja. Hace poco que en uno de sus
delirios prorrumpió en unas execraciones muy fuertes contra ellos: les llamaba bes­
tias feroces, brutos indómitos, y que se yo que otras cosas, que me asustaron mucho.
El Doctor
Señora: estos son los síntomas de algún sentimiento que afecta su corazón:
volverá la calma, y entonces Dña. Carlota será mas justa para con esta mitad de la
especie humana que por ahora detesta.
Da. Ninfa
Y aun cuando ella se resolviera a tomar un esposo ¿que partido se le podría
proponer que convenga a su nacimiento y a sus circunstancias?
El Doctor
Mi señora Dna. Ninfa. La nobleza, no está vinculada sólo en el nacimiento, ni
en poseer unos pergaminos que tal vez son un testimonio de la ferocidad de nuestros
abuelos. El hombre es hijo de sus acciones; si estas son virtuosas, el es noble: al
contrario, si su proceder no es conforme a las reglas de la decencia, siempre sera un
malvado, aunque sus ascendientes hayan sido unos héroes.
Da. Ninfa
Me convencen sus razones mi Doctor. Estoy resuelta a casar a mi hija, y ha de
ser a elección de U. Propóngame un hombre de bien y yo le prometo recibirlo a ojo
cerrado; y no dudo que mi Carlota condescenderá a gusto con la voluntad de su ma­
dre. Doy a U. mi firma en blanco, para que lo llene con el nombre de su gusto.
El Doctor.
¿ Y el mío no podra ocupar este blanco ?
Da. Ninfa (muy alegre)
Con mucho gusto mi Doctor; ahora mismo que vengan mi hermano y mis so­
brinos, a ser testigos de este contrato, y mañana por la mañana vendrá el vicario a
desposarlos. U. vaya a descansar mi Doctor. mientras yo voy a preparar un confortativo
para mi hija.
Escena 2a.
Carlota y Narcisa.
(Pelo desgreñado y acento melancólico) .
Carlota
Narcisa ve a traer una carga de leña y forma una pira en la puerta del cuarto.
¿ Y para que ha de servir la leña señorita ?
Carlota
Para quemar esos espantajos de globos, y todos esos libros de historias, latines
y geografía, que me han causado tantos disgustos y pesares.
Escena 2a.
Carlota (mirándose al espejo)

- 304-
é^uís QÁfujeres en la h isto ria de S o livia ■Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

Jesús de mi alma, queflaca, qué pálida estoy! ...Quiero ser ahora el inquisidor
general de estos judíos, como lofue en otro tiempo la discreta sobrina del héroe de la
Mancha, con los libros de la andante caballería ...(Toma un libro y mira la carátula:
lo pone a un lado) Ovidio ... Este jovencito enamorado por naturaleza y desgraciado
por estrella, que vaya al fuego... (Toma otro) Compendio de la historia general, al
fuego... (Toma otro) Flores clave geografía, alfuego... (Toma otro y lo coloca a distin­
to lado) Temporal y eterno, por Eusebio Nieremberg... Este es el único libro que debe
quedar reservado de las llamas.

Escena 4a.
Carlota y Narcisa.
Narciso
Ya esta la leña encendida señorita.
Carlota
Lleva esos libros, esos mapas y globos, y quémalos todos a mi vista.
(Los lleva Narcisa a la derecha del Teatro, y mientras quema un papel dentro
de los bastidores, se coloca Narcisa a la izquierda y dirá lo que sigue). Narcisa fuego
con ellos: que no quede vestigio alguno...atisa leña... Sopla por el otro lado ...No les
tengas compasión Narcisa, Arda Troya...
Narcisa
Señorita, ya todo esta reducido a cenizas.

Escena 5a.
Carlota (sola)
Ya está tomando mi partido. ..voy a sepultarme en un convento ... sea ésta una
resolución temeraria, a una vocación perfecta; no quiere ya ver más estos animales de
dos pies que no saben conocer el mérito, al distinguir las personas... A Dios mundo
perverso... A Dios galas... Adiós sociedades... ya me despido de vuestros engaños
para siempre! No erais vosotros dignos de una persona como la mía! Pues que se con­
suma en la soledad y en el retiro...

Escena 611
Da. Ninfa y Carlota.
Da. Ninfa
Hija mia, donde una puerta se cierra, cientos se abren... Tu meláncolico primo
ha desdeñado una mujer que no merecía, por envolverse en los andrajos de esa
hipócrita; pero a Dios gracias, tienes ya otro esposo que sabra darte aprecio a tu
persona como merece.
Carlota
Mamita: ya tengo escogido otro, a quien voy a encontrarlo en el estrecho y

- 305-
B eatriz R ossells

oscuro recinto de un claustro. (De rodillas en tono de compunción) Hácheme U. su


bendición, y hasta el valle de Josafat mamita...
Da. Ninfa (enternecida, la levanta).
Hija mia no te abandones a tu dolor: todo tiene remedio.

Escena 7a.
Las de la anterior y Narciso.
Narciso
Mi señora. He ido a casa de D. Nicolás; ya estaban para acostarse
todos, cuando yo entré y habiéndoles dicho que mi señorita estaba muy
mala, han resuelto venir: ya deben estar muy cerca.
Da. Ninfa
Dile al Doctor que ya es hora de que salga.

Escena 8a.
Da. Ninfa, Carlota, D. Nicolás, D. Bernardo y Francisca.
D. Nicolás
Hermana; nos ha sorprendido tu criada con la noticia de que mi sobrinita se
habia vuelto loca... me equivoco... de que estaba muy indispuesta; hemos venido co­
rriendo ved en que podemos ser útiles.
Da. Ninfa
Querido hermano: he molestado a UU. ya esta hora, para que sirvan de testi­
gos de un acto solemne que voy a ejecutar. He resuelto casar a mi hija con un caballe­
ro de prendas nada comunes: el reúne a unos conocimientos profundos, el carácter
más amable que una madre puede desear en un hombre que ha de ser el marido de su
hija; y por sus méritos; así es mi voluntad hacerle sesión y donación de todos mis
bienes, para que con la bendición de Dios y la mía, los posean y gocen por largos años.

Escena 9a.
(Sale el Doctor por el foro y se coloca al lado izquierdo de Da. Ninfa).
Los de la anterior y el Doctor
Da. Ninfa
Este mi yerno... (Le toma la mano y la reúne con la de su hija) .
Carlota dale la mano al Doctor
Carlota (más que de prisa)
Ya te obedezco madre mía.

Da. Ninfa (les hecha la bendición nupcial)


Quod Deus conjuncit, homo non ceparet, cada oveja con su pareja.

- 306-
ecóT O Mujeres en la h isto ria de B olivia - Im ágenes y re a lid ad es del s ig lo XIX

• “Corazon vale mas” (Petipieza) Cochabamba, 1854 *


Escena 5
Da. Andrea y después Dn. Mauricio.
Da. Andrea
¡Mi hija, mujer del Doctor Quinteros! Esto si que se llama dar la suerte a pedir
de boca. Todos mis sueños se realizan con este matrimonio, i mi marido seria mui
estúpido si quisiese oponerse a él.
Dn. Mauricio - (entra gritando) ¡Andrea! ¡Querida Andrea! Ven a mis brazos
hija, que ya somos felices (va a abrazarla, Andrea le rechaza)
Da. Andrea.- Despacio Mauricio, que cada dia te vas volviendo mas brutal.
Dn Mauricio-, ¡Dios mió! ¡Todo esto le sucede a un pobre marido!
Mi mujer se está volviendo esquiva i desdeñosa a los cincuenta i tantos años.
Andrea , cuando fuiste joven i hermosa, cuando vivíamos en la Aldea, donde tanto
tiempo te sostube con el sudor de mi rostro, no ecsijias de mi tratamientos delicados ni
esa corcunspeccion aristocrática, que ahora quieres imponer.
Da. Andrea -Debes advertir que ahora no vivimos en aldea i que no somos los
mismos que fuimos en ella. Estados mudan costumbres; i es necesario que conformes
tu conducta a la verdad de esta sentencia.
Dn. Mauricio.- He ahí lo que me han traído las novelas i periódicos que te han
revuelto los cascos. En otro tiempo no los leías, y por eso fuiste buena esposa; más
ahora ya no te ocupas más que de eso y de la política; pero no riñamos todavía Andrea
Calma y serenidad; porque vamos a tratar de un asunto mui grave.
Dn. Andrea.- Yo también tengo que hablarte sobre cosas mui importantes, i a mi
se me ha de escuchar primero.
Dn. Mauricio .- (aparte). Esta mujer no da treguas; comenzamos el ataque (a
ella) Qué te parecería Andrea, un hombre en su virilidad, con 20000 $ de renta, buena
posición social, buena familia, no mal apersonado, i que tuviese para nosotros la notabilísima
recomendación de pedir la mano de nuestra hija?¿Que dirías Andrea?, responde.
Da. Andrea.- Si fuese un necio como Don Juan Cabrera, le renuciaria absolutamente.
Dn Mauricio.- ¡Que oigo! ¡renunciar a Don Juan! ¿Estas locas mujer?.
Da, Andrea.- No Señor, no estoi loca, más bien debería estarlo para consentir
que mi hija....
Dn, Mauricio..- Vamos Andrea: hagamos las paces, un asunto que pesa más de
20000 ps. de renta no es cosa de arreglarlo en un instante. Dos mil razones tengo en la
cabeza para persuadirte que no te opongas a este enlace. Quiero decírtelas una por
una. Vamos a mi cuarto a discutir la materia. Vamos querida Andrea, vamos esposa de
mi alma, (quiere abrazarle).
Dn Andrea .- (rechazándolo). Quinientas mil razones tengo yo para oponerme.
Dn. Mauricio.- (aparte asombrado) ¡Se ha puesto más huraña que una doncella!
(a ella) Yo te diré las mias i tu las tuyas; ese es el modo de discutir. Vamos. (Se van).
* Imprenta “Los Amigos”, Cochabamba, 1854, pgs 8-10.

- 307-
I

B ea triz R ossells

• María Josefa Mujía: Semblanza, poesía j homenajes


Gabriel Rene Moreno (1858)*

En la capital de bolivia y en el seno de una familia distinguida existe solitaria y


retirada una mujer, joven todavía y bella, cuyo talento y desgracia han llamado desde
pocos años a esta parte la atención en aquella ciudad. Los periódicos de Sucre han
publicado varias composiciones poéticas de esta joven, y la angustia y melancolía que
respiran, han conmovido profundamente a todas las almas sensibles.
Nosotros vamos a dar a conocer algunos antecedentes sobre la poetisa bolivia­
na, reproduciendo al mismo tiempo varias de dichas composiciones.
La historia de la señorita María Josefa Mujía, es corta y sencilla. Dotada de
clara y precoz inteligencia, hizo en su infancia sorprendentes progresos en su educa­
ción y en el estudio de varios idiomas. Cuando se hubo retirado del colegio y principia­
ba a dedicarse con entusiasmo a la lectura y al estudio de las bellas artes, la muerte de
su padre produjo en su alma el más profundo dolor, causándole ese continuado llanto
la pérdida absoluta de la vista a la edad de 14 años. Desde entonces principia para la
joven una vida de lento martirio y de triste soledad, en que su existencia se consume
poco a poco, agitada de vez en cuando por las desesperadas ansias de ver. La familia,
que ha tratado en lo posible de dulcificar a la pobre ciega sus infortunios, le ha facilita­
do los medios de continuar entretenimientos literarios, y su hermano Augusto, que
llegó a ser objeto del más tierno cariño de la joven, era el lector unas veces y el escri­
biente otras en estos trabajos.
Así vivía la señorita Mujía, desconocida y olvidada, cuando un incidente vino a
revelar al público su existencia y las penas de su corazón, y a que, almas generosas e
inspiradas, le dirigiesen acentos de simpatía y consuelo. Augusto había hecho formal
promesa a su hermana de no comunicar a nadie nada relativo a su secreto literario y es
preciso agregar que, constantemente, había cumplido su promesa. Pero cierta vez, con­
movido y entusiasmado con una composición titulada “La Ciega”, la enseño a un ami­
go, y éste consiguió retenerla algunos momentos para mostrarla a otro. El resultado de
todo fue que al día siguiente “El Eco de la Opinión” aparecía insertándola en sus co­
lumnas, no sin soipresa y disgusto de la familia Mujía. Héla aquí:

• La ciega

Todo es noche, noche oscura,


Ya no veo la hermosura
De la luna refulgente,
Del astro resplandeciente
* E s tu d io s d e la l i t e r a t u r a b o l i v i a n a . Biblioteca del sesquicentenario de la República. La Paz, 1975, pg. 225-128

- 308-
en la b i r r i a de B olivia - Imágenes y realidades del s ig lo X IX

Sólo siento su calor,


No hay nube que el cielo dora,
Ya no hay alba, no hay aurora
De blanco y rojo color.

Ya no es bello el firmamento,
Ya no tiene lucimiento
Las estrellas en el cielo;
Todo cubre un negro velo,
Ni el día tiene esplendor,
No hay matices, no hay colores
Ya no hay plantas, ya no hay flores,
Ni el campo tiene verdor.

Ya no gozo la belleza,
Que ofrece la naturaleza,
La que el mundo adorna y viste;
Todo es noche, noche triste
De confusión y pavor,
Doquier miro, doquier piso
Nada encuentro y no diviso
Mas la lobreguez y horror.

Pobre ciega desgraciada,


Flor en su abril marchitada.
¿Qué soy yo sobre la tierra?
Arca do tristeza encierra
Su más tremendo amargor;
Y mi corazón enjuto.
Cubierto de negro luto,
Es el trono del dolor.
En mitad de su carrera
Y cuando más luciente era
De mi vida el astro hermoso.
En eclipse tenebroso
Por siempre se oscureció.
De mi juventud lozana
La primavera temprana
En invierno se trocó.

- 309 -
B eatriz Rossells

Mil placeres halagüeños,


Bellos días y risueños
El porvenir me pintaba
Y seductor se mostraba.
Por un prisma encantador.
Las ilusiones volaron
Y en mi alma sólo quedaron.
La amargura y el dolor.

Cual cautivo desgraciado


Que se mira condenado
En su juventud florida
A pasar toda su vida
En una horrenda prisión;
Tal me veo, de igual suerte,
Sólo espero que la muerte
De mi tendrá compasión.
Agotada mi esperanza
Ya ningún remedio alcanza,
Ni una sombra de delicia
A mi existencia acaricia;
Mis goces son el sufrir:
Y en medio de esta desdicha
Sólo me queda una dicha
Y es la dicha de morir.
Estos versos leídos y releídos en todos los círculos de la capital produjeron más
efecto que el que podría esperarse. Muy pocos conocían personalmente a la ciega y los
que ignoraban su existencia, ya la había puesto en olvido. Otros habían visto alguna
vez entrar al templo de Santa Teresa, con paso corto e inseguro, a una joven que se
apoyaba en el brazo de un joven, y asistir ambos a los oficios divinos. La generalidad
se apresuraba a preguntar quién era este cisne misterioso que desde su lóbrego nido
daba al aire tan sentido acento. Y todos la compadecieron.

Y fue natural que otras liras vibrasen en triste y armonioso concierto con la de
la ciega. Esta con todo lo que la rodeaba, joven bella, pura, sumida en soledad y negra
noche, atribulada todavía más por la pérdida de algunos seres amados, y siempre llena
de humilde resignación y de vida intelectual.*

* Ibid. pg. 134

- 310-
C Z í't' / / í j S l C S en *a h“ ¿tzr,a de B o liv ia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo XIX

• “La mujer”
Manuel María Gómez, Potosí, 1867*

I
LA CREACION
MUJER!... mujer... misterio incomprensible,
Tu eres la luz del universo mismo,
Tu eres la sombra que enlutó el abismo,
Tu eres el ángel que invento el dolor!...
Tu eres mentira, que en su seno oculta,
Una verdad que el corazón marchita;
Un sentimiento sin cesar te ajita,
Tu también lloras lágrimas de amor!...

BELLA te miro, virjinal I pura


Entre las flores del Edén nacida,
Al despertar á tu preciosa vida,
Al bendecir la gloria de tu Dios!...
Bella te miro, te contemplo hermosa,
Tendida al viento tu ancha cabellera;
Entre las aves mil talvéz primera
En levantar tu cadenciosa voz!...

BELLA te miro, sí, talvéz mas bella


Que la primera luz del sol naciente;
Bella te miro, sí, cuando en tu frente
Brilla un destello de tu casto amor!...
Bella te miro, cuando tu sonrisa
Sobre tus lábios brilla seductora,
Talvéz mas bella que la misma aurora,
Talvéz mas pura que la tierna flor!...

RECOJE de tus lábios la dulzura


De la pradera el perfumado ambiente
I el puro aroma de la flor naciente
Es de tu aliento soplo bienhechor!...
Tu hermosura talvéz pudo inspirar
Al ave del desierto sus cantares?...
Blancos jazmines fonnan tus altares
I allí se escuchan cánticos de amor?...
* Tipografía de! Progreso, Potosí, 1867.

-311 -
B eatriz R ossells

TU, mensajera del amor, trajiste


Sobre tu frente, para siempre, escrita
Esa palabra celestial, bendita,
Reflejo acaso del divino amor!...
Por tí la brisa frezca i cariñosa
Entre los bosques del Edén suspira
I el aura mansa sin cesar aspira
El dulce aroma de la tierna flor!...

La hermosa luz que brilla sobre el mundo


Es un rayo de amor que se desliza,
Talvéz del cielo virjinal! Sonrisa,
Un destello talvéz de bendición!...
Por tí las aves cantan sus amores
Ante la fáz sublime del desierto
I el Orbe todo en etemal concierto
Recoje de tu amor la inspiración!...

RESPIRAN ya los seres de la tierra,


Pueblan los astros la radiante esfera,
Solo el amor faltó que los uniera,
Esa armonía del amor faltó!...
Naciste entonces!... tu primer aliento
Soplo de amor que el corazón exhala,
Que entre las flores sin cesar resbala,
Esa armonía del amor virtió!...

POR eso j irán cándidas estrellas


En el espacio sin cesar unidas,
Como dos almas siempre confundidas
En un suspiro de celeste amor!...
Por eso el hombre se inclinó ante tí
I te llamó su dulce compañera,
Quiso adorarte en su ilusión primera
I amó, mujer!... tu celestial candor!...

UN beso entonces resonó en el aire


Vibró un momento, misterioso canto.
Himno primero que escucho el Edén!...
Templo de amor, de bendición I gloria

- 312-
(¿ y K
' f'ljC V O S en ,a h 'sto r‘ a de B olivia - Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

El universo fué por un momento,


Testigo de tu amor el firmamento
Tus desposorios presenció también!...

TU, mensajera del amor, viniste


A derramar su perfumada esencia.
Es un suspiro tuyo su ecsistencia,
Una sonriza tuya su espresion!...
Es tu mirada celestial reflejo
Que disipa las sombras del abismo,
TU ERES LA LUZ DEL UNIVERSO MISMO,
Es un templo de amor tu corazón!...

II
EL PECADO

POBRE mujer!... misterio incomprensible


¿Quién evitar pudiera tu desvío?...
Pobre mujer!... que tu pecado impío
Envuelve al mundo en densa oscuridad!...
Por tí se enluta la radiante esfera,
Por tí la nube rayos precipita,
El huracán feroz por tí se ajita,
Por tí se anuncia negra tempestad!...

POBRE mujer! ... tu corazón ardiente


Lanza un jemido de dolor profundo
I ante tus ojos se convierte el mundo
En un abismo que enlutó el dolor!...
Tiembla mujer!... inclina tu cabeza,
La tempestad terrible se enfurece;
Tiembla mujer!... la tierra se estremece,
Do quier se escucha fúnebre clamor!...

El ronco trueno sin cesar retumba


I en el espacio se repite luego;
Cruzan la esfera ráfagas de fuego,
El universo tiembla de pavor!...
El manso arroyo que tus pies bañaba
Corriendo entre las hiervas lentamente,
En turvias olas i en veloz torrente

- 313-
B eatriz R ossells

Se precipita con audaz furor...

POBRE mujer!... oculta tu ecsistencia


Entre las sombras de la noche oscura,
El universo todo se conjura,
Pronuncia sobre tí su maldición!...
Deshechas, secas, sin color las flores
El huracán sus hojas desparraman,
Pobres despojos de marchita rama,
Tristes sudarios de la tierra son!...

POBRE mujer!... empieza tu castigo!


¿Dónde pudieras ocultar tu frente?...
el postrer rayo que alumbró tu mente
A tus ojos mostró tu desnudez!...
Tienes vergüenza!... te estremeces... tiemblas!...
Lágrimas tristes nublan tu pupila!
Amarga hiel tu corazón destila!
Tu hora terrible resonó talvéz...

LOS elementos entre sí luchando


En confusión terrible se desatan,
Rujen los vientos, corren, se dilatan
I se escucha el fragor del huracán!...
Ocultas tiemblan entre oscuro bosque
Las pobres aves que su amor cantaron;
Sus horas de ventura se trocaron
En tristes horas de tremendo afán...

POBRE mujer! Aparta tu mirada


Se ha consumado ya tu sacrificio,
Huye mujer! De tu fatal suplicio,
Ven á buscar tu yerto corazón!...
¿I allí qué encuentras ¡infeliz mujer?...
Viles pasiones que también le oprimen,
Odio, venganza, vanidad I crimen,
Soberbia, envidia, celos I ambición!

I esas pasiones viles I rastreras


Instrumentos serán de tu castigo,
Hora por hora lucharán contigo

- 314-
C "^ C
' ljC V ó S en la h'sto ria de B o livia - Im ágenes y rea lid ad es del s ig lo XIX

I tu seno ¡mujer! desgarrarán!...


Esas pasiones que ardorosas bullen
Son densas sombras hijas del abismo,
Negros abortos del infierno mismo,
Lavas candentes que arrojó un volcán!...

LA vil serpiente engañarte pudo,


Virtió un veneno que amargó tu suerte,
Arrojó sobre tí también la muerte,
I una cadena para tí forjó...
Esclava del dolor!... tus descendientes
Esa cadena tienen por herencia;
Maldita del Señor tu descendencia
Por tu pecado sin cesar lloró!...

LAS sombras del pecado se levantan


Cubren la fáz de la radiante aurora:
Ya resonó la voz aterradora
Que tu sentencia pronunció: “-¡mujer!...
“Tu llorarás sin que consiga el llanto
“Calmar siquiera tu dolor profundo.
“Tú llorarás, sí... mientras que el mundo
“Mire sus horas rápidas correr!” ...

“I el tierno niño que en tu seno estreches


“Hermoso fruto de tu amor nacido,
“Hijo será que arranque tu jemido:
“TALVEZ MURIENDO... LE VERAS NACER...
“Sumisa esclava!... débil criatura!...
“En vano, en vano llorarán tus ojos.
“Que entre tormentos mil I mil abrojos
“Verás apenas sombras de placer!”...

TÚ, mensajera del dolor, trajiste


Las negras horas del pensar sombrío:
Pobre mujer!... QUE TU PECADO IMPIO
Arranca al mundo fúnebre clamor...
Tú, mensajera del dolor, viniste
A derramar las sombras del abismo:
Tú eres la imájen del tormento mismo
¡TU ERES EL ANJEL QUE INVENTO EL DOLOR!...

- 315 -
B eatriz R ossells

III
LA REDENCION.

RENDIDA al peso del dolor profundo


Una mujer los siglos atravieza,
Brilla en su frente celestial promesa,
Vierten sus labios dulce bendición!...
Triste Raquel que en el desierto llora,
Débora hermosa cuya voz doliente
Entre sus écos lleva dulcemente
Profecías de amor... de inspiración!...

ESTER divina que el furor desarma,


Inspirada Judit á cuya planta,
La vil serpiente dobla su garganta
I humilde inclina su maldita sien!...
Iris de paz que el firmamento cruza,
De libertad enseña sacrosanta,
Mujer que al mundo del pesar levanta,
Anjel que viene del perdido Edén!...

DE Eva en el pecho colocó el Eterno


De la INOCENCIA la radiante estrella:
Sobre su frente se imprimió su huella.
Puso en su seno virjinal pudor!...
Grato perfume que su aroma vierte.
Dulce armonía que á la mente inspira,
Eco perdido de celeste lira,
Fragante esencia de bendita flor!...

LUZ... que alumbraba el trono del Eterno


Perla que el ánjel sirve de divisa,
Rocío virjinal que se desliza
De la mujer al tierno corazón ...
Mas, ay! Al soplo del pecado impuro
La luz radiante del pudor se apaga,
Envuelta en sombras la inocencia vaga,
Cubre su frente fúnebre crespón!...

- 316-
í r S íf ^^ K ^U ÍC V C S en la h isto ria de B o livia ■ Im ágenes y rea lid ad es d el s ig lo XIX

PROSCRITA... errante... su belleza pura


Rota, en fracmentos corre sin destino,
Sus restos lleva negro torbellino,
Cual hojas secas vagan por dó quier!...
Entonces Dios recoje sus despojos
I sus reliquias une con ternura,
De ese conjunto de inocencia pura
Forma una nueva, celestial mujer!...

TESORO de candor i de inocencia


ESA MUJER, LOS SIGLOS ATRAVIEZA,
BRILLA EN SU FRENTE CELESTIAL PROMESA,
Late en su pecho tierno corazón!...
Eterno templo que la fé conserva
I que las sombras del pecado aleja,
Lámpara sacrosanta que refleja
Vivido rayo, luz de bendición!...

EL harpa santa del profeta suena


I su armonía lúgubre suspira;
Esa mujer sus cánticos inspira,
Esa mujer le imprime su dolor!...
Prestó á David inspiración ardiente,
A jeremías su copioso llanto,
Al pobre Job el sufrimiento santo
I al mundo todo le inspiró su amor!...

DULCE esperanza que los siglos cruza!


Blanca visión que nítida se mece!
Mujer que al mundo su esplendor ofrece
Que entre los pueblos se la vé brillar!...
Roma, Cartágo, Ménfis, Babilonia,
Las huellas de su paso descubrieron;
Siglos y siglos; al pasar, la vieron,
Sobre los muros de Salén, llorar!...

REGAR la vieron, con su amargo llanto,


Las escarpadas rocas del Calvario,
I en un suplicio triste I solitario
Vieron su angustia I su cruel dolor!...
Su casto pecho desgarrado vieron,

- 317-
B eatriz R ossells

Su fáz bendita, lívida I doliente;


Mientras que el hijo, de la cruz pendiente,
Al viento lanza fúnebre clamor!...

LA honda agonía, sin cesar contempla,


Del hijo santo que en la cruz espira;
Su mismo corazón clavado mira,
Su propia sangre derramada vé!...
Mas, ¡ay! su llanto de dolor I angustia
De la mujer el corazón depura.
Las negras sombras del pesar conjura
I allí coloca la sagrada fé!...

IV
MARÍA.

PURA, como el aliento del Eterno,


Bella, como la luz del medio día,
Radiante aurora, ¡celestial! María!...
De la inocencia, viva encamación!...
Tu llanto amargo la mujer recoje,
De cada gota que cayó doliente
Hizo una perla que adornó su frente,
Reliquia santa, prenda de perdón!

SAGRADA mártir!... tu valor inspiras


A la mujer que sus pesares llora;
La casta vírjen tu piedad implora
I tu refujio busca sin cesar!...
Tímida estrella que su luz oculta
Entre los pliegues de tu augusto manto:
Flor que el rocío de tu puro llanto
Sobre sus hojas siente resvalar...

BLANCA guirnalda de inocencia brilla


Sobre una frente que el pudor refleja:
Es tierno beso que tu lábio deja,
Es la sonriza de tu casto amor!...
Bendita seas!... una esposa pura
Al hombre diste para su consuelo,
Casta, inocente, de virtud modelo,

- 318-
S 'C / X f ^ M u je r e s en la h ,sto ria de - Im ágenes y re a lid ad es d el s ig lo X IX

Templo que guarda virjinal pudor!...

¡BENDITA seas! en tu amor inmenso


Una madre nos dás, perfecta I pura,
Tesoro sacrosanto de ternura,
De cuyos lábios nuestra fé broté!...
Una madre nos das, rejenerada,
Que nuestra infancia cuida con delicia;
Una madre, sublime, que acaricia
El tierno fruto que su amor le dió!...

FELIZ el labio que nombrarla pueda,


Feliz el hijo que una madre tiene,
Feliz el pecho que su amor contiene,
Feliz el hombre que la puede ver...
Junto a su lecho, de dolor, velando
Fija en su rostro su pupila ardiente;
Feliz el niño que á su labio siente,
De tierna madre, el beso descender!...

REFLEJA ¡oh vírjen! Tu fulgor divino!...


De la mujer el corazón iflama;
Ella tu amparo celestial reclama,
Bajo tus plantas llora su pesar!...
Proteje ¡oh vírjen! Su inocencia pura,
Sobre su frente que el pecado oprime
f El sello santo de tu amor imprime,
Pueda tu llanto su dolor calmar!...

QUE es la mujer, que cruza por el mundo,


Humilde flor que su perfume vierte
I en cuyo cáliz palpitar se advierte
Lágrima amarga que brotó el dolor!...
Ella es la virgen, que el amor inspira,
Ella, la esposa, que el pesar consuela,
Ella, la madre, que la infancia vela,
ELLA ES EL ANGEL, QUE NOS DA SU AMOR!...

- 319 -
B ea triz Rossells

• “L a c o q u e t e r í a ”, L a P a z ,1 8 7 6

Un autor contemporáneo nuestro ha definido la coquetería en los siguientes


términos. A ver si les parece bien: -“Se entiende generalmente mui mal la palabra
coqueta.
La buscona concurrente a los lugares públicos, por ejemplo a la plaza de alacitas;
La que mira a todo varón diciéndole con los ojos, - y con la sonrisa, y con toda
su alma, digo mal, con todo su cuerpo: pase usted adelante;
La que se levanta la falda hasta la rodilla cuando llueve, o lleva el escote hasta
el estómago cuando hace calor.
Las etcétera, etcetera, etcetera, de todos pelos, clases y condiciones, esas no son
coquetas.
Esas son feas o bonitas, jóvenes o viejas, coches de alquiler, mas o menos de
lujo, a tanto la hora.
Confundir con esa especie de gangrena social a la encantadora coqueta, al ser
único que puede y debe ser amado, es incurrir en un grosero error.
La palabra coqueta viene del encantador París.
En efecto coqueta viene de coquete.
¿I qué quiere decir coquete?
La hembra del coq, esto es gallo.
Obsérvese bien, y se encontrará la filosofía del negocio.
En un gallinero, por numeroso que sea, no hai mas que un gallo.
En una palabra, el gallo es una especie de sultán, de cuyas complacencias está
pendiente el amor de una multitud de odaliscas.
Las jóvenes gallinas no perdonan medio para agradar, para atraer al afortunado
galan y obtener su preferencia.
Hé aquí la coqueta.
La que dentro de la decencia y de la dignidad posee y practica el arte de realizar
sus encantos naturales.
En una palabra, de añadir a su hermosura una especie de pimienta aperitiva.
Una Sonrisa;
Una mirada;
Un ademan;
Una postura;
La manera de mover la cabeza;
La forma del peinado;
Un adorno o una flor en los cabellos;
Una cinta en la garganta;
El color, la disposición y la confección del traje;
* “La Coqueta. Periódico alacítico, moral y mui científico, La Paz, Enero, 1876, No. Io

- 320-
IJ C l'C S en la h isto ria de B olivia ■ Imágenes y realidades del s ig lo X IX

La punta de un pie que se deja ver bajo la falda.


Una multidud de graciosos detalles constituyen ese cúmulo de alicientes que
seducen al hombre particularmente cuando es un tanto corrido; embriagan, le enlo­
quecen y le hacen dar de bruces en el tálamo matrimonial.
Las mas terribles, las mas irresistibles de las coqueterías, son las que resultan
de los encantos naturales.
De maneras vivas, animadas, elocuentes, graciosas;
De la mirada traviesa y a la par decente;
De la sonrisa espiritual;
De la palabra chispeante y epigramática.
En una palabra, para ser coquetas son necesarios, no solo la juventud, la belle­
za, la educación y la elegancia; son necesarios también el talento y el corazón.
Una verdadera coqueta es una perla.
Una alhaja inapreciable que es peligroso poseer por su valor mismo.
La coqueta soltera es un ornamento social.
La coqueta casada un reclamo de ladrones.
La coqueta viuda................
¡Ah! Vosotras las viudas jóvenes que continuas coquetas, yo os saludo, os estre­
cho la mano y paso.
La coqueta viuda tiene demasiada esperiencia, y no hai quien pueda con ella.
Así hablaba un autor mui versado en el capítulo coquetas.

- 321 -
B ea triz Rossells

• ¡ B o liv ia !
L in d a u r a A n z o á te g u i d e C a m p e ro , 1 8 7 9 *
(A mi esposo, con motivo de la invasión chilena)

Esposa soi i madre!....más soi hija


De tu suelo también i en mi mejilla
Siento caer candente la mancilla
Que te arroja ¡cobarde! El invasor.
He llorado hasta hoy acerbo llanto,
Al contemplar ¡tu hambre!, tu agonía;
Pero no lloro ya!, que hai cobardía
En el llanto que hoy vierta la mujer.
El que al hijo su deber le inspira,
Al esposo valor...aunque deshecho
Quede en su silencio su angustiado pecho,
ante el honor sabe callar!
Mas cuando Dios ¡Oh Patria!, en su clemencia
El triunfo te conceda justo; santo
Débil volveré a ser verdeado llanto....
Llanto, esta vez de dicha ¡bendición!!

♦Club Patriótico. No. 8,


Potosí, 15 de abril de 1879

- 322-
Q ^ y y ( l l j c ) 'CS en *a h istoria de B o llvia - Im ágenes y re a lid ad es del s ig lo )

• A u n a N iñ a F u m a d o r a *

Yo conozco una chicuela,


Anzuelo de corazones,
Que en vez de chupar turrones,
Chupa humo que se las pela,

Y sin fijarse en pelillos,


Haciendo bonitos dengues,
Como si fueran merengues,
Despabila cigarrillos.
Aunque ello grato le sea,
Me parece que está mal
Que convierta en chimenea
Su boquita de coral.
Pues supongo que un travieso
Le dá un beso, de seguro
Que al saborear el beso
Creerá gustar un puro.

Porque la mujer, ¡per Baco!


Hechicera y tierna flor,
Debe exhalar grato olor
Y no oler nunca á tabaco.
Mira chicuela, lo que haces:
De tu boca purpurina
Salen mefíticos gases
De sulfato y nicotina.
Eres linda y eres guapa
Y tu aspecto es muy bizarro;
Pero el tufo del cigarro
Te da el sabor de jalapa.

Deja ese vicio incivil,


Porque tiñéndose están
Con cambiantes de azafrán
Esos dientes de marfil.
* Benjamín Blanco, 1885
D e A n to lo g ía b o liv ia n a (Escritores cochabambinos), tomo 1.
Imprenta de Fermín Rejas e hijo, Cochabamba 1906.

- 323-
B eatriz R ossells

Ha de fumar sólo el hombre,


(Esto es el género macho),
Que el cigarro, no te asombre,
Hacer nacer el mostacho.

Fuera un adorno grotesco,


Un bigote ó un favorito
En ese lindo palmito
Tan rosagante y tan fresco.

A tu semblante hechicero,
Modesto como el que más,
Contradicen por entero,
Esos humos que te das.

Al considerar me abrumo
La situación trastrocada,
Llevas fuego en la mirada
Y en el seno guardas humo.

Es cosa que aturde y pasma


Que fumen las rapazuelas:
Sólo fuman las abuelas
Para curarse del asma.

Echándola de barato,
Suelen á veces las bis­
abuelas fumar anis,
Para librarse del flato.

Dice la ciencia hipocrática,


Que el tabaco es un narcótico,
Anestésico y exótico,
Que causa afección hepática.

Exacerba el mal histérico


Y ejerce influencia fatal
En la glándula pineal
Y en el pliegue mesentérico.

- 324-
éícts QMujeres en la h isto ria de B olivia - Im ágenes y realidades del s ig lo X IX

Aumenta el humor linfático,


La sustancia gris repele,
Ocasiona el cistocele
Y perturba el gran simpático.

Causa locura y amnesia,


Los ilesos anastomosa,
Por esto, que es mucha cosa,
Le ha condenado la Iglesia.

Y un papa sabio, que al cabo


Ambos poderes reasume,
Ha prohibido que se fume,
Y es el papa Urbano octavo.

Si piensas que es necesario


Documento fehaciente,
Está la fábula patente,
Puedes verla en el bulario.

- 325-
B eatriz Rossells

• “N a c e r h o m b r e ”
A d e la Z a m u d io , 1 8 8 7

“ ¡Cuanto trabajo ella pasa


por corregir la torpeza
de su esposo, y en la casa!
(Permitidme que me asombre).
Tan inepto como fatuo
sigue él siendo la cabeza
¡Porque es hombre!

Si algunos versos escribe,


de alguno esos versos son,
que ella sólo los suscribe
(Permitidme que me asombre).
Si ese alguno no es poeta,
Por qué tal suposición?
¡Porque es hombre!

Una mujer superior


en elecciones no vota,
y vota el pillo peor
(Permitidme que me asombre).
Con tal de que aprenda a firmar
puede votar un idiota
¡Porque es hombre!

El se abate y bebe o juega


en un revés de la suerte
ella sufre, lucha y ruega
(Permitidme que me asombre).
Que a ella se llame el “ser débil”
y a él se le llame “ser fuerte”
¡Por que es hombre!

Ella debe perdonar


siéndole su esposo infiel;
pero él se puede vengar

* Ensayos poéticos, Buenos Aires, 1887

- 326-
éZas oMujeresenlahistoria B olivia ■ Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

(Permitidme que me asombre).


En un caso semejante
hasta puede matar él
¡Por que es hombre!

¡Oh, mortal privilegiado,


que de perfecto y cabal
goza seguro renombre!
En todo caso, para esto
te ha bastado
nacer hombre”.

- 327-
B eatriz R ossells

L a V irgen d e l C a r m e n , R e o d e R e b e lió n ,
J o s é R o s e n d o G u tié r r e z 1 8 8 8 *

En la tarde de aquel dia salió la acostumbrada procesión de la Virgen del Car­


men. Aprovechando de ella, los patriotas se lanzaron al cartel y consumaron el primer
acto de audaz desafio a la dominación española.
Nadie osó resistir. Solo el Obispo La Santa se lanzó como un energúmeno entre
las turbas, echando espuma y proclamando la reacción. El cabildo abierto y el pueblo
en masa lo pusieron recluso en palacio, después le exigieron que deponga la autoridad
diocesana y por último lo confinaron a la quebrada de Río Abajo.
Cuanta sería la furia al soberbio prelado, que no es preciso decirlo. Enarboló en
los valles de Irupana e Inquisive, el estandarte real, se hizo capitán general de una
numerosa turba fanática, azuzada por sus homilías de guerra y sus menciones inferna­
les. Ya veremos después a donde le condujo su ciego proselitismo.
Entretanto los patriotas, queriendo manifestar sus sentimientos católicos y re­
cordando el día en que tuvo lugar la aurora de la independencia, resolvieron invocar a
la Virgen del Carmen como a patrona de la santa causa que iniciaron y ordenaron se
celebrase una nueva procesión. En ella apareció la sagrada imagen con el bastón de
mando en la mano y sustituida la corona que antes orlara sus cienes, con el sombrero
tricornio, emblema de la República. Iguales distintivos mostraba el niño Jesús que
llevaba en sus manos. La fiesta religiosa era a no dudarlo simbólica. Su significado no
escapó a los ultra-realistas.
Debelada la revolución por Goyeneche, regresó La Santa a La Paz, después de
haber dado batallas y hecho victimar ferozmente a Lanza (Victorio) y Castro, que aco­
sados por miles de indios, murieron defendiéndose hasta el último momento. Enton­
ces el Obispo se tornó en consejero de sangre del general arequipeño y contribuyó
como ninguno a llevar a la horca el 29 de enero de 1810a Murillo y sus compañeros.
Pero ni la sangre había aplacado la sed de venganza del bilioso obispo. En su
intolerancia llegó hasta donde no se habría atrevido el fanatismo más delirante. Acordóse
de que la Virgen del Carmen había patrocinado a los insurgentes y creyó indispensable
seguir un juicio, por delito de rebelión a la Reina de los Cielos. Espanta audacia tamaña
en el Prelado católico!
Ella caracteriza mejor que hecho alguno la índole de la autoridad real en en
aquellos tiempos y explica como no lo haría un volumen de filosofía, la naturaleza de
los obstáculos que tenia que superar la causa de la emancipación.
No tengo detalles sobre ese grotezco y sacrilego proceso. Es, sí, sabido que la
Virgen fue llevada de su Templo al de San Agustín con rogativas públicas. En el atrio
de esta última iglesia, salió la imagen del doctor de la iglesia al encuentro de la madre
del Salvador, que allí íué despojada de las insignias que le pusieron los revoluciona­
rios. Luego con la cabeza desnuda, ella y el sagrado niño, fiieron introducidos al
Templo y depositados allí hasta el día siguiente, como en especie de reclusión.

* "Kollasuyo”, N° 49, Junio - Julio 1943. Pgs. 26-32.

- 328-
lj( 3 1 ¡' j$ en la historia de B olívia ■Imágenes y realidades d e l s ig lo X IX

Una misa de expiación o purificación filé celebrada a la otra mañana y luego el


Padre de la Iglesiá restituyó a la Santísima Imagen y a su divino hijo la corona y el
cetro, que tenían anteriormente, terminando la ceremonia con una nueva procesión a
Santa Teresa.
La Santa creyó con esto haber dado el golpe de gracia a la insurrección. Se
engañó ¡Pocos meses después ruvo que fugar de Castellli, temiendo la suerte del Obis­
po Orellano, que él merecía con mas razón. Volvió después de Guaqui para abandonar
definitivamente su catedral, trasladándose a Puno, donde llevó hasta los archivos de la
Curia, resuelto a no pisar mas una ciudad tan rebelde y maldita como le parecía La Paz.
Por fin, renunció la mitra y por cédula real de 5 de octubre de 1815, se le admitió la
renuncia, otorgándole pensión anual de tres mil pesos, con lo cual se volvió a España.
En fin de cuentas, lector, tenemos ahora que hubo Obispo que por servir al rey
y a la religión siguió juicio criminal a María Santísima. Líbrete Dios de caer en manos
de un fanático de esa catadura, que no tiene otro castigo que la picota de la historia.
Allí he querido colocar hoy día a D. Remigio, antes que se extinga la tradición de los
hechos que llevo referidos.

- 329 -
B eatriz R ossells

• O d a m ís tic a . A m o r o s o s e c o s d e l s o lita r io a M a r ía S a n tís im a


C.F. B e ltr á n (R e c o p ila d o r ) 1 8 8 8

Kollana María,
Peregrina Flore!
Quiquin Diospa mallkin
Milagro de amor!
Kollana María,
Divino panal!
Juchasapak jampin
Para todo mal.
Kollana María,
Mi cielo, mi bien!
Sapa mamay jiña
En mi auxilio ven.
Fuente de piedad,
Kan ricuquay ari
En mi soledad.
Kollana María
Claro rosicler!
Kanlla unanchaguay
En mi padecer.
Kollana María
De flores jardín!
Kanllamin churanqui
A mis penas fin.
Kollana María,
De mi corazón
Kanmin koyllur canqui
De mi salvación.
Kollana María
Virgen de Belén!
Kanmin pusaguanqui
A la gloria: amén.

-----------------------------------------------------------
* En: C iviliza ció n d e l indio. D e R a m illete h isp a n o -q u ic h u a o r ig in a l con m u ltitu d d e p o e s ía s o r ig in a le s y an tig u a s
m e jo ra d a s p o r e l a n a CFB. Tipografía de «El Progreso». Omro, 18S8.

-330-
Omitieres enlaflisto r¡a de B o llvia - Imágenes y realidades del sig lo XIX

• C o m o s e v iv e en m i p u e b lo (C u a d r o s d e c o s tu m b r e s ).
L in d a u r a A n z o á te g u i d e C a m p e ro , 1 8 9 2 *

En época de elecciones

-¿Qué me dice U? ¿pues no era julista rematado hace un año? ¡y hoy me lo


encuentro un agostista acérrimo!... En cuanto á m í... es notorio ... firme que firme en
mi opinión.
-¡Qué opinión ni que niño muerto! Su opinión estaba en la bolsa de 200 Bs. que
le enviaron para la compra de votos, y que los empleó U. en salir de ciertas trampas.
¡Si nos conoceremos, D Pastor!
-Y á U. ¿cuánto le han enviado en cambio de su conciencia, D. Justo?
-Habla U. lo que le da la gana, como resentido y agraviado, porque este año no
le ha caido la lotería.
-¿Llama U lotería á los miserables 300 $ que ha recibido de los agostistas, D.
Justo? Pues, que le hagan buen provecho. Pero, sepa U para su gobierno, que el
candidato julista, de que U. ha renegado, ha sido mucho más generoso con el Cura y el
Corregidor, porque á cada uno de ellos le ha enviado mil $ para comprar votos.
-¡Diablo! No es suma despreciable ésa. Y sabe U. cuánto ofrecen por voto?
-En primer lugar, jarana (diversión) con buenos ajis, mejor chicha y moscatel
de lo bueno, costeo del viaje y permanencia en la captial y 20 $ en plata. Y U. con sus
300$ ¿qué nos ofrece?
No sea U. bromista, D. Pastor, ¡si no hay tales trecientos ni cosa que valga! ...
Con su permiso; cuando tropecé con U., iba á arreglar un asuntito con el Corregidor.
Hasta la vista.
-¡Eh! D. Justo, D. Justo, ¿no advierte que el Cura y el Corregidor compran
para el candidato julista y que U. es agente del agostista?
-¡Vaya U. Al diablo con agostistas yjulistas! U., yo y todos somos del que más
da ... ¿Qué sacamos nosotros de que sea Pedro, Juan ó Diego el que gobierne Bolivia,
para venimos aquí con escrúpulos de monja? ... Viva el candidato más generoso, aun­
que sea el mismo demonio. ¿No le parece?
-¡Bravo! D. Justo: así me gusta la jente franca. Vaya Ud., vaya U. á arreglar
su asuntito con el Corregidor.
-¿Eh! D. Justo, oiga U—D. Justo —-¿Qué demontres tiene que corre, hacién­
dose el sordo, como si llevase un cohete á la cola?
- ¿U. por aquí, D. Pastor?
-¿Para qué necesita U. á ese hombre, D. Chapaco?
¡Voto á sanes! Tiene dinero para la compra de ciudadanos, y como me veo
apuradillo de reales...
-Pues, si acaba de decirme que no ha recibido un centavo!

* E! Novel, Potosí, 1892

-331 -
B eatriz Rossells

-¿Miren el bribón! Miente y remiente como un gran bellaco que es. La culpa se
la tiene quién se fia de jentes de esa calaña.
-Sobrada razón tiene U.
-Y aqué me deja plantado en un tremendo compromiso.
-Lo siento. ¿Tan urgente es el apuro?
-¡Calcule U! Nos reunimos desde anoche algunos amigos en casa de la Eduvijes,
á pedir chicha al contrapunteo y á echar algunas suertes, que me han tratado como á un
negro; llega la hora de pagar el rango del gasto, y me encuentro pelado — ¡Es cosa de
ahorcarse!
- El remedio está á la mano.
- Diga U.
- ¿Ignora U. que el Cura y el Corregidor pagan grueso por un voto? Verdad es
que exige el Cura que se jure ante un crucifijo por la salvación del alma que dizque
tiene uno dentro del cuerpo, y otras patrañas de ese pelaje.
- ¿Hay más que jurar y perjurar como lo hicimos ya el año pasado? Lo impor­
tante es asegurar la paga. Voy volando, y gracias por el aviso, D. Pastor.
-Buen provecho le haga, y á comer á dos carrillos á costa de los candidatos —
Esta es una papilla que se nos ofrece gratis, desde que se les metió á la mollera de los
ricos sacar á puja la presidencia. Con tan plausible motivo, hemos arrinconado el
trabajo, se ha dejado de sudar para ganar el pan de cada dia, y se jaranea y se bromea á
gusto. ¡Vivan los candidatos ricos que enborrachan de valde al pueblo!... Solo que yo
a pesar de que escribí al candidato oficialista ofreciéndole mis servicios, he quedado
lucido, sin merecerle ni tan siquiera respuesta!... y éso que hacia el sacrificio de mis
opiniones. ¡Bruto de candidato!; pero de seguro que ha de parar la oreja cuando reciba
el anónimo que le he espetado contra sus agentes, el Cura y el Corregidor, para que les
exija la cuenta del gasto de los mil pesos; y en cuanto al picaro de D. Justo, tampoco se
ha de quedar riendo con sus trecientos pesos. ¿Hábrase visto ladrones como ellos!

- 332-
6 ^ ¿ £ X Q & C u je re S en la h isto ria de B olivia - Imágenes y rea lid ad es del s ig lo XIX

¿ Q u é e s la m u je r ?
A . D ie z d e M e d in a , S u c r e , 1 8 9 3 *

“Qué es la mujer?”
“Si hay algo indefinible en este mundo,
es la bella mitad de nuestro ser
Quieres verla por fuera? ... Es seductora
Tiene todas las gracias del edén”
“Vista por dentro, la mujer es antro
Donde viven confusas dudas y fe,
Donde anidan virtudes que edifican
Y se mezclan el llanto y el placer.
Es ideal, es sublime, amante santa
Cuando se llama madre la mujer,”
“Cuando es pura es encanto de la vida
Del hogar el consuelo y el placer”
“Junta después la bondad del ángel,
La astucia tentadora de Luzbel
Haz en que se reúnen las pasiones todas
Odio, amor, frenesí frialdad, desdén,”
“¡Ese es el corazón de la mujer!”

* “Rima”. El Fígaro, 1 (Sucre, 10.X.1893).

- 333-
Beatriz Rossells

• “C e lic h á ”
D a n i e l C a m p o s, 1 8 9 6 *

La Mañana
De la aurora ya clarea
en el bosque el azul rayo,
y del hondo Pilcomayo
en las olas centellea.
Celichá, virgen querida,
de la selva misteriosa,
se está bañando gozosa
en el río sumergida.
Airosa, cual la gaviota
o ligera, como el dardo,
huye de un flotante cardo,
o persigue al pez que nota.
Rompe la ola con presteza,
o zambulle y desparece,
y a la distancia aparece,
sacudiendo la cabeza,
Como cristalino lecho
el río muestra en sus ondas,
ya sus espaldas redondas,
o ya su mórbido pecho...
Y cuando su imagen bella
se refleja, diligente
mueve el agua transparente,
para borrar toda huella.
En las auras matinales,
selvas y playas que mira,
plenitud de vida aspira,
su tierno pecho a raudales.
Y ese grito de locura
que arroja al nadar violenta,
es la embriaguez que se ostenta,
en la exposión de ventura.
A lo lejos ella nota,
con la mirada que brilla,
que en un tronco de la orilla
se ha posado una gaviota.
* En: Sur. Revista de Historia y Arte. N°2. Potosí, 1955
D a n ie l C a m p o s Potosi (1829-1902) abogado, periodista, poeta, fundó La Revista de Potosí y La Crónica, munícipe,
fue exiliado político, Vocal de la Corte de Justicia y diputado. No dejó de lado las actividades culturales, organizó
la “Sociedad Literaria y Científica en Potosí”. Explorador del Chaco, dejó varios libros.

- 334-
eé£as QMajeres en la historia de Bolivia - Imágenes y realidades del siglo XIX

Y en el acto sumergida,
rápida, como una flecha
se desliza, allí derecha,
viéndola desprevenida.
Con penetrante mirada
ver a la gaviota acierta,
y dando un grito de alerta
fírme aguarda la emboscada.
Al tomarla, al aire avanza
dando voces destempladas,
que parecen carcajadas
que a la cazadora lanza.
Cuando se alza juguetona,
ya el ave sobre ella gira;
se le acerca, se retira,
y ella le grita: ah, bribona!

¿Conoces a la doncella
Que yo adoro, por fortuna?
pues a la virgen más bella
La eclipsa, como la luna
A la temblorosa estrella.
Fue dorado pez del río;
Fue de estos bosques un ave;
Fue, para el corazón mío,
Su acento, canción suave,
Y sus lágrimas, rocío.

Dime, si la has visto, dime,


Tal vez presa del dolor
Como la tórtola gime;
Tal vez algún vencedor,
Triste, cautiva la oprime.
Dime, si la has visto, dime.

¿Conoces a la hechicera,
que ha cautivado mi gusto?
Toda virgen compañera
Es a su lado un arbusto
Ante gallarda palmera.
¿Conoces a la hechicera?

- 335-
B ea triz R ossells

¿Conoces a la amazona,
que a las plantas de su amigo,
dulces cantares entona,
y al frente del enemigo
es una soberbia leona?
¿Conoces esta amazona?

Teyú y Celichá a caballo,


Con seis doncellas a pie,
E Itaú con cuatro jinetes,
Y el Capitán Chimoré,
Ya con vincha de tres plumas,
A mayoral ascendido.
Tolai está en el cortejo,
Siempre a Carandaiyreunido.
Presidir los padres deben
Aquel baño matinal
Y engalanar a los novios
Con su atavío nupcial.

La viudedad
¡Infeliz Celichá! ¡Ah, quien creyera
Pálida, moribunda...en el dolor;
en el suelo la blonda cabellera,
y concentrada su existencia entera
de su febril pupila en el fulgor.
Como herida de un rayo fulgurante
Quedó el primer momento muda y yerta;
Fijos sus ojos, lívido el semblante,
Cual mirando el vacío; en ese instante,
Los ojos parecían de una muerta.

Celichá.

- 336-
é^a s OMujeres en la historia de Bolivla - Imágenes y realidades del siglo XIX

• La Patria y la Mujer
M o d e s to O m iste , P o to sí, 1 8 9 7 *

El amor es el elemento que alienta el Universo, en lo creado y en lo increado, en


la materia y en el espíritu.
La mujer es la más delicada y la más alta personificación de ese vínculo, de esa
fuerza y de esa causa generadora, en la especie humana. Es el manantial fecundo é
inagotable de amor y de ternura, de sacrificios y de martirios, de resoluciones heroicas
y de atractivos irresistibles.
Vedla, tejiendo y bordando estandartes, humedecidos con sus lágrimas, para
entregarlos á sus padres, esposos é hijos, como emblema de victoria, para que á su
sombra luchen contra los invasores, hasta morir ó vencer.
Contempladla, oprimido el corazón y la razón turbada, estrechando entre sus
brazos al hijo querido, y dándole el ósculo de amor y de bendición, para que vaya á la
guerra en defensa de su hogar y de su Pátria.
La Patria es una deidad, y la mujer su sacerdotiza.
La Patria tiene su altar y la mujer lo adorna con flores perfumadas, le quema
incienso, entona himnos marciales y conserva la pureza de su culto: evita las
profanaciones, y fustiga á los traidores, con el látigo de su eterna condenación.
Si el hombre se sacrifica por la Patria, la mujer lo sostiene en sus horas de
tribulación y de angustia; fortalece su espíritu y lo lanza hasta el heroísmo; persuade
á los vacilantes, infunde valor á los tímidos é inspira nobles pensamientos á las
intelijencias incultas.
Nada más justo, por lo tanto, que propendamos a la emancipación de la mujer,
concediéndola, por lo menos, el derecho de sufrajio, como acaba de hacerlo el parla­
mento ingles, y como ya lo han hecho varios Estados de la Unión Americana.
Ella, que alimenta al ciudadano desde el seno materno, con su propia sangre y
con su propio espíritu, guíelo en la senda de la vida práctica, de la vida social y política.
Ella, que sabe inspirar el amor á la Patria, con su palabra y con su ejemplo,
coloque al ciudadano en el lugar donde puede servir á la Patria, digna y honradamente.
Ella, la personificación de los más bellos ideales, en lo social y en lo político,
en lo bello y en lo sublime, concurra á la formación de los poderes públicos como
elemento principal para la realización de esos ideales.
Sea la mujer tan ciudadana como lo somos nosotros.
Bendita la Patria que alimenta y proteje á sus hijos!
Bendita la mujer que sabe amarla con más fervor que nadie!
Potosí, agosto 3 de 1897
* Trabajo literario para leerse en la función lírica con que las Sociedad Filarmónica celebra el aniversario de la Patria.
Imprenta “El Tiempo” Potosí, 1897.
Modesto Omiste (1840-1898) Nacido en Potosí, historiador, periodista y diplomático, fue diputado, representante de Bolivia
en varios países. prefecto de Potosí, fundo escuelas y promovió la cultura. Algunas de sus publicaciones: M onografía del
Departamento de Potosí, Crónicas Potosinas (5 volúmenes), La instrucción pública en el Departamento de Potosí, Heroínas
(tltopemanas.

- 337-
B ea triz R ossells

• C a n c io n e s , tr is te s y b a ile c ito s a n ó n im o s
p a r a la a m a d a y la m a lp a g a d o r a *

(Cantado en tiempos de Melgarejo)

Aunque quede solterón


Y tu sabrás lo que es bueno
Batallón «Cartucheras en el cañón».

Si hoy eres muía de paso


De un pobre soldado
Quizá mi valor mañana
Te ascenderá a Capitana
Batallón «cartucho del cañón».

Silbame silbadorita,
Sílbame de la lomita,
Que esperándote está
Tu tierna palomita.

En el mar de tu pelo
Navega un peine
Y entre las ondas que hace
Mi amor se duerme

(Después del rapto de una monja del


Hospital Landaeta, La Paz en 1880)

En la calle Loaiza
Un practicante
Se ha robado una monja
Bella y cantante.

Miren que el tal Zapata


Es mozo listo,
y le ha puesto la pata
al tata obispo.

*En Rigoberto Paredes,


El arte folklórico de Bolivia, Ediciones Puerta del Sol, 1977

- 338-
O K (u je re S en la hls,ona de Bolivla - Imágenes y realidades del siglo XIX

Bailecitos de la tierra

Si supieras mi quebranto
Si supieras mi aflicción
Cada gota de mi llanto
!Ay! te quemará el corazón.

Cuando la paloma llora


Ausente está de su dueño,
Quiere dormir y no puede
Porque el amor vence al sueño.

- 339 -
B ea triz Rossells

• Queruqueru*

Cayó á sus pies, y Alberto la recogió cuidadoso


-¿Te has hecho daño? la preguntó aparentando una serenidad que no tenía.
-No es nada, dijo ella, y cuando más se esforzaba por ocultar su sonrojo, se
encendía más el color de sus mejillas.
Habían jugado toda la tarde, conjuntamente con otras niñas que, como es cos­
tumbre, salían después de la puesta del sol, á formar círculo en la esquina. Varios
jóvenes acudían al mismo sitio con ramilletes de escogidas flores que ofrecían á las
damas allí presentes. La animación tomaba vuelo y pronto el entusiasmo juvenil de
unos y otras, se proporcionaba una nueva distracción, que no ofendiese la modestia y
que no resintiese ese noble sentimiento de la mujer en su primera juventud: el pudor.
Fué una de esas tardes, que Laura cansada de correr, no pudo sostener su equi­
librio y cayó cerca de Albeto; la sorpresa y la alarma de éste, no tuvieron límites, lo
que se comprenderá bien, si decimos que la amaba. Después de este incidente que
causó la risa de sus compañeras, continuó el juego con la misma animación, hasta que
empezó á oscurecer.
Todas se retiraron á sus alojamientos, y sólo Laura acompañada de Alberto,
esperaba la venida de su hermano para que la llevase. Transcurrieron muchos minutos
y éste no parecía.
Alberto la ofreció su brazo, que Laura se vió precisada á aceptar.
En la estrecha callejuella que conducía á su no muy cercana morada, se entabló
este diálogo:
-Sabes, decía Alberto, que me ha inquietado tu caída?
No me he dañado, Alberto; pero ha sido grande mi sonrojo...
-Como hoy, siempre, Laura amada, siempre mis brazos estarán listos á levantarte.
-Dios no permita que vuelva á caer.
-Ah, si, querida mía, no caigas jamás. No caigas en la inconstancia, porque
entonces no te socorrerá mi brazo; no caigas en el deshonor; porque no podrá levan­
tarte ni la sociedad entera, y más bien al contrario, te agobiará más con el peso de sus
recriminaciones.
-¿De qué me hablas? Replicó Laura.
-Te hablo ... pero hago mal en hablarte ... de la maldad del mundo ... que tu
inocencia no te deja comprender... Ojalá no la comprendieras nunca; pero es preciso
que un día la conozcas, para no caer en sus engañosas redes.
-Bien te amo para poder dudar de tu palabra; pero no te entiendo.
-Laura, me amas? Prométeme entonces no hacer lo más mínimo sin consultar­
me. Mis consejos, con los de tu madre, serán los únicos que debas seguir, por ser los
que dictan corazones amantes. Prométeme ...
* La Rosa, Periódico de las Señoritas, Cochabamba, octubre, 1898. No. 44

- 340-
Q Á ^ U /ffl& S en la h isto ria de B olivia ■ Im ágenes y rea lid ad es del s ig lo XIX

-Te lo juro! Y sabes bastante cuál es la fuerza de mis juramentos.


Siguió un instante de silencio, interrumpido sólo por el sonoro palpitar de esos
candorosos corazones, ajenos á toda maldad, hasta que Alberto habló:
-Sabes tú cómo se llama esa flor?
-Es la bella unión.
-¡Qué emblema tan apropiado á los dos! Esta corola blanca, semeja tu alma
inocente, así como esta otra roja, representa el ardiente amor de mi alma. Feliz el día
en que las dos corolas florezcan sobre el mismo tallo.
Apareció en esto entre el follaje de los árboles, una lucesilla. Era la casa de
Laura. Alberto oprimió sus manecitas contra el corazón y se despidió hasta el día
siguiente.

El Jardinero.
Beatriz Rossells

• R a m ille te *

Pensamientos.

No hay dolor que no endulcen las mujeres,


Pero el dolor de muelas,
No lo endulza ni Venus de Citeres.

La vista de una mujer cuánto me alegra,


Con solo una excepción: mi mamá suegra.

El pecho de mujer es muy amante,


Como que quiere á diez en un instante.

-El mundo fuera sin mujeres bellas


Un valle de tremendas amarguras;
Dime lectora amada: ¿qué es con ellas?
-Un valle de risueñas desventuras.

X.K.W.

A n a to m ía f e m e n i n a

Según un gran escritor,


Las mujeres son compuestas
De tres cosas superpuestas:
Hueso, carne y ... almidón!!!

Hérium.

* La Rosa, Periódico de las Señoritas, Cochabamba, octubre, 1898. Ño. 44

- 342-
ír ^ ¿ £ f O M u je re S en la historla de Bollvla - Imágenes y realidades del siglo XIX

• S o r E s te m a tin a (tr a d ic ió n )*

I
Ojalá sea esta la última aventura que relate con referencia a ciertos amoríos de
una esposa de Cristo, que sin temer a nadie metióse en líos pecaminosos con un mortal
cualquiera de este mundo.
Empero, como la monjita perteneció a la caritativa corporación de las madreci-
tas de Santa Ana, diré mientras el genio se disponga a seguir el curso de la relación
misma, de cómo se instituyó en La Paz la indicada hermandad.
Las madrecitas vinieron a esta ciudad, destinadas a dos servicios: primero al de
los hospitales, en 1877 con la influencia del Obispo Clavijo y la intervención del R.P.
récoleto Fy Vicente Roqui.
Por resolución municipal de 17 de mayo del 78 se les entregó la administración
de los hospitales, tanto de hombres cuanto de mujeres (Landaeta y Loayza).
Las primeras monjas de Santa Ana que llegaron a esta ciudad, por la carretera
de Chililaya, fueron Ana Josefa Troni (que seguramente no fue pariente del célebre
torero), Gumegunda Conttia, Amadios Gregori, Livia Tarallini, Perpetua Torielli, Anun­
ciación Chiolo, Domitila Solenghi, Felicidad Contti, Ecolástica Barrelliani, Modesta
Molestti, Gaudiosa Gandorani, Zoila Levy, Clelia Semeria, Buenaventura Torrielli,
Lucía Taraballi y Damiana Giovenatti.
II
Para lo segundo que sirvieron las “Anas”, fue para fundar un establecimento de
instrucción, como que en efecto se logró, en 1879, bajo la dirección de las reverendas
madres Sor Ana Escolástica Barrelliani y Sor Modesta Molestti. Después, siendo Can­
celario el Doctor Agustín Aspiazu, en 1892 se ensanchó el establecimiento de instruc­
ción, bajo el superiorato de Sor Ana Virginia Laggi (queda sobrentendido que todas
las monjas llevaron siempre nombre de Ana, en recuerdo de la fundadora de la Institu­
ción, Sor Ana Cattomo).
Sirvió de base para el Colegio de las Anas, la escuela sostenida en esta ciudad
por la señorita Clara Tellería, que más tarde se hizo monja profesa de la Orden con el
nombre de Sor Ana Clara Rosa.
Con los antecedentes apuntados quedaba definitivamente fundada y cimentada
la obra de las Anas en La Paz, gracias a las peregrinaciones que en Francia, España e
Italia hicieran los R.R. P.P. Roqui y Vallés, munidos de una recomendatoria de nuestro
Municipio para Su Eminencia el Exmo. Cardenal Bemardi.
Ahora, voy luego con ganas al abismo o corazón del percance de Sor Estematina,
llamada también Sor Ana Angelina Falletti.

III
Entre los muchos enfermos que las madrecitas tenían para pasarse las horas sin
*En: Ismael Sotomayor.Añejerías Paceñas, Tradiciones, Historia, Anécdotas. La Paz, 1987, págs. 321-323.

- 343-
B eatriz R ossells

sueño ni paciencia, ingresó a la cama número 12 del hospital de Landaeta, un doliente


cualquiera, aumentando las malas noches de las caritativas mujeres con sus quejidos
lastimeros y sus no pocas ganas de aburrir, pero, como las monjitas habían venido a
estas tierras para sufrir esto y mucho más, nada podían decir.
La enfermedad del paciente X ..., aumentó hasta empeorar gravemente y reque­
rir una doble atención así como un especial tratamiento, con la ayuda eficaz de un
practicante o “matasano”
Entre curación, receta, tomadura de pelo y pulso, el corazón de Sor Estematina,
ayudanta obligada en las curaciones que al enfermo hacía el practicante Rufino Zapatín,
por vez primera en su vida tembló al impulso de un amor humano que, tratándose de
una monja profesa tenia su ribete diabólico.
Zapatín que nada notó a un comienzo, naturalmente que tampoco dio aprecio al
panorama: si bien la monjita era esbelta, de recio parecer y de codiciable edad al joven
aprendiz de Galeno, parecía no atraerle.
Pero tanto fue el maná caído del cielo por conducto de Cupido, que en esta vez
ninguno de los dos (Monja ni practicante) se libraron de saetazo.
IV
Un jardín del Hospital y en la hora crepuscular presenció ruborizado, al fin y al
cabo, la acción de un ósculo que era una profanación o quizá una promesa lejana, o por
lo menos -para Zapatín- un anexo a las travesuras de la clínica.
Meses más tarde, la pasión estaba fermentada y la idea del olvido definitivo de
hábitos, hizo carne en el pensar de Sor Estematina. Por su parte, el practicante seduci­
do estaba por el candor angelical que correspondía a su cariño y apoyó en todas sus
partes la proposición de huida. Y fríe un hecho.
La llena luna de una noche de febrero del año 1880, vio, impasible, cómo la
monja Falletti, dejaba el Hospital, disfrazada de sirvienta del Establecimiento, cubierta
la pelada cabeza por un gorro de asistencia.
El practicante Zapatín, sacrificando a su anciana madre, había resuelto ambular
por el mundo con tan rara preferida de su corazón. Un carruaje tirado por cuatro
bestias esperaba a dos cuadras del Hospital a la pareja audaz y “salada”, calificada así
por el pueblo, cuando se enteró de lo ocurrido.
Un latigazo que sonó estridente en el aire puso en veloz movimento a los ani­
males que partieron llevándose en el vehículo un voto de castidad a no cumplirse y una
locura de un practicante de hospital...
Cuando en la casa del dolor se dieron cuenta de la desaparición de la célebre
pareja, todos se excusaron en proporcionar detalles para la prensa, pero ésta se las
consiguió por su cuenta, y censuró severamente la actitud de una pasión tan rara.

- 344-
(^Á /C lJ & V ó S en la hls,oria de Bolivia - Imágenes y realidades del siglo XIX

V
Transcurridos muchos años, se supo que Zapatín a consecuencia de una caída
brusca primero, de una mala curación después, había perdido las extremidades inferio­
res, quedando baldado para el resto de su vida. ¿Castigo de Dios!, dijeron las señoras
beatas y los hombres irresponsablemente crédulos.
Después nadie supo de la suerte final de la ex - monja de las anas Sor Estematina
Angélica Falletti. El destino había velado las perspectivas de un porvenir feliz al que
la pareja no debía llegar por haber procedido contra la Ley del Cielo y de la Tierra.

Aún conozco otro caso simil (por tratarse de otra monja también Ana) del que
se deduce haber sido robada por una señora de posibilidades económicas y de influen­
cia de esta y en esta misma ciudad de La Paz, sierva de Sor Gattomo a quien se la
conoció por “la Coco”.
No viniendo al caso de este “cuento” sus pormenores me abstengo de dejarlos
escritos, cediendo la tarea a quien mejor que yo pueda llevarla a cabo.

- 345-
Beatriz Rossells

• A l m a s en p e n a (tr a d ic ió n ) *
I
No embalde se ha dicho que las almas con ser almas, jamás descansan en el
definitivo sitio en que son colocadas por la mano divina de la Misericordia. Son las
pobrecitas demasiado aficionadas a hacer sus viajes de paseo desde el mundo opuesto
hacia estas regiones, como los turistas que siempre están en busca de ver algo bueno y
algo nuevo.
Así como su presencia se hace terrorífica y hasta peligrosa para con gente que
no tiene la más mínima costumbre de pasar momentos agradables, solía acontecer que
en años que por resultar añejos, caritativos y confidentes hermanos tuvieron. Para lo
primero menester era ser idiota y para lo otro se requería tener dicha de proverbial
virtuosidad, de lo contrario inútil era esperar que ni siquiera un murciélago se le hubie­
se a usted puesto a sus órdenes.
Filosofar así, tan abstracto sobre las benditas ánimas negocio es de chiflarse en
definitiva. Doctores la Iglesia tiene quienes a ella sabrán defender. Usted, lector, vista
al libro y yo pluma al papel.
Por los tiempos en que natural cosa fue partir de un pan con las almas, es decir,
como quien revisa el año de 1860, persona hubo que vivió, conferenció y en muchos
aspectos de la Orilla opuesta convino con multitud de ánimas en pena, con precaria
residencia en el Purgatorio.

II
Ella era una verdadera matrona, respetable por su manera de ser hasta cierto
punto, venerable dama, porque sus múltiples cualidades de virtud intachable, hicieron
que así fuese considerada. Descendiente de la flor y nata de la sociedad de La Paz, no
escatimó ni a los suyos ni a los amigos las exquisiteces de su rango y fina delicadeza en
el don de gentes.
Pasadas las horas de la faena cuotidiana, venía, naturalmente, el descanso. Pre­
dilectos instantes se le avecinaban a diario en esta parte del día a la noble señora.
Insigne catadora de ánimas en penuria.
Como toda gente de bien consideraba un deber ineludible dar gracias a la Pro­
videncia por haberla hecho pasar un día más de su vida sin tener que lamentar contra­
riedad alguna y dentro el corazón, se decía: Bendito sea Dios que me ha concedido
salud para alabarle y gracia para favorecer a las almas del Purgatorio, amén.
Y principiaba a rezar y a concluir, una a una, todas sus devociones con una
prolijidad y una memoria admirables; pasado el tiempo, eran las once de la noche
dadas en el Loreto. Esa hora y en esa época, no era como para estarse bromeando con
las cosas del mas allá.
* Ismael Sotomayor
Añejerías paceñas. Tradiciones, historia, anécdotas.
Librería Editorial “Juventud”, La Paz, 1987, pgs. 292-294

- 346-
< S ^U íJ C 'y \/iU j6 1 '6 S en la hlstorla de Solivia ■Imágenes y realidades del siglo XIX

En las proximidades del lecho de la virtuosa dama, escuchábase de pronto un


ruido delicado, pero, perceptible. Ella ya sabia de lo que se trataba y con una pasmosa
tranquilidad, preguntaba: «Buenas noches hermana alma bendita ¿en qué puedo serviros
para mayor gloria del Padre?»...
Efectivamente, había llegado un alma en pena. Ni la señora ni nadie vieron
jamás bulto de especie determinada; pero, sin embargo, estaba allí un ánima necesita­
da, que a la interrogación respondía (según los casos de apuro) con la misma voz que
supo usar en vida: «Mamita, me urge para mañana una comunión y una misa»; «Mamita,
requiero de su caridad una limosna a un pobre»; «Mamita, solicito un quinario»; etc., etc.
III
La bondadosa señora, hacía lo posible para comprometerse con varias de las
almas en pena que invocaban de su favor para ser liberadas, porque todas las remolonitas
se hallaban en «carrera de salvación».
Solicitada la merced, concisa e irrevocablemente, las ánimas se despedían aten­
tas de su protectora en el mismo tumo en que se le presentaban. Muchas veces, la
singular benefactora del treinta por ciento de las habitantes del Purgatorio, obligábase
a ver su palabra comprometida con demasía y para no cargar con las consecuencias del
incumplimiento, acudía a la clariaudiencia, también ribeteada de santidad, de la reve­
renda madre abadesa del monasterio del Carmen para endozarla parte de su obra
liberatoria.
Decíalas en estas ocasiones a las solicitantes « Alma bendita, perdonadme que
por hoy no pueda satisfaceros; id, presto a donde la madre abadesa carmelita y decidla
que yo os envío, intercederá por vos».
La ánima daba media vuelta, con las cajas destempladas, camino al Carmen.
Aquí, el saludo de presentación suyo consistía en descorrer las cortinillas del lecho de
la reverenda Sor, despertándola -si la hubiese hallado dormida, que muy raro era- con
el sonar de las argollitas sostenedoras de las indicadas cortinas, aritos que atravesados
en una varilla metálica estaban. La monja que también tenia carácter para soportar las
numerosas peticiones de las almas, solía a veces tener algunos ligeros tropiezos con
ellas, a causa, seguramente, de alguna chinche que indiscreta picaba su monacal
genialidad. Pese a cualquiera insignificante trabazón, las cosas salían siempre a pedir
de boca, porque jamás se retiro alma descontenta alguna.
IV
Entre ambas señoras «salvadoras» se entendieron casi por vida para ir sacando,
paulatinamente, cientos de ánimas en pena, para luego ponerlas a disposición de Dios,
nuestro Señor.
Se advertía la bondad de la Divinidad por el simple antecedente de que no tenia
inconveniente en aceptar endoses. Esto fue porque sabia con que clase de gentes tenia
sus tratos, siempre nobles, siempre correctas.

- 347 -
B eatriz R ossells

No podía ser manera otra, puesto que las dotes de pulcritud, sencillez, religiosi­
dad, humildad y todas las virtudes juntas corrieron por las venas de la dama aquella
que manejo a las almas en pena como cuando uno maneja barajas para «abrir» solita­
rios.
La ciudad nuestra de hoy, es diferente. Han inmigrado miles de sarracenos
trayéndonos la discordia en la fraternidad de costumbres y de credos. De afuera vienen
en ejércitos para querer salvar de la ignorancia y del pecado, pero nada hacen; por el
contrario, se atiza azufre, se alimenta la cizaña y se inflan las moclonas...
Querer que con estas bailas vuelvan, como en tiempos de antaño, a visitamos
las almas benditas del Purgatorio, me lo veo muy difícil, porque hoy prima el interés,
corrompe el oro, seduce la mujer. Todo el mundanal mido es un formidable imán que
al hombre pone en el peor de los casos: ¡la Miseria, el Vicio, la Envidia! ...Amen.

- 348-
5. LA VISION DE VIAJEROS
é^ias CMujeres en la h istoria de B o liv ia - Imágenes y realidades del s ig lo X IX

• M u je r e s d e B o liv ia
Alcides D’Orbigny*
Cochabamba.-
E1 domingo siguiente a mi llegada, recorrí parte de la ciudad, acompañado del
doctor Barrionuevo, culto médico, recibido en Francia, y que quiso servirme de cicerone.
Me impresionó ante todo el raro vestido de las mujeres, de acuerdo a las diferentes
clases de la sociedad. Las mujeres ricas, con nuestras modas francesas más o menos
atrasadas, llevan los cabellos cayendo sobre los hombros y dividido en una serie de
trencitas cuyo conjunto es bastante agradable; nada llevan, por lo demás, en la cabeza;
pero usan, por lo general, un rebozo español o los hermosos chales de seda de nuestras
fábricas de Lyon. Las mujeres de los artesanos mestizos tienen también los cabellos
definidos de la misma manera y la cabeza cubierta de un sombrero de hombre, blanco
o negro lo que es poco gracioso y choca a los extranjeros. El resto del vestido es de
mejor gusto. Sobre un corsé de lana llevan un rebozo o echarpe de lana de vivos colo­
res, rojo, rosa, verde, amarillo, siendo más preferidos los tintes más brillantes. Esas
polleras son tableadas para aumentar el espesor, y bordadas con cintas, cuyo color
contrasta con el resto. Cuanto más rica es la persona, mayor es el número de sus polle­
ras. Así sucede por lo general que parece, por ostentación, tan ancha como alta y rodar
antes que caminar. No debe buscarse en las mujeres la menor gracia en el modo de
andar, ni ninguno de esos rasgos tan destacados de las españolas. La moda bajo su
tiránico imperio ha velado en ese lugar por completo a la naturaleza, disfrazando todas
las formas bajo ajuar tan incómodo como feo. Los vestidos de las indias y de las mes­
tizas más pobres son algo distintos. Los cabellos se llevan igual, el corsé y el rebozo
sólo tienen un color más sombrío; las polleras, mucho menos numerosas y de telas
negras, llevan pliegues más grandes. La cabeza está cubierta de una montera, especie
de sombrero de género con grandes alas, con la punta levantada adelante y atrás, termi­
nando en punta arriba, alto, cuyo conjunto recuerda involuntariamente el sombrero de
Polichinela. Esas monteras me parecieron tan extraordinarias que creí al principio que
se trataba de un disfraz burlesco. A veces esas mujeres usan monteras de hombre,
especie de casco redondo, con piezas de cuero de variados colores, pequeñas alas,
provisto, atrás, de una ancha correa que cae sobre las espaldas, y cuya forma no es
menos extravagante.
La lluvia, que me tomó el camino, cayó a torrentes, cuatro días seguidos. Me vi
obligado a permanecer en la casa de uno de los curas, donde el corregidor me alojó.
Apenas llegué, comencé a gozar de la hospitalidad de los habitantes. Cada uno de mis
vecinos me envió su ofrenda y sus cumplimientos por medio de sus criados: era un
paquete de cigarros atados con cintas de colores, una taza de chocolate, un plato de
confituras, hasta sopa; y, en un instante, confundido por tantas amabilidades me halle
aprovisionado para más de un día. Esa recepción a un extranjero desconocido de ellos,
* Viaje A la América Meridional. Editorial Futuro, Buenos Aires, 1945, T. III, pgs. 1047-1048.

-3 5 1 -
B eatriz R ossells

me probó que todo lo que me habían dicho de Santa Cruz de sus habitantes, no era
exagerado, y me hizo presagiar una estadía agradable en esa ciudad alejada trescientas
leguas de la costa, donde el pequeño número de extranjeros y la escasa comunicación
comercial, conservan todavía la hospitalidad de la edad de oro, esa bonhomía que
desaparece rápidamente, por el abuso de los viajeros, tan pronto como éstos abundan.
Durante los días siguientes, visité a mis vecinos y vecinas, y les agradecí su
bondadosa acogida. Uno de los curas, hombre amable y jovial,’me invitó a acompañar­
los a casa de una dama que daba una fiesta. Acepté con tanto más placer cuanto que allí
no constituía una indiscreción presentarse así, y que, para no ser del todo novicio al
llegar a Santa Cruz, deseaba ponerme al corriente de las costumbres, que me parecie­
ron completamente distintas de las de las otras provincias. En la fiesta de una de las
mujeres de la sociedad, sus amigas envían cada una su pequeño regalo en prueba de
amistad. Encontramos una mesa cubierta de esos regalos: paquetes de cigarrillos de
paja de maíz, artísticamente confeccionados, adornados de flores y cintas, bombones
de diversas especies vinos y licores. La habilitación estaba llena de hombres y muje­
res. La señora de la casa, apenas llegué, tomó un cigarro, se lo puso en la boca para
encenderlo y me lo ofreció. No había aún terminado el primer, cuando me ofrecieron
otro, y así todo el tiempo. Luego una señorita se acercó a mi con un vasito de licor en
la mano y llevándolo a los labios, me dijo: Tomo con Ud. Señor. Le agradecí su cum­
plido, pero me advirtieron que no bastaba el agradecimiento, y que debía devolverle su
amabilidad, lo hice de inmediato. Sin embargo, cometí una falta. Debía necesariamen­
te al beber a mi vez, convidar a una mujer; y para castigarme, me obligaron a comenzar
de nuevo. Se concibe fácilmente que mi condición de extranjero me puso de moda.
Cada dama se creyó obligada a invitarme a beber; no podía negarme y de esa manera
me hallé pronto, como los otros invitados, animado de una viva alegría, que gustó
mucho. El tañido de una guitarra hizo pensar pronto en otra diversión. Se cantó una
mariquita. Todos bailaron, hasta el cura. No pude tampoco dejar de hacerlo. De lo más
torpe, por la manera de agitar el pañuelo durante el baile, hice reír a mis expensas, y
para vengarme, pedí un vals, que me era más familiar. A las dos se sirvió el comer;
cada uno se colocó en el extremo de un tenedor; pasó de mano en mano, hasta mí, que
debía aceptarlo; me llegaron así trozos elegidos de todos lados. Me fue absolutamente
necesario, para devolver su atención, reenviar un bocado a cada uno de los convidados.
Durante la comida, los tenedores no cesaron de pasar de mano en mano y de boca en
boca, lo que me pareció más original que agradable; sin embargo resuelto por principio
a seguir las costumbres de cada país, me plegué de la mejor manera que me fue posible
a ese uso tan distinto de los nuestros. Se bebió mucho, comiendo siempre e invitándose
mutuamente; luego se volvió a bailar hasta la noche*.
Santa Cruz*. *
El 17 de noviembre, el tiempo menos malo me permitió finalmente ponerme en
camino. La llanura está primero entrecortada de bosquecillos y praderas, rodeada al
* Ibid. pgs. 1078-1079.
** Ibid pgs. 1089-1090.

- 352-
Q Á ^ U J C ÍC S en la h isto ria de B o livia ■ Im ágenes y realidades d e l s ig lo XIX

norte por las florestas de las orillas del Piraí, cuyo curso seguí. Penetré en la Pampa (la
llanura), desde donde vi en un colinita boscosa, algunas casas dependientes de la ciu­
dad. Pasé el arroyo de Parí, e hice finalmente mi entrada en Santa Cruz de la Sierrra, la
capital del departamento del mismo nombre. Atravesé muchas calles, donde vi a todas
las mujeres salir a las puertas para contemplarme. Unas gritaban: es un Colla ; otras,
más jóvenes, decían: Yo fui la primera en verlo , será mi camarada, mi visita .
Llegué así a casa de un anciano español, a quien estaba recomendado, y donde
fui perfectamente recibido. Se me festejó en todas las formas y pude finalmente acos­
tarme bajo techo en una cama.
Al día siguiente fui a ver al prefecto, ex - militar, muy buen hombre; y al cura
Salvatierra, a quien no se puede ver sin amar. Su bello rostro abierto me predispuso
desde el momento a su favor; después su amabilidad, sus modales llenos de bondad
produjeron en mí un efecto realmente magnético, que no disminuyó durante mi bastan­
te larga estadía en Santa Cruz. Tuvo la bondad de conseguirme como alojamiento la
más hermosa casa de la ciudad, el antiguo obispado, cuyo alquiler no me costó sin
embargo más de diez pesos (cincuenta francos) por mes. Me instalé sin demora, impa­
ciente por comenzar mis tareas. Apenas me ubiqué en mi nueva morada, cuando recibí
las visitas de mis vecinos y los recados de mis vecinas, que, para testimoniar el placer
que experimentaban de tenerme cerca de ellas ponían sus casas a mi disposición en­
viándome con sus criados bonitos paquetes de cigarros adornados de flores y atados
con cintas, o confituras de toda especie en platos de plata. Algunos días después de mi
llegada era conocido de todo el mundo y había visitado a mis vecinos y vecinas. En
todas partes fui recibido por las mujeres con tanta amabilidad como franqueza, con
tanta alegría y placer, que entreveía la permanencia más agradable en la ciudad, donde
debía pasar la estación de las lluvias. Durante mis visitas, apenas me sentaba en el
estrado de los salones cuando por orden de sus madres las señoritas, lo mismo que en
Corrientes, encendían mi cigarro, lo fumaban un poco, lo sacaban de la boca para
ofrecérmelo y me presentaban otro, una vez que el primero se apagaba. Por lo general
me ofrecían también un mazapán y una copa de vino, de licor, de chicha no fermentada
de maíz o de guarapo . Todas trataban de enseñorearse exclusivamente en mí o por lo
menor de poder decir que tenía preferencia por ellas.
Pocos días después, el prefecto me ofreció un baile y debí acompañar a muchas
de mis vecinas; me dirigí a las ocho. Numerosas mujeres se habían reunido en el salón
'■ Ese apelativo C olla que los habitantes de Santa Cruz dan a todas las personas que vienen de las montañas no es
un insulto. Se debe a antiguos recuerdos. Se llamaba, antes de la Conquista, Collao, a toda la región de los
Andes a! sur del Cuzco. (Garcilazo, Comentarios de los Incas, lib VII, cap. I. p. 220). Los primeros habitantes
de Santa Cruz daban el nombre de c o lla a todos los montañeses, equivalente a la palabra s erra n o empleada por
los habitantes de la costa (costeños) para designar a los peruanos de las montañas.
- Es también un término amistoso. Las cruceñas (mujeres de Santa Cruz), de lo más amigas de la sociedad,
consideran entre sí como un derecho a recibir a los extranjeros haber sido las primeras en verlos, y se compor­
tan con ellos de la manera más amable.
Término de afecto local. Las mujeres dicen c a m a ra d a , a las personas que reciben en su casa como amigos; lo
mismo sucede con la palabra visitas, aplicad a quienes las visitan, sin que se le asignen otros pensamientos.
4 Licor de miel fermentada.

- 353-
B eatriz R ossells

de recepciones de la prefectura. No reconocí al principio a ninguna, por estar acostum­


brado a verlas con el cabello cayendo a la espalda, en dos trenzas (partidos), atadas con
cintas; mientras que entonces las veía con el peinado levantado, adornado con dos
peinetas, flores, perlas finas y hasta diamantes; el resto vestido, en un todo a la france­
sa, me impresionó por su lujo. La sala se llenó muy pronto. Casi todas las madres se
colocaron aparte. Las jóvenes, ricas y elegantemente adornadas, quedaron solas y (puedo
decirlo en su favor) en ninguna parte de la República vi una reunión de tan bonitas
mujeres y de modales más graciosos. Los hombres, también vestidos a la francesa, no
representaban, por su numero, la tercera parte del otro sexo; por eso son buscados y
cortejados de todas form as.
En los alrededores de Bibosi*
Las familias son, por lo general, numerosas en América; la que me recibió era
muy notable en ese sentido. Contaba con dieciocho hijos del mismo padre y de la
misma madre, de los cuales doce hijas casadas o en edad de serlo. Me impresionó no
sólo el número, sino también la buena salud de la familia. Los hombres eran grandes y
vigorosos; las mujeres de buena estatura, bien constituidas, blancas y de una fisonomía
agradable. Se multiplicaron para entenderme bien. Mi asombro fue grande al ver por
la tarde que algunas de esas damas tañían una guitarra, mientras las otras cantaban, y
pronto se organizó un baile improvisado, sin otra intervención que los dueños de la
familia y mi gente.
Lo que llama la atención del extranjero admitido en la intimidad de los campe­
sinos españoles es, sobre, todo, la extrema sencillez de sus modales y de sus costum­
bres. Las mujeres son amables sin afectación y de una naturalidad tan ingenua que se
podría creer que revelan hasta sus pensamientos más secretos, sin parecer asignarles la
menor importancia. Su postura es tan poco rebuscada como su lenguaje. Una camisa
muy blanca de mangas cortas y una ligera pollera constituyen todo el vestido, con los
cabellos negros magníficos, cayendo en dos trenzas sobre las espaldas, las piernas y
los pies desnudos. No podía acostumbrarme a ver a mujeres blancas andar así con los
pies desnudos, y sobre todo bailar. Es, sin embargo, la costumbre de todos los habitan­
tes de las campañas y hasta no hace mucho tiempo estaba generalizado en el interior de
la ciudad de Santa Cruz, donde las damas iban así hasta la puerta de la iglesia, ponién­
dose zapatos al entrar en el templo y sacándoselos al salir. Esa costumbre desaparece
ahora todos los días con el contacto de los extranjeros; sin embargo, vi a algunas mu­
jeres estar sin calzado en sus casas. En los campos no tiene otro origen que la comodi­
dad, pero en la ciudad, como las mujeres tienen las piernas bien formadas, los pies
blancos y pequeños, y sobre todo muy cuidados podría suponerse alguna afectación en
mostrarlos.

La inferioridad del número de hombres en la ciudad se debe, por lo general, a la necesidad en que se hallan
muchos jóvenes de dedicarse a las tareas del campo. Pierden en la soledad los hábitos mundanos y no aparecen
más en sociedad. Otros van a seguir cursos en la Universidad de Derecho de Chuquisaca.
* Ibid. pgs. 1108-1109

- 354-
C C K Ú ljó W S en la h istoria de B o llvla - Imágenes y realidades d el sig lo X IX

Santa Cruz*
Los hombres se muestran amables y de buenas maneras, acostumbrados a satis­
facer todo el tiempo obligaciones sociales. Su estatura es superior a la medida corrien­
te y sus rasgos muy agradables; observan la moda francesa, algo modificada por la
temperatura local. Ocupan todos los empleos y en el campo se dedican a grandes ex­
plotaciones agrícolas o cría de ganado. Las mujeres de esta clase son bonitas por lo
general, de hermosa talla, llenas de gracia, amigas de los bailes y diversiones sobre
todas las cosas. Gentiles en la vida social y muy espirituales por naturaleza, tienen la
réplica pronta de las meridionales y una conversación tanto más vivaz por sentirse
libres de las severas conveniencias que encadenan a nuestras damas europeas. Dicen
todo lo que piensan con el candor más original. Sus vestidos son los de Francia, aun­
que las modas llegan a Santa Cruz con unos años de retraso; así es que nadie adoptó
aún el sombrero. En la actualidad, mientras la gente joven concurre a la iglesia vestida
de fiesta, las mujeres de treinta a cuarenta años lo hacen con un atavío especial. Cuan­
do no van vestidas de negro, se tocan con una mantilla de encaje negro y llevan pollera
del mismo color cuyo ruedo bordean anchas cintas de colores chillones. Antes de la
revolución libertadora el vestuario femenino era notable por su elegancia y riqueza. El
traje llamada de naguas ya no se usa actualmente, pero las mujeres de edad lo conver­
san como recuerdo; obtuve uno completo y lo reproduje en mi atlas. Se componía de
una pollera llamada naguas hecha de tela calada en bandas que alternaban con borda­
dos de lana de color muy vivo; el ruedo terminaba en anchas puntillas en las mangas y
cuello, con aplicaciones de terciopelo carmesí bordado de oro, en el pecho y atrás.
Además, las mujeres usaban enormes cruces de oro, y dejaban caer su cabellera en dos
trenzas entrelazadas con cintas de color. El conjunto resultaba muy agradable y por mi
parte lamenté que se lo abandonara por nuestras modas europeas que invaden todo el
mundo, llamadas a desplazar los trajes nacionales de los pueblos.
Santa Ana**
En Santa Ana los indios son más civilizados que en las otras partes de la provin­
cia; sus modales son muy amables y el trato muy agradable. Los hombres muestran
buen humor y las mujeres supersticiones. Tuve al respecto varias conversaciones con
el cura, y los indios principales, llegó a obtener las informaciones siguientes: Cuando
una mujer está en cinta, su marido se abstiene de matar una víbora por miedo de dañar
la salud de su hijo.
Un hombre no debe hacer nada durante los primero días siguientes al parto de
su mujer, para que ella no se canse ni enferme.
Una mujer con embarazo de cuatro meses interrumpe sus relaciones con el
marido y no las reanuda hasta que haya cesado de amamantar a su hijo; vale decir, dos
o tres años después. Se concibe la razón de esta medida, fundada sagazmente en el que
las mujeres sólo cuentan consigo mismas para la crianza de sus hijos; pero la costum­
bre causa muchas perturbaciones en los hogares y mucha tolerancia entre los cónyu-
* Ibid. pgs. 1130-1131
** Ibid. pgs. 1161-1162

- 355-
B ea triz R ossells

ges, sin que se le atribuya importancia ni su fe religiosa sufra la menor alteración. Las
mujeres tienen pocos escrúpulos por cometer una falta, seguras de alcanzar el perdón
mediante la confesión.
Los celos son muy comunes entre las mujeres y muy raros entre los hombres,
de donde resulta una gran indiferencia de parte de ellos, que por un regalo, dejan sin
esfuerzo a su compañera. La mayor parte de los indios llega a preferir dos cosas a todo:
su perro y el chico que su mujer haya tenido con blanco. Cuando salen al campo hacen
caminar a todos los hijos, en tanto que lleva en brazos al perro y sobre los hombros al
hijo mestizo de su mujer. Parecería que los honra saber que mejora el color de la fami­
lia. Es fácil suponer la mala influencia que semejantes sentimientos pueden ejercer
sobre la conducta de las mujeres, sobre todo dada la indiferencia normal de los hom­
bres. Bajo la autoridad de los jesuitas parece que las costumbres eran muy severas,
pero los jefes actuales dan ejemplo de inconducta, los indios no tardan en imitarlos y la
corrupción más completa reina en la provincia.
Misión de Santiago*
A mi llegada a la misión, me había impresionado el aire satisfecho y la buena
cara de los indígenas. Sin lugar a duda, los guarañocas son los más alegres de la pro­
vincia. Han creado casi todas las danzas nacionales. De esto me convencí en los bailes
que se realizaron todos los días, desde nuestro arribo. Estas danzas, imitativas casi
todas, se acompañan con una música viva aunque poco variada, durante cuya ejecu­
ción los indios forman figuras distintas. Entre dichas danzas, algunas me impresiona­
ron por su originalidad. En una de ellas, un viejo guarañoca, munido de una calabaza
llena de maíz, se ubicó en medio de las mujeres, cantando y bailando de manera singu­
lar, que las mujeres repetían. Ya avanzaban en filas saltando con los cuerpos inclinados
hacia un lado, como se volvían de pronto y se inclinaban del lado opuesto como si
hubieran sembrado o labrado. Otras veces se trataba de figuras demasiado expresivas;
otras, se quejaban en sus cantos de que las hormigas las devoraban y entonces bailando
parecían rascarse. A menudo, en el calor de su baile, parecían olvidar el sitio en que se
hallaban tomando las cosas muy al natural, y buscando con excesivo cuidado el insecto
importuno, se levantaban el tipoi, descubriendo buena parte del cuerpo. Esta danza,
acompañada de cantos, gritos y silbidos agudo, me evocaba por su salvajismo el esta­
do primitivo de la nación.
Otra danza mímica es la que representa la cosecha del Pavi, gran coloquinto de
fruto comestible, como nuestras calabazas europeas, que crece en los bosques, trepan­
do a las ramas y produciendo en otoño frutos que por todas partes aparecen colgados
de los árboles. En esta danza las mujeres, gritando pavi, pavi, alzan los brazos al aire,
como para así el fruto y saltando para alcanzarlo adoptan toda clase de posturas. Pron­
to, cantando y bailando, se apoderan de alguien del público, lo alzan y en un momento
queda suspendido por sus manos levantadas; extendido así, lo pasean dando la vuelta
a la sala, lo sacuden a más y mejor y le hacen cosquillas para que se mueva más. Como
* Ibid. pgs. 1191-1192

- 356-
é¿as oMujeres en la h isto ria de B olivla - Im ágenes y realidades del sig lo XIX

energúmenos, nos atraparon a uno tras otro del mismo modo, sin exceptuar al cura, al
gobernador ni a mí, y me llevaron en sus manos con tanta facilidad como si hubiera
sido una pluma. Confieso que hacía falta mi acostumbrada buena voluntad para dejar­
me sacudir de semejante manera y soportar que se me llevara acostado en el aire, sobre
las manos de aquellas mujeres que, para honrarme, me mantuvieron más tiempo que a
los demás y me atormentaron haciéndome cosquillas.
Mientras las mujeres bailaban en la casa del gobernador, los hombres, congre­
gados en la plaza y todo munidos de flautas, pan ejecutaban en diferentes tonos, melo­
días salvajes que no carecían de originalidad.
Resulta enojoso tener que decir que entre los guarañocas, alegres hasta la locu­
ra alcanza su colmo de la corrupción de las costumbres. No sucedía esto, según parece
en tiempos de los jesuítas; pero, como después de su expulsión y durante el transcurso
de las guerras de la independencia, Santiago fue sede de una guarnición, lps soldados
le introdujeron costumbres disolutas. No conserva el menor rastro del pudor y el cinis­
mo se ha llevado hasta el último extremo.
Santo Corazón*
Si me había impresionado la disolución de costumbres en Santiago, con tempe­
ratura mucho más alta Santo Corazón me ofrecía ejemplos todavía mucho más sor­
prendentes. Las pasiones y por ende el libertinaje, alcanzan el colmo entre las mujeres
que trocaron con los hombres su papel y en todas partes se las ve hacerles el amor
públicamente. Cada una quiere poseer a su vez a los jóvenes y oí que una india lamen­
taba la frialdad de uno de ellos, diciendo: “Qué infeliz soy! ¿Cómo va amarme si no
tengo nada para darle?”.
A diferencia de las indias pertenecientes a otras misiones, las de ésta prefieren
sus compatriotas a los blancos y atribuyen gran importancia a los regalos que reciben
de aquellos. Con mayor agrado reciben, por ejemplo, una tortuga de un indio que el
mejor vestido que les ofrezca un español, pues consideran que para obtener esa tortuga
el indio tuvo que registrar el bosque vecino, mientras que el blanco solo se toma el
trabajo de medir su tela. Sorprende encontrar pasiones tan vivas entre las mujeres,
cuando los hombres son de los más indolentes. Casados en general a los catorce o
quince años, no conocen el amor y su indiferencia llega al extremo. Son muy raros los
hombres celosos, de quienes se burlan los demás. En cuanto un hombre acepte, de
manos de una mujer, un regalo proveniente de su amante, pierde todo derecho sobre
ella y ya no puede protestar por la situación; sin embargo (cosa notable, en medio de
semejante corrupción), no existen matrimonios más avenidos. De ambas partes se ob­
serva la máxima libertad, sin que los esposos cesen de compartir el mismo techo y
vivir en armonía. Librados a la merced de hombres sin educación, a partir de la expul­
sión de los jesuítas, bajo la autoridad de Jefes carentes de principios y los primeros en
corromperlos, se adivina que rápido habrá sido su descenso a la depravación; pero
resulta difícil expresar de que modo se podría reintegrar esta población extraviada a un
estado de cosas más satisfactorio.
* Ibid. pgs. 1200-1201.

- 357-
B eatriz R ossells

Misión de San Juan Bautista*


Hay cosas que repugnan tanto a un hombre delicado que hasta considera una
falta, divulgarlas; pero llamado por las circunstancias a identificar al lector con mis
impresiones, a fin de hacerle conocer los países que recorriera, no puedo silenciar la
conducta incomprensible del cura de San Juan. Cuando me hallaba en Santa Ana, una
diputación de jueces indígenas compareció ante el gobernador para presentar una que­
ja contra él, manifestando que sus relaciones con mujeres del lugar ya no le autoriza­
ban a recibir confesiones, por lo que indios e indias se veían en la necesidad de cumplir
tales obligaciones religiosas en las distintas misiones vecinas, esa queja, cuyo alcance
me fue fácil captar, no se comprendería en Europa sin algunas explicaciones. En Amé­
rica se considera que un cura puede confesar a todo el mundo, salvo a los parientes de
una mujer con la cual haya mantenido relaciones íntimas. Tal era el caso del cura de
San Juan que, debido a su persistencia en semejante conducta, se encontraba inhibido
a recibir a una sola familia de su parroquia, en el tribunal de la penitencia. El goberna­
dor quiso practicar una investigación; todas las autoridades indígenas convocadas de­
clararon en forma unánime que el cura respetaba tan poco a sus hijas como a sus muje­
res. Presentaron al gobernador diecinueve jóvenes indias que eran las últimas víctimas
de aquel monstruo. Me estremecí al advertir que la mayor no tendría más de once años,
mientras otras aun estaban en la infancia. El interrogatorio de los indios e indiecitas
produjo revelaciones horribles; aquel miserable explotaba la religión y el miedo al
infierno para satisfacer sus pasiones con el cinismo más irritante y el libertinaje más
desvergonzado. No entraré en mayores detalles acerca de una cuestión tan odiosa.
Baste decir que el culpable no negó ninguno de sus actos, reputándolos muy naturales.
No pudiendo imponerle ninguna pena sin invadir las atribuciones del obispo, el gober­
nador se limitó a cambiarlo de misión, enviándolo a Santiago, y elevó los antecedentes
al jefe del clero.
Cuando se reflexiona sobre la existencia de curas y administradores en las’mi-
siones, resulta fácil explicarse semejantes extravíos, que por otra parte se producen
con mucha frecuencia, aunque en menor escala. En un villorrio alejado por lo general
treinta o cuarenta leguas de los demás y exento de cualquier contralor por parte por
carencia de esa tácita censura de las sociedades numerosas, cuya influencia alcanza
gran eficacia sobre la conducta privada de cada uno de sus miembros.
El placer de mandar despóticamente se convierte en costumbre, a la que no
renuncia sin esfuerzo. En Santa Cruz vi curas viejos y ex administradores de Chiquitos
y Moxos que ya no podían vivir en sociedad. Se encontraban incómodos y suspiraban
sin cesar por el régimen de las misiones, cuya libertad de acción y satisfacciones mate­
riales consideraban bienes supremos.

Ib id . pg. 1208.

358-
O K r(llj6 Y 6 S en la h's to ria de S olivia - Im ágenes y realidades del s ig lo XIX

• L a p o b la c ió n f e m e n i n a d e la s tr ib u s d e G ra n C h a c o
Campos, 1888*
Las mujeres de los tobas y matacos son altas corpulentas, de facciones des­
agradables, que las tornan repelentes con su costumbres de tatuarse. Ella consiste en
marcarse indeleblemente por la dolorosa introducción entre la epidermis y piel de tin­
tes azules ó rojizos en los brazos, carrillos, frentes, circuios o semicírculos concéntricos,
estrellitas, triángulos, puntos, en linea recta, paralelos. En contraposición á los hom­
bres no tienen cabellera, pues sus cabellos, ó están cortados al ras, ó los llevan muy
cortos. Sus pechos son grandes y laxos hasta subir en las madres á los hombros y
poder lactar al hijo asegurado en la espalda. Su vestido es menos lijero que el del
hombre, cuando están completamente desnudas y son sorpendidas por el viajero, se
colocan las más jóvenes, unas á espaldas de las otras, colocando adelante á la más
anciana, y formando así una cadena que podíamos llamarla, la cadena del pudor. Ellas,
como lo han dicho todos, son los yunques de la casa. Son las esclavas y no las compa­
ñeras del hombre. La poligamia solo es admitida para los jefes. Solo las viejas se
permiten beber fermentos alcoholizados del chañar ó del algarrobo. Dominan al hom­
bre, pero cuando éste se cansa de sus impertinentes celos, su genial humor, ó su perso­
na, la victima de un golpe de lanza ó macana.
La mujer chiriguana tiene facciones agradables y es propensa á la coquetería.
Hay algunas de un color sonrosado y epidermis fina. Frente combada, cabello lustro­
so, ojos grandes algo encapotados, de mirada intencionalmente apagada en presencia
de estraños, boca un tanto abultada en que brilla engarzada en frescas encías, una
soberbia hilera de menudos dientes, nariz gruesa, pero no achatada. Su estatura es más
baja que de las anteriores. Sus formas se redondean con el buen trato moral y alimen­
ticio y están cubiertas con el casto y primitivo tipoi.
Cuando éstas no pertenecen á una misión y son las esposas ó hermanas de in­
dios, precariamente libres, se adornan con profusión de collares la gargantas, las mu­
ñecas y aun los redondos brazos.
Son tanto ó más laboriosas que el marido ó hermanos.
He afirmado y á mi juicio, son tres los grupos típicos de estos salvajes de
innumerables denominaciones al presente. Cuando se hagan estudios antropológicos
más detenidos, al respecto, se confirmará talvez de esta aserción. Qué son en efecto ,
los tapietis, los orejones los churupíes, los gualambas, sino los mismos tobas, con las
modificaciones consiguientes al terreno que ocupan, su clima, sus alimentos y vicisitu­
des esperimentadas? Mirad al mataguayo, al guaicurú , poreromo, gotonoso, etc. y
hallaréis al mataco, grueso, fornido de mediana estatura, frente echada para atrás, ojos
sesgados, fisonomía que trae á la memoria la inmensa raza del Japón.

“"Daniel Campos
De Tarija a Asunción. Expedición boliviana de 1883.
Imprenta, Litografía y Encuadernación de Jacobo Peuser, Buenos Aires, 1888, pgs. 254-261.

- 359 -
B eatriz R ossells

El suave güisnay, tan extenso en el día y que ocupa diferentes porciones del
Chaco; el pálido é industrioso payaguá que toca á su término en la orilla boliviana del
río Paraguay, el chorotí casi blanco, benévolo y activo, son ramas desprendidas del
chir¿guano.
Mucho se ha escrito de sus usos, costumbres, ideas religiosas, é industria, con
más ó menos verdad por unos y por otros. Siendo tan rápido nuestro paso por el
Chaco, porque nuestra expedición no filé de estudio sino de exploración, debo consig­
nar aqui lo poco visto y adquirido al respecto.
No es cierto que los salvajes carezcan de toda idea relativa un Dios creador de
Universo. Con más o menos grandeza conciben ésto, ya como idea, ya como senti­
miento. Confirmarse esta aserción con el nombre general que entre tobas y otras tribus
se le domina Yogüeé, significa creador de todo lo que existe. En las tribus que tienen
afinidad con los chiriguanos se rinde tributo de adoración á Igualó, al sol. Son, pues,
á no dudarlo reminiscencias de la religión incásica y recuerdan á nuestros quichuas en
muchas de sus artes y costumbres.
Todos creen en la inmortalidad del alma. Sus almas, para ellos, vagan por este
mundo y son propicias ó adversas en todos los trances de la vida.
Hay espíritus del bien y del mal. Cuando les ha asaltado una enfermedad desco­
nocida, es el espíritu del mal que se ha apoderado de ellos. Es por esto que no tienen
sistema curativo racional, (si se exceptúa para las indigestiones que se curan con aceite
extraido de palo santo) y que acuden a medios subrenaturales. Todo enfermo está po­
seído del espíritu del mal, esta embrujado y no faltan impostores como en ninguna
parte, que efectúan ridiculas curaciones en el paciente, quien soporta las pruebas con
admirable resignación.
¿Aceptar un medicamento estos desgraciados? Ello es imposible, y cuando por
complacencia lo reciben es para arrojarlo así que están solos.
Payack es el espíritu que preside a la guerra. Los combatientes le invocan como
á Dios protector antes de entrar en batalla. Payack cuida los manes de los que murieron
en los combates, manes que son recordados, con promesa de venganza, por los guerre­
ros prontos á combatir.
Los matrimonios se efectúan con diferentes ceremonias. Ente los chiriguanos
el novio deposita un haz de leña en la puerta de su pretendida; si ésta, previo acuerdo
de los padres ó ancianos, la usa, está realizado el matrimonio viniendo después las
borracheras consiguientes.
En otras tribus, córtase por el anciano ó jefe un mechón de cabellera de los
desposados, se unen ambas guedejas y están unidos los dueños.
En una tribu de los guayacurús me sorprendió, por lo interesante, la ceremonia
nupcial. Se hizo comprender con más o menos claridad, el intérprete, lo siguiente: el
pretendiente ronda los contornos de la casa que habita la doncella y procura cazar una
ave siendo visto precisamente por ella. Cuando cae el ave, la presenta desplumada
diciendole; asámela y partamos. A nadie se puede negar el fuego, por lo cual no puede
escusarse de asarla. Consulta la doncella con sus padres, y si optan el enlace, es llama-

- 360 -
las oMujeres en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y realidades d e l sig lo XIX

do el pretendiente, á quien se le entrega la mitad de la ave, quedando la otra en poder


de la novia. Cuando la toman en común padres y novios está verificado el matrimonio.
Generalmente el ave de preferencia para la novia, es una paloma torcaz. Si el
novio tiene la fortuna de hallarla, el matrimonio se considera feliz, sin disturbios de
ninguna, clase.
Cuanta significación y cuánta poesía en esta bella costumbre.
La paloma es el emblema del amor casto y conyugal; la comida en común de
una sola ave, parece simbolizar la identificación en la vida de los séres; la destreza del
cazador que con certera mano ha bajado la presa, asegura la subsistencia de la futura
familia. Cuando ha sido desgraciado en el tiro, ó se le devuelve integra el ave ya asada,
no debe pensar más en su novia, de la que se aparta para no verla más.
Prescindiendo de estas costumbes más ó menos limitadas, lo general es que las
novias son otorgadas por los padres, en cambio de dádivas que reciben, de algunas
reses, caballos ú ovejas, según el rango que ocupan los padres ó contrayentes en la
tribu. Debe tenerse presente que el padre tiene derechos ilimitados sobre su mujer ó
mujeres é hijos.
El matrimonio no es indisoluble entre los salvajes. Una simple sospecha de
celos, el hastío que puede sobrevenir por diferentes causas, la poca laboriosidad de la
mujer, ó un carácter exigente, son bastantes causas para su definitiva separación, que­
dando ambos libres para ligarse nuevamente con quien les plazca. Suele algunas veces
terminar el matrimonio con la muerte, que, en un arrebato de cólera, da el hombre á su
mujer, cuando ésta ha agotado su paciencia con sus impertinentes celos.
La poligamia no existe, ó mejor dicho, no está generalizada. Los caciques,
jefes de tribus, los simples capitanes ó los que pueden sostener con desahogo dos ó tres
familias, pueden tomar las mujeres que quieran. Los pobres, ó chusma, como ellos
dicen, no tienen igual derecho. Llama la atención esta costumbre sorprendente como
previsora. Hasta en los primeros, la poligamia lleva sus inconvenientes, por el carácter
valiente y celoso de aquellas mujeres, que traban entre sí luchas á muerte, en medio de
la fría. Espectación del marido común.
Como llevan una existencia nómade, variando según las estaciones de lugares
que les den, ó los frutos, ó la pesca, no tienen enterratorio. Son enterrados donde
mueren á poca profundidad de la tierra, cubierta después con algunas ramas de simbol.
Hay tribus de tobas que depositan sus muertos en las altas copas de los árboles, amarra­
dos para evitar su caída: vestidos con pequeños ramajes, pendientes aún de sus ñutos.
La viudedad es llevada por las mujeres con severa estrictez. La mujer chiriguana
se distingue en esta ofrenda del amor conyugal. Córtase á raíz los cabellos, cubre su
rostro, no se deja ver sino una vez al día por un deudo inmediato y observa una clausu­
ra ríjida en la choza mortuoria, apenas entreabierta a la luz. Durante algunos meses,
apenas se distingue la claridad del día cuando ella es saludada con lastimeros lamentos
exhalados por la viuda; al cerrar la noche como sombra que vaga, recorre con desespe­
rados sollozos, monólogos de recuerdos, los sitios más cercanos á su casa que eran
frecuentados por su finado marido.

-361 -
B eatriz R ossells

Podiase decir que el salvaje dá el ejemplo al civilizado del sentimiento conyugal.


El dolor más ó menos intensamente sobrellevado por la viuda, es para ella un
título á la consideración de su tribu. Sale de esta situación generalmente al año y á
prévias y reiteradas insinuaciones de los deudos del finado.

Son señalados los casos de los grandes bailes. Cuando el indio cambia de es­
tancia, marchando de un bosque agotado á otro exuberante de producción , cuando
tatúa á los hijos con operaciones á veces dolorosas, ó se les abre, entre los chiriguanos
la cisura para la tembetá, cuando la hija ha llegado al desarrollo de la pubertud y cuan­
do se casa.
En todos estos acontecimientos las jóvenes se abstienen de beber, las casadas
beben con la parquedad posible y los hombres llegan á excesos insoportables. Enton­
ces se sacan los tofeos guerreros y tienen al frente los restos de los enemigos vencidos.
Uno de los indios más caracterizados, como guardián de la armonía, no bebe absoluta­
mente y su misión es contener las riñas y desórdenes de los embriagados.
La misión de Aguairenda*
La marcha al Paraguay me impidió practicar la VISITA de Estado á las misiones.
Siento no haber podido llenar esta primordial comisión que se me confió, porque veo que
ella es absolutamente precisa, si se quiere que el pais reporte las ventajas que tiene dere­
cho á esperar de las misiones sostenidas em Tarija. Confío que más tarde el Gobierno, ya
en cumplimiento de su deber, ya para llevar á cabo el artículo primero del Reglamento de
Misiones, mandará allí un Visitador de entereza y probidad que le ponga al corriente de las
necesidades, para el desarrollo progresivo de esas nacientes poblaciones.
De entereza para que haciéndose superior á la exaltada adhesión con la que
generalmente se rodea á los relijiosos franciscanos, sin que ésta excluya los respetos
debidos á la virtud y al carácter, pueda con criterio independiente estudiar la situación,
apreciar las causas, cortar por si mismo los gérmenes del mal, ó someter sus conclusio­
nes al Gobierno Nacional.
De probidad para que elevándose á la altura de su misión, la desempeñe sin
espíritu preconcebido, con absoluta justificación, sin intento de hostilidad, pero tam­
bién sin complacencias indebidas.
Por mi parte voy a exponer ligeramente las impresiones recibidas en la misión de
Aguairenda en las pocas horas que por dos veces me hallé allí, antes de partir á Teyú.
Vése en la misión de Aguairenda una iglesia sólidamente construida, á cuyo
costado se levanta la casa de los padres conversores, espaciosa y rodeada de una her­
mosa huerta en que descuellan frondosos naranjos.
Estos dos edificios ocupan un frente de la extensión cuadrada que representa la
misión.
Contigua á esta casa parroquial y fonnando ángulo está la escuela de mujeres,
separada de aquella por una mediana pared divisoria y común á ambas casas.

* Ibid. pgs. 266-269

- 362-
' S en la h isto ria de B olivia - Im ágenes y realidades del s ig lo XIX
^ y V ilJ C lS

Casuchas en una sola hilera que cierran el cuadro de la plaza de la misión,


construidas sin solidez, como nidos de aves que se hallan de paso y eventualmente; hé
ahí todo lo que constituye Aguairenda.
Separado de éste cuadro, hay un grupo de moradas igualmente construidas, que
se elevan á un costado de la Iglesia y allí están las neófitos, no bautizados todavía.
La escuela de varones ocupa una de las habitaciones de la misma casa parroquial.
Se enseña á éstos, lectura, escritura y doctrina cristiana, y á aquellas los mismos
elementos con más labores propias de un sexo, dirijidas por una institutriz.
Hay entre los de ésta tribu, albañiles y carpinteros, pero no se ven talleres don­
de se diñindan estos oficios. Nótase la carencia de enseñanza de conocimientos prác­
ticos como la ganadería, la agricultura con sus extensas ramificaciones, que podrían
ser la fuente de properidad de aquellas comarcas.
Grato es el espectáculo que se presentan al visitante de la escuela de niñas.
Sentadas todas ellas en los bancos que cuadran el local, con semblante resposado y
ceñidas de su casto tipoi de lienzo de algodón, leen con desembarazo su libro con
aquella pronunciación propia de su lenguaje primitivo. Como los chinos hallan difi­
cultad en la clara enunciación de la r frecuentemente sustituida con la 1. Los diptongos
españoles son casi siempre estropeados, sin que puedan salir claros y rotundos de esos
lábios infantiles y mucho menos de los ya adolescentes. Estas presentan, con semblan­
tes satisfechos, las labores de manos que se les piden.
Al salir complacido de esta inspección, la cerré insinúandome con el padre
Giannechini, con la institutriz, de que evitaran en lo posible hablar á las discipulas, así
como realizar sus enseñanzas en su idioma nativo, siendo el español el que debe servir
para todo. La razón de ésta advertencia enrarecida, se presenta por sí misma. El
idioma es el instrumento de la civilización.
Al separarme de estas niñas, cuyo tipo en algunas de ellas está notablemente
perfeccionado de su raza, se me vino al pensamiento una profunda observación de
Balmes. Hablando de la influencia del espíritu que se ilustra en las razas humanas,
decía: “¿nosotros por qué somos más perfectos? por que somos más civilizados” Y es
así generalmente. Tomad dos hermanos, el uno ocupado en labores mecánicas, en
trabajos de inteligencia el otro. La llama encendida en el alma de éste se refleja en la
vivida mirada, así como el constante pensamiento, esa gimnásia intelectual, desarro­
llando los órganos de la idea, perfeccionará el rostro, por el ángulo facial más acentua­
do. El otro tendrá robustos los miembros destinados al esfuerzo corporal solamente.

En general los indios de las misiones no tienen una situación ni mediana­


mente aceptable. Su aspecto macilento, sus moradas de pobrísimo ajuar, donde muje­
res desmedradas revelan la espantosa miseria en que viven, lastiman el alma del que
contempla á estos desdichados, alimentados con escasísima pulenta de maíz molido*.

* Ib id . pg. 271.

- 363-
B eatriz R ossells

L a s C h ir ig u a n a s , M a ta g u a y a s (M a ta c a s ) y T obas d e l G ra n C h a c o
A r th u r T h o u a r, 1 8 8 7 *

Las Chiriguanas
La misión de Aguairenda, establecida en 1852, se compone de tres pueblos:
Aguairenda, Cuaruniti y Timboití; cuenta con unos setecientos a ochocientos habitan­
tes entre chiriguanos cristianos o infieles, dirigidos por dos misioneros y tienen bajo
sus órdenes a un gobernante, seis alcaldes y tres capitanes. Las chozas están
simétricamente construidas. Los indios trabajan y cultivan maíz, las mujeres tejen en
telares, los niños van a la escuela y aprenden fácilmente a leer y a escribir.
La tribu de indios chiriguanos, antes muy numerosa, está reducida ahora a siete
y ocho mil individuos, casi todos civilizados por los misioneros. Se extiende a lo
Los chiriguanos son fuertes y muy musculosos, de talla mediana, su tez es de
color caoba. La frente es ancha, dominada por una espesa cabellera negra, tiesa, enrulada
sobre la cabeza y mantenida con una especie de pañuelo largo muy ancho, general­
mente de color rojo al que llaman yapicuana. Los ojos son pequeños, los pómulos
salientes, la nariz ancha y aplastada, la boca grande, la mandíbula inferior algo pronun­
ciada. A guisa de ornamento en el labio inferior, introducen en su espesor, una especie
de botón, la tembetá. Tanto hombres como mujeres se pintan a menudo el rostro con
achote, onoto o rocote rocou, polvo mineral de color rojo.
Su vestimenta consiste en un pedazo de tela cualquiera atado en las caderas.
Los días de gala los hombres visten el tiru, camisa larga y ancha de algodón, sin man­
gas y las mujeres fijan en sus hombros con la ayuda de largas espinas el tipoi, vestido
tubular.
El carácter de los indios es dulce y dócil; son inteligentes y enemigos renegados
de los tobas.
Sus chozas son limpias, espaciosas, construidas de caña y cubiertas con hojas secas.
La mujer da a luz con gran facilidad. En cuanto da a luz, se le ajusta el vientre
con una cuerda y se la acuesta boca abajo sobre una cama de arena. El padre y los niños
se meten en una hamaca y mantienen un ayuno riguroso. Un poco de mote, maíz hervi­
do, es la única alimentación con la que se contentan, el padre durante nueve días, y los
niños durante dos a tres días. No deben tomar chicha, ni asistir a fiestas; todo esto
porque piensan que si lo hicieran, la madre y el niño morirían.
Si el niño nace deforme o aquejado por alguna enfermedad, lo matan o lo entie-
rran vivo. Si la mujer da a luz mellizos o gemelos, guardan a uno y matan al otro, al
menos si la madre no se opone formalmente, lo que es bastante raro.
Si el padre de familia es hábil en cazar y matar jaguares, sus hijos también
guardan la reputación de ser fuertes. Se ejercita a los chicos de baja edad dándoles un
arco hecho de una brizna de paja y una crin de caballo, así adquieren gran destreza para
lanzar flechas. Las niñas se dedican a los cuidados de la casa con la madre; ayudan a
*A tra vés d e l G ran C h a co , 1883-1887
Editorial Los Amigos del Libro. La Paz, 1997, pgs. 85-89.

- 364-
(¿ M u je re s en la h isto ria de B ol!via - Im ágenes y realidades del sig lo X IX

moler el maíz al palo, a hacer la chicha, a hilar ponchos, etc. Las ocupaciones del
hombre consisten en ir a la pesca y a la caza, en sembrar y recolectar maíz y llevar la
leña a la casa.
Los chiriguanos son lampiños y además se arrancan la barba. Sin embargo, su
cabellera es abundante, no se la cortan jamás por ningún motivo.
La tembetá es la afirmación de la virilidad y la marca distintiva de la tribu.
Consiste en un ornamento que se ponen en el labio inferior a los seis o siete años,
hecho de una placa de metal o de madera de un centímetro de ancho, sobre puesto en la
parte central con un botón circular sobresaliente, su diámetro varía entre el de una
pieza de un franco y una de cinco. Cuando el niño llega a la edad indicada, los padres
hacen venir al brujo que hace acostar al joven chiriguano de espaldas en el suelo y por
medio de un hilo determina el punto donde debe ser agujereado el labio inferior, des­
pués dirigiéndose al niño: “Vamos, dice; ya has jugado suficientemente y es tiempo de
que seas hombre, a partir de ahora tu vas a trabajar, hacer la guerra, vencer a tus enemi­
gos, etc. En todo caso no llores, pues no serías digno de tenerla tembetal, y ya no dirás
más como las guaguas: “ ¡Hum! ¡Hum! pero sí Táa, Táa”.
Después de este exordio se le agujerea el labio con una lezna o con un cuerno de
cabra puntiagudo. El niño no dice nada y no hace ningún gesto. Entonces se le introdu­
ce una pajita en la herida con el fin de que no se vuelva a cerrar y todos los días se la
mueve hasta que la herida esté bien cicatrizada: con la edad se aumenta las dimensio­
nes del tubo.
Esto en cuanto a los muchachos. Cuando la india es núbil, los padres la acues­
tan en una hamaca suspendida lo más alto de la choza, y la dejan así tres días y tres
noches sin más alimento que un poco de mote. Nadie debe aproximársele para hablar­
le, sólo su madre y su abuela tienen acceso a ella. Cuando tiene que caminar, para lo
absolutamente indispensable, se tiene extravagantes cuidados para evitar que no toque
al boyrusu, una serpiente imaginaria que se la tragaría, o que no pise sobres las
deyecciones de las gallinas o de animales, pues si no le saldrían heridas en la garganta
y en los senos. Al tercer día la bajan de la hamaca y después de haberle cortado los
cabellos la hacen sentar en un rincón de la pieza con la cabeza vuelta hacia la pared. No
debe hablar con nadie y debe abstenerse de pescado y de carne. Este ayuno es muy
riguroso y asi continúa durante todo un año: sin embargo durante los últimos meses,
los padres son menos rígidos. Muchas jovencitas mueren por este régimen bárbaro de
donde salen enflaquecidas y enfermas. Su única ocupación en el rincón de la cabaña es
de hilar y tejer lo tirus y ponchos, a fin de dar a la tribu la prueba de que están en edad
de ser casadas.
Cuando un indio se prenda de una muchacha, llama a uno de sus amigos con el
cual se produce el siguiente diálogo:
“¿Tienes tabaco? -Pregunta el mensajero.
-Sí, responde el enamorado.
-¡En ese caso, dame!

- 365-
B eatriz Rossells

Entonces el amigo comisionado se dirige a medianoche hacia la cabaña ocupa­


da por los padres y la muchacha. Se introduce sin hacer ruido, se sienta cerca del padre
acostado, y fuma durante una hora o dos, después se retira tan discretamente como
cuando vino, sin haber pronunciado la minima palabra. Al cabo de dos o tres visitas
como éstas, el padre acaba por preguntarle con tono brutal lo que viene a hacer en su
cabaña a estas horas avanzadas. El intruso explica el objeto de su presencia al padre y
a la madre, después de haberse asegurado de que su futuro yerno será “un buen guerre­
ro”, que “no maltratará demasiado a su mujer”, etc., dan su consentimiento; se hace
entrar al pretendiente... y sin otra formalidad el matrimonio está concluido.
Los chiriguanos practican la poligamia, pero la primera mujer tiene derecho a
más consideración que las otras.
Reconocen dos espíritus: el espíritu del bien y el espíritu del mal al que llaman
brujo y al que atribuyen la mala y la buena fortuna. De esta manera existen entre ellos
odios violentos, porque todos considerándose entre sí brujos, se acusan mutuamente
de ser los autores de sus males. Cuando creen reconocer al autor de una brujería de la
que son víctimas, no es raro que lleguen a apoderarse de aquel que suponen es el brujo
de su brujería y lo quemen vivo. Cuando están enfermos y sufren de algún malestar,
hacen venir a un brujo que según el caso, sopla fuertemente sobre la parte enferma; o
bien sirviéndose de ambas manos, aspira con gran vigor; luego al cabo de algunos
minutos, escupe una piedrita o un pedazo de madera que representa la extirpación de la
enfermedad que aquejaba al paciente; ¡éste tiene que sanarse! Si muere, es que el po­
der del brujo era inferior al del brujo autor del hechizo por el que ha muerto.
La palabra tumpa (Dios), tomada en sentido general expresa a toda cosa o per­
sona que le es extranjera y exita su curiosidad. En un sentido particular expresa la idea
de un ser sobrenatural al que representan bajo la forma de sol; lo invocan a menudo en
momentos de combate por ejemplo, pero por lo demás no tienen por él ni culto ni
templos. Les basta con decirle casi todos los días: “Tu naces y desapareces todos los
días, pero para revivir siempre joven; haz de mí lo mismo”.
Creen en otra una vida después de la muerte y se van, dicen ellos, a un lugar
llamado Iguihoca o Iboca, literalmente, lugar de la tierra, situado pintorescamente
cerca de Aguairenda, en el “cañón de Ingre”. Este es su paraíso terrestre donde encon­
trarán después de su muerte cuñas (mujeres) y chicha y donde se reunirán para cantar,
bailar y tocar la pucuna, especie de instrumento de música. Después de muchos años
de esta existencia, se “metamorfosean” en zorro o en tigre.
Los guerreros valientes y los buenos padres de familia irán a Iguihoca. Los
cobardes o los que mueren en el combate, revivirán en otro lugar, pero privados de
todos los privilegios de esos deliciosos lugares.
Tienen frecuentes visiones. El espíritu que más temen se llama mbae. Cuando
creen llegado su último momento, se sugestionan de tal manera que muchos llegan a
morir. Los brujos pueden conjurar al mbae.
Si los rumores de guerra se expanden en la tribu, todos los capitanes se ponen
bajo las órdenes del capitán general.

- 366-
en la h isto ria de B ollvia - Im ágenes y realidades del s ig lo X IX

Su vestimenta se compone de una coraza de fibra de caraota o de piel de jaguar


y de un gorro del mismo material. Tienen por armas arcos y flechas: sólo el capitán
general porta una lanza. Se ponen un brazalete de cuero en la muñeca.
El momento de la partida el capitán general arenga a los guerreros, los compro­
mete a ser valientes y a defender con coraje a sus familias.
En seguida las mujeres se agrupan y comienzan una especie de danza especial
para la batalla. Cinco o seis se toman de la mano y sus movimientos se resumen a una
genuflexión de la pierna izquierda y a un balanceo del cuerpo de adelante hacia atrás.
Gritan: ¡Ah, ah! ¡hé, hé, hé!, en coro.
Durante esta danza los guerreros hacen el simulacro de un combate con un
ardor y furor increíbles. Las mujeres se excitan y les gritan: “¡Tráigannos prisioneros:
maten a nuestros enemigos”!.
Luego la comitiva se pone en marcha en medio de chillidos ensordecedores y
de movimientos desordenados. Las mujeres acompañan a los guerreros hasta cierta
distancia de la ranchería y vuelven a su cabaña donde enseguida se ponen a preparar
enormes cantidades de chicha para celebrar el retomo de los vencedores.
Cuando les parece que el retomo se acerca, ellas van delante de los combatien­
tes: si han vencido, los gritos son de gozo y las danzas infernales; si al contrario, están
vencidos, las mujeres se ponen a llorar y a gemir.
Los vencedores cortan la cabeza a los vencidos y les sacan la tembetá y la
llevan a sus mujeres: se proyectan las cabezas en todo sentido, al aire, en el suelo, o
bien las mujeres las lanzan como bombas, profiriendo insultos a los muertos, tratándo­
los de cobardes porque no han sabido defender su tribu.
Las Mataguayas (Matacas) del Gran Chaco*
Los indios mataguayos que ocupan la vasta zona del Chaco central entre las
riberas del Bermejo y del Pilcomayo, en la frontera de Salta y en la República Argen­
tina, son llamados indios matacos y en la frontera boliviana, noctenes y por corrupción
Octenay, nombre que les dan los chiriguanos sus vecinos. Esta misma palabra octenay
parece derivar de Huénnevei, nombre que se dan los Mataguayos entre ellos. Los matacos
difieren poco de los chiriguanos en lo que se refiere al aspecto físico; pero su idioma y
sus costumbres son enteramente diferentes.
Las mujeres y los hombres tienen los cabellos rapados, se los cortan con una
mandíbula de pescado bien afilada, también usan los dientes del pescado para cortarse
las uñas. Casi siempre andan completamente desnudos. Los hombres portan alguna
vez una especie de cota sin mangas y llevan una bolsita en bandolera en la que ponen
su pipa, los instrumentos para hacer fuego y otros pequeños objetos.
Su alimento ordinario y favorito es el pescado, a falta de este se alimentan de
frutas o raíces, de lagartos, langostas, inclusive de ratas. Soportan admirablemente el
hambre que cuando se toma demasiado apremiante aplacan con la primera raíz que
encuentran.
* Ibid pgs. 95-96

- 367-
B eatriz Rossells

Los mataguayos aunque tímidos y flojos son muy vengativos. Nunca olvidan
una injuria, tarde o temprano se vengan aplicando en forma invariable la pena del
talión. No les gusta golpearse, pero se defienden con energía: su arma es la flecha.
No reconocen ninguna autoridad ni ley. El hijo obedece a sus padres, si quiere;
sin embargo, yo observo que en general no se falta al respeto a los viejos ni a los
enfermos.
Los hombres se dedican exclusivamente a la pesca; muy rara vez van a la caza.
Sus trabajos agrícolas se reducen a sembrar zapallos o sandías. Algunos hacen redeci­
llas con fibras de pita (Fourcroya longaeva). Todos los otros trabajos están destinados
a las mujeres.
Cuando una muchacha llega a la edad núbil, la acuestan en un rincón de su
choza, en medio de ramas de árbol, sin que le sea permitido hablar con nadie durante
un tiempo determinado. No tiene que comer carne, ni pescado. Un mataco permanece
delante de la cabaña y toca el mismo instrumento que los tobas, el pinpin, mortero de
madera de soroché o de chañar, con agua hasta la mitad y recubierto con un cuero de
cabra bien tirante.
La autoridad paterna no tiene ninguna influencia en el matrimonio de los hijos
que son libres de contraer cualquier unión cuando les parece. La mujer exige a su
futuro marido que sea buen pescador y el indio que su mujer sea buena caminante.
El matrimonio se realiza secretamente sin ninguna demostración y los jóvenes
casados se retiran solos, durante cinco o seis días, al fondo más oscuro del bosque. Al
término de ese tiempo vuelven a la tribu y viven en la mejor choza que encuentran,
aunque en general la joven esposa prefiere vivir donde sus suegros.
La poligamia es muy rara en los mataguayos. Apenas se encuentran algunos
que tengan dos mujeres a la vez.
El adulterio es un delito poco frecuente. La mujer legítima se venga persiguien­
do a su rival por todo lugar donde se encuentre, pegándola e injuriándola en presencia
de todos.
Las Tobas del Gran Chaco*
La tribu de los tobas es una de las más considerables de todas aquellas que
pueblan el Gran Chaco Boreal; es difícil fijarles límites geográficos, pues son nóma­
das; se los encuentran por todas partes sobre las dos orillas del Pilcomayo y son aliados
de los Chorotis, Matacos, y Guisnayes, que parecen ser de la misma raza. Son grandes,
de una estatura mayor a la mediana, fuertes robustos y muy musculosos; el color de su
piel es más oscura que la de los chiriguanos; se tatúan el rostro, el pecho y los brazos
con paja quemada de maíz; en el lóbulo de la oreja introducen una rodaja de madera de
bobo (sauce llorón), a menudo bastante gruesa y constituye uno de sus más preciosos
ornamentos: se visten con un poncho de lana gruesa a menudo enrrollado a la cintura.
Son perezosos, inclinados al robo y al pillaje, se dedican exclusivamente a la pesca y la
* Ibid. pgs. 99-102

- 368-
en la h istoria de B o livia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo XIX

caza y no cultivan nada, tienen las manos tan delicadas que al manejar un hacha, lo que
no es costumbre suya, les salen ampollas.
Su choza de forma cónica está hecha de ramas de árboles, la entrada es baja y
estrecha: viven en grupos gobernados por un capitán, no practican la poligamia, no
pueden tener más de una mujer a la vez, pues de lo contrario, las dos mujeres se maltra­
tarían hasta la muerte de una de ellas. Tienen un fuerte sentimiento de familia y un gran
respeto por los viejos, cuando nace un niño no hacen ninguna ceremonia como acos­
tumbran los chiriguanos, más bien se burlan de sus ayunos frecuentes y prolongados.
Cuando la hija de un capitán llega a la edad de la pubertad, su familia la encie­
rra dos o tres días en la choza. Entonces todos los indios de la tribu van a la caza y a la
pesca y se esfuerzan por llevar la mayor cantidad posible de animales y de pescados
que hacen asar cada noche con el fin de conservarlos en el mejor estado para el día de
la fiesta. Llaman a un indio mataco para que toque el pin pin. El mataco se pone al
frente de la choza armado de un bastoncillo con el que golpea el instrumento como en
un tambor y con un movimiento de rápido movimiento contoneo de las caderas pone
en cadencia el channa-channa, cinturón atado a las caderas, en el que se suspenden
pequeños pedazos de madera, granos de fruta, caparazones de tortuga, huesos de ani­
males, etc. Comienza a tocar su instrumento desde el primer día, muy temprano y así,
cantando y danzando continúa sin parar, día y noche hasta que termina la fiesta que a
menudo dura quince o veinte días. Le llevan comida y bebida.
El último día de la fiesta se entregan a un festín pantagruélico, seguido de una
borrachera fenomenal que los tumba dos o tres días seguidos embrutecidos y alelados,
su bebida proviene de la fermentación de frutos de la tusca o del chañar, que aplastan
y preparan de la misma manera que la chicha de los chiriguanos.
La joven india, por la que así se ha celebrado su pubertad, tiene la obligación de
casarse a lo largo del año que sigue a la fiesta con uno de los asistentes cuya elección
ha sido reservada a los padres.
El matrimonio en los tobas no está precedido de ningún preludio especial como
en los chiriguanos.
Las mujeres son muy celosas entre ellas, con el más mínimo pretexto se van a
las manos. El toba puede repudiar a su mujer, pero le es imposible tener dos enlaces a
la vez, pues las mujeres se pelean a duelo hasta el desenlace de la muerte. Con el torso
desnudo y un cuero de jaguar sólidamente atado en la cintura. Luchan en medio de la
ranchería, rodeadas de sus partidarios, con las muñecas armadas con huesos muy filos
de pescado y de cabra con los que se arañan el pecho y el cuerpo. Los hombres asisten
impasibles al combate sin intervenir nunca. Todos los días la lucha vuelve a comenzar
hasta que una de las dos sucumbe bajo los golpes de su enemiga o que una logra
arrancarle a la otra el cuero de jaguar que constituye su vestimenta. La despojada se
escapa avergonzada, en medio de los abucheos y gritos de los asistentes, mientras su
adversaria triunfante corta en pedacitos o en tiras el tapa rabo de su enemiga vencida
y los regala a sus partidarios.
* Ibid. pgs. 99-102

- 369-
B eatriz R ossells

Cuando se trata de guerra entre tribus, los Tobas comienzan generalmente el


ataque al amanecer. Vestidos de cotas de guerra hechas de fibras de caraota (Fourcroya
longaeva), inician el asalto al son de un instrumento de música llamado pucuna que
consiste en un pedazo de kina-kina con forma cilindrica o circular en cuyo espesor se
talla una pequeña abertura tubular dodnde soplan como en un templador de clave tapa­
do con el dedo la extremidad inferior.
La ida a la batalla está compañada de danzas más o menos parecidas a las de los
Chiriguanos, pero con ciertas diferencias: en el simulacro del combate algunas veces
los Tobas se hacen largas incisiones en; las pantorrilas, o también tomándose hacia el
sol, se agujerean la piel de la pierna con un filo hueso: esto tanto para desafiar el dolor
en presencia de sus mujeres como para invocar a un espíritu que ellas llaman Paillak.
Armados con lanzas, flechas, arcos y macanas, se baten con un extraño coraje y un
profundo desprecio a la muerte; a menudo la ebriedad multiplica sus fuerzas y los
verdaderos combates son muy sangrientos. Los cautivos son confiados a las mujeres
que los esconden de la brutalidad de sus maridos.
Los Tobas tienen tendencias a las borracheras más bestiales, pero en cada tribu
siempre hay guerreros que nunca beben y cuya misión es la de calmar las trifulcas. Las
mujeres todas permanecen sobrias.
Al término de sus batallas, los Tobas despedazan a los muertos, llevan los peda­
zos como trofeos a sus ranchos para las mujeres que se entretienen con los mismos
insultos y profanaciones que las indias Chiriguanas.
Los Tobas bailan en grupos de veinte o treinta tomándose las manos: una mujer
armada de un palito que lleva en la cadera perpendicular al pecho, los conduce. Se
mueven con mucha ligereza y rapidez, cantando y gritando se entregan a una combina­
ción de movimientos de los más divertidos y cómicos. A menudo bailan en la noche.
A los Tobas les gusta mucho los juegos de destreza: de enero a marzo, en las
orillas del Pilcomayo, juegan desde la mañana hasta la noche con unos palitos como
los de los Chiriguanos, llamados chucaritv, de junio hasta fines de agosto, en la esta­
ción fría juegan con bolas, armados de un largo palo con la punta curva.
Los Tobas, al igual que los Chiriguanos, todos profesan la brujería. No tienen ninguna
creencia religiosa y sólo una débil noción del Paillak, mencionado anteriormente.
Cuando un Toba está a punto de morir muchas veces lo dejan sin sentido a
golpes de macana o lo entierran vivo. Si es una mujer con un niño de teta, se entierra al
niño en la misma fosa.
El Toba no tiene ningún respeto por su mujer a la que trata como esclava, pero
nunca la pega. La mujer, al contrario insulta y pega a su marido, el que a su vez, cuando
está demasiado impaciente e irritado, la ataca y le da un golpe de macana o un lanzazo
y la mata.
Los Tobas son pescadores muy hábiles: persigen nadando a los peces y los
agarran en pequeñas redes triangulares o hacen inmensas represas en el Pilcomayo. No
son antropófagos y poseen numerosos rebaños de ovejas, bueyes, vacas, cabras, caba­
llos, etc. No tienen la costumbre de envenenar sus flechas.

- 370-
C C K C lJ G ÍG S en la h isto ria de BoHvia • Imágenes y realidades d el sig lo X IX

• Indias, cholas y bolivianas.


André Bresson, 1886*
Las mujeres de Chuquisaca sobretodo, aquellas de buena talla y gracia provo­
cativa recuerdan a las jovenes de Lima, son graciosas y amables con los extranjeros y
aprecian -se dice- particularmente a los Franceses. La hospitalidad es franca, cordial y
sin afectación, las encantadora dueñas de casa de Sucre, no tienen esas maneras estu­
diadas de las Chilenas, cuya gran preocupación es de imitar a las hijas de Albión.
El elemento predominante en el bajo pueblo de Sucre está formado por Indios
Quechuas, últimos representantes del «Hijo del Sol», y por los mestizos de esos Indios
y de Españoles o Cholos, que mantienen aún la mayor parte de sus costumbres y de su
traje, algo carnavalesco, típico de los autóctonos.
Los Quichuas no son tan feos como los Aymarás, su fisonomía es ordinaria. No
es raro encontrar entre las mujeres, algunas que, sin ser positivamente bonitas, tengan
una fisionomía que no es desagradable. Esas descendientes de las Virgenes del Sol y de
la Luna son de una precocidad increíble: en efecto, pese al clima frío en el que ellas
viven, son madres a menudo antes de los catorce años. Es así que a los veinte o veintidós
años ellas ya están ya viejas y ajadas.

La raza nueva, aquella de los Cholos, bien que ella haya heredado algunas de
las virtudes de sus ancestros blancos y rojos, desgraciadamente poseen casi todos los
vicios y los defectos de sus dos orígenes, fenómeno casi general entre los mestizos. El
cholo, de miembros vigorosos y salud robusta tiene el tinte muy bronceado. Trabaja­
dor duro, aunque un poco inclinado a la pereza, es patriota hasta la exageración. En
Bolivia, como en el Perú, el fondo del carácter nacional es una mezcla del orgullo del
hidalgo, mitigada por los principios liberales de un republicanismo moderado. Pero el
Boliviano, mas robusto y mas enérgico que el Peruano, es también un trabajador fácil
y responsable. Toda la aplastante labor de las minas y de las explotaciones agrícolas es
ejecutada por los indígenas y hasta aquí, ni los negros ni los coolies chinos no han
penetrado en el territorio nacional, los indios del país han sido siempre suficientes
para la explotación de las riquezas naturales de la república. Es cierto que esta explota­
ción se encuentra aún en el estado primitivo.

Las Bolivianas, de origen español, son a menudo muy bellas, de pequeña talla y
bien torneadas, ellas son ligeras y graciosas, vivas y coquetas. No tienen probable­
mente la petulancia del espíritu de las Peruanas, pero su fisionomía un poco grave, sus
costumbres simples y dulces, sus maneras agradables forman un conjunto graciosamente
simpático, que atrae y seduce.
El amable abandono de las Bolivianas, la ausencia de toda gazmoñería no hace
*Bolivia. Sept. années d ’explorations, de voyajes et de sejours dans 1*Amerique Australe. (Bolivia. Siete años de
exploraciones, viajes y esta la América Austral). Challamel Ainé Editor. París, 1886, pgs. 399-400.

■371 -
B eatriz R ossells

sino aumentar a su encanto natura sin tener ninguna influencia perniciosa en sus cos­
tumbres.
Como todas las Bolivianas de raza caucásica, la Pazeña, es seductora con sus
grandes ojos de fuego, su espeso cabello negro, sus pies y manos infantiles, y su gra­
cioso garbo.
Las cholas son a veces bonitas y muy frecuentemente muy gentiles, pero yo no
he visto jamás una India pura sangre que tan sólo fuera pasable.
No creo que deba insistir en la toilette de las mujeres de Bolivia; lo que dije
anteriormente, de la vestimenta moderna de las Limeñas, pudiendo también aplicarse a
las mujeres de toda la república Boliviana.

Retomemos a las razas que pueblan la república Boliviana y examinemos a los


descendientes de esos autóctonos que han dejado las marcas de una civilización incon­
testable bajo el sello del granito de sus antiguos monumentos. El indígena moderno no
tiene mas el genio creador de sus ancestros; todo gérmen civilizador parece extinguido
en él. El Indio en la actualidad parece bajar desde el punto de vista físico y moral en la
medida que la que se roza con nuestra civilización progresiva. Pero también que vida
es la suya! El nace al borde de un sendero, en pleno campo o en la esquina de un
mojón. Su madre lo lleva cerca del primer arroyo próximo, lo lava y envuelve en una
lana de oveja, pues ella lo carga a sus espaldas, donde el vivirá durante más o menos
dos años. Más tarde, cuando el pise la tierra, su infancia será triste, convertido en
adolescente no tendrá iniciativa alguna. Una vez hecho hombre, siempre le faltará el
honor, y de viejo, él carecerá de dignidad.
Si por suerte o desgracia la naturaleza la hizo del sexo femenino, la joven no
tendrá pudor y la mujer rifará su virtud.
Tales son los últimos descendientes de los Aymarás y Quechuas de Bolivia.

1Ibid. pgs. 452-453

- 372-
éía s oMupres en la h isto ria de B olivia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

• La Mujer Boliviana
Alberto Blancas, 1900 *

No es posible en un libro de viaje prescindir de la impresión que haya produci­


do en el espíritu la mujer del país que uno visita primero, porque ella se impone como
factor en los recuerdos recibidos, y después, porque la galantería exige que se le pre­
sente para que se le conozca.
Un libro de viaje que no cite a la mujer, es como una primavera sin flores, sin
ese sello que complementa la obra, y la mujer boliviana se ofendería con gran razón si
se le pasase en silencio, porque es digna de que se recuerde y digna de que se le presente.
Por otra parte, debo a un amigo una respuesta a estas preguntas:
¿Cómo es la boliviana? ¿Airosa como sus llamas y feble como su moneda?
como decía un emigrado argentino, o ¿altiva como sus cerros e inconstante como sus
minas? como dijo el poeta.
Hay en todo esto un problema y su solución debe interesar.
Si hablo con el espíritu analítico del viajero, estudiándola físicamente primero,
debo declarar que es graciosa, interesante sin ser bella, salvo escepciones naturales;
pequeña por lo general, pero con todos los atractivos que hacen de su físico un conjun­
to armónico, simpático, y dá en sus detalles un carácter especial a su fisonomía.
Moralmente estudiada es inteligente, pero debe ser caprichosa, y esto lo pongo
en tela de discusión porque, deduzco por las impresiones recibidas en su conversación
que la boliviana tiene y busca un ideal al que no encuentra en el medio en que vive,
porque hay que confesarlo con franqueza, socialmente la mujer vale más que el hom­
bre allí, y permítaseme esta declaración sin que ella se tome ni por un cumplimiento ni
por la inclinación natural al sexo.
Pero su capricho es lógico, porque una mujer sin él no sería mujer, pues parece
que la naturaleza al dotarla de grandes cualidades ha querido también imponerle un
castigo, y así Dios castigó a Satanás con no amar, castigó a la mujer con la insaciabili-
dad del deseo para compensar la credulidad de Adan quien debía ser un tonto cuando
pudiendo gozar de todos los beneficios del Paraíso se dejó engañar por Eva comiendo
una manzana.
Desde entonces el mundo marcha en el orden moral obedeciendo a dos fuerzas,
la una que dirige el hombre que por tradición se ha hecho desconfiado, y la otra dirigi­
da por la mujer, que se ha hecho caprichosa, porque quiere siempre dominar y hacer
comer la fruta prohibida, y no se satisface nunca con ser bella e inteligente, sino que
desea ser reina y someter al hombre a su voluntad. Capricho y mujer son, pues, sinóni­
mos y la mujer boliviana puede ser espécimen.
Pero con todo, hay que reconocer que no se puede vivir en Sucre sin su amistad
* Un via je a B o livia
Imprenta, Litografía y Encuademación Barcelona, Santiago de Chile, 1900.

- 373-
fp
B eatriz R ossells

o su afecto, porque por más que uno quiera evitarla la encuentra y por más que se
quiera ser indiferente, lo seduce. Hay ojos negros que a pesar de que uno sabe que son
la boca de un abismo, como el abismo atraen.
La boliviana no se viste bien, calza mal, y al extranjero sobre todo llama su
atención la costumbre de verla salir por lo general de manto y con la cabeza descubier­
ta. La moda se conoce que poco la preocupa y sólo en los bailes se presenta ataviada.
El alma de la boliviana es de artista; casi todas las damas y niñas tocan el piano,
la guitarra, la cítara, la mandolina o cantan, lo que prueba que un sentimiento delicado
las anima, porque la música es su revelación más concreta.
En el hogar es ejemplar y como toda mujer sudamericana siente el orgullo de
ser madre y el respeto que su posición le da.
Hay sin embargo una observación curiosa que hacer y es la cantidad de viudas
que hay en Bolivia. A este respecto muchas veces me he preguntado: ¿serán tan malos
los hombres que las mujeres los matan? ó ¿serán tan malas las mujeres que los hom­
bres prefieren morirse?
Lo cierto es que esta curiosa observación más de una vez me ha hecho reflexio­
nar, y si no es por la explicación del doctor Tissot, de París, que dice que las mujeres
viven más que los hombres por lo general, debido a que charlan mucho más que ellos
y eso constituye para ellas un ejercicio que basta para la circulación de la sangre sin
cansar los órganos vitales, declaro que creo que no es en la lengua donde debe buscarse
esa explicación, sino en las condiciones naturales del clima que acorta la vida de los
hombres y prolonga la de las mujeres, al punto que no sería extraño que fuesen las
mismas mujeres las que algún día pidan la modificación del régimen matrimonial y se
autorice al hombre a casarse con dos o tres reconociendo las ventajas de la poligamia.
Esto no es sin embargo más que hipotético, porque en el espíritu religioso de la
boliviana, por ahora levanta protestas, pero como todo cambia y por el momento son
las viejas las que se oponen, quizás más adelante se llegue a ese fin y ese principio
social favorezca la población de Bolivia, porque el día que se sepa que hay un país
rico, de clima espléndido y donde el hombre puede casarse con dos o mas mujeres
simpáticas e inteligentes, el extranjero de seguro vendrá a este paraíso que le brinda
una vida de goces y esperanzas.
Algo que uno no se explica es por qué razón los bolivianos son celosos de sus
mujeres, cuando éstas por su carácter, educación y por el mismo medio reducido en
que viven y hace imposible todo desliz, deben tranquilizarlos, pues creo que serán muy
pocos aquellos maridos a quienes San Pedro haya tenido que recibir vestido de torero.
Un amigo muy espiritual me decía a este respecto y como prevención funda­
mental: “Aquí los maridos son como los loros, uno cuida de los otros, y en cualquier
fiesta o paseo verás que así como los loros cuando se alejan de las loras dejan uno para
que las cuide, de los maridos bolivianos, sin que sea necesario convenio previo, queda
uno para observar”.

- 374-
é^as C'Mujeresen la h istoria de B olivia - Im ágenes y realidades d el sig lo XIX

Felizmente mi posición de casado y mi carácter hacían que recogiese la obser­


vación más como dato de viajero que como informe utilitario.
Concretando y satisfaciendo las preguntas del amigo que al principio apunto, a
mi juicio la boliviana es difícil como los caminos de su país y peligrosa como sus cuestas.

Las Cholas

La chola es en Bolivia todo un tipo; mezcla de indio y de español, presenta los


caracteres propios de las dos razas. Generalmente bonita, de estatura regular, airosa,
altiva, generosa, con su color bronceado y formas desenvueltas puede ser digna de un
modelo Barbedienne; lleva con suma gracia su pintoresco traje, que al extranjero im­
presiona sobre todo por su forma, sus colores y a veces por el lujo en los días de fiestas
o solemnidades en que hace gala de él.
Una pollera azul, roja, verde, violeta u otro color, que apenas llega al tobillo,
recogida en miles de pliegues en la cintura en una extención de media vara, va ensan­
chándose proporcionalmente hasta darle un vuelo de más de dos metros, que a veces
aumenta porque colocan bajo esa primera otras inferiores. Una enagua rica que mues­
tra un bordado calado de cuarta y media remata la pollera y un zapato de raso de color
generalmente distinto del de la pollera que ajusta una media de seda, completa la toilette
en esa parte. El cuerpo lo cubre una chaqueta de seda de diferente color del vestido y
sobre ella colocan un rico mantón de espumilla de manila o de rica lana bordado.
De las orejas cualgan ricos pendientes de perlas. El peinado es sencillo, pues
sólo consiste en una raya al medio que divide el cabello en dos y forman dos trenzas.
Hay chola de esas que en un día de fiesta lleva sobre sí un traje y alhajas por
valor de mil o más bolivianos. La chola pobre, la chola sirviente, usa la misma forma
de pollera, pero va descalza o con zapato sencillo pero sin medias y cubre su camisa
por una manta de lana. En todo caso busca el contraste de color y nunca el del vestido
es igual al del manto, lo que hace que a las calles de Sucre den animación esos colores
tan vivos y llamen doblemente la atención del extranjero.

La chola rica es generalmente dueña de algún pequeñito almacén o chichería y


muchas tienen sus carnicerías y tiendas y son distinguidas o conocidas por sobrenom­
bres especiales. Ciertas ceremonias religiosas son costeadas por ellas, pues la chola es
sumamente cristiana y tiene honor y orgullo en poder ser designada alférez de tal o
cual fiesta de algún santo, título que adquieren por año, encargándose cada una de las
designadas, de los gastos de esa fiesta, en la que invierten bastante dinero y días, pues
todas las procesiones, músicas, comidas, bailes y bebidas corren por cuenta de la alfé­
rez, la que por competencia con la que lo ha sido anteriormente se esfuerza en superar
el éxito.

- 375-
B eatriz Ros selIs

Pero sobre este fausto y generosidad de la chola hay un rasgo superior que la
acteriza y este es el sentimiento elevado que tiene del amor, que para ella está sobre
0 cálculo, al punto que no será jamás de un hombre que no quiera aunque éste le
;zca el mismo cerro de Potosí.
Llega la exageración de este sentimiento hasta el capricho y no es un sólo caso
3 muchos los que se refieren de extranjeros que enamorados de cholas no han sido
respondidos por más esfuerzos que han hecho.
El mayor placer de la chola es que se le haga corte, se le mime, se le atienda
10 si fuera una dama de gran mundo; y en las fiestas que da ó á que invita sería una
isa que se pretendiera pagar, pues no lo consentiría jamás.
Tiene el vicio de la bebida y abusa de ésta hasta emborracharse, lo que le hace
ier en ese estado sus facultades y las embrutece. No puede decirse que sea inteli-
te y, por el contrario, puede asegurarse que es ignorante. Sus pasiones son violen-
ama ú odia, y se asocia á su marido ó á su amante en las empresas de éstos, llegan-
m los movimientos políticos hasta la exageración su valor, pues se han visto las
3S de Sucre, después de algunas revoluciones, cubiertas de cadáveres de cholas, las
en su entusiasmo por ayudar al grupo en que se alistaban llegaban á ponerse al
te del enemigo ayudando á desempedrar las calles para ofrecer á sus maridos, hijos
rantes, las piedras con que debían armar sus hondas.
En una plaza pequeña y bastante desatendida y sucia, en la que levantan sus
las ambulantes, las cholas tienen su mercado que no merece describirse porque
1notable ni curioso ofrece.
Una de las costumbres que más llama la atención del viajero, tanto en una chola
o en la india, es la manera de llevar los hijos. Figúrense que esas pobres criaturas,
; inocentes, viven en un peligro inminente desde que nacen hasta que saben cami-
pues las madres los llevan á la espalda cruzados por la manta que usan y atan á la
ira, y como poco se preocupan que vaya gritando, durmiendo, enfermos ó incómo-
porque ellas con tal de tener las manos libres van tranquilas, y no es extraño que
ias vayan borrachas, los pobres muchachos van expuestos á caer ó golpearse sin
ísto á la madre le dé el menor cuidado.

- 376-
écas QÁüijeres en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y realidades d e l sig lo XIX

• Mujeres y hombres de Chuquisaca


Ciro Bayo, 1912*

Las rabonas
Casi todo el contingente militar lo dan los indios y los cholos.
Los españoles, como se llaman los criollos en su filiación, forman la guardia
nacional y se añaden al ejército sólo en caso de guerra. Ese vicio de origen, causa del
descrédito militar, es, en cambio, lo que hace del soldado boliviano el primero de Sud-
América. Más disciplinado que el soldado de Bolivia será sin duda el de muchos paí­
ses, pero más sufrido y más estoico, ninguno. Diez o doce leguas por sendas escarpa­
das, son una jomada que el indio vence a pie, sin experimentar cansancio ni fatiga. Un
poco de coca, de maíz tostado o de papas cocidas le basta para alimentarse y adquirir
nuevas fuerzas; y después de largas jomadas, en medio de su desnudez y privaciones,
pelea en los momentos de combate, siempre que sus jefes le den el ejemplo y pueda
después folgar con sus rabonas.
La rabona es la compañera del soldado, aunque no siempre sea la legítima,
pues hay muchos que dejan su cuya en el pueblo y toman su rabona, que viene a ser la
mujer en campaña. En el ejército boliviano no hay cantineras, ni hacen falta, desde que
cada guerrero tiene una sirviente que le prepara la comida en marcha, en los campa­
mentos y en el cuartel. En esto se parecen a los lansquenetes de Wallenstein.
La rabona es tan sufrida como el soldado. Le sigue a todas partes y le acompaña
en sus marchas por largas y penosas que sean. El indio, que soporta toda fatiga, no
aguanta la falta de su rabona. Cuando algún jefe ha querido impedir la compañía de
esas mujeres, liase notado que el soldado estaba violento y que las deserciones se mul­
tiplicaban.
Lo más que ha podido conseguir, es que se cumpla una orden dada por Severo
F. Alonso, siendo ministro de la Guerra (1893), por la que se prohibió a las rabonas
dormir en el cuartel, estableciéndose por primera vez el rancho.
Las indias vendedoras
Las indias chuquisaqueñas visten unas de pollera y refajo obscuro y corto, y
otras de vistosos colores, con un chal de color vivo y sombrero pequeño de lana o paja.
Los hombres, de pantalón corto partido por detrás hasta la corva, en forma de bandera
cuando corren, y el mismo sombrerito pequeño puesto sobre un gorro de lana, en in­
vierno. Unas y otros no usan medias, y se calzan con ojotas o sandalias de cuero.
Las mujeres traen en la madrugada sus canastas de frutas y otros producto; se
posesionan del mercado, y sentadas en el suelo pasan hilando y vendiendo todo el día.
Este hábito de hilar en pequeños husos es generalmente entre ellas; se las ve en los
caminos, en las calles, en sus ranchos, siempre con el huso en la mano, preparando el
hilo para tejer el burdo paño con que se visten.
*C h u q u i s a c a o L a P la ta P e r u le r a , Madrid, Librería General de Victoriano Bayo, Madrid, 1912.

- 377-
B eatriz R ossells

El indio, como jornalero, gana de 40 a 50 centavos al día (una peseta), sirvién­


dole el excedente de sus gastos de alimentación, para chicha o aguardiente. En general,
se dedica al transporte de frutos, forraje y demás provisiones de los vecinos valles.
Hacen el acarreo a hombro, pero en su mayoría son dueños de borriquillos, y
éstas son las bestias de carga, cuando no son las llamas, que sólo sirven para llevar
panes de sal o de azúcar. Estos burros de la indiada chuquisaqueña son los más
alborotadores e impacientes de todos los asnos del mundo. Pero tienen razón que les
sobra. Los indios cortan la cola a las burras tan a cercén, tan cerca de la rabadilla, que
maese Rucio que lo ve, brama de sensualidad y de coraje. De ahí el espectáculo, poco
edificante, que en plena calle dan estos solípedos al menor descuido de sus guardianes,
sin que valgan palos y amenazas, porque el rucio, ebrio de lujuria, se revuelve a coces
y mordiscos.
No mucho más comedidos son los indios. Como en Sucre no hay retretes públi­
cos, el indio que no desembarazó el cuerpo en algún guaico o muladar de los que
rodean la población, lo hace impunemente en el mejor lugar que halla a propósito.
Ellas, las indias, disfrutan de mayor privilegio. En las calles más céntricas, es de verlas
ponerse de cuclillas en medio del arroyo y empollar el huevo, como gráficamente me
decía un paisano que hallé en la Catedral.

Las cholas
Las cholas tienen el mismo aire de desenfado y de voluptuosidad de las mulatas
de otros países. Visten de corto, poniéndose tres o más polleras acampanadas, pero
muy ceñidas a las caderas, una encima de otra, de color muy vivo; adornando los bajos
con la orla del centro o enagua, que sólo llega hasta el tobillo.
Unas llevan medias y otras enseñan las pantorrillas desnudas; y todas calzan
chinelas, especie de zapatillas toreras. Son bastante agraciadas, y lo serían más si fue­
ran más limpias. Algunas de ellas van hechas un brazo de mar, con el pelo partido en
dos trenzas, pañuelo de Manila, polleras de seda o de terciopelo, zapatillas de raso y
largas caravanas o arracadas de plata. Por su donaire y gracejo recuerdan a las majas
andaluzas.
No así los hombres, que por su manera de vestir, resultan una caricatura de
nuestros chulos, por donde les vendrá el nombre de cholos, cambiada la u en o. Usan
sombrero ancho, chaquetón corto de mangas muy ajustadas y pantalón más ceñido
aún. Algunos ostentan alamares y camisa de chorreras; pero por majos que vayan re­
sultan chalanes de feria a la vista esperimentada de un español.
Entre los cholos se practica el sirvinacu , concubinato legal antes de
matrimoniarse. Es costumbre tan general entre la plabe, que rara vez se casa un indio o
un cholo sin haber sometido la mujer a esta prueba, inmoral según nuestras rutinarias
costumbres, pero previsora y acertada como lo demuestra la experiencia*.
*Ibid.pg. 205.

- 378-
Q M lijereS en la h isto rla B o livla - Im ágenes y rea lid ad es del s ig lo X IX

Las Criollas
La gala de Sucre es el vecindario criollo, los viracochas; nombre que los súbi­
tos de Atahuallpa dieron a los españoles de Pizarro. Viracocha quiere decir hijo del
Sol; y la plebe quichua sigue llamando así a los criollos de.sangre azul. Corresponde,
pues, a nuestro tratamiento de caballero, y a este tenor, he tenido el gusto de oirme
llamar “hijo del Sol” un millón de veces.
La vida chuquisaqueña es poco agitada.
Por la mañana, los hombres se encierran en su oficina y dejan a las mujeres que
vayan a sus devociones. La señora criolla va a la iglesia de negro, tocada con la verónica,
prenda que visten con suprema elegancia, ceñida a la cabeza como la mantilla, pero
larga y holgada como el manto de las limeñas. Usanlo encuadrando con ella la cara,
liándosela al cuello y cubriendo en ancho vuelo todo el cuerpo con pliegues y escorzos
seductores. Esa prenda tan recatada, tan monjil, el garbo de las criollas la hace provo­
cativa y de una belleza tan plástica como el más descocado “incroyable”. Razón por la
que un señor arzobispo prohibió, allá en Lima, el uso del mantón ya se entiende que sin
conseguirlo, catalogándole entre las tentaciones de San Antón. Fuera de estos actos
visten a la última moda parisiense*.

Las criollas, en cambio, son muy recatadas y modosicas, y muy poco halconeras,
sobre todo en Sucre, en cuyas calles crece la yerba, y bien poco hay que ver.
Lindas y mimosas las chuquisaqueñas, su principal encanto estriba para un es­
pañol, en el característico dejo de la pronunciación americana, que si en ellas encanta,
en los hombres desplace.
En la intimidad son más seductoras todavía. Hay en el lenguaje criollo bolivia­
no dos partículas que dan mucha gracia a la conversación: el che y el vos**.
Las pollas chuquisaqueñas Lámanse chotas, así como miseas las matronas, éste,
tratamiento cariñoso que se estila también en la Argentina, aunque aquí dicen misia,
En una u otra forma, es reminiscencia del castellano de la conquista, porque en los
clásicos se lee misa, en el mismo sentido***.
La sociedad sucrense es tan amable, tan asequible, que es lo más fácil para el
forastero ser presentado a ella, siendo recibido con tal fineza y agasajo tanto, que dejan
a uno obligado para siempre. A nadie se pregunta quién es, ni de dónde viene; antes por
el contrario, la circunstancia de ser gringo (extranjero) avalora la presentación.
Excusado es decir que un gringuito o un galleguito (español), no mal parecido,
avispado y de buenas costumbres sobre todo, es el preferido de las criollas y candidato
a capellán, como llaman en Bolivia a los que se hacen ricos por alianza matrimonial.
Es un decir antiguo: “Vino, marido y bretona (clase de paño), de España
Yo no fui capellán porque nunca me dio el naipe por casarme. Mis amores con
las chuquisaqueñas fueron todos fáciles y flor de un día. Los más formales, los más
* Ibid. pg. 21!.
** Ibid. pg. 215
*** Ibid. pgs. 220-223.

- 379-
B eatriz R ossells

íntimos, túvelos con una beldad, pero tan veleidosa, que hube de pedirla un si o un nó
terminantes y categóricos.
Ella, entonces, cortó una flor de suncho, especie de margarita arbórea de largos
pétalos estrellados que en Bolivia sirve para cébala amorosa, haciendo estas pregun­
tas: —¿Me quieres? — Te quiero. —¿Poco? —¿Mucho? —¿Nada? A cada una de estas
interrogaciones, se arranca un pétalo a la flor, y en el punto que las preguntas se cortan
por haberse agotado las hojuelas, allí está la respuesta. Es una superstición amorosa,
digna de celebrarse por Anacreonte.
Mi criolla, apremiada por mi ultimátum, deshojó la flor y me tocó ... nada.
— Ya lo ves, ché\ nada —me dijo al final de la consulta.
Y yo le contesté, en son de despedida, con una copla del país, entreverada que
quichua y español:

Amañapis munahuaichu
(aunque ya no me quieres)
ya después que me has querido,
¿piñatak ckechuiahusun
(quien ya nos ha de quitar)
el gusto que hemos tenido?

* * *

La asociación de ideas me hace hablar aquí del candelero, curioso ejemplar


de la fauna boliviana. Candelero es el hijo de cura, condición de la que en América no
se hace caso mayormente; pues ni los clérigos se recatan de su obra, ni la gente se
escandaliza de ella.
El concubinato de los clérigos está plenamente admitido en América. Las
leyes permiten a los hijos de tales clérigos sucederles en los bienes de sus padres aun­
que mueran éstos ab intestato. Preciso es confesar que el clero criollo se señala por una
conducta licenciosa que, hasta cierto punto parece hallarse protegida por la ley. Igual
sucedía en España hasta el reinado de los Reyes Católicos, época en que Cisneros
sentó la mano a curas y frailes licenciosos.

- 380 -
6. LA EDUCACIÓN
Y EMANCIPACION DE LA MUJER
éía s oMiijeres en la h isto ria de B o livia - Imágenes y re a lid ad es del s ig lo X IX

E l m a tr im o n io c iv il
J o s é S e lg a s , 1 8 7 5 *

I
Pero ántes que en Zurich, en Londres y en New-Yorck se hubiese pensado for­
malmente en dar á la mujer los derechos del hombre, ántes de arrancársela á la natura­
leza, al hogar doméstico y á la familia, plantándola libremente en medio del arroyo de
todas las libertades; ántes, en fin, de que Mr. Reynauld pensara en hacer de la mujer un
objeto eternamente bello, era preciso, para que el trabajo no sea inútil, fundirla en el
crisol de su nuevo ser; preparación indispensable para que desde el mismo umbral de
su casa pueda lanzarse sin escrúpulo á los risueños espacios de la sociedad que ha de
recibirla.
Porque, justo es reconocerlo; una mujer sometida á la autoridad de sus padres,
ó sumisa al cariño paternal de su marido, ó sujeta á la sagrada obligación que la impo­
nen los hijos por el doble vínculo de la naturaleza y de la religión, no es, ciertamente,
la mujer á propósito para desempeñar en el mundo las libres funciones á que la destina
la sociedad presente.
Sobre el derecho natural y sobre el derecho divino, está, decididamente, el de­
recho moderno.
No es muy difícil sublevar á las hijas contra la vijilante autoridad de los padres,
y es posible desatar á las madres de la cadena que las sujeta al incesante cuidado de los
hijos: hay hijas rebeldes, hay madres desnaturalizadas: pero es imposible sustraer á la
mujer del dominio que sobre ella ejerce la influencia del hombre.
Ante semejante obstáculo, la regeneración de la mujer tropezaba en una dificul­
tad insuperable: había demostrado la experiencia que la hija abandona á sus padres por
un hombre, y que un hombre puede hacer que la madre olvide á sus hijos: mas ¿cómo
conseguir que el corazón de la mujer se sobreponga á su impulso más poderoso? ¿Cómo
extiipar en ella la preocupación inextinguible de santificar el amor de su alma? ¿Cómo
impedir la pretencion de hacerlo eterno, envolviéndolo en la red inquebrantable de
lazos indisolubles? ¿Cómo, en fin, negar á la unión de dos tiernos afectos, la necesidad
de la sanción divina?.
¿Cómo?
Los filósofos de la Razón soberana y los moralistas de la Moral universal de
todos los tiempos, han hecho siempre esfuerzos supremos por infundir en las ideas é
inocular en las costumbres aquel espíritu, digámoslo así, material con que el paganis­
mo divinizó todas las sensualidades; mas no era fácil volvemos al respeto de aquellos
dioses sin pudor y sin conciencia, á la adoración de aquellas divinidades sin virtudes;
era preciso que el mismo culto levantara otros dioses, y la diosa Razón obtuvo un altar:
adorándola el hombre se adoro á sí mismo: adorándose á sí mismo se tributó el culto de
*E l C ruzado. Revista Religiosa del Arzobispado de La Plata 1574, p,514—515.

- 383-
B eatriz Rossells

todos los placeres; y la moral, impotente para sujetar los pensamientos y encadenar las
acciones de los hombres, se redujo á reglas de mera conveniencia, uniéndose al desen­
freno de las costumbres como se une la palabra al pensamiento, el número á la canti­
dad, la sombra al cuerpo.
Pero, ya se vé. esta revolución necesitaba completarse: habia gentes que se
veian detenidas por la tirantez de su propia conciencia, y el concubinato, por ejemplo,
se ocultaba avergonzado de su propia deshonra: era preciso legitimarlo; las mujeres
permanecían obstinadas en creer que no eran esposas legítimas si no hacían delante de
Dios el voto solemne de cariño perpétuo, y la santa promesa de una fidelidad honrosa.
Semejante conspiración, urdida en el seno de las familias honradas, detenia en
España la marcha majestuosa del progreso.
Era, pues, urgente disipar tan tenaz preocupación: era preciso desvanecer los
vanos temores de la conciencia: era necesario hacer lícito lo que habia sido siempre
deshonroso; hacer respetable lo que siempre habia sido despreciado, y detrás de los
filósofos y de los moralistas, vinieron los legisladores.
A éstos, sin duda, les tocaba el papel de terceros en la obra de tejer voluntades
por detrás de la Iglesia, y las mujeres honradas y las mujeres libres se encontraron
manos á boca dentro de una legalidad común, dentro de la ley del matrimonio civil.

II
Yo soy un hombre razonable: comprendo perfectamente que reglamentado el
provechoso comercio de los garitos y ordenada la honesta industria de las mujeres
públicas, no hay razón para tener fuera de la ley á los que deseando vivir en estrecha y
voluptuosa comunicación se unen libremente, sin pasar por la humillante ceremonia
de los votos solemnes y de las santas promesas.
Reconocido el derecho imprescriptible del tahúr y el babeas corpus de la rame­
ra, la equidad reclama la inmediata protección de las leyes en favor del concubinato.
Pero bien: por lo mismo que soy razonable, necesito buscar la razón de las
cosas. Concedo á todas las religiones la misma dosis de verdad, y por lo tanto, me
siento muy capaz de vivir sin ninguna.
Perfectamente; mas lié aquí que en cierta ocasión me ocurrió la idea de casar­
me, y me casé como Dios manda; una vez casado, tuve una hija; esta hija se ha hecho
mujer, tiene novio y, lo que es natural, va á casarse.
¿Ante quién la caso? ¿Ante Dios ó ante el alcalde? ¿Pongo su amor y su virtud
al amparo del Sacramento, o la entrego á la acción civil de un simple contrato?
Veamos:
El matrimonio, dice la ley, es indisoluble por su naturaleza; pero ¿cuál es la
naturaleza del matrimonio? ¿Es puramente humana?... Entonces el matrimonio es di­
soluble por su naturaleza, ¿Es divina? ... Entonces el contrato celebrado ante el alcalde
no es matrimonio.
Si no hay en el matrimonio civil más virtud que la que resulta del mútuo acuer-
- 384-
las O Unieres en la h isto ria de B o livia - Imágenes y realidades del sig lo XIX

do de dos voluntades, la virtud que une desaparece en el momento en que ambas vo­
luntades se convengan en separarse. Roto el contrato, cada una de las partes es libre
para celebrar contratos nuevos; y razonablemente mi hija, sin llegar á ser viuda, puede
llegar á tener hijos de diversos padres.
Esta es la prostitución legal.
Mas no es eso; el compromiso hay que contraerlo por toda la vida. ¿A quién
hago yo esta promesa? A una mujer que á la vez me promete lo mismo. Yo tengo su
palabra y ella tiene la mia, y de este modo nos encadenamos mútuamente; nada nos
sujeta el uno al otro más que nuestras recíprocas palabras; pero hé aqui que un dia nos
las devolvemos con la misma formalidad con que nos las dimos. ¿Qué razón hay para
que desde ese momento no quedemos uno y otro tan libres como lo éramos ántes de
celebrarse el contrato?
Pero ya se vé; este contrato se sale de la regla de todos los contratos, porque es
preciso hacerlo absurdo para que no aparezca inmoral.
No hay ningún contrato humano que sea indisoluble por su naturaleza, excepto
el matrimonio civil, que lo hace indisoluble la ley, que para este caso se apropia una
facultad que no tiene.
Yo soy razonable; me suelo reir de las leyes divinas; pero me someto á las leyes
humanas, y me decido á casar á mi hija civilmente. Mas me pregunto:
—¿Quién ha hecho esta ley?
Y me contesto:
— ¡Oh! Quien puede hacerlo todo: un gobierno y un parlamento.
Y vuelvo á preguntarme:
—Pero detrás de un gobierno y de un parlamento, ¿no hay otro parlamento y
otro gobierno?
Y vuelvo á contestarme.
— Ese es el orden constitucional.
— Lo que hace la omnipotencia de un parlamento, ¿no puede deshacerlo otro
parlamento omnipotente?
— Ese es el juego parlamentario.
— Pues bien; si el progreso no ha dicho todavía su última palabra; si es un paso
en el camino de la civilización el matrimonio civil, ¿no debemos esperar la promulgación
inmediata de otra ley más perfecta, que declare la disolubilidad de ese matrimonio?
— Eso es lo lógico.
—Y entonces ¿qué habré yo hecho de mi hija?
Siendo una ley puramente humana la que por mayoría de votos decreta la indi­
solubilidad del matrimonio, ¿quien asegura que otra ley hecho del mismo modo no lo
declare disoluble?
Yo soy razonable; no concedo gran importancia á las ceremonias religiosas;
pero la ley civil no puede dar al matrimonio una perpetuidad de que ella misma carece:

- 385 -
B eatriz R ossells

una ley mudable y fugitiva no puede imponer obligaciones eternas; casar, pues, a mi
hija ante el alcalde, es prostituirla ante la razón.
Así discurren las últimas precauciones hasta en los espíritus fuertes, cuando los
espíritus fuertes caen en la debilidad de ser padres.
Mas el progreso reclama la completa emancipación de la mujer, y no hemos de
pararnos ante un capricho de los padres.
Sea el amor libre, como es libre el pensamiento; no ha de tener el vicio ménos
derechos que el error; saquemos á la mujer de la servidumbre de sus más bellos senti­
mientos; para impedir que se prostituya legalicemos su prostitución, y teniendo dere­
cho para ser de todos, evitaremos que su corazón caiga en la esclavitud de pertenecer á
un hombre solo.

III
Francamente: contratar delante del alcalde la mútuas aficiones ó los mútuos
afectos; reducir el acto mas solemne de la vida á la simple formalidad de un convenio;
fundar la familia como se funda una sociedad de crédito; abrir la casa como una em­
presa abre un teatro, es, cuando ménos, declarar que la bella mitad del género humano
no tiene ya nada de qué avergonzarse.
El pudor era otra tiranía.
La mujer, presa en las redes de la honestidad, siente allá, en el fondo de su alma,
un secreto impulso que la hostiga; una dulce necesidad de amar y ser amada.
Un dia se encuentra con que la imágen de un hombre se le ha grabado en el
corazón, y el orgullo de su ternura le hace creer que solamente Dios puede ser testigo
eficaz de la fé de su carino.
Esta mujer se casa.
Hay otra que, rompiendo todas las ligaduras del decoro, experimenta la inquie­
tud de tumultuosos apetitos, y lanzándose á la mudable seducción de los deseos, hace
al mundo testigo de sus ominosos placeres.
Esta mujer se vende.
Entre una y otra no había términ'o medio, como no lo hay entre la virtud y el
vicio; mas era preciso establecerlo para que la armonía social se verificara en todas sus
partes, y el poder legislativo crea la mujer intermedia entre esas dos mujeres, ser origi­
nal que se casa según la ley y se prostituye según la razón; que adquiere una actitud
estrictamente legal, que es al mismo tiempo claramente inmoral; que no es ni esposa ni
manceba; que á la vez se despoja de la honestidad de la virtud y de la vergüenza del
vicio.
Esta mujer no quiere vivir sola, y busca la compañía de un hombre; la encuen­
tra, y hace al alcalde testigo de su unión, y la autoridad municipal la da permiso para
tener hijos.
Esta mujer se alquila.

- 386 -
<c€kf O Mujeres en la h isto ria de B o livla - Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

Para la mujer que se casa, el marido es su guia, su protección, su amparo, la


inteligencia que dirige, la fuerza que contiene.
Para la mujer que se vende, los hombres no son más que parroquianos.
Para la mujer que se alquila, el hombre es pura y simplemente un inquilino.
En el primer caso, el hombre y la mujer se unen.
En el segundo caso, se tropiezan.
En el tercer caso, se juntan.
Puesto el escalón del contrato entre las alturas del Sacramento matrimonial y
las profundidades de la prostitución, la mujer puede descender mas cómodamente de
la elevación de un amor santo al abismo del vicio libre.
Si conseguimos que prescinda de Dios para casarse, muy poco trabajo debe
costarle después prescindir del alcalde para perderse.
Y á la mujer perdida es precisamente á la que buscamos como el tipo completo
y perfecto de la mujer verdaderamente emancipada; sin vinculos con la naturaleza, sin
las ligaduras de la religión, sin los duros grillos de la moral, sin el freno del pudor, sin
la cadena de la familia, emancipada del hombre, emancipada del amor que es su vida,
hasta emancipada de sí misma.
La Venus moderna elevada sobre el altar de su hermosura, recibiendo el culto
del deleite y negociando ante el alcalde el tesoro de sus encantos.
Diosa que se vende para ser adorada; mujer que se alquila para ser madre.

- 387-
B eatriz R ossells

• C o n tr a lo s a fe ite s y la s q u e lo u sa n
D a m ia n d e V eg a s*

Ninguna se desmesure
ni demande contra mí,
demas, porque un poco aquí
de los afeites murmure.
Pues ¿quién no murmurará
de una vanidad tan clara
como es querer otra cara
de aquella que Dios os da?
O falta seso y buen tino,
o error y soberbia sobra,
al que osa enmendar la obra
al Artífice divino.
¡Oh linage olvidadizo!
¿De quién sois no veis ¡oh tristes!
que vosotras no os hicisteis,
sino que Dios fué el os hizo?
Hermana, si tu te hicieras,
no dudo en que, sin pecar,
mudar, poner y quitar
sobre tu hechura pudieras.
Mas si el Supremo Hacedor
te ha dado negros cabellos,
¿por qué quieres tu volverlos
rubios ni de otro color?
Con aguas de solimán
o otros sebos y juardas,
que en tus escondrijos guardas
con mas atención que el pan.
Negra blancura y beldad
tan presa con alfileres,
¡oh, pobrecitas mujeres,
y qué grande vanidad!
Ni contentas con aquello,
ponen de las salserillas

*EI C ruzado. Revista Religiosa del Arzobispado de La Plata. T. III N°65, Sucre noviembre 30 de 1875.

- 388 -
é^ífs cMupres en la h isto ria de B olivia - Imágenes y realidades del s ig lo X IX

color rojo en las mejillas,


do no quiso Dios ponello.
Del cual badulaque y churro
es grande descubridor
el tiempo que hace calor
que con el sudor lo escurre;
remediadlo no pudiendo
con el viento que se están,
no con poca ansia y afan,
con los ventalles haciendo.
Mas lo que es compasión,
que acostumbren estas cosas
también las que son hermosas
como las que feas son.
En lo cual muy bien se vé
mayor falta de juicio,
pues pecan de puro vicio,
sin por qué ni para qué.
Y estarán mas obstinadas,
que aunque les diga San Juan
que mas hermosas están
sin afeite que afeitadas,
no acabaran de creeros;
sino como el que traía
anteojos porque los via
traer á los caballeros,
aunque le impedían ver,
se los encajaba: así
suelen las que digo aqui
con los afeites hacer.

Por parecer delicadas,


van muchas (ved qué locura),
de apretarse la cintura,
enfermas y aterizadas.

Sin mil otras malatías


que padecen y flaquezas,

- 389 -
B eatriz R ossells

de jabonar las cabezas


con tortísimas lejías;
Pudiera Dios enrubiados,
pero un ley pareció;
ítem, lisos te los dio
¿por que queres tú enrizados?
Amiga de andar miríada,
deja, deja, ¡oh tortoilla!
eso para la abubilla
y para la cogujada.
No fabriques de tus pelos
nido ó choza al infernal
cazador, desde la cual
cuchuchee a los muchuelos.
Bástales a los cuitados
su frajilidad perene,
y los lazos que les tiene
el diablo y mundo armados.
Sin que busques tu invenciones,
haciendo de tus cabellos
perchas donde caigan ellos
a modo de perdigones.
Hate hecho Dios morena
y tú quieres blanca hacerle
con el hisopillo fuerte
dando a tu casco carena.
Hembras pues si tanto amais
vuestros cuerecillos caros
que con menjurges tan raros
los regaláis y afeitáis,
por Dios, ved como los tales
gozar puedan los afeites
de la gloria y los deleites
de las bodas celestiales.
pues quien quiere los del suelo
puédese mucho temer

- 390 -
éias QMigeres en la h isto ria de B o livia ■ Im ágenes y realidades del sig lo XIX

que ha de venir a perder


los soberanos del cielo,
siendo terrible locura
perder bien tan inefablemente
por otro tan miserablemente
vilisimo, que no dura.
Si la mujer entendiera
que tiene otra interior cara
a fé que no procurara
tanto lo que trae defuera.
Mas hé recelo que y temor
que por descuido y malicia
no ha llegado a su noticia
qué cosa es hombre interior.
Ni saben que el alma tenga
su cara que es la conciencia,
no de mortal apariencia
que en tierra a tornarse tenga,
sino eterna o inmortal
do suele con afición
enclavar su corazón
el Esposo celestial.
Cuando arreada y compuesta
de gracia y virtud se halla
esta gusta Dios miralla;
esta, damas, esta, esta.
Porque desoirá hermosura
que está en el terreno raso,
no hace el Señor mas caso
que de un poco de basura.
¡Ay me! Y de esta que El desprecia
vosotras mucho os precias,
y la otra desprecias,
que su bondad tanto aprecia;
dejándola arrinconada,
cual trapo viejo, a un rincón,

-391 -
B eatriz R ossells

tiznada como un carbón,


con mil pecados manchada,
posponiendo (¡oh cuento bello!)
la sanidad y el vigor
de todo el cuerpo al color
del pellejo ó del cabello.
Nescísimas en apuesto
porque no hay calamidad
que como la enfemiedad
venga a malear un jesto.
Es esto un perverso error,
penoso y mal sufridero
para los cuerpos, empero
para las almas peor,
por los grandes daños que hacen
(que ya comencé a decilíos)
en los flacos hombrecillos
que desas cosas se aplacen;
ultra de los propios dellas,
que no deben ser menores.
Mirad, por Dios, confesores,
bien esto para absolvellas.
Y no es menos de dolerse
el gran tiempo que se gasta
aderezando la pasta
que la tierra ha de comerse;
el cual debria emplearse
en componer y adornar
las almas con el ajuar
con que el cielo ha de entrarse.
Que es la gracia soberana
virtud y merecimientos,
los cuales son instrumentos
con que la gloria se gana.
digo las que, se engalanan
con adornos tan sobrados,

- 392 -
^ M u je re s en la h isto ria de S o livia - Im ágenes y realidades d el s ig lo XIX

que a los retablos sagrados


de los templos se la ganan;
pues tal hay que largamente
vestir cien pobres podria
con el oro y pedreria
que viste supérfluamente.
A las personas reales
saco aqui, que por razón
de representar quién son
están bien adornos tales.
Pues no soy tan desbocado
que me entrometiera en eso,
sino donde siento exceso
de cada cual en su estado.
Porque por nuestros pecados,
infinitas debe haber
que no tienen que comer
y quieren vestir brocados.
Exceso muy de llorar
tener tal cuidado y costa
con una cansada posta
que va a dar al muladar.
¡Ay de mi! Una criatura
aques hedionda, doliente,
que le es fuerza brevemente
podrirse en la sepultura
y entretener los gusanos,
¿que ha menester tantos trajes,
ujier, afeites, plumajes,
ambares y adornos vanos?
Mas aun falta que roer
nuestro hueso (oh! estraño em­
buste!)
¡Oh alma triste y mezquina!
¿Por qué os tratan tan mal?

- 393 -
B eatriz Rossells

¿Por qué, siendo celestial


y á semejanza divina,

no ha vergüenza de poneros
el cuerpo, que es semejante
al de las bestias, delante,
y á vos por los trashogueros?

En injuria manifiesta
que á la señora, á la hermosura,
traigan sucia y andrajosa,
y á la sierva vil compuesta.

Traición de injuria brava,


que empleen estas traidoras
cada dia muchas horas
en componer á la esclava,

y que lleven de año á año


á la señora al pilar
de la penitencia, á dar
un apresurado baño.

Mas padezca esa molestia


la apocada y majadera,
pues no íué cuando debiera
para sujetar su bestia;

y mientras que no lo hará


á palos y sofrenadas,
están muy bien empleadas
estas coces que le da.

Mas ¿qué diré de los trajes,


galas y curiosidad
con que son de vanidad
hechas vivos personajes?

que haya casado que guste


que se afeite su mujer.

Y que haya asimismo quien


de su mujer apetezca
que esté ó vaya do parezca
á los otros hombres bien.

- 394 -
K ^ X Ú jd íS S en la h isto ria de B o livia ■ Im ágenes y realidades d e l sig lo X IX

¡Oh gente de baja raza,


que no alcanza su rudeza
que la mujeril flaqueza
no ha menester añagaza;

antes fuerte traba y freno,


silencio, labor, clausura,
y aun ojalá y gran ventura
si vinieren á lo bueno!

Pues quien gusta que afeite


su mujer, en especial
si es ella liviana, el tal
echa al fuego que arde aceite.

Y si quema algún dia,


quéjese de si el churniego,
pues en vez de matar fuego,
de nuevo añadió al que habia.

Mas quiero quedarme aqui


que veo una flota gruesa
de gente, aguzando apriesa
sus navajas contra mi;

y por ahorrar de miedo


muchas viudas y doncellas,
con que están si diré dellas
lo que ellas saben que puedo.

De lo cual alzo la mano;


porque pensar en un dia
decir todo lo que habia
fuera pensamiento vano.

- 395 -
B ea triz Rossells

• L a e d u c a c ió n d e la M u je r en la e s fe r a d e la s e s p e c ia lid a d e s c ie n tífic a s
R o d o lfo S o r ia G a lv a r r o , 1 8 7 8 *

Cuando el soberano Arquitecto del Universo formó a la mujer de una parte del
cuerpo del hombre, dióle a este no una vil esclava dispuesta a pasar su vida ocupada
solo con las hienas de la casa; no una especie de máquina construida para el arreglo
interior del hogar; ofrecióle sí una intelijente compañera que debia ayudarle a sobrelle­
var las fatigas de la vida. La misión que Dios impuso a la mujer no era encadenar sus
preciosas facultades. Su intelijencia debia ensancharse y dirijirse a conocer la verdad
en todas sus mas elevadas manifestaciones; su voluntad debia quedar dispuesta a su
mas ámplio y moral desenvolvimiento; porque la mujer, esa hermosa mitad de la hu­
manidad, está respecto de las facultades morales del hombre en un nivel quizá supe­
rio r- No hablamos sin datos positivos - Conteste por nosotros la estadística de
instrucción de los Estados Unidos de la América del Norte, único país donde la mujer
dá raudo vuelo a sus facultades: “Numerosas Universidades, dice Emilio Jonveaux, se
han fundado para las jóvenes no considerándose ningún estudio demasiado elevado
para ellas: en las matemáticas, el áljebra, las ciencias naturales y abstractas, rivalizan
con los estudiantes del otro sexo, y a veces los exeden, habiendo obtenido los varones
en la escuela Superior de Chicago, en el año de 1861, solo cuatro premios de diez y
nueve que existían. Los solos estudiantes de griego y latín que se hallaban en Detroit,
eran niñas; asi como dos de ellas han sido las únicas dedicadas al estudio de la Astro­
nomía y también al de la música”.
En otra parte hace notar este mismo escritor, que caso todos los que dirijen
establecimientos de instrucción, pertenecen a este sexo mirado con tanto descuido para
nuestros lejisladores y que es la palanca mas poderosa para dirijir a las naciones hacia
su mas alto progreso.
Conocidos estos hechos de tan alta importancia ¿puede aun sostenerse que la
mujer “es radicalmente incapaz de toda instrucción y de cuanto sea grande y serio”?
(Mr. de Maistre). Me parece racionalmente imposible, y, para dar mayor fuerza a lo
enunciado ya, recorramos la historia, esc espejo donde se refleja el porvenir.
Amasia y Hortencia en la antigua Roma se dedicaron con buen éxito al sacerdocio
de la Abogacía. La Lezardiero autora de “La teoría política de las leyes francesas” era
doctícima en derecho. Safo poetisa griega, nos ha dejado monumentos soberbios le­
vantados por su fecunda imajinacion.
Santa Teresa de Jesús, pulsaba la dulce lira del poeta con tanta maestría como
manejaba la bien cortada pluma del prosista.
Madama de Stael, en la edad moderna, la mas célebre de las escritoras, abraza­
ba todo jénero de cuestiones y las trataba con brillante superioridad: en sus obras se
encuentra una profundidad admirable, una erudición amena unida a un perfecto cono-
* Discurso sobre ” leído ante el " C i r c u l o
" L a e d u c a c ió n d e la m u je r e n la e s fe r a d e la s e s p e c ia lid a d e s c ie n tífic a s
L ite r a r io d e L a P a z ” La Paz, 1878.
R o d o l f o S o r i a G a l v a r r o (185/5-1916). Nació en Oruro, abogado y diputado, asistida la Guerra del Pacífico. Como
periodista, dejó la mayor parte de sus escritos en la prensa.

- 396 -
O M lje r e S en la h isto ria de B ol' v'a • Im ágenes y rea lid ad es del s ig lo X IX

cimiento del corazón humano. Saben todos la influencia que esta notable mujer ejerció
en la política de su país.
La duquesa de Abrantes-Maria del Pilar no es verdad que ha dado un empuje
poderoso a la literatura de su patria? Pero a qué hacer tantas citas? Nadie ignora la
influencia universal e irresistible que ejerce la mujer en los destinos de una nación; en
aquellas donde era considerada como un mueble, y era tratada como tal, la civilización
no mostraba su esplendorosa luz, y esas naciones languidecían, podemos decir, vivían
agonizando; por el contrario, allá donde ella forma el conato de los lejisladores, allá
donde se dá campo vasto para que desarrolle sus facultades, la prosperidad en un hecho, la
libertad se afianza en las bases de la moral que se ensancha y la virtud del ciudadano no es
un mito, ella se forma, se crea, podemos decirlo, por la madre ilustrada que, robustece su
intelijencia y se esfuerza en educar honradamente a sus hijos, para que ellos sean, como
miembros de una sociedad, el sostén del orden, fuente fecunda de bienestar para las nacio­
nes.
Apesar de la imperfecta instrucción que se dá a la mujer en los estados Sud-
Americanos, hemos visto levantarse pujantes intelijencías, que, educadas en la esfera
de las especulaciones científicas, habrían dado algo de mas positivamente útil.
Natural es que en las sociedades nacientes la imajinacion tome el primer lugar,
y por esto es que la poesía se cultiva ántes que cualquier otro ramo de los conocimien­
tos humanos. Lo propio sucede con la mujer, cón instrucción limitada y naciente
educación no ha podido aun en la América del Sud, penetrar en el terreno de las cien­
cias abstractas y por esto solo hemos escuchado dulces cantos, inspirados por la pinto­
resca naturaleza de Cuba, por las floridas playas de Funza y por los aromados valles
que riega el Tequendama.
“Desde la poetisa Miriam, dice el señor José M. Torres Caicedo, hace tres mil
trescientos y algunos años las mujeres han tratado de rivalizar con sus antagonistas
naturales, como Duchatel llamó a los hombres, en todo lo que se refiere a la elocuen­
cia, a la poesía, al arte, a las ciencias y aun a la política”. Y después de ese esfuerzo de
la intelijencia que conoce sus fueros, esfuerzo languidecido por nuestra criminal indi­
ferencia hácia la educación superior de la mujer, se pretenderá todavía suponer que hai
incapacidad absoluta para que ella dedique sus talentos a las investigaciones científi­
cas? ¿Se podrá decir con Mr. de Maistre que “puede permitirse a la mujer saber que
Pekín no está en Europa y que Alejandro el Grande no pidió en matrimonio a una
sobrina de Luis XIV” y nada mas cuando su poderosa intelijencia puede revelar verda­
des que están quizá ocultas a la razón del hombre?
Se nos combatirá quizá manifestando, que, la naturaleza de los deberes que está
llamada a cumplir le impiden dedicarse a estudios profundos y que su misión sobre la
tierra se reduce a hacer la felicidad del esposo, tributándole sus halagos, a educar sus
hijos y atender la marcha interior de la casa? Sin pretender destruir esto que se ha
llamado objeción y que es mas bien un argumento contraproducente, ojeemos el pe­
queño libro de Monseñor Dupanloup: “Mujeres sabias y mujeres estudiosas” y vere­
mos que en la pájina 15 dice: “La mayor desgracia del hombre, lo que mas ha de temer,

- 397 -
B eatriz R ossells

es tropezar con una mujer lijera, frívola, perezosa, desocupada, ignorante, desabrida,
amiga de los placeres y de las diversiones, incapáz de todo estudio, de toda atención
perseverante, y, por consiguiente, inhabilitada para tomar una parte activa y real en la
educación de sus hijos y en los negocios de la casa y de su marido.” Ahora bien, si la
misión de la mujer consiste en hacer la felicidad del esposo, en preparar la futura
felicidad de sus hijos y crear la presente para la familia toda; y se vé que una mujer
ignorante ha de ser naturalmente frívola y desocupada, amiga del placer e incapaz de
educar a sus hijos, es lícito afirmar que la mujer sin instrucción pueda cumplir su
elevado encargo? —Nó— absolutamente nó.
Para ser buena madre, debe ser ilustrada, y para ser objeto del respeto de sus
hijos no debe estar espuesta a tener que bajar la frente, cuando con infantil acento le
pregunten sus hijos— ¿cuál es la capital de la República federal de Norte América,
dónde estiende sus aguas el caudaloso Sena, el sol jira al derredor de la tierra o ésta en
torno de aquél? La mujer debe ser ilustrada para ilustrar al hijo; ilustrada para formar
al ciudadano, que en las repúblicas, es un brazo que ayuda a sostener el edificio social.
La cuestión está, pues, mui lejos de ser racionalmente sostenida por los que
quieren destruir las facultades de la mujer, y el nudo gordiano de esta materia está mas
bien en saber si aquella puede ejercitar las profesiones que abraza el hombre. Vamos a
dar nuestra opinión respecto de las dos mas importantes: —La abogacía y la medicina.
Hemos dicho que el abogado es, en último análisis, el defensor de la justicia y
que sus funciones se reducen a protejer el derecho conculcado. Para llevar a cabo los
deberes que nacen de estas funciones se hace necesario una vida de completo estudio,
de constante trabajo intelectural y aun mas, preciso es también presentarse a defender
esos derechos, cuyo patrocinio se los ha confiado, en los tribunales de justicia. La
mujer por las condiciones de su vida está, al parecer, alejada de ese terreno; pero si se
piensa, si se refecciona con ménos festinación que la acostumbrada en asunto tan
grave, se encuentra que no hai esa antitesis que se quiere hallar, y que, por el contrario,
en la mujer se ven todas las condiciones necesarias para ejercitar el sacerdocio de la
abogacía —En la mujer se vé, en alto grado el amor a la verdad: por la misma sensibi­
lidad de su naturaleza, ama lo bello, lo bueno y lo honrado con mas vehemencia y
mejor que el hombre y por esto en el terreno del derecho, es natural creer que ella
escojería mas pacienzudamente la causa de la justicia, la de la razón; sin dejarse llevar
por las mezquinas pasiones que ajitan el corazón del hombre —La mujer quiere virtud:
el hombre busca riqueza. ¿Cual de los dos llenará mas cumplidamente la misión del
abogado? Respondan los que las creen incapaces de todo lo grande y bueno.
La intelijencia de la mujer es fecunda, elevada y, como alguno ha dicho, tiene
mucha mas rapidez de concepción, mucha mas exactitud en sus apreciaciones que la
del hombre.
¿Se arguye ahora que la mujer no debe ni puede abandonar el hogar doméstico y
que cualquiera ocupación fuera de él ha de serle extraña? Negativa es nuestra opinión, ya
la hemos manifestado, y creemos mas bien que pueden ser educados los hijos, sostenido el
orden en la familia, al mismo tiempo que se sostiene un debate judicial y que se procura el

- 398-
O Mujeres en la h istoria de B o livia ■Imágenes y realidades d e l sig lo X IX

mantenimiento del orden en la sociedad, dando noble jiro a las controversias de los litigantes.
Los hijos no necesitan vivir siempre en los brazos de la madre, y la mujer que
así lo hace peca por ociosa y, lo ha dicho el refrán que es la filosofía vulgarizada: “ la
ociosidad es madre fecunda de los vicios”.
Encuentro más fácil la defensa de mi opinión en el terreno de la medicina. Aqui
parece que la mujer fuera la única capaz de realizar los nobles fines que ella se propone.
Su amor a la caridad —su abnegación— su misma sensibilidad que parece ale­
jarla del lecho del enfenno, la lleva allí por el camino de la compasión y, así como
derrama en el corazón apenado del moribundo el bálsamo del consuelo, puede también
aplicar a la dolorosa herida que le roba la existencia un remedio que la alivie.
Las heridas del alma encuentran su remedio en la Relijion.
Las heridas del cueipo lo hallarían mas eficaz, y aplicado mas desinteresadamente
por la delicada mano de la mujer.
La hermana de la caridad busca al agonizante en el campo de batalla, le prodi­
ga sus cuidados; le dá calor con su aliento, como amorosa tórtola que abriga a sus
hijuelos. Si aun titila, en el demacrado semblante del soldado que entrega su vida por
conquistar la libertad de su patria, una lágrima ardiente, la mano de ese ángel, que la
bondad divina quiso arrojar al mundo, la enjuga y mostrándole las puertas del paraíso,
lo consuela con la esperanza de gozar en el cielo, de la perpétua felicidad que otorga el
Señor a los buenos.
¿Se podrá sostener que la mujer solo debe manejar la aguja? nó. Los cuidados
que requiere un enfermo necesitan de la delicadeza de la mujer para llenarlos cumpli­
damente.
La austera mirada de un médico con el corazón endurecido en vista de diarios
infortunios, infunde temor. La melancólica mirada de una mujer, siempre sensible,
junto al lecho del moribundo consolándolo tiene algo de celestial, algo que cura las
enfermedades con mas eficacia que todas las drogas inventadas por la farmacia.
La dulzura que ella solo posee en tan alto grado daría confianza al enfermo.
Su desinterés la llevaría a la pobre alcoba del desamparado, con el mismo entu­
siasmo con que la llevaría al suntuoso dormitorio del magnate y allí derramaría tanta
ciencia como bondad, tanta caridad como intelijencia.
Desechemos, pues, preocupaciones erróneas, dejemos a la mujer campo vasto
para que desarrolle sus facultades, esfera ámplia para que ejercite sus sentimientos.
Dios necesitó de una mujer para redimir la humanidad. Sin María, no habrían
existido las evanjélicas doctrinas del sabio Jesús. —Y podemos consentir que sin ilus­
trar estensamente a la mujer vamos a llegar a ser perfectamente ilustrados?
Desengañémonos, si mas tarde somos mas felices que al presente será porque
talvez podamos decir de Bolivia lo que Tocqueville dice de los Estados Unidos de la
América del Norte: la ilustración de este pueblo, depende de la ilustración de sus mu­
jeres.— ¡Plegue al cielo que así sea!

La Paz, 3 de Abril de 1878

- 399 -
B eatriz Rossells

• La educación de la mujer
Hercilla Fernández de Mujía, Sucre, 1889 *
El progreso social ha entrado en un periodo de celeridad creciente, cuyo resul­
tado, para la mujer, consiste en la emancipación del sometimiento á que ha estado
durante millares de años.
La debilidad orgánica juega como la causa principal de su prolongada esclavitud.
Ha sido menester que al imperio de la fuerza bruta, haya sucedido la noción del
derecho, para que se la reconozca en la dignidad de su naturaleza, y se la depare un
porvenir conforme al importante rol que desempeña en el organismo social.
Sin embargo de que se proclama con énfasis, sus derechos de madre y de espo­
sa, no se ha llegado todavía á la consagración de los que le corresponden en el funcio­
namiento del Estado, y en la solución de las grandes cuestiones sociales que ajitan la
época presente, y en las que representa un elemento importante de prosperidad ó de atraso.
Todavía se dejan sentir los resabios de épocas de ignorancia, á cuyo influjo se la
mantiene en la especie de minoridad que se dilata sin término.
Las reiteradas tentativas en el sentido de su completa emancipación, encuen­
tran obstáculos en la soberbia de los hombres, que se aferran á su antigua prepotencia,
juzgando á las mujeres muy por abajo de su exajerada superioridad.
No es menester penetrar en los detalles de esta cuestión, que obligaría á largas
y minuciosas investigaciones acerca de diferencias y similitudes entre los sexos.
Para el objeto que nos proponemos, basta señalar la causa principal que, en la
práctica, parece dar razón á presunción tan vanidosa.
Mientras que el hombre, echando el fardo de todas las faenas materiales sobre
la mujer que le estaba sometida, pudo disponer de tiempo para entregarse al estudio de
la naturaleza y sondear los problemas que ésta ofrecía á su contemplación, aquella
permanceció estraña á toda investigación ocupada de la crianza de sus hijos y en los
quehaceres del hogar, esto cuando se elevó ya á la dignidad de esposa y de madre,
después de haber atravesado ese largo período, durante el que no desempeñó otro pa­
pel que el de objeto destinado á satisfacer los caprichos de su señor, ó el de esclava
sujeta á la ruda faena del trabajo corporal.
Mientras que, por esta distinción de ocupaciones, el hombre se elevaba sobre el
predominio de las necesidades inferiores al cultivo y ensanche de su inteligencia, la
mujer quedó sujeta á su imperio abrumador.
Las necesidades afectivas llenaron su vida.
Es un principio adquirido hoy, gracias al progreso de la ciencia, que el ejercicio
intelectual ennoblece é ilustra la inteligencia. ¿Cómo estrañar que su cultivo incesan­
te, le dé superioridad sobre el cerebro que permanece inactivo?
Así, el punto capital de la diferencia que ha servido para apuntalar las difusas
teorías sobre la incapacidad radical de la mujer, sobre su irremediable inferioridad, se

* El Album, Sucre, No. 2, mayo de 1889

- 400-
é¡lds ^M ujeres en la h istoria de B olivia ■Im ágenes y realidades d e l sig lo XIX

halla reducido á una cuestión de educación intelectual.


Si se hubiese atendido á la solución de este importante problema, con el interés
que se ha desplegado en la instrucción del hombre, los resultados habrían sido distin­
tos, y el estado general del progreso, en muchos superior.
La influencia social de la mujer es decisiva; obra en las costumbres, forma los
hábitos, destruye las preocupaciones o las hace incurables: paraliza el vuelo científico
de la inteligencia con la inmensa pesadumbre de la superstición, ó acelera su vuelo con
el aliento de la libertad.
Y, no obstante esta certeza, no se consagra el interés que merece un asunto de
tan vital importancia.
En tésis general, muy léjos está de corresponder á las necesidades sociales y al
contingente que de ella debe recibir el progreso humano.
Estados Unidos Francia, Bélgica, Alemania,... han realizado importantes me­
joras, que nosotros ni aun hemos procurado imitar.
Sin embargo ¿se podría afirmar que existen adecuados establecimientos que
reúnan las condiciones de verdaderos planteles en que se atiende á la educación cientí­
fica y moral de la mujer?
Hoy, atento el estado de su instrucción, la mujer representa el elemento regresi­
vo de la sociedad; constituye la permanencia de tiempos que han pasado; es un ana­
cronismo en el siglo XIX.
Y, aun las escepciones que pudieran citarse, confinan por un lado con esta afir­
mación,
¿Debido á qué? Ya lo hemos dicho: á la insuficiencia de los conocimientos con
que se nutre su intelijencía.
Obra de gran magnitud será poner la educación de la mujer al nivel del movi­
miento del siglo; y el dia en que se haya realizado este portento, se habrá cambiado el
eje de la evolución social.

II
La educación hace de los pueblos lo que son.
De ella proceden sus condiciones morales; y para que éstas tengan el carácter
de unidad á que tiende la sociedad moderna, es menester que se funda en la igualdad
moral de todas.
Ningún medio puede ser mas eficáz para alcanzar este resultado, que el de dotar
á cada familia de una institutriz encargada de modelar el alma de la nación, impri­
miéndole todas aquellas cualidades que engendran las virtudes sociales.
Tender á la comunicación de los espíritus por medio de la mujer, tal debe ser el
objeto capital de la educación.
¿Cómo alcanzarlo?
Lo que presenta la época actual, es la anarquía de las inteligencias, y como
consecuencia de ella, la falta de fé, las vacilaciones y la duda el vacio del alma.

-401 -
B eatriz R ossells

Es que desde el primer momento se graban en la intelijencia de los niños tantas


preocupaciones absurdas, tantas y tan invencibles supersticiones, con el empleo de
sistemas y métodos bárbaros, que no cabe admirarse de la dificultad que experimentan
para descubrir la verdad.
En el caos de las doctrinas contradictorias que se descubren en el fondo de los
sistemas de educación empleados, en los que tiene, al menos, cabida, el estudio de las
ciencias, es á la mujer á la que toca la peor parte.
Ninguna nocion científica; ningún conocimiento de las grandes leyes que go­
biernan el universo.
Su intelijencia comprimida, apta, á lo mas, para discernir acerca de la belleza
artística, si es que puede salir de la estrecha comprensión del gobierno de la casa, de
los caprichos de la moda, de las futilezas del trato diario, se crée que es incapaz de
levantarse á la concepción de las verdades científicas en el orden moral y físico. Se la
trata como á imaginación y sensibilidad, y se la desdeña como á razón.
De ahí esa deficiencia de las nociones morales que se transmiten á los hijos, y
que viene luego á desarraigar ó á hacer vacilar, provocando la lucha en el seno del
hogar, desautorizando esas primeras lecciones que proceden de la madre, tan caras al
corazón, y cuya autoridad amengua ó se borra ante un exámen razonado.
La ciencia, y la enseñanza que, toma en ella, su punto de partida la trasforman
y modifican incesantemente con las variaciones que introducen en las condiciones de
existencia; de modo que, no estando reducida á un mero negocio, de sentimiento, toca
á la instrucción esclarecer su dominio y precisar la regla. Así, la educación y la
instrucion, si bien distintas, con su dominio propio, no pueden separarse jamás, y tie­
nen que marchar unidas.
De éstas consideraciones resulta que, la madre sin instrucción no puede guiar
con acierto la educación moral de sus hijos.
Ha de ser la escuela, la instrucción que en élla se dé la que la inicie en las
primeras nociones de tan complicada como difícil tarea. Es la escuela, en la que deben
fundirse todas las clases sociales en una solidaridad común, donde ha de inspirarse la
educación maternal.
Y la primera condición para una enseñanza moral adecuada, consiste, sin duda
alguna, en la multiplicación de tratados y libros adecuados. Tratados en los que se
esponga la doctrina como guia para las institutrices; tratados en los que se arranque la
regla del ejemplo, como método de enseñanza; fórmulas precisas deducidas de la
esperiencia; ejemplos que hablen á las facultades afectivas y sensitivas del niño; tales
deben ser los medios empleados.
El fin que se propone alcanzar la educación que empieza asi, cautivando la
imaginación y sensibilidad, por medio de cuadros, de relaciones y de ejemplos y con­
cluye por demostraciones rigurosamente científicas, debe consistir en hacer al hombre
activo, inteligente, instruido y particularmente consagrado al bien común. Proponién­
dose la disminución del mal moral y físico, por la satisfacción ordenada de las necesi-

- 40 2 -
éc¿u QM iijeres en la h istoria de B olivia - Im ágenes y realidades del sig lo X IX

dades que resultan de la naturaleza humana, subordinando las menos nobles á las mas
elevadas, no debe perder de vista el acuerdo de la felicidad pública con la felicidad
privada.
La diverjencia de ideas, el antagonismo de opiniones que no pueden manifes­
tarse sin choque, hacen del hogar doméstico un centro de lamentables disidencias.
Y si para alejarlas se relega al olvido el pensamiento, indiferencia glacial pesa
sobre las cuestiones que mas interesan á la familia y á la sociedad.
Una sólida instrucción basada en los resultados de la esperiencia, iniciando á la
mujer en las verdades morales, cuya trascendencia social es incalculable, sería solo capaz
de desarraigar el vicio radical de incompetencia, de tan desgraciadas consecuencias.
La superstición y los terrores que ella engendra, no reconocen otro orijen que la
ignorancia de las causas naturales. Un dia, una fecha, un número, un color, son otros
tantos motivos de prácticas absurdas é ideas erróneas. Proceden de la mujer, se arrai­
gan y se hacen incurables en ella, trasmitiendosé á su descendencia en razón directa de
su incapacidad.
Si se limitasen á falsos razonamientos! Se insinúan en las costumbres, se refle­
jan en los hábitos contraidos, y como la ciencia de las constumbres es el alma de la
educación, presiden á todos los actos de la vida, desde la cuna hasta la tumba, siendo
las mas veces de difícil ó imposible corrección.
Toca a la madre inciar al niño en los primeros pasos.
Todo es decisivo al principio, y para no falsear desde entonces la rectitud de su
juicio, debe estar dotada de conocimientos vastos y seguros que dén á sus lecciones la
firmeza de la evidencia.
La aptitud natural que desenvuelve el cariño maternal, no basta á llenar tarea
tan complicada,
Si ella misma no está dotada de los principios de la educación que empieza, no
podrá suplir la instrucción que le falta, y el resultado será que falsée el juicio y estravie
el sentimiento de sus hijos.
El remedio á este inconveniente está en adecuar los establecimientos destina­
dos á la instrucción de la mujer, al fin que deben llenar.

Parte IV
La eficacia que atribuimos á la educación de la mujer, como parte integrante de
la educación en general, para el progreso de las costumbres y el mejoramiento social,
no vá hasta el punto de que no reconozca ningún límite ni se detenga ante obstáculo
alguno.
Si fuera posible levantarla hasta donde la necesidad lo reclama, venciendo las
resistencias que le opone aun la persistencia de añeja rutina, que no quiere ver en la
mujer mas que el elemento integrante de ese reducido campo de acción que se llama
familia, y aun en él, apta, á lo más, para dirigir la economía de la casa, quedaría subsis-

- 403-
B eatriz R ossells

tente el obstáculo que procede de lo que ordinariamente se llama el natural, y que


nosotros llamaremos, con mas propiedad, el carácter, y el que proviene de la raza.
En una sociedad heterogénea y en la que median notables diferencias entre las
diversas capas sociales, no deben perderse de vista los antecedentes que se ligan con
los hechos históricos que les han dado nacimiento y su diversa procedencia.
Sucede con frecuencia que la educación parece inefícáz para cambiar las incli­
naciones, y que estas se sostienen á pesar de los medios empleados para cambiarlos;
que la instrucción no puede nada, no obstante la evidencia de sus demostraciones,
sobre ciertos caractéres obstinados que se aferran á ideas adquiridas y hábitos contraidos.
Las ventajas de la educación moral no solo se entienden á las necesidades de
carácter colectivo, insinuando la estensión del derecho de cada cual hasta la coopera­
ción, lo que daría por resultado el bienestar jeneral, estirpando el imperio de las malas
pasiones, sino que enaltecería en el individuo, por el sentimiento de la propia dignidad,
el respeto de la personalidad humana.
Este respeto, se traduce, en el trato social, por la mútua consideración, procurando
esa civilidad que se llama cultura, y que distingue al bárbaro del hombre civilizado.
La tolerancia de las ideas y opiniones, las garantías que rodean la libertad del
pensamiento ante el juicio público, derivan igualmente del sentimiento moral. Se com­
prende que si existe algo de absoluto en las manifestaciones de la personalidad, es la
libertad de pensar y de opinar; porque el pensamiento y la opinión de cada cual, por
opuestos que sean, pueden coexistir, sin inferir daño á nadie, al lado del pensamiento y
la opinión de los demás.
Nada hay mas contrario á los sanos principios de la moral que la intolerancia
que se traduce en actos de hostilidad y esclusión, haciendo de la sociedad un campo de
batalla en el que, el pasado, abusando de la fuerza que dá el número, la emplea para
ahogar el porvenir Y entraña, este proceder, iniquidad tanto mas execrable, cuanto
que, sin juicio propio y por ajena sujestion se falta á la caridad, que constituye la moral
cristiana completa, y á ese hermoso precepto de la moral evangélica que manda amar
al prójimo como á sí mismo, y no hacer á otro lo que no se quiere para sí.
La escuela común, la identidad de los principios, la solidez de las máximas
morales, haciendo de cada niño un móvil de la solidaridad, estrecharían las distancias
entre las clases, borrando las distinciones que resultan de la diferencia de educación, y
haciendo aplicables, en estensión y uniformidad completas, instituciones positivamen­
te republicanas.
Insistimos.
La conveniente educación de la mujer, la instrucción que ha de acompañarla,
deben contarse entre los mas poderosos medios de prosperidad social.

- 404-
QÁ-fujOl~6S en la h istoria de B olivia - Im ágenes y realidades del s ig lo XIX

• Educación e influencia de la mujer


Adolfo Mier, La Paz, 1897*
Señoras:
La influencia que tenéis en la ventura o desgracia de la familia, de la sociedad,
de la patria y de las naciones, es inmensa: me esforzaré en presentaros el boceto del
cuadro que representa la influencia de la mujer.
La primera página de la Historia del género humano, nos ofrece a Eva formada
por el mismo Dios, de la costilla del hombre.
Dios dijo: No es bueno que el hombre esté sólo: hagámosle ayuda semejante a él.
El hombre, al despertar, en su aislamiento, debió contemplar embelezado, con
arrobamiento, a la mujer su natural compañera. Sabía que era parte de sí mismo, hueso
de su hueso, como dice la Escritura.
La mujer fue el complemento de todas sus aspiraciones. El hombre fue feliz: la
felicidad del hombre es pues la mujer; todo lo demás es accesorio.
Por desgracia, la mujer no pudo sobreponerse a la vanidosa curiosidad, y fue
seducida; a su vez sedujo al hombre ocasionándole su infortunio.
La mujer que constituye la felicidad, es el origen de la desventura del hombre;
por eso está obligada a reparar esa falta, con su modestia y aparente sumisión,
dulcificando las amarguras de la vida con su amor y ternura, con su exquisita solicitud
de compañera.
El hombre desde su origen procede bajo la influencia de la mujer, seducido por
sus atractivos. Ella no supo conservar su predominio.
En el origen de los pueblos, en el estado salvaje, la mujer se presenta subyuga­
da a la fuerza brutal del hombre; y más que compañera, parece esclava y aún menos
que esclava.
Por desgracia aún tiene esa triste condición entre algunas tribus y aún en los
antiguos pueblos del Oriente.
En Esparta la influencia de las mujeres creó héroes.
En Roma, se erigieron templos a la santidad del matrimonio, y la violación del
pudor de una mujer originó un cataclismo en el Imperio. -La virtud de Lucrecia fue un
ejército. El rapto de Elena quemó a Troya.
La Historia nos enseña que la degradación de la mujer, por la relajación de sus
costumbres, influyó en la de los hombres y fue la causa del Diluvio. De señora y reyna
se hizo esclava.
Lo más notable en la decadencia del Imperio Romano, fue la impudente
impudicicia de las damas romanas que se presentaban desnudas para pervertir a los
hombres. Su influencia mataba de languidez a ese pueblo de conquistadores.
* Concejo Municipal. La Paz 1897
« L ib r o d e le c tu r a » , C o m p e n d io d e a u to r e s n a c io n a le s ,
(Nació en Oruro en 1847. Médico y publicista dedicado a los estudios históricos, diputado, senador y
A d o lfo M ie r
presidente del concejo municipal de Oruro, realizó varios obras en el campo de la educación y la cultura.

- 405-
B eatriz R ossells

En la época de Luis XIV, las cortesanas comunicaron a la Francia y quizá a toda


la Europa, el gusto y elegancia en el trato social.
Haciendo completa abstracción de las aberraciones de Pentapolis, de la prosti­
tución en Chipre y Fenicia, en el Dicterium de Atenas, en las fiestas florales de Roma,
notemos, que la historia de la humanidad, está íntimamente ligada, o mejor dicho es la
historia de la influencia ejercida por la mujer; tanto que eminentes escritores dicen,
como Mr. de Gerarden, que una nación no tarde en ser lo que las mujeres la hacen: ó
como dice Mr. de Tocqueville...:si se me preguntase que pienso yo que sea, principal­
mente, posible atribuir la prosperidad singular y la fuerza creciente de los Estados
Unidos de Norte América, respondería que es a la superioridad de sus mujeres.
Sin duda, las virtudes domésticas de las mujeres se reflejan en sus hijos, for­
mando las virtudes cívicas de los ciudadanos.
Mary, madre de Washington, la madre de los Gracos, la de los Machabeos, han
ejercido influencia decisiva en la historia de su país, así como en el nuestro ejercieron
Doña María Francisca Goya, Doña Francisca Orosco, Doña María Quirós, que con
Pagador, proclamaron la libertad, en aquellos tiempos en que se creía eterna la domi­
nación española y divino el derecho de los reyes para subyugar a los demás hombres.
Reconocida la influencia de la mujer en el porvenir de los pueblos y de las
naciones, debe procurarse que esa influencia sea bienhechora y no nociva como la que
ejerció la Reyna de Saba, en el opulento y sabio Salomón.
¿Qué debemos hacer?
Todos dirán a una voz, educarlas, instruirlas; y sus ardientes panegiristas nos
reclamaran la igualdad de los derechos civiles y políticos.
Cuestiones gravísimas que cuentan entre sus defensores y detractores, hombres
eminentes de reputación universal.
¿En qué consistiría la buena educación e instrucción de la mujer? ¿Le enseña­
rán todas las ciencias y artes conocidas? ¿Ejercerán todas las profesiones, según sus
aptitudes? ¿Desempeñarán todos los cargos públicos, ingresarán a la vida tumultuosa
de la política?
Estas cuestiones, cuyo debate requeriría libros extensos, no podemos abordar­
las, nos limitamos a lo enunciado.

Oruro 10 de febrero de 1897

- 406-
^ T J v í lljó V C S e n la h isto ria de B o livia ■Imágenes y realidades d e l s ig lo X IX

• La condición ju rídica de la m ujer


Joaquín de Lemoine, 1897*
II
Entro en materia. Desde las eras prehistóricas, desde los tiempos étnicos, se
han encarnizado las controversias de los pensadores sobre los derechos privados y
públicos con que debe revestirse á la mujer en la escena del mundo militante, incu­
rriendo por ambas partes en extremos exagerados, estrepitosos, al punto de que ambos
bandos se han arrojado al rostro mutuamente sus argumentos, incurriendo fílóginos y
misóginos en obsesiones febriles y explosiones de pindárico lirismo ó de grandilo­
cuencia intemperante.
Los unos levantan el estandarte de la emancipación política de la mujer y hacen
de su teoría una trompeta de guerra que llama á combate á la humanidad y le señalan
con el índice el camino de la victoria, como el itinerario luminoso de sus destinos y de
su felicidad.
¡Esa es para ellos la solución del problema!
Pintan á la mujer del porvenir abriéndose paso á codazos, entre las multitudes,
en las calles y las plazas públicas, para insacular su voto en la urna electoral, sin cuyo
concurso se convertiría en la urna cineraria de la libertad... Dibujan su silueta, de pie,
sobre una mesa, en medio de los torbellinos del meeting popular, perorando en pro de
los altos atributos de la soberanía; irguiéndose sobre los estribos de su caballo de bata­
lla, al frente de la ola de fuego de la guerra civil; dando fierro á ese caballo para escalar,
como un mosquetero de Dumas, las gradas del Capitolio, trepar á su pináculo y presen­
tarse vencedora en los balcones aúlicos á los ojos del pueblo atónito, con la banda
presidencial cruzando diagonalmente su pecho, no henchido por el amor, sino por la
ambición... Quisieran verla sobre la barricada; la granada entreabierta de sus labios
cubierta de pólvora; la cabellera desgreñada; el fusil al hombro; entregando su seno
desnudo, no ú las caricias del progreso, sino á los ultrajes de la borrasca plebeya, á
guisa de Luisa Michel.
¡Ah! Si los Michelet, los Girardín, los Stuart-Mill, abogados distinguidísimos
de vuestros derechos políticos, os extienden la mano y os conducen, no á los estrados
de la sociedad para seguir el compás de la música, al son de delicada galantería, sino
para invitaros á depositar el voto en las urnas y ser electoras ó elegidas, decidles sin
rubor:
—No podemos acompañaros. Nuestra misión es otra en la vida. Nos esperan
nuestros esposos para compartir entre caricias la carga de la existencia; nos esperan
nuestros «prometidos» con el alma suspensa para recibir de nuestras manos los tesoros
de la esperanza; nuestros hijos lloran y se revuelcan en sus cunas, esperando con sus
*(Conferencia dada en el Ateneo de Buenos Aires)
En: D i a m a n t e s S u d a m e r i c a n o s , Sociedad de Ediciones Louis-Michaud. Paris, 1897, pgs. 250-265.
J o a q u í n L e m o i n e fue diplomático y escritor, publicó varios libros y folletos.

- 407 -
B eatriz R ossells

labiecitos enjutos la dulcísima lactancia maternal; nos reclaman los encantos y los
deberes del hogar; no podemos ajar en aquellos equinoccios populares nuestros vesti­
dos de espumilla de seda ó de muselina de la India; nuestras blondas de Alenqon,
nuestros encajes de Inglaterra, de Bruselas y Chantilly, quedarían allí como nuestras
almas, desgarradas en jirones; las orquídeas y las violetas que nos adornan y embelle­
cen, como nuestras ilusiones, quedarían deshojadas... No agotéis el manantial de nues­
tras gracias: !ése es nuestro poder! ¡Ese es nuestro reinado! No nos hagaís reinas des­
tronadas, por seguir la bandera de una revolución resplandeciente y falaz... La solu­
ción del problema está en nuestra emancipación civil, en ser las iguales del hombre en
el hogar, en las relaciones sociales, en el respeto de nuestro testimonio judicial, en la
administración siquiera de los bienes que por herencia sagrada nos corresponden; en la
potestad maternal sobre los frutos de nuestra entraña y nuestro amor; en la disolución
por el divorcio de matrimonios desgraciadísimos é imposibles; en mil cosas por el
estilo. No permitáis que pasemos, sin solución de continuidad, de la absoluta autoridad
del padre á la absoluta potestad marital, con una vitalidad civil vegetativa y parásita,
como sombras de seres humanos en el mundo de los derechos civiles, porque de ese
mundo no somos más que proscritas. Nos contentamos con eso. Ir más allá, es desna­
turalizamos. Es concedemos una investidura ilusoria y peligrosa. Porque, en efecto, si
nuestros votos femeninos son la imposición de padres y maridos, nuestro sufragio
sería un sarcasmo, que no podría servir sino de base deleznable y ridicula al edificio
institucional. Si sufragamos, contrariando la voluntad paternal ó marital, cuando los
ánimos están enconados, la atmósfera política inflamada y el suelo tembloroso, el ho­
gar se convierte en el ardiente nido de la anarquía... Si dudáis de ello, imaginad el
resultado de la colisión de opiniones políticas, la situación conflictiva, tratándose de
un candidato hermoso y un marido suspicaz...
III
Los adversarios de la emancipación política del sexo femenino sostienen que
ella conduciría á un cataclismo universal que cubriría de minas sociales la faz de la
tierra, que demolería los cimientos del doméstico hogar; y prefieren que la mujer per­
manezca en él conquistando corazones tiernos y no derechos políticos; coronada de
azahares y no de lauros, arrobando con el encanto de sus caricias y la música de sus
besos al compañero de su existencia íntima; contemplando de cerca, con el alma en los
ojos, la cuna del niño dormido, y levantando con mano tierna el velo inmaculado de
esa cuna para velar el sueño de la inocencia.
V
Ese es el hecho. Lo es también que hay mujeres que han sobresalido antes de
ahora por la fuerza del pensamiento ó del carácter; se han "destacado á la luz de su
época en el cuadro social y han dado más brillo á «ese espejo de los siglos» que se
llama Historia ...

- 408-
éicís C'Mujeres en la h istoria de B o livia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

VI
Pero ¿se deduce de ahí que el cetro de los poderes públicos debe partirse por el
medio para entregar cada una de sus dos mitades á cada uno de los dos sexos en que
está dividida la especie humana? ¿Se desprende de ahí que, según la expresión de
Montaigne, «el hombre y la mujer han sido fundidos en el mismo molde» y están
llamados por igual á idénticos destinos?
Sostienen la afirmativa los que piensan que la difusión de la instrucción pública
daria á ambos sexos igual savia vital, igual potencia intelectual, idéntica influencia
social. Afirman en tal sentido, los que piden que se establezcan universidades femeni­
nas y se abran las puertas de los tribunales, de los palacios, de los congresos, de los
ministerios, para entregar á la mujer una parte del timón del Estado.
Yo tengo para mí que, cubierta de joyas y de flores, se quedaría dormida sobre
ese timón, espirando en sus labios los cánticos del amor y de la gloria...

VII
Sostienen lo contrario, los que ven en la mujer gran inferioridad psicológica y
fisiológica, y afirman: Io, que en igualdad de número y de estudios, de hombres y
mujeres, descollará solamente un individuo femenino por 100 masculinos; y 2o, que la
antropología ha comprobado que el cerebro de la mujer pesa una décima parte menos
que el cerebro del hombre, llegando el primero á 1.272 gramos, á los 30 años de edad,
y el segundo se eleva á 1.424. Tal es, por ejemplo, la opinión científica de Letoumeau,
Siebold, Waldeyer, Cope y otros muchos. Hay fisiólogos que van más alia: aseguran
que en el varón desarrollándose más la parte anterior del cráneo, ó sea el frontal; y en
la mujer, la parte posterior, ó sea el occipital, y que, como en la primera reside la
facultad mental, y en la segunda el instinto afectivo, el hombre es el ser de la idea, y la
mujer el ser del sentimiento; que el primero vive para la cabeza y la segunda para el
corazón. De estos caracteres embriológicos deducen en la mujer los signos de su ten­
dencia al sentimiento, á la timidez, al pudor, al abandono de la reflexión, á la sensibi­
lidad. á las emociones, al dolor, á la protección del pecho varonil, en el que busca
cariñoso asilo, á la ternura que alimenta su alma, á las castas voluptuosidades de la
maternidad y á las delicias inefables del amor. Y, como consecuencia de todo eso, su
repulsión á los medios de la fuerza y su atracción por las combinaciones del afecto y
por los esplendores de la belleza personal.

VIII
Consecuencia: la justicia es la base de la sociedad, y la fuerza es la base de la
justicia; y como la fuerza, moral ó material, está reñida con la debilidad de la mujer,
está no es apta para el ejercicio del gobierno y de las instituciones; su intromisión en
esas esferas exóticas le haría perder el prestigio de su belleza y la belleza de su presti­
gio; sus caricias, apagadas por la lucha diaria, serían menos encantadoras; sus besos

- 40 9 -
B eatriz Rossells

menos musicales, su hogar menos inefable; y, nosotros, no tendríamos ya un seno


dulcísimo en que reclinar la frente fatigada por las tempestades del alma y por las
tempestades de la vida. Seríamos dos seres que ya no se completaban. Las manos de la
mujer, encallecidas con el arado, la espada ó la pluma, perderían su dulzura para la
táctica de las caricias en las horas sagradas, misteriosas y divinas...

IX
Ahora bien, ¿por qué lado inclinaremos el fiel de la balanza? ¿Franquearemos ó
cerraremos las puertas del Gineceo á la mujer ciudadana?
Mi opinión es, y conmigo la de publicistas modernísimos como M.L. Estemo,
que, dejando aplazada en nuestra época la cuestión de los derechos políticos de la
mujer, deben los legisladores ampliar sus derechos civiles, porque es indiscutible que,
si la mujer dejó de ser esclava de la sociedad, es aún esclava de los códigos, y que éstos
sancionan el despotismo que sobre ella ejerce el hombre.
Desgraciadamente, según L’Estemo, muchísimos moralistas, casi todos, se han
limitado en sus debates á idealizar ó deprimir á la mujer, respecto á sus condiciones
morales y á su rango social, sin detenerse en su condición jurídica, de que aquel autor
se ocupa exclusivamente. Pensemos primero en acordarle la suma de los derechos
civiles que la habiliten para el comercio humano y para la economía de la vida.

X
............El matrimonio es un cúmulo de desigualdades entre los dos jefes de la sociedad
conyugal, cuyas prerrogativas -sobre todo las sancionadas por la naturaleza- debieron
ser idénticas.
He aquí el vínculo primordial que entre los cónyugues establece el derecho
civil moderno.
«El marido debe protección á la esposa, y la esposa respeto y obediencia al
marido ...» No veo para qué hubiera que cambiar los términos reglamentarios que
marcan las relaciones entre la esclava y el amo. Para éste, el derecho autocrático de la
protección, -para aquélla, ¡el deber aislado del respeto y la obligación incondicional
de la sumisión! ¡Dependencia humillante ante la sociedad! ¡Autoridad moral amenguada
ante los propios hijos! Eso hace de la potestad marital un poder absoluto, una verdade­
ra autocracia. ¿En dónde están las dos mitades de un mismo ser, asociadas ante la ley
civil, reunidas al pie de los mismos altares, refundidas en el fuego de un mismo amor?
¿Por qué se arranca así a la hija del seno maternal, para entregarla victima de la
inequidad? ¿Así se ennoblece la misión de la madre?

- 410-
7. ICONOGRAFIA FEMENINA DEL SIGLO XIX
Vicenta Juaristi Eguino con su padre.
Primer tercio del siglo XIX. Oleo sobre lienzo.
Colección particular. La Paz.
Retrato de Dña. Isidora Seguróla.
Primer tercio del siglo XIX. Pintor anónimo
Colección particular. La Paz.
Retrato de mujer joven.
Segundo tercio del siglo XIX
Oleo sobre metal. Colección particular.
Retrato de dama.
Segunda mitad del siglo XIX. Oleo sobre lienzo
Colección particular. La Paz.
*
Nuestra Señora del Patrocinio de Tarata
Anónimo pintor popular. Oleo sobre metal. 1864
Colección particular. La Paz.
Habitantes de Potosí frente a la Catedral.
1830-1833. Alcides D’Orbigny. Viajes por la América Meridional
Indios y mestizas de la nación aimara de La Paz.
1830-1833. Alcides D’Orbigny.
Vestimentas de Santa Cruz de la Sierra.
1830-1833. Alcides D’Orbigny
i

«?

■í.
Indias e indios de la Provincia de Chiquitos
1830-1833. Alcides D’Orbigny
Mujeres de Moxos, 1859
Melchor María Mercado
Cholos y mestizas. Cochabamba, 1858(?)
Melchor María Mercado
t

A
Vendedora de comida. Potosí 1849(?) Vendedora de leche. Potosí 1849 (?)
Melchor María Mercado Melchor María Mercado
*

'
Aymara de La Paz, vendedora de
cerveza de maíz (chichera), 1875-1876
Charles Wiener
k ) ‘« w V 'W *A

Tejedoras, 1880
Leonce Angrand
i

I
Chola bailando una cueca en una chichería de Sucre
con "El Duende”. Grabado de Víctor Puig “El Duende”, agosto de 1897
í
Joven india toba. Dibujo de Riou en base a un
Croquis de Thouar, 1883-1887.
*

!
Lucha de mujeres tobas. Dibujo de Riou en base a un
Croquis de Thouar, 1883-1887.
Tipos de mujeres chiriguanas de la Misión de San Pascual
de Boicovo, Misiones franciscanas en la República de Bolivia
Doroteo Giannechini.
*
Alumnas de la misión de Tairaré. Misiones franciscanas en la
República de Bolivia. boroteo Giannechini, 1898.
.
Dña María Magdalena Pino y Dña Victoria Encinas de la
Tercera Orden, maestras de las neófilas y catacúmenas de la Purísima
deTaralri. Giannechlnl, 1898.
»v
Dos generaciones, Sucre, circa 1870-80
'

*s
i
Colegio de las Educandas, Sucre, clrca 1895
«¡7

V-
Colegio de niñas. Personal de maestras y matronas
Sucre, circa 1895
f

i
Grupo de cholas elegantes. La Paz, fines del siglo XIX
Foto Cordero
V

í
Grupo de señoras paceñas. La Paz, fines del siglo XIX
Foto Cordero
4

t
ÍÍÍS a jO T C S en h isto ria de B olivia ■ Im ágenes y realidades d e l s ig lo X IX

FUENTES Y BIBLIOGRAFIA

FUENTES

ARCHIVO ARQUIDIOCESANO DE SUCRE (AA)


Expedientes de Divorcios (1800-1812)

ARCHIVO ARZOBISPAL DE AREQUIPA (AAA)


Subserie Testamentos

ARCHIVO Y BIBLIOTECA NACIONAL DE BOLIVIA (ABNB)

Fondo Corte Suprema de Justicia de Chuquisaca en organización (CSJCH)

Catálogo cronológico: Expedientes Coloniales de la Audiencia de Charcas


en organización (1800-1824) (EC)

Fondo: Inventario de los manuscritos y publicaciones de Hercilia Fernández


deMujía 1880-1884. (HFM)

ARCHIVO HISTORICO CASA DE LA LIBERTAD (AHCL)

ARCHIVO CENTRAL CANONIGO FELIPE LOPEZ


MENENDEZ (ACCFLM) - ARCHIVO ARZOBISPAL DE LA PAZ Fondo:
Nulidad de Matrimonios (1804 - 1873), Fondo divorcios (siglo X IX )

ARCHIVO DE LA PAZ - UNIVERSIDAD DE SAN ANDRES (ALP)


Fondo Corte Superior del Distrito de La Paz (siglo XIX)

CASA NACIONAL DE MONEDA (CNM-AHEN)


Archivo Histórico de Escrituras Notariales.

REVISTAS
Club Patriótico (Potosí, 1879)
El Album (Sucre, 1889)
La Aurora Literaria (Sucre, 1863-64)
Bolivia Literaria (Sucre, 1894)
La Colmena Literaria (Sucre, 1894)
El Diablo (Tarija, 1898)
El Duende (Sucre, 1897-98)
La Epoca (Sucre, 1894)
El Estudiante (La Paz, 1897)
Revista Científico Literaria (Santa Cruz, 1897)
Revista de Cochabamba ( Cochabamba, 1852)

-461 -
B eatriz R ossells

La Rosa (Cochabamba, 1897-1900)


La Tijera (Sucre, 1887)

PERIODICOS
El Cóndor de Bolivia (Sucare, 1825)
La Epoca (La Paz, 1827-57
El Eco (La Paz, 1852)
El Heraldo (Cochabamba, 1892-94)
El Independiente (Sucre- 1894)
El Cruzado, Sucre, (1868-1881)
La Prensa (Sucre, 1896)
El Telégrafo (La Paz, 1859)
Las Verdades (La Paz, 1884)
El Vigía (La Paz, 1871)

I. PUBLICACIONES (siglo XIX y principios del siglo XX)

Abecia, Valentín
1886 Movimiento de la población de la ciudad de Sucre durante
el año 1884. Imprenta Boliviana, Sucre.
1909 Homenaje al primer Centenario del 25 de mayo de 1809.
Imprenta La Glorieta, Sucre, 1909.
Aliaga, Germán
1872. Moral para el bello sexo. Imprenta del siglo XIX. La Paz.
Aguirre Nataniel
1968. Juan de la Rosa. Memorias del último soldado de la
Independencia. Editorial Serrano, Cochabamba
\ngrand, Léonce
1999 Un diplomático francés en Bolivia (1847-1849). Embajada
de Francia en Bolivia, La Paz.
^Vnzoátegui de Campero, Lindaura
1891. (El Novel) Una mujer nerviosa, Imprenta del
tiempo, Potosí.
Vnzoátegui de Campero, Lindaura
1891 La Madre, Imprenta del Tiempo, Potosí.
1892 Como se vive en mi pueblo (Cuadro de costumbres)
Imprenta del Tiempo.
Vnzoátegui de Campero, Lindaura
1892 Luis (Episodio), Imprenta del Tiempo, Potosí.

Vnzoátegui de Campero, Lindaura


1893 Cuidado con los celos, Imprenta del Tiempo, Potosí.

- 462-
sE kr O Mujeresen la h isto ria de B olivia - Im ágenes y realidades del s ig lo XIX

Anzoátegui de Campero, Lindaura


1894 Huallparrimachi, Imprenta El Tiempo, Potosí.

Anzoátegui de Campero. Lindaura


1895 En el año 1815. Episodio histórico de la Guerra de la
Independencia, Imprenta del Tiempo, Potosí.
Arguedas Alcides
1960 Historia de Bolivia en: Obras completas.
Editorial Aguilar, México.
Baldivia, Juan José
1879 Carta Pastoral que el Obispo de Santa Cruz de la Sierra
dirije a sus diocesanos, La Paz.
Ballivián Rafael
1929 Comentarios marginales. Editorial Renacimiento, La Paz.
Bayo, Ciro
1912 Chuquisaca o La Plata Perulera, Madrid, Librería General
de Victoriano Bayo. Madrid.
Beltrán, C.F.
1888 Civilización del indio (De Ramillete hispano-quichua
original con multitud de poesías originales y antiguas
mejoradas por el cura CFB). Tipografía de «El Progreso».
Oruro.
Bolivia, República de
1876 Colección oficial de leyes, decretos, ordenes y resoluciones
supremas. T. 16. (1853-1854) Imprenta de la Union Americana,
La Paz.
Bolivia, República de
1866 Código Penal Santa Cruz para el réjimen de la República
Boliviana. Tipografía de Gutiérrrez, Cochabamba.
Bolivia. República de
1876 Colección oficial de leyes, decretos, ordenes y resoluciones
supremas que se han espedido para el réjimen de la República
Boliviana. Tomo décimo sexto, junio 1853 a diciembre 1854.
Imprenta de la Union Americana, La Paz.
Bolivia, República de
1878 Compilación de las leyes del Procedimiento Civil ordenada
en la administración del Jeneral Hilarión Daza, Imprenta
de “El Ciudadano”, (Edición oficial), La Paz.
Bresson, André

- 463 -
B eatriz R ossells

1886 Bolivia. Sept annés d explorations, de voyages et de séjours


dans l’Amérique australe, Challamel Ainé, Editeur, París.
Caballero, Manuel María.
1941 La isla, La Paz.

Campos, Daniel.
1888 De Tarija a la Asunción. Expedición boliviana 1883.
Imprenta, Litografía y Encuademación de Jacobo Peuser.
Buenos Aires.
Campos, Daniel.
1955 “Celichá”. Sur. Revista de Historia y Arte. Segundo
número( 1953-1954), Potosí.
Compañía de Jesús
1888 Nueva Ancora de Salvación ó devocionario, Librería de Ch.
Bouret, París/Méjico.
Cortés, José Manuel
1861 Ensayo sobre la Historia de Bolivia. Imprenta de Beeche.
Sucre.
Crespo, Luis
1925 Doña Vicenta Juaristi Eguino, Las mujeres del tiempo
heroico. Renacimiento. La Paz.
Crespo, Manuel Camilo
1987 Manual de cocina. Comidas en la ciudad de La Paz en el
siglo diecinueve. Transcripción, estudio y notas de Julia
Elena Fortún. Editorial Artística. La Paz.
Damitte, Guillet
1874 Biblioteca usual de instmcción primaria, (Modesta C.
Sanginés, traductora) Imprenta “La Libertad”, La Paz.
Dalence, José María
1851 Bosquejo estadístico de Bolivia, Imprenta de Sucre, Sucre.

D’ Orbigny, Alcides
1945 Viaje a la América Meridional. Tomo IV. Buenos Aires.

Gallardo, Benjamín
1925 “Reintegración de los derechos civiles de la mujer”,
“La República”.
Giannecchini, Doroteo; Vicenzo Mascio
1995 Album fotográfico de las Misiones Franciscanas en la
República de Bolivia a cargo de los Colegios Apostólicos
de Tarija y Potosí (1898), Banco Central de Bolivia/
Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, Sucre.

- 464-
¿ 'C í á T Q ^ v ú lje re s en la h istoria <#« B olivia - Im ágenes y realidades d e l sig lo XIX

Gómez, Manuel María


1867 La Mujer, Tipografía del Progreso, Potosí.

Gorriti, Juana Manuela


1977 Cocina ecléctica, <1880?>, Librería Sarmiento, Buenos
Aires.
Gutiérrez, José Rosendo
1943 “La virgen del Carmen. Reo de rebelión” <1888>, en
Kollasuyo, No.49, La Paz.
Imprenta Boliviana
1889 Homenaje a la memoria de la poetisa boliviana María Josefa
Mujía. Imprenta Boliviana.Sucre.
Jaimes, Carolina Freyre de
26.7.1889 “Contestación que desearía dar al discurso del señor Juan
Valero de Tomos, si hiciera parte de la academia á que
hubiese sido invitado”, “El Album No 13, Sucre.
Jaimes, Carolina Freyre de
1889 Hortensia (cuento), El Album, No. 10, Sucre.

Jordán, Manuel María


1875 Discurso sobre la instmcción y emancipación de la mujer.
Imprenta Boliviana. Oruro.
Lema, Ana María y otros (ed.)
1994 (1830) Bosquejo del estado en que se halla la riqueza nacional de
Bolivia con sus resultados, presentado al examen de la
Nación por un Aldeano hijo de ella. Plural, La Paz.
León, Fray Luis de
1876 La perfecta casada, Saturnino Calleja, Editor, Madrid.

Lemoine, Joaquín de
1897 Diamantes Sud-mericanos . La condición jurídica de la
mujer, Sociedad de Ediciones Louis Michaud, París.
Lemoine, Joaquín de
1913 Bilan du feminisme mondial, Alean, París.

Loza José María (JML) La mujer en sus relaciones domestica i social o Manual de
1855 la Mujer. Tercera edición ilustrada por su autor sobre las
publicadas en Lima i Jenova, Imprenta de la Opinión,
Paz de Ayacucho.
Mallo, Jorge
1871 Administración del General Sucre, Sucre.

- 465-
B eatriz Rossells

Martin, Aimé
1847 De la civilización de las aldeas por medio de las mujeres.
Dedicada a las señoras, a los Alcaldes y a los curas de aldea,
(Gral. León Galindo y vocales de la Junta de Propietarios,
Editores), Imprenta de los amigos, Cochabamba.
Mas de Bejar, F.
1925 “La contribución femenina a la cultura literaria boliviana”,
“La República”.
Méndez de Yermo, José
1860 Economía de la vida humana (traducción). Imprenta de
López, Sucre.
Méndez de la Cruz, Cupertino
1852 “La Mujer”, Revista de Cochabamba, 7 y 9 , Cochabamba.

Méndez, Mariano
1834 Aviso a las solteras. Comedia en cinco actos.
Paz de Ayacucho. Imprenta del Colegio de Artes.
Mercado, Melchor María
1991 Album de paisajes, tipos humanos y costumbres de Bolivia
(1841-1859). Banco Central de Bolivia. La Paz.
Mier, Adolfo
1892 Educación e influencia de la mujer, Compendio de autores
nacionales, Concejo Municipal, La Paz.
Mitre, Bartolomé
1847 Soledad, La Paz.
Mitre, Bartolomé
1902 Las mujeres patriotas en Cochabamba
Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina,
Biblioteca de “La Nación. Buenos Aires.
Morales, José Agustín
1925 Los primeros cien años de la República de Bolivia, tomo 1,
1825-1860. Veglia y Edelman. La Paz.
Moreno, Gabriel René
1975 Estudios de la literatura boliviana. Biblioteca del Sesqui
Centenario de la República, La Paz.
Moreno, Gabriel René
1886 Matanzas de Yáñez (1861-1862), Imprenta Cervantes,
Santiago de Chile.
Mujía, Hercilia Fernández de
1889 “La educación de la mujer”, “El Album”, Sucre, abril-mayo.

- 466-
é^as oM ujeres en la h isto ria de Bolh/ia - Im ágenes y realidades del s ig lo X IX

Mujía, Hercilia Fernández de


1889 “Literatura contemporánea. Los príncipes”. “El Album” No.
10, Sucre, julio.
Omiste, Modesto
1897 La patria y la mujer. «El Tiempo». Potosí.

Petipieza titulada “Corazón vale más”.


1854 Imprenta “Los amigos”, Cochabamba.
Portugal Zamora, Maks
1976 «Apéndice relativo a documentación conexa al Mariscal
Andrés Santa Cruz» La vida y obra del Mariscal Andrés
Santa Cruz» T. III, Honorable Municipalidad, La Paz.
Quijarro, Antonio
1854 La moral del bello sexo (extractada de la obra de Campé).
Imprenta pública de Castillo, Potosí.
Ramallo, Miguel
1903 Guerrilleros de la Independencia, Sucre.

Rejas Fermín & Hijo


1906 Antología Boliviana (Escritores cochabambinos). Tomo I.
Imprenta de Fermín Rojas e hijo.Cochabamba.
Rey de Castro, José María
1995 Recuerdos del tiempo. Páginas de la vida militar y política
del Gran Mariscal de Ayacucho, Comisión Nacional dd
Bicentenario del Gran Mariscal Sucre (1795-1995), Caracas.
Salvatierra, Manuel Ignacio
1853 Progresos positivos de la educación del bello sexo en Sucre.
Sucre.
Sarmiento, D.F.
1861 Educación de las mujeres (y algunos documentos estranjeros
i nacionales) Editor Melchor Urquidi, Tipografía de
Quevedo, Cochabamba.
Segovia, Juan José
1794 Carta escrita por el señor Doctor D. Juan José de Segovia,
del Consejo de S.M. y su Oidor Honorario, de la Real
Audiencia de La Plata, a su hija legítima Doña María
Rosalía, cuando casó con Pedro Ascárate. La Plata.
Selgas, José
1875. “La emancipación de la mujer”, “El Cruzado”, Sucre, 30 noviembre

Sociedad de Beneficencia,
1871 Proyecto de Reglamento para la Sociedad de Beneficencia,
Imprenta Unión americana, La Paz.

- 467-
Beatriz Rossells

Soria Galvarro, Rodolfo


1878 La educación de la mujer en la esfera de las especialidades
científicas, La Paz.

Subieta, Pablo
1887 “La misión de la mujer”, Artículos Literarios, Tipografía
de la Estrella de Tarija, Tarija.
Subieta, Pablo
1887 “La Tarijeña”Artículos Literarios, Tipografía de la Estrella
de Tarija. Tarija.
The University Society (Ed.)
1925 Bolivia en el primer centenario de su independencia
1825-1925. Nueva York.
Thouar, Arthur
1997 A través del Gran Chaco 1883-1887, (1891), Editorial
“Los amigos del Libro”, La Paz.
Urquidi, José Macedonio
1918 Bolivianas ilustres. Imprenta Tipográfica. La Paz.

Urquidi, José Macedonio


1937 La condición jurídica o situación legal de la mujer en
Bolivia. Imprenta “La Aurora”, Cochabamba.
Urquidi, Melchor
1865 Cuestionario de moral, virtud, buena crianza y educación
para salas de asilo, escuelas de varones y establecimientos
de niñas. Imprenta Pública de Castillo, Potosí.
Valero de Tomos, Juan
(pseud.)
1889 “Discurso que yo pronunciaría si fuese invitado a una
academia en que hablasen señoras”, “El Album”, N°12
Valdés, Julio César
1895 Instrucción Cívica. Imprenta de la Revolución. La Paz.

Vargas, José Santos


1982 Diario de un Comandante de la Independencia Americana,
1814-1825. Transcripción, introducción e índices de Gunnar
Mendoza L. Siglo XXI, México.
Wollstonecraft, Mary
1998 Vindicación de los derechos de la mujer <1791?>, Editorial
Debate, Madrid.
Wiener, Charles
1993 (1880) Perú y Bolivia.
IEP. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima.

- 468-
66
(^ Á / { l l J V S en la historia de B o livia ■ Im ágenes y realidades del s ig lo X IX

Wright, Maria Robinson


1900 Bolivia. El camino central de Sur América, una tierra de
ricos recursos y de variado interés. Filadelfia.
Zamudio, Adela
1887 Ensayos poéticos, Buenos Aires.

Zamudio, Adela
1999 Intimas, Plural, La Paz.

- 469-
B eatriz R ossells

BIBLIOGRAFIA

Aillón, Esther
1997 “La ‘Viña San Pedro Mártir’ y su propietario en los últimos
días de la Colonia y durante la guerra de la Independencia”
El siglo XIX. Bolivia y Latinoamérica, IFEA/Embajada
de Francia/Coordinadora de Historia, La Paz.
Alba, Armando
1955 “Daniel Campos” Sur. Revista de Historia y Arte. Segundo
número (1953-1954), Potosí.
Amold, Denise y Juan de Dios Yapita
1996 “Los caminos de género en Qaqachaka: saberes femeninos
y discursos textuales alternativos en los Andes” en: Ser
mujer indígena, chola o birlocha en la Bolivia postcolonial
de los años 90. Ministerio de Desarrollo Humano, La Paz.
Amold, Denise, Domingo Jiménez y Juan de Dios Yapita
1992 Hacia un orden andino de las cosas. HISBOL/ILCA, La Paz.
Amold, Denise,
1992 “En el corazón de la plaza tejida: el wayñu en Qaqachaka”
en Reunión Anual de Etnología, Tomo II, MUSEF, La Paz.
Amold, Denise
1994 “Hacer al hombre a imagen de ella: aspectos de género en
los textiles de Qaqachaka” en Revista Chungará, Universidad
de Tarapacá, Arica, Chile, vol. 26, No. 1. Enero Junio.
Arze, René Danilo
1987 Participación popular en la Independencia de Bolivia,
Fundación Cultural Quipus, La Paz.
Barragán, Rossana
1990 Espacio urbano y dinámica étnica, La Paz en el siglo XIX,
Hisbol, La Paz.
Bidondo, Emilio
1979 La Guerra de la Independencia en el Alto Perú, Circulo
Militar, Buenos Aires.
Bridikhina, Eugenia
2000 La Mujer en la historia de Bolivia. Imágenes y realidades
de la Colonia (Antología) Sol de Intercomunicación/
Embajada Real de los Países Bajos, La Paz.
Brilliant, Richard
1991 Portrait, Harvard University Press, Cambridge.

Cajías de Villagómez, Dora


1997 Adela Zamudio. Transgresora de su tiempo. Ministerio de
Desarrollo Humano, La Paz.

- 470-
g -^ 0 1C 'Á/Clíj6t'6S en la h isto ria de B o livia - Imágenes y realidades d e l sig lo X IX

Cajías, Dora y Beatriz Rossells


1997 Imágenes femeninas en la literatura boliviana, fines del
siglo XIX y principios del XX. Subsecretaría de Asuntos de
Género- Coordinadora de Historia, La Paz (inédito).
Calderón, Raúl
1998 “Esfuerzos para democratizar la educación boliviana de
mediados del siglo XIX: Proyectos y logros” Congreso
Iberoamericano de Historia de la Educación
Latinoamericana, Santiago de Chile.
Calderón, Femando; Carlos Carafa y María Inés de Castaños.
1972 Mujer, clase y discriminación Social. La Paz, Unicef.

Calvo, Alfredo
1992 “El hospital San Salvador de Cochabamba a la llegada del
Mariscal de Ayacucho al Alto Perú”, II Congreso Nacional
de Historia de la Medicina, Cochabamba.
Castañón Barrientes, Carlos
1972 Una luz en las tinieblas (Semblanza de María Josefa Mujía).
Ediciones Isla. La Paz.
Castañón Barrientes, Carlos
1979 La poesía de Wallparrimachi y otras páginas de ensayo y
evocación. Edit. “Universo” La Paz.
Castañón Barrientes, Carlos
1995 Literatura de Bolivia. Ediciones «Signo». La Paz.

Choque Canqui, Roberto


1997 “La servidumbre indígena andina de Bolivia”, El siglo XIX.
Bolivia y Latinoamérica, IFEA/Embajada de Francia/
Coordinadora de Historia, La Paz.
Crespo, Alberto y otros
1975 La vida cotidiana en La Paz durante la guerra de
Independencia, Universitaria, La Paz.
Chuquimia, Fernando
1998 Las Sociedades de Socorro Mutuo y Beneficencia de
La Paz, 1883-1920”, Tesis de Licenciatura, Universidad de
San Andrés, Carrera de Historia, La Paz.
Denegrí, Francesca
1996 El Abanico y la Cigarrera. La primera generación de mujeres
ilustradas en el Perú. Centro de la mujer peruana
“Flora Tristán”/ IEP, Lima.

-471 -
Beatriz Rossells

Durán de Lazo de la Vega, Florencia


1997 Juana Manuela Gorriti. Sus palabras y sus silencios,
Ministerio de Desarrollo Humano, Subsecretaría de
Asuntos de Género, La Paz.
“Juana Manuela G orriti: Transgresora de su tiempo”.
Diálogos sobre escritura y mujeres. Memoria.
Embajada Real de los Países Bajos, La Paz.
Escobari de Querejazu, Laura
1991 113 años de historia. Sociedad Católica de San José.
Sociedad Católica de San José, La Paz.
Galindo de Ugarte, Marcelo
1991 Constituciones bolivianas comparadas 1826-1967,
Editorial “Los Amigos del Libro”, La Paz.
García Pabón, Leonardo
1995 “Narrador y nación en “Juan de la Rosa”, Memorias de las
Jomadas Andinas de Literatura Latinoamericana, Edit.
Plural/Universidad Mayor de San Andrés.
García Pabón, Leonardo
1998a “Paternidad irónica del mestizo en Juan de la Rosa”
La Patria íntima. Alegorías nacionales en la literatura y el
cine de Bolivia. CESU.UMSS/Plural Editores, La Paz.
García Pabón, Leonardo
1998b “Máscaras, cartas y escritura femenina: Adela Zamudio en
la nación patriarcal” La Patria íntima. Alegorías nacionales
en la literatura y el cine de Bolivia. CESU.UMSS/Plural
Editores, La Paz.
García Pabón, Leonardo
1999 Introducción. Sociedad e intimidad femenina” Intimas.
Adela Zamudio, Plural Editores, La Paz.
Gisbert, Teresa, Silvia Arze y Martha Cajías
1992 Arte Textil y mundo andino. TEA. Buenos Aires.

Goetschel, Ana María


1995 “La posibilidad del imaginario” en: Moscoso Martha, Palabras
del silencio. Mujeres latinoamericanas y su historia.
ABYA-YALA/DGIS-HOLANDA/UNICEF. Quito.
Godineau, Dominique
1993 “Hijas de la libertad y ciudadanas revolucionarias” Historia
de las mujeres, El siglo XIX, Taurus, Madrid.
Gonzáles, Sergio, M. Angélica Illanes, Luis Moulian
1998 (Recopilación e introducción) Poemario popular de
Tarapacá, 1899-1910, Universidad Arturo Pratt, DIBAM,
Santiago.

- 472-
Zas oM uferes en la h isto ria de B olivia - Im ágenes y realidades d e l s ig lo XIX

Godkowitz, Laura
1997 “ ¡No hay hombres!”: Género y nación, y las Heroínas de la
Coronilla de Cochabamba (1885-1926), El siglo XIX.
Bolivia y Latinoamérica, IFEA/Embajada de Francia/
Coordinadora de Historia, La Paz.
Guerra. Lucía
1995 La mujer fragmentada: Historias de un signo, Editorial
Cuarto Propio, Santiago.
Guzmán, Augusto
1955 Adela Zamudio. Biografía de una mujer ilustre, Librería y
Editorial “Juventud”, La Paz.
Lofstrom, William Lee
1983 El Mariscal Sucre en Bolivia. Editorial e Imprenta Alenkar
Ltda. La Paz.
Medina. Cuauhtémoc
1998 “La duplicidad que es un rostro”, Catálogo Mónica Castillo
“Yo es otro”, Fondo Nacional para la Cultura y las Artes,
México.
Mendoza Gunar
1991 “Vocación de arte y drama histórico nacional en Bolivia:
el pintor Melchor María Mercado (1876-1861): Un
precursor” en Album de paisajes, tipos humanos y
costumbres de Bolivia (1841-1859).
Banco Central de Bolivia. La Paz.
Mesa José de y Teresa Gisbert
1976 “La cultura en la época del Mariscal Santa Cruz” en La
vida y obra el Mariscal Andrés de Santa Cruz, Tomo II,
Casa Municipal de la Cultura “Franz Tamayo”.
Montecino, Sonia
1993 Madres y huachos. Alegorías del mestizaje chileno,
Editorial Cuarto Propio, Ediciones CEDEM, Santiago, 1993
(2a. Edición).
Moscoso. Martha
1996 Y el amor no era todo....Mujeres, imágenes y conflictos.
ABYA -YALA/DGIS-HOLANDA/UNICEF. Quito.
Moscoso, Martha
1997 «Mujeres indígenas, mestizaje y formación de los sectores
populares urbanos. Quito, segunda mitad del siglo XIX».
El siglo XIX. Bolivia y Latinoamérica
IFEA/Embajada de Francia/Coordinadora de Historia,
La Paz

- 473-
B ea triz R ossells

Pentimalli, Michela, Pedro Albornoz y Paula Lujan


1997 “Mirar por su honra” Matrimonio y divorcio en
Cochabamba, 1750-1825” en Anuario del Archivo y
Biblioteca Nacionales de Bolivia, Sucre.
Olivares Cecilia; Virginia Ayllón
2001 “Las suicidas: Lindaura Anzoátegui, Adela Zamudio, Maña
Virginia Estenssoro e Hilda Mundy”. En Wiethuchter,
Blanca, Hacia una crítica de la literatura en Bolivia.
PIEB, La Paz, (En prensa).
Paredes de Salazar, Elsa
1965 Diccionario biográfico de la mujer boliviana, Isla, La Paz.
Paredes de Salazar, Elsa
1972 La mujer y su época, Isla, La Paz.

Prada, Ana Rebeca y otras


1999 (Compilación y edición) Encuentro. Diálogos sobre
escritura y mujeres. Memoria. Embajada Real de los Países
Bajos, La Paz.
Proyecto Cultural Don Bosco
1986 Gabriel Rene Moreno Intimo 1836-1908, Proyecto
Cultural Don Bosco, La Paz.
Portugal, Gonzalo
1999 “A. Zamudio: encuentro por ausencia”. Diálogos sobre
escrituras y mujeres. Memoria. Embajada Real de los
Países Bajos, La Paz.
Quesada, Juan Isidoro
1996 “El general Ballivián y la educación de la mujer” Semana,
La Paz, 8 diciembre.
Quintana, Juan R.
1998 “Las rabonas: Género y estigma social en el Ejército a fines
del siglo XIX” en Historias...de Mujeres, 1, La Paz.
Quayum Seemin; María Luisa Soux; Rossana Barragán
1997 De terratenientes a amas de casa. Mujeres de la élite de
La Paz en la primera mitad del siglo XX.
Ministerio de Desarrollo Humano, La Paz.
Reyeros, Rafael
1952 Historia de la educación en Bolivia de la Independencia a
la Revolución Federal (1825-1898), Empresa Editora
Universo. La Paz. Bolivia.

- 474-
élas O Mujeres en la h isto ria de B o livia - Im ágenes y rea lid ad es del s ig lo X IX

Richard, Frédéric
1998 “La Bolivia del siglo XIX y la herencia borbónica. Mitos y
realidades”, Revista Historias...de Mujeres, 1, La Paz.
Rivera Cusicanqui, Silvia
La raíz: colonizadores y colonizados” en Violencias
encubiertas en Bolivia, CIPCA-ARUWIYIRI, La Paz,
Rivera Cusicanqui, Silvia
1996 Ser mujer indígena, chola o birlocha en la Bolivia
postcolonial de los años 90. Ministerio de Desarrollo
Humano, La Paz.
Rivera Cusicanqui, Silvia
1997 Secuencias iconográficas en Melchor María Mercado,
1841-1869. El siglo XIX. Bolivia y Latinoamérica, IFEA/
Embajada de Francia/Coordinadora de Historia, La Paz.
Rodríguez, Gustavo
1978 “Acumulación originaria, capitalismo y agricultura
precapitalista en Bolivia (1870-1885). En Avances, No. 2,
La Paz.
Rodríguez, Gustavo y Humberto Solares
1990 Sociedad oligárquica, chicha y cultura popular (Ensayo
histórico sobre la identidad regional). Editorial Serrano,
Cochabamba.
Rossells, Beatriz
1987 La mujer: una ilusión. Ideologías e imágenes de la mujer en
Bolivia en el siglo XIX, CIDEM, La Paz.
Rossells, Beatriz
1995 La gastronomía en Potosí y Charcas, siglos XVIII y XIX,
800 recetas de la cocina criolla, Embajada de España -
CENDES, La Paz.
Sontag, Susan
1972 «Debate. La liberación de la mujer. Respuesta de Susan
Santag». Libre N°4 París.
Seoane, Ana María
1997 Vicenta Juaristi Eguino, la revolucionaria de La Paz,
Ministerio de Desarrollo Humano, La Paz.
Soux, María Luisa
1998 “Autoridades comunales, coloniales y republicanas.
Apuntes para el estudio del poder local en el altiplano
paceño. Laja 1810-1850” Estudios Bolivianos 6, Instituto de
Estudios Bolivianos UMSA, La Paz.

- 475-
B eatriz R ossells

Taller de Historia Oral Andina


1990 La mujer andina en la historia, Ediciones del THOA,
Chukiyawu, La Paz.
Vergara, Sergio
1987 Cartas de mujeres en Chile 1630-1885, Editorial Andrés
Bello, Santiago.

- 476-
Ta
COLECCION
LA MUJER EN LAHISTORIA DE
BOLIVIA

IMAGENES YREALIDADES
DE LA COLONIA
EUGENIA BRIDIKHINA

IMAGENES Y REALIDADES
DELSIGLO XIX
BEATRIZ ROSSELLS

IMAGENES Y REALIDADES
DELSIGLO XX
LUIS OPORTO ORDOÑEZ

También podría gustarte