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Transgresión como vía de autodescubrimiento en Beatriz y los cuerpos celestes: La tradición y

los dogmas ante el cambio

Introducción

La novela de Lucía Extebarría Beatriz y los cuerpos celestes consiste en una narrativa en primera
persona que sigue los pasos de una adolescente madrileña en un viaje de autodescubrimiento y
afirmación. La relación con su madre juega un papel esencial en la búsqueda de identidad de
Beatriz. No resulta casual que las discrepancias madre-hija tengan raíz en las diferencias
generacionales producto del régimen franquista. Beatriz y los cuerpos celestes problematiza la
identidad de la juventud a finales de la centuria y explora temas como la sexualidad y las drogas.

Objetivo

El presente trabajo tiene como objetivo observar la transgresión del orden en los actos de Beatriz
como una búsqueda de la identidad. Para este análisis resultan útiles los planteamientos de
Derrida sobre el “corte” que rescata Anne Berger. Dicha propuesta señala la novela como una
especie de deconstrucción práctica de lo que significaba ser mujer en España hacia finales de los
años 90. Este ensayo propone analizar la relación de Beatriz con su madre como parte del primer
“cortador”, pues los roles de género impuestos a las mujeres durante la época franquista, en los
cuales la madre está atrapada, resultan determinantes. Posteriormente se propone analizar la
relación de Beatriz con Mónica en el viaje de autodefinición y finalmente su estancia en
Edimburgo. En resumen, el presente análisis tiene como objetivo observar la deconstrucción
práctica que lleva a cabo Beatriz con el fin de entender su propia identidad.

I. La relación tóxica madre-hija

Uno de los aspectos determinantes para la identidad de Beatriz es su madre y la relación con ella,
pues la incompatibilidad entre ambas lleva a Beatriz a una rebeldía que se manifiesta en su forma
de pensar, de vestir y de actuar durante la adolescencia y posteriormente la vida adulta. La
primera mención que hace sobre ella da a conocer la dinámica de su relación:

Tengo veintidós años. Abandoné Madrid a los dieciocho por iniciativa de mi padre. Puesto
que yo no tenía muy claro lo que quería hacer con mi vida, y teniendo en cuenta que las
tensiones entre mi madre y yo comenzaban a hacerse insoportables (Extebarria, 11).

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Resulta interesante que la narradora sea tan insistente en la oposición madre-hija. Pero para
entender mejor el origen de dicha oposición conviene entender ¿Quién es la madre de Beatriz?:
“Es un producto “defectuoso” del franquismo y de los patrones tradicionales españoles de
feminidad” (Kolakowski,72). El ambiente social en el que educaron a Herminia la convierte en
una mujer sumisa que: “sólo podía ser esposa y madre: ni había deseado ni le habían enseñado
otra cosa” (Extebarria, 78). La epilepsia de Herminia la marca a ella y su familia para siempre. La
falta de atención que siente contribuye a la violencia que ejerce sobre su hija. Sin embargo,
durante su infancia, Beatriz y su madre son muy unidas, declara que recuerda haberla querido
mucho. Sin embargo, conforme entra en la pubertad la relación da un giro total. La madre
interpreta la independencia -y más tarde la sexualidad- de la hija como una amenaza:

Mientras yo fui su niña, fui parte de ella. En cuanto crecí se dio cuenta de que había
comenzado la cuenta atrás, de que a partir de ese momento era como si yo estuviese en un
escaparate, con un cartel de oferta colgado del cuello, y era sólo cuestión de tiempo el que
alguien decidiera comprarme, sacarme de aquella vitrina en donde descansaba (93).
Desde entonces, los ataques de nervios y la violencia contra su hija fueron in crescendo. Como
encarnación de los valores morales de una época ultraconservadora, Herminia tiene muy claro lo
que debe ser una mujer y cómo se comporta una buena esposa e intenta inculcarlo a su hija. En
este punto conviene recordar la noción derridiana de “corte”1. La madre de Beatriz impone el
primer “cortador” a Beatriz, quien se ve definida por los valores sociales y morales del
franquismo que su madre ha internalizado: lo femenino, la sexualidad reprimida, la importancia
de la apariencia física, etc. De ahí ala “rebeldía” de Beatriz ante la “feminidad”, el matrimonio y
la maternidad durante su adolescencia. Resulta importante señalar a Herminia como el origen de
la búsqueda identitaria de Beatriz, pues ella busca concebirse como alguien distinto de su madre,
ajena a esa tradición profundamente binaria: Hombre-mujer, madre-hija, buena mujer- mala
mujer, etc. Ella nunca se identificó con ninguno de los dos extremos:

Y si yo no era una chica, si era algo así como una especie de alienígena infiltrado que no
era él ni era ella, ¿por qué tenía entonces que enamorarme de un hombre y casarme y
tener hijos si a mí no me apetecía? (142).
II. Mónica y el deseo de pertenencia

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“corte, ser cortado de cierta manera y estar
cortado respecto de algo o alguien” (Berguer,179). Esto significa, a grandes rasgos, estar determinado a una
estructura binaria y jerárquica, por ejemplo, la dicotomía hombre-mujer donde uno siempre será superior al otro.

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El rechazo de su madre sólo es uno de los tantos que Beatriz sufre durante la adolescencia.
Ella misma señala que:
“Todo el mundo en el colegio me consideraba un poco rarita. Muy mona, eso sí, opinaban
las madres, pero no el tipo de chica que una preferiría para amiga íntima de su hija” (66).
Mónica, una chica un año mayor la encuentra en el baño intentando suicidarse. A partir de
entonces se hacen amigas muy cercanas y Mónica se convierte en el refugio de Beatriz, pues al
igual que ella, la chica tiene una relación disfuncional con su madre y puede entenderla. Su amiga
es diferente a ella en muchos sentidos: es bonita, educada, sexualmente activa y atractiva para los
hombres, etc. Pero sin duda, la característica más importante de Mónica es que sabe moverse a
través de diferentes espacios sociales y logra encajar en todos. En ella Beatriz ve la posibilidad de
“romper el molde”, de luchar contra el cortador que le ha sido impuesto. Mónica puede aparecer
como una joven sana, educada, buena. A ojos de sus vecinos, por ejemplo, que la ven ir al colegio
todas las mañanas, salir con un novio decente, etc., Mónica representa una adolescente modelo.
No obstante, se dedica a drogarse con su novio narcomenudista todo el verano, ahí mismo en su
departamento, a escasos metros de esos vecinos. También se dedica a traficar drogas y asaltar en
callejones oscuros para conseguir un poco de “mercancía” sin que nadie sospeche nada, ni
siquiera su propia madre. Otro ejemplo del dinamismo de Mónica es el episodio del policía:” Yo
temía que registrasen a Mónica y Coco y les pillasen lo que fuera que acabaran de comprar, pero,
para mi sorpresa, el policía se puso a charlar animadamente con Mónica” (112).
Mónica sabía guardar las apariencias tan bien porque conocía perfectamente el
“cortador”, entendía las normas que debía seguir y jugaba con ellas para obtener lo que quería.
Así manipulaba a sus novios con el sexo, a sus padres con mentiras, a la policía con actuación y a
la propia Beatriz con la ambigüedad de su relación (Mónica sospecha del lesbianismo de Beatriz
y en cierto momento se aprovecha de ello). Beatriz comprende que más que una transgresión, el
comportamiento de Mónica es una asimilación cuando su amiga le comunica que ha decidido
casarse con Javier. “como si hubiera chocado con un cristal. Entre Mónica y yo acababa de
establecerse una zona de nadie, un abismo de vértigo” (233). El descubrimiento aleja a Mónica de
Beatriz, quien necesita poner una barrera física. Por eso se marcha a Edimburgo. Años después la
relación se rompe por completo cuando Beatriz visita a Mónica en rehabilitación y se da cuenta
de que la chica versátil y glamorosa que conoció ha sido asimilada por el sistema y se ha

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convertido en una “especie de campesina regordeta de manos rudas” (271) que ya no se oculta
tras ninguna máscara y que, por lo tanto, ha entrado en el juego del “cortador” social.

III. Deconstrucción práctica

El episodio de Edimburgo constituye la búsqueda final de la identidad para Beatriz. Es entonces


que comprende que toda su vida ha estado luchando contra las imposiciones: primero de su
madre, con la idea de lo que era una niña y su sexualidad reprimida. Luego las de la sociedad
vistas a través de Mónica, que la manipulaba y le enseñaba a moverse por el mundo utilizando los
esquemas establecidos a su favor.

En Edimburgo, Beatriz experimenta con su sexualidad y se relaciona con hombres y


mujeres, aunque desde la perspectiva heteronormativa, como nota Kolakowski (10). Adopta
actitudes contrarias a las de la buena mujer española que le han sido inculcadas y logra recuperar
el sentido de identidad. En este momento de cambio y ante la perspectiva de las relaciones
románticas, la infidelidad y la bisexualidad, Beatriz le teme al concepto de pareja, pues piensa
que “te acabarán definiendo por medio del otro” (41). Este concepto es fundamental dentro de su
deconstrucción práctica, porque el propio temor a la dicotomía la lleva a concluir que la vida no
necesita estar definida por conceptos binarios que acabarán por jerarquizarse. Por otra parte, la
infidelidad con Ralph la hace cuestionarse su sexualidad y cómo ésta la puede llegar a definir
como persona. Cuando reflexiona sobre el tema declara: “Según el tópico, yo conocía lo mejor de
los dos mundos. (¿Sólo hay dos? ¿Y dónde se supone entonces que resido yo?)” (227). El curso
de los acontecimientos y la presión por definirse como una entidad u otra (hombre-mujer,
heterosexual-homosexual, homosexual-bisexual) lleva a Beatriz a entender que “Los sexos no
estaban diseñados en prístino blanco y negro: existía una variedad infinita de matices de gris”
(135).

A manera de conclusión, conviene rescatar el final de la novela cuando Beatriz decide


buscar a Cat. La llamada en concreto simboliza el encuentro consigo misma y la seguridad para
afrontar relaciones personales sin necesidad de definirlas o así misma desde el binarismo. No se
trata de una elección del lesbianismo sobre todo lo demás, sino una aceptación de la ya
mencionada escala de grises. Beatriz ha logrado encontrar su identidad en el espacio
indeterminado y por fin se deja guiar por sus necesidades afectivas. Esto rompe la auto

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marginación que se había impuesto desde el inicio de su adolescencia, la cual la confinaba a un
cuerpo, a un rol definido.

Bibliografía

APPLEGATE, Lauren. “Breaking the Gender Binary: Feminism and transgressive female desire in
Lucía Extebarría´s Beatriz y los cuerpos celestes and La Eva futura/ la letra futura”, Journal of
feminist Scholarship, 2013, 4, pp. 39-42.

BERGER, ANNE. “Sexuar las diferancias”, Lectora. Revista de dones i textualitat, 2008, NO. 14 pp.
173-186.

Destino, 2001. 265 p. (Booket, 2004.)

ETXEBARRÍA, Lucía. Beatriz y los cuerpos celestes. Una novela rosa. Barcelona:

KOLAKOWSKI, Marcin. “Pluralidad singular: transgresiones de la heteronormatividad en


Cosmofobia y Beatriz y los cuerpos Celestes de Lucía de Extebarria”. InterAlia:Pismo
póswiecone studiom queer. 2017, NO.12, pp.70-85.

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