Está en la página 1de 3

Por su cantidad, calidad pero, sobre todo, inteligibilidad informativa, el Catastro de

Ensenada constituye una fuente de inestimable valor para el estudio de cuestiones


económicas, demográficas y sociales de la España del siglo XVIII, en un período en el
que los datos referentes al estado económico son bastante escasos y limitados.
Según Richard Herr (1991)1, el incremento de los ingresos regios y la implantación de
un pago igualitario de impuestos representaron objetivos programáticos para la Corte a
lo largo de los siglos XVII y XVIII. La elaboración de un catasto de carácter
experimental de la provincia de Guadalajara – ordenado en 1746 por Fernando VI –fue
una de las primeras intervenciones necesarias para la implementación de este ambicioso
proyecto. El rápido ampliamento del estudio catastral a los demás reinos españoles
conllevó ya en 1756 la redacción de un censo capilar y completo de todas las
propiedades existentes, así como de las diversas fuentes de ingresos tanto personales
como comunitarios.
Sin embargo, con la llegada de Carlos III y el ascenso de un nuevo ministro de
Hacienda, el Marqués de Esquilache, el proyecto experimentó un rápido declive y fue
definitivamente abandonado en 1776.
Aunque nunca llegó a ponerse en práctica, el espectácular volumen de información
contenida en el Catastro de Ensenada permitiría pintar un cuadro de la situación
económica y social del Reino de Castilla a partir de números, estadísticas y datos
analíticos escasamente susceptibles a las inferencias de diferentes interpretaciones
historiográficas.
Sin embargo, el grado de objetividad de estos últimos no puede considerarse absoluto
debido a: la existencia de una ocultación consciente por parte de los declarantes debido
al carácter fiscal que el propio Catastro poseía (1) y la retención ilícita por parte de los
intendentes encargados de algunos de los ingresos destinados a la Corona (2).
Después de estas precisaciones útiles y necesarias, analizaremos las Respuestas
generales de la villa de Jimena (Jaén, Andalucía) destacando algunos datos que
consideramos relevantes para la descripción del tejido productivo y la reconstrucción de
la red de actividades económicas del pueblo andaluzo en el siglo XVIII.
Jimena se encuentra situada en la comarca de Sierra Mágina y su extensión a mediados
del siglo XVIII se consideraba de cinco leguas y una octava parte de otra. En 1752,

1
HERR, R.: Agricultura y Sociedad en el Jaén del siglo XVIII. Universidad de Jaén. Jaén, 1996.
pertenecía a la Marquesa de Camarasa, descendiente de Francisco de los Cobos, a quien
Carlos I había vendido la antigua Encomienda de Jimena conformada por esta villa y el
despoblado de Recena en 1543.
De acuerdo las declaraciones que constituyen las Respuestas Generales, la población
queda fijada en trescientos sesenta vecinos para la villa de Jimena y dos para la de
Recena.
Cabe señalar a este respecto que la declaración de vecinos supone simplemente la
constatación de los considerados cabezas de familia, por lo que la información en
cuanto al número real de habitantes queda en parte limitada. El clero quedaba
conformado por cuatro clérigos sacerdotes y uno de menores órdenes.
La actividad agrícola era la principal dedicación en la villa de Jimena: de hecho, de los
trescientos sesenta vecinos reconocidos en ella, se señala la existencia de doscientos
jornaleros y cien hortelanos. Mientras, Recena, considerado un despoblado, apenas
posee actividad agrícola, aunque en sus tierras resultan más relevantes las labores
ganaderas. Si atendemos a la producción en líneas generales, en el caso de Jimena sus
principales productos eran el aceite, vino, trigo, cebada, escaña, granadas, guindos,
higos y seda. En Recena, la producción de cereal era la más significativa: trigo, cebada
y escaña.
Existía también una actividad apícola, aunque por el número de colmenas - a excepción
de los casos de don Luis de Torres, quien poseía ciento treinta y de un vecino llamado
Antonio de Gámez, quien poseía treinta y seis - se trataría de una actividad dedicada al
autoconsumo.
Encontramos, además, diversos habitantes que podríamos encuadrar dentro del sector
secundario: un albañil, dos albeitares y herradores, un zapatero de prima, algunos
remendones, un herrero, un sastre, un aladrero y un carpintero.
La cantidad y la calidad de actividades comerciales se encuentran medidas
evidentemente tanto por el tamaño de la población como por sus necesidades. Existía
una taberna «de vino, aceite y vinagre y tabla de carne común» 2 y un hospital «llamado
de los pobres (...) que sirbe para recoxer a los pasaxeros y conduzir los enfermos al
primer transito»3. La pluriactividad parece una actividad relativamente frecuente: el
oficial de carnicería tenía arrendado un mesón; un barbero actuaba igualmente como
2
A.H.P.J. Catastro de Ensenada. Libro 7811; fol. 26 v1. 21
3
A.H.P.J. Catastro de Ensenada. Libro 7811; fol.. 27 r1.
cirujano; otro actuaba también como estanquero de tabaco, y otro barbero trabajaba
igualmente como sacristán menor.

También podría gustarte