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N . D .

LAFUERZA

COMO
LOGRAR
LA
SERENIDAD

Diputación, 170, pral. - Teléfono 43 75 79 - BARCELONA


O'bta.s del eiot Jla^uet^a.

El arte de hablar en público.


El arte de la conversación.
Sea un vendedor eficaz.
Cómo vender más y mejor.
Importancia de la palabra en la venta.
Cómo desarrollar la personalidad.
Cómo vivir y triunfar.
Las relaciones humanas y cómo dirigirlas.
Cómo vigorizar la voluntad.
Cómo dirigir al personal.
Cómo redactar cartas comerciales más eficaces.
Modelos de cartas.
Fuentes de inspiración (Biografías de triunfadores).

La técnica de vivir equilibrada y dinámicamente.


Voces animadoras.
Hay que reducir el desgaste personal excesivo.
El pensamiento y la realidad.

SOLICITAR PEDIDOS A:

N. D. LAFUERZA
DIPUTACION, 170, pral. - BARCELONA - TELEFONO 43 75 79
LA SERENIDAD PUEDE LOGRARSE Y CONSOLIDARSE

' Mente

disciplinada
Adiestrada y
N Estabilidad Vida y proceder
física y sistematizados y
Condiciones s Regulación
anímica autodeterminados
MOTIVOS DE IRRITACION

físicas u» Impulsos de funciones


O v»
nerviosos O emotivas y
Influencias «ó
autónomos faxitud nerviosa
excitantes IM
z
Acontecimientos Disfuerzos y op^!
inquietantes V»
V
Experiencias d¡ti¡
%
Sensaciones Temperamento
U1
v» y tendencias
Ideas individuales Reacciones
automáticas *0
trastornadoras
ui y mecanizadas Perturbación Vida y conducta
O Física y rutinarias y guia­
persistencia de
anímica das por reflejos
irritaciones
dominantes

Como toda expresión de dominio, disciplina, poder y superación, la serenidad puede practicarse
con más soltura, espontaneidad y rapidez cuando,; por una ejerciiación y esfuerzo persistentes en re­
gular las funciones emotivas, se ha logrado una destreza que corrige los ímpetus desordenados y sis­
tematiza la forma de reaccionar, de modo que la autodeterminación constituye una experiencia cons­
tructiva y una realidad salvadora.
Depósito Legal n.° B. 6038-1960

Imp. Bergas - Teléf. 23 62 11 I


. í
COMO
LOGRAR LA SERENIDAD
QUE ES SERENIDAD
La serenidad es un estado anímico por el cual se
ejerce dominio sobre las emociones e influencias que
perturban la confianza propia, y alteran el enfoque
adecuado del discernimiento y el natural desenvolvi­
miento de la vida expresiva personal. Es un atributo
del espíritu que requiere desarrollo, y, por lo tanto,
para que sea eficaz, requiere la formación del hábito
de actuar por impulsos disciplinados. La serenidad
no es común a todos, porque pocos se ejercitan en las
prácticas que la consolidan y vigorizan.
Si usásemos una máquina que se descompusiera
frecuentemente o que funcionara con lentitud injus­
tificada, la consideraríamos inconveniente o perjudi­
cial, y no titubearíamos en sustituirla por otra efi­
ciente y de operación uniforme y beneficiosa. El hom­
bre de escasa serenidad, dado a la irritación y a la
intranquilidad o acostumbrado a la precipitación, es
una persona de limitada eficiencia y se perjudica so­
cial y materilamente. Alguien ha dicho que opera­
mos, como seres humanos, con sólo un 10 % de efi­
cacia.
- 1 —
Se le preguntó en cierta ocasión a un negro acerca
de la razón por qué los integrantes de la raza de
color no se suicidaban, y él contestó: «Cuando un
blanco tiene un serio problema empieza a pensar, se
preocupa, teme, se obsesiona, y termina eliminán­
dose. Cuando un negro tiene una dificultad compleja,
piensa, teme, se preocupa, le entra sueño y se
duerme».
La serenidad tiene por objeto evitar el desastre,
el acto reflejo, el proceder impuesto por la agitación.
Cuando el negro, según la anécdota, se duerme ante
el conflicto, se libra de ser víctima de la precipitación
que ofusca y sugiere el acto equivocado, la acción
demoledora.
El hombre tiene que ser ingeniero de su vida; le
corresponde saber qué registros mover para obtener
ciertos resultados, y también conocer cómo conseguir
de sus actividades los resultados más deseables. Tie­
ne que adiestrarse, dominarse y habituarse a reaccio­
nar eficazmente, dirigiendo todos sus actos por una
voluntad rigurosa, inteligente y bien orientada.
Por la serenidad se obtiene conocimiento y domi­
nio sobre las influencias que ciegan, ofuscan y hacen
perder el equilibrio. Por ella, se ahuyentan la timidez,
la duda y el apocamiento; arraigándose la confianza
en sí mismo y consolidándose la sensación de segu­
ridad.
Un hombre tenía en su bolsillo 4000 pesetas y pa­
saba por una calle obscura, entrada ya la noche. En
dirección contraria venía un individuo que, por su
aspecto originaba sospechas. El primero creyó verse
en peligro de ser asaltado, y en un arranque de va­
lentía y serenidad se dirigió al que parecía ser asal­
tante y, acercándosele, le dijo: «¡Eh! amigo, ¿no
- 2 -
podría darme una moneda para tomar algo caliente?
Tengo hambre».
El aparente maleante le contestó con una grose­
ría y agregó: «Pero si yo te iba a asaltar, desgra­
ciado».
El tranquilo y sereno transeúnte consiguió lo soli­
citado y salvó el dinero en su poder.
La serenidad es de naturaleza liberadora. Tiene
por finalidad dar lugar a que las facultades superio­
res desempeñen su misión. Por ella muestra el hombre
su verdadera jerarquía y superioridad. Cuando el
hombre se agita, el intelecto pierde eficacia, y las
más de las veces, procede primitiva o rutinariamente;
en cambio, cuando reflexiona, examina y analiza, se
pone en marcha hacia adelante, progresa y se supera.
El hombre sereno es un economista del espíritu: actúa
inteligentemente, con menos esfuerzo y con mayor
rendimiento.
Es frecuente que una persona seriamente pre­
ocupada por alguna dificultad, o condición trastor-
nadora exclame: « ¿Qué haré ? y luego, sin darse cuen­
ta de ello, se entrega a complicar las cosas, le da por
suponer lo peor, anticipa el fracaso y opta por la
peor solución. Deshace más que hace; ella misma crea
complicaciones y siembra su camino de escollos. La
desconfianza, el temor, la nerviosidad y el conflicto
ensombrecen, confunden y desorientan cuado se ca­
rece de sensatez para actuar cuerdamente.
«El automatismo es la manifestación del instinto.
A medida que se eleva la mentalidad del hombre, dis­
minuye la influencia de la mecanización. La superio­
ridad del ser humano se reconoce en la facilidad con
que él transforma la intención del acto espontáneo, en
acto voluntario».
La mayoría de las personas procede por la influen­
— 3 —
cia de lo que agrada y satisface los sentidos; actúa
según sus hábitos o impulsos ciegos, y si le sobre­
viene algún trastorno lo considera inevitable o fatal.
Los más no proceden por lo que dictan las facul­
tades superiores, sino que están dominados por la
emoción. La serenidad permite regular, normalizar
la conducta y modo de interpretar y dirigir las im­
presiones, y nos enseña a proceder más de acuerdo
con la comprensión, la inteligencia y la razón.

LA SERENIDAD SE CONQUISTA
Esa gran virtud tan esencial para el mejor go­
bierno de nuestra vida no se hereda; debe ser con­
quistada, lograda por medio de constante e inteligen­
te ejercicio de la voluntad expertamente dirigida. Las
grandes conquistas espirituales no pueden ser com­
pradas ni recibidas de regalo. La naturaleza exige
el precio de la comprensión, de la función consciente,
de la actividad del intelecto y de la disciplina. Nadie
se engañe creyendo que con sólo el andamiaje de
conocimientos generales conseguirá construir su con­
ducta y resguardarse de los trastornos que se suce­
den en el transcurso de la vida.
Por el dominio propio se produce la sensibiliza­
ción superior que, vigorizada por la voluntad, me­
jora la organización de sí mismo. «La agitación, que
es un acto reflejo, es una degeneración de la vita­
lidad funcional, mientras que la actividad serena, que
es un acto reflexionado, es la expresión misma de
esa vitalidad puesta al servicio de la inteligencia».
«La agitación es el interés que rinde la indolencia
o ignorancia, mientras que la serenidad es la regula­
dora de la emoción pasional. Cuándo aquélla predo­
mina, cualqiuer inconveniente se agiganta, mientras
— 4 -
que, logrado el dominio, se contemplan las cosas en
su tamaño real y aun en escala menos imponente.»
La intranquilidad que muchos sienten, el pavor
que a no pocos asalta y la ansiedad que por diversos
motivos aguijonea a grandes núcleos de personas, tie­
nen su explicación en un espíritu apocado y egoísta,
en la ausencia de simpatía hacia otros y en un afán
quimérico de querer monopolizar el gozo, la dicha
y el bienestar. Quien se aferra a la idea de que lo
importante es asegurar el bien propio, sin importarle
el de los demás, es asaltado por toda clase de temores,
sospechas, angustias y zozobras.
Cuenta E. V. Lucas que los ingleses tienen una
escuela en la que se les enseña a los niños a com­
prender al prójimo, esto es, a simpatizar con él. El
programa de la misma incluye el día del ciego, del
sordomudo, del lisiado, etc. En el del primero, por
ejemplo, algunos alumnos amanecen vendados, y a
otros corresponde auxiliarlos exactamente como si se
tratara de ayudar a seres privados de la vista. De
esta manera, se inculca en esos niños lo que todo hom­
bre necesita poseer: el sentimiento que los hace ca­
paces de verse en sus semejantes; de considerarse
expuestos a los mismos infortunios que ellos; de es­
tablecer la nobilísima corriente de afectos y sentimien­
tos que constituyen la simpatía.
En una revista religiosa, se publicó la siguiente
plegaria, epítome de sentimiento social y síntesis de
comprensión y serenidad:
«Señor del valor y de la fortaleza: si he de tener
reumatismo, ayúdame, con tu divina gracia, a sopor­
tarlo de tal manera, que yo no haga sufrir a mis
parientes. Concédeme la gracia de que rehuya des­
cribir una y otra vez la aflicción y sufrimientos que
sólo son míos. Vigoriza en mí el deseo de aliviarme,
— 5 —
y que no me sienta tentado a vivir al amparo de la
simpatía y compasión que se deparan a un inválido.
Hazme recordar constantemente que el tormento de
ios nervios se multiplica cuando es relatado. Amén».
La serenidad se consolida por la organización de
las fuerzas espirituales puestas al servicio de la per­
sonalidad; por ellas se logran las conquistas que in­
tensifican el poder dinámico, confiado y emprendedor.
Según la doctrina de Yoritomo, las cuatro cuali­
dades fundamentales de la serenidad son: Reserva,
Discernimiento, Sagacidad, Perspicacia.
a) La reserva para que domine sobre pensamien­
tos y actos.
b) El discernimiento para elegir los actos que
más convienen.
c) La sagacidad para destacar la conducta, ex­
presiones y manifestaciones que mejor se
avendrán a cada caso.
d) La perspicacia para penetrar en los detalles
y llegar a deducciones que iluminan el juicio
para una mejor comprensión y decisión.

DOMINIO SOBRE UNO MISMO


Necesario a todos es tener dominio sobre sí mis­
mos. Las más de las condiciones adversas se originan
en el espíritu propio. No es lo que nos rodea lo que
nos sitúa ante los grandes peligros, sino nuestra con­
dición espiritual inarticulada, esto es, sin consisten­
cia, sin contacto con los grandes principios de la vida,
sin vinculación con los recursos maravillosos de las
grandes verdades. Quien sólo se relaciona con lo efí­
mero, superficial y transitorio, forzosamente tiene
— 6 -
que sufrir los efectos que provienen de las influencias
inquietantes.
Muchos de los sufrimientos que torturan al hom­
bre se originan en ideas desalentadoras, negativas,
deprimentes y disipadoras de energía, aliento y pro­
pósito. Cuántas de ellas pueden asemejarse a los mue­
bles desvencijados que por mucho que sean remen­
dados nunca llenan un servicio aceptable. Las más
de las mismas se han infiltrado en la mente y espí­
ritu sin previa identificación. Se han apoderado de
la personalidad y le han dado una fisonomía falsa,
desagradable y desfigurada. De ahí que no pocos te­
men de sí mismos; creen estar seguros y cuando
llega el momento de afianzarse en sus propias fuer­
zas tiemblan y buscan refugio en supersticiones,
creencias legendarias y doctrinas engorrosas y de­
fraudadoras.
El pensamiento caprichoso, vanidoso, egoísta y ne­
gativo, jamás beneficia; más bien es germen de toda
clase de miserias. Tarea permanente del hombre de­
biera ser el analizar y vigorizar sus ideas; limpiar su
mente de supersticiones y librar su espíritu de falsas
sentimientos.
Sabias son las palabras del eminente hombre de
ciencia Ramón y Cajal: «Una severa autocrítica cons­
tituye el más precioso don del pensador. ¡Nada de
embriagarse con el propio vino, bueno o malo! Ni
imitemos la credulidad confiada de la gallinácea que
incuba con la misma formalidad un huevo fecundo
que uno de mármol!»
ESFUERZO CONSCIENTE
La aduisición de la serenidad requiere un esfuerzo
consciente. La misma será para nosotros una realidad
salvadora, solamente si la hemos arraigado en noso­
— 7 —
tros tras haber vivido un período de esfuerzo cons­
tante, de disciplina y adiestramiento y de lucha con
nosotros mismos.
El verdadero aprendizaje rescata de la torpeza y
de la incompetencia. Se demuestra haber aprendido
cuando se aprovecha lo estudiado. De la misma ma­
nera, quien aprende a serenarse, se transforma, mo­
difica, sé desprende de hábitos y tendencia impropios
y ejerce autoridad sobre sus impulsos ciegos. Apren­
der es liberarse y abandonar la conducta impropia
y desordenada.
Cuando el hombre se ejercita en la experimenta­
ción, halla la realidad de ciertas verdades y procesos.
Para lograrse la serenidad, se requiere mucho más
que una simple filosofía acerca de la misma; es pre­
ciso convertirla en fuerza, en vida. Es necesario tejer
paciente y consistentemente la trama de nuevas apre­
ciaciones y reacciones, que, finalmente, se convertirá
en el manto protector contra las acechanzas de ten­
dencias nefastas y transtomadoras.
Es necesario habituarse a una disciplina seguida
y constante, que induzca a seguir una conducta y pro­
ceder más útiles y acertados. Quien esté a la merced
de tendencias e ímpetus y carezca de dominio sobre
sus impresiones perturbadoras, sufrirá doblemente:
por el golpe de consecuencias castigadoras y por sen­
tirse incapaz de contrarrestar ese desenlace.
Al atemorizamos indebidamente, anulamos nues­
tra potencia; la innecesaria tensión nerviosa que se
produce entonces, agobia nuestro espíritu, y cuando
éste está perturbado, sólo una reacción valiente pro­
ducirá el equilibrio que nos permitirá reconquistar el
sosiego alentador.
Muchas son las penas para las cuales no hay re­
medio físico, porque se deben a emociones de desor­
- 8 -
den, de impaciencia, de intolerancia, de abatimiento,
de impulsos rebeldes, creados por sensaciones nega­
tivas.
Para formar una disposición más serena debe­
mos, ante todo, habituarnos a un modo de reaccionar
más rítmico y apelar a ideas constructivas. De esta
manera se contará, con una reserva de fuerza posi­
tiva que acudirá a nuestra defensa en el trance do­
loroso o apremiante. Quien se desespera, se sume en
una situación de dolor, porque no tiene en qué apo­
yarse en ese momento incierto, y, como el náufrago,
sólo contempla el fin aniquilador. Alguien ha dicho:
«No hay situaciones desesperadas, sino hombres sin
esperanzas».
Adhiérase, desde hoy mismo, a las siguientes re­
comendaciones :
a) Las primeras emociones generalmente son en­
gañosas. No se llegue a conclusiones apresu­
radas, porque posiblemente habrán de ser la­
mentadas cuando ya sea tarde.
b) Los primeros pensamientos comúnmente son
de carácter egoísta o vanidoso. Examínense
antes de ser adoptados.
c) Las decisiones aceleradas casi siempre son de­
ficientes y causan perjuicios. Hágase la elec­
ción cuerdamente, antes de obrar.
d) Las primeras palabras que acuden a los la­
bios, son, casi siempre, inadecuadas o equi­
vocadas, por no expresar acertadamente el
pensamiento que se desea transmitir. Refle-
xiónese antes de hablar.
ACTOS REFLEJOS Y ACTOS REFLEXIONADOS
Actuamos instintivamente y por la determinación
— 9 -
instantánea. Los más de los actos que realizamos son
mecánicos, obedecen a ciertas necesidades perento­
rias y son estimulados por influencias que se repiten
diariamente. Muchas de nuestras actividades respon­
den a la fuerza del hábito. Hemos aprendido a rea­
lizarlas por la imitación, por el ambiente y por la
educación recibida. Los más de nuestros actos son
reflejos, estimulados por necesidades personales.
El acto reflejo es el que llevamos a efecto auto­
máticamente, sin necesidad de pensar; esto es, de
determinarlo por la selección y el pensamiento lógi­
co. No necesitamos pensar sobre el mismo, porque
la repetición no requiere titubeo alguno. Son actos
reflejos el evitar peligros, rehuir responsabilidades,
satisfacer necesidades físicas, protegernos de daños
y realizar muchas de las tareas u ocupaciones dia­
rias. Casi todos los motivos de nuestras conversa­
ciones son estimulados por influencias reflejas.
El acto reflexionado es el que se realiza por vir­
tud de una previa consideración, razonamiento, elec­
ción y preferencia. Al reflexionar, analizamos, valo­
ramos, establecemos equivalencias; en fin, buscamos
motivos para apoyar la preferencia en la decisión
respectiva.
El acto reflexionado tiene mayor posibilidad de
ser más exacto, conveniente y productivo de resul­
tados beneficiosos que el reflejo, porque admite an­
ticipar consecuencias, resultados y derivaciones que
no se aprecian cuando se actúa en forma refleja.
La reflexión es esencial para muchos actos im­
portantes y decisivos. Quien logre la serenidad, ob­
tendrá una disposición más propicia a la reflexión;
porque habrá eliminado la precipitación, el impulso
ciego y la tendencia a obrar impetuosamente.
La irreflexión es causa de grandes trastornos y
— 10 -
de muchos quebrantos dolorosos. Las grandes deci­
siones, planes, programas de acción, modificaciones,
actitudes, propósitos, etc., requieren mucho estudio
y meditación para asegurar el fin o anhelo anticipado.
La serenidad es una forma de sabiduría. «El hom­
bre sereno elige y decide. El fatalista inclina la cerviz
y se somete.»
Tres hombres se encontraban en una selva, cuan­
do de momento, vieron a un tigre que amenazaba
atacarlos. El primero dijo: «Hermanos míos, nues-
tar suerte está ya echada. La muerte nos espera. Esa
fiera nos devorará». El era fatalista.
El segundo exclamó: «Arrodillémonos y oremos
a Dios. El Todopoderoso nos salvará». El era piadoso.
El tercero gritó: «¿Por qué recurrir a Dios? Su­
bamos a un árbol»; lo que hicieron rápidamente. El
realmente amaba a Dios.
Los dos primeros actuaron por reflejo, el último
reflexionó.

INTENCIONES Y ACTOS VOLUNTARIOS


El ser humano fomenta multitud de intenciones,
propósitos, planes y ambiciones, pero pocos son lle­
vados a la realización, porque se originan en ímpetus
pasajeros, en emociones vanas y en momentos de al­
guna excitación especial. No pocas veces, al llevar
a efecto algunas de esas intenciones precipitadas o
improvisadamente, se descubre el error, el defecto
o la inconsecuencia, cuando ya es tarde para evitar el
desengaño o el fracaso.
Muy poco de lo que realizamos está determinado
por nosotros mismos, porque, carentes de serenidad,
estamos al arbitrio de condiciones e impulsos pasa­
jeros y de caprichos dominadores. Muy pocos de nues­
— 11 —
tros actos se producen por una voluntad bien dirigida
y orientada. Fácilmente nos desesperamos y nos cree­
mos vencidos.
La serenidad requiere actos voluntarios, inteli­
gentes, acciones consistentes, realizaciones basadas
en pensamientos meditados y en consideraciones es­
tudiadas.
El acto elegido que responde a una voluntad adies­
trada en analizar y seleccionar la conducta, es más
acertado, compensa más ampliamente y produce ma­
yores satisfacciones; robustece el espíritu y confirma
la ventaja de actuar por una serenidad consciente y
afirmada.

DISCIPLINA DE LA VOLUNTAD
«Si hay algo en vosotros verdaderamente divino,
es la voluntad. Por ella afirmamos la personalidad,
templamos el carácter, desafiamos la adversidad, co-
regimos el cerebro y nos superamos diariamente.» —
Ramón y Cajal.
Una mayor serenidad sólo es posible por medio de
una voluntad bien disciplinada y adiestrada. Quien
se habitúa a una libertad sin límites y trabas, reali­
zará más actos reflejos, porque reaccionará más se­
gún las tendencias impulsivas y ciegas.
La voluntad es más eficiente, constructiva y vi­
gorosa en quienes la dirigen, encauzan y dedican a la
realización de actos útiles, prácticos, beneficiosos y
productivos.
Disciplinar la voluntad es someterla más a la di­
rección del entendimiento, acondicionarla a motivos
justificados, supeditarla a un equilibrio razonado ©
inteligente. Amaestrarla es experimentar en lo que
robustece la personalidad.
— 12 —
El hombre no puede anhelar o preferir todo lo
que el instinto y el impulso reflejo sugieren o reco­
miendan. Debe saber distinguir entre lo que le con­
viene y lo que le perjudica; entre lo que es preferible
y lo que es indeseable.
Para fundamentar la disciplina propia se necesita
sentir la necesidad de lograr de la vida resultados
entonadores, prácticos y fructíferos. Es preciso as­
pirar a mejorar y esforzarse por triunfar.
Cuando se adquiere el hábito de movilizar la vo-
untad, ésta opera más espontáneamente, se actúa con
mayor dinamismo y se tiene un sentido más efectivo
del poder propio. Para quien su propia determinación
es un poder operante, por ser una fuerza activa, no
presenta dificultades el lograr la serenidad.
Sea decisivo, no titubee en todo, sea firme. Ha­
bitúese a llevar a efecto sus decisiones sin vacilación.
R,equiere mucha energía y pérdida de tiempo tener
que definir en cada caso si convendrá o no llevar
a efecto el propósito respectivo. Hay personas que
para levantarse, contestar una carta que deben de
tiempo atrás, elegir entre dos corbatas o camisas,
ir al teatro o al cine, comprar una revista, etc., sos­
tienen consigo mismos un debate digno de mejor cau­
sa. Siempre titubean y dudan, y la perplejidad los
sumerje en un lago de incertidumbre. La firmeza con­
solida la serenidad.
Son muchos los que tienen ante sí, constantemente,
un crepúsculo atemorizador creado por su timidez,
egoísmo, pesimismo y desconfianza. Lo que necesita­
mos es colocarnos ante una perspectiva de aurora que
nos aliente, incite a proseguir en nuestro esfuerzo y
lograr el triunfo.
— 13 —
REACCIONES SENSATAS
Muchas personas reaccionan violentamente o con
apresuramiento ante lo desagradable o lo que, en al­
guna forma, choca con la sensibilidad o manera in­
dividual de vivir, pensar, o apreciar las cosas. Las
más de nuestras reacciones son reflejas; instantá­
neas, y cuando causan algún daño, éste ya es irre­
parable al darnos cuenta del error cometido.
El ser humano, para ser más sereno, necesita
educar su forma de reaccionar, esto es, debe regular
sus ímpetus, impulsos y exteriorizaciones y modos de
sentir.
Debe sobreponerse a su sensibilidad cuando ésta
es tirana; obedecer menos a las suposiciones, a las
primeras impresiones, a los temores, a las ansiedades
y a muchas otras influencias que incitan a la reac­
ción violenta, precipitada o equivocada.
La educación de las reacciones requiere interés,
persistencia, método y seguir un sistema que ayude a
abandonar hábitos negativos y formar otros positi­
vos y más eficientes.
Un navegante que después de algunos viajes tran­
quilos y apacibles tuviera que hacer frente a un hu­
racán y se asombrase del cambio del tiempo y de
los inconvenientes de la tormenta, demostraría in­
competencia para ocupar su puesto de responsabili­
dad. El debería haber aprendido la lección de que el
mar también se embravece y que es necesario estar
preparado para capear el temporal. El hombre debe
estar listo para enfrentarse con los vaivenes compren­
didos en la vida.
Cuando la nerviosidad es intensa, el motivo es­
timulante de la misma aparece amenazador, como si
fuese a devorarnos y los impulsos reflejos complican
más aún la situación.
— 14 -
Mantengamos una condición de excitación ner­
viosa normal y consolidémosla con la reflexión para
sentirnos más valientes, considerar los obstáculos en
su proporción verdadera, librarnos de impresiones
trastornadoras y ser más felices.
No existe ni puede existir el seguro contra la
eventualidad compleja, ni contra la adversidad de las
cosas, pero sí puede hallarse defensa en una forma de
reaccionar confiada, inteligente y precavida.
Los siguientes datos son instructivos y declaran
que el hombre tiene que ser fuerte y sereno, y jamás
ceder ante los embates de la vida. Cuando usted se
sienta deprimido recuerde los casos que se citan:
Homero, autor de «La Ilíada» y «La Odisea», tuyo
que mendigar para comer.
Camoens, autor de «Las Lusiadas», murió pobre­
mente en un hospital.
Tasso careció, en no pocas ocasiones, de dinero
para comprar- una vela para escribir, de noche, sus
hermosos poemas.
Ariosto, autor de «Orlando Furioso», se quejaba
de tener solamente una capa rota para abrigarse.
Cervantes terminó sus días en la mayor miseria.
Milton tuvo que vender en unas pocas guineas su
obra sublime «El Paraíso Perdido».
Corneille, antes de expirar, ni siquiera contó con
un poco de caldo.
Adamson, por no tener zapatos, dejó de asistir
a la Academia.
Darwin estuvo enfermo la mayor parte de su vida.
Andrés Carnegie, el multimillonario, rey del acero,
en su viaje de emigrante a los Estados Unidos, peló
patatas a bordo.
— 15 —
Graham Bell pasó muchas penurias mientras per­
feccionaba su invento del teléfono. Después de haber
hecho la primera experimentación delante de hom-
bres eminentes en la industria, comercio y banca, se
le dijo que su invento, como juguete, podría tener
éxito, pero no como sistema para comunicarse a lar­
ga distancia.
Edison tuvo que repetir miles de fórmulas antes
de dar con las soluciones deseadas.
Van Goog, cuyos cuadros se venden a centenares
de millares de dólares, llegó a dar un cuadro por un
pedazo de pan.
Millares son los hombres de posición desahogada
que se iniciaron con escasos recursos y pasaron gran­
des privaciones antes de lograr sus propósitos.
Un padre se presentó con su hijo al rector de una
institución de enseñanza para rogarle que se abre­
viaran cuanto más posible los estudios del jovencito,
porque deseaba incorporarlo a la oficina de su empre­
sa de negocios.
El educador le contestó con estas palabras:
«Cuando Dios quiere hacer una calabaza sólo requie­
re unos pocos meses, pero cuando hace un roble, ne­
cesita años. Usted dirá si quiere que su hijo sea lo
primero o lo segundo».
Nada se gana con inquietarse, rebelarse, enojarse
y protestar porque no se obtuvo lo deseado. Consi­
derarse como la persona más infortunada, suponerse
víctima de la adversidad y creerse en condición más
desventajosa que la de otros es demostrar, en los más
de los casos, poca comprensión, debilidad anímica y
excesivo egoísmo y vanidad.
Nuestros antepasados vivieron sin azúcar hasta
el siglo XIII; sin carbón y sin manteca, hasta el si­
— 16 —
glo XIV; sin tabaco y patatas, hasta el siglo XVI;
sin té, jabón y café, hasta el siglo XVII; sin lámparas
y sombrillas, hasta el siglo XVIII; y sin trenes, clo­
roformo, fósforos, gas, teléfono, telégrafo y automó­
viles, hasta el siglo XIX.
Napoleón, el gran conquistador, no tuvo el pri­
vilegio de comunicarse por teléfono, escuchar una
radio, alumbrarse con electricidad, hacer un viaje
por aeroplano, etc.
DOMINIO SOBRE LAS EMOCIONES
El ser humano tiene grandes y poderosos recur­
sos para actuar como ser superior por la variadísima
gama de emociones que puede generar, pero si él no
sabe dominarlas, le causarán toda suerte de conse­
cuencias deplorables. Las más de las personas sufren
por causa de su emotividad indisciplinada e incom­
prendida.
Para ejercer dominio sobre las emociones es ne­
cesario guiarse por una forma de pensar y actuar
más sensata. Las más de las emociones perjudi­
ciales son de carácter atemorizador. Todos tememos,
sospechamos, anticipamos perjuicios, pérdidas, sufri­
mientos, con el resultado de que prevalezca en nos­
otros un estado anímico predispuesto a sufrir ago­
nías.
Las emociones deberían pasar por el filtro del co­
nocimiento, de la comprensión y del análisis. Evítese
juzgar por las apariencias o primeras impresiones.
Conviene equilibrar las ideas que se formen sobre
distintas interpretaciones o situaciones y ser cuida­
doso en las deducciones que se hagan.
Es difícil la serenidad cuando prevalecen la imi­
tación o la emoción excesiva, porque entonces la men­
te no enfoca la realidad, sino más bien lo ficticio
o fantástico que la imaginación inventa y supone.
— 17 —
Acostúmbrese a no imitar los actos inconvenientes
e ineficientes de los demás; proceda por una actitud
más inteligente y comprensiva; razone más, tenga
más confianza; no sea precipitado en decidirse res­
pecto a las cosas importantes, que requieren refle­
xión, y no se atemorice por hábito.
Napoleón comparaba el mecanismo de pensar con
el arreglo metódico de un armario de oficina, en el
cual todos los documentos y papeles son archivados
en los respectivos cajones. «Si decido alejar de mi
mente algún asunto, cierro el cajón respectivo y abro
el próximo; así los contenidos nunca se confunden,
y mi mente está libre de preocupaciones y fatiga.
Si quiero entrar en laxitud al dormir, cierro todos los
cajones». El era amo de sus pensamientos y los tenía
en completa subordinación. Los dirigía con el mismo
método con que mandaba a sus tropas. Una vez había
tomado una decisión, pasaba a otro asunto sin preo­
cuparse y ceder a sensaciones de incertidumbre.
Muchas de nuestras inquietudes se deben a la com­
petencia que mantenemos innecesariamente con los
demás. Queremos rivaliar en cosas frívolas y no tra­
tamos de descollar en lo fundamental. Se nos enseña
a competir con otros por el afán de sentir el halago
de dominar a los demás; por la vanidad de creemos
superiores, pero, ¿por qué no competir con nosotros
mismos? ¿Por qué no superamos, todos los días, en
algo, eliminar alguna deficiencia y adiestrarnos más
en lo que fortalece el ánimo y la voluntad?
¡Cuántas mentes se mantienen en constante sobre­
salto por un materialismo abrumador y sofocante!
Bien ha dicho un autor: «El hombre que se jacta de
dedicar todo su tiempo a los negocios, se pone al ni­
vel de una vaca que emplea todo su tiempo en pastar».
Son muchas las tendencias y disposiciones huma-
— 18 -
ñas equivocadas causantes de grandes sufrimientos.
Dice el doctor Alexis Cairel: «Cuando la envidia, el
temor y el odio se hacen habituales, son capaces de
iniciar enfermedades. El pensamiento puede generar
lesiones orgánicas. El sufrimiento moral profundo in­
terrumpe la salud. Los hombres de negocios que no
saben cómo combatir la preocupación mueren a edad
temprana. Los que mantienen la paz interior en me­
dio del tumulto de la ciudad moderna, se inmunizan
contra los desórdenes nerviosos y orgánicos».
Merece ser meditado lo que expone Ingenieros:
«La envidia es el acíbar que paladean los impoten­
tes. Es el rubor de la mejilla abofeteada por la glo­
ria. Es el grillete que arrastran los fracasados. Es
la más innoble de las lacras que afea a los caracteres
humanos. El que envidia se rebaja sin saberlo, se con­
fiesa subalterno; esta pasión es el estigma psicoló­
gico de una humillante inferioridad, sentida, recono­
cida».
Dice Milton MacKaye: «El fatalismo de nuestra
época no es el de la fe, sino el de la desesperación;
no es producto del espíritu, sino creación de la inte­
ligencia. El hombre es aun un creador potencial, más
bien que la víctima de sus creaciones. No sólo hay
en él libre albedrío, sino ocultas posibilidades y no
tiene que ser esclavo del ambiente o de las circuns­
tancias. Su capacidad se halla limitada no tanto por
la herencia y la pobreza, como por la visión que tiene
de sí mismo».
El doctor Flander Dunbar y otros médicos hicie­
ron estudios especiales de 1500 enfermos de un hos­
pital de Nueva York a los que aquejaba una gran
diversidad de enfermedades. Más de la mitad de ellos
debía su estado físico deficiente a condiciones emo­
tivas.
— 19 —
Expone Friederich Jensen: «La ansiedad, las ma­
nías, los crímenes y las perversiones ya no se con­
sideran como enfermedades en sí, sino que se conci­
ben como diferentes formas con las que quiere el
hombre sustraerse ante la vida: esto es, ante la vida
con los otros. Porque, para decirlo desde el principio,
todos los fenómenos neuróticos son la expresión de
un trastorno en nuestras relaciones con los demás.
Neurótico es, por lo tanto ,el hombre- que, inseguro
de su propia capacidad productora, se retira del ca­
mino de la humanidad ordinaria hacia la senda an­
tisocial o asocial.
»Es neurótico aquel que constantemente torna
más de lo que da; que continuamente pide sin estar
dispuesto a retribuir; que perturba la armonía de la
vida social mutuamente compensadora, con objeto de
enriquecerse, ya sea material o emocionalmente, a
expensas de los demás. Ser neurótico es engañar y
estafar invariablemente; mostrar debilidad, explotar
la buena fe de los inadvertidos. En general, el neuró­
tico piensa que son demasiado duras para él las exi­
gencias de la sociedad y busca el medio de eludirlas».
No magnifique sus dificultades, problemas, incon­
veniencias o situaciones desagradables. Adopte una
actitud de valentía, halle placer en la lucha; ponga
a prueba su resistencia. Sobrepóngase a las ansieda­
des, temores, inquietudes y desasosiegos. Sobre todo,
tenga paciencia, luche, espere, confíe y no crea hun­
dirse porque el horizonte esté encapotado.
Aprenda a esperar; comprenda que el tiempo tam­
bién participa en los planes, anhelos y propósitos que
usted promueve. Reconozca que la vida perdería mu­
cho encanto si pudiera realizarse todo lo que usted
ambiciona al instante.
No sitúe sus horas de felicidad en el futuro. No
— 20 —
diga: El año que viene seré feliz; dentro de tres me­
ses gozaré mucho; la semana que viene pienso recrear­
me, etc. Ahora es el tiempo de regocijarse por algo
que usted tiene al alcance: alguna manifestación de
belleza , algún acto generoso, algún placer lícito y
beneficioso, una pequeña, pero significativa victoria,
un momento de tranquilidad, un pensamiento feliz
y constructivo, un rasgo de desprendimiento suyo o
de otro, en fin, alguna expresión animadora. No sea
ciego ni sordo; observe atentamente; exponga su es­
píritu a los muchos mensajes que la naturaleza le
envía y reconocerá que son muchos los motivos para
que usted sienta la tranquilidad que llega a los que
disciernen la vida a través de las grandes manifes­
taciones espirituales.
¿Por qué crearse una atmósfera de espanto y de
angustia? Si tiene un problema, estudie cómo resol­
verlo; pero no aumente sus dificultades dándose a
considerar toda clase de suposiciones deprimentes,
que empeoran su situación y le impiden vencer el
obstáculo respectivo.

MEJOR SALUD
Una señora estaba comprando en un estableci­
miento comercial y mientras seleccionaba lo que le
convenía, su hijita, de pocos años, la molestaba cons­
tantemente tirándole de las faldas y distrayéndola y
ella cada vez que era objeto de alguna interferencia
decía, tocándose a sí misma: «Calma Susanita, cal­
ma». Como reaccionaba en forma tan mesurada, un
caballero que también compraba delante de otro mos­
trador cercano, la observaba y pensaba en la gran se­
renidad de que hacía gala esa cliente.
Cuando hubo terminado su compra, ese señor se
acercó a la dama y la felicitó por su gran serenidad
— 21 —
y la forma de actuar ante las interrupciones de su
hijita Susanita, a lo cual repuso ella: «Muchas gra­
cias, señor, pero Susanita soy yo y no mi hijita. Sólo
calmándome evito la impaciencia y la reacción vio­
lenta».
Repetidamente tenemos ocasión de sentimos mo­
lestos a causa de los demás y es frecuente que no po­
damos impedir lo enojoso o antipático que proviene
de otros, pero sí nos es muy ventajoso ejercer el do­
minio y la serenidad convenientes para evitar la ex­
citación que no sólo confunde y desorienta, sino que
perjudica el organismo también.
La serenidad requiere la colaboración del vigor
físico; cuando se posee, se tiene menos tendencia a
la excitación, a las situaciones desequilibradas, a las
influencias impulsivas, a las consideraciones precipi­
tadas. Las personas nerviosas difícilmente pueden ac­
tuar con serenidad.
Dice Kathlee Bellamy: «El hombre sufre más que
los animales y cuanto más inteligente e instruido
llega a ser, tanto más sensible se vuelve al sufrimien­
to. Por consiguiente, el dolor puede tener un propó­
sito mucho más importante que el que se imaginaba.
Posiblemente, el dolor no sea sólo una advertencia,
sino una medida de la energía creadora reprimida en
el hombre. Si pudiésemos aprender a aplicar y apro­
vechar nuestra energía vital no sufriríamos dolores».
También la salud es necesaria para adquirir la se­
renidad, porque por ella los nervios ceden mejor a la
disciplina mental. Sólo los espíritus muy disciplinados
pueden sobreponerse a los males físicos, mostrándo­
se ecuánimes y pacientes.
La salud exige también gran atención de parte
nuestra y sometimiento a normas de vida inteligen­
— 22 —
tes y disciplinadas. La serenidad existe para deparar­
nos condiciones y situaciones más libres de sobresal­
tos y desaciertos, y la salud sirve de base a la opera­
ción de esa cualidad tan esencial y necesaria para la
felicidad humana.
Eduque sus músculos a que se mantengan laxos,
y estará menos expuesto a la irritación. Usted no pue­
de excitarse tan fácilmente si se mantiene en condi­
ción laxa.
RESPIRAR ES VIVIR
Aprendamos a respirar, en la respiración profun­
da se halla gran parte del secreto de una condición
serena. Recuérdese que un 75 % de la substancia
vital está constituida por oxígeno. Si la respiración
es deficiente, significa que se posee menos resisten­
cia y vigor por ser mayor la cantidad de tóxico acu­
mulado en el organismo. No puede haber nervios dis­
ciplinados en donde no hay suficiente oxígeno. Aspi­
rar insuficiente cantidad de oxígeno es hacerse vícti­
ma de toda clase de condiciones inconvenientes y ex­
ponerse a sobresaltos, temores y ansiedades.
¡Cuánto depende la serenidad de la respiración
correcta! Es de notarse que cuando los nervios están
tensos, la respiración es más agitada y menos profun­
da. En cambio, cuando se respira rítmica y honda­
mente, los mismos músculos tienden a aflojarse. La
entrada de mayor cantidad de aire en los pulmones
exige un movimiento torácico más expansivo, lo cual
favorece la laxitud muscular y nerviosa. Nuestros
movimientos son casi todos reflejos, y el acierto de
Jos mismos depende de la metodización de las funcio­
nes vitales. Depende de nosotros el sistematizar la
respiración y darle a ésta el ritmo conveniente. Es in­
dispensable respirar como la naturaleza requiere.
- 23 -
Todas las noches, con la ventana del aposento
abierta y ya en la cama, adóptese una postura de
completa laxitud y siéntase como si el cuerpo no tu­
viera un átomo de fuerza, para moverse. Luego,
lentamente y con la boca cerrada, háganse unas cuan­
tas respiraciones profundas, pero sin forzar la fun­
ción respiratoria. Si se respira correctamente, el ab­
domen se abultará y luego hará lo mismo la región
del tórax, lo cual indicará que se está tomando toda
la cantidad de oxígeno posible. Hágase la exhalación
lentamente, pero por la nariz. Si se está acostumbra­
do a una respiración deficiente, deben limitarse las
respiraciones a unas pocas, las primeras noches, has­
ta que los pulmones se acostumbren a recibir más ai­
re y así se sometan a una mayor elasticidad las
vesículas más o menos atrofiadas.
Empiécese con cinco respiraciones, agregándose
dos más cada día, hasta llegar a 20. Si se realiza de­
bidamente este ejercicio, con toda probabilidad, y
sin ser notado, el que lo lleve a efecto se quedará dor­
mido fácilmente.
Por la mañana, repítase el mismo ejercicio, pero
de pie. Como resultado del mismo se experimentará
avidez por entregarse a la actividad.
Durante el día, cuando se sienta la invasión de al­
guna condición irritante, dificultad, transtomo o pro­
blema que tienda a producir desconcierto, háganse
unas respiraciones hondas y se sentirá mayor domi­
nio sobre uno mismo y una condición de alivio evita­
rá la presión excitativa.
La serenidad no armoniza con la excitación inde­
bida o condiciones que de alguna manera ciegan y
obstruyen la labor del intelecto. Sujetar los impulsos
a un ritmo inteligente y metódico es poseer una
— 24 —
fórmula eficaz para contrarrestar las condiciones que
impiden la tranquilidad y la actuación adecuada.
La excitación apaga las luces en torno nuestro.
Muchas veces, de pequeñas dificultades nacen terri­
bles consecuencias, por falta de visión y compren­
sión. Hace años ocurrió un horroroso incendio en la
Catedral de Santiago de Chile, en el que perecieron
centenares de personas, antre ellas mujeres y niños.
Las puertas se abrían de afuera para adentro. Du­
rante la función religiosa, un jueves santo, un cirio
se torció y prendió fuego al altar, lo cual produjo el
pánico, y todos los fieles se agolparon a la puerta
que sirvió de trampa para aquella masa humana que
formó como una muralla que impedía la salida de
cualquier persona. Con un poco de serenidad, dando
lugar a que alguien abriera las puertas, el siniestro
no hubiera comprendido una lista tar larga de vícti­
mas de la precipitación y de la excitación.

NERVIOS DOCILES
Es indispensable también, la educación de los ner­
vios para lograr la serenidad. En realidad, ésta se
estabiliza con la experimentación inteligente y perse­
verante. Contamos con una energía nerviosa que pue­
de causarnos mucho beneficio o mucho sobresalto,
según la utilicemos o la disipemos.
Constantemente oímos hablar acerca de la ner­
viosidad que afige a las más de las gentes. La misma
se debe, en la mayoría de los casos, al desorden pro­
ducido por agitaciones, impulsos y temores al mar­
gen de la acción reflexionada o metodizada. Nos pre­
cipitamos, imaginamos desenlaces perjudiciales, nos
consideramos sepultados en mil peligros; creemos ver.
en derredor nuestro, enemigos acérrimos, todo lo cual
— 25 —
produce en nuestro espíritu un desequilibrio que nos
anonada.
La irritación nos encierra en un estado de rigidez
que nos impide desenvolvemos con tino y adoptar so­
luciones más prácticas e inteligentes. Oímos hablar
acerca de lo penoso que es hallarse en una prisión,
pero ¿hemos pensado alguna vez, cuán fuera de ra­
zón está el encierro en que nos metemos cuando nos
imponemos contracciones musculares innecesarias y
tensiones nerviosas opresoras? ¡Cuánto sufre el hom­
bre por ignorancia, indisciplina e incompetencia para
actuar sosegada y comprensivamente!
Quien deje que sus nervios operen según los in­
centivos que los incitan, no sólo se hará infeliz, sino
que sufrirán los que en alguna forma se relacionen
con él.
«El nervioso debe aprender que cuando la discipli­
na mental y dominio sobre sí mismo han sido practi­
cados al punto que 60 % o más de sus funciones men­
tales son normales y saludables, entonces el balance
de la gravitación psicológica estará de su parte para
pensar acertadamente y sentir impulsos sanos; y en­
tonces automáticamente empieza la victoria.»
Si nuestros nervios han de ser más dóciles, ante
todo, debemos librarnos de prejuicios, de ese hábito
nefasto de tomar decisiones y formar juicios basa­
dos en ideas preconcebidas, impresiones del momen­
to y suposiciones hipotéticas. El prejuicio, general­
mente, fomenta la irritación nerviosa y azuza el des­
concierto general de ese sistema tan fundamental
para mantener el contacto con el mundo exterior,
además contribuye a trastornos orgánicos.
También es necesario adiestrarse a descansar. Al­
guien ha dicho que todo hogar debería tener un gato,
para aprender de él cómo reposar. Obsérvese cómo se
— 26 —
desparrama ese animalito cuando está echado; todo
su cuerpo se mantiene en perfecta laxitud; produce
la impresión de que ha perdido todo sentido de mo­
vilidad. A pesar de los miles de años de existencia
humana, el hombre no ha aprendido a descansar en
forma rehabilitadora. Tiranizado por toda suerte de
angustias, ambiciones, egoísmos, quebrantos morales
y físicos y otras influencias inquietantes, es víctima
de incesante tensión nerviosa que le impide sentir los
beneficios del reposo reparador.
Para lograr un descanso reanimador es preciso
dejar que todos los músculos estén libres. Mantén­
ganse las manos sueltas, la región clavicular y la
del cuello sin contracciones forzadas; aflójense los
músculos de las piernas y no se mantengan los pies
agitados cuando se está sentado o de pie; es decir,
no se malgaste la energía en movimientos innecesa­
rios y agotadores.
Hágase este experimento: Cada noche, cuando se
llegue a casa, ocúpese el sillón más cómodo, déjese
que los brazos cuelguen a los lados como si no se
tuviera fuerza para levantarlos, y procúrese que el
cuerpo permanezca como desplomado, sin fuerza para
moverse. La cabeza debe colgar como caída, por su
propio peso. Permanézcase en esa posición unos diez
minutos. No se piense en nada; éntrese en un estado
mental como si se sintiera tal fatiga que se desease
dormir. Si se llevan a efecto estas instrucciones, con
toda probabilidad se producirá el sueño. Unos diez
minutos entregados a ese reposo serán sumamente be­
neficiosos.

RITMO MAS UNIFORME


La precipitación, la ansiedad y el atolondramien­
to son los tres enemigos de la serenidad, porque tras­
— 27 —
toman la perspectiva de la realidad y promueven la
confusión. Generalmente se producen tales descon­
ciertos por el ritmo acelerado y atropellado del vivir
de las gentes.
La serenidad es de una naturaleza que no se avie­
ne a la precipitación. Si la misma se fortalece en el
método y en la regularización de las funciones espi­
rituales y mentales para aclarar, conocer mejor y de­
finir en forma más adecuada y exacta, fácil será
comprender que se requiere un ritmo más uniforme,
acompasado y detenido, para una mejor y más sa­
bia actuación. Una persona serena no comete actos
violentos.
El hombre no precisa apelar a la vertiginosidad
para vivir más intensamente o proceder mejor. Las
medidas más importantes, las resoluciones más tras­
cendentales, las decisiones más esenciales, pueden lle­
varse a efecto con un ritmo más estudiado, lento y
precavido; pero es indispensable no esperar al último
momento, sino más bien anticiparse antes de que la
urgencia imponga la precipitación.
La serenidad es de por sí lenta, sosegada, rítmi­
ca. No por correr más se llega más pronto. Tratándo­
se de asuntos importantes, de actos de trascendencia,
de momentos críticos, un mayor dominio sobre el ím­
petu acelerador, apresurado y ciego, permitirá des­
cubrir ideas, soluciones y pensamientos más felices
y adecuados.
En el momento de enojo, lleva la de ganar quien
sepa dominarse. Un cliente se enojó y le dijo al ven­
dedor: «Le voy a romper el alma», a lo que repuso
el amenazado: «Rómpamela si lo desea, pero déjeme
intacto el cuerpo, porque lo necesito».
Recomienda Marco Aurelio: «No seas como un pe­
lele, movido por ciegos impulsos. Vive como la lám­
- 28 —
para que, usando con lealtad su aceite, sigue dando
su luz hasta el fin, sin perder nada de su brillo».
Muchas veces, por una condición tensa se dice lo
que no conviene y se adoptan actitudes injustas y
violentas. La siguiente conversación fué oída en un
ascensor de una casa comercial importante:
— ¿Qué piso?
—Quinto.
—¿A qué sección va, señor?
—A usted no le interesa.
—Señor, tengo orden de preguntar, porque algu­
nas de las secciones han sido trasladadas.
—Voy a la sección Envíos.
—Esa sencción está ahora en el piso tercero.
Evite las exageraciones en su conversación, por­
que las mismas lo incitarán a la tensión. Si usted ob­
serva, las personas que exageran en sus descripcio­
nes, relatos o conversaciones, generalmente levantan
la voz innecesariamente, se mueven impulsivamente
y hacen uso constante de gestos y ademanes nervio­
sos. El siguiente diólogo es ilustrativo:
Juanito. — Mamá, acabo de ver un automóvil
tan grande como una casa.
Madre. — Juanito, ya te he dicho más de diez mil
veces que no debes exagerar.
Al conversar, evítese la impaciencia, la avidez por
contradecir, el apremio por imponer las ideas propias
y levantar la voz indebidamente. El ímpetu avasalla­
dor en la conversación predispone para el ataque;
jamás contribuye a una mejor comprensión de lo que
es objeto de dilucidación, y a un acercamiento más
cordial entre los interlocutores.
Hable con menos apresuramiento; camine con me­
nos agitación; comunique sus ideas con menos titu­
— 29 —
beo; desempéñese en forma más normalizada; empie­
ce su tareas a tiempo; prevéngase contra la precipi­
tación, anticipando lo que sea necesario; evite el so­
bresalto y sus actos serán más adecuados y agrada­
bles.
La serenidad será para usted una realidad si se
somete a un ritmo de sentimiento, pensamiento y ac­
ción que corresponda a la importancia de lo que deba
realizar.
Elimine las ansiedades que tanto perturban el
equilibrio propio y que motivan el impulso precipita­
do. Guíese por las siguientes recomendaciones:
a) No se entregue a ideas deprimentes. La pre­
ocupación mórbida es peligrosa. Consulte con
alguna persona inteligente y razonable antes
de tomar decisiones.
b) No se compadezca por hábito porque tenga
dificultades. Tal actitud debilita y empobrece
el espíritu.
c) No se enoje porque sufre contrariedades o
tropieza con problemas. Si son inevitables
acéptelos y proceda lo mejor posible.
d) No deje pasar un día sin actuar construc­
tivamente. Haga algo ventajoso, salga a la
calle para ver algo alentador, aconséjese de
alguien; huya de las ideas extremas. Jamás
tome una resolución definitiva cuando algún
gran dolor o temor lo asalte. Espere para
cuando se serene.
BUEN HUMOR
Alguien ha dicho que la prueba de si un hombre
tiene dominio sobre sí mismo está en su habilidad de
ver la parte cómica de los variados incidentes que le
— 30 —
ocurren ocasionalmente. Quien se proponga descubrir
lo chistoso de sus experiencias diarias, hallará que
no todo es lúgubre ni doloroso. Recuérdese que lo
humorístico es realmente humano. El animal no pue­
de sonreir.
Gordon Selfridge, comerciante que llegó a ser
magnate en su especialidad, empezó su carrera co­
mercial en forma muy humilde. A los pocos días de
haber abierto su establecimiento comercial, un rival
muy poderoso y vecino suyo colocó enfrente de su
casa un gran letrero que decía: «Establecido en el
año 1856». Al día siguiente aparecía otro más llama­
tivo sobre la puerta de la nueva casa y que decía:
«Abierto ayer. No hay mercadería vieja». Este hom­
bre dinámico poseía el sentido del buen humor; vió
la parte jocosa de la situación que se le presentaba y
su acertada interpretación creó para él popularidad.
Sonría más. Vea el tinte animador de las cosas,
acontecimientos y personas. No deje que todo le afli­
ja. Cuando anticipe pasar un día delicioso dando un
paseo, y sus planes no se realicen porque la lluvia
los interrumpió, olvide sus proyectos y sepa hallar
algún sustituto compensador.
¿Ha visto alguna vez a una persona resbalar
y romperse el vestido o traje? ¿Qué han hecho los
que vieron el incidente? ¿No se rieron? Ellos vieron
la parte cómica. La víctima no la vió porque sus re­
flejos se lo impidieron; su amor propio se sintió afec­
tado. Es de admitirse que en el caso de una persona
que no tuviera para reponer la ropa estropeada, se­
ría difícil conformarse. Merece ser citada la expre­
sión que se atribuye a Cervantes, dicha mientras él
estaba en la cárcel: «Desnudo nací, desnudo me ha­
llo, ni pierdo ni gano».
Habitúese a reservar sus quejas y contrariedades
- 31 -
para sí mismo cuando lo que le ocurra sea inevitable
o de carácter circunstancial. Se dice que cuando un
conscripto del cuartel de Randolph, Norte América,
se queja a un sargento, éste le entrega una tarjeta
de luto con la siguiente leyenda: «Sus tribulaciones
han despedazado mi corazón. Hay que admitr que son
únicas. Jamás escuché cosa igual en mi vida. Como
prueba de mi más profunda simpatía, le entrego esta
tarjeta que le autoriza a gozar de una hora de con­
dolencia».
Resentirse es sentir con exceso, irritarse, y esto
produce dolor y depresión. Los tóxicos invaden la
sangre y entonces somos presa de amargura y can­
sancio. En el buen humor se encuentra la inmuniza­
ción contra condiciones que restan valor e influencia
a la personalidad. Por medio del mismo adquiere el
espíritu la elasticidad que produce jovialidad.
El buen humor es flotardor que nos sostiene cuan­
do navegamos en el mar de la adversidad. Se cuenta
de un comerciante que al abrir su establecimiento, por
la mañana, encontró que los ladrones habían saquea­
do la caja registradora, y al contemplar el cuadro
de desorden que se advertía, exclamó: «Menos mal
que no se han llevado la caja».
No se crea que debemos inclinarnos por el cinismo
o la indiferencia, porque el buen humor significa equi­
librio, compensación, serenidad. Nada se gana con la
desesperación o con el enojo. El buen humor permite,
muchas veces, cruzar el puente del trastorno con aho­
rro de deslices y peores consecuencias.
En una pensión, la patrona observaba cómo el
nuevo pensionista miraba con mucha atención el con­
tenido de su taza de café.
—Quisiera saber, caballero, qué es lo que tiene
usted que decir del café.
— 32 —
—Absolutamente nada.
—No, no, le ruego que sea explícito. ¿Qué tiene
ese café?
—Señora, no logrará usted arrancarme una sola
palabra acerca del café. Yo no hablo de los ausentes.
Esa queja tan bien expuesta y aromatizada con
un humor tan sutil no podía causar resentimiento en
esa señora que parecía estar irritada.
Ha dicho Thackeray: «El buen humor es uno de
los mejores artículos de vestir que uno puede llevar
en sociedad»; y Carlyle agrega: «El verdadero buen
humor procede más del corazón que de la cabeza. No
es sinónimo de desprecio y su esencia es amor».
Aprecie lo que de risueño encuentre en el camino
de la vida; deténgase a regocijarse con lo promete­
dor, pintoresco y bello que le brinden los días de su
existencia; cante, silbe, tararee, alégrese. Suelte una
carcajada franca y expansiva al oír un chiste inge­
nioso y humorístico. Escuche uno de esos discos de
carcajadas de todas especies, sonoras, estridentes,
francas y contagiosas. Ría, pero sin fingimiento, des­
gano ni temor. ¡Qué beneficiosa es la risa cuando
afloja los músculos, hace vibrar el cuerpo y lleva a
los pulmones mayor cantidad de oxígeno!

VIGOR VIVIFICADOR
El hombre se supera en proporción exacta a su
habilidad de elegir no lo que habrá de producirle una
sensación momentánea de gratificación vanidosa, sino
lo que dejará en su ánimo una mayor convicción de
vigor vivificador.
Cuando perdemos la serenidad, se produce una
desintegración de las fuerzas que dan consistencia
y poder a nuestra personalidad. Dejarse llevar por
- 33 -
las emociones del momento y sucumbir ante la in­
fluencia del desconcierto que ocasionan los proble­
mas, es haber perdido el dominio sobre nuestras pa­
siones y tendencias negativas. No es tanto, muchas
veces, la magnitud del problema lo que en verdad
aflige y deprime como el sentirse huérfano de recur­
sos para defenderse y asegurar la victoria final.
Sin disciplina, sin método, sin ejercitación no se
logra la virtud, el poder de determinar sabiamente lo
que conviene hacer.
Sin esfuerzo nada se realiza en esta vida. Toda
conquista en el orden de superaciones personales, es
el fruto de la decisión, de la firmeza, de la lucha. Sólo
en el triunfo se experimenta la realidad del placer de
vencer, de la satisfacción que produce llegar a una
meta.
Apóyese en ideas, conocimientos, aspiraciones,
propósitos y planes meritorios y de alcance social.
No se apuntale en pensamientos efímeros, proyectos
deleznables y aspiraciones pueriles. Propóngase desa­
rrollar toda su personalidad y esté siempre listo a
abandonar la superstición, las creenecias sin base ni
justificación lógica y lós hábitos debilitadores. Man­
tenga el calor del entusiasmo y el fuego de la avidez
por desenvolverse con el máximo de rendimiento prác­
tico para sí y los demás.
MEDITACION RECONSTRUCTIVA
Usted es asaltado, durante sus actividades y vida
de relación social por toda clase de influencias que
tienden a desequilibrar todo su ser; le afectan innu­
merables acontecimientos, le impresiona una variedad
indefinible de emociones, muchas de las cuales no pue­
de explicarse. Su roce diario con el mundo exterior
le roba mucha energía y poder, y si éstos no son re
— 34 —
puestos a tiempo, habrá de encontrarse en situacio­
nes que, aunque simples, le parecerán insoportables,
por considerarse impotente para salir airoso de ellas.
El modo de vivir precipitado, tan característico
de los tiempos modernos, impide contemplar el sig­
nificado de los hechos, cosas y condiciones, y como
generalmente se carece de habilidad y aun de dispo­
sición para interpretar acertadamente las experien­
cias, se comprende que el ser humano sea tan fácil­
mente víctima del pánico y opte por la huida, sin
atinar a tomar caminos convenientes.
Haga una pausa, de tiempo en tiempo, a pesar de
sus muchas ocupaciones, y medite un poco sobre sí
mismo, las posibilidades, las grandes manifestaciones
de la vida y lo que puede lograr con un poco de vo­
luntad, optimismo y empeño en elevarse. Fortalezca
su espíritu con las profundas enseñanzas que gran­
des pensadores le han legado; amplíe su horizonte
descubriendo perspectivas para sus energías y fe;
siéntase vinculado a la gran familia humana por lo
mucho que usted debe a los que en tiempos pasados
trabajaron y se sacrificaron para que pudiera gozar
de grandes mejoras.
Regrese de la dispersión que le imponen las tareas
y ambiciones diarias. Es saludable para el espíritu
penetrar en lo íntimo de su propio ser, mantener un
coloquio con uno mismo; establecer una cordial en­
trevista con el espíritu.
Contemplemos cuánto hay de grande y potencial
en nuestra naturaleza espiritual. Individualicemos las
fuerzas compensadoras que nos acompañan. Escale­
mos las cumbres de lo ideal y respiremos en esas al­
turas el aire puro de la aspiración generosa y dinámi­
ca para que al descender al valle de la lucha diaria,
nos sintamos más serenos, fuertes y confiados.
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Esos momentos de reflexión serán culminantes y
trascendentales si han sido aprovechados sabiamen­
te, porque un espíritu se habrá entregado a la iden­
tificación propia y a la creación de nuevos conceptos,
recursos y vitalidad. Una vida se habrá rehecho y una
serenidad se habrá consolidado. Una persona habrá
aumentado su destreza y crecido en espíritu, mente,
eficacia y potencialidad.

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Cuando la nerviosidad es intensa, el asunto Estimulante de la misma aparece amenazador,
como si fuera a devorarnos, y los impulsos reflejos complican más aún la situación.
Mantengamos una condición de excitación nerviosa normal y consolidémosla con la
reflexión para sentirnos más valientes, conl ampiar los obstáculos en su proporción ver­
dadera, librarnos de impresione: trasiornadoras y ser más felices.
RECOMENDACION IMPORTANTE

Que no se distraiga, confunda o engañe el lector con la impre­


sión de que lo expuesto es difícil de realizar o simplemente teórico.
Tal sensación tiende a desvirtuar el interés por el mejoramiento
personal.
Es una mejor y más provechosa interpretación la de que la prác­
tica de lo expuesto, persistentemente mantenida e impulsada por
una voluntad inquebrantable de superarse, culminará en la capaci­
tación para realizar lo expuesto. ¿No es todo difícil en sus co­
mienzos ?
El árbol no puede ser tronco recio y de ancho diámetro cuando
apenas es simple tallito, pero si persevera en desarrollarse llegará
a ser frondoso y rico en fruto.
Toda mejora personal requiere la participación del tiempo, de
la ley de la proporción, del ritmo y del ensayo constante. Si todos
los días logramos un pequeño avance, se justificará que confiemos
en la llegada del día en que la meta ansiada será alcanzada.
Ño podemos comer todo el alimento de una semana en un día,
pero si todos los días tomamos la proporción adecuada, consumire­
mos, en ese plazo, la cantidad que corresponde a siete días.
Dedique el lector, todos los días, un pequeño esfuerzo, insista
en una ligera modificación, persevere cor. entusiasmo en su afán de
disminuir sus ímpetus desordenados, halle complacencia en las pe­
queñas victorias y acompáñese, siempre, de entusiasmo y optimismo
y conquistará la serenidad, una de las cualidades más necesarias y
brillantes de la personalidad vigorosa, influyente y descollante.
La serenidad, más que una especulación intelec­
tual, es una destreza lograda tras mucho esfuerzo
inteligente, persistencia y determinación. Es un equi­
librio, conseguido después de una ejercitación de la
voluntad en la que intervienen las fuerzas del espíritu
con sus poderosas influencias, que provienen de un
afán de superación y que inundan de claridad el ca­
mino hacia formas de proceder armoniosas y eficaces.
No es la serenidad una adquisición en firme, ni
una posesión definitiva, sino una práctica más o me­
nos beneficiosa, según se mantiene un ensayo cons­
tante y juicioso por responder a ideas, disciplinas, in­
terpretaciones y sentimientos afines con todo lo que
es constructivo, generoso, equilibrado y animador.
Los que practican la serenidad obtienen de la
misma experiencias tan compensadoras, una visión
tan penetrante y acertada de las proyecciones de la
conducta humana, y poseen un dominio tan eficaz
sobre la forma de reaccionar, que se hacen expertos
en el autodominio y en la expresión dinámica.
Cada día necesitamos practicar la serenidad, im­
puesta por las necesidades de la vida, de la convi­
vencia y de la actuación rendidora. Por constituir una
forma de valentía y comprender, en grado sumo, un
contenido de sabiduría práctica y estimuladora, es
una cualidad o virtud que ennoblece, distingue y en­
riquece la personalidad con poder para estabilizar las
relaciones humanas. Practicarla es vivir fecunda, efi­
ciente y confiadamente.

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