Está en la página 1de 3

https://elpais.com/internacional/2019/03/07/mexico/1551967548_762943.html?

fbclid=IwAR3c7LDijCb1GbVTQZDXGyxJYho4couFfbOC6cdVRgAkvfbMx1SMnvQvHm0

Democratización social por accidente

ALBERTO J. OLVERA
7 MAR 2019 - 15:26 CET

La nueva política oficial “anticivil” obligará al sector progresista a replantearse sus


estrategias y tácticas y a construir un nuevo discurso de control social

El gobierno de Andrés Manuel López Obrador está cambiando radicalmente las reglas,
usos y costumbres de las relaciones entre el Estado y la sociedad. Esta transformación
busca explícitamente romper con las intermediaciones corporativas, clientelares y
empresariales que le permitieron al viejo régimen controlar políticamente a la sociedad,
pero que terminaron colonizando al propio Estado y extrayéndole gigantescas rentas. Si
tiene éxito, el gobierno de AMLO puede inducir, sin proponérselo, la democratización de la
sociedad civil, especialmente de sus sectores populares, que es precisamente lo que no se
logró en el periodo de la transición a la democracia.

En efecto, la democracia mexicana se limitó estrictamente al orden electoral y creó un


sistema de partidos políticos que competían realmente entre sí, pero que carecían de
puentes efectivos de comunicación y representación con la sociedad realmente existente.
El generoso financiamiento público permitió a los partidos autonomizarse de la sociedad
misma, y establecer, discrecionalmente, pactos específicos con poderes fácticos en
espacios locales en las coyunturas en las que la competencia electoral se hacía tan aguda
que exigía financiamiento ilegal para mantener el poder o acceder a él.

Mientras tanto, el orden social permaneció básicamente inmutable. Las organizaciones


sindicales corporativas conservaron todo su poder y mantuvieron un orden casi fascista en
el mundo laboral, para beneplácito de los empresarios. Las organizaciones empresariales
continuaron dominadas por las élites y grupos de interés que históricamente han
monopolizado la representación sectorial. En el mundo rural un sinnúmero de

1
organizaciones medianas y pequeñas lograron sobrevivir gracias a que los gobiernos las
utilizaron como vehículos clientelares y de control político territorial. La novedad de los
tiempos de la transición fue la aparición de un nuevo actor social, la delincuencia
organizada, que trastocó las viejas jerarquías y fue capaz de imponer su propio orden en
ciertos territorios donde los vacíos de poder eran más agudos.

La crítica de López Obrador a los intermediarios socio-políticos en tanto lastre del pasado
es correcta, y su decisión de desplazarlos en la relación entre el Estado y la sociedad puede
producir un cambio democratizador si las viejas guardias corporativas y clientelares
pueden ser sustituidas por un nuevo liderazgo emergido desde las bases. La
democratización del mundo social no es precisamente lo que busca López Obrador, pero
podría ser un subproducto de su rechazo al viejo orden, dado que ni su gobierno ni su
partido pueden crear por sí mismos un liderazgo social sustituto en todos los sectores.

La paradoja del momento es que el intento de construir una relación directa entre el líder y
el pueblo puede poner en jaque al viejo orden corporativo, abriendo las puertas a la
progresiva emergencia de grupos y líderes que empiecen a disputar la representación de
intereses largamente sometidos por las estructuras del viejo régimen. Lo que viene es un
tiempo de gran movilización social y generalización de conflictos en el campo y la ciudad,
lo cual generará una enorme confusión, porque muchos de ellos serán el resultado de las
resistencias del viejo orden, mientras otros expresarán las nuevas aspiraciones
democráticas que emergen desde abajo.

La consideración anterior incluye a los actores de la “sociedad civil” tipo ONG, tan
vilipendiados por AMLO. Dentro de esa matriz hay en efecto expresiones de los intereses
políticos del viejo orden y de las élites económicas. Pero también hay organizaciones
civiles que han defendido heroicamente las causas de los derechos humanos y de la
democracia. El pecado de estas últimas ha sido no haber creado leyes, instituciones y
procesos que les permitieran diferenciarse de los grupos civiles asistencialistas, rentistas y
clientelares. La nueva política oficial “anticivil” obligará al sector progresista a replantearse
sus estrategias y tácticas y a construir un nuevo discurso de control social sobre un
gobierno que tiene riesgosas tendencias delegativas.

2
Todo lo anterior es sólo un posible escenario de los procesos en marcha. La tentación de
reconstruir el corporativismo desde el gobierno con líderes afines está presente,
especialmente en el terreno sindical. Y el potencial de convertir la política de subsidios
masivos en herramienta clientelar también. Mi hipótesis optimista es que la sociedad civil
del siglo XXI ya no puede ser manipulada con los antiguos modelos. Pago por ver.

También podría gustarte