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MEMORIZACIÓN DE LA PALABRA

Memorizar la Palabra de Dios es almacenarla en el chip de nuestra mente


para que el Espíritu Santo, que mora en nosotros, nos la recuerde en el
momento oportuno.
El primer Salmo que memoricé y enseñé a mis hijos fue el Salmo 23, pues al
haber practicado por mucho tiempo la santería y haber escuchado siempre
que, si me salía, en todo me iría mal, necesitaba afirmar cada día en mi
mente y corazón que Él era mi Pastor y aunque anduviera en valle de
sombra y muerte no temería porque estaría conmigo. Veinticinco años
después de haber nacido de nuevo puedo decir que este salmo me ha
acompañado cada día de mi vida y lo recito en los tiempos buenos y
también en aquellos momentos de sufrimiento. Ese pasaje de la Escritura
ha reconfortado mi alma y me ha ayudado a no pecar contra mi gran Señor.
«En mi corazón he atesorado tu palabra, para no pecar contra ti» (Sal. 119:11).

Cuando mi esposo y yo salimos de Miami con nuestros hijos de 9, 7 y 5 años al


campo misionero, llegamos a un pueblo, mi querido Bonao, República
Dominicana. Las cosas fueron muy difíciles en cuanto al ministerio, la cultura,
la economía de nuestra casa, la salud, el estudio de los niños, etc. Lo único que
sostuvo mi fe fueron los versículos que diariamente podía repetir en mi
mente.
Recordaba continuamente:
«Pues considerad, hermanos, vuestro llamamiento; no hubo muchos sabios
conforme a la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que Dios
ha escogido lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y Dios ha
escogido lo débil del mundo, para avergonzar a lo que es fuerte; 28 y lo vil y
despreciado del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para anular lo que
es» (1 Cor. 1:26-28).

Han habido muchas situaciones en mi matrimonio: crianza de hijos, iglesia,


mis padres viviendo lejos, cuando nuestros hijos partieron a la Universidad a
otro país, y verlos tomar decisiones que eran buenas y otras que afectaban
sus vidas, etc. En todas estas situaciones la memorización de la Palabra me
guiaba a tomar decisiones correctas conforme a Su voluntad. Por eso, «Me
deleitare en tus estatutos y no olvidaré tu palabra» (Sal. 119:16).

El Señor, en Su gracia y misericordia, me ha permitido dar consejería a


muchas hermanas. Haber memorizado la Escritura ha sido una bendición.
Muchas veces estás pasando un tiempo con alguna hermana y ni siquiera
tienes la Biblia a tu lado, pero aquellos versículos que están en tu mente y
corazón son usados para poder dar un consejo con la Palabra, pues hay
poder en la Palabra de Dios
(2 Tim. 3:16-17; Heb. 4:12).

Mi preciosa Sara tenía solo tres meses cuando conocí al Señor. Como les he
contado, muy pronto comenzó mi peregrinaje de memorización de la
Escritura. Escribía los pasajes en tarjetas que podía pegar en la nevera, como
una forma visible para poder aprender los versículos. Mi precioso Charles y
mi preciosa Bianca se llevan 22 meses de diferencia entre los dos.
Recuerdo con lágrimas que mientras iban creciendo, practicaba con ellos la
memorización de la Palabra del Señor. El primero fue el Salmo 23 y todavía es
el Salmo que recito diariamente apenas despierto y en la noche antes de
dormir. El tiempo ha ido pasando y he podido tener versículos en la pantalla
del teléfono, en la pantalla de mi computadora, y también he comprado
tableros de decoración en los que coloco el versículo de la semana.

Hoy conversaba con mi Sara, que ya tiene 25 años, y me comentaba que en su


iglesia todos los miembros están memorizando el libro de Santiago. Ese es
uno de mis libros preferidos. Ella me comentó que se aprenden un capítulo
semanal que recitan por grupos de diferentes edades frente a la congregación
hasta que se aprendan el libro completo de cinco capítulos. Esa práctica de
memorización me ha motivado a hacerlo de esa misma forma.

La enfermedad de la fibromialgia afecta mucho la memoria y desde hace


nueve años que la padezco. Esta ha sido una batalla fuerte, pero el Señor es
tan maravilloso y me ayuda a que no se me olviden los versículos y que siga
memorizándolos. Ahora le ruego al Señor poder memorizar la carta de
Santiago. Ruego sus oraciones y oro por sus desafíos de memorización.

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